la castidad religiosa en el mundo de hoy de jalics sj

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Francisco Jálics sj La castidad religiosa en el mundo de hoy (Artículo de circulación entre religiosos, sacerdotes y seminaristas) “Derramaré mi Espíritu sobre toda carne” (Hch 2,17)

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Francisco Jálics sj

La castidad religiosa en el

mundo de hoy

(Artículo de circulación entre religiosos, sacerdotes y seminaristas)

“Derramaré mi Espíritu sobre toda carne” (Hch 2,17)

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 2

Presentación

Decir algo sobre la castidad religiosa en el mundo de hoy se torna siempre un

desafío si tenemos en cuenta que una antropología que pretenda explicar todo el hombre

peca de ambiciosa, cuando no de reduccionista. La simpleza de Francisco Jálics sj al

abordar este tema nos da la pauta de una sabiduría muy profunda y un conocimiento del

hombre, tanto intuitivo como intelectual, fundado en la experiencia de vida y la

apertura.

La historia de este artículo es la historia de un hallazgo. Hace un par de años que

me encuentro estudiando filosofía en Colegio Máximo de San José, nuestra Facultad de

Filosofía y Teología en San Miguel. Siendo amigo de la obra del p. Jálics me propuse

buscar los títulos que se encontraban en la Biblioteca para ver si existía alguno que no

conociese. Sabía que el autor había vivido en la Argentina y que algo podría encontrar.

Así fue, además de todos sus libros escritos en español (Aprendiendo a orar, Cambios

en la fe, Compartiendo la fe, El encuentro con Dios, El camino de la contemplación, y

Ejercicios de contemplación) encontré unas treinta páginas escritas a máquina y

abrochadas con el título: La castidad religiosa en el mundo de hoy. El artículo había

sido escrito en 1969 cuando el autor se encontraba todavía en Buenos Aires. Pensé que

no había sido publicado y decidí corroborarlo con el autor. Francisco me respondió que

sólo se encontraba en ese formato y que había sido una tirada de unos dos mil

ejemplares, pero que no había sido publicado por ninguna editorial. Y concluía: “puedes

hacer con él lo que te parezca”.

Entonces me aboqué a transcribirlo y a medida que lo hacía me daba cuenta de la

validez del texto, su profundidad humana, y también de su actualidad; a pesar de haber

sido escrito hace más de cuarenta años. Por tanto, al preparar esta edición sólo osé

adicionar unas notas que se me ocurrieron oportunas y algunas citas de otros autores

contemporáneos que a mi criterio, sintonizan bastante con la propuesta de Jálics.

Esta obra está especialmente dedicada a los que vivimos del seguimiento de Jesús

en la vida consagrada. Espero que ayude a los lectores a crecer en el amor y la entrega

fecundos.

Emmanuel Sicre sj ([email protected].)

5 de octubre de 2010

Bs. As.

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 3

Sumario

Introducción……………………………………………………………. 2

I. El sentido de la castidad religiosa…………………………..….…... 5

1. La evolución de la sexualidad…………………………...…….……… 5

2. El Reino de Dios y la sexualidad………………………..……..……... 6

3. El Matrimonio y la consagración religiosa………………..……….……. 7

4. La alianza…………………………………….…….…………….. 8

5. La paternidad espiritual………………………………….…….……. 10

II. El crecimiento en la castidad…………………………….…….…… 12

1. La actitud frente a las emociones y pensamientos sexuales…………...……. 13

2. El enamoramiento…………………………………..…….………… 14

3. La relación con las mujeres………………………….……………….. 19

4. El apostolado y la ubicación humana……………….………………… 22

5. La oración………………………..………………………………… 23

III. La castidad en crisis……………………..………………….…….. 24

1. La evaluación de una situación crítica……………….………….…..…… 24

a- El principio de la totalidad y el factor tiempo…………..………… 24

b- La toma de conciencia de la motivación real…………...…………. 26

2. La crisis de fe……………………..……….………..……………….. 30

3. El mito de la voluntad de Dios……..……………………..…………… 31

Conclusión……………………..……………………...…………………. 34

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 4

El religioso tiene

que saber que el

hombre es espíritu y

cuero. El elevado

ideal de la

consagración se vive

humanamente y

tanto el cuerpo como

la vida afectiva

participan de él. Por

otra parte, el

hombre tiene que

asumir los procesos

corporales y

afectivos.

Introducción

Vivimos en un mundo que se desarrolla y cuyas estructuras cambian con un ritmo

acelerado. La Iglesia no queriendo quedarse al margen de esta evolución, busca adaptar

sus propias estructuras humanas al mundo de hoy. Vive sus valores más espirituales de

una manera encarnada en la vida humana y por eso aún sus tesoros más elevados tienen

una dimensión humana que evoluciona al paso del desarrollo contemporáneo. La vida

religiosa participa de esta dimensión humana y por tanto está sujeta a los cambios de las

estructuras humanas. De hecho ya se generaliza la revisión del modo de vivir la

pobreza, porque se han cambiado las estructuras económicas. Se está evolucionando en

sentido de la obediencia porque la humanidad tiene nuevos conceptos de las relaciones

humanas. ¿No es necesario replantearnos de la misma manera el sentido y la práctica

de la consagración religiosa en la castidad?

Mi intención es hablar de los aspectos humanos de la castidad. Los libros clásicos

sobre la castidad tocan normalmente sus aspectos espirituales, pero no suelen entrar en

su dimensión humana. Se refieren a ideales y metas, pero al hombre de hoy le puede

parecer todo esto muy abstracto o demasiado angelical si no ve la integración con lo

humano. El religioso tiene que saber que el hombre es espíritu y cuerpo. El elevado

ideal de la consagración se vive humanamente y tanto el cuerpo como la vida afectiva

participan de él. Por otra parte, el hombre tiene que asumir los procesos corporales y

afectivos. Tiene cuerpo, tiene sensaciones y afectos, vive en un mundo humano sexuado

y por eso vale preguntarse cómo la consagración religiosa la integra en la vida humana.

Pero en esta tarea quiero evitar la construcción de una

nueva teoría y no pretendo tampoco hacer una exhortación a

grandes ideales, sino identificar experiencias, reflexionar sobre

la realidad y mostrar hasta qué punto ésta tiene que ser mirada

de frente, aceptada con realismo y vivida auténticamente para

que el hombre pueda elevarse todo entero a su Creador en un

amor pleno y fecundo.

Por lo tanto no es mi intención discutir si la castidad tiene

sentido en el mundo de hoy, lo doy por sentado. Ni me

propongo abordar el tema tan debatido del celibato sacerdotal.

Me dirijo principalmente a los religiosos. La sexualidad de la

mujer es diferente a la del varón y eso implica una diferencia

en la manera de vivir la castidad, pero para no alargarme

demasiado y tampoco ignorar esta diferencia, me he limitado a

hablar a los religiosos. Sin embargo, ya que estas páginas no se

destinan a la pura lectura sino a que sean conversadas en

grupos después de una lectura atenta, las religiosas podrán

leerlo con fruto y en sus conversaciones, que surjan con ocasión de la lectura, podrán

completarlo con su experiencia.

En la primera parte quiero explicar el sentido de la castidad. En la segunda abordo

las diferentes formas de crecimiento de la castidad y los conflictos que conducen a una

maduración. En la tercera parte presentaré la experiencia de una vida consagrada que

muestra signos de esterilidad y se aproxima a un verdadero fracaso.

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 5

I. El sentido de la castidad religiosa

En esta parte veremos las líneas fundamentales de una teología de la castidad. Por

eso primero tenemos que ver la sexualidad en su evolución y en su estado de madurez1.

Luego mostraremos en lo que coincide y difiere el matrimonio con la consagración

religiosa. En el cuarto y quinto párrafo veremos cómo la capacidad de alianza y la

fecundidad se realizan en la vida religiosa.

1. La evolución de la sexualidad

La sexualidad es un dinamismo fundamental del hombre y el hombre tenderá que

vivirla quiera o no. El hecho de que no se case no lo hace ser a-sexual. Tiene que vivir

su sexualidad como su inteligencia aunque no sea un intelectual. El religioso como todo

ser humano, de este modo pasará por diferentes etapas de maduración sexual y tendrá

que integrar esta fuerza vital en el conjunto de su existencia. Recordemos por lo tanto el

camino de su maduración.

Después e un largo período de relativa paz, que dura muy aproximadamente hasta

los 12 años, la afectividad pasa por un largo período de maduración. Los impulsos

propiamente sexuales alcanzan una fuerza muy grande, pero al mismo tiempo son

bastante mal diferenciados y penetran todas las formas de la relación humana.

Al principio el impulso sexual, se dirige a sí mismo como a un objeto de amor más

cercano. Es la época narcisista en la cual el niño queda como deslumbrado de su propio

cuerpo y de sí mismo. En un segundo período se dirige con gran fuerza pero sin ser

diferenciada a los individuos del mismo sexo. Es la época de las grandes amistades de

los adolescentes con sus compañeros. Luego se dirige a los individuos del otro sexo y

empieza a ser realmente heterosexual. Primero de una manera confusa, porque se dirige

a la mujer como tal, a la figura femenina tipificada de una manera idea y abstracta, pero

no a tal mujer en particular. Es la época de los amores románticos muy absolutizados,

pero al mismo tiempo muy inestables. Por último, la sexualidad se cristaliza en la mujer

amada por ella misma y en su singularidad. La madurez de la sexualidad a los

comienzos de la edad madura, se caracteriza por un amor heterosexual electivo. Se

puede decir que un muchacho que no haya alcanzado este estado no ha llegado a una

madurez afectiva de adulto.

En este desarrollo que acabamos de ver hay un proceso de integración, de

diferenciación, y de capacitación para dar.

Durante la adolescencia, la sexualidad progresa por una interacción cada vez más

grande en el conjunto de la personalidad. Al principio es como una zona distinta de la

misma. Es cierto que penetra todo, pero de una manera confusa y como una mezcla o

contaminación, pero no integrada en el conjunto. Eso explica que el adolescente pueda

1 En este y en los dos párrafo siguientes seguiré el excelente trabajo de J. M. Pohier, Psycologie et

Théologie, París, Ed. du Cer. pp. 332-373. (N. del A.)

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 6

hacer elecciones sexuales en oposición aparente con otros sectores de su personalidad.

Al comienzo de la edad adulta, la sexualidad no es más que esta energía que se mezcla

con todas las categorías físicas, siendo al mismo tiempo extrínseco a ellas. Se pone en

su lugar y se integra con el resto de la personalidad, articulándose o subordinándose

conforme a la jerarquía de los niveles de su existencia.

De aquí otro aspecto de la maduración sexual: la diferenciación. Durante la

adolescencia toda relación a otros está impregnada de una confusa sexualidad: la

relación consigo mismo, la relación con los amigos del mismo sexo, y hasta la relación

con sus padres o por lo menos el del otro sexo. Al fin de la adolescencia la sexualidad se

cristaliza en la relación heterosexual electiva y el joven debe estar capacitado para vivir

relaciones que no sean penetradas de una manera confusa de sexualidad. A medida que

se hace capaz de amar a una mujer, se hace igualmente capaz de tener relaciones

amicales con otras mujeres y con otros del mismo sexo que no estén afectados por el

doble juego de los adolescentes. Estas relaciones serán sexuadas en cuanto son entre dos

seres humanos sexuados. La relación entre un hombre y una mujer será siempre

diferente que entre dos hombres o entre dos mujeres. Serán sexuadas pero no sexuales.

Un tercer aspecto consiste en que el dinamismo sexual aparece en la pubertad

como una búsqueda de placer y de a poco va madurando y se transforma en el deseo de

relacionarse. Al principio es un deseo egocéntrico de recibir, sentir, estar satisfecho y de

a poco se torna activo y empieza a darse, aportar, buscar relacionarse con otra persona.

Se vuelca más y más hacia el otro.

De eso se sigue que la maduración sexual va por diferentes etapas y se cristaliza

en la disposición heterosexual electiva2 que capacita al compromiso con una mujer y

por otra parte permite y capacita a tener relaciones sexuadas pero no sexuales con las

demás personas de su medio ambiente. El haber llegado a este grado de maduración será

condición para vivir holgadamente tanto en el matrimonio como en la vida religiosa.

2. El Reino de Dios y la sexualidad.

El mensaje cristiano consiste en el anuncio de que Dios se hizo presente entre

nosotros para ofrecernos su amistad y para salvarnos. Asumiendo nuestra realidad

humana diviniza todo valor humano, porque estando Él presente en todo, todo se hace

un lugar de encuentro con Él. Con este acercamiento de Dios a nosotros toda vida

humana queda revalorizada. El hombre no tiene que salir del mundo para encontrar a

Dios, sino que su encuentro con Dios se realiza haciéndose hombre con plenitud,

construyendo un mundo plenamente humano de justicia, de amor y de paz. Por eso todo

valor humano queda como valorizado, elevado, divinizado.

Por otra parte, por el acercamiento increíble del Verbo a nosotros, toda realidad

humana queda puesta en relación con Dios. Este hecho al mismo tiempo que la

2 “La falta de integración de algo tan integral a la persona como la sexualidad actúa con gran

violencia contra la misma persona. Si no hay señales de aceptación, y la invitación suave de explorar las

relaciones y deseos no se atiende, la persona esconde su sexualidad. Cuando la persona acepta su

orientación comienza a ser capaz de integrar su sexualidad y a vivir con más autenticidad su voto de

castidad. Puede ver mejor sus relaciones en la comunidad y en los ambientes de estudio y trabajo”. (Cf.

Kevin Flaherty, SJ. Transparencia en la Vida Religiosa. La transparencia en la formación. Conferencia

de Provinciales Jesuitas de Latinoamérica (CPAL), 2003. p. 84) (Nota del editor).

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 7

revaloriza, de alguna manera la relativiza, si esta palabra no se entiende en un sentido

negativo, sino expresando que por la relación con la esfera divina no puede quedar en la

cumbre de la escala de valores. Porque Dios está inmensamente cerca, ningún valor

humano puede quedar como absoluto, como no relacionado con un valor mayor que es

Dios mismo.

De este modo por el mensaje de la Encarnación todo valor humano queda

revalorizado y queda como relativizado, subordinado en la escala de valores.

La sexualidad es un valor constitutivo de la condición humana y por tanto refleja

esta “reorganización” de valores por la Encarnación. Por una parte, la presencia del

Verbo encarnado la santifica, la hace portadora de un encuentro con Dios y por esto la

hace más fuente de vida, fuente de amor. La Encarnación no nos previene frente a la

sexualidad sino que nos orienta a asumirla plenamente y hacer de ella una fuente

de vida, un camino de amor. Por otra parte, por la presencia divina en ella, queda de

alguna manera siempre referida a esta presencia. Tendrá siempre algo de puente, de

camino y no puede ser el valor que jerarquice toda la vida.

Estos dos aspectos complementarios se realizan y se expresan en dos maneras de

vivir la sexualidad: el matrimonio y la consagración religiosa. El matrimonio realiza y

manifiesta que la sexualidad está santificada y sobreelevada por el acercamiento de Dios

a nuestra vida humana, y que la capacidad de encuentro del hombre y su fecundidad en

el matrimonio lo llevan a Dios. El matrimonio es un lugar de encuentro con Dios. Por

otra parte, la consagración religiosa, renunciando al matrimonio, realiza y manifiesta

que la sexualidad está relativizada por la filiación divina.

De este modo el matrimonio y la consagración religiosa son sólo diferentes modos

de vivir la sexualidad y conforme a dos exigencias diferentes pero complementarias del

Reino de Dios. Los dos estados coinciden en que ambos son un modo de vivir la

sexualidad, ya que el religioso tiene que vivirla conforme a la escala de valores de su

vocación. Coinciden además en que los dos viven conforme a una escala de valores

dada por el acercamiento de Dios a nosotros en su Encarnación. Pero son dos modos

complementarios porque únicamente ambos juntos manifiestan plenamente la realidad

del Reino.

3. El matrimonio y la consagración religiosa

El matrimonio es el estado normal para vivir la sexualidad conforme a la escala de

valores del Reino de Dios encarnado. Eso se ve porque la manera natural de vivir la

sexualidad es el encuentro heterosexual y la paternidad-maternidad.

Por otra parte, la vocación a ser hijos de Dios no nos retrae del mundo sino que

nos pide que vivamos con plenitud y con un valor divino nuestra existencia. La Iglesia,

tomando conciencia de la vocación del pueblo de Dios, reconoce que el valor del

matrimonio no consiste en que se acerca de alguna manera, y en algunos casos a lo

mejor lo alcanza, la “forma perfecta”, que sería la vida religiosa, sino que tiene su valor

propio y realiza un aspecto esencial en la construcción del Reino que el otro estado no

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 8

puede realizar: manifiesta un aspecto fundamental de la Encarnación, que es la

divinización de todos los valores humanos. 3

La vida religiosa es un estado excepcional (no “perfecto”) que se caracteriza por

vivir de una manera especial la realidad del Reino. A esta realidad la entiendo siempre

con su doble relación: a Dios y a los hombres. El Reino de Dios está entre nosotros y

por tanto se trata ante todo de un encuentro y una unión personal con Dios en Jesucristo,

y simultáneamente de una actitud de servicio y de unión con todos los hombres, para

encontrar junto con ellos al Dios venido a nuestro encuentro. Por tanto, la consagración

religiosa es un estado en el cual el hombre vuelca toda su capacidad de alianza y de

fecundidad a la edificación del Reino, lo que todos los cristianos son llamados a hacer,

pero el religioso que se consagra al Reino lo realiza y lo manifiesta de una manera

particularmente significativa. La vida religiosa manifiesta de un modo muy especial que

el hombre con toda su naturaleza está puesto en relación con el Dios cercano, y por eso

Él mismo es principio arquitectónico de todos los valores humanos, incluso de la

capacidad de alianza y de fecundidad. Pero el estado religioso de la castidad no

simbolizaría adecuadamente el misterio del amor de Dios a la humanidad, si no existiera

el estado matrimonial que simboliza otro aspecto fundamental de Él.

4. La alianza

Cuando el hombre vive su sexualidad en el compromiso matrimonial, se

compromete con una mujer a una comunicación de vidas muy íntima. Su deseo de

placer sexual va madurando y en medio del trato sexual surge su capacidad de darse e

intercomunicarse con ella. Por medio de los fracasos y éxitos, alegrías y desánimos,

aprende a amarla. La intercomunicación tiene que alcanzar todas las esferas de la vida:

tiene que ser corporal, afectiva y tiene que abarcar todos los campos de la conciencia y

de la responsabilidad para formar un “nosotros”, pensando y actuando como una pareja.

El vivir la sexualidad en la renuncia al matrimonio supone igualmente el

desarrollo de esta capacidad de relacionarse, porque en ella consiste propiamente la

madurez y la felicidad de todo ser humano. Esta capacidad de comunicación mutua en

el matrimonio y en la vida religiosa no se compara como el amor afectivo y el amor

espiritual, ya que los dos son plenamente humanos. Si en el matrimonio no hay un

entenderse y un amarse espiritualmente, siempre faltará algo esencial, y si en la

consagración religiosa no hay un amor sentido, sexuado (aunque no sexual) a los seres

humanos y a Dios no se puede haber una plenitud. La consagración religiosa igualmente

que el matrimonio, está orientadas a plenificar la capacidad de amar en su nivel

humano.

De hecho el amor de Dios nace de una manera misteriosa. El hombre se encuentra

frente a la Palabra de Dios que lo cuestiona, pero que al mismo tiempo suscita en él

energías muy profundas. En los más hondo de su ser siente una resonancia vital que lo

sensibiliza a la fe, a la esperanza y al amor, y siente un deseo incontenible de acercarse

a Dios. Esta energía vital que unos sienten de una manera más fuerte que otros, es fruto

3 Aún hoy es posible escuchar la idealización que se hace de la vida religiosa en desmedro del

matrimonio. Es como que el que no pudo alcanzar el “estado de perfección” de la vida religiosa, se casa y

forma una familia. Ambas vocaciones, ambas consagraciones, son un don, y reclaman aceptación del don,

la dignidad es la misma, no existe jerarquía de dignidades para Dios. (Nota del editor).

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 9

de la actuación del Espíritu en nosotros pero cuando se experimenta, es algo plenamente

humano y actúa de la misma manera que otras tendencias humanas. En su raíz, en el

fondo del alma, es algo recibido por el Espíritu que grita en nosotros con gemidos

inefables (Rom 8, 26), nos hace sentir hijos de Dios (Rom 8, 16) y amar a Dios pero al

entrar en acción, gravita a la par de otras energías del hombre. Experimentalmente se

vive acompañado con sentimientos profundos que emergen espontáneamente:

confianza, agradecimiento, dolor afectuoso por sus pecados, deseo de don de sí mismo,

alegría, deseo de amar y servir a Dios, deseo de adorar a Dios y muchos otros

sentimientos profundos y nobles. La obra del Espíritu aparece como una fuerza vital y

afectiva, que inunda todo el hombre, lo capacita para vivir más plenamente la vida

humana, a percibir la unidad profunda de la existencia y a orientar todo hacia Dios.

Algo de esto tuvo que sentir Jesucristo cuando se recogía para adorar al Padre, o la

Santísima Virgen María cuando pronunció el Magníficat4.

Esta tendencia vital se asume en el acto consciente de fe, de esperanza y de

caridad. El acto de fe no es una reacción racional del hombre frente a la Palabra sin una

participación hondamente afectiva. Por eso la reacción de la Palabra de Dios depende no

sólo de la voluntad del hombre sino de la situación afectiva y vital. Unos se sentirán

fascinados por ella y otros quedarán indiferentes.

En un estado muy inmaduro de la persona, esta tendencia al amor de Dios puede

aparecer como una búsqueda de placer “religioso”, como ansia de consolación , de

piedad, pero en realidad no es una ausencia de sentimiento o añoranza de recibir, sino

una energía a abrirse a la realidad y darse a Dios. El amor de Dios como tendencia

humana no se dirige propiamente a ningún objeto particular o determinado sino que es

una fuerza que inclina al TODO, al ABSOLUTO, a Dios mismo, fundamento de todo y

presente en todo.

Las otras tendencias humanas tienen sus objetos propios y se integran entre ellas,

para que el hombre pueda lograr su realización completa en la unión con los demás. El

amor de Dios capacita al hombre a amar la vida y a los demás seres humanos. Unifica,

orienta e integra todas las tendencias suyas y prolonga sus aspiraciones hacia el más

allá, hacia el absoluto. Por eso mismo la intensidad del amor de Dios está muy unida

con el estado de madurez humana y de su comunicación con el medio ambiente. De aquí

también sus mutuos influjos. Todo crecimiento logrado contribuye a la intensificación

del amor de Dios y el amor de Dios a medida que crece, orienta, vitaliza e integra todas

las demás fuerzas. El amor de Dios no es el conjunto de todas las tendencias humanas

sino algo mucho mayor que transciende los límites de este universo y de dirige al

misterio insondable de Dios, pero a este Dios personal que se nos manifiesta en su Hijo

y es omnipresente en todas realidad humana.

Este amor de Dios, suscitado por el Espíritu y vivido con el corazón y con el alma,

puede ser tan intenso que pida una expresión extraordinaria. El hombre puede sentir tan

vehementemente el deseo de amar a Dios, que quiera volcar toda su capacidad de amar

en una dedicación exclusiva a Él y expresar esta dedicación en una forma exteriormente

4 Es posible interpretar que Jesús pretende que su Reino se convierta en un acto “instintivo” en

nosotros, que penetre todas nuestras motivaciones naturales. Tanto es así que consuela a los que tienen

“hambre y sed de justicia, porque serán saciados”. ¿Quién podría evitar la experiencia de hambre y sed?

De allí se constata que la radicalidad del Reino para todo ser humano no puede pasar desapercibida en su

vida y debe ir poco a poco transformando nuestra sensibilidad y motivaciones profundas. (Nota del

editor).

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 10

también exclusiva, renunciando a todos los beneficios de un hogar equilibrado y feliz5.

Esta renuncia no surge de una debilidad de su dinamismo sexual, si se vive como un

negarse a la vida, sino como el símbolo quizá paradójico, quizá pidiendo un sacrificio

mayor y aparentemente estéril, pero que se vive como algo más plenificante y más

fecundo.

Esta experiencia no implica el juicio de que la consagración religiosa sea un

camino mejor que el del matrimonio, pero ya que el hombre tiene que discernir su

propia vocación, no puede compararla con la vocación matrimonial. La persona que

decide consagrarse renunciando al matrimonio, percibe la vida consagrada desde su

punto de vista y para él, como algo más conducente a lo que quiere expresar con su

vida. Del mismo modo el cristiano llamado al matrimonio lo percibe desde su situación

y para él como un camino más conducente a lo que él está llamado a realizar6.

Una referencia a la muerte puede parecer negativa, pero si consideramos la muerte

como un pasaje de este mundo al Padre (Jn 13, 1ss), como la transformación de la vida

y no como su decadencia, entonces comprenderemos que una vida que renuncia al

matrimonio como símbolo de buscar al Padre, tiene que ver algo con el pasaje que es

tanto la Pascua como la muerte. Es eso aparece igualmente la referencia a los “últimos

tiempos” y consiguientemente el aspecto escatológico de la consagración religiosa.

En todo caso, se ve que la consagración religiosa es una alianza muy especial con

Dios. Es como seguir las huellas de Jesucristo que tampoco se casó, para que su amor

inmenso al Padre, pueda recibir una expresión significativa en su dedicación a la

oración y a la gestación del Reino de Dios en esta tierra.

5. La paternidad espiritual

El matrimonio lleva al hombre a la paternidad que es la fase activa de la vida

sexual. La paternidad no es sólo biológica sino que se extiende a todas las áreas de la

vida. Los padres después de dar la vida al hijo lo cuidan, lo defienden, lo protegen, lo

alimentan. Un hombre que abandona a su hijo al nacer no ejerce su paternidad. A

medida que el hijo crece la paternidad se transforma para ir introduciendo al hijo a

adaptarse a las circunstancias y a asumir su propia vida. Pasando por todas las etapas, el

hijo tiene que llegar a ser un hombre maduro, independiente e integrado. Por eso el

ejercicio de la paternidad va transformándose desde un amor de más protección y

dependencia hacia un diálogo libre entre personas independientes7. De esta manera el

padre en la relación de diálogo libre, sigue transmitiendo valores humanos y espirituales

5 Este puede ser un buen criterio de discernimiento para quien se pregunta por su vocación a la vida

consagrada. Se trata de experimentar ese más al que Dios invita y que aparece en la pregunta vocacional

como una sed insaciable que hace siempre buscar más y más. (Nota del editor).

6 Por lo que la comparación en este punto se torna estéril. Si bien es posible como primera instancia

evaluar en contraposición los beneficios y los perjuicios de cada estilo de vida, lo que define la elección

de vida debe fundarse en la libertad y la respuesta al deseo personal. (Nota del editor).

7 Es importante que ambos asuman su independencia interior con respecto al otro. La experiencia

demuestra que las personas con mayor independencia interior respecto de sus mandatos parentales tienen

un mayor rendimiento en todo sentido. Por eso tanto el padre como la madre deben dejar que los hijos

tomen su vida autónomamente. Y los hijos bogar por este paso. Si el lazo no se corta para después ser

unido nuevamente desde la autoconciencia de ser autónomo se corre el riesgo de un posible infantilismo.

(Nota del editor).

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 11

al hijo iniciándolo en todo; pero sólo en la medida que el hijo ya maduro quiera

recibirlos dialogando con su padre, en quien todavía percibe una fuente de riqueza y

amor.

A la plenitud de la castidad pertenece que el hombre consagrado llegue a ejercer

su paternidad al nivel de los valores más elevados de su vida. La riqueza del hombre

consagrado a Dios es su unión con Dios, la paz, el equilibrio y bondad que trasluce su

actuar. Ni su amor de Dios, ni su riqueza humana pueden quedar estériles. El desarrollo

normal de la consagración lleva al hombre a una fase activa de su don de sí a Dios y

empieza a comunicar su vida a los demás. Es una paternidad espiritual. No tiene que ser

un paternalismo que mantenga a un nivel infantil a personas que ya no necesitan

protección ni dependencia. La paternidad espiritual es una comunicación activa y de

valores vitales que tratan de llevar a todos a una auténtica autonomía. La comunicación

de los valores propiamente humanos y espirituales, se realiza a un nivel de

comunicación personal madura en el pleno respeto mutuo de la libertad.

La idea de “paternidad espiritual” no es un sustituto rebuscado para reemplazar la

paternidad natural. Es mucho más la consecuencia de una ley de la vida que inclina a

todo viviente a comunicar lo que tiene, porque la vida solo se conserva y se desarrolla

comunicándosela. El hombre se realiza dando auténticamente lo mejor que tiene y

brindándose a sí mismo a los demás. Aportando a los demás lo que ellos necesitan se

integra en la comunidad humana y empieza a ser miembro maduro de ella. De hecho

esta necesidad interna de paternidad del hombre consagrado, coincide con una gran

necesidad externa, porque en la mayoría de las familias el padre sólo puede cumplir con

los primeros grados de su paternidad y a medida que el hijo se despierta a una vida más

madura y espiritual, la misión paterna lo desborda.

Si el hombre consagrado renuncia a la paternidad biológica y a educar a sus

propios hijos, se priva de una tendencia humana fundamental. Durante toda su vida

sentirá esta privación, pero no como una frustración estéril sino como un estímulo para

amar más activa y personalmente a todos los que lo necesitan y son capaces de recibirlo.

Esta paternidad, a pesar de lo insustituible de la paternidad del matrimonio, puede

plenificar al hombre consagrado tan enteramente que viva su paternidad espiritual como

una experiencia mucho más fecunda de lo que sería la paternidad biológica y la

educación de sus propios hijos.

Pero la paternidad del hombre consagrado exige que llegue a dar lo mejor que

tiene. Lo mejor que tiene suele ser su fe y su amor a Dios, por lo cual las personas

consagradas a Dios tienden a ejercer su paternidad a un nivel apostólico y propiamente

sacerdotal. En dar a conocer y en hacer amar a Jesucristo, el hombre consagrado se

siente plenamente padre. San Pablo por lo menos lo vivió así: “Pues aunque hayan

tenido diez mil pedagogos en Cristo, no han tenido muchos padres. He sido yo quien,

por el Evangelio, los engendré en Cristo Jesús.” (1 Cor 4,15).

La paternidad espiritual pertenece como elemento esencial a la vida consagrada y

en ciertos momentos puede parecer como su objetivo principal, pero no es su núcleo

más central. El amor personal del Señor es el corazón de la vida consagrada y si la

paternidad espiritual y el amor personal a Dios no son separables, ni se pueden oponer

como dos cosas diferentes, tienen cierta jerarquía en su integración. La paternidad

espiritual, (o con otro nombre el sentido apostólico de la castidad), puede ser percibida

como un ideal que lleva a la consagración religiosa pero no tiene que borrar sino poner

más de relieve el amor filial al Señor. El amor a Dios se relaciona con el amor paternal

y apostólico, como en la vida eterna el amor de Dios incluye la unión plena de todos los

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 12

hombres en Jesucristo. Este amor de Dios se vive en la paternidad espiritual, pero es

algo que trasciende por eso es algo más céntrico en la experiencia de la consagración

religiosa. Es como el corazón de la consagración que va fecundando todo lo que el

hombre hace. Antes de ser consagrado para los demás, el religioso está consagrado al

Señor. Y esta consagración vale en sí y por sí aunque la paternidad espiritual falle.

Es por medio de la paternidad espiritual que el mundo puede comprender el

sentido de la vida consagrada. Para el hombre moderno decir que alguien se consagró a

Dios no significa nada y el hábito como símbolo manifestativo de la consagración se

percibe, muchas veces, en el mundo moderno como un signo de separación o

aislamiento, un recluirse de la vida. El retirarse del mundo, y el adoptar una forma de

vida diferente, puede ser para el hombre moderno signo de la huída de la vida, de

represión de la sexualidad o de egoísmo. Pero en la entrega, en el amor humilde, activo,

del hombre consagrado, el mundo de hoy percibe el sentido de la consagración. Cuando

se da cuenta que, no los religiosos, sino el padre tal o el hermano tal es un amigo,

transmite un mensaje de amor a la vida, orienta hacia una vida más plena, unificada a

los separados, se sacrifica por los pobres, crea paz y unión donde aparece, brinda su

amistad a todos los que están cerca de él, entonces comprende que esta persona no es un

fracasado, no es un reprimido ni un egoísta y en el trato con él se da cuenta de la

significación religiosa de su consagración.

¿Hemos sido demasiado idealistas al escribir estos renglones sobre la castidad?

Es que creemos que el amor que Dios tiene por nosotros puede hacer milagros. Pero

milagros que respetan la naturaleza del hombre, milagros que están en la línea del

desarrollo del hombre y de su persona. ¿No es cierto que toda la historia sagrada es

testigo de que Dios Nuestro Señor interviene con sus elecciones insondables y su

invitación es como una nueva creación que capacita al hombre para responderle con

alegría y amor? ¿No ha llamado Yavé a Abraham a salir de su país y seguirlo en el

desierto? Llamó a Moisés pidiéndole algo para lo que él se sentía inepto; pero luego le

dio su Espíritu. Los profetas han sido llamados y recibieron el celo para realizar su

misión. Los apóstoles han recibido el Espíritu que distribuye sus dones carismáticos

hasta el día de hoy. Vivir en castidad sólo se puede por vocación. Muchos piensan

tenerla quizá y no la tienen; no faltan quienes quieren imponerla a otros, sobreestimando

sus posibilidades, pero cuando Dios llama realmente, entonces la consagración en la

castidad se vive con plenitud porque es una gracia muy especial.

II. El crecimiento en la castidad

Veamos ahora cómo se crece en la castidad. El religioso madura en la castidad en

la medida en que madura como persona. Como la maduración personal es un proceso

continuo y casi imperceptible hay también en la castidad un crecimiento lento y

permanente en el don de sí mismo, en la paz y alegría, en la comunicación con el medio

ambiente y en la oración. En esta parte, sin embargo, queremos explicitar algunas

situaciones especiales y un momento de crisis. Por lo tanto nos referimos a la

experiencia de los religiosos que viven su consagración holgadamente o la vivieron por

lo menos durante años y de pronto se encuentran en una crisis, pero que tiene la chance

de ser una crisis de crecimiento. De hecho no sólo una vida serenamente equilibrada

sino los conflictos que presente la vida pueden contribuir al crecimiento. Más aún, la

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 13

vida de alguna manera cuestiona a todos los mortales que no se han purificado

enteramente de sus deficiencias. Ya que nadie puede pretender tal perfección, todos van

logrando su madurez –y asumiendo su castidad si son religiosos- por los

cuestionamientos y crisis. Esto no significa que no haya una plenitud y alegría en la

vida religiosa sino que el hombre es un peregrino que va caminando, reasumiendo su

vida por crisis parciales o totales, pero siempre sigue caminando hacia una vida más

unida a Dios y a los hombres.

1. La actitud frente a las emociones y pensamientos sexuales

El hombre consagrado sigue siendo un ser humano sexuado y sigue teniendo en su

cuerpo y en su mente manifestaciones concretas de esta sexualidad. La consagración no

quita la tendencia sexual del hombre ni la naturaleza, como si fuera sólo la raíz que

quedara pero sin que aparezcan representaciones imaginarias en su conciencia.

Nos preguntamos por la actitud del hombre consagrado frente a las

manifestaciones corporales y mentales de su sexualidad.

Cuando el religioso cae en la cuenta de una emoción corporal o de una imagen

sexual no las rechaza como algo degradante y horroroso. No las niega como si no

existieran, nos las reprime como si fuera algo culpable, que lo hace sucio. No se siente

manchado sino acepta el hecho de estas manifestaciones y con eso acepta su propia

sexualidad. Reconoce que es un ser humano sexuado8.

Pero luego comprende que estas manifestaciones tienen que ser conducidas a su

verdadera destinación. En eso coincide con la actitud de todo buen cristiano, sólo que

conducirlas a su destinación significa cosas distintas para personas diferentes. Un

muchacho tiene que conducirlas a una búsqueda más seria y responsable de su futura

esposa, un marido tiene que conducirlas a un amor humanamente más pleno y a una

comunicación integral con su esposa; el religioso en cambio procura que cada

manifestación de su sexualidad se eleve espontáneamente al agápe: amor profundo de

Dios y servicio humilde a los demás. El religioso comprende que cada moción corporal

o imagen sexual que siente está destinada a enseñarle a amar profunda y

afectuosamente a Dios. Por eso la toma de conciencia de una moción sexual es un

estímulo que hace despertar su aspiración a un amor más real y más universal y que

brota de una profundidad más insondable de su ser que la inclinación sexual. De este

modo la energía corporal e imaginativa no se reprime, ni se pierde como una fuerza no

aprovechable, sino que se transforma en una energía más elevada e integra de una

manera más eficaz el dinamismo completo del hombre9.

8 Por ser la aceptación del principio de realidad el primer paso para cualquier tipo de crecimiento, es

muy importante que se tome el tiempo necesario para recibir absolutamente todo lo que sucede en sus

representaciones. Esto es un largo camino porque la tendencia a defenderse con racionalizaciones o

proyecciones de otro tipo está siempre presente. Tomar en cuenta los sueños como vía de crecimiento en

este aspecto resulta de una gran ayuda. Éstos funcionan como una fuente inagotable de las posibilidades

de nuestra fantasía. Un buen trabajo desde la oración y el discernimiento humano con el material onírico

resulta un aporte valioso en el campo de la vida sexual. (para este tema es muy oportuno el libro:

CABARRÚS, Carlos R. sj. Orar tu propio sueño. Taller de psicología y espiritualidad. Universidad

Pontificia de Comillas. Madrid. 1993. ) (Nota del editor).

9 Esta afirmación resulta clave en el proceso humano de integración. En efecto, incluir el cuerpo en la

oración se convierte en un instrumento de gran importancia para permitir una integración real, afectiva y

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 14

En la moral cristiana suelen dar a veces una importancia demasiado grande a los

malos pensamientos. En realidad no son malos mientras son una manifestación de una

tendencia natural y se sabe encausarlos constructivamente. 10

Cada pensamiento de

origen sexual conduce al religioso a una toma de conciencia de su vocación y cada

imagen culmina creando una moción profunda y afectuosa del amor de Dios y

predispone a las relaciones humanas maduras. Pero esta problemática, como

corresponde a la pubertad y a la adolescencia, ya que ni implica una relación personal

real con otra persona, sino sólo la fantasía de ella, no crea propiamente problemas para

un religioso que vive con plenitud su vocación. Como todo hombre maduro y

comprometido con la vida, las supera con toda facilidad y naturalidad.

2. El enamoramiento

1. El religioso viviendo y trabajado en el mundo moderno, tiene trato diario con

mujeres que pueden impresionarlo afectivamente o más aún sentirse ligado a ellas a un

nivel de amistad personal. La mujer tiene una fuerza seductiva para el hombre, lo atrae,

le promete felicidad, lo invita a una comunicación de vidas a la cual el hombre aspira

con todo su ser. El religioso, igualmente que todo hombre normal, siente entonces una

inclinación profunda que empieza a dominarlo. Se siente atraído a compartir su vida y

se da cuenta de lo que puede significarle esta persona con quien presiente la posibilidad

de una complementación y un entendimiento muy hondos. Vive con mucha emoción lo

que es amarse mutuamente. Siente que un compromiso hasta la muerte y la

prolongación de sus vidas en hijos, que serían ya de ambos, podría hacerles muy felices.

El religioso puede sentir todo esto.

Pero al mismo tiempo aparece un malestar, porque esta esperanza de vida se ve

frustrada por el compromiso religioso. Se siente en un callejón sin salida. Experimenta

una falta de libertad, una alienación y empieza a sentir una rebeldía. Se siente

insatisfecho, atado, pero como normalmente no se da cuenta de su situación, desplaza el

problema a otras áreas de su vida. Atribuye su malestar a estructuras de la Iglesia, o crea

un problema con sus superiores, explica su malestar por una inadecuación de su

formación, lo diagnostica como un desajuste en el trabajo, puede pensar que se trata de

una pérdida de su costumbre de oración u otra cosa. De hecho en todos estos campos

puede tener conflictos. Pero la vida afectiva y la relación personal de amistad con una

mujer son factores muy profundos en la vida y por tanto en muchos casos, para no tener

sincera de lo que creemos desde nuestra sexualidad y el sexo, y desde nuestra vida espiritual e intelectual.

Si no favorecemos este camino de integración, es de esperarse la división interna entre lo que

experimentamos a nivel físico, lo que creemos a nivel intelectual y lo que buscamos espiritualmente. Se

trata de hacer converger estos niveles para vivir con intensidad nuestra propia persona en su totalidad.

Sólo así es posible dirigir las fuerzas a un fin, cuando buscamos integrarla y equilibrarlas. Además, no

hay que olvidar que ambas fuerzas son fuentes principales de la actividad contemplativa. (Nota del

editor).

10 Podemos decir que los malos pensamientos pertenecen al polo involuntario de nuestra existencia.

Por tanto, la cuestión radica en qué hacemos con tales pensamientos. Ya que si bien son nuestros, no

definen todo lo que somos. Muchas personas viven torturándose por tener malos pensamientos y

probablemente esto se deba a que la búsqueda de una insana pulcritud de conciencia lleva a reprimir con

demasiada fuerza. Si no les damos paso y los mantenemos presionados, crecen y se intensifican. Hay que

liberarlos a partir del diálogo o la escritura, por ejemplo, y dejarlos partir para redimirnos de ellos,

dirigiendo la atención a lo verdaderamente valioso. (Nota del editor).

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 15

que enfrentar la situación, la conciencia traslada el problema hacia otros sectores de la

vida. De todos modos la falta de libertad y la experiencia de opresión y de impotencia

de hacer lo que uno desea aparece en todos los sectores donde se ha desplazado el

conflicto. Se vive una rebeldía interior frente a la opresión.

Hasta ahora hemos hecho una descripción de la situación que puede pasarle a todo

religioso, pero mantengámonos en la experiencia de aquellos que iban logrando

realmente su plenitud y su felicidad en la vida religiosa.

2. El religioso sintiéndose de pronto en una situación conflictual, solo o más bien

con la ayuda de otros, de un compañero o de un religioso más experimentado, constata

el conflicto. Acepta que vive en una situación no clarificada y consecuentemente se deja

cuestionar. Dejarse cuestionar significa que él admite la posibilidad de que la tensión

que vive pueda provenir no sólo de factores externos a él, como sería una crisis de la

Iglesia, de las estructuras políticas del país, la ineptitud o mala intención de otras

personas, sino que la razón de la tensión puede estar en su propia situación y en su

actitud inadecuada frente a su situación. Entonces empieza una revisión.

3. El paso siguiente será localizar el problema. Se da cuenta de que vive un

conflicto entre dos maneras de vida incompatibles entre sí. Se había comprometido a

vivir una vida célibe en la consagración a Dios y ahora empieza a dominarlo una fuerza

que le presenta el matrimonio como única solución de su vida. Con esta luz ya siente

cierta liberación y esto le permite que expresarse más auténticamente. De hecho

comienza a sentir afectos que antes no han podido aparecer en su conciencia, una

sensación de arrepentimiento por haberse decidido a vivir en castidad y un profundo

rencor contra los que lo orientaron hacia esta manera de vivir, pero sobre todo contra

Dios que con esta “vocación” quiso quitarle la felicidad y la plenitud humanas.

4. El religioso está en una situación conflictual. Las motivaciones que lo

inclinaron a la vida religiosa y que hasta ahora se mostraron suficientes para asumir la

vida consagrada, entraron en conflicto con las motivaciones vitales que lo inclinan al

matrimonio. Pero él mantiene rígidamente su primera posición y por otra parte, tampoco

puede renunciar al matrimonio porque las motivaciones vitales son más fuertes que él.

Hace esfuerzos pero no puede. La idea vuelve cada vez más impetuosamente. Vive en

esta tensión continua. No puede renunciar a la idea de la vocación porque le parece una

infidelidad a Dios y por otro lado su amor vital a su amiga lo supera. Si abandona la

vida religiosa tendrá un gran sentimiento de culpa y si se queda será un hombre

amargado.

La única solución es que cuestione su vocación religiosa y que se pregunte si

realmente quiere vivir una vida consagrada. Bajo el conflicto parece que no, porque se

siente obligado por Dios a la vida religiosa aunque él preferiría casarse. Dicha

obligación es evidentemente una superestructura racional. Si Dios pide algo lo primero

que hace es inspirar el deseo y hacer percibir el llamado como la verdadera felicidad de

un hombre. Pero si alguien se siente alienado por lo que Dios le pide, la exigencia no

viene de Dios sino de una presión social, de un error teórico o de otro factor pero no

del Dios inmensamente bueno que trata al hombre respetando su libertad e

inclinándolo hacia su propia y verdadera felicidad.

Lo que Dios pide ante todo del hombre es que asuma su propio destino, que

determine libremente lo que quiere ser y que en esta decisión se haga hombre. Dios

quiere dialogar con el hombre y llevarlo a un amor personal y libre. Los alienados y

amargados que son incapaces de amar, no han encontrado el camino de Dios.

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 16

Cuestionar su vocación permite eliminar los motivos ilusorios. Un religioso que

está aferrándose a dos modos de vida incompatibles, y que de hecho no quiere renunciar

a ninguna de ellas, no sólo vive una tensión progresiva sino que agrava su situación con

una serie de consideraciones intelectuales que él cree son “motivos”, pero que se

mueven a un nivel racional y consecuentemente hace esfuerzos inmensos pero al nivel

vital todo queda en lo mismo. Se añade únicamente la inseguridad y la angustia de que

va perdiendo el control de la situación. Parece que la única manera de solucionar la

situación es ayudarle a enfrentar sus motivos al nivel vital. Ahora bien, si se admite la

posibilidad de un cambio de estado y por lo tanto se pregunta concretamente qué

quiere, qué siente en función de una futura decisión, entonces afloran sus motivaciones

reales. Ya no se trata de lo que “debe sentir” para “poder cumplir” sino de lo que

efectivamente siente.

Como el signo más claro del llamado de Dios es el poder desear y el poder vivir

con alegría la consagración religiosa, el único camino de salida es si el religioso se

pregunta si realmente desea o no seguir viviendo su consagración anterior. Con otras

palabras, tiene que asumir su libertad y tiene que elaborar su nueva actitud en la

situación nueva. Tiene que enfrentar la situación y ver lo que puede y lo que quiere

hacer.

Si el religioso piensa que Dios lo llama, entonces no tiene que temer tal planteo,

porque las motivaciones vitales van a surgir con bastante fuerza como para que pueda

reasumir su vocación. Si vitalmente no puede reasumir su vocación durante un tiempo

razonable, es signo de que no está en condición de seguir su vida anterior y por lo tanto

Dios tampoco puede pedirle algo que le es imposible. Se el religioso acepta cuestionar

su vocación asumiendo el riesgo real de un posible cambio de estado, se da cuenta que

efectivamente empieza su situación real.

5. El paso siguiente es aceptar los hechos. El religioso viviendo en una situación

conflictual, pero sin conciencia clara de ello, prolonga una situación doble. Por

momentos, se consideraba religioso y negaba que su inclinación al matrimonio era más

fuerte que él, y por momentos negaba que su consagración religiosa había sido una

fuerza dominante y libremente asumida en su vida. Ahora liberado ya para tomar una

decisión nueva empieza a aceptar su situación total. Comienza a aceptar que lleva en sí

dos fuerzas, dos inclinaciones, con dos motivaciones. Tiene que reconocer el valor

propio de su compromiso anterior aunque lo vea cambiable para el futuro y reconocer su

situación afectiva respecto del matrimonio.

6. Después de haber admitido la necesidad de una nueva decisión, entra en un

proceso de deliberación cuya primera fase es un proceso de liberación. En el plano

intelectual admite que tiene que elegir, pero existencialmente no le significa cambio

porque en lo afectivo no se siente libre. No se atrevería a cambiar su vida por miedo a lo

que pensarían sus familiares o sus amigos, o no osaría oponerse a sus superiores. Puede

sentirse atado a la vida religiosa por temores de condenación eterna11

, por temor a

equivocarse, o por no sentirse animado a afrontar las responsabilidades de trabajo y de

adaptación a la vida fuera de la casa religiosa. Tiene que realizar un esfuerzo por

liberarse de todas estas trabas que le impiden elegir conforme a sus verdaderos deseos

constructivos. Normalmente los religiosos que hicieron este esfuerzo casi siempre

11

Es sabido que aún hoy existen predicaciones “infiernistas” que inspiran en los jóvenes temores de

condenación eterna. Una catequesis de este tenor no sólo genera desintegración humana, sino que muchas

veces puede convertirse en una instancia de dominación abusiva que sin dudas terminará mal. (Nota del

editor).

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 17

sintieron una gran liberación y una responsabilidad auténtica. Sin atreverse a elegir una

de las alternativas no hay propiamente elección.

En este proceso el religioso comprende y siente que no está destruyendo su

motivación verdadera sino quitando motivaciones falsas, irreales, racionalizaciones, o

sentimientos injustificaos de deber, presiones sociales, temores inconscientes, temor

frente al compromiso matrimonial, y libera el surgimiento de los verdaderos motivos.

Normalmente, fuera de estas crisis aún en los mejores religiosos, junto con la

motivación auténticamente religiosa, tienen una serie de motivos que los mantienen en

la vida religiosa pero no los hacen felices. Más aún, resultan contraproducentes porque

son motivos que no plenifican sino que lo oprimen. Una crisis puede ser muy benéfica

para hacer tomar conciencia de estas motivaciones y quitarlas en beneficio de la libertad

y la autenticidad.

Para que el religioso pueda tomar conciencia de sus temores y sus sentimientos de

deber, conviene que se haga la imagen de que realmente toma una decisión de irse y se

pregunte qué haría en concreto, cómo construiría un hogar, etc.12

Trata de sentir lo que

este modo de vida significaría. Luego se hace la imagen de que se queda y se pregunta

si siente inclinación a quedarse, si lo haría feliz, y trata de tomar conciencia de todos sus

sentimientos contrarios y favorables a la vida religiosa. Este proceso de concientización,

que para personas menos maduras puede durar mucho tiempo, para los que han vivido

realmente integrados en la vida religiosa y repentinamente pasa por una crisis, se

elabora en algunas semanas y termina con un sentimiento de auténtica libertad.

Este proceso es muy importante porque el religioso empieza a sentir las

motivaciones vitales que existen en él a favor de la vida religiosa. Bajo las pasiones de

su enamoramiento y sintiendo su deber de quedarse en una congregación, sus motivos

vitales de fe, esperanza y caridad, el recuerdo de sus años felices en la vida religiosa,

etc., quedaban tan tapados como si no hubiesen existido. Si se hubiera ido en este

estado, le habrían sugerido más tarde muchos escrúpulos, angustias y a lo mejor un

verdadero arrepentimiento por haber abandonado la vida religiosa. Por esto tiene que

sentirse libre y dejar aflorar sus motivos religiosos y sentir cuánta fuerza tienen para él.

Pero para eso tiene que sentirse libre de abandonar la vida religiosa y libre para

quedarse.

En el tiempo de la deliberación surgen con espontaneidad los motivos religiosos

reales. En este estado no conviene inundarlo con meditaciones, lecturas y exhortaciones

que le “aumenten” la motivación religiosa, porque en este momento no interesa hasta

qué punto es influenciable con exhortaciones o lecturas, sino cuánta motivación

religiosa lleva en sí vitalmente. En otra oportunidad puede asimilarlas, pero en este

momento sólo interesa lo que surge de él y actúa en él quiera o no. Aquí se trata de que

salga de él lo que tiene y no que entre en él lo que no tiene. Por eso preguntarle si se

siente inclinado de alguna manera a la vida religiosa puede ser muy oportuno, pero no

indicarle cuáles son esos motivos que a un religioso pueden inclinarlo a vivir su

vocación.

12

Es importante darle un lugar apropiado a la imaginación ya que suele ser un camino de gran ayuda

para conectarse con los deseos que habitan el alma. Esto requiere tiempo y registro, es decir, imaginar

varias veces tal situación y en distintos momentos, y tomar notas de las sensaciones, sentimientos y luces

que vayan surgiendo para que, al conversarlas con quien esté acompañando el proceso, vaya discerniendo

su vida. (Nota del editor).

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 18

7. La deliberación desemboca en la decisión que consiste en tomar un camino

eliminando el otro. En este caso seguir en la vida religiosa consagrada a Dios en

castidad o casarse.

Cuando se aproxima la decisión surge la evidencia de dos verdades. La primera es

que uno no tiene una libertad absoluta, no elige a partir de una “tabula rasa”, sino a

partir de una situación concreta. Antes de elegir tiene que obedecer a la realidad de su

situación. Sólo teniendo en cuenta sus fuerzas vitales puede ejercer adecuadamente su

libertad. Si la inclinación a casarse es mucho más fuerte que las mociones hacia la vida

consagrada, es prácticamente imposible que asuma la vida religiosa porque irá contra la

corriente de su propia existencia. Si la inclinación a la consagración es una moción

notablemente más poderosa, una decisión al matrimonio puede crear problemas

ulteriores. El hombre no es libre ilimitadamente.13

Su libertad se ejerce sólo dentro de

los marcos de su situación. Sólo evaluando con realismo su situación emotiva, y

calculando con objetividad sus posibilidades, puede elegir satisfactoriamente. Es que

Dios habla por medio de su situación. Si lo llama a la vida religiosa su deseo del

matrimonio no será menor que el de los llamados al matrimonio, pero la inclinación

emotiva a la consagración en la castidad surgirá con más vitalidad.

La otra evidencia es la significación de la renuncia. En toda la ascética cristiana y

más aún en los libros dirigidos a religiosos, se habla interminablemente de la renuncia,

de la negación y de la mortificación. El religioso de hoy toma todas estas explicaciones

a un nivel intelectual y no las entiende. Aquí en cambio, cuando no se trata de

elucubraciones sino que se ve enfrentado con el problema de su vida y se siente libre

para casarse y para quedarse, comprende que a nivel existencial la vida le pide

irremediablemente una renuncia pero en función de una realización mayor. Él mismo

puede elegir cuál sea la parte escogida y cuál tiene que ser sacrificada, pero tendrá que

renunciar a lo no elegido por más que tenga muchos motivos para ello. En este esfuerzo

de querer decidir comprenderá vitalmente lo que es renunciar. Muchas pláticas y

muchos libros no podrán suplir esta experiencia de realismo.

La decisión toma su tiempo. En una ocasión, la deliberación se tornará

imperceptiblemente en decisión y ni quien decide ni su consejero podrán determinar el

momento en que se hizo realidad. A veces formalmente sigue la deliberación pero ya

estaba tomada la decisión. En otras ocasiones, los motivos se estimarán ser tan parejos

que haya que tomar una decisión de decidirse definitivamente, porque prolongarla

significaría indecisión.

8. Una buena decisión deja una profunda paz y una paz duradera. Es la

santificación de sentirse responsable y comprometido. Sentir la gratificación por un

trabajo bien hecho. La decisión hecha ante Dios, proporciona una profunda alegría

espiritual. No siempre viene inmediatamente pero siempre es duradera y da la tónica

para toda la vida. No se trata de una paz de reposo, sino de una paz del hombre

responsable en la acción. Es una paz dinámica, esperanzada que no oculta las

13

Muchas veces se cae en la ilusión de pretendernos libres de modo total, ya sea porque tendemos a

obtener una libertad absoluta en algún momento de la vida, o porque sentimos que estamos obrando con

libertad plena. Es cierto que nuestra libertad se expresa en las decisiones que tomamos y en los actos que

llevamos acabo; pero es necesario reconocer que lo que nos viene dado desde la vida (el carácter, el

físico, la cultura en la que nacimos, la familia, etc.) no es de nuestro dominio. Y justamente este polo

involuntario de nuestra vida está al servicio del obrar en libertad. Aquí hay un elemento de discernimiento

de la vocación muy rico que lleva a preguntarse: ¿qué quiero para mi vida? (deseos) ¿de qué soy capaz?

(aptitudes reales). (Nota del editor).

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 19

dificultades, no niega los riesgos sino que los mira con ánimo y confianza. Paz

dispuesta a sacrificios pero confiada en los resultados. Es la paz del hombre que asumió

su destino y se siente dispuesto a enfrentar con valentía las consecuencias de la

decisión.

Pero esta paz acompaña sólo las buenas decisiones y lamentablemente hay muchas

decisiones mal hechas. Una decisión está bien hecha, -suponiendo la elección entre dos

cosas moralmente buenas- si está en proporción y armonía con las fuerzas vitales. Y es

una elección mal hecha cuando se hizo ignorando la realidad, basándose en

motivaciones y apreciaciones irreales. Esta desproporción aparecerá en forma de

malestar, de falta de voluntad, de inadaptación, de fracaso, de sentirse incapaz de

ponerla en práctica y sintiendo la motivación como abstracta. Eso no significa que el

hombre no tenga libertad al decidirse a algo sino que su libertad es limitada. El hombre

no puede decidirse a algo que sus fuerzas vitales no le permiten. Si un muchacho poco

dotado intelectualmente se decide a trabajar en investigación, o uno físicamente débil se

decide a ser cargador de puerto, antes o después sentirán el malestar de la desubicación.

Así, un hombre inmaduro y cerrado se decide a ser religioso antes de maridar

humanamente, sentirá la vida religiosa como algo demasiado grande para él, como una

vida en que no llega a ubicarse, y en la cual los motivos que los otros le repiten no

llegan a tener fuerza vital. Al cabo de muchos esfuerzos inútiles tendrá que revisar su

decisión. La confirmación de una decisión es la felicidad que siente en realizarla.

9. Acabamos de mostrar cómo el encuentro con una mujer puede madurar la

vocación a la castidad. Hemos visto el desarrollo más simple, porque el retomar la

vocación religiosa no es siempre tan sencillo. Pero aún así hay que tomar en cuenta que

la elección se hace progresivamente. Si alguien está en un estado de elección y

conscientemente se pone en situaciones que lo determinan hacia una dirección, hace una

preelección. En este sentido un religioso que se ve de repente en una crisis afectiva de

su consagración y empieza a intensificar su vida de oración hace una preelección a favor

de su vida religiosa y si empieza a portarse como un novio, hace una preelección hacia

el otro lado. Para que el hombre sea plenamente libre, tiene que serlo igualmente en sus

preelecciones como en las mismas elecciones. Hay que respetar por lo tanto sus

preelecciones, pero hay que ayudarle a que considere estos hechos como verdaderas

preelecciones, en las cuales ya se ejerce su libertad.

10. Quizá hemos demorado demasiado en la descripción detallada del proceso que

busca solucionar un enamoramiento de un religioso. No ha sido por dar una importancia

primordial al problema mismo, sino para resaltar el proceso de liberación. Demasiado

largo tiempo los religiosos han sido tratados normativamente y se les impuso la solución

en razón de un compromiso inicial. A partir de este compromiso inicial ya tenían que

caminar por un camino determinado, se tomaban decisiones en nombre de ellos y se les

dictaba la voluntad de Dios. Eso retardaba enormemente la maduración en la vida

religiosa y en especial en la castidad. Sólo el respeto absoluto de la libertad puede

contribuir a la maduración del religioso. Si abandona la vida religiosa no importa, pero

que la abandone maduramente y por eso más conforme con la voluntad de Dios.

3. La relación con mujeres

La presencia de mujeres en la vida de los religiosos es muy deseable desde los

primeros años de su consagración. Las mujeres aportan su delicadeza y su sensibilidad,

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 20

que en ambientes puramente masculinos suele faltar. Inspiran más cuidado en la

limpieza y en el modo de vestir, pero sobre todo en el trato con ellas hace madurar

afectivamente. Los religiosos llegan a tener una imagen más real de la mujer. Sin este

trato normal en ambientes clericales se disocia la imagen de la mujer en dos figuras

abstractas y antagónicas. Por una parte, en la imagen de Eva, el peligro para el hombre,

un ser de condición inferior, y por otra parte una figura idealizada pero desexualizada:

María14

. De este modo, la mujer queda temida y deseada, idealizada y rechazada. Con

ello el religioso niega de alguna manera su propia sexualidad. En el trato normal con

mujeres, se formará una imagen más real de ella, sentirá su sexualidad, pero tendrá la

oportunidad de elaborarla. En este ambiente surgen simpatías y coincidencias mutuas

que se elaboran en la medida que aparece. Si es cierto que el religioso estando solo,

puede sublimar su sexualidad en la oración, por qué no podría hacerlo, y mejor aún, en

el trato normal con mujeres. En este trato podrá elaborar la tensión entre la prohibición

y la fascinación. Vivir su masculinidad y vivir la mujer según su feminidad es el hecho

de la sexualidad, y a todo ser sexuado le toca vivirlo.

Esto pasa en un ambiente abierto y de trato franco, pero puede suceder que se cree

una polarización entre un religioso y una mujer y quieran estar a menudo juntos, porque

sienten un lazo de unión más estrecho. Empezando muchas veces una serie de consultas

espirituales, con una colaboración apostólica o con un estudio hecho juntos, muy de a

poco surge una comprensión mutua, un vínculo peculiar de entendimiento mutuo que

supera en mucho el trato cordial de una simple simpatía. ¿Puede un religioso llevar tal

amistad con una mujer sin pretender llegar al matrimonio?

Ante todo habría que insistir en que el ejercicio de la libertad y de la

responsabilidad tiene que ser asumida por el interesado. La situación de una amistad no

se soluciona aplicando prescripciones moralizantes, o apelando a la opinión pública que

se “escandaliza” demasiado fácilmente. No sería tampoco suficiente el decir que la

congregación tiene tales y tales directivas. Si ella impone determinado modo de actuar,

él puede encarar la posibilidad de dejarla, pero no tiene que dejarse arrastrar por una

prohibición no asumida, porque corre el riesgo de reprimir su deseo sin llegar a

sublimarlo efectivamente. Si confronta su situación con un amigo o con un consejero

que pueda comprenderlo, se sentirá ayudado en su discernimiento15

.

Aquí es suficiente indicar algunos criterios que pueden orientar el discernimiento.

Ante todo hay que preguntarse qué significa la amistad para la mujer, luego ver la

calidad de la amistad y finalmente la significación de la amistad para el mismo

religioso.

1. En la amistad con una mujer, el religioso tiene que preguntarse por la

significación que esta relación tiene para ella. Sin esta inquietud su actitud es

cabalmente egoísta. Si es una muchacha, ¿no la ata afectivamente de tal manera que la

chica deje de preocuparse por su vida futura, esperando inconscientemente un futuro

matrimonio? Si es una mujer casada, ¿su amistad no la separa de su marido o si la

14

Pothier, Op. cit. p. 365

15 Es muy importante fomentar la comunicación humana y espiritual profundas en los ámbitos de

convivencia religiosa. Los planes de formación o los proyectos de vida en común deberían contemplar

este aspecto. Conviene crear espacios que favorezcan y fortalezcan la apertura en el diálogo entre

personas que buscan vivir su opción de vida con coherencia. Nadie está excento de dificultades, por lo

tanto el camino no se puede transitar solo. Además, la experiencia demuestra que las conversaciones

profundas sobre los nudos fundamentales de la vida generan una atmósfera propicia e incomparable para

el crecimiento humano y espiritual. (Nota del editor).

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 21

empezó porque vino a pedir ayuda en vista de un mejor entendimiento con él, no se

transformó de a poco en una huída de su hogar? ¿Qué piensa además de esta amistad el

marido mismo? Si es una religiosa, ¿la amistad ayuda a asumir su propia vocación? Una

amistad nunca se puede evaluar mirando la conveniencia de una sola parte; para que sea

constructiva tiene que serlo para ambos.

2. Mucho importa el estilo o la cualidad de la amistad. ¿Se quieren como hermano

y hermana, como novio o novia, o es una relación muy espiritual, tal como la que puede

existir entre un santo y una santa? Lo más probable es que sea una mezcla de las tres

cosas. Diagnosticarlo no es tarea fácil, porque el religioso, que se ocupa de cosas

espirituales racionaliza con una facilidad sorprendente y a menudo, cuando la atracción

es ya predominantemente sexual no nota más que una aspiración espiritual o una ayuda

apostólica. Se precisa un esfuerzo muy sincero para admitir la realidad. El religioso

tiene que aceptar que es un ser humano y que es natural que sienta una aspiración al

matrimonio cuando empieza a entenderse realmente con una mujer.16

Si creemos que el religioso puede sublimar su sexualidad cuando vive su vocación

sólo frente a Dios, ¿sería tan imposible pensar que su amistad que empieza con cierto

acento afectivo pueda ir purificándose hasta que el punto de gravitación de ella se

traslade a una unión espiritual? Puede acontecer que en vez de espiritualizarse, de

repente se declara ser un enamoramiento. Pero en este caso, ¿se podría acusar a este

religioso por haber puesto en peligro su vocación o habría que alegrarse de que la

amistad le obligó a manifestar que no ha sido llamado a la vida religiosa? Es difícil de

interpretar lo que pasa en el corazón del hombre cuando uno lo ve actuar sólo desde

afuera. Ni uno mismo se conoce a sí mismo con una claridad matemática. Vivir es

asumir las responsabilidades y correr el riego, pero hacer lo que uno ve conveniente.

3. Mirando ahora esta amistad desde la vocación personal del religioso, hay que

comprobar la necesidad de un discernimiento muy parecido al de su opción por la vida

religiosa.

En la opción por la vida religiosa se ha encontrado entre dos alternativas: por una

parte, una realización normal del matrimonio, en la cual la sexualidad tiene una

expresión normal y esta expresión es un lugar de encuentro con Dios; por otra parte, la

vida religiosa que es una expresión paradójica, de aparente esterilidad, para simbolizar

una alianza muy especial con Dios. Optó por la segunda. Ahora está en la misma

alternativa pero no al nivel del estado de vida, sino al nivel de un vínculo de amistad. La

primera opción no implica necesariamente la segunda, es necesaria una decisión nueva.

Si la relación no es de noviazgo, o sea si no hay una inconciencia inocente de la

situación, sino que realmente existe la posibilidad de sublimación en una relación

hermano-hermana, o una relación que puede existir entre santos, el religioso puede

preguntarse si quiere dar a su inclinación una expresión natural que lo hace madurar

afectiva y espiritualmente, o si quiere expresar de una manera paradójica e

incomprensible para mucho, que su único deseo es construir el Reino. Lo importante es

que no eluda la responsabilidad de elegir comparando el beneficio de una amistad con el

fruto de una consagración más especial. Puede ser que en este discernimiento, la

amistad aparezca como una huída de un llamado más especial, como es posible que se

vea la convivencia de conducirla a un amor espiritual parecido a la amistad de San

Francisco de Así con Santa Clara y de San Francisco de Sales con Santa Juana Chantal.

16

Esta aceptación se fortalece con instancias comunicativas que hagan que la persona se sienta

“normal” en sus inclinaciones y sentimientos “aparentemente” contradictorios. (Nota del editor).

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 22

4. El apostolado y la ubicación humana

Hay personas para quienes el don de sí mismo en la oración significa tal

realización humana que pueden sobrellevar con relativa facilidad la ausencia, la

desubicación o el fracaso de toda obra que realiza. Otros en cambio, se desorientan

vocacionalmente cuando su apostolado no está bien ubicado. Parece que el apostolado,

sea con o sin contacto humano, es para ellos como un ambiente vital, condición

necesaria para la unión con Dios. Para otros, tanto en su realización apostólica como en

su fracaso, en la falta de comunicación humana aunque muy deseada, llegan a ubicarse

en la vida porque se ubican ante Dios. Aunque estos sean la minoría, se ha creado la

idea de que en la formación de los jóvenes religiosos tiene que haber un período de

recogimiento de varios años y sólo luego tienen que volverse hacia el apostolado

cuando ya están unidos a Dios y están preparados para aquél. Pero muchos, los que de

alguna manera van a Dios por las realizaciones humanas y sin ellas se desorientan,

necesitan el apostolado y la labor humana continuamente, sin poder prescindir de ellos.

Hay apostolados que propiamente no implican mucha relación personal. Por

ejemplo el apostolado científico en un laboratorio. En estos casos habría que plantear la

pregunta por su significación vital para el religioso: ¿Es una huída de relacionarse con

otros y quedarse encerrado en sí mismo bajo el pretexto de apostolado científico, o es

realmente una vida muy consagrada a Dios en un don de oración y adoración continuas

que personifica y plenifica más que cualquier otro contacto humano? ¿Esta labor

científica se hace para encerrarse o para hacer un aporte a la humanidad? El planteo es

muy serio y un examen real de las actitudes podría dar ocasión a muchas sorpresas17

.

El apostolado que implica más relación personal, como por ejemplo la enseñanza,

las organizaciones… etc., a menudo no llegan a un nivel propiamente de comunicar el

mensaje y orientar las personas en su camino hacia Dios.

El apostolado es una exigencia fundamental de la vida consagrada a Dios pero no

al revés. Puede haber una vocación muy apostólica que no tenga el carisma de la

castidad. Hay religiosos que tienen una vocación muy apostólica pero su vocación a la

castidad no aparece con toda claridad. En estos casos se suele dar una significación

demasiado apostólica a la castidad. Esta quedaría como una exigencia práctica del

apostolado: “Si me caso no puedo dedicarme al Reino”. La jerarquía sería: La castidad

para el apostolado y el apostolado para el servicio del Señor. Esta motivación parece

insuficiente para la vida religiosa.

¿No vendrán en la vida cuando se despierten en el hombre fuerzas vitales e

incontenibles de amor humano y de caridad o enamoramiento, y entonces cómo actúa

esta motivación de mayor apostolado?

¿Sería una idea absurda pensar que un hombre casado puede estar en igualdad de

condiciones para hacer apostolado? Ciertamente que ha de dedicarse tiempo a la

familia, no como el célibe, ¿pero este tiempo no puede ser igualmente apostolado? Si

17

Probablemente se dé una ambigüedad difícil de superar por tanto es necesario hacer pesar el polo

positivo de tal ambigüedad. (Nota del editor).

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 23

los hijos de este apóstol llegan a ser cristianos profundamente comprometidos, ¿sería

imposible pensar que su apostolado haya sido tan eficaz y tan pleno como el del célibe?

Quizá sería más exacto decir que si en la motivación no tiene un lugar preferencial

no va tomando por lo menos un predominio el motivo de la consagración personal a

Dios, se va construyendo sobre arena y el peligro de que el viento o la lluvia socave la

casa es considerable.

La vida consagrada en la castidad pide que el apostolado sea vivido como en

segundo lugar, subordinado al motivo principal que es un seguimiento, una amistad, una

consagración personal al Señor, y el apostolado es como la consecuencia inmediata,

condicionada por esta consagración.

Pero la vocación y su descubrimiento puede venir desde el apostolado. Muchos

jóvenes, -y parece más sano-, descubren su vocación a la consagración por el

apostolado, por momentos que vivieron dedicados a los demás. Cayeron en la cuenta de

su llamado cuando realizaron algún bien, cuando pensaron en los demás, cuando

aportaron algo gratuitamente a los otros. Estos pueden orientarse a la vida religiosa y

por el peso mismo de su maduración conducir a un estado donde la consagración

personal a Dios empieza a ser como el alma de todo apostolado.

5. La Oración

La vida de oración es muy reveladora de los motivos reales de la castidad. Si la

consagración brota de un amor personal al Señor y responde a una invitación a amar al

Padre en el Hijo y por el Espíritu, la oración es una necesidad de vida. Si en cambio el

motivo de la consagración no es propiamente el amor de Dios, sino un altruismo sano o

un celo apostólico mezclado con un poco con un ansia de autorrealización, de prestigio,

de éxito, entonces la oración se hará pesada, se dejará de lado y se abogará por una

oración hecha en la actividad misma.

Una oración hecha al margen de la vida no tiene sentido, pero no valorar la

oración que absorbe toda la atención del hombre plantea preguntas serias en cuanto a la

motivación de la castidad. Aquí no podemos escribir un tratado de oración. Entre las

personas consagradas –bástenos decirlo- actualmente hay un déficit de oración. Quizá se

debe entre otras cosas a que los métodos clásicos de oración ya son demasiado

anticuados, demasiado estructurados, muy racionales y excesivamente sistemáticos. Las

oraciones comunes que se rezan en comunidades son demasiado impersonales. Estas

maneras de hacer oración se abandonan de a poco, pero no hay o no se conocen

métodos adaptados al mundo de hoy y por eso muchos buscan la manera de orar con

cierta desorientación, como ovejas sin pastor18

.

18

Cada vez son más los centros de espiritualidad, talleres y cursos que plantean métodos y propuestas

de oración más afectivas y menos racionales, por tanto más abarcadoras. Poco a poco se ha ido

descubriendo que la oración vocal o meramente mental y racional no alcanza a satisfacer las necesidades

espirituales del hombre. Cada vez más se va comprendiendo al hombre como una unidad física, psíquica

y espiritual y que todos estos ámbitos pueden ser vías para conectarse con la oración que el Espíritu Santo

está haciendo siempre en nosotros. (Nota del editor).

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 24

III. La Castidad en Crisis

En la segunda parte hemos considerado las experiencias, problemas y actitudes del

religioso, que durante años había vivido feliz en su vocación de castidad. Pasemos ahora

a considerar a personas que descontando breves períodos de su vida religiosa, siempre

arrastran dificultades serias relacionadas con la castidad. En la vida no hay una

separación tan clara y nítida entre una y otra crisis, pero nosotros por la necesidad de

ordenar los factores que intervienen hemos optado por esta división. En esta parte no

sólo adoptamos una actitud de discernimiento sino de alguna manera tomamos en

consideración al consejero que ve la crisis de afuera, porque a menudo la persona en

crisis no está en condición de interpretar adecuadamente su situación.

1. La evaluación de una situación crítica

a. El principio de totalidad y el factor del tiempo

1. Ante todo se podría constatar que los problemas de castidad nunca aparecen

aislados en una personalidad sana, bien desarrollada y bien ubicada en su medio

ambiente. La interrelación entre el conjunto de la vida y los problemas de castidad es

constante. Una persona aproblemada con su sexualidad no tiene rendimiento

proporcionado en su trabajo, muestra signos de inadaptación e incomunicación con su

medio ambiente, no tiene una vida de oración o lleva una vida de oración muy torturada

y forzada, suele tener problemas con la autoridad, muestra descontento, insatisfacción,

tiene problemas con su salud: insomnio, dolores de cabeza, alergias, tensión nerviosa,

etc. ¿serán los problemas de castidad los que provocan todo esto, o son más bien

problemas humanos que buscan salida, un alivio en evasiones, en pensamiento y

experiencias sexuales? Sea lo que fuere, la interrelación es patente y por eso podemos

decir que los problemas en el terreno de la castidad no son problemas aislados y no se

pueden remediar prescindiendo de la ubicación de la persona entera en los demás

sectores de la vida. Todo problema de castidad exige que se lo considere como

formando un conjunto con una situación global.

Esta conclusión que se impone por la pura experiencia está en armonía con la

consideración del sentido de la sexualidad y de la castidad. La tendencia sexual

promueve y culmina en la planificación de la personalidad y de sus relaciones con otras

personas en el don mutuo del amor. Si el desarrollo sexual muestra anomalías de

inmadurez, de bloqueo, o de regresión, es un signo del bloqueo de la personalidad. Si en

cambio la personalidad entera va ubicándose con un ritmo normal, la tendencia sexual

va logrando su realización o sublimación. Formulándolo en un principio general

podemos decir que los problemas de castidad están en relación con los problemas de la

personalidad, como la tendencia sexual está orientada hacia la madurez de la persona

entera.

2. Otro factor determinante para apreciar una situación conflictual – propia o

ajena- es el tiempo. Una crisis momentánea fácilmente tiene raíces superficiales y

transitorias, mientras que una dificultad crónica responderá a factores más profundos y

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 25

menos accesibles. Con todo, una dificultad reciente puede ser la manifestación de un

problema que ha estado latente durante mucho tiempo. Por eso el tiempo como criterio

de discernimiento tiene que ser contemplado con la situación global de la personalidad.

Podríamos concluir que mientras no encontremos la significación de un problema

de castidad en el conjunto de la personalidad y no lo tomemos como un fenómeno

parcial en el proceso de desarrollo de ella, no podemos formar un juicio acertado.

Esto significa que no se puede hacer un catálogo de recetas que determinen la

solución. No se puede decir que tal fenómeno se cura de una manera y tal otro poniendo

este otro remedio, ni aún que esta anomalía excluya la posibilidad de una coacción y

esta otra sea compatible con ella. Hay que ver siempre el conjunto y el proceso de

evolución para poder determinar las posibles soluciones para el futuro. Para ilustrar la

importancia de estos criterios veamos algunos ejemplos.

3. La masturbación es un fenómeno propio del período de la pubertad y

adolescencia. Corresponde al momento en que se despierta la sexualidad pero todavía

no surge el interés por otra persona sino que se contenta con su propio cuerpo o con la

imagen del otro. Propiamente falta interés y el puente real hacia otra persona. Cuando

aparece el interés por el otro, y se crea una relación afectiva o personal, la inclinación

por la masturbación desaparece como algo superado. Por tanto el impulso a la

masturbación significa que la tendencia sexual se mueve todavía en un plano corporal o

imaginativo y que no hay un puente con el mundo externo de las personas.

En consecuencia, el impulso a la masturbación es un fenómeno normal en el

momento en que se despierta el instinto sexual, pero luego si no desaparece es un signo

de atraso en la evolución, o por lo menos una regresión momentánea a un estado más

primitivo.

El irresistible impulso a la masturbación en un consagrado en la castidad es un

signo de que su tendencia sexual no ha logrado, o no está logrando, esta plenitud de don

de sí mismo a otros y al Señor, sino que vive encerrado en sí mismo, tratando de

descargar su impulso sexual de una manera corporal sin que eso lo oriente ni a otra

persona ni a Dios. La costumbre de la masturbación indica un disloque en la evolución

de la personalidad y exige que el problema sea tratado a ese nivel.

4. Analicemos el trato demasiado familiar con las mujeres. En su evolución

sexual el hombre empieza su relación con el otro sexo a un nivel muy afectivo y

emocional. Esta relación muy emocional permite que la persona rompa su círculo de

egoísmo, salga de su mundo imaginario, y entre más fácilmente en una relación real con

otra persona. Esta relación emocional es algo positivo y constructivo: va allanando el

camino a las relaciones personales y preparando el camino al matrimonio, de la vida de

hogar, de los hijos y de la educación de éstos. Esta relación emotiva es por lo tanto

factor en la evolución de la persona que surge como una nueva dimensión, pero luego se

integra como un elemento subordinado a relaciones más reales y más evolucionadas. No

pierde su razón de ser pero se adapta a valores que lo superan.

El hombre que se consagra a Dios y a su reino vive esta experiencia emocional

como un elemento dominante normalmente antes de comprometerse definitivamente en

la consagración religiosa. En un estado ya consagrado, el punto de gravitación del modo

de relacionarse personal, ya se trasladó a relaciones personales activas y responsables de

apostolado y del don afectuoso de su sí a Dios. La afectividad se integra en relaciones

de mayor realismo, de más alcance. Ella no se niega pero se trasforma en afectos

humanos muy nobles. Esto no significa que el hombre consagrado no pueda sentir un

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 26

afecto sensual o sexual por una mujer, sino que cuando lo siente lo va orientando hacia

relaciones de otro tipo y los subordina realmente a relaciones más propias de su

vocación. En este sentido el trato con las mujeres puede ayudarlo, porque los

sentimientos que surgen en él lo cuestionan continuamente y lo obligan a ponerse en

otro plano. De esta manera contribuyen a una toma de conciencia, a una planificación de

su don de sí a los otros, a otro nivel, y al don de sí a Dios en un amor muy afectuoso y

pleno.

Cuando esta sublimación no se realiza y la relación con la mujer queda a un nivel

afectivo-emocional, el religioso no está bien ubicado. Tiene que vivir una frustración de

su vocación, porque los impulsos y sentimientos de origen sexual afectivo no llegan a su

destinación de amar más universalmente a sus hermanos y más plenamente a Dios. Sus

afectos se estancan a nivel de los novios, no pasa al plano real de los casados o

religiosos. Es como el eterno noviazgo; eterna juventud, ciertamente, pero también

eterna inmadurez. El hombre maduro en vez de ansiar indefinidamente afecto, ternura y

cariño, empieza a dar a otros, a contribuir al crecimiento de otros, a construir, a

comprometerse.

Por eso si un religioso trata con las mujeres como un adolescente, hay que

preguntarse por su grado de madurez afectiva. Este trato no es algo periférico en su vida

sino un signo manifestativo de su inmadurez personal y por tanto no es suficiente

abstenerse del trato con mujeres, sino ver qué se puede hacer para lograr una madurez

mayor.

5. Las personas que siente dificultad en comunicarse con el otro sexo pueden más

fácilmente desear entrar en la vida religiosa porque el matrimonio no los atrae. La

motivación en este caso realmente es dudosa, porque no es difícil que sea una huída del

mundo que no les presenta una realización normal de su persona. Además nadie ignora

la confusión interior que tal problema puede crear. Pero, ¿puede haber una vida

religiosa si no se supera previamente tal situación?

b. La toma de conciencia de la motivación real

Las personas que tienen dificultades serias relacionadas con la castidad se

desconciertan ante su propia situación. Se sienten indignos, aplastados y fracasados ante

los hechos. A veces sienten una desesperación por la continuidad del fracaso y la

incapacidad de cambiar el curso de los acontecimientos. La vida se les escapa, más que

dominar la situación es ella la que los domina. Y sin embargo si se preguntan por su

buena voluntad, ven que sus intenciones están perfectamente en orden. Lo que quieren

es servir a los demás, desarrollar una vida apostólica haciendo conocer el Evangelio y

conducir a los hombres al amor de Dios. Quieren consagrarse a Dios con un amor

verdadero. Su intención está perfectamente en orden. Sin embargo se hallan frente a un

enigma: ¿Cómo puede ser que eso no ande? La realidad no les responde y no pueden

explicar por qué.

Si no echan la culpa a alguna circunstancia exterior como el encerramiento, el

estudio que tienen que hacer, los superiores, etc. Se sienten culpables por su falta de

voluntad.

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 27

Dicen que no hacen bastantes esfuerzos para evitar sus fracasos o acontecimientos,

se acusan de haber sido flojos en la oración, estudiar escrupulosamente cómo tiene que

evitar fracasos en la castidad, sin embargo, todo eso no da ningún resultado.

Entonces piensan que la dificultad se debe a los hábitos creados por sus malas

acciones. La culpa reside en este caso en su voluntad pasada. Por su propia culpa han

debilitado su voluntad y por eso son incapaces de dominar los acontecimientos. En otras

ocasiones creen que tienen una debilidad de voluntad de una manera constitutiva. Se

sienten como si esa debilidad fuera congénita, como uno puede tener un brazo más débil

que el otro. Pero todo eso no les da ninguna esperanza de salida. Se preguntan cómo se

fortifica la voluntad. ¿Con autodisciplina? ¿Haciendo ejercicios de voluntad? Miles y

miles de veces deciden empezar a hacer oración en serio y se imponen ciertas

exigencias de orden, de trabajo, de horario. Al cabo de algunos días vuelve el desánimo,

la desesperación: no hay salida, son incapaces de cumplir sus propósitos19

.

Ya es un paso adelante el darse cuenta de que su voluntad se muestra impotente

porque las motivaciones que la impulsan son inoperantes. Entonces hacen muchos

esfuerzos para reavivar su fervor. Se percatan de que hacer algo por el amor de Dios no

les dice nada. Motivar algo con un fin apostólico se vive como algo abstracto, y también

las pláticas los dejan fríos. Leer el Evangelio no los entusiasma. Tratan de pensar en

ideales muy elevados, pero todo parece abstracto, irreal. Nada sirve para mejorar su

situación. Aunque logren aumento de oración, o de lectura espiritual, ni después de

mucho tiempo de prolongada aplicación aparece algún resultado.

Se hacen conscientes que hay un profundo divorcio entre la realidad y su

conciencia. Concientemente quieren ser buenos religiosos, sacrificados, generosos,

quieren vivir la castidad en la consagración a Dios, pero la realidad en sus sentimientos,

y los hechos van por otro camino. Todo esfuerzo de despertar sentimientos exigidos por

su conciencia, y dominar los hechos es insuficiente y destinado al fracaso. No se ve la

salida porque su conciencia y su voluntad obedecen al llamado de Dios mientras que los

sentimientos y los acontecimientos no se adaptan a esta “realidad sobrenatural”.

La única solución es la gran pregunta, tan difícil de plantear y de admitir; si la

voluntad de Dios no obedece a la motivación “sobrenatural” ¿a qué motivación

obedece? ¿Si el puro amor de Dios no mueve, a qué resortes responde la voluntad? ¿No

podría ser que el llamado de Dios que se piensa tener, sea una imaginación y que Dios

quiera hablar por medio de los hechos? ¿Antes de hacer más esfuerzos para dominar la

realidad no sería necesario convertirse primero a la realidad? ¿Antes de hacer

obedecer a la realidad, no habría que obedecer a la realidad?

¿Pero se puede sacrificar una vocación divina -objetan- porque los hechos

presentan dificultades o se muestran imposibles? ¿No hay que creer y luchar aún contra

toda esperanza? ¿No es eso el signo más grande de fe y de fidelidad a Dios?

La divinidad que da una vocación imposible o inhumana es el Yo endiosado o

algún sentimiento de deber, pero no el Dios vivo.

Jesucristo, el Hijo de Dios, asumió los valores humanos y por la encarnación

muestra que quiere amor y no sacrificios en el sentido de destrucción. La verdadera

19 Ante este divorcio se hace imprescindible un camino de autoconocimiento acompañado de

técnicas apropiadas y un diálogo profundo con otro que pueda ayudar. Para que la persona supere lo

involuntario que encuentra en ella, sus límites y sombras, y logre integrarlas con mayor madurez es

necesario que asuma con humildad que hay cosas que no siempre son de su dominio y dejarse ayudar en

esto es un primer paso. (Nota del editor).

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 28

vocación de Dios es aquella que se verifica como planificación de hombre y no aquella

que lleva a la frustración20

.

Por eso antes de convertir la realidad y adaptarla a mi intención y a mi conciencia,

primero tengo que adaptarme yo a la realidad, y convertirme a ella, a mi realidad, a

escuchar a Dios por lo que me dio a mí, por lo que se manifiesta a través de lo que ha

creado en mí: sentimientos, tendencias y motivaciones que actúan y constituyen mi

realidad, aún contra mi voluntad.

Empezando por este camino de a poco aparece que las motivaciones que sostienen

la vida orientada hacia la castidad son muy diferentes de lo que se han pensado, pero no

vivido, como realidad21

.

El cambio fundamental en la actitud consiste en que en vez de rechazar todos los

sentimientos, uno empieza a aceptar el hecho de sus sentimientos y trata de sentirlos. En

vez de rechazarse a sí mismo en todos los niveles de su existencia que no sea la

conciencia, uno empieza a aceptarse en estos niveles vitales. En vez de vivir como un

punto de partida y únicamente valedero una conciencia de deber o de coacción, se

empieza a vivir como punto de partida su propia realidad entera con todos sus

sentimientos y tendencias.

Eso abre el horizonte a todo un mundo nuevo. Un mundo muy humano, quizá

demasiado humano a primera vista, pero el único mundo real, el único mundo donde

Dios real y seriamente puede hablar con nosotros palabras serias, palabras duras,

palabras que hacen sufrir, pero que finalmente se muestran como palabras de amor.

De este modo se toma conciencia de los motivos reales que en ese momento están

actuando. Resulta que la motivación a la vida religiosa y a la castidad no ha sido tan

religiosa, tan evangélica, tan divina como se creía. Para unos el motivo de entrar en la

vida religiosa ha sido una presión social. Un sacerdote, una religiosa o la madre han

influido para decidirse a la vida religiosa. El motivo en parte ha sido congraciarse a

ellos, o una imposibilidad de resistirles. Otro religioso habrá vivido bajo la protección

exagerada de su madre y su anhelo a la vida religiosa no ha sido una generosidad de

darse sino de gozar de la protección de una congregación que ha tomado el rol de la

madre. Ha sido movido par recibir protección y no para darse a Dios. Otros, en cambio,

por sentirse menos seguros en el campo de las relaciones afectivas buscaron el poder.

En la congregación han percibido un medio apto y entraron para identificarse con la

imagen de poder de la misma, y no esperan darse sino buscar sentirse poderosos. Otros

se encontraron en una situación social menos favorecida y aspirando a un rango más

elevado, aprovecharon la posibilidad eclesiástica para asegurarse una carrera, un

ascenso social. Hay también quienes han tenido un padre muy autoritario y vivían

oprimidos por las exigencias del deber. Éstos al entrar en la congregación se

autoimponían una vida muy exigente, por un sentimiento de culpabilidad, y entraron en

la congregación para expiar sus sentimientos de culpa y castigarse. Algunos han vivido

temores pseudos-religiosos y entraron por un temor a la condenación eterna, o por temor

20 Hasta que interiormente, con todo el corazón, no se crea que lo más humano del hombre es lo

divino de Dios, seguiremos presos en este “valle de lágrimas”. Si Jesús tiene una especial predilección

por los hombres, ¿qué hace que nosotros despreciemos nuestra humanidad? Si el Hijo del Hombre

prefirió liberar al hombre desde su abajamiento total, ¿por qué tememos asumir nuestro propio

abajamiento? (Nota del editor).

21 No significa esto que se haya actuado conciente y voluntariamente en contra de las motivaciones

ocultas, lo que se pone de manifiesto con la experiencia que se hace efectiva es que salen a la luz motivos

que solo así (viviéndola) surgen. (Nota del editor).

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 29

a perder lo más perfecto, y todas estas motivaciones de temor lo siguen destruyendo en

la vida religiosa. Otros entraron por temores sexuales, por rechazar el sexo y las

expresiones sexuales, porque les pareció que la única manera de no ensuciarse era

alejarse de todo lo sexual. De esta manera muchos huyeron de la mujer, del matrimonio,

del mundo corrompido y entraron en la congregación. En fin, no faltarán quienes

huyeron de una situación familiar de tensiones, agresiones insoportables y prefirieron

entrar en una congregación en vez de sufrir en su casa.

En estas motivaciones hay un factor común. Todas ellas son motivaciones

inmaduras, negativas que no construyen la personalidad sana sino que la frenan. Por eso

la motivación vital no era darse, sino recibir o evitar. Tales motivaciones no son de

valor religioso, ni de valor humano. La persona que actúa llevada por ellas, no

evoluciona, no se siente feliz, no se realiza, no vive. Se siente fracasada, esclavizada,

impotente.

Aparentemente entró para servir a Dios pero en realidad entró para recibir cariño,

y protección. Parecía haber entrado para dedicarse a los demás en el apostolado, pero en

realidad entró para usar lo sagrado para su propia promoción22

.

En todo eso no había ninguna mala voluntad, ningún “pecado” en el sentido

cristiano de una ofensa conciente o intelectual a Dios. Todo eso no era conciente pero sí

real. Aconteció vitalmente y ahora el religioso empieza a tomar conciencia de ello.

Estos motivos vitales explican por qué las motivaciones concientes eran inoperantes:

tenían en contra el peso de factores vitales ignorados que neutralizaban su influjo. La

única solución es tomar conciencia y asumir todas estas fuerzas vitales, hacerse cargo

del estado de inmadurez y preguntarse cómo dar el paso siguiente en este proceso de

maduración23

.

Estamos hablando de personas que manifiestan luchas con problemas de castidad

y que dejan suponer una raíz relativamente profunda en su personalidad. En estos casos

el tomar conciencia y el asumir su situación real es un proceso muy largo.

Ningún ser humano y ningún religioso está excento de conflictos inconscientes de

su personalidad y ningún ser humano los ha asumido realmente a todos, pero el grado

de elaboración de los problemas es diferente. El grado de elaboración de los conflictos

coincide con el grado de madurez, o en otras palabras, con el grado de comunicación e

integración en la vida24

.

22 Una oración que puede ayudar a fines de descubrirse uno mismo y hablarse con sinceridad busca

responder a preguntas tales como: ¿Quién digo que soy? ¿Y quién siento que soy verdaderamente? ¿Qué

es lo que los demás ven de mí? ¿qué de todo eso que ven es auténticamente mío? ¿De qué cosas me jacto

pero en efecto son más un deseo o una proyección que una realidad? ¿Cuáles son esas verdades que me

duelen interiormente? ¿Qué me dicen de mi verdadero ser? Dichas preguntas resultan efectivas si se

hacen en un clima orante ya que sino pueden convertirse en una búsqueda dañina. (Nota del editor).

23 El filósofo francés Paul Ricoeur explica en su obra Lo voluntario y lo involuntario que el polo no

elegido de nuestra libertad, es decir, lo que nos viene dado con la vida, sin bien no lo dominamos

completamente y nos determina, está destinado a ser fuerza para la libertad solamente humana. En la

medida en que las fuerzas vitales concedidas por el solo hecho de ser, se comprendan e integren como

energía para el actuar en nuestra vida, es que podremos asumir un camino de maduración dando pasos

concretos. (Nota del editor).

24 Por eso es necesario apostar por instancias comunicativas profundas sobre temas realmente

coyunturales. Sin apertura no hay crecimiento. Se trata de un proceso que no puede darse de un día para el

otro. Hay que darle tiempo y paciencia, dejar que poco a poco se genere un ambiente comunicativo y

fraterno de escucha sincera. Sólo así podremos asumir que la vida es un regalo que se nos hace a cada uno

y que en la medida en que lo compartimos se hace fecundo. (Nota del editor).

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 30

A medida que uno asume la realidad, se convierte a ella, en esta misma medida su

conciencia y su libertad va adaptándose a esta realidad y así sus decisiones serán

proporcionadas a la realidad. No habrá choques, desconciertos, desesperación, sino

cierta sensación de bienestar, de que las cosas andan bien. Habrá intercomunicación con

el medio ambiente material, humano y con Dios, porque los planes y decisiones y las

acciones son adaptados, proporcionados, y por consiguiente eficaces. A medida que esta

conversión a la realidad no se hace, los planes y las decisiones serán inadaptadas,

chocarán con la realidad y consiguientemente tendrán menos eficacia, producirán menos

bienestar y más insatisfacción.

Ahora bien, donde durante un tiempo relativamente prolongado existen problemas

de castidad que parecen no tener solución, tiene que haber un choque con la realidad

con el consiguiente desconcierto, insatisfacción y angustia. A medida que este problema

de comunicación no se soluciona con los medios normales de la vida religiosa se podría

preguntar si no es conveniente buscar medios más técnicos de un estudio de

personalidad o de terapia25

.

De este modo podríamos concluir diciendo que la ayuda técnica, estudio de

personalidad o terapia psicológica, es indicado cada vez que haya un conflicto

prolongado y relativamente grave con la realidad que muestra un estancamiento. Los

problemas prolongados de castidad son normalmente de este tipo e inciden siempre en

la personalidad, es su expansión, en su maduración y en su felicidad.

2. La crisis de fe

La vida consagrada en la castidad exige un grado muy elevado de fe, esperanza y

de amor de Dios, porque el religioso vive ya aquí en el mundo una vida totalmente

apoyada en la realidad invisible, escatológica.

No toda fe, esperanza y caridad evolucionadas llevan a la consagración religiosa,

pero la consagración religiosa sana está sostenida toda entera o por lo menos en gran

parte por la fe, la esperanza y la caridad.

Es evidente que toda disminución y toda crisis de fe repercuten inmediatamente en

el plano de la consagración religiosa, porque se le quita la base y su fuente de vida. En

cambio, no toda crisis originada propiamente en el plano de la sexualidad causa

necesariamente una crisis en la fe, porque no es la consagración la que sostiene la fe,

sino al revés.

Sin embargo, un problema que surge en el plano de la consagración puede

provocar una verdadera crisis de fe.

De hecho el religioso vive normalmente la fe y su vocación a la castidad como una

sola totalidad. Cree en Jesucristo que lo llama a seguirlo muy cerca en la consagración

total.

Sin embargo, es conveniente separar debidamente los planos. Ante todo, porque

sin no se lo hace el religioso se crea una imagen de la Iglesia muy clerical donde todos

25

Este tipo de ayuda suele ser de gran fruto y permite un seguimiento más focalizado en la propuesta

general de una formación. En tal caso ayuda también lograr examinar de modo prioritario esta área con la

ayuda de alguien capacitado. (Nota del editor).

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 31

los que viven una fe intensa tienen que orientarse naturalmente a la consagración

religiosa. En su manera de hablar y en sus actitudes puede hacer mucho daño con eso y

puede desorientar o presionar a otros que no tengan la misma vocación.

En los momentos de crisis conviene separar los dos campos, porque las dos

situaciones corresponden a dos opciones distintas y su confusión puede causar gran

desorientación y muchas angustias.

La fe del hombre moderno crece a menudo por la crisis. El religioso en contacto

con este mundo pluralista puede encontrarse en un momento donde se deberá

preguntar si su fe tiene razón de ser en este mundo. Un cuestionamiento de este alcance

es al mismo tiempo cuestionar a fondo la vida consagrada. Si una crisis de fe pudiera no

cuestionarla, sería signo de que el motivo de esta vida consagrada no es la fe, sino otras

motivaciones independientes de ellas, y perdería su valor de consagración a Dios. Por

eso si se produce una crisis de fe necesariamente afecta la consagración porque

cuestiona sus raíces.

En el caso contrario no pasa lo mismo. Sin embargo la separación de los motivos

es más importante. En una crisis de castidad, cuando se cuestiona el sentido de la vida

consagrada, no necesariamente tiene que haber una crisis de fe. Sin embargo, el modo

de hablar entre los religiosos y la literatura que leen, a menudo dejan como un

presupuesto tácito que la fe intensa necesariamente lleva a la vida consagrada en la

castidad y porque produce una idea vaga de que al abandono de la vida religiosa es una

infidelidad a Dios, que por su peso o por su castigo divino conduce al abandono total de

la fe. Otros piensan que como tienen muy poca fe es preciso que permanezcan en la

congregación, donde abundan más los medios de reavivar la fe26

.

De este modo se produce tal vínculo entre la fe y la vida consagrada que se vive la

obligación de ésta con la necesidad de la fe misma. Se siente tanta obligación de

quedarse o de entrar, cuanta se siente para creer realmente en Dios. Si alguien tiene

bastantes motivos para creer, pero no los suficientes para consagrarse en la castidad,

este vínculo de unión entre fe y castidad puede producir conflictos serios.

En la práctica si se presenta una crisis que abraca los dos planos, hay que

esclarecer la diferencia y abordar primero la crisis de fe con el planteo plenamente

abierto de la castidad, mostrando que después de solucionar la crisis de fe, la crisis de

castidad se replanteará como consecuencia y aparte. Es preciso esclarecer la

independencia entre las dos opciones. Reasumida la fe, reasume el discernimiento en el

plano de la castidad y se la soluciona con plena libertad.

3. El mito de la voluntad de Dios

Muchos que en algún momento se sintieron llamados a la consagración religiosa a

Dios en la castidad quisieran replantear su vocación, pero se sienten inhibidos por una

concepción rígida acerca de la vida consagrada. Piensan que si alguien se sintió llamado

o se comprometió con votos a la castidad, no puede reconsiderar su situación sin ser fiel

26

Actualmente se vive con mayor naturalidad la salida de la vida religiosa, pero aún existen quienes

amenazan con la condenación eterna a quienes cambian de estado. De hecho es posible encontrar en

sitios Web testimonios de personas que vivieron con tormento haber dejado la vida religiosa. El cambio

de estado no puede ni por casualidad suponer un castigo divino. Es una costumbre muy humana trasladar

nuestros castigos sociales a la voluntad de Dios. (Nota del editor).

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 32

a Dios y sin poner en peligro su vida eterna. Este temor a la condenación eterna causa

angustias incalculables.

La idea que subyace en este temor es la fidelidad de Dios. Dios, dicen, no se

arrepiente de su llamado. Ahora bien, si ha llamado a alguien es para siempre. La

profesión se interpreta como el signo indiscutible de que Dios ha llamado y, por tanto

abandonar este modo de vivir es una infidelidad a Dios. En el fondo, los que inventaron

y propagaron estas ideas eran llevados de un gran deseo de retener a todo el mundo en

la vida religiosa, y quizá transfirieron su propia vocación a otros, sea por un deseo

inocente de perfección, sea por la necesidad sentida de atender las obras ya emprendidas

por los religiosos.

Dios puede hablar por la imposibilidad de una situación. Nunca quiere destruir al

hombre sino hacerlo feliz. Dios pide la muerte que lleva a la vida, pero no quiere el

fracaso total del hombre ni su aniquilamiento o su alienación. El llamado de Dios

siempre lleva hacia una mayor humanización, y una mayor plenitud. El Señor puede

pedir sacrificios pero en este caso la esperanza confiada y alegre, los acompañan.

La confusión, la desorientación y la angustia son generalmente signos que indican

ausencia de vocación divina aún después de la profesión solemne.

Dios habla además por la libertad humana. Inspira deseos y atrae al hombre para

que pueda elegir libremente lo que ha percibido como mejor. El asumir su vida en una

decisión responsable es más importante que esta u otra alternativa que se elige. El Señor

ante todo quiere que nos hagamos plenamente maduros asumiendo la determinación de

nuestra vida. Si esta elección se hace con sinceridad y buena voluntad, entonces en su

resultado se manifiesta la voluntad de Dios. La voluntad de Dios nunca puede conducir

a una alienación. Dios no es un déspota y por eso, mientras el hombre no se sienta libre

de amenazas pseudo-religiosas, se mueve más en un plano de proyecciones psicológicas

que en una dimensión verdaderamente religiosa.

¿Pero cómo interpretar el caso de los que se sintieron realmente llamados y

después de muchas infidelidades se encuentran en un estado de imposibilidad de seguir

su vocación? Los que llegan a una situación crítica de imposibilidad, normalmente han

hecho más esfuerzos de fidelidad que los religiosos que se sienten bien ubicados. La

pregunta por la fidelidad se puede eliminar. De hecho ni podemos formar juicio acerca

de la fidelidad de alguien, ni es necesario. No se puede probar que si la vocación

religiosa se ha perdido por infidelidad sea recuperable. Por eso la pregunta por la

fidelidad se puede descartar. El criterio de discernimiento es la solución para el futuro.

La respuesta se elabora por un discernimiento y por una decisión libre. Esto no quiere

decir que una profesión religiosa hecha no signifique nada, pero no es el único elemento

en un discernimiento. Si fuera el único motivo para seguir en la consagración sería

netamente insuficiente.

La vocación del hombre es un misterio. El hombre sólo se da cuenta de ella en una

búsqueda y en un don continuamente, y sólo se la conserva en la plena apertura a la

Palabra de Dios que lo guía paso por paso. No importa si el camino va por un éxito

vistoso o por fracasos ante los ojos de los hombres.

La Iglesia que quiere integrarse en el mundo no tiene que juzgar a los que se

“reintegran” en él como fracasados, sino como hermanos que tienen su propia

vocación. Los compañeros de ellos tendrían que mirarlos como amigos que han luchado

junto a ellos y han creado lazos de amistad y de fraternidad. Hasta los que han perdido

la fe son seres humanos que buscan y que merecen toda amistad.

“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 33

La vida en la castidad supone una verdadera vocación real, pero muchos parecen

tener una vocación al apostolado y como no pueden realizarla de otra manera arrastran

durante toda su vida la castidad aceptada indirectamente, como consecuencia y como

condición. Pero en el fondo de su alma ni la han aceptado ni la viven con alegría y

plenitud. Necesitan retirarse del mundo para no ponerse en peligro, o una disciplina

muy rígida para que no aparezca el problema, o recompensarse de alguna manera en con

fruto prohibido.

Como la madurez humana es imprescindible para vivir con plenitud y alegría una

vida de castidad, no sólo la salida de la vida religiosa tiene que ser facilitada a los que

no sienten profundamente el deseo de quedarse en ella y a los que no llegan a vivirla de

una manera fecunda, sino la entrada a las congregaciones y el compromiso definitivo

exige un discernimiento muy serio27

. Permitir la entrada en un instituto o congregación

a los que efectivamente no han logrado una madurez capaz de vivir con alegría y

fidelidad la castidad, es llevar a la alienación al candidato y crear serios problemas en

las comunidades que quieren integrarse en una amistad espiritual. No todo deseo de

castidad es respuesta al llamado divino. Dios habla por los hechos y cuando llama a

alguien su llamado es una creación que capacidad a responder efectivamente. Donde no

exista esta capacidad no hay llamado.

27

Ante la crisis del número de vocaciones muchas instituciones dejan penosamente de lado a la

persona y busca aumentar la cantidad de sus miembros no sólo perdiendo humanidad sino dañando a las

personas. Sólo con un discernimiento serio se podrá ayudar a la persona a que descubra su verdad frente a

Dios. (Nota del editor).

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Conclusión

En la primera parte hemos visto el sentido de la castidad. Creemos que la

consagración religiosa tiene su sentido hoy pero también creemos que exigen una

madurez humana muy avanzada porque se ubica en la prolongación de las aspiraciones

del hombre. Luego hemos visto cómo se asume plenamente la sexualidad y hasta qué

punto el religioso tiene que ser libre y ayudado a asumir plenamente la responsabilidad

de la vida. En la última parte hemos visto que la castidad es un carisma que no depende

de nosotros y si no se vive con plenitud, alegría y paz, hay que enfrentar la situación,

poner los medios necesarios o, si el curso de los acontecimientos así lo indica, no tener

miedo de reorientar la vida.

La vida nos obliga a integrarnos en el mundo de hoy y con eso va cambiando la

imagen del hombre consagrado a Dios. Habrá quizá menos que elegirán este camino, y

serán menos defendidos de los peligros del mundo, pero por eso mismo estarán más

integrados en la vida humana y más comunicados con su ambiente. Viviendo como

todos e inspirados por su unión interior con el Señor, traducirán con más facilidad en un

lenguaje humano de afecto y de amistad el amor incompresible de Dios a todos los

hombres.