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Inmigración y colonizaciónLos debates parlamentarios en el siglo xix

Inmigración y colonización Los debates parlamentarios en el siglo xix

Selección y estudio preliminar de

Mariana A. Pérez

© Secretaría de Relaciones ParlamentariasJefatura de Gabinete de Ministros - Presidencia de la NaciónJulio A. Roca 782 - piso 9, (1086) CABA [email protected]

© Universidad Nacional de General Sarmiento, 2012J. M. Gutiérrez 1150, Los Polvorines (B1613GSX)Prov. de Buenos Aires, ArgentinaTel.: (54 11) [email protected]/ediciones

Imagen de tapa: Inmigrantes arribando al puerto de Buenos AiresArchivo General de la Nación. Dpto. Doc. Fotográficos. Buenos Aires. Argentina.

Diseño gráfico de la colección: Andrés Espinosa y Daniel Vidable Departamento de Publicaciones - UNGSCorrección: Edit Marinozzi

ISBN: 978-987-630-187-9Hecho el depósito que marca la Ley 11723Prohibida su reproducción total o parcialDerechos reservados

Colección Grandes Debates ParlamentariosDirección: Oscar González y Eduardo Rinesi Comité editorial: Ernesto Bohoslavsky, Dardo Castro, Aníbal Cipollina, Jaime Gustavo González, Silvana A. Palermo y Susana María del Pilar Rivero

Pérez, Mariana Alicia Inmigración y colonización : los debates parlamentarios en el siglo XIX . - 1a ed. - Los Polvorines : Universidad Nacional de General Sarmiento; Buenos Aires: Jefatura de Gabinete de Ministros, 2014. 120 p. ; 21x15 cm.

ISBN 978-987-630-187-9

1. Inmigración. 2. Colonización. I. Título CDD 304.8

Índice

Inmigración y colonización. Los debates parlamentarios en el siglo xixMariana A. Pérez .................................................................................. 9

Selección documental ................................................................... 31

I. Proyecto de ley para la colonización de tierras nacionales. 1862................................................................................ 33

II. Proyecto de ley de fomento de la inmigración y colonización de territorios despoblados y estratégicos de la República Argentina. 1870 ........................................................ 51

III. Proyecto de ley para la colonización de tierras del Chaco. 1870 ................................................................. 59

IV. Proyecto de ley para la colonización de tierras del Chaco (segunda parte) ................................................. 71

V. Proyecto de ley para el fomento a la inmigración y promoción de la colonización. 1875 .................................................................... 83

VI. Proyecto para la sanción de una ley provisoria de fomento a la inmigración y colonización. 1875 .............................. 89

VII. Proyecto de ley de “Inmigración y Colonización” (“Ley Avellaneda”). 1876 ................................................................. 105

Bibliografía ..................................................................................... 115

Inmigración y colonización. Los debates parlamentarios en el siglo xix

Mariana A. Pérez

Introducción

La utilidad de la inmigración (...) no puede discutirse, todos estamos convenidos sobre este

punto. Reconocemos que la inmigración es un gran medio de progreso y civilización y que nos es

conveniente en todo sentido.

Senador por Córdoba, Gerónimo Cortés, 1876

Al promediar el siglo xix, nadie en los círculos intelectuales y políticos de la Argentina ponía en duda las grandes virtudes de la inmigración europea. Esta era concebida como una de las herramientas centrales para traer civiliza-ción a la sociedad argentina y para lograr el tan ansiado y postergado progreso (entendido como bienestar material y como desarrollo moral de la sociedad).

La certeza sobre las bondades de la inmigración europea se vio plasmada en el texto de la Constitución de 1853. Allí los Constituyentes dejaron claro que formaba parte obligada del progreso y que era necesaria para la construcción de una nueva nación. En el artículo 25 se establecía que el gobierno federal tenía el deber de “fomentar la inmigración europea” y el artículo 64 (inciso 16) que el Congreso debía promulgar leyes “protectoras” para promover la inmigración y la colonización de “tierras de propiedad nacional”.

Una vez constituida la unidad nacional en 1862, el Congreso se abocó a la sanción de numerosas leyes que buscaban fomentar la inmigración y facilitar la colonización de los “desiertos” (vastos territorios escasamente habitados por población blanca o bajo dominio de los pueblos indígenas). La primera –la número 25, que sentaba reglas básicas para la instalación de colonias en

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tierras nacionales– fue sancionada cuando aún Bartolomé Mitre no había asu-mido como presidente constitucional y en momentos donde “todo estaba por hacerse”: ni siquiera existía una ley que especificara cuáles eran esas “tierras nacionales”, lo que hacía muy improbable su real aplicación.1 Sin embargo, la ley fue aprobada por amplia mayoría en ambas cámaras, en una muestra cabal del gran consenso que la idea de la necesidad imperiosa de poblar el territorio mediante la inmigración europea gozaba dentro de las elites locales.

En los años siguientes, el Congreso Nacional sancionó una decena de leyes para fomentar la inmigración y colonización y se discutieron otros tantos pro-yectos que no fueron aprobados. Sin embargo, la mayoría se refería a cuestiones acotadas (gran parte trataba sobre contratos con empresarios para la fundación de colonias en territorios nacionales) y recién en el año 1875 los legisladores pudieron debatir una ley integral y orgánica sobre inmigración y colonización, pero no se llegó a un acuerdo que permitiese su aprobación. Este objetivo se logró al año siguiente con la sanción de la Ley 817 de “Inmigración y Coloniza-ción” (conocida como “Ley Avellaneda”), una norma extensa y minuciosa que consta de 7 capítulos y 128 artículos. Si bien la discusión de la ley llevó varias jornadas (sobre todo en el Senado), los debates más interesantes y ricos en torno a las políticas de inmigración y colonización ya se habían desarrollado en años anteriores. Curiosamente, fue alrededor de leyes “menores” (que no pretendían establecer una política general sobre la materia) que se suscitaron los más acalorados debates, en los que se presentaron las principales concep-ciones sobre las políticas que debía seguir el Estado Nacional al respecto. En tal sentido, el articulado de la Ley Avellaneda fue fruto de los complejos y extensos debates públicos que sobre el tema se habían dado durante más de dos décadas en la sociedad argentina y al momento de la sanción de la ley las cuestiones fundamentales ya habían sido discutidas.

Por otro lado, la sanción de la Ley 817 es una muestra del grado de desarro-llo alcanzado por el Estado Nacional durante este período y el contraste con la Ley 25 es notable. Esta apenas contaba con dos artículos y solo se limitaba a autorizar al Ejecutivo nacional a establecer contratos con particulares para la colonización de los territorios nacionales. Los legisladores de 1862 no podían aspirar a formar departamentos de inmigración ni colonización, reglamentar la llegada e instalación de los inmigrantes, establecer cómo debían organizarse las colonias, ni mucho menos, asignar presupuesto alguno para tales asuntos, todas cuestiones sí presentes en la Ley 817.2 A mediados de la década de 1870, las urgencias de la década anterior habían sido superadas y las principales

1 Ley número 25, “Sobre contratos de inmigración extranjera”, sancionada el 8 de octubre de 1862.2 Es interesante señalar que las principales instituciones comprendidas en esta ley ya habían sido creadas por el Poder Ejecutivo en años anteriores.

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instituciones que daban vida a la existencia de un Estado Nacional se habían creado, lo cual permitía el diseño de una política integral de inmigración y colonización.

La “Ley Avellaneda” continuó en vigencia hasta el año 1981, cuando fue derogada y reemplazada por la “Ley General de Migraciones y Fomento de la Inmigración” sancionada por la última dictadura militar (conocida como “Ley Videla”). Durante los ciento cinco años que median entre ambas leyes, un conjunto de normas de carácter fragmentario y acotado a aspectos pun-tuales (la mayoría decretos del Poder Ejecutivo Nacional) marcaron un giro hacia una política migratoria crecientemente restrictiva, que la “Ley Videla” sistematizó. Esta política comenzó a principios del siglo xx con la sanción de la “Ley de Residencia” en 1902, la “Ley de Defensa Social” en 1910 y el Decre-to reglamentario de la “Ley Avellaneda” de 1923, que otorgaban facultades al Poder Ejecutivo para prohibir el ingreso o para detener y expulsar a los extranjeros políticamente “indeseables”, especialmente los anarquistas. En la segunda mitad del siglo xx, en coincidencia con el agotamiento de las co-rrientes migratorias europeas y el aumento y visibilización de la inmigración procedente de países limítrofes, el centro de las políticas migratorias virará hacia la restricción del ingreso y permanencia de esta última en el territorio argentino.3

Sin embargo, toda esta normativa no cuestionó la figura del inmigrante europeo como sujeto deseable y preferible para habitar en el suelo argentino.4 Por el contrario, las concepciones decimonónicas que anudaban la inmigración europea al progreso (a lo largo del siglo xx esta palabra será reemplazada por “desarrollo”) continuaron vigentes en el marco jurídico migratorio hasta la sanción de la Ley de Migraciones de 2003. A modo de ejemplo, todavía en el año 1988, una resolución de la Dirección General de Migraciones establecía como criterios para establecer autorización de residencia: “valorar la situación de los inmigrantes originarios de países europeos, de los que han provenido mayoritariamente las corrientes inmigratorias que han servido de base al crecimiento y desarrollo de nuestra nación”5 (Courtis, 2006).

De modo que el espíritu de las leyes de inmigración sancionadas al calor de la construcción del Estado Nacional en el siglo xix continuó vigente por más

3 Tendencia que fue revertida a partir de la sanción en el año 2003 de una nueva ley de migraciones, la Nº 25871. 4 Incluso la asociación entre inmigración y colonización continuó presente en la “Ley Videla” al establecer el fomento de programas de colonización con inmigrantes en zonas consideradas prioritarias por el Poder Ejecutivo Nacional en acuerdo con las provincias (Artículos 4 y 7). 5 Resolución 700/88, aclaratoria del Decreto reglamentario 1434/87, que otorga criterio migratorio a los extranjeros que “por sus especiales condiciones o circunstancias personales revistan un especial interés para el país”.

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de un siglo en leyes, decretos y resoluciones. Junto a ellas, pervivió la creencia compartida por vastos sectores de la sociedad en las virtudes incuestionables de la inmigración europea para el progreso del país –sobre todo, frente a la poco ponderada inmigración latinoamericana– (Albarracín, 2005).

El presente volumen reúne fragmentos de los debates parlamentarios desarrollados entre 1862 y 1876 en el seno del Congreso Nacional en torno a las políticas de inmigración y colonización. La extensión y riqueza de los debates confirman el lugar central y positivo que ocupaba la inmigración en el imaginario social de la época (en especial, en el seno de las elites), al tiempo que muestran la existencia de concepciones encontradas sobre las formas ade-cuadas de intervención del Estado en los procesos sociales y económicos de la Argentina. Por lo tanto, su lectura es una ventana privilegiada para acercarnos al proceso de construcción de la Nación, que se asentó sobre concepciones y valores altamente compartidos por la clase dirigente que lo llevó a cabo, pero que incluyó también importantes cuotas de disenso. Asimismo, los debates nos acercan a uno de los momentos clave en la formación de concepciones sociales sobre la Argentina deseable (culturalmente europea, racialmente blanca), que perduran en el imaginario de gran parte de los argentinos hasta nuestros días.

1. La inmigración en los inicios de la organización nacional

La formación del Estado Nacional y la creación de una sociedad capitalista

En el período en el cual se desarrollan los debates que aquí nos atañen, se gestaron los rasgos esenciales que definirían a la sociedad y la economía argentina hasta –al menos– la tercera década del siglo xx. Durante esta etapa se construyeron las principales instituciones del Estado Nacional, se consolidó el perfil de la economía pampeana como proveedora de bienes primarios en el mercado atlántico y se profundizó el proceso de desarrollo de las relaciones sociales capitalistas.

En 1862 la construcción del Estado era un desafío casi inconmensurable para el Gobierno Nacional. Entre otras cosas, había que establecer un sistema rentístico que asegurara las finanzas del nuevo Estado, formar un ejército, crear un sistema de justicia federal, un sistema monetario, sancionar los códigos penal, civil y comercial que actuasen como marco regulador de las relaciones sociales y crear las condiciones necesarias para el progreso. El éxito de esta última tarea constituía en sí un factor legitimante de la existencia de un nue-vo orden estatal a nivel nacional. Por tal motivo, en los años subsiguientes a

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1862 siempre estuvo entre las prioridades del Gobierno Nacional (aunque no siempre con el resultado deseado) la provisión de medios técnicos y financieros para fomentarlo. La lista de intervenciones del gobierno en este sentido es ciertamente larga. Como ejemplos podemos citar la creación de un sistema de correos y telégrafos y la construcción de puertos y ferrocarriles para permitir la integración de los mercados regionales en un único mercado nacional y facilitar un más aceitado vínculo con el mercado atlántico, la creación de un departamento topográfico para conocer mejor la geografía y la calidad de las tierras nacionales, la realización de campañas contra los pueblos indígenas para quitarles el control sobre los territorios bajo su dominio, la creación de las bases para un sistema educativo nacional y, por supuesto, la elaboración de leyes e instituciones para fomentar la fundación de colonias agrícolas y crear las condiciones propicias para la llegada de inmigrantes europeos (Oszlak, 1997; Sábato, 2012).

La creación de un orden estatal nacional implicaba profundas transfor-maciones en los modos de organización social y en los equilibrios políticos y formas de ejercer el poder. Por tal motivo, el éxito de este proceso estuvo vinculado desde un comienzo a la constante negociación con los poderes políticos a nivel provincial y regional (Sábato, 2012). Sin embargo, esto no excluyó la existencia de altas cuotas de violencia a través de las cuales el Estado Nacional se impuso sobre los sectores que ofrecían resistencia a la construcción de un nuevo orden estatal y social bajo las premisas propuestas desde los gobiernos centrales. Los gobiernos de Bartolomé Mitre y Domingo F. Sarmiento tuvieron que afrontar las rebeliones de los caudillos federales del interior, que fueron sofocadas tras complicadas luchas y brutales represiones por parte de las fuerzas nacionales.6 A estos conflictos armados se sumó la larga y terrible Guerra del Paraguay, que intensificó las tensiones políticas internas, al tiempo que causó la muerte de decenas de miles de personas. De todas estas experiencias, el Estado Nacional salió fortalecido: los largos años de luchas armadas devinieron en la creación de un ejército profesional que le permitió el control efectivo del territorio y encarar con eficacia la definitiva embestida contra los pueblos indígenas de la Patagonia y el Chaco.

A pesar de la intensidad de los conflictos armados y de la conflictividad política del período, los años posteriores a 1862 fueron de gran crecimiento económico para la Pampa Húmeda –devenida desde principios de siglo en el centro de la economía argentina–. En efecto, el espacio rural rioplatense (sobre todo el de la provincia de Buenos Aires) estaba atravesando un proceso de gran prosperidad económica y de importantes transformaciones en las formas de organización de la producción y de las relaciones sociales desde comienzos

6 Según declaraciones del senador Nicasio Oroño en septiembre de 1868, entre 1862 y dicho año se habían sucedido 107 revoluciones y 90 combates (Oszlak, 1997, p. 107).

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de la década de 1850. Estos cambios habían sido estimulados con fuerza por la nueva fase de expansión del capitalismo mundial, que se había iniciado en la década de 1840 y que finalizaría en 1873, por el estallido de una fenomenal crisis económica (que afectó también a la economía local). Brevemente, este ciclo de expansión de la economía capitalista estuvo signado por el crecimiento de las economías industriales (entre las que se destaca la industrialización alemana), un acelerado proceso de urbanización en Europa, el desarrollo del transporte (del ferrocarril y también de nuevas técnicas de navegación, las que constituyeron en sí una revolución en el traslado de personas y mer-caderías) y por la adhesión generalizada a las teorías económicas liberales que supusieron el fin del proteccionismo comercial y de las trabas jurídicas a la libre circulación de los factores de producción. Por tales motivos, en esta etapa se multiplicó el volumen del comercio internacional, se incrementó la emigración europea y se incorporaron a la economía mundial remotas áreas productoras de materias primas, entre las que se destacaba la Pampa Húmeda.

Efectivamente, en los diez años que se suceden a la caída de Rosas, las exportaciones del puerto de Buenos Aires se duplicaron.7 Este extraordina-rio aumento de las exportaciones estuvo dominado por la lana, cuyo precio internacional estaba subiendo de manera sostenida desde la década de 1840. La cría del ganado ovino se constituyó, entonces, en la principal actividad productiva de la Pampa Húmeda, sobre todo en la campaña de Buenos Aires, cuya economía era, de lejos, la más rica y dinámica de la Argentina.

El tránsito de una economía centrada en la cría de ganado vacuno para la exportación de cueros a una basada en la cría de ovejas para la comercia-lización de lana, supuso profundas transformaciones en la organización de la producción rural. El nuevo tipo de producción requería más inversión en capital fijo en las estancias (corrales, baños, cercos, galpones), la compra de ganado refinado y la utilización de importantes cuotas de mano de obra cali-ficada para llevar a cabo las múltiples tareas que la cría de ovejas necesitaba. A diferencia de las rústicas vacas que se habían criado en la campaña bonae-rense desde finales del siglo xviii, las ovejas de raza refinada que poblaban la campaña bonaerense y parte del sur de Santa Fe, requerían de atención a lo largo de todo el año y mucho trabajo en los períodos de esquila (septiembre) y de parición (abril-mayo y julio-agosto). Además, eran muy frágiles y debían ser bañadas, marcadas periódicamente, y protegidas contra la sarna, la lluvia, el viento y los perros salvajes (Hora, 2010:103).

El aumento de las exportaciones exigió además el desarrollo de un sistema de comercialización más complejo y extenso. Esto estimuló el crecimiento de las ciudades portuarias de Buenos Aires y Rosario, fuertemente vinculadas al

7 Las exportaciones de lana por el puerto de Buenos Aires pasaron de 21 millones de libras en 1850 a 45 millones diez años más tarde (Hora, 2010, p. 83).

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mercado atlántico. Ambas ciudades atravesaron por un proceso de desarrollo urbano y aumento poblacional inédito, lo que afirmó a de Buenos Aires como principal ciudad de la Argentina y a Rosario como la más importante del Litoral.

El crecimiento de la economía y la fuerte demanda de mano de obra tu-vieron, entre otras consecuencias, un incremento acentuado de los salarios (se estima que entre 1850 y 1865 casi se duplicaron) y la perspectiva cierta de progreso económico para aquellos europeos que estuviesen dispuestos a emprender la experiencia de la emigración hacia el Río de la Plata. De modo que, en las dos décadas siguientes a la caída de Rosas, la inmigración europea se multiplicó. Esta se concentró fundamentalmente en Buenos Aires y, en menor medida, en el Litoral. Por ejemplo, se estima que en 1854 el 8% de la población de la campaña en la provincia de Buenos Aires era de origen europeo; quince años más tarde, en 1869, estos constituían el 20% de la población (y el 45% de los varones de entre 15 y 50 años, es decir, casi la mitad de los hombres en edad productiva). En la ciudad de Buenos Aires la presencia de inmigran-tes fue aún mayor. Hacia 1850 uno de cada tres habitantes de la ciudad era europeo (lo que indica la presencia muy considerable de inmigrantes desde la década de 1840). En los años siguientes, la llegada de inmigrantes creció sobremanera y en 1870 la mitad de la población porteña procedía de Europa (Roy Hora: 105-128).8

Paralelamente al crecimiento de la economía pampeana, en la década de 1850 comenzaron a fundarse las primeras colonias agrícolas en Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe y Buenos Aires. Las colonias eran núcleos productivos habitados por europeos (aunque no en forma exclusiva). Cada “colono” (por lo general, el padre de un grupo familiar) producía en lotes de mediana ex-tensión que le habían sido entregados gratis o vendidos a plazos, ya sea desde el momento de su arribo o luego de un determinado tiempo de permanencia.

Las razones que llevaron a los gobiernos provinciales a favorecer esos emprendimientos son múltiples. La exigencia de aumentar la producción agrícola para abastecer a los mercados locales y disminuir la dependencia de los cereales importados estaba en un primer plano; pero no menos importantes fueron la necesidad de asegurar las fronteras y la de contar con una nueva base de recaudación impositiva. Asimismo, era necesario que estas colonias se poblasen con europeos. A ojos de las autoridades, estos contaban con la virtud ser portadores de una moralidad y hábitos culturales superiores a los

8 Si bien los datos sobre la cantidad de inmigrantes europeos que ingresaron al país en las décadas de 1860 y 1880 no son del todo certeros, se calcula que en esos años arribaron alrededor de medio millón, una cifra muy importante, considerando que la población de la Argentina en 1870 era de aproximadamente 1.800.000 habitantes. Sin embargo, estas cifras son pequeñas en comparación al ciclo de la “inmigración masiva” que comenzará a partir de la década de 1880. Entre este último año y 1914 los arribos treparon a 4.200.0000 personas (Véase, por ejemplo, Devoto, 2003, p. 247).

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de la población local y, en especial, tenían la ventaja de ser mano de obra que no estaba sujeta al servicio de las armas. En una época donde los conflictos armados eran la norma, el reclutamiento constante de hombres para la mili-cia o el ejército dificultaba seriamente el desarrollo agrícola, al ser esta una actividad intensiva en mano de obra.

Durante esta etapa, los emprendimientos fueron financiados y gestionados por capitalistas privados, mientras que los estados provinciales se limitaron a cederles tierras fiscales baratas. La precariedad de las instituciones estatales de la época y la crónica pobreza de los fiscos provinciales, hacían imposible que los gobiernos pudiesen planificar, organizar y costear la colonización. De modo que, hasta 1870, la abrumadora mayoría de las colonias fueron fruto de emprendimientos privados. Recién a partir de esta década, con el afianzamiento del Estado Nacional, empezó una política de colonización gubernamental. Sin embargo, la colonización privada continuó siendo el principal motor de la colonización agrícola hasta el siglo xx (Djenderedjian, et al., 2010; Djenderedjian, 2008).

De las colonias fundadas en la década de 1850, solo lograron sobrevivir “Esperanza” y “San Carlos” en Santa Fe y “San José” en Entre Ríos. A pesar de que a finales de la década de 1860 ya se habían convertido en experien-cias exitosas, sus comienzos fueron muy difíciles. Las primeras colonias en la zona estuvieron integradas por familias agricultoras que trabajaban en lotes pequeños (menores a 50 hectáreas). Sin experiencia ni información adecuada sobre el clima y la calidad de los suelos, al principio las cosechas fueron muy magras. Una vez superadas estas dificultades, los colonos se dedicaron a la producción de una amplia variedad de granos y productos de huerta destinados al autoconsumo y a abastecer los mercados locales. Pero el tamaño de estos mercados era muy pequeño y no podían absorber la producción de las colonias. Por lo tanto, en los primeros tiempos la ren-tabilidad fue escasa y con mucha frecuencia no alcanzaba para cubrir las deudas contraídas al instalarse o las creadas durante el ciclo agrícola. Recién en la década de 1860, luego de varios años de ensayo y error, las colonias pudieron prosperar. Para ello redujeron el abanico de bienes cultivados y procuraron vincularse con mercados más grandes y más lejanos. Pero no fue sino la Guerra del Paraguay la que permitió el “despegue”. Las colonias santafesinas y entrerrianas se constituyeron en abastecedoras del ejército, lo que produjo ganancias y ahorros importantes que permitieron la compra de lotes más grandes y adoptar técnicas de producción extensiva. Estos signos de prosperidad alentaron la creación de nuevas colonias (las que contaban con la gran ventaja de la experiencia de sus antecesoras para no repetir los mismos errores), que afianzó el proceso de colonización. Este adoptó un gran dinamismo en Santa Fe, donde entre 1856 y 1865 se habían creado

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apenas seis colonias, pero hacia 1870 ya sumaban treinta y cuatro. Ya no se trataba de familias aisladas en medio de la pampa, sino de la existencia de un número significativo de núcleos poblacionales y productivos, muchos ubicados en las cercanías de la nueva línea férrea que unía a la ciudad de Rosario con la de Córdoba, lo cual facilitaba la vida cotidiana de los colonos, permitía aumentar la producción y colocarla más con más eficiencia en los mercados. De modo que a lo largo de la década de 1870, gradualmente, el trigo de las colonias santafesinas fue desplazando a los competidores en el mercado porteño, e incluso se llegó a exportar un pequeño excedente a Eu-ropa hacia 1880. Sin embargo, la edad de oro de la colonización vendrá más tarde, entre los últimos años del siglo xix y los primeros del siglo siguiente, a la par del desarrollo de la inmigración masiva en la Argentina.9

En suma, los debates sobre la inmigración y la colonización se desarrolla-ron al tiempo que crecía aceleradamente la llegada de inmigrantes europeos, se desarrollaban las primeras experiencias colonizadoras y se gestaban las bases de la existencia de un Estado Nacional. Estos hechos constituyeron la experiencia concreta sobre la cual los legisladores o el Poder Ejecutivo con-cibieron los distintos proyectos sobre inmigración y colonización discutidos en el Congreso entre 1862 y 1876. Los debates estuvieron teñidos por esa realidad que –por momentos– se contradecía con las ideas concebidas en los albores de la década de 1850 sobre cómo debía ser el proceso inmigratorio. Así, en los discursos coexistió la proposición de tipos ideales sobre inmigra-ción y colonización con propuestas surgidas de la experiencia concreta de los años posteriores. En este sentido, la afluencia continua de una inmigración muy poco controlada por políticas estatales y un proceso de colonización incipiente, pero poderoso, que se había desarrollado sin un marco normativo nacional que le diera forma, se presentaba como una experiencia positiva que podía nutrir la legislación al respecto o como un problema a resolver con políticas estatales específicas.

2. La inmigración europea como medio de progreso

En los largos debates que durante década y media se dieron en el seno del Congreso en torno a distintos proyectos sobre inmigración, nunca se puso en duda la estrecha relación entre el progreso y la llegada de inmigrantes.

9 Algunas cifras pueden ilustrar la magnitud del fenómeno que se desarrollará años más tarde. En 1880 en Santa Fe existían 72 colonias; en 1890, 255 y en 1900 eran más de 400. Entre Ríos, que en la década de 1870 solo tenía dos colonias, pasó a tener 354 en 1890. En la provincia de Córdoba no existía ninguna colonia en la década de 1860, en 1895 ya sumaban 182 (Djenderedjian, 2008, p. 180).

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En las mentes de los políticos e intelectuales de entonces, la inmigración era un instrumento poderosísimo no solo para poblar el territorio y para dotar de fuerza de trabajo a una economía en crecimiento, sino también para crear una nueva sociedad sobre las bases de la “civilización”, elemento necesario para alcanzar el “progreso”.10 La civilización era un atributo de las sociedades europeas, por lo tanto, se imponía importar sus tradiciones y prácticas, las que, bien implantadas en nuestro país, permitirían superar el estado de atraso en el que estaba sumida la sociedad argentina. Por lo tanto, no cabía duda de que los inmigrantes debían provenir de Europa. Tan fuerte era el consenso, que a los legisladores de 1876 ni siquiera les pareció necesario explicitarlo en la legislación: la ley de “Inmigración y Colonización” de ese año simplemente establece que un inmigrante es aquel “extranjero (que) llegase a la República Argentina en buque a vapor o vela”.11

En tanto que se pretendía refundar la sociedad sobre las bases de una inmigración que aportase nuevos hábitos culturales, era preferible que los inmigrantes procedieran de la Europa desarrollada del norte (los alemanes y británicos eran admirados por su supuesta capacidad de trabajo) y no de las sociedades del sur, consideradas arcaicas, cuyos integrantes no harían más que reproducir hábitos y comportamientos ya existentes en la sociedad argen-tina. Por tal motivo, muchos legisladores estimaban que era conveniente que se empleasen los medios necesarios para atraer a inmigrantes de la Europa nordatlántica, que no solían arribar al Río de la Plata en forma espontánea. Sin embargo, no todas las opiniones eran negativas sobre las capacidades de los inmigrantes del sur europeo. Si bien, tal como señalaban con insistencia varios legisladores, la inmigración del Norte era “notoriamente preferible” a la procedente de las regiones del Mediodía, esta no era necesariamente “mala”.12 Por ejemplo, los inmigrantes de España e Italia, podían adaptarse mejor a las tórridas tierras chaqueñas que los alemanes o daneses, acostum-brados a climas fríos, y los vascos eran ponderados de modo positivo, como hábiles y duros trabajadores del campo. Lo que era importante, en definitiva, es que los inmigrantes fuesen honrados, trabajadores y útiles para el país. Debían ser hombres jóvenes con una ocupación o profesión provechosa para el progreso. La ley de “Inmigración y Colonización” de 1876 lo estipulaba con

10 “Civilización-progreso” es una dupla inseparable en la concepción de la época: sin progreso no podía haber civilización, pero sin prácticas civilizadas, no se podía alcanzar el progreso. Sobre esta cuestión, véase, por ejemplo, Mariestella Svampa (2006).11 Artículo 12. Más adelante la ley especifica que los buques de inmigrantes eran los que “llegaban de los puertos de Europa o cabos afuera” (artículo 18), aunque la definición de inmigrante como “europeo” no aparece explicitada en ningún lugar de la ley.12 Senador por Tucumán, Benjamín Villafañe, DSCSN (Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores de la Nación), 23 de septiembre de 1870.

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detalle: para ser considerado inmigrante había que ser jornalero, artesano, industrial, agricultor o profesor,13 entre otros requisitos.14

Pero el inmigrante ideal era agricultor. Todos los proyectos presentados en el Congreso sobre el fomento a la inmigración incluían un capítulo sobre colonización agrícola: ambas cuestiones se concebían juntas en la legislación. Existía un amplio consenso en torno a los beneficios que traería el desarrollo de la agricultura practicada en pequeñas o medianas propiedades, la que se consideraba crearía mayor dinamismo productivo, una mejor distribución de la riqueza y un mayor compromiso social en la población. Solo si al inmigrante se le daba la posibilidad de cultivar su tierra, formaría “interés por el suelo”15 que habitaba y contribuiría a formar una población comprometida con el progreso de la Argentina. Por contraste, las actividades ganaderas (puesto que requerían poco esfuerzo personal y bajas cuotas de inversión en capital), no favorecían un interés real por la sociedad de acogida y no fomentaban el poblamiento del dilatado espacio rural escasamente habitado.16

Estas eran ideas de larga data en el Río de la Plata, que ya habían sido sostenidas por funcionarios ilustrados a fines del siglo xviii y retomadas en las primeras décadas del siglo xix por distintos gobernantes. Pero para los legisladores de la segunda mitad del siglo xix la certeza de las bonda-des de la agricultura practicada por pequeños o medianos productores se sustentaba en el ejemplo norteamericano, recurrentemente invocado en los debates: según se aprecia en los discursos, nadie ponía en duda que el éxito de Estados Unidos residía en la fuerza de su economía rural, do-minada por miles de familias inmigrantes que cultivaban y defendían la tierra de su propiedad.

Existía un gran consenso, entonces, sobre que la inmigración europea era beneficiosa y necesaria para el progreso nacional. También era claro que el Estado Nacional tenía que “fomentar” y “proteger” la inmigración (recordemos

13 Esta definición reitera otras formuladas en proyectos anteriores que no fueron aprobados, como por ejemplo, las incluidas en los proyectos presentados por Onésimo Leguizamón y el Poder Ejecutivo en el año 1875. Asimismo, reproduce en otros términos la clasificación plasmada en el artículo 25 de la Constitución Nacional: “El gobierno federal fomentará la inmigración europea; y no podrá restringir, limitar ni gravar con impuesto alguno la entrada en el territorio argentino de los extranjeros que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar las industrias, e introducir y enseñar las ciencias y las artes”.14 Un inmigrante debía ser, además, menor de 60 años y acreditar buena moralidad y aptitud para el trabajo.15 Expresión del senador por Tucumán Agustín Justo de la Vega. DSCSN, 23 de septiembre de 1862.16 Desde ya que estas ideas no se condecían de manera absoluta con la realidad productiva de la pampa. En cuanto al consenso en torno a los beneficios de la agricultura frente a la ga-nadería para el desarrollo económico y el poblamiento del territorio nacional, existían voces fuera del Congreso que discutían esta aseveración (Djenderedjian et al., 2010, pp. 146-147).

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que la Constitución de 1853 lo establecía como un deber, lo que nadie cues-tionaba). Por lo tanto, el rol del Estado en este proceso era fundamental. Sin embargo, los desacuerdos afloraban cuando se trataba de definir las políticas concretas que debía desarrollar ese estado en torno a la cuestión inmigratoria. Qué significaba “fomentar” y “proteger” fue materia de mucho debate.

3. Inmigración “artificial” versus inmigración “espontánea”: los alcances y límites de la acción estatal

Los debates en torno a las leyes sobre inmigración y colonización se desa-rrollaban bajo dos exigencias. Una, la impuesta por la Constitución: era tarea de los legisladores crear leyes que favorecieran la llegada e inserción de los inmigrantes en la sociedad argentina. La otra era el desarrollo creciente de una inmigración que no siempre se ajustaba a los ideales sobre cómo debía ser el proceso migratorio. Para los legisladores, este se presentaba problemático por diversos motivos: la cantidad de inmigrantes que ingresaban anualmen-te al puerto de Buenos Aires no era suficiente, los que llegaban preferían asentarse en los núcleos urbanos del litoral y trabajar como jornaleros en vez de dedicarse a la agricultura y contribuir a poblar los “desiertos”, un alto porcentaje no se integraba a la sociedad local y regresaba a su patria luego de algunos años de trabajo y de amasar pequeñas fortunas (que gastaban en Europa), los europeos del norte eran una escasa minoría frente a la abru-madora mayoría de italianos y españoles, entre otros problemas. Desde ya que no todos los legisladores los ponderaban del mismo modo y en base al diagnóstico sobre la gravedad de cada una de estas cuestiones se creaban y defendían proyectos y se definía cuál debía ser el rol del Estado en relación con la inmigración y la colonización.

Los distintos proyectos discutidos durante estos años incluían algún tipo de intervención directa del Estado en el proceso migratorio. Los aspectos posibles de intervención estatal eran muy variados e iban desde la definición de las características de los buques que podían trasladar inmigrantes o el tamaño de las parcelas de los colonos, hasta el subsidio de pasajes y el traslado desde Europa de familias agricultoras para la colonización de tierras nacionales. Los puntos que despertaban los más acalorados debates eran aquellos que incluían una alta cuota de regulación o que comprometían gastos desmesurados en el presupuesto, según la perspectiva de los detractores, para quienes la inmi-gración promovida mediante una activa política de intervención del Estado era “artificial” e interfería en las leyes “naturales” (es decir, del mercado) que debían regir en la vida económica de la nación. A esa inmigración se contra-ponía otra mucho más beneficiosa, la llamada inmigración “espontánea”, que

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arribaba al país sin otro estímulo que las bondades de la sociedad y la economía argentina. De modo que los argumentos en los debates se articulaban en torno a dos modelos opuestos de inmigración: la “espontánea” versus la “artificial”. Sin embargo, en general se trataba de una oposición construida con simples fines retóricos: la impugnación de toda intervención del Estado en los proce-sos migratorios era una postura extrema que rara vez se presentaba de forma tan radical en los debates y, por otro lado, ningún legislador consideraba la inmigración “espontánea” como puramente negativa. Por lo que, en definitiva, las discusiones giraban sobre el grado de intervención deseable del Estado en el proceso de migración y colonización o, en otras palabras, en torno a cuán “espontáneas” o “artificiales” debían ser las corrientes migratorias hacia la Argentina.

a. Los motivos para una intervención directa del Estado

Los defensores de una política activa de colonización estatal basaban sus argumentos en torno a un hecho central: la necesidad de “poblar los desier-tos”. Poblar los espacios escasamente habitados no era ni debía ser un atributo exclusivo del Estado Nacional; por el contrario, la acción de particulares en este aspecto siempre fue ponderada de modo positivo por los legisladores. Sin embargo, en la práctica, los inmigrantes se instalaban en Buenos Aires y, en menor medida, en el Litoral, donde la vida y las perspectivas de prosperar eran más sencillas. Asimismo, los empresarios colonizadores se aventuraban a invertir en la fundación de colonias en tierras donde la ganancia estaba asegurada (es decir, en tierras con una fertilidad del suelo bastante buena y cercanas a las principales vías de comunicación que facilitaban la vinculación con los mercados). El progreso jamás se extendería más allá de Buenos Aires y algunas zonas privilegiadas del Litoral si no se desarrollaba una acción estatal específica destinada a fomentar la creación de colonias en “los desiertos”, que incluyera políticas que favorecieran el traslado de las familias hacia los espacios a colonizar, el acceso a la tierra y la garantía de subsistencia económica hasta que la colonia lograse ingresos suficientes para su reproducción.

Y estaba claro que poblarlos con familias agricultoras traería múltiples ventajas. La primera, que haría productivas tierras hasta el momento incul-tas, promovería el desarrollo de la economía en general (se crearían centros urbanos, se fomentaría el comercio y la industria) y le brindaría mayores ingresos al Estado. La segunda, se basaba en la certeza (ya reseñada) de que los pequeños productores agrícolas desarrollaban un fuerte vínculo con la tierra que cultivaban. En palabras del senador Teófilo García: “El inmigrante que va y se establece en una colonia, que labra la tierra, que vive un año ayu-

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dado por la nación o por empresas particulares [...] se radica ya en el país, crea intereses y esos intereses lo vinculan a él, y ya no piensa en regresar a su patria [...]”. O, si lo hace, es luego de trabajar años y de haber creado “grandes beneficios para el país”.17

Otra ventaja de la colonización era que los colonos-inmigrantes podían transformarse en auxiliares valiosos del Estado Nacional para defender los territorios de frontera de las apetencias de Estados vecinos y de los ataques indígenas. Esta era una idea antigua en la región y ya estaba presente en la política borbónica de traslado de inmigrantes desde España para la fundación de pueblos en la frontera con los territorios portugueses y en la Patagonia. En las décadas de 1840 y 1850, modelos similares de colonización estratégica, basados en la instalación de núcleos de población extranjera en espacios de frontera, se habían desarrollado en Chile, el Imperio del Brasil y Paraguay, mientras que en la Argentina se habían fundado colonias con este objetivo en Corrientes, Santa Fe y Buenos Aires (Djenderdejián et al., 2010: 237-245).18

Quienes defendían la utilidad de la colonización, consideraban que fun-dar colonias podía ser una herramienta geopolítica valiosa para asegurar el dominio sobre los vastos espacios fronterizos, posibles de ser reclamados por los Estados vecinos como propios. Si se poblaban las tierras del Chaco y de la Patagonia, los diferendos territoriales con Chile, Brasil y Paraguay serían sencillos de zanjar a favor de la Argentina “sin recurrir a las armas”, pues si estos territorios estaban efectivamente habitados ya no podrían ser preten-didos por otras naciones.

Del mismo modo, la fundación de colonias en las zonas de frontera con los indios sería de gran ventaja para el Estado Nacional: no solo porque se trataría de la ocupación efectiva del espacio, sino también porque se ahorra-rían grandes gastos en defensa de dicha frontera, puesto que los inmigrantes preservarían con las armas ese territorio donde se hallarían las tierras que cultivaban. Esta idea se basaba en el convencimiento de que los colonos, una vez que poseían la tierra en propiedad y comenzaban a explotarla, se trans-formaban en “defensores naturales” de su trabajo y de sus propiedades.19 El ejemplo norteamericano se presentaba, una vez más, como un modelo a tener en cuenta. El senador Nicasio Oroño lo señalaba en 1870 con suma claridad: en Estados Unidos “el elemento más poderoso y eficaz para [la] defensa [contra

17 Senador por Entre Ríos, Teófilo García, DSCSN, 10 de octubre de 1875. 18 Los emprendimientos en las provincias argentinas fueron un rotundo fracaso. A pesar de ello, todavía en la década de 1870 la idea de la efectividad de la fundación de colonias en zonas de frontera seguía teniendo sus adherentes, como se observa en los debates en el Congreso Nacional.19 Senador por Tucumán, Agustín Justo de la Vega, DSCSN, 22 de septiembre de 1862.

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el indio] ha sido el rifle de los colonos”.20 Así, la defensa del territorio devenía en un asunto de interés conjunto del Estado y de los inmigrantes.

Otro aspecto en el que el Estado debía intervenir era en el fomento de determinadas corrientes migratorias. Algunos legisladores se lamentaban de que el número de inmigrantes anglosajones y germanos que arribaban al país era casi insignificante y proponían diversas formas de contrarrestar esta tendencia. Una manera era mediante el accionar de agentes de inmigración en el exterior: estos se debían instalar en lugares donde la corriente de emi-gración hacia el Río de la Plata fue débil y su fomento particularmente valioso. Allí cumplirían con la tarea de difundir las bondades de la emigración hacia la Argentina y serían los encargados de seleccionar y tramitar el traslado de aque-llas familias interesadas en emigrar. Los agentes migratorios desempeñarían así la doble función de instrumento para engrosar las corrientes migratorias desde el norte de Europa y de custodio de la calidad de los inmigrantes; si era un buen funcionario no permitiría que los moralmente indeseables o los “inútiles” viajasen al país bajo el amparo del gobierno.

La actuación de los agentes de inmigración se complementaba con una política de pasajes subsidiados desde Europa destinada a aquellos inmigran-tes con profesiones “útiles para la república”. Además, una de las grandes preocupaciones de los legisladores era la gran competencia que significaba Estados Unidos para la atracción de inmigrantes nordeuropeos, dado que la enorme mayoría de los alemanes y británicos elegía ese país para emigrar. Por tal motivo, se discutía también la posibilidad de pagar la diferencia del costo del viaje entre Estados Unidos y el Río de la Plata.

También, el Gobierno Nacional debía facilitar el traslado de los inmigrantes desde el puerto de Buenos Aires a destinos en el interior del país para evitar la concentración poblacional en Buenos Aires y en las zonas cercanas, mediante el pago de los costos del traslado. Algunos proyectos incluían también el derecho de los inmigrantes a enviar correspondencia a Europa sin pago de la franquicia de envío durante un lapso determinado de tiempo.21 Así, se consideraba que se daría un estímulo a la circulación de noticias sobre la Argentina en Europa (las que de por sí se pensaba serían positivas) y se alentaría la llegada de nuevos inmigrantes. Todas estas políticas eran pensadas como temporarias y válidas hasta que se fortaleciesen las corrientes migratorias: una vez cumplido este

20 Senador por Santa Fe, Nicasio Oroño, DSCSN, 24 de septiembre de 1870. En contraste con las esperanzas sostenidas sobre las posibilidades de zanjar los diferendos territoriales con los Estados vecinos por medios pacíficos, para los legisladores parecía no existir formas de asegurar la frontera indígena sin recurrir a la violencia.21 Incluyen disposiciones para el envío de correspondencia gratuita a Europa el proyecto de “Inmigración y colonización” presentado por el Poder Ejecutivo en 1875, el de la Comisión de Legislación y el del diputado por Entre Ríos Onésimo Leguizamón, también presentados en el año 1875.

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objetivo, muchos de los motivos que llevaban a la intervención del Estado desaparecerían, puesto que el motor por excelencia de la inmigración eran las cadenas migratorias, es decir, los lazos interpersonales que unían a los inmigrantes con sus parientes, amigos o conocidos en su pueblo de origen. Existía el convencimiento que las cartas de los que ya habían emigrado eran mucho más efectivas para atraer a nuevos inmigrantes que cualquier agente de inmigración o incluso que las políticas de subsidio de pasajes. Sin embar-go, hasta que no creciese significativamente el número de los que escribían y podían dar cuenta de una buena experiencia en la Argentina, la inmigración debía ser “favorecida por el Estado”.

b. A favor del fomento indirecto: la inmigración espontánea

Frente a las propuestas que sostenían la conveniencia de la “protección directa” de la inmigración, se alzaban voces que con alarma señalaban los perjuicios que para el país podía traer el desarrollo de tal tipo de políticas. Los argumentos eran variados, pero, a grandes rasgos, se anudaban en torno a dos cuestiones: el gasto ineficiente de recursos que entrañaban y los riesgos de restricción de la libertad de los potenciales inmigrantes.

Para los detractores de las políticas de fomento directo de la inmigra-ción, todo gasto del Estado en ese sentido era ineficiente y abrigaba cierta inequidad en la asignación de los recursos. Se consideraba que los fondos destinados a traer inmigrantes, a fundar colonias, a pagar el sustento de las familias durante los primeros años de su estancia en el país, no contribuirían a aumentar la inmigración en forma significativa. Por el contrario, estas políticas estaban dirigidas a fomentar la llegada de una cantidad pequeña de inmigrantes, que de ninguna manera igualaban ni podrían igualar al número de hombres y mujeres que migraban todos los años al país de forma espontánea. De esta forma, sería una minoría la que se vería beneficiada por políticas estatales, en detrimento de la gran mayoría de inmigrantes que solo poseía “su voluntad y su fuerza física” como todo capital al momento de su arribo.22 Asimismo, era recurrente en los debates traer a colación a las experiencias colonizadoras que se habían desarrollado con anterioridad en el país, ya sea para ilustrar los beneficios de este sistema o para condenarlo. Los opositores al desarrollo de políticas de fundación de colonias aducían que la historia demostraba que rara vez una colonia lograba sobrevivir sin la asistencia financiera extraordinaria por parte del Estado, la que no se

22 Según Bartolomé Mitre, senador por Buenos Aires, la fundación de colonias no sería más que “un balde de agua en la corriente perenne de la inmigración espontánea que surge de fuentes inagotables”. DSCSN, 23 de septiembre de 1870.

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justificaba en relación a los escasos beneficios que traía la existencia de esas colonias, que albergaban a un número reducido de familias en comparación a la totalidad de los inmigrantes que vivían en el país.

Es más, las políticas de “protección directa” desviaban fondos del Estado que podrían utilizarse en el fomento de la inmigración espontánea, ya sea mediante la publicidad de la República Argentina en el exterior, o mejoran-do la “hospitalidad” ofrecida a los recién llegados, a través de la reforma del hotel de inmigrantes u ofreciendo alimentación temporaria.23 A estos argumentos, en los debates de los años 1875 y 1876, se sumó el de la ende-ble situación financiera del Estado argentino, sumido en una importante crisis a consecuencia de la profunda depresión que afectaba a la economía atlántica desde 1873. En este contexto, los fondos destinados a promover la inmigración incluidos en los proyectos de ley debatidos en esos años, eran concebidos como un peligroso despilfarro que afectaría el crédito del país frente a los acreedores externos.

Por otro lado, varios legisladores señalaban que los inmigrantes traídos al país mediante empresas de colonización corrían el riesgo de ser “esclavi-zados” por los empresarios. Estos, para hacer rentable su empresa, debían imponer duras condiciones a los colonos que incluían el endeudamiento de la familia inmigrante y la imposibilidad de abandonar la colonia por tiempos prolongados, por lo tanto, las leyes que fomentaban la colonización tenían como principal consecuencia el enriquecimiento de capitalistas privados y la restricción de la libertad de los colonos. Más aún, la calidad moral de los que migraban al país bajo esos contratos era inferior a los que elegían emigrar hacia la Argentina de forma independiente. Según argumentaba Bartolomé Mitre en el senado –uno de los más ardientes detractores del sistema “artificial” de inmigración–:

[el inmigrante] contratado, reclutado o comprado [...] es un ser irresponsable que no obedece a su libre albedrío, que viene esclavizado a un contrato de explotación, y que por consecuencia debe ser buscado entre los menos aptos, entre los más pobres, tal vez entre los mendigos y así nos inocularemos malos elementos de sociabilidad y de trabajo, menoscabando el capital común.24

¿Cuál debía ser el rol del Estado para fomentar la inmigración? Sin duda, todo accionar estatal en tal sentido no debía interferir en las “corrientes naturales” de la sociedad que afectaran la libertad de los inmigrantes para escoger a la Argentina como lugar de destino, para elegir en qué trabajar y en qué lugar del país hacerlo. La inmigración más numerosa y próspera del

23 Bartolomé Mitre, DSCSN, 24 de septiembre de 1870.24 Bartolomé Mitre, DSCSN, 23 de septiembre de 1870.

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país había gozado siempre de esta libertad y las políticas estatales debían dirigirse a aumentar y “auxiliar” estas corrientes espontáneas. Para ello, el Estado tenía como tarea primordial garantizar el orden y hacer cumplir las leyes. Si la inmigración europea no era tan numerosa como se deseaba, se debía sobre todo al clima de desorden político y social que había signado a la Argentina por décadas. Una vez superada esta situación (había acuerdo de que pronto llegaría ese momento) la afluencia de europeos crecería so-bremanera.

De igual forma, existía la convicción (también compartida por los que defendían políticas de “protección directa”) de que un aliciente fundamental para atraer inmigrantes era la posibilidad cierta de acceso a la propiedad de la tierra y que, además, esto facilitaba su integración a la sociedad local. Por lo tanto, otra forma de fomento a la inmigración era el desarrollo de una po-lítica de tierras que permitiese a los inmigrantes con pequeño capital hacerse propietarios. Para los defensores de las políticas de colonización, este acceso a la propiedad de la tierra se daría en el marco de la formación de colonias, para los partidarios del “fomento indirecto”, solo sería necesaria una ley de tierras. Lamentablemente, poco se explicita en los debates cómo debía ser esa ley y cómo se lograría un reparto más equitativo de la tierra sin alterar las leyes “naturales” de la economía.

4. Nativos e inmigrantes

La inmigración europea era altamente valorada en tanto que constituía una herramienta para cambiar las costumbres bárbaras que atentaban contra el progreso de la sociedad argentina. Sin embargo, no se trataba de un simple reemplazo de una sociedad (la americana) por otra (la europea), sino de inculcar civilización en la primera sin cambiar de raíz sus costumbres y los valores que le daban una identidad propia. Por ello, la llegada creciente de miles de inmigrantes europeos con sus costumbres particulares y con muy poco interés en convertirse en ciudadanos argentinos, se presentaba también como una amenaza a la propia existencia de la sociedad argentina. Si bien esta preocupación era incipiente puesta en relación con el grado de alarma que despertaría en los círculos políticos e intelectuales a partir de 1880, en los debates se advierte que a los ojos de varios legisladores la situación se estaba volviendo problemática.

Una primera cuestión era que los inmigrantes no se nacionalizaban. Para algunos legisladores, como Nicasio Oroño, la causa principal de la falta de interés en convertirse en ciudadanos eran las desventajas que esta categoría llevaba consigo: bastaba con conocer las duras condiciones im-

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puestas a los gauchos, los que por su calidad de ciudadanos eran obligados a servir en el ejército, para advertir que la nacionalización no era atractiva para los extranjeros.25 Para Domingo Sarmiento, por su parte, el desinterés no tenía una raíz política, sino que residía en la dificultad para acceder la propiedad de la tierra, por lo tanto, los inmigrantes no sentían como suyos los intereses de la Nación. Una política adecuada de tierras sería la solución más eficaz para lograr la plena integración de los inmigrantes a la sociedad argentina.26

Por otro lado, el peligro de la no asimilación a la sociedad local se in-crementaba en el caso de los inmigrantes que habitaban en colonias. Para los detractores más extremos de este tipo de políticas, las colonias –con sus espacios delimitados, su homogeneidad en costumbres y cultura e incluso con la existencia de autoridades propias– constituían la amenaza más fla-grante contra la posibilidad de la asimilación o “fusión” de los inmigrantes con la sociedad local y se transformaban en potenciales enclaves extranjeros en el territorio de la nación. Contra estos argumentos, se señalaba que el peligro pasaría tras la segunda generación: sería la escuela la herramienta y el ámbito en el cual los hijos de estos inmigrantes se fusionarían con los nativos y se transformarían en argentinos. Otros legisladores proponían que las colonias estuviesen formadas por nativos y extranjeros: de esta forma los primeros aprenderían a cultivar la tierra y adquirirían los hábitos de trabajo de los inmigrantes, mientras que los segundos se imbuirían de “nuestras costumbres y nuestras ideas”.27

Sin embargo, ninguna de las propuestas que consideraban una política de colonización que incluyera a los “hijos del país” fue atendida por los legisla-dores y solo unas pocas y marginales voces hicieron notar en los debates la inequidad del sistema que se estaba formando, puesto que ninguna norma preveía que los nativos tuviesen ventajas similares a las de los inmigrantes, tanto para acceder a una parcela de tierra como para gozar de los subsidios para instalarse en una colonia. Para la opinión de la mayoría, una política que incluyese a las familias originarias del país engendraba el peligro de que se alistaran únicamente familias de “vagos” (las que no tendrían nada que perder para trasladarse al desierto), fomentaría la despoblación de territorios necesitados de mano de obra y sería un gasto inútil para el Estado. En 1875 el diputado por Córdoba, Tristán Achával, señalaba con suma claridad cuál debía ser el lugar adecuado de los criollos en las nuevas colonias a formarse: en ellas

25 Nicasio Oroño, DSCSN, 12 de octubre de 1875.26 Domingo Sarmiento, DSCSN, 12 de octubre de 1875.27 Genaro Figueroa, diputado por Corrientes, DSCDN (Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de la Nación), 22 de septiembre de1875.

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“el hijo del país ha de buscar trabajo”.28 La figura del agricultor independiente y propietario de sus tierras quedaba reservada únicamente a los europeos, otro debía ser el destino de quienes habían nacido en el país.

5. Sobre los debates incluidos en esta compilación

La extensión de los debates sobre leyes de inmigración y colonización nos obligan a realizar un recorte de temáticas y a seleccionar intervenciones y desechar otras. Los textos reproducidos a continuación son solo una peque-ña parte de los largos debates que ocuparon numerosas horas y sesiones en ambas cámaras.

Algunos debates han sido omitidos porque remitían a cuestiones de deta-lle que no referían a las discusiones centrales sobre las políticas migratorias. Por tal motivo, no se han incluido las discusiones sobre temas muy técnicos, tales como el tamaño de los buques que trasladaban inmigrantes, la organi-zación de las oficinas de inmigración o la forma, extensión y ubicación de las parcelas de las colonias, entre otras cuestiones. Tampoco se han incluido los ricos (y extensos) debates sobre las relaciones entre el Gobierno Nacional y las provincias suscitados en torno a los espacios territoriales legítimos de intervención del Gobierno Nacional para fomentar la creación de colonias agrícolas, por entender que refieren a una temática ajena al problema central de este libro.

La Ley 817 contiene un apartado que regula la creación de colonias con familias indígenas sometidas como forma de su proceso de incorporación a la sociedad “civilizada”, tras las campañas militares del Estado Nacional al “de-sierto”. En las sesiones para la sanción de dicha ley, fueron debatidas cuestiones relacionadas con este proceso de sometimiento de las familias indígenas y, en relación a los europeos, fue preocupación de los legisladores hasta qué punto era conveniente para las familias europeas convivir en espacios cercanos con los indios recién traídos a la “civilización”. Si bien esta última cuestión resulta ciertamente interesante para la temática de este libro, no se ha incluido por falta de espacio. Por otro lado, la creación de colonias de indios sometidos fue en años posteriores objeto de una profusa legislación en torno a la cual se generaron también extensos debates, los que están estrechamente relacio-nados con los suscitados en torno a las disposiciones de la “Ley Avellaneda” sobre la cuestión.29

Los fragmentos aquí reunidos tratan sobre tres ejes temáticos: las cualida-des que debían cumplir los inmigrantes, el grado de intervención estatal en los

28 Tristán Achával, diputado por Córdoba, DSCDN, 22 de septiembre de 1875.29 Sobre la creación de colonias de indios véase, por ejemplo, a Mases (2010).

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procesos migratorios y los problemas para la asimilación de los inmigrantes a la sociedad argentina. Todas estas cuestiones fueron discutidas en más de una ocasión con motivo de la presentación de diversos proyectos de fomento a la inmigración o de colonización agrícola. En tal sentido, las temáticas se reiteran a lo largo de todo el período y aquí se reproducen solo algunas inter-venciones, cuya calidad argumentativa las vuelven particularmente relevantes y, esperamos, atractivas a los lectores.

Selección documental

I. Proyecto de ley para la colonización de tierras nacionales. 1862

Este proyecto devino en una de las primeras leyes sancionadas por el Congreso Nacional, la número 25, en la que se autorizaba al Poder Ejecu-tivo Nacional a celebrar contratos para colonizar tierras nacionales con inmigrantes. La ley fue sancionada en momentos de gran inestabilidad política y cuando el Estado Nacional estaba aún en ciernes, por lo que su real efectividad fue casi nula. Sin embargo, es un fiel reflejo del convenci-miento por parte de la clase dirigente argentina de la gran importancia de la inmigración europea para el progreso nacional.

Selección documental C N, Cámara de Senadores – 39° reunión – 33° Sesión Ordinaria 23 de septiembre de 1862

Se pasó a considerar el siguiente despacho: Buenos Aires, Septiembre 19 de 1862.A la Honorable Cámara de Senadores.La Comisión de Legislación ha examinado detenidamente el proyecto

de ley presentado por el señor senador por Santa Fe don José María Cullen, sobre contratos de inmigración extranjera; y cree deber aconsejar a vuestra honorabilidad su adopción con la pequeña adición que ha introducido en su artículo 2°, de perfecto acuerdo con su autor.

El miembro informante de la Comisión dará las explicaciones que sean necesarias.

Valentín Alsina – Agustín de la Vega – Ángel Navarro

PROYECTO DE LEY

El Senado y Cámara de Diputados, etc.Artículo 1°. — Autorícese al Poder Ejecutivo para celebrar contratos sobre

inmigración extranjera, dando tierras nacionales.Art. 2°. — El máximum de tierras que donare será el de veinte cuadras

cuadradas para cada familia, a la cual se extenderá la respectiva escritura de

34 | I. Proyecto de ley Para la colonIzacIón de tIerras nacIonales. 1862

propiedad a los cuatro años de haber cumplido las condiciones de población, que fijará el Poder Ejecutivo.

Art. 3°. — Comuníquese, etc.

Alsina – Vega – Navarro

Sr. Vega. — La Comisión de Legislación se ha ocupado con mucho interés del proyecto presentado por el señor senador por Santa Fe, que se acaba de leer, no sólo por la importancia que envuelve, sino porque estamos en el caso de fomentar por todos los medios posibles la inmigración extranjera. Está de más entrar a fundar las conveniencias de esta inmigración, que está llamada a poblar nuestros desiertos y a ser de los defensores naturales de las tierras que posean. Esta inmigración, señor, trae consigo el aumento de la industria, del comercio, y la prosperidad general. Bajo este punto de vista, no se puede negar la conveniencia del proyecto que se acaba de leer.

Por otra parte, la Comisión ha visto que el interés que se tomaron nues-tros constituyentes a este respecto ha sido tal, que entre las atribuciones del Congreso ha consignado la de fomentar por todos los medios posibles la inmigración extranjera.

No estaré, pues, de acuerdo con una idea que se ha vertido al tratarse de un proyecto que se ha sancionado ya, de que las tierras públicas deben concederse por arrendamiento o por venta en los puntos fuera de fronte-ras, porque yo creo que será mucho más ventajoso para el país dar la tierra pública a la inmigración extranjera, para que la cultive y sirve al mismo tiempo de baluarte contra las invasiones de los salvajes.

Se ha dicho muy bien que una fuerza militar no basta para conservar estas tierras; que es preciso que la población tenga interés en su conserva-ción. Los pobladores de estas tierras son los defensores naturales de ellas, sin perjuicio de que contribuya también a su conservación la fuerza pública. Yo creo, pues, que es una inversión muy provechosa y de alta conveniencia nacional, dar en colonización estas tierras.

La Comisión, señor, ha ampliado la idea del señor senador mocionante que en su proyecto decía: el máximum de las tierras que se donaren, será el de 20 cuadras cuadradas para cada familia, y que adquieran la propiedad des-pués de cuatro años de cultivo. La Comisión, de acuerdo con el mismo señor senador mocionante, ha hecho más extensivo este pensamiento, diciendo: el máximum de las tierras que se donaren será de 20 cuadras cuadradas para cada familia, a la cual se extenderá la respetiva escritura de propiedad a los cuatro años de haberla cultivado, o bajo las otras condiciones de población que podrá fijar el Poder Ejecutivo. La Comisión ha hecho esto en razón de

Inmigración y colonización. Los debates parlamentarios en el siglo xix | 35

que estas tierras, no sólo pueden ser ocupadas por agricultores, sino por inmigrantes que tengan cualquier otro género de industria.

Creo, pues, que no pude ofrecer ninguna dificultad la sanción de este pro-yecto: y por las razones que ligeramente he expuesto, la Comisión ha creído de su deber aconsejar a la Cámara de Senadores su aprobación. Después, en la discusión en particular, si es necesario, me extenderé más a este respecto.

Sr. Elizalde. — Tengo el pesar de estar en contra de este otro proyecto, aunque creo que nadie puede imaginarse que la inmigración no es la cosa más conveniente para el país. [...] Yo pediré, no que se rechace el proyecto, porque nadie puede rechazar la idea de fomentar la inmigración, sino que el asunto vuelva a la Comisión para que lo estudie detenidamente y presente medios más eficaces y expeditos para conseguir lo que se propone el autor del proyecto. Hay una dificultad insalvable para estimular la inmigración con tierras públicas y eso es condenar la inmigración.

El Senado sabe que hemos hecho un proyecto para definir lo que es tierra nacional y lo que es tierra provincial. [...] Como no sabemos [todavía] cuáles son las tierras públicas nacionales y cuáles las provinciales, y este proyecto dice que fomentemos la inmigración por medio de tierras, yo pregunto si es por medio de tierras provinciales o nacionales. Si se trata de tierras provinciales, desde ahora yo me opongo a esta ley que hace depender a la soberanía nacional de la soberanía local. Además, no podemos conferir tampoco tierras nacionales que no tenemos aún; pero voy más adelante; aún cuando tuviéramos tierras nacionales de que disponer, este proyecto sería ineficaz, como la experiencia lo ha demostrado.

Tanto en la República Argentina como en todas partes del mundo, se ha visto que no es lo más conveniente estimular la inmigración por medio de la donación de tierras; y esto ha dado tan malos resultados que los mismos inmigrantes no quieren que les donen la tierra, quieren comprarla [...]. Esto de poblar los desiertos por medio de colonos, con tierras gratuitas, no se consigue. En Buenos Aires mismo, hemos dado una ley, que quedó escrita, autorizando al gobierno para disponer hasta de cien leguas en los distritos de Bahía Blanca y Patagones para fomentar la inmigración y nadie ha venido, absolutamente nadie [...].

Tenemos pues que emplear otros arbitrios más eficaces y más con-venientes, porque los inmigrantes no van a venir porque se les ofrezcan tierras nacionales; pero como he dicho antes, no sabemos todavía si estas tierras se van a conceder por estados particulares, o por la Nación. Si es por los estados particulares, yo me opongo; y si es por la Nación, no me parece que nadie pretenda que las tierras nacionales se inviertan en fomentar los estados particulares: los dineros nacionales deben invertirse en fomentar los territorios de la Nación, y no los de las provincias.

36 | I. Proyecto de ley Para la colonIzacIón de tIerras nacIonales. 1862

En la situación actual, no podemos pensar en traer inmigrantes para poblar los desiertos; tendrían que venir a poblar el territorio de las provin-cias, y no es justo que los dineros de la Nación se empleen en fomentar las provincias. El único medio de fomentar la inmigración, es dar a los empre-sarios de inmigrantes un medio para cobrar su pasaje [...].

Así que yo creo mejor que este proyecto vuelva a la Comisión para que dicte una ley que consulte más eficazmente los intereses más vitales de la República.

Sr. Alsina. — En la Comisión, señor, la principal idea que asaltó, al menos a mí, fue la de que por ahora esta ley no tendría una aplicación positiva, en razón de que aún no se sabía cuáles eran las tierras nacionales, lo cual de-penderá de la sanción de otra ley que se halla actualmente en la otra Cámara. Pero entre tanto, es indudable que la Nación algunas tierras tiene. Esta ley viene a hablar de ellas. No hay a este respecto duda alguna, ni en el autor del proyecto, ni la Comisión que ha apoyado la idea, ni en nadie. Así, ningún mal ha hallado la Comisión, analizando el pensamiento, en que, aunque hoy no se sepa que en la frontera de tal provincia hay tal o cual espacio de tierra nacional, se dé ahora esta ley; pues es indudable que hay alguna. Es además un bien que se sepa en Europa esta disposición de las autoridades: es decir, que se adopta entre otras medidas, la de ofrecer tierras fuera de las fronteras actuales de las provincias, para empresas de inmigración: ningún interés se compromete con esto. No concibo que haya un empresario que haga un contrato comprometiéndose a traer 500 familias para tal tiempo, sin saber a qué terreno las ha de traer. Es evidente que esta ley ha de ser ejecutada, después que esté sancionada la otra que ha de fijar cuáles son las tierras nacionales, o en otros términos, cuáles son los límites de las provincias: pero entre tanto, se gana tiempo con esta sanción.

Por lo que respecta a la utilidad intrínseca de la medida, eso está sujeto a otros principios. Que la idea de deber darse tierras esté abandonada, me toma de nuevo. Me parece que si alguna idea pulula en las clases laboriosas, especialmente en Alemania y en otras partes, es la creencia o la esperanza de que se han de dar tierras, es la creencia que tienen allí de que estamos excesivamente recargados de tierras. Que este no sea un medio de llamar la población, o de estimular las empresas de inmigración, no puede hoy asegurarse; porque hasta ahora no ha sido adoptado por una ley nacional.

[...] Se quiere que la Comisión de Legislación se encargue de un trabajo inmenso, como lo es el proponer la serie de medidas que fueren necesarias para atraer la inmigración, etcétera. Esto, como se ve, es una obra tan vasta y delicada, que no hay que esperar que en este año se pueda ocupar el Congreso de ella. A la Comisión se le ha presentado uno de los medios que se han creí-do conducente para conseguirlo; y ella se ha contraído como era su deber, a

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examinar ese medio, no a proponer otros, porque de eso no se trata, y eso no quita que el señor senador presente otros proyectos cualesquiera que sean.

Hágalo enhorabuena, no puede haber en ello inconveniente; pero entre-tanto, en lo que ha dicho, no veo infracción de principios, ni en que se oponga a nuestras conveniencias la adopción de este proyecto especialmente cuando quizás él no ha de ser llevado a ejecución sino después de hecha la demar-cación fronteriza de las provincias, es decir, de aquí a dos o tres años [...].

Sr. Vega. — Pido la palabra para agregar algo más, muy poco, a lo que acaba de decir el señor miembro de la Comisión a que pertenezco.

El proyecto en discusión no se limita a dar solamente las tierras públicas para fomentar la inmigración. El gobierno quedará en su perfecto derecho para poder acordar otros medios más a fin de conseguir estos mismos fines, y no veo que la Comisión tendría inconveniente en aceptar cualesquiera otros que se le propusiera y en agregar al artículo en discusión, «dando, vendiendo o arrendando tierras nacionales».

En la Comisión realmente se ofreció esta dificultad diciendo que en caso de duda sobre si era nacional o provincial la tierra, quedaría eso a la decisión del gobierno nacional y del provincial, porque mientras tanto se dicta la ley definitiva y se haga realmente el deslinde de la tierra nacional y provincial, sería muy sensible que ahora la República fomentase la inmigración que después tanto bien producirá. Hoy que con motivo de la guerra de los Esta-dos Unidos están desocupados muchísimos individuos en Europa, es muy natural que mientras se dicte esta ley afluya gran cantidad de ellos. Nos consta que actualmente hay varios empresarios en Buenos Aires resueltos a hacer contratos de esta naturaleza, mientras tanto privar al Poder Ejecutivo nacional de hacerlos porque no se haya deslindado lo que sea tierra nacional y provincial, no me parece razonable. De todos modos sería muy fácil allanar ese inconveniente, pero no se puede negar, como ha dicho el señor senador que me ha precedido en la palabra, que la donación de tierras es un aliciente poderoso para la inmigración. La prueba está en la Colonia Esperanza, en la provincia de Santa Fe, que tantos bienes ha producido; pues, habiendo dado a los colonos una suerte de tierra, la han labrado y le han dado así un inmenso valor y sus productos son de mucha importancia y naturalmente han formado interés en ese suelo que tantos bienes les ha producido.

Es, pues, este uno de los grandes medios para llamar la inmigración, sin perjuicio de emplear los otros que el señor senador ha mencionado. Creo inútil hablar más de esa materia de cierto tan importante y que no debemos perder tiempo en facilitar al gobierno los medios de llevar a cabo estas empresas.

Sr. Vélez Sarsfield. — [...] Yo he de votar por el proyecto y aun he de aumen-tar más la tierra que se ha de dar, pero esto me pondría en contradicción con

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un oficio dirigido al señor Balcarce siendo ministro de gobierno,1 contestán-dole a la pregunta que hacía sobre qué premio se ofrecía a los inmigrantes. Contestele que el gobierno de Buenos Aires no creía que la inmigración debía venir por la promesa de una tierra, pues que eso la obligaba a estar en un lugar determinado, que la emigración debía ser libre, llegar al Río de la Plata e irse donde mejor le pareciera; que el mejor atractivo era presen-tarles un país en tranquilidad donde los salarios fueran altos. Sin embargo, voy a votar por el proyecto, no porque crea que él pueda traer inmigración.

¿Por qué ofrecemos tierras? ¿Por dar una protección a la agricultura del país? Error muy grande, porque se cree que la riqueza consiste en labrar la tierra. No tenemos otra cosa que dar, señor, que tierras por eso los demás…

Sr. Cullen. — Y les damos lo que ellos quieren más.Sr. Vélez Sarsfield. — Allí, que aquí no valen mucho. De cierto pues, que

nosotros vamos a dar lo único que tenemos, tierra; pero cuando ofrecemos tierras, entiéndase que así lo hacemos, no por protección a la agricultura, no señor, ni a la inmigración, porque si fuera así ofreceríamos al vasco un horno de ladrillo, al herrero una fragua. Por esta razón los Estados Unidos no han ofrecido nada; que venga la industria a trabajar en lo que le parezca y como le parezca. Pero en fin, yo digo que si por este medio viene algún individuo que vaya señor, y mi objeto en esto es hacer que la tierra que está en dominio público pase al privado y que no esté inculta. De ninguna manera es por proteger la agricultura. Francia ha ensayado este medio de colonización en Argelia y no ha dado resultado ninguno. Fue el mariscal Bugeaud2 quien lo planteó, pero sin resultado y se tomó otro camino y fue el dar la tierra en propiedad, pues es sabido que el que la posee una vez no la abandona. El que tiene que esperar cinco años para conseguirlo es difícil que no se canse. Sucede lo que ha sucedido ya en Azul, que todos han poblado y ninguno ha poblado. Pero, en fin, si alguno viene, que vaya, démosle algo más, veinte cuadras no alcanzan para nada. La ciudad de Buenos Aires que tiene cuatrocientas manzanas, la cuarta parte apenas, es una chacra regular. Así, pues, yo estaré porque se ponga 100 cuadras en vez de 20.

Sr. Vega. — Estamos en general.Sr. Cullen. — En particular he de contestar al señor senador.Sr. Vélez Sarsfield. — Es muy mezquino el señor senador.Sr. Cullen. — No, señor, al contrario.— Dado el punto por suficientemente discutido, se aprobó el proyecto

en general por afirmativa de 18 votos contra 1.

1 D. Vélez Sarsfield fue ministro de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires en 1854.2 Thomas Bugeau fue un destacado militar francés que participó en la conquista francesa de Argelia. Por sus triunfos militares, fue nombrado Gobernador General de Argelia en 1840.

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— En discusión el artículo 1°. Sr. Rawson. — El Poder Ejecutivo tiene facultad constitucional para cele-

brar estos contratos y más que eso tiene el deber de proteger la inmigración. Me parece que esto es indudable y no hay necesidad de autorizarle para lo que ya está. Luego un contrato celebrado por el Poder Ejecutivo, sea cuales fueren las bases, si no están estas determinadas, tiene que volver la apro-bación del Congreso. Entonces o tenemos que hacer un sistema general con bases determinadas y propias sobre las cuales deben redactarse los contratos o dirigirse al Poder Ejecutivo, por medio de una minuta de comunicación o de otro modo cualquiera, para que haga saber la disposición en que se encuentra celebrar esos contratos.

Este artículo, pues, por una parte es innecesario, y si fuera necesario sería inconstitucional [...].

Sr. Vega. — [...] El Poder Ejecutivo está encargado por la Constitución de poner todo su empeño en el fomento de la inmigración extranjera; pero no puede disponer de tierras públicas, sin que el Congreso lo autorice por una ley. Así es, que es indispensable hacerlo como se hace por el proyecto en discusión. Ahora, pues, no hay temor alguno de que un empresario abuse pidiendo tierras en cantidad considerable, porque para eso son las estipula-ciones que tiene que fijar el Poder Ejecutivo, y por el artículo 2° se dice que a los cuatro años, después de haberse cumplido con esas estipulaciones, recién se extenderá la escritura pública de propiedad. El Poder Ejecutivo tendrá el especial cuidado de hacer cumplir la ley, pues su objeto es que esas tierras se cultiven, que estén pobladas, y de ninguna manera acordar una propiedad sin esos requisitos.

En sesiones anteriores, dijo muy bien un señor senador por Córdoba, que todas las mercedes que se concedieron por el antiguo gobierno espa-ñol, eran con la condición de población y cultivo, sin lo cual no se daban en propiedad esas tierras, porque si sólo fueran a concederse sin condiciones, todo el mundo tendría el interés de adquirirlas para algún día darles valor. El objeto de la ley es que esas inmigraciones cultiven la tierra y formen in-terés en el suelo, para que de ese modo alguna vez, esos colonos sean otros tantos defensores naturales de lo que poseen, y de esa manera el gobierno nacional guardará facilísimamente esa frontera.

Pude modificarse el artículo 2°, pues, como ha dicho muy bien un señor senador por Buenos Aires, realmente puede suceder que un empresario solicite tal área de terreno con tal objeto; pero ahí está el Poder Ejecutivo para decir que esos terrenos deben ser ocupados por tantas familias para no hacer una concesión que importe una propiedad para el empresario sin ninguna ventaja para la Nación.

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Creo, pues, que el artículo 1° no ofrece dificultad y que debemos aceptarlo [...].

Sr. Elizalde. — [...] Limitándome, pues, al único punto que debe considerar el Senado, que es el fomento de la inmigración, por medio de donaciones de tierras, yo creo que debe rechazarse el artículo. Ya el señor miembro in-formante de la Comisión reconoce que esta ley no habla de los inmigrantes que vienen por su cuenta, es decir, aquel inmigrante que ha venido con sus fondos propios, no tiene derecho para pedir la tierra, para estos no es la ley, sino para los empresarios…

Sr. Vélez Sarsfield. — No, señor, es equivocación. Permítame, yo he ha-blado en esta inteligencia, que viene un empresario a traer inmigrantes y dice: «el gobierno se obliga a dar a cada inmigrante 20 cuadras», de manera que les lleva a este aliciente quienes en compensación les pagan el pasaje.

Sr. Elizalde. — Ahora verá el inconveniente. Tenemos que separar a los inmigrantes que vienen de su cuenta, para esos no hay tierras…

Sr. Cullen. — No es esa la mente de la Comisión ni del proyecto. Sr. Elizalde. — No estamos hablando de la mente sino del proyecto mismo.

El proyecto habla de contratos.Sr. Cullen. — No hablo de empresarios, pido que se lea el artículo.Sr. Elizalde. — Vamos a ver.— Se leyó.Celebrar contratos sobre inmigración extranjera, ¿qué significa? Que se

presenta un empresario y dice: «Yo voy a traer tantos inmigrantes…»Sr. Vélez Sarsfield. — No, señor; agreguemos una palabra.Sr. Elizalde. — Ahora verá los inconvenientes que tiene esta ley. Es claro

que ella no habla de inmigrantes que vienen por su cuenta, sino de los que vengan por medio de empresas, es decir, que el gobierno hará un contrato con un empresario, por el cual le traiga tantas familias por tanta extensión de tierras. Ahí entra la explotación del empresario contra el inmigrante. De lo contrario, ¿quién es el tonto que va a traer inmigrantes sin ganar nada? Yo he tenido ocasión de palpar estas cosas.

Sr. Vélez Sarsfield. — Está bien; por ahora vamos a disponer otra cosa.Sr. Elizalde. — Tal es el proyecto y si hacemos otra cosa, ni un solo inmi-

grante va a venir. Es preciso que haya un agente que reúna a los inmigrantes y anticipe el pasaje, de lo contrario ni uno solo ha de venir, porque no tienen el dinero necesario para los gastos…

Sr. González. — De los productos de los colonos es que recoge la empresa la utilidad.

Sr. Elizalde. — Tanto peor entonces, porque viene a parar en una especie de esclavitud…

Sr. Cullen. — Es convencional.

Inmigración y colonización. Los debates parlamentarios en el siglo xix | 41

Sr. Elizalde. — Son contratos en los que el hombre empeña su porvenir.Sr. Cullen. — Pero alguien los ha de traer.Sr. Elizalde. — Y por eso es malo este sistema.Sr. Presidente. — Pediría a los señores senadores que no dialogasen.Sr. Elizalde. — Nosotros en lugar de dar la tierra a los inmigrantes, de-

bemos vendérsela; de esa manera vienen inmigrantes libres que desde que llegan pueden trabajar en los que les parezca y no quedar empeñados ellos, sus mujeres e hijos. Por eso es que en los Estados Unidos no han entrado por ese sistema. Nosotros debemos propender a fomentar la inmigración libre, y de ninguna manera lo que viene por empresas...

Sr. Vélez Sarsfield. — Se olvida el señor senador de lo que pagan al capitán.Sr. Elizalde. — No señor. La inmigración viene de dos modos: o por em-

presarios que contratan pura y simplemente el pasaje y toman garantías allí o vienen corriendo el peligro de que aquí encuentren quien les dé con que satisfacerlo. Pero aquí no tratamos de eso ahora sino de fomentar la inmigración por medio de colonización.

Sr. Vélez Sarsfield. — Pero no es eso.Sr. Elizalde. — Pero se acaba de leer.Sr. Vélez Sarsfield. — Y como ese punto lo encuentra muy atacable el

señor senador, lo está atacando.Sr. Cullen. — Puede ser también lo que dice el señor senador, por no

sucederá lo que cree. No tema que vengan a servir de esclavos. Cuando me he permitido presentar el proyecto, ha sido aleccionado por la experiencia que tengo sobre ese punto, y que tengo que repetir el ejemplo que ya cité, de las dos colonias de Santa Fe. Esas dos colonias vinieron por medio de empresarios, porque si no los hubiera habido, de cierto no las tendríamos y lejos de ser unos esclavos, están perfectamente libres y contentos y no hay uno solo que no ha hecho venir a su familia. ¿Dónde está la esclavitud? Esos empresarios han convenido con ellos tan compensación. Como ha dicho muy bien el señor senador, si esperamos que vengan por su cuenta, esperaremos largo tiempo.

Sr. Elizalde. — Continuaré, señor presidente. Ya se ve que el autor del proyecto reconoce, que él es para celebrar contratos…

Sr. Cullen. — Y para poblar también sin empresarios.Sr. Elizalde. — Eso no lo veo en la ley, y por consiguiente, combato un

pensamiento que tiende a dar la tierra a empresarios de inmigración, por-que es un mal sistema. Pero yo no quiero molestar más tiempo al Senado.

Sr. Carril. — Yo no repruebo el sistema de inmigración por contratos de colonización; hay casos en que se puede usar con provecho de este medio. Pero en efecto, el señor senador tiene mucha razón en decir que ese proyecto es un proyecto de inmigración por colonización, y que tiene los defectos que

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ha indicado; y los que la experiencia de los hechos que han sucedido en el país comprueban.

Los empresarios después de haber apurado a los inmigrantes en el precio de los pasajes, después de estafarles algunas veces vendiéndole la tierra que el gobierno les concede, se han asegurado los contratos, una parte del producto del trabajo de la industria eventual de los colonos.

Estos, una vez llegados al país y colocados en el desierto primitivo de la concesión, comparando el salario de los hombres sueltos, a la incierta retribución que la tierra da a los duros trabajos de la agricultura; teniendo en cuenta las pérdidas necesarias por la inexperiencia del clima y de las estaciones; se convencen luego de que los contratos que parecieron halagüe-ños en Europa, en América son muy onerosos, y los reducen a una condición miserable, próxima a la esclavitud.

Esta situación es tan evidente para los colonos como para el empresario, y para el gobierno; pero de aquí resulta, que o el gobierno se ha de constituir en el instrumento de la opresión y esclavitud de los inmigrantes, o se ha de sustituir al empresario en todas las obligaciones respecto a las miserables familias arrastradas al país; indemnizándoles cuentas, daños y perjuicios muy abultados y de difícil estimación.

Esto es lo que ha sucedido con las colonias contratadas por los gobiernos de Santa Fe y Corrientes. Esto es lo que ha de suceder con todos los contratos de colonización, que no se hagan por el gobierno nacional con un objeto especial; haciendo por estipulaciones precisas la parte de beneficio que deben tener los empresarios, por el trabajo de recolectar y traer al país el número de familias que se necesiten, excluyendo de dichos contratos toda participación en el trabajo de los colonos, en favor de los empresarios [...].

Así la colonización por contrato y por especulación, es imposible; y en los casos referidos se ha resuelto en una carga imprevista para el gobierno nacional, o en la destitución, abandono o esclavitud de los colonos.

Esto no solamente ha sucedido aquí con las colonias que he reseñado: igual resultado han dado en el Brasil la mayor parte de las colonias alemanas chinas, así como con los contratados para el servicio militar.

Los contratos que se celebran en los países muy poblados donde el trabajo del hombre es relativamente barato; en estos países varían esencialmente, y los sujetan moralmente a la excepción de la «lesión enorme».

No se puede decir que las colonias han causado males ni al país ni a los inmigrantes. Han traído al gobierno embarazos momentáneos, y a los co-lonos dificultades imprevistas, y por esto motivos de queja. Por lo demás en estos países en que al fin nadie se muere de hambre, la presencia de cualquier número de seres humanos, no puede dejar de ser ventajosa.

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Hay parajes y objetos que el gobierno no debe tratar de llenar y poblar por medio de la inmigración, por colonización en una escala regular, desti-nado una suma anual para este objeto: tales son las líneas de fronteras de los ríos Salado por la del Norte, y del río Quinto por la del Sud, Salinas, Bahía Blanca y Patagones. Si está demostrado que no pueden establecerse fronteras permanentes colocando los soldados en el desierto, es indispensable que poblaciones fuertes los acompañen, apoyándose recíprocamente.

Es indudable, por otra parte, que la emigración voluntaria, es la más sana, moral y eficaz para satisfacer las necesidades de población e indus-tria a que estamos sujetos. Pero para atraer esta después de las condiciones generales de un orden político estable y de las garantías que la libertad y la ley conceden, se necesita además, que la propiedad de la tierra sea fácil y posible adquirir sin pérdida de tiempo, en proporciones convenientes y a precios que las ponga al alcance de los pequeños capitales. La grande colonización de los Estados Unidos de América, está reconocido por todos los economistas que se han ocupado de este interesante problema, que ha sido muy principalmente estimulada por la sencillez de los procedimientos y regularidad del precio con que el emigrante puede adquirir la propiedad de la tierra que se propone explotar con la mejor parte de su capital, que es el vigor de sus propios brazos.

En la Oficina de Tierras Públicas, el inmigrante apenas desembarcado, sabe a dónde dirigirse para encontrar la tierra que busca en el distrito o Estado que ha elegido de antemano, por las conveniencias de cualquier gé-nero y muy especialmente para estar cerca de un compatriota o un paisano, etcétera. Otras veces en parajes que el gobierno quiere poblar, o de aquellas tierras que han sido desechadas, el gobierno concede en pequeñas porciones y bajo la condición reglamentada de población efectiva, la propiedad de suertes en favor de los inmigrantes que la solicitan.

Sr. Elizalde. — Al hombre suelto, pero no al tráfico de hombres, bajo el sistema de colonias.

Sr. Carril. — Acepto el concepto del señor senador con las reservas que he procurado señalar: en lo demás estamos perfectamente de acuerdo. Pero no estamos preparados para ofrecer a los inmigrantes el principal aliciente que puede atraerlos; quisiera, y que se sanciona una ley para dar tierras, con el objeto de promover la colonización, que se expresa que se venderán, arrendarán, o darán a cualquier inmigrante que las solicite. Nadamos en un inmenso desierto y no podemos disponer fácilmente de la menor suerte de tierra. Dentro de fronteras, sea que pertenezca al gobierno o a particulares, el precio que tiene, la pone por lo regular fuera del alcance de los inmigrantes. Fuera de fronteras, no hay seguridad. En todo caso, no hay donde comprarla sin tramitar expedientes muy costosos y dilatorios.

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Sr. Madariaga. — He pedido la palabra únicamente para decir que yo votaré en contra del proyecto, y por consecuencia, quiero hacer conocer a la Cámara, las razones de mi procedimiento, mucho más, después que he oído los argumentos que ha hecho el señor senador por Córdoba.

Mucho habría que decir para reprobar esta ley, esta especie de franquicia de entregar la tierra pública al extranjero, cuando todavía no se ha dado una ley en que se diga, que se reserva algo para los hijos del país que son los que las defienden. En Norte América así lo han hecho, y no han necesitado regalar la tierra para cubrirse de 30 millones de pobladores, mientras que entre nosotros la damos sin gravamen de ninguna clase. Enhorabuena que se haya reconocido que hay necesidad de poblar la tierra, pero con un poco de más de miramiento.

Cuando la República Argentina tenga capital permanente, cuando esté establecido el orden, ha de afluir la inmigración, sin necesidad de más estí-mulo. Muy pocos han ido a Corrientes a pesar de las disposiciones que se han dado en el mismo sentido que el actual, y los pocos que fueron, han dejado un semillero de cuestiones. Es indudable también lo que ha dicho un señor senador por Buenos Aires sobre las cuestiones que siempre se han suscitado.

Repito, que la inmigración vendrá por sí misma desde que haya tranqui-lidad, desde que la República tenga su capital Yo me permitiré recordar que sobre este mismo asunto el año 23, el honorable senador Gómez manifestó en muchas ocasiones, que era preciso tener muy presente esas consideraciones respecto de los hijos del país.3 Pero en fin, yo tomé la palabra solamente para decir que yo votaré en contra de este proyecto.

Sr. Alsina. — Ocuparé muy poco la atención del Senado, porque la hora es avanzada. […] Observo una contradicción. Unas veces se deploran los malos efectos que han tenido estos negocios para los empresarios; otras veces se pinta a los empresarios como a hombres voraces que se tragan y explotan las personas, y bienes de los inmigrantes: de modo que a la vez se arruinan y ganan mucho. Todo esto es demasiado exagerado. Yo me preguntaría: aunque hubiera algo de real en eso, ¿quién nos constituye en procuradores de los particulares? Si en Europa un empresario hace con inmigrantes contratos, que después le resultan gravosos, allá se las avenga. El único resultado de ello será, señor, que no se harán nuevos contratos, y cesarán por la fuerza de las cosas, pues que nadie, conociendo que otros empresarios han sido sacrificados, querrá serlo; si, por el contrario, los sacrificados por la codicia de los empresarios fuesen los colonos, al fin el resultado será el mismo: no habrá colonos que quieran entrar en tales contratos; y las cosas sucederán por las cosas mismas, sin necesidad, o mejor, a pesar de la ley. Pero, entretanto,

3 Se refiere a los proyectos de colonización con inmigrantes británicos en la provincia de Buenos Aires concebidos en la década de 1820, en el marco de las reformas rivadavianas.

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sino sucediese ni una ni otra cosa ¿por qué nos retraeríamos de emplear uno de los medios que según se conviene, puede fomentar la inmigración? No digo que él sea el único, ni que sea exclusivo, ni que sea el mejor; pero sí digo que es uno de tantos. Adoptémosle, pues, como adoptaremos otros, si es necesario.

Esta es la idea fundamental. Se mira a este arbitrio solamente como a uno de los varios que hay para fomentar la inmigración, y cuando a esto no se opone sino el bien o el mal que puede resultar, unas veces a los colonos, otras veces a los empresarios, veo que no se deducen argumentos que des-truyan los fundamentales principios de esta ley. Si estamos en el caso de procurar el aumento de la población, no se puede desconocer que estamos en la necesidad de no desatender ninguno de los varios medios que ello contribuya, y si se conviene también en que este es uno de los que pueden dar ese resultado: ¿por qué lo desecharíamos? El que traiga males a los empresarios, eso ellos lo verán. Ha dicho un señor senador que ha habido colonos que se han mandado mudar: ¿pero a dónde se irían? En el país han de haber quedado; cuando más el empresario habrá perdido; no así el país, porque esos hombres hayan dejado de trabajar como colonos [...].

Sr. Madariaga. — Pero destrúyame el señor senador este argumento. ¿Ha entrado en el país alguna gente por esas leyes? Dénme la paz, la tranquilidad y entonces sí que vendrá la inmigración.

Sr. Alsina. — Pero si yo no me estoy ocupando de los argumentos del señor senador. Lo que digo es que se me demuestre que lo que este proyecto establece, es dañoso a la Nación. Repito que además puede hacerse otra cosa. Proyéctense otras leyes. No entro ahora en eso ni me opongo. No se trata hoy de eso; y entonces ¿cómo quiere obligarme el señor senador a que conteste a lo que él dice, cuando eso no es del caso?

Sr. Elizalde. — [...] Yo digo que esa ley que autoriza al gobierno para hacer un contrato en cambio de hombres, es nula; que es la negación de la libertad y de todas las instituciones nuestras. Hagamos venir a los hombres para poblar las tierras; pero con arreglo a nuestros principios, con arreglo a nuestra Constitución. Gastemos dinero para tener hombres libres; pero no para tener hombres ligados por un contrato.

Se nos cita por ejemplo en materia de colonias, la de Santa Fe. Señor: cualquiera que haya estado estudiando estas cuestiones, sabe lo que es la colonización, y que es un sistema malísimo; por poco que se estudie, se verá que no puede dejar de serlo. Por ejemplo: el gobierno contrata con franceses y trae 10.000 familias con su lengua, con sus costumbres, con su religión. Naturalmente esta reunión de hombres necesitan autoridades adecuadas a sus costumbres y a su idioma. Después vienen otros colonos alemanes, con otras creencias, con otras costumbres, con otra religión y pueblan la tierra

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de al lado de la otra colonia, con costumbres, con idioma y con religión dis-tinta. ¿Cómo se va a sujetar esta gente a nuestra forma de gobierno? No es lo mismo cuando se trata de traer 10.000 familias, que cuando se trata de 2.000 o de 500. En los Estados Unidos que la inmigración ha sido espontánea, la colonización ha sido causa de grandes disturbios, y se vieron obligados a volver a Europa los inmigrantes que no tenían medios de subsistir. Y esto ha llegado a suceder con la inmigración libre, la inmigración esclava, que está sujeta a un contrato por el cual se comprometa la libertad del inmigrante y de la familia, es claro que ha de producir malísimos resultados para el país. No se ha de conseguir, pues, con esto los beneficios que podemos recoger de la inmigración libre. Ahora, lo que se trata, es de esto: ¿cuál es mejor? ¿Dar tierras a los inmigrantes, o venderlas a fin de traer inmigrantes libres? Este es un problema social que se liga con la riqueza pública, y con todas nuestras instituciones. A mí me parece que por poco que se reflexionen estas cosas, nadie podrá dudar que entre el inmigrante libre y el inmigrante colono, es preferible el primero.

Como ha dicho muy bien el señor senador por Córdoba, entre los colonos que vienen, puede venir un hombre que es relojero, por ejemplo; entre tanto, se le obliga a ser agricultor, y ese hombre es una víctima, que se escapará siempre que pueda.

Sr. Alsina. — Desde que se contrata espontáneamente en Europa, él sabrá lo que le tiene cuenta.

Sr. Elizalde. — Voy a decirle al señor senador como se hacen estas cosas, porque es preciso tomar los negocios como son. Un empresario hace un contrato con el gobierno de Buenos Aires o con el gobierno de la Nación, para traer inmigrantes, contrato por el cual se compromete a traer tantos individuos para darles tanta tierra. Este hombre dice: me dan tierra para tantos individuos, y voy a tener tanto sobre los productos. Se va a Europa y hace todo lo posible para traer los hombres que ha tratado con la autoridad del país; los trae y obliga a estos hombres a cumplir lo que con ellos contra-te. El inmigrante que se encuentra mal en Europa, o que tiene un espíritu aventurero y quiere salir de las condiciones en que se encuentra acepta las condiciones que estipula con el empresario, pero viene con el espíritu de no cumplir. De ahí la lucha entre los colonos y el empresario. Vienen hombres que se han comprometido por un contrato a hacer lo que ni su educación, ni su carrera, ni sus condiciones les permite. Naturalmente tienen que ten-der por todos los medios que están a su alcance, a eludir el cumplimiento del contrato. Entonces el empresario que entre en lucha con todas estas dificultades, tiene que ocurrir a las autoridades para que ese contrato sea respetado, contrato que lleva siempre consigo la condición de que el gobier-no ha de prestarle ayuda para poderlo cumplir, y hasta hay quien pretende

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que tiene el derecho de castigar a los colonos, es decir, que tiene el derecho de reprensión y de castigo. Por consiguiente, cuando nosotros decimos que vamos a hacer un contrato de colonización, no podemos decir que vamos a hacerlo como si fueran santos los empresarios y santos los colonos. No; los contratos en todo el mundo, sobre colonización, son hechos como para hombres que están en una condición desgraciada, que se lanzan a la ventura, y que se habitúan a los males que les hace sentir su misma infelicidad. Así, pues, de la naturaleza misma de estas cosas, surgen los disturbios; y por eso es malo que en países como el nuestro, cuestiones de esta gravedad y de esta trascendencia, se resuelvan así, incidentalmente.

Yo creo, pues, que vamos a comprometer al país en una cuestión muy seria; y por eso yo decía que este asunto debiera volver a la Comisión para que proponga otro medio, porque si entramos en el camino de la colonización, desacreditado y funesto en todas partes, no creo que hemos de conseguir el resultado que nos proponemos.

Ahora cuando se piensa que vamos a empeñar una tierra que no posee-mos, cuando esta es una ley que va a tener efecto de aquí a dos o cuatro años ¿para qué precipitarnos a resolver una cuestión grave, cuando hay otros medios mejores de fomentar la inmigración, cuando ya se ha visto que se ha desacreditado al país por medio de estos contratos de colonización? Yo creo, señor, que hemos de encontrar otro medio de hacer venir inmigrantes al país bajo condiciones más ventajosas, y es por eso que estoy en desacuerdo con la Comisión, porque tengo la convicción más profunda…

Sr. Alsina. — ¿Cree el señor senador que este proyecto excluye a ningún otro?

Sr. Elizalde. — Es que este proyecto es malo en sí.Sr. Alsina. — Entonces presente otro sistema mejor.Sr. Elizalde. — Es que no se puede improvisar estas cosas.Sr. Alsina. — Tiene tiempo el señor senador; pero entre tanto, procuremos

hacer algo. Los efectos funestos, desastrosos, que consisten en que la empresa fracase, como ha dicho el señor senador, desacreditando el país, no son oca-sionados por defectos de la ley del país, porque las empresas no fracasan por falta de las instituciones; pero el señor senador que encuentra tan malas las empresas de este género, que se ha producido con tanta seguridad, como si hubiera habido en Buenos Aires alguna empresa de colonización que haya dado esos resultados, hablará de otro país.

Sr. Elizalde. — No me refería a Buenos Aires.Sr. Alsina. — Señor: si estas empresas traen complicaciones, de resueltas

de tener el gobierno que abonar perjuicios a un empresario, no es porque el gobierno tenga tal obligación por la naturaleza misma del contrato. Puede también no tenerla. Si el gobierno de la Confederación tuvo que pagar esa

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cantidad que se ha mencionado, será por haber habido alguna razón especial para ello; será porque así lo pactaría; mas no porque eso sea inherente a estos contratos.4 Así es que eso de que la Nación no puede comprometerse a tanto, es un argumento que se trae aquí para probarnos yo no sé qué.

Se nos cita, señor, muy frecuentemente el ejemplo de los Estados Unidos. Está muy bien; pero téngase presente que nosotros no hemos de ser en un siglo equivalentes a lo que son hoy los Estados Unidos. Ellos pueden adoptar tal o cual sistema, porque tienen cómo elegir; pero nosotros no. Nosotros, que estamos clamando constantemente sobre la necesidad del aumento de la población; nosotros que estamos pregonando nuestra importancia respec-tiva para empujar al país en las distintas vías de progreso; nosotros ocupa-mos mala posición cuando nos oponemos a la adopción de algún medio de llenar ese objeto. Si los Estados Unidos adoptaron esa ley, y muy pronto la mudaron habrán hecho muy bien; pero no se dé tanta importancia a esa ley de Estados Unidos: no se incurra en el defecto tan común, cuando se habla de la prosperidad o de la decadencia de una nación, de atribuirla a una sola causa. No se debió únicamente a la ley de tierras la inmigración, que tanto aumentó la población de aquella Nación. Se debió también a la necesidad que empujaba a millares de hombres perseguidos por sus creencias religiosas en el siglo xvi a buscar otras playas donde ejercer su culto, su adoración, su libertad. De ahí vino la primera población, que fue creciendo hasta fines del siglo pasado, en que sobrevino la guerra más tremenda que ha presenciado la Europa. Entonces vinieron las agitaciones que duraron hasta el año 15 del siglo actual; agitaciones que forzaron a millares de personas a abandonar Europa. ¿Y a qué parte del mundo habían de ir a sentar el pie, sino a un país libre, conocido, único que se le presentaba entonces en la faz de la tierra? Esto fue lo que estableció esa corriente de inmigración y no la ley de tierras únicamente; pero esto no quiere decir tampoco que esa ley no favoreciese ese objeto. No se atribuya, pues, la inmigración únicamente al sistema de ventas de tierras, no. El aumento de la población de los Estados Unidos, se ha verificado por un conjunto de causas. Mas nosotros, señor ¿estamos en ese caso? Nosotros no podemos elegir, y hemos pasado muchos años sin que haya acudido esa inmigración. Se dice que es mejor sistema el de la inmigración libre, es decir, el Estado no pague pasaje, ni pague nada, y venga el inmigrante aquí a elegir la profesión que quiera. Está muy bien; pero no desechemos un sistema que no impide continuar con ese otro. Yo le pregunto al señor sena-dor, ¿cuál es el aumento de población que ha recibido Buenos Aires desde

4 Se refiere a una intervención del Senador Del Carril que no se ha incluido aquí, en la que señala que el gobierno de la Confederación había tenido que indemnizar con ciento cuarenta y cinco mil pesos plata al empresario que había fundado la colonia Esperanza en Santa Fe, Aaraón Castellanos.

Inmigración y colonización. Los debates parlamentarios en el siglo xix | 49

el año 53 aquí? Ya que se habla tanto de los Estados Unidos, dígaseme si se puede comparar proporcionalmente el aumento de su población, con el que Buenos Aires ha tenido en el espacio de ocho años. No, señor: el sistema del que habla el señor senador, no ha producido los resultados que se esperan. Se habla de estabilidad del país, de sus instituciones, etcétera. Sí, señor; todo eso contribuye; pero ¿cuál es la garantía que tenga el inmigrante europeo, de que ese futuro feliz se realizará? Se dice que la organización nacional se hará de acuerdo con el sentimiento de todos, que ella producirá necesariamente los resultados a que todos aspiramos. Esperemos, pues; no hagamos nada en materia de inmigración; esperemos se nos dice a que por efecto de ese nuevo orden de cosas, venga la inmigración por sí misma, y tendremos aquí millones de individuos. Dios lo quiera, señor presidente. Lo que yo siento es que ni nuestros biznietos han de presenciar ese día.

Sr. Madariaga. —La hora es avanzada.Sr. Presidente. — Pondremos a votación si está suficientemente discutido

o no el artículo 1°.— Se votó y resultó afirmativa general.Sr. Presidente. — Ahora se va a votar si se aprueba o no el artículo 1°

conforme está redactado.— Se votó y resultó aprobado por afirmativa de 17 votos contra 4.Sr. González. — La hora es avanzada.

II. Proyecto de ley de fomento de la inmigración y colonización de territorios despoblados y estratégicos de la República Argentina. 1870

Los autores de este proyecto de ley pretendían crear las condiciones para el traslado de dos mil familias desde Europa para colonizar tierras despobla-das en las márgenes de los ríos Bermejo y Paraná en el Chaco y en las de los ríos Colorado y Negro en la Patagonia. A lo largo de 27 artículos, el proyecto establecía, entre otras cosas, el pago del pasaje a las familias inmigrantes y la asignación de bienes para iniciar las tareas agrícolas, regulaba la mensura y amojonamiento de los terrenos a colonizar y los mecanismos de enajenación y/o cesión de las parcelas de cada colonia. Asimismo, obligaba al gobierno nacional a garantizar la seguridad de las colonias frente a ataques indígenas y la obligación de otorgarles armas a los colonos que lo solicitasen para su defensa. También, se incluía la posibilidad de que parte de los inmigrantes se destinasen a colonias en las provincias, previa solicitud de los gobiernos provinciales. El proyecto recibió críticas y oposición entre los legisladores, por lo que finalmente no fue aprobado.

Selección documental C N, Cámara de Senadores – 44°reunión – 41° sesión ordinaria 3 de septiembre de 1870

[...] Se pasa a considerar el dictamen de la Comisión de Hacienda sobre el proyecto de colonización presentado por el Señor Senador Oroño.

Honorable señor:Todos los hombres públicos de nuestro país convienen en que la in-

migración extranjera es un elemento importante del pronto desarrollo y prosperidad del país. Pero la inmigración, abandonada a sí misma como hoy sucede, no da todos los resultados que son de desear. Esa inmigración viene a aglomerarse de preferencia a los puertos y ciudades ya establecidas y populosas; pero no se dirige a poblar nuestros desiertos, para que estos y los bárbaros que los asolan, desaparezcan.

Se hace, pues, necesario, buscar un remedio a este mal. La Comisión de Hacienda cree hallarlo en el proyecto del señor Oroño presentado a esta Cámara en 1868, sobre colonización; y con algunas modificaciones, resultado de su examen y meditación, ella lo presenta a la aprobación de V. H. Este proyecto no impone nuevas erogaciones al Tesoro. El dispone únicamente de

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una parte de los fondos ya asignados en el presupuesto del próximo año eco-nómico, para fomento de la inmigración. Esta es, a juicio de la Comisión, una de las condiciones más útiles y prácticas del proyecto modificado por ella.

En este mismo despacho se halla incluido el proyecto de los Senadores Oroño y Araoz designando fondos especiales para el fomento de la inmi-gración.

Las objeciones, la Comisión las contestará verbalmente.

N. Oroño – Juan Llerena

[Se lee el proyecto]Sr. Llerena — […] Apenas hay un asunto más digno de consideración para

el Congreso Argentino que la inmigración. Rodeada nuestra escasa población por un inmenso desierto es necesario disminuir este desierto estableciendo poblaciones en aquellos puntos que dominen el territorio a fin de dar valor a los demás territorios de nuestra campaña. Sin embargo hasta ahora ninguno de los Gobiernos de nuestro país se ha ocupado como debe de esta materia. Aun cuando ha habido muchos de nuestros hombres de estado que se han ocupado de este asunto dándole la importancia que merece y llamando la atención sobre esos inmensos territorios desiertos, la frontera asolada por los indios y las costas de nuestros ríos más hermosos despoblados. Nos hemos atenido únicamente a la corriente de inmigración espontánea que no hace sino habitar en los centros ya poblados, porque carece de dirección y de los elementos necesarios para atravesar los desiertos.

Sin embargo de que ha habido algunos hombres atrevidos que queriendo remediar este mal que se prolonga ya demasiado tiempo, han intentado con muy escasos elementos pecuniarios salvar los inconvenientes que ofrecen estas empresas sin obtener ningún resultado.

A juicio de la Comisión este mal tiene dos remedios, o bien la aceptación de las propuestas que en diversas épocas se han hecho por empresarios de inmigración extranjera, propuestas cuyo objeto y tendencia es evidente, o bien establecer un sistema propio de colonización, que ligado a otro sistema de defensa de la frontera, pueda producir los resultados a cuya realización el Congreso debe propender por todos los medios.

Es evidente que es más favorable este segundo sistema, porque aun cuando serían igualmente dispendiosos; este segundo daría indudablemente mejores resultados.

Como lo sabe el Senado, por una ley que no ha mucho se discutió en esta Cámara, se han señalado los puntos que debían ser ocupados y protegidos por la nueva línea de defensa interior; pero esos establecimientos milita-

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res destinados a defender la frontera, serían infructuosos y estériles, si no fueran acompañados de una colonización civil que fertilice los campos que esos soldados van a defender. Es por esto que la Comisión cree que hay necesidad de un plan de colonización civil que acompañe al plan militar de defensa de la frontera.

Sin duda que puede haber algunas otras ideas mejores que la que ahora humildemente proponen algunos miembros del Senado; pero a juicio de la Comisión esta idea tiene ventajas de ser práctica en esta circunstancia en que no puede recargarse al tesoro con nuevos gastos.

La comisión sabe que en la otra Cámara se ha votado una partida de 200.000 pesos5 para favorecer la inmigración extranjera, suma que debe destinarse al fomento de la inmigración espontánea que viene a nuestras playas, pero la comisión cree que no es necesario destinar a este objeto una suma mayor que la de 10.000 pesos mensuales, y que el resto puede destinarse a favorecer la colonización a fin de que no quede abandonada a sí misma, sino sujetarla a un plan con la mira de poblar la nueva línea de frontera. Cree por consiguiente la Comisión que adoptándose este plan no se recarga con menos gastos a la nación utilizándose de este modo la suma ya votada, suma que de otro modo se perdería inútilmente.

Es lo que tengo que decir en favor del proyecto en general [...].Señor Ministro del Interior: — [...] La protección directa en este país, donde

no hay leyes, donde no hay costumbres, donde ni las necesidades se conocen, dará por resultado la pérdida de los dineros del tesoro público, como han perdido los particulares el suyo. Yo hablaría de la primera inmigración que he conocido ahora 50 años: la del señor Santa Coloma. Esa inmigración se estableció bajo los mejores auspicios, con sus templos, sus casas; fue inmi-gración elegida, entre tanto, a los 15 días no se les podía encontrar y todo el dinero fue perdido.6

Así ha sucedido varias veces; yo creo que la inmigración protegida de tal manera ha de dar siempre los mismos resultados.

Así yo no quiero entrar a discutir cada uno de estos artículos, me parece bastante sobre la materia, y me parece también que la Cámara está en dis-posición de poder pronunciarse sobre este asunto y decidirla á que suspenda la consideración del proyecto que está en discusión.

Sr. Mitre. — ¿La indicación es tendente a pedir el aplazamiento?Sr. Ministro. — Así es.

5 Para financiar un asilo de inmigrantes en Buenos Aires y el funcionamiento de una “Comisión de Inmigración”.6 Se refiere a las colonias de británicos fundadas en la provincia de Buenos Aires en la década de 1820.

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Sr. Oroño. — El señor Ministro no ha hecho más que volver sobre los mismos argumentos [...] y no ha aducido ni una sola idea más para probar la excelencia de su doctrina, alegando sobre todo que no tiene la República donde colocar a estos inmigrantes por falta de territorio. En este sentido, nos ha hablado el señor Ministro del Bermejo y de los desiertos del Chaco como si nos hablase de un país desconocido. Sin embargo, cree que es po-sible colonizar la costa del Río Paraná; pero muestra que el señor Ministro no quiera extender la vista más allá del Arroyo del Medio.7 A este respecto yo insisto en creer que nosotros no nos limitamos simplemente al Sur del Río Negro; y si el señor Ministro se ha fijado en la ley, verá que cuando se trata del establecimiento de colonias, es sobre la costa Norte del Río Negro.

Por lo demás, ese territorio que el señor Ministro considera completa-mente desierto, es de la mayor importancia para el progreso futuro de la República, porque apenas hay una región más favorecida en toda la Repú-blica Argentina que la costa patagónica; y es tanto más favorecida cuanto que es probable que la inmigración mejor que venga de Europa venga a establecerse en ese lugar, en la misma latitud que hemos señalado en el proyecto, latitud donde se producen las mismas cosas que produce el país de donde vienen esos inmigrantes, de manera que vendrían a ejercitase en su misma industria sin modificación en un país que se presta a las mismas producciones que la Alemania y la Inglaterra.

Sr. Ministro del Interior. — No tenemos tierra señor.Sr. Oroño. — En las tierras de Buenos Aires no tenemos tanta necesidad

de establecer colonias, por el contrario, tenemos necesidad de fijar nuestra atención principalmente en esas tierras de que habla el proyecto a fin de evitar por este medio cuestiones que son de gran trascendencia, a fin de dirimirlas en nuestro favor estableciendo población en un territorio que Chile considera suyo.

Pero el señor Ministro incurre, señor Presidente, en otra contradicción que todavía es más grave. El año pasado se presentó a la Cámara de Dipu-tados patrocinado por el señor Ministro un proyecto de ley por el cual se daba un millón de pesos al Gobierno de Santa Fe para establecer colonias en su territorio.

Entonces el señor Ministro decía que había territorio en las provincias, y agregaba que los propietarios de esos terrenos ofrecían darlo.

Ahora el señor Ministro dice que no hay territorio y que los propietarios se niegan a darlo. Yo puedo asegurar también a la Cámara que es cierto que los propietarios de Santa Fe querían dar esa tierra, y a este respecto puedo invocar, el testimonio del señor Presidente del Senado que entre varias per-

7 Se refiere al límite norte de la provincia de Buenos Aires.

Inmigración y colonización. Los debates parlamentarios en el siglo xix | 55

sonas le propuso al Gobierno ceder una extensión bastante considerable de terreno, sin más condición que de poblarlo.

Luego si el Gobierno Nacional no ha aceptado esa oferta, no ha sido por-que no hubiera territorio, sino por no ceder en su propósito de no establecer la población de esta manera, porque cree que la inmigración ha de venir espontáneamente, olvidándose de que casi toda la inmigración que tenemos en el país ha venido estimulada por las leyes protectoras de la inmigración principalmente de la Provincia de Santa Fe que les ha ofrecido tierra en abundancia y anticipos a los colonos. Si el señor ministro quiere comprobar este hecho, no tiene más que acercarse a la Comisión de inmigración de Buenos Aires para preguntarle si es cierto que cada inmigrante trae una copia de las leyes de Santa Fe distribuidas por los agentes de inmigración de la República en diversos países de Europa. Luego no vienen únicamente por los salarios, vienen por la esperanza de adquirir una propiedad, y la prueba de que esa inmigración que viene espontánea estimulada únicamente por los salarios, no es la inmigración que nos conviene, es que tenemos, a pesar del ferrocarril, casi completamente desierto todo el trayecto entre Buenos Aires y Mercedes. ¿Y por qué está desierto señor Presidente?

Porque la tierra no está al alcance de los inmigrantes, porque los grandes propietarios de esas tierras pretenden sacar de los inmigrantes, un precio que solo tendrá dentro de 50 años.

La colonia Esperanza, señor Presidente, una de las más importantes de la Provincia de Santa Fe fue en su origen contratada por un particular.

El empresario hizo un contrato con el Gobierno de Santa Fe para traer estas familias mediante ciertas concesiones que consistían en tierras y anticipaciones del importe de los objetos necesarios para el establecimien-to de dos colonias comprometiéndose en cambio los colonos a pagar sus respectivos pasajes con la 3ª parte del producto de su trabajo. Vinieron los colonos a Santa Fe y el empresario no pudo cumplirles lo prometido a los colonos ni al Gobierno de Santa Fe. A consecuencia de esto la colonia estuvo a punto de disolverse, y entonces tuvo el Gobierno Nacional que acudir con el tesoro de la Nación a pagar los gastos que esa empresa había hecho en el transporte y en el establecimiento de esas colonias.

Fue recién entonces que esa colonia empezó a prosperar hasta que llegó al estado en que hoy se encuentra.

La colonia de San Carlos que vino enseguida, fue contratada también por un particular, dándole el Gobierno una cantidad de tierra bastante consi-derable para establecer un número limitado de familias que el empresario colocaba con la condición de que le pagarían el pasaje con el producto de la tercera parte de sus cosechas.

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Debido a esta circunstancia, la situación de la colonia se hizo sumamente difícil, a punto de que a disolverse también, pero vino por fortuna la guerra del Paraguay que le proporcionó la ocasión de vender a muy buen precio todos sus productos. Hoy ésta es una de las colonias más floreciente de la provincia [...].

Entonces, señor Presidente ¿cómo podemos decir que este sistema es tan malo, mucho más cuando no se puede presentar entre nosotros ni una sola Colonia establecida por el otro sistema?

Enhorabuena que se diga que la situación no es propicia, que no es favorable para aconsejar al Gobierno que haga estos gastos; pero ese no es un argumento para que no se vote la autorización puesto que no se le fija término y este gasto podrá hacerlo el Gobierno cuando pueda disponer de los fondos que se votan, quedando a discreción del P. E. elegir la oportunidad más favorable.

Por otra parte, señor Presidente, una de las causas determinantes que influyen en la adopción de cualquiera de los dos sistemas de inmigración, sea espontáneo o artificial, es indudablemente la calidad de los inmigran-tes, es decir, que la condición de las familias sea aparente para cultivar la tierra, que es el propósito principal que nos guía. Estas condiciones no se puede consultar en la inmigración espontánea que viene sin que nadie la llame, y puede consultarse en la inmigración favorecida por el estado, por-que nombrando el Gobierno hará agentes a personas bien acreditadas y de reputación conocida, es claro que no daría pasaje a ninguna familia que no fuese aparente para cultivar la tierra, o más bien dicho, que no fuese sino de cierta nacionalidad que nos conviene mucho más que otras.

Es sabido por los resultados que han dado en las provincias, que a la in-migración alemana es a la que debe darse la preferencia, que si alguna vez ha de remitirse algún dinero para fomentar la inmigración, debe hacerse con preferencia para la inmigración alemana, no solo por sus costumbres, por sus hábitos de trabajo, por su respeto a la ley, sino porque es una raza especial cuyas buenas condiciones se notan en Europa mismo comparadas con las otras naciones del continente.

Si el señor Ministro cree que esto es muy difícil, si cree imposible que agentes suyos con instrucciones expresas puedan desempeñar esta comi-sión; si cree que no es posible tampoco atender a la inmigración para que se establezcan convenientemente en ciertos lugares, entonces señor Presidente, estamos legislando inútilmente.

Esto quería decir, que éramos incapaces de pensar sobre nada serio, que no somos aptos para nada y que debiéramos cerrar las puertas del Congreso y retirarnos a nuestras casas [...].

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Ministro del Interior: — […] si han sido muy felices las colonias de Santa Fe; ha sido porque le han designado un territorio bueno; pero la nación, yo no sé qué [buen] terreno podría darles, porque es preciso que ese buen resultado que han dado las colonias artificiales pueda producirse en otros puntos.

El señor Senador sabe que las colonias que fueron a Corrientes a pesar de que el Gobierno les suministró recursos, no pudieron estar allí.

En materia de territorio, el señor Senador no ha señalado sino los territo-rios al Sud del Río Negro, y no quiere salir de allí; pero el señor Senador sabe que hay otras colonias en otras partes que a pesar de haberlas ayudado el Gobierno no han podido subsistir y han tenido que trasladarse a Santa Fe. Pero hay otra circunstancia que el señor Senador olvida que es el dominio de la tierra porque como lo confiesa en su mismo proyecto, es preciso defender esa tierra de los indios, y yo ya he dicho que no hay como defenderla, ahora que no tenemos ejército con que defender la línea de frontera.

Sr. Oroño. — No hay sistema.Sr. Ministro del Interior. — La culpa la tendrán los Gobiernos de provincia

a quienes se le piden contingentes y no los mandan.Sr. Oroño. — Ahora le diré cómo se procede.Sr. Ministro del Interior. — Ahora yo digo recopilando todo lo dicho, que

toda esa inmigración ha producido grandes beneficios, ya sea que hayan venido por medios artificiales o espontáneamente. Es debido a esa inmi-gración que en Buenos Aires se han construido tantas casas, es debido a esa inmigración que se han hecho y se hacen tantos trabajos en la campaña de Buenos Aires. Por consiguiente esta inmigración es y será siempre utilísima, y Dios nos libre de que esa inmigración no hubiera venido y no continuase viniendo, porque entonces desde la Villa de Morón hasta Chivilcoy por el costado del camino de fierro no habría tal vez un palmo de tierra cultivado. Por consiguiente yo no soy contrario a la inmigración, ni me opongo tampoco a que protejamos la inmigración; pero me opongo a que vayamos más allá de donde sea posible. Por ahora con estos 200.000 pesos que se dan para la inmigración como está viniendo, con un asilo y una Comisión compuesta de personas respetables que los pueden mandar a cualquier parte del Interior con la libre introducción de las máquinas y las herramientas necesarias, creo que hacemos todo lo que podemos, puesto que por ahora no podemos dominar los desiertos por falta de dinero y de ejército.

Se dice que los ejércitos no pueden estar en el desierto; pero yo digo que las familias no pueden estar tampoco en el desierto, y que es preciso que al lado de las familias vaya el ejército para poder colonizar el sur del Río Negro.

Por último ha dicho el Senador que no se le señala término al Gobierno, que puede hacer uso de esos fondos cuando a su juicio le parezca oportuno; pero es precisamente haciendo uso de su buen juicio el Gobierno que le dice

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ahora a la Cámara que conviene que se suspenda por ahora este gasto y el día que tengamos crédito y que no tengamos guerra, podremos poner en ejecución este u otro proyecto de inmigración, sin por eso cortar esta corrien-te que tantos beneficios ha producido a Buenos Aires y a toda la República.

Entre tanto no se podrá decir que el Gobierno no atiende a la inmigración, y es debido a esto que en todas partes hay esa inmigración de italianos y de vascos que han venido sin necesidad de que les paguen el pasaje y han de seguir viniendo como han venido hasta aquí [...].

Sr. Presidente. — Se va a votar.Sr Mitre. — ¿Qué es lo que se va a votar?Sr. Ministro. — El aplazamiento. Sr. Presidente. — Se va a votar lo que se debe votar.Puesto a votación si se aplazaba la discusión del asunto, así se resolvió

por afirmativa de 14 votos.

III. Proyecto de ley para la colonización de tierras del Chaco. 1870

Apenas tres semanas después de postergada la discusión sobre la colonización de las tierras del Chaco y de la Patagonia (cuyo debate en el Senado se incluyó en el capítulo anterior), la Comisión de Hacienda pre-sentó un proyecto de colonización de las tierras nacionales en el Chaco que se llevaría a cabo mediante un contrato con la empresa colonizadora “TeodoroBelot, Gosnait y Ca.”. El proyecto era realmente titánico: los em-presarios se comprometían a trasladar desde el Norte y Centro de Europa veinte mil familias de cinco miembros cada una en un plazo no mayor a ocho años a un territorio deshabitado y poco conocido, costear el viaje de los inmigrantes y los gastos para su manutención durante un año y procurar-les todos los elementos necesarios para la labranza y construcción de una vivienda. Asimismo, la empresa debía crear una ciudad y un puerto en la ribera del Río Paraná y subdividir en lotes las extensas seiscientas treinta leguas cuadradas de terreno que la Nación les asignaba para fundar las colonias. Los colonos debían reembolsar a los empresarios los gastos de su traslado e instalación en un plazo no mayor a cuatro años. Por su parte, el Gobierno Nacional abonaría a la empresa colonizadora el precio de 75 pesos fuertes por cada familia de cinco inmigrantes instalada en las colonias. Luego de largas discusiones, que ocuparon más de una sesión del Senado, el proyecto fue aprobado y remitido a la Cámara de Diputados. Sin embar-go, esta cámara no trató el proyecto, por lo cual, nunca se convirtió en ley.

Selección documental C N, Cámara de Senadores – 56° Reunión – 4° Sesión extraordinaria 23 de septiembre de 1870

[...]Honorable señor:Vuestra Comisión de Hacienda ha estudiado detenidamente la pro-

puesta presentada por los Señores Belot, Gosnait y Ca., y cree debe esperar a vuestra honorabilidad en su espíritu para aconsejar la aceptación de aquella propuesta en la forma del proyecto de ley adjunto. Constituida la Nación y después de los progresos tan felizmente alcanzados, es necesario darse cuenta por qué medios llegaremos al grado de engrandecimiento que

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tenemos derecho a esperar y que la guerra y los disturbios domésticos nos han impedido alcanzar.

Desde luego se comprende, que entre los diversos medios que más pode-rosamente pueden influir para desenvolver la riqueza y acelerar el progreso del país, es seguramente la población de nuestros desiertos territorios, con inmigrantes laboriosos que importen a la vez que sus capitales, los hábitos de orden y de trabajo.

Los bienes que de la inmigración ha reportado el país son tan evidentes, y tan de manifiesto se hallan en los centros de población como en la campaña, en cada una de las Provincias como en toda la República, que estaría de más que nos propusiéramos demostrar sus ventajas.

Hasta ahora, sin embargo, es sólo una de las Provincias Argentinas la que más se ha distinguido por el anhelo de sus gobernantes en colonizar sus desiertos territorios. Una serie de disposiciones gubernativas, más o menos acertadas se han dictado en aquella Provincia para fomentar la inmigración, para atraerla directamente por el estímulo de ventajosas concesiones: y los resultados han venido a demostrar, que si aquellas leyes adolecían de deficiencia, como meros ensayos o por el sentimiento generoso que las dictaba, se ha conseguido por ese medio despertar el interés de la inmigra-ción, dirigiendo a sus playas la corriente de esa población laboriosa que ha convertido sus campos incultos en poblaciones civilizadas.

Este hecho prueba que en ningún empleo más útil, que en nada más provechoso puede invertirse el tesoro de la Nación y de las Provincias, que en trasplantar en nuestro suelo las familias industriosas que abandonan su patria en busca de trabajo y medios de subsistencia.

La República Argentina, por su territorio, su clima, la fertilidad de su territorio, es el país de la América del Sud que mayores ventajas ofrece al inmigrante, faltando solo que la acción del Gobierno tienda a facilitar la ocupación y cultivo del suelo, poniendo al alcance de los colonos la adqui-sición de una propiedad raíz, como resultado de sus esfuerzos.

El pago de una parte del transporte de los colonos, con que por el proyecto de ley se propone ayudar a la empresa de los señores Belot, Gosnait y Ca. como compensación de sus esfuerzos y de los sacrificios pecuniarios que necesariamente tienen que hacer para cumplir su compromiso, parecerá a primera vista, un recargo exorbitante para el tesoro de la Nación. Pero si se reflexiona sobre las ventajas de la inmigración, si se tiene presente lo que los colonos dejan anualmente como resultado de lo que producen y de lo que consumen en provecho de la renta, se verá sin dificultad que ese gravamen lejos de importar un sacrificio para la Nación, es por el contrario un medio de acrecentar la riqueza del país y el aumento de la renta. Puede calcularse sin exageración que cada individuo que se introduce al país con el objeto de

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labrar la tierra o ejercer alguna industria, paga anualmente al tesoro de la Nación una contribución que no baja de doce pesos por persona.

Ahora bien, calculado sobre cien personas que deben introducirse, según la propuesta de los señores Belot, Gosnait y Ca., una renta de doce pesos anuales, tenemos como resultado inmediato un millón doscientos mil pe-sos de aumento en la renta de la Nación, a lo que se agrega el capital que los colonos introducen, el aumento de la población, el valor de las tierras Nacionales, el ejemplo del trabajo, el amor a la paz, y de pronto la supresión de las fronteras, y los gastos que su defensa impone, y tantos otros bienes, que si fuera posible reducirlos a cifras, ascenderían a una suma que excede a todo cálculo.

Estas y otras consideraciones que el miembro informante expondrá al Senado con más extensión, ha decidido a la Comisión, a formular el siguiente proyecto de ley que ella propone a la aprobación de V.H.

Benjamín Villafañe – NicasioOroño –Juan Llerena

[Se lee el proyecto].Sr. Villafañe. — Señor Presidente:[...] La necesidad de poblar lo más breve posible nuestro vasto y desierto

territorio, es una necesidad universalmente sentida. ¿El modo de hacerlo con más prontitud y mejor éxito? Ved ahí la cuestión.

A este propósito se nos dice: «Nada mejor que la inmigración espontá-nea y un buen sistema en cuanto a la distribución y ventas de las tierras públicas.» Y como si al decir eso se hubiera pronunciado la última palabra sobre la materia, se nos aconseja no pensar en otra cosa.

¿Debemos seguir ese consejo?Sin duda que la inmigración espontánea es mucho más fácil y barata que

la que llamamos artificial; pero ¿quién no ve que atendidas las exigencias de nuestro país, vamos muy despacio en esa vía y no vamos tan bien como sería de desear?

¿Quién no ve que si a este expediente podemos asociar otro igualmente bueno, cuando no mejor, debemos aceptarlo a la vez? Y quién no comprende que el estado actual de nuestras cosas, es mucho más conveniente abrir dos puertas, dos corrientes a este género de progreso, que atenernos exclusiva-mente al recurso único que se trata de hacer prevalecer?

En vista de las ideas que en estos días se han emitido en ambas cáma-ras condenando el método que nosotros defendemos, y del favor que han

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merecido ellas, diríase que hay cierto ofuscamiento, cierta falta de atención difícil de explicar.

En favor de opiniones semejantes, se han citado hechos producidos en nuestro país respecto de colonización, se les ha declarado adversas y con-cluyentes, y a nombre de la experiencia se nos ha pedido no prestar una atención seria a todo proyecto como el que discutimos hoy.

¿Deberemos atenernos a estos consejos, repito, u obedeciendo a inspira-ciones de otro orden, volveremos al debate con la independencia de espíritu que prescribe el deber?

He dicho que se había citado hechos; ¿pero dónde están? Yo los busco, señor Presidente, y en vez de hallar algo que autorice, que explique siquiera esa preocupación, encuentro su desmentido más terminante en la existen-cia de veinte y tantas colonias radicadas ya: florecientes las unas, en vía de florecer las otras; pero todas ellas ofreciendo donde quiera la seguridad del éxito más completo [...].

Entre tanto; he aquí nuestro punto de vista en la cuestión: ¿Es buena, es aceptable toda inmigración? Sin duda que sí, con tal que sus individuos per-tenezcan al mundo cristiano, al mundo moral en que nosotros respiramos.

Pero entre los individuos o pueblos que pertenecen a esa misma civiliza-ción ¿existen o no tipos diferentes, los unos preferibles a los otros, atendidas nuestras necesidades especiales? Sin duda que sí, las gentes del norte y centro de Europa, por ejemplo, si bien no son de índole superior a las otras, nos inspiran y deben inspirarnos un interés particular, por la sola y exclu-siva razón de haber escapado hasta hoy a nuestro anhelo en favor de una corriente más abundante o sea de una inmigración universal. Los colonos agricultores, además son mejor calculados para nuestras necesidades que aquellos que no lo son.

Pero, como por efecto de la distancia y lo caro del pasaje, esta clase de inmigración no puede ser tan fácil como la del mediodía, se sigue la nece-sidad en que estamos de hacer un esfuerzo cualquiera a fin de atraerlas, de seducirlas hasta volverlas espontáneas hasta convertirlas en una corriente natural.

[...] Una de las ventajas que este proyecto encara, consiste en que la colonia en perspectiva, vendrá a ser en poco tiempo un poderoso centro de atracción para los hombres y familias de cuyo seno se habrá desprendido.

La región que se le destina es de las más fértiles y ricas. Colocada en ella, a orillas de un río navegable, del océano, puede decirse; la suerte que le espera no es una eventualidad más o menos incierta, más ó menos probable; es una realidad que se ve venir, es una prosperidad que de antemano se palpa.

Luego, ¿por qué no esperar que la correspondencia epistolar y los avisos de los colonos instalados, a los que quedaron en expectativa sobre las ven-

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tajas de la nueva patria, no determinen al fin la corriente de inmigración espontánea que tanto nos conviene arrancar de las regiones norte y centro de Europa? ¿Y por qué no pensar que otros señores que Belot y Compañía querrán luego colonizar con iguales condiciones las márgenes del Río Negro, o la planicie que se extiende entre el Pilcomayo y el Bermejo, capaces por sí solas de sustentar imperios tan fuertes y prósperos como los que hoy figuran con tanto ruido en otra parte?

Señor presidente; o los miembros de la comisión de hacienda estamos bajo el influjo de una fascinación inexplicable, o bien es cierto, que una ley como la que ella os propone, será una de las más trascendentales que el Congreso habrá expedido, en las sesiones del presente año.

Sr. Mitre. — Iba a votar inocentemente en favor de este proyecto, creyendo que era como uno de tantos de los que, si bien prometen poco, no dañan en mucho y producen algún bien. No había llegado a mis manos, porque hace días faltaba del Senado; pero el discurso del señor Miembro informante de la Comisión, fundándolo y preconizando la conveniencia y la superioridad de la inmigración artificial, en contraposición de la inmigración espontánea (si no me he equivocado), me ha abierto los ojos, y he visto que realmente se trata de reaccionar contra el hecho y el sistema establecido; produciendo artificialmente un hecho contrario a la ley natural, a las conveniencias del país, y fundando un sistema contrario a los buenos principios económicos que la ciencia ha proclamado y que la experiencia ha acreditado [...].

Señores, si alguna vez en el mundo se ha formulado y aceptado en todas sus consecuencias, lo que se llama el sistema de la inmigración artificial, es ciertamente en esta ocasión. Por el proyecto en discusión se ofrecen tierras gratuitas, no a los colonos sino a los empresarios de la colonización, y esto en la extensión de 400 leguas, de las cuales doscientas son en beneficio exclusivo de la empresa, y doscientas para beneficiarlas los empresarios, vendiéndolas a los inmigrantes por su cuenta. Se ofrece además abonar por el erario público, la mitad del pasaje de cada inmigrante, siempre en beneficio de la empresa, y lo mismo sería si fuese en beneficio del colono. Se ofrecen franquicias municipales, puerto franco, exenciones y favores que constituyen un derecho privilegiado en obsequio de la empresa y de los empresarios de la inmigración artificial, poniendo a los inmigrantes así comprados y explotados, de mejor condición que a los que espontáneamente lleguen a nuestras playas trayéndonos gratuitamente el concurso de sus personas, de su capital y de su industria.

Si existe sobre el haz de la tierra un país donde tan lejos se haya llevado el sistema de la inmigración artificial en obsequio de los colonizadores más bien que de los colonos, yo pido que se cite, en la seguridad de que no se podrá hacerlo.

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Mientras tanto, yo puedo decir con la autoridad de la experiencia, y con la prueba incontestable de sus beneficios, que si en algún país del mundo el sistema de la inmigración espontánea, ha producido un resultado verda-deramente grandioso, ese país es el nuestro.

Diré más y es que, este resultado es la consecuencia lógica de un buen principio, que tiene su origen en las tendencias libres del hombre, que como la dilatación de los fluidos, la circulación de los líquidos y las vibraciones de la materia imponderable, tiende al equilibrio y la armonía, en cumplimiento de leyes superiores a todas las leyes de los hombres [...].

¿Qué es lo que nos ofrece este prospecto? Cien mil inmigrantes en diez años, es decir, diez mil anuales, que es lo que recibimos en poco más de dos meses por la corriente natural establecida. Es un contingente mezquino si se compara con la masa de la inmigración espontánea que llega a nuestras playas, pues no alcanzará cuando empiece a hacerse efectivo ni a representar la sexta parte de ella [...].

¿Qué son esos mezquinos alicientes con que se pretende producir la co-rriente de la colonización artificial, al lado de los dones con que la mano de Dios brinda al hombre que viene a pedir a nuestro suelo patria y bienestar? ¿Qué son esas franquicias excepcionales en comparación de las ventajas que proporciona nuestra condición política y social?

Aquí no hay punto de comparación, porque no es posible competir con la Providencia. Ella nos ha dado un clima templado, salubre y variado: nos ha dado una tierra fértil: medios de fácil comunicación y producciones espontáneas, entre las cuales deben contarse en primera línea sesenta mil leguas de prados naturales con pastos azucarados, cual el cultivo no puede producirlos, y en que pueden multiplicarse millones y millones de ganados que bastan para alimentar a poco precio al mundo entero. Y estos dones gra-tuitos, unidos al trabajo reproductor del hombre nos dan el alimento sano, abundante y barato, crían la demanda limitada de brazos, hacen proficua la labor, agradable la vida material al punto que, como lo ha observado un inmigrante a nuestro país que ha escrito un libro notable sobre él, es por sí mismo un goce sentirse vivir.

Y a esta felicidad que se respira en el aire, se unen los goces que vienen de las leyes: la propiedad de fácil adquisición, la libertad de conciencia, la dignidad personal; las exenciones de que goza el extranjero especialmen-te del servicio militar y la fortuna asegurada en poco tiempo al hombre arreglado y laborioso que no cuenta con más capital que un par de brazos robustos. Por esto afluye espontáneamente la inmigración a nuestras pla-yas, por esto recibimos nosotros más inmigrantes en un año que todas las Repúblicas sud-americanas en espacio de dos años; por eso no necesitamos dar una prima de quince pesos por cabeza para atraerlos, porque esos dones

Inmigración y colonización. Los debates parlamentarios en el siglo xix | 65

y esas ventajas que brinda Dios y la sociedad tal como está constituida, es la verdadera prima, la grande y poderosa fuerza de atracción que nos dará muy pronto cien mil inmigrantes anuales, que es lo que promete este proyecto en diez veces más de tiempo.

Y estas ventajas naturales que producen la atracción y mantienen la corriente acrecentándola, no están limitadas por los pobres recursos de que pueden disponer los gobiernos para producir hechos artificiales, porque ellas fluyen del tesoro inagotable de la naturaleza, que el trabajo del hombre libre aumenta cada día.

Tal es el secreto del progreso de los E. U. y tal el de nuestra inmigración.Por eso decía que no hay sino un gran sistema de inmigración ensayado,

que siendo la consecuencia de la lógica haya sido coronado por el éxito.La poderosa corriente de inmigración que afluye a los Estados Unidos, y

la que se dirige al Rio de la Plata que es la segunda en el mundo, son argu-mentos que hablan elocuentemente en su favor.

¿Qué resultado ha producido, mientras tanto la colonización artificial entre nosotros?

Hace cincuenta años empezamos a ensayar el sistema, y de ello no queda sino tristes recuerdos y duras lecciones. Entonces como ahora se pretende, se dió al Estado la intervención directa en las primas: entonces como ahora por este Proyecto, se consultó más la ganancia de los empresarios, que las conveniencias de los colonos. El resultado fue la derrota del sistema y el descrédito del país [...].

A pesar de tales lecciones, la buena doctrina no se ha generalizado. El sistema de la inmigración artificial aun goza de cierto crédito entre no-sotros. Hombres inteligentes y bien intencionados que se interesan por el progreso del país, profesan la creencia de que es el único medio eficaz de promover la inmigración en grande escala. Durante ocho años de gobierno he sido asediado por propuestas más ventajosas que la que discutimos, y mejor combinadas, y a todas ellas he negado mi adhesión. Repugnaba a mi conciencia esta explotación del hombre por medio del capital en consorcio con el Estado, para importar a un país democrático una especie de esclavos blancos, los cuales debían hacer vida común con los hombres libres que no habiendo traído más capital que su voluntad y su fuerza física, se hallarían en mejores condiciones que ellos.

Se comprendería este anhelo por producir un hecho artificial, si no tu-viéramos una corriente poderosa de inmigración espontánea, que cuanto menos duplica cada cinco años [...].

A esta inmigración que tiene su noble origen en la voluntad, que se basta a sí misma y que con su persona nos trae el contingente de su capital o de su trabajo libre, se pretende preferirla ahora lo que se ha preconizado con

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el nombre de inmigración artificial. El señor miembro informante en esta palabra ha hecho el proceso de la idea. Artificial en este caso es lo que va contra una ley natural que se cumple por sí. La inmigración espontánea es una gravitación de las voluntades y de los intereses en nuestro bien, una fuerza nativa que concurre a nuestro progreso y el hecho normalizado prueba que es una función de nuestro organismo.

Entonces digo que toda intervención directa, que no tenga por objeto favorecer este movimiento será ineficaz, y si es para reaccionar contra él, será insensato y perjudicial.

Por eso termino por ahora diciendo: no votemos una mala ley y dejemos que las leyes naturales de la República Argentina se cumplan.

Sr. Villafañe. — La inmigración espontánea tal como existe hoy, tiende a reagruparse en un solo punto de la República, Buenos Aires, y no necesito decir que sería una pésima política, aquella que tratándose de los progresos a crear o importar, no pensara en hacer lo posible a fin de que la nueva vida circulará con más o menos vigor por todos los miembros del cuerpo social.

La inmigración espontánea, está visto, no responde a ese fin, luego es menester no desdeñar el único expediente, la colonización capaz de producir aquel resultado.

Por otra parte, tiempo es ya de pensar en atraer colonos agricultores, y no atenerse puramente a los jornaleros, de que se compone casi exclusivamente la inmigración actual.

Merced a las pocas colonias que tenemos establecidas, se sabe ya, no necesitaremos traer del exterior los trigos y harinas que hasta el año prece-dente hemos pedido al extranjero. Merced a ellos, tendremos en lo sucesivo algo más que lo necesario para el consumo general del país.

Si pues, continuáramos dando impulso a este género de inmigración ¿por qué no esperar que muy luego sucedería otro tanto, respecto de otros productos no menos importantes?

Notorio es que en el Chaco, donde se trata de fundar esta colonia, se en-cuentra el algodón, el lino, el añil, la cera y otros frutos análogos, que nadie ha plantado, y que están ahí como otras tantas indicaciones o avisos de la naturaleza, dirigidos al hombre para que pueda aplicar desde luego con éxito su inteligencia, su labor y sus fuerzas [...].

[Los opositores a la fundación de colonias] proclaman la urgente nece-sidad en que estamos de suprimir el caudillaje, de extirpar a todo trance la ignorancia popular que le da origen. Para llegar a ese resultado fundamos a toda prisa talleres de enseñanza de toda clase y tamaño, ni hay institución que no sea plausible con tal que tenga por objeto desenvolver riqueza, ideas y hábitos de trabajo.

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Y sin embargo, señor, por efecto de una aberración incalificable, sucede que los mismos que tales cosas hacen y proclaman, son los mismos que pretenden quebrar en nuestras manos el gran recurso de la inmigración a designio o por colonias que vuestra comisión de hacienda prohíja y defiende. Al oír sus palabras, cualquiera dirá que se trata de esfuerzos pecuniarios insuperables, o de contrariar la inmigración espontánea que tan en alto estiman y que nadie ataca. Cualquiera diría que a sus ojos las colonias en cuestión, en vez de ser lo que son, verdaderas escuelas prácticas de moralidad y de trabajo, se convierten por el solo hecho de no ser propias del sistema a que ellos se aferran, se convierten, digo, en otros tantos elementos de ignorancia y retroceso.

¡Lógica extraña, increíble, señor, presidente, si no la viéramos tan de cerca! [...].

Sr. Oroño. [...] El señor Senador se apoya para fundar su oposición en el resultado que la inmigración espontánea ha dado hasta ahora; pero el señor Senador olvida, o no quiere confesar, que esa inmigración espontánea ha tenido por base la inmigración artificial. ¿Por qué ha venido la inmigración a este país? ¿Cuándo se ha despertado en el extranjero el interés de inmigrar a la República Argentina? ¿Cuándo ha sido conocida la República Argentina en el extranjero? Ha sido, señor Presidente después que los tesoros de la Nación han contribuido a establecer esas colonias que han servido de plantear a la colonización de la Provincia de Santa Fe; ha sido después que los Gobiernos de provincia conjuntamente con el Gobierno Nacional han contribuido con sus rentas a propagar las ventajas que la República Argentina ofrecía a los Europeos, estimulándolos a venir aquí. Sin embargo, es sabido que el único punto que ha recibido inmigración espontánea es la ciudad de Buenos Aires; pero el resto de las Provincias y la campaña de la provincia de Buenos Aires misma continuaban desiertas. Y continúan desiertas hasta ahora, señor Pre-sidente, porque desgraciadamente los Gobiernos de estos pueblos han estado dominados por la idea que acaba de manifestar el señor Senador porque no han comprendido que todas las naciones inclusive los Estados-Unidos, han tenido que emplear medios poderosos de estímulo para atraer la inmigración extranjera. En los Estados-Unidos no se han limitado simplemente a ofrecer la tierra en condiciones ventajosas para la inmigración: el patriotismo de los Norte Americanos estimulados por el interés vivísimo que tenían por atraer la inmigración, hacia que cada patrón de buque, cada agente de vapores trasportaran de balde8 a los inmigrantes de Europa. Esto no se ha hecho entre nosotros porque no se han comprendido todas sus ventajas [...].

Pero el señor Senador dice dejemos la corriente natural del progreso, dejemos que vengan por sí; ¿pero por qué no debamos en todos los ramos

8 Gratis.

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seguir la corriente natural del progreso? ¿Por qué hacemos venir profeso-res para la educación? ¿Por qué no dejamos que el pueblo se eduque por sí mismo, que sus puentes, sus carreteras, que el pueblo cuide de la frontera? ¿Por qué el tesoro en manos del Gobierno está siempre pronto para atender esas necesidades? Porque de otro modo no podrían satisfacerse, porque si esperamos a que el desenvolvimiento de los sucesos en el orden natural de las cosas viniese a proporcionarnos esas ventajas, nos quedaríamos como los indios del Chaco que están esperando en su imaginación confusamente un porvenir que no llegará jamás. Nos quedaríamos como ellos y como nos hemos quedado nosotros mismos, señor Presidente, durante 40 años, sin industria, sin comercio, sin civilización y sin ninguna clase de progreso [...].

Decía, Sr. Presidente, que entre nosotros no tenemos industria, porque propiamente la única industria es la ganadería; pero la experiencia ha de-mostrado, sobre todo, es la opinión de los principales economistas, que es muy importante para el país explotar los diversos productos de una industria. Así, dada la posibilidad del establecimiento de estas colonias, con los pro-ductos de esas colonias se aumentaría la renta y se aumentaría la riqueza, explotando ciertos productos como la manteca, los quesos y la agricultura [...].

¿Cómo puede suponerse que ningún inmigrante vaya a establecerse en el Río Negro por el solo estímulo de la tierra? ¿Cómo puede suponerse que vaya a comprar a 200 patacones la suerte de chacra en aquellos lugares? ¿Cómo puede suponerse que vayan inmigrantes a recibir 25 cuadras de tierra sin más compensación? Entonces ¿cómo se imagina el señor Senador que vamos a poblar nuestros desiertos, que vamos a hacer concurrir la inmigración allí para asegurar la frontera? ¿Cómo se imagina que vamos a hacer innecesario el ejército, si no llevamos colonias a ese desierto, como ha hecho los Estados Unidos cuyo ejército no era sino de 60 mil hombres, y que en estos momen-tos, a pesar de tener una población de 40 millones su ejército esta reducido a 20.000 hombres? ¿Por qué es eso? Porque tiene asegurada la Frontera por medio de los rifles de los colonos, por medio del interés privado estimulado por las grandes concesiones de tierra que ha hecho a estos colonos. Esto es lo que necesitamos hacer nosotros también para hacer innecesario el ejército, para hacer innecesario ese gasto exorbitante, para levantar allí poblaciones laboriosas que vengan a morigerar las costumbres de nuestras paisanos con el estímulo y el ejemplo de estas colonias [...].

Así se ha visto que los hijos del país en la Provincia de Santa Fe, han procurado establecer su sementera al lado de los colonos para aprender de ellos cómo se siembra el trigo, la papa, la cebada y todo lo que constituye la producción agrícola del país, y por consiguiente el bienestar de las familias.

Pero nosotros, Sr. Presidente, queremos improvisar esta República, que-remos hacerla grande, limitándonos a dejar a nuestros pobres paisanos en

Inmigración y colonización. Los debates parlamentarios en el siglo xix | 69

la condición miserable en que la suerte y la guerra civil los ha colocado; pero eso no se puede realizar así. Los hombres de estado, inteligentes como el Sr. Senador, me parece que debieran darse cuenta de cuáles son los medios que debieran emplearse, no solo para hacer cesar la guerra civil, sino para fomentar los ramos de la industria que está llamada a desarrollarse en nuestro país. Este desarrollo de la industria es imposible en nuestro país, si no tienen por base la población, porque con el desierto es imposible el desarrollo de la riqueza y de la industria [...].

Sr. Navarro. — Hago moción para que se dé el punto por suficiente dis-cutido.

Cerrada la discusión se votó el proyecto en general, y fue aprobado por mayoría.

Siendo ya la hora muy avanzada el señor Bustamante pidió se levantara la sesión y fue apoyada.

Votada la petición resultó afirmativa unánime.Se levantó en consecuencia la sesión a las once de la noche.

IV. Proyecto de ley para la colonización de tierras del Chaco (segunda parte)

Luego de la aprobación en general en la sesión anterior del proyecto de colonización de tierras del Chaco mediante un contrato con la em-presa colonizadora “Teodoro Belot, Gosnait y Ca.”, el Senado lo debatió en particular.

Selección documental C N, Cámara de Senadores – 49° sesión ordinaria – 57°reunión 24 de septiembre de 1870

Se puso en discusión el artículo 1° [...]Sr. Llerena. — Tengo ciertos escrúpulos, señor Presidente, para votar este

primer inciso.9 [...] A mi modo de ver, la colonización tendría mejor éxito, si en vez de alemanes, suizos y holandeses, trajesen, canarios, que están acos-tumbrados a cultivar el arroz, algodón y la cochinilla, y a vivir en un clima intertropical, o italianos del Sud y españoles del Sud. Creo que todos estos pueblos del Mediodía de Europa están acostumbrados a un clima cálido, a alimentarse de frutas propias de las regiones intertropicales, y que nosotros no debemos tener en vista al despachar el asunto, sino que los colonos sean adecuados y que los resultados correspondan a los medios que se vienen a poner en planta. Por consiguiente sería de desear que la Cámara participase de las ideas que acabo de exponer, y en vez de decir del Norte y Centro de la Europa, se dejase al arbitrio de los empresarios.

Sr. Villafañe. — Señor Presidente: una de las ventajas que quisiéramos conciliar con la sanción de este proyecto de ley, es la de que viniesen in-migrantes del Norte de Europa y no de otra parte. Esa ventaja consiste en la influencia poderosa que ejercen los colonos por medio de la comunica-ción epistolar con sus deudos y sus conocidos que quedan en Europa en la expectativa de la suerte que aquí han merecido los que han llegado. Es evidente que lo que nosotros necesitamos es volver espontánea esa co-rriente de inmigración, del Norte muy especialmente, porque sin ser mala la inmigración que nos viene del Mediodía, es notoriamente preferible 9 Artículo 1°, Inciso 1°: “Los empresarios introducirán e instalarán, a sus expensas y sobre la costa del Paraná entre los grados 27 y 28 de latitud Sud, veinte mil familias agricultoras, compuesta cada una de ellas de cinco individuos, término medio, elegidas en el centro y norte de Europa”.

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la que pudiera venirnos del Norte. Hoy día no vienen los inmigrantes del Norte y no vienen, porque el pasaje es demasiado caro, porque tienen muy inmediato a los Estados-Unidos donde ya tienen establecidas relaciones, y se trata de un país que les es más ó menos conocido. No sucede así con la República Argentina; la República Argentina es una región más o menos misteriosa para ellos, todavía está por conocerse y es de gran interés para nosotros hacer conocer nuestro país. Si los señores Senadores se han fijado en el informe o memoria que nos ha sido distribuida en estos días, habrán visto que está redactada por la Comisión Central de Inmigración, y habrán notado las reflexiones muy importantes que se hace allí sobre la necesidad que hay de atraer esta clase de inmigración; esta se propone que se pague el pasaje o que se dé una subvención a una línea de vapores con la condición de que puedan traer de aquella gente. Bien, pues, nosotros nos proponemos eso, hacer venir a esos cien mil habitantes; y como es probable que a todos les vaya bien, por efecto de la fertilidad del suelo y de la ubicación de las colonias a la orilla de un río navegable, obtendremos la ventaja de volver espontánea, en cierto modo, esa inmigración de que tanto necesitamos [...].

No debemos suprimir absolutamente, que sean del Norte y centro de la Europa; necesitamos con preferencia, Alemanes y Holandeses. Los señores que han hecho el contrato dicen que traerán del Piamonte y algunas familias Suizas; pero nosotros nos empeñamos que vengan del Norte de la Europa, porque creemos que después de estar un poco de tiempo aquí vivirán per-fectamente.

Sr. Llerena. — La República Argentina en la vasta extensión que abarca tiene varias clases de climas. Tenemos regiones que para la inmigración alemana del Norte y centro de la Europa, son mejores que la de país alguno, y es preciso cuidar que clase de inmigración hemos de traer según los climas á donde se quieran establecer.

Yo comprendo el celo del señor miembro informante por introducir la colonización laboriosa del Norte de la Europa, y yo lo deseo también; pero es preciso dirigirlas a climas cuyos productos sean análogos al país nativo, lo mismo que la alimentación, y estas son las razones que me inducen a votar en contra del inciso como está redactado [...].

[Se pone en discusión el artículo 12]10 Sr. Mitre. — Después de las consideraciones generales que he expuesto,

creo conveniente insistir sobre el artículo que se halla en discusión parti-

10 Artículo 12°: “El Gobierno Federal abonará a la Empresa, en retribución del servicio que ofrece, setenta y cinco pesos fuertes por cada familia, de cinco individuos, a la pre-sentación del certificado que expedirá el Comisionado Nacional que al efecto se nombre, acreditando el número de familias introducidas e instaladas en la colonia con arreglo a lo dispuesto en la presente ley”.

Inmigración y colonización. Los debates parlamentarios en el siglo xix | 73

cular, porque en él se reasume todo el sistema que combato y es, por decirlo así, el alma del proyecto.

[...] Lo racional sería que, si tenemos 200.000 pesos más que gastar en inmigración, los apliquemos al fomento de la inmigración que representa el mayor número, cuesta menos, y promete más para lo presente y lo futuro.

Lo racional es que si podemos disponer de esa mayor cantidad, la gaste-mos en favor de la masa, con sujeción a un plan, a un presupuesto y a una acción uniforme y eficiente, que distribuya sus beneficios por todas partes, y prometa durar y progresar en la misma proporción en que los recursos del país y la marea de la inmigración suba.

Si podemos gastar 200.000 pesos anuales en el servicio de la renta de una deuda de dos millones, esclavizándonos a ella por el espacio de veinte o veinticinco años, para obtener el mezquino resultado que promete este proyecto de ley ¿por qué no los empleamos en favor de la universalidad de los inmigrantes, para mayor bien y honor de nuestro país?

¿Cuánto podría hacerse con doscientos mil pesos bien gastados?Hoy invertimos veinte y un mil pesos en doce agentes de inmigración:

gastemos cincuenta, y tengamos treinta agentes que serán otros tantos heraldos que irán publicando por el mundo las ventajas que el suelo gene-roso de la República brinda a los que vienen a pedirle bienestar o fortuna en nombre del trabajo.

En vez de los doscientos cincuenta pesos que cada agente invierte men-sualmente en impresiones y publicaciones, podríamos gastar el doble y el triple haciendo circular con profusión los periódicos en distintas lenguas en las ciudad y campañas imprimiendo libros y folletos que nos hiciesen conocer en el exterior; porque solo necesitamos ser más conocidos para que la inmigración acuda a nuestras playas, se radique, y cada inmigrante se constituya a su vez en un nuevo agente de inmigración, con un poder de atracción natural que ninguna combinación artificial pueda sufrir.

Podríamos establecer un servicio de sanidad más completo para los inmigrantes que llegan después de una larga navegación; pondríamos a su disposición medios más fáciles de desembarco y de trasporte para las perso-nas y equipajes, organizaríamos entonces agencias de cambio, de contratos y de colonización; a fin de que no fuesen explotados: estableceríamos un departamento de remisión de fondos y de correspondencia, y para coronar esta obra, en vez del pobre asilo de inmigrantes que hoy existe, estrecho, mal sano y miserable, erigiríamos un edificio cómodo, risueño y sano, donde ofreceríamos a nuestros huéspedes de hoy, que serán nuestros hermanos de mañana, una hospitalidad digna, recibiéndolos no solo con los brazos abiertos, sino con el pan de cada día puesto sobre la mesa de la abundancia y no sobre el suelo en que hoy lo comen.

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[...] Véase todo lo que se puede hacer con 200.000 pesos bien empleados, obrando sobre las grandes masas, haciendo marchar la población, la riqueza y la venta pública en una progresión equivalente a la reproducción de la semilla sembrada en tierra fecunda.

Hay más todavía. Obrando sobre la masa de una manera uniforme y continua se obtiene, un resultado que no podría alcanzarse aunque se ex-pendiesen millones; pues solo por este medio se establece lo que se llama una corriente. Las corrientes de inmigración como las corrientes del mar, están sujetas a leyes, y obedecen a atracciones poderosas.

Los inmigrantes establecidos constituyen un poder de atracción, contra el cual no se puede luchar, y que nada, ni nadie puede reemplazar. Crear ese núcleo, determinar ese movimiento, haciendo concurrir las fuerzas naturales; o llamémoslas espontáneas al fomento de la inmigración, tal es el ideal a que debemos aspirar.

Por eso no hay acción gubernativa, no hay prima que equivalga al poder y al incentivo de esos trescientos mil extranjeros establecidos en la Repú-blica Argentina, que escriben medio millón de cartas al mes, que remiten muchos millones de pesos al año, y que están incesantemente obrando por una acción latente, pero continua irresistible, sobre un millón de amigos y parientes pobres, que al fin se deciden a emigrar para constituir su hogar definitivamente al lado de los suyos [...].

Es que nada puede reemplazar las ventajas que ofrece el país por el traba-jo, ni nada es más eficaz que esa atracción de los intereses y de los espíritus que la inmigración espontánea produce.

Y el sistema de colonización de territorios desiertos fundado en la dona-ción de las tierras, se alimenta de esa fuente, siendo la mitad de los colonos por lo menos reclutados entre la inmigración espontánea, y la otra mitad nunca habría venido si la corriente no estuviese establecida por la atracción de los que les precedieron y por el ejemplo del éxito.

Dije antes, sin embargo, que este sistema de colonización era provisorio y embrionario y necesitaba complementarse y perfeccionarse. A este sistema le falta base y plan de operaciones, y nos dará por lo tanto la conquista del desierto mientras no se combine con otras fuerzas que dictaba su espera y aseguren su desenvolvimiento en lo futuro. Con todo, tan deficiente como sea, es mejor que el sistema artificial y sin alcance que se pretende introducir por el proyecto en discusión.

El sistema de la donación de la tierra no es malo absolutamente, por cuanto cambiar la tierra por trabajo, es vender y valorizar la tierra al mismo tiempo; pero este último resultado no siempre se consigue por el don gratui-to, que necesariamente tiene que ser condicional. Dar a condición de poblar y cultivar, es la promesa de la propiedad; pero no la propiedad asegurada,

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que convida al hombre a la labor. Hacen depender todo de un hecho remoto y dudoso, esclavizar al hombre sin los goces y sin la dignidad del verdadero propietario, es privar a la tierra de su primer abono que consiste en el sudor del hombre libre que vincula a ella por su provenir, aplicando a su cultura toda la energía de que es capaz el interés individual. Es por esto que han fracasado empresas muy bien cominadas de colonización, dispersándose al fin los colonos antes de recoger la primera cosecha.

El sistema de la venta de la tierra a bajo precio, sería el más conveniente, porque es el único que resuelve el problema de la propiedad al alcance de todo el mundo, y asegura permanentemente que su población y su cultura, según lo indiqué antes.

[...] Gastemos en mensurar nuestras tierras al exterior de nuestras fronteras y en los grandes territorios que están destinados a ser nuestras provincias, tales como Chaco, Misiones, el Rio Negro, etc., dividámoslas por zonas, subdividámoslas en lotes, cuyo valor no exceda de un día de jornal, hagamos publicar planos gráficos de esos terrenos, y distribuyámoslos en el mundo entero; establezcamos oficinas de venta de tierra en que el título de propiedad se expida rápidamente al comprador como se expende una vara de paño, y entonces habremos gastado bien nuestro dinero, que será como la semilla fecunda depositada en el seno poderoso de la tierra.

Esto es proceder con arreglo a la leyenda americana que se reasume en dos palabras, que la emigración a los Estados-Unidos ha inscripto en su bandera: Libertad y propiedad. A su fidelidad a esta bandera deben los norte-americanos los más sólidos y portentosos progresos en materia de población [...].

Sr. Oroño.— Sr. Presidente [...] Si nosotros fuéramos a traer inmigrantes para las costas de los ríos navegables no necesitaríamos estímulos; bastaría que les ofreciéramos el aliciente de la tierra que se extiende por toda la costa del río desde Buenos Aires hasta San Nicolás, para que vinieran halagados por la facilidad que encontrarían para explotar todo género de industria. Pero esto no puede hacerse tratándose de poblar los desiertos a dónde no podemos esperar que afluya la inmigración espontánea.

Además, señor, hay otra consideración que exponer en favor de esta prima que se acuerda a los colonos, no a la empresa como se ha dicho. Nosotros que por motivos más o menos poderosos, arrastrados quizá por los sucesos polí-ticos o por la corriente de los acontecimientos no nos hemos parado al volar muchos millones para atender a gastos estériles, no debemos detenernos para votar un gasto que tiende a promover todos los ramos de la industria, que tiende a promover la civilización, la población y la riqueza, y sobre todo, a hacer prácticos los caminos, porque sin población no es posible que haya camino porque no habría quien transitara por ellos [...].

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Sr. Mitre. — Si esta inmigración se agrupa en los grandes centros de población, si se extiende con preferencia a lo largo de los litorales fluviales, si no se dilata en los desiertos, ni se derrama como una copa colmada en el interior de la República, esto será si se quiere un bien que no se extienden al desierto ni a las Provincias interiores; pero no es lo que puede llamarse un mal, como se dice. Es simplemente una ley económica que se cumple por la inmigración, como el comercio, va buscando, sus conveniencias, afluye y se aboca allí donde encuentra más conveniente para realizar el objeto que la mueve a la expatriación que es el bien estar inmediato y la fortuna perspectiva.

Si las grandes ciudades y los litorales poblados tienen más demanda de brazos y ofrecen más alto salario, si allí la tierra prometida brinda con los opimos frutos que es necesario ir a disputar al indio ni a las fieras ni siquiera ir a buscar más lejos ¿por qué extrañar que así sucede? Y si tal cosa priva a otros de la plenitud de ese bien, ¿por qué llamar un mal a esta bendición que nos viene de lejanas playas?

Pero no sólo se dice que este es un mal relativo, sino que se va hasta decir que esta inmigración es estéril y aún perjudicial en cierto modo para el país. En presencia de estas aseveraciones, que acusan un desconocimiento total de los hechos que están a nuestra vista y de las leyes que presiden a la for-mación de la riqueza, bueno es presentar el cuadro de los resultados que esta inmigración ha producido y considerarla bajo el punto de vista económico y social a la par del progreso moral y material del país [...].

Cuatro son las grandes corrientes de inmigración de diversos puntos del mundo que convergen al Río de la Plata: de Irlanda, Italia, España y Francia, sin que falte el elemento inglés, sin dejar de estar representados la Alemania y la Suiza en el fomento de nuestra población y de nuestra industria.

Estúdiese cuál ha sido la acción de estas corrientes humanas, que obede-cen a fuerzas naturales, y se verá que sin su concurso estaríamos muy atrás en el camino de la prosperidad, y que a esa fuerza espontánea debemos más que a las meditaciones de nuestros sabios y a la inteligencia y previsión de nuestros legisladores [...].

La emigración y la inmigración, Señores, es una evolución de la humani-dad, que obedece a leyes fijas, que tiene su razón de ser, y que como la savia nueva que se elabora en las raíces, asciende y desciende libremente del árbol de la vida. Es una pasión y una necesidad de nuestro siglo, que responde a sentimientos, y a instintos a aspiraciones morales y materiales, y que tien-de por una compensación armónica al equilibrio de la especie humana en ambos hemisferios. En la Europa es un correctivo al pauperismo y un nuevo campo de actividad abierto a las sociedades inmovilizadas. En América es un elemento de progreso y de trabajo por la comunión grandiosa de las

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razas emancipadas de la tiranía del privilegio y del lote de la miseria, y su consorcio bajo nuevos principios de sociabilidad, a que responde la forma de la república y la regla de la igualdad, que es ley del nuevo mundo, adonde la inmigración afluye en busca de una nueva patria.

Esta evolución grandiosa puede llamarse la comunión universal de todas las razas y de todas las nacionalidades, y el pueblo que aspira a en-grandecerse por medio de la inmigración debe estar purificado y preparado para recibirla por medio de largas vigilias, de modo que al inocularse ese elemento nuevo reciba y de la vida, en una asimilación recíproca, fecunda y regeneradora a la vez. (Aplausos).

La aclimatación del elemento extranjero es un alimento fuerte, que puede ser dañoso si el país no está preparado para recibir al colono desde que pisa sus playas hasta que se funde en la masa social, poniéndolo al amparo de sus leyes y subordinándolo a ellas en lo presente y lo futuro. Es el sentimiento de la patria combinado con el sentimiento cosmopolita lo única que puede producir este resultado, así como los sistemas artificiales que de esto nos alejen puede convertir una bendición en una calamidad para nuestra pa-tria y nuestra raza. Por eso debemos tener ideas claras, previsiones largas, voluntad firme y tranquila, y velar constantemente noche y día, para que la inmigración encuentre en nosotros un núcleo fuerte a que adherirse para que se asimile a nuestro propio ser, eche raíces en nuestra sociedad, se penetre de nuestros intereses, y hasta de nuestras pasiones generosas para que robustezca nuestra nacionalidad y no la enerve, para que temple y regenere nuestra raza recibiendo nuestro bautismo, y nuestras ideas y sentimientos se trasmitan de generación en generación con el sello típico de nuestro primitivo origen. (Sensación).

[...]Esta es la ancha y sólida base de la inmigración, y sólo sentándola sobre

ella no vacilará su estatua en el porvenir; y por eso he dicho y digo, que en el presente deben cumplirse las leyes naturales, en vez de establecer ese antagonismo artificial que propenden ideas imprevisoras y atrasadas como las que combato con la fe de la convicción tranquila y reflexiva, con toda la pasión del patriotismo ilustrado.

Yo quiero que sobre esa base se funde todo un sistema previsor, que sirva de regla al desenvolvimiento progresivo de la población por medio de la inmigración asimilada al elemento nacional, y a esto responde en lo presente y lo futuro la gran ley de la inmigración espontánea. Yo quiero que el extranjero que venga a esta tierra, en vez de levantar la tienda provisoria del peregrino se siente en nuestro hogar al calor del fuego nativo, que nuestra patria sea su patria, porque encuentre aquí todos los derechos y garantías a que puede aspirar, que nuestros intereses sean comunes, que nuestros hijos

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y los hijos de los hijos de los inmigrantes se identifiquen en un solo amor, para que nuestra raza se salve, para que nuestro estado social se mejore, para que nuestra nacionalidad no se debilite, para que nuestros hijos no vayan más tarde a parar a la cocina y para que el nombre y la bandera argentina no sea un eco y una nube que se lleve el viento. (Aplausos).

No digo que por esto hubiesen de quedar desiertas estas regiones ni que dejen de concurrir al progreso de la humanidad; pero no sería la República Argentina, no sería su raza, su obra la que prevalecería, sería otra cosa buena o mala; pero distinta y extraña, que habría sepultado a nuestros descendien-tes como esos restos antediluvianos que yacen inertes en las entrañas de la tierra bajo capas más poderosas que las oprimen.

Tal sería el resultado que daría el triunfo de esas ideas que tienden a proteger una inmigración heterogénea, con leyes y tendencias distintas de las nuestras para que nunca se asimile a nuestro ser, y que creará el antago-nismo entre la raza indígena y la inmigración espontánea, constituyéndola en entidad privilegiada que puede vencernos moralmente con las mismas armas que le entreguemos, y que más tarde, si no ponemos remedio, puede pasar por encima de nosotros cubriéndonos para siempre como la ola que tapa el escollo.

Se cita el Brasil para abonar este sistema, y véase lo que ha sucedido en el Brasil con la colonia alemana de San Leopoldo, una de las más florecientes.

La raza alemana es una de las que más tiende a expatriarse, y la que con más facilidad se identifica con el modo de ser el país que elije para residen-cia definitiva, como se ve en los Estados Unidos donde existen hoy más de dos millones de alemanes que son otros tantos ciudadanos de la Unión. Ramas de una nacionalidad robusta, se injertan fácilmente en el tronco de las nuevas sociedades y en ellas florecen y dan sus frutos aclimatados. Pero en el sistema de inmigración artificial ensayado por el Brasil, las colonias alemanas fueron pedazos de la Alemania trasladados al territorio brasilero y a los cuales solo faltaban murallas y cañones para ser un campo fortificado en medio de la nación que los atraía. Viviendo de su propia vida sin contacto con el país, sin reconocer mas leyes que las suyas, ni hablar otra lengua que la nativa, educando a sus hijos bajo la base de que eran ciudadanos alema-nes, rebeldes a toda noción de disciplina civil, dependiendo del Cónsul o del Ministro diplomático de su nación más que del gobierno de la tierra, semi-llero de dificultades, fosos de descontento, y motivos de disgustos para la población indígena, la colonización artificial del Brasil se desacreditó como se han desacreditado todas las colonias artificiales en la América del Sud, y como se desacreditarán por las mismas causas todas las que en adelante se ensayen bajo la base del proyecto inconsistente que estamos discutiendo.

Inmigración y colonización. Los debates parlamentarios en el siglo xix | 79

No quiero decir por esto que excluyamos de nuestro programa de pobla-ción las colonias que se forman por grupos de nacionalidades o de afinidades espontánea; siempre que esas asociaciones tengan por base la espontanei-dad y la libertad; porque desde que llevan en si esos gérmenes fecundos, ellos serán nuestros hermanos desde el primer día, y sus hijos serán nuestros hijos con arreglo a nuestra ley que hace obligatoria la ciudadanía natural [...].

Pero no hagamos de la inmigración artificial, como ahora se pretende, la base de nuestra población, y si tenemos medios como se dice, para emplear dos millones en comprar cien mil colonos, gastémoslos sin trepidar en be-neficiar por igual la masa de cien mil inmigrantes que en breve acudirán cada año a nuestras platas, obedeciendo a la ley natural de la inmigración y de la inmigración espontánea.

Esto es lo que tenía que decir para dejar fijada mi bandera en esta cues-tión, y espero que estas ideas habiendo dado tan buenos frutos en el pasado, han de ser la norma del porvenir.

He dicho.Sr. Oroño. — Sr. Presidente [...] El señor Senador ha tenido que remontarse

a las regiones de la exageración para poder probar y justificar la tesis que sostiene y por eso ha dicho que nosotros nos oponemos a la inmigración espontánea.

Ya he dicho que lejos de oponernos, apoyaremos esa idea; y precisamente por eso es que sostenemos la nuestra; la de la inmigración artificial, puesto que ella no hace ningún mal a la otra. Así yo creo que si en años anteriores hemos tenido veinte mil inmigrantes, por efecto de este medio indirecto que se ha empleado, una vez que empleemos este otro más eficaz, tendre-mos cincuenta o sesenta mil, con una diferencia muy notable, que el señor Senador no quiere ver: que esa inmigración no se detendrá en este centro de población, que se desparramarán en todos los ámbitos de la República: irán a servir a las Provincias de Cuyo, y otros a las demás, según la naturaleza de los productos de esas provincias. Entonces serían los extranjeros los que irían a cultivar mejorando los frutos óptimos que producen esos feraces territorios [...].

La República Argentina, señor Presidente, tiene territorios feracísimos, con ríos navegables como el Bermejo; pero con cuestiones políticas y geográ-ficas pendientes con distintas naciones como Chile, el Estado Oriental y el Brasil mismo, tiene el deber y la necesidad imprescindible de fomentar por estos medios la población de su territorio, para no tener que ocurrir nunca al extremo de emplear las armas para reivindicar sus derechos de propiedad.

Así ha procedido Chile, y así está procediendo aun en esas colonias cuya existencia negaba el señor Senador; y que ahora informes de personas que

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han hecho el estudio de la Patagonia, para demostrar que están en un estado floreciente...

Sr. Mitre. — No he dicho eso.Sr. Oroño. — Yo decía, lo que repito, que Chile ha procedido de acuerdo

con la idea que sostengo, y de ella nace que tenga colonias perfectamente establecidas en la Patagonia [...].

El Sr. Senador ha querido también presentarnos a los miembros de la Comisión como enemigos de la inmigración italiana y francesa, pero eso no es exacto; he dado más de una prueba de mis simpatías especiales [...].

Sr. Mitre. — No he dicho eso. He dicho que este proyecto los excluye.Sr. Oroño. — El Sr. Senador confiesa que esa inmigración viene espontá-

neamente; ¿entonces qué necesidad hay de traerla cuando ella espontánea-mente viene? ¿No es más natural, no es más lógico, que nos ocupemos de las otras nacionalidades, que, por otra parte, tienen en contra la dificultad de la comunicación, y sobre todo, ciertos inconvenientes tradicionales entre nosotros?

La cuestión misma religiosa, suscitada por el Sr. Senador por Buenos Aires en otra época y que existe en el corazón del pueblo argentino, son causas de que la inmigración de que hablo no se dirija con más fuerza hacia estos países.

Así, pues, Sr. Presidente, esos esclavos, como el Sr. Senador supone, van a encontrarse con mayor porción de libertad y garantías que las que tenemos nosotros...

Sr. Mitre. — Más libres que los argentinos...Sr. Oroño. — Tan libres como los argentinos, no más. Yo no estoy mirando

las caras ni a unos ni a otros, porque creo que el único modo de que tenga-mos nación, es que las Provincias mantengan establecido en los territorios nacionales el gobierno de lo propio, en las condiciones que la Constitución ha querido establecerlo, ajustando sus instituciones y su legislación a esos principios, y de manera que gocen por entero de los beneficios que la Constitución les acuerda. Se pretende, Sr. Presidente, que, por el hecho de la protección a la inmigración, constituimos una sociedad privilegiada, y que declaramos de peor condición a los hijos de la tierra que a los extranjeros. A mí, Sr. Presidente, no se me puede hacer ese argumento; no soy yo el que he pretendido en ninguna época de mi vida dejar de peor condición a los hijos del país que a los extranjeros.

Sr. Mitre. — Ni yo tampoco.Sr. Oroño. — Puede ser que no sea tampoco el Sr. Senador por Buenos

Aires, puede ser que sea el resultado de acontecimientos inevitables en la vida borrascosa por la que han pasado los pueblos; pero esa diferencia no nace sino de que nuestras disensiones civiles, nuestros disturbios civiles no

han dejado a los hijos del país un momento de reposo dándoles, no un arado, sino un sable o un fusil para matarse unos con otros (Aplausos).

Para mejorar la condición de nuestros paisanos, para sacarlos de las mi-serables condiciones en que los acontecimientos los han colocado, debemos consagrar todos nuestros esfuerzos a fomentar la inmigración, a fin de que, si es posible, entre un millón de habitantes por año a la República Argentina. Entonces, esos mismos paisanos vendrán a ser otros tantos elementos de paz y de libertad, porque lucharán brazo a brazo contra los que quieran perpetuar los hábitos del despotismo, porque vendrán a estar tan interesados como nosotros en luchar por la libertad plena en todas sus manifestaciones, en todas las esferas sociales.

Así, Sr. Presidente, esos argentinos desheredados que por su misma condición no tienen ni voto ni palabra, que no hacen escuchar su voz ni en el recinto del Congreso ni ante los hombres del Gobierno, tendrían un ele-mento poderoso, un fuerte apoyo para hacerse escuchar y hacer prevalecer su derecho. (Aplausos).

Ninguno de los temores que el Sr. Senador por Buenos Aires ha manifesta-do es fundado, y para dejar completamente establecidos los hechos, para que no se tergiversen ni nuestras palabras ni nuestras intenciones, declaramos que somos tan decididos y tan amigos de la inmigración espontánea como el Sr. Senador, con solo la diferencia de que si él quiere fomentarla como dos, nosotros queremos fomentarla como 6; que no somos enemigos de los italianos ni de los franceses y lejos de hacer distinciones de razas, por mi parte al menos no hago más distinción ni más diferencia que la de que los hombres fueran aptos para el trabajo y para la vida de las instituciones; que al hacer esa diferencia hemos tenido únicamente en mira lo innecesario que sería hablar en este artículo de la inmigración italiana que viene espontánea-mente, mientras que no sucede lo mismo con la inmigración alemana, que es la que deseáramos que afluyera con preferencia a la República Argentina.

Sr. Villafañe. — El señor Senador miembro de la Comisión que acaba de dejar la palabra, me parece que no ha combatido como merece ser combatida una de las opiniones aparentemente fuertes que ha manifestado el señor Senador por Buenos Aires.

El señor Senador por Buenos Aires dice que trayendo esos colonos va-mos a introducir en el seno de la República un elemento heterogéneo, que vamos a introducir el antagonismo o cierta lucha cuyos resultados van a ser funestos. Es preciso contestar a esta parte que ha hecho más impresión de la que debía hacer. Es una ilusión, señor Presidente, una preocupación imposible lo que cree el señor Senador que va a suceder con la introducción de estos colonos, y voy a citar un ejemplo para probar la influencia que la educación ejerce en las Provincias, para que se vea cómo la instrucción viene

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a hacer un todo de las partes más heterogéneas. He tenido ocasión de notarlo durante la emigración, como habrá tenido ocasión de notarlo también el señor Senador, que muy bien pueden reunirse hombres de diferentes cla-ses, de diferentes naciones y aun de diferente educación con tal de que su espíritu se haya desenvuelto bajo cierta influencia, profesando los mismos principios y las mismas creencias, para que fraternicen inmediatamente. La unidad se establece entonces como si fuesen miembros de una misma familia. Entonces yo me apercibí de una cosa: de que más extranjero era un gaucho de los que servía a Rosas, o un salvaje de la Pampa, que un Turco que tuviese las mismas creencias y hubiese recibido la misma educación y profesara el mismo credo que yo en cuestiones sociales y políticas. La política trae muchas afinidades entre los individuos.

Sr. Granel. — En los partidos. Sr. Villafañe. — No señor, porque los salvajes que han nacido en América

son más extranjeros que un turco que se hubiese educado más o menos lo mismo que nosotros. Así pues llegando aquí esos colonos alemanes, sólo en el primer tiempo de su instalación pueden presentar ese antagonismo, porque esa diferencia en las costumbres es natural, porque depende de la diferencia de la civilización; pero una vez sujetos al mismo método de enseñanza y a la misma instrucción a la segunda generación serán tan argentinos y tal vez más argentinos que nosotros mismos.

Además en el mismo terreno donde va a establecerse esa colonia, van a quedar zonas de terrenos intermedios pertenecientes a la Nación; en donde un Gobierno previsor puede establecer colonias Argentinas, y de este modo se operará la fusión que se desea, porque entonces todos los niños irán a la misma escuela en la cual aprenderán y por los mismos métodos elevándose el nivel intelectual de esos hombres, haciendo desaparecer las diferencias que pudieran existir entre unos y otros.

Quería, pues, hacer ver todo lo que había de ilusorio en la idea del señor Senador.

Sr. Mitre. —Se va a votar y renuncio a hacer uso de la palabra. Cerrado el debate se pusieron a votación los artículos anteriores y fue-

ron aprobados por afirmativa de trece votos contra seis (había en el acto de votación solo diez y nueve senadores).

V. Proyecto de ley para el fomento a la inmigración y promoción de la colonización. 1875

Este proyecto de fomento a la inmigración y promoción de la colonización fue redactado por la Comisión de Legislación de la Cámara de Diputados en base a dos proyectos similares que habían sido formulados por el Poder Ejecu-tivo y por el diputado Onésimo Leguizamón en el año 1874. Se trata del primer proyecto que aspiraba a una regulación orgánica y detallada de las políticas de fomento a la inmigración y la colonización. Estaba compuesto de dos partes, una dedicada al fomento de la inmigración europea y la otra al desarrollo de la colonización con inmigrantes. El proyecto era extenso y muy detallado (tenía 11 capítulos y 140 artículos). En relación al fomento de la inmigración europea, el proyecto establecía, entre otras cosas, la creación de un departamento de inmigración, de una estafeta de correos para los inmigrantes, una oficina de trabajo; definía qué sujetos podían ser considerados inmigrantes; regulaba el accionar de los agentes de inmigración; reglamentaba el traslado marítimo de los inmigrantes, su desembarco, su alojamiento en el hotel de inmigrantes y su traslado a otros lugares de la República.

En cuanto al desarrollo de la colonización, el proyecto establecía la creación de una oficina de tierras y colonias; establecía los modos para la exploración, mensura y división de los terrenos para la colonización; regu-laba la venta o donación de tierras a los colonos, la administración de las colonias a fundarse y los derechos y obligaciones de los colonos, entre otras cuestiones. El proyecto fue largamente discutido y aprobado en la Cámara de Diputados, sin embargo, luego la Cámara de Senadores aplazó su discusión y finalmente nunca fue tratado.

A continuación se reproducen los debates en torno a la cuestión de si los nativos de la República Argentina podrían gozar de las mismas ventajas que los colonos europeos.

Selección documental C N, Cámara de Diputados – 57° sesión ordinaria 20 de septiembre de 1875

Sr. Figueroa (G.). — Pido la palabra para hacer la moción de introducir una modificación que en mi concepto debe contener esta ley.

Hemos hablado siempre de colonos y de colonizar, y nada se dice que pueda entenderse que a las familias pobres y agricultoras del país se les

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haga los mismos beneficios que al inmigrante del extranjero. Por eso voy a proponer el artículo siguiente:

Art. … «Las familias agricultoras del país que quieran acogerse a esta ley, gozarán de los beneficios que ella acuerda en los arts. 87 y 90 a los colonos extranjeros».11

Yo creo de gran utilidad este artículo, porque, por otra parte creo, conviene introducir en esas colonias gente del país, para que las ideas del país puede tener su propaganda. No sé hasta qué punto puede ser conveniente esto de traer población extranjera con sus ideas y con su modo de ser.

Por todo esto es que propongo el artículo que se ha leído.Entonces, se votará si se considera sobre tablas; entendiéndose que la

negativa importa que pase el artículo a Comisión. Puesto a votación si se consideraba sobre tablas el artículo propuesto,

resultó negativa.Sr. Presidente. — Entonces pasará a la Comisión respectiva.

C N, Cámara de Diputados – 58° sesión ordinaria 22 de septiembre de 1875

[...] Se leyó el despacho de la Comisión:

Comisión de Legislación en mayoría: A la Honorable Cámara de Diputados:Artículo de la Comisión en mayoría: El P. E. podrá disponer de veinte lotes rurales en cada sección, para dis-

tribuirlos entre las familias agricultoras del país que quisiesen establecerse en las colonias.

Dios guarde a V. H.

Gallo – Villada – Alcobendas11 Se refiere a los siguientes artículos: Artículo 87 (91 en el proyecto original): “Los cien primeros colonos de cada sección, que sean jefes de familia y agricultores, recibirán gratis, cada uno, un lote de cien hectáreas, los que serán distribuidos alternativamente”.Artículo 90 (94 en el proyecto original): “Los colonos a que se refieren los dos artículos anteriores, tendrán derecho a las siguientes ventajas:1) A que se les adelante el pasaje desde el punto de embarque hasta el lugar de su destino.2) A que se les suministre en calidad de anticipos: la habitación, víveres, animales de labor y de cría, semillas y útiles de trabajo, por un año al menos.Estos adelantos no podrán exceder de la cantidad de mil pesos fuertes por cada colono, y serán reembolsados en cinco anualidades que principiarán a pagarse al terminar el tercer año”.

Inmigración y colonización. Los debates parlamentarios en el siglo xix | 85

[...] Artículo de la Comisión en minoría.El P. E. podrá disponer de veinte lotes rurales en cada sección para distri-

buirlos entre las familias agricultoras del país que quieran establecerse en la colonia en el término de dos años contaros desde su fundación.

Dichas familias gozarán de las mismas ventajas acordadas en el artículo 90 a los colonos extranjeros.

Dios guarde a V. H.

Achával – Rodríguez

Sr. Achával. — La Comisión, Sr. Presidente, se ha encontrado dividida, como se nota por los despachos de la mayoría y de la minoría; pero sin em-bargo ha estado de acuerdo en rechazar el pensamiento del Sr. Diputado por Corrientes, en toda la latitud con que lo ha presentado.

La Comisión ha creído que el pensamiento formulado en esos artículos, no respondía a un principio de economía fiscal, ni a ninguna doctrina ba-sada en el principio sano. Antes por el contrario, ha creído que era opuesto a muchos de esos principios.

Esa idea responde más bien a un sentimiento de filantropía, que puede justificarse en circunstancias excepcionales y como medida transitoria; pero que erigida en un sistema, introduciéndola en una ley general y de carácter permanente, como lo es esta, puede dar graves resultados, porque vendría precisamente a fomentar el ocio y a estimular el pauperismo, que ese sentimiento de filantropía trata vanamente de evitar.

Efectivamente, el ocioso tiene ante sí la perspectiva que le ofrece una ley como ésta, de adquirir, para continuar siéndolo. El dirá: ¿qué me importa perder lo poco que tengo, cuando sé que mañana o cuando yo quiera, las rentas públicas costearán mi viaje a una Colonia dónde se me dará elementos necesarios para trabajar y la tierra para cultivar?

Así, pues, un sistema de esta clase, sólo vendría a fomentar entre nosotros el ocio y el pauperismo, lejos de proteger al desvalido.

Por otra parte, se comprende perfectamente que este sistema que em-plean las rentas nacionales, de proteger a individuos particulares que vienen a colonizar parte de nuestro territorio, es una necesidad, tratando de atraer al inmigrante para aumentar nuestra población; pero el pensamiento del Sr. Diputado por Corrientes, no trata de aumentar nuestra población, no trata sino de cambiar de lugar parte de ella, de trasladarla de un punto a otro, y la Comisión pregunta: ¿qué conveniencia puede haber en sacar este elemento que compone nuestra población, nuestras agrupaciones, para

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llevarlo a Colonias situadas en el desierto? No hay ventaja positiva ninguna a este respecto.

La tendencia que la humanidad tiene, como consecuencia de la sociabi-lidad, de agruparse, de formar poblaciones, de formar centros, viene a traer inmensos resultados a medida que aumenta la población, a hacer a esta más civilizada, y a darle más facilidad para la vida.

Es indudable, pues, que a medida que tendamos a formar núcleos de población, habremos ganado; pero si tendemos a diseminarla por medio de leyes, hemos de perder.

Por último, la Comisión se haría cargo de esta observación: ¿qué familias del país son las que van a aprovechar de los beneficios que acuerda esta ley? El artículo proyectado por el Sr. Diputado por Corrientes dice: familias agricultoras. De manera que se va a llevar las familias agricultoras que es-tán dedicadas a producir en tierra propia o en tierra ajena, a los territorios nacionales, para que allí produzcan lo mismo que están produciendo, lo que dará por resultado hacer la producción más cara, porque a medida que esa producción esté más distante de los centros de población, ha de ser más cara.

¿Qué ventaja hay en hacer trasladar una familia agricultora de una Pro-vincia a una Colonia? Ninguna; no hay sino la desventaja de hacer gastar al Tesoro Nacional.

Si esta disposición no se va a aplicar precisamente a las familias agricul-toras como el artículo dice; entonces ¿a quiénes se aplicará? ¿Quiénes serán los que se acojan a esta disposición? Serán indudablemente los vagos, que tan ociosos han de ser en las colonias, como lo son en los centros de población.

Por consiguiente, penetrada la Comisión de las desventajas e inconve-nientes que traería este artículo con la latitud con que lo ha presentado su autor, ha creído deber rechazarlo completamente.

Algunos miembros de la Comisión, sin embargo, hemos creído que por razones de conveniencia, también podía aceptarse, limitado en la forma que la minoría lo propone.

En efecto, hay indudablemente algunas ventajas, Sr. Presidente, en llevar el elemento indígena de una manera artificial a las colonias establecidas, esperando que se produzca allí el choque de ideas, de costumbres y de hábitos opuestos, para hacer producir lo que se llama ley de contraste, cuyos resulta-dos comprendidos en la ley de selección moral de la humanidad, son siempre benéficos resultados que tienden a mudar el tipo nacional del individuo.

Entonces, en vista de esta conveniencia de llevar el elemento indígena, la minoría de la Comisión ha proyectado un artículo puramente autorita-tivo, autorizando al Poder Ejecutivo Nacional, para que en todo caso pueda destinar 20 lotes para familias agricultoras del país, porque no a todas las colonias será necesario llevar el elemento nacional. En todas las colonias

Inmigración y colonización. Los debates parlamentarios en el siglo xix | 87

el hijo del país ha de buscar el trabajo, como sucede prácticamente y como lo vemos todos los días en las colonias de Santa Fe y en la del Ferro-Carril Central Argentino.

Pero pudiera suceder que en algunas colonias que se formen en adelante, sea conveniente llevar el elemento indígena; y entonces, la manera de con-seguirlo, es sancionar un artículo autorizando al Poder Ejecutivo para que pueda dar 20 lotes a las familias agricultoras del país, dándoles las mismas ventajas a los colonos.

La mayoría de la Comisión, aunque ha aceptado este pensamiento, lo ha limitado a autorizar al P. E. únicamente para que dé los 20 lotes, pero no para dar a estas familias del país, los instrumentos de labranza, ni tampoco para costearles el viaje [...].

Sr. Figueroa. — Francamente, Señor Presidente, no creía que con razones tan poco serias, tan poco estudiadas, pudiera venirse a una discusión que en mi concepto no ha debido traerse al debate de esta Cámara.

En efecto, cuando presenté esta idea, no creía tuviese oposición: primero, porque ello envuelve no sólo el pensamiento que el Sr. Diputado por Córdoba le atribuye, sino también, un pensamiento social, económico y hasta cierto punto político.

Dice el Sr. Diputado por Córdoba, que él acepta en parte el artículo que proyecté sólo llevado por un sentimiento de filantropía. Él ha atribuido esta sola razón a mi proyecto, y yo creo que tiene muchas a la vez que tiene la de filantropía para con nuestras familias pobres, que no tienen medios ni recur-sos y que tiene la razón económica de que vayan a producir las familias que por falta de recursos no pueden producir, y que consumen encareciendo a las grandes poblaciones lo que los demás producen, sin nada absolutamente, en-tregándose tal vez a vicios que no desearíamos ver propagados en la República.

Pienso, pues, que es altamente económico y conveniente al país, que las familias que no tienen recursos y que quieran ser agricultoras, vayan a trabajar y producir lo que ahora no producen, dejando de recargar los consu-mos de las poblaciones, y dejando de encarecer lo que los demás producen.

He ahí, pues, una razón económica en favor de mi idea.He dicho también que es político mi pensamiento, porque yo comprendo

que hay inconveniencias en estas agrupaciones de individuos puramente extranjeros, que traen ideas que no son las ideas americanas, que no son las ideas de la República Argentina, y que es necesario hasta cierto punto mezclar estas familias con las nuestras, a fin de que ellas a la vez enseñen a las nuestras a cultivar mejor la tierra, enseñen cómo se vive en Europa, y aprendan a su vez nuestras costumbres y nuestras ideas, comprendiéndonos hasta cierto punto.

Esto es lo que me ha hecho decir que había también una razón política en mi pensamiento con toda la latitud que le he dado.

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Pero decía el Sr. miembro informante de la Comisión que esto va a au-mentar la holgazanería y la vagancia.

Yo pienso que este es un error en que en verdad no creía pudiera incurrir un Diputado tan inteligente y perito en esta materia.

Nadie derrocha su fortuna porque pueda dársele algo de ella después. Los que la tienen tratan de conservarla. Esta es la ley económica que todos observamos. A medida que vamos adquiriendo con el trabajo, vamos tratan-do de conservarlo para acumular mayor capital; pero jamás se ve que el que puede conseguir un pedazo de tierra en el desierto, quiera derrochar todo lo que tenga en un centro poblado, de comodidad y de recursos; y sólo por irse después precisamente a conseguir la vida, mediante un trabajo rudo y fuerte, y hasta en un clima quizá poco favorable para la salud.

No creo, pues, que el ofrecimiento de un pedazo de tierra tan pequeño como el que se le ha de dar, sea un motivo para que una persona abandone su fortuna.

No sé, Sr. Presidente, cómo pueda explicarse que el Sr. Diputado acepte mi idea en parte, y no en toda su extensión.

Decía que esto tiende a la despoblación. Esta es otra idea hereje, hablan-do en economía. Es necesario desconocer las ventajas que ofrecen en todas partes donde hay sociedad civilizada...

Sr. Gallo. — A los colonos no los va a llevar de la ciudad...Sr. Figueroa. (G.). — Donde quiera han de tener mayores comodidades

que allí en los despoblados.Sr. Pellegrini. — Eso se llama en lenguaje vulgar desnudar un santo para

vestir otro.Sr. Figueroa (G.). — Vamos a dar medios de trabajo a las familias que no

tienen cómo hacerlo en el país.Decía pues que no hay la tendencia de las grandes poblaciones a despa-

rramarse; al contrario, los grandes centros de población tienden a agruparse. En ellos se lleva la vida infinitamente mejor que allí donde se va a trabajar la tierra para que produzca lo indispensable para mantener la vida...

Decía, que este temor es absolutamente infundamentado y que este llamamiento no conduce sino a dejar esterilizada la ley que debe ser justa y protectora a la vez de la población del país.

Ya ve, pues, el Sr. Diputado que informó en nombre de la minoría y de la mayoría de la Comisión, cómo es verdad que la ley tiene por base una idea política, económica y social.

Varios Sres. Diputados. — Que se vote.Dado el punto por suficientemente discutido, se puso a votación el

artículo propuesto por la mayoría de la Comisión y fue aprobado.

VI. Proyecto para la sanción de una ley provisoria de fomento a la inmigración y colonización. 1875

Dado que el senado había aplazado el tratamiento del proyecto de “Fomento a la inmigración y promoción de la colonización” aprobado en la Cámara de Diputados en septiembre de 1875, el Poder Ejecutivo envió al Congreso un breve proyecto de ley que autorizaba a ese a conceder tierras para la colonización y a invertir fondos en el subsidio de pasajes para inmi-grantes, hasta que se sancionase una ley general sobre la materia. El proyecto finalmente fue aprobado como la Ley Nº 761.

C N, Cámara de Senadores 12 de octubre de 1875

[...]Honorable Señor:Vuestra comisión del interior ha estudiado con la detención que le he sido

posible el proyecto presentado por el poder ejecutivo destinado a satisfacer las necesidades más premiosas de la república en orden a inmigración y colonización, interín se dicta la ley general sobre la materia; y, encontrando que él responde a estos objetos, tiene el honor de aconsejaros su sanción con las modificaciones contenidas en el despacho adjunto, sobre las cuales el miembro informante dará las explicaciones convenientes.

Sala de comisiones, octubre 11 de 1875.

Federico Corvalán – S. LinaresJ. B. Bárcena – Pablo Pruneda

El senado y cámara de diputados, etc.Artículo 1.° Mientras se sanciona la ley general de tierras y colonias

el poder ejecutivo queda autorizado para proteger la inmigración por los siguientes medios:

1.° Por concesiones de tierras nacionales o que las provincias cedan con este objeto, no pasando de cien hectáreas por cada familia, debiendo reser-varse un lote alternado en casa sección.

90 | VI. Proyecto Para la sancIón de una ley ProVIsorIa…

2.° Por adelantos para pasajes y establecimiento en las colonias que no excedan de seiscientos fuertes por familia.

Art. 2.° Podrá cederse, a las empresas particulares que se obliguen a fundar colonias, haciendo por su cuenta los adelantos de que trata el inciso 2° del artículo 1.°, los lotes que deben reservarse según lo prescribe el inciso 1.° del mismo artículo.

Art. 3.° El poder ejecutivo, en todos los contratos que celebrase en la eje-cución de esta ley, exigirá las garantías suficientes tanto para asegurar que los colonos o inmigrantes sean de buenas condiciones y, ante todo, aptos para la agricultura, como para el cumplimiento de las demás estipulaciones en ellas contenidas.

Art. 4.° Queda el poder ejecutivo autorizado para invertir hasta la suma de trescientos mil fuertes en los gastos necesarios para la ejecución de la presente ley; debiendo dar cuenta en las primeras sesiones del año próximo del uso que hubiese hecho de la autorización que por ella se le confiere.

Art. 5.° Comuníquese, etc.Sala de comisiones, Buenos Aires, octubre 11 de 1875.Corvalán – S. Linares – Pablo Pruneda – Bárcena Sr. Linares. — Habiendo sido aplazada la sanción del proyecto de ley ge-

neral de inmigración y colonización sancionada ya por la honorable cámara de diputados, el poder ejecutivo ha presentado éste en sustitución.

La comisión ha creído que él responde a una necesidad vital, y es por eso que ha tenido a bien aconsejar su adopción con las modificaciones que acaba de leer el señor secretario.

En efecto, señor presidente, es muy sentida la necesidad que hay en el país de la colonización y si no se sancionaba algo que reemplace a la ley general de inmigración y colonización, vendría a cortarse la corriente de inmigra-ción, esterilizando los grandes sacrificios que ha hecho hasta aquí el país.

Según los informes que la comisión ha tenido, hay varias colonias, especialmente la del Chaco frente a la provincia de Corrientes que están delineando tierras para recibir más pobladores.

Así es que ha creído indispensable la autorización al poder ejecutivo para poblar antes esas colonias y fomentar la inmigración, mucho más cuando cree la comisión que en las sesiones del año próximo se sancionará la ley general de inmigración y colonización, que llenarán todas esas necesidades.

Si alguna duda se ofreciese tendré el honor de satisfacerla en el curso del debate.

Sr. Torrent. — Señor presidente: yo tengo ideas muy conocidas respecto de una cuestión fundamental, la que se refiere a los asuntos que deben ser objeto de la convocación extraordinaria del congreso. Esas ideas las conservo

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desde que tengo el honor de tener un asiento en la cámara y, siendo conse-cuente con ellas, he procedido siempre en ese sentido.

El proyecto de ley sobre colonización que el gobierno remitió al congreso, mereció un estudio especial y el señor senador por Santa Fe ha hecho un rápido examen de sus disposiciones fundamentales y ha podido insinuar a la cámara los inconvenientes que presentara, inconvenientes que, por lo menos, hacían indispensable un estudio más detenido y a ese respecto podría decirse mucho más.

Señor presidente: el sistema de colonización artificial ha concluido, no fue nunca aceptado en los Estados Unidos por su legislación; sin embargo, las colonias en esa forma se han aceptado.

Yo también he tenido ocasión, en épocas anteriores, de manifestar mis ideas a este respecto y recuerdo haber dicho que uno de los males de la co-lonización artificial es que las colonias, aun cuando se establezcan por ese sistema, son fáciles de disolverse, inutilizando la localidad donde ha tenido lugar la disolución, por mucho tiempo.

Así, pues, antes de optar por el sistema de la colonización artificial, es ne-cesario hacer un estudio muy serio, no sólo para evitar gastos inútiles, sino al mismo tiempo para no perjudicar la corriente de la inmigración establecida.

En la provincia que represento he podido estudiar este fenómeno: mu-chas sumas se gastaron así estérilmente porque surgieron en torno de la empresa dificultades tan imprevistas y tan difíciles de zanjar que en último resultado se convirtieron en dificultades insuperables.

Entonces, pues, no podemos aceptar de improviso este sistema, mucho más cuando se confiesa que la ley no está rodeada de todas aquellas garantías que la experiencia ha aconsejado y que se consideran, sino eficaces, por lo menos buenas para evitar ulteriores males.

Como he dicho, se ha considerado siempre un error la colonización por este sistema; pero, no obstante, he deseado por mi parte que el poder ejecuti-vo hiciera un ensayo de este sistema en una escala menor, a fin de que, si no llega a dar buen resultado, las pérdidas no sean tan considerables. Fue por esto que desde que el señor senador por Entre Ríos tuvo la idea de presentar un proyecto en esta forma, le indiqué que era preferible que votáramos en el presupuesto general una suma moderada para dar al poder ejecutivo los medios de ensayar ese sistema durante el receso.

Esta idea que mostraba mi breve deseo, me parece que fue aceptada y calurosamente apoyada por el señor senador por Buenos Aires doctor Rocha.

[...]Sr. García. — Sr. Presidente [...] Yo, francamente, no comprendo qué sig-

nifica eso de colonización artificial, ni cuál será la colonización artificial; porque entiendo que la colonización, de cualquiera manera que se haga, sea

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por medio de empresas particulares, o sea por los medios que el gobierno tenga a su alcance para fomentarla, no sé que pueda llamarse artificial o natural, o qué otro calificativo pueda dársele; porque, si se llama artificial porque haya una entidad cualquiera que la fomente, que la ayude con dinero o donación de tierra, creo, señor presidente, que ésa es la única colonización posible entre nosotros; porque no es posible creer que de Europa vengan colonizadores ricos, en gran cantidad, a comprar la tierra y a colonizar, así, aisladamente, por su cuenta, en tales o cuales parajes. Eso, como lo demuestra la experiencia, no puede hacerse en grande escala; de mil vienen diez, pero los otros novecientos noventa no se hallan en iguales condiciones, y necesitan de la protección, de la ayuda de la autoridad, de las empresas particulares, por medio de la cesión de tierra, y demás elementos que se ponen en juego en estos casos para hacer cultivar la tierra.

Entre nosotros, señor presidente, las colonias florecientes que tenemos, no han empezado de otra manera. La primera colonia que se ha establecido y que se puede decir es la madre generatriz de las demás, ha sido establecida de esa manera.

Muchos miles de pesos cuesta a la nación esa colonia, pero que han sido perfectamente empleados, y que le han reproducido muchísimos millares de pesos de beneficio, y otros bienes de distinto género.

Entonces, pues, si llamamos colonización artificial a eso, creo que es la única manera cómo podemos colonizar la tierra.

Si en los Estados Unidos se ha procedido de otro modo, más o menos aproximado a éste, no entraré a examinarlo ni a discutirlo, porque yo me concreto a lo que somos nosotros, a lo que la experiencia nos demuestra que podemos ser y que podemos hacer; y ya que por ahora no se trata sino de fomentar esa corriente de inmigración que ha existido hasta ahora, y evitar que se paralice, por decir así, que, como sabemos todos, ya está disminuyendo en grande escala; si queremos, señor presidente, tener buena inmigración, y hacer de esos inmigrantes colonos, es necesario ayudarlos por los medios que la experiencia nos ha enseñado.

¿De qué nos serviría traer inmigrantes sin protegerlos, sin darles tierra, sin obligarlos, por decir así, por medio de una protección eficaz a hacerse propietarios, a hacerse agricultores e industriales, a radicarse, en una palabra, definitivamente en nuestro país por sus propios intereses?

Nos sucedería lo que nos está sucediendo con la inmigración que nos viene, que entra por una puerta y sale por otra.

Es necesario, pues, que radiquemos esa inmigración de una manera eficaz en nuestro país, y la única manera eficaz de radicar la inmigración es hacer colonos a los inmigrantes, y la manera más poderosa para hacer colonos es fomentar el establecimiento y la formación de colonias por medio de

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concesiones de tierra y de adelantos de dinero, si es necesario, a aquellos que no tienen los elementos indispensables para establecerse y sostenerse el primer año, por ejemplo, hasta que su trabajo haya producido lo bastante para atender a las necesidades de la vida.

Ese inmigrante que va y se establece en una colonia, que labra la tierra, que vive un año ayudado por la nación o por empresas particulares, en tales o cuales condiciones, se radica ya en el país, crea intereses, y esos intereses lo vinculan a él, y no piensa regresar a su patria, sino cuando ha adquirido una regular fortuna, y cuando, por consiguiente, ha producido grandes beneficios al país.

Por estas consideraciones, señor presidente, creo que, ya que el congreso no ha tenido tiempo de dictar la ley general de colonización que habilitase al poder ejecutivo y a las empresas particulares para emprender en grande escala la colonización de nuestras tierras, es conveniente dar al poder ejecu-tivo la autorización que pide para gastar una suma de dinero en fomentar la inmigración y la colonización en la forma que establece este proyecto que, como digo, es la más práctica, y la que nos puede dar mejores resultados.

[...]Sr. Sarmiento. — Sr Presidente [...] Yo había provocado al senado, señor

presidente, en las otras sesiones, a no rechazar este proyecto de inmigración que se presentaba. Los momentos eran más apremiantes que nunca para dictar una ley que es la base, digamos así, de la organización de la propiedad en América.

El Brasil, Chile, Perú, Méjico y casi todas las repúblicas sudamericanas, acaso impulsadas por el progreso que vieron hacer a la República Argentina durante seis años, están dictando leyes sobre inmigración en este momen-to, en que exageran los estímulos y las facilidades; mientras que nosotros estamos hace catorce años por dictar esta ley aplazándola de un día para otro, por motivos que es fácil comprender.

Al darse la constitución de los Estados Unidos, dos años después se dictó la ley de tierras, y esa ley de tierras subsiste hasta el día de hoy, compuesta de dos palabras, es decir: la tierra tendrá un valor, y estará a disposición de los inmigrantes.

El año 48 hicieron una gran modificación, simplemente para hacer más fácil el acceso a las tierras. Creo que toda cuestión de inmigración puede reducirse, por la experiencia que han dejado las naciones que van a este respecto en mejor camino, a condiciones muy sencillas: una ley de tierras, conocida, en que no hay intermediario entre el que va a poseerla, y el estado que la entrega.

Me permitiré decir, señor presidente, que he consagrado muchos años al estudio casi práctico de estas cuestiones; he ido a los puntos mismos que se

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están colonizando en varias partes del mundo para ver cómo se producía el hecho, y de todo ello he sacado en limpio una sola cosa: que el gran efecto de las leyes norteamericanas no consiste sino simplemente en que existe una ley. El pobre labriego de Alemania, el infeliz campesino de Irlanda cuando van conduciendo su arado, o sirviendo de algo en la juventud, saben perfec-tamente que hay un país donde el acre de tierra vale un peso y veinticinco centavos: éste es el origen de la inmigración de esa manera pueden plantar árboles y darse tiempo a cosecharlos y recoger la madera también.

Donde no hay seguridad para el inquilinato, del tiempo en que ha de poseer la tierra con verdaderos y buenos títulos, resulta la esterilidad de la tierra, porque la explotan simplemente para sacar lo que pueda obtenerse sin mucho trabajo, pues no pueden aguardar porque no hay garantías. Y éste es uno de los males que deben evitarse en el presente.

[...]Se habla de inmigración artificial y de inmigración espontánea. ¿Pero

hay algo que nos honre a nosotros de la otra que se hace por sí misma, cual es la inmigración espontánea? ¿Qué tendría que decirse al legislador? ¿Qué ha puesto usted para que llegue? Ésa es la inmigración espontánea.

¡Si hubiese regado la tierra con su sudor, si hubiese abierto canales, podría por eso vanagloriarse; pero, por la inmigración espontánea...!

Debemos sí hacer todo lo posible fomentando la inmigración artificial, es decir, la obra del hombre, de la inteligencia y de la voluntad, todas las leyes artificiales que ha creado el hombre para hacerse feliz, para asegurar la tranquilidad de la sociedad.

Yo, señor presidente, en estos últimos días, no obstante la premura del tiempo, iba a pedir la reconsideración de proteger la ley de inmigración. Creía que, exponiendo estas razones, movería una gran parte del senado a tomar una resolución varonil, si es posible decirlo, yo estaría el primero dispuesto a ello.

He visto ese proyecto de inmigración, y, dados los principios generales que establece, debe comprenderse que no estoy muy de acuerdo con él, pero yo le habría votado sobre tablas con esta intención: todo de un paso; para que tengamos una ley, para acabar con este estado que ha creado nuestra incuria.

Ahora el gobierno se limita a pedir la facultad de disponer de tierras para dar lugar a esta corriente que queremos detener, que va a hacernos retrogradar.

Estas mismas sesiones del congreso van a tener una gran influencia.¿Cómo se le puede decir a la inmigración que hemos previsto todos los

medios artificiales que se ponen para fomentarla?La Europa está llena de agentes de inmigración para estar predicando por

todas partes, ponderando este país, explicando sus ventajas y sus recursos;

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en un congreso de geografía se ha presentado la memoria sobre inmigración y en ella lo que se hace resaltar como más notable es la República Argenti-na. ¿Y vamos a defraudar después de todas esas esperanzas y esos buenos medios que ponen para hacer conocer este país?

Importa, pues, hacerlo conocer y que pidan al congreso presentar una ley sencilla, montada en dos principios –la tierra está al alcance de todo el mundo por precios ínfimos.

Señor presidente: la inmigración depende de que un país sea bien co-nocido en Europa, y hay naciones enteras, pues he conocido senadores y diputados que apenas han oído nombrar a la República Argentina, y las masas populares que emigran, que no saben aún que existe, especialmente en el norte de Europa, no es conocido su nombre.

Importa, pues, hacerlo conocer y que puedan presentar una ley sencilla montada en dos principios: la tierra está al alcance de todo el mundo por precios ínfimos. A esto se reduce todo lo que había que hacer en inmigra-ción; teniendo también en cuenta dos ensayos que se han hecho hasta el día de hoy han sido prósperos y felices por todas partes. Falta sólo la ley que generalice lo que son hechos vulgares.

Esa colonia de Chubut ha costado todos los esfuerzos imaginables, y más bien los colonos que el gobierno han triunfado y establecido allí una base que parece duradera. La provincia de Buenos Aires hizo el ensayo de Chivilcoy, en que se probaban los principios, la buena distribución de tierras: los resultados son conocidos de todo el mundo: en ocho años se formó un departamento más rico que todos los otros departamentos de Buenos Aires, o partidos, que tenían tres siglos de existencia; su población es mayor y hoy día tiene siete mil votantes, que no tiene San Nicolás, que tiene tres siglos de existencia.

Tendría que extenderme mucho, señor, sobre esta cuestión si hubiese de tratarse de lo que yo hubiera deseado: la ley general.

Me parece que no han de estar muy satisfechos los señores senadores cuando haya pasado la excitación del momento, cuando hayan vuelto a sus casas y se mueran de fastidio, porque eso es lo que encontramos ge-neralmente en las provincias: habrán querido consagrar cuatro días más todavía a la resolución de esta gran cuestión de que depende la existencia de estos pueblos.

Señor presidente: puedo recordar que hace cuatro meses dije: no calcula Buenos Aires donde están sus peligros –en la inmigración. En la inmigración sin ese sentimiento de bienestar que le liga al país. Un mes o dos después de estas cosas hubo una manifestación para qué sé yo qué objeto que acabó en un incendio.

Y yo decía: todo tiene relación con el objeto de la manifestación, ésta es la consecuencia de cualquier movimiento, tal es el estado de esta ley de

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inmigración. Un día ha de venir en que por la falta de esta ley de inmigra-ción hemos de ver la ciudad incendiada y saqueada, porque hay cuarenta o cincuenta mil hombres que no están en su verdadero terreno, que no están ordenados en el trabajo y en la ocupación.

Se está creando un sentimiento perverso de reparación de la Europa: se llaman colonias, la colonia española, la colonia inglesa, etc.

Sentimientos novísimos en América, ¡novísimos! Sucede todo lo contrario en los Estados Unidos, allí no hay tal cosa.

Allí no hay yankees más intolerables que los alemanes y los irlandeses. ¿Por qué? Porque todos se consideran americanos y se llaman los americanos alemanes, los americanos ingleses. He visto formados treinta mil hombres sin que hubiera un solo americano; desde el general hasta el tambor todos eran alemanes que quieren a su patria, los Estados Unidos, con toda la ad-hesión, con todo el amor que no la tienen los hijos del país.

Entre nosotros, ¿qué sucede?Hombres que residen cincuenta años en la República Argentina, no se

consideran argentinos, no toman parte en sus placeres, en sus glorias, y simplemente se quejan de que les faltan todas las comodidades, todas las seguridades que se requieren para el trabajo.

Lo hemos querido nosotros por nuestra legislación, por un sentimiento destructor que se levanta aquí.

Pero póngase a esos millones de inmigrantes ligados a la tierra, no se dirán por cierto alemanes entonces.

Un ejemplo práctico se presenta: en este momento hay setenta ameri-canos establecidos en los confines de San Luis, en contacto con los salvajes, y el día que a ellos o a los vecinos, atacando los indios; toman sus rifles, cuando más dándole parte al juez de paz, y se marchan a batir. Acaban de destruir una tribu.

¿Hay ejército que haga esto voluntariamente? ¿Por qué es eso? Porque están ligados a la tierra, porque allí está su patria no en los Estados Unidos.

En fin, pongo término, señor presidente, a mis observaciones, ofrecien-do mi voto muy caluroso por el proyecto del señor ministro, sintiendo sólo que no votemos la ley, lo cual sería la conmoción más feliz que daríamos a nuestras tareas de este año, y la satisfacción más grande que daríamos a los intereses del país sobre nuestros deberes, que no hemos llenado debi-damente a este respecto.

De los diarios serios que no tratan cuestiones políticas y todos deploran; teniendo por el senado la mayor diferencia, que haya cometido lo que creen un error. No se puede prolongar la expectativa en que están estos países. Un día hemos de ver los males que han de provenir por nuestra negligencia.

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Se dará, señor presidente, sancionado el proyecto del señor ministro, una ley imperfecta, pero se dará una ley.

He dicho.[...]Sr. Oroño. — El discurso que acaba de pronunciar el señor senador por

San Juan, me obliga a tomar la palabra, sintiendo que no puede oír la con-testación que voy a darle, refutando sus errores y reivindicando para el congreso y para una provincia argentina el honor de la iniciativa en las medidas oficiales y en las leyes que se han dictado para atraer a nuestro país la inmigración extranjera.

El congreso, señor presidente, ha hecho en diversos períodos concesiones de tierras suficientes a estimular la codicia de los particulares, para facilitar por este medio la introducción de los extranjeros a nuestro territorio; y si las resistencias del poder ejecutivo durante el tiempo que ha desempeñado en la presidencia el señor senador por San Juan, no hubiesen hecho imposible la sanción de proyectos importantes, ciertamente que no habría llegado el caso de que tuviéramos que discutir hoy, en las sesiones de prórroga, un proyecto que más parece destinado a satisfacer el amor propio, que una verdadera necesidad.

El mismo señor senador por San Juan parece reconocerlo así, cuando no ha querido prestigiarlo con su autorizada palabra: concretándose a hacer una exposición de doctrinas y opiniones a favor de las cuales se ha operado en nuestro país una transformación saludable en sus hábitos y tendencias, antes que el señor senador hubiese regresado a su patria.

No es mi ánimo despojarlo del mérito que pudiera haber conquistado sirviendo a la noble causa de la civilización y del progreso; pero no quiero tampoco que por un asentimiento convencional y de circunstancias se arrebate el mérito que justamente hubiesen adquirido a los que de buena fe han consagrado su tiempo y sus desvelos a preparar la grande obra de la organización, convirtiendo el desierto y el aduar de los salvajes en pobla-ciones civilizadas.

El señor senador echa de menos una ley de tierras que ponga al alcance del colono y del poblador los medios de adquirir una propiedad; pero al increpar este descuido a los gobernantes que lo han precedido, ha tenido que apartar la vista de los hechos que se desenvuelven en las provincias, especialmente, en la provincia de Santa Fe, en la cual existe una legislación sobre tierras tan completa y tan adelantada como la que pueden tener en los Estados Unidos.

¿Por qué otro medio se ha realizado esa colonización que ha ido a sustituir al indio en los bosques y en los campos de Santa Fe? ¿Quiere saberlo el señor senador? Estudie sus leyes y las medidas administrativas de sus gobernantes,

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y en ellas hallará el secreto de esas poblaciones improvisadas en los mismos lugares que eran hasta poco ha, el asiento de las tribus salvajes.

Para favorecer la inmigración de los extranjeros no basta un buen clima, terrenos fértiles y abundancia de espacio. Es necesario a más que las leyes y acción gubernativa sea verdaderamente protectoras de buena fe y con liberalidad, de los extranjeros que vengan a cultivar la tierra a la par de los naturales del país.

Una inmigración que no haya cuanto puede hacer apetecible al corazón humano la residencia en un determinado lugar, no es provechosa: lejos de ser una dádiva del cielo, es una maldición y un teatro de injusticias y descrédito.

El inmigrante es hombre, es cristiano civilizado, como nosotros, y debe-mos tratarlo como a igual.

No sólo debemos respetar sus creencias, sino favorecer el ejercicio libre de sus respectivos cultos, porque al fin todos respetan y aman la doctrina de Jesucristo.

La legislación de Santa Fe se encaminaba a la conquista de estos resul-tados, y su triunfo habría sido completo, si el imperio del mal, ayudado por preocupaciones seculares, no hubiese esterilizado tan plausibles esfuerzos.

Ya ve, pues, el señor senador cómo las provincias, antes que él fuese presidente de la república, habían hecho más en materia de inmigración y colonización que lo que hicieron durante su período. Y si la nación no tiene todavía una ley general de tierras y colonias, es porque ha faltado un go-bernante que se preocupase seriamente de estas cosas: que comprendiera que gobernar es poblar, que la mejor política es la que fomenta los intereses materiales y propende al bienestar de los pueblos.

¿Quién le ha impedido, señor presidente, al poder ejecutivo hacer lo que su deber le imponía?

¿Hay alguna ley restrictiva y prohibitiva dada por el congreso? Lejos de eso, señor presidente, el congreso había autorizado por diversas leyes las donaciones de tierra; ha votado todos los años trescientos o cuatrocientos mil pesos para sostener los inmigrantes en una casa preparada con este fin, y para costearles el transporte a los que se dirijan al interior de la república; no ha omitido medio alguno para llamar la inmigración; y si un poder eje-cutivo más dedicado al cumplimiento de su deber hubiese secundado estos esfuerzos, ya tendríamos poblada toda la zona comprendida entre el Rey y el Bermejo sobre la costa del Paraná, y lo que es hoy todavía un desierto sería ya una cadena de poblaciones laboriosas que compensarían con los impuestos que pagan, las sumas que se hubieren invertido en sostenerlas.

Pero nada de esto se ha hecho porque no se ha querido hacer, porque el señor senador pensaba en el poder de un modo distinto de lo que piensa fuera de él.

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Así son nuestros hombres públicos, y de inconsecuencia en inconse-cuencia, con declamaciones inútiles, haciendo ostentación de doctrinas encontradas al acaso, pierden el tiempo y malgastan los tesoros de la nación para dejarnos, al terminar su período, en la misma situación que teníamos cuando lo empezaron.

El congreso, señor presidente, no ha sido indiferente, ni ha prescindido de esta cuestión, ni desconocido su importancia. Si no ha dado la ley gene-ral de tierras, la causa es bien conocida de todos los señores senadores, y principalmente por el señor senador por San Juan.

[...]El señor senador por San Juan, recordando los progresos realizados por

la república, decía que esos progresos tenían por punto de partida, seis años antes de la fecha en que nos encontramos, es decir, cuando el señor senador entró a ser presidente de la república.

Pero, señor presidente, antes que el señor senador por San Juan viniese a ocupar la presidencia de la república, nosotros habíamos establecido agentes de inmigración en todas las naciones de Europa. Esos agentes de inmigración hacían la propaganda de las ventajas que ofrecía la República Argentina a los que vinieran a establecerse en su suelo y es debido a esa propaganda y a esas ventajas que en esa época hemos tenido de setenta a ochenta mil inmigrantes por año, que no tenemos hoy a pesar de esa propaganda, por las razones que todos conocen.

Necesario es repetirlo para dar a cada uno lo que es suyo: la inmigración extranjera, o, más propiamente, el país, le debe poco al señor senador en orden a la población. No se ha procurado atraer la inmigración, ni mantener siquiera la del país, siendo notorio para todos que los hechos que se produ-cían eran más a propósito para provocar la emigración que para fomentar la inmigración extranjera. ¿Cuál es la ley propuesta por el poder ejecutivo que haya traído al país una centena de inmigrantes? ¿Dónde están las co-lonias fundadas por su iniciativa? ¿Podría el señor senador señalarlas para justificar la indolencia de esa rama del gobierno?

Al contrario, puedo probarle con las actas de las sesiones de esta cámara; que en algunas ocasiones en que el senado ha iniciado leyes para favorecer empresas particulares que protegiesen la inmigración en grande escala, para establecerla en los territorios vacíos de la costa del Paraná, el señor senador por San Juan, siendo presidente, se ha opuesto por medio de sus ministros a que esas leyes se sancionaran, lo que prueba, señor presidente, que él no da importancia a la cuestión de inmigración y colonización; que sólo le da importancia a la cuestión de tierras, que es precisamente aquello que el congreso no está habilitado para resolver porque no tenemos territorios

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sobre que legislar si exceptuamos la parte del Rey hasta el Bermejo, sobre la costa del Paraná.

Pero el señor senador nos habla de lo que se hace en los Estados Unidos, y esas razones con que él pretende apoyar el proyecto de ley presentado por la comisión del interior, son evidentemente, a juicio de cada uno de los señores senadores, completamente contrarias a la sanción de este proyecto de ley: él no explica lo que significa la inmigración espontánea y la inmi-gración artificial, que el señor senador por Entre Ríos parece no conocer o no distinguir sus diferencias.

La inmigración espontánea es aquella que se hace en los Estados Unidos, la que va espontáneamente, halagada por las promesas de la tierra ya me-dida y amojonada con arreglo a sus leyes y con los planos que se mandan a Europa, atraída por la propaganda de los agentes de inmigración. Ésa es la inmigración espontánea.

La inmigración artificial es aquella que, como entre nosotros, es protegida por el gobierno con el tesoro de la nación, por medio de establecimientos para recibir y mantener a los colonos y costearles el transporte de un punto a otro de la república.

¿Cuál de estos dos sistemas es el mejor? Hasta ahora la ciencia económica no ha pronunciado su última palabra.

Yo entiendo que los dos sistemas son buenos, y que los dos debieron adoptarse, y los dos se han adoptado en efecto, en la República Argentina: se han establecido colonias con los esfuerzos del tesoro de las provincias; se han establecido colonias con los esfuerzos de los particulares sin que costasen al gobierno ni un solo centavo; y se han establecido también colonias con los esfuerzos del tesoro de la nación.

Uno y otro sistema, señor presidente, han dado excelentes resultados. Si la inmigración se va hoy, este hecho, que parece alarmar a los señores senadores, no es producido, como se pretende, por la falta de leyes de coloni-zación. Este es un error, señor presidente, y un error muy fácil de demostrar: la inmigración se va, porque no encuentra trabajo, porque las condiciones económicas en que se encuentra la república no ofrecen una ocupación lu-crativa al inmigrante, y es por eso que se irá, a pesar de todas las leyes que se den. Así es, que, hasta que las condiciones económicas de nuestro país no se mejoren, hasta que no desaparezca la situación actualmente atravesamos, no volverá a dirigirse a nuestras playas como antes.

Y si necesitásemos pruebas para demostrar esta aseveración, bastaría recordar este hecho: antes de esta ley y antes que hubiese ninguna ley para proteger a los inmigrantes, como se les protege sosteniéndolos en un asilo y transportándolos gratuitamente a cualquier punto de la república, nosotros recibíamos una numerosa inmigración por año.

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Entre tanto, después de la sanción, de esas leyes, ¿qué se ha hecho la inmigración? No obstante que se votan sumas considerables todos los años con ese objeto, la inmigración ha disminuido. ¿Será porque no se protege al inmigrante, porque no hay tierras que darle? No, señor; la causa es la que he señalado.

Esta demostración me parece que viene a evidenciar de la manera más elocuente, que son otras causas que las determinan el alejamiento de los inmigrantes.

El señor senador nos ha ponderado en su discurso el entusiasmo y el interés con que los inmigrantes que van a los Estados Unidos adoptan como suya aquella patria; pero se ha olvidado, señor presidente, hacer notar de que en los Estados Unidos el inmigrante que va tienen la obligación de hacerse ciudadano al día siguiente de su llegada, y, por consiguiente, tiene que soportar todas las cargas, así como participar de todas las ventajas de la ciudadanía.

Entre nosotros no es así; los inmigrantes no están obligados a hacerse ciudadanos, sino cuando quieran serlo, y para que no lo sean, quién sabe si no entra por mucho el ejemplo doloroso que ofrecen los ciudadanos de la República Argentina considerados de la manera como se consideran.

¿Qué es el gaucho entre nosotros, señor presidente, tan ciudadano como los hombres más adelantados de nuestro país? ¿Qué se hace con él y cuál es su destino?

¿Cuáles son las ventajas que se le proporcionan, el premio de los sacrificios que la ciudadanía le impone?

La única recompensa, el único provecho es que los mandan a los campa-mentos para que vengan después de seis u ocho meses a encontrarse con sus familias desechas y muchas veces deshonradas por la miseria, sin tener pan que dar a sus hijos; ¿es éste el aliciente para que los inmigrantes que vengan se hagan ciudadanos en la República Argentina? No, señor; el día que establezcamos en la práctica la doctrina que desde las márgenes del Río de la Plata a la Cordillera de los Andes no es lícito atentar contra la propiedad y contra los derechos del hombre, ese día, señor presidente, habremos decidido la más grande y trascendental cuestión, porque habremos hecho apeteci-ble la ciudadanía argentina para esos inmigrantes y colonos que vienen a nuestro país, no con el propósito de hacerse argentinos, pero que lo serían y desde luego tendrían por este país el mismo cariño y los sentimientos de deber y patriotismo que abrigamos los que hemos nacido en él.

[...] Señor presidente: no sé si me ha quedado algo por contestar al señor senador por San Juan, porque no he tenido los medios de tomar apuntes de su discurso; pero me parece que recuerdo que él atribuía la inmigración que

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viene a este país a los medios empleados por el gobierno y que él basaba en ese resultado la suerte de la colonización y de la inmigración.

Yo le diré al señor senador por San Juan, que tantas veces se ha ocupado de las instituciones de este país, que se ha olvidado de la influencia que ellas tienen en el espíritu del hombre; y que si los inmigrantes se dirigen con preferencia a la República Argentina y a los Estados Unidos, es precisamente por la naturaleza de sus instituciones, y esa es la razón porque no van a Chile, a pesar de los esfuerzos que hace el gobierno de ese país.

Es por eso también que no van al Perú, a pesar de la ley que se ha pu-blicado en estos días haciendo grandes promesas a los inmigrantes. Es también esa la razón porque no irán a Méjico, porque se encuentran con los mismos estorbos. Y es ese sentimiento que es innato, especialmente en los inmigrantes del norte de Europa, en favor de las instituciones libres; son esas instituciones, es esa constitución calculada precisamente para realizar la máxima de gobernar es poblar, a la que se debe que la inmigración venga a este país. Así es que si en este momento se aleja de nuestro país por moti-vos transitorios que han de pasar, no debemos desalentar ni retroceder en presencia de los inconvenientes pasajeros, que no pueden tener duración y que han de ceder en fuerza de nuestros medios y de los grandes elementos de vitalidad que tiene nuestro país.

Si no podemos traer por el momento una numerosa inmigración, fomen-temos y ayudemos la que está establecida, que éste será el mejor medio, el mejor agente de inmigración que podemos emplear para atraerla y radicarla en nuestro suelo. Para eso no necesitamos leyes complicadas y de costosa aplicación; basta cumplir las que existen; basta cumplir con los preceptos de la constitución.

He dicho.Sr. Ministro del Interior. — Hay un punto en que todos los señores se-

nadores han convenido y no pueden tampoco dejar de convenir en él; es necesario poblar nuestro territorio desierto, es necesario hacer fructífera la riqueza de nuestro suelo.

Para esto se necesita de la acción inteligente de la mano del hombre.Partamos, pues, de este principio para estudiar cuáles son los medios de

que hemos de valernos para traer población, medios que son en la práctica conocidos, o es la inmigración espontánea o artificial como se la llame, o protegida.

El señor senador por Corrientes ha mostrado su espíritu indeciso sobre cuál de los dos medios debiera elegirse.

El señor senador por Santa Fe ha probado que por los dos medios se alcan-za la realización de la población en nuestro territorio; al efecto ha citado la colonización de la provincia de Santa Fe hecha por el gobierno, protegiendo

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a los inmigrantes con tierras del estado hecha por los particulares; pero en todos partes es necesario una protección; ¿y acaso no es eficaz, eficacísima, la que ofrecen las autoridades norteamericanas? ¿La tierra muy barata acaso no es un medio de fomentar la inmigración? La protección oficial por medio de una buena legislación que garante los derechos y las libertades de los inmigrantes, todos estos son medios de protección.

Pero, como he dicho antes, sobre este punto no se ha hecho discusión alguna.

El señor senador por San Juan ha dicho que bastaba dar la tierra, pero la tierra valiosa, la tierra medida con sus mapas o planos y con todo lo necesario para que los inmigrantes la habiten en el momento.

Pero nada de eso tenemos, es preciso hacerlo, y para eso es necesario legislar; esto es precisamente de lo que nos ocupamos: de proteger a los in-migrantes con elementos de libertad, y dar a los que los necesiten recursos pecuniarios, pagando su transporte a fin de facilitar el establecimiento de colonias. Este medio está adoptado en todas las repúblicas de Sud-América, y nosotros, que tenemos, fuera del Brasil, el más vasto territorio, no podemos ser los únicos que digamos: aquí han de venir los inmigrantes sin que nada les demos. Esto no era racional esperarlo.

Como ha dicho muy bien el señor senador, este sistema lo tenemos ya adoptado, y puede decirse que está establecido, porque desde el tiempo de la Confederación hasta la fecha se han dictado muchas leyes especiales con el objeto de proteger la inmigración. Todos los años se ha sancionado en el presupuesto una partida destinada a estos gastos; así es que me parece que no puede haber cuestión sobre el sistema que ha adoptado el gobierno de la nación argentina para estimular la inmigración en su país, mucho más cuando sabemos por experiencia que sin este estímulo no traeríamos la inmigración europea a nuestro país.

El gobierno, desde el tiempo de la Confederación hasta la fecha, en diversas leyes especiales ha consagrado esto medios de protección para la inmigración al llevarla a los pueblos; todos los años sanciona en el presu-puesto recursos destinados a este mismo objeto, y en el proyecto que acaba de sancionar los destina también.

No es posible cuestionar sobre el sistema que ha adoptado el gobierno de la nación argentina para estimular la inmigración, porque, francamente creo que, si no fuese este estímulo, no vendría tanta.

[...]Sr. Presidente. — Se va a votar si está suficientemente discutido en ge-

neral el proyecto.—Se votó, y resultó afirmativa.

VII. Proyecto de ley de “Inmigración y Colonización” (“Ley Avellaneda”). 1876

En 1876 el Presidente Avellaneda envió al Congreso un extenso proyecto de ley de “Inmigración y Colonización”, que finalmente fue aprobado con algunas modificaciones como Ley Nº 817. El proyecto era muy similar a otros presentados en años anteriores, estaba dividido en dos partes, una referente al fomento de la inmigración y otro al de la colonización de tierras nacionales y constaba de 136 artículos. Su tratamiento llevó varias jornadas de debate, sobre todo en el Senado, donde se hicieron la mayor parte de las modifica-ciones al proyecto del Poder Ejecutivo. El grueso de las discusiones giró en torno a cuestiones de forma y no de fondo, dado que los fundamentos de las políticas estatales sobre el fomento a la inmigración y colonización ya habían sido largamente discutidos en el parlamento.

Selección documental C N, Cámara de Senadores – 40° reunión – 36° sesión ordinaria 10 de agosto de 1876

[...]En discusión el artículo 12.12

Sr. Molina. — Aquí quisiera una pequeña reforma; dice «que siendo menores de sesenta años». Los hombres a sesenta años ya no somos útiles para trabajar, ya no pueden ser considerados como inmigrantes. Quisiera que en vez de «sesenta años» dijera «menores de cuarenta años, o padres de familia».

Un padre que tiene una familia, más o menos numerosa, aunque no tenga nada más, al fin trae algo de porvenir para el país; pero el viejo sin familia no trae nada.

Sr. Corvalán. — Esa misma edad está fijada en otros países que reciben colonos. Según he tenido ocasión de ver, en el libro que me ha presentado la comisaría general de inmigración, en la Nueva Zelandia es la mayor edad que se fija para que goce de estos beneficios.

12 Artículo 12: “Repútase inmigrante para los efectos de esta ley, a todo extranjero jor-nalero, artesano, industrial, agricultor o profesor, que, siendo menor de sesenta años y acreditando su moralidad y sus aptitudes, llegase a la república para establecerse en ella, en buques a vapor o vela, pagando pasaje de segunda o tercera clase, o teniendo el viaje pagado por cuenta de la nación, de las provincias o de las empresas particulares, protectoras de la inmigración y la colonización”.

106 | VII. Proyecto de ley de “InmIgracIón y colonIzacIón” (“ley aVellaneda”). 1876

Así es que la comisión no ha tenido inconveniente para aceptar este límite.

Sr. Cortés. — Yo, por mi parte, propondría a la comisión que suprima esta división que hace, de lo que se ha de reputar como inmigrante; hay muchas palabras inútiles.

Dice: «A todo extranjero, jornalero, etc.». Todo esto está de más; basta decir: «a todo extranjero que sea menor de sesenta años que llegase a la República Argentina», etc.

¿Por qué no se ha de reputar inmigrante a todo extranjero que venga con el propósito de trabajar y buscar su vida, teniendo aptitudes y moralidad, como dice el artículo? ¿Para qué esta clasificación que está de más y que no lo comprende todo? Porque yo podría citar casos que no están comprendi-dos aquí.

Después dice: «llegasen a la república para establecerse en ella», etc. Podría suprimirse esto también.

Sr. Frías (U.). — Pueden venir por tierra, pueden venir por Chile, de la república de Bolivia o del Brasil.

Sr. Cortés. — ¿De manera que llegados por tierra no tendrían los beneficios de la ley? Esto es absurdo.

Sr. Corvalán. — Por mi parte, no tengo inconveniente en aceptar la su-presión de estas palabras.

Sr. Oroño. — Lo mismo sería, señor presidente; alguna otra parte del mismo artículo dice: «pagando pasaje de segunda o tercera clase». ¿Qué le importa a la nación que paguen o no pasaje de segunda o tercera clase? Creo que está de más.

Sr. Cortés. — Respecto a la parte de este artículo cuya supresión propone el señor senador, lo que yo comprendo es esto; que la nación favorece a los inmigrantes pobres, dándoles ciertas ventajas; pero un hombre que viene pagando pasaje de primera clase, tiene recursos propios.

Sr. Oroño. — No dice eso el artículo.Sr. Cortés. — Porque, si por sí mismos pagan boleto de primera clase,

prueba que tienen recursos propios y no necesitan recursos de la nación.Sr. Oroño. — (Leyendo):«Repútese inmigrante para los efectos «de esta ley a todo extranjero jornalero, artesano, industrial, agricultor

o profesor,«que, siendo menor de sesenta años y acreditando su moralidad y sus

aptitudes, «llegase a la república para establecerse en ella, en buque a vapor o a vela, «pagando pasaje de segunda o tercera clase, o teniendo el viaje pagado

por

Inmigración y colonización. Los debates parlamentarios en el siglo xix | 107

«cuenta de la nación, de las provincias o de las empresas particulares, «protectoras de la inmigración y la colonización. Todos estos individuos tienen estos derechos.Sr. Cortés. — Ha leído equivocadamente; dice:«Pagando pasaje de segunda o tercera clase»; de consiguiente, es como

decía, si pagan boleto de primera clase, no se les acuerdan los beneficios de la ley, porque se les cree con capital propio.

Sr. Oroño. — Me parece que es el señor senador quien ha leído equivo-cadamente.

Sr. Frías (U.). — «Pagando pasaje de segunda o tercera clase», y es lo que ahora se observa también.

Sr. Oroño. — Sí, precisamente yo quiero comprender, entrando en el es-píritu del artículo, a todos los que vengan, en los beneficios de esta ley, sea que paguen pasaje de primera, segunda o tercera clase, porque es indiferente para el gobierno.

Entonces digo que está de más, porque viniendo al país pagando pasaje de segunda o tercera clase, o pagándose por cuenta del tesoro de la nación el pasaje de inmigrantes, siempre gozan de los beneficios del artículo que está más adelante.

Sr. Frías (U.). — ¿Y si vienen pagando pasaje de primera clase?Sr. Oroño. — Lo mismo.Sr. Frías (U.). — No, a esos sí los considera.Sr. Bustamante. — Esos son viajeros, según uno más adelante, –paseantes.Sr. Oroño. — Los viajeros son éstos: (Leyendo):«Las personas que estando en estas condiciones no quisiesen acogerse

a las«ventajas del título de inmigrantes, lo harán presente al tiempo de su

embarque«al capitán del buque, quién lo anotará en el diario de navegación, o a las«autoridades marítimas del puerto de desembarque, debiendo en estos

casos ser considerados como simples viajeros».Como simples viajeros que no quieran acogerse a los beneficios de esta

ley, pero cuando quieran acogerse, ya vengan pagando pasaje de tercera o de segunda clase, ya vengan por cuenta del gobierno nacional, tienen los beneficios.

Sr. Bustamante. — La cuestión no es ésta; la cuestión es si el pasajero de primera clase debe considerarse inmigrante, para los beneficios de esta ley.

Es claro que el que tiene recursos suficientes para pagar pasaje de pri-mera clase, no ha de venir a que el tesoro público lo mantenga en el hotel de inmigración y le dé trabajo.

Por eso es que no son inmigrantes, en concepto de esta ley.

108 | VII. Proyecto de ley de “InmIgracIón y colonIzacIón” (“ley aVellaneda”). 1876

Sr. Oroño. — No dice eso; está tan equivocado como el señor senador por Córdoba.

Sr. Cortés. — Yo encuentro muy equitativa la resolución del artículo, porque no siendo una cosa indeterminada nuestros recursos, debemos emplearlos con preferencia en los pobres, que en los viajeros que vienen con boleto de primera clase.

Sr. Argento. — Yo he de votar por el artículo, tal como viene, con un agre-gado o modificación que será aceptada, tal vez, y que viene a cambiar lo que dice el señor senador por Córdoba.

Yo propondría que después de decirse: «establecerse en ella», se agregara por tierra o en buques a vapor, etc., porque, de otro modo, este artículo vendría a regir sólo para los que vinieran por agua y no por tierra.

Ahora digo que es bueno también establecer aquí las condiciones que han de tener los inmigrantes, porque precisamente en esta ley se trata de evitar el abuso que hasta ahora ha habido, con la clase de inmigrantes que nos ha venido, entre los cuales hay saltimbanquis, organistas y toda esa clase de inmigración que la nación no va a proteger. En esta clasificación del artículo: jornalero, artesano, industrial, agricultor o profesor, están comprendidas todas las industrias, y todas las profesiones útiles que pueden traer los inmigrantes, y expresamente se ha puesto así, porque de otra manera, si se deja en una forma vaga, van a venir organistas, limpiabotas y tantas otras clases de gentes, que precisamente las queremos repeler y no traerlas; que no se puede designar aquí.

Sr. Presidente. — Se va a votar si está suficientemente discutido el artículo.— Se votó, y resultó afirmativo.Sr. Presidente. — Se va a votar el artículo como lo propone la comisión.Sr. Cortés. — Entendía que la comisión había aceptado la reforma.Sr. Presidente. — Uno de los miembros de la comisión la aceptó, pero los

otros dos insisten en que se vote el artículo como estaba propuesto.Sr. Corvalán. — Sí, señor.Sr. Argento. — Yo desearía que se votara por partes, para entonces pro-

poner una adición.Sr. Presidente. — Perfectamente, se votará por partes.Sr. Secretario. — (Leyendo): «Repútese inmigrante, para los efectos de

esta ley, a todo extranjero».—Se votó esta parte, y fue aprobada.Sr. Secretario. — «Jornalero, artesano, industrial, agricultor, o profesor».Sr. Presidente. — Se va a votar esta parte.—Se votó, y resultó afirmativa.Sr. Secretario. — «Que siendo menor «de sesenta años».— Se votó esta parte, y resultó afirmativa.

Inmigración y colonización. Los debates parlamentarios en el siglo xix | 109

Sr. Secretario. — «Y acreditando su «moralidad y sus aptitudes, llegase a la república para establecerse en ella».

—Se votó esta parte y resultó afirmativa.Sr. Secretario. — Aquí es donde propone su adición el señor senador.Sr. Argento. — Sí, señor: por tierra o en buques a vapor.Sr. Presidente. — Pero hay que votar antes como propone la comisión.Sr. Secretario. — «En buques a vapor «o a vela».—Se votó esta parte y resultó afirmativa.Sr. Secretario. — «Pagando pasaje de «segunda o tercera clase, o teniendo

el «viaje pago por cuenta de la nación, de «la provincia, o de empresas par-ticulares, «protectoras de la inmigración y de la colonización».

— Se votó esta parte, y fue aprobada,Como igualmente lo fue el artículo 13.

[...] Se leyó el artículo 15.13

Sr. Bustamante. — ¿Supongo que estas mujeres e hijos forman familia, que no vienen sueltas? No sé cómo la comisión explica este artículo.

Sr. Corvalán. — Los que vengan con la familia, tendrán las ventajas que establece el artículo.

Sr. Bustamante. — Las disposiciones del artículo anterior serán extensivas en cuanto fuesen aplicables a las mujeres e hijos de los inmigrantes, las que vengan con sus maridos, es claro.

Sr. García. — Si no viene con el marido no es inmigrante.Sr. Bustamante. — Por eso pedía explicaciones a la comisión.Sr. Argento. — No sé si este artículo se refiere a toda la familia de los

inmigrantes; a los varones chicos que vienen con sus padres, tienen que ser alojados, y pagárseles la comida. Si se refiere también a los que vienen con familia, porque hay muchos que vienen con familia chica.

Sr. Corvalán. — A todos.Sr. García. — La viuda que viene con su familia, puede pasar por inmi-

grante.Sr. Argento. — Pero la ley creo que no prevé este caso.Sr. Bustamante. — Parece que la comisión entiende que estos inmigrantes

que vienen con familia, es sólo inmigrante el varón o el marido que viene con ella: yo entiendo que el artículo no dice eso, y si tal dijese, no figuraría aquí esto: a la mujer e hija, que acrediten su moralidad y aptitudes industriales, puesto que las ha acreditado el hombre que las trae.

13 Artículo 15: “Las disposiciones del artículo anterior serán extensivas en cuanto fueren aplicables, a las mujeres e hijos de los inmigrantes, con tal que acreditasen su moralidad y aptitudes industriales, su fuesen adultos”.

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Así es que, a mi juicio, este artículo se refiere a las mujeres que vienen con hijos que forman familia, aparte de cuando el hombre representa la familia y toda la familia viene con él; pero viene una mujer que tiene hijos chicos y grandes, y dice: estoy en condiciones de inmigrante; entonces la ley se le aplica. Por eso me parece que se necesitaban algunas explicaciones, si no es la mujer e hijos del hombre que ha venido con ellos, si no las que vienen sin marido, y entonces sería necesario agregar que formen familia.

Sr. Cortés. — Si el señor senador quiere comprender a la viuda que viene con hijos, podría decirse los padres e hijos de los inmigrantes. En lo demás creo que el artículo está perfectamente: el objeto es favorecer a las familias que vienen formadas. Cuando habla de las mujeres e hijos, se entiende que vienen con sus hijos.

Sr. Bustamante. — Yo entiendo que el artículo quiere decir a las mujeres e hijos de los inmigrantes que no vienen con marido, o sin padre: mujeres o hijos formando familia. Se podría agregar esas palabras que formen fami-lia, y entonces la mujer representa la familia, la que forma cabeza; de otra manera no le encuentro aplicación alguna.

— Dado el punto por suficientemente discutido, se votó el artículo como lo proponía la comisióny fue aprobado por afirmativa de 11 votos. — El artículo 16 fue aprobado sin discusión.

Se leyó el 17.14

Sr. Oroño. — Este artículo, señor presidente, es tal vez uno de los más graves de este proyecto, porque impondría al país una obligación superior a sus medios y a los recursos con que actualmente cuenta. Se dice que abo-nará a los inmigrantes la diferencia del pasaje desde Europa a la República Argentina y el que se paga de Europa a Estados Unidos. Este gasto, señor, que no puede sujetarse a un cálculo seguro, porque el transporte de inmi-grantes varía según las circunstancias, debe sin embargo suponerse que no bajará de treinta o treinta y cinco pesos por persona, o, lo que es lo mismo, de un millón de pesos anuales, si es que la cifra no excede de veinte y cinco o treinta mil inmigrantes en cada año.

¿Podrá la nación hacer frente a este enorme gasto? ¿Puede el congreso calcular con más o menos precisión, lo que se va a gastar en este generoso ofrecimiento?

14 Artículo 17: “Los inmigrantes agricultores y mecánicos, procedentes de puertos euro-peos, que estuviesen en las condiciones necesarias de moralidad y competencia, tendrán derecho a la devolución de la diferencia del pasaje entre la república y los Estados Unidos con el puerto de su procedencia”.

Inmigración y colonización. Los debates parlamentarios en el siglo xix | 111

Es indudablemente conveniente emplear los medios posibles para fomentar la inmigración del norte de Europa; pero el estímulo que se les ofrece no es por sí sólo suficiente, porque el inmigrante del norte de Euro-pa va a los Estados Unidos, porque allí encuentra una segunda patria. Sus leyes, sus costumbres, la constitución de la familia, su idioma y hasta sus creencias, todo lo encuentra allí como en su país natal, sin otra diferencia que las producciones y el clima.

Nosotros no podemos todavía ofrecerles estos poderosos alicientes, por-que aunque en nuestras leyes escritas se consignan las mismas garantías, en las costumbres y en la práctica hallan una notable diferencia, porque la libertad en el derecho no es la misma que la libertad en los hechos.

¿Quién duda que sería conveniente aclimatar en nuestro suelo, esta raza viril e inteligente, que ha hecho la prosperidad de los Estados Unidos?

Es esta quizá una de las grandes conquistas a que debemos aspirar; y yo, señor presidente, no obstante los inconvenientes que he señalado, sería el primero en votar por este artículo, si estuviésemos en capacidad de cumplir lo que se ofrece. Pero aquí está la dificultad que no podemos disimularla, por-que, como legisladores, no debemos dejarnos llevar de ilusiones y esperanzas que no podrán realizarse sin el auxilio del dinero y de los medios indicados.

[...]La prudencia aconseja no ofrecer lo que no se puede cumplir, para no

caer en un desprestigio mayor comprometiendo el éxito de la inmigración.Si la inmigración que se dirige de preferencia a Estados Unidos, le acor-

damos estas ventajas, tenemos que hacer lo mismo con la que directamente se dirige a la república, y entonces salta de bulto la imposibilidad en que nos hallamos por la falta de medios morales, para estimular a los primeros y de los recursos materiales para ayudar a unos y a otros.

Podría demostrar, señor presidente, sin salir de la discusión en particu-lar de este proyecto de ley, la ineficacia de esta medida para fomentar la inmigración a la República Argentina, con lo que atestigua la experiencia y el tiempo transcurrido que lleva de existencia el gobierno federal. La in-migración espontánea, la inmigración atraída y establecida por empresas particulares, sin costo alguno para los gobiernos de la provincia o de la nación, es la que ha dado mayores resultados.

Tengo precisamente, señor presidente, en mis manos un dato muy inte-resante, que la cámara debe conocer, a lo menos es necesario que lo conozca.

La provincia de Santa Fe, que hasta ahora es la que ha descollado más en fomentar la inmigración y colonización, tiene 41 colonias. De estas sólo hay tres que han sido fundadas con la adjudicación de la tierra y con el apoyo del gobierno, la colonia Esperanza, la colonia San Urbano y la colonia San José de la Esquina.

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Hay nueve, a las que se les ha dado la tierra para su establecimiento, correspondiendo a los interesados o empresarios los demás gastos para su plantación; y hay 29, a las cuales el gobierno no les ha dado ni la tierra, ni un sólo peso; y son justamente las que están en mayor prosperidad y acre-centamiento. Este hecho no puede ser más elocuente, ni de una significación más acentuada, para probar lo que sostengo.

Me parece, pues, que en presencia de este argumento no se puede discutir cuál de los sistemas es mejor y más conveniente: si el de la inmigración es-pontánea, que viene a establecerse al país por su voluntad, estimulada sólo por las ventajas que les ofrece la fertilidad y las garantías que la constitución asegura; o la inmigración artificial, que nos obliga a hacer gastos enormes, para repetirlos cada año, si no queremos perderlo todo, plata y colonos, de-jándonos en recompensa el desierto que prometieron cultivar y poblar, como ha sucedido en Santa Fe, con varias colonias que se han intentado fundar por estos medios, ya porque no podía el gobierno continuar dándoles lo que necesitaban, o porque el lugar había sido mal elegido, inseguro y distante de los centros de consumo.

Sobre este punto debe también seriamente meditarse, porque de la elec-ción del lugar depende, en gran parte, el éxito de la colonización. –El esta-blecimiento de estos pequeños planteles de población en lugares apartados, aparte del peligro, tiene un inconveniente que se comprende fácilmente.

Encarecido el precio de transporte, por la distancia, los productos de esas colonias no pueden competir en el mercado con los productos de la misma clase de las colonias inmediatas a los ferrocarriles o a los ríos; por eso he dicho antes que es un error o una improvisación llevar la población extranjera a los desiertos. Si en los Estados Unidos se ha hecho esto en algunos puntos, es porque allí, a la par del equipaje del colono, iban los rieles del camino que les había de servir de vehículo y de trasporte.

Hay otra circunstancia más, sobre la cual creo oportuno llamar la aten-ción del senado.

Las colonias establecidas por empresas particulares, en Santa Fe, han producido este años 237, 184 fanegas de trigo. De éstas han cosechado 208, 302 fanegas de trigo las colonias espontáneas; el resto corresponde a las colonias que han recibido solamente la tierra.

Las colonias establecidas con la ayuda del gobierno, como la colonia San Urbano, San José de la Esquina y la colonia Esperanza, sólo han producido siete mil y tantas fanegas, lo que relativamente equivale a nada.

¿Qué valen estos datos, -datos oficiales tomados del informe de la comi-sión de inmigración y de los empleados de esa oficina? Prueban esto: -que no es este el estímulo que el inmigrante necesita, para establecerse en el país y para prosperar; que lo que necesita son garantías, son las ventajas de que

Inmigración y colonización. Los debates parlamentarios en el siglo xix | 113

gozarían por el hecho solo de que hicieran prácticos los principios liberales que consigna nuestra constitución, como consecuencia del reconocimiento de los derechos del hombre. Tal es el más poderoso y eficaz estímulo que necesita el colono para radicarse y prosperar en el país; y ¿podemos ofre-cerle esto? Indudablemente que sí; a lo menos hay una serie de artículos en nuestra constitución que consagran esa libertad y garantías para los hombres, y bastaría aplicarlas fielmente para atraer la inmigración; porque es natural que allí donde esa libertad sea más efectiva, allí será mayor la prosperidad de las colonias, o será más fácil la colonización del territorio, como, indudablemente, será más difícil conseguirse en aquellos puntos en donde esa libertad no sea una realidad. Donde no haya estas ventajas, cual-quiera que sea el estímulo que los gobiernos den para radicar la inmigración será inútil, porque no irá nadie a establecerse, como no ha ido a Méjico u a otros puntos, a pesar de las grandes promesas que se les hacen. Para mí es éste el secreto de la población, el medio eficiente y duradero; lo demás son palabras y palabras.

Por esta consideración, señor presidente, yo creo que este artículo, como todos los demás que se relacionan con gastos de trasporte para el inmigrante y sus sostenimiento en las colonias, deben suprimirse, porque estos gastos tienen por base el empleo de seis millones y la emisión de estos fondos en la discusión en general quedó resuelto que no se haría; de consiguiente, el gobierno no tiene, con sus rentas ordinarias, de qué disponer para estos gastos, que no bajarán de un millón de pesos en sólo la diferencia de pasaje entre la República Argentina y Europa y de Europa a Estados Unidos.

Sr. Corvalán. — Repito que no son de oportunidad estas objeciones que se hacen al proyecto en general; pero diré que estas medidas las hemos tomado de otras naciones que están facilitando pasaje a los inmigrantes para sus respectivos territorios. El Brasil, Venezuela y Chile tienen contratados sus buques para hacer el trasporte de inmigrantes y les adelantan el pasaje; en Europa, la Inglaterra y Francia, para sus respectivas colonias en América y Argelia, facilitan el viaje y dan otras ventajas a la inmigración, razón por la que ha disminuido la corriente de ella a nuestro territorio. Pero, como he dicho, no es aquí la oportunidad de discutir esto.

Aquí sólo se trata de establecer las condiciones de los inmigrantes que lleguen de Europa a la República Argentina.

Sr. Argento. — Sólo se refiere el artículo a los agricultores y mecánicos.Sr. Oroño. — ¿Todos los que vengan serán agricultores?Sr. Corvalán. — Más adelante contiene ese proyecto una disposición que

autoriza al gobierno a invertir hasta mil pesos fuertes en cada una de las familias de inmigrantes que él contrate, por medio de sus agentes en Europa, desde que reúnan las condiciones de moralidad y sean competentes en las

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industrias que se establecen en el artículo. De consiguiente, pasando esa disposición, como creo que lo tendrá que aceptar la cámara, podría muy bien suprimirse este artículo. Estando el poder ejecutivo autorizado para contra-tar el pasaje de estas familias, puede anticiparles la mitad o todo el pasaje, evitando sí las cuestiones que pudieran tener lugar por otros inmigrantes que viniesen sin contrato y pidieran la diferencia de pasajes de los Estados Unidos a la República Argentina, que es de alguna consideración, aunque no tanta como lo cree el señor senador por Santa Fe. Según he tenido oca-sión de informarme del mismo comisario de inmigración, creo que son de cincuenta a sesenta patacones a la República Argentina, pero que, haciendo contrato por grandes cantidades de inmigrantes, podría obtener hasta por cuarenta fuertes la conducción desde Europa hasta la República Argentina.

Repito, pues, que, como va a tener el gobierno autorización para invertir hasta mil pesos en cada familia de inmigrantes, que se encuentre en las condiciones que establece el artículo, no hay necesidad de este artículo. No sé si los demás miembros de la comisión aceptan la supresión.

Sr. Presidente. — Puesto que la comisión acepta, si no hay oposición, quedará suprimido.

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