hiperactividad ¿enfermedad inevitable o hÁbito adquirido

34
HIPERACTIVIDAD ¿ENFERMEDAD INEVITABLE O HÁBITO ADQUIRIDO? David Rabadà i Vives, Junta de Personal Docente (Generalitat de Catalunya) Joe Knobel Freud, Psicólogo Clínico (Espai Freud) Los síntomas centrales de trastorno, el TDAH, son la falta de autocontrol y atención del individuo, su incapacidad para finalizar las tareas y un nerviosismo generalizado. Para diagnosticarlo en casa se utiliza un test, el Cuestionario de Conducta de CONNERS, al que los padres deben responder marcando una casilla con un «nada», «poco», «bastante» o «mucho». Luego, y con las casillas marcadas, se computa el índice de hiperactividad. Las preguntas son: 1. Es impulsivo, irritable; 2. Es llorón/a; 3. Es más movido de lo normal; 4. No puede estarse quieto/a; 5. Es destructor (ropas, juguetes, otros objetos); 6. No acaba las cosas que empieza; 7. Se distrae fácilmente, tiene escasa atención; 8. Cambia bruscamente sus estados de ánimo; 9. Sus esfuerzos se frustran fácilmente; y 10. Suele molestar

Upload: gencat

Post on 29-Jan-2023

0 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

HIPERACTIVIDAD

¿ENFERMEDAD INEVITABLE O HÁBITO ADQUIRIDO?

David Rabadà i Vives, Junta de Personal Docente

(Generalitat de Catalunya)

Joe Knobel Freud, Psicólogo Clínico (Espai Freud)

Los síntomas centrales de trastorno, el TDAH,

son la falta de autocontrol y atención del

individuo, su incapacidad para finalizar las

tareas y un nerviosismo generalizado. Para

diagnosticarlo en casa se utiliza un test, el

Cuestionario de Conducta de CONNERS, al que los

padres deben responder marcando una casilla con un

«nada», «poco», «bastante» o «mucho». Luego, y con

las casillas marcadas, se computa el índice de

hiperactividad. Las preguntas son: 1. Es

impulsivo, irritable; 2. Es llorón/a; 3. Es más

movido de lo normal; 4. No puede estarse quieto/a;

5. Es destructor (ropas, juguetes, otros objetos);

6. No acaba las cosas que empieza; 7. Se distrae

fácilmente, tiene escasa atención; 8. Cambia

bruscamente sus estados de ánimo; 9. Sus esfuerzos

se frustran fácilmente; y 10. Suele molestar

frecuentemente a otros niños. Si a la mayoría de

preguntas la respuesta es afirmativa, el afectado

es considerado hiperactivo. Pero, ¿cuál fue la

causa? Para la mayoría de psiquiatras,

asociaciones de familias con hijos hiperactivos y

laboratorios farmacéuticos la causa es más

genética que adquirida, en cambio para muchos

psicólogos, neurobiólogos y docentes la causa es

más adquirida que genética. En ambos lados hay sus

excepciones, pero lo básico es que existen estas

dos tendencias para explicar el origen causal del

TDAH. Analicemos quien lleva más razón.

Si el test anterior, el Cuestionario de

Conducta de CONNERS, lo aplicamos a cualquier

infante menor de 5 años daría que todos los

humanos hemos sido hiperactivos alguna vez. Todos

los niños suelen ser movidos, dispersos y con bajo

nivel de autocontrol, algo que define la infancia

en si misma. Es más, resulta normal que un niño

sea inquieto, que se distraiga con el paso de una

mosca y que proteste ante una orden adulta.

Durante esta etapa debe aprender a controlarse

bajo los límites paternos. Si un chiquillo se

mueve cuando padece hambre, soledad, frío o sueño,

no se le diagnostica un TDAH sin más. Los adultos

atentos nos damos cuenta que el zagal se mueve por

falta de algo que el infante desea, un

comportamiento harto normal sin trastorno

neurológico alguno. Un humano maduro sabe, hasta

cierto límite, autocontrolarse si siente hambre,

soledad, frío o sueño, pero el crío todavía no ha

adquirido estos aprendizajes y ante cualquier

incomodidad se muestra inquieto y movido. Si el

entorno no educa en la espera, la calma y el

autocontrol ante el hambre, la soledad, el frío o

el sueño regalando de inmediato lo deseado por el

zagal, este jamás aprenderá a ganárselo con

paciencia, rutinas y esfuerzo.

Todo lo anterior nos lleva a pensar

inicialmente que el TDAH pudiera originarse no

como una enfermedad innata sino como un

aprendizaje equivocado. El test anterior sólo

describió la más temprana infancia que el niño no

ha sabido superar por falta de límites, premios y

atenciones. Si un zagal no aprende a

autocontrolarse y continua movido, disperso e

impulsivo como en su niñez innata, no lo es

básicamente por sus genes, lo es porque se le

educa bajo un entorno permisivo de lo inmediato.

Un ambiente acelerado en lo fácil y la

hiperestimulación con libre acceso a televisión,

Internet u otros deseos lleva a los niños hacia la

cultura del quiero y lo tengo con un clic

informático. En ello está el papel de los

educadores que deben poner límites adecuados.

Quizás la reciente sociedad permisiva explique la

epidemia de TDAH con cada vez más niños movidos y

sin autocontrol, zagales que simplemente llaman la

atención para que sus padres ausentes jueguen con

ellos, les marquen límites, les regalen estima o

no les hiperestimulen. Cabe añadir que en otras

patologías estudiantiles como dislexias, sorderas,

problemas de lateralidad o miopías, la anomalía

suele decretarse sin discrepancias entre los

especialistas. Ello sucede por dos razones,

existen pruebas clínicas que las detectan y los

individuos afectados suelen manifestar su problema

con claridad. Pero con la hiperactividad no hay

análisis médicos que la corroboren y al final todo

depende de un cuestionario y de la opinión de un

experto. El dictamen de éste es lo que decreta si

uno padece o no tal síndrome sin que haya datos

físicos o químicos al respecto, sólo opiniones. Se

insiste, el fallo del especialista surge de

observaciones y preguntas al aquejado y no de

prueba clínica alguna que demuestre la

hiperactividad. En este sentido las tomografías

cerebrales sólo muestran como funciona el cerebro

del afectado con TDAH, no la causa del trastorno.

Al ver las áreas cerebrales implicadas sólo vemos

como reaccionan las neuronas, pero con ello no

podemos discernir si tal actividad neuroquímica es

innata o adquirida.

Así pues, y sin pruebas de la causa real del TDAH,

se receta a los chavales fármacos para corregir

dicho trastorno. En ello algunos padres sienten un

mástil en donde aferrarse ante cualquier mal

resultado de su hijo, es decir, viven agazapados

al diagnóstico y ven a su hijo como a un enfermo

exigiendo una atención especial y una menor

exigencia. Muchos casos se han observado en donde

el escolar, y bajo la excusa del TDA con

hiperactividad, pasó a una hipoactividad, es decir,

no terminaba los ejercicios que el docente

preparaba con exclusividad para él, algo que

reducía tiempo de dedicación hacia la mayoría

restante de compañeros de clase. Se insiste, en un

TDAH no hay pruebas clínicas ni análisis químicos

que lo demuestren su causa, sólo son diagnósticos

basados en observaciones. Cada vez hay más

docentes que hablan de niños hiperactivos no como

enfermos, sino como alumnos a quien orientar.

Alberto Royo, presidente del Sindicato de

Profesores de Secundaria en Navarra, decía al

respecto en su blog: ¿No estaremos elevando a

rango de patología lo que es un rasgo de la

personalidad? ¿No llegará un momento en el que no

haya característica personal que no tenga su

correspondiente diagnóstico y tratamiento

diferenciado? ¿Realmente es positivo para estos

chicos “movidos”, “hiperactivos” o con “TDAH”

diferenciarles de los demás? Sócrates decía: "nada

resulta demasiado difícil para la juventud". ¿No

se lo estaremos poniendo nosotros demasiado fácil?

En noviembre de 2006, el congreso anual de la

Sociedad Española de Medicina de Familia y

Comunitaria denunció el riesgo que la industria

farmacéutica patentara nuevas enfermedades para

vender más medicamentos. La gran mayoría de los

síndromes psicológicos por aquel entonces

descritos resultaban procesos naturales que la

industria farmacéutica convertía en patologías con

el fin de colocar nuevos fármacos cuya utilidad

parecía, al menos, dudosa. El doctor Pablo Alonso,

médico del Centro Cochrane Iberoamericano, señaló

que así lo hacían algunas multinacionales

farmacéuticas. Alonso afirmaba que con ello se

lograba crear en los pacientes la falsa

expectativa de una salud perfecta sin esfuerzo

sintiéndose situaciones propias de la vida como

síndromes a tratar con fármacos. Así al cansancio

se le había llamado fatiga crónica; a la pereza de ir

a trabajar, síndrome vacacional; a la timidez, inhibición

social y al alumno inquieto y desatento, hiperactivo.

Según Alonso y otros científicos como Jörg Blench

y Ray Moynihan, todas aquellas situaciones eran

sensaciones que con esfuerzo se superaban, pero

que los placebos de las farmacéuticas hacían que

no se afrontasen y que se cayera en la debilidad

psicológica y la falta de esfuerzo ante cualquier

frustración de la vida. Jörg Blench en su libro

Cómo nos Convierten en Pacientes sacó a la luz el hecho

que ciertas farmacéuticas y grupos de médicos

patentaban nuevas enfermedades para crear un

negocio con los fármacos que las trataban. También

Ray Moynihan, científico australiano, pensaba

igual y añadía que se deberían deshacer los

intereses económicos que existían entre médicos y

farmacéuticas. Cabe añadir que las propias

farmacéuticas subvencionan congresos que

publicitan y promocionan fármacos para el TDAH.

Sirva de ejemplo el de Mayo de 2014 en Barcelona.

Durante los días 16, 17 y 18 de ese mes diferentes

multinacionales farmacéuticas sufragaron el 5º

Congreso Nacional sobre la Hiperactividad

celebrado en el CCIB de Barcelona con cabida para

700 asistentes. Allí se expusieron los últimos

avances en servicios y productos para el

tratamiento de la hiperactividad. La Presidenta

del Comité Organizador, Elena O’Callaghan, puso

como reclamo para el congreso la opinión del

profesor Miquel Casas, presidente también éste del

comité científico del congreso, quién afirmaba

que: todavía hay la falsa creencia que la mayoría de los trastornos

de la conducta tienen una componente educacional, y no es así.

La anterior afirmación significaba dos cosas.

La primera que todos los trastornos de conducta no

hallan relación con la educación y la segunda, que

en este congreso no se iban a exponer opiniones

diversas, sólo se iba a exponer una sola visión

sobre la hiperactividad, la de las multinacionales

farmacéuticas Janssen, Sandox y Shire que

subvencionaban el evento pero que también

fabricaban anfetaminas para los niños

hiperactivos, la de los laboratorios de

complementos dietéticos Ordesa y Viate que

sintetizan productos de parafarmacia para los

niños con TDAH, más otras organizaciones

psicopedagógicas y editoriales que apoyaban el

TDAH como un trastorno sin relación alguna con

malos hábitos educativos. Aunque lo paradójico fue

que el propio Departament d’Ensenyament de la

Generalitat catalana patrocinara también aquel

congreso que decía que la educación no tenía nada

que ver con las conductas adquiridas, un congreso

dirigido casi exclusivamente a estudiantes,

asociaciones de hiperactivos y familias a quienes

se les ofrecía todo tipo de facilidades en

desplazamientos de avión o de tren, en

alojamiento, en restauración y hasta descuentos en

tiendas, ¿que clase de congreso científico era

éste que pretendía que sus principales asistentes

fueran hijos, madres y padres pero no científicos,

médicos y psicólogos?, ¿no se trataría en conjunto

de una simple publicidad de las farmacéuticas y

laboratorios?, ¿de una propaganda cuyas

inscripciones oscilan entre los 50 hasta los 440

euros en función de si eras estudiante, asociado a

algún gremio del TDAH o miembro de familia

numerosa? En fin, si el psiquiatra que definió la

hiperactividad, Leon Eisenberg, dijo siete meses

antes de fallecer en 2009 que era una enfermedad

forzada, ¿cómo se entendía aquel 5º Congreso

Nacional sobre la Hiperactividad?

Con independencia de los congresos

publicitarios, los fármacos que se allí se

proponen suelen contener metilfenidato o

atomoxetina, anfetaminas psicoestimulantes que

calman a los estudiantes con TDAH pero que no

atajan la causa genética que estos expertos

defienden. Ya indicamos que para la mayoría de

psiquiatras, asociaciones de familias y

laboratorios farmacéuticos la causa era más

genética que adquirida, pero de hecho estos

fármacos corrigen la conducta más que la condición

innata del aquejado. Por otro lado no hay ningún

afectado del TDAH que supere su condición sin

terapias correctoras de hábitos. Y por último los

fármacos que se recetan para el TDAH provocan

efectos secundarios. Según la Agencia Española de

Medicamentos y Productos Sanitarios, los

medicamentos con metilfenidato producen

alteraciones cardiovasculares, psiquiátricas,

retardos en el crecimiento, insomnio, anorexia,

disminución del umbral convulsivo en pacientes con

historia de espasmos o con EEG anormal sin

ataques. Además tal tipo de anfetaminas han sido

prohibidas en Canadá y otros países por su

conocida potencialidad adictiva, un hecho que

deberían prohibir la administración de tales

drogas a niños menores de seis años y mucho menos

a estudiantes con tics (Síndrome de Gilles de la

Tourette) o en jóvenes psicóticos ya que aumenta

tal sintomatología.

En cuanto a la otra anfetamina, la

atomoxetina, ésta puede producir cambios en la

presión arterial, alteración cardiaca, pérdida de

peso, retardo en el crecimiento, síndromes

gripales, mareos, pérdida de conciencia, vómitos y

disminución del apetito. En fin, que una

medicación que produce efectos relajantes

inmediatos, pero sin esfuerzo del aquejado, se

cobra el precio de muchos efectos secundarios bajo

el riesgo de adicción psíquica y una quietud del

aquejado bajo una tristeza, insomnios y pérdidas

de hambre muy frecuentes. Cabe añadir que detrás

de muchas asociaciones de padres con hijos

hiperactivos se hallan algunos laboratorios

farmacéuticos. Quizás la tendencia y la necesidad

de resolver rápidamente cualquier problema

psíquico y educativo impulsa esta medicación

precoz.

Llegados a ese punto sobre la hiperactividad,

cabe hacerse la siguiente pregunta, si no existen

análisis clínicos para demostrar materialmente la

causa de la hiperactividad, ¿cómo sí se trata con

medicinas sin conocer su razón neuroquímica? Por

el contrario sí se han hallado actividades

anómalas en el neurocórtex cerebral en los

hiperactivos, pero ello no es debido a nada innato

sino a lo adquirido durante su educación. Esta

parte superficial de nuestro encéfalo responde a

lo aprendido y no a nuestros genes más primitivos

y heredados. El diagnóstico de hiperactividad, por

tanto, resulta algo muy ambiguo que podría

representar una simple excusa para justificar la

inconstancia en los deberes y el pago por

tratamientos farmacológicos. Antes, de este tipo

de alumnos se decía que les costaba trabajo estar

atentos pero que debían esforzarse, ahora se

afirma que son enfermos y que deben ser los

educadores quienes se esfuercen para que los

afectados no trabajen tanto. Tal perspectiva hace

que se trate a los hiperactivos como

incapacitados, algo nada estimulante para un

estudiante.

En la experiencia de muchos docentes se hallan

muchos alumnos con TDAH que una vez diagnosticados

su rendimiento cayó en picado. En ello cabe añadir

que muchos padres se creen en demasía la

hiperactividad como una enfermedad que

incapacitaba a su hijo, y no como algo quizá

adquirido. De esta forma, y si al presunto

hiperactivo se le dice y repite que padece un

TDAH, el chaval se cree incapacitado y acaba por

desarrollar otra anomalía, un QTTT, que trabaje tu tía.

Quizás ese nuevo trastorno, el QTTT, sea el origen

del infinitivo que mejor los describe, qatear. En

fin, que sin quererlo hemos hecho fracasar al

alumno bajo su nuevo QTTT algo que le ha

convertido en un cateto sin que él fuera culpable de

su inapetencia estudiantil.

A tenor de los últimos avances en neurobiología

parece que la hiperactividad sea una situación

normal a superar solo con esfuerzo y hábitos

familiares férreos, no con anfetaminas atontantes

que provocan dependencia, desmayos, quitan el

apetito y retrasan el crecimiento. Investigaciones

recientes han demostrado que en el aprendizaje la

atención influye más que la capacidad innata del

individuo, es decir que el entorno puede más que

la genética y que por tanto, la capacidad no es

innata. Si la hiperactividad hunde sus raíces en

lo adquirido, ésta pesa más que lo innato y por

tanto los malos hábitos la desatan y por el

contrario, los buenos la pueden desactivar. Muchos

educadores saben que una educación motivadora y

con retos, llamada estudio esforzado, crea chicos

brillantes con gran independencia del genoma

heredado. Estudios de neurociencia también afirman

que el ambiente afecta más que la genética en el

talento de los estudiantes. Un estudio efectuado

durante más de siete años sobre unos 2000 niños,

afirmaba que el entorno social y cultural ostenta

mayor influencia que la genética en sus CI o

coeficientes de inteligencia. El estudio se

realizó sobre una población estudiantil

afroamericana en seis barriadas distintas de la

ciudad de Chicago. Los resultados descubrieron

notables y pertinaces descensos en la destreza

verbal de los chicos ubicados en los barrios más

desfavorecidos. Para más información se puede

consultar por Internet, Proceedings of the National

Academy of Sciences USA del 19 de diciembre de 2007.

Añadamos a lo anterior que familias en donde se

practica el estudio esforzado crean alumnos sin

problemas educativos y sin hábitos hiperactivos.

Estos padres realizan prodigios con sus hijos

gracias a una gran dedicación y a un buen ideario

moral. La genética está allí, pero no para

creernos dirigidos por ella, sino para moldearla.

En el año 2006 la Cambridge University Press

publicó The Cambridge Handbook of Expertise and Expert

Performance donde K. Anders Ericsson, Paul J.

Feltovich, Robert R. Hoffman y Neil Charness

compilaban una serie de artículos y observaciones

que demostraban algo paradójico, que los expertos

no nacían, se hacían, es decir que los buenos

hábitos pueden despertar los buenos genes, las

capacidades innatas. Otra vez aquí, la educación

que motiva y pone retos a los hijos, estudio esforzado,

crea chicos brillantes, hasta niños prodigio.

Ejemplos de ello fueron Mozart en la música, Tiger

Woods en el golf y Judit Pólgár en el ajedrez.

Todos ellos recibieron una educación muy temprana

destinada a dominar cierta especialidad. Ello nos

vuelve a indicar que una educación bien dirigida

potencia las buenas capacidades innatas y reprime

hiperactividades y demás chacras. La idea que los

niños brillantes no nacen, se hacen, choca con

nuestra concepción determinista del tan de moda

genoma humano. Bajo este prisma, todo parece

contenido en los genes pero es la cultura quien

amasa el barro de nuestras capacidades innatas.

Heredamos potenciales gracias a nuestros

cromosomas pero bajo un buen influjo los buenos

llegan a fructificar, en caso contrario jamás se

aprovechan. Cómo decía Robert Skidelsky, miembro

de la Cámara de los Lores británica y profesor

emérito de Economía Política de la Universidad de

Warwick, nuestra naturaleza puede predisponernos a

aprender, pero lo que aprendemos depende de cómo

nos crían.

A tenor de otros descubrimientos en

neurobiología, los superdotados surgen más del

influjo familiar que no del genoma heredado, todo

lo contrario de lo que creen los padres agazapados

al diagnóstico de un TDAH. En marzo de 2007 la

investigadora del Centro de Regulación Genómica de

Barcelona, Mara Dierssen, declaraba que los modernos

estudios de neurociencia indicaban que el ambiente influía más que

la genética en el talento musical. Podía existir una predisposición

genética, pero cuando se estudiaban casos de gemelos univitelinos

que se habían criado en entornos diferentes, uno musical y el otro

no, se comprobaba que lo más influyente era el ambiente. Algo

parecido sucedía con los idiomas. Es decir, la genética

estaba siempre en un segundo plano con respecto a

los hábitos.

El ajedrecista Philip E. Ross, en el número de

septiembre de 2006 del Scientific American, escribía que

las pruebas de qué disponía la sicología indicaban que los expertos

no nacían, se hacían. Más todavía: la probada posibilidad de

convertir rápidamente un niño en un experto – en música, en

ajedrez y en otros muchos campos – planteaba un claro reto al

sistema educativo. ¿Sería posible hallar la forma de incitar a los

escolares al estudio esforzado que mejoraría su destreza lingüística

y aritmética? [...] En lugar de estar perpetuamente preguntándose

¿por qué no sabía leer el niño?, tal vez hubiera llegado el momento

de decirse ¿por qué había de haber algo que no pudiera aprender?”

La opinión anterior halló un respaldo

definitivo en invierno de 2008 cuando el

neurobiólogo Douglas Fields demostró que el

cerebro humano adquiría mayor potencial de

aprendizaje si desde pequeño uno se esforzaba o le

inducían a ello. De hecho, y desde el año 2005

existían trabajos de este autor en ese sentido.

Durante mucho tiempo se había considerado que la

sustancia blanca cerebral era menos útil que la

gris, de ahí la falsa expresión que los humanos

sólo utilizábamos una parte de todo nuestro

potencial encefálico. Ahora, y como se ha

demostrado, lo utilizamos todo. La sustancia gris

del cerebro corresponde a cuerpos neuronales

mientras que la blanca son axones recubiertos de

mielina. Pues bien, cuando nacemos nuestras

células cerebrales se hallan poco mielinizadas. El

ritmo y crecimiento de esta sustancia alrededor de

los axones influye en el aprendizaje, la

memorización, la inteligencia y el autocontrol,

todos antídotos de la hiperactividad. Lo más

curioso del caso es que el recubrimiento de

mielina es mayor en individuos que desde pequeños

fueron estimulados y educados bajo el esfuerzo.

Los estudios llevados a cabo por el equipo del

doctor Vincent J. Schmithorst del Hospital

Infantil de Cincinnati hallaron una correlación

directa entre el desarrollo de la sustancia blanca

cerebral, el cociente intelectual de los niños

estudiados y la ausencia de hiperactividad. Otras

investigaciones ponen de manifiesto que los niños

desatendidos por sus familias poseen un 17 % menos

de sustancia blanca en el cuerpo calloso que los

bien atendidos, algo que indica que los padres

ausentes son causa de TDAH en su descendencia. En

resumen, que la experiencia influye en la

mielinización, y esta en la inteligencia del

individuo. Si queremos que un zagal alcance un

nivel elevado de inteligencia, debe empezar a

ejercitarla desde edades muy tempranas. El doctor

Douglas Fields escribía lo siguiente en el número

de abril de 2008 del Scientific American, “el cerebro que

poseemos hoy lo construimos al interaccionar con el entorno

mientras crecemos y nuestras conexiones neuronales comienzan a

mielinizarse”. Se insiste por tanto que el esfuerzo

cuenta más que la capacidad innata y que el TDAH

puede evitarse con ello. Si se dan las condiciones

para que el alumno se sienta empujado hacia el

esfuerzo todo fluye hacia el éxito. Si existen

buenos docentes, un ambiente social y familia

comprometidos, más unas leyes exigentes en los

currículos, el esfuerzo aparece y con él la mayor

fijación de mielina en los axones neuronales, algo

que conlleva una mayor capacidad memorística y a

un mayor número de conocimientos y descubrimientos

con su placer intelectual y motivación

incorporados, algo que nos lleva de nuevo al

esfuerzo cerrando un bucle que se retroalimenta

positivamente para crecer y crecer sin TDAH

alguno. De ahí los resultados del equipo del

doctor Schmithorst en el Hospital Infantil de

Cincinnati, de ahí que a más esfuerzo, más mielina

y mayor cociente intelectual de los niños.

En resumidas cuentas, y aportadas todas las

informaciones anteriores, se debe afirmar que la

inteligencia y la concentración se posee si se

trabaja, como también se adquiere la

hiperactividad si un mal hábito la condiciona. El

TDAH resulta pues un potencial despertado por unas

costumbres erróneas que en breve detallaremos,

pero jamás un destino determinado por nuestros

genes. Por tanto, para reconducir una

hiperactividad por buen camino habrá que evitar

tales males prácticas potenciando sus contrarias.

Lo curioso del caso, y una vez diagnosticada la

hiperactividad, es que hay dos opciones para

comunicarla a los padres. La primera, como un mal

hábito que la provocó, por tanto la solución

debería ser corregir el mal hábito. La segunda,

afirmar que el lechón padece una enfermedad, un

TDAH, y recetar fármacos al respecto. Si el

estudio esforzado demostró su efectividad para

despertar inteligencias innatas, ¿por qué no

probar lo mismo para resolver la hiperactividad?

Muchos docentes afirman que con la reforma la

cultura del esfuerzo cayó en picado, ¿y si por

culpa de eso, más unos malos hábitos, se daba la

actual epidemia de hiperactividad? Si analizamos

las malas costumbres que causan un TDAH se da una

respuesta clara a lo anterior.

El primer dato nos lo ofrecieron unos estudios

médicos en octubre de 2007 presentados en

Barcelona durante un congreso de medicina sobre el

sueño. Según estos, el 15 % de los niños llamados

hiperactivos, en realidad padecían trastornos de

sueño. Así lo indicaban los especialistas Gonzalo

Pin del Hospital Quirón de Valencia, y Milagros

Merino del Hospital La Paz de Madrid. El pequeño

que dormía mal, al día siguiente mostraba conducta

irritable, pérdida de concentración, bajo

autocontrol y disminución del rendimiento escolar.

Por esos signos se le clasificaba como hiperactivo

al ser síntomas del TDAH. Sólo con cambiar sus

pautas de sueño se corregía la supuesta

hiperactividad. Estos malos hábitos se adquirían

durante los primeros años de vida. Los médicos

afirman que a partir de los siete meses se debe

enseñar a dormir bien a los lechones. Los padres

deben relajar a su hijo para que se duerma.

Rutinas de horario fijas, dietas suaves y sin

azúcares excesivos en la cena, actividades

relajantes al anochecer, obligación de dormir

solos en una habitación tranquila, son las

recomendaciones más comunes que se dan para evitar

el trastorno del sueño y con él, posibles y fatuas

hiperactividades futuras. En fin, que malos

hábitos y no una enfermedad, causan el 15 % de los

TDAH diagnosticados.

El segundo mal hábito provino de un estudio

sobre alimentación. En setiembre de 2007 la

Autoridad Europea de Seguridad, EFSA en sus siglas

en inglés, dijo que analizaría si algunos aditivos

y colorantes usados en dulces y refrescos

azucarados podían inducir al TDAH. Trabajos en la

Universidad de Southampton así lo parecían

indicar. Los autores de dichos trabajos relacionan

la hiperactividad con predisposiciones genéticas y

malos hábitos educacionales. El estudio publicado en la

revista The Lancet, constataba que los niños que

habían consumido hidratos de carbono con ciertos

aditivos mostraban comportamientos bulliciosos y

pérdida de concentración algo superiores a los que

no lo hacían. Deberíamos recordar que un exceso de

calorías de fácil asimilación como son los

azúcares, incentiva esa ligera subida del bullicio

en un grupo de alumnos. Por otro lado, en los

consejos dados anteriormente para evitar el

trastorno del sueño, quedaba claro que una dieta

con exceso de hidratos de carbono activa de noche

al escolar y no le permite dormir plácidamente,

algo que puede desatar el fatuo TDAH por la

mañana.

El tercer dato fue la ausencia de la cultura

del esfuerzo. En esto hay testimonios muy

reveladores, los propios escolares diagnosticados

de hiperactividad. La mayoría de ellos reconocen

que aprovechan la supuesta enfermedad como excusa

para hacer lo que les da la gana, es decir, no

estudiar. Sirva la siguiente redacción de un

escolar de 14 años con TDAH y los hechos hablan

por si mismos. Las faltas de ortografía y sintaxis

fueron, por dignidad, corregidas.

<<Cuando llego a clase sólo me apetece fastidiar, faltar al profesor

y hablar lo que me venga en gana. Esto me molesta porque no me

puedo controlar (en las clases de docentes que

imponían límites sí se comportaba) y siempre me

expulsan, me ponen mala nota y me imponen faltas. Los médicos

dicen que eso se llama hiperactividad y me han dado pastillas a

punta pala y me han hecho asistir a terapias que sólo han servido

para sacar dinero a mis padres. De hecho, lo que simplemente me

pasa es que quiero hacer lo que me de la gana (algo que le

ocurre a todo el mundo y en especial a cualquier

niño sin límites), y como en el colegio no me lo permiten

(pero sus padres sí), hago ruido y escándalo para poder

salirme con la mía (costumbre adquirida ya que el

padre confesó que jamás le había castigado). Yo soy

un pájaro libre que quiere volar pero que está en una jaula en clase

y no le dejan hacer lo que sí puede fuera del colegio (días antes

los padres se quejaron de los profesores del

centro porque según su hijo lo estaban acosando,

una excusa con la cual el alumno logró convencer a

sus padres para que le justificaran)>>

Claro está que el alumno sufría de una falta

de hábitos en el autocontrol y no de una

enfermedad llamada TDAH, una patología que había

sido diagnosticada por varios especialistas en

primaria y tratada con toda clase de fármacos

durante secundaria. Si a ello sumamos el error de

explicar al alumno que padece una enfermedad, algo

no cierto, y que por ello se le rebajan los

contenidos, el adolescente se acostumbra a

trabajar menos y a caer en un pozo de inactividad,

algo que así me confesó en privado este alumno. En

fin, que se debió pensar que la hiperactividad no

era una mancha de serie imborrable, sino

simplemente algo que unas malas rutinas, falta de

límites y bajas atenciones paternas despertaron

del letargo interno. No parece aconsejable que

algunos docentes y psicólogos defiendan explicarle

al escolar que padece de TDAH y que para ello se

le reduzca el grado de exigencia escolar. Eso

equivale a estafarle con una educación

descafeinada. Por desgracia muchos padres aceptan

el diagnóstico del TDAH como una enfermedad que

les consuela, una etiqueta que les aleja de

cualquier sensación de culpabilidad: la culpa no

fue nuestra, fue de nuestros genes.

Un cuarto factor causante de la hiperactividad

es la falta de pautas en orden, disciplina y

premios, en fin, escuchar y atender al infante.

Mejor regalarle tiempo de juego, límites y cariño

que no móviles, consolas y ordenadores para que no

moleste. Un zagal abandonado por unos padres

ausentes no llega a desarrollar sus capacidades de

autocontrol y concentración que luego el TDAH

justifica. La relación entre mentores que no

castigan y no premian al infante más una ausencia

de rutinas en comidas, deberes y sueño hallan una

clara relación con el TDAH. Sin orden, ni juegos,

ni disciplina aumenta la impulsividad del rapaz y por

tanto su incapacidad de autocontrol y de

concentrarse. En eso resulta muy importante, y

para evitar la hiperactividad, que se enseñe a los

chiquillos a esperar, no todo debe ser inmediato

como el clic en un ordenador o el sí de unos

padres ante un revolcón llorón de su cachorro. Un

estudio de la facultad de Psicología de la URV,

Universidad Rovira i Virgili de Tarragona,

demostró que la impulsividad adquirida, que no

innata, está implicada en el TDAH y la violencia,

es decir, que cualquier entorno que promueva la

ausencia de control anima a la aparición de la

hiperactividad y agresividad. La doctora en

sicología, Fàbia Morales, así lo indicaba en su

tesis doctoral en enero de 2008. Para los

psicólogos Eduard Vieta, profesor de la UB, y

Mercè Mitjavila, profesora de la UAB, la educación

de los hábitos resulta crucial para prevenir la

impulsividad y sus actos violentos. Así lo

declaraban en La Vanguardia en mayo de 2014. Cabe

añadir que en enero de ese mismo año el psicólogo

clínico, Joseph Knobel Freud, escribía en la

prestigiosa revista Unicamp de la Universidad

Estadual de Campinas, Sao Paulo, Brasil, que: el

trastorno por déficit de atención con

hiperactividad (TDAH) se está diagnosticando

muchísimo. Si hiciéramos caso a las estadísticas,

nos encontraríamos ante una auténtica epidemia.

Pero, en mi opinión, este trastorno no existe.

Añadía Knobel que el TDAH estigmatiza al niño

al hacerle sentirse un enfermo, algo que reduce su

complejidad a un paradigma simplificador, el TDAH,

bajo un "déficit" neurológico. Además ahora se

sabe que el psiquiatra Leon Eisenberg, el que

descubrió el trastorno de déficit de atención e

hiperactividad, confesó siete meses antes de

fallecer en 2009 que el TDAH era una enfermedad

forzada.

En resumen, y si ahora se suman todos los

malos hábitos anteriores como trastornos del

sueño, abuso de azúcares, ausencia de rutinas,

ausencia del esfuerzo, ausencia de disciplina,

padres ausentes y la impulsividad que conlleva,

parece obvio que la hiperactividad resulta algo

adquirido y no una enfermedad a tratar con

psicotrópicos. Niños que viven conectados más

consigo mismos que con el exterior, niños que

buscan el afecto de sus mayores pero que no lo

hallan, niños que desean ser tan mirados pero que

no saben fijar su atención hacia su entorno, niños

hiperestimulados por móviles, pantallas y juegos

automáticos pero que no conciben la realidad

tangible y manual de lo creativo en tres

dimensiones, niños que se les regala el camino

fácil ante las dificultades exteriores, niños

tristes ante unos adultos que le restan

importancia a su languidez, niños desatendidos

pero muy imaginativos para huir de una realidad

familiar no deseada, niños que bajo una situación

de violencia no superada adquieren una capacidad

de alerta continua que les bloquea su atención,

niños hipersexualizados por padres y entorno pero

que todavía no pueden descargar su excitación como

los adultos, niños que no se les enseñó en su

momento a dormir solos y niños que no se les

brinda tiempo de interacción con sus padres

durante comidas, encuentros y conversaciones,

forman todo el corolario de hiperactivos que no

soportan el fracaso de la realidad y desatienden

su atención hacia esta. Ante todos estos datos ya

no se puede decir este niño tiene hiperactividad,

sentencia para siempre, sino que debe decirse este

zagal, y en ante estas causas temporales, se

comporta de esta manera. Por tanto, para evitarla

y corregirla se debe aplicar lo contrario a su

causa, sus antídotos: pautas correctas para el

sueño, baja ingestión de glúcidos antes del sueño,

rutinas diarias en comidas, momentos lúdicos e

interacciones con sus responsables, horas de

estudio, cultura del esfuerzo, disciplina y

atención familiar para reducir con todo ello la

impulsividad y su consecuencia, la hiperactividad.

A mayor disciplina, mayor esfuerzo invertido, lo

que aumenta la fortaleza del zagal y reduce su

nivel de frustración e impulsividad, algo que nos

lleva de nuevo a la autodisciplina, un pez que se

muerde la cola y aumenta más y más a cada vuelta

rescatando de su hiperactividad al escolar. En

caso contrario, y si un educador le insiste que

hay que priorizar los fármacos a los hábitos

correctores, le está haciendo un flaco favor a su

hijo al tratar la hiperactividad como una

enfermedad paralizante y no como una situación a

superar. Sería como si a alguien olvidadizo por no

utilizar la agenda se le recetaran pastillas bajo

un síndrome del despiste. Para curarse el

individuo primeramente debería no creerse un

enfermo y luego unas dosis de voluntad, un buen

uso de la agenda y más esfuerzo por su parte. Pero

si este sujeto cayera en manos de un mal

facultativo, éste le podría hacer creer que padece

un trastorno de la memoria con despiste agudo a

tratar con pastillas de glucosa con cafeína, algo

que todos los estudiantes siempre utilizaron para

mejorar su memoria, y con una agenda de regalo.

Convertir a un alumno, o a alguien, en un

enfermo significaba transmutarlo en un inválido

intelectual, alguien que luego es incapaz de

superar con su propio esfuerzo el mal hábito

adquirido y que espera que los fármacos le

resuelvan el problema. La hiperactividad parece

hallarse en esa categoría. Recuérdese que una

enfermedad no suele ser una elección, en cambio un

hábito sí. Más de dos horas entre deberes y

estudio diarios debieron ser praxis normales para

cultivar todo el potencial de cualquier

estudiante. En caso contrario, se están

desaprovechando sus capacidades.

En resumidas cuentas, entorno y genética

siempre fueron dos partes inherentes de la especie

humana difíciles de separar, sin cultura no nos

hacemos humanos pero sin base innata no habría un

ser para ser educado. El límite entre la una y la

otra siempre suscitó miles de debates científicos

y filosóficos. Quizás fue nuestra obsesión por

clasificar las cosas el error. Jamás existieron en

nosotros dos entidades claramente diferenciadas

como cultura y biología, simplemente los humanos

somos las dos cosas a la vez. Nacemos con

potenciales que yacen dormidos hasta que nuestros

hábitos los activan o los reprimen, pero son

nuestras conductas, y no nuestros genes, quienes

mandan más en ello. Como decía Kant, nos hacemos

humanos al ser educados por otros humanos

educados. Así pues, nuestro entorno y cultura

afectan nuestras predisposiciones genéticas,

cierto, pero depende de nosotros potenciar la

inteligencia o reprimir la hiperactividad. ¿Qué

decir pues de la hiperactividad? Pues que sí, que

existe, pero con dos matices. El primero es que

hay decenas de causas diferentes que provocan el

TDAH y la segunda es que la inmensa mayoría de

ellas no son cien por cien innatas sino malos

hábitos educativos. El TDAH no es una enfermedad,

simplemente suele provenir de un mal hábito

inducido, y como errónea costumbre adquirida,

puede resolverse con rutinas y esfuerzo diario.

Los fármacos puede que ayuden puntualmente pero

sin un cambio de hábitos la cosa irá para largo y

el alumno acabará adicto a las anfetaminas. Todos

los datos médicos anteriores así lo indican. En

fin, lo padres no deben creerse esclavos de ningún

diagnóstico que influya limitando las

posibilidades de su hijo. La hiperactividad no es

una lacra, simplemente es un mal a corregir.