juntacadáveres: absurdo y abyección en la obra de juan carlos onetti

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Juntacadáveres: absurdo y abyección en la obra de Juan Carlos Onetti Roberto Pinheiro Machado Universidad de Salamanca El objetivo de este ensayo es analizar la relación entre la estética del absurdo presente en la obra de Juan Carlos Onetti y el concepto de abyección propuesto por Julia Kristeva. La presencia del absurdo en la obra del autor uruguayo ha sido observada por la crítica en diversas ocasiones. 1 En el artículo “El absurdo y la angustia en Juntacadáveres de Onetti”, por ejemplo, José Luis Martín reconoce la vertiente existencialista del absurdo presente en la obra del autor uruguayo: La influencia de Sartre en la narrativa de Juan Carlos Onetti ya ha sido señalada con éxito. El personaje dominado por su circunstancia, y como consecuencia de ello, una existencia de angustia interior: tal la motivación absurdista del existencialismo literario. Pero en Onetti, esa proyección de angustia se da a causa de que el personaje es víctima de circunstancias ontológicas, que arrancan de la raíz misma del ser (Martín: 183). Las circunstancias ontológicas que victiman los personajes de Onetti son las mismas que definen el contenido existencialista del absurdo como epifanía del sinsentido de la vida. La sinrazón se configura a través del mundo oscuro que presenta el autor en 1 Para un análisis detallado del absurdo en Onetti véase mi estudio La estética del absurdo en la narrativa hispanoamericana: Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar y José Donoso. Salamanca: Editorial Universidad de Salamanca, 2003.

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Juntacadáveres:

absurdo y abyección en la obra de Juan Carlos Onetti

Roberto Pinheiro Machado

Universidad de Salamanca

El objetivo de este ensayo es analizar la relación entre la estética del absurdo

presente en la obra de Juan Carlos Onetti y el concepto de abyección propuesto por Julia

Kristeva. La presencia del absurdo en la obra del autor uruguayo ha sido observada por la

crítica en diversas ocasiones.1 En el artículo “El absurdo y la angustia en Juntacadáveres

de Onetti”, por ejemplo, José Luis Martín reconoce la vertiente existencialista del

absurdo presente en la obra del autor uruguayo:

La influencia de Sartre en la narrativa de Juan Carlos Onetti ya ha sido señalada

con éxito. El personaje dominado por su circunstancia, y como consecuencia de ello, una

existencia de angustia interior: tal la motivación absurdista del existencialismo literario.

Pero en Onetti, esa proyección de angustia se da a causa de que el personaje es víctima de

circunstancias ontológicas, que arrancan de la raíz misma del ser (Martín: 183).

Las circunstancias ontológicas que victiman los personajes de Onetti son las

mismas que definen el contenido existencialista del absurdo como epifanía del sinsentido

de la vida. La sinrazón se configura a través del mundo oscuro que presenta el autor en

1 Para un análisis detallado del absurdo en Onetti véase mi estudio La estética del absurdo en la narrativa hispanoamericana: Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar y José Donoso. Salamanca: Editorial Universidad de Salamanca, 2003.

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sus narraciones, un mundo sombrío donde una concepción pesimista de la humanidad

expresa de forma contundente la miseria de la existencia. El absurdo onettiano está

vinculado a los instintos más bajos de sus personajes, asumiendo prontamente la forma de

investigación del alma humana en su estado de decadencia, y asimilando imágenes de

suciedad, impureza, perversión, degeneración, corrupción, hediondez, ruina y destrucción.

Esta es la forma que Onetti encuentra para expresar la irracionalidad de la existencia. La

voluntad de hacer sufrir configura la crueldad, y el disfrute con el sufrimiento ajeno

conforma la perversidad. Crueldad y perversidad constituyen el impulso básico de la raza

humana caída y degradada, e infamia y desdicha establecen el carácter impuro del

espíritu humano que se define como una entidad que necesita la prohibición y la

interdicción para sobrevivir. En suma, en Oneti la vida es sinsentido porque el hombre es

abyecto.

La topografía de la desdicha en que resulta gran parte de la obra de Onetti

descubre el significado básico del hombre como ser rechazado, caído y abyecto. A este

ser arrojado a un mundo que no comprende, separado de la naturaleza y al cual está

denegado el consuelo divino, Onetti otorga un destino marcado por la suciedad y por la

impureza. En ese sentido, el absurdo aparece implicado en la abyección, es decir, en el

sentimiento básico de escisión entre el hombre y el mundo.

La abyección es el sentimiento primordial de rechazo, de asco y repulsa hacia lo

que se percibe como inaceptable, como digno de interdicción y prohibición, y también

como inmoral. En Poderes de la perversión, Julia Kristeva escribe:

Surgimiento masivo y abrupto de una extrañeza que, si bien pudo serme familiar

en una vida opaca y olvidada, me hostiga ahora como radicalmente separada, repugnante.

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No yo. No eso. Pero tampoco nada. Un “algo” que no reconoszco como cosa. Un peso de

no-sentido que no tiene nada de insignificante y que me aplasta. En el linde de la

inexistencia y de la alucinación, de una realidad que, si la reconozco, me aniquila. Lo

abyecto y la abyección son aquí mis barreras. Esbozos de mi cultura (Kristeva: 8).

Según este fragmento de Kristeva es posible percibir que en la abyección operan

las principales claves del absurdo: la “extrañeza”; la “vida opaca” y “separada”; el “no-

sentido”; el “linde de la inexistencia y de la alucinación”; la realidad que “aniquila”. La

abyección subraya el carácter repugnante del absurdo: es la raíz misma de la náusea

sartreana, del sentimiento de asco y repulsa frente el sinsentido de la existencia. Indigno

de recibir el aval del hombre civilizado, lo abyecto aparece implicado en la inmundicia, la

maldad, la perversidad, la inmoralidad, el miedo, la locura, la irracionalidad y la violencia.

Es también la negación de la vida y de los valores que posibilitan la existencia humana en

sociedad; la refutación de la civilidad, de la urbanidad, de la racionalidad; la

contradicción de los principios morales que sostienen los procesos civilizadores

emprendidos por el hombre a través de la historia.

Onetti presenta el perfil absurdo del ser humano a través de la denuncia de su

carácter abyecto. Los personajes del autor uruguayo tienden a la suciedad, a la

perversidad, al mal y a la inmoralidad que constituyen el carácter irracional y trasgresor

del abyecto. Este individuo vil, cobarde, violento y repugnante es la propia expresión de

la abyección como principio incompatible con un mundo racional y ordenado. Así, en

Juntacadáveres (1964) Onetti escribe acerca de Díaz Grey:

No es una persona; es, como todos los habitantes de esta franja del río, una

determinada intensidad de existencia que ocupa, se envasa en la forma de su particular

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manía, su particular idiotez. Porque solo nos diferenciamos por el tipo de autonegación

que hemos elegido o nos fue impuesto (Onetti: 1985: 22).

Aquí, percibimos el individuo Onettiano como un ser que vive en constante

“autonegación”. La repugnancia que siente hacia sí mismo está en concordancia con el

aspecto de ser caído que se descubre constantemente en su suciedad y miseria espiritual.

Como veremos, lo grotesco toma cuenta de la existencia de los personajes de Onetti

arrojándolos de forma contundente en la sordidez que les rodea.

Juntacadáveres empieza con el protagonista, Junta Larsen, llegando a Santa

María acompañado de tres prostitutas que trabajarán en el recién abierto prostíbulo de la

ciudad. La novela cuenta, entonces, la historia del ascenso y decadencia del burdel,

retratando una empresa que desde el principio está destinada al fracaso. En esta saga de

corrupción y deterioro, el absurdo se configura como abyección a través de temas

específicos que denotan el carácter torpe de los personajes: el fracaso, el asco, el miedo,

la muerte y la inmoralidad. Como afirma Luis Harss, “el prostíbulo es también una

especie de construcción visionaria erigida en oposición al absurdo de la vida” (Harss:

246). Allí habitan las mórbidas esperanzas de Larsen, la realización de su sueño patético,

los destinos previamente condenados de las prostitutas, vidas corrompidas, arruinadas,

seres que son poco más que sombras del fracaso total de la humanidad.

La irracionalidad como aspecto formal de la estética del absurdo también está

presente en Juntacadáveres. Allí, no hay lógica porque no hay dénouement, los

personajes están previamente condenados al fracaso, el desenlace de los hechos narrados

se reduce a un mínimo necesario. Es como si cada línea fuera esencialmente ilógica por

expresar la nada, la ausencia, el vacío intrínseco al mundo en que se encuentran arrojados

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estos seres desilusionados, incapaces de cualquier forma de realización personal. Lo

irracional se inscribe en la expresión del carácter vano de todas las acciones humanas, y

en la falta de una trama objetiva que conduzca los hechos narrados a una crisis específica.

Desde del punto de vista del absurdo definido por Albert Camus, se puede afirmar que, al

contrario de Sísifo, los personajes de Onetti no derivan ningún beneficio de sus acciones

porque no son felices. De hecho, la posibilidad de felicidad es algo que ni siquiera se

postula en sus vidas: su ineludible fracaso aparece siempre previamente garantizado.

Reveladora de la desilusión, la obra de Onetti no permite la esperanza. En ella el

hombre es un ser que se hunde en una especie de fango colectivo. Según Shaw, para los

personajes de Onetti “la única salida posible sería un retorno a algún tipo de fe” (Shaw:

62). Sin embargo esta fe les es negada, y con ella cualquier forma de ilusión: “Sin la fe

sólo queda la conciencia de la condenación al absurdo existencial y el recurso a tristes

sucedáneos” (Ibid.). Como afirma Luis Eyzaguirre, “los textos de Onetti confrontan al

lector un mundo cansado, de ejes desgastados, y con seres solitarios que lo pueblan

conscientes de este desgaste y de la inevitabilidad de la caída” (Eyzaguirre: 195).

Frente a tal expresión del sinsentido, procederé al análisis de la abyección en la

obra de Onetti tomando como base cuatro elementos distintos que la remiten al absurdo

de la existencia: el asco, el miedo, la muerte y la inmoralidad.

El asco

Mientras el fracaso de la raza humana se encuentra en su impotencia frente a lo

abyecto, la relación entre la abyección y el asco descubre la base misma de esta

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impotencia. El asco es la forma primordial de reacción humana a lo abyecto. Si la

abyección es aquello que posibilita al individuo la percepción de lo impuro como tal, el

asco es el resultado de tal percepción. El contacto con lo impuro produce la sensación de

aversión que indica la presencia de lo abyecto. A ese respeto, Kristeva escribe:

Quizá el asco por la comida es la forma más elemental y más arcaica de la

abyección. Cuando la nata, esa piel de superficie lechosa, inofensiva, delgada como una

hora de papel de cigarrillo, tan despreciable como el resto cortado de las uñas, se presenta

ante los ojos, o toca los labios, entonces un espasmo de la glotis y aun de más abajo, des

estómago, de vientre, de todas las vísceras, crispa el cuerpo, acucia las lágrimas y la bilis,

hace latir el corazón y cubre de sudor la frente y las manos. Con el vértigo que nubla la

mirada, la náusea me retuerce contra esa nata y me separa de la madre, del padre que me

la presentan (Kristeva: 9).

El asco aparece aquí como el sentimiento que califica la separación de las

fronteras entre el hombre y el mundo, entre sujeto y objeto, entre interior y exterior. El

sentimiento de repulsa implicado en el asco constituye la abyección misma como escisión

primordial. Asimismo, el sentimiento de asco establece la conciencia del mal, de lo

peligroso, de todo aquello que debe ser evitado. Incluye también la reacción espontánea a

lo hediondo, lo obsceno y lo inmoral. Es en ese sentido que, en Juntacadáveres, Onetti

presenta el personaje Marcos Bergner constantemente visitado por un sentimiento de asco.

La abyección se hace evidente en su vida cuando, en el capítulo XXIV, despierta al lado

de Rita:

Pero ya no podía volver a dormir y seguir oyéndola, era inútil provocar al sueño

restregando con un gesto infantil la boca entreabierta y ensalivada contra el costado de

Rita. Abrió los ojos hacia la claridad de la noche enrejada en el jardín, hacia los grillos, el

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viento, los rumores insignificantes y lejanos; oyó el reloj de la iglesia y dedujo que el

viento soplaba del oeste, que era una buena noche para pescar. Quedó definitivamente

despierto, a la defensiva, odiándose por estar vivo y lúcido, entumecido por el odio como

por un dolor. Giró para apartarse, inquieto y asqueado, del olor de la muchacha y de la

planta trenzada en los barrotes de la ventana (Onetti 1985: 155).

El constante sentimiento de asco de Marcos se refiere a su caída en la inmoralidad.

Al principio de la novela él rechaza la idea del prostíbulo e incluso amenaza accionar

violentamente contra los que lo están construyendo. Así, la historia de Marcos en

Juntacadáveres es una historia de hipocresía y decadencia moral. A través de la

abyección implicada en la obscenidad de la cual no logra apartarse, el personaje sufre la

epifanía del absurdo y se coloca en contra del mundo en que vive. En otro momento en

que el asco está presente, Marcos habla con Rita:

— (...) Estoy con vos y me quedo loco; después me da asco, ya te lo dije. Pero no

te tiene que importar porque siempre me dio asco. Después de todo, las mujeres son la

misma cosa, cualquier mujer. Y esto está bien, se me ocurre, porque no somos una misma

carne y sólo el matrimonio puede hacer que dos sean una misma carne. Mi tío el cura

puede convertirnos en una sola carne y entonces ya no sentiría asco. Es así. Te parece

gracioso; pero si fuéramos a la iglesia y mi tío nos casar, seríamos una sola carne.

¿Entendés? (Onetti 1985: 156).

Para Marcos, su relación con Rita es impura, y por lo tanto inmersa en la

abyección. De ahí proviene su asco, lo cual sólo desaparecería a través de la consagración

de su relación con Rita. En ese sentido, sólo a través de la purificación sería posible la

eliminación del sentimiento de repugnancia de Marcos; es decir, a través de su

alejamiento de lo abyecto:

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—No hables. Una sola carne. Tiene que ser así, debe ser así porque sino todo el

mundo se habría suicidado. Nadie podría aguantarlo. Todos somos inmundos y la

inmundicia que traemos desde el otro y el asco es insoportable. Como dice mi tío el cura,

se necesita el apoyo del amor de Dios, tiene que estar Dios en la cama. Entonces sería

distinto, estoy seguro; se puede hacer cualquier cosa con pureza (Onetti 1985: 157).

En el caso de Marcos el asco proviene de su encuentro con el sinsentido de su

propia vida, asco éste que se establece a partir de su incapacidad en observar el orden

religioso que daría sentido a su existencia. Marcos reconoce el carácter esencialmente

impuro del ser humano, y este reconocimiento es la abyección misma: algo insólito que,

como hemos señalado, está en la base de la separación entre el hombre y el mundo.2

En ese sentido, la abyección aparece en la base del sentimiento religioso, toda vez

que éste se define como re-ligare, es decir, como la búsqueda de reconciliación entre el

hombre, el mundo, y la divinidad. Como afirma Kristeva, lo contacto con lo abyecto

encuentra su prohibición en los códigos impuestos por las religiones:

La abyección acompaña todas las construcciones religiosas (...).

La abyección aparece como rito de la impureza y de la contaminación en el

paganismo de las sociedades donde predomina o sobrevive lo matrilineal, donde toma el

aspecto de la exclusión de una sustancia (nutritiva o ligada a la sexualidad), cuya

operación coincide con lo sagrado ya que lo instaura.

2 Es impotante subrayar que el absurdo ha sido definido por Camus como el divorcio entre el mundo y el hombre, entre la razón que busca comprender y el universo incomprensible. En su ensayo filosófico Le Mythe de Sysiphe (1942), el autor argelino escribe: “[l’absurde] c’est ce divorce entre l’esprit qui désire et le monde qui déçoit, ma nostalgie d’unité, cet univers dispersé et la contradiction qui les enchaîne” (Camus: 73).

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La abyección persiste como exclusión o tabú (alimentario u otro) en las religiones

monoteístas, particularmente en el judaísmo, pero deslizándose hacia formas más

“secundarias” como trangresión (de la Ley) (...).

Las diversas modalidades de purificación de lo abyecto —las diversas catarsis—

constituyen la historia de las religiones (Kristeva: 27).

La abyección aparece entonces como la fundadora del ser del hombre; es decir,

como aquello que lo constituye a partir de su escisión con el mundo natural. Representa

la “pérdida inaugural” de la raza humana, o sea, su caída. En ese sentido, la abyección es

aquello que produce la necesidad de la religión, de algo que permita suprimir, aunque

débilmente, la falta o carencia “fundante de todo ser” (Kristeva: 12).

En Juntacadáveres el asco aparece también como el sentimiento de Jorge Malabia

frente la impureza de su relación con la viuda de su hermano:

«Puedo salvarme — pienso — de ella, de mi cobardía, de mi hermano muerto, de

mis padres, de memorias y presentimientos, si exagero hasta poder tocarlo, hasta el terror

y el vómito, el diminuto asco que obtengo de saberla más vieja que yo, de saber que ella

anduvo por donde yo aún no pisé, de saber que gastó lo que yo todavía no he tocado, de

saber que desperdició ya las oportunidades que a mí me esperan» (Onetti: 185: 51).

Aquí, el asco dirigido hacia Julita comprende una repugnancia más amplia

referida al carácter grotesco de la vejez femenina. En ese contexto, también Larsen

percibe a sus amantes como seres abyectos y grotescos:

(...) cuando el cadáver adiposo o esquelético que acababa de agregar a su

colección o rebaño se resolvía a suspender, siempre provisoriamente, el llanto o los

vómitos o las fatigadas frases de ternura murmuradas entre el hombro y la oreja, Junta

erguía hacia el techo del dormitorio el cigarrillo encajado en la boquilla y meditaba unos

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minutos en aquel fracaso y en aquella sensación de fracaso que se vinculaban con todas

las mujeres, después de los cuarenta años, y que parecían estar aguardándolas desde el

principio, desde el nacimiento o la adolescencia, como un saltador en un camino. O que

ellas llevaban adentro y alimentaban con su sangre y algún día inevitable parían para

verse acogotadas por él, por el fracaso, y culpar de su existencia a los demás, al mundo,

al Dios que imaginaban después de cuarentonas (Onetti 1985: 144).

La escisión perpetrada por el descubrimiento de lo abyecto genera el temor y la

angustia, y desvela la soledad como encuentro con la nada. La posibilidad de contacto

con aquello que por norma o ley debe ser rechazado, es decir, con aquello que está de

antemano interdicto, produce el miedo y la aprehensión. La sospecha y la duda son las

reacciones sicológicas más frecuentes en el enfrentamiento a lo impuro. El carácter

irracional de la abyección le confiere su calidad de absurdo y produce la turbación en el

sujeto que la encuentra como objeto de su percepción.

El miedo

El tema del miedo como reacción a lo abyecto aparece con claridad en El Astillero

(1961). En esta novela, el protagonista de Juntacáveres reaparece, viviendo ahora como

empleado de un astillero al borde de la ruina. En un momento de marcado irrealismo,

camina hacia la casilla donde vivía Gálvez, su colega de trabajo, con su esposa. Gálvez

ha muerto, y su mujer encinta se ha quedado sola. Allí, anegado por un sentimiento de

miedo y asco, Larsen observa el parto da la mujer de Gálvez como algo impuro:

Vio la mujer en la cama, semidesnuda, sangrante, forcejeando, con los dedos

clavados en la cabeza que movía con furia y a compás. Vio la rotunda barriga asombrosa,

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distinguió los rápidos brillos de los ojos de vidrio y de los dientes apretados. Sólo al rato

comprendió y pudo imaginar la trampa. Temblando de miedo y asco se apartó de la

ventana y se puso en marcha hacia la costa. Cruzó, casi corriendo, embarrado, frente al

Belgrano dormido, alcanzó unos minutos después el muelle de tablas y se puso a respirar

con lágrimas el olor de la vegetación invisible, de maderas y charcos podridos (Onetti

1993: 232).

El asco y el miedo de Larsen frente al nacimiento de un ser humano simbolizan el

carácter abyecto y absurdo de la vida. Kristeva subraya la relación entre el miedo y la

abyección:

El fóbico no tiene más objeto que lo abyecto. Pero esta palabra “miedo” —

bruma fluida, viscosidad inasible —, no bien advenida se deshace como un espejismo e

impregna de inexistencia, de resplandor alucinatorio y fantasmático, todas las palabras

del lenguaje. De esta manera, al poner entre paréntesis al miedo, el discurso sólo podrá

sostenerse a condición de ser confrontado incesantemente con este otro lado, peso

rechazante y rechazado, fondo de memoria inaccesible e íntimo: lo abyecto (Kristeva: 14).

El miedo también aparece como elemento de ligación entre la obra de Onetti y la

de una de sus más importantes influencias: Louis-Ferdinand Céline. En Voyage au bout

de la Nuit (1952), el protagonista Bardamu sufre un colapso nervioso después de volver

de la guerra. De su derrumbamiento resulta que su amante, Lola, le abandona:

«¿Es verdad que te has vuelto loco, Ferdinand?», me perguntó.

«¡Sí!», confesé.

«Entonces, ¿te van a curar aquí?»

«No se puede curar el miedo, Lola.»

«¿Tanto miedo tienes, entonces?»

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«Tanto y más, Lola, tanto miedo, verdad, que, si muero de muerte natural, más

adelante, ¡sobre todo no quiero que me incineren! Me gustaría que me dejaran en la tierra,

pudriéndome en el cementerio, tranquilo, ahí, listo para revivir tal vez...» (Céline: 83).

Así como el miedo de Larsen, de Jorge Malabia y de Marcos Bergner, el miedo de

Bardamu no tiene un objeto preciso, es algo oscuro que flota en su ser, algo que se ha

pegado en su mente y que pasa a habitarlo de forma irremisible. Es cierto que el pánico

del protagonista se origina en la guerra, pero no es algo que se establece como reacción a

un peligro inminente o a una amenaza momentánea; es decir, la guerra no es la causa

profunda de su temor, sino apenas algo que lo ha despertado. El horror de Bardamu es

algo más profundo que el resultado del simple choque con el riesgo, es un sentimiento

perenne que se infiltra en su psiquis y de lo cual él no puede deshacerse. Así también es

el miedo de Larsen en El astillero:

No se trataba de un miedo que él hubiera podido explicar de buena fe a cualquier

amigo recuperado, a cualquier hombre abatido y reconocible que surgiese de la muerte o

del olvido. «Llega el momento en que algo sin importancia, sin sentido, nos obliga a

despertar, y mirar las cosas tal y como son» (Onetti 1993: 189).

Así como ocurre a Larsen, la verdadera causa del miedo del protagonista de

Céline es su encuentro con el sinsentido, con el carácter absurdo de la existencia. La

proximidad a la muerte, la visión de la atrocidad, y el encuentro con lo abyecto durante la

guerra, hacen que Bardamu sufra una especie de descubrimiento que determinará toda su

vida futura: su epifanía del absurdo es una epifanía de la abyección.

La muerte

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La muerte aparece en la obra de Onetti como un elemento que conecta absurdo y

abyección. Una de las características más notables de la defunción en Onetti se encuentra

en el hecho de no causar escándalo. Al hacer con que la muerte invada la vida, el autor

uruguayo rehuye a lo melodramático en su planteamiento de la agonía humana. Al

contrario de un evento inesperado, causador de congoja y dolor, la muerte aparece como

algo que no causa sorpresa por haber estado siempre presente. El sufrimiento que inflige

no depende de un momento específico, sino que siempre estuvo allí. En Onetti, la

irrupción de la muerte en la vida aparece como una realidad ineludible, intrínseca a todos

los movimientos de sus personajes.

A ese respecto, Fernando Aínsa subraya la dimensión existencialista de la muerte

en Onetti:

En la alegoría existencial de Onetti la metáfora de la vida como un pasaje de un

sueño a otro, de un tránsito sin fronteras entre la realidad y la ficción, se completa con

esta lección inesperada de la muerte aceptada con la naturalidad de un sueño. Acto

solitario por excelencia, la muerte en sus diferentes variantes estaría siempre anticipada

por signos que impiden toda sorpresa (Aínsa 2002: 118).

En su retrato de la vida visitada perpetuamente por la muerte, Onetti hace con que

gran parte de sus personajes aparezcan como muertos-vivos, como seres anegados en la

autonegación y próximos a la total aniquilación. La expresión más contundente de la

muerte aparece en el carácter cadavérico de los seres onettianos. Éstos, en

Juntacadáveres adquieren su forma más clara en las prostitutas llevadas por Larsen al

prostíbulo de Santa María.

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Maria Bonita, Irene y Nelly son “mujeres inverosímiles” (Onetti 1985: 15), seres

fantasmales cuya existencia anegada en la impureza se desvela como algo totalmente

precario, como una llama débil que amenaza extinguirse a cualquier momento. En ese

sentido, son poco más que cadáveres, individuos opacos y degradados, mujeres que han

perdido su brillo; como Nelly, cuyas cejas amarillas son “dibujadas cada mañana para

coincidir con el desinterés, la imbecilidad, la nada que podían dar sus ojos” (Onetti 1985:

9); como María Bonita, una mujer que ha perdido su anterior belleza:

Aun descalza la cabeza le llegaba a la altura de la llama desganada que crepitaba

en la hornacina. «No tiene cuarenta años», bromeó Junta, «debe estar un poco arriba de

los treinta. Pero ya el cuerpo le empieza a pesar, es como si ella misma colgara, al revés

de la María Bonita que conocí cuando era una muchacha y tenía otro nombre. Aunque era

alta, todo en ella se movía hacia arriba, quería crecer. Más alta que yo, que casi todos los

hombres; pero miraba hacia arriba y se enderezaba y levantaba los brazos. Ahora vuelve,

todo lo cuelga, quiere bajar, la barriga, el pecho, la cara, las manos agrandadas» (Onetti

1985: 117).

El tiempo transforma a María Bonita en un ser grotesco, en algo que se aproxima

más y más a un cadáver. También Ercilia es “uno de los quejosos, humillantes cadáveres

que él [Junta] administraba” (Onetti 1985: 55), una de las cuatro prostitutas de “cuerpos

doblados y deformes, las caras raídas, grotescas, las enfermedades mismas de los cuatro

obscenos restos de mujer que él apacentaba, ayudándolas intuitivamente con sopapos y

minúsculas infamias” (Onetti 1985: 55). A ellas Junta se refiere a cada día como “el

cadáver de turno” (Onetti 1985: 58), como esqueletos que sientan a su lado “haciendo

sonar codos y rodillas con las falanges y el vaso entre los fémures abiertos, segregando

los años, la insensatez y el acabamiento” (Onetti 1985: 58).

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El cadáver descubre una nueva dimensión de abyección y absurdo en la obra de

Onetti. Kristeva subraya el carácter abyecto del cadáver:

(...) tanto el desecho como el cadáver, me indican aquello que yo descarto

permanente para vivir. (...) Esos desechos caen para que yo viva, y mi cuerpo caiga

entero más allá del límite, cadere-cadáver. (...) Si la basura significa el otro lado del

límite, allí donde no soy y que me permite ser, el cadáver, el más repugnante de los

desechos, es un límite que lo ha invadido todo (Kristeva: 10).

El contacto con el cadáver representa una de las prohibiciones más importantes

entre los pueblos primitivos. En Tótem y tabú, Freud escribe acerca del tabú de los

muertos:

Sabemos ya que los muertos son poderosos soberanos; quizá nos asombre

averiguar ahora que son también considerados enemigos.

Manteniendo nuestra comparación con el contagio, podemos decir que el tabú de

los muertos muestra, en la mayor parte de los pueblos primitivos, una particular

virulencia. Este tabú se manifiesta, primeramente, en las consecuencias que el contacto

con los muertos trae consigo (...). Entre los maoríes, aquellos que han tocado a un muerto

o asistido a un entierro se hacen extraordinariamente «impuros» (...). Las costumbres

tabúes impuestas a consecuencia del contacto material con un muerto son iguales en toda

la Polinesia, toda la Melanesia y una parte de África (Freud: 66).

Aquí, percibimos el carácter peligroso que asume el cadáver en la mente humana

primitiva. Mientras los muertos son considerados como enemigos, sus cadáveres asumen

el papel de algo maligno y amenazador, adquiriendo inmediatamente un perfil abyecto.

La impureza del cadáver se refleja en el sentimiento de asco experimentado por Larsen

cuando se encuentra en compañía de su “cadáver de turno”:

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Peludo, vestido con la camiseta marrón que retorcía su borde junto al ombligo,

recorriendo con un dedo la forma de flor de la bocina verde del fonógrafo, Junta oscilaba

entre la piedad y el asco. Siempre sucede con los muertos. Dio un paso y fue mirando

curioso la mano que adelantó para tocar el cabello rojizo, quemado, seco y aún

perfumado del cadáver sentado sin gracia en la cama (Onett 1985: 58).

Mostrándose de acuerdo con la descubierta de Freud acerca de la impureza del

cuerpo inanimado en la mente primitiva, Kristeva define el cadáver como aquello que

infecta la vida con la muerte:

El cadáver —visto sin Dios y fuera de la ciencia— es el colmo de la abyección.

Es la muerte infestando la vida. Abyecto. Es algo rechazado del que uno no se separa, de

que uno no se protege de la misma manera que de un objeto. Extrañeza imaginaria y

amenaza real, nos llama y termina por sumergirnos (Kristeva: 11).

Así, en Juntacadáveres el contacto con sus “cadáveres” parece contaminar a

Larsen y hacer que él mismo se torne uno de ellos. Onetti presenta al protagonista como

uno de los “muertos-vivos” de la novela:

Todo estaba perdido porque había terminado, casi sorpresivamente, la historia

única, insustituible de aquel hombre llamado de varias maneras, llamado Junta, y que él,

sin reconocerlo, podía vanagloriarse de conocer mejor que nadie. Podía transportarlo,

como una mujer a un feto muerto; podía mediante el recuerdo jugar a que estaba vivo.

Pero ya no había hechos — los pequeños renacimientos, las modificaciones, los

desconciertos, los progresos, las rectificaciones complacidas que cada verdadero hecho

significa — sino una serie de actos reflejos, visibles desde esta muerte hasta la otra, e

impuestos por el pasado que acababa de terminar. (...) Muerto, atontado por la convicción

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del final siempre repentino, a pesar de bravatas e intuiciones, sólo le era posible hablar de

Junta consigo mismo (Onetti 1985: 116).

El hundimiento en la abyección hace de Junta un ser casi inanimado, una especie

de autómata que se encuentra obligado a cargar consigo mismo. En ese sentido, Junta

aparece como una clara expresión del ser-para-la-muerte heideggeriano. 3 Su total

conciencia de su propia finitud, es decir, la presencia concreta de la muerte en su

ejercicio vital, lo aproxima del Dasein auténtico. Sin embargo, es importante notar que el

Dasein heideggeriano suele mostrarse más capaz de manejar su vida sumergida en las

“facticidades” que determinan su cotidiano. En otras palabras, el Dasein no se limita a

aceptar tales facticidades incuestionablemente y se muestra capaz de, sino propiamente

trascenderlas, por lo menos operar de forma a no hundirse en ellas irreversiblemente.

Junta, por otro lado, parece demasiado pesimista para preocuparse con una trascendencia

de su condición; de hecho, el protagonista de Onetti se encuentra resignado a su propio

hundimiento y lo considera como intrínseco a su propia estructura psíquica y moral. Más

que un ser auténtico, la presencia de la muerte en su vida le transforma en un ser caído.

De esta forma, las imágenes corporales que mezclan el feto y la muerte

contribuyen para la expresión de un grado máximo de impureza: la vida de Junta es

3 Es interesante subrayar que la crítica de Onetti intuye la relación de su obra con el pensamiento de Heidegger. Hugo Verani, por ejemplo, utiliza el concepto heideggeriano de “ser en el mundo” para referirse a la narrativa del uruguayo: “Se comprende, entonces, que al explorar en la precaria situación del ser en el mundo, las novelas de Onetti giren siempre en torno de un personaje en crisis, en torno de una de las situaciones opresivas que Karl Jaspers llamara ‘límite’. La toma de conciencia del desamparo e inseguridad del hombre, siempre expuesto y limitado, lleva al artista a enfrentarse con esas situaciones límites que le permiten revelar los estratos más profundos del ser: el sufrimiento, la culpabilidad, la locura, las enfermedades, la impotencia del hombre herido de muerte” (Verani: 32). También Saúl Yurkievich se refiere a la obra de Onetti en términos heideggerianos, entendiendo al personaje Larsen como “ser para la muerte”: “El ser de la existencia se revela como ser para la muerte. La experiencia en carne viva de la negación y la ilusoria voluntad de superarla son generadoras de angustia. La necesidad y la imposibilidad de ser, de acceder a la unidad, de trascender imponen una visión nihilista. Ante la nada que anonada, Larsen alterna entre una inoperante voluntad de poder y el vacío existencial, sin comunicación ni comunión” (Yurkievich: 355).

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abyecta porque él mismo es un desecho, algo similar a un feto muerto, una entidad que

aparece en el umbral de la existencia y que jamás logra adentrar definitivamente la

categoría del ser. El feto muerto es la negación más contundente de la vida, la

contradicción más básica de la existencia, algo que antes mismo de nacer ya está muerto.

La inmoralidad

La impureza de Larsen se inscribe también en su flagrante inmoralidad. La

relación entre abyección y inmoralidad ha sido subrayada por Kristeva:

La abyección es inmoral, tenebrosa, amiga de rodeos, turbia: un terror que

disimula, un odio que sonríe, una pasión por un cuerpo cuando lo comercia en lugar de

abrazarlo, un deudor que estafa, un amigo que nos clava un puñal por la espalda

(Kristeva: 11).

El carácter inmoral de la abyección aparece claramente en Juntacadáveres y El

astillero a través del comercio con el cuerpo humano perpetrado por Larsen.4 En

Juntacadáveres el protagonista aparece como un proxeneta, y en El astillero como un

oportunista que seduce a una mujer idiota para apoderarse de la fortuna que recibirá como

4 Es interesante percibir que Hugo Verani reconoce la dimensión ética en que opera la “caída” como metáfora central de la narrativa onettiana: “Los motivos dominantes de la novelística de Onetti se revelan en estrecha correspondencia con este proceso de degradación y deterioro de seres y objetos. Dependen siempre de un tema que abarca diversos niveles de la realidad (física, espiritual, ética, social) y que emerge como la metáfora central del universo narrativo del novelista uruguayo: la caída” (Verani: 30). Ángel Rama llama atención para el tema de la moral en la obra de Onetti abordado a través del personaje Eladio Linacero en Tierra de Nadie (1941): “Juan Carlos Onetti es (…) el mejor ejemplo del realista crítico de la nueva narrativa. La lealtad a la circunstancia se traduce en el debate de los asuntos contemporáneos urgentes, sobre todo los políticos y los morales, que tanto ocupan las conversaciones de los hombres de la época como las planas de los periódicos: Eladio Linacero en la soledad de su cuarto evocará dos líneas divergentes de asuntos que propone la circunstancia: las relaciones amorosas, dentro de la búsqueda de una autenticidad moral (Cecilia, Hanka, prostitutas, etc.) y las relaciones políticas, desde el debate de la izquierda antifascista, pero también anticomunista (Lázaro)” (Rama: 79).

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herencia. En ambos casos, Larsen es inmoral. Su inmoralidad es la del hombre que utiliza

sus amantes para prostituirlas y saquearlas. En ese sentido, es también sexual: su

decadencia implica la obscenidad, su abyección incluye la lascivia, y el impudor.

También la trasgresión presente en la prostitución asume desde luego un carácter

abyecto, transformando las mujeres de Larsen en “cadáveres”. Onetti retrata la abyección

a través de la hediondez del cuerpo humano, lo cual aparece como sucio y degrado en el

prostíbulo de Santa María:

El cadáver alzó la cabeza y trató de sonreír. Larsen pensaba en una ciudad rica,

blanca y venturosa junto a un río, extrañaba su imaginado aire particular como si hubiera

nacido allí y enfrentar, por fin, la oportunidad de volver. Miraba el cadáver que se iba

enderezando, más amplia la sonrisa sin carne, bruñida la pequeña calavera, hundida en el

hueco del vientre la copa vacía. Perdonador y generoso, aspiraba la putrefacción de los

escasos cartílagos, examinaba sus coincidencias con el hedor de los otros cuerpos que tal

vez acabaran de despertar y que, muy pronto, empezaría a llamarlo por el teléfono (Onetti

1985: 58).

En Juntacadáveres el prostíbulo simboliza lo impuro, la trasgresión y la

inmoralidad. Las muchachas que escriben cartas anónimas a las mujeres de los hombres

que frecuentan el prostíbulo lo hacen para defender la “pureza ciudadana”, para “limpiar

a Santa María de aquella inmundicia”, y para defenderse de un enemigo que “amenazaba

sus principios y sus proyectos” (Onetti 1985: 58). Inmoralidad y abyección operan en

relación sinónima desvelando el absurdo de un mundo sin reglas, sin orden y sin

estabilidad, un mundo hundido la irracionalidad animal.

Además de, como hemos visto, utilizar el grotesco femenino para resaltar la

muerte como elemento siempre presente en las mujeres que viven alrededor de Larsen,

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Onetti lo emplea también para subrayar su carácter inmoral. Maria Bonita es un ser

absurdo, contradictorio, “prudente e inmoral” (Onetti 1985: 96), una de las tres

prostitutas que llegan con el protagonista en Santa María en el medio de “la gorda

maternal [y] la rubia estúpida y flaca” (Onetti 1985: 13). Incluso Blanca, quizás la única

amante de Larsen que no es prostituta, es un ser decadente que lucha “contra la gordura y

la vejez como si fueran cosas ajenas, obstáculos en el espacio, independientes de ella, de

su cuerpo” (Onetti 1985: 95). Así, Onetti nos cuenta cómo Larsen recibió el apodo de

Juntacadáveres en una escena donde nuevamente lo grotesco femenino está presente:

Impasible en el centro de las miradas irónicas, en restaurantes que servían

puchero en la madrugada, sonriendo a gordas cincuentonas y viejas huesonas con trajes

de baile, paternal y tolerante, prodigando oídos y consejos, demostrando que para él

continuaba siendo mujer toda aquella que lograra ganar billetes y tuviera la necesaria y

desesperada confianza para regalárselos, conquistó el nombre de Juntacadáveres,

conquistó la beatitud adecuada para responder al apodo sin otra protesta que un pequeña

sonrisa de astucia y conmiseración (Onetti 1985: 142).

La identificación entre promiscuidad y suciedad aparece en el capítulo XVIII de

Juntacadáveres, donde confirma el carácter abyecto de la inmoralidad. Allí, descubrimos

que Junta vive con las tres prostitutas en una especie de concubinato marcado por la

inmundicia y el desaseo. Las imágenes de suciedad y desecho, son constantes: el

ronquido de una de las muchachas se instala intermitentemente “como un pequeño sapo

que cayera humedecido, deshuesado” (Onetti 1985: 115); el narrador confirma los

objetivos del protagonista como algo que implica el comercio con el cuerpo humano y

que parte “desde la grosería natural del deseo” (Onetti 1985: 115); María Bonita se

inclina para besar a Junta “deteniéndose para oler el alcohol y el tabaco” (Onetti 1985:

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116), y luego se siente incómoda con la suciedad que la rodea y comunica a Larsen su

voluntad de anularla: “—Me da ganas de limpiar. ¿Ves la mugre?” (Onetti 1985: 118).

La inmoralidad aparece también como abyección porque contradice la pureza. La

libertad radical implícita en la inmoralidad descubre el absurdo como la falta total de

reglas y coherencia. La posibilidad de una libertad sin sentido aparece en la obra de

Onetti a través del retrato del indiferente moral, del hombre sin fe ni interés por su

destino. En Identidad cultural de Iberoamérica en su narrativa (1986), Fernando Aínsa

analiza a estos personajes indiferentes a la moral de la siguiente forma:

La evasión del mundo que los oprime y la pérdida de toda creencia religiosa o

política, ha otorgado a estos nihilistas del siglo XX una insospechada libertad. Sin

embargo, podrán preguntarse como el héroe de Sartre: «Libertad, sí, pero ¿para qué?», y

descubrir que, gracias a la mirada «diferente» que poseen, están amenazados por otros

males como la ansiedad, las dudas, la soledad, la angustia, y la alienación, las que serán

las «enfermedades» del hombre contemporáneo (Aínsa 1986: 323).

La moral se presenta, entonces, como el contrario de la libertad radical, y también

como aquello que rescata al hombre de su estado de abyección. La relación antagónica

entre moral y abyección tiene sus raíces más profundas en el tabú. El sentimiento de

rechazo, asco y aborrecimiento implicado en el contacto con lo abyecto sirve de base para

la construcción de las prohibiciones e interdicciones que constituyen los tabúes de los

pueblos primitivos; es decir, el tabú es aquello que separa el hombre primitivo de lo

abyecto. Considerando el tabú como aquello que está en la raíz de la moral, percibimos la

relación de oposición entre moral y abyección, y, por ende, entre moral y absurdo,

entendido éste como la expresión de la sinrazón.

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Finalmente, frente al retrato de desolación presentado por Onetti en su obra, sólo

nos queda concordar con Donald Shaw cuando afirma que “más aún que Garmendia en

La mala vida, más que Donoso en El obsceno pájaro de la noche, Onetti insiste en el

horror y la repugnancia que inspira la vida” (Shaw: 68). En esto se resume el absurdo

onettiano, en la expresión del carácter abyecto de la existencia a través de una literatura

que reconoce el mal, la atrocidad y la crueldad como aspectos ineludibles de la psiquis

humana, y observa la catástrofe y el deterioro como el destino más cierto de un ser que ha

perdido la fe en la trascendencia.

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