j. m. noguera celdrán, carthago nova: urbs privilegiada del mediterráneo occidental, en j....

76

Upload: murcia

Post on 21-Jan-2023

0 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

José Beltrán Fortes Oliva Rodríguez Gutiérrez

(coordinadores científicos)

SEVILLA 2012

© SECRETARIADO DE PUBLICACIONES DE LA UNIVERSIDAD DE SEVILLA 2012 Porvenir, 27 - 41013 Sevilla Tlfs.: 954 487 447; 954 487 451; Fax: 954 487 443 Correo electrónico: [email protected] Web: http://www.publius.us.es© JOSé BELTRáN FORTES y OLIVA RODRíGUEz GUTIéRREz

(coordinadores científicos) 2012

© POR LOS TEXTOS, SUS AUTORES 2012Impreso en papel ecológico Impreso en España-Printed in Spain ISBN 978-84-472-1277-4 Depósito Legal: SE 4606-2012 Maquetación e Impresión: Pinelo Talleres Gráficos, s.l.

Serie: Historia y GeografíaNúm.: 203

Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o me-cánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almace-namiento de información y sistema de recuperación, sin permiso escrito del Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla.

Comité editorial:Antonio Caballos Rufino (Director del Secretariado de Publicaciones)Carmen Barroso CastroJaime Domínguez AbascalJosé Luis Escacena CarrascoEnrique Figueroa ClementeMª Pilar Malet MaennerInés Mª Martín LacaveAntonio Merchán álvarezCarmen de Mora ValcárcelMª del Carmen Osuna FernándezJuan José Sendra Salas

Motivo de cubierta: composición realizada a partir de diferentes imáge-nes procedentes de trabajos contenidos en el volumen. Véanse crédi-tos correspondientes

Esta monografía corresponde a los resultados del Proyecto de Excelencia de la Junta de Andalucía Sevilla Arqueológica (SEARQ) (P06-HUM-01587), dentro de las actividades del Grupo I+D+I HUM 402 (Plan Andaluz de Investigación).

íNDICE

PresentaciónJosé Beltrán Fortes y Oliva Rodríguez Gutiérrez ................................. 11

I. ESTUDIOS INTRODUCTORIOS

Ciudad antigua: su concepción, el significado de la forma urbanística y sus consecuencias en la investigación y la política patrimonialManuel Bendala Galán ....................................................................... 21

Arqueología urbana en tiempos de crisisIgnacio Rodríguez Temiño ................................................................. 43

II. ARQUEOLOGÍA Y CIUDAD. EXPERIENCIAS ESPAÑOLAS

Arqueología urbana en el centro histórico de TarragonaRicardo Mar y Joaquín Ruiz de Arbulo .............................................. 59

Valentia, ciudad romana: su evidencia arqueológicaAlbert Ribera i Lacomba y José Luis Jiménez Salvador ........................ 77

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidentalJosé Miguel Noguera Celdrán ............................................................ 121

Augusta Emerita. Reflexiones en torno a su arquitectura monumental y urbanismoPedro Mateos Cruz y Antonio Pizzo ................................................... 191

Investigación científica y arqueología urbana en la ciudad de Leónángel Morillo Cerdán ........................................................................ 211

Origen militar y desarrollo urbano de Astvrica AvgvstaMaría Luz González Fernández .......................................................... 257

La trama urbanística de Lucus Augusti: génesis y evoluciónMª Covadonga Carreño Gascón y Antonio Rodríguez Colmenero ..... 295

III. ARQUEOLOGÍA EN CIUDADES ANDALUZAS

Un nuevo modelo de gestión de la arqueología urbana en CórdobaAlberto León Muñoz y Desiderio Vaquerizo Gil ................................. 321

Malaca: de los textos literarios a la evidencia arqueológicaPilar Corrales Aguilar y Manuel Corrales Aguilar ............................... 363

Arqueología, moneda y ciudad: el ejemplo de MálagaBartolomé Mora Serrano .................................................................... 403

Desenterrando a Gades. Hitos de la arqueología preventiva, mirando al futuroDarío Bernal Casasola y Macarena Lara Medina ................................. 423

Granada antigua a través de la arqueología. Iliberri‑Florentia IliberritanaMargarita Orfila Pons y Elena Sánchez López ..................................... 475

Arqueología urbana en Huelva: la ciudad romana (Onoba Aestuaria)Juan Manuel Campos Carrasco .......................................................... 527

Almería, de la Antigüedad a la Edad Media. La evolución urbana través de la documentación arqueológicaCarmen Ana Pardo Barrionuevo ......................................................... 561

Evolución del urbanismo romano de AurgiJosé Luis Serrano Peña y Vicente Salvatierra Cuenca ........................... 585

IV. ARQUEOLOGÍA Y CIUDAD.

EJEMPLOS DESDE SEVILLA Y SU PROVINCIA

Sobre el origen y formación del urbanismo romano en la ciudad de CarmonaRicardo Lineros Romero y Juan Manuel Román Rodríguez................ 607

Planificación y resultados básicos de la investigación en Itálica entre los años 2005-2010Sandra Rodríguez de Guzmán Sánchez ............................................... 645

Ilipa (Alcalá del Río, Sevilla)O. Rodríguez Gutiérrez, A. Fernández Flores y A. Rodríguez Azogue . 683

Colonia Augusta Firma Astigi (écija, Sevilla)Sergio García-Dils de la Vega.............................................................. 723

La Sevilla protohistóricaJ. L. Escacena Carrasco y F. J. García Fernández ................................. 763

Sevilla arqueológica. Referencias a un marco general y algunas consideraciones sobre la arqueología de HispalisJosé Beltrán Fortes .............................................................................. 815

Planificación y gestión urbana en HispalisDaniel González Acuña ...................................................................... 859

La Sevilla tardoantigua. Diez años después (2000-2010)Enrique García Vargas ........................................................................ 881

La transformación del Alcázar de Sevilla y sus implicaciones urbanasMiguel ángel Tabales Rodríguez ........................................................ 927

121

CARTHAGO NOVA: VRBS PRIVILEGIADA DEL MEDITERRáNEO OCCIDENTAL*

José Miguel Noguera CeldránUniversidad de Murcia

1. PREFACIO: ARQUEOLOGÍA, hISTORIA Y PATRIMONIO EN UNA CIUDAD hISTóRICA

Cartagena es un crisol de más de dos mil doscientos años de historia y ci-vilización. A los vestigios materiales de la fundación cartaginesa y de la colonia romana se han superpuesto, en el devenir del tiempo, otras ciudades históricas (dominadas por una férrea alternancia de épocas de bonanza y de crisis) en un proceso prácticamente ininterrumpido que abarca desde la antigüedad hasta el presente. De estas ciudades y sus vicisitudes subsisten notables monumentos en el depósito arqueológico, acumulado progresivamente en el subsuelo del casco an-tiguo. Los continuos hallazgos materiales acaecidos desde los inicios de la época moderna hasta comienzos del siglo XX, la actividad y los estudios arqueológicos de las décadas centrales de dicha centuria1 y, en particular, la proliferación de ex-cavaciones de urgencia junto con algunas pocas ordinarias2 desde los pasados años 80 hasta la actualidad, ha propiciado una arqueología de ámbito exclusivamente urbano que, habiendo multiplicado la información del registro material, permite un certero acercamiento a la historia material de la ciudad portuaria. Fruto de este considerable incremento de la actividad arqueológica de campo y del notable de-sarrollo de la investigación científica –que han experimentado una decisiva evo-lución en las dos últimas décadas–, las excavaciones en extensión practicadas en

* Este trabajo se enmarca en el proyecto de investigación “Roma y las capitales provinciales de Hispania. La gran arquitectura pública de Carthago Nova” (ref. nº. HAR2009-14314-C03-03), sub-vencionado por el Ministerio de Economía y Competitividad y parcialmente cofinanciado con fon-dos FEDER.

1. En que destacaron figuras tan relevantes como Antonio Beltrán y Pedro A. San Martín, en-tre otros.

2. Caso de los proyectos de excavación y recuperación del teatro romano, en buena medida ya concluido, y del Parque Arqueológico del Molinete, que está comenzando su andadura.

122

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

el barrio de pescadores, adyacente al decimonónico Palacio Consistorial, bajo el cual se localizó el teatro romano, en el PERI CA-4/Barrio Universitario y las ac-tualmente en curso en el cerro del Molinete y su vertiente suroriental, han con-vertido estas áreas urbanas en observatorios privilegiados donde documentar y estudiar un registro en el que se acumulan y entremezclan trazas de las sucesi-vas ciudades cartaginesa, romana, tardorromana, bizantina, medieval, moderna y aun contemporánea. Este panorama de la arqueología urbana cartagenera ha po-sibilitado el descubrimiento y estudio de relevantes testimonios arquitectónicos de la ciudad romana, tales como el foro y el teatro (fig. 1, C y D), el Augusteum (fig. 1, F), la insula I del Molinete (fig. 1, A), las casas llamadas de la Fortuna y de Saluius (fig. 1, H y G) o el anfiteatro (fig. 1, E), entre otros. Algunos de ellos han sido conservados y puestos en valor por el consorcio Cartagena Puerto de Culturas, en tanto que la Fundación Teatro Romano de Cartagena ha impulsado decisivamente un excelente proyecto de conservación y musealización del edifi-cio teatral romano, ya en buena parte concluido, que recientemente ha sido me-recedor del prestigioso Premio Unión Europea de Patrimonio Cultural-Premios Europa Nostra 2010. Otros testimonios, en fin, están en fase de estudio y mu-sealización, como el Molinete o el anfiteatro: la recuperación de la riqueza ar-queológica de aquél es el objetivo primordial del Proyecto Parque Arqueológico del Molinete, mientras que para la recuperación del conjunto anfiteatral se ha cons-tituido recientemente otra fundación que ya trabaja en un ambicioso programa para su excavación, estudio y puesta en valor. Esta riqueza patrimonial (arqueoló-gica, arquitectónica, artística…) heredada de un esplendoroso pasado –romano, pero también cartaginés, medieval, moderno y contemporáneo– se ha convertido en motor de superación de la última de las grandes crisis que ha azotado la ciudad –derivada, entre otros factores, del colapso industrial y el repliegue de las fuerzas armadas–, revelando así cómo el patrimonio cultural, correctamente gestionado y explotado, es el mejor de los activos de una sociedad urbana y cada vez más culta que ha rescatado con orgullo su identidad como fórmula para afrontar los retos que plantea el siglo XXI.

En este contexto de recuperación patrimonial, especialmente opulenta se revela la ciudad de los dos últimos siglos de la República y, tras la promoción colonial en tiempos de Pompeyo, del Saeculum Aureum, momento en que des-puntó una arquitectura de prestigio inspirada, con sus programas ornamentales, en modelos metropolitanos augusteos. Esta edilicia, junto con el urbanismo y las infraestructuras portuarias y comerciales, modelaron progresivamente unos espa-cios urbanos cuya impronta ha perdurado en el tiempo. Tras un proceso de varios siglos, Noua Karthago quedó dotada de los espacios comerciales, religiosos, po-líticos y de esparcimiento propios de una ciudad que fue capital del más grande convento jurídico de Hispania, llegando a ser calificada por T. Livio como urbs opulentissima omnium Hispania (Liv. XXVI, 47, 6). A mediados del siglo II las

123

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

señales de crisis y decadencia de la urbs serán el preludio de una drástica trans-formación que, no obstante, conduce en el devenir de los siglos III al V a un nuevo modelo de ciudad. La amable invitación de mis buenos colegas José Bel-trán Fortes y Oliva Rodríguez Gutiérrez para participar en el coloquio Hispaniae urbes. Investigaciones arqueológicas en ciudades históricas, me permite ahora reto-mar nuevamente algunas de las cuestiones planteadas y actualizar con los últi-mos datos disponibles el argumento de la Cartagena romana de los siglos II a.C. al II d.C.3, período en el que fue una de las urbes privilegiadas del Mediterráneo occidental.

3. Sobre la ciudad romana en general: Ramallo, 1999a, 11-21; Noguera, 2002a, 49-87; id., 2003a; id., 2003b, 13-74; Ramallo, 2003b, 289-318; id., 2006b, 91-104; Noguera-Madrid, Eds., 2009a; Ramallo-Ruiz, 2010, 95-110.

Figura 1. Topografía arqueológica georeferenciada de Carthago Noua en época alto imperial, con indicación de los principales edificios de la ciudad y propuesta de red viaria

(composición J.A. Antolinos-J.M. Noguera).

124

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

2. LA CIUDAD REPUbLICANA: MINERÍA, COMERCIO E INFRAESTRUCTURAS DE NATURALEZA UTILITARIA

Ubicada al fondo de una profunda bahía, la ciudad bárquida –y la posterior ro-mana– se asentó en una pequeña península –de unas 40 Ha de extensión aproxi-mada– rodeada por el mar por el sur/sureste y el suroeste (Mar de Mandarache), por una extensa laguna (Almarjal) por el norte y unida a tierra firme por el noreste mediante una lengua de tierra o istmo por donde penetró, en origen, la uia He‑raclea; ocupaban la península sendas vaguadas –orientadas de noreste a suroeste y de sureste a noroeste– rodeadas de un cinturón de cinco cerros de diferente al-tura y magnitud4, varios de los cuales pudieron estar ocupados por población ibé-rica desde finales del siglo V a.C. o inicios del siguiente (Noguera, 2003b, 20-21). Por tanto, era un puerto natural inmejorable y una plaza militar casi inexpugnable, por demás estratégicamente situada en las inmediaciones de una sierra riquísima en plomo y galenas argentíferas explotadas desde antiguo por la población nativa.

La geoestratégica Nueva Carthago o Qrt Hdâst fue fundada por Asdrúbal ha-cia los años 229/228 a.C. para ser capital económica y militar de los dominios bár-quidas en la península Ibérica5. Conocemos poco de la urbanística de finales del siglo III a.C., aunque la veintena de años en que la ciudad estuvo bajo control car-taginés debió conocer la primera ordenación de su solar urbano, que sin duda fue esencial en su posterior desarrollo (Bendala, 1990, 25-29; Ramallo-Ruiz, 2009, 525-541); paralelamente a la construcción de las murallas realizadas en opus qua‑dratum de clara tradición helenística (fig. 1, I) (Martín Camino-Belmonte, 1993, 161-171; Martín Camino, 1994, 317-318; Ramallo, 2003a, 331-338), se plan-tearon los primeros aterrazamientos de las laderas de los cerros, se trazaron los principales ejes viarios y se destinó buena parte de los declives aterrazados para el hábitat doméstico (Madrid, 2004, 31-40). Pero también debieron diseñarse espa-cios públicos y religiosos de los que apenas sabemos nada.

La ciudad fue sitiada y conquistada repentinamente en el invierno de 209-208 a.C. (Pol. X, 6, 8; X, 8-15)6 por el general Cornelius Scipio, asistido por los lega-

4. Una óptima descripción de la topografía de la península en Pol. X, 10; los reajustes de orientación al texto polibiano y la mejor restitución de la orografía de la ciudad puede verse en: Mas, 1979, 32-47; véase asimismo: Beltrán Martínez, 1948, 191-224; Ramallo, 1989, 19-26; Mar-tínez Andreu, 2004, 11-30.

5. Sobre la ciudad púnica, véase: Rodero, 1985, 217-223; Martín Camino-Roldán Bernal, 1991, 18-24; Mas, Ed., 1992; Martín Camino, 1994, en particular 312-324; Ramallo-Ruiz, 2009, 525-541. Sobre el carácter de la fundación bárquida y sus similitudes con otras: Fantar, 1994, 87-96. Nuevos datos sobre la muralla púnica, localizados en la cima del Molinete, en: Noguera-Madrid-Martínez, e.p.

6. Son asociables a este episodio los niveles de destrucción que amortizan un conjunto de ins-talaciones púnicas de carácter industrial documentadas en la calle Serreta, 8-12, vinculables con

125

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

dos C. Laelius y L. Marcius. Reocupada y no destruida en su totalidad7, el proyecto cartaginés de ciudad quedó abortado y comenzó de esta forma, bajo dominio ro-mano, la andadura de una de las más prósperas, ricas y cosmopolitas metrópolis de la Hispania republicana. La población cartaginesa, muy helenizada e integrada por marineros, artesanos y obreros (Pol. X, 8, 5), fue organizada incipientemente, orde-nando Cornelio Escipión a todos los habitantes que se inscribiesen en las listas del cuestor (Pol. X, 17, 10). Ignoramos su estatuto jurídico desde su conquista hasta su promoción al rango de colonia, acaecida a mediados del siglo I a.C.; aunque se han propuesto diversas posibilidades, lo más probable es que se tratase de un oppi‑dum ciuium Romanorum (RE, III, 2, 1899, s.v. Carthago Nova, 1625 [Hübner]) o, incluso mejor, de un oppidum stipendiarium (Abascal-Ramallo, 1997, 157).

Convertida en campamento y base de operaciones de la flota y de los ejérci-tos romanos en Hispania, la posibilidad de obtener píngües beneficios con las ac-tividades de avituallamiento de las tropas atrajo a la ciudad a un buen número de negotiatores itálicos. También las posibilidades que ofrecía la explotación de los re-cursos agropecuarios y, sobre todo, mineros de su entorno generaron grandes flu-jos migratorios de siervos y libertos de ascendencia centro y suritálica8. Actividades

actividades pesqueras y quizá pertenecientes a un barrio marinero ubicado en la ladera baja surocciden-tal del Monte Sacro, en un punto muy cercano al linde de la antigua laguna (Martín Camino-Roldán Bernal, 1997c, 89), así como los constatados sobre el pavimento de una calzada localizada en la calle que delimitaba la vertiente sur del cerro de la Concepción (Izquierdo-zapata, 2005, 281). Tras quedar la ciudad al mando de C. Lelio (Liv. XXVI, 48, 1), Cornelio Escipión hizo un alto en su conquista de la península y se retiró a la ciudad en 206 a.C. al objeto de celebrar un espectáculo de gladiadores se-guido de unos juegos fúnebres, actos en los cuales participaron combatientes enviados por diversos ré-gulos ibéricos (Liv. XXVIII, 21). Sobre la posibilidad de un asedio anterior: De Miquel, 1994, 55-59.

7. Si creemos a Polibio, las destrucciones causadas por el ataque debieron ser limitadas (Pol. X, 12-15) y seguramente afectaron al perímetro por donde se había producido el asedio.

8. La explotación y beneficio de los recursos minerales de la región está en la base de la impor-tancia de la ciudad en época prebárquida, bárquida y posterior. Una vez conquistado el territorio, el nuevo suelo provincial y sus recursos naturales eran propiedad del Estado, que arrendó la explota-ción de las minas a societates publicanorum. El proceso de explotación intensiva de las minas se ini-ció en el siglo II a.C., alcanzando su cenit a finales de dicha centuria y durante la primera mitad de la siguiente. Buen exponente de este exhaustivo aprovechamiento de los recursos mineros es la tan manida, aunque significativa, noticia de Polibio (conocida por Estrabón), en que refiere cómo a me-diados del siglo II a.C. trabajaban en las minas unos 40.000 esclavos, obteniendo el erario público diariamente unos beneficios que rondaban las 25.000 dracmas (Strabon, 3, 2, 10). Entre las eviden-cias arqueológicas de estas actividades destaca la gran cantidad de massae plumbeae, de morfología casi siempre semi-cilíndrica y datables entre los siglos II a.C. y I d.C., recuperadas en los dragados de la bahía de Cartagena y en otros puntos costeros cercanos –como Escombreras y Cabo de Pa-los (Mas, 1977, 275-288; id., 1979, 120-121 y 132-138; id., 1985, 155-161; id., 1985, 189-224; Arellano Gañán-Gómez Bravo-Miñano Domínguez-Pinedo Reyes, 1997, 295-302; AA.VV., 2004; Díaz Ariño, 2006, 291-295)–, así como en otros puntos repartidos por todo el litoral mediterrá-neo –como Mahdia (Merlin, 1912, 389) o la isla de Mal di Ventre (Salvi, 1992a, 661-672; id.,

126

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

todas ellas que impulsaron el dinamismo de su puerto, cuya intensa actividad co-mercial de carácter redistribuidor debe retrotraerse, al menos, al periodo Bárquida,

1992b, 237-248)–, lo que acredita el alcance de su comercialización. Por los epígrafes de sus mar-cas sabemos que la explotación estaba en manos de libertos y esclavos itálicos, en particular veni-dos de Campania y del sur de Italia, pertenecientes a familias como los Atellii, Messii, Planii, Utii, Seii y otras más (Domergue, 1966, 41-72, y en particular 64; id., 1990, 264ss.; recientemente so-bre las minas romanas de Cartagena: Domergue, 2008; Rico-Fabre-Antolinos, 2009, 291-310; An-tolinos-Noguera-Soler, 2010, 167-231; Rico, 2010, 395-415); con el devenir del tiempo y sobre la base de esta explotación de los recursos minerales, en especial de la plata y del plomo, estas gentes amasaron grandes fortunas y sus descendientes alcanzaron algunas de las más importantes magis-traturas urbanas. Las recientes prospecciones arqueológicas sistemáticas desarrolladas en la vertiente sureste de la sierra minera de Cartagena-La Unión y en la llanura litoral posibilitan perfilar de forma cada vez más precisa la dinámica de ocupación del territorio adyacente a la ciudad. Se constata la existencia de un intenso poblamiento que, bien articulado mediante una densa red de comunica-ciones secundarias y vinculado prioritariamente a la explotación de la minas, se caracteriza por una diversidad de modelos y patrones de asentamiento. Así, en las inmediaciones de las minas se cons-tatan restos de fundiciones, hábitat disperso y santuarios rurales; en efecto, destaca la presencia de estructuras habitacionales –dotadas de pavimentos de signinum (Mina Balsa, Fábrica de La Pura, Depositaria, Feliz Anuncio, La Paloma...) o de losetas cerámicas en forma de espina de pez (Mina Mercurio)–, posiblemente vinculadas a los explotadores itálicos encargados de las labores técnicas y de administración, en cuyas inmediaciones se documentan pequeñas instalaciones industriales con piletas –rectangulares y revestidas de mortero hidráulico– destinadas a usos mineros (Eugenia, La Paloma, Rambla de la Boltada...) y terreras de escorias de mineral procedentes de pequeñas fun-diciones (La Paloma, Estrella, Segunda Diana, Mina Mercurio...). En sus inmediaciones se ubican las minas de extracción del mineral, a las que se accedía mediante galerías en rampa o pozos verti-cales, y en la costa fondeaderos para facilitar su salida, como el de la bahía de Portmán. Pequeños santuarios debieron formar parte del paisaje rural, siendo paradigmática la inscripción de Rambla de la Boltada dedicada a los Lares, junto a la cual se halló un pedestal para estatua y un capitel dó-rico quizá pertenecientes a un sacellum cultual (Ruiz Valderas, 1995, 156-157; Antolinos-Noguera, 2010, 177-178 y 181). En todos estos asentamientos se constata la presencia de vajillas domésticas –campanienses A y B– y de contenedores anfóricos, en particular greco-itálicos y Dressel 1 (Ruiz Val-deras, 1995, 153-182; Berrocal, 1996, 111-117) y poblados vinculados con las actividades mineras. Entre estos cabe destacae el del Cabezo Agudo que, en directa relación con el Cabezo Rajado (Anto-linos-Noguera, 2009, 51-94; Antolinos-Noguera-Soler, 2010, 164, nt. 125), de donde se obtenían galenas argentíferas, ciñe su cronología a un lapso entre la segunda mitad del siglo II y mediados del I a.C., fecha en que alcanza su máximo apogeo; en parte excavado por Fernández de Avilés, consta de estructuras y compartimentos muy regulares destinados a uso doméstico y almacenaje, de ma-nera similar a como sucede en los poblados de Valderrepisa y La Loba en Sierra Morena (Fernández de Avilés, 1942, 136-152). Estos establecimientos, que encuentran sus orígenes a finales del siglo III a.C., alcanzaron su culmen en el siglo II a.C., para ir decayendo progresivamente hasta mediados de la siguiente centuria como consecuencia del agotamiento de los filones o de los conflictos acaeci-dos en dicha época. De la importancia geoestratégica de estas explotaciones dan cumplida cuenta la elevada nómina de asentamientos que, emplazados en puntos elevados y estratégicos, permitían el control de los principales puntos de acceso a los centros de obtención de mineral (Berrocal, 1996, 111-117). El incremento de la actividad minera generó el auge de un copioso poblamiento agrope-cuario en la llanura litoral entre el Mar Menor y la Sierra Minera, así como en los valles dispuestos entre las elevaciones de esta última, orientado al abastecimiento tanto de la población urbana como

127

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

momento en que actuó como centro regulador de los intereses económicos de Carthago en el Levante y Mediodía peninsulares (Pérez Ballester, 1998, 249-261). De esta suerte, la ciudad se configuró desde temprano como el principal foco de latinización de las comunidades ibéricas del sureste peninsular9.

A pesar de la escasez de la información transmitida para el siglo II a.C. por las fuentes literarias, sabemos que la ciudad vivió alejada de los conflictos bélicos que afectaron a otras regiones peninsulares en esta época10, disfrutando de un pe-ríodo de bonanza económica. También la documentación arqueológica es parca respecto a la urbanística y la arquitectura de la ciudad en el siglo II a.C., si bien se admite que aquélla debió estar muy condicionada por la accidentada orografía de la península y, en todo caso, por la planificación urbana de la ciudad bárquida, que sin duda estableció pautas de ordenación urbanística esenciales en el poste-rior desarrollo de la ciudad romana11. En este sentido, la ciudad romano-republi-cana recurrió a la embrionaria red viaria y al incipiente sistema de aterrazamientos cartaginés, los cuales permitían, aplicando cánones urbanísticos de naturaleza he-lenística, aprovechar parte del valle central y de las zonas bajas de las vertientes suroriental y septentrional de los cerros del Molinete y de la Concepción, respec-tivamente. Asimismo, nuevas murallas fueron construidas y debieron reaprove-charse los espacios públicos y religiosos de la ciudad bárquida, de los que apenas sabemos nada. Al respecto, Polibio refiere la existencia de un ágora (Pol. X, 16, 1), posiblemente en uso cuando visitó la ciudad a mediados del siglo II a.C. (Mar-tín Camino, 1994, 319). Es muy probable que esta plaza se situara en zona llana, acaso en la parte baja de la ladera de una de las colinas de la ciudad; de hecho, las excavaciones en los solares localizados entre las calles Sambazart y del Pocico han permitido documentar cómo al inicio de época cesariano-augustea el trazado de la ciudad bárquida y republicana fue amortizado para construir la terraza superior del foro. Cabría, entonces, preguntarse si el área forense altoimperial se construyó en un espacio ocupado con anterioridad por edificios privados o si, por el contra-rio, amortizó, reaprovechó y fosilizó el espacio de la plaza pública de los siglos III al I a.C. También el texto polibiano menciona santuarios consagrados a deidades

de los mineros, tal y como confirman asentamientos tales como Las Mateas, Lo Rizo, Las Claras o la villa de Los Ruices (Ruiz Valderas, 1995, 153-182).

9. Así, por ejemplo, por el puerto de la ciudad debieron importarse materiales arquitectónicos destinados a la monumentalización de algunos importantes santuarios ibéricos, el más paradigmático de los cuales es el de La Encarnación (Caravaca de la Cruz, Murcia), donde en el siglo II a.C. se cons-truyó un pequeño templo de tipo itálico decorado con terracotas arquitectónicas procedentes de talle-res itálicos y utilizadas como elementos de prestigio y significación política (Ramallo, 1993, 71-98).

10. Tan sólo alterada, mínimamente, en 139 a.C. por la llegada a sus inmediaciones de los lu-sitanos al mando de su caudillo Taulatos (Apiano, Iber., 72).

11. Como bien se ha demostrado al respecto de otros establecimientos púnicos del Mediodía peninsular (Bendala, 1990, en particular 25-29).

128

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

indígenas, púnicas y romanas en las cimas de las colinas (Pol. X, 10, 7-10); situa-ción nada extraña dado que, con el devenir del siglo II a.C., la copiosa población de militares y comerciantes itálicos, los esclavos y mercaderes orientales y el sus-trato poblacional ibérico y semita, generaron un emporio cosmopolita y multiét-nico, en cierto modo similar al de Délos, en el Mediterráneo oriental.

En este periodo, la adecuación de la topografía del terreno para la configura-ción de áreas de circulación y espacios de uso doméstico –que se perpetuarán en el tiempo– en las laderas de los cerros orientadas hacia el valle interior, determinó el recurso a aterrazamientos artificiales construidos sobre la impronta púnica pre-cedente. El proceso está constatado en diversos puntos del Monte Sacro, donde se han localizado estructuras habitacionales distribuidas en terrazas con desniveles de más de 4 m (García Lorca, 2006, 107; Ramallo-Ruiz, 2009, 536 ss.), y en los declives septentrionales del monte de la Concepción, donde se han documentado obras de este género en la Plaza San Ginés-esquina calle del Duque (Roldán-Mar-tín Camino, 1996, 249-261) o en la calle Nueva-esquina con calle Dr. Tapia. En este último, se hallaron los restos de una vivienda de época triunviral o augustea temprana –amortizada por la construcción de la porticus post scaenam del teatro–, cuyas estancias se disponían escalonadas en varios niveles creados mediante recor-tes en la roca y terrazas artificiales construidas con muros de contención (Mar-tínez Andreu, 1985, 129-151). Sobre la base de este sistema de aterrazamientos, se construyó una red de calles orientadas de noreste a suroeste, las cuales garanti-zarían el tráfico rodado y el transporte de mercancías en el interior de la ciudad, en particular mediante los ejes que enlazarían la puerta oriental –enclavada en la zona de la moderna Puerta de San José (fig. 1, I)– y el área portuaria, además de calles escalonadas o en rampa orientadas de noroeste a sureste, que permitirían la conexión con las anteriores (Martín Camino, 1995-1996, 205-213). La data-ción de esta retícula de calles republicana puede establecerse con cierta precisión gracias a los resultados de las recientes excavaciones arqueológicas en la vertiente sureste del Molinete; el decumanus I cesariano-augusteo está delimitado por el no-roeste por un potente muro de aterrazamiento construido con sillares de piedra arenisca, el cual delimita por el sureste una amplia terraza en la parte media de la vertiente sureste del cerro. Los materiales recuperados en su fosa de cimentación (fragmentos informes de Campaniense A y B, cerámica de tradición ibérica, ánfo-ras C2c y de producción apula) sugieren una cronología para su construcción en época republicana tardía, posiblemente hacia finales del siglo II o inicios del I a.C. Este muro de aterrazamiento está asociado a un tramo de calle (del que resta una losa poligonal de caliza y una cloaca subyacente) que discurre por debajo del vial de época cesariana. Entre ambas calles superpuestas hay una diferencia de cota de 1 m; y dadas las características del sedimento, formado por niveles de escorren-tía sobre los que se vertieron los rellenos constructivos de la calzada cesariana, pa-rece que las antiguas calles fueron amortizadas y colmadas con potentes rellenos

129

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

de nivelación sobre los que se dispusieron las nuevas. La construcción de esta ca-lle asociada al muro de opus quadratum de carácter helenístico evidencia que, al menos desde el siglo II a.C. e incluso posiblemente desde época púnica –a tenor de la información obtenida en campañas anteriores (Roldán-De Miquel, 2002, 267, 272)–, la ladera sureste del cerro fue ocupada mediante el recurso a los re-feridos sistemas de aterrazamiento propios de los cánones urbanísticos de factura helenística (Ramallo-Fernández-Madrid-Ruiz, 2008, 574), los cuales comporta-ron la ejecución de grandes recortes en la roca de base y la creación de un viario escalonado y con orientación noreste-suroeste en el sentido de las curvas de ni-vel de la propia ladera. Igual situación se aprecia en la calle Serreta, 3-7, donde se documentaron dos calzadas superpuestas, de las cuales la inferior estaba asociada a un muro de opus africanum y se data en época republicana (Fernández-Henare-jos-López-Berrocal, 2003, 64).

Las murallas de la ciudad cartaginesa estuvieron en uso hasta mediados del siglo II a.C., momento en que fueron definitivamente amortizadas (Martín Ca-mino, 1994, 317-318; Ramallo, 2003a, 331-338). Será entonces cuando se cons-truya un nuevo encintado murario del que sólo se han conservado los restos de un tramo junto al muro de cierre del teatro augusteo, en el cerro de la Concep-ción (Ramallo, 2003a, 339-340), el cual se mantuvo en uso durante práctica-mente una centuria, periodo tras el que fue sometido a una profunda reforma que se prolongó en el devenir de la segunda mitad del siglo I a.C.; y en un segundo tramo de muralla de casamatas hallado recientemente en el frente norte de la cima del Molinete (Noguera-Madrid-Martínez, e.p.).

En época tardorrepublicana, el viejo portus mercantil cartaginés del Mar de Mandarache –en la actualidad fosilizado por el Arsenal militar del siglo XVIII– se configuró como vertebrador de la actividad comercial de la ciudad y uno de sus espacios urbanos más relevantes. De hecho, en el devenir del siglo II a.C. Carta-gena se transformó en uno de los emporios comerciales más importante de todo el Mediterráneo occidental12, posiblemente dotado de un puerto franco e inserto

12. Los contextos cerámicos datables a finales del siglo III a.C. y durante la siguiente centuria evidencian que el desenlace de la Segunda Guerra púnica no supuso la ruptura de los estrechos lazos comerciales del puerto con las áreas de producción y redistribución púnicas. De hecho, los morte-ros y grandes platos de origen ebusitano constatados en diversos puntos del casco urbano en con-textos fechables entre finales del siglo III y los años 150/130 a.C., acreditan el mantenimiento de las conexiones comerciales con las Baleares, tanto antes como después de su conquista en 123 a.C. Del mismo modo, continuó arribando gran cantidad de contenedores con productos norteafricanos (C 2a) y, tras la destrucción de Cartago en 146 a.C., se reorientaron los flujos comerciales hacia la zona norteafricana atlántica y peninsular meridional donde se desplazaron de los centros de produc-ción (Martín Camino-Roldán Bernal, 2001, 1615-1623). A estos materiales se asocian morteros y grandes platos norteafricanos y centromediterráneos, lo que evidencia la progresiva introducción de nuevos usos y hábitos alimentarios (Martín Camino-Roldán Bernal, 1991-92, 151-162).

130

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

en las grandes rutas del comercio internacional; desde él se exportaba plomo y plata y otras materias primas, recibiéndose toda suerte de mercancías proceden-tes del Egeo, Italia y norte de áfrica para el avituallamiento de la población itálica y de las comunidades ibéricas del sureste hispano. Parece que desde esta centuria y, al menos, hasta época augustea, se configuraron en Hispania dos grandes áreas de comercialización diferenciadas, pero no excluyentes, en torno a los puertos de Emporiae-Tarraco, en el noreste peninsular, y Carthago Noua, que controlaría el sureste y Mediodía (Molina Vidal, 1997, 185 y 190) por medio una amplia red de rutas de cabotaje y puertos secundarios destinados a la redistribución, como los constatados en Escombreras, Portmán, Mar Menor, La Azohía, Puerto de Ma-zarrón, etcétera13. La presencia de envases para vino y de vajillas de lujo realmente exóticas procedentes del Mediterráneo oriental14, acreditan el establecimiento de un importante flujo comercial con los grandes centros comerciales del oriente mediterráneo, en particular Corinto, Rodas y Délos, este último transformado por Roma hacia 160 a.C. en puerto franco con el fin de contrarrestar el poderío comercial rodio; a partir de entonces, el puerto delio se transformó en el centro

13. Ello acarreó una reorganización del territorio inmediato que supuso la cancelación de la actividad económica en enclaves comerciales que durante época ibérica y aun bárquida, habían ac-tuado en la región como catalizadores del comercio griego y púnico. Sería el caso del poblado de la Loma del Escorial (Los Nietos), fundado a mediados del siglo V a.C. como factoría minero-meta-lúrgica y centro de comercialización de los metales obtenidos por mediación de los agentes comer-ciales griegos. Destruido hacia mediados de la siguiente centuria, tras su reconstrucción a comienzos del siglo III a.C. estuvo inmerso en los circuitos comerciales púnicos, en particular, a través de sus conexiones con la isla de Ibiza (ánforas púnico ebusitanas PE 15); durante la segunda mitad de la centuria –en coincidencia con la fundación bárquida de Qrt Hdâst– estas conexiones se amplia-ron a Carthago (ánforas Mañá D 1A) y podemos creer que el poblado estuvo en este periodo bajo el control efectivo de los cartagineses. Sin embargo, los contextos cerámicos de inicios del siglo II a.C. acreditan una fase de abandono y desmantelamiento –tanto de las murallas como de sus vi-viendas– como consecuencia de la puesta en práctica de una reestructuración del territorio basada en la creación de un único emporio centralizador de la totalidad del comercio de la región: junto a algunos materiales de ascendencia púnica, la presencia de producciones greco-itálicas –que inun-dan el puerto de Cartagena– es mínima (García Cano, 1996, 493-502, con la bibliografía anterior).

14. Las excavaciones arqueológicas practicadas en la antigua Plaza del Hospital –en la ladera noreste del cerro de la Concepción y junto al anfiteatro–, han constatado la presencia de una serie de niveles de relleno y aplanamiento, cuya fase IV –que ha sido relacionada con la construcción de un hipotético primer anfiteatro augusteo– contiene ánforas vinarias estampilladas, en su mayoría rodias, cuya cronología abarca desde el último tercio del siglo III hasta fines del II a.C. (Pérez Ba-llester, 1985, 143-150; id., 1995b, 339-349), a las cuales cabría sumar cerámicas de lujo, probable-mente de Asia Menor, cuya fechación abarca desde mediados del siglo II a.C. hasta los comedios del siguiente: se trata de producciones de engobe blanco tipo lagynoi, oriundas de Alejandría y Asia Menor (Pérez Ballester-Cabrera Bonet-Peláez, 1980, 155-164; Pérez Ballester, 1983, 520-523), ce-rámicas decoradas con relieves, antes llamadas “de Megara” y fabricadas en centros alfareros microa-siáticos jonios (Cabrera, 1978/79, 81-104; Pérez Ballester, 1983, 519-520) y sigillatas orientales microasiáticas (Eastern Sigillata A o B) (ibidem, 1983, 523-524).

131

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

regulador del tráfico de mercancías orientales y del comercio de esclavos; y Car-tagena pudo convertirse en receptora y redistribuidora tanto de tales artículos, como del lucrativo tráfico de vidas humanas que nutriría las necesidades de mano de obra para la explotación de las minas (Pérez Ballester, 1985, 143-150). Estas tempranas relaciones comerciales con el oriente mediterráneo están en la base del potente sustrato oriental de parte de la población de la ciudad en época republi-cana e imperial, como bien demuestra la difusión de la lengua griega o el afianza-miento de cultos de raigambre oriental. No obstante, la conversión de la ciudad en centro receptor de inmigración itálica determinó, asimismo, un rápido esta-blecimiento de conexiones comerciales con los grandes puertos del área tirrénica y adriática de Italia, y en particular con Puteoli; de manera que, contemporánea-mente o poco después del arribo del vino rodio y de las vajillas que lo acompa-ñaban, comenzó la llegada masiva de vino de Campania, envasado en ánforas vinarias del tipo Dressel 1, y de vajillas itálicas transportadas como complemento de la carga principal, lo cual atestigua la diversidad de tradiciones alimenticias existente entre la población indígena –que utilizaba sus propias cerámicas deco-radas y de cocina– y la itálica inmigrada15. El mejor exponente del tráfico portua-rio en este periodo y, en concreto, de los contactos comerciales con los territorios campanos, es el pecio Escombreras 1 constituido por un barco de mediano ta-maño, cuya capacidad debía oscilar entre 500 y 800 ánforas, hundido hacia me-diados del siglo II a.C. en las inmediaciones de dicha isla. Su cargamento estaba constituido mayoritariamente por contenedores vinarios grecoitálicos, así como por cerámicas itálicas de mesa y de cocina, transportadas como añadido del porte principal en los espacios huecos de la nave16.

15. Los conjuntos cerámicos provenientes del cerro del Molinete, que lamentablemente carecen de precisa contextualización estratigráfica, evidencian la llegada ya desde la primera mitad del siglo II a.C. de cerámicas de barniz negro caleno, junto a productos campanos (Campaniense A) constata-dos en otras zonas de la ciudad, las cuales se incrementan –con todo el repertorio formal de la Cam-paniense B y de las producciones etruscas de Campaniense B– en el devenir de la otra mitad de dicha centuria (Ruiz Valderas, 1994, 47-65). Mejor información aportan los materiales amortizados en la Fase IV de los estratos de colmatación y allanamiento anteriores a 50-30 a.C. constatados en la Plaza del Hospital: de aquí proceden cerámicas campanienses (en particular Campaniense A y Beoides), án-foras vinarias, en particular Dressel 1A, así como cerámica de cocina itálica y de imitación (Cebrián Fernández-Borred Mejías, 1993, 205-214; Pérez Ballester, 1995a, 175-186). Inciden en esta misma lí-nea las importaciones de cubiletes de paredes finas, iniciadas en el último tercio del siglo II a.C. y dila-tadas sin solución de continuidad hasta los primeros decenios del I d.C. (De Miquel, 1998, 351-371).

16. De entre las vajillas, destinadas al consumo tanto de itálicos como de las poblaciones in-dígenas autóctonas, destaca un vasto lote de cerámicas de barniz negro de Cales (platos, lucernas, cuencos y píxides), vasos de “paredes finas”, jarras y jarritas de diversa tipología y ungüentarios fu-siformes; la cerámica de cocina, integrada por ollas y diferentes tipos de cuencos, en particular “platos de borde bífido” y sus tapaderas, estaba dirigida básicamente al abastecimiento de tropas

132

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

Tras las Guerras Celtibéricas y Numantinas, en el último tercio del siglo II a.C. la actividad mercantil de la ciudad cobró un nuevo impulso comercial, con una cada vez mayor demanda de productos foráneos; el pecio de Punta de Algas (en la laguna marina del Mar Menor, San Pedro del Pinatar), datable en el primer tercio del siglo I a.C., verifica ahora la llegada de caldos de Apulia (envasados en ánforas Lamb. 2) (Mas, 1971), mientras que en el pecio de Ferreol (en el mismo tramo costero marmenorense), algo más reciente, coexisten las ánforas Dressel 1B y Lamb. 2 junto a vajillas campanienses B calena y productos púnicos (Mas, 1985; Pinedo, 1996, 63). La configuración de Cartagena como uno de los puertos más activos del Mediterráneo occidental y el cenit alcanzado por su actividad comer-cial debió generar una demanda de nuevas dotaciones e infraestructuras que, a fi-nales del siglo II y en la primera mitad del I a.C., se tradujo en un periodo intenso de crecimiento urbano y actividad edilicia con el fin de dotarla de una arquitec-tura de naturaleza utilitaria destinada a satisfacer dichas necesidades; fenómeno éste coetáneo al experimentado por otras ciudades hispanas. En el diseño y eje-cución del proyecto intervino de forma decisiva el evergetismo privado de itáli-cos con fuertes intereses en la ciudad, enriquecidos gracias a los píngües beneficios económicos obtenidos con el comercio y la explotación minera, que actuaron bá-sicamente por mediación de sus siervos y libertos. De manera que el proyecto se convirtió en emulación del exemplum de los nobiles de la Vrbs y en prueba del rango y potencia de sus comitentes. El eje vertebrador del proyecto fue la am-pliación y resistematización del puerto mercantil del Mar de Mandarache17, con el fin de crear un auténtico emporium comercial dotado de muelles y horrea, que posibilitase el atraque de buques de gran tonelaje y el movimiento y almacenaje de grandes portes. La documentación epigráfica permite ahondar en el análisis de la magnitud y promotores de estas obras. Una interesante inscripción, carente de contexto arqueológico, alude a pilae III et fundament(a) ex caement(o), es decir, a pilares y cimientos de hormigón18; sus mejores paralelos formales y de contenido, procedentes de Capua y Minturnae, avalan su vinculación con la construcción de un dique sostenido sobre arcadas19, así como una cronología encuadrable a fina-

y de itálicos asentados en la ciudad o sus inmediaciones (Alonso-Pinedo, 1999, sin paginar; Pi-nedo-Alonso, 2004, 139-144).

17. Al que sin duda cabría sumar pequeños fondeaderos emplazados en la playa ocupada por el actual barrio de Santa Lucía. De otra parte, los trabajos de desviación del cauce de la Rambla de Benipila ha permitido hipotetizar que los varaderos pudieron ubicarse, ya desde época bárquida, en las estribaciones de La Atalaya, en la Cortadura (Beltrán-San Martín, 1983, 870).

18. Abascal-Ramallo, 1997, 71-77, n.º 1. La interpretación, que me sigue pareciendo acertada, ha sido recientemente revisada por Díaz Ariño, 2008a, 99-101, C10 (con toda la bibliografía anterior), quien –siguiendo a E. Hübner– propone tenerla como alusiva a un pórtico o, incluso, un templo.

19. Al modo en que observamos en una célebre pintura procedente de Gragnano (Stabiae) con la evocación del puerto de Alejandría o, quizá mejor, de Pozzuoli (Noguera, 1995-1996, 223, lám. 1).

133

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

les del siglo II o en el primer cuarto del I a.C. Los ejecutores de la obra son cinco siervos y otros tantos libertos, que actúan como magistri de un collegium privado y a cuyos nombres acompaña la filiación que les liga a sus respectivos domini y pa‑troni, los auténticos evergetas. Por el momento, no se han localizado evidencias materiales de estas estructuras, que a juzgar por el recurso al término fundamen‑tum debieron construirse ex nouo, pero hallazgos puntuales abundan en la exis-tencia de diques e instalaciones portuarias en una línea que, a grandes rasgos, discurría por la actual calle Mayor desde la sede del Gobierno Militar hasta las Puertas de Murcia20. Al igual que había sucedido y acontecía por entonces en las grandes ciudades portuarias de Italia y Oriente, la remodelación del puerto debió de conllevar la urbanización de sus áreas adyacentes y seguramente la construc-ción de edificios como horrea y macella. La columnata constatada en la calle Mo-rería Baja, al pie de la ladera suroccidental del cerro del Molinete, cuya datación se sitúa a finales del siglo II o inicios del I a.C. en razón de los paralelos tipológicos de sus basas21, debe vincularse con una arquitectura relacionada con la intensa ac-tividad comercial desplegada en el área portuaria, si bien es difícil precisar su fun-ción exacta. Podría tratarse de parte de unos grandes almacenes22 ubicados a mitad de camino entre el puerto y la salida de la ciudad hacia Cástulo y Complutum23 y, en todo caso, dado que a escasa distancia del edificio se encontraba la playa, tam-bién podría vincularse con la fachada porticada del puerto o de la propia línea de

20. Beltrán, 1948, 207. Quizás a un muelle pudo pertenecer un potente muro de sillares de arenisca constatado en la calle Mayor, 35 (San Martín, 1985, 135); a la prolongación de dicha dár-sena podrían corresponder los grandes paramentos de opus quadratum que, construidos con si-llares de arenisca, identificados en las inmediaciones de estratos de playa y asociados a materiales de época tardía, fueron constatados en la calle Mayor, esquina calle Comedias (Berrocal-Conesa, 1996, 227-237).

21. Construida sobre un zócalo irregular de caliza micrítica –que apoya en una zapata de ci-mentación de caliza local–, constaba de basas de orden toscano y fustes –asimismo labradas en ca-lizas micríticas de tonalidad grisácea– que posiblemente sustentarían un entablamento lígneo, a juzgar por la amplitud de los intercolumnios (San Martín, 1956-61, 193-199; una revisión de todo el conjunto en: Madrid-Murcia, 1996, 173-178).

22. Los edificios comerciales y de almacenaje de época alto y bajoimperial constatados en esta zona de la ciudad verifican cómo el área conservó durante siglos su carácter mercantil. Así, siempre en la misma línea de fachada a que me he referido y, en concreto, en la calle Portería de las Monjas/Cuesta de la Baronesa, fueron identificadas las estructuras de un almacén de época flavia con gran cantidad de envases de salazón Dressel 7-11, que han sido identificados con los tinglados vincula-dos al puerto (Martín Camino-Pérez Bonet-Roldán Bernal, 1991, 272-283). Baste recordar tam-bién la cercanía a estas instalaciones de las estructuras comerciales y de almacenaje construidas sobre la scaenae frons, orchestra e ima cauea del teatro en el transcurso del siglo V d.C. (Láiz Reverte-Ruiz Valderas, 1990, 425-433; Ramallo-Ruiz, 1998, 43-48; Ramallo, 2000b, 592).

23. De hecho, paralelo a la columnata discurre una calzada de unos 3 m de anchura –quizá de época cesariano-augustea, pero que fosilizaría una de época anterior– cuyas profundas rodadas evi-dencian el intenso tráfico mercantil de esta zona de la ciudad.

134

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

costa24. En las inmediaciones del área portuaria y de la laguna interior o Almarjal se dispusieron desde temprano las zonas industriales y artesanales, tal y como de-muestra el barrio de esta naturaleza documentado en la ladera occidental del cerro del Molinete (fig. 1, L) (Egea-De Miquel-Martínez-Hernández, 2006).

A este gradual proceso de dotación de infraestructuras de carácter utilita-rio y comercial cabe asociar la continuidad de la sistematización del solar urbano (que, evidentemente, no debió estar completamente ocupado desde el momento de la ocupación cartaginesa) y la monumentalización arquitectónica de algunos espacios significativos; el predominio del orden toscano en estos edificios y, en concreto, de basas con faja de planta circular, así como la presencia de capiteles jó-nico-itálicos de cronología imprecisa, verifica la filiación itálica de los promotores de tales proyectos25. Al margen de la información proporcionada por estos mate-riales, casi siempre descontextualizados, poco sabemos de la arquitectura monu-mental de la ciudad y de la configuración de los espacios públicos de prestigio y representación y su posible monumentalización. No obstante, en el extremo más oriental de la cima del cerro del Molinete, cuya vertiente sureste estaría aterrazada, se construyó, en las postrimerías del siglo II o en los inicios del I a.C., un san-tuario (fig. 1, J) en el cual se alzó un templo de tipo itálico, del que únicamente subsisten restos de su basamento y podium, y acaso algunos materiales arquitec-tónicos (basa toscana ?); tetrástilo y acaso próstilo, puede encuadrarse en la tradi-ción de la arquitectura templar republicana tardía de finales del siglo II-inicios del I a.C. Aunque se han aventurado diversas propuestas de adscripción –Magna Ma‑ter, Salus y Aesculapius, Venus...–, los datos disponibles en la actualidad impiden precisar su advocación con un mínimo de garantía26. En el area sacra en torno a este templo se dispusieron pequeños sacella y aediculae secundarios. En concreto, en el ángulo noroeste del temenos, detrás del edificio templar, se constata una pe-queña construcción a la que se vinculan instalaciones de tipo hidráulico, cuya es-tructura recuerda pequeñas capillas de culto doméstico asociadas a divinidades de origen oriental y norteafricano. Se ha propuesto que pudo estar dedicado a A[t]

24. A esta línea pudo pertenecer asimismo el área porticada documentada en la calle del Aire, esquina calle Jara, e interpretada en su día como foro comercial (Jiménez de Cisneros, 1908, 489-495). La documentación arqueológica e iconográfica acredita la existencia de este género de edi-ficios, muchos de ellos destinados al almacenaje de mercancías, dotados de amplios porticados en las inmediaciones y frente a las dársenas portuarias (Noguera, 1995-1996, 219-235, con bibliografía).

25. Madrid, 1997-1998, 154-161. El problema de dichos capiteles jónico-itálicos radica en que su datación oscila entre inicios y finales del siglo I a.C. (Martínez Rodríguez, 1998, 319-320, n.os 1-2, fig. 1, 1-2; y 333-334).

26. Recientemente, Díaz Ariño, 2008b, 255-263, ha propuesto una interesante relectura del texto polibiano con la descripción de la topografía de la ciudad y su península (X, 10), proponiendo que el santuario de Esculapio pudiera haberse elevado en el cerro del Molinete en lugar de en el monte de la Concepción. La hipótesis no parece demostrable con los datos disponibles en la actualidad.

135

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

ar[g]atis, deidad de origen sirio, a partir del análisis de un mutilado epígrafe de te-selas dispuesto en su pavimento de signinum27; dedicación que ha de entenderse en el contexto de una ciudad portuaria y comercial con conexiones con el Me-diterráneo oriental que propiciaron un floreciente arraigo de cultos orientales, como los de Isis, Sarapis o Sabazios, entre otros28. Este santuario romano-repu-blicano fue excavado parcialmente entre 1977-78 por P. A. San Martín, practi-cándose posteriormente alguna intervención puntual por parte de E. Ruiz y S. F. Ramallo; y en 2010-2011 ha sido objeto de un amplio proyecto de excavación en extensión que, va a permitir perfilar mejor su configuración urbanístico-arquitec-tónica y, acaso, una más amplia interpretación. En todo caso, la monumentaliza-ción de este area sacra a finales del siglo II o inicios del I a.C. acredita la pietas de sus promotores hacia las divinidades y santuarios locales, al tiempo que su em-plazamiento dominante en la cima de la colina manifiesta el recurso a efectos es-cenográficos y cánones urbanísticos helenísticos, a los que la ciudad cartaginesa y romano-republicana no fue nunca ajena. Las sumas devengadas por los ever-getas particulares tuvieron su expresión asimismo en la construcción de peque-ños edificios religiosos emplazados en áreas suburbanas. A más de edículas como la de Rambla Boltada (Ruiz Valderas, 1995, 153-182; Antolinos-Noguera, 2010, 177-178 y 181) o la Loma de las Herrerías (Mazarrón), el mejor exponente es un pequeño sacellum que, alzado en el Cabezo Gallufo –en las inmediaciones del ba-rrio de Santa Lucía y de tres surgentes naturales–, fue consagrado a Iuppiter Stator a finales del siglo II a.C. o comienzos del siguiente por el liberto de origen orien-tal M. Aquini(us) Andro, quien lo pagó d(e) s(ua) p(ecunia), lo que convierte la do-nación en un unicum fuera de Roma y en el ámbito de las provincias occidentales (Amante Sánchez-Martín Camino-Pérez Bonet, 1995, 533-562; para el epígrafe: Abascal-Ramallo, 1997, 441-443, n.º 204; Díaz Ariño, 2008a, 108-109, C16).

También en la transición del siglo II al I a.C. se fechan los primeros testimo-nios documentados hasta la fecha de programas decorativos de raigambre neta-mente itálica vinculados con ambientes domésticos privados. Las nuevas fortunas generadas por parte de itálicos y sus descendientes gracias al comercio y a la ex-plotación de las minas se expresaron en la esfera privada (al igual que en Roma, su exhibición pública era censurable) mediante la temprana introducción de mo-tivos decorativos de raigambre itálica y, en particular campana, en todo caso vin-culados con valores tradicionales como los de grauitas y mos maiorum. Acreditan

27. Ramallo-Ruiz, 1994, 79-102; después, entre otros: Abascal-Ramallo, 1997, 443-444, n.º 205; Abascal, 2004, 106; Díaz Ariño, 2008a, 109-110, C17 (con la bibliografía anterior); Abas-cal, 2009a, 119.

28. Abascal, 2004, 102-106; Alonso-Pinedo, 1999, sin paginar; Pinedo-Alonso, 2004, 150; Abascal, 2009a, 118-119; Noguera-Madrid-García, 2009, 133-134; Alonso-Pinedo, 2003, 235-249; Abascal-Noguera-Madrid, 2012.

136

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

este proceso los pavimentos de signinum, con dedicatorias religiosas y fórmulas sa-lutatorias y decoraciones geométricas y fitomorfas caracterizadas por su alto grado de fidelidad a los patrones metropolitanos y campanos en que se inspiran, asocia-dos a viviendas distribuidas en diversos puntos de la ciudad, cuya datación abarca desde finales del siglo II a.C. hasta bien entrado el I d.C. (Ramallo, 1985; id., 2001, 170-189), y la constatación, posiblemente vinculada a un ambiente domés-tico –aunque no es cosa segura–, de restos pictóricos adscribibles al I Estilo pom-peyano29. En la ejecución de estos programas decorativos intervinieron artesanos inmigrados atraídos por la demanda, proceso extensible igualmente al caso de la arquitectura de orden toscano y jónico documentada en los antedichos proyectos de monumentalización. La generalización de estos programas ornamentales forma parte de un fenómeno más amplio que comportó la introducción de viviendas de tipo itálico, perfectamente encajadas en los aterrazamientos del terreno. Son sig-nificativas al respecto la casa construida a caballo entre los siglos II-I a.C. en la cima del cerro de la Concepción y amortizada por las obras del teatro augusteo, y la Casa de los Delfines, en la zona del Barrio Universitario (fig. 1, G), articulada en derredor de un atrio al que se abría el tablinum, estando ambos espacios sola-dos con pavimentos de signinum (Madrid, 2005, 264-266), y también con restos de pintura mural del I Estilo (Fernández, 2008, 110-113).

Los acontecimientos vinculados, en la primera mitad del siglo I a.C., con la guerra entre Sertorio y Pompeyo30 no afectaron al auge económico de la ciudad derivado de la intensa explotación de sus recursos mineros y de la actividad co-mercial de su puerto que, dotado de las pertinentes infraestructuras, incrementó sus transacciones con la apertura de nuevas rutas comerciales y la posibilidad de atraque de buques de gran envergadura, como bien confirma el análisis del pecio Escombreras 2, donde se ha hallado un mercante con capacidad para varios miles

29. Se trata de restos muy fragmentarios, procedentes de las excavaciones y prospecciones rea-lizadas entre 1989 y 1991 en la antigua Plaza del Hospital, posiblemente pertenecientes a un único lienzo que ha sido restituido por A. Fernández formando un aparejo isodomo ubicado en la zona superior de la pared (Fernández Díaz, 1999, 259-263; id., 2008, 97-110); aunque adolecen de falta de un contexto estratigráfico preciso, su análisis formal y estilístico avala una datación entre me-diados y finales del siglo II a.C., y su producción de influencia netamente campana, definida por una manifiesta simplicidad formal, contrasta con su elevado precio, dada la dificultad de su ejecu-ción. De modo que representa el más antiguo testimonio de la difusión del I Estilo en la península Ibérica. Corrobora esta cronología la amortización del barrio existente en esta zona, estratigráfica-mente fechada en la segunda mitad del siglo II a.C. (Pérez Ballester-Berrocal Caparrós, 1997, en particular 293).

30. De facto, de su puerto partió Sertorio en 81 a.C. con rumbo a Mauritania, en 76 a.C. la ciudad fue conquistada por Memmio, cuestor de Pompeyo y, finalmente, fue asediada nuevamente por los sertorianos (Plut. Sert. 7; Cic. Balb. 5).

137

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

de ánforas hundido en la primera mitad del siglo I a.C.31. Su porte avala una in-tensificación del comercio vinculada a una cada vez mayor demanda de produc-tos itálicos por parte de una población cada vez más numerosa y de los cuantiosos efectivos militares implicados en los referidos conflictos bélicos.

Por otro lado, paralelo al proceso de máxima explotación de los cotos mineros en la primera mitad del siglo I a.C. acaeció un intenso fenómeno de ocupación y explotación del suelo agrícola del ager de la ciudad que se extenderá sin solución de continuidad hasta el siglo III d.C.32. El proceso se ha vinculado con la promul-gación de la ley agraria de 63 a.C., que contemplaba de manera explícita la in-clusión del ager publicus de la ciudad en los lotes destinados a la adquisición de tierras cultivables en Italia (Cic. leg. agr., 1, 2, 5; y 2, 19, 51).

3. LA PROMOCIóN COLONIAL Y EL DISEÑO DE UNA NUEVA CIUDAD

Los años centrales del siglo I a.C. fueron decisivos para la ciudad, pues en esta época parece haber acontecido su proceso de deductio colonial, vinculado con la contienda civil protagonizada entre pompeyanos y cesarianos que la afectó de lleno33. La cuestión de la obtención del estatuto colonial ha sido objeto de controversia; encuadrada en el contexto del viaje de inspección de César en 45 a.C., de las recompensas cesarianas emanadas tras la batalla de Munda o tras la muerte del dictador en 42 a.C. (Galsterer, 1971, 29; Wiegels, 1985, 104), en 2002 J. M. Abascal planteó una nueva propuesta de seriación cronológica de las emisiones monetales de la ciudad y de sus máximas magistraturas, representadas

31. Como en Escombreras 1, el cargamento –en el que priman los productos itálicos– estaba constituido básicamente por ánforas de distintos tipos con vino de variadas procedencias, mientras que como complemento de la carga principal transportaba vajillas de lujo calenas y lucernas itáli-cas. El porte contenía ánforas Dressel 1 para vino de Campania y Lamboglia 2 para caldos elabora-dos en la costa adriática, seguramente en Apulia; cabe sumarles algunos envases tipo Apani III para aceite, asimismo de origen apulio. Como complemento, transportaba cerámica campaniense fabri-cada en los talleres de Cales y un lote de lucernas itálicas, del tipo Ricci G, características de los dos últimos siglos de la República (Alonso-Pinedo, 1999, sin paginar; Pinedo-Alonso, 2004, 144-146).

32. El proceso está bien constatado arqueológicamente en el sector de la amplia llanura em-plazada al noroeste de La Unión, donde las prospecciones sistemáticas han detectado la existencia de un buen número de pequeños núcleos y asentamientos de carácter rural, de tipo más o menos disperso, tal vez articulados en torno a un actus de carácter secundario que enlazaría la ciudad con la costa del Mar Menor (Berrocal, 1996, 111-117; Murcia, 1999, 221-226; id., 2010, 141-165).

33. De hecho, en la ciudad fue proclamado imperator, en el año 47 a.C., el hijo de Pompeius Magnus (Bell. His, 42, 6). Un año después, se mantuvo fiel al bando cesariano a pesar del duro ase-dio pompeyano.

138

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

por los IIuiri quinquennales, posibilitando proponer el año 54 a.C. como fecha en que se sustanció la promoción colonial, en coincidencia por tanto con el ini-cio del mandato de Gneo Pompeyo Magno en Hispania hacia 55 a.C. (Abascal, 2002, 30; seguido recientemente por Ramallo-Murcia, 2009, 249-258; y Rama-llo-Ruiz, 2010, 98-104; para las emisiones monetales: Llorens, 2002, 43-74). La nueva colonia, cuyo inicial nombre oficial es desconocido, obtendría el título Iulia bajo el gobierno de César, con probabilidad con ocasión del viaje que, en compañía de Octaviano, realizó a la ciudad en 45 a.C. para administrar justicia (Nicolás Damasceno, uitta Aug., 10, 11), aunque –en realidad– tal vez para com-probar sobre el terreno la fidelidad de la colonia fundada años antes por su ad-versario. Al igual que otras fundaciones de época cesariana, la colonia obtuvo el rango de urbs –que en Hispania sólo compartió con Gades, Salaria, Osca y Ta‑rraco– y su población fue registrada en la tribus Sergia. Su nombre oficial como colonia Vrbs Iulia Noua Karthago sólo aparecerá inscrito más de media centuria después de la deducción en las acuñaciones monetarias de época de Tiberio (Llo-rens, 1994, 71-76, n.os XVI y XVIII). Su nuevo estatuto dotó a la colonia de le-yes con que regir la vida municipal y de unos fasti locales basados en el cómputo de las magistraturas, desempeñadas por los IIuiri quinquennales encargados de las emisiones monetales. De facto, el inicio de las acuñaciones es uno de los pri-meros exponentes del nuevo estatus; iniciadas en 54 a.C. y concluidas hacia 37 d.C., las magistraturas monetarias recayeron durante casi una centuria en las vie-jas minorías enriquecidas gracias a las minas (Llorens, 1994; id., 2002, 43-74). La colonia debió ejercer, junto con Tarragona, de capital de Hispania Citerior durante el periodo republicano, e incluso augusteo si nos atenemos al pasaje de Estrabón –fechado en el cambio de era– que refiere que fue residencia invernal del gobernador provincial, que en época estival se trasladaba a Tarraco (Strabon, 3, 4, 20)34; en este sentido, quizá bajo la intensa actividad edilicia de época au-gustea subyace la pretensión de las élites locales de dotar a la ciudad de las se-cuencias y equipamientos monumentales propios de una metrópoli de naturaleza administrativa35. En todo caso, desde inicios de época imperial, la colonia fue ca-beza del convento jurídico Carthaginense, el de mayor extensión territorial de

34. Gimeno, 1994, 39-79; por el contrario Ruiz de Arbulo, 1992, 115-130, reseña que Ta‑rraco fue la capital provincial durante todo el periodo republicano.

35. No parece claro qué sucedió al respecto hasta época flavia, cuando Tarragona fue provista de uno de los mayores espacios monumentales de las provincias occidentales reservados a la asam-blea provincial (Mar, Ed., 1993), en un fenómeno que últimamente se postula extensible a otras capitales y ciudades provinciales; véanse, al respecto, las nuevas propuestas de configuración y cro-nología del foro provincial emeritense en: Ayerbe Vélez-Barrientos Vela-Palma García, 2009. Tam-bién sobre los espacios forenses emeritenses destacan los trabajos de álvarez Martínez y Nogales Basarrate (véase: Nogales, 2009, 123-154, con toda la bibliografía citada y comentada).

139

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

los existentes en las provincias hispanas (Plin. nat., III, 18, 25; Strabon, 3, 4, 20; también: Sancho, 1978, 188).

En la primera etapa de la historia de la colonia, en que la riqueza que conti-nuaba fluyendo a la ciudad merced a la explotación de las minas y a las operacio-nes mercantiles se tradujo en la construcción de casas de tipo itálico lujosamente decoradas36 y, posiblemente, en la configuración de nuevos espacios comercia-les37, la arqueología está revelando de forma cada vez más contunde la planifica-ción de un nuevo proyecto urbanístico y arquitectónico que, en buena medida superpuesto y basado en el de las precedentes ciudades bárquida y romano-repu-blicana, tendió a dignificar su imagen urbana en consonancia con su nuevo es-tatus. Este proyecto, que alcanzará su definitivo apogeo y formulación en plena época augustea y julio-claudia, se ejecutó en parte en el periodo cesariano y la primera edad augustea y contempló una intensa actividad edilicia, como corres-ponde a la nueva deductio, sustanciada en la construcción de unas nuevas mura-llas y en el aprovisionamiento hídrico, obras en las que pudieron jugar un papel determinante diversas personalidades cercanas a Pompeyo Magno.

La construcción o, más bien, reconstrucción de las viejas murallas republicanas obedeció a la necesidad, generada inmediatamente después de la promoción jurí-dica, de crear un paisaje urbano que, bien delimitado respecto al ager de la colonia, sería expresión de urbanitas y civilización. El trazado de la cinta muraria es mal co-nocido, pues a él sólo pueden atribuirse los mencionados restos de cimentación de la muralla del siglo II a.C. hallados en el cerro de la Concepción38 y los encontrados

36. Así, poco después de la deductio colonial, parece haberse construido una domus dotada, como mínimo, de patio y amplio peristilo pavimentado con un signinum teselado con incrusta-ciones marmóreas policromas de muy diversas procedencias (Ramallo, 1985, 44-45; id., 2001, 176-177), lo que confirma el temprano arribo de mármoles de las principales canteras de la cuenca mediterránea a través de las redes comerciales que enlazaban la ciudad con Italia, la costa norteafri-cana y el Egeo. La vivienda fue amortizada para construir la porticus post scaenam del teatro (Mar-tínez Andreu, 1985, 129-151).

37. El reestudio, acometido por Murcia y Madrid, del pórtico de época tardorromana de la Plaza de los Tres Reyes, al pie del declive suroeste del cerro del Molinete, ha posibilitado identificar bloques de caliza con improntas circulares pertenecientes a un edificio porticado de época anterior, detrás de cuyas columnas se dispusieron los muros medianeros de varias tabernae alineadas y dotadas de gran-des umbrales cerrados por mamparas correderas de madera. Parece tratarse de un edificio comercial situado en las inmediaciones del puerto que, en razón del tipo de basas que le son asociables, podría datarse en pleno siglo I a.C. (Murcia-Madrid, 2002, 256-259, fig. 5). Respecto al material arquitectó-nico, reutilizado en época tardía, consta de basas toscanas sobre plinto circular –fechables en la tran-sición de los siglos II al I a.C.–, basas toscanas sobre plinto cuadrangular, propias del siglo I a.C., y basas áticas fechables entre el cambio de era y la primera mitad del siglo I d.C. (Madrid, 1999, 89-95).

38. A estos restos podrían sumarse los de un muro de aparejo isodómico, localizado en la ca-lle Príncipe de Vergara, 6, en uno de cuyos sillares se esculpió, con manifiesto carácter apotropaico, un falo de grandes proporciones similar al existente en las inmediaciones de la puerta de acceso al

140

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

recientemente en el Molinete. En todo caso, puede presuponerse que cercaría la práctica totalidad de la península –incluidas sus cinco elevaciones– y que englo-baría los tramos reutilizables de las sólidas defensas republicanas (Ramallo, 2003a, 339-340) como el del Molinete, que subsistió en pie al menos hasta época bizan-tina. Por el contrario, un total de diez epígrafes monumentales, datables todos en la segunda mitad del siglo I a.C., conmemoran la construcción de torres, puertas y lienzos de diversa longitud, ofreciendo así nutrida información sobre la extrac-ción social, financiación y sistema de construcción de la muralla (Abascal-Ramallo, 1997, 77-113, n.º 2-11). Recientemente B. Díaz Ariño ha propuesto sistemati-zar dicho conjunto en tres grandes grupos, sucesivos en el tiempo, el primero de los cuales correspondería a mediados del siglo I a.C., inmediatamente después del acceso al rango colonial; a esta primera fase corresponderían varios epígrafes que conmemoran la reforma de dos de sus puertas, posiblemente correspondientes a los principales accesos a la ciudad, y parte de la muralla, habiendo participado los magistrados locales y, acaso, un destacado miembro del entorno pompeyano pe-ninsular, el cónsul M. Calpurnio Bíbulo39. Una de estas inscripciones celebra la edificación por los cuatro magistrados ordinarios de la colonia de 11 torres, una puerta y un tramo de muralla a fundamenteis, es decir, desde los cimientos, lo cual prueba que, al menos, parte de las obras se ejecutaron ex nouo o que parte de las viejas murallas republicanas del siglo II a.C. fueron casi totalmente rehechas (Abas-cal-Ramallo, 1997, 100-107, n.º 8; Díaz, 2008c, 229).

La siguiente etapa en las reparaciones de la muralla comenzaría, en opinión de Díaz Ariño, al término de la guerra civil, durante la cual la colonia sufrió, ha-cia 46 a.C., un duro asedio (Diod. 43, 30, 1), y después del mencionado viaje de inspección de César. Esta etapa se prolongó hasta los primeros años del reinado de Augusto y de ella restan, al menos, 3 inscripciones con caracteres formales y paleográficos similares (por ejemplo, interpunciones triangulares apuntadas ha-cia arriba) y la fórmula abreviada f(aciendum) c(urauit) i(dem)q(ue) p(robauit), no presente en la serie anterior (Díaz, 2008c, 232-233). A esta fase corresponden las inscripciones de [C.] Maecius C. f. Vetus, augur y edil, tal vez hijo del magistrado monetal C. Maecius responsable de las emisiones RPC 154 y 155-156, datables ca. 39 y 29 a.C., respectivamente, que sufragó un lienzo de 60 pies (Abascal-Ra-mallo, 1997, 98-100, n.º 7; Díaz, 2008c, 232); la de Sex. Aemilius Sex. f. [‑] y

recinto amurallado romano de Ampurias (Beltrán, 1952, 62, n.º 10). Un falo similar ha sido loca-lizado recientemente asociado a un edificio dispuesto en la fachada oriental del cardo que delimita por el este la insula I del Molinete (Noguera-Madrid-Quiñonero, 2009, 76, lám. 41).

39. Se trata de M. Cal[purnius L. f. M. n.?] Bibulu[s], interpretado como un cliente de la gens itálica de los Calpurnii Bibuli, un nieto del pompeyano M. C. Bibulus, que se enfrentó a C. Julio César (Abascal-Ramallo, 1997, 81-86, n.º 2), o con el propio cónsul del año 59 a.C., colega y rival de César (Díaz, 2008c, 230-231).

141

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

C. Clodius C. f. Manga[‑‑], IIuiri, responsables de la edificación de varias turres (Abascal-Ramallo, 1997, 108-113, n.º 11; Díaz, 2008c, 233), y la que rememora la construcción por M. Cornelius M. f. Gal. Marcellus, augur y duoviro quinque-nal, de sendos paramentos de 146 y 11 pies de longitud, el primero ubicado entre la puerta llamada Popilia y una torre y el segundo desde esta última en adelante (Abascal-Ramallo, 1997, 94-97, n.º 5; Díaz, 2008c, 230).

Las inscripciones referentes a las puertas permiten retomar la cuestión de las puertas úrbicas, de las que ignoramos su morfología y que, como mínimo, debie-ron alzarse –como lo hacían en el siglo XVIII– en el istmo por donde penetraba en la ciudad la Vía Heraclea procedente de Tarraco (fig. 1, I), y frente al canal que comunicaba el Mar de Mandarache y el Almarjal, dando tránsito a la vía que pronto se bifurcaba hacia Castulo y Complutum (fig. 1, K)40; ésta podría identifi-carse con la puerta Popilla, que pudo deber su nombre al duunviro quinquenal T. Popilio (Domergue, 1985, 205). En las inmediaciones de estas vías que arran-caban de dichas puertas se dispusieron las necrópolis de la ciudad41, definidas desde la segunda mitad del siglo I a.C. por la existencia de panteones familiares para la deposición de cenizas –buen testimonio de lo cual es la serie epigráfica fu-neraria de la ciudad, donde destacan las placas de caliza para el cierre de colum-barios42–, a los que cabe añadir desde época augustea tumbas monumentalizadas cuya tipología arquitectónica y ornamentación estatuaria se inspiró en modas y patrones itálicos (Abad, 1989, 243-266, con la bibliografía anterior; Noguera, 1992, 113-124).

Respecto al abastecimiento de agua, el reciente hallazgo de varios fragmentos pertenecientes al brocal triangular de dos lacus o fuentes, dotados en ambos casos de inscripciones epigráficas en sus caras frontales –mal conservadas, fechables ha-cia mediados del siglo I a.C. y complementarias entre sí–, alude a la conducción de aguas a la ciudad y a la construcción de fuentes públicas; lo conservado en los epígrafes sugiere que el promotor de dichas obras estuvo vinculado con Pompeyo Magno, lo que permite ahondar nuevamente en el grado de participación del ge-neral con el nuevo estatus de la ciudad y las obras posteriores para dotarla de las

40. La primera debía abrirse en el viejo tramo de la muralla bárquica dispuesta entre los cerros de San José y Despeñaperros, en tanto que la segunda, que Livio define como porta ad stagnum et versa mare (Liv. XXVIII, 36; también Pol. 10,10, 13; Noguera, 1992, 118), se ubicaría al norte de la actual calle Mayor, al noroeste de la península, en derredor de la zona donde en época moderna se emplazaron las Puertas de Murcia. Los restos del referido canal se han localizado en la calle Santa Florentina: Antolinos-Soler, 2000, 47-48; Martínez Andreu, 2004, 20.

41. Sobre las necrópolis de la ciudad: Beltrán-San Martín, 1983, 874; Abad, 1989, 243-266; Ramallo, 1989, 115-133.

42. Pena, 1995-1996, 237-243 (con cronologías altas); Abascal-Ramallo, 1997, 221-439, n.os 62-203.

142

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

infraestructuras acordes a su nueva condición (Ramallo-Ruiz, 2010, 98-102; so-bre la inscripción: Ramallo-Murcia, 2010, 249-258).

Esta importante actividad tendente a la dotación de nuevas y necesarias in-fraestructuras también se sustanció en el diseño y construcción de una nueva red viaria, en buena mediada superpuesta y tributaria de la de época púnico-republi-cana, que delimitó, en particular en el sector occidental de la península, una retí-cula viaria que en buena medida debió quedar reservada para la construcción de edificios y equipamientos públicos y semipúblicos de naturales política, adminis-trativa, religiosa y lúdica. Son significativos al respecto algunos hallazgos acaeci-dos en las últimas décadas en diversos solares de la ciudad, como los de la calle Cuatro Santos, 40 (Vidal-De Miquel, 1995, 1253-1272) y, en particular, en la denominada insula I, en la vertiente meridional del cerro del Molinete (figs. 1, A, y 2). Esta última es una manzana de planta rectangular delimitada por uiae pu‑blicae: al noroeste por el decumanus I, conservado en unos 60 m de longitud, al noreste por el kardo I –ambos documentados íntegramente en las recientes exca-vaciones– y al sureste por el decumanus II, identificado en los trabajos arqueoló-gicos realizados en la plaza de los Tres Reyes en 1968. De, al menos, 71,70 m de anchura por 33 m de longitud, su trazado es muy regular y está ocupada por dos edificios públicos o semipúblicos cuyo diseño y construcción se asocia, proba-blemente, a las reformas urbanas desarrolladas en la ciudad a partir de la obten-ción del rango de colonia. Estas dimensiones aproximan la anchura de la insula a 1 actus, es decir, 120 pies, la misma que parece tener la insula dispuesta inme-diatamente al sureste, delimitada al noroeste por el decumanus de la plaza de los Tres Reyes y al sureste por otro constatado en la calle del Aire, 34-36 (Antoli-nos, 2009). De esta forma, en el área urbana adyacente a las instalaciones portua-rias abiertas al mar de Mandarache y comprendida entre la insula I del Molinete por el noroeste y el teatro por el sureste, parece verificarse una división parcela-ria muy regular con, al menos, dos manzanas identificadas de 1 actus de anchura. Por lo demás, el actus es una de las medidas habituales usadas para el diseño y planificación del parcelario urbano de las ciudades romanas (la mejor síntesis del tema en: Antolinos, 2009, 59-67). La insula está dispuesta en una explanada ate-rrazada y recortada en la roca, y sus edificios se abrían al decumanus II. La dife-rencia de cota entre los decumanos que la delimitaban por el noroeste y el sureste se salva mediante el kardo I, que muestra una acusada pendiente. Este aterraza-miento de la ladera baja del cerro se integra en un vasto conjunto de terrazas, bien identificadas en otras zonas (Martín Camino, 1995-1996, 205-213), que caracterizan la topografía y diseño urbano de la ciudad a partir de las últimas dé-cadas del siglo I a.C.; heredado en buena medida de la planificación urbanística de épocas púnica y republicana, estuvo básicamente condicionado por los pecu-liares condicionantes orográficos del istmo donde se construyó la urbe. Aunque no se han podido excavar los rellenos constructivos de las dos nuevas calzadas

143

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

identificadas, su relación topográfica con las calles y edificios colindantes y la téc-nica constructiva empleada testimonian que debieron construirse posiblemente en época cesariana, coincidiendo con la renovación urbana experimentada a par-tir de la deductio colonial. Igual cronología se ha apuntado para otras vías de la ciudad (Ruiz-De Miquel, 2003, 270), como el kardo 2 del PERI CA-4/ Barrio Universitario (fig. 1, G).

Estas calles son iguales desde el punto de vista tipológico y constructivo a otras constatadas en otros puntos en la ciudad. Conforman todas ellas una trama urbana que, tradicionalmente, se ha fechado en época augustea temprana a partir de varios “conjuntos cerrados” recuperados en los rellenos de nivelación dispues-tos debajo de algunas de ellas, como los de la calle Cuatro Santos, 40, integrados por materiales de importación de la segunda mitad del siglo I a.C. cuyo terminus post quem hacia 22-17 a.C. evidencia la aparición de monedas legionarias acuña-das en el transcurso de las Guerras Cántabras (Vidal-Miquel, 1995, 1253-1272). El estudio realizado sobre los materiales recuperados en el relleno constructivo del cardo 2 del barrio universitario (fig. 1, G) consiente, sin embargo, proponer una datación más temprana, entre 50 y 30/20 a.C.; coincidiendo de esta forma con los contextos asociados a varias calzadas caracterizados por la ausencia de te‑rra sigillata itálica, por lo que la fecha de construcción propuesta para las mismas se situaría en un amplio lapso comprendido entre los años 50 y 20 a.C. (Ruiz-De Miquel, 2003, 270). Esta nueva trama urbana se caracteriza por calles de anchura regular, pavimentadas con grandes losas poligonales de piedra caliza, de sección ligeramente combada y, en ocasiones, delimitadas por aceras o zonas peatonales (margines o crepidines)43. De forma paralela a la creación de esta retícula urbana, la colonia fue dotada de una nueva red de drenaje destinada a la evacuación de aguas residuales y de lluvia hacia el Almarjal y la zona portuaria (Marín-De Mi-quel, 1995, 1165-1182), fenómeno éste bien probado en el transcurso de la exca-vación del denominado decumanus I.

En este proceso de reestructuración de la red viaria de época cesariano-augus-tea se circunscriben los grandes aterrazamientos localizados en la vertiente meri-dional del Molinete, al objeto de regularizar la trama urbana y hacerla, hasta cierto punto, ortogonal. Esto sólo parece haberse conseguido en el sector más occidental del istmo, entre los cerros del Molinete y de la Concepción, donde el solar urbano fue ordenado y, en parte, reservado para los nuevos equipamientos monumentales construidos en época augustea, como el foro, el teatro, una posible porticus duplex (Noguera-Soler-Madrid-Vizcaíno, 2009, 217-219) o los edificios ahora hallados en la insula I. En la zona oriental de la ciudad, sin embargo, perduró una impronta

43. Berrocal-De Miquel, 1991-1992, 189-197; Martín Camino, 1995-1996, 205-213; De Miquel-Berrocal, 1994, 119-121; Ramallo-Ruiz, 1994, 343; Ramallo, 1999a, 13-14.

144

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

urbanística de trazado más irregular. Con esta reordenación, se diseñaron manzanas cuadradas, rectangulares y trapezoidales en las que gradualmente ir encajando los nuevos edificios, las cuales –al menos en el sector centro-occidental de la ciudad– estuvieron delimitadas por un viario en buena parte aterrazado, en el que las calles paralelas orientadas de noreste a suroeste44 intersectaban casi perpendicularmente con otras orientadas de noroeste a sureste (Antolinos, 2009, 59-67)45.

4. EL REINADO DE AUGUSTO Y LA NUEVA ARQUITECTURA DE PRESTIGIO

El proyecto urbanístico de finales de la República fue definitivamente impul-sado a partir del último cuarto del siglo I a.C., momento en que la colonia vivió una época de bonanza y esplendor derivada de los vínculos de sus élites con Au-gusto y su círculo más inmediato. Estuvo, por tanto, al servicio de la exaltación del naciente poder imperial, a la par que respondía a los requisitos de representación y proyección de la ciudad derivados de su estatus colonial y de su conversión en centro administrativo de primer orden, al menos del sector meridional de la nueva provincia Tarraconese46. En buena medida inspirada en la nueva arquitectura sur-gida en la época en la propia Roma y sobre la base del proyecto pergeñado en los años posteriores a la deductio colonial, la ciudad experimentó un proceso de mo-numentalización que determinó la creación de una urbanística y una arquitectura de prestigio. La ejecución de este proyecto de renovación urbanístico-arquitectó-nica recayó en magistrados que, salvo alguna excepción de difícil comprobación, nunca coinciden con los IIuiri quinquennales monetales; lo cual avalaría, en opi-nión de J. M. Abascal, que entre las élites locales se estableció un reparto disociado y organizado de funciones, ocupándose las familias de tradición minera de las acu-ñaciones monetales –lo que atendería a los intereses económicos de estas gentes por una ceca creada con manifiesta vocación comercial–, en tanto que los grupos ligados clientelarmente a las grandes familias de época cesariana y augustea, a los

44. Como las documentadas en la ladera meridional del Molinete (Roldán-De Miquel, 1999, 58) que corren prácticamente paralelas a las constatadas en las calles San Francisco, 8 (Méndez, 1997, 28-30), San Antonio el Pobre, 3 (Martín Camino-Roldán, 1997a, 42-51), y Caballero, 2-8 (De Miquel-Subías, 1999, 49-56), de un lado, y, de otro, en la Plaza de San Ginés, 1 (Martín Ca-mino-Roldán, 1997b, 126-128), y en la calle Cuatro Santos, 40 (De Miquel-Vidal, 1991, 379-383; Vidal, 1997, 188-200).

45. Como las atestiguadas en las calles Jara, 12 (Ruiz, 1998, 231-242), San Francisco, 8 (Méndez, 1997, 28-30), y, acaso, Duque, 29 (Soler, 2000, 53-85).

46. De hecho, en su fase de proyecto e inicios pudo ser una sólida apuesta por el manteni-miento de la capitalidad provincial que, tal vez, no perdió definitivamente a favor de Tarraco hasta bien entrado el siglo I d.C.

145

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

que cabría sumar individuos de origen local, velarían por el proyecto urbanístico (Abascal, 2002, 34 y 37; Domergue, 1966, 64-65). La documentación epigráfica y numismática acredita cómo estas familias nombraron patronos y IIuiri honorífi-cos de la colonia entre los principales miembros de la familia Caesaris y de los he-rederos políticos de Augusto47. Tales patronazgos y los homenajes asociados –acaso concebidos para borrar ante el nuevo régimen la huella de un oscuro pasado pom-peyano o como simple forma de gratitud o de obtención del favor del Princeps por parte de los colonos y homines noui instalados en la colonia finalizada la Guerra Civil– reafirmaban el prestigio social de sus promotores, estrechando sus víncu-los con el círculo augusteo, a la par que prestigiaban la ciudad, podían ser garantía en la defensa de sus intereses y afianzaban de forma precoz el naciente culto impe-rial48. También pudieron garantizar el acceso a parte de la financiación precisa para la ejecución de los grandes proyectos arquitectónicos. No obstante, buena parte del coste real de las obras debió ser asumido por los miembros de las minorías ur-banas conscientes de las contrapartidas a que estaban obligados; también así el evergetismo privado fue garantía de la nueva imagen de la ciudad, convirtiéndose sus élites en artífices de su urbanitas y de su propia existencia. Sólo en razón de la importante financiación devengada por los evergetas y mecenas locales pueden en-tenderse los homenajes alcanzados por personajes tan celebrados como C. Laeti‑lius, M. f., que parece haber sido objeto de varias dedicatorias epigráficas y al que incluso llegó a erigírsele una estatua ecuestre en el foro (Abascal, 2009b, 103-113).

El evergetismo y mecenazgo de las élites locales debe explicarse en el con-texto de la riqueza de la ciudad augustea, apreciable en la capacidad de financia-ción de las costosas obras acometidas en esta época y posteriores. De la bonanza económica de la colonia se hizo eco Estrabón, quien reseñó que Carthago Noua era “el emporio más grande para las mercancías que vienen por mar destinadas a los habitantes del interior y de los productos del interior destinados a todos los forasteros” (Strabon, 3, 4, 6). El cargamento del mercante Escombreras 349, hundido hacia el

47. Destacan el propio Princeps (Llorens, 1994, 59-61), Agrippa (Abascal-Ramallo, 1997, 175-177, n.º 42; Koch, 1979, 205-214; Llorens, 2004, 59-61), que también participó en la ex-plotación de la minas de la Sierra de Cartagena-La Unión (Rodá, 2004a, 183-194), Tiberio (Abas-cal-Ramallo, 1997, 173-175, n.º 41; Llorens, 2004, 62-63), Nerón (Llorens, 2004, 74-75), Druso (Llorens, 2004, 74-75) y Calígula (Llorens, 2004, 75-76), a los que cabe sumar monarcas alidos de Roma como Juba II, rey de Mauritania, y su hijo Ptolomeo (Beltrán, 1980, 133-141; Abascal-Ra-mallo, 1997, 191-193, n.º 49; Llorens, 2004, 65-70), así como gobernadores como Silius Nerua, le‑gatus pro praetore de Hispania Citerior entre 19 y 16 a.C. (Abascal-Ramallo, 1997, 183-185, n.º 45).

48. De hecho, fue primordial el papel desempeñado por Agripa y, sobre todo, por sus hijos C. y L. Césares en la fundación de las ciudades augusteas y en la implantación del naciente culto di-nástico (Gros, 1991, 127-140).

49. El barco salía de la dársena con destino a un puerto redistribuidor secundario y trans-portaba un cargamento de vinos itálicos, layetanos y, sobre todo, andaluces, como evidencian los

146

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

cambio de era, avala las palabras de geógrafo y confirma la importancia crucial del puerto cartagenero como emporio receptor y distribuidor de productos itáli-cos y de otras regiones hispanas, en particular de la Baetica50. Por lo demás, la ter-minación del tramo de la Vía Augusta que, hacia el año 8 a.C., conectó la región del alto Guadalquivir con Carthago Noua (Muñoz Amilibia, 1988, 225-229; Si-llières, 1990, 275), pudo permitir al puerto convertirse en núcleo exportador de los metales obtenidos en aquella región51.

El proyecto, que afectó sobre todo a la parte más occidental del casco urbano de la ciudad republicana, se concretó en la continuación de las obras de recons-trucción/construcción de las murallas republicanas (Ramallo, 2003a, 325-362) y en una secuencia de edificios monumentales dispuesta en la vaguada entre la ladera suroriental del cerro del Molinete y la vertiente noroeste del monte de la Concep-ción. La dotación de espacios reservados a los equipamientos públicos y semipú-blicos debió acaecer con la reestructuración del espacio urbano en época cesariana/augustea temprana, lo que implicó como primera medida la reorganización de la red viaria de la vaguada (uide supra). Como ya ha sido referido, la nueva retícula urbana encajada en el sector occidental de la península, inmediato al puerto, es-tuvo integrada por manzanas regulares, las cuales fueron progresivamente ocupa-das desde finales del siglo I a.C. y durante buena parte del I d.C., distribuyéndose

distintos tipos de contenedores: ánforas Dressel 2-4 y 6 para caldos originarios de las costas tirré-nica y adriática, respectivamente, envases tipo Pascual 1 para vinos layetanos del área catalana y, so-bre todo, muchas ánforas béticas Haltern 70 con vinos del valle del Guadalquivir y de la bahía de Cádiz, destinados a un consumo masivo por ser los más baratos (Alonso-Pinedo, 1999, sin paginar; Pinedo-Alonso, 2004, 146-148); hecho que testimonia la preponderancia y hegemonía de las im-portaciones béticas sobre las catalanas en el área de influencia de Carthago Noua en épocas cesariana y augustea (Márquez Villora-Molina Vidal, 1999, 119-124).

50. El tráfico mercantil en esta época debió ser especialmente intenso, razón por la cual pudie-ron construirse nuevas instalaciones portuarias en la zona ocupada por el baluarte sureste del anti-guo Hospital de Marina, eventualidad vinculable con el texto estraboniano en que se refiere que la ciudad “está provista de puertos” (Strabon, 3, 4, 6). Esta hipótesis, pendiente de ulterior verificación, postula la construcción en dicha zona y en época augustea de una nueva dársena portuaria, cuya co-municación con la ciudad se realizaría por medio de un sistema de aterrazamientos artificial cons-truido mediante grandes niveles de relleno (Berrocal, 1999, 205-211).

51. De hecho, la carga de Escombreras 3 se completaba con lingotes de plomo semicilíndri-cos, de los que sólo se han recuperado tres. Dos muestran las marcas de C. Aquinus y L. Planius Rus‑sinus, miembros de dos de las más rancias familias de la ciudad dedicadas desde hacía décadas a la explotación minera, mientras que el tercero, quizá el más interesante de todos, presenta la marca soc. Baliar. (Alonso-Pinedo, 1999, sin paginar; Poveda, 2000, 293-313), probablemente alusiva a una societas publicanorum cuyo radio de actuación podría ubicarse en las minas de Cástulo si es correcta la propuesta de analogía con el timbre castulonense S.BA. (Domergue, 1990, 261-262, 269 y 275). La aparición en algunos “conjuntos cerrados” de monedas legionarias acuñadas en los años 22 y 17 a.C. con ocasión de las Guerras Cántabras también evidencia la inclusión de la ciudad en las rutas hispanas más frecuentadas (Vidal-De Miquel, 1995, 1253-1272).

147

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

en ella una sucesión de plazas y edificios públicos integrada –a tenor de lo cono-cido a día de hoy– por el foro, con su explanada y edificios adyacentes, una hi-potética gran plaza porticada al sureste de aquél, el teatro y su peristilo, y la sede del colegio de los Augustales. Es posible que, asimismo, se reservara en esta época el espacio necesario para la construcción del anfiteatro, emplazado en una posi-ción periférica en la vertiente oriental del cerro de la Concepción (fig. 1, E), que no llegó a materializarse hasta mediados del siglo I. La georeferenciación de las es-tructuras de estos conjuntos arquitectónicos demuestra de manera ilustrativa la unidad de planificación de este proyecto dentro de la nueva retícula diseñada en época posterior a la promoción colonial52. Prueba también el carácter unitario de este proyecto y su ejecución por un grupo uniforme de arquitectos y constructo-res, quizás en parte venidos ex profeso desde Italia, la homogeneidad de las técni-cas constructivas y de los materiales utilizados, entre los que, junto al recurso a las piedras tradicionales como las areniscas (Soler-Antolinos, 2007, 123-142) y las ca-lizas micríticas (Ramallo-Arana, 1987, 88-120), destaca el uso de los mármoles lo-cales e importados53. A su vez, comenzó un fenómeno de marmorización54 en el ámbito de la arquitectura pública y privada, que afectó sólo a determinadas partes de los edificios que debían cumplir una función ideológica y de representación55. En el ámbito de los órdenes arquitectónicos, la nutrida nómina de basas con faja de planta cuadrangular, fechables en los últimos decenios del siglo I a.C., confirma

52. Así, la scaenae frons del teatro, los restos de la plaza y edificios del foro hasta ahora docu-mentados (muro de contención de la plataforma superior, la curia y las denominadas tabernae de la plaza de San Francisco) y los muros perimetrales de la posible porticus duplex y del Augusteum construido en época flavia están ortogonalmente ubicados en el conjunto de la nueva retícula ur-bana de la colonia.

53. El recurso a zócalos de sillares de caliza micrítica sobre los que apoyan los alzados cons-truidos con sillares de arenisca, dispuestos a soga y tizón, se documenta en los aditus, habitaciones laterales (parascaenia y basilicae) y forro interior de la scaenae frons del teatro (Ramallo-Ruiz, 1998, 81, fig. en 82; y 158-159, figs. en 160 y 162), en los muros perimetrales de la plaza porticada ubi-cada al sur del foro (Noguera, 2002b, 67-68, fig. 3) y en los contrafuertes del muro de contención de la terraza superior del foro (Roldán-De Miquel, 1999, 59; Antolinos, 2003, 128-130; Soler-An-tolinos, 2008, 116-123).

54. Sobre este fenómeno en Hispania aún sigue siendo imprescindible la obra de conjunto: Trillmich-zanker, Eds., 1990; asimismo: Rodá, 2004b, 405-420; Nogales-Beltrán, Eds., 2009.

55. Así, junto al empleo generalizado de rocas locales como calizas y areniscas, desde el último cuarto/finales del siglo I a.C. la élite política y social de la colonia recurió –como medio de expre-sión de su adhesión a las nuevas modas metropolitanas y de afirmación de su estrecha vinculación con el círculo imperial– a los mármoles locales del Cabezo Gordo (Ramallo-Arana, 1987, 52-59 y 68-69; álvarez-Doménech-Lapuente-Pitarch-Royo, 2009, 32-37), al travertino rojo de las cante-ras de Mula, un marmor local imbuido de una profunda carga ideológica, y al mármol blanco im-portado de las canteras imperiales de Luna-Carrara (Soler, 2005a, 153-175; id., 2005b, 29-64; id., 2008, 711-732; id., 2009, 121-165). La scaenae frons del teatro augusteo y la perístasis exterior del pórtico septentrional de doble nave del peristilo de las Termas del Foro son buena prueba de ello.

148

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

cómo el proceso estuvo fuertemente enraizado, al menos en un primer momento, en el contexto de los gustos y modelos itálicos (Madrid, 1997-1998, 161-170); li-gazón perceptible, en todo caso, ya desde finales del siglo II a.C. en los ambientes públicos y privados de la ciudad. No obstante, de manera progresiva se adoptaron nuevos tipos y modelos presentes en los grandes programas augusteos de la metró-poli, como bien evidencian –entre otros– los capiteles corintios de la scaenae frons del teatro (Ramallo, 2004, 172-176) o el capitel procedente del porticado del pe-ristilo de las termas del Molinete (uide infra; Noguera-Madrid, 2009b, 174-182).

Los edificios y equipamientos públicos, construidos en el sector occidental de la ciudad, redujeron el espacio disponible para el hábitat doméstico56, que fue desplazado hacia la mitad oriental del casco urbano, al este de las actuales calles Serreta y Caridad, tal y como acreditan la distribución topográfica de los hallaz-gos de elementos pertenecientes a la decoración escultórica y pictórica doméstica (Noguera, 2001, 138-166; Fernández Díaz, 2008) y, sobre todo, descubrimien-tos tan relevantes como los del PERI CA-4/Barrio Universitario57; en este sector se aprecia una retícula de cardos y decumanos (ligeramente irregular y con una orientación distinta a la del sector occidental) entre los cuales se encajaron vivien-das de variada tipología (fig. 1, G)58.

A finales del siglo I a.C. e inicios del I d.C. se acometió la tercera y última fase de reconstrucción de las viejas murallas republicanas. Dos de las inscripciones co-rrespondientes a estos trabajos aluden a Cn. Cornelius L. f. Gal. Cinna, IIuir, que financió sendos paños y que se ha asimilado con un cliente de los Cinnae nobiles e, incluso, con el propio nieto de Pompeyo Magno, cónsul en 5 d.C., el cual pudo haber sido nombrado duunviro honorífico y patrono de la colonia (Abascal-Ra-mallo, 1997, 86-94, n.os 3-4; Díaz, 2008c, 233-234). Estos epígrafes añaden a la significativa fórmula f(aciendum) c(urauit) i(dem)q(ue) p(robauit) la expesión ex d(ecreto) d(ecurionum).

Las manzanas reservadas a equipamientos públicos en la nueva retícula ur-bana de época cesariano-augustea fueron gradualmente ocupadas por los edificios

56. Ramallo-Ruiz, 1994a, 343; Ramallo-Ruiz, 1998, 49. Este proyecto debió contemplar im-portantes expropiaciones de suelo privado generadoras de ágrias polémicas, que en el contexto de la dicotomía ideológica augustea bien podrían incluirse en el “falso argumento” del respeto a la pro-piedad privada. Este fenómeno se aprecia claramente en las viviendas republicanas amortizadas para la construcción, por ejemplo, del peristilo del teatro (Ramallo, 1985, 44-45; id., 2001, 176-177; Noguera, 2002b, 84, con el resto de bibliografía).

57. Madrid, 2004, 31-70; Madrid-Celdrán-Vidal, 2004, 117-152; Madrid, 2005, 264-266; Madrid-Vizcaíno, 2006, 85-130; Madrid-Vizcaíno, 2007, 37-90; Madrid, 2008, 253-254; Ma-drid-Vizcaíno, 2008a, 57-66; Madrid-Vizcaíno, 2008b, 195-224; Madrid-Vizcaíno, 2008c, 255-256.

58. Como las casas denominadas de la Fortuna (Soler, 2000, 53-86; Martín Camino-Ortiz Mar-tínez-Portí Durán-Vidal Nieto, 2001, 19-52), de Saluius (Madrid-Celdrán-Vidal, 2004, 117-152; Madrid, 2008, 253-254) y otras (Madrid-Vizcaíno, 2008c, 255-256).

149

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

construidos en las últimas décadas del siglo I a.C. y la centuria siguiente. Destaca entre ellas la insula I del Molinete, en cuyo sector oriental se dispuso el denomi-nado Edificio del atrio59, cuya fundación puede establecerse en el último cuarto del siglo I a.C. a partir de la datación asignable al orden de su atrio (capiteles tos-canos provinciales combinados con basas ático-romanas) (figs. 1, A, y 2). La fun-cionalidad exacta de la construcción, emplazada en un área pública inmediata al sector del foro, aún se nos escapa con la información arqueológica disponi-ble, si bien recientemente hemos planteado en base a su tipología arquitectónica y a otros indicios ya reseñados en otra sede y en los que ahora no podemos in-sistir, la posibilidad de que pudiera tratarse de una Banketthaus o edificio para la celebración de banquetes conviviales de carácter ritual, celebrados en el con-texto de alguna corporación o asociación de la colonia (Noguera-Madrid-García, 2009, 128-138), quizá vinculada a una adyacente area sacra localizada en la ve-cina insula II, tal vez vinculable con cultos de raigambre oriental (Noguera-Ma-drid-García, 2009, 133, láms. 97-98). De la temprana cronología del referido orden toscano provincial se deriva una consecuencia inmediata: prueba nueva-mente el precoz proceso de marmorización acaecido en la colonia, sin duda pos-terior a la deductio colonial, para el que se recurrió a mármoles blancos locales precozmente explotados en las canteras del Cabezo Gordo, fenómeno que ha sido definido como contemporáneo a la introducción de los mármoles de prestigio e importados empleados en los grandes programas arquitectónicos acometidos desde finales del siglo I a.C. (Soler, 2009, 138). La cronología de los nuevos ha-llazgos del Molinete invita a suponer, en efecto, una datación anterior o, cuanto menos, coetánea a aquélla para el inicio de la explotación de los mármoles blan-cos locales y su empleo en la nueva arquitectura de la colonia.

El orden toscano fue empleado también en un monumental edificio coetáneo de la reconstrucción de las murallas y dispuesto en una insula ubicada al sureste de la plaza forense60, en la zona más deprimida de la vaguada (fig. 1, B). Consta-tado en los solares 2-8 de la calle Caballero (De Miquel-Subías, 1999, 119-121, edificio A), he propuesto su identificación como una hipotética amplia plaza ro-deada de un pórtico de doble nave (Noguera, 2002b, 67-70, figs. 2-7; id., 2004, 78; id.-Ruiz, 2006, 225-226), siendo junto con el referido Edificio del atrio, el más antiguo exponente del programa de renovación urbanístico-arquitectónica de la colonia (Noguera, 2002b, 67-70; Noguera-Soler-Madrid-Vizcaíno, 2009, 266-272). Sólo conocemos su chaflán suroriental –construido con muros de opus

59. Un detallado análisis del edificio en: Noguera-Madrid-García, 2009, 122-141. Sobre los capiteles toscanos de la ciudad: Martínez Rodríguez, 1998, 326-327, n.º 8-9, fig. 2, 7; Madrid, 1997-1998, 149-180.

60. Su trazado y orientación responden a las transformaciones urbanísticas de inicios de edad augustea (Martín Camino, 1995-1996, 205-213; Ramallo, 1999a, 13-14).

150

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

quadratum61 y dotado en su pared nororiental de una gran exedra62–, y parte de su perístasis interna de columnas con basas romano-áticas y capiteles toscanos de cronología augustea termprana63. Tipológicamente, la valoración conjunta de los restos conservados permite desechar su interpretación como un edificio basilical y tenerlo como una porticus duplex de doble nave –con sendas perístasis de co-lumnas, la interior toscana y la exterior quizá jónica– con exedras laterales, paseos cubiertos y una explanada central descubierta, tipológicamente asimilable a mo-delos desarrollados en la propia Roma64. Este género de plazas está documentada en Carthago Noua en la porticus post scaenam del teatro, siendo otro buen ejemplo de este tipo de arquitectura el peristilo de las Termas del Foro65.

61. Sus muros constaban de un zócalo integrado por sendas hiladas de grandes bloques de ca-liza micrítica sobre el que apoyaba el resto del alzado de sillares de arenisca, dispuestos a soga y ti-zón (Noguera, 2002b, 67-70, figs. 2-7; Noguera-Soler-Madrid-Vizcaíno, 2009, 266-272, fig. 11).

62. Amortizada por la construcción en época flavia de un presumible Augusteum (uide infra).63. Las basas apoyaban en zapatas de cimentación constituidas por grandes cubos de piedra

arenisca, los fustes son de arenisca estucada pintada de rojo y decorados en el imoscapo mediante un astrágalo, los capiteles están trabajados asimismo en arenisca estucada y policromada y son de pro-porciones cercanas a las del capitel toscano vitruviano. La aparición de este orden compuesto evi-dencia todavía una manifiesta ligazón a los modelos itálicos imperantes en los programas edilicios de la ciudad en época republicana, pero también la introducción de nuevos tipos ligados a los progra-mas augusteos de renovación arquitectónica de la propia Roma (Noguera, 2002b, 67-70, figs. 2-7).

64. Donde entre los años 15 y 7 a.C. se construyó en el barrio de la Subura la Porticus Liviae, cuyo interior –concebido como Augusteum– pudo albergar el Ara Concordiae recordada por Ovidio (Boudreau, 1984, 309-330; sobre los porticados de fines de la República y la primera edad imperial: Nünnerich-Asmus, 1994). Este tipo de plazas porticadas con exedras semicirculares remite tipológica-mente a espacios forales tan emblemáticos como el propio Foro de Augusto en Roma (zanker, 1968), construido en 2 a.C., el porticado con hemiciclos laterales del forum adiectum construido en edad ti-beriana en la colonia Iulia Arelate Sextanorum (Arles) (Gros-Torelli, 1988, 274, fig. 138), la porticus en cuyo interior se disponía el templo foral de Lugdunum Convenarum (Saint-Bertrand-de-Comminges) (Ward-Perkins, 1970, 9, fig. 7) o la que envolvía al del foro de Augusta Bagiennorum (Benevagienna), esta última dotada de dos hemiciclos en cada uno de los laterales porticados (ibidem, 6, fig. 3).

65. Que la topografía urbana de la ciudad contaba con secuencias monumentales de pla-zas porticadas (Jiménez, 1998, 11-30) lo avalan, asimismo, algunos epígrafes, lamentablemente de procedencia incierta, que aluden a pórticos y con los cuales es tentador relacionar este edificio. En uno de ellos se cita una porticus financiada a sus expensas por [‑]us Cn(aei) f(ilius) Men(ia tribu) y [‑] P(ubli) f(ilius) Pollio, siendo probatorio de su datación en el último cuarto del siglo I a.C. la fór-mula final f(aciendum) c(uravit) i(dem)q(ue) p(robavit) (Abascal-Ramallo, 1997, 130-132, n.º 22). En otra inscripción se refiere la construcción, a inicios del siglo I d.C., de parte de un pórtico y de una cripta por [C(aius) P]lotius Cis[si l(ibertus)] Princeps, pudiendo aludir las voces insulis emptis a insulae derruidas previamente a la construcción (ibidem, 132-135, n.º 24, lám. 30). No obstante, todas estas inscripciones se definen por su carácter descontextualizado, pudiendo aludir al antedi-cho espacio porticado, o bien a los pórticos del foro, del teatro o de cualquier otro edificio público de la ciudad. A la plaza porticada pudo aludir, en concreto, una placa marmórea, también hallada en las excavaciones en el referido solar de la calle Caballero, en cuya línea segunda se lee [‑ po]rti‑cus [‑] (Abascal-Ramallo, 1997, 132, n.º 22), aunque también es posible que aludiese al espacio

151

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

El edificio, cuyo uso se prorrogó hasta finales del siglo II o el primer tercio del III d.C., momento en que se abandonó y, ya en el segundo tercio del siglo III ex-perimentó el colapso (Noguera, 2002b, 70), es exponente del proceso de renova-ción arquitectónica acaecida en la ciudad en la segunda mitad y finales del siglo I a.C., posiblemente tras la promoción jurídica, y evidencia cómo los proyectos ar-quitectónicos ligados a dicha fase estuvieron fuertemente enraizados, como ocu-rrió a finales de la República, en los gustos y tradiciones más puramente itálicas (Madrid, 1997-1998, 161-170), si bien con la introducción de elementos como las basas romano-áticas y el recurso sistemático a materiales locales, más baratos y fáciles de conseguir.

El teatro fue, asimismo, pieza primordial del aparato monumental y símbolo de la urbanitas augustea, en claro contraste con el desinterés de las masas popu-lares por la dramaturgia en esta época. La ubicación del edificio en la topografía urbana fue cuidadosamente planificada, optándose por el escarpado declive no-roccidental del cerro de la Concepción (fig. 1, D), cuya roca fue tallada para sus-tentar la parte central de la cavea, cuyos laterales se cimentaron en substrucciones artificiales66. Frente a la orchestra, a la que se entraba por los aditus desde las basi‑licae anexas al escenario y en cuya proedria se sentaban los individuos más desta-cados de la comunidad, se alzaba el frente escénico, integrado por el proscaenium –de 43’60 m de anchura y con sus correspondientes frente y foso– y su fachada arquitectónica, para la que hasta ahora se había postulado una altura de unos 16 m de altura y un doble orden de columnas corintias y articulada mediante tres exedrae; no obstante, en base a la recientemente revisión de los materiales ar-quitectónicos del frente escénico, se ha postulado un posible triple orden (Rama-llo-San Martín-Ruiz, 1993, 51-92; y, en particular, Ramallo-Ruiz, 1998; para la nueva propuesta sobre el frente escénico: Ramallo-Ruiz-Murcia, 2010). Adosada al postscaenium se construyó la porticus post scaenam, configurada como una por‑ticus duplex de tres brazos con sendas perístasis, la exterior corintia y la interior jónica, y jardín central67. De unos 62 por 52 m, tenía un piso de altura y estaba

porticado que precedía el Augusteum adosado a la referida plaza en el devenir del siglo I (Noguera, 2002b, 71-72; Fuentes, 2006, 105-106).

66. Con un auditorio de unas 6000 personas, consta de los elementos constitutivos inheren-tes a este tipo de construcciones: cauea, orchestra, edificio escénico y los habituales anexos. La cá-vea está dividida en altura en tres mitades separadas por pasillos o praecinctiones. La suma cauea, a la cual se accedía probablemente desde el exterior, estaba íntegramente construida, dotada de una por‑ticus in summa cauea y estructurada en seis cunei separados por siete scalae, en tanto que a la ima y media cauea se accedía desde la orchestra por un sistema de cinco scalae que configuraban cuatro cu‑nei. Esta rígida organización de la cavea no sólo obedecía a criterios de óptima distribución de los espectadores, sino que era fiel reflejo de la estricta organización estamental de la sociedad romana.

67. Ramallo, 2000a, 100, 108, 111-113, 114-115, 116; id.-Ruiz, 2001, 52-53; Ramallo, 2004, 183-188, figs. 28, 31-32; id., 2006c, 267-290. Quizás a este peristilo, para cuyos órdenes se

152

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

delimitada por muros de opus quadratum de arenisca en cada uno de cuyos late-rales se dispusieron sendos hemiciclos (Ramallo-Ruiz, 2001, 52-53). La arenisca estucada y pintada fue el material prevalentemente empleado en este edificio68.

Destaca la riqueza ornamental y el valor simbólico de la scaenae frons, en cuya ornamentación arquitectónica y escultórica se recurrió a mármoles importados de Luna-Carrara69: así ocurrió con las basas áticas y los capiteles corintios que, tipo-lógicamente inspirados en los modelos del templo de Mars Ultor del Foro de Au-gusto de Roma70, fueron realizados por talleres de altísima calidad imbuidos de los estilos artísticos generados por los grandes programas augusteos de renovación urbanístico-arquitectónica de la propia Roma. Incluso no es descartable la even-tualidad de que fuesen los propios talleres urbanos de Roma los que, tras terminar sus trabajos en Roma, abordasen éste y otros encargos en las provincias occidenta-les (Mar-Pensabene, 2001)71. El resto de elementos del frontis fueron trabajados en piedras locales de fuerte coloración al objeto de obtener contrastes cromáticos: travertino rojizo de las canteras de Mula (Soler, 2005a, 141-164) para los fustes y calizas grisáceas para el podium y el entablamento.

Lo conocido del programa epigráfico aporta información sustancial respecto a la datación del edificio y algunos de sus patrocinadores. Gracias a la referida polí-tica de nombramiento de patronos, los jóvenes príncipes Gaius y Lucius Caesares, hijos de Agrippa, sufragaron muy probablemente el programa marmóreo del frente escénico, en tanto que el resto de la inversión recaería en acaudalados potentados

recurrió a la piedra arenisca estucada, aluda el mencionado epígrafe que refiere la construcción de parte del pórtico y de la cripta por parte de [C(aius) P]lotius Cis[si l(ibertus)] Princeps. De ser así, los vocablos insulis emptis del texto podrían aludir a las insulae derruidas para la construcción del pórtico, operación que comportó la amortización y colmatación por un potente relleno de nivela-ción de viviendas como la de época triunviral o augustea temprana documentada en la calle Nueva, esquina con calle Dr. Tapia (Martínez Andreu, 1985, 129-151; para el epígrafe: Abascal-Ramallo, 1997, 132-135, n.º 24).

68. Articulación similar a la del peristilo del teatro de Volterra, de época claudia (Munzi, 1993, 52). Tipológicamente estas estructuras porticadas dotadas de exedras semicirculares encuen-tran parangones en espacios forales tan emblemáticos como el propio Foro de Augusto en Roma (zanker, 1968), construido en 2 a.C., los referidos porticados del forum adiectum tiberiano de Ar-les, el foro de Lugdunum Conuenarum o el de Augusta Bagiennorum (uide supra nt. 64).

69. Lo cual representa un caso excepcional por su precocidad en el cuadro del proceso de “marmorización” desarrollado en Hispania a partir de época julio-claudia (época tiberiana Italica o claudio-neroniana/flavia en Augusta Emerita).

70. Ramallo, 1996a, 221-234; Martínez Rodríguez, 1998, 327-331, n.º 10-15, fig. 2, 8-10; Ramallo, 2004, 172-176, 186-188 y 190-193; Domingo, 2005, 30, figs. 14-15; 35.

71. Incluso parece estar cada vez mejor constatado el hecho de que las propias oficinas ejecu-toras del Foro de Augusto pudieron desplazarse, entre otras ciudades, a Córdoba al objeto de aco-meter “copias” del proyecto metropolitano (Márquez, 2000, 110-111). De ser así, ello plantearía ciertas interrogantes acerca de la fecha de conclusión de la fachada escénica.

153

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

locales, como L. Iunius Paetus o [C. P]lotius Princeps. A los dinteles que coronaban el acceso a los aditus desde la orchestra con inscripciones dedicatorias a Gaius y Lu‑cius Caesares cabe sumar otros dos altares del pulpitum dedicados por L. Iunius L. f. T. n. Paetus a Fortuna y a G. Caesar, respectivamente, la cronología del segundo de los cuales, encuadrable entre 5 a.C. y 1 d.C., avala fehacientemente el mo-mento de dedicación del edificio72. Referente al Bildprogramme del edificio, poco ha restado. Destacan tres altares cilíndricos de mármol lunense ornados cada uno de ellos con tres musas danzantes73 y las alegorías de las divinidades capitolinas (Ramallo, 1999c, 51-102; id., 1999c, 523-542); importados de officinae metro-politanas y dispuestos sobre el pulpitum, son muestra elocuente de la difusión en provincias del nuevo arte oficial basado en el clasicismo neoático74. La concentra-ción de esculturas e inscripciones honorarias y religiosas en el frente escénico –in-tegrado en el circuito de la nueva liturgia y concebido como espacio de exaltación imperial generador de concordia entre el Estado, la domus Augusta y la ciudadanía reunida en la cauea– determina la confluencia de los más arraigados valores nacio-nales, simbolizados por la tríada capitolina, con los fundamentos del naciente ré-gimen imperial expresados mediante las dedicatorias a los sucesores de Augusto.

El empleo selectivo de los marmora de prestigio, locales e importados, se cons-tata también en el peristilo de las denominadas Termas del Foro, construidas po-siblemente en el transcurso de las dos primeras décadas del siglo I75 en el sector occidental de la insula I, junto al ya mencionado Edificio del atrio (figs.  1, A, y 2). Dotadas de un recorrido de esquema lineal-simple o lineal-axial y recorrido

72. Estas vinculaciones del edificio a los nietos y herederos políticos de Augusto se concre-tan, asimismo, en una placa dedicada a L. Caesar por un miembro de los Postumii locales (Abascal, 2002, 35). El programa epigráfico era más amplio, como bien acredita la inscripción con litterae aureae dispuesta en el pavimento de la orchestra y algunas otras placas marmóreas con dedicatorias a Gaio y Lucio césares (Ramallo, 2003c, 189-212). Sobre el programa epigráfico se ha publicado una nutrida literatura; véase básicamente: Ramallo, 1992, 49-73; id., 1996b, 307-309; Abascal-Rama-llo, 1997, 115-120, n.os 12-13, láms. 18-19.

73. Cuyos esquemas tipológicos arquetípicos remiten a la Grecia de los siglos V y IV a.C.74. La decoración del escenario se completó con el devenir del tiempo. Así, ya en el siglo I

d.C. dos estatuillas de Apolo –evocado según el tipo del “Aktiumrelief ”, conservado en el Museo de Bellas Artes de Budapest, aunque procedente de Avellino, cerca de Nápoles (LIMC, II, 1984, s.v. Apollon/Apollo, 410, n.º 335; y 443 ([Simon])– se agregaron, acaso, como parte de la decoración del pulpitum (Ramallo, 1999c, 117-136; Ramallo, 2008, 373).

75. Aunque no se han documentado niveles constructivos asociados a la fundación del edi-ficio y el material latericio usado en concamerationes e hypocausta, se fecha genéricamente entre los siglos I-II (los tipos de los ladrillos empleados en las diferentes suspensurae, fundamentalmente pe‑dalis y sesquipedalis, se acercan a modelos del siglo I) (Murcia-Madrid, 2003, 260), la decoración arquitectónica del peristilo, así como los restos escultóricos asociables al complejo (Noguera, 1991, 114-115, n.º 27, lám. 27, 3; id., 1992, 267-268, lám. III; Noguera-Madrid, 2009c, 75-95), permi-ten postular su construcción en el transcurso las dos primeras décadas del siglo I.

154

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

retrógrado (Madrid-Noguera-Velasco, 2009, 90-114)76, uno de los elementos más característicos del conjunto termal es su peristilo, casi íntegramente excavado entre los años 2008 y 2009, al cual debió accederse desde el decumanus II y desde el que se ingresaría al conjunto de salas frías y calefactadas propiamente dichas, concre-tamente al apodyterium‑frigidarium, como se verifica en otros muchos complejos termales (Nielsen, 1990, I, 163). Configurado a modo de un cuadripórtico rectan-gular77, los porticados que delimitan el espacio central al descubierto por el sureste, noreste y suroeste eran de una sola nave, estaban pavimentados con suelos de mor-tero y cubiertos con tejados a una sola vertiente; las columnas de sus perístasis eran de orden jónico canónico y estaban realizadas en arenisca (capiteles) y ladrillo (ba-sas y fustes) estucados y pintados. El pórtico noroeste, por el contrario, tenía una doble columnata, una exterior y otra interior, posiblemente al objeto de sostener el peso de la planta superior, solada con una potente capa de mortero y quizá cu-bierta con un tejado a dos aguas; las dos columnas centrales de la perístasis exterior estaban construidas combinando capiteles corintios de mármol de Luna-Carrara y fustes de travertino de Mula. El recurso a los marmora de prestigio de la época, en particular del mármol lunense como soporte material de los modelos oficiales vinculados a la propaganda imperial, en combinación con las piedras locales, evi-dencia la importancia dada a cada zona del peristilo, así como su concepción ar-quitectónica y ornamental (Madrid-Noguera-Velasco, 2009, 90-114).

Con todo, sin duda la urbs alcanzó la más elevada expresión de su dignitas con la construcción de la plaza forense y sus edificios adyacentes (fig. 1, C), cuyos

76. Asimilable a los tipos I o IV de Krencker; el tipo IV (1929, 177-181, figs. 234-240) corres-ponde a los edificios de plano lineal axial e itinerarios simétricos de Rebuffat (1970, 179-180), al axial simmetrical row type de Nielsen (1990, I, 69-70) o al tipo 4 dotado de itinerario simétrico de Bouet (2003, 179-181). Fernández Ochoa-Morillo-zarzalejos, 2000, 60, con dudas; para esta organización en las ciudades hispanas: Fernández Ochoa-Morillo-zarzalejos, 2000, 60 y 63-64). No obstante, la disposición del peristilo en uno de los lados del recorrido y de la sudatio en el opuesto podría evidenciar mejor su asignación al tipo I (Krencker, 1929, 177-181, fig. 234); el tipo es asimilable al axial row type de Nielsen (1990, I, 69), y a alguno de los subtipos del tipo 1 de Bouet (2003, 163-176, lám. 150).

77. Con unas dimensiones de 33,18 m de longitud por 17,51 m de anchura, su superficie de aproximadamente 580 m2 es prácticamente equivalente a la del resto del conjunto, hecho este que caracteriza a las termas de tipo campano como consecuencia de un proceso de progresiva reducción del tamaño de las palestras acaecido en el curso del siglo I (Lenoir, 1986, 216-221; Bouet, 2003, 144). El peristilo delimita un espacio central al aire libre que, de planta ligeramente trapezoidal, tiene unas dimensiones de 18,17 m de longitud por 9,34-9,83 m de anchura y una superficie de unos 174 m2; aunque es habitual en este tipo de instalaciones que los suelos sean de albero (Niel-sen, 1990, I, 163) y, menos frecuentemente, de mortero (Bouet, 2003, 144), dicho espacio se pa-vimentó con ladrillos formando una espina de pez (opus spicatum), (tipo de pavimento semejante, por ejemplo, al constatado en las termas alto imperiales de Coriouallum, Herleen, Holanda (Bröd-ner, 1983, 52, fig. z20; Nielsen, 1990, II, 21, C154). Carece de natatio, lo cual permite adscribirlo, desde la óptica de la tipología, al tipo 1 de Bouet (2003, 139-141).

155

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

espacios debieron ser planificados tras la promoción jurídica. Aunque aún sabe-mos poco del principal conjunto urbanístico-arquitectónico de la colonia, centro del poder religioso y político, los trabajos arqueológicos acometidos en particular en las dos últimas décadas en la Plaza de San Francisco y en la ladera suroriental del cerro del Molinete posibilitan establecer hoy día consideraciones topográficas, tipológicas y cronológicas bien fundadas, algunas de las cuales hemos expuesto en un reciente trabajo al que remitimos para mayor detalle (Noguera-Soler-Ma-drid-Vizcaíno, 2009, 217-302; también: Ramallo, 1989, 84-91; Berrocal-De Miquel, 1999, 187-194). El área forense, que parece haberse estructurado en de-rredor de, al menos, dos grandes espacios aterrazados y contiguos, se construyó en el sector suroccidental de la península, allá donde se erigieron las principales secuencias monumentales de la ciudad augustea y en cuya topografía el conjunto ocupó básicamente la zona baja del ángulo oriental del declive sureste del cerro del Molinete, así como parte de la vaguada que se extendía entre éste y el monte de la Concepción, disponiéndose su eje axial –orientado de sureste a noroeste– de forma tangencial al de la actual plaza de San Francisco. Sin duda, la topografía del borde más oriental del declive suroriental del Molinete ofrecía el escenario ideal donde emplazar una secuencia de aterrazamientos en los que distribuir los princi-pales edificios religiosos, políticos y administrativos de la colonia.

Esta situación debió facilitar su conexión con el resto de áreas urbanas, aun-que no sabemos todavía si estuvo directamente conectado con el decumanus maxi‑mus78 y la puerta noreste (actual de San José). La conexión con el área portuaria y la puerta Popilia dispuesta al noroeste del istmo se debió practicar seguramente por medio del decumano hallado en la plaza de los Tres Reyes. Los datos arqueo-lógicos sobre la red viaria permiten encajar, a grandes rasgos, la plaza forense y sus edificios circundantes en la nueva retícula urbana de edad cesariano-augustea. El conjunto estaba delimitado por sendos kardines79, en tanto que los edificios de su flanco sureste quedaban circunscritos por un decumanus80. Sin embargo, aún no poseemos información acerca del límite de las estructuras arquitectónicas que ce-rraban el foro por su lado noroeste, las cuales, en todo caso, debieron de estar po-siblemente encajadas en los recortes en la roca natural del cerro del Molinete, ya aterrazada desde época cartaginesa (Noguera, 2003b, 23-26). El límite noroeste de la terraza superior estuvo definido, al menos desde época augustea temprana, por

78. Constatado en la plaza de la Merced, calle San Diego/esquina con Sor Francisca Armendáriz y calle San Diego, 1-3 (Martínez Sánchez, 2004, 195-204), así como en la plaza de los Tres Reyes.

79. Identificado el del lateral suroccidental en la calle San Francisco, 8 (Méndez, 1997, 28-30; Bahamonde Bago, 2009, 7-34) y el del lado nororiental en la calle Adarve (Martín Camino, 2006, 64).

80. Constatado en las calles Caballero, 2-8 (Noguera, 2002b, 66-67, fig. 2), San Antonio el Pobre, 3 (Martín Camino-Roldán, 1997a, 42-51) y en el antedicho solar de la calle San Francisco (Méndez, 1997, 28-30; Bahamonde Bago, 2009, 7-34).

156

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

un decumano orientado de suroeste a noreste, construido con losas poligonales de caliza micrítica y de, aproximadamente, 2,40 m de anchura (Roldán-De Miquel, 2002, 263, fot. 8; y 282), cuya prolongación hacia el noreste fue documentada en la calle Adarve; según Roldán y De Miquel, dicha vía atravesaba la explanada en toda su anchura y fue amortizada en época julio-claudia al construir el muro de contención de la terraza superior (Roldán-De Miquel, 2002, 263 y 282).

La topografía escogida para su ubicación impuso un aterrazamiento del foro y sus edificios, lo que se tradujo en una concepción paisajística y escenográfica que debió ser aprovechada con un doble objetivo simbólico y funcional. Funcio-nal pues los edificios del conjunto se emplazaron a distintas cotas, configurándose una neta jerarquía entre ellos; y simbólico pues el recurso a la orografía del te-rreno acrecentaba notablemente la representatividad del espacio religioso81, cuyo templo alzado sobre una terraza debía dominar la totalidad del foro y sus edificios civiles y administrativos, dispuestos a una cota sensiblemente inferior, testimo-niando así una patente jerarquía entre el mundo de los dioses y el de los hombres, así como el directo patrocinio de aquéllos sobre éstos (Noguera, 2002a, 76; id., 2003b, 46). Al respecto, lo conocido del Bildprogramme forense, auténtica galería histórica de la ciudad y elenco de las personalidades que habían tutelado su evo-lución, es buena prueba de esta doble funcionalidad. En efecto, el Estado y las élites ejercían su patrocinio y representación – como ocurrió en el teatro– en este ámbito, cuyo paisaje debió estar –a juzgar por los indicios que poseemos– abun-dantemente poblado de estatuas religiosas y honoríficas, así como de textos epi-gráficos de carácter jurídico, honorario y conmemorativo cuya cronología abarca desde finales del siglo I a.C. al primer tercio del III d.C. (para la epigrafía: Abas-cal-Ramallo, 1997, 170-218, n.º 41-60; Noguera-Abascal, 2003, 22-31, n.os 1-7, figs. 5-13; para la escultura: Noguera-Soler-Madrid-Vizcaíno, 2009, 261-265). Destaca al respecto el reciente hallazgo de un fragmento de pedestal ecuestre de travertino rojizo local dedicado post mortem por los colonos y habitantes de la ciudad a C. Laetilus M. f.; el nuevo texto revela la carrera completa de este personaje, que puede asimilarse al magistrado monetal C. Laetilius Apalo IIv(ir) q(uinquennalis), presente en las emisiones datadas hacia 12 d.C., cuya actividad es conocida por otros indicios epigráficos. Además de probar cuán destacados fueron los homenajes recibidos por algunos evergetas y mecenas de la colonia, el hallazgo permite reinterpretar como pedestal ecuestre el recuperado en la calle Honda y dedicado entre 100 y 150 d.C. a Lucio Numisio Leto por el ordo decu‑rionum (Abascal-Ramallo, 1997, 202-207, n.os 54), lo que evidencia fehaciente-mente la existencia en el foro de la capital conventual de pedestales ecuestres del

81. Como ocurre en Belo y en otros casos similares, como Brescia (Italia) (Frova, 1990, 341-363) y Sufetula (Norte de áfrica) (Duval-Baratte, 1973).

157

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

tipo de los conocidos en otras ciudades de la Bética, la costa mediterránea e, in-cluso, el interior peninsular (Abascal, 2009b, 103-113).

El límite noroeste de la terraza superior del foro82 estuvo conformado por una gran plataforma aterrazada, sobre la que posiblemente se alzó el templo fo-rense, cuya cronología y configuración arquitectónico-estructural son difíci-les de precisar debido a la ausencia de contextos estratigráficos definidos y a la elevada cantidad de alteraciones debidas al expolio de material constructivo acaecido en los siglos IV y V para construir la ciudad tardorromana (Vizcaíno, 2002, 205-218)83. Construída sobre estructuras amortizadas de filiación carta-ginesa –un gran lienzo de opus africanum de ca. 3 m de longitud (Noguera-So-ler-Madrid-Vizcaíno, 2009, 217-302)–, se trata de una plataforma de la cual se conserva parte del núcleo y dos muros perimetrales de gran envergadura levanta-dos en diversos tipos de fábrica84. El muro sureste, que la delimitaba de la terraza inferior y tenía unos 33 m de anchura por casi 3 m de altura, se construyó en opus caementicium revestido de un excepcional uittatum de pequeños sillares de are-nisca, de no más de 50 cm de longitud, directamente apoyados en seis grandes refuerzos adosados a su cara externa, todos de igual aparejo y material, con zóca-los de caliza y alzados de sillares de arenisca –de ca. 1 m por 45/60 cm– que al-canzan una altura máxima conservada de 2,40 m (Antolinos, 2003, 115-160)85. Estas estructuras, cuya construcción supuso la amortización del referido decu-mano que delimitada la explanada enlosada de la terraza inferior en su lado corto noroeste, deben interpretarse como meros contrafuertes (Noguera, 2003b, 44;

82. Roldán-De Miquel, 1996, 56-57; Roldán-De Miquel, 1999, 57-65; Roldán-De Miquel, 2002, 263-267, figs. 8a-b, fots. 3, 8-10; y 282-284.

83. A ello hay que sumar que las estructuras arquitectónicas construidas sobre dicho aterra-zamiento están arrasadas por edificaciones de los siglos XVII al XX (Roldán-De Miquel, 2002, 286-293), lo que impide plantear cualquier precisión sobre la tipología y cronología del edificio allí construido, seguramente un templo. En todo caso, la excavación de parte de los rellenos de su nú-cleo y de su frente suroriental puso de manifiesto la existencia de, al menos, dos fases bien definidas en su configuración urbanística y arquitectónica.

84. El suroccidental, de longitud todavía imprecisa, dado que su excavación está inconclusa, es un sólido quadratum construido con sillares almohadillados de más de 1 m de longitud.

85. Salvando las distancias, el parapeto reforzado con contrafuertes de la terraza superior es similar al constatado en el lateral oriental del foro de Segobriga delimitado por la basílica, el cual se alza sobre una terraza cuyo muro de contención estaba sujeto por doce antae, formadas por pedesta-les epigráficos, entre las cuales se encajaron once tramos de escaleras (Abascal-Almagro-Gorbea-No-guera-Cebrián, 2007, 697-699, figs. 9-10; Abascal-Almagro-Gorbea-Cebrián, 2007, 66-68, fig. 5). En Cartagena los espacios entre contrafuertes no albergaron escaleras de acceso desde la terraza in-ferior a la superior, a la cual se accedía mediante dos monumentales escaleras dispuestas a ambos la-dos del mencionado parapeto; de 3,75 m de anchura cada una y construidos sus 12 peldaños con losas de caliza, estaban delimitadas por gruesas antae de sillares de caliza y arenisca.

158

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

Antolinos, 2003, 125)86. Atendiendo a los datos expuestos, la cronología de esta imponente estructura se ha fijado genéricamente en época augustea (Roldán-De Miquel, 2002, 282-285), dirección en la que apuntan las analogías de las técni-cas constructivas con las empleadas en otros monumentos más o menos contem-poráneos87, la datación del material arquitectónico decorado recuperado en el sector noroccidental del foro y la fechación augustea aplicable a una inscripción pavimental de letras áureas.

La configuración tipológica del flanco noroeste del foro mediante una terraza sobreelevada, sustentada por contrafuertes y con sendas escaleras de acceso, de-lante de la cual se ubicó –ya en el ámbito de la terraza inferior– una estructura a modo de tribuna88, tiene uno de sus mejores paralelos en el foro de Baelo Claudia (Tarifa, Cádiz)89. A partir de estas analogías, más o menos precisas, la terraza su-perior de Cartagena se ha interpretado como un capitolium precedido de un area publica configurada como un espacio civil que, abierto a las arengas, quedaba bajo la directa protección de la tríada divina90. Sin embargo, como ya he referido en otras ocasiones, las antedichas semejanzas no avalan por sí mismas tal interpreta-ción como espacio dedicado a la Tríada Capitolina91, máxime si consideramos que las estructuras arquitectónicas alzadas sobre la terraza están totalmente arrasadas por construcciones modernas (Roldán-De Miquel, 2002, 286-293), lo que obs-taculiza cualquier precisión referente a la tipología y cronología del edificio aquí

86. No siendo factible –considerando su emplazamiento delante del hipotético templo y la con-siguiente dignitas del lugar– tenerlos como edículas de carácter cultual (Roldán, 2003, 100) o como ambientes de uso comercial (Roldán-De Miquel, 2002, 265).

87. Como la hipotética porticus duplex de la calle Caballero, 2-8, el teatro y la propia curia (Ruiz-De Miquel, 2003, 271-272, fig. 3, láms.  1-4; Fernández-Antolinos, 1999, 249-257; No-guera-Ruiz, 2006, 197-198; Soler-Antolinos, 2008, 116-134).

88. Se trata de una estructura, estrecha y alargada, de unos 4,5 m por 9 m, que se ha inter-pretado como una pequeña tribuna. Dispuesta en sentido perpendicular al eje axial de la terraza, se accedía a ella mediante una escalinata, de 3,70 m de anchura, mientras que el espacio adyacente estuvo pavimentado con un sencillo placado marmóreo de losas rectangulares de mármol bardi‑glio de Luna ordenadas en disposición isódoma (Roldán-De Miquel, 1996, 56-57; Roldán-De Mi-quel, 1999, 57-65; Roldán-De Miquel, 2002, 263-267, figs. 8a-b, fots. 3, 8-10; y 282-284; Soler, 2005b, 42-43).

89. En efecto, en su lado corto septentrional se dispuso el área capitolina en un espacio sobree-levado mediante un podio, al cual se accedía por sendas escaleras laterales y delante del que se dispo-nía una fuente, una tribuna de arengas y sendos sacella de culto dinástico. En época neroniana, aunque con antecedentes augusteos, se construyeron tres templos sobre la plataforma sobreelevada, confor-mándose un amplio espacio de culto cuyo pronaos pudo ser la propia explanada y sus cellae los tem-plos que albergarían los simulacros de las deidades capitolinas (Sillières, 1995-95, 285-298; id., 1997, 87-96; Bonneville-Fincker-Sillières-Dardaine-Labarthe, 2000; Márquez, 2008, 115, figs. 98 y 104).

90. Roldán-De Miquel, 1996, 56-57; Roldán-De Miquel, 1999, 57-65; Berrocal-De Miquel, 1999, 187-194; Roldán-De Miquel, 2002, 263-267, figs. 8a-b, fots. 3, 8-10; y 282-284.

91. Sobre los capitolia hispanos: Blutstein-Latrémolière, 1991, 43-64.

159

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

existente. En todo caso, sobre una terraza de esta naturaleza cabe suponer la exis-tencia de un edificio templar (Sánchez, 1999), dedicado bien a la tríada capitolina bien al culto del emperador, siendo sugerente y probable su identificación con el templo dedicado a Augusto, construido una vez instaurado el culto al empera-dor divinizado en el reinado de Tiberio. Con su construcción podría relacionarse la emisión monetal RPC 174-178, acuñada por los duunuiri quinquennales Tu‑rullius y M. Postumius Albinus a inicios de edad tiberiana92. Los materiales arqui-tectónicos recuperados en la excavación de esta zona del foro se fechan en época augustea tardía o tiberiana (Noguera-Soler-Madrid-Vizcaíno, 2009, 256-261), ofreciendo un marco cronológico bien definido para los edificios emplazados en esta zona93. A este edificio templar, aunque también a cualquier otro de orden gi-gante, pudieron pertenecer dos fragmentos de un posible capitel de pilastra de cronología augustea tardía hallados fuera de su contexto original (Ramallo, 2004, 198-199, figs. 40-42; Pensabene, 2006, 117, nota 14).

El lado corto sureste de la terraza inferior estuvo delimitado por una serie de ambientes rectangulares –definidos habitualmente como tabernae al extrapo-lárseles una incierta función comercial– constatadas en un sondeo arqueológico

92. Llorens, 1994, 71-74 (emisión XVI, que data entre los años quinquenales 17/18 y 23/24 d.C.); id., 2002, 52; Abascal, 2002, 22, 25 y 29, tabla I, quien propone una data ca. 22 d.C. En el re-verso de los semis de la referida serie se troqueló la imagen de un templo, alzado sobre un bajo podium, con pronaos tetrástilo rematado por un frontón y los batientes de la puerta de acceso a la cella dispues-tos en el intercolumnio central; en el arquitrabe muestra la leyenda AVGVSTO. De hecho, conside-rando la petición formal cursada en el año 15 por la ciudad de Tarraco al propio Tiberio, solicitando autorización para la edificación de un templo a Augusto divinizado en la colonia que sirviese de ejem-plo a seguir por el resto de ciudades de la provincia de Hispania Citerior (Tac. ann. 1, 78) (Mackie, 1983, 137), no es imposible que la emisión de Carthago Noua conmemorase la construcción de un templo de culto dinástico (Beltrán, 1946, 315-316; Grant, 1946, 217; Etienne, 1958, 222; Ramallo, 1989, 93). Otros autores han rechazado la vinculación entre la autorización tiberiana y el templo re-presentado en esta acuñación monetal, que llegan a situar en vida de Augusto (D’Ors, 1952, 197-227; Jenkins, 1983, n.º 497-499). Aunque en muchas ocasiones las evocaciones de edificios en soportes monetales siguen modelos estandarizados (Sutherland, 1934, 32, n.º 7, para la emisión monetal de Cartagena), no menos cierto es que los templos y otros monumentos urbanos tuvieron cumplida pre-sencia en toda suerte de soportes figurativos, entre ellos, las monedas (Escudero, 1981, 153-203; No-gales, 2000, 31-34), razón por lo que alguna de las hipótesis aducidas parece plausible, no tanto por las concomitancias entre modelos arquitectónicos como por las de contexto histórico y cronología. Ade-más, el periodo transcurrido entre la demanda planteada por la provincia a Tiberio y la data de la refe-rida acuñación en torno al año 22 d.C. convendría a la construcción del edificio.

93. Estos materiales y su datación entroncan con una nutrida nómina de elementos arquitec-tónicos marmóreos de carácter ornamental, carentes de procedencias precisas y datables en época augustea tardía y tiberiana. Integran el conjunto cornisas, dinteles, frisos, jambas, sofitos, cornisi-tas de muy variadas tipologías... (Ramallo, 1999b, 211-231), que siguen modelos decorativos me-tropolitanos más o menos contemporáneos propagados por las provincias mediante talleres urbanos desplazados ex profeso.

160

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

practicado en 1985 en la plaza de San Francisco (Berrocal, 1987, 137-142; id., 1997, 63-71)94. Estas estructuras pueden fechase en época augustea tanto por la tipología y el estilo de su decoración arquitectónica, como por ser contemporá-neas de las que delimitan el lado noroeste de la terraza (Berrocal, 1997, 63-71). Aunque en ocasiones se ha propuesto implícitamente un uso comercial, nada avala dicho empleo95, no siendo descartable interpretarlos como espacios para la autorrepresentación de las élites locales96; en este sentido incidiría el hecho de que, al menos, una de las estancias conservase restos de sectilia pavimentales.

Las dimensiones de la explanada al aire libre de la terraza inferior, que posible-mente estaría delimitada por un porticado perimetral (del que, en todo caso, no co-nocemos resto alguno), puede calcularse con cierto grado de fiabilidad. En efecto, dicho espacio tuvo formato rectangular y unas medidas de unos 33 m de anchura –marcados por el ancho del muro de sustentación de la terraza superior– por unos 76 m de longitud, distancia entre este último y las referidas tabernas de la plaza de San Francisco. No hay apenas testimonios arqueológicos in situ que permitan conocer las características de esta plaza, si bien el hallazgo –fuera de su contexto original97– de una losa epigráfica permite plantear hipótesis respecto a su pavimen-tación, realizada con losas de caliza micrítica98. De 61 x [72] x 21,5 cm, conserva

94. En esta zona se constataron restos de tres de estos espacios, alineados de suroeste a no-reste y, al parecer, abiertos al noroeste; de 5,08 m por 6,40 m, tenían amplios umbrales, de más de 4 m de luz, con quicios y rieles para su cierre mediante paneles correderos de madera. La fachada del ambiente central conservaba parte del alzado; estaba enmarcado por pilastras labradas en sillares de travertino rojo, de los que únicamente se conserva el inferior del puntal izquierdo, con el arran-que de un fuste liso y una basa ática sobre plinto cuadrangular, compuesta por dos toros disimétri-cos separados por una escocia abierta de sección parabólica enmarcada por sendos filetes y coronado por un caveto sobre listel en el que apoyaría la pilastra propiamente dicha; combinación de mol-duras similar a la de tipos datables hacia el cambio de Era (Noguera-Soler-Madrid-Vizcaíno, 2009, 217-302). Destaca asimismo el sectile del pavimento, del que ignoramos el esquema decorativo, y el umbral ejecutado con la yuxtaposición de tres sillares de travertino pulimentado (Soler, 2005a, 150-151). A este conjunto pudo pertenecer un fragmento de dintel decorado por tres de sus lados, fechable en época julio-claudia y recuperado en el transcurso de la referida excavación (Ramallo, 2004, 194-195, fig. 38 a-b), el cual casa perfectamente con otro fragmento de igual dimensiones y tipología conservado de antiguo en el Museo Arqueológico Municipal de Cartagena.

95. Que es más coherente aplicar a otros espacios de la ciudad ubicados en las inmediaciones del área portuaria (Noguera, 2003b, 29-31)

96. De manera similar a los construidos en el pórtico meridional del foro de Segobriga (Abas-cal-Cebrián-Trunk, 2004, 240-241) o los ambientes monumentalizados en el foro de Ampurias (Aquilué-Monturiol, 2004, 41).

97. Fue recuperada en el verano de 2002 al acometer el desmonte del testigo perimetral sur de una excavación en la calle Jara, 17 (López-Soler-Berrocal, 2001, 61-62).

98. De hecho, dado que buena parte del material arquitectónico del foro fue reutilizado en los edificios de la ciudad tardorromana, no es improbable que este epígrafe fragmentario se adscriba a dicho conjunto, formando parte del titulus de letras áureas que celebraría la pavimentación de la

161

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

parte de una inscripción de litterae aureae o auratae con letras capitales cuadradas de 22 cm de altura y de excelente ejecución paleográfica (Noguera-Abascal, 2003, 53-58, figs. 34-35). Este género de inscripciones suelen ser augusteas o inmedia-tamente posteriores, razón por la que parece plausible extender dicha datación a la pavimentación del foro. A modo de ejemplificación, hemos propuesto –como po-sibilidad– vincular el texto conservado –AP[‑]– con el IIuir quinquennalis C. Lae‑tilius M. f. A[palus?]; caso de probarse esta hipótesis, dispondríamos de un nuevo dato que avalaría el protagonismo alcanzado por este mecenas y magistrado local. Estos indicios apuntan a las sumas devengadas por algunos de los más acaudalados miembros de la élite local, -ávida de obtener la deseada promoción social y conver-tida en garante de la urbanitas de la colonia-, las cuales debieron ser esenciales en la configuración del espacio forense y de sus principales edificios.

Poco sabemos respecto al cierre de los laterales sureste y noroeste de la te-rraza inferior del foro, si bien puede hipotetizarse que estuviesen delimitados por porticados tras los que se alzarían edificios de carácter administrativo, político y judiciario, tales como el tabularium y la basílica, entre otros. A las antedichas es-tructuras forenses cabe sumar un imponente edificio hallado en las excavaciones acometidas entre 2002 y 2005 en la calle Adarve, en concreto en el ángulo sep-tentrional del lateral largo suroriental99, cuya interpretación como curia es facti-ble, aunque no excluyente. A ello contribuye el notable grado de expolio a que fue sometido tras su ruina y, en particular, durante la construcción de las mura-llas de Felipe II. Dispuesto formando ángulo recto con las referidas estructuras del lado corto nororiental, contribuye a configurar el foro en esta zona, si bien desconocemos todavía su exacta conexión con la explanada. De 22 m de longi-tud por 12 m de anchura y orientado de sureste a noreste, se articula en dos es-pacios diferenciados: un espacio precedente de difícil interpretación100 y un aula

plaza (para las propuestas de lectura del texto fragmentario: Noguera-Abascal, 2003, 53-58). Re-cientemente, en el transcurso de las excavaciones en la vertiente suroriental del cerro del Molinete, hemos hallado un nuevo fragmento de losa, que en estos momentos estamos estudiando en colabo-ración con el prof. J. M. Abascal (Abascal-Noguera-Madrid, 2012).

99. Ruiz-De Miquel, 2003, 267-281; Soler, 2004, 462-464; Noguera-Ruiz, 2006, 222-226; Martín Camino, 2006, 69-70.

100. Conservado a nivel de cimentación y muy afectado por la construcción de la referida muralla, presenta al menos cuatro correas de cimentación que delimitan un espacio cuadrangular –de casi 6 m de lado y unos 33 m2– pavimentado en origen, tal y como avalan los restos de camas de cal (Martín Camino, 2006, 70). Estos restos han posibilitado interpretarlo como un patio flan-queado por una galería porticada de unos 10 por 9 m, si bien sus límites exactos son por el mo-mento imprecisos. En el lado oriental del patio quedan los restos de dos basamentos rectangulares de 1,80 por 1 m, cuya funcionalidad es, por el momento, controvertida, pues aunque pudieron ser zapatas de cimentación vinculadas con la fachada de ingreso al aula (ibidem, 2006, 70), también podrían haber servido de basamentos para estatuas, quizás ecuestres, de manera análoga a las de la

162

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

ricamente ornamentada, articulada como un amplio espacio diáfano y de planta casi cuadrangular, algo más ancha que profunda101. Estuvo presidida por una es-tatua102 que, en razón de su lugar de hallazgo, dimensiones, datación y modelo ti-pológico-iconográfico, podría identificarse con una togata effigie de Augusto en su calidad de Pontifex Maximus, togado y uelato capite, lo que por demás es muy frecuente. En alguna ocasión se ha propuesto su asimilación con el genius Au‑gusti, cuya evocación se alzó en el Aula del Colosso del Foro de Augusto (Ungaro, 2008a, 42-56, lám. 5-11, figs. 4-7; id., 2008b, 402-414, figs. 3-9)103, pero la pre-sencia del scrinium en el lado izquierdo invalida dicha propuesta.

Apenas se han recuperado restos de la decoración arquitectónica del edifi-cio104, pero sí de su programa ornamental basado en la aplicación de revestimientos

curia de Timgad. Al respecto, téngase en cuenta que recientemente se ha podido comprobar la exis-tencia de este género de monumentos en el foro de la colonia (Abascal, 2009b, 103-113).

101. Conserva dos de sus muros perimetrales: el septentrional, con un zócalo de mampues-tos de 1,20 m de anchura, y el oriental, también de mampostería y de 0,60 m de anchura, que se encuentra adosado a un muro ejecutado en un excelente opus quadratum donde se alterna el uso de sillares de arenisca y caliza (Martín Camino, 2006, 68). No obstante, el alzado de los paramentos perimetrales debió ejecutarse mediante el recurso al opus quadratum, tal y como sugiere el destacado volumen de sillares de arenisca recuperados en los niveles de colapso y abandono del edificio, algu-nos de los cuales conservan los mechinales para las vigas del techo (ibidem, 2006, 79, lám. 16). El uso de un doble aparejo, sumado a la inusual anchura de los muros, pudo estar relacionado con la apertura de nichos, tal vez destinados a albergar las imágenes tan habituales en este tipo de edificios, pudiendo ser indicativo, a su vez, de la considerable altura alcanzada (Noguera-Ruiz, 2006, 198).

102. Para su análisis tipológico, iconográfico y estilístico: Ruiz-De Miquel, 2003, 272-278, láms. 5-12; La ciudad en lo alto. Caravaca de la Cruz. Exposición 2003, 2003, 57 (J. M. Noguera); Noguera-Antolinos, 2003, 100-101, y 137, n.º 16. Insertable en el conjunto de togados de época augustea tardía o, mucho más probablemente, tiberiana (Goette, 1990, 32-33), sus dimensiones mayores que el natural (Garriguet, 2001, XIX) y su cronología y adscripción al grupo de las evoca-ciones capitibus uelatis, avalan tenerla como una estatua imperial, lo que asimismo evidencia su lu-gar de exposición.

103. En el edificio de Carthago Noua, como en otros espacios forenses (Niemeyer, 1968, 31-33; Stemmer, 1995, 332-387 [Ch. Witschel]), el emperador o su genio endosaba el atuendo ha-bitual de los ciudadanos, evidenciando el aspecto “republicano” de su dominio como un senador to-gado entre los demás (primus inter pares; civilis princeps) (Suetonio, Tib. 26) (Niemeyer, 1968, 337; Wallace-Hadrill, 1982, 32 ss.; Goette, 1990, 22-23 y 29-31; zanker, 1992, 197-199), en tanto que con la fórmula de la cabeza cubierta, como de costumbre iban los sacrificantes, era evocado como Pontifex Maximus, traduciendo así su pietas para con los dioses (Fittschen, 1970, 544; Blanck, 1971, 97; Ch. Witschel, en Stemmer, 1995, 360-361, n.º C27).

104. A excepción de un fragmento de capitel de pilastra que, labrado en mármol lunense y a juz-gar por sus dimensiones, pudo formar parte del orden arquitectónico que encuadraría el ingreso mo-numental al aula desde el porche (Martín Camino, 2006, 77). Difícil de encuadrar tipológicamente dadas sus reducidas dimensiones, muestra una elegante hoja de acanto de nueve lóbulos trilobulados correspondiente al ángulo inferior izquierdo del capitel, pudiéndose aducir su paralelismo formal y es-tilístico con las hojas de los capiteles del frente escénico del teatro, cuya principal referencia estilística

163

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

marmóreos en paredes y solados para los que se recurrió a muy diversas calidades de marmora de importación y a algunos materiales pétreos locales, siendo el pavi-mento de composición tripartita el que permite conocer cómo fue la distribución del espacio interior del aula, en la que destaca un enlosado perimetral, de 0,60 m de anchura, realizado con losas de mármol de las canteras del Cabezo Gordo105, un porche solado con un damero blanco-negro (reservado al público que asistía a las sesiones del senado local) y el espacio reservado a las sellae donde se sentaban los miembros del ordo. Dicho pavimento fue fechado por mí en época tiberiana (No-guera-Ruiz, 2006, 195-231), pero recientemente su cronología ha sido correcta-mente establecida por B. Soler y J. A. Antolinos en los dos últimos decenios del siglo I o ya en la primera mitad del II d.C.106. Por tanto, aunque el edificio podría haber sido construido en la primera época imperial, el pavimento del aula obedece a una importante refacción datable en época flavia o trajanea.

Aunque no es descartable su consideración como un edificio religioso, por ejemplo una aedes Augusti107, la interpretación como curia es, por el momento, la

son los roleos del Ara Pacis, aunque tampoco faltan paralelos en otros materiales del área romano-cam-pana datados entre época augustea y mediados del siglo I d.C. (Ramallo, 2006a, 464-465).

105. De los 87,87 m2 solados, 27 m2 corresponden a una especie de vestíbulo, diferenciado por la inclusión de un simplísimo esquema en damero bícromo elaborado en materiales mixtos, flanqueado por dos bandas laterales de factura cuidada, aunque de esquema irregular en cuanto a dimensiones de las placas y variedades marmóreas (Noguera-Ruiz, 2006, 200-201; Martín Camino, 2006, 73). Los 61 m2 restantes corresponden al espacio más representativo y cuidado del aula, con una composición tripartita con la más rica y compleja cenefa central de todo el sectile, flanqueada por una banda lateral donde alternan diferentes motivos geométricos y que, a tenor de su anchura y orientación, debió repetirse de forma simétrica al otro lado de la cenefa central (Noguera-Ruiz, 2006, 198-201; Martín Camino, 2006, 73-78). El sectile marmóreo se encuentra delimitado peri-metralmente por una banda simple de losas de mármol local de las canteras del Cabezo Gordo, de 0,60 m de anchura. Estas losas fueron perfectamente niveladas con respecto al sectile, ya que fue-ron trabajadas dejando una especie de mortaja de unos 20 cm destinada a recoger las losas del pa-vimento marmóreo, lo que sugiere su proyección y ejecución unitaria. Pese a la parcialidad de los restos conservados, se puede reconstruir una composición dominada por el módulo cuadrado re-ticular de tres pies romanos para el alfombrado central, donde se reproduce un motivo Q2\R\Q, mientras que el campo lateral muestra la alternancia de tres motivos decorativos de módulo simple y compuesto, cuyas dimensiones no superan el pie romano.

106. En razón del motivo Q2/R/Q del pavimento y sus dimensiones de 0,90 m de lado (No-guera-Soler-Madrid-Vizcaíno, 2009, 195-231; Soler, 2010, 159-184; Soler-Antolinos, e.), presente en el pavimento del Capitolio de Brescia (Guidobaldi, 2003, 25-26), en la cella de la sede de los Au-gustales de Miseno (Buonaguro, 2008, 175-186) y en el edificio de las tres exedras de Villa Adriana (Guidobaldi, 1994, 129). Esta cronología es, asimismo, aplicable al revestimiento parietal de la sala, conservado de forma parcial en el zócalo del muro septentrional (Noguera-Soler-Madrid-Viz-caíno, 2009, 195-231).

107. Dadas sus analogías con ciertas salas de reunión, como las de Nîmes o Timgad, o con aulas de culto imperial, como el Augusteum de Narona, en cuyo interior se ha recuperado un ex-cepcional ciclo estatuario augusteo y julio-claudio (Marin-Rodà, 2004), podría proponerse su

164

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

hipótesis más plausible (Noguera-Ruiz, 2006, 222-226; Martín Camino, 2006, 69)108, considerando la ambigüedad estructural y de uso que tuvieron este género de edificios desde su origen, dado que en su evolución tipológica se aunaron face-tas diversas como la funcionalidad, la estética y la religión (Etxebarria, 2008, 170). Su ubicación privilegiada respecto a la plaza forense, el esquema tripartito del pa-vimento enmarcado por una banda perimetral corrida y la imagen del emperador presidiendo el aula, son argumentos que acreditan su funcionalidad como lugar de reunión y, por consiguiente, su identificación con la curia (Balty, 1991, 179 ss; Noguera-Ruiz, 2006, 221)109. Nada conocemos del resto de edificios del foro. No obstante, conocido el posible emplazamiento de la curia, podría trabajarse con la hipótesis de que la basílica se emplazase en el lado largo suroeste o en el opuesto, en concreto al sureste de la curia, en cuyo caso el foro desarrollaría el esquema ba-sílica-curia bien conocido en otros conjuntos forenses (Balty, 1991, 255-286).

5. DE LOS JULIO-CLAUDIOS A MEDIADOS DEL SIGLO II: NUEVOS EQUIPAMIENTOS Y PROGRAMAS ORNAMENTALES

Parece cada vez más evidente que la actividad edilicia de carácter monumen-tal iniciada en época cesariano-augustea se prolongó en la colonia durante las pri-meras décadas del siglo I (Ramallo, 1999b, 211-231) y aun posteriores. También durante los períodos flavio, trajano-adianeo y antonino se aprecia la renovación de los programas decorativos de edificios públicos y privados, tal y como demues-tran la documentación epigráfica y los vestigios de los ciclos pictóricos (Fernández Díaz, 2008) y marmóreos (Noguera-Abascal, 2003, 21; Soler, 2004, 466-478) de estas épocas.

A tenor de la información arqueológica disponible en la actualidad, no pa-rece que la arquitectura de la colonia conociese el impulso monumentalizador contrastado en otras ciudades hispanas en épocas claudio-neroniana y flavia, aun-que sí pueden establecerse hitos relevantes que demuestran una cierta vitalidad en el devenir del siglo I. El más relevante de aquéllos es, sin duda, el anfiteatro, que

identificación con un aula de culto o con un hipotético templo, incidiendo en ello la modulación del edificio y el desarrollo del sectile (Ramallo, 2007, 652-653; 662). En este sentido, la estatua to-gada en actitud sacerdotal que presidía el interior del edificio podría avalar, asimismo, su funciona-miento como una aedes Augusti, según un esquema bien constatado en otras muchas ciudades del occidente romano (Balty, 1991; Nünnerich-Asmus, 1994).

108. Si se tratase de una especie de atrio, la curia de Sabratha, del siglo III, es la que mayores paralelismos ofrecería al estar precedida por un atrio columnado (Noguera-Ruiz, 2006, 222-226).

109. Para la cuestión del posible modelo del edificio cartagenero: Noguera-Soler-Madrid- Vizcaíno, 2009, 245-246.

165

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

en los próximos años será objeto de un ambicioso proyecto –dirigido por J. Pé-rez Ballester y M.ª C. Berrocal– que prevé su excavación arqueológica, conserva-ción y puesta en valor. Emplazado y conservado –al menos en parte– en excelente estado de conservación bajo la antigua plaza de toros –que ha sido casi comple-tamente demolida al objeto de facilitar la recuperación del edificio antiguo–, su emplazamiento periférico dentro de la muralla cesariano-augustea deriva de los problemas para su integración en la orografía del núcleo urbano (fig. 1, E). Hasta la fecha se ha argumentado que su configuración tipológico-arquitectónica110, las técnicas edilicias utilizadas y los contextos cerámicos asociados a los grandes relle-nos de nivelación previos a su construcción, permitían concluir su construcción a inicios de los años 70, en los albores de la dinastía flavia111, si bien los traba-jos arqueológicos practicados en 2009 sugieren elevar dicha cronología a media-dos del siglo I112.

La construcción de esta infraestructura debió acarrear enormes inversiones financieras. La prosperidad económica y comercial de la colonia parece vigente todavía a mediados del siglo I d.C., momento en que ya habían cesado las acuña-ciones y en que naufragó el mercante Escombreras 4 con una carga de productos

110. Era un edificio de planta elíptica y envergadura aproximada de unos 103’60 m por 77’80 m, cuya cauea estaba en parte asentada sobre la roca madre y en parte sobre un complejo sistema de substrucciones integradas por muros radiales y galerías abovedadas. La amplitud de la arena, ca-rente de fossa bestiarium, era de unos 55’50 m por 37 m. Para su construcción se recurrió al empleo de la structura caementicia revestida de paramentos de opus uittatum, reservándose el opus quadra‑tum de grandes sillares de arenisca para la ejecución de la galería periférica, las entradas dispues-tas en su eje mayor y, quizá, parte de la fachada. En todo caso, estos datos quedan sujetos a ulterior comprobación en el devenir del desarrollo del mencionado proyecto de recuperación integral del edificio anfiteatral.

111. Sobre este monumento: Pérez Ballester, 1991, 203-209; Pérez Ballester-San Martín Moro-Berrocal Caparrós, 1995, 91-117.

112. Agradecemos esta información al Prof. Dr. J. Pérez Ballester. Queda pendiente de con-trastar en los años venideros la hipótesis que postula, a partir de un conjunto de estructuras de adobe enlucido bajo el edificio anfiteatral, la existencia de un sencillo anfiteatro anterior de madera y adobe, cuya construcción comportó la amortización de un barrio tardorrepublicano previamente emplazado en esta zona mediante rellenos que proporcionan una fechación arqueológica en el úl-timo tercio del siglo I a.C. (Pérez Ballester-Berrocal Caparrós, 1999, 195-197), cuya dinámica no sería distante de la constatada en otras provincias del Imperio o en la propia Roma. Por lo demás, de modo análogo a como sucedía en las ciudades contemporáneas de Italia, quizás este último gran equipamiento monumental fue el postrero exponente del empeño por mantener el carácter admi-nistrativo de la ciudad, incentivando un flujo de población con necesidades y gustos cada vez más populares (el elevado aforo de la cávea, que pudo albergar a unos 10.000 espectadores, incide en este sentido). Aunque no conocemos nada acerca de sus promotores, J. M. Abascal ha propuesto la eventualidad de que, al igual que sucede en Mérida, el programa epigráfico del anfiteatro estuviese dedicado al emperador, en contrapartida al del teatro, centrado en sus herederos políticos (Abas-cal, 2002, 32-34).

166

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

béticos –vino en ánforas Haltern 70 y un poco de aceite en ánforas Dressel 20– completada con salazones en envases Beltrán II y IV y Dressel 7-11 (Alonso-Pi-nedo, 1999, sin paginar; Pinedo-Alonso, 2004, 148-151). De hecho, desde época augustea la ciudad y su hinterland113 eran el principal centro productor y exporta-dor114 de salazones y garum115 que, fabricados con escómbridos capturados en sus pesquerías, alcanzaron fama universal y elevado precio por su probada calidad116. Ignoramos casi todo acerca del puerto pesquero117 y de sus piscatores, reunidos en un collegium profesional, los cuales habían erigido hacia 12 d.C. y junto con los propolae –tenderos o revendedores– una columna de travertino rojizo local consa-grada a Mercurio y a los Lares Augustales118.

113. La elaboración de salsas y salazones se ha constatado en un nutrido conjunto de factorías emplazadas en las inmediaciones de la ciudad. Así, se han constatado factorías de salazones de este tipo, por lo general dotadas de un buen número de piletas, en Las Mateas (Los Nietos), Isla Plana, Castillicos y Portmán (Cartagena), Playa Honda (Mazarrón), y el Alamillo (Puerto de Mazarrón), en otras (Etienne, 1970, 297-313; Mas, 1979, 98; Beltrán-San Martín, 1983, 875; Ramallo, 1989, 136-144; Ruiz Valderas, 1995, 171-176, figs. 6-10). La excavación del Alamillo proporciona cro-nologías semejantes a las del almacén constatado en la calle Portería de las Monjas/Cuesta de la Ba-ronesa de Cartagena (uide infra la siguiente nt.).

114. La condición del puerto cartagenero como centro exportador de salazones queda ates-tiguada por el hallazgo de una serie de estructuras arquitectónicas, de época flavia y ubicadas en la calle Portería de las Monjas/Cuesta de la Baronesa, que pueden tenerse como horrea portuarios que almacenaban un lote de envases de salazón Dressel 7-11, iguales a los constatados en Escombreras 4 (Martín Camino-Pérez Bonet-Roldán Bernal, 1991, 272-283; AA.VV., 2004).

115. Con las actividades pesqueras de túnidos y escómbridos y su posterior transformación de productos como garum y otras salazones podría relacionarse la decoración de un sillar de gran-des proporciones, en cuya cara frontal hay labrados en relieve una cabeza humana, un bichero, una maza, un hacha y una marmita. Hallado en circunstancias desconocidas y conservado en el Museo Arqueológico Municipal de Cartagena, el bloque de piedra local, cuya decoración debía completarse con –al menos– otros tres sillares de igual formato, debió formar parte de un desconocido edificio o monumento conmemorativo vinculado con las actividades pesqueras (Noguera, 1993a, 159-180).

116. Strabon, 3, 4, 6; Plin. nat., XXXI, 94. Tanto los cartagineses como los romanos debie-ron verse atraídos por las posibilidades de aprovechamiento de las pesquerías de túnidos y otras es-pecies de la familia de los escómbridos que ocasionaron la eclosión de importantísimos negocios destinados a la elaboración y exportación de salazones de pescado y otros productos derivados de la transformación de la pesca, a la vez que favorecieron el surgimiento de oficios paralelos como la explotación de las salinas (Ponsich-Tarradell, 1965, 93-98 [pesca], 98-99 [garum], 100-101 [sal] y 101-102 [industrias afines]; Ponsich, 1988, 31).

117. Pudo ubicarse bien en la dársena interior del puerto comercial –en el extremo septentrio-nal del límite occidental de la península–, bien en los fondeaderos y varaderos de la playa ocupada por el actual barrio de Santa Lucía, donde aún persiste el actual puerto de pescadores.

118. Hallada en 1875 en las Puertas de Murcia, la consagración está datada mediante el re-curso a los fasti locales de la colonia, indicando al inicio del epígrafe que la ofrenda ocurrió en el tiempo en que C. Laetilius desempeñaba la magistratura de IIuir quinquennal, encargándose de las emisiones monetales RPC 172-173 datables ca. 12 d.C. (Abascal-Ramallo, 1997, 161-164, n.º 36; sobre este mecenas: Abascal, 2009b, 103-113).

167

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

En la zona más deprimida de la vaguada, dispuesto en una insula119 adyacente al foro120, se construyó –amortizando parte de las estructuras de la hipotética plaza porticada construida en época cesariano-primoaugustea– un area sacra de carácter oficial –denominada como Edificio B en la excavación de la calle Caballero, 2-8 (De Miquel-Subías, 1999, 119-121) (fig. 1, F)–, cuyo diseño planimétrico-arqui-tectónico a modo de templum121, su módulo y ubicación en un área adyacente al foro y sus más cercanos paralelos, a lo que cabe sumar su lujoso programa orna-mental –del que destaca una cuantiosa nómina de mármoles policromos–, avalan su posible identificación como sede del collegium de los augustales de la colonia122.

Ignoramos quiénes fueron los promotores de este conjunto, aunque conside-rando el funcionamiento de estas asociaciones resultaría lógico suponer que fuese

119. Su trazado y orientación responden a las transformaciones urbanísticas de época cesa-riano-augustea (Martín Camino, 1995-1996, 205-213; Ramallo, 1999a, 13-14).

120. Acaso también por el carácter semi-oficial concedido a los seuiri augustales (Rodá, 1994, 399-404; Castillo, 2003, 77), cuyas intervenciones debieron ser destacadas a finales del siglo I, tal y como atestigua la epigrafía. Conocemos, de entre ellos, a Marcus Baebius Corinthus IIIIIIuir au‑gustalis y Lucius Sulpicius Heliodorus, liberto de Hel [‑] VIvir augustalis, los cuales desempeñaron sus cargos entre finales de la primera centuria y la primera mitad de la segunda (Abascal-Ramallo, 1997, 305-309, n.º 109-110), si bien no existen datos que los relacionen con la documentación epigráfica recuperada en el edificio (Noguera-Abascal, 2003, 38-53).

121. El complejo se alzó en las proximidades del foro, aunque su disposición respecto a él y la presumible orientación hacia el noroeste de sus hipotéticas estructuras de acceso indican que no se abría directamente a la plaza forense sino, probablemente, a una arteria de comunicación que des-embocaría en ésta de forma tangencial a su eje axial. A nivel tipológico-planimétrico, el edificio, de 13, 06 x 12,96 m y posiblemente precedido de un patio porticado de caracteres difíciles de precisar (Noguera, 2002b, 71-76; Fuentes, 2006, 105-106), constaba de un pronaos, exento y flanqueado por sendos ninfeos rematados en exedra con posibles fuentes, y una magnificente aula con tribuna, rodeada por estancias subsidiarias cuya interpretación no es del todo evidente (en concreto, rema-tando los ángulos noreste y suroeste del edificio se dispusieron dos pequeños ambientes con acceso directo desde el decumano que delimitaba el complejo por el sureste, sin que exista comunicación entre éstos y el resto de los ambientes que integran el edificio [Noguera, 2002b, 74-76]). El espacio más representativo de todo el conjunto es el aula, de 5,84 m por 7,88 m, dispuesta en el eje axial del conjunto y precedida por el referido vestíbulo sobre podium, de 5,84 m por 4,48 m, elevado unos 0,60 m sobre el nivel de circulación del patio porticado, al que se accedía por medio de una escalera frontal de dos peldaños que daba acceso a los intercolumnios de la fachada.

122. De Miquel-Subías, 1999, 59-65; Noguera, 2002b, 63-96; id.-Abascal, 2003, 32-38; So-ler, 2004, 463-466. Así lo sustentan las analogías planimétricas y ornamentales que muestra con Augustea relativamente bien conocidos como los de Herculano (Pagano, 1996, 241), Roselle, Mi-seno (Miniero, 2000; Adamo, 2000, 79 ss.) e, incluso, la curia de Ostia, interpretada en su mo-mento como posible Augusteum, si bien estudios recientes mantienen su identificación con la sede del ordo decurional (Pensabene, 2007, 370-373). Estos edificios mostraron como característica co-mún y definitoria el desarrollo de plantas funcionales, donde el aula de culto se encuentra sobreele-vada respecto al patio porticado que la precede, incorporando además una serie estancias anexas y de servicio relacionadas con diversas actividades de la corporación (Noguera, 2002b, 89-92).

168

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

costeado por el propio collegium, cuyos integrantes pudieron asumir la dirección y financiación de las obras (Soler, 2004, 478); en todo caso, la calidad y proce-dencia de los materiales empleados en su construcción evidencia sus disponibili-dades financieras y sus contactos en la propia Roma. Aunque el conjunto ha sido fechado en plena época tiberiana, recientemente se ha propuesto una datación en la segunda mitad del siglo I, tal y como parece desprenderse de la documentación epigráfica (Noguera-Abascal, 2003, 37 ss), su decoración marmórea (Soler, 2004, 463-466) y un capitel corintio de pilastra de época flavia recuperado en los niveles de abandono, el cual se ha vinculado con la fachada tetrástila del edificio (Noguera, 2002b, 73, nota 38; Ramallo, 2004, 200, fig. 45; Pensabene, 2006, 117, nota 14).

Destaca la riqueza de su programa ornamental, con pavimentos y paredes re-vestidos de mármoles que, junto al binomio aula-vestíbulo y los restos del basa-mento rectangular de la cabecera del aula, imprimen al edificio un carácter cultual y de representación, características que suelen ser comunes en edificios generalmente interpretados como sacella dedicados a diferentes divinidades y a sedes de colegios y asociaciones (Subías, 1994, 111-115; Noguera, 2002b, 86)123. Los aparejos emplea-dos en la construcción del complejo y su programa arquitectónico, epigráfico y or-namental permiten datarlo en la segunda mitad del siglo I, posiblemente en época flavia, coincidiendo con la cronología derivada del esquema y materiales empleados en los revestimientos marmóreos. No parece que el edificio experimentase trans-formaciones significativas en su estructura arquitectónica hasta su colapso a fina-les del siglo II o inicios del III124, pero sí se han detectado reformas en el programa

123. El aula, sin duda el espacio más cuidado, muestra un sectile de esquema isódomo liste-lado de módulo medio con rectángulos en greco scritto y listeles en portasanta, combinación que fue aplicada también a las paredes, de las cuales puede restituirse el desarrollo decorativo de sus zonas inferiores, a saber, un rodapié en portasanta, coronado por una moldura de rosso antico sobre la que se dispusieron ortostatos con toda probabilidad de greco scritto; la tribuna estuvo placada, al menos en su frente, con un rodapié de greco scritto. El vestíbulo se pavimentadó con un sectile de módulo menor con un esquema en damero bícromo donde alternó el mármol blanco de grano grueso y la pizarra (fig. 13; lám. 16 a) (Noguera, 2002b, 72-74; id.-Abascal, 2003, 33; Martínez-De Miquel, 2004, 486-492). El aula está flanqueada por sendas estancias estrechas y alargadas –de 2,08 m de anchura por 7,80 m de longitud–, pavimentadas en mortero hidráulico y de funcionalidad incierta, a las que se accedía desde los corredores laterales de cabecera absidiada, si bien la habitación noreste tenía además un acceso desde la calle, marcado por un vano con umbral. Las paredes de los deam-bulacros del patio, posiblemente porticados y sin pavimentación, muestran una rica decoración a base de placados marmóreos, incluidas sus dos cabeceras semicirculares, en las que aún se conservan las improntas y algunos fragmentos de lastras rectangulares de greco scritto. Estos revestimientos y los restos de mortero hidráulico en el suelo han permitido interpretarlos como ninfeos o fontanas, aunque no habría que descartar otras funciones, tal vez como edículos decorados con esculturas.

124. Las deposiciones estratigráficas sobre éste y el edificio porticado adyacente aportan datos suficientes para concretar el momento de abandono y colapso a partir de la primera mitad del si-glo III: compuestas por una sucesión de estratos de adobes, argamasa descompuesta y el derrumbe

169

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

decorativo del patio porticado, que fue sustituido por pinturas murales125. La refec‑tio y el consiguiente recurso a ciclos pictóricos avala una más que probable incapaci-dad económica de las minorías rectoras de la colonia, fruto del deterioro de su vida política, social y económica, para acometer un programa de restauración integral que devolviese a las partes afectadas su inicial prestancia marmórea.

Esta reforma y reparación no fue un caso aislado y, al respecto, los edificios de la insula I del Molinete aportan también información de interés. A finales del siglo I d.C. o en las primeras décadas del siguiente se produjeron en el Edificio del atrio algunas modificaciones sustanciales que afectaron a la habitación 15, las aulae y sus techumbres126. Desde finales de la centuria hasta mediados de la si-guiente, el edificio recibió también nuevos ciclos pictóricos entre los que destacan las pinturas de la habitación 15 con imitaciones marmóreas de mediados del si-glo II (Noguera-Fernández-Madrid, 2009, 194-206). También el peristilo de las Termas del Foro fue dividido en varios espacios con diversa funcionalidad (en-tre ellos una taberna o popina) mediante la adición de varios muros, uno de los cuales –con fachada orientada al sureste– fue decorado con un ciclo pictórico que incluyó escenas de uenatio (Madrid-Noguera-Velasco, 2009, 111-113; No-guera-Fernández-Madrid, 2009, 186-193).

Ulteriores intervenciones se detectan también en el ámbito de la arquitec-tura privada, concretamente en la decoración de las viviendas que, en razón del espacio disponible127 y de parámetros de índole socio-económico y cultural, se

de los muros de uittatum, aportaron un contexto material datado en la primera mitad de la referida centuria. Bajo el derrumbe del potente alzado de la porticus dúplex adyacente, se halló una pequeña bolsa de numerario que contenía 45 monedas, entre ellas tres sestercios de Maximino (235-238 d.C.) (Noguera, 2002b, 84-85; Lechuga, 2002, 200-204).

125. Sobre el mortero y restos de placas de revestimiento marmóreo de la edícula y sobre el paramento de uittatum del muro que delimitaba por el suroeste el patio, se aplicó un grueso reves-timiento de argamasa enlucida decorada con pinturas con imitaciones marmóreas de escasa calidad, propios del IV estilo provincial y datables en época adrianea (Fernández, 2008, 214-222).

126. La habitación 15 quedó separada del atrio mediante una pared de ladrillo y tapial en cuya fachada meridional se construyó un larario. Además, las techumbres de las grandes aulas fue-ron apuntaladas mediante toscos y potentes pilares de sillares de piedra caliza, dispuestos en los ejes de las estancias y acaso rematados por capiteles procedentes de otros edificios y reutilizados en esta época, de entre los cuales destaca uno jónico-itálico tallado en un bloque de travertino rojo de las canteras de Mula (Noguera-Madrid-García, 2009, 139; Noguera-Madrid, Eds., 2009a, 288, n.º 38 [M.ª J. Madrid]).

127. Las profundas remodelaciones urbanísticas experimentadas por la ciudad en época augus-tea debieron incidir profundamente en la disminución del terreno habilitado para uso doméstico, en las dimensiones de las insulae reservadas para construir casas y, en consecuencia, en el recurso a la construcción de viviendas de dimensiones, distribución y tipología planimétrica muy dispar (Soler, 2001, en particular 79-82). Estas viviendas se repartieron, básicamente, en dos grandes áreas: la pri-mera al pie de los montes Sacro y de San José, hasta las calles de la Serreta por el oeste y la plaza de

170

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

caracterizaron desde época augustea por la diversidad de sus tipos y planos regu-ladores128. Así, parece que en época flavia y la primera mitad del II d.C. la riqueza de los habitantes de la ciudad se invirtió en programas ornamentales que reflejan su adhesión a modelos y hábitos propiamente itálicos; así lo acreditan todo gé-nero de esculturillas de casa y jardín (Noguera, 2001, 139-166), ornamentos ar-quitectónicos129, pavimentos de mármoles polícromos130 y las pinturas murales del IV estilo provincial y con imitaciones marmóreas131.

Estas actuaciones y la más que posible construcción de la sede del colegio de los augustales en edad flavia y la datación trajanea o adrianea de los ciclos pic-tóricos de ésta, el peristilo de las Termas del Foro y los referidos revestimientos marmóreos de la curia, junto a los interesantes ciclos pictóricos con imitacio-nes marmóreas de la primera mitad-mediados del siglo II constatados en el Edi‑ficio del atrio, en la insula I del Molinete (Noguera-Fernández-Madrid, 2009, 194-206), confirman en el último tercio del siglo I y la primera mitad del II d.C. una hasta ahora poco conocida actividad, la cual se venía circunscribiendo casi exclusivamente a época cesariano-augustea e inmediatamente posterior. Parejo a este fenómeno ligado a la renovación de los aparatos marmóreos y pictóricos de

la Merced por el sur (Noguera, 1995, 1201), y la segunda en la ladera septentrional del cerro de la Concepción, en torno a las calles Jara, Palas, Montanaro, Cuatro Santos y Faquineto (ibidem, 1201).

128. Documentamos la existencia de las “típicas” casas itálicas organizadas en torno a atrios y peristilos (caso de las casas con peristilo e impluuia constatados en la calle Jara, 6 [Marín Baño-De Miquel Santed, 1995, 1180], y en la plaza de la Merced, 10 [ibidem, 1168]), pero también de vi-viendas con plantas que no responden a “tipologías canónicas” de corte itálico y cuya organización planimétrica debió obedecer a las necesidades de adaptación al espacio disponible en cada caso, siendo paradigmática la casa de la Fortuna (calle Duque, 25-29) (Martín Camino-Ortiz Martí-nez-Portí Durán-Vidal Nieto, 2001, 19-52; Soler, 2001, en particular 58-79). Dotadas de uno, dos o más pisos, unas y otras contaban con abastecimiento hídrico-mediante una tupida red de tube-rías y cañerías, balsas y cisternas de almacenaje de agua, así como impluuia para la recogida de aguas pluviales en el caso de las casas con atrio o peristilo (como las de la calle Jara, 6, y la plaza de la Mer-ced, 10 [Marín Baño-De Miquel Santed, 1995, 1165-1182]). Estos sistemas de suministro permi-tieron la disposición de fontanas y pequeños ninfeos ornados con esculturas que evocaban ninfas, musas... (Noguera, 2001, 145-150, láms. 2-3).

129. Como los capiteles corintizantes de mármol blanco, datables en la primera mitad del siglo  II d.C. y procedentes de la rica domus de la calle Gisbert, 14 (Martínez Rodríguez, 1998, 332-333, n.os 17-18; y 333-334).

130. Destaca la sala de amplias dimensiones –tal vez un triclinium– de una casa de la calle Saura, 29-31, solada en edad flavia con un riquísimo sectile de mármoles policromos de muy diver-sas procedencias (Láiz-Ruiz, 1989, 857-863; Ramallo, 2001, 197).

131. Fechables en edad tardoneroniana-flavia –como las de las casas de la calle Saura, 29-31 (uide supra nt. anterior) y la calle San Cristóbal, esquina calle Caridad (Fernández, 2008, 335-243)– y trajano-adrianea, momento en que se fechan los conjuntos pictóricos de la calle del Duque, 25-29 (Fernández, 2001, 83-138; id., 2008, 257-307) y algunas casas de la ladera meridional del Molinete (Fernández, 2003, 161-202; id., 2008, 228-248).

171

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

suelos y paredes, de un último proceso de monumentalización arquitectónica dan cuenta sendos fustes monolíticos labrados en mármol cipollino, actualmente reu-tilizados en la nave central de la antigua iglesia de Santa María, los cuales deben corresponder al orden gigante de un monumental edificio construido, a tenor del material usado, en el primer tercio del siglo II (Soler, 2004). Estos vestigios po-drían sugerir una intervención imperial en esta desconocida obra. Este panorama debe vincularse a la actividad de mecenazgo de destacados personajes conocidos por la epigrafía (Soler, 2004, 474-478; Pensabene, 2006, 117). En este sentido, cabría preguntarse si en alguno de los programas arquitectónico-decorativos refe-ridos pudieron sustanciarse las iniciativas evergéticas de L. Emilio Recto conoci-das por la epigrafía (Abascal-Ramallo, 1997, 213-218, n.º 59-60).

6. EPÍLOGO: LOS COMEDIOS DEL SIGLO II Y LA CRISIS DEL MODELO URbANO ALTOIMPERIAL

Algunos testimonios del registro epigráfico y arqueológico manifiestan la conti-nuidad –aunque acaso de forma cada vez más tenue– de la vida cotidiana en la colo-nia, sus instituciones, órganos de administración y magistraturas durante el siglo II y quizá los inicios del siguiente, si bien el modelo de ciudad fue cambiando progre-sivamente. La urbs ostentó la capitalidad conventual durante todo el Alto Imperio y tanto el conuentus Carthaginensis como el ordo decurionum y algunos particula-res decretaron la erección de nuevas estatuas y pedestales honoríficos durante el si-glo II132. También el culto imperial se perpetuó mediante las actividades del ordo Augustalium, de algunos de cuyos miembros tenemos constancia133 y cuya sede fue parcialmente restaurada –como he referido– entre épocas adrianea y antonina134.

132. El convento erigió en el foro sendos pedestales honorarios a Antonino Pío y a Iulia Auita Mammaea, entre los años 145-161 y 222-235 d.C., respectivamente (Abascal-Ramallo, 1997, 179-180, n.º 43; y 179-183, n.º 44), a los cuales debe sumarse el pedestal para una estatua de M. Valerio Vindiciano, flamen conventual, decretada en la segunda mitad del siglo II d.C. (Abascal-Ra-mallo, 1997, 210-212, n.º 57); asimismo, en dicho espacio se alzaron entre 100 y 150 d.C. otros dos pedestales en honor de Lucio Numisio Leto, uno por el ordo decurionum colonial, otro por sus herederos (ibidem, 202-207, n.os 54 [senado local] y 55 [herederos]).

133. A través de la epigrafía funeraria ha quedado constancia de dos seruiri augustales: M. B[a]eb[ius] Corint[hus], cuyo óbito puede fecharse a fines del siglo I o primera mitad del II d.C., y L. Sulpicius Heliodorus, fallecido hacia la segunda mitad del siglo I d.C. (Abascal-Ramallo, 1997, 305-308, n.os 109-110, respectivamente).

134. Mediante la sustitución de los placados marmóreos policromos originales por decoracio-nes pictóricas encuadrables en el IV estilo, operación ésta que prueba la más que evidente incapaci-dad de las minorías rectoras para acometer una rehabilitación que devolviese a las partes afectadas su inicial prestancia (Fernández, 2008, 214-222).

172

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

Pero durante la segunda mitad del siglo II d.C. asistimos a un inexorable re-troceso de la vida urbana, traducido en un repliegue del espacio habitado hacia el puerto republicano y en el paulatino abandono del sector centro-oriental de la ciudad, al tiempo que las instituciones coloniales entraban en una fase de colapso. A partir de esta época muchos edificios públicos y privados experimentaron pro-cesos de ruina, abandono y hasta reocupación. El fenómeno se aprecia en el des-plome en el foso del hyposcaenium de parte del edificio escénico del teatro –que nunca se reconstruyó (Ramallo-Ruiz, 1998, 121-123)– y en los niveles de aban-dono depuestos sobre calles y un buen número de viviendas (Ruiz Valderas, 1996, 503-505 y 506, lám. I, 1 [con gran cantidad de ejemplos]). También la curia ex-perimentó el colapso y quedó amortizada en el segundo cuarto del siglo III por un estrato de adobes disueltos (Ruiz-De Miquel, 2003, 273; Martín Camino, 2006, 79-80), siendo significativo que el último pedestal conocido del foro, erigido en honor de Iulia Mammaea, madre del emperador Severo Alejandro, fue dedicado hacia 222-235 d.C. no por la colonia si no por el convento jurídico (Abascal-Ra-mallo, 1997, 180-183, n.º 44). También en esta época o a inicios del siglo III se abandonó la aedes Augusti de la calle Caballero (Noguera-Soler-Madrid-Vizcaíno, 2009, 274) y poco después de 238, tras ser reocupado, acaeció el derrumba-miento de, al menos, la parte oriental del posible pórtico construido en la primera época augustea y localizado bajo dicha calle135, proceso prácticamente coetáneo a la dedicatoria del referido pedestal a Iulia Auita y al posterior abandono del foro.

Los recientes trabajos en la ladera suroriental del cerro del Molinete apor-tan nuevos datos sobre este proceso de crisis y transformación iniciado a media-dos del siglo II y acelerado de forma drástica en el III. Así, el kardo que flanquea la insula I por el noreste (fig. 2) fue sucesivamente reparado durante el siglo II y hasta finales del III o inicios del IV, quedando amortizado en esta última centuria por varios niveles de escorrentía y resultando su trazado en los siglos V y VI prác-ticamente invadido por la construcción de diversas habitaciones de uso artesanal que redujeron el paso a una pequeña senda. La paulatina amortización y ocupa-ción de las uiae publicae prueba una profunda crisis de la vida urbana, siendo la desintegración del gobierno e instituciones coloniales los factores que se encuen-tran en la base y abonaron prácticas como las constatadas. Múltiples causas se han aducido para explicar esta crisis: colapso de las explotaciones mineras, pri-mero, y de las industrias de salazones de pescado, segundo, y subsiguiente declive del tráfico comercial y ulterior descenso demográfico, entre otros. Esta situación generó asimismo la ruptura del equilibro entre el campo y la ciudad, de modo que la mayoría de asentamientos agropecuarios de su ager más inmediato fueron

135. Noguera-Soler-Madrid-Vizcaíno, 2009, 274; para los datos numismáticos que avalan esta datación: Lechuga, 2002, 198-201.

173

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

progresivamente abandonados en el devenir del siglo II d.C. y de la siguiente cen-turia, siendo sustituidos por nuevas fundaciones aún mal conocidas (Ruiz Valde-ras, 1996, 505-506; Murcia, 1999, 221-226; id., 2010, 146-149).

Algunas evidencias arqueológicas insisten en la configuración de una nueva realidad urbana, diferente a la de época altoimperial, que actuará de bisagra con la ciudad tardorromana. El Edificio del atrio del Molinete debió permanecer en uso y con su función original hasta bien entrado el siglo II; a finales de esta centu-ria o a inicios de la siguiente, el conjunto cambió radicalmente de funcionalidad, ubicándose en su interior varias viviendas de carácter familiar abiertas al antiguo atrio, ahora convertido en patio de vecinos, posiblemente como consecuencia de un proceso de venta o enajenación del edificio por sus anteriores propietarios (Madrid-Murcia-Noguera-Fuentes, 2009, 226). Esta dinámica de abandono y reocupación de un importante edificio semipúblico testimonia nuevamente los procesos de transformación urbana que comenzaron en la segunda mitad del si-glo II y que se acentuaron en el devenir del III, según se verifica en otras notables construcciones de la colonia.

Dotada de las infraestructuras y equipamientos básicos entre épocas augus-tea y flavia, sumida en una “crisis” posiblemente generada por la ralentización de

Figura 2. Vista aérea de la insula I ubicada en la vertiente suroriental del cerro del Molinete, Cartagena. En su interior se aprecian el Edificio del atrio y las Termas del Foro (fot. J.G. Gómez Carrasco).

174

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

las bases de su economía interna y la consiguiente contracción de las disponibili-dades financieras, no parece que Carthago Noua viviese ningún otro programa de renovación urbanística hasta la refundación de la ciudad tardorromana durante los siglos IV-V d.C.136, que en todo caso hay que ligar a su nombramiento como capital de la provincia Carthaginense acaecida con ocasión de la reforma admi-nistrativa de Diocleciano. Entonces, los antiguos equipamientos altoimperiales llegaron a transformarse en cantera con que abastecer la construcción de las in-fraestructuras de la nueva ciudad (Vizcaíno, 2002, 205-218). Así, tras su incen-dio, colapso y posterior abandono, acaecido a finales del siglo III o inicios del IV d.C., el Edificio del atrio fue parcialmente reocupado en el siglo V, lo cual debe re-lacionarse con esta tardía recuperación de la ciudad.

Murcia, marzo de 2011

bIbLIOGRAFÍA

ABAD CASAL, L. (1989): “La Torre Ciega de Cartagena”, en Homenaje al profesor Anto‑nio Blanco Freijeiro, Madrid, 243-266.

ABASCAL PALAzóN, J. M. (2002): “La fecha de la promoción colonial de Carthago Nova y sus repercusiones edilicias”, Mastia, 1, 21-44.

—– (2004): “Cultos orientales en Carthago Nova”, en AA.VV.: Scombraria. La historia oculta bajo el mar. Catálogo de la exposición, Murcia, 102-106.

—– (2009a): “El cerro del Molinete y los cultos orientales en Carthago Nova”, en J. M. Noguera Celdrán y M.ª J. Madrid Balanza (eds.), Arx Hasdrubalis. La ciudad reencon‑trada. Arqueología en el cerro del Molinete / Cartagena, Murcia, 118-119.

—– (2009b): “Pedestal ecuestre para C. Laetilius M.f. en Cartago Nova (Hispania Cite-rior)”, Mastia, 8, 103-113.

ABASCAL, J. M.; ALMAGRO-GORBEA, M.; NOGUERA, J. M. y CEBRIáN, R. (2007): “Segobriga. Culto imperial en una ciudad romana de la Celtiberia”, en T. Nogales, T. y J. González, J. (eds.): Culto imperial: política y poder (Actas del Con-greso Internacional, Mérida, Museo Nacional de Arte Romano, 18-20 de mayo 2006), Roma, 685-704.

ABASCAL, J. M.; ALMAGRO-GORBEA, M. y CEBRIáN, R. (2007): Segóbriga. Guía del parque arqueológico, Toledo.

ABASCAL, J. M.; CEBRIáN, R. y TRUNK., M. (2004): “Epigrafía y arquitectura y decoración arquitectónica del foro de Segobriga”, en S. F. Ramallo (ed.): La decora‑ción arquitectónica en las ciudades romanas de Occidente. Actas del Congreso Internacio‑nal celebrado en Cartagena entre los días 8 y 10 de octubre de 2003, Murcia, 219-256.

ABASCAL, J. M.; NOGUERA, J. M. y MADRID, Mª J. (2012): “Nuevas inscripciones romanas de Carthago Noua (Cartagena, Hispania Citerior)”, ZPE, 177.

136. Para la ciudad tardorromana: Ramallo, 2000b, 579-611.

175

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

ABASCAL PALAzóN, J. M. y RAMALLO ASENSIO, S. F. (1997): La ciudad romana de Carthago Nova: la documentación epigráfica (La ciudad romana de Carthago Nova: fuentes y materiales para su estudio, 3), Murcia.

ADAMO, S. (2000): “Misemno: culto imperiale e politica nel complesso degli Augus-tali”, RM, 107, 79-108.

ALONSO, D. y PINEDO, J. (1999): Metamorfosis. El Puerto de Cartagena ante el tercer milenio, Cartagena.

ALONSO CAMPOy, D. y PINEDO REyES, J. (2003): “Un nuevo documento del culto oriental en Carthago Nova: la mano sabazia de la isla de Escombreras”, Mas‑tia, 2, 235-249.

—– (2004): “El yacimiento submarino de la isla de Escombreras”, en AA.VV.: Scombra‑ria. La historia oculta bajo el mar. Catálogo de la exposición, Murcia, 128-151.

áLVAREz PéREz, A.; DOMéNECH DE LA TORRE, A.; LAPUENTE MERCA-DAL, P.; PITARCH MARTí. á. y ROyO PLUMED, H. (2009): Marbres and stones of Hispania (Catálogo de la exposición celebrada con motivo del IX ASMOSIA Confe‑rence, Tarragona, 8‑14 de junio 2009), Tarragona.

AMANTE SáNCHEz, M.; MARTíN CAMINO, M. y PéREz BONET, Mª. A. (1995): “El sacellum dedicado a Iuppiter Stator en Cartagena”, Antigüedad y Cristia‑nismo, XII, 533-562.

ANTOLINOS MARíN, J. A. (2003): “Técnicas edilicias y materiales de construcción en el cerro del Molinete (Arx Asdrubalis, Carthago Nova)”, en J.M. Noguera Cel-drán (ed.): Arx Asdrubalis. Arqueología e Historia del Cerro del Molinete, vol. I, Mur-cia, 115-160.

—– (2009): “El trazado urbanístico y viario de la colonia romana”, en J. M. Noguera Celdrán y M.ª J. Madrid Balanza (eds.): Arx Hasdrubalis. La ciudad reencontrada. Ar‑queología en el cerro del Molinete / Cartagena, Murcia, 59-67.

ANTOLINOS MARíN, J. A. y NOGUERA CELDRáN, J. M. (2009): “Historia y ar-queología del Cabezo Rajado”, en J. A. Antolinos Marín y J. M. Noguera Celdrán (eds.): Cartagena‑La Uniónn: un modelo de protección del patrimonio geológico, am‑biental y cultural minero, con una edición facsimilar de la Memoria acerca de las minas de plomo argentífero y de zinc de Iberia, Montserrat, María de los Ángeles y Santa Ca‑talina situadas en el Cabezo de la Raja, Sierra de Cartagena, por Adolfo Basilio y Trías, Maestro Facultativo de Minas, Murcia, 51-94.

ANTOLINOS MARíN, J. A.; NOGUERA CELDRáN, J. M. y SOLER HUERTAS, B. (2010): “Poblamiento y explotación minero-metalúrgica en el distrito minero de Carthago Nova”, en J. M. Noguera Celdrán (ed.): Poblamiento rural romano en el Su‑reste de Hispania. 15 años después, Murcia, 167-231.

ANTOLINOS MARíN, J. A. y SOLER HUERTAS, B. (2000): “Actuaciones arqueoló-gicas en el casco urbano de Cartagena: calle Santa Florentina, n.º 8”, en XI Jornadas de Patrimonio Histórico y Arqueología Regional, Murcia, 47-48.

—– (e.p.): “Hallazgos antiguos en el sector occidental de Carthago Nova: excavación de urgencia en c/ Aire 34-36, esquina callejón de Estereros de Cartagena”, MemArqMur‑cia (2000‑2003), 15.

AQUILUé, X. y MONTURIOL, J. (2004): Forvm Emporiae MMIV: el fòrum romà d’Empúries, 2004 anys d’història, Ampurias.

176

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

ARELLANO GAñáN, I.; GóMEz BRAVO, M.; MIñANO DOMíNGUEz, A. I. y PINEDO REyES, J. (1997): “Informe preliminar de la prospección arqueológica subacuática realizada en los accesos al puerto de Cartagena y puerto e isla de Escom-breras”, MemAMurcia, 6, 295-302.

AyERBE VéLEz, R.; BARRIENTOS VELA, T. y PALMA GARCíA, F. (2009): El foro de Augusta Emerita. Génesis y evolución de sus recintos monumentales (Anejos de AEspA, LIII), Mérida.

BAHAMONDE BAGO, S. (2009): “La intervención arqueológica de la calle San Fran-cisco nº 8: una revisión de la excavación de 1983”, Mastia, 8, 7-34.

BALTy, J.-Ch. (1991): Curia Ordinis. Recherches d’architecture et d’urbanisme antiques sur les curies provinciales du monde romain, Bruxelles.

BELTRáN MARTíNEz, A. (1946): “Los monumentos romanos de Cartagena según sus series de monedas y lápidas latinas”, en II Congreso Arqueológico del Sudeste Español (Albacete, 1946), Cartagena, 306-328.

—– (1948): “Topografía de Carthago Nova”, AEspA, XXI, 191-224.—– (1952): “El plano arqueológico de Cartagena”, AEspA, XXV, 47-82.BELTRáN MARTíNEz, A. y SAN MARTíN, P. (1983): “Cartagena en la Antigüedad.

Estado de la cuestión”, en XVI Congreso Nacional de Arqueología (Murcia-Cartagena, 1982), zaragoza, 867-879.

BENDALA GALáN, M. (1990): “El plan urbanístico de Augusto en Hispania: prece-dentes y pautas macroterritoriales”, en W. Trillmich y zanker (eds.): Stadtbild und Ideologie. Die Monumentalisierung hispanische Städte zwischen Republik und Kaiser‑zeit, München, 25-42.

BERROCAL CAPARRóS, M.ª C. (1987): “Nuevos hallazgos sobre el Foro de Car-thago Nova”, en Los Foros Romanos en las Provincias Occidentales, Madrid, 137-142.

—– (1996): “Late Roman Unguentarium en Carthago Nova”, en XXIII Congreso Nacional de Arqueología (Elche, 1995), Elche, 119-128.

—– (1997): “Intervención arqueológica en la Plaza San Francisco”, en Excavaciones Ar‑queológicas en Cartagena, 1982‑1988 (MemAMurcia), 63-71.

—– (1999): “Una nueva instalación portuaria de época romana en Carthago-Nova de-bajo del Real Hospital de Marina y del baluarte sureste de la muralla del siglo XVIII”, en XXIV Congreso Nacional de Arqueología, vol. IV, Romanización y desarrollo urbano en la Hispania republicana (Cartagena, 1997), Murcia, 205-211.

BERROCAL CAPARRóS, M.ª C. y CONESA SANTA CRUz, Mª. J. (1996): “Informe preliminar de las excavaciones en el solar c/ Mayor, nº 17, esquina c/ Comedias (Car-tagena)”, MemAMurcia, 5, 227-237.

BERROCAL CAPARRóS, Mª. C. y DE MIQUEL SANTED, L. E. (1991-1992): “El urbanismo romano de Cartago Nova: ejes viarios”, AnMurcia, 7-8, 189-199.

—– (1999): “Definición del área foraria de Carthago Nova”, en XXIV Congreso Nacional de Arqueología, vol. IV, Romanización y desarrollo urbano en la Hispania republicana (Cartagena, 1997), Murcia, 187-194.

BLANCK, H. (1971): “Recensión a H. G. Niemeyer, Studien zur statuarischen Darste‑llung der römischen Kaiser”, GGA, 223, 86-103.

BLUTSTEIN-LATRéMOLIÈRE, E. (1991): “Les places capitolines d’Espagne”, MelCa‑saVelázquez, XXVII-1, 43-64.

177

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

BONNEVILLE, J. N.  ; FINCKER, M. ; SILLIÈRES, P.; DARDAINE, S. y LABAR-THE, J. M. (2000): Belo VII. Le Capitole, Madrid.

BOUDREAU FLORy, M. (1984): “Sic exempla parentur. Livia’s shrine to Concordia and the Porticus Liviae”, Historia, 33, 309-330

BOUET, A. (2003): Les thermes privés et publics en Gaule Narbonnaise, I-II, Rome.BRÖDNER, E. (1983): Die römischen Thermen und das antike Badenwesen. Eine kultur‑

historische Betrachtung, Darmstadt.BUONAGURO, S. (2008): “Il sacello degli Augustali di Miseno. Un pavimento ‘som-

merso’”, en Atti dell´XIII Colloquio dell’Associazione italiana per lo studio e la conserva‑zione del mosaico. Canosa di Puglia, 21‑24 febbraio 2007, Tivoli, 175-186.

CABRERA BONET, P. (1978/79): “La cerámica helenística de relieves de Cartagena”, CuadPrehistA, 5-6, 81-104

CASTILLO, C. (2003): “Sevirato y Augustalidad: un estamento intermedio en la vida ciudadana”, en C. Castillo; J. F. Rodríguez y F. J. Navarro (eds.): Sociedad y economía en el Occidente romano, Pamplona, 73-90.

CEBRIáN FERNáNDEz, R. y BORRED MEJíAS, R. (1993): “Cerámica de cocina lo-cal y de importación en plaza Hospital-anfiteatro (Cartagena). Siglos II a.C.-I d.C. Uso y función”, Saguntum, 26, 205-214.

D’ORS, A. (1952): “Sobre los orígenes del culto al emperador en la España romana”, Emerita, X, 197-227.

DE MIQUEL SANTED, L. (1994): “El primer asedio romano de Qart-Hadast (Nueva Documentación Arqueológica)”, en El mundo púnico. Historia, sociedad y cultura (Cartagena, 1990), Murcia, 55-59

—– (1998): “Los cubiletes de paredes finas de Cartagena”, en De les estructures indígenes a l’organització provincial romana de la Hispània Citerior. Homenatge a Josep Estrada i Garriga, Barcelona, 351-371.

DE MIQUEL SANTED, L. E. y BERROCAL CAPARRóS, Mª. C. (1994): “Rasgos del urbanismo romano de Carthago-Nova (Cartagena, España)”, en XIV Congreso Inter‑nacional de Arqueología Clásica. La ciudad en el mundo romano (Tarragona, 1993), Ta-rragona, 119-121.

DE MIQUEL SANTED, L. E. y SUBíAS, E., 1999: “Un edificio de culto en la Calle Ca-ballero (Cartagena)”, en XXIV Congreso Nacional de Arqueología, vol. IV, Romaniza‑ción y desarrollo urbano en la Hispania republicana (Cartagena, 1997), Murcia, 49-56.

DE MIQUEL, L. E. y VIDAL, M. (1991): “Nuevos hallazgos romanos en Cartagena. La calzada romana en la calle Cuatro Santos”, en XX Congreso Nacional de Arqueología (Santander, 1989), zaragoza, 379-383.

DíAz ARIñO, B. (2004): “Heisce Magistreis. Aproximación a los collegia de la Hispania republicana a través de sus paralelos italianos y delios”, Gerión, 22, 447-478.

—– (2006): “Sello sobre lingote de plomo inédito conservado en el Museo Nacional de Arqueología Marítima de Cartagena”, Salduie, 6, 291-295.

—– (2008a): Epigrafía latina republicana de Hispania (Col·lecció Instrumenta, 26), Barcelona.—– (2008b): “Un ‘quaestor pro praetore’ republicano en ‘Carthago Nova’”, JRA, 21,

255-263.—– (2008c): “Las murallas romanas de Cartagena en la segunda mitad del siglo I a.e.”,

Zephyrus, 61, 225-234.

178

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

DOMERGUE, C. (1966): “Les lingots de plomb romains du Musée archéologique de Carthagène et du Musée naval de Madrid”, AEspA, 39, 41-72.

—– (1985): “L’exploitation des mines d’argent de Carthago Nova: son impact sur la struc-ture sociale de la cité et sur les dépensées locales à la fin de la République et au début du Aut.-Empire”, en L’origine des richesses dépensées dans la ville Antique, Aix-en-Pro-vence, 197-207.

—– (1990): Les mines de la Péninsule Ibérique dans l’Antiquité romaine, Roma.—– (2008): Les mines antiques. La production des métaux aux époques grecque et romaine,

Paris.DOMINGO MAGAñA, J., 2005: Capitells corintis a la provincia Tarraconense (S. I‑III

d.C.), Tarragona.DUVAL, N. y BARATTE, F. (1973): Les ruines de Sufetula Sbeitla, Tunis.EGEA, A.; DE MIQUEL, L.; MARTíNEz, M. A. y HERNáNDEz, R. (2006): “Evo-

lución urbana de la zona ‘Morería’. Ladera occidental del Cerro del Molinete (Car-tagena)”, Mastia, 5, 11-59.

ESCUDERO, F. (1981): “Los templos en las monedas antiguas de Hispania”, Numisma 31, 153-203.

ETIENNE, R. (1958): Le culte impérial dans la Péninsule Ibérique d’Auguste à Dioclétien, Paris.

ETXEBARRIA, A. (2008): Los foros romanos republicanos en la Italia centro‑meridional ti‑rrena. Origen y evolución formal, Madrid.

FANTAR, M. (1994): “De Carthage à Carthagène”, en El mundo púnico. Historia, socie‑dad y cultura (Cartagena, 1990), Murcia, 87-96.

FERNáNDEz DE AVILéS, A. (1942): “El poblado minero ibero-romano del Cabezo Agudo en La Unión”, AEspA, XV, 136-152.

FERNáNDEz DíAz, A. (1999): “Pinturas murales del I Estilo pompeyano en Carta-gena”, AEspA, 72, 159-163.

—– (2001): “El programa pictórico de la Casa de la Fortuna”, en E. Ruiz Valderas (ed.): La casa romana en Carthago Nova. Arquitectura privada y programas decorativos, Mur-cia, 83-138.

—– (2003): “La pintura mural romana del Molinete (Cartagena)”, en: J. M. Noguera Cel-drán (ed.): Arx Asdrubalis: Arqueología e Historia del Cerro del Molinete, vol. I, 161-202.

—– (2008): La pintura mural romana en Carthago Nova. Evolución del programa pictórico a través de los estilos, talleres y otras técnicas decorativas, I-II, Murcia.

FERNáNDEz DíAz, A. y ANTOLINOS MARíN, J. A. (1999): “Evolución de los sis-temas de construcción en la Cartagena púnica y romana. I: el opus africanum”, en XXV Congreso Nacional de Arqueología (Valencia, 1999), Valencia, 249-257.

FERNáNDEz-HENAREJOS JIMéNEz, D.; LóPEz ROSIQUE, C. y BERROCAL CAPARRóS, M.ª C. (2003): “Excavación arqueológica de urgencia en el solar si-tuado en la C/ Serreta nos 3-7 y C/ San Vicente nos 10-18, en Cartagena”, en XIV Jor‑nadas de Patrimonio Histórico y Arqueología de la Región de Murcia, Murcia, 64-66.

FERNáNDEz OCHOA, C.; MORILLO CERDáN, A. y zARzALEJOS PRIETO, M. (2000): “Grandes conjuntos públicos en Hispania”, en C. Fernández Ochoa y V. García Entero (eds.): Termas romanas en el occidente del Imperio. Coloquio internacio‑nal, Gijón, 59-72.

179

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

FITTSCHEN, K. (1970): “Studien zur statuarischen Darstellung der römischen Kaiser”, BJb, 170, 541-552.

FROVA, A. (1990): “Il Capitolium di Brescia”, en La città nell’Italia Settentrionale in età romana. Morfologie, strutture e funzionamento dei centri urbani delle Regiones X e XI. Atti del convegno Trieste 13‑15 marzo 1987, Roma, 341-363.

FUENTES SáNCHEz, M. (2006): “Novedades en el extremo sureste del Foro de Car-thago Nova: el porticado de la sede colegial”, Mastia, 5, 141-155.

GALSTERER, H. (1971): Untersuchungen zum römischen Städtewesen auf der Iberischen Halbinsel (Madrider Forschungen, 8), Berlin.

GARCíA CANO, C. (1996): “Contextos del siglo III a.C. en el conjunto ibérico de Los Nietos (Cartagena). Las cerámicas de barniz negro”, en XXIII Congreso Nacional de Arqueología (Elche, 1995), Elche, 493-502.

GARCíA LORCA, S. (2006): “Resumen de la excavación arqueológica de urgencia en ca-lle San Cristóbal la Larga nº 36, Cartagena”, en XVII Jornadas de Patrimonio Histórico Arqueológico, Murcia, 107-109.

GARRIGUET, J. A. (2001): La imagen del poder imperial en Hispania. Tipos estatuarios (CSIR‑España, II, 1), Murcia.

GIMENO, J. (1994): “Plinio, Nat. Hist. III, 3, 21. Reflexiones acerca de la capitalidad de Hispania Citerior”, Latomus, 53, 39-79

GOETTE, H. R. (1988): “Mulleus-Embas-Calceus. Ikonographische Stidien zu römi-schen Schuhwerk”, JdI, 103, 401-464.

GRANT, M. (1946): From Imperium to Auctoritas, Cambridge.GROS, P. (1991): “Nouveau paysage urbain et cultes dinastyques. Remarques sur l’idéo-

logie de la ville augustéenne à partir des centres monumentaux d’Athènes, Thasos, Arles et Nimes”, en Les villes augustéennes de Gaule. Actes du colloque international d’Autun 1985, Autun, 127-140.

GROS, y TORELLI, M. (1988): Storia dell’urbanistica. Il mondo romano, Roma.GUIDOBALDI, F. (1994): Sectile pavimenta di Villa Adriana, Roma.—– (2003): “Sectilia pavimenta e incrustationes: i revestimenti policromi pavimentali e pa-

rietali in marmo o materiale litici e litoidi dell’antichità romana”, en: A. Giustini (ed.): Eternità e nobilità di materia. Itinerario artistico fra le pietre policrome, Roma, 15-76.

IzQUIERDO, M. y zAPATA PARRA, J. A. (2005): “Restos de calzada romana en la ca-lle Duque nº 2 de Cartagena”, en XVI Jornadas de Patrimonio Histórico. Intervencio‑nes en el patrimonio arquitectónico, arqueológico y etnográfico de la Región de Murcia, Murcia, 281-282.

JENKINS, G. K. (1983): Sylloge Nummorum Graecorum. The Royal Collection of Coins and Medals. Danish National Museum, 43, Spain‑Gaul, Copenhague.

JIMéNEz DE CISNEROS, D. (1908): “Foro romano de Cartagena”, BAcHist, LII, 489-495.JIMéNEz SALVADOR, J. L. (1998): “La multiplicación de plazas públicas en la ciudad

hispanorromana”, Empúries, 51, 11-30.KOCH, M. (1979): “M. Agrippa und Neukarthago”, Chiron, 9, 205-214.KRENCKER, E.; RÜGER, E.; LEHMANN, H. y WACHTLER, H. (1929): Die Trierer

Kaiserthermen, Aussburg.LáIz REVERTE, Mª. D. y RUIz VALDERAS, E. (1989): “Mosaico del tipo opus sec‑

tile en Cartagena”, en XIX Congreso Nacional de Arqueología (Valencia, 1987), zara-goza, 857-867.

180

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

—– (1990): “área de tabernae tardorromanas en Cartagena”, Antigüedad y Cristianismo, V, 425-433.

LECHUGA, M. (2002): “Circulación monetaria en la colonia Urbs Iulia Noua Carthago (siglos I a.C.-III d.C.)”, Mastia, 1, 191-206.

LENOIR, E. (1986): Les thermes du nord à Volubilis: recherches sur l’époque flavienne au Maroc (Tesis Doctoral dactilografiada), Paris.

LLORENS FORCADA, Mª. M. (1994): La ciudad de Carthago Nova: las emisiones ro‑manas (La ciudad romana de Cartago Nova: fuentes y materiales para su estudio, 6), Murcia.

—– (2002): “Carthago Nova: una ceca provincial romana con vocación comercial”, Mas‑tia, 1, 45-76.

LóPEz ROSIQUE, C.; SOLER HUERTAS, B. y BERROCAL CAPARRóS, M.ª C. (2001): “Excavación de urgencia en el solar de la calle Jara n.º 17. Cartagena”, en XII Jornadas de Patrimonio Histórico y Arqueología Regional (Murcia, del 22 al 25 de mayo de 2001), Murcia, 61-62.

MACKIE, N. (1983): Local Administration in Roman Spain AD 14‑212 (BAR 172), Oxford.MADRID BALANzA, M.ª J. (1997-1999): “El orden toscano en Carthago Nova”, An‑

Murcia, 13-14, 149-180.—– (1999): “El conjunto arqueológico de la plaza de los Tres Reyes (Cartagena): elemen-

tos arquitectónicos”, en XXIV Congreso Nacional de Arqueología, vol. IV, Romaniza‑ción y desarrollo urbano en la Hispania republicana (Cartagena, 1997), Murcia, 89-95.

—– (2004): “Primeros avances sobre la evolución urbana del sector oriental de Carthago Nova PERI Ca-4/barrio universitario”, Mastia, 3, 31-70.

—– (2005): “Excavaciones arqueológicas en el PERI CA-4 o Barrio Universitario de Car-tagena”, en XIX Jornadas de Patrimonio Cultural de la Región de Murcia. Intervencio‑nes en el patrimonio arquitectónico, arqueológico y etnográfico de la Región de Murcia, Murcia, 264-266.

—– (2006): “Nuevos elementos de ajuar de la necrópolis oriental de Carthago Spartaria (I)”, Mastia, 5, 85-130.

—– (2007): “Nuevos elementos de ajuar de la necrópolis oriental de Carthago Spartaria (II)”, Mastia, 6, 37-90.

—– (2008a): “Nuevos elementos de ajuar de la necrópolis oriental de ‘Carthago Sparta-ria’ (III), Mastia, 7, 57-66.

—– (2008b): “La necrópolis tardoantigua del sector oriental de Cartagena”, AnCórdoba, 17, 2, 195-224.

—– (2008c): “La ‘Casa del Estudiante’, barrio universitario de Cartagena (PERI CA-4)”, en XIX Jornadas de Patrimonio Cultural de la Región de Murcia. Intervenciones en el pa‑trimonio arquitectónico, arqueológico y etnográfico de la Región de Murcia (Cartagena, Alhama de Murcia, La Unión y Murcia, 7 de octubre al 4 de noviembre 2008), vol. 1, Murcia, 255-256.

—– (2008d): “La ‘Casa de Salvius’, barrio universitario de Cartagena (PERI CA-4)”, en: XIX Jornadas de Patrimonio Cultural de la Región de Murcia. Intervenciones en el pa‑trimonio arquitectónico, arqueológico y etnográfico de la Región de Murcia (Cartagena, Alhama de Murcia, La Unión y Murcia, 7 de octubre al 4 de noviembre 2008), vol. 1, Murcia, 253-254.

181

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

MADRID BALANzA, M.ª J.; CELDRáN BELTRáN, E. y VIDAL NIETO, M. (2004): “La Domus de Salvius. Una casa de época altoimperial en la calle del Alto de Cartagena (PERI CA-4/Barrio Universitario)”, Mastia, 4, 117-152.

MADRID BALANzA, M.ª J. y MURCIA MUñOz, A. J. (1996): “La columnata de la calle Morería Baja (Cartagena, Murcia). Nuevas aportaciones para su in-terpretación”, en XXIII Congreso Nacional de Arqueología (Elche, 1995), Elche, 173-178.

MADRID BALANzA, M.ª J.; MURCIA MUñOz, A. J.; NOGUERA CELDRáN, J. M. y FUENTES SáNCHEz, M. (2009): “Reutilización y contextos domésticos del Edificio del atrio (siglos III-IV)”, en J.M. Noguera Celdrán y M.ª J. Madrid Balanza (eds.): Arx Hasdrubalis. La ciudad reencontrada. Arqueología en el cerro del Molinete / Cartagena, Murcia, 226-237.

MADRID BALANzA, M.ª J.; NOGUERA CELDRáN, J. M. y VELASCO ES-TRADA, V. (2009): “Baño y ocio: las termas del Foro”, en J.M. Noguera Celdrán y M.ª J. Madrid Balanza (eds.): Arx Hasdrubalis. La ciudad reencontrada. Arqueología en el cerro del Molinete / Cartagena, Murcia, 90-114.

MAR, R. (ed.) (1993): Els Monuments provincials de Tarraco. Noves aportacions al seu co‑neixement, Tarragona.

MARíN BAñO, C. y DE MIQUEL SANTED, L. E. (1995): “Obras hidráulicas en Carthago-Nova”, en XXI Congreso Nacional de Arqueología (Teruel, 1991), zaragoza, 1165-1182.

MARIN, E. y RODÀ, I. (eds.) (2004): Divo Augusto. El descubrimiento de un templo ro‑mano en Croacia, Split.

MáRQUEz, C. (2000): “Simulacrum urbis. La transmisión de modelos arquitectónicos en época augústea y su reflejo en Colonia Patricia, Revista de la Academia de España en Roma, 110-111.

—– (2008): “Foros”, en León (coord.): Arte romano de la Bética. Arquitectura y urbanismo, Sevilla, 106-123.

MáRQUEz VILLORA, J. C. y MOLINA VIDAL, J. (1999): “Exportaciones de vino catalán hacia Carthago Nova y su área de influencia durante el siglo I a.C.”, en XXIV Congreso Nacional de Arqueología, vol. IV, Romanización y desarrollo urbano en la His‑pania republicana (Cartagena, 1997), Murcia, 119-124.

MARTíN CAMINO, M. (1994): “Colonización fenicia y presencia púnica en Murcia”, en: El mundo púnico. Historia, sociedad y cultura, Murcia, 293-324.

—– (1995-1996): “Observaciones sobre el urbanismo antiguo de Carthago Nova y su ar-quitectura a partir de sus condicionantes orográficos”, AnMurcia, 11-12, 205-213.

—– (2006): “La curia de Carthago Nova”, Mastia, 5, 61-84.MARTíN CAMINO, M. y BELMONTE MARíN, J. A. (1993): “La muralla púnica de

Cartagena: valoración arqueológica y análisis epigráfico de sus materiales”, AulaOr, 11, 2, 161-171.

MARTíN CAMINO, M.; ORTIz MARTíNEz, D.; PORTí DURáN, M. y VIDAL NIETO, M. (2001): “La domus de la Fortuna: un conjunto arquitectónico do-méstico de época romana en la calle del Duque”, en E. Ruiz Valderas (ed.): La casa romana en Carthago Nova. Arquitectura privada y programas decorativos, Mur-cia, 19-52.

182

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

MARTíN CAMINO, M.; PéREz BONET, Mª. A. y ROLDáN BERNAL, C. (1991): “Contribución al conocimiento del área portuaria de Carthago Nova y su tráfico ma-rítimo en época altoimperial”, AEspA, 64, 272-283.

MARTíN CAMINO, M. y ROLDáN BERNAL, B. (1991): “Púnicos en Cartagena”, RAMadrid, 124, 18-24.

—– (1991-92): “Nota sobre el comercio marítimo en Cartagena durante época púnica a través de algunos hallazgos subacuáticos”, AnMurcia, 7-8, 151-162.

—– (1997a): “Informe de los trabajos realizados en la calle San Antonio el Pobre”, en Excavaciones arqueológicas en Cartagena. 1982‑88 (MemArqMurcia), Murcia, 41-51.

—– (1997b): “Plaza de San Ginés número 1, esquina calle del Duque”, en Excavaciones arqueológicas en Cartagena. 1982‑88 (MemArqMurcia), Murcia, 126-128.

—– (1997c): “Calle Serreta, números 8-10-12”, en Excavaciones arqueológicas en Carta‑gena. 1982‑88 (MemArqMurcia), Murcia, 74-94.

—– (2001): “Cerámica de importación en la Cartagena púnica: los morteros y grandes platos. Siglo III a.C.”, en Actas del Congreso Internacional de Estudios Fenicios y Púni‑cos (Cádiz, 1999), Cádiz, 1615-1623.

MARTíNEz ANDREU, M. (1985): “La muralla bizantina de Carthago Nova”, Antig‑Crist, II, 129-151.

—– (2004): “La topografía en Carthago Nova. Estado de la cuestión”, Mastia, 3, 11-30.MARTíNEz SANCHEz, A. y DE MIQUEL SANTED, L. E. (2004): “Programa deco-

rativo de los pavimentos marmóreos del área foral de Carthago Noua”, en S. F. Ramallo (ed.): La decoración arquitectónica en las ciudades romanas de Occidente, Murcia, 485-500.

MARTíNEz RODRíGUEz, A. (1998): “Los capiteles romanos de Carthago Nova (His-pania Citerior)”, en De les estructures indígenes a l’organització provincial romana de la Hispània Citerior. Homenatge a Josep Estrada i Garriga, Barcelona, 317-336.

MARTíNEz SáNCHEz, M.ª A. (2004): “El decumano máximo de Carthago Nova: la calzada de la calle San Diego”, Mastia, 3, 195-204.

MAS GARCíA, J. (1977): “La arqueología submarina en 1973. Jornadas de estudio so-bre su orientación futura. Excavaciones en la costa de Cartagena, 1973”, NotAHisp, 5, 275-288.

—– (1979): El Puerto de Cartagena, Cartagena.—– (1985): “El polígono submarino de Cabo de Palos”, en VI Congreso Internacional de

Arqueología Submarina (Cartagena, 1982), Madrid, 155-161.—– (ed.) (1992): Historia de Cartagena, IV, Murcia.MéNDEz ORTIz, R. (1997): “Calle San Francisco número 8”, en Excavaciones arqueo‑

lógicas en Cartagena. 1982‑88 (MemArqMurcia), Murcia, 28-30.MERLIN, A. (1912): “Lingots et ancres trouvés en mer près de Mahdia (Tunisie)”, en

Mélanges offerts à R. Cagnat, Paris, 389-390.MINIERO, (ed.) (2000): Il sacello degli Augustali di Miseno, Napoli.MOLINA VIDAL, J. (1997): La dinámica comercial romana entre Italia e Hispania Cite‑

rior (s. II a.C.‑II d.C.), Alicante.MUNzI, M. (1993): “Il teatro romano di Volterra. L’architettura”, en G. Cateni (ed.): Il

teatro romano di Volterra, Firenze, 41-55.MUñOz AMILIBIA, A. Mª. (1988): “Nuevo miliario de Mazarrón. La vía romana cos-

tera desde Cartagonova”, en Homenaje a Samuel de los Santos, Albacete, 225-229.

183

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

MURCIA MUñOz, A. J. (1999): “Poblamiento rural romano en el Campo de Carta-gena: el tránsito de los siglos II al III d.C.”, en XXIV Congreso Nacional de Arqueolo‑gía, vol. IV, Romanización y desarrollo urbano en la Hispania republicana (Cartagena, 1997), Murcia, 221-226.

MURCIA MUñOz, A. J. (2010): “El poblamiento romano en el Campo de Cartagena (siglos III a.C.-VII d.C.)”, en J. M. Noguera Celdrán (ed.): Poblamiento rural romano en el Sureste de Hispania. 15 años después, Murcia, 141-165.

MURCIA MUñOz, A. J. y MADRID BALANzA, M.ª J. (2003): “Las termas de la ca-lle Honda-Plaza de los Tres Reyes de Cartagena: material latericio y problemas de inserción urbana”, en: J. M. Noguera Celdrán (ed.): Arx Asdrubalis. Arqueología e Historia del Cerro del Molinete, Murcia, 231-267.

NIELSEN, I. (1990): Thermae et Balnea. The Architecture and Cultural History of Roman Public Baths, I-II, Aarhus.

NIEMEyER, H.-G. (1968): Studien zur statuarischen Darstellung der römischen Kaiser, Berlin.NOGALES BASARRATE, T. (2000): “Un altar en el foro de Augusta Emerita”, en León,

y T. Nogales Basarrate (eds.): Actas de la III Reunión sobre escultura romana en Hispa‑nia (Córdoba 1997), Madrid, 25-46.

—– (2007): “Culto imperial Augusta Emerita: imágenes y programas urbanos”, en T. No-gales, T. y J. González (eds.): Culto imperial: política y poder. Actas del Congreso Inter‑nacional (Mérida, 2006), Roma, 447-539.

—– (2009): “Foros de Augusta Emerita: urbanismo monumentalización y programas de-corativos”, en J. M. Noguera Celdrán (ed.): Fora Hispaniae. Paisaje urbano, arquitec‑tura, programas decorativos y culto imperial en los foros de las ciudades hispanorromanas, Murcia, 123-154.

NOGALES BASARRATE, T. y BELTRáN FORTES, J. (eds.) (2009): Marmora His‑pana. Explotación y uso de los materiales pétreos en la Hispania Romana (Coloquio Se-villa-Mérida, 2007), Roma.

NOGUERA CELDRáN, J. M. (1991): La escultura (La ciudad romana de Carthago Nova: fuentes y materiales para su estudio, 5), Murcia.

—– (1992): “Una estatua femenina ataviada con ‘palla’, del tipo Pudicitia, variante Brac-cio Nuevo, en el Museo Arqueológico Provincial de Murcia”, Verdolay, 4, 113-124.

—– (1993a): “Hipótesis interpretativa de un sillar con relieves de Cartagena”, AnCórd, 4, 159-180.

—– (1993b): “La escultura romana de Carthago Nova (Cartagena): notas para un estado de la cuestión”, en: T. Nogales Basarrate (ed.): Actas de la I Reunión sobre Escultura Ro‑mana en Hispania (Mérida, 1992), Madrid, 263-276.

—– (1995): “La estatuaria romana de Carthago Nova: aportaciones al estudio topográ-fico-urbanístico”, en: XXI Congreso Nacional de Arqueología (Teruel, 1991), zara-goza, 1999-1210.

—– (1995-1996): “Instalaciones portuarias romanas: representaciones iconográficas y testimonio histórico”, AnMurcia, 11-12, 219-235.

—– (2001): “Bacchus, Ariadna, musae, nymphae, satyroi, peplophoroi… in urbe. Una aproximación arqueológica a la escultura de casa y jardín en la Carthago Nova al-toimperial”, en E. Ruiz Valderas (ed.): La casa romana en Carthago Nova. Arquitec‑tura privada y programas decorativos, Murcia, 138-166.

184

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

—– (2002a): “Carthago Noua: una metrópoli hispana del Mediterráneo occidental”, en: Cartagena romana. Historia y epigrafía, Murcia, 49-87.

—– (2002b): “Un edificio del centro monumental de Carthago Nova: Análisis arquitectó-nico y decorativo e hipótesis interpretativas”, JRA, 15, 63-96.

—– (ed.) (2003a): Arx Asdrubalis. Arqueología e Historia del Cerro del Molinete (Carta‑gena), I, Murcia.

—– (2003b): “Arx Asdrubalis. Historia y Arqueología de un espacio privilegiado de Car-tagena en la antigüedad”, en J. M. Noguera Celdrán (ed.): Arx Asdrubalis. Arqueolo‑gía e Historia del Cerro del Molinete (Cartagena), I, Murcia, 13-74.

—– (2004): “Lucro mercantil, inversiones y programas edilicios en Carthago Nova en-tre la República tardía y el Imperio”, en AA.VV., Scombraria. La historia oculta bajo el mar. Catálogo de la exposición, Murcia, 66-87.

NOGUERA, J. M. y ABASCAL, J. M. (2003): “Inscripciones conmemorativas de Car‑thago Noua: nuevos epígrafes del centro monumental de la ciudad”, Mastia, 2, 11-63.

NOGUERA CELDRáN, J. M. y ANTOLINOS MARíN, J. A. (2003): “Materiales y técnicas en la escultura romana de Carthago Nova y su entorno”, en T. Nogales Ba-sarrate (ed.): Materiales y técnicas escultóricas en Augusta Emerita y otras ciudades de Hispania, Mérida, 91-166.

NOGUERA CELDRáN, J. M.; FERNáNDEz DíAz, A. y MADRID BALANzA, M.ª J. (2009): “Nuevas pinturas murales en Carthago Noua: los ciclos de las Termas del Foro y del Edificio del atrio”, en: J.M. Noguera Celdrán y M.ª J. Madrid Balanza (eds.): Arx Hasdrubalis. La ciudad reencontrada. Arqueología en el cerro del Molinete / Cartagena, Murcia, 185-207.

NOGUERA CELDRáN, J. M.; MADRID BALANzA, M.ª J. y GARCíA ABOAL, M.ª V. (2009): “El Edificio del atrio (fases I y II): ¿un edificio para banquetes triclinares?”, en J.M. Noguera Celdrán y M.ª J. Madrid Balanza (eds.): Arx Hasdrubalis. La ciu‑dad reencontrada. Arqueología en el cerro del Molinete / Cartagena, Murcia, 120-141.

NOGUERA CELDRáN, J. M. y MADRID BALANzA, M.ª J. (eds.) (2009a): Arx Has‑drubalis. La ciudad reencontrada. Arqueología en el cerro del Molinete / Cartagena, Murcia.

—– (2009b): “Más sobre los órdenes arquitectónicos en Cartagena: nuevos capiteles del Molinete”, en J.M. Noguera Celdrán y M.ª J. Madrid Balanza (eds.): Arx Hasdruba‑lis. La ciudad reencontrada. Arqueología en el cerro del Molinete / Cartagena, Murcia, 165-184.

—– (2009c): “…apparetque beata pleno/Copia cornu. Una excepcional cornucopia mar-mórea de Carthago Nova”, Verdolay, 12, 75-95.

NOGUERA CELDRáN, J. M.; MADRID BALANzA, M.ª J. y MARTíNEz LóPEz, J. A. (e.p.): “Las defensas de Cartagena en la Antigüedad. Nuevas evidencias de la muralla romana republicana”, Anales de Arqueología Cordobesa.

NOGUERA CELDRáN, J. M.; MADRID BALANzA, M.ª J. y QUIñONERO MO-RALES, D., (2009): “Nuevas aportaciones al urbanismo de Carthago Noua: la insula I del Molinete y la red viaria de la colonia”, en J.M. Noguera Celdrán y M.ª J. Ma-drid Balanza (eds.): Arx Hasdrubalis. La ciudad reencontrada. Arqueología en el cerro del Molinete / Cartagena, Murcia, 68-81.

NOGUERA CELDRáN, J. M. y RUIz VALDERAS, E. (2006): “La curia de Carthago Noua y su estatua de togado capite uelato”, en D. Vaquerizo Gil, D. y J. F. Murillo

185

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

Redondo (eds.): El concepto de lo provincial en el mundo antiguo. Homenaje a la Profe‑sora Pilar León Alonso, vol. 2, Córdoba, 195-231.

NOGUERA CELDRáN, J. M.; SOLER HUERTAS, B.; MADRID BALANzA, Mª. J. y VIzCAíNO SáNCHEz, J. (2009): “El foro de Carthago Nova: estado de la cuestión”, en J. M. Noguera Celdrán (ed.): Fora Hispaniae. Paisaje urbano, arquitectura, programas decorativos y culto imperial en los foros de las ciudades hispanorromanas, Murcia, 217-302.

NÜNNERICH-ASMUS, A. (1994): Basilika und Portikus. Die Architektur der Säulen‑hallen als Ausdruck gewandelter Urbanität in später Republik und früher Kaiserzeit, Köln-Weimar-Wien.

PAGANO, M. (1983): “L’edificio dell’agro Murecine a Pompei”, RendNap, 58, 325-361.PENA, Mª. J. (1995-1996): “Algunas consideraciones sobre la epigrafía funeraria de Car-

thago Nova”, AnMurcia, 11-12, 237-243.PENSABENE, P. (2006): “Mármoles y talleres en la Bética y otras áreas de la Hispania ro-

mana”, en D. Vaquerizo Gil y J. F. Murillo Redondo (eds.): El concepto de lo provincial en el mundo antiguo. Homenaje a la Profesora Pilar León Alonso, vol. 2, Córdoba, 103-142.

—– (2007): Ostiensium marmorum decus et decor. Studi architettonici, decorativi e archeo‑metrici (Studi Miscellanei, 33), Roma.

PéREz BALLESTER, J. (1983): “Cerámicas helenísticas del Mediterráneo oriental en Cartagena”, en XVI Congreso Nacional de Arqueología (Murcia-Cartagena 1982), za-ragoza, 519-524.

—– (1985): “Testimonio de tráfico marítimo con el Mediterráneo oriental en Cartagena”, en Ceràmiques gregues i helenístiques a la Península ibérica. Taula rodonda amb motiu del 75è aniversari de les excavacions d’Empúries (Empúries, 1983), Barcelona, 143-150.

—– (1991): “Excavaciones en el anfiteatro de Cartagena: Campaña, noviembre de 1985”, MemArqMurcia, 2, 203-209.

—– (1995a): “Las ánforas Dressel 1 con datación consular: una pieza de Cartagena”, Saguntum, 29, 175-186.

—– (1995b): “Las actividades comerciales y el registro arqueológico en la Carthago Nova republicana. Los hallazgos del área del anfiteatro”, Verdolay, 7, 339-349.

—– (1998): “El portus de Carthago Nova. Sociedad y comercio tardo-helenísticos”, en: Puertos antiguos y comercio marítimo. III Jornadas de arqueología subacuática (Valen-cia, 13, 14 y 15 de noviembre de 1997), Valencia, 249-261.

PéREz BALLESTER, J., y BERROCAL CAPARRóS, Mª. C. (1997): “Informe de las excavaciones en la explanada del Hospital de Marina. Cartagena, 1990-1991”, Me‑mArqMurcia, 6, 288-293.

—– (1999): “Sobre el origen del anfiteatro romano de Carthago-Nova”, en XXIV Con‑greso Nacional de Arqueología, vol. IV, Romanización y desarrollo urbano en la Hispania republicana (Cartagena, 1997), Murcia, 195-197.

PéREz BALLESTER, J.; CABRERA BONET, y PELáEz, N. (1980): “Noticia sobre cerámicas helenísticas de engobe blanco del tipo lagynos halladas en Cartagena”, MM, 21, 155-164.

PéREz BALLESTER, J.; SAN MARTíN MORO, A. y BERROCAL CAPARRóS, Mª. C. (1995): “El anfiteatro romano de Cartagena (1967-1992)”, en Bimilenario del an‑fiteatro romano de Mérida. Coloquio Internacional El anfiteatro en la Hispania romana (Mérida 26-28 de Noviembre de 1992), Mérida, 91-117.

186

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

PINEDO, J. (1996): “Inventario de yacimientos arqueológicos subacuáticos del litoral murciano”, Cuadernos de Arqueología Marítima, 4, 57-90.

PONSICH, M. (1988): Aceite de oliva y salazones de pescado. Factores socioeconómicos de Bética y Tingitania, Madrid.

PONSICH, M. y TARRADELL, M. (1965): Garum et industries antiques de salaison dans la Méditerranée occidentale, Paris.

POVEDA NAVARRO, A. M. (2000): “Societas Baliarica. Una nueva compañía minera romana de Hispania”, Gerión, 18, 293-313.

RAMALLO ASENSIO, S. F. (1985): Mosaicos romanos de Carthago Nova (Hispania Ci‑terior), Murcia.

—– (1989): La ciudad romana de Carthago Nova: la documentación arqueológica (La ciu‑dad romana de Carthago Nova: fuentes y materiales para su estudio, 2), Murcia.

—– (1992): “Inscripciones honoríficas del teatro de Carthago Nova”, AEspA, 65, 49-73.—– (1993): “Terracotas arquitectónicas del santuario de La Encarnación (Caravaca de la

Cruz, Murcia)”, AEspA, 66, 71-98.—– (1996a): “Capiteles corintios de Cartagena”, en León (ed.): Colonia Patricia Corduba.

Una reflexión arqueológica. Coloquio internacional (Córdoba, 1993), Córdoba, 221-234.—– (1996b): “Inscripciones honoríficas del teatro romano de Cartagena. Addendum a

AEspA 1992”, AEspA, 69, 307-309.—– (1999a): “Cartagena en la Antigüedad: estado de la cuestión. Una revisión quince

años después”, en XXIV Congreso Nacional de Arqueología, vol. IV, Romanización y de‑sarrollo urbano en la Hispania republicana (Cartagena, 1997), Murcia, 11-21.

—– (1999b): “Elementos de decoración arquitectónica hallados en Cartagena”, en: Mé‑langes C. Domergue (Pallas, 50), 211-231.

—– (1999c): El programa ornamental del teatro romano de Cartagena, Murcia.—– (1999d): “Drei neuattische Rundaltäre aus dem Theater von Carthago Nova (Carta-

gena, Spanien)”, AA, cols. 523-542.—– (2000a): “La porticus post scaenam en la arquitectura teatral romana. Introducción al

tema”, AnMurcia, 16, 87-120.—– (2000b): “Carthago Spartaria. Un núcleo bizantino en Hispania”, en G. Ripio y J. M.

Gurt (eds.): Sedes regiae (ann. 400‑800), Barcelona, 579-611.—– (2001): “Sistema, diseños y motivos en los mosaicos romanos de Carthago Nova: a pro-

pósito de los pavimentos de la calle del Duque”, en E. Ruiz Valderas (ed.): La casa ro‑mana en Carthago Nova. Arquitectura privada y programas decorativos, Murcia, 167-204.

—– (2003a): “Carthago Nova. Arqueología y epigrafía de la muralla urbana”, enDefensa y territorio en Hispania de los escipiones a Augusto. Espacios urbanos y rurales, municipa‑les y provinciales, Madrid, 325-362.

—– (2003b): “Carthago Nova y la arqueología romana en el sureste de la península Ibé-rica. Balance de veinticinco años de investigación”, en Estudios de arqueología dedica‑dos a la profesora Ana María Muñoz Amilibia, Murcia, 289-318.

—– (2003c): “Los príncipes de la familia Julio-Claudia y los inicios del culto imperial en Carthago Nova”, Mastia, 2, 189-212.

—– (2004): “Decoración arquitectónica, edilicia y desarrollo monumental en Carthago Nova”, en S. F. Ramallo Asensio (ed.): La decoración arquitectónica en las ciudades ro‑manas de Occidente, Murcia, 153-218.

187

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

—– (2006a): “Talleres urbanos y talleres locales en los capiteles corintios de Cartagena”, en D. Vaquerizo y J. F. Murillo, J. F. (eds.): El concepto de lo provincial en el mundo antiguo. Homenaje a la profesora Pilar Alonso, Córdoba, 451-470.

—– (2006b): “Carthago Nova: urbs opulentissima omnium Hispania”, en L. Abad, L.; S. Keay, S. y S. F. Ramallo (eds.): Early roman towns in Hispania Tarraconensis, Rhode Island, 91-104.

—– (2006c): “La articulación de los espacios externos en el teatro romano de Carta-gena”, en Jornadas sobre teatros romanos en Hispania (Actas del Congreso internacional celebrado en Córdoba los días 12 al 15 de noviembre del año 2002), Córdoba, 267-290.

—– (2007): “Culto imperial y arquitectura en la Tarraconense meridional: Carthago Nova y sus alrededores”, en T. Nogales y J. González (eds.): Culto Imperial. Política y poder, Roma, 643-684.

—– (2008): “Novedades y precisiones sobre la decoración escultórica del teatro de Car‑thago Noua”, en E. La Rocca, P. León y C. Parisi Prescisce (Eds.): Le due patrie acqui‑site. Studi di archeologia dedicati a Walter Trillmich, Roma, 367-378.

RAMALLO ASENSIO, S. F. y ARANA CASTILLO, R. (1987): Canteras romanas de Carthago Nova y sus alrededores (Hispania Citerior), Murcia.

RAMALLO ASENSIO, S. F., FERNáNDEz DíAz, A., MADRID BALANzA, Mª. J. y RUIz VALDERAS, E. (2008): “Carthago Nova en los últimos siglos de la repú-blica: una aproximación desde el registro arqueológico” en J. Uroz; J. M. Noguera y F. Coarelli (eds.): Iberia e Italia: modelos de integración territorial, Murcia, 573-604.

RAMALLO ASENSIO, S. F. y MURCIA MUñOz, A. J. (2010): “‘Aqua et lacus’ en ‘Carthago Nova’. Aportaciones al estudio del aprovisionamiento hídrico en época ro-mana”, ZPE, 172, 249-258.

RAMALLO, S. F.; RUIz, E. y MURCIA, A. (2010): “La scaenae frons del teatro de Car-tagena”, en S. F. Ramallo y N. Röring (eds.): La scaenae frons en la arquitectura tea‑tral romana (Cartagena, 12 al 14 de marzo de 2009), Murcia, 203-241.

RAMALLO ASENSIO, S. F. y RUIz VALDERAS, E. (1994a): “Transformaciones ur-banísticas en la ciudad de Carthago Nova”, en La ciudad en el mundo romano (Actas del XIV Congreso Internacional de Arqueología Clásica (Tarragona, 1993), vol. 2, Ta-rragona, 342-343.

—– (1994b): “Un edículo republicano dedicado a Atargatis en Carthago Nova”, AEspA, 67, 79-102.

—– (1998): El teatro romano de Carthago Nova, Murcia.—– (2001): “Teatro romano de Cartagena. Campaña 1999-2000”, en XII Jornadas de Pa‑

trimonio Histórico y Arqueología Regional, Murcia, 52-53.—– (2009): “El diseño urbano de una gran ciudad del S.E. de Iberia: Qart Hadast”, en

Phönizisches und punisches Städtewesen (Roma, 2007), 525-541.—– (2010): “Carthago de Hispania, emporio comercial del Mediterráneo occidental”, en

R. González Villaescusa y J. Ruiz de Arbulo, J. (eds.), Simulacra Romae II. Rome, les capitales de province (capita prouinciarum) et la création d’un espace común européen. Une approche archéologique (Reims, 2008), Reims, 95-110.

RAMALLO ASENSIO, S.; SAN MARTíN MORO, H. P. A. y RUIz VALDERAS, E. (1993): “Teatro romano de Cartagena: una aproximación preliminar”, CuadArqRom, 2, 51-92.

188

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

REBUFFAT, R. (1970): Thamusida. Fouilles du Service des Antiquités de Maroc (MEFRA, su 2), Rome-Paris.

RICO, C., FABRE, J.-M. y ANTOLINOS MARíN, J. A. (2009): “Recherches sur les mines et la métallurgie du plomo-argent de Carthagène à l’époque romaine”, MelCa‑saVelazquez, 39 (1), 291-310.

RICO, C. (2010): “Sociétés et entrepreneurs miniers italiques en Hispanie à la fin de l’époque républicaine. Une comparaison entre les districts de Carthagène et de Sie-rra Morena”, en Ab Aquitania in Hispaniam. Mélanges d’histoire et d’archéologie offerts à Pierre Sillières (Pallas, 82), Toulousse, 395-415.

RODA, I. (1994): “Consideraciones sobre el sevirato en Hispania. Las dedicatorias ob ho‑norem seviratus en el Coventus Tarraconensis”, en M. Mayer y J. Gómez Pallarés (eds.): Religio deorum, Actas del Coloquio Internacional de epigrafía, Culto y Sociedad en Occi‑dente (Tarragona, 1988), Sabadell, 399-404.

—– (2004a): “Agripa y el comercio del plomo”, Mastia, 3, 183-194.—– (2004b): “El mármol como soporte privilegiado en los programas ornamentales de

época imperial”, en S. F. Ramallo (ed.): La decoración arquitectónica en las ciudades romanas de Occidente. Actas del Congreso Internacional celebrado en Cartagena entre los días 8 y 10 de octubre de 2003, Murcia, 405-420.

RODERO RIAzA, A. P. (1985): “La ciudad de Cartagena en época púnica”, AulaOr, 3, 217-223.

ROLDáN BERNAL, B. P. (2003): “El cerro del Molinete de Cartagena: actuaciones ar-queológicas recientes”, en J. M. Noguera Celdrán (ed.): Arx Asdrubalis. Arqueología e Historia del Cerro del Molinete (Cartagena), I, Murcia, 75-113.

ROLDáN BERNAL, B. y DE MIQUEL SANTED, L. E. (1996): “Excavaciones en el cerro del Molinete (Cartagena)”, RAMadrid, 184, 56-57.

—– (1999): “Excavaciones en el templo capitolino de Carthago Nova”, en XXIV Congreso Nacional de Arqueología, vol. IV, Romanización y desarrollo urbano en la Hispania re‑publicana (Cartagena, 1997), vol. 4, Murcia, 57-65.

—– (2002): “Intervención arqueológica en el Cerro del Molinete (Cartagena). Años 1995-1996. Valoración histórica del yacimiento”, MemArqMurcia, 10, 247-294.

ROLDáN BERNAL, B. y MARTíN CAMINO, M. (1996): “Informe de la excava-ción de urgencia en la Plaza de San Ginés, esquina calle del Duque (Cartagena). Año 1990”, MemAMurcia, 5, 249-261.

RUIz DE ARBULO, J. (1992): “Tarraco, Carthago Nova y el problema de la capitali-dad en la Hispania Citerior republicana”, en Miscel.lània arqueològica a Josep M. Re‑casens, Tarragona, 115-130.

RUIz VALDERAS, E. (1994): “Las cerámicas de barniz negro de Cales en la primera mi-tad del siglo II a.C. en el cerro del Molinete (Cartagena)”, RAPon, 4, 47-65.

—– (1995): “Poblamiento rural romano en el área oriental de Carthago Nova”, en J. M. Noguera Celdrán (ed.): Poblamiento rural romano en el sureste de Hispania. Actas de las jornadas celebradas en Jumilla del 8 al 11 de noviembre de 1993, Murcia, 153-182.

—– (1996): “Los niveles de abandono del siglo II d.C. en Cartagena. Los contextos de la calle Jara, nº 12”, en XXIII Congreso Nacional de Arqueología (Elche, 1995), Elche, 503-512.

—– (1998): “Excavaciones en Cartagena: el solar de la calle Jara n.º 12”, MemArqMur‑cia (1992), 7, 231-242.

189

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental

RUIz VALDERAS, E. y DE MIQUEL SANTED, L. E. (2003): “Novedades sobre el foro de Carthago Nova. El togado capite velato de la calle Adarve”, Mastia, 3, 267-281.

SALVI, D. (1992a): “Le massae pumbeae di Mal di Ventre”, L’Africa romana. Atti del IX Convegno di studio (Nuoro, 1991), Sassari, 661-672.

—– (1992b): “Cabras (Oristano). Isola di Mal di Ventre. Da Carthago Nova verso i porti del Mediterraneo. Il naufragio di un carico di lingotti di piombo”, BA, 16-18, 237-248.

SAN MARTíN, A. (1956-61): “Informe sobre los hallazgos en la calle de la Morería Baja (Cartagena)”, NotAHisp, 5, 193-199.

SáNCHEz SIMóN, M. (1999): Arquitectura pública sobre terrazas en Hispania durante el Alto Imperio (Tesis Doctoral inédita), Universidad de Valladolid.

SANCHO, L. (1978): “Los ‘conventus iuridici’ en la Hispania romana”, Caesaraugusta, 45-46, 171-194.

SILLIÈRES, P. (1990): Les voies de communication de l’Hispanie méridional, Paris.—– (1995): Baelo Claudia. Une cité romaine de Bétique (Collection de la Casa de Veláz‑

quez, 51), Madrid.—– (1997): Baelo Claudia. Una ciudad romana de la Bética, Madrid.SOLER HUERTAS, B. (2000): “Arquitectura doméstica en Carthago Nova. La domus de

la Fortuna y su conjunto arqueológico”, AnMurcia, 16, 53-85.—– (2001): “La arquitectura doméstica en Carthago Nova. El modelo tipológico de una

domus urbana”, en E. Ruiz Valderas (ed.): La casa romana en Carthago Nova. Arqui‑tectura privada y programas decorativos, Murcia, 55-82.

—– (2004): “El uso de rocas ornamentals en los programas decorativos de Carthago Nova altoimerial: edilicia pública y evergetismo”, en S. F. Ramallo Asensio (ed.): La decora‑ción arquitectónica en las ciudades romanas de Occidente (Actas del Congreso Internacio‑nal celebrado en Cartagena, 8‑10 octubre 2003), Cartagena, 455-483.

—– (2005a): “El travertino rojo de Mula (Murcia). Definición de un mármol local”, Ver‑dolay, 9, 141-164.

—– (2005b): “Hacia una sistematización cronológica sobre el empleo del marmor y su comercialización en Carthago Nova”, Mastia, 4, 29-64.

—– (2008): “Marmora de importación y materiales pétreos de origen local en Hispania: explotación, comercio y función durante los períodos tardorrepublicano e imperial”, en J. Uroz; J. M. Noguera y F. Coarelli (eds.): Iberia e Italia. Modelos romanos de in‑tegración territorial, Murcia, 711-732.

—– (2009): “Los marmora de la Tarraconense y su difusión en Carthago Nova. Balance y perspectivas”, en T. Nogales Basarrate y J. Beltrán Fortes (eds.): Marmora Hispa‑nia: explotación y uso de los materiales pétreos en la Hispania Romana, Roma, 121-165.

—– (2010): “Sectilia pavimenta y revestimiento parietal de la denominada curia de Car‑thago Nova (Cartagena, Murcia, España)”, Musiva & Sectilia, 4, 159-184.

SOLER HUERTAS, B. y ANTOLINOS MARíN, J. A. (2007): “La arenisca en la arquitec-tura romana de Carthago Nova. Aspectos jurídicos y económicos” Verdolay, 10, 109-146.

—– (e.p.): “Nuevas consideraciones sobre el programa marmóreo de la interpretada curia de Carthago Noua y su modelo edilicio”, en J. M. Noguera Celdrán (ed.): Arx Has‑drubalis II. Un edificio monumental al noreste del foro, Murcia.

STEMMER, K. (ed.) (1995): Standorte. Kontext und Funktion antiker Skulptur (Ausstel‑lung Berlin), Berlin.

190

JOSé MIGUEL NOGUERA CELDRáN

SUBíAS PASCUAL, E. (1994): “Las sedes colegiales en época romana. Problemas de ti-pología arquitectónica”, BATarr, 5, 16, 85-110.

SUTHERLAND, C. H. V. (1934): “Aspects of Imperialism in roman Spain”, JRS, XXIV, 31-42.

TRILLMICH, W. y zANKER, (eds.) (1990): Stadtbild und Ideologie. Die Monumental‑isierung hispanische Städte zwischen Republik und Kaiserzeit, München.

UNGARO, L. (2008a): “L’Aula del Colosso nel Foro di Augusto: architettura e decora-zione scultorea”, en J. M. Noguera y E. Conde (eds.): Escultura romana en Hispania, V, Murcia, 29-64.

—– (2008b): “Storia, mito, rappresentazione: il programma figurativo del Foro di Augu-sto e l’Aula del Colosso”, en E. La Rocca; León y C. Parisi Presicce (eds.): Le due pa‑trie acquisite. Studi de archeologia dedicati a Walter Trillmich, Roma, 399-417.

VIDAL NIETO, M. (1997): “Calle Cuatro Santos nº 40”, en Excavaciones Arqueológicas en Cartagena 1982‑1987 (MemArqMurcia), Murcia, 188-200.

VIDAL NIETO, M. y DE MIQUEL, L. E. (1995): “Una aportación a la arqueología de Cartagena: un horizonte cerámico característico del periodo augusteo”, en XXI Con‑greso Nacional de Arqueología (Teruel, 1991), zaragoza, 1253-1272.

VIzCAíNO SANCHEz, J. (2002): “Reutilización de material en la edilicia tardoanti-gua. El caso de Cartagena”, Mastia, 1, 207-220.

WALLACE-HADRILL, A. (1982): “Civilis princeps. Between citizen and king”, JRS, 72, 32-48.

WARD-PERKINS, J. B. (1970): “From Republic to Empire. Reflections on the early provincial architecture of the Roman West”, JRS, 60, 1-19.

WIEGELS, R. (1985): Die Tribusinschriften des Römischen Hispanien: ein Katalog (Ma‑drider Forschungen, 13), Berlin.

zANKER, P. (1968): Il Foro di Augusto, Roma.—– (1992): Augusto y el poder de las imágenes, Madrid (edic. alemana: München, 1987).