transición, cultura política y 15-m
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TRANSICIÓN, CULTURA POLÍTICA Y 15M Héctor Meleiro Suárez, Miguel Bermejo Hermida y Valentín Clavé‐Mercier
INTRODUCCIÓN
El siguiente trabajo trata de abordar la cultura política que ha dominado el
espacio público desde el proceso político conocido como La Transición. Lo
hacemos a través del concepto acuñado por Guillem Martínez, y desarrollado por
numerosos autores, de Cultura de la Transición (en adelante CT). En la primera
parte analizaremos el concepto de CT, sus principales características y
consecuencias en la vida política española, y trataremos de justificar su
existencia a través de encuestas y textos de diferentes autores. En la segunda
parte introduciremos la hipótesis de que la CT se encuentra en un momento de
crisis, y trataremos de identificar los momentos en la historia reciente en los que
la CT se ha visto amenazada por nuevas formas culturales y de participación
política. Por último, la tercera parte del presente ensayo la dedicaremos a
analizar sucintamente el 15M.
La irrupción del 15M en el tablero político ha supuesto un cambio en los marcos
en los que se habla y se entiende la política en nuestro país. Muchos han visto en
él un movimiento político del que se espera lo mismo que de cualquier actor
político tradicional. Otros han sabido entenderlo más en profundidad y han
abordado el 15M como un “clima” social y político. A nuestro parecer hay algo de
cierto en todos los ángulos a través de los cuales se aborda el 15M. Sin embargo,
nosotros hemos decidido hacer un acercamiento diferente. La tesis principal que
expondremos en la tercera parte de este trabajo será la de que el 15M supone el
surgimiento de una nueva cultura política, muy diferente en muchos aspectos a
la CT, y que convive y le pugna a ésta última los significados y las narrativas de la
política en nuestro país.
TRANSICIÓN Y CULTURA POLÍTICA
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Para entender mejor lo que viene siendo la cultura política de los españoles
desde la vuelta a la democracia, es sin duda importante tomar en cuenta que está
se desarrolla tras una dictadura con la cual no hubo ruptura clara y contundente.
Los cambios fueron progresivos, paulatinos, al menos en los ámbitos donde hubo
cambios. Por lo tanto parece indudable que el paso del régimen franquista a la
nueva democracia tuvo su importancia en la formación de la cultura política
española. Por ello nos parece importante subrayar los principales rasgos de esa
adaptación a la democracia.
LA CULTURA POLÍTICA DE LOS ESPAÑOLES TRAS LA DICTADURA
El pilar central de esta transición fue el olvido del pasado. Esto se vio como una
solución a la inexperiencia democrática de las fuerzas políticas y una garantía de
la supuestamente deseada unión de la clase política. Pero claramente esta
elección tuvo consecuencias negativas entre las cuales encontramos, en palabras
de Gregorio Morán, la “desmemorización colectiva”. También podemos destacar
las consecuencias que esta opción de olvido supone para la rendición de
responsabilidades políticas o para la construcción de un imaginario colectivo
democrático. Atendiendo más en particular a los partidos políticos, podemos ver
como ellos también operaron cambios importantes. Uno de ellos fue su
conversión al realismo político. Los partidos que no salieron directamente del
antiguo régimen estaban dispuestos a todo para ser parte de la política oficial
por lo que rápidamente confundieron política con elecciones. Sumando a esto su
carácter principiante y el poco tiempo que tuvieron de consolidación, el
resultado fue un gran desfase entre los partidos y sus militantes así como con la
sociedad. De manera indudablemente ligada a este factor, podemos destacar otro
importante cambio: el fomento del profesionalismo. La clase política tras la
dictadura recicló y aceptó una vieja fórmula política franquista que se resumía
en un distanciamiento de la sociedad y una endogamia política. La política se
dejó en manos de políticos profesionales sin buscar implantar el modelo
democrático en las costumbres españolas y conseguir una participación activa y
elevada. Esto llevó a los partidos a buscar más el voto que la militancia activa.
En este trabajo suponemos que todos estos cambios incidieron en el
comportamiento político y la valoración política que han tenido los españoles
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desde el fin de la dictadura. Para confirmar esta hipótesis tenemos que
adentrarnos de lleno en el estudio de la cultura política de los españoles. La
cultura política viene a ser una base común sobre el significado de lo público, la
manera de relacionarse con ello y la valoración de esa relación. Podríamos verla
como unos mínimos comunes entre los miembros de una sociedad en cuanto a
funcionamiento político. La cultura política es una noción multidimensional que
se organiza alrededor del eje ciudadano/sistema político. Consta de tres
dimensiones fundamentales: la concepción del individuo‐ciudadano (valores
sociales, creencias básicas…), las relaciones del ciudadano con la esfera política y
las valoraciones de los ciudadanos sobre el sistema político y su actividad. Para
realizar nuestro estudio de la cultura política española atenderemos a estas tres
dimensiones basándonos en encuestas realizadas por el CIS desde 1978 hasta
principios de los años 90.
CONCEPCIÓN PREDOMINANTE DE LA POLÍTICA POR LOS ESPAÑOLES Y SUS CONSECUENCIAS
Para entender las relaciones que los individuos puedan tener con los objetos
políticos es necesario saber los valores y las creencias en las que se sostienen. A
lo largo de la época estudiada destacamos principalmente demandas
generalizadas de mayor igualdad y justicia social. Sin embargo, también es
importante destacar que en 1985 seguía siendo prioridad ciudadana el orden
público con casi 70% de los encuestados frente a un 18% para la participación
política y un 6% para la libertad de expresión. En una encuesta de 1989, un 80%
de la población veía necesarios cambios pequeños o reformas profundas por lo
que los conservadores y los revolucionarios eran más marginales. Por lo tanto,
podemos ver como la ciudadanía española se ha decantado por un reformismo y
una moderación marcados. Se nota un deseo de cambio hacia un mayor bienestar
social pero controlado, lo que llevó a la situación que se conoce como
“homogeneidad moderada”. Otro fenómeno importante se deja entrever a lo
largo de la misma época. A finales de los 70 se vivió un ambiente de crítica socio‐
económica que sin embargo fue rápidamente perdiendo intensidad. El sentir
político general se dirigió poco a poco hacia la aceptación mayoritaria del
neoliberalismo y de sus consecuencias políticas. El enfrentamiento de clases
también fue perdiendo cada vez más importancia para acabar siendo negado.
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Vemos aquí como se fue legitimando el nuevo tipo de sociedad a través de un
conformismo realista político.
Según las estadísticas recogidas y los estudios realizados, los españoles se
plantean su relación a la política desde la lejanía, el desconcierto y la impotencia.
El espacio político se ve como inaccesible y desconcertante. Gran parte de la
población ve en el voto el principal, y muchas veces único, modo de influir en ese
lejano espacio de decisiones públicas. Esto hace que dos tercios de la población
crean que los políticos no se preocupen por ellos, situación que aumenta las
sensaciones de indiferencia y desinterés. Es altamente esclarecedor que a lo
largo de la época estudiada un 60% de la población española se considere
ineficaz políticamente hablando. Vemos como el entendimiento de la política y
del sistema democrático va en aumento con el paso de los años pero también
viene acompañado por un aumento del sentimiento de impotencia en todos los
grupos sociales encuestados. Esta consecuencia del profesionalismo reinante
conlleva poca receptividad ciudadana y desafección por la política institucional.
La política se ve por lo tanto como un ámbito lejano. Aun así la población no se
puede calificar de anti‐política sino más bien de escéptica. Solamente un cuarto
de la población dice tener sentimientos positivos respecto a la política. La falta
de implicación afectiva resulta en valoraciones y actitudes negativas. Esas
valoraciones del ámbito político llevan a una postura crítica respecto a la labor
de los políticos profesionales, a las élites gobernantes, a su preocupación por el
pueblo y a la representación. La ausencia generalizada de competencia cívica se
traduce por una reducida predisposición a la movilización política. Ya que ven
poca eficacia en sus acciones, los ciudadanos españoles suelen desconsiderar o
abandonar la movilización política.
RELACIONES INDIVIDUO‐POLÍTICA: PARTICIPACIÓN Y SOCIABILIZACIÓN
Para pasar de disposiciones actitudinales a acciones específicas es fundamental
analizar la implicación personal en cuestiones políticas. Según el CIS el interés
por la política es bastante bajo, con muchos encuestados declarando tener nada
de interés por ella. Se vio en incremento en los primeros años del fin de la
dictadura pero a partir de 1979 fue descendiendo y la caída fue confirmándose.
Existen matices en función de las variables educación, edad y sexo pero el
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desinterés suele ser general. El interés político es el principal indicador para
medir la implicación psicológica de una población en el ámbito político. Aquí
destacamos un claro déficit de implicación política personal. Este se ve
confirmado por la frecuencia con la que los ciudadanos hablan de temas
políticos: en 1989 más del 50% de los encuestados no hablan nunca o casi nunca
de política. Sin embargo, la cultura política se ve influenciada por la información
y el conocimiento político que tenga la población. Los propios españoles dicen
tener un grado bastante escaso de conocimiento político. Así que la débil
implicación política no viene solo por la percepción de la política como un
terreno lejano e inaccesible o poco influenciable, sino también por una tremenda
falta de información. En 1989 cerca del 60% de la población se consideraba poco
o nada al corriente de lo que pasa en la política. Llegamos a la conclusión de que
interés por la política y búsqueda de información son dos variables que se
influencian de manera recíproca. Las encuestas revelan que el consumo de
información política se hace principalmente por la televisión y muy poco por la
prensa escrita. Esto hace que la información que llega a los ciudadanos sea
simplificada, espectacularizada y con una omnipresencia de los líderes.
Además, los procesos de sociabilización política son muy pobres en general y
más aún los primarios, que dan cuenta de una despolitización, de un desprecio
por lo político. El asociacionismo es otro factor relevante de la implicación
política de los ciudadanos en una sociedad dada. El caso español es indiscutible:
el tejido asociativo es muy poco importante en la sociedad. No solo se refleja por
la baja participación sino también por una valoración negativa o indiferente de
los ciudadanos respecto a este. La débil afiliación a partidos y sindicatos que
caracteriza la sociedad española post‐franquista revela una clara distancia
psicológica entre estructuras políticas e individuos. Esto también se debe a la
debilidad de los vínculos de identificación que son conocidos por suponer
implicación. Por lo tanto volvemos a encontrarnos con una situación que citamos
anteriormente: la acción política está muy limitada al voto. Las actividades que
se salgan de esta tienen un seguimiento más marginal. Podemos destacar una
relación proporcional descendente entre el esfuerzo que requiere una actividad
política y la participación en ella de la ciudadanía española. En cuanto a prácticas
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no convencionales, se aceptan nuevas modalidades en la sociedad española
siempre cuando sean legales y no violenten el orden social que, como vimos,
sigue teniendo una importancia trascendental para los ciudadanos.
IMAGEN DEL SISTEMA POLÍTICO Y DE LOS ACTORES INSTITUCIONALES
En esa dimensión de la cultura política se analiza la legitimidad del sistema
político y su efectividad según los propios ciudadanos. Para los españoles, la
democracia es un sistema ante todo centrado en la libertad. Los ciudadanos
favorables a la democracia van en constante aumento, hasta llegar a la cifra de
80% en 1990. Este resultado de las encuestas concuerda con la voluntad de
cambio moderado que observábamos. A lo largo del periodo estudiado podemos
destacar una alta legitimidad democrática. La aparente contradicción entre la
indiferencia política y esta alta legitimidad se explica por la realidad política
institucional que minimiza el papel de la actividad ciudadana respecto a
concepciones teóricas democráticas. Los propios españoles piensan que España
es bastante a muy democrática. Por lo tanto podemos ver como la legitimidad es
alta mientras que la eficacia se valora negativamente. Sin embargo, la lectura del
funcionamiento democrático es bastante crítica. Más del 50% de los encuestados
reconoce que la democracia española tiene muchos problemas. La razón
principal que dan es el no respeto de muchos derechos y libertades. Vemos
entonces que el sentir mayoritario de los españoles es más una denuncia de la
gestión gubernamental que un ataque a la democracia en sí. Ningún agente social
o institución despierta un amplio consenso de afección. Los de menor calificación
de confianza son los partidos y los sindicatos. Esta desconfianza se puede
explicar por el carácter recién creado del sistema de partidos. Los ciudadanos
sienten lejanía respecto a los partidos y una débil identificación partidista. No se
ponen en duda la existencia de los partidos pero sí su eficacia. Nos encontramos
por lo tanto ante una definición totalmente clásica de la democracia en la cultura
política española: los partidos se ven como necesarios a la democracia, como
única vía para participación popular, y esto a pesar del importe desencanto
respecto a los que existen. El Parlamento por ejemplo, central en la concepción
clásica de democracia, tiene una buena valoración. La principal debilidad del
sistema político español parece ser entonces la debilidad de la relación entre
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ciudadano y sistema político. El nivel moderado de percepción de influencia de
las políticas públicas en vida cotidiana hace que los ciudadanos vean sus vidas
como desarrolladas al margen de lo político.
Por lo tanto vemos como la cultura política española después de la dictadura fue
profundamente marcada por rasgos como el reformismo, la alta legitimidad del
sistema político coexistiendo con la valoración negativa de la gestión
gubernamental, una participación mínima, el desencanto ciudadano, el escaso
interés por la política… Este conjunto de factores son responsables del llamado
“cinismo político”. Es verdad que gran parte de estos problemas se pueden
encontrar en las demás democracias occidentales, pero se ven agudizados en
España. Además, vemos como a pesar de muchos cambios políticos en el
panorama español “las principales dimensiones de la cultura política han
permanecido sorprendentemente estables” (Morán y Benedicto, 1995). Por lo
tanto podemos preguntarnos si el modelo de transición no impuso cierta cultura
política en aras de despolitizar a la ciudadanía o por lo menos de mantenerla
bajo control.
LA CULTURA DE LA TRANSICIÓN
Para entender mejor esta hipótesis, nos parece primordial a la vez que revelador
la noción acuñada por Guillem Martínez de Cultura de la Transición (CT). Este
concepto busca representar la cultura política que se impuso tras el fin de la
dictadura, las maneras de pensar, ver y hacer que han sido las de los españoles
desde hace unos 40 años. La Cultura de la Transición se impuso realmente con el
fracaso de los movimientos sociales de finales de los 70. Unos de los momentos
más claves y significantes de su hegemonía han sido los Pactos de la Moncloa, a
través de los cuales las fuerzas de izquierda abandonaron sus lecturas
alternativas del posible sistema político. Los rasgos principales de tal cultura son
el verticalismo y la obsesión por la eliminación de las problemáticas.
UN MODELO CONSENSUAL
La CT es una cultura consensual, pero no en el sentido de una cultura decidida y
aprobada por todos sino más bien por ser un modelo cultural que impone los
límites de lo posible. De esta manera podemos ver como la democracia liberal
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representativa se presenta como el único modelo político posible y el capitalismo
como el único patrón económico. La CT se dedica por lo tanto a poner límites y
restricciones respecto a todo lo que se puede hablar, discutir o proponer. Se
presenta como la única solución a la cohesión social, buscándola antes que
cualquier otra cosa, y niega la viabilidad de las alternativas tachándolas de
generadoras de caos. La CT es principalmente una productora de marcos:
establece los límites de lo aceptable en numerosos ámbitos (político, económico,
cultural…) y condena a la marginalidad a todos los que se salgan de ellos. Por lo
tanto, la CT establece restricciones, anuncia y decide del mundo de lo posible y
moldea profundamente la sociedad. Afirma que su consenso y su cohesión son
necesarios frente a la posibilidad del estallido de una guerra de todos contra
todos. Se presenta como guardián de la sociedad y por ello atribuye roles que se
tienen que respetar: “la política es cosa de los políticos; la comunicación es la
materia de los media; la palabra autorizada es un privilegio de los intelectuales y
expertos; las alternativas marginales son asunto de los movimientos sociales”
(Martínez, 2012).
UNA CULTURA DESPROBLEMATIZADORA
Como lo hemos visto, la CT instaura marcos de los cuales no se puede salir. Por lo
tanto es esencialmente desproblematizadora, rechazando todo replanteamiento
de la organización de la vida común fuera de lo establecido y aceptado. No se
tiene en cuenta lo que se sale de los límites. Los problemas y los conflictos se ven
como potenciales fisuras en la estabilidad arduamente conseguida y en el
reparto de papeles anteriormente citado. Además de esto, la CT encubre esta
realidad bajo la denominación y la defensa de lo que autodenomina “sentido
común”, que viene a ser en realidad una mirada desproblematizadora. Este tipo
de cultura política afronta las problemáticas anulándolas, o decidiendo ella
misma lo que se considera problemática y lo que no. “La CT es la única cultura
europea que tiene como principal función denunciar e impedir lo problemático y
crear cohesión full‐time”1. La principal consecuencia de esto es que no solo sea
una cultura desproblematizadora sino despolitizadora en cuanto que presentar
1«La Cultura de la Transición es una cultura tutelada y que tutela», Público (http://blogs.publico.es/fueradelugar/85/la‐cultura‐de‐la‐transicion‐es‐una‐cultura‐tutelada‐y‐que‐tutela
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problemas, buscar alternativas y cuestionar los modelos de organización para
mejorarlos es la esencia misma de la política.
UN MODELO TRIPLEMENTE MONOPOLÍSTICO
La Cultura de la Transición se impuso y se perpetúa gracias a tres
acaparamientos básicos que le permiten controlar y modelar la verdad. Estos son
tres robos cuya víctima es la sociedad en general y su capacidad política creativa.
El primer monopolio es el de las palabras. La CT elige y presenta las palabras que
se pueden usar – que se deben de usar – y rechaza todas las que podrían
perturbar su tarea desproblematizadora. Aquí vemos otra vez más como la CT es
una cultura de marcos: “puedes usar esta palabra pero como uses esta otra serás
un marginal, un elemento problemático”. Además de imponer sus palabras,
controla y decide de cómo tienen que circular y de cuáles son sus significados. El
segundo acaparamiento que realiza la CT es el de los temas, sobre los que
también impone su monopolio. De la mismas manera que las palabras, decide de
qué se tiene que hablar y pensar pero también, principalmente, de que no se
debe de hablar o sobre lo que no se puede pensar. Podemos ver entonces hasta
qué punto la CT controla el ámbito de la comunicación – central en la política
diaria de los ciudadanos – gracias a estos dos primeros monopolios, controlando
de qué se habla y cómo se tiene que hablar de ello. De la misma manera que con
las palabras, el monopolio de los temas permite una clasificación de las personas.
El que hable y opine – sea a favor o en contra – de algún tema ofrecido como
válido por la agenda mediática y política será considerado ciudadano, mientras
que él que quiera abrir debate sobre un tema rechazado por la CT será
automáticamente calificado de “antisistema” o “radical”. Como muchos rasgos de
la CT – por ser productora de marcos – el monopolio de los temas permite
marcar claramente quién es el enemigo. La diabolización o criminalización
mediática lo permite: “quien define los temas, controla la realidad”2. Finalmente,
y seguramente uno de los más claros e importantes, la CT se ha ido atribuyendo
el monopolio de la memoria. Básicamente, esta es un acaparamiento, a la vez que
modificación, del pasado. Se impone lo que se tiene que recordar del pasado, se
2«El arte de esfumarse; crisis de la cultura consensual en España», Público (http://blogs.publico.es/fueradelugar/327/crisis‐de‐la‐cultura‐consensual‐en‐espana)
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maquilla para que concuerde con cierta pretensión de presente. Se elige y
anuncia el pasado para poder controlar en cierta medida lo que es el presente, y
lo que será el futuro. Teniendo en cuenta que la CT se presenta como una cultura
que busca ante todo evitar las problemáticas, se otorga el monopolio de la
memoria para neutralizar ciertas lecturas de nuestro pasado que podrían serle
incómodas por estar demasiado cercanas a la verdad. Se impone una
presentación del pasado seleccionada, censurada, que no se asemeja a los relatos
personales. El trabajo de memoria de la CT ha sido el de cortar con su pasado y
abandonarlo: por ello se constituye “un Reino de desmemoriados.” (Morán,
1991).
A modo de conclusión, podemos observar como la Cultura de la Transición es
realmente la cultura española actual. Un modelo que se basa enteramente en la
Transición y se olvida de su Guerra Civil. Una cultura política que aboga por
alejarse de las problemáticas y alejar al ciudadano medio de la política. Una
organización profundamente vertical en la que el Estado, y en algunos casos las
empresas, gestionan lo que viene a ser la agenda de accesos a la realidad. Por lo
tanto, queda claro que la Transición conllevó su propio modelo de cultura
política que le hizo, y le sigue haciendo, difícil a la ciudadanía española afrontar
los desafíos habituales de las democracias occidentales actuales.
DE LA CULTURA DE LA TRANSICIÓN A LA CULTURA DEL 15M
En esta parte del ensayo trataremos de identificar los acontecimientos colectivos
que durante la década de los 2000 desbordaron las estructuras y los marcos de
la CT. A la vez creemos que dichos acontecimientos suponen una secuencia de
protestas que están en la base del surgimiento de una nueva cultura política
alternativa a la CT, y que se materializa en los hechos acaecidos tras la masiva
manifestación del 15 de mayo de 2011. El 15M es ya sin duda la brecha más
grande que hemos visto aparecer en la CT. Sin embargo, no ha sido la única:
movimientos como los de la insumisión al servicio militar o los que han tratado
de recuperar la memoria histórica son ejemplos claros de fisuras en las
narraciones y las figuras de la CT (Fernández‐Savater, 2012). Nosotros nos
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vamos a centrar en aquellos movimientos y protestas que, a partir del 2000,
pusieron en jaque a los testaferros de la construcción cultural que ha dominado
la realidad durante más de treinta años.
Entendemos que los siguientes acontecimientos que vamos a describir
desbordan la CT por varias razones: porque atraviesan y superan la división del
eje izquierda‐derecha y consiguen burlar la marginalización y la criminalización,
porque emergen y se convocan de manera atípica (convocatorias por internet,
cadenas de emails, etc…) y se transforman en ‘actores políticos no identificados’
(es decir, en actores no convencionales), y porque las formas de la protesta y sus
repertorios de acción colectiva no son del todo comunes, sino que tienen
elementos de espontaneidad, imprevisibilidad y suelen surgir de protagonistas
anónimos. A la vez, creemos que dichas características se dejan ver también en el
universo 15M, por esta razón pensamos que se pueden entender como una
suerte de secuencia de antecedentes de lo que aconteció (y sigue aconteciendo)
en España a partir del 15 de mayo del 2011.
DEL ‘NO A LA GUERRA’ AL 13M
Empezaremos por el movimiento en contra de la Guerra de Iraq, una guerra que
desató en todo el globo manifestaciones de repulsa ante lo que parecía a ojos de
millones de personas como una práctica imperialista típica de los imperios
europeos del siglo XIX y principios del XX. A pesar de que el discurso público del
trio de las Azores (entre ellos el Presidente del Gobierno español, José María
Aznar) consistía en repetir una y otra vez que el casus belli era la existencia de
armas de destrucción masiva en Iraq, a nadie se le escapaba que las razones de
fondo se hallaban en los ingentes recursos petroleros del territorio iraquí. Es
esta la razón principal por la que identificamos el movimiento del ‘No a la
Guerra’ como un desbordamiento de la CT. A pesar de que las autoridades y las
instituciones del Estado español aseguraban lo que en teoría era ‘La verdad’ –es
decir que el Gobierno iraquí estaba en posesión de armas de destrucción masiva,
y que aquellas suponían un peligro para nuestro país‐, la mayor parte de la
población veía aquello como un burdo engaño, o al menos como una razón
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insuficiente para mandar tropas a la guerra. La verticalidad en la transmisión de
los mensajes y los discursos públicos, propio de la CT, no consiguió generar un
consentimiento amplio, en cambio fueron cortocircuitados por discursos y
mensajes que se movían de manera horizontal entre la población. Las cadenas de
mensajes SMS y de emails que se distribuían con gran rapidez anunciaban ya una
nueva forma de transmitir y difundir convocatorias, ideas y discursos políticos,
mucho más horizontal y mucho menos mediada.
Es cierto que la dirección de los partidos de izquierda se acercaron al calor de las
protestas e incluso, en un momento dado, se beneficiaron de ellas. Esto nos
podría hacer pensar que el ‘No a la Guerra’ estaba más dentro de los marcos de la
CT de lo que parece. Sin embargo, como dice Amador Savater “la izquierda oficial
y sus medios de comunicación amplificaron el disgusto, el rechazo y el cabreo,
pero no lo crearon, indujeron, suscitaron o provocaron”. De la misma manera, “la
izquierda alternativa ofreció citas, fechas y lugares para expresar y organizar el
malestar, pero tampoco lo pautaron, ni le dieron forma o voz. La protesta
atravesó la sociedad entera” (Fernández‐Savater, 2012). La multiplicidad y
diversidad de las protestas hizo prácticamente imposible marginalizar y
criminalizar el ‘No a la Guerra’, a pesar de que no se originaban desde las lógicas
y los actores políticos propios de la CT (partidos, sindicatos, etc…).
La ya famosa Gala de los Goya que sirvió para que el mundo de la cultura se
posicionase de manera colectiva3, la desobediencia en la calle a la hora de
respetar los recorridos y los horarios de las manifestaciones, o el acoso
constante a los “políticos de la guerra” allí donde aparecían4, son ejemplos claros
de desbordamientos de la CT. La espontaneidad, la imprevisibilidad y el
anonimato de los protagonistas de las protestas caracterizan una politización
atípica e inesperada por una cultura política que acostumbra a pautar y dirigir
3 «Los Goya contra la guerra», La Voz de Galicia. (http://www.lavozdegalicia.es/hemeroteca/2003/02/02/1467072.shtml)
4 «Me lincharon en un mitin del PP por gritar 'no a la guerra'», La Voz de Galicia. (http://www.lavozdegalicia.es/hemeroteca/2003/02/10/1484053.shtml)
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las protestas, a des problematizar la política, y a despolitizar cualquier ámbito de
la vida en colectivo (Fernández‐Savater, 2012).
Los siguientes hechos que queremos analizar son, en realidad, la continuación
del ‘No a la Guerra’. Nos referimos a los acontecimientos que siguieron al
atentado del 11M en Madrid. La primera interpretación de lo ocurrido la tuvimos
por el Gobierno, el cual comunicó que la autoría del atentado correspondía a
ETA. Los medios de comunicación nacionales hicieron suya la versión del
Gobierno, y la mantuvieron incluso cuando los medios internacionales ya
acusaban a grupos islámicos. Al día siguiente una multitudinaria manifestación, a
la que asistieron los representantes políticos, recorrió Madrid tras una pancarta
que decía “con las víctimas, con la constitución, por la derrota del terrorismo”. El
sentido de fondo de aquel lema era, en realidad, “todos detrás de sus
representantes”. Sin embargo, la calle no se dejó representar, y los días
sucesivos, cuando la versión más factible de la autoría islámica iba saliendo a la
luz, caceroladas espontáneas y auto convocadas tomaron las calles para exigir la
verdad a un gobierno que no solo se había equivocado, sino que había mentido
descaradamente a su población. El 13M un SMS en cadena que llamaba a
concentrarse frente a las sedes del Partido Popular circuló velozmente y
consiguió convocar a cientos de miles de personas en decenas de ciudades para
protestar por lo que, minuto a minuto, parecía cada vez más como un burdo
engaño electoral, que pretendía obviar la relación entre la impopular Guerra de
Iraq y los atentados en Madrid5. Las formas mediantes las cuales surgen y se
convocan las protestas del 13M son sin lugar a dudas atípicas, no convencionales.
El 13M no supone solo un desbordamiento momentáneo de la CT, sino que
creemos que es el inicio de su crisis.
V DE VIVIENDA
En 2006 un mail en cadena empezó a circular de manera masiva convocando a
concentrarse en plazas céntricas de cientos de ciudades en todo el Estado. Su
5 http://3diasdemarzo.blogspot.com.es/2004/10/qu‐ocurri‐el‐13‐m.html
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intención era protestar por una problemática común a millones de personas
como era la situación de la vivienda en España. Otra vez la politización de las
concentraciones era atípica. No era ninguna convocatoria centralizada, ni
convocada por medios ni actores tradicionales. No se convocaba en contra o a
favor de ningún partido político en concreto, no surgía de sindicatos,
asociaciones de vecinos o movimientos sociales. Las formas de la convocatoria
eran ya atípicas para la CT; no hubo rueda de prensa, comunicado escrito o
convocatoria a través de los medios de comunicación tradicionales.
Tomaron de manera irónica el nombre de V de vivienda, y desde las primeras
convocatorias en las que se concentraron miles de personas, el consenso social
en torno a las demandas fue en aumento. El lema principal y el diseño de sus
campañas comunicativas era sencillo y directo: unas pegatinas con fondo
amarillo y negro bajo la frase “no vas a tener casa en la puta vida”. Como dice
Amador Savater, “se trataba de una eslogan que rompe el sentido común que
acompaña otros eslóganes utilizados comúnmente por los movimientos sociales:
no ofrecía ninguna esperanza (Yes we can), no ofrecía ningún futuro (Por un
futuro sin pobreza), no ofrecía alternativas (Otro mundo es posible), pero, sin
embargo, acertó a exponer un malestar colectivo, hasta ese momento vivido –y
sufrido‐ de manera individual y en silencio” (Fernández‐Savater, 2012).
Las formas de la protesta fueron también atípicas. No consistían en una marcha
legalizada de un punto a otro de la ciudad convocada por sindicatos o
asociaciones de vecinos, eran sentadas auto convocadas por internet, en las que
se ocupaba el espacio público y se rompía la normalidad de unas calles dedicadas
al tránsito de peatones. Se realizaban cortes de tráfico, se cantaban lemas, y se
interpelaba a los viandantes, y a pesar de las terribles cargas policiales y
detenciones que hubo durante la segunda sentada del movimiento, las
convocatorias se mantuvieron pacíficas y no hubo manera, por parte de las
autoridades, de criminalizar o marginalizar las protestas y sus demandas.
LA LEY SINDE Y LA LIBERTAD EN INTERNET
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En el 2009 el Gobierno del Partido Socialista muestra sus intenciones de aprobar
una ley que permitiría a una comisión dependiente del Ministerio de Cultura
cerrar páginas web que compartan contenidos protegidos por los derechos de
autor. Esta ley pronto es apodada por los internautas como la Ley Sinde, en
homenaje a la ministra de cultura que pone en marcha la iniciativa. Las protestas
contra esta medida no se materializa en multitudinarias manifestaciones, sino en
un enorme rechazo colectivo a lo largo y ancho de internet. Según Amador:
“desde el grupo activista Anonymous hasta la blogosfera de derechas, la
oposición a la ley Sinde es tan masiva y heterogénea que resulta imposible
identificarla, aislarla y criminalizarla” (Fernández‐Savater, 2012).
La dificultad de representar a la red es el punto donde reside la potencialidad de
una inteligencia colectiva capaz de poner en marcha herramientas políticas no
convencionales, para protestar contra uno de los intentos de controlar y limitar
la libertad en Internet. No hay portavoces, no hay representantes, solo “gente con
influencia (blogueros, abogados, etc…) que funcionan como referentes”, cuya
legitimidad, sin embargo, reside en saber “escuchar lo que pasa en la red”, en
hacer “público lo que se mueve por abajo capilarmente” (Fernández‐Savater,
2012). Esta forma de representar lo irrepresentable confiere a las protestas por
la neutralidad de la red el carácter no convencional que burla los marcos y los
límites de la CT.
A continuación trataremos de abordar el 15M como una nueva ruptura de la CT,
y como el surgimiento de una cultura política alternativa, y todavía incipiente,
que rompe con las lógicas y los marcos de la CT, y que desdibuja las lealtades y
las posiciones que la CT confiere a los actores políticos tradicionales.
SIN CASA, SIN CURRO, SIN PENSIÓN, SIN MIEDO
El 7 de abril de 2011, apenas un mes antes del 15M, una manifestación
convocada a través de las redes sociales por una plataforma de jóvenes llamada
Juventud Sin Futuro tomaba las calles de Madrid bajo el lema “sin casa, sin curro,
sin pensión, sin miedo”. La manifestación no fue multitudinaria, pero supuso el
inicio de un ciclo de movilizaciones que trascendería la politización de las
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condiciones de vida y trabajo de los jóvenes, para empezar a construir un
discurso rupturista con el sistema político existente, que tendría como elementos
centrales la democracia y los derechos fundamentales como la vivienda, la
sanidad o el empleo. Igual que podemos decir que en las caceroladas del 13M
resuena la intensidad de las manifestaciones en contra de la Guerra de Iraq,
podemos decir también que en la manifestación del 7 de Abril de 2011 en Madrid
resuenan los ecos de las movilizaciones por una vivienda digna o contra el
proceso de mercantilización de la enseñanza superior. De hecho, la campaña
comunicativa de la plataforma Juventud Sin Futuro resucitaba los diseños de las
asambleas de V de vivienda, tejiendo un lazo generacional entre demandas
compartidas.
La razón por la que insertamos este acontecimiento concreto en este epígrafe, no
es tanto porque suponga un desbordamiento de la CT, sino porque supone el
inicio de un ciclo en el que una nueva cultura política alternativa surge y pugna
por la centralidad en el espacio público, profundizando la crisis de la CT.
LA IRRUPCIÓN DEL 15M COMO UNA CULTURA POLÍTICA
REPUBLICANA
El concepto de cultura política republicana fue acuñado por Pedro Ibarra como
un concepto de cultura política alternativa que “recoge el posicionamiento activo
de los agentes implicados en las relaciones de poder que constituyen el espacio
público”(Ibarra, 2011: 28).
En primer lugar, es necesario aclarar que el concepto de cultura política ha sido
discutido ampliamente en los últimos cuarenta años desde múltiples puntos de
vista. Especialmente el debate se centra en dos maneras de abordarlo, desde una
perspectiva puramente politológica o desde una perspectiva multidisciplinar que
incluye aportaciones de la antropología social o incluso la lingüística.
Partiendo desde un punto de vista interdisciplinar, Pedro Ibarra sostiene que
para definir la cultura política hay que enfatizar las dinámicas instituyentes
dentro del espacio público, y no quedarnos meramente en el espacio
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institucional estatal, siendo así un conjunto de interacciones, voluntarios o no, en
las que se incluyen tanto el espacio teórico como el práctico, explicitados o no,
sistematizados o no, que determinan las relaciones de poder por definir y
realizar el interés colectivo.
El planteamiento de cultura política republicana surge desde un punto de vista
normativo en donde el autor realiza lo que debería ser una cultura política
virtuosa. Este concepto nos es válido, como plantearemos más adelante, para
definir el cambio que supone dentro del propio sistema político español la
irrupción del 15M y su modelo de cultura política heredada en la transición. La
nueva cultura que puede nacer del movimiento ciudadano más grande surgido
en la segunda mitad de siglo en España supone un modelo de ruptura con la
cultura de la transición que hemos esbozado previamente. Para poder entender a
aquello a lo que nos referimos, es necesario explicar aquello a lo que Pedro
Ibarra se refiere al hablar de una cultura política republicana. Plantea ocho
características de la ciudadanía en este modelo de cultura política (Ibarra, 2011):
1) Conciencia y confianza en un grupo con capacidad para crear proposiciones
políticas y construir relaciones autónomas de la institución basadas en la
pertenencia a ese misma colectividad. Se hacen presentes en relaciones
desigualmente estructuradas y conflictivas con otros actores.
2) Capacidad de generar propuestas para el interés general basadas en el
conocimiento común de la cuestión, sin caer en particularismos mediante la
herramienta del debate.
3) Desnaturalización del monopolio institucional de la política. No todas las
políticas deben partir o pasar por la institución..
4) Naturalización de la práctica sociopolítica: solidaridad, apoyo mutuo,
organización, construcción de redes...incidiendo en los nexos de lo comunidad a
largo plazo.
5) Prácticas democráticas internas: formas de trabajo interno transparente,
facilitando y compartiendo información, debatiendo y deliberando de una
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manera abierta y pluralista, unido a una toma de decisiones inclusiva y
democrática, caracterizada por lo no excluyente y la rendición de cuentas
posterior. Todo ello con liderazgos catalizadores, sin personalismos, evitando
estructuras informales de concentración de poder.
6) Gestión de la diversidad y del disenso, fundamentado en la escucha más que
en el habla, fomentando sinergias de acercamiento sin bloqueos, trabajando
incluso la cuestión interpersonal.
7) Cautela crítica inicial frente a la institución, crítica frente a sus ofrecimientos
de espacios para el debate.
8) Posición favorable pero crítica o alternativa frente a procesos de participación
política, aun con el reconocimiento de algunos espacios de participación como
positivos, pero sin caer en la autocomplacencia.
El 15M supone un ejemplo de cultura republicana al cumplir, en mayor o menor
medida, los supuestos planteados por Ibarra. La irrupción del fenómeno no
supone en sí una nueva cultura política, por lo que la formación de este nuevo
modelo de comprensión del espacio político y su relación con él es un fenómeno
que tan sólo con los años se podrá investigar plenamente. Por ahora, podemos
apuntar momentos de ruptura con todo lo anterior realizados por el 15M, que
aun sin ser un fenómeno surgido de la nada, es algo novedoso y en muchos
momentos espontáneo, por lo que aun necesita tiempo para sedimentar en el
sentido común de la ciudadanía. Aun así, el modelo de cultura republicana
encajaría dentro del 15M como vemos a continuación.
1) En cuanto a la creación de un grupo con capacidad para realizar propuestas de
manera autónoma a la institución, el 15M se ha consolidado como una nueva
estructura con capacidad de generar alternativas a las instituciones. El propio
movimiento ha jugado en momentos a no definir de manera clara la propia
comunidad que surge dentro de sí mismos, sea denominados estos indignados,
15m, 99% o cualquiera de los múltiples nombres que le han y se ha dado el
movimiento. Pero hoy en día nadie puede negar que, por muy amplio e
incluyente que este sea, existe de manera clara una comunidad delimitada que se
siente parte del movimiento, que se relaciona dentro de sí de una manera y hacia
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el exterior de otra, y que plantea una batalla por la gestión política del devenir
colectivo de todo el espacio político.
2) El debate como herramienta generadora de nuevos conocimientos, de puestas
en común, instrumento para alcanzar consensos sobre el interés general, es una
de las dinámicas más potentes del movimiento 15M. En el primer momento de
acampada, en plena efervescencia del movimiento, la creación de la comisión de
feminismos generó un gran debate en la plaza. La cuestión llegó al punto de que
participantes de la propia acampada arrancaban una pancarta desplegada por la
misma comisión. La respuesta de esta, haciendo uso de esa nueva de participar
del espacio político que analizamos, fue abrir un proceso amplio de debate en las
asambleas generales sobre su propia existencia y sobre si era necesaria y
aprovechable su capacidad para generar alternativas y demandas en busca de un
bien común.
3) Muchos de los debates dentro del seno del movimiento son hacia donde
enfocar las demandas. Existe un grupo nutrido de gente que plantea que el lugar
donde volcar las reivindicaciones debe ser un cauce institucional, pero a lo largo
del tiempo se ha apreciado que el grueso del 15M se inclina, sin despreciar la vía
institucional, hacia una lógica de acción propia más allá del Estado, siendo
ejemplo las numerosas “okupaciones” surgidas y apoyadas desde distintas
asambleas. Existe realmente una brecha entre las instituciones y las demandas
del movimiento, que se han acostumbrado a realizar acciones por su cuenta sin
pensar en una posible negociación con la institución. Es así como se produce esa
“desnaturalización del monopolio institucional de la política”.
4) Es claro el paso que supone el estallido del movimiento respecto a la creación
de una cultura sostenida en la movilización por la creación de alternativas y la
generación de redes de apoyo mutuo y solidaridad. Una de las plataformas de
más éxito en el 15M, situada en su periferia más que en el su seno, es la
Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH). Esta plataforma se ha convertido
en una red gigante de ciudadanos con problemas para hacer frente al pago de sus
hipotecas y que se ven desahuciados de sus casa por el reclamo de los bancos.
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Existe toda una red de personas que se ayudan en la búsqueda de nuevos
espacios para vivir e incluso de maneras de subsistir. La plataforma ha
conseguido la paralización de múltiples desahucios mediante la acción pacífica
de ciudadanos. Pero la clave de su éxito de convocatoria no sólo reside en su
propia red, sino en la capacidad que ha demostrado para generar solidaridades
más allá de sí misma, siendo acompañada en cada acción por cientos de
personas. Si este modelo de redes es capaz de perdurar en el tiempo es aun
demasiado pronto para apuntarlo, pero a día de hoy las redes son cada vez más
extensas y amplias, siendo un ejemplo consolidado del nuevo modelo de cultura
política.
5) La cuestión de los liderazgos ha sido ampliamente debatida no sólo dentro del
movimiento, si no desde distintos grupos de presión externos, especialmente los
medios de comunicación. Tras su irrupción en el espacio público una de las
primeras características de sus espontaneidad fue la incapacidad por parte de la
prensa de buscar algún líder con el que comunicarse, alguna cara visible que
pudiese hacer de enlace entre la noticia real y su publicación en los medios, como
previamente acostumbraban. La capacidad del propio movimiento para el relevo
en las funciones públicas ha hecho del 15M el movimiento anónimo más masivo
de la historia. Esta forma de entender el liderazgo se ha mostrado claramente
democratizadora frente a otros modelos, pues el énfasis en la fluidez de la
información para que cualquier persona pueda ejercer esa función ha sido un
elemento que enriquecía las capacidades para el debate de cualquiera. Además,
un método eficaz de rendición de cuentas de los actos propios frente al colectivo
ha permitido generar dinámicas de normalización de la posibilidad de cometer
algunos errores y crear mecanismo claros para el relevo de la persona y la
mejora del método.
6) Una de las señas de identidad del 15M ha sido siempre la cuestión de la
inclusividad. Durante el tiempo en el que la acampada permaneció en la plaza de
Sol en Madrid, se llegó incluso a crear una comisión de “respeto” para gestionar
los posibles conflictos surgidos durante acciones o manifestaciones mediante el
dialogo. Pero no sólo en sus actos, si no especialmente en sus deliberaciones, el
15M se ha mostrado rupturista respecto a la manera de abordar la diferencia.
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Durante las Jornada Mundial de la Juventud organizada por la Iglesia Católica en
el verano de 2011 en Madrid, se sucedieron las protestas por la financiación
pública del evento. Durante el transcurso, distintos enfrentamientos entre los
participantes en las jornadas y en las protestas. La respuesta del 15M fue, por
sorpresa incluso para parte de sus participantes, la creación de una asamblea
conjunta para tratar los problemas comunes, poder escuchar y aprender desde la
diversidad del “otro”. De esta manera, lo que en un principio pareció una batalla
entre “católicos y ateos” quedó claramente apartado y suplantado por un debate
sobre la financiación de las confesiones religiosas por parte del Estado, de
manera que incluso los creyentes pudieron sentirse parte del movimiento.
7) El 15M ha sido desde su surgimiento un espacio en disputa para las propias
instituciones y sus agentes, un “caramelo” que llevarse si se conseguía atraer al
cauce deseado y un enemigo a enfrentar si no seguía el camino deseado. Los
partidos políticos, verdaderos agentes institucionales en el marco político
español, han pretendido constantemente, especialmente los del espectro de la
izquierda, atraer al movimiento. Una y otra vez se sucedían los debates en seno
del movimiento ante la propuesta de diferentes agentes institucionales. La
respuesta siempre ha sido similar, desde la distancia y el escepticismo, llevando
incluso a Democracia Real YA (DRY) a dividirse en dos en base a sus
planteamientos respecto a las instituciones y sus canales de participación,
incluidos los partidos políticos, siendo de facto la facción más cercana al
institucionalismo expulsada del movimiento. El 15M aun se muestra muy reacio
a cualquier tipo de colaboración con las instituciones, incluso para un simple
trámite como la legalización de una manifestación, el sentir mayoritario es el
rechazo de entrada a cualquier participación dentro del marco institucional.
8) Dentro del sistema político español, especialmente si lo analizamos insertado
en la Cultura de la Transición, no existen grandes cauces de participación. Uno de
los pocos sistemas de participación legislativa de la ciudadanía es la Iniciativa
Legislativa Popular (ILP). Este sistema ha sido en múltiples ocasiones criticado
como insuficiente por el 15M, tanto por el elevado número de firmas necesario
para comenzar el trámite, como por la dificultad de pasar por los siguientes
trámites necesarios al no ser posible siquiera su debate en el parlamento si no es
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con el apoyo de la mesa del propio congreso. Una de las primeras
reivindicaciones del movimiento fue la reforma de este modelo de ILP, agilizando
y rebajando sus requisitos. Aun así, ha sido múltiples veces aceptado como un
método válido de inserción de demandas en la institución, e incluso la PAH ha
planteado una ILP para la dación en pago, la condonación de la deuda hipotecaria
al entregar la casa al banco, teniendo una gran aceptación.
Hemos seleccionado diversos ejemplos claros de las características señaladas
como figuras ejemplares del nuevo modelo de cultura política, aun sabiendo que
el análisis debe realizarse en mayor profundidad y en un plazo mayor para poder
llegar a determinar el impacto real. Un modelo de cultura política no puede ser
cambiado en un plazo tan breve de tiempo, pero el surgimiento del 15M crea una
gran fractura en la cultura de la transición dominante hasta la fecha en el sistema
político español.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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Ibarra, P., Martí, S., Gomá, R. (2002). Creadores de democracia radical.
Movimientos sociales y redes de políticas públicas. Barcelona, Editorial Icaria.
Ibarra, P. (2005). Manual de sociedad civil y movimientos sociales. Madrid, Editorial Síntesis.
Ibarra, P., Bergantiños, N., Martinez, J. (2011). Participación, cultura política y sostenibilidad. Barcelona, Editorial Hacer.
Morán, G. (1992). El precio de la transición. Barcelona, Planeta.
Morán, M. L., Benedicto, J. (1995). La cultura política de los españoles. Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas.
VV. AA. (2012). CT o la Cultura de la Transición. Barcelona, Mondadori DeBolsillo.