hiperactividad ¿enfermedad inevitable o hÁbito adquirido
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HIPERACTIVIDAD
¿ENFERMEDAD INEVITABLE O HÁBITO ADQUIRIDO?
David Rabadà i Vives, Junta de Personal Docente
(Generalitat de Catalunya)
Joe Knobel Freud, Psicólogo Clínico (Espai Freud)
Los síntomas centrales de trastorno, el TDAH,
son la falta de autocontrol y atención del
individuo, su incapacidad para finalizar las
tareas y un nerviosismo generalizado. Para
diagnosticarlo en casa se utiliza un test, el
Cuestionario de Conducta de CONNERS, al que los
padres deben responder marcando una casilla con un
«nada», «poco», «bastante» o «mucho». Luego, y con
las casillas marcadas, se computa el índice de
hiperactividad. Las preguntas son: 1. Es
impulsivo, irritable; 2. Es llorón/a; 3. Es más
movido de lo normal; 4. No puede estarse quieto/a;
5. Es destructor (ropas, juguetes, otros objetos);
6. No acaba las cosas que empieza; 7. Se distrae
fácilmente, tiene escasa atención; 8. Cambia
bruscamente sus estados de ánimo; 9. Sus esfuerzos
se frustran fácilmente; y 10. Suele molestar
frecuentemente a otros niños. Si a la mayoría de
preguntas la respuesta es afirmativa, el afectado
es considerado hiperactivo. Pero, ¿cuál fue la
causa? Para la mayoría de psiquiatras,
asociaciones de familias con hijos hiperactivos y
laboratorios farmacéuticos la causa es más
genética que adquirida, en cambio para muchos
psicólogos, neurobiólogos y docentes la causa es
más adquirida que genética. En ambos lados hay sus
excepciones, pero lo básico es que existen estas
dos tendencias para explicar el origen causal del
TDAH. Analicemos quien lleva más razón.
Si el test anterior, el Cuestionario de
Conducta de CONNERS, lo aplicamos a cualquier
infante menor de 5 años daría que todos los
humanos hemos sido hiperactivos alguna vez. Todos
los niños suelen ser movidos, dispersos y con bajo
nivel de autocontrol, algo que define la infancia
en si misma. Es más, resulta normal que un niño
sea inquieto, que se distraiga con el paso de una
mosca y que proteste ante una orden adulta.
Durante esta etapa debe aprender a controlarse
bajo los límites paternos. Si un chiquillo se
mueve cuando padece hambre, soledad, frío o sueño,
no se le diagnostica un TDAH sin más. Los adultos
atentos nos damos cuenta que el zagal se mueve por
falta de algo que el infante desea, un
comportamiento harto normal sin trastorno
neurológico alguno. Un humano maduro sabe, hasta
cierto límite, autocontrolarse si siente hambre,
soledad, frío o sueño, pero el crío todavía no ha
adquirido estos aprendizajes y ante cualquier
incomodidad se muestra inquieto y movido. Si el
entorno no educa en la espera, la calma y el
autocontrol ante el hambre, la soledad, el frío o
el sueño regalando de inmediato lo deseado por el
zagal, este jamás aprenderá a ganárselo con
paciencia, rutinas y esfuerzo.
Todo lo anterior nos lleva a pensar
inicialmente que el TDAH pudiera originarse no
como una enfermedad innata sino como un
aprendizaje equivocado. El test anterior sólo
describió la más temprana infancia que el niño no
ha sabido superar por falta de límites, premios y
atenciones. Si un zagal no aprende a
autocontrolarse y continua movido, disperso e
impulsivo como en su niñez innata, no lo es
básicamente por sus genes, lo es porque se le
educa bajo un entorno permisivo de lo inmediato.
Un ambiente acelerado en lo fácil y la
hiperestimulación con libre acceso a televisión,
Internet u otros deseos lleva a los niños hacia la
cultura del quiero y lo tengo con un clic
informático. En ello está el papel de los
educadores que deben poner límites adecuados.
Quizás la reciente sociedad permisiva explique la
epidemia de TDAH con cada vez más niños movidos y
sin autocontrol, zagales que simplemente llaman la
atención para que sus padres ausentes jueguen con
ellos, les marquen límites, les regalen estima o
no les hiperestimulen. Cabe añadir que en otras
patologías estudiantiles como dislexias, sorderas,
problemas de lateralidad o miopías, la anomalía
suele decretarse sin discrepancias entre los
especialistas. Ello sucede por dos razones,
existen pruebas clínicas que las detectan y los
individuos afectados suelen manifestar su problema
con claridad. Pero con la hiperactividad no hay
análisis médicos que la corroboren y al final todo
depende de un cuestionario y de la opinión de un
experto. El dictamen de éste es lo que decreta si
uno padece o no tal síndrome sin que haya datos
físicos o químicos al respecto, sólo opiniones. Se
insiste, el fallo del especialista surge de
observaciones y preguntas al aquejado y no de
prueba clínica alguna que demuestre la
hiperactividad. En este sentido las tomografías
cerebrales sólo muestran como funciona el cerebro
del afectado con TDAH, no la causa del trastorno.
Al ver las áreas cerebrales implicadas sólo vemos
como reaccionan las neuronas, pero con ello no
podemos discernir si tal actividad neuroquímica es
innata o adquirida.
Así pues, y sin pruebas de la causa real del TDAH,
se receta a los chavales fármacos para corregir
dicho trastorno. En ello algunos padres sienten un
mástil en donde aferrarse ante cualquier mal
resultado de su hijo, es decir, viven agazapados
al diagnóstico y ven a su hijo como a un enfermo
exigiendo una atención especial y una menor
exigencia. Muchos casos se han observado en donde
el escolar, y bajo la excusa del TDA con
hiperactividad, pasó a una hipoactividad, es decir,
no terminaba los ejercicios que el docente
preparaba con exclusividad para él, algo que
reducía tiempo de dedicación hacia la mayoría
restante de compañeros de clase. Se insiste, en un
TDAH no hay pruebas clínicas ni análisis químicos
que lo demuestren su causa, sólo son diagnósticos
basados en observaciones. Cada vez hay más
docentes que hablan de niños hiperactivos no como
enfermos, sino como alumnos a quien orientar.
Alberto Royo, presidente del Sindicato de
Profesores de Secundaria en Navarra, decía al
respecto en su blog: ¿No estaremos elevando a
rango de patología lo que es un rasgo de la
personalidad? ¿No llegará un momento en el que no
haya característica personal que no tenga su
correspondiente diagnóstico y tratamiento
diferenciado? ¿Realmente es positivo para estos
chicos “movidos”, “hiperactivos” o con “TDAH”
diferenciarles de los demás? Sócrates decía: "nada
resulta demasiado difícil para la juventud". ¿No
se lo estaremos poniendo nosotros demasiado fácil?
En noviembre de 2006, el congreso anual de la
Sociedad Española de Medicina de Familia y
Comunitaria denunció el riesgo que la industria
farmacéutica patentara nuevas enfermedades para
vender más medicamentos. La gran mayoría de los
síndromes psicológicos por aquel entonces
descritos resultaban procesos naturales que la
industria farmacéutica convertía en patologías con
el fin de colocar nuevos fármacos cuya utilidad
parecía, al menos, dudosa. El doctor Pablo Alonso,
médico del Centro Cochrane Iberoamericano, señaló
que así lo hacían algunas multinacionales
farmacéuticas. Alonso afirmaba que con ello se
lograba crear en los pacientes la falsa
expectativa de una salud perfecta sin esfuerzo
sintiéndose situaciones propias de la vida como
síndromes a tratar con fármacos. Así al cansancio
se le había llamado fatiga crónica; a la pereza de ir
a trabajar, síndrome vacacional; a la timidez, inhibición
social y al alumno inquieto y desatento, hiperactivo.
Según Alonso y otros científicos como Jörg Blench
y Ray Moynihan, todas aquellas situaciones eran
sensaciones que con esfuerzo se superaban, pero
que los placebos de las farmacéuticas hacían que
no se afrontasen y que se cayera en la debilidad
psicológica y la falta de esfuerzo ante cualquier
frustración de la vida. Jörg Blench en su libro
Cómo nos Convierten en Pacientes sacó a la luz el hecho
que ciertas farmacéuticas y grupos de médicos
patentaban nuevas enfermedades para crear un
negocio con los fármacos que las trataban. También
Ray Moynihan, científico australiano, pensaba
igual y añadía que se deberían deshacer los
intereses económicos que existían entre médicos y
farmacéuticas. Cabe añadir que las propias
farmacéuticas subvencionan congresos que
publicitan y promocionan fármacos para el TDAH.
Sirva de ejemplo el de Mayo de 2014 en Barcelona.
Durante los días 16, 17 y 18 de ese mes diferentes
multinacionales farmacéuticas sufragaron el 5º
Congreso Nacional sobre la Hiperactividad
celebrado en el CCIB de Barcelona con cabida para
700 asistentes. Allí se expusieron los últimos
avances en servicios y productos para el
tratamiento de la hiperactividad. La Presidenta
del Comité Organizador, Elena O’Callaghan, puso
como reclamo para el congreso la opinión del
profesor Miquel Casas, presidente también éste del
comité científico del congreso, quién afirmaba
que: todavía hay la falsa creencia que la mayoría de los trastornos
de la conducta tienen una componente educacional, y no es así.
La anterior afirmación significaba dos cosas.
La primera que todos los trastornos de conducta no
hallan relación con la educación y la segunda, que
en este congreso no se iban a exponer opiniones
diversas, sólo se iba a exponer una sola visión
sobre la hiperactividad, la de las multinacionales
farmacéuticas Janssen, Sandox y Shire que
subvencionaban el evento pero que también
fabricaban anfetaminas para los niños
hiperactivos, la de los laboratorios de
complementos dietéticos Ordesa y Viate que
sintetizan productos de parafarmacia para los
niños con TDAH, más otras organizaciones
psicopedagógicas y editoriales que apoyaban el
TDAH como un trastorno sin relación alguna con
malos hábitos educativos. Aunque lo paradójico fue
que el propio Departament d’Ensenyament de la
Generalitat catalana patrocinara también aquel
congreso que decía que la educación no tenía nada
que ver con las conductas adquiridas, un congreso
dirigido casi exclusivamente a estudiantes,
asociaciones de hiperactivos y familias a quienes
se les ofrecía todo tipo de facilidades en
desplazamientos de avión o de tren, en
alojamiento, en restauración y hasta descuentos en
tiendas, ¿que clase de congreso científico era
éste que pretendía que sus principales asistentes
fueran hijos, madres y padres pero no científicos,
médicos y psicólogos?, ¿no se trataría en conjunto
de una simple publicidad de las farmacéuticas y
laboratorios?, ¿de una propaganda cuyas
inscripciones oscilan entre los 50 hasta los 440
euros en función de si eras estudiante, asociado a
algún gremio del TDAH o miembro de familia
numerosa? En fin, si el psiquiatra que definió la
hiperactividad, Leon Eisenberg, dijo siete meses
antes de fallecer en 2009 que era una enfermedad
forzada, ¿cómo se entendía aquel 5º Congreso
Nacional sobre la Hiperactividad?
Con independencia de los congresos
publicitarios, los fármacos que se allí se
proponen suelen contener metilfenidato o
atomoxetina, anfetaminas psicoestimulantes que
calman a los estudiantes con TDAH pero que no
atajan la causa genética que estos expertos
defienden. Ya indicamos que para la mayoría de
psiquiatras, asociaciones de familias y
laboratorios farmacéuticos la causa era más
genética que adquirida, pero de hecho estos
fármacos corrigen la conducta más que la condición
innata del aquejado. Por otro lado no hay ningún
afectado del TDAH que supere su condición sin
terapias correctoras de hábitos. Y por último los
fármacos que se recetan para el TDAH provocan
efectos secundarios. Según la Agencia Española de
Medicamentos y Productos Sanitarios, los
medicamentos con metilfenidato producen
alteraciones cardiovasculares, psiquiátricas,
retardos en el crecimiento, insomnio, anorexia,
disminución del umbral convulsivo en pacientes con
historia de espasmos o con EEG anormal sin
ataques. Además tal tipo de anfetaminas han sido
prohibidas en Canadá y otros países por su
conocida potencialidad adictiva, un hecho que
deberían prohibir la administración de tales
drogas a niños menores de seis años y mucho menos
a estudiantes con tics (Síndrome de Gilles de la
Tourette) o en jóvenes psicóticos ya que aumenta
tal sintomatología.
En cuanto a la otra anfetamina, la
atomoxetina, ésta puede producir cambios en la
presión arterial, alteración cardiaca, pérdida de
peso, retardo en el crecimiento, síndromes
gripales, mareos, pérdida de conciencia, vómitos y
disminución del apetito. En fin, que una
medicación que produce efectos relajantes
inmediatos, pero sin esfuerzo del aquejado, se
cobra el precio de muchos efectos secundarios bajo
el riesgo de adicción psíquica y una quietud del
aquejado bajo una tristeza, insomnios y pérdidas
de hambre muy frecuentes. Cabe añadir que detrás
de muchas asociaciones de padres con hijos
hiperactivos se hallan algunos laboratorios
farmacéuticos. Quizás la tendencia y la necesidad
de resolver rápidamente cualquier problema
psíquico y educativo impulsa esta medicación
precoz.
Llegados a ese punto sobre la hiperactividad,
cabe hacerse la siguiente pregunta, si no existen
análisis clínicos para demostrar materialmente la
causa de la hiperactividad, ¿cómo sí se trata con
medicinas sin conocer su razón neuroquímica? Por
el contrario sí se han hallado actividades
anómalas en el neurocórtex cerebral en los
hiperactivos, pero ello no es debido a nada innato
sino a lo adquirido durante su educación. Esta
parte superficial de nuestro encéfalo responde a
lo aprendido y no a nuestros genes más primitivos
y heredados. El diagnóstico de hiperactividad, por
tanto, resulta algo muy ambiguo que podría
representar una simple excusa para justificar la
inconstancia en los deberes y el pago por
tratamientos farmacológicos. Antes, de este tipo
de alumnos se decía que les costaba trabajo estar
atentos pero que debían esforzarse, ahora se
afirma que son enfermos y que deben ser los
educadores quienes se esfuercen para que los
afectados no trabajen tanto. Tal perspectiva hace
que se trate a los hiperactivos como
incapacitados, algo nada estimulante para un
estudiante.
En la experiencia de muchos docentes se hallan
muchos alumnos con TDAH que una vez diagnosticados
su rendimiento cayó en picado. En ello cabe añadir
que muchos padres se creen en demasía la
hiperactividad como una enfermedad que
incapacitaba a su hijo, y no como algo quizá
adquirido. De esta forma, y si al presunto
hiperactivo se le dice y repite que padece un
TDAH, el chaval se cree incapacitado y acaba por
desarrollar otra anomalía, un QTTT, que trabaje tu tía.
Quizás ese nuevo trastorno, el QTTT, sea el origen
del infinitivo que mejor los describe, qatear. En
fin, que sin quererlo hemos hecho fracasar al
alumno bajo su nuevo QTTT algo que le ha
convertido en un cateto sin que él fuera culpable de
su inapetencia estudiantil.
A tenor de los últimos avances en neurobiología
parece que la hiperactividad sea una situación
normal a superar solo con esfuerzo y hábitos
familiares férreos, no con anfetaminas atontantes
que provocan dependencia, desmayos, quitan el
apetito y retrasan el crecimiento. Investigaciones
recientes han demostrado que en el aprendizaje la
atención influye más que la capacidad innata del
individuo, es decir que el entorno puede más que
la genética y que por tanto, la capacidad no es
innata. Si la hiperactividad hunde sus raíces en
lo adquirido, ésta pesa más que lo innato y por
tanto los malos hábitos la desatan y por el
contrario, los buenos la pueden desactivar. Muchos
educadores saben que una educación motivadora y
con retos, llamada estudio esforzado, crea chicos
brillantes con gran independencia del genoma
heredado. Estudios de neurociencia también afirman
que el ambiente afecta más que la genética en el
talento de los estudiantes. Un estudio efectuado
durante más de siete años sobre unos 2000 niños,
afirmaba que el entorno social y cultural ostenta
mayor influencia que la genética en sus CI o
coeficientes de inteligencia. El estudio se
realizó sobre una población estudiantil
afroamericana en seis barriadas distintas de la
ciudad de Chicago. Los resultados descubrieron
notables y pertinaces descensos en la destreza
verbal de los chicos ubicados en los barrios más
desfavorecidos. Para más información se puede
consultar por Internet, Proceedings of the National
Academy of Sciences USA del 19 de diciembre de 2007.
Añadamos a lo anterior que familias en donde se
practica el estudio esforzado crean alumnos sin
problemas educativos y sin hábitos hiperactivos.
Estos padres realizan prodigios con sus hijos
gracias a una gran dedicación y a un buen ideario
moral. La genética está allí, pero no para
creernos dirigidos por ella, sino para moldearla.
En el año 2006 la Cambridge University Press
publicó The Cambridge Handbook of Expertise and Expert
Performance donde K. Anders Ericsson, Paul J.
Feltovich, Robert R. Hoffman y Neil Charness
compilaban una serie de artículos y observaciones
que demostraban algo paradójico, que los expertos
no nacían, se hacían, es decir que los buenos
hábitos pueden despertar los buenos genes, las
capacidades innatas. Otra vez aquí, la educación
que motiva y pone retos a los hijos, estudio esforzado,
crea chicos brillantes, hasta niños prodigio.
Ejemplos de ello fueron Mozart en la música, Tiger
Woods en el golf y Judit Pólgár en el ajedrez.
Todos ellos recibieron una educación muy temprana
destinada a dominar cierta especialidad. Ello nos
vuelve a indicar que una educación bien dirigida
potencia las buenas capacidades innatas y reprime
hiperactividades y demás chacras. La idea que los
niños brillantes no nacen, se hacen, choca con
nuestra concepción determinista del tan de moda
genoma humano. Bajo este prisma, todo parece
contenido en los genes pero es la cultura quien
amasa el barro de nuestras capacidades innatas.
Heredamos potenciales gracias a nuestros
cromosomas pero bajo un buen influjo los buenos
llegan a fructificar, en caso contrario jamás se
aprovechan. Cómo decía Robert Skidelsky, miembro
de la Cámara de los Lores británica y profesor
emérito de Economía Política de la Universidad de
Warwick, nuestra naturaleza puede predisponernos a
aprender, pero lo que aprendemos depende de cómo
nos crían.
A tenor de otros descubrimientos en
neurobiología, los superdotados surgen más del
influjo familiar que no del genoma heredado, todo
lo contrario de lo que creen los padres agazapados
al diagnóstico de un TDAH. En marzo de 2007 la
investigadora del Centro de Regulación Genómica de
Barcelona, Mara Dierssen, declaraba que los modernos
estudios de neurociencia indicaban que el ambiente influía más que
la genética en el talento musical. Podía existir una predisposición
genética, pero cuando se estudiaban casos de gemelos univitelinos
que se habían criado en entornos diferentes, uno musical y el otro
no, se comprobaba que lo más influyente era el ambiente. Algo
parecido sucedía con los idiomas. Es decir, la genética
estaba siempre en un segundo plano con respecto a
los hábitos.
El ajedrecista Philip E. Ross, en el número de
septiembre de 2006 del Scientific American, escribía que
las pruebas de qué disponía la sicología indicaban que los expertos
no nacían, se hacían. Más todavía: la probada posibilidad de
convertir rápidamente un niño en un experto – en música, en
ajedrez y en otros muchos campos – planteaba un claro reto al
sistema educativo. ¿Sería posible hallar la forma de incitar a los
escolares al estudio esforzado que mejoraría su destreza lingüística
y aritmética? [...] En lugar de estar perpetuamente preguntándose
¿por qué no sabía leer el niño?, tal vez hubiera llegado el momento
de decirse ¿por qué había de haber algo que no pudiera aprender?”
La opinión anterior halló un respaldo
definitivo en invierno de 2008 cuando el
neurobiólogo Douglas Fields demostró que el
cerebro humano adquiría mayor potencial de
aprendizaje si desde pequeño uno se esforzaba o le
inducían a ello. De hecho, y desde el año 2005
existían trabajos de este autor en ese sentido.
Durante mucho tiempo se había considerado que la
sustancia blanca cerebral era menos útil que la
gris, de ahí la falsa expresión que los humanos
sólo utilizábamos una parte de todo nuestro
potencial encefálico. Ahora, y como se ha
demostrado, lo utilizamos todo. La sustancia gris
del cerebro corresponde a cuerpos neuronales
mientras que la blanca son axones recubiertos de
mielina. Pues bien, cuando nacemos nuestras
células cerebrales se hallan poco mielinizadas. El
ritmo y crecimiento de esta sustancia alrededor de
los axones influye en el aprendizaje, la
memorización, la inteligencia y el autocontrol,
todos antídotos de la hiperactividad. Lo más
curioso del caso es que el recubrimiento de
mielina es mayor en individuos que desde pequeños
fueron estimulados y educados bajo el esfuerzo.
Los estudios llevados a cabo por el equipo del
doctor Vincent J. Schmithorst del Hospital
Infantil de Cincinnati hallaron una correlación
directa entre el desarrollo de la sustancia blanca
cerebral, el cociente intelectual de los niños
estudiados y la ausencia de hiperactividad. Otras
investigaciones ponen de manifiesto que los niños
desatendidos por sus familias poseen un 17 % menos
de sustancia blanca en el cuerpo calloso que los
bien atendidos, algo que indica que los padres
ausentes son causa de TDAH en su descendencia. En
resumen, que la experiencia influye en la
mielinización, y esta en la inteligencia del
individuo. Si queremos que un zagal alcance un
nivel elevado de inteligencia, debe empezar a
ejercitarla desde edades muy tempranas. El doctor
Douglas Fields escribía lo siguiente en el número
de abril de 2008 del Scientific American, “el cerebro que
poseemos hoy lo construimos al interaccionar con el entorno
mientras crecemos y nuestras conexiones neuronales comienzan a
mielinizarse”. Se insiste por tanto que el esfuerzo
cuenta más que la capacidad innata y que el TDAH
puede evitarse con ello. Si se dan las condiciones
para que el alumno se sienta empujado hacia el
esfuerzo todo fluye hacia el éxito. Si existen
buenos docentes, un ambiente social y familia
comprometidos, más unas leyes exigentes en los
currículos, el esfuerzo aparece y con él la mayor
fijación de mielina en los axones neuronales, algo
que conlleva una mayor capacidad memorística y a
un mayor número de conocimientos y descubrimientos
con su placer intelectual y motivación
incorporados, algo que nos lleva de nuevo al
esfuerzo cerrando un bucle que se retroalimenta
positivamente para crecer y crecer sin TDAH
alguno. De ahí los resultados del equipo del
doctor Schmithorst en el Hospital Infantil de
Cincinnati, de ahí que a más esfuerzo, más mielina
y mayor cociente intelectual de los niños.
En resumidas cuentas, y aportadas todas las
informaciones anteriores, se debe afirmar que la
inteligencia y la concentración se posee si se
trabaja, como también se adquiere la
hiperactividad si un mal hábito la condiciona. El
TDAH resulta pues un potencial despertado por unas
costumbres erróneas que en breve detallaremos,
pero jamás un destino determinado por nuestros
genes. Por tanto, para reconducir una
hiperactividad por buen camino habrá que evitar
tales males prácticas potenciando sus contrarias.
Lo curioso del caso, y una vez diagnosticada la
hiperactividad, es que hay dos opciones para
comunicarla a los padres. La primera, como un mal
hábito que la provocó, por tanto la solución
debería ser corregir el mal hábito. La segunda,
afirmar que el lechón padece una enfermedad, un
TDAH, y recetar fármacos al respecto. Si el
estudio esforzado demostró su efectividad para
despertar inteligencias innatas, ¿por qué no
probar lo mismo para resolver la hiperactividad?
Muchos docentes afirman que con la reforma la
cultura del esfuerzo cayó en picado, ¿y si por
culpa de eso, más unos malos hábitos, se daba la
actual epidemia de hiperactividad? Si analizamos
las malas costumbres que causan un TDAH se da una
respuesta clara a lo anterior.
El primer dato nos lo ofrecieron unos estudios
médicos en octubre de 2007 presentados en
Barcelona durante un congreso de medicina sobre el
sueño. Según estos, el 15 % de los niños llamados
hiperactivos, en realidad padecían trastornos de
sueño. Así lo indicaban los especialistas Gonzalo
Pin del Hospital Quirón de Valencia, y Milagros
Merino del Hospital La Paz de Madrid. El pequeño
que dormía mal, al día siguiente mostraba conducta
irritable, pérdida de concentración, bajo
autocontrol y disminución del rendimiento escolar.
Por esos signos se le clasificaba como hiperactivo
al ser síntomas del TDAH. Sólo con cambiar sus
pautas de sueño se corregía la supuesta
hiperactividad. Estos malos hábitos se adquirían
durante los primeros años de vida. Los médicos
afirman que a partir de los siete meses se debe
enseñar a dormir bien a los lechones. Los padres
deben relajar a su hijo para que se duerma.
Rutinas de horario fijas, dietas suaves y sin
azúcares excesivos en la cena, actividades
relajantes al anochecer, obligación de dormir
solos en una habitación tranquila, son las
recomendaciones más comunes que se dan para evitar
el trastorno del sueño y con él, posibles y fatuas
hiperactividades futuras. En fin, que malos
hábitos y no una enfermedad, causan el 15 % de los
TDAH diagnosticados.
El segundo mal hábito provino de un estudio
sobre alimentación. En setiembre de 2007 la
Autoridad Europea de Seguridad, EFSA en sus siglas
en inglés, dijo que analizaría si algunos aditivos
y colorantes usados en dulces y refrescos
azucarados podían inducir al TDAH. Trabajos en la
Universidad de Southampton así lo parecían
indicar. Los autores de dichos trabajos relacionan
la hiperactividad con predisposiciones genéticas y
malos hábitos educacionales. El estudio publicado en la
revista The Lancet, constataba que los niños que
habían consumido hidratos de carbono con ciertos
aditivos mostraban comportamientos bulliciosos y
pérdida de concentración algo superiores a los que
no lo hacían. Deberíamos recordar que un exceso de
calorías de fácil asimilación como son los
azúcares, incentiva esa ligera subida del bullicio
en un grupo de alumnos. Por otro lado, en los
consejos dados anteriormente para evitar el
trastorno del sueño, quedaba claro que una dieta
con exceso de hidratos de carbono activa de noche
al escolar y no le permite dormir plácidamente,
algo que puede desatar el fatuo TDAH por la
mañana.
El tercer dato fue la ausencia de la cultura
del esfuerzo. En esto hay testimonios muy
reveladores, los propios escolares diagnosticados
de hiperactividad. La mayoría de ellos reconocen
que aprovechan la supuesta enfermedad como excusa
para hacer lo que les da la gana, es decir, no
estudiar. Sirva la siguiente redacción de un
escolar de 14 años con TDAH y los hechos hablan
por si mismos. Las faltas de ortografía y sintaxis
fueron, por dignidad, corregidas.
<<Cuando llego a clase sólo me apetece fastidiar, faltar al profesor
y hablar lo que me venga en gana. Esto me molesta porque no me
puedo controlar (en las clases de docentes que
imponían límites sí se comportaba) y siempre me
expulsan, me ponen mala nota y me imponen faltas. Los médicos
dicen que eso se llama hiperactividad y me han dado pastillas a
punta pala y me han hecho asistir a terapias que sólo han servido
para sacar dinero a mis padres. De hecho, lo que simplemente me
pasa es que quiero hacer lo que me de la gana (algo que le
ocurre a todo el mundo y en especial a cualquier
niño sin límites), y como en el colegio no me lo permiten
(pero sus padres sí), hago ruido y escándalo para poder
salirme con la mía (costumbre adquirida ya que el
padre confesó que jamás le había castigado). Yo soy
un pájaro libre que quiere volar pero que está en una jaula en clase
y no le dejan hacer lo que sí puede fuera del colegio (días antes
los padres se quejaron de los profesores del
centro porque según su hijo lo estaban acosando,
una excusa con la cual el alumno logró convencer a
sus padres para que le justificaran)>>
Claro está que el alumno sufría de una falta
de hábitos en el autocontrol y no de una
enfermedad llamada TDAH, una patología que había
sido diagnosticada por varios especialistas en
primaria y tratada con toda clase de fármacos
durante secundaria. Si a ello sumamos el error de
explicar al alumno que padece una enfermedad, algo
no cierto, y que por ello se le rebajan los
contenidos, el adolescente se acostumbra a
trabajar menos y a caer en un pozo de inactividad,
algo que así me confesó en privado este alumno. En
fin, que se debió pensar que la hiperactividad no
era una mancha de serie imborrable, sino
simplemente algo que unas malas rutinas, falta de
límites y bajas atenciones paternas despertaron
del letargo interno. No parece aconsejable que
algunos docentes y psicólogos defiendan explicarle
al escolar que padece de TDAH y que para ello se
le reduzca el grado de exigencia escolar. Eso
equivale a estafarle con una educación
descafeinada. Por desgracia muchos padres aceptan
el diagnóstico del TDAH como una enfermedad que
les consuela, una etiqueta que les aleja de
cualquier sensación de culpabilidad: la culpa no
fue nuestra, fue de nuestros genes.
Un cuarto factor causante de la hiperactividad
es la falta de pautas en orden, disciplina y
premios, en fin, escuchar y atender al infante.
Mejor regalarle tiempo de juego, límites y cariño
que no móviles, consolas y ordenadores para que no
moleste. Un zagal abandonado por unos padres
ausentes no llega a desarrollar sus capacidades de
autocontrol y concentración que luego el TDAH
justifica. La relación entre mentores que no
castigan y no premian al infante más una ausencia
de rutinas en comidas, deberes y sueño hallan una
clara relación con el TDAH. Sin orden, ni juegos,
ni disciplina aumenta la impulsividad del rapaz y por
tanto su incapacidad de autocontrol y de
concentrarse. En eso resulta muy importante, y
para evitar la hiperactividad, que se enseñe a los
chiquillos a esperar, no todo debe ser inmediato
como el clic en un ordenador o el sí de unos
padres ante un revolcón llorón de su cachorro. Un
estudio de la facultad de Psicología de la URV,
Universidad Rovira i Virgili de Tarragona,
demostró que la impulsividad adquirida, que no
innata, está implicada en el TDAH y la violencia,
es decir, que cualquier entorno que promueva la
ausencia de control anima a la aparición de la
hiperactividad y agresividad. La doctora en
sicología, Fàbia Morales, así lo indicaba en su
tesis doctoral en enero de 2008. Para los
psicólogos Eduard Vieta, profesor de la UB, y
Mercè Mitjavila, profesora de la UAB, la educación
de los hábitos resulta crucial para prevenir la
impulsividad y sus actos violentos. Así lo
declaraban en La Vanguardia en mayo de 2014. Cabe
añadir que en enero de ese mismo año el psicólogo
clínico, Joseph Knobel Freud, escribía en la
prestigiosa revista Unicamp de la Universidad
Estadual de Campinas, Sao Paulo, Brasil, que: el
trastorno por déficit de atención con
hiperactividad (TDAH) se está diagnosticando
muchísimo. Si hiciéramos caso a las estadísticas,
nos encontraríamos ante una auténtica epidemia.
Pero, en mi opinión, este trastorno no existe.
Añadía Knobel que el TDAH estigmatiza al niño
al hacerle sentirse un enfermo, algo que reduce su
complejidad a un paradigma simplificador, el TDAH,
bajo un "déficit" neurológico. Además ahora se
sabe que el psiquiatra Leon Eisenberg, el que
descubrió el trastorno de déficit de atención e
hiperactividad, confesó siete meses antes de
fallecer en 2009 que el TDAH era una enfermedad
forzada.
En resumen, y si ahora se suman todos los
malos hábitos anteriores como trastornos del
sueño, abuso de azúcares, ausencia de rutinas,
ausencia del esfuerzo, ausencia de disciplina,
padres ausentes y la impulsividad que conlleva,
parece obvio que la hiperactividad resulta algo
adquirido y no una enfermedad a tratar con
psicotrópicos. Niños que viven conectados más
consigo mismos que con el exterior, niños que
buscan el afecto de sus mayores pero que no lo
hallan, niños que desean ser tan mirados pero que
no saben fijar su atención hacia su entorno, niños
hiperestimulados por móviles, pantallas y juegos
automáticos pero que no conciben la realidad
tangible y manual de lo creativo en tres
dimensiones, niños que se les regala el camino
fácil ante las dificultades exteriores, niños
tristes ante unos adultos que le restan
importancia a su languidez, niños desatendidos
pero muy imaginativos para huir de una realidad
familiar no deseada, niños que bajo una situación
de violencia no superada adquieren una capacidad
de alerta continua que les bloquea su atención,
niños hipersexualizados por padres y entorno pero
que todavía no pueden descargar su excitación como
los adultos, niños que no se les enseñó en su
momento a dormir solos y niños que no se les
brinda tiempo de interacción con sus padres
durante comidas, encuentros y conversaciones,
forman todo el corolario de hiperactivos que no
soportan el fracaso de la realidad y desatienden
su atención hacia esta. Ante todos estos datos ya
no se puede decir este niño tiene hiperactividad,
sentencia para siempre, sino que debe decirse este
zagal, y en ante estas causas temporales, se
comporta de esta manera. Por tanto, para evitarla
y corregirla se debe aplicar lo contrario a su
causa, sus antídotos: pautas correctas para el
sueño, baja ingestión de glúcidos antes del sueño,
rutinas diarias en comidas, momentos lúdicos e
interacciones con sus responsables, horas de
estudio, cultura del esfuerzo, disciplina y
atención familiar para reducir con todo ello la
impulsividad y su consecuencia, la hiperactividad.
A mayor disciplina, mayor esfuerzo invertido, lo
que aumenta la fortaleza del zagal y reduce su
nivel de frustración e impulsividad, algo que nos
lleva de nuevo a la autodisciplina, un pez que se
muerde la cola y aumenta más y más a cada vuelta
rescatando de su hiperactividad al escolar. En
caso contrario, y si un educador le insiste que
hay que priorizar los fármacos a los hábitos
correctores, le está haciendo un flaco favor a su
hijo al tratar la hiperactividad como una
enfermedad paralizante y no como una situación a
superar. Sería como si a alguien olvidadizo por no
utilizar la agenda se le recetaran pastillas bajo
un síndrome del despiste. Para curarse el
individuo primeramente debería no creerse un
enfermo y luego unas dosis de voluntad, un buen
uso de la agenda y más esfuerzo por su parte. Pero
si este sujeto cayera en manos de un mal
facultativo, éste le podría hacer creer que padece
un trastorno de la memoria con despiste agudo a
tratar con pastillas de glucosa con cafeína, algo
que todos los estudiantes siempre utilizaron para
mejorar su memoria, y con una agenda de regalo.
Convertir a un alumno, o a alguien, en un
enfermo significaba transmutarlo en un inválido
intelectual, alguien que luego es incapaz de
superar con su propio esfuerzo el mal hábito
adquirido y que espera que los fármacos le
resuelvan el problema. La hiperactividad parece
hallarse en esa categoría. Recuérdese que una
enfermedad no suele ser una elección, en cambio un
hábito sí. Más de dos horas entre deberes y
estudio diarios debieron ser praxis normales para
cultivar todo el potencial de cualquier
estudiante. En caso contrario, se están
desaprovechando sus capacidades.
En resumidas cuentas, entorno y genética
siempre fueron dos partes inherentes de la especie
humana difíciles de separar, sin cultura no nos
hacemos humanos pero sin base innata no habría un
ser para ser educado. El límite entre la una y la
otra siempre suscitó miles de debates científicos
y filosóficos. Quizás fue nuestra obsesión por
clasificar las cosas el error. Jamás existieron en
nosotros dos entidades claramente diferenciadas
como cultura y biología, simplemente los humanos
somos las dos cosas a la vez. Nacemos con
potenciales que yacen dormidos hasta que nuestros
hábitos los activan o los reprimen, pero son
nuestras conductas, y no nuestros genes, quienes
mandan más en ello. Como decía Kant, nos hacemos
humanos al ser educados por otros humanos
educados. Así pues, nuestro entorno y cultura
afectan nuestras predisposiciones genéticas,
cierto, pero depende de nosotros potenciar la
inteligencia o reprimir la hiperactividad. ¿Qué
decir pues de la hiperactividad? Pues que sí, que
existe, pero con dos matices. El primero es que
hay decenas de causas diferentes que provocan el
TDAH y la segunda es que la inmensa mayoría de
ellas no son cien por cien innatas sino malos
hábitos educativos. El TDAH no es una enfermedad,
simplemente suele provenir de un mal hábito
inducido, y como errónea costumbre adquirida,
puede resolverse con rutinas y esfuerzo diario.
Los fármacos puede que ayuden puntualmente pero
sin un cambio de hábitos la cosa irá para largo y
el alumno acabará adicto a las anfetaminas. Todos
los datos médicos anteriores así lo indican. En
fin, lo padres no deben creerse esclavos de ningún
diagnóstico que influya limitando las
posibilidades de su hijo. La hiperactividad no es
una lacra, simplemente es un mal a corregir.