sobre alice in wonderland
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Sobre Alice in Wonderland
¿Cómo son Alice y Wonderland?
Alice, “She is foolish” (“Ella es
tonta”) olvida, ofende, no atina. Además, es
curiosa, imprudente, esquizofrénica (se
desdobla).
Wonderland: ámbito donde nada es usual,
suceden alteraciones de tamaño y de rango:
Alicia se vuelve enorme y diminuta,
diminuta y enorme; y los animales la
mandonean: “Everybody says ‘come on’ here. .
. .I never was so ordered in all my life,
never.” (“Todo el mundo dice “ya pues”…
Nunca me mandaron tanto en mi vida.”) Como
buena niña bien educada, les obedece.
Los torpes experimentos de crecer o
empequeñecerse (mediante bebidas, queques,
abanicos, guantes, setas) culminarían en la
solución diametral que le ofrece la Oruga:
comer de un lado de la seta, agranda; y
comer del otro, empequeñece. Da una especie
de salomónico relativismo, ya que la circular
seta no tiene “lado” sino una infinita
sucesión de lados en ronda. De allí el
desafío. Cualquier lado escogido es
relativamente el correcto.
Todo es cuestión de dosis exacta, de
correctas cantidades. Conste en ello un
irónico comentario al regludo mundo inglés
de su época. El tamaño es la resultante de
un más, equilibrado con un menos. Lo antes
ingerido (causa) ha generado (efecto): o
gigantismo o enanismo, debido a que Alice no
ha sabido nutrirse con la correcta dosis que el
sistema de Wonderland requiere. De modo que
a medida que avanza en ese ámbito inédito
debe ir probándolo y a la vez probándose
para poder “funcionar” a lo Wonderland, es
decir, para descifrar ese caos organizado.
Debido a tales desajustes, Alice ya no
es quien solía ser En Wonderland se es,
repitamos, según precisas causas externas,
que a la vez son relativas. Por lo tanto,
una paloma la ataca creyéndola serpiente, y
tiene razón porque Alice come huevos.
De modo que Wonderland funciona
revocando la realidad corriente y su
“lógica.”
Wonderland relativiza y deconstruye la
realidad usual, normal, convencional. ¿Anti
England? Las niñas que lescuchaban a Lewis
Carroll relatar la primera versión del
cuento deben haber sentido un escalofrío de
espanto y una oleada de placer ante ese
mundo que funcionaba contra todas las reglas
y expectativas victorianas en que ellas
habían sido criadas. Ese susto agradable,
ese inofensivo amago de revolución de lo
establecido, debe haberlas fascinado y Lewis
Carrol sabía cómo seguirlas fascinando con
una secuencia de percances y personajes
inusitados.
Además tiene un ingrediente muy del
gusto de todo niño ( y de adultos niños): la
violencia implícita, tácita o sugerida. Por
ejemplo, el final de la tortuosa historia de
la laucha es “death.” El poema de old father
William acaba con un rechazo brutal : “or
I’ll kick you downstairs” ( “o te echo a
patadas escalera abajo”). El miedo que la
Duquesa provoca en el Conejo, nos prepara
para el despliegue de su ira: la canción de
cuna y las órdenes de descabezamiento. Y a
su vez, la ferocidad de la Duquesa nos
prepara para la crueldad de la Reina.
Si las oyentes disfrutaban del relato,
dentro de él Alice no disfruta de
Wonderland: “It’s really dreadful….the way
all the creatures argue. It’s enough to
drive you crazy” (“Ës realmente espantosa….
La manera en que las criaturas disputan. Es
para volverse loca”).
Al Footman lo considera “perfectly
idiotic.”
¿Cómo va a gozar de Wonderland si es un
manicomio libre? Lo afirma el Chessire Cat: “We
are mad here. I am mad. You’re mad.”
“How do you know I am mad? Said Alice.
“You must be, said the Cat, or you
wouldn’t have come here.”
( “Estamos locos aquí. Yo estoy loco.
Usted está loca.
Cómo sabe que yo estoy loca?
Tiene que estarlo, dijo el Gato, o
usted no habría venido”).
Ese diálogo es un preámbulo a la locura
rampante del Mad Tea Party, para el cual
Alice no está invitada – es una intrusa - y
tampoco está suficientemente loca o
asimilada al comportamiento en Wonderland.
Trae el protocolo de su casa inglesa que no
calza con el desbarajuste de esa mesa ni
después con el de la corte y tribunal.
Relativismos del mad Tea Party:
Relativismos verbales, vía retruécano:
“I mean what I say – that’s the same thing,
you know” (“Significo lo que digo – es lo
mismo, usted sabe”).
“Not the same thing, a bit, said the
Hatter. You might as well say that I see
what I eat is the same thing as I eat what I
see” (Ni una pizca lo mismo, dijo el
Sombrero. Usted podría salir con que veo lo
que como es lo mismo que como lo que veo”).
El calambour o juego de palabras para
descalificar modismos, frases y conceptos:
“Alice beats time – Time hates being beaten”
(Alice marca el tiempo – al Tiempo le carga
que lo marquen”).
Relativismo temporal o nueva dimensión
del Tiempo: “If you knew Time as well as I
do, said the Hatter, you wouldn’t talk about
wasting it. It’s him” (“Si usted conociera
el Tiempo tan bien como yo, dijo el
Sombrero, no hablaría de perder eso. Eso es
un él”).
Triste historia: Hatter inducía, con
buenas maneras a que el Tiempo avanzara o se
detuviera, pero el salvajismo de la Reina
(“Off with his head” (“Córtenle la cabeza”)
lo ha anonadado: “And ever since that, the
Hatter went on in a mournful tone, he won’t
do a thing I ask. It’s always six o’clock
now. . . . it’s always tea time” (“ Y desde
entonces, el Sombrero continuó con un tono
doliente, rehúsa hacer lo que le diga. Son
siempre las seis de la tarde ahora… siempre
es hora de té”). De esta manera la pérdida
de las “buenas relaciones” entre Hatter y el
Tiempo, se deben a la brutalidad insana de
la Reina: a su censura estúpida. Es decir,
dentro de Wonderland hay elementos
pacifistas y elementos feroces – punto en
común con el burdo mundo corriente – y por
ello Wonderland ha sufrido un malentendido
con el Tiempo a causa de la Reina. ¿Alusión
a la Reina Victoria? Mezcla de política y de
metafísica, como si se influyeran
mutuamente…
Alice no se adapta, no se aclimata en el
relativismo o en la antilógica. Y no puede
hacerlo, según la estrategia de la
narración, porque los contrastes y absurdos
cesarían de serlo y se acabaría el relato si
ella se plegara a las idiosincracias de
Wonderland. Para que las locuras de
Wonderland estallen ante el lector, se
necesita que esta niña sea tontonamente
pragamática, un epítome de buena crianza. Y
debido a esa buena educación y a su
intransigente sentido común, Alice resulta
cargante, en tanto que las criaturas, menos
la Reina, son simpáticas o consolables.
Ella viaja de percance en percance, sin
contagiarse de Wonderland, sin enloquecer
como sus criaturas. Aportilla el relato de
la Dormouse porque lo halla absurdo, siendo
que está en el reino de lo absurdo.
Por interrumpir: “Why not?” (“¿Por qué
no?”), “That’s very curious”(“Eso es muy
curioso”) o “queer” (“raro”) y por no
comportarse locamente (wonderlandly) Alice
es hostilizada por Hatter y acaba yéndose.
El Mad Tea Party, clímax del libro, sirve de
test para una Alice que se descalifica
opinando al revés de lo que se espera. O que
sirve de confirmación de cuán Alice es ella
dentro de tal contexto.
No capta nada.
No puede.
No disfruta.
Pero ¿están gozando de sus
circunstancias las criaturas de W? Ninguna
parece feliz; muchas, desventuradas y hasta
en zozobra. Todo el recorrido es una
pesadilla absurda, cómicamente absurda,
puerilmente sádica, con relámpagos geniales
(para quien lee, no para Alice, víctima de
su propia curiosidad).
¿Es que “the moral of the story” *(“la
moraleja de la historia”) es: “nunca ceda a
la curiosidad de averiguar a dónde va tan
apurado un conejo con chalequillo y
leontina?” ¿Es que se pretende que Alice, y
las Alices del mundo, se contenten con el
habitat normal y cabal en que ya viven, el
Status Quo del United Kingdom, con sus leyes
y sus rangos? ¿O infiltrarles la
consideración de que puede haber otra visión
de la realidad, otro aspecto en otra
realidad?
O, más sutil, ¿es que se busca abrirle
los ojos a la cándida Alice para que
captando las absurdeces del idioma inglés,
lo asuma en su inevitable absurdez, dado el
hecho de que todo idioma es imperfecto desde
el rigor de la Lógica y, por extensión, que
toda sociedad adolece de fallas, y así Alice
se resigne a tolerar las del Establishment?
O se rebele y bregue por corregirlas.
¿Es que se pretende que Alice llegue a
cambiar y gozar con sus aventuras (y
desventuras)? ¿Puede hacerlo una Alice
confundida, asombrada y maltrecha? ¿Se
volverá Alice una criatura cien por ciento
“loca?” ¿Podrá gozar la locura sin
enloquecerse? ¿Qué capacidad de disfrute
podría haber en una niña victoriana,
moldeada en normas estrictas? Lewis Carroll
no lleva sus desquiciamientos hasta el
derribo total. Se contenta con insinuar
todas esas posibilidades en los lectores
adultos, aun no en las niñas que lo
escuchaban.
Y así, otra vez, surge la inquietante
pregunta: el relato ¿socava las bases mismas de una
sociedad lógica, moral y autoritaria?
El reglamentado autor, semi preste en
claustro universitario, ¿se amotina, a
través de su relato, contra su propio
habitat cultural? ¿Wonderland es anti Oxford
University = anti Academia? ¿Lewis Carroll
es La Oruga?
Creo que sin pretenderlo a ultranza,
Lewis Carroll dispara contra el Logos de
Occidente y apunta en la misma dirección
que…Nietszche y que el siglo veinte:
socavamiento de valores, desconfianza del lenguaje, Dios
dado de alta.
En el “Preface” a Silvie and Bruno, obra
posterior, refiere cómo se gestó ese libro
(que prosigue en la línea del absurdo
lúcido). Cuenta que anotaba “all shorts of
odd ideas, and fragments of dialogue, that
ocurred to me – who knows how – with a
transitory suddenness that left me no choice
but either record them then and there, or to
abandon them to oblivion” (“toda suerte de
ideas raras, y fragmentos de diálogos que se
me ocurrían = quien sabe cómo – con un
transitorio impacto que solo me dejaba
apuntarlos entonces y allí o abandonarlos al
olvido”). Antes de seguir citándolo,
subrayar que allí está describiendo la
clásica irrupción inspirada, el soplo
inesperado de la Musa, ya no romántica sino
surrealista.
Continúa: “they had a way of their own,
of occurring, á propos of nothing –
specimens of that hopelessly illogical
phenomenon , “an effect without a cause”
(“Tenían un modo propio de ocurrir a
propósito de nada, especímenes de ese
fenómeno desesperanzadamente ilógico: “un
efecto carente de causa”).
Hay en esas palabras un reconocimiento
de que dentro de él, dentro de su
extraordinaria mente matemático-verbal, algo
obra y se manifiesta sin que su razón y su
control lúcido, lo haya suscitado. Y una vez
aparecido “el efecto sin causa”, se apresura
a anotarlo, sospechándole calidad de
pensamiento y acaso de estilo. Por lo tanto,
creo que Alice in Wonderland es un oculto (¿cuán
oculto?) ataque, o, mejor, una ácida
corrosión a las rejas del Status Quo. O,
usando sus palabras, una fiesta “de efectos
sin causas.” El subconsciente freudiano-
bretoniano permitido y bienvenido. Y,
asimismo, el ateismo que capta la realidad
como un conglomerado de efectos sin Causa.
Volviendo al comienzo mismo del libro,
Alice debe ajustar su tamaño físico para
poder entrar al lindo jardín de Wonderland.
Y lo efectúa a yerros y a correcciones,
ganando así una experiencia iniciática y
gastronómica: la exacta dosis de nutriente
obtenido en la exacta ubicación otorga el
requerido tamaño de acceso. Implica toda una
sátira a la etiqueta, al protocolo, a la
estrategia misma del Sistema Inglés: the right
components in the right place.
Si Wonderland es un sitio literalmente
“de maravillas,” entrar en él supone un
ansia natural y a la vez digna. Para ello,
en vez de iniciaciones ascéticas (ayuno y
penitencia), tenemos el juego de comer sí,
beber no, comer esto, rechazar estotro,
hasta dar con la substancia precisa. Y es
mediante boca y estómago, cómo Alice logra
entrar en ese supuesto Edén, no vía el
acento como Liza en Pigmalion, de Bernard Shaw.
Parece una mofa a la dieta requerida
para los niños, y una burla de la ascesis e
incluso de la eucaristía. Una burla de la
salud a lo humano y de la salud a lo divino.
Sobre el Capítulo VIII - la cancha de
croquet de la Reina.
Lewis Carroll en un artículo titulado
“Alice on the Stage” (“Alicia sobre las
tablas”) cuenta que se imaginó a la Reina de
Corazones “as a sort of embodiment of
ungovernable pasión – a blind and aimless
Fury” (una especie de encarnación de la
pasión ingobernable – una Furia ciega y sin
motivo”). De modo que este capítulo se tensa
de una atmósfera de monarquía descontrolada
que manda decapitar y decapitar por pura
rabia. Se presiente desde las respuestas
osadas de Alice que ha de suceder un choque
acaso fatal entre ella y la feroz Reina, lo
cual le da al breve capítulo un delicioso
suspenso de terror.
El juego de croquet, ese loco juego con
flamencos en vez de palos y con erizos en
vez de pelotas, es uno de los veintitantos
juegos que Carroll hizo imprimir como
panfletos proponiendo nuevas e inusuales
formas de jugar juegos conocidos. Uno de
ellos se llama “Lanrik” y da las reglas para
usar de otra manera los componentes del
ajedrez. Lamentablemente el más original,
“Billares circulares” no ha sido reimpreso.
Todo ello demuestra el sentido lúdico y
subversivo de Carroll, entretenido en darle
vueltas de carnero a las reglas, a todas las
reglas, en tanto que él vivía ceñido por
todo el reglamento de Oxford. Alice se
fastidia con la carencia de reglas y el caos
del juego de croquet a la Wonderland. Así se
lo dice al Cheshire Cat : “and they don’t
seem to have any rules in particular: at
least, if there are, nobody attends to
them…” (“y no parecen tener ninguna regla
específica: al menos, si las hay, nadie les
hace caso…”).
El Gato cuestiona la monarquía al no
querer besarle la mano al Rey y plantea un
dilema bizantino ante la orden de
decapitación vociferada por la Reina. ¿Es
decapitable una cabeza sin cuerpo? El Rey
arguye (con lógica tramposa) que
precisamente si hay cabeza hay decapitación
(pero si no hay cuerpo no hay decapitación).
La Reina amenaza con decapitación universal
si no decapitan al Gato. Alice salva el
impasse al señalar que se debe averiguar con
su dueña, la Duquesa, cuál puede ser la
suerte de su felino. ¿Habrá injusticia o
perdón? Y así el capítulo se desvanece tal
como se desvanece la cabeza del Gato. Y bien
que se desvanezca porque el dilema se estaba
tornando metafísico, pues el vínculo cabeza-
cuerpo es una variante de la relación (o
separación) de causa y efecto.
Sobre el Capítulo IX, la historia de la
Falsa Tortuga.
Lewis Carroll nos sitúa de inmediato en
un diálogo entre Alice y la Duquesa,
omitiendo sagazmente cómo se han reunido.
Allí están y lo que importa es que se han
hallado.
Tras el ambiente caótico del juego de
croquet ahora contrasta la rotunda
afirmación de la Duquesa: “Everything’s got
a moral, if only you can find it” (“Todo
tiene una moraleja si se la puedes
encontrar”). Parece un revocamiento de la
absurda carencia de reglas. Y en cambio,
sugiere la presencia de escondidos sentidos
en lo que parece absurdo. Sentidos que
confieren trascendencia a lo nimio, como el
pensar olvidándose de hablar, que la Duquesa
le reprocha. Pero de inmediato esa
sugerencia de oculto sentido es desvirtuada
mediante un absurdo cómico:
“The game’s going on rather better now,
she said, by way of keeping up the
conversation a little.
“’Tis so,| said the Duches: “and the
moral of that is – ‘Oh, ‘tis love, that
makes the world go round!”
(“El juego va mejor ahora,” dijo como
para mantener un poco la conversación.
“Así es,” dijo la Duquesa: “y la
moraleja de eso es - ¡Oh! Es el amor, el
amor el que hace girar el mundo!”).
Esa frase, cómica debido a la ¿absurda?
conexión con el mejoramiento del juego, es
un chiste irónico pues parodia el célebre
verso con que Dante cierra su Divina
Comedia: “L’amor que muove el sole e l’altre
stelle.|
Y luego viene una secuencia de
ingeniosas absurdeces ( Ionesco antes de
Ionesco) o si se quiere, de genialidades,
como por ejemplo: “Take care of the sense,
and the sounds will take care of themselves”
(“Cuidar el sentido, y los sonidos se
cuidarán solos”). Detrás se escucha la
subversión hábil del proverbio británico:
“Take care of the pence and the pounds will
take care of themselves” (Cuidar los
peniques y las libras se cuidarán solas”).
En cuanto al título y personaje de este
capítulo, “La falsa tortuga,” contiene un
juego cómico. Hay una sopa que se llama
“mock turtle soup” y que es una imitación
parda hecha con ternera, de la genuina sopa
de color verde. La Reina le pregunta: “Have
you seen the Mock Turtle yet?”
“No,” said Alice. “I don’t even know
what a Mock Turtle is.”
“It’s the thing Mock Turtle Soup is made
from,” said the Queen.”
(“¿Ha visto ya a la Falsa Tortuga?”
“No,” dijo Alicia. “Ni siquiera sé qué
es una Falsa Tortuga.”
“Es la cosa de la cual se hace la Falsa
Sopa de Tortuga”).
Se adivina el humor sarcástico de Lewis
Carroll ante la posible lesera lingüística
que deriva de la sopa. Debe haber, por
lógica, una falsa tortuga que permita
confeccionar tal sopa.
Bueno, toda la conversación de Alicia
con el Grifo y la Falsa Tortuga se vuelve un
delirio verbal, una suite de calembours,
mechados con conocidas canciones deformadas
o transfiguradas. Se trata de desquiciar los
parámetros de Alicia. Casi con brusca metodología
Zen, quebrando lo usual, lo consabido, lo
“unánime.” Y así se mina el idioma en su
forma y en su fondo, en su significante y en
su significado como diría Saussure.
El lector niño o el adulto aun algo niño
gozarán con los juegos de palabras
(intraducibles por desgracia) que implican
un triunfo y una derrota: triunfa quien dice
y explica el vocablo arrevesado; queda
vencido y mofado quien no pudo entenderlo a
tiempo. Así se le va haciendo un test de
insensatez a la sensata Alicia, incapaz de
sintonizarse con el absurdismo de
Wonderland.
El truco del calembour es algo tramposo
porque no se trastrueca de veras la realidad
sino el significado sonoro de una palabra.
Esto no basta en nuestro mundo pero basta en
Wonderland donde las palabras tienen un
poderío propio como el de los conjuros
mágicos. Lewis Carroll bombardea verbalmente
la realidad consabida, con una estrategia de
escritor dueño de su idioma inglés y por
ello mismo capacitado para burlarse de su
idioma, de las limitaciones o protocolos del
significado de las palabras con que
denotamos el mundo. ¿De qué mejor manera
podríamos denotarlo si no es mediante las
palabras? Bien sabe que nuestra comunicación
se efectúa mediante ellas y que pensamos o
expresamos vía el lenguaje. Y talvez según el
lenguaje. Por muy abstracto o matemático o
plástico que sea nuestro pensamiento, si lo
queremos dar a conocer en forma rápida,
tendremos que acotarlo a palabras. Dibujarlo
o pintarlo requerirá más tiempo y
materiales. La frase es inmediata y provoca
reacción, diálogo.
Alice al contemplar la corte de justicia
se enorgullece de poder nombrar uno por uno
a sus componentes. Diciendo sus nombres,
ellos son y se jerarquizan. Ahí la oímos
aplicando palabra a realidad, a una realidad
que obra gracias a poder ser nombrada con la
palabra exacta: “juez,” “jurado,” “estrado.”
Lewis Carroll malignamente desvirtúa esa
relación cuando Alice adquiere el errado
significado del verbo “suprimir.” Ha visto
cómo un cuye ruidoso ha sido “suprimido”
dentro de una bolsa sobre la cual se sientan
sus suprimidores, y deduce que eso significa
la supresión de aplausos (que ha leído); o
sea que los aplaudidores fueron embutidos en
bolsas sobre las cuales se sentaron los
guardias. “La moraleja de esto” (como diría
la Duquesa) ha de ser: cuidado con la
aplicación de significado; más aun, cuidado
con aplicar la realidad de Wonderland a la
realidad de Inglaterra.
Entonces ¿es que Lewis Carroll quiso que
al final del libro se reestableciera el
modus operandi del Status Quo del Reino Unido?
Así pareciera porque Alicia comienza a
recuperar su estatura y a refutar las
inconsecuencias del juicio. Se atreve a
refutar al Rey y finalmente ningunea a todo
Wonderland: “Who cares for you?” said Alice
(she had grown to her full size by this
time). “You are nothing but a pack of
cards!” (“¿Y a quien le importan ustedes?”
dijo Alicia (había comenzado a crecer hasta
su verdadero porte ahora). “Ustedes no son
más que un paquete de naipes!”) Con esta
frase destruye la realidad de Wonderland que
ella ha venido aceptando, creyendo,
conviviendo. La suspensión de la
incredulidad ha cesado. Su modo de ver el
mundo ya no le permite tolerar el contra-
mundo de Wonderland. Tiene que rechazarlo.
Lo contrario hubiera sido residir en él,
someterse a sus ¨leyes¨y…ser acaso
sentenciada por Rey y Reina a… una
decapitación que tampoco sería perpetrada.
Imposible que Alicia abandonara su hogar
y se quedara vagando en ese ámbito
desprovisto de madres y padres, habitado por
una mayoría de animales y pájaros.
Ya despierta o “repatriada,” cuando
estamos de regreso al campo inglés, florido
y cálido, la hermana de Alicia comienza a
repasar lo que su hermana le ha relatado –
de modo que hemos leído el relato de Alicia
a su hermana – y en ese repaso ella se
desliza a un sueño: “she began dreaming
after a fashion…” (“ella comenzó una especie
de sueño”) y luego pasa a una ensoñación
lúcida que asigna, desde el sueño, sus
causales en la realidad circundante. Lo
inicia con los ruidos ambientales: la brisa
en el pasto y en el agua. Después va
relacionando Wonderland con la campiña
inglesa y tornándola un sucedáneo del campo
inglés mediante su origen en los ruidos
verdaderos: el tintineo de las tazas de té
se trueca en ruido de cencerros; los
chillidos de la Reina, en la voz de un
pastorcillo; el estornudo de la guagua, el
chillido del Grifo y todos los otros ruidos
raros, en el “confuso clamor de una granja
laboriosa, en tanto que los mugidos de la
vacada distante, en los recios sollozos de
la Falsa Tortuga.”
Todo esto ha creado un sueño tras un
sueño, y soñar lo ya soñado por otra persona
detectándole sus causas en la sonora
realidad dentro de la cual se sueña. Pues la
hermana oye a Wonderland. Lo resume con
audición más que con visión: el susurro del
pasto abierto por la carrera del Conejo
Blanco, el chasquido en el agua cuando la
Laucha espantada intenta salvarse, el
escalofriante raspado del lápiz sobre la
pizarra del Lagarto, el jadeo de los cuyes
suprimidos, y a lo lejos los sollozos de la
Falsa Tortuga. Contrasta esto con la memoria
verbal, el recuerdo de lo que se ha
conversado, el absurdismo enervante o
humillante que ha fastidiado a la sesuda
Alicia. Su hermana, en cambio, retiene y
repasa los ruidos extraños, el “lenguaje”
sin vocabulario de la Naturaleza.
Hay un leve detalle crucial en esta
secuencia de sueños. La hermana primero se
duerme y la hermana después sueña despierta,
pues “se sentó con los ojos cerrados y a
medias se creyó de veras en Wonderland, a
pesar de que ella sabía que con solo abrir
los ojos estaría de nuevo en la sosa
realidad.” Tiene, así, poder conjurador,
puede acceder a la sonoridad de Wonderland.
Pero, aun más importante que ese poder es el
borroneo entre sueño y ensoñación, entre
soñar sin gobierno de lo soñado y ensoñar
gobernándolo. Y este si-es-no-es sutil
vuelve a darnos la ambigüedad de la visión
de la realidad de Lewis Carroll: realidad
aceptada, realidad rechazada. Aceptada
realidad rechazada. Rechazada realidad
aceptada. Todo ello un atornasolado y
ambiguo vaivén de probabilidades en vez de
un rechazo total o de un cuestionamiento a
fondo, pues no se atreve a llegar hasta la
revolución cabal, pasando de la sugerencia
al acto.
Parece una timidez cautelosa.
Podría ser una cortesía.
Una maniobra diplomática que nos convida
a injertar “lo Wonderland” en “lo real.”
Incluso con la opción que ha ejercido la
hermana de Alicia: soñar despiertos esa infiltración
de lo maravilloso en lo consuetudinario. Varios
escritores continuarán en esa infiltración,
mencionemos a García Márquez, Borges y
Cortázar. Pero Lewis Carroll ejercía un
realismo mágicamente absurdo, más
desquiciador aun de lo real craso y raso.
Luis Vargas Saavedra.