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Nuevas Perspectivas del estudio sobre el Trabajo
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Consideraciones teóricas sobre la centralidad
del trabajo
Por Felipe Ruiz Bruzzone y
Catherine Agüero Espinace
Mediante el presente ensayo pretendemos aportar con una
breve síntesis sobre algunas reflexiones teóricas que se han realizado
desde América Latina, que buscan discutir la perspectiva pesimista de la
intelectualidad occidental en relación al trabajo como categoría analítica
válida para ser objeto de estudio de la sociología.
Basándonos fundamentalmente en una selección de
elaboraciones de tres autores latinoamericanos - Enrique De La Garza
(México), Ricardo Antunes (Brasil) y Julio Cesar Neffa (Argentina) -
buscaremos explicar sintéticamente: el desarrollo que el concepto de
trabajo ha tenido en el pensamiento social occidental, las
transformaciones que ha sufrido la sociología del trabajo en América
Latina, las principales tesis sobre el fin del trabajo, elaboradas desde el
pensamiento social occidental, fundamentalmente desde Europa y
Norteamérica, así como las principales críticas a éstas, elaboradas por
los autores latinoamericanos antes mencionados. Cerraremos esta
reflexión considerando algunos ejes de estudio tanto teóricos como
empíricos, que valdría la pena considerar para el desarrollo de los
estudios laborales en América Latina y Chile.
Vale aclarar que la intención de este trabajo no pasa por la
completitud académica; sin dudas es incompleto ya que su intención es
otra: poder elaborar un texto que sea útil para quienes recién se
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insertan en el debate teórico en torno al trabajo y los estudios laborales
en las ciencias sociales.10
Desarrollo del concepto de trabajo en el pensamiento social
occidental
En términos generales, es posible señalar que el concepto de
trabajo ha variado a lo largo de la historia del pensamiento social del
siglo XX, en estrecha relación con las transformaciones históricas que
circunscriben al fenómeno, condicionadas por la correlación de fuerzas
entre actores y clases sociales, que buscan establecer un sentido
hegemónico del mismo (De La Garza, 2000).
Una primera cuestión teórica que creemos preciso establecer
tiene que ver con el carácter dual del concepto de trabajo, toda vez que
refiere tanto a una actividad que tiene dimensiones objetivas – de
intermediación con la naturaleza, de transformación del ser humano y
de creación de vínculos sociales – como subjetivas – englobando
fenómenos referidos a identidades, sentidos y visiones de mundo
(Antunes, 2000; De La Garza, 2000).
Sin embargo, se hace necesario proponer una revisión histórica.
Para caracterizar el desarrollo del concepto en la teoría social
occidental, autores como Enrique De la Garza proponen distinguir
cuatro grandes períodos de su desarrollo intelectual: el primero refiere
al predominio de la teoría económica clásica, desde la revolución
industrial hasta la segunda mitad del siglo XIX en el lapso de 1750-1850,
período en el cual – sobre todo por el desarrollo de la economía política
– el trabajo fue un concepto central en la teoría social, entendido como
creador de valor. Un segundo período abarca desde finales del siglo XIX
hasta la crisis de 1929, caracterizado por el giro marginalista en la
10 En coherencia con tal intención, el texto que presentamos es una versión ligeramente modificada de una parte importante del cuadernillo de formación número 1 del Grupo de Estudios Interdisciplinarios del Trabajo, titulado Observaciones para el estudio del Trabajo en América Latina (en el marco del neoliberalismo), elaborado por Felipe Ruiz durante Enero del presente año.
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economía, el énfasis en el intercambio, la consideración del ser humano
como actor racional y el rechazo a la centralidad del trabajo como eje de
la generación de valor. Un tercer período abarca desde la década de
1930 hasta la década de 1960, etapa en la cual debido al declive de la
economía neoclásica y el auge del pensamiento económico de
orientación keynesiana, el trabajo volvió a situarse con importancia en
términos analíticos, así como en el plano ideológico como un actor social
validado y con presencia institucionalizada (De La Garza, 2000).
Finalmente un cuarto periodo, que va desde la década de 1970,
cuando empieza el giro neoliberal a escala global, hasta la actualidad;
aquí se pueden identificar dos grandes corrientes en relación al
problema del trabajo, marcadas por el debilitamiento del concepto
luego del resurgimiento del pensamiento neoclásico. Por un lado, se
afirma que debido a ciertas transformaciones económicas y a la derrota
histórica del sindicalismo, el trabajo ya no constituiría una categoría
central en la explicación de los procesos de cambio social reciente. Por
otro lado, se encuentran tesis que diagnostican una disminución de la
centralidad del trabajo como ámbito de lo social, ya sea porque la
tercerización y el desarrollo tecnológico harían disminuir al trabajo
como actividad humana, o porque debido a la fuerte segmentación,
fragmentación y heterogenización del campo laboral, sería inviable la
emergencia de identidades colectivas desde tal aspecto de la vida en
común (De La Garza, 2000).
Detallando algo más el cuarto período mencionado, es posible
señalar tres elementos que han influido en el declive de la valoración
académica respecto a la importancia del trabajo en la sociedad, tanto en
sus aspectos objetivos como subjetivos: el neoliberalismo como
formación social alternativa al keynesianismo y como ideología
hegemónica, la reestructuración productiva y de los mercados laborales
que provocaron una fuerte heterogeneización, complejización y
fragmentación del trabajo en relación a los períodos previos (Antunes,
2000), así como el declive de las ideologías relacionadas con el
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movimiento obrero – en sus variantes comunista, socialista o
socialdemócrata – debido a una crisis del trabajo en el plano subjetivo y
de representación colectiva, fenómeno en el cual puede englobarse
también la crisis que en algunas partes del mundo afecta a los sindicatos
(Antunes, 2000; De La Garza, 2000a).
Breve contextualización de la sociología del trabajo en América
Latina
En relación al desarrollo de la sociología del trabajo en América
Latina es preciso anotar que – en coherencia con los argumentos recién
planteados - también sus enfoques teóricos y temas de investigación
han variado de manera histórica. Sus orígenes en la región se sitúan en
la década de 1960, y en tal momento se mantuvo subordinada a la
sociología del desarrollo, a las orientaciones teóricas del estructural
funcionalismo y al concepto límite de la modernización (Garretón,
2014). Desde tales perspectivas se buscó estudiar las problemáticas de
la industrialización tardía, con énfasis en temáticas como la
marginalidad laboral urbana, la caracterización de la subjetividad
(conciencia) obrera, la relación entre movimiento obrero y partidos
políticos, la emergencia y problemáticas de la sindicalización y la
perpetuación de vínculos laborales de tipo tradicional producto de la
acción estatal y empresarial. En un primer momento, esta orientación
contribuyó a la caracterización de una serie de procesos históricos
analizados desde la negatividad: describiéndolos como carencia de
vínculos sociales de tipo moderno, propios de las sociedades
desarrolladas, norteamericanas o europeas (Zapata, 1986; Abramo &
Montero, 1995).
Posteriormente, y como ha sido señalado en diversos estudios
(De Sierra, Garretón, Murmis, & Trindade, 2007; Garretón, 2014),
durante la década de 1970 la temática central de las ciencias sociales en
América Latina gira en torno al dualismo dictadura-democracia, siendo
centrales para la sociología en general y la sociología del trabajo en
específico, las reflexiones sobre las posibilidades de superación de los
regímenes dictatoriales y la posibilidad de reconstitución del actor
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laboral como fuerza social de orientación democrática, en oposición a
las dictaduras (Zapata, 1986; Abramo & Montero, 1995).
Luego, en la década de 1980 y teniendo como telón de fondo los
procesos de globalización neoliberal y de reestructuración productiva,
el foco de estudio se vuelca sobre la unidad de la empresa y los procesos
de trabajo, siendo central el binomio analítico de la
dominación/resistencia, como marco teórico que exploraba la respuesta
de la clase obrera como actor colectivo frente a los procesos de
reconversión productiva y flexibilización laboral; asimismo cobraron
relevancia enfoques como el de la competitividad sistémica y la
segmentación de los mercados laborales, girando la óptica hacia el
estudio del empleo y los fenómenos de exclusión social, informalidad y
precarización (Zapata, 1986; Abramo & Montero, 1995).
De tal forma, se observa una trayectoria de la disciplina en
América Latina en la que se evidencia una importante transformación,
desde perspectivas de investigación que tenían como principal objetivo
determinar la lejanía o cercanía de las sociedades latinoamericanas
respecto a las sociedades industrializadas (en relación a las
características del trabajo, la industria y la relación entre actores
sociales y políticos), hacia la especificidad que toman en la región los
procesos de reorganización de la producción, en los cuales el conflicto
juega un papel central (Abramo & Montero, 1995).
Presentación de las tesis sobre el fin del trabajo
Como ya fue anotado en el primer apartado, desde la década de
1970 en adelante y sobre todo a partir de la década de 1980,
emergieron diferentes posturas intelectuales que buscaron afirmar la
escasa centralidad analítica e histórico-social que tendría el trabajo, en
el marco de las tendencias contemporáneas de transformación
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neoliberal de las economías y las sociedades occidentales.11 Autores
como Enrique De La Garza (2000a; 2001) y Julio Neffa (2001) han
buscado sintetizar tales argumentos en cuatro grandes tesis,
relacionadas lógicamente entre sí, que desde diferentes ópticas buscan
argumentar a favor del fin del trabajo:
La primera plantea un declive de la importancia del trabajo en
un sentido subjetivo-político. Debido a la heterogenización y
fragmentación del mundo del trabajo, a la disminución del peso relativo
del trabajo industrial en detrimento del sector servicios en algunos
países del primer mundo, así como por la expansión de formas de
empleo precario y el incremento del desempleo estructural en algunas
partes del globo, habría un debilitamiento de la constitución de
identidad y subjetividad en torno a la actividad laboral, lo que conlleva a
una imposibilidad de constituir sujetos y actores colectivos desde el
mundo del trabajo12.
La segunda tesis está relacionada con la anterior pero tiene un
sentido más sociológico. El trabajo dejaría de tener un rol central en el
conjunto de las relaciones sociales, toda vez que los ámbitos sociales
ajenos a esta actividad tendrían más importancia relativa, siendo tales
11 Dado que escapa tanto en extensión como en contenido, para este ensayo solo mencionaremos los principales autores y trabajos señalados en la bibliografía revisada. En el sentido mencionado destacan autores como Alain Touraine en La Sociedad Post-industrial (1969), André Gorz en Adiós al Proletariado (1980), Claus Offe en La Sociedad del trabajo. Problemas estructurales y perspectivas de futuro (1984), Jeremy Rifkin en The End of Work. The Decline of the Global Labor Force and the Dawn of the Post-Market Era (1995), Dominique Meda en Le travail. Une valeur en voie de disparition (1995) entre otros. 12 Aquí se encuentra la propuesta de René Sainsaulieu acerca de la identidad en el trabajo, en L'entreprise, une affaire de societé (1990). Con respecto al proceso de aumento del trabajo precario y flexible, consultar a André Gorz en Sortir de la societé salariale (1994) y Miserias del presente, riquezas de lo posible (1997). Además de la tesis de Robert Castel y la metamorfosis de la sociedad salarial, en Les métamorphoses de la question social. Une chronologie du salariat (1995).
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espacios donde se juega la constitución de identidades sociales, sobre
todo el mundo del consumo. Es una propuesta fuertemente relacionada
con la interpretación post moderna de la fragmentación de la
experiencia colectiva-social, de la cultura y las identidades, cuestión que
explicaría la ausencia tanto de sujetos sociales hegemónicos como de
discursos o proyectos políticos con pretensión de totalidad, y por tanto
la imposibilidad de la emergencia de sujetos históricos desde el mundo
laboral13.
La tercera tesis se apoya en algunas tendencias de la economía
global en la actualidad, remarcando la importancia que hoy tiene el
capital financiero, los mecanismos de acumulación vía especulación y el
impacto de las nuevas tecnologías de la información y las
comunicaciones en el ámbito de la producción. Desde tal diagnóstico se
deduce que el trabajo vivo ya no contribuye como antes al proceso de
producción de valor, por tanto se augura su declive y pérdida de
centralidad en tanto actividad económica y social14.
La cuarta tesis está relacionada con un diagnóstico de índole
netamente política. La crisis del trabajo se relaciona con la derrota del
actor sindical en el marco de la reestructuración productiva y
13 Revisar la perspectiva de Jürgen Habermas acerca de la pérdida de la utopía de la “sociedad del trabajo”, en The New conservatism: cultural criticism and the
historian debate (1989). También revisar las propuesta de reconocimiento de la
existencia de diversas esferas de la “plena actividad”, y la perspectiva del sobre-
trabajo en las siguientes autoras: Hannah Arendt en La condition de l'homme moderne (1988), Dominique Meda en Travail, emploi, activité; des redefinitions
en cours (1998), Dominique Meda & Juliet Schoor en Travail une révolution a
venir (1996) y Juliet Schoor en The overworked american. The unexpected
decline of leisure (1991).
14 Al respecto también es posible consultar el texto de Jeremy Rifkin antes mencionado y el texto de Claus Offe en El pleno empleo ¿Una cuestión mal planteada? (1996).
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globalización neoliberal de la economía. Este fenómeno habría tenido
consecuencias principalmente en el balance de poder entre capital y
trabajo, con consecuencias nefastas para este último, lo que marcaría el
fin del trabajo como eje de disputa y construcción política, y la necesaria
búsqueda de actores y sujetos sociales al margen de las relaciones
laborales15.
Refutación teórica y empírica de las tesis del fin del trabajo, desde
América Latina
La primera tesis planteada presenta, según De La Garza
estructuralista (2000a; 2001) un fuerte determinismo estructuralista,
toda vez que asume una correspondencia estrecha entre una posición
en el mercado laboral y un desarrollo consecuente de la subjetividad de
los individuos. Además, tanto este autor como Antunes plantean que la
heterogeneidad de la clase trabajadora no sería una novedad, sino más
bien una constante a lo largo de toda la historia del movimiento obrero,
por lo que centrar su crisis en tal aspecto no tendría consistencia
histórica ni teórica (Antunes, 2013; De La Garza, 2000a). Se trata
entonces de asumir el desafío científico de explorar la (posible) relación
entre transformaciones del empleo y la (potencial) emergencia y
constitución de identidades y subjetividades.
Respecto a la segunda tesis, se plantea que también asume un
argumento apriorístico, que sería el de la actual desarticulación del
15 Sobre las consecuencias de estos fenómenos, en términos de un cambio de modalidad contractual de los trabajadores, desde un contrato tradicional a uno de actividades flexibles, revisar: J. Boissonnant en Rapport de la Commision: Le travail dans vingt ans (1995), Michel Godet en Le grand mensonge (1995) y François Gaudu en Du statut de l'emploi au statut de l'actif (1995). Dentro de la bibliografía revisada se la propuesta de Alain Supiot con el paso de la protección social a una ciudadanía social, en Critique du droit du travail (1994) y en Au delà de l´emploi, Transformations du travail et devenir du droit du travail en Europe (1998).
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mundo del trabajo respecto a otras esferas de la vida social, en relación
a un tiempo pretérito (Antunes, 2003). Contra ello, parece posible
asumir una perspectiva analítica no totalitaria, que considere que las
trayectorias sociales están marcadas por una articulación relativa entre
esferas (dentro de las cuales está presente en intensidades diferentes la
esfera laboral), y que por tanto la constitución de subjetividad no es ni
coherente ni necesaria, sino contingente, y producto de relaciones y
mediaciones sociales. De acuerdo a esto, si bien el mundo del trabajo
podría hoy no ser el más relevante para la experiencia social, asumir
que no importa para ella, resulta tan espurio como afirmar a priori la
vigencia de su importancia: se trata más bien de un campo de
investigación abierto en el cual hay que determinar su nivel de
importancia. Incluso, ante las estrategias desplegadas por la empresa
toyotista y aquellas propuesta desde el new management, parece
arriesgado decir que la subjetividad ha dejado de ser relevante en el
ámbito de lo laboral, toda vez que se trata de dispositivos de control que
buscan que el trabajador interiorice los valores de la empresa, tanto en
su vida dentro de la unidad productiva como fuera de ella (De La Garza,
2000; 2001).
La tercera tesis ejercería una operación analítica que caería en la
falacia de la generalización de un argumento particular, desconociendo
que si bien el capital financiero y las tecnologías de la información ha
cobrado creciente importancia, una parte importante de la inversión
sigue siendo productiva, y desde la óptica de la satisfacción de las
necesidades humanas, así como del funcionamiento de la economía,
sigue siendo central la producción e intercambio de bienes y servicios
cuyo substrato material es ineludible (De La Garza, 2000a; 2001;
Antunes, 2013). E incluso ante la aparición de nuevas actividades o
nichos económicos, referidos como el “tercer sector de la economía
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social”, se tiene que para ejecutar este tipo de labor se necesita de
trabajadores y operarios calificados (Neffa, 2001).16
La cuarta tesis plantea una visión finalista de la historia del
movimiento sindical. Si bien se asiste a un escenario donde ciertamente
éste ha perdido influencia, tal cuestión no tendría por qué llevar a
sepultar analíticamente la conflictividad social a nivel del trabajo, toda
vez que su declive tampoco ha sido universal (De La Garza, 2000a;
2001). Incluso pueden señalarse eventos históricos de movilización
social de gran envergadura, articulados principalmente en torno a la
lucha contra la precarización y flexibilidad del trabajo, que refutarían
históricamente esta tesis sobre el fin del trabajo como sustrato de
articulación de sujetos sociales (Antunes, 2000, pág. 93).
Ahora bien, estas consideraciones críticas de tipo analítico
también tienen un correlato empírico, destacado por los autores que
han sido considerados en este ensayo.
Más acá de las tesis sobre el fin del trabajo, el empleo asalariado
seguiría siendo una constante a escala global, aunque se diversifica,
flexibiliza y precariza. Sin duda que tales cambios han transformado la
experiencia laboral, pero dado que su constatación se basa en la
universalización de información parcial y no sistemática, que sólo relata
algunas tendencias globales sin situar el fenómeno a escala
internacional, “(…) sería aventurado afirmar a priori que esta
transformaciones no tienen impactos subjetivos y en las identidades”
(De La Garza, 2000, pág. 20).
16 A este respecto es posible revisar las tesis del Centro de Jóvenes Dirigentes de Francia, quienes reivindican el valor del trabajo, en Construire le travail de demain (1994). Así como la perspectiva de autores marxistas contemporáneos tales como: Jacques, Bidet & Jacques Texier en La crise du travail (1995) y J. M. Vincent en La legende du travail (1996); quiénes valorizan el rol del trabajo como carácter antropológico en el hombre y constitutivo de su subjetividad a través de la producción de valor. Semejante postura tienen los textos y tesis presentadas por Jean Marie Harribey en El fin del trabajo: de la ilusión al objetivo (2001), en Temps de travail et travail du temps (1996) y en Travail, emploi, activité: essai de clarification de quelques concepts (1998).
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Desde tal óptica, De La Garza y Antunes plantean que los
fenómenos que funcionarían como elemento explicativo de las teorías
sobre el fin del trabajo no serían tan universales como han sido
planteados: considerado de manera global – según datos construidos
por la OIT – la caída del peso relativo del empleo asalariado se ha dado
sólo en algunas regiones (como Europa), mientras que en otras se ha
mantenido igual o ha incrementado, de la misma forma se comporta el
fenómeno del tiempo de trabajo; por otro lado, el auto empleo no ha
crecido de manera explosiva ni universal; en relación al empleo
industrial, es posible afirmar que este ha disminuido en América del
norte y en Europa, pero ha aumentado en Asia y en algunos países de
América Latina; el aumento del trabajo técnico y administrativo
tampoco ha sido homogéneo, aumentando en Asia pero manteniéndose
en Europa y cambiando de modo marginal en América del Norte;
asimismo, el declive del sindicalismo no parece ser una tendencia
universal, toda vez que las tasas de sindicalización aumentan o
disminuyen de manera relativa en diversas partes del globo sin caer de
modo drástico (De La Garza, 2000; 2001; Antunes, 2000). Por otra parte
Neffa (2001) concuerda con estas evidencias, agregando que el
desempleo de los países de OCDE debería explicarse entonces porque la
tasa de crecimiento de la PEA es superior a la del empleo. Además,
existe un crecimiento de las actividades de producción externalizadas y
tercerizadas, de la subcontratación, del trabajo a domicilio, etc., donde
se llevan a cabo buena parte de las actividades materiales y de servicio a
las firmas, que anteriormente eran desarrolladas en el seno de las
empresas industriales.
En síntesis, no habría evidencia empírica que sustente la idea de
que el trabajo asalariado ha dejado de ser importante (Antunes, 2000),
toda vez que se constata la prolongación de múltiples formas de trabajo
precarizado (Antunes, 2013; De La Garza, 2000a). Por otro lado,
tampoco se puede afirmar que el declive del empleo en el sector
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industrial es una tendencia indiscutible a escala mundial, junto con el
aumento del trabajo especializado y de servicios.
Tales consideraciones, tanto analíticas como empíricas,
problematizan el carácter eurocéntrico de las propuestas teóricas y e
hablan de una globalización con tendencias homogéneas, augurando el
fin del trabajo en las sociedades mediante la consideración aislada de
fenómenos particulares que están ocurriendo solamente en Europa o
América del Norte (principalmente Estados Unidos), mientras que casi
dos tercios de la fuerza de trabajo se sitúa en el Tercer mundo
(incluyendo a China), en el cual todas las tendencias apuntadas toman
un despliegue particularizado (Antunes, 2000; De La Garza, 2000a;
2001).
Entonces… ¿fin o más bien transformación del trabajo?
De manera general es posible señalar que las tesis planteadas a
favor del fin o crisis del trabajo en la constitución de la sociedad remiten
al problema teórico de la delimitación del concepto mismo de trabajo
(De la Garza, 2001). Considerando tanto el curso histórico del concepto
que, como vimos en el primer apartado, estaría marcado por un último
período de vigencia analítica en el período 1930-1960, como las
transformaciones históricas recientes, podemos afirmar que lo que ha
primado en términos conceptuales hasta antes de la globalización
capitalista de corte neoliberal, era una concepción bastante estrecha del
término, reduciéndolo – gracias a la influencia de la economía
neoclásica y su énfasis en el empleo – al trabajo asalariado.
Si bien resulta certero diagnosticar que existen nuevas formas
de constitución de la actividad laboral luego de la década de 1970 hasta
la actualidad, ello pareciera indicar más bien una transformación
histórica en relación al concepto de trabajo concebido por el
pensamiento social occidental, a partir del tercer ciclo histórico
mencionado, de auge del Keynesianismo y posterior hegemonía del
pensamiento neoliberal. En tal medida, la extensión de formas precarias
y flexibles de trabajo parece anunciar el fin del concepto de trabajo
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acuñado en tales realidades históricas, pero que incluso han sido
“normales” en el mundo no desarrollado (De La Garza, 2000a). Se
trataría más bien de la crisis de un marco teórico propio de las
sociedades industriales, que se basaba en los principios de la sociedad
salarial, con una fuerte organización, regulación y protección social
respecto al trabajo, en cuyos marcos no estarían consideradas formas de
trabajo que en el Tercer mundo siempre han existido.
Por otra parte, la tesis sobre la dilución del trabajo como eje
estructurante de sentido busca seguir aplicando un esquema de
investigación en el cual la unidad de análisis se circunscribía a la
fábrica-empresa y al tiempo de trabajo, cuando en la actualidad tal
esquema se transforma gracias a la desconcentración productiva y la
reterritorialización de la fuerza de trabajo. De acuerdo a esto, se plantea
que es imposible que la subjetividad pueda llegar a constituirse en el
ámbito laboral, cuando podría afirmarse que a lo largo de toda la
historia humana el trabajo – en tanto relación social – se ha imbricado
de formas e intensidades variables con otros aspectos de la vida
humana, desconocidos desde tales perspectivas teóricas: lo novedoso
entonces, no parece serlo tanto.
En tal sentido, es preciso considerar que el campo analítico de la
sociología del trabajo no opera en un vacío social, sino que se ve
tensionado por las formas intelectuales dominantes, cuestión histórica
que clausura la posibilidad de conocer otras realidades o considerar la
importancia de fenómenos que se desarrollan en otras latitudes y
contextos.
Como conclusión teórica, vale la pena destacar que “(…) frente a
la historia compleja del concepto de trabajo es mejor reivindicar su
contenido multidimensional, reconociendo también sus determinantes
históricas y sociales. Además que el trabajo no es sólo el industrial, ni el
asalariado, que se mezcla con la etnia y el género y que sigue teniendo
sus vínculos con el no trabajo, que no es sólo el trabajo del obrero sino
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en todos los niveles organizacionales.” (De La Garza, 2000, pág. 22) A
ello debe sumarse que parece dificultoso asumir que podría existir
sociedad humana alguna que prescindiera del trabajo en un sentido
concreto, como actividad creadora de cosas útiles que además impacta
en las relaciones entre las personas: vale la pena entonces reconsiderar
el estatuto ontológico del trabajo, como actividad constitutiva de
cualquier realidad social (Antunes, 2003).
A modo de conclusión: propuestas teóricas y ejes de investigación
Luego de las consideraciones que ya hemos planteado, nos
parece importante cerrar esta argumentación señalando algunas
propuestas teóricas y de investigación planteadas por los autores
considerados.
En primer lugar destacamos la revitalización, propuesta por
Antunes, de la distinción entre trabajo concreto y trabajo abstracto
planteada por Marx, toda vez que las múltiples, heterogéneas y
discontinuas formas combinadas de actividad laboral siguen afirmando
la centralidad – para una sociedad basada en la producción de
mercancías – del trabajo colectivo en tanto fundamento constitutivo de
las sociedades humanas (Antunes, 2000). Se trata además de una noción
que permite afirmar que más allá del término del trabajo en su
dimensión enajenada o abstracta (subsumido a la lógica del capital) en
la constitución de una posible sociedad post capitalista, el trabajo en su
dimensión concreta siempre seguirá existiendo.
En estrecha relación con este planteamiento, Antunes propone
una ampliación del concepto de clase trabajadora (Antunes, 2000;
2013). Propone el concepto de clase-que-vive-del-trabajo como una
noción ampliada de clase trabajadora que busca superar la condición de
trabajador referida de modo exclusivo al proletariado industrial, y que
engloba a todas y todos quienes venden su fuerza de trabajo a cambio
de un salario, considerando no sólo a los trabajadores
manuales/industriales, sino también a los asalariados del sector
servicios, al proletariado rural y al proletariado precarizado, part-time,
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tercerizado o subcontratado, informal, etc., además de los desempleados
o subempleados producto de las dinámicas de reestructuración
productiva neoliberal (Antunes, 2013, pág. 94).
En tal marco, cobran importancia dos conceptos que permiten
caracterizar las transformaciones recientes del mundo del trabajo en un
doble proceso, concomitante y contradictorio: por un lado, se asiste a
una desproletarización relativa del trabajo industrial en los países del
capitalismo avanzado. Mientras que por otro, a una subproletarización
del trabajo – extensión del trabajo parcial, precario, informal,
flexibilizado – especialmente en aquellas sociedades ubicadas en la
periferia del sistema capitalista mundial (Antunes, 2000).
Por otro lado, y teniendo en cuenta que el capitalismo neoliberal
ha avanzado mercantilizando diversos ámbitos de la sociedad (Harvey,
2007), llegando incluso al ámbito de la reproducción de la vida por
fuera del mundo del trabajo, resulta preciso considerar la propuesta de
De La Garza acerca de ampliar aquello que se entiende como actividad
productiva, considerando fenómenos que hasta ahora se ha considerado
como trabajo reproductivo al margen de la actividad laboral (De la
Garza, 2001). El trabajo doméstico, las nuevas pautas de consumo y la
estrecha relación entre goce y generación de patrones sociales de
producción y mercantilización, constituyen fenómenos a considerar en
esta ampliación del marco analítico, así como la delimitación histórica
cultural sobre lo que es y lo que no es trabajo, en términos de su
localización territorial y extensión temporal (De la Garza, 2001)17.
De tal modo, considerando la extensión del sector terciario, cabe
apuntar la extensión de la inmaterialidad en el trabajo (actividades
donde se sintetizan en un mismo acto las lógicas de producción,
17 Acerca de esta propuesta revisar: Guy Aznar; Alain Caille; Jean Louis Laville; Jacques Robin; Roger Sue en Vers une activité plurielle, un travail, une activité, un revenu pour tous (1995) y el trabajo de Alain Lipietz en Le travail en sablier (1996).
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circulación y consumo), lo que obliga a pensarlo no sólo como una
actividad que debe tener como producto un elemento material. De la
misma forma, es preciso considerar el impacto de la actividad de trabajo
– sea material o inmaterial – en la constitución de subjetividad: las
formas de relación mediata o inmediata en la actividad laboral, con la
respectiva emergencia de una comunidad simbólica, más o menos
fuerte, arraigada o no en cuestiones materiales (De la Garza, 2001).
En términos de perspectivas empíricas de investigación,
resultará preciso enfatizar el estudio - de manera situada y con
perspectiva global - de las nuevas tendencias del trabajo: la
feminización de la fuerza laboral y la fuerte división sexual, geográfica y
racial de los diversos recursos y posiciones de poder involucrados en los
procesos de trabajo; el fenómeno de la desproletarización como
reducción relativa del trabajo fabril, especializado y de largo plazo; la
extensión del subproletariado mediante el trabajo precario tanto en el
sector secundario como terciario de las economías; la tercerización que
han experimentado diversas economías; la transnacionalización del
capital y la reterritorialización de la fuerza de trabajo. Como correlato
de estos focos de investigación también vale la pena considerar los
desafíos que esta heterogenización, complejización y fragmentación de
la fuerza de trabajo impone a la organización colectiva-sindical, así
como aquellos atisbos de estrategias de revitalización sindical efectiva
desplegados en dichos contextos (Antunes, 2013; De la Garza, 2001).
Estamos entonces ante un desafío intelectual que abarca tanto
una dimensión teórica como de investigación empírica, en el que
resultará central reivindicar la importancia de la investigación en torno
al tema; si bien proponemos considerar que el trabajo sigue siendo una
actividad común a toda sociedad humana, su importancia en términos
de constitución de identidad y de sujetos históricos no puede sino ser
objeto de investigación y disputa política. En tal medida la actividad
intelectual en torno al trabajo también debe ser capaz de impugnar
aquellas perspectivas que buscan cancelar la importancia del trabajo,
naturalizando y fetichizando una vez más al orden social capitalista.
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Esto pues el neoliberalismo ha creado una nueva “cuestión
social”, donde las promesas de las nuevas tecnologías, el trabajo
especializado y flexible, o el trabajo con sentido, no han sido cumplidas
sino para una estrecha minoría de la población, mientras una amplia
mayoría sufre los efectos de un flexibilidad precarizante, en un contexto
donde además debe sumarse el reflujo del sindicalismo y un Estado
neoliberal que no interviene con una perspectiva de protección social ni
de redistribución de la riqueza. Proponemos entonces considerar que la
globalización neoliberal es un proceso histórico-político, y por tanto
reversible y no necesario, que además se expresa de manera
heterogénea y particularizada (De la Garza, 2001).
En este contexto, no se debe excluir la posibilidad del estudio de
la potencialidad disruptiva del conflicto social originado desde el mundo
del trabajo. Si bien esto “(…) no excluye ni suprime otras formas
importantes de rebeldía y contestación, (…) viviendo en una sociedad
que produce mercancías, valores de cambio, las revueltas del trabajo
tienen un estatuto de centralidad.” (Antunes, 2000, pág. 91).
Se ha planteado también que en aquellos segmentos más
precarizados (y quizá no centrales, económicamente) de la clase-que-
vive-de-su-trabajo, se encontraría una mayor distancia tanto objetiva
como subjetiva respecto al capital, por lo que desde allí podrían
emerger acciones más osadas, pues se trataría de segmentos de la clase
trabajadora que no tendrían nada que perder (Antunes, 2013). Tal
afirmación puede ser relativizada por la historia, toda vez que en un
país exportador como Chile los segmentos de trabajadores precarizados
– tercerizados, subcontratados - de los sectores económicamente más
importantes (cobre, puertos, forestal) sí son estratégicos
materialmente; sin embargo, se destaca que la predisposición a la
conflictividad ha logrado emerger en tales espacios precisamente
debido a tal precarización material, que impacta fuertemente en la
Versión extendida de la revista La Maquila N°3 - GEIT
identidad social, posibilitando una conflictividad de alto impacto para la
historia reciente.18
Es por ello que el estudio de la acción y organización colectiva en
el mundo del trabajo, sus características, límites y desafíos, así como su
articulación con otras formas y espacios de lucha, también configuran
otro eje de análisis relevante para el futuro de la investigación laboral. 19
Esto pues la crisis intelectual en torno al trabajo, no es más que el
síntoma de una época; como lo dice Enrique De La Garza: “La
declinación del trabajo es sobre todo por la marginación de los
trabajadores y sus organizaciones; es una crisis de deslegitimación. Su
pérdida de centralidad no la ha substituido la simple fragmentación
posmoderna sino otra centralidad: la del capital y la del empresario
como sujeto” (De la Garza, 2001, pág. 26).
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18 Para un claro ejemplo de este asunto, remitimos al lector al documental Conflicto de los subcontratistas y Codelco (Correa & Trejo, 2013c); un enlace al material se encuentra en el apartado bibliográfico.
19 “Los trabajadores no solo producen sino que viven en otros espacios, urbanos o rurales. (…) Estos espacios no están de manera natural articulados en la realidad, pero pueden llegar a articularse. Algunos de ellos pueden abordarse desde la acción local, pero otros necesitarán de la conversión de las organizaciones de los trabajadores en fuerzas políticas y (…) hacer uso creativo de los medios de comunicación, nacionales e internacionales, creando y recreando símbolos y discursos en un nuevo lenguaje seductor“ (De la Garza, 2001, pág. 30).
Nuevas Perspectivas del estudio sobre el Trabajo
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