transición, cultura política y 15-m

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1 TRANSICIÓN, CULTURA POLÍTICA Y 15M Héctor Meleiro Suárez, Miguel Bermejo Hermida y Valentín Clavé‐Mercier INTRODUCCIÓN El siguiente trabajo trata de abordar la cultura política que ha dominado el espacio público desde el proceso político conocido como La Transición. Lo hacemos a través del concepto acuñado por Guillem Martínez, y desarrollado por numerosos autores, de Cultura de la Transición (en adelante CT). En la primera parte analizaremos el concepto de CT, sus principales características y consecuencias en la vida política española, y trataremos de justificar su existencia a través de encuestas y textos de diferentes autores. En la segunda parte introduciremos la hipótesis de que la CT se encuentra en un momento de crisis, y trataremos de identificar los momentos en la historia reciente en los que la CT se ha visto amenazada por nuevas formas culturales y de participación política. Por último, la tercera parte del presente ensayo la dedicaremos a analizar sucintamente el 15M. La irrupción del 15M en el tablero político ha supuesto un cambio en los marcos en los que se habla y se entiende la política en nuestro país. Muchos han visto en él un movimiento político del que se espera lo mismo que de cualquier actor político tradicional. Otros han sabido entenderlo más en profundidad y han abordado el 15M como un “clima” social y político. A nuestro parecer hay algo de cierto en todos los ángulos a través de los cuales se aborda el 15M. Sin embargo, nosotros hemos decidido hacer un acercamiento diferente. La tesis principal que expondremos en la tercera parte de este trabajo será la de que el 15M supone el surgimiento de una nueva cultura política, muy diferente en muchos aspectos a la CT, y que convive y le pugna a ésta última los significados y las narrativas de la política en nuestro país. TRANSICIÓN Y CULTURA POLÍTICA

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TRANSICIÓN, CULTURA POLÍTICA Y 15M Héctor Meleiro Suárez, Miguel Bermejo Hermida y Valentín Clavé‐Mercier 

 

INTRODUCCIÓN 

El  siguiente  trabajo  trata  de  abordar  la  cultura  política  que  ha  dominado  el 

espacio  público  desde  el  proceso  político  conocido  como  La  Transición.  Lo 

hacemos a través del concepto acuñado por Guillem Martínez, y desarrollado por 

numerosos autores, de Cultura de la Transición (en adelante CT). En la primera 

parte  analizaremos  el  concepto  de  CT,  sus  principales  características  y 

consecuencias  en  la  vida  política  española,  y  trataremos  de  justificar  su 

existencia  a  través  de  encuestas  y  textos  de  diferentes  autores.  En  la  segunda 

parte introduciremos la hipótesis de que la CT se encuentra en un momento de 

crisis, y trataremos de identificar los momentos en la historia reciente en los que 

la  CT  se  ha  visto  amenazada  por  nuevas  formas  culturales  y  de  participación 

política.  Por  último,  la  tercera  parte  del  presente  ensayo  la  dedicaremos  a 

analizar sucintamente el 15M.  

La irrupción del 15M en el tablero político ha supuesto un cambio en los marcos 

en los que se habla y se entiende la política en nuestro país. Muchos han visto en 

él  un movimiento  político  del  que  se  espera  lo mismo  que  de  cualquier  actor 

político  tradicional.  Otros  han  sabido  entenderlo  más  en  profundidad  y  han 

abordado el 15M como un “clima” social y político. A nuestro parecer hay algo de 

cierto en todos los ángulos a través de los cuales se aborda el 15M. Sin embargo, 

nosotros hemos decidido hacer un acercamiento diferente. La tesis principal que 

expondremos en la tercera parte de este trabajo será la de que el 15M supone el 

surgimiento de una nueva cultura política, muy diferente en muchos aspectos a 

la CT, y que convive y le pugna a ésta última los significados y las narrativas de la 

política en nuestro país. 

TRANSICIÓN Y CULTURA POLÍTICA 

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Para  entender  mejor  lo  que  viene  siendo  la  cultura  política  de  los  españoles 

desde la vuelta a la democracia, es sin duda importante tomar en cuenta que está 

se desarrolla tras una dictadura con la cual no hubo ruptura clara y contundente. 

Los cambios fueron progresivos, paulatinos, al menos en los ámbitos donde hubo 

cambios. Por  lo  tanto parece  indudable que el paso del régimen  franquista a  la 

nueva  democracia  tuvo  su  importancia  en  la  formación  de  la  cultura  política 

española. Por ello nos parece importante subrayar los principales rasgos de esa 

adaptación a la democracia.  

LA CULTURA POLÍTICA DE LOS ESPAÑOLES TRAS LA DICTADURA 

El pilar central de esta transición fue el olvido del pasado. Esto se vio como una 

solución a la inexperiencia democrática de las fuerzas políticas y una garantía de 

la  supuestamente  deseada  unión  de  la  clase  política.  Pero  claramente  esta 

elección tuvo consecuencias negativas entre las cuales encontramos, en palabras 

de Gregorio Morán, la “desmemorización colectiva”. También podemos destacar 

las  consecuencias  que  esta  opción  de  olvido  supone  para  la  rendición  de 

responsabilidades  políticas  o  para  la  construcción  de  un  imaginario  colectivo 

democrático. Atendiendo más en particular a los partidos políticos, podemos ver 

como  ellos  también  operaron  cambios  importantes.  Uno  de  ellos  fue  su 

conversión  al  realismo  político.  Los  partidos  que  no  salieron  directamente  del 

antiguo  régimen  estaban dispuestos  a  todo para  ser  parte  de  la  política  oficial 

por lo que rápidamente confundieron política con elecciones. Sumando a esto su 

carácter  principiante  y  el  poco  tiempo  que  tuvieron  de  consolidación,  el 

resultado fue un gran desfase entre los partidos y sus militantes así como con la 

sociedad. De manera indudablemente ligada a este factor, podemos destacar otro 

importante  cambio:  el  fomento  del  profesionalismo.  La  clase  política  tras  la 

dictadura  recicló y aceptó una vieja  fórmula política  franquista que se  resumía 

en  un  distanciamiento  de  la  sociedad  y  una  endogamia  política.  La  política  se 

dejó  en  manos  de  políticos  profesionales  sin  buscar  implantar  el  modelo 

democrático en las costumbres españolas y conseguir una participación activa y 

elevada. Esto llevó a los partidos a buscar más el voto que la militancia activa. 

En  este  trabajo  suponemos  que  todos  estos  cambios  incidieron  en  el 

comportamiento  político  y  la  valoración  política  que  han  tenido  los  españoles 

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desde  el  fin  de  la  dictadura.  Para  confirmar  esta  hipótesis  tenemos  que 

adentrarnos  de  lleno  en  el  estudio  de  la  cultura  política  de  los  españoles.  La 

cultura política viene a ser una base común sobre el significado de lo público, la 

manera de relacionarse con ello y la valoración de esa relación. Podríamos verla 

como unos mínimos comunes entre  los miembros de una sociedad en cuanto a 

funcionamiento político. La cultura política es una noción multidimensional que 

se  organiza  alrededor  del  eje  ciudadano/sistema  político.  Consta  de  tres 

dimensiones  fundamentales:  la  concepción  del  individuo‐ciudadano  (valores 

sociales, creencias básicas…), las relaciones del ciudadano con la esfera política y 

las valoraciones de los ciudadanos sobre el sistema político y su actividad. Para 

realizar nuestro estudio de la cultura política española atenderemos a estas tres 

dimensiones  basándonos  en  encuestas  realizadas  por  el  CIS  desde  1978  hasta 

principios de los años 90.  

CONCEPCIÓN PREDOMINANTE DE LA POLÍTICA POR LOS ESPAÑOLES Y SUS CONSECUENCIAS 

Para  entender  las  relaciones  que  los  individuos  puedan  tener  con  los  objetos 

políticos es necesario saber los valores y las creencias en las que se sostienen. A 

lo  largo  de  la  época  estudiada  destacamos  principalmente  demandas 

generalizadas  de  mayor  igualdad  y  justicia  social.  Sin  embargo,  también  es 

importante  destacar  que  en  1985  seguía  siendo  prioridad  ciudadana  el  orden 

público con casi 70% de  los encuestados  frente a un 18% para  la participación 

política y un 6% para la libertad de expresión. En una encuesta de 1989, un 80% 

de  la población veía necesarios cambios pequeños o reformas profundas por  lo 

que  los conservadores y  los  revolucionarios eran más marginales. Por  lo  tanto, 

podemos ver como la ciudadanía española se ha decantado por un reformismo y 

una moderación marcados. Se nota un deseo de cambio hacia un mayor bienestar 

social  pero  controlado,  lo  que  llevó  a  la  situación  que  se  conoce  como 

“homogeneidad  moderada”.  Otro  fenómeno  importante  se  deja  entrever  a  lo 

largo de la misma época. A finales de los 70 se vivió un ambiente de crítica socio‐

económica  que  sin  embargo  fue  rápidamente  perdiendo  intensidad.  El  sentir 

político  general  se  dirigió  poco  a  poco  hacia  la  aceptación  mayoritaria  del 

neoliberalismo  y  de  sus  consecuencias  políticas.  El  enfrentamiento  de  clases 

también  fue  perdiendo  cada  vez más  importancia  para  acabar  siendo  negado. 

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Vemos  aquí  como  se  fue  legitimando  el  nuevo  tipo de  sociedad  a  través de un 

conformismo realista político. 

Según  las  estadísticas  recogidas  y  los  estudios  realizados,  los  españoles  se 

plantean su relación a la política desde la lejanía, el desconcierto y la impotencia. 

El  espacio  político  se  ve  como  inaccesible  y  desconcertante.  Gran  parte  de  la 

población ve en el voto el principal, y muchas veces único, modo de influir en ese 

lejano espacio de decisiones públicas. Esto hace que dos tercios de la población 

crean  que  los  políticos  no  se  preocupen  por  ellos,  situación  que  aumenta  las 

sensaciones  de  indiferencia  y  desinterés.  Es  altamente  esclarecedor  que  a  lo 

largo  de  la  época  estudiada  un  60%  de  la  población  española  se  considere 

ineficaz políticamente hablando. Vemos  como el  entendimiento de  la política  y 

del  sistema  democrático  va  en  aumento  con  el  paso  de  los  años  pero  también 

viene acompañado por un aumento del sentimiento de  impotencia en todos  los 

grupos  sociales  encuestados.  Esta  consecuencia  del  profesionalismo  reinante 

conlleva poca receptividad ciudadana y desafección por la política institucional. 

La política se ve por lo tanto como un ámbito lejano. Aun así la población no se 

puede calificar de anti‐política sino más bien de escéptica. Solamente un cuarto 

de  la población dice  tener sentimientos positivos respecto a  la política. La  falta 

de  implicación  afectiva  resulta  en  valoraciones  y  actitudes  negativas.  Esas 

valoraciones del ámbito político  llevan a una postura crítica respecto a  la  labor 

de los políticos profesionales, a las élites gobernantes, a su preocupación por el 

pueblo y a la representación. La ausencia generalizada de competencia cívica se 

traduce por una  reducida predisposición  a  la movilización política.  Ya que  ven 

poca eficacia en sus acciones,  los ciudadanos españoles suelen desconsiderar o 

abandonar la movilización política. 

RELACIONES INDIVIDUO‐POLÍTICA: PARTICIPACIÓN Y SOCIABILIZACIÓN 

Para pasar de disposiciones actitudinales a acciones específicas es fundamental 

analizar  la  implicación personal  en  cuestiones políticas.  Según el CIS  el  interés 

por la política es bastante bajo, con muchos encuestados declarando tener nada 

de  interés  por  ella.  Se  vio  en  incremento  en  los  primeros  años  del  fin  de  la 

dictadura pero a partir de 1979 fue descendiendo y la caída fue confirmándose. 

Existen  matices  en  función  de  las  variables  educación,  edad  y  sexo  pero  el 

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desinterés  suele  ser  general.  El  interés  político  es  el  principal  indicador  para 

medir  la  implicación  psicológica  de  una  población  en  el  ámbito  político.  Aquí 

destacamos  un  claro  déficit  de  implicación  política  personal.  Este  se  ve 

confirmado  por  la  frecuencia  con  la  que  los  ciudadanos  hablan  de  temas 

políticos: en 1989 más del 50% de los encuestados no hablan nunca o casi nunca 

de política. Sin embargo, la cultura política se ve influenciada por la información 

y  el  conocimiento político que  tenga  la población.  Los propios  españoles dicen 

tener  un  grado  bastante  escaso  de  conocimiento  político.  Así  que  la  débil 

implicación  política  no  viene  solo  por  la  percepción  de  la  política  como  un 

terreno lejano e inaccesible o poco influenciable, sino también por una tremenda 

falta de información. En 1989 cerca del 60% de la población se consideraba poco 

o nada al corriente de lo que pasa en la política. Llegamos a la conclusión de que 

interés  por  la  política  y  búsqueda  de  información  son  dos  variables  que  se 

influencian  de  manera  recíproca.  Las  encuestas  revelan  que  el  consumo  de 

información política se hace principalmente por la televisión y muy poco por la 

prensa  escrita.  Esto  hace  que  la  información  que  llega  a  los  ciudadanos  sea 

simplificada, espectacularizada y con una omnipresencia de los líderes.  

Además,  los  procesos  de  sociabilización  política  son muy  pobres  en  general  y 

más aún  los primarios, que dan cuenta de una despolitización, de un desprecio 

por  lo  político.  El  asociacionismo  es  otro  factor  relevante  de  la  implicación 

política de los ciudadanos en una sociedad dada. El caso español es indiscutible: 

el tejido asociativo es muy poco importante en la sociedad. No solo se refleja por 

la baja participación sino también por una valoración negativa o indiferente  de 

los  ciudadanos  respecto  a  este.  La  débil  afiliación  a  partidos  y  sindicatos  que 

caracteriza  la  sociedad  española  post‐franquista  revela  una  clara  distancia 

psicológica  entre  estructuras  políticas  e  individuos.  Esto  también  se  debe  a  la 

debilidad  de  los  vínculos  de  identificación  que  son  conocidos  por  suponer 

implicación. Por lo tanto volvemos a encontrarnos con una situación que citamos 

anteriormente:  la acción política está muy  limitada al voto. Las actividades que 

se  salgan  de  esta  tienen  un  seguimiento más marginal.  Podemos  destacar  una 

relación proporcional descendente entre el esfuerzo que requiere una actividad 

política y la participación en ella de la ciudadanía española. En cuanto a prácticas 

 6 

no  convencionales,  se  aceptan  nuevas  modalidades  en  la  sociedad  española 

siempre  cuando  sean  legales  y  no  violenten  el  orden  social  que,  como  vimos, 

sigue teniendo una importancia trascendental para los ciudadanos. 

IMAGEN DEL SISTEMA POLÍTICO Y DE LOS ACTORES INSTITUCIONALES 

En  esa  dimensión  de  la  cultura  política  se  analiza  la  legitimidad  del  sistema 

político  y  su  efectividad  según  los  propios  ciudadanos.  Para  los  españoles,  la 

democracia  es  un  sistema  ante  todo  centrado  en  la  libertad.  Los  ciudadanos 

favorables a  la democracia van en constante aumento, hasta  llegar a  la cifra de 

80%  en  1990.  Este  resultado  de  las  encuestas  concuerda  con  la  voluntad  de 

cambio moderado que observábamos. A lo largo del periodo estudiado podemos 

destacar  una  alta  legitimidad  democrática.  La  aparente  contradicción  entre  la 

indiferencia  política  y  esta  alta  legitimidad  se  explica  por  la  realidad  política 

institucional  que  minimiza  el  papel  de  la  actividad  ciudadana  respecto  a 

concepciones teóricas democráticas. Los propios españoles piensan que España 

es bastante a muy democrática. Por lo tanto podemos ver como la legitimidad es 

alta mientras que la eficacia se valora negativamente. Sin embargo, la lectura del 

funcionamiento democrático es bastante crítica. Más del 50% de los encuestados 

reconoce  que  la  democracia  española  tiene  muchos  problemas.  La  razón 

principal  que  dan  es  el  no  respeto  de  muchos  derechos  y  libertades.  Vemos 

entonces que el  sentir mayoritario de  los españoles es más una denuncia de  la 

gestión gubernamental que un ataque a la democracia en sí. Ningún agente social 

o institución despierta un amplio consenso de afección. Los de menor calificación 

de  confianza  son  los  partidos  y  los  sindicatos.  Esta  desconfianza  se  puede 

explicar  por  el  carácter  recién  creado  del  sistema  de  partidos.  Los  ciudadanos 

sienten lejanía respecto a los partidos y una débil identificación partidista. No se 

ponen en duda la existencia de los partidos pero sí su eficacia. Nos encontramos 

por lo tanto ante una definición totalmente clásica de la democracia en la cultura 

política  española:  los  partidos  se  ven  como  necesarios  a  la  democracia,  como 

única  vía  para  participación  popular,  y  esto  a  pesar  del  importe  desencanto 

respecto a  los que existen. El Parlamento por ejemplo, central en la concepción 

clásica  de  democracia,  tiene  una  buena  valoración.  La  principal  debilidad  del 

sistema  político  español  parece  ser  entonces  la  debilidad  de  la  relación  entre 

 7 

ciudadano y sistema político. El nivel moderado de percepción de  influencia de 

las políticas públicas en vida cotidiana hace que  los  ciudadanos vean sus vidas 

como desarrolladas al margen de lo político.  

Por lo tanto vemos como la cultura política española después de la dictadura fue 

profundamente marcada por rasgos como el reformismo, la alta legitimidad del 

sistema  político  coexistiendo  con  la  valoración  negativa  de  la  gestión 

gubernamental,  una  participación  mínima,  el  desencanto  ciudadano,  el  escaso 

interés por la política… Este conjunto de factores son responsables del  llamado 

“cinismo  político”.  Es  verdad  que  gran  parte  de  estos  problemas  se  pueden 

encontrar  en  las  demás  democracias  occidentales,  pero  se  ven  agudizados  en 

España.  Además,  vemos  como  a  pesar  de  muchos  cambios  políticos  en  el 

panorama  español  “las  principales  dimensiones  de  la  cultura  política  han 

permanecido  sorprendentemente  estables”  (Morán  y  Benedicto,  1995).  Por  lo 

tanto podemos preguntarnos si el modelo de transición no impuso cierta cultura 

política  en  aras  de  despolitizar  a  la  ciudadanía  o  por  lo menos  de mantenerla 

bajo control. 

LA CULTURA DE LA TRANSICIÓN 

Para entender mejor esta hipótesis, nos parece primordial a la vez que revelador 

la noción  acuñada por Guillem Martínez de Cultura de  la Transición  (CT).  Este 

concepto  busca  representar  la  cultura  política  que  se  impuso  tras  el  fin  de  la 

dictadura, las maneras de pensar, ver y hacer que han sido las de los españoles 

desde hace unos 40 años. La Cultura de la Transición se impuso realmente con el 

fracaso de los movimientos sociales de finales de los 70. Unos de los momentos 

más claves y significantes de su hegemonía han sido los Pactos de la Moncloa, a 

través  de  los  cuales  las  fuerzas  de  izquierda  abandonaron  sus  lecturas 

alternativas del posible sistema político. Los rasgos principales de tal cultura son 

el verticalismo y la obsesión por la eliminación de las problemáticas. 

UN MODELO CONSENSUAL 

La CT es una cultura consensual, pero no en el sentido de una cultura decidida y 

aprobada  por  todos  sino más  bien  por  ser  un modelo  cultural  que  impone  los 

límites de  lo  posible. De  esta manera podemos  ver  como  la  democracia  liberal 

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representativa se presenta como el único modelo político posible y el capitalismo 

como el único patrón económico. La CT se dedica por lo tanto a poner límites y 

restricciones  respecto  a  todo  lo  que  se  puede  hablar,  discutir  o  proponer.  Se 

presenta  como  la  única  solución  a  la  cohesión  social,  buscándola  antes  que 

cualquier  otra  cosa,  y  niega  la  viabilidad  de  las  alternativas  tachándolas  de 

generadoras  de  caos.  La  CT  es  principalmente  una  productora  de  marcos: 

establece los límites de lo aceptable en numerosos ámbitos (político, económico, 

cultural…) y condena a la marginalidad a todos los que se salgan de ellos. Por lo 

tanto,  la CT establece restricciones, anuncia y decide del mundo de lo posible y 

moldea profundamente  la  sociedad. Afirma que  su  consenso y  su  cohesión  son 

necesarios  frente  a  la  posibilidad  del  estallido  de  una  guerra  de  todos  contra 

todos. Se presenta como guardián de la sociedad y por ello atribuye roles que se 

tienen  que  respetar:  “la  política  es  cosa  de  los  políticos;  la  comunicación  es  la 

materia de los media; la palabra autorizada es un privilegio de los intelectuales y 

expertos;  las  alternativas  marginales  son  asunto  de  los  movimientos  sociales” 

(Martínez, 2012). 

UNA CULTURA DESPROBLEMATIZADORA 

Como lo hemos visto, la CT instaura marcos de los cuales no se puede salir. Por lo 

tanto es esencialmente desproblematizadora, rechazando todo replanteamiento 

de  la  organización  de  la  vida  común  fuera  de  lo  establecido  y  aceptado. No  se 

tiene en cuenta lo que se sale de los límites. Los problemas y los conflictos se ven 

como  potenciales  fisuras  en  la  estabilidad  arduamente  conseguida  y  en  el 

reparto  de  papeles  anteriormente  citado.  Además  de  esto,  la  CT  encubre  esta 

realidad  bajo  la  denominación  y  la  defensa  de  lo  que  autodenomina  “sentido 

común”, que viene a ser en realidad una mirada desproblematizadora. Este tipo 

de  cultura  política  afronta  las  problemáticas  anulándolas,  o  decidiendo  ella 

misma lo que se considera problemática y  lo que no.  “La CT es  la única cultura 

europea que tiene como principal función denunciar e impedir lo problemático y 

crear cohesión full‐time”1. La principal consecuencia de esto es que no solo sea 

una cultura desproblematizadora sino despolitizadora en cuanto que presentar                                                         

1«La Cultura de la Transición es una cultura tutelada y que tutela», Público  (http://blogs.publico.es/fueradelugar/85/la‐cultura‐de‐la‐transicion‐es‐una‐cultura‐tutelada‐y‐que‐tutela 

 9 

problemas,  buscar  alternativas  y  cuestionar  los modelos  de  organización  para 

mejorarlos es la esencia misma de la política.  

UN MODELO TRIPLEMENTE MONOPOLÍSTICO 

La  Cultura  de  la  Transición  se  impuso  y  se  perpetúa  gracias  a  tres 

acaparamientos básicos que le permiten controlar y modelar la verdad. Estos son 

tres robos cuya víctima es la sociedad en general y su capacidad política creativa. 

El primer monopolio es el de las palabras. La CT elige y presenta las palabras que 

se  pueden  usar  –  que  se  deben  de  usar  –  y  rechaza  todas  las  que  podrían 

perturbar su tarea desproblematizadora. Aquí vemos otra vez más como la CT es 

una cultura de marcos: “puedes usar esta palabra pero como uses esta otra serás 

un  marginal,  un  elemento  problemático”.  Además  de  imponer  sus  palabras, 

controla y decide de cómo tienen que circular y de cuáles son sus significados. El 

segundo  acaparamiento  que  realiza  la  CT  es  el  de  los  temas,  sobre  los  que 

también impone su monopolio. De la mismas manera que las palabras, decide de 

qué  se  tiene  que  hablar  y  pensar  pero  también,  principalmente,  de  que  no  se 

debe de hablar o sobre lo que no se puede pensar. Podemos ver entonces hasta 

qué punto  la  CT  controla  el  ámbito  de  la  comunicación  –  central  en  la  política 

diaria de los ciudadanos – gracias a estos dos primeros monopolios, controlando 

de qué se habla y cómo se tiene que hablar de ello. De la misma manera que con 

las palabras, el monopolio de los temas permite una clasificación de las personas. 

El  que hable  y  opine  –  sea  a  favor  o  en  contra  –  de  algún  tema ofrecido  como 

válido por  la agenda mediática y política será considerado ciudadano, mientras 

que  él  que  quiera  abrir  debate  sobre  un  tema  rechazado  por  la  CT  será 

automáticamente calificado de “antisistema” o “radical”. Como muchos rasgos de 

la  CT  –  por  ser  productora  de  marcos  –  el  monopolio  de  los  temas  permite 

marcar  claramente  quién  es  el  enemigo.  La  diabolización  o  criminalización 

mediática lo permite: “quien define los temas, controla la realidad”2. Finalmente, 

y seguramente uno de los más claros e importantes, la CT se ha ido atribuyendo 

el monopolio de la memoria. Básicamente, esta es un acaparamiento, a la vez que 

modificación, del pasado. Se impone lo que se tiene que recordar del pasado, se                                                         

2«El arte de esfumarse; crisis de la cultura consensual en España», Público (http://blogs.publico.es/fueradelugar/327/crisis‐de‐la‐cultura‐consensual‐en‐espana) 

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maquilla  para  que  concuerde  con  cierta  pretensión  de  presente.  Se  elige  y 

anuncia el pasado para poder controlar en cierta medida lo que es el presente, y 

lo que será el futuro. Teniendo en cuenta que la CT se presenta como una cultura 

que  busca  ante  todo  evitar  las  problemáticas,  se  otorga  el  monopolio  de  la 

memoria para neutralizar ciertas  lecturas de nuestro pasado que podrían serle 

incómodas  por  estar  demasiado  cercanas  a  la  verdad.  Se  impone  una 

presentación del pasado seleccionada, censurada, que no se asemeja a los relatos 

personales. El trabajo de memoria de la CT ha sido el de cortar con su pasado y 

abandonarlo:  por  ello  se  constituye  “un  Reino  de  desmemoriados.”  (Morán, 

1991).  

A modo  de  conclusión,  podemos  observar  como  la  Cultura  de  la  Transición  es 

realmente la cultura española actual. Un modelo que se basa enteramente en la 

Transición  y  se  olvida  de  su  Guerra  Civil.  Una  cultura  política  que  aboga  por 

alejarse  de  las  problemáticas  y  alejar  al  ciudadano  medio  de  la  política.  Una 

organización profundamente vertical en la que el Estado, y en algunos casos las 

empresas, gestionan lo que viene a ser la agenda de accesos a la realidad. Por lo 

tanto,  queda  claro  que  la  Transición  conllevó  su  propio  modelo  de  cultura 

política que le hizo, y le sigue haciendo, difícil a la ciudadanía española afrontar 

los desafíos habituales de las democracias occidentales actuales. 

 

DE LA CULTURA DE LA TRANSICIÓN A LA CULTURA DEL 15M 

En esta parte del ensayo trataremos de identificar los acontecimientos colectivos 

que durante la década de los 2000 desbordaron las estructuras y los marcos de 

la CT. A  la  vez  creemos que dichos  acontecimientos  suponen una  secuencia de 

protestas  que  están  en  la  base  del  surgimiento  de  una  nueva  cultura  política 

alternativa a  la CT, y que se materializa en  los hechos acaecidos  tras  la masiva 

manifestación  del  15  de mayo  de  2011.  El  15M  es  ya  sin  duda  la  brecha más 

grande  que  hemos  visto  aparecer  en  la  CT.  Sin  embargo,  no  ha  sido  la  única: 

movimientos como los de la insumisión al servicio militar o los que han tratado 

de  recuperar  la  memoria  histórica  son  ejemplos  claros  de  fisuras  en  las 

narraciones  y  las  figuras  de  la  CT  (Fernández‐Savater,  2012).  Nosotros  nos 

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vamos  a  centrar  en  aquellos  movimientos  y  protestas  que,  a  partir  del  2000, 

pusieron en jaque a los testaferros de la construcción cultural que ha dominado 

la realidad durante más de treinta años.  

Entendemos  que  los  siguientes  acontecimientos  que  vamos  a  describir 

desbordan la CT por varias razones: porque atraviesan y superan la división del 

eje izquierda‐derecha y consiguen burlar la marginalización y la criminalización, 

porque  emergen  y  se  convocan de manera  atípica  (convocatorias  por  internet, 

cadenas de emails, etc…) y se transforman en ‘actores políticos no identificados’ 

(es decir, en actores no convencionales), y porque las formas de la protesta y sus 

repertorios  de  acción  colectiva  no  son  del  todo  comunes,  sino  que  tienen 

elementos de  espontaneidad,  imprevisibilidad y  suelen  surgir de protagonistas 

anónimos. A la vez, creemos que dichas características se dejan ver también en el 

universo  15M,  por  esta  razón  pensamos  que  se  pueden  entender  como  una 

suerte de secuencia de antecedentes de lo que aconteció (y sigue aconteciendo) 

en España a partir del 15 de mayo del 2011.  

 

DEL ‘NO A LA GUERRA’ AL 13M 

Empezaremos por el movimiento en contra de la Guerra de Iraq, una guerra que 

desató en todo el globo manifestaciones de repulsa ante lo que parecía a ojos de 

millones  de  personas  como  una  práctica  imperialista  típica  de  los  imperios 

europeos del siglo XIX y principios del XX. A pesar de que el discurso público del 

trio  de  las  Azores  (entre  ellos  el  Presidente  del  Gobierno  español,  José  María 

Aznar) consistía en repetir una y otra vez que el casus belli era  la existencia de 

armas de destrucción masiva en Iraq, a nadie se le escapaba que las razones de 

fondo  se  hallaban  en  los  ingentes  recursos  petroleros  del  territorio  iraquí.  Es 

esta  la  razón  principal  por  la  que  identificamos  el  movimiento  del  ‘No  a  la 

Guerra’ como un desbordamiento de la CT. A pesar de que las autoridades y las 

instituciones del Estado español aseguraban lo que en teoría era ‘La verdad’ –es 

decir que el Gobierno iraquí estaba en posesión de armas de destrucción masiva, 

y  que  aquellas  suponían  un  peligro  para  nuestro  país‐,  la  mayor  parte  de  la 

población  veía  aquello  como  un  burdo  engaño,  o  al  menos  como  una  razón 

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insuficiente para mandar tropas a la guerra. La verticalidad en la transmisión de 

los mensajes y  los discursos públicos, propio de  la CT, no consiguió generar un 

consentimiento  amplio,  en  cambio  fueron  cortocircuitados  por  discursos  y 

mensajes que se movían de manera horizontal entre la población. Las cadenas de 

mensajes SMS y de emails que se distribuían con gran rapidez anunciaban ya una 

nueva forma de transmitir y difundir convocatorias,  ideas y discursos políticos, 

mucho más horizontal y mucho menos mediada. 

Es cierto que la dirección de los partidos de izquierda se acercaron al calor de las 

protestas  e  incluso,  en  un  momento  dado,  se  beneficiaron  de  ellas.  Esto  nos 

podría hacer pensar que el ‘No a la Guerra’ estaba más dentro de los marcos de la 

CT de lo que parece. Sin embargo, como dice Amador Savater “la izquierda oficial 

y  sus medios de  comunicación amplificaron el disgusto,  el  rechazo y el  cabreo, 

pero no lo crearon, indujeron, suscitaron o provocaron”. De la misma manera, “la 

izquierda alternativa ofreció citas, fechas y lugares para expresar y organizar el 

malestar,  pero  tampoco  lo  pautaron,  ni  le  dieron  forma  o  voz.  La  protesta 

atravesó  la  sociedad  entera”  (Fernández‐Savater,  2012).  La  multiplicidad  y 

diversidad  de  las  protestas  hizo  prácticamente  imposible  marginalizar  y 

criminalizar el ‘No a la Guerra’, a pesar de que no se originaban desde las lógicas 

y los actores políticos propios de la CT (partidos, sindicatos, etc…). 

La  ya  famosa  Gala  de  los  Goya  que  sirvió  para  que  el mundo  de  la  cultura  se 

posicionase  de  manera  colectiva3,  la  desobediencia  en  la  calle  a  la  hora  de 

respetar  los  recorridos  y  los  horarios  de  las  manifestaciones,  o  el  acoso 

constante a los “políticos de la guerra” allí donde aparecían4, son ejemplos claros 

de  desbordamientos  de  la  CT.  La  espontaneidad,  la  imprevisibilidad  y  el 

anonimato  de  los  protagonistas  de  las  protestas  caracterizan  una  politización 

atípica e  inesperada por una cultura política que acostumbra a pautar y dirigir 

                                                        

3 «Los Goya contra la guerra», La Voz de Galicia. (http://www.lavozdegalicia.es/hemeroteca/2003/02/02/1467072.shtml) 

4 «Me lincharon en un mitin del PP por gritar 'no a la guerra'», La Voz de Galicia. (http://www.lavozdegalicia.es/hemeroteca/2003/02/10/1484053.shtml) 

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las protestas, a des problematizar la política, y a despolitizar cualquier ámbito de 

la vida en colectivo (Fernández‐Savater, 2012). 

Los  siguientes  hechos  que  queremos  analizar  son,  en  realidad,  la  continuación 

del  ‘No  a  la  Guerra’.  Nos  referimos  a  los  acontecimientos  que  siguieron  al 

atentado del 11M en Madrid. La primera interpretación de lo ocurrido la tuvimos 

por  el  Gobierno,  el  cual  comunicó  que  la  autoría  del  atentado  correspondía  a  

ETA.  Los  medios  de  comunicación  nacionales  hicieron  suya  la  versión  del 

Gobierno,  y  la  mantuvieron  incluso  cuando  los  medios  internacionales  ya 

acusaban a grupos islámicos. Al día siguiente una multitudinaria manifestación, a 

la que asistieron los representantes políticos, recorrió Madrid tras una pancarta 

que decía “con las víctimas, con la constitución, por la derrota del terrorismo”. El 

sentido  de  fondo  de  aquel  lema  era,  en  realidad,  “todos  detrás  de  sus 

representantes”.  Sin  embargo,  la  calle  no  se  dejó  representar,  y  los  días 

sucesivos, cuando la versión más factible de la autoría islámica iba saliendo a la 

luz, caceroladas espontáneas y auto convocadas tomaron las calles para exigir la 

verdad a un gobierno que no solo se había equivocado, sino que había mentido 

descaradamente  a  su  población.  El  13M  un  SMS  en  cadena  que  llamaba  a 

concentrarse  frente  a  las  sedes  del  Partido  Popular  circuló  velozmente  y 

consiguió convocar a cientos de miles de personas en decenas de ciudades para 

protestar  por  lo  que,  minuto  a  minuto,  parecía  cada  vez  más  como  un  burdo 

engaño electoral, que pretendía obviar la relación entre la impopular Guerra de 

Iraq  y  los  atentados  en Madrid5.  Las  formas mediantes  las  cuales  surgen  y  se 

convocan las protestas del 13M son sin lugar a dudas atípicas, no convencionales. 

El  13M  no  supone  solo  un  desbordamiento  momentáneo  de  la  CT,  sino  que 

creemos que es el inicio de su crisis. 

 

V DE VIVIENDA 

En 2006 un mail en cadena empezó a circular de manera masiva convocando a 

concentrarse  en  plazas  céntricas  de  cientos  de  ciudades  en  todo  el  Estado.  Su 

                                                        

5 http://3diasdemarzo.blogspot.com.es/2004/10/qu‐ocurri‐el‐13‐m.html 

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intención  era  protestar  por  una  problemática  común  a  millones  de  personas 

como  era  la  situación  de  la  vivienda  en  España.  Otra  vez  la  politización  de  las 

concentraciones  era  atípica.  No  era  ninguna  convocatoria  centralizada,  ni 

convocada por medios ni  actores  tradicionales. No  se  convocaba  en  contra  o  a 

favor  de  ningún  partido  político  en  concreto,  no  surgía  de  sindicatos, 

asociaciones de vecinos o movimientos  sociales.  Las  formas de  la  convocatoria 

eran  ya  atípicas  para  la  CT;  no  hubo  rueda  de  prensa,  comunicado  escrito  o 

convocatoria a través de los medios de comunicación tradicionales. 

Tomaron de manera  irónica  el  nombre de V de  vivienda,  y  desde  las primeras 

convocatorias en  las que se concentraron miles de personas, el consenso social 

en  torno  a  las  demandas  fue  en  aumento.  El  lema principal  y  el  diseño  de  sus 

campañas  comunicativas  era  sencillo  y  directo:  unas  pegatinas  con  fondo 

amarillo y negro bajo  la  frase  “no vas a  tener  casa en  la puta vida”. Como dice 

Amador  Savater,  “se  trataba  de  una  eslogan  que  rompe  el  sentido  común  que 

acompaña otros eslóganes utilizados comúnmente por los movimientos sociales: 

no  ofrecía  ninguna  esperanza  (Yes  we  can),  no  ofrecía  ningún  futuro  (Por  un 

futuro  sin  pobreza),  no  ofrecía  alternativas  (Otro mundo  es  posible),  pero,  sin 

embargo, acertó a exponer un malestar colectivo, hasta ese momento vivido –y 

sufrido‐ de manera individual y en silencio” (Fernández‐Savater, 2012). 

Las formas de la protesta fueron también atípicas. No consistían en una marcha 

legalizada  de  un  punto  a  otro  de  la  ciudad  convocada  por  sindicatos  o 

asociaciones de vecinos, eran sentadas auto convocadas por internet, en las que 

se ocupaba el espacio público y se rompía la normalidad de unas calles dedicadas 

al  tránsito de peatones. Se realizaban cortes de  tráfico, se cantaban  lemas, y se 

interpelaba  a  los  viandantes,  y  a  pesar  de  las  terribles  cargas  policiales  y 

detenciones  que  hubo  durante  la  segunda  sentada  del  movimiento,  las 

convocatorias  se  mantuvieron  pacíficas  y  no  hubo  manera,  por  parte  de  las 

autoridades, de criminalizar o marginalizar las protestas y sus demandas. 

 

LA LEY SINDE Y LA LIBERTAD EN INTERNET 

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En el 2009 el Gobierno del Partido Socialista muestra sus intenciones de aprobar 

una  ley  que  permitiría  a  una  comisión  dependiente  del  Ministerio  de  Cultura 

cerrar  páginas web  que  compartan  contenidos  protegidos  por  los  derechos  de 

autor.  Esta  ley  pronto  es  apodada  por  los  internautas  como  la  Ley  Sinde,  en 

homenaje a la ministra de cultura que pone en marcha la iniciativa. Las protestas 

contra esta medida no se materializa en multitudinarias manifestaciones, sino en 

un  enorme  rechazo  colectivo  a  lo  largo  y  ancho  de  internet.  Según  Amador: 

“desde  el  grupo  activista  Anonymous  hasta  la  blogosfera  de  derechas,  la 

oposición  a  la  ley  Sinde  es  tan  masiva  y  heterogénea  que  resulta  imposible 

identificarla, aislarla y criminalizarla” (Fernández‐Savater, 2012). 

La dificultad de representar a la red es el punto donde reside la potencialidad de 

una  inteligencia  colectiva  capaz de poner  en marcha herramientas políticas no 

convencionales, para protestar contra uno de los intentos de controlar y limitar 

la libertad en Internet. No hay portavoces, no hay representantes, solo “gente con 

influencia  (blogueros,  abogados,  etc…)  que  funcionan  como  referentes”,  cuya 

legitimidad,  sin  embargo,  reside  en  saber  “escuchar  lo  que  pasa  en  la  red”,  en 

hacer  “público  lo  que  se  mueve  por  abajo  capilarmente”  (Fernández‐Savater, 

2012). Esta forma de representar lo irrepresentable confiere a las protestas por 

la neutralidad de  la  red el  carácter no convencional que burla  los marcos y  los 

límites de la CT. 

A continuación trataremos de abordar el 15M como una nueva ruptura de la CT, 

y  como  el  surgimiento de una  cultura política  alternativa,  y  todavía  incipiente, 

que rompe con las lógicas y los marcos de la CT, y que desdibuja las lealtades y 

las posiciones que la CT confiere a los actores políticos tradicionales. 

 

SIN CASA, SIN CURRO, SIN PENSIÓN, SIN MIEDO 

El  7  de  abril  de  2011,  apenas  un  mes  antes  del  15M,  una  manifestación 

convocada a través de las redes sociales por una plataforma de jóvenes llamada 

Juventud Sin Futuro tomaba las calles de Madrid bajo el lema “sin casa, sin curro, 

sin pensión, sin miedo”. La manifestación no fue multitudinaria, pero supuso el 

inicio  de  un  ciclo  de  movilizaciones  que  trascendería  la  politización  de  las 

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condiciones  de  vida  y  trabajo  de  los  jóvenes,  para  empezar  a  construir  un 

discurso rupturista con el sistema político existente, que tendría como elementos 

centrales  la  democracia  y  los  derechos  fundamentales  como  la  vivienda,  la 

sanidad  o  el  empleo.  Igual  que  podemos  decir  que  en  las  caceroladas  del  13M 

resuena  la  intensidad  de  las  manifestaciones  en  contra  de  la  Guerra  de  Iraq, 

podemos decir también que en la manifestación del 7 de Abril de 2011 en Madrid 

resuenan  los  ecos  de  las  movilizaciones  por  una  vivienda  digna  o  contra  el 

proceso  de  mercantilización  de  la  enseñanza  superior.  De  hecho,  la  campaña 

comunicativa de la plataforma Juventud Sin Futuro resucitaba los diseños de las 

asambleas  de  V  de  vivienda,  tejiendo  un  lazo  generacional  entre  demandas 

compartidas. 

La razón por la que insertamos este acontecimiento concreto en este epígrafe, no 

es  tanto  porque  suponga  un  desbordamiento  de  la  CT,  sino  porque  supone  el 

inicio de un ciclo en el que una nueva cultura política alternativa surge y pugna 

por la centralidad en el espacio público, profundizando la crisis de la CT. 

 

LA IRRUPCIÓN DEL 15M COMO UNA CULTURA POLÍTICA 

REPUBLICANA 

 El concepto de cultura política republicana fue acuñado por Pedro Ibarra como 

un concepto de cultura política alternativa que “recoge el posicionamiento activo 

de los agentes implicados en las relaciones de poder que constituyen el espacio 

público”(Ibarra, 2011: 28). 

En primer lugar, es necesario aclarar que el concepto de cultura política ha sido 

discutido ampliamente en  los últimos cuarenta años desde múltiples puntos de 

vista. Especialmente el debate se centra en dos maneras de abordarlo, desde una 

perspectiva puramente politológica o desde una perspectiva multidisciplinar que 

incluye aportaciones de la antropología social o incluso la lingüística.  

Partiendo  desde  un  punto  de  vista  interdisciplinar,  Pedro  Ibarra  sostiene  que 

para  definir  la  cultura  política  hay  que  enfatizar  las  dinámicas  instituyentes 

dentro  del  espacio  público,  y  no  quedarnos  meramente  en  el  espacio 

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institucional estatal, siendo así un conjunto de interacciones, voluntarios o no, en 

las que se  incluyen  tanto el espacio  teórico como el práctico, explicitados o no, 

sistematizados  o  no,  que  determinan  las  relaciones  de  poder  por  definir  y 

realizar el interés colectivo.  

El planteamiento de cultura política republicana surge desde un punto de vista 

normativo  en  donde  el  autor  realiza  lo  que  debería  ser  una  cultura  política 

virtuosa.  Este  concepto  nos  es  válido,  como  plantearemos  más  adelante,  para 

definir  el  cambio  que  supone  dentro  del  propio  sistema  político  español  la 

irrupción del 15M y su modelo de cultura política heredada en la transición. La 

nueva cultura que puede nacer del movimiento  ciudadano más grande  surgido 

en  la  segunda mitad  de  siglo  en  España  supone  un modelo  de  ruptura  con  la 

cultura de la transición que hemos esbozado previamente. Para poder entender a 

aquello  a  lo  que  nos  referimos,  es  necesario  explicar  aquello  a  lo  que  Pedro 

Ibarra  se  refiere  al  hablar  de  una  cultura  política  republicana.  Plantea  ocho 

características de la ciudadanía en este modelo de cultura política (Ibarra, 2011):  

 

1) Conciencia y  confianza en un grupo con capacidad para crear proposiciones 

políticas  y  construir  relaciones  autónomas  de  la  institución  basadas  en  la 

pertenencia  a  ese  misma  colectividad.  Se  hacen  presentes  en  relaciones 

desigualmente estructuradas y conflictivas con otros actores.  

2)  Capacidad  de  generar  propuestas  para  el  interés  general  basadas  en  el 

conocimiento  común  de  la  cuestión,  sin  caer  en  particularismos  mediante  la 

herramienta del debate. 

3)  Desnaturalización  del  monopolio  institucional  de  la  política.  No  todas  las 

políticas deben partir o pasar por la institución..  

4)  Naturalización  de  la  práctica  sociopolítica:  solidaridad,  apoyo  mutuo, 

organización, construcción de redes...incidiendo en los nexos de lo comunidad a 

largo plazo. 

5)  Prácticas  democráticas  internas:  formas  de  trabajo  interno  transparente, 

facilitando  y  compartiendo  información,  debatiendo  y  deliberando  de  una 

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manera  abierta  y  pluralista,  unido  a  una  toma  de  decisiones  inclusiva  y 

democrática,  caracterizada  por  lo  no  excluyente  y  la  rendición  de  cuentas 

posterior.  Todo  ello  con  liderazgos  catalizadores,  sin  personalismos,  evitando 

estructuras informales de concentración de poder.  

6) Gestión de la diversidad y del disenso, fundamentado en la escucha más que 

en  el  habla,  fomentando  sinergias  de  acercamiento  sin  bloqueos,  trabajando 

incluso la cuestión interpersonal. 

7) Cautela crítica inicial frente a la institución, crítica frente a sus ofrecimientos 

de espacios para el debate. 

8) Posición favorable pero crítica o alternativa frente a procesos de participación 

política, aun con el    reconocimiento de algunos espacios de participación como 

positivos, pero sin caer en la autocomplacencia. 

El 15M supone un ejemplo de cultura republicana al cumplir, en mayor o menor 

medida,  los  supuestos  planteados  por  Ibarra.  La  irrupción  del  fenómeno  no 

supone en sí una nueva cultura política, por  lo que  la  formación de este nuevo 

modelo de comprensión del espacio político y su relación con él es un fenómeno 

que  tan sólo con  los años se podrá  investigar plenamente. Por ahora, podemos 

apuntar momentos de  ruptura  con  todo  lo  anterior  realizados por el 15M, que 

aun  sin  ser  un  fenómeno  surgido  de  la  nada,  es  algo  novedoso  y  en  muchos 

momentos  espontáneo,  por  lo  que  aun  necesita  tiempo  para  sedimentar  en  el 

sentido  común  de  la  ciudadanía.  Aun  así,  el  modelo  de  cultura  republicana 

encajaría dentro del 15M como vemos a continuación.  

1) En cuanto a la creación de un grupo con capacidad para realizar propuestas de 

manera  autónoma  a  la  institución,  el  15M  se  ha  consolidado  como  una  nueva 

estructura  con  capacidad  de  generar  alternativas  a  las  instituciones.  El  propio 

movimiento  ha  jugado  en  momentos  a  no  definir  de  manera  clara  la  propia 

comunidad que surge dentro de sí mismos,  sea denominados estos  indignados, 

15m,  99%  o  cualquiera  de  los  múltiples  nombres  que  le  han  y  se  ha  dado  el 

movimiento.  Pero  hoy  en  día  nadie  puede  negar  que,  por  muy  amplio  e 

incluyente que este sea, existe de manera clara una comunidad delimitada que se 

siente parte del movimiento, que se relaciona dentro de sí de una manera y hacia 

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el exterior de otra, y que plantea una batalla por  la gestión política del devenir 

colectivo de todo el espacio político. 

 

2) El debate como herramienta generadora de nuevos conocimientos, de puestas 

en común, instrumento para alcanzar consensos sobre el interés general, es una 

de  las dinámicas más potentes del movimiento 15M. En el primer momento de 

acampada, en plena efervescencia del movimiento, la creación de la comisión de 

feminismos generó un gran debate en la plaza. La cuestión llegó al punto de que 

participantes de la propia acampada arrancaban una pancarta desplegada por la 

misma comisión. La respuesta de esta, haciendo uso de esa nueva de participar 

del espacio político que analizamos, fue abrir un proceso amplio de debate en las 

asambleas  generales  sobre  su  propia  existencia  y  sobre  si  era  necesaria  y 

aprovechable su capacidad para generar alternativas y demandas en busca de un 

bien común. 

3)  Muchos  de  los  debates  dentro  del  seno  del  movimiento  son  hacia  donde 

enfocar las demandas. Existe un grupo nutrido de gente que plantea que el lugar 

donde volcar las reivindicaciones debe ser un cauce institucional, pero a lo largo 

del tiempo se ha apreciado que el grueso del 15M se inclina, sin despreciar la vía 

institucional,  hacia  una  lógica  de  acción  propia  más  allá  del  Estado,  siendo 

ejemplo  las  numerosas  “okupaciones”  surgidas  y  apoyadas  desde  distintas 

asambleas. Existe  realmente una brecha entre  las  instituciones y  las demandas 

del movimiento, que se han acostumbrado a realizar acciones por su cuenta sin 

pensar en una posible negociación con la institución. Es así como se produce esa 

“desnaturalización del monopolio institucional de la política”. 

4) Es claro el paso que supone el estallido del movimiento respecto a la creación 

de una cultura sostenida en  la movilización por  la creación de alternativas y  la 

generación  de  redes  de  apoyo mutuo  y  solidaridad. Una  de  las  plataformas  de 

más  éxito  en  el  15M,  situada  en  su  periferia  más  que  en  el  su  seno,  es  la 

Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH). Esta plataforma se ha convertido 

en una red gigante de ciudadanos con problemas para hacer frente al pago de sus 

hipotecas y que se ven desahuciados de sus casa por el  reclamo de  los bancos. 

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Existe  toda  una  red  de  personas  que  se  ayudan  en  la  búsqueda  de  nuevos 

espacios  para  vivir  e  incluso  de  maneras  de  subsistir.  La  plataforma  ha 

conseguido  la paralización de múltiples desahucios mediante  la  acción pacífica 

de  ciudadanos.  Pero  la  clave  de  su  éxito  de  convocatoria  no  sólo  reside  en  su 

propia red, sino en la capacidad que ha demostrado para generar solidaridades 

más  allá  de  sí  misma,  siendo  acompañada  en  cada  acción  por  cientos  de 

personas.  Si  este  modelo  de  redes  es  capaz  de  perdurar  en  el  tiempo  es  aun 

demasiado pronto para apuntarlo, pero a día de hoy las redes son cada vez más 

extensas y amplias, siendo un ejemplo consolidado del nuevo modelo de cultura 

política. 

5) La cuestión de los liderazgos ha sido ampliamente debatida no sólo dentro del 

movimiento, si no desde distintos grupos de presión externos, especialmente los 

medios  de  comunicación.  Tras  su  irrupción  en  el  espacio  público  una  de  las 

primeras características de sus espontaneidad fue la incapacidad por parte de la 

prensa  de  buscar  algún  líder  con  el  que  comunicarse,  alguna  cara  visible  que 

pudiese hacer de enlace entre la noticia real y su publicación en los medios, como 

previamente acostumbraban. La capacidad del propio movimiento para el relevo 

en las funciones públicas ha hecho del 15M el movimiento anónimo más masivo 

de  la  historia.  Esta  forma de  entender  el  liderazgo  se  ha mostrado  claramente 

democratizadora  frente  a  otros  modelos,  pues  el  énfasis  en  la  fluidez  de  la 

información  para  que  cualquier  persona  pueda  ejercer  esa  función  ha  sido  un 

elemento que enriquecía las capacidades para el debate de cualquiera. Además, 

un método eficaz de rendición de cuentas de los actos propios frente al colectivo 

ha permitido generar dinámicas de normalización de  la posibilidad de cometer 

algunos  errores  y  crear  mecanismo  claros  para  el  relevo  de  la  persona    y  la 

mejora del método. 

6)  Una  de  las  señas  de  identidad  del  15M  ha  sido  siempre  la  cuestión  de  la 

inclusividad. Durante el tiempo en el que la acampada permaneció en la plaza de 

Sol  en Madrid, se llegó incluso a crear una comisión de “respeto” para gestionar 

los posibles conflictos surgidos durante acciones o manifestaciones mediante el 

dialogo. Pero no sólo en sus actos, si no especialmente en sus deliberaciones, el 

15M  se  ha mostrado  rupturista  respecto  a  la manera  de  abordar  la  diferencia. 

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Durante las Jornada Mundial de la Juventud organizada por la Iglesia Católica en 

el  verano  de  2011  en  Madrid,  se  sucedieron  las  protestas  por  la  financiación 

pública  del  evento.  Durante  el  transcurso,  distintos  enfrentamientos  entre  los 

participantes  en  las  jornadas y  en  las protestas.  La  respuesta del 15M  fue,  por 

sorpresa  incluso  para  parte  de  sus  participantes,  la  creación  de  una  asamblea 

conjunta para tratar los problemas comunes, poder escuchar y aprender desde la 

diversidad del “otro”. De esta manera, lo que en un principio pareció una batalla 

entre “católicos y ateos” quedó claramente apartado y suplantado por un debate 

sobre  la  financiación  de  las  confesiones  religiosas  por  parte  del  Estado,  de 

manera que incluso los creyentes pudieron sentirse parte del movimiento. 

7) El 15M ha sido desde su surgimiento un espacio en disputa para  las propias 

instituciones y sus agentes, un “caramelo” que llevarse si se conseguía atraer al 

cauce  deseado  y  un  enemigo  a  enfrentar  si  no  seguía  el  camino  deseado.  Los 

partidos  políticos,  verdaderos  agentes  institucionales  en  el  marco  político 

español,  han  pretendido  constantemente,  especialmente  los  del  espectro  de  la 

izquierda, atraer al movimiento. Una y otra vez se sucedían los debates en seno 

del  movimiento  ante  la  propuesta  de  diferentes  agentes  institucionales.  La 

respuesta siempre ha sido similar, desde la distancia y el escepticismo, llevando 

incluso  a  Democracia  Real  YA  (DRY)  a  dividirse  en  dos  en  base  a  sus 

planteamientos  respecto  a  las  instituciones  y  sus  canales  de  participación, 

incluidos  los  partidos  políticos,  siendo  de  facto  la  facción  más  cercana  al 

institucionalismo expulsada del movimiento. El 15M aun se muestra muy reacio 

a  cualquier  tipo  de  colaboración  con  las  instituciones,  incluso  para  un  simple 

trámite  como  la  legalización  de  una manifestación,  el  sentir  mayoritario  es  el 

rechazo de entrada a cualquier participación dentro del marco institucional. 

8) Dentro del sistema político español, especialmente si lo analizamos insertado 

en la Cultura de la Transición, no existen grandes cauces de participación. Uno de 

los  pocos  sistemas  de  participación  legislativa  de  la  ciudadanía  es  la  Iniciativa 

Legislativa Popular  (ILP). Este sistema ha sido en múltiples ocasiones criticado 

como insuficiente por el 15M, tanto por el elevado número de firmas necesario 

para  comenzar  el  trámite,  como  por  la  dificultad  de  pasar  por  los  siguientes 

trámites necesarios al no ser posible siquiera su debate en el parlamento si no es 

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con  el  apoyo  de  la  mesa  del  propio  congreso.  Una  de  las  primeras 

reivindicaciones del movimiento fue la reforma de este modelo de ILP, agilizando 

y  rebajando  sus  requisitos. Aun así,  ha  sido múltiples  veces  aceptado  como un 

método válido de  inserción de demandas en  la  institución,  e  incluso  la PAH ha 

planteado una ILP para la dación en pago, la condonación de la deuda hipotecaria 

al entregar la casa al banco, teniendo una gran aceptación. 

Hemos  seleccionado  diversos  ejemplos  claros  de  las  características  señaladas 

como figuras ejemplares del nuevo modelo de cultura política, aun sabiendo que 

el análisis debe realizarse en mayor profundidad y en un plazo mayor para poder 

llegar a determinar el  impacto real. Un modelo de cultura política no puede ser 

cambiado en un plazo tan breve de tiempo, pero el surgimiento del 15M crea una 

gran fractura en la cultura de la transición dominante hasta la fecha en el sistema 

político español.  

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS  

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Ibarra,  P.,  Martí,  S.,  Gomá,  R.  (2002).  Creadores  de  democracia  radical. 

Movimientos sociales y redes de políticas públicas. Barcelona, Editorial Icaria. 

Ibarra,  P.  (2005).  Manual  de  sociedad  civil  y  movimientos  sociales.  Madrid, Editorial Síntesis. 

Ibarra,  P.,  Bergantiños,  N.,  Martinez,  J.  (2011).  Participación,  cultura  política  y sostenibilidad. Barcelona, Editorial Hacer. 

Morán, G. (1992). El precio de la transición. Barcelona, Planeta. 

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VV. AA. (2012). CT o la Cultura de la Transición. Barcelona, Mondadori DeBolsillo.