claves para el uso del diccionario ideolÓgico (atlas lÉxico de la lengua expanola)

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CLAVES PARA EL USO DEL DICCIONARIO IDEOLÓGICO (ATLTAS LÉXICO DE LA LENGUA EXPANOLA)

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CLAVES

PARA EL USO DEL DICCIONARIO IDEOLÓGICO

(ATLTAS LÉXICO DE LA LENGUA EXPANOLA)

DICCIONARIO IDEOLÓGICO

CLAVES PARA EL USO

as palabras son unidades teñidas de magia. La refle-xión sobre la manera de manejarlas, de tratarlas, de acariciarlas o vilipendiarlas debe conducirnos a un me-

jor uso, a un acuerdo con nuestro pensamiento que nos facilite dar justo nombre al entorno. Las palabras, las ex-presiones, llegan a turbar, a conmocionar o sobrecoger, e igualmente a encantar, hechizar o seducir, y también con ellas conseguimos rehusar a quien molesta o inclinar a quien cautiva. Pueden pasearse por la mente y compla-cerla o herirla junto con asuntos transcendentes o trivia-les, réplicas inofensivas o insultantes, interpretaciones llevaderas o doloridas. Esa habilidad mental o expresiva para ponerle nombre a las cosas ha sido y sigue siendo privilegio de unos cuantos sabios, y desdicha de quienes no han sido capaces de llamar a las cosas como más con-viene. Y como la realidad no es sino la lectura que hace-mos de ella con las palabras, más vale emparejar los con-ceptos con las voces que más favorece la comunicación.

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LA TRADICIÓN DE DICCIONARIOS IDEOLÓGICOS

a voluntad de repertoriar el léxico de una lengua se inició con una de las grandes de la humanidad, el griego. Lo hizo el gramático y retórico Julius Pollux, nacido en Náucratis, Egipto, hacia el año 135. Vivió

unos cincuenta y siete años y redactó una tipificación de palabras que llamó Onomasticon, algo así como «libro pa-ra dar nombre a las cosas». Lo dividió en diez partes y lo clasificó por materias. Sirvió para conocer, entre otros términos, los objetos de la vida diaria, listados de insultos, los adjetivos que frecuentan la descripción de una obra literaria. En el año 1502, época del renacimiento aquella obra se versionó al latín, en Venecia, y resultó particular-mente útil para una mejor contemplación del mundo clá-sico heleno.

El Amara Kosha, el «vocabulario inmortal» o «tesoro

de Amara» es una clasificación de unas 10.000 palabras del sánscrito dividida en tres partes. Lo redactó hacia el año 375, en estructurado esquema, el gramático y erudito Amara Simha, tal vez un monje budista. Tenía la intención de servir como ayuda a la memoria en la búsqueda de pa-labras olvidadas. Hoy se considera un libro clásico de permanente referencia.

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Las clasificaciones ideológicas cayeron en el olvido, como tantos otros asuntos re-lacionados con el conocimien-to científico, hasta que Peter Mark Roget publicó en 1852 su Thesaurus of english words and phrases classified and arranged so as to facilitate the expression of ideas and assist in literary composition, hoy conocido como Roget’s The-saurus. Aquella brillante clasi-ficación fue admirada y consul-

tada por los usuarios como uno de los grandes dicciona-rios ingleses. Consiguió el Thesaurus de Roget una catego-rización y ordenamiento tan útil e interesante que aún hoy ocupa un lugar en los hogares anglófonos con la mis-ma frecuencia y uso que el Petit Larousse preside las con-sultas de los usuarios francófonos, o el Diccionario de la Real Academia Española los acuerdos lingüísticos o discrepancias de los hispanohablantes. Se sirven los an-glófonos del diccionario onomasiológico o de significantes con la misma naturalidad con que el resto del mundo usa el alfabé-tico y no echan de menos la modalidad acostumbrada, a pesar de que las palabras ocupan un lu-

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gar sin las tradicionales explicaciones que las visten de sentido.

El mundo francófono, interesado por un instrumento

de parecido servicio y provecho, adaptó la estructura en un diccionario publicado por la prestigiosa editorial La-rousse. Hoy gana terreno en su uso, cada vez más amplio.

La lengua portuguesa cuenta con la disposición clasifi-

catoria de Carlos Spitzer llamada Dicionário analógico da língua portuguesa (1952), obra inspirada en la de Roget. Y la lengua rusa ha desarrollado el Tematichekii slovar russkogo iasika [Diccionario temático de la lengua rusa] (2000), distante también de la alfabetización y con tantas variantes y especificidades que sirve de valiosa ayuda a sus usuarios.

Nadie se interesó, sin embargo, por cons-

truir ese entramado para la lengua española. Y no parece adecuado pensar que se trate de menospre-cio a tan interesante modo del conocimiento, no, más va-le explicarlo diciendo que, cuando pudo interesar, cuando pudo interesarnos, apareció un lingüista excepcional, an-tecesor de una lexicógrafa única: eran Julio Casares y Ma-ría Moliner.

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Julio Casares Sánchez nació en Granada veinti-trés años antes que María Moliner, en 1877, y murió en 1964, diecisiete años antes que ella. La historia lo conocerá y recordará por su original legado, re-cogido en un manual lexi-cográfico, ya clásico, su Diccionario ideológico de la lengua española. El tra-bajo aúna rigor y ameni-

dad dentro de un nuevo concepto para abordar el estudio de los significados de las palabras y las relaciones de afi-nidad establecidas entre ellas. Casares estudió derecho, que no lingüística, en 26 la Universidad De Madrid, pero también… música. Con veintinueve años accedió a su pri-mer empleo: formar parte como violinista en la orquesta del Teatro Real de Madrid. Pero aquello no le proporcionó estabilidad económica alguna. Necesitado de actividad laboral menos sujeta a los vaivenes de la fortuna tuvo que buscar otra cosa. Y no se protegió en la jurisprudencia, que era su formación, ni en la enseñanza, amparo de tan-tos lingüistas, ni siquiera en la vida bohemia y variada de los músicos, no, en nada de eso: hubo de trabajar durante algún tiempo en…un taller de ebanistería. Abandonó por

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entonces toda actividad remunerada y se concentró en la preparación de unas oposiciones para funcionario en el Ministerio de Estado, es decir, el camino que tanto ha asegurado la estabilidad de los españoles durante el siglo XX. Lo demás, como tantas veces ocurre, fue una carrera guiada por el trabajo y las favorables influencias del azar. Interesado por las lenguas orientales, y estudioso por li-bre de aquéllas, fue nombrado agregado cultural en la Embajada de España en Tokio. Le interesaba el japonés, pero también el fenómeno lingüístico. De regreso a Ma-drid cultivó los círculos intelectuales, escribió ensayos y artículos relacionados con la lengua y la literatura, ganó prestigio intelectual y, en su progresivo ascenso en pues-tos de la Administración, fue nombrado delegado de Es-paña en la Sociedad de Naciones, con sede en Ginebra, y más tarde miembro de la Real Academia Española, y lue-go, en 1936, secretario perpetuo. Desde cargo tan privile-giado, presentó en numerosas ocasiones el proyecto de elaborar, en equipo, su Diccionario ideológico. No creye-ron en él. Los académicos se mostraron tan reacios a su idea como a incorporar algunas de las propuestas meto-dológicas a las técnicas lexicográficas tradicionales que regulaban la revisión periódica del Diccionario de la Real Academia Española. Ante la falta de entusiasmo, Casares emprendió por cuenta propia la redacción de su legado. Trabajó en su diccionario tal vez unos quince años, y lo publicó en 1942. Aquella primera edición, revisada en la

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posterior, encontró su versión definitiva en 1959. Desde entonces sus listados permanecen vírgenes, invariados. Nadie los ha modernizado. Casares había tenido la oca-sión de conocer los grandes diccionarios ideológicos que enriquecían la lexicografía inglesa, francesa y alemana sembrada por Roget. La parte alfabética no ofrece nove-dad: es un mero listado de palabras con su significado. La primera parte, que él llama sinóptica, es una atractiva cla-sificación de ideas en cuarenta páginas. La central, la lla-mada analógica, recoge su verdadera aportación al estu-dio del léxico. Pero a diferencia de las obras europeas, Casares no se atrevió a abordar el revolucionario orden semántico o lógico, o de significados, y, más conservador que sus colegas, se refugió en el alfabético. A pesar de todo, el lector puede partir de su propia competencia lin-güística, es decir, de las ideas ya maduras acerca de un concepto, para llegar a todas las palabras que lo designan o que tienen alguna relación de signi-ficado con él. Este procedimiento permite, entre otras innovaciones, localizar una voz desconocida a partir de una idea aproximada del concepto general que se busca; seguir la pista de términos emparentados con el que se posee, pero más precisos y exactos que los originariamente con-cebidos; manejar toda la serie léxico-

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semántica de una idea o concepto y, en general, tener acceso al vocabulario que integra el campo semántico de una voz. Al conjuro de la idea, a la llamada del concepto, Casares ofrece en tropel las voces, seguidas de las sino-nimias, analogías, antítesis y referencias. Nos regala un metódico inventario del inmenso caudal de palabras cas-tizas que por desconocidas u olvidadas no prestan servicio alguno, otras cuya existencia se sabe o se presume, pero que, dispersas y agazapadas en las columnas, resultan inaccesibles mientras no conozcamos de antemano su representación en la frase. Pero lo que destaca, lo que dignifica al diccionario de Casares es que ha reunido las palabras en torno a un hiperónimo o palabra sugerente que él concibe. Como tantos intelectuales del siglo XX que han dedicado su vida a la investigación, que han alejado su pensamiento del mundo para concentrarlo en la lin-güística, Casares murió con casi noventa años, probable-mente pensando más en la vida de sus revoltosas pala-bras que en cualquier otra peregrina y triste imagen de la senectud.

María Moliner Ruiz no pertenece exactamente a la ge-

neración de Casares, ni siquiera a la de los atildados lin-güistas del siglo XX, ni a las clases académicas, ni al en-cumbrado, y tal vez altivo, cuerpo docente, pero sí a ese reducido grupo de personas decididas, tenaces, capaces de cultivar con mimo y esmero el mágico y seductor

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mundo de la lexicografía. Mujer intere-sada por las palabras y sus significados, y para muchos marcadamente natural y franca, al igual que Mark Peter Roget y Julio Casares dedicó buena parte de su vida a la composición de otra gran obra, el Diccionario de uso del español. Lo pu-blicó cuando contaba sesenta y seis años. Casares lo había hecho a los se-

senta y cuatro y Roget a los setenta y tres. Los tres repertorios son resultado de una labor indivi-

dual, solitaria, y obras de madurez, que es cuando se han agitado, ajustado y acomodado las palabras multitud de veces en la vida, en lecturas y conversaciones; que es cuando la mente alcanza la cuajada y henchida riqueza léxica. Pues bien, la obra de María Moliner es, una vez más, el resultado de una serie de circunstancias a veces favorables, a veces adversas, pero en una detenida lectu-ra biográfica de la autora parece como si los contratiem-pos hubieran contribuido a un mejor logro de sus objeti-vos. Las grandes obras personales no son el resultado de una minuciosa programación, sino el alumbramiento, la conjunción de un abanico de eventos entre los que el tra-bajo, la inteligencia y la paciencia ocupan un lugar de pri-vilegio. Si por cualquier circunstancia Moliner hubiera de-jado su obra a medias o casi acabada, no la llamaríamos lexicóloga, sino bibliotecaria. Allí, entre libros, debió de

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encontrar el ambiente necesario para su trabajo. Del de-tenido análisis de su vida y sus actuaciones descubrimos, en primer lugar, el mundo prodigioso de su infancia y ju-ventud. Hija y nieta de médico rural, tuvo a su alcance la fina y delicada educación de las familias acomodadas.

Aunque nació en Paniza, provincia de Zaragoza, a la vez que el siglo XX, a 28 los dos años ya residía en Madrid. Su familia, según todos los indicios, tenía sólidas raíces asentadas en una tradición liberal, y tanto ella como sus dos hermanos estudiaron en la Institución Libre de Ense-ñanza, cuna de tantos sabios y eruditos del siglo. Pertene-ció a una de las primeras generaciones de mujeres univer-sitarias: Filosofía y Letras, por entonces tal vez la única carrera femenina, sección de historia, también única es-pecialidad de la uni-versidad de Zarago-za. Y en cuanto termina la licencia-tura, busca, a la temprana edad de veintidós años, el mismo acomodo que Julio Casares: una plaza de fun-cionaria, ganada por oposición, en el Cuerpo de Archive-

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ros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Entre 1922, fecha en la que empieza a trabajar como funcionaria, y 1970, año en que se jubila, a María Moliner nadie la conoce por otro oficio que el de bibliotecaria y conservadora de libros. Primero en el archivo de Simancas, después en Murcia, Valencia, y luego, en su traslado a Madrid para acercarse a su marido, en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales. Lo que nadie puede saber muy bien es cuán-do, ni cómo, ni por qué, inició la elaboración de su egregia obra. Supongamos que fue hacia la década de los cin-cuenta, y que, en labor parecida a la constancia que exi-gen otros menesteres, pero con mente privilegiada, invir-tió también unos quince años de trabajo…Conocemos sus instrumentos: una máquina de escribir, un lápiz y una

goma… Y sus carencias: nunca dispuso de un privi-legio universitario, ni aca-démico, ni de otra institu-ción, ni recibió favor al-guno que le permitiera desarrollar ese hormigueo en sus búsquedas, esa cla-sificación tan ajustada, esas palabras y expresio-nes tan propias. El hecho es que en 1966 la editorial Gredos, que no Espasa,

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editorial de la Real Academia Española, publicó el primer volumen del Diccionario de uso del español, y un año des-pués el segundo. ¿Qué hace una bibliotecaria ocupando los espacios reservados a los profesores de universidad, a los académicos, a los eruditos? Por entonces, sólo por en-tonces, cuando María Moliner contaba con sesenta y siete años, el mundo empieza a conocer su obra. Pero poca gente se hizo eco de aquel excepcional evento. El Diccio-nario de uso del español, y esto es lo que aquí interesa, informa, entre otras cosas, de las ideas afines a las pala-bras, pero también sobre los primos hermanos y primos lejanos, y ofrece ámbitos de parentesco, pero siempre en orden alfabético. Sus listados son interesantes, pero en la práctica resultan poco útiles. Moliner, sin embargo, dejó sembrados los campos.

Fernando Corripio, nacido en Madrid en 1928, murió

en 1993 también sin sospechar el re-lieve de su obra. En 1985 la editorial Herder publicó su aportación a la cla-sificación del léxico. Si los diccionarios de Casares y Moliner fueron respeta-dos, su Diccionario de ideas afines resultó, y sigue siendo, de gran utili-dad. Muchas generaciones de redac-tores de periódicos, de escritores y de estudiantes lo tuvieron sobre su mesa

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en busca de la palabra necesitada, de ese término rápido y expresivo que ni Casares ni Moliner proporcionaban con la misma eficacia. Nada impedía que aquellos volúmenes blancos y negros, el de Casares y el de Moliner, ocuparan tan amplios espacios en las 29 estanterías de quienes a diario necesitaban redactar. El Corripio, en definitiva, era el que estaba a mano sobre la mesa, con los filos de sus páginas corroídos por el uso. La reciente edición, corregi-da y aumentada, es de gran ayuda para el estudiante, pa-ra el redactor, para el escritor y para cualquier usuario de la lengua. Unas veces gracias a su clasificación alfabética, y otras a pesar de ella. Corripio ofrece torrentes de pala-bras, agazapadas, seguidas, conectadas, palabras que evocan en abanico posibilidades salpicadas de ideas. Co-mo la ordenación es tradicional, es decir, alfabética, nece-sita incorporar entradas sin más desarrollo que unos cuantos sinónimos.

En 1995, en la gran década de la lingüística, vio la luz el

Diccionario ideológico Vox. No es éste un trabajo indivi-dual, sino, por primera vez para este tipo de investiga-ción, colectivo. No tiene estructura alfabética, sino, por

primera vez también, ideológica. Recoge unas 75 000 palabras, acepciones inclui-das, y las clasifica en 1274 grandes cam-pos semánticos, es decir más que Roget, pero menos que Casares, Moliner y Co-

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rripio, organizados en cinco partes. Consciente de la limi-tación, persuadido de la dificultad de sus listados, o tal vez en consideración al usuario tradicional, el Diccionario ideológico Vox añade otro diccionario más: el semasioló-gico, que duplica en extensión a los dos anteriores. Parece como si desde el principio aceptara las limitaciones del ordenamiento conceptual. Añadiremos que no explora en el riquísimo campo de las expresiones, ni en los usos léxi-cos regionales españoles o americanos. La uniformidad en el tratamiento lo hace interesante como descripción. Re-sulta, sin embargo, frágil, quebradizo y tan frío que no parece haber llegado a ser una herramienta útil.

En 1998 la editorial Verbum publicó mi Diccionario te-

mático del español. La tipificación contiene unas 60000 palabras ordenadas en un millar de campos semánticos. Los pasos que me llevaron a construir aquel libro se con-funden ahora en el pasado. Tal vez quise poner un léxico elemental a disposición de los extranjeros que aprenden nuestra lengua y se me fue la mano y el ímpetu; o quizá fui atacado por ese permanente gusanillo que nos dice cosas aunque no queramos oírlas; o no sé qué…, pero desde algún sitio me sen-tía empujado a buscar, a ordenar, a pu-lir, a limar, a ajustar… Hasta que le puse fin, porque las cosas no son eternas, y se lo estregué a mi editor y consejero

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Pío E. Serrano, a quien tanto debo. Parecía que mis lista-dos, tan mimados, tan permanentemente agitados, ha-bían de quedar, puestos negro sobre blanco, sellados para muchos años, pero apenas habían pasado tres cuando un nuevo e incontrolable anhelo me indujo a corregir, revisar y ampliar epígrafes, campos, listas y listadillos.

ATLAS LÉXICO DE LA LENGUA ESPAÑOLA

esde entonces, y hasta la reciente aparición en la editorial Herder de mi Diccionario Ideológico - Atlas léxico de la lengua española, no he abandonado las pesquisas. Han pasado nueve años de trabajo con-

tinuado. Durante los veranos intenso, moderado en pe-riodos lectivos. Y podría seguir buscando y añadiendo y colocando palabras y expresiones, pues el léxico es infini-to, si no fuera porque he querido llevarle la contraria a Elisabeth de Boisgrollier, mi mujer, que desde antiguo llama a esta dedicación «el mito de Sísifo». Y como no quise darle una vez más la razón, mandé mi manuscrito al editor. Y encontré en Herder, la editorial de mi admirado Fernando Corripio, el soporte necesario para su difusión. No podía tener un apoyo mejor, ni pareja más elegante, ni editorial más propicia. Espero que ahora deje de ser mito, y también anhelo dar descanso a mi mente antes de que el tiempo y las palabras me sequen el cerebro.

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Pero hablemos del Atlas léxico. La primera sorpresa

para el usuario es que el diccionario no respeta el orden alfabético. Casares, Moliner y Corripio eligieron la tradi-ción, y tuvieron que renunciar al orden lógico de las ideas. Roget no renunció, de ahí su encanto, pero utilizó tantas páginas para el índice alfabético como para el cuerpo ideológico, y esa misma solución eligió el Diccionario ideo-lógico Vox. El Diccionario temático del español optó por un índice de hiperónimos que facilitara la búsqueda, y esa solución me ha parecido también aquí la más práctica aunque exija una postura activa por parte del usuario, que ha de localizar, con ayuda de los índices, el campo semántico por el que muestra interés. La ventaja es que si no acierta en la primera búsqueda, la vecindad puede ayudarle en la localización.

Mi interés consistía en dejar fotografiado el patrimonio

léxico en un diccionario de orden lógico, de campos semánticos, en un práctico y versado atlas de vo-cablos, en una de esas clasifica-ciones que ya sirvieron para la lengua griega y para el sánscrito, y que prestaban un envidiable ser-vicio como fiel instrumento de consulta al inglés y al francés y al

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ruso. Para ello me propuse clasificar más de 200 000 pa-labras y expresiones de todas las épocas y del hispanismo actual con la intención de contestar a preguntas del tipo: ¿cuántas palabras dedicamos a nombrar en abstracto o en concreto determinada realidad? ¿Disponemos de la más adecuada para lo que queremos decir o existen otras con mayor propiedad y justeza? ¿Son las mismas en todos los dominios hispanohablantes? ¿De qué manera y en qué orden rozan sus significados? ¿Con qué adjetivos, todos agrupados, podemos describir la belleza de una persona, la posición de los hombres frente a las riquezas? ¿Con qué sustantivos damos nombre a los libros según su contenido o a las personas según su relación con la música? ¿De qué verbos nos servimos para distinguir las acciones realiza-das con los brazos? ¿Cómo disponer de todas ellas de manera que los significados se entrecrucen, superpongan, froten o acaricien?

Y para dar respuesta elegí un orden que permitiera

que el hablante conozca las palabras que son, las que siendo no utilizamos, las que fueron y ya no se usan, las que acaban de ser y las recién incorporadas, las que fre-cuentan el uso coloquial, las ingeniosas, las que se usan como variantes en el inmenso dominio del hispanismo y también, por qué no, las vulgares y malsonantes.

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Muchos estudiantes, profesores, investigadores y usuarios de la segunda o tercera lengua de la humanidad tal vez agradezcan tener a su alcance la posibilidad de consultar ordenadamente el léxico, el valor en sí y el rela-cional que corresponde a cada palabra.

Los apartados, es verdad, han sido sometidos, necesa-

riamente, a la ecuanimidad del autor porque el léxico na-ce y crece de manera desbaratada y ajustado a las capri-chosas necesidades, porque las palabras recogen una am-plia diversidad de situaciones en el tiempo y en el espa-cio, y porque no existen compartimentos mágicos. Por eso el lexicógrafo ha de transformarse en taxónomo del mundo, en observador de la realidad visible e invisible, concreta y abstracta, para proporcionar al usuario una mirada lógica y, cuando menos, poco discutible, aunque siempre debatible, de su entorno.

Los epígrafes por tanto, base de la clasificación, no son

conceptos en busca de significado, sino campos de signifi-cados:

50.08 conferencia discurso, parlamento, alocución, alegación, alegato, prédica, pro-clama, argumentación, disertación, charla, enunciado, DESPRESTIGIADO: soflama, DESUSADO: eloquio · pregón, p. literario · mo-nólogo, soliloquio · INÚTIL E INSUSTANCIAL: vaniloquio, ELOGIOSO: laudato-ria, panegírico, RECRIMINATORIO: filípica, catilinaria, MOLESTO: perorata,

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EN BOCA DE PERSONAJE FEMENINO CÉLEBRE: heroida, EN BOCA DE LA PERSONA

MUERTA: idolopeya, LAMENTO POR LA MUERTE: elegía, DESPECTIVO E IRÓNICO speech MILITAR arenga RELIGIÓN sermón, homilía, plática, prédica, predicación, vespertina O vespertino, sermón de tabla, palabra de Dios COLOQUIAL algarabía, guirigay, chinchorrería, matraquería, explicade-ras · MODOS: tonillo, retintín, recancanilla, locuela · música celestial PARTES: introito, exordio, insinuación · argumentación, narración, proposición, periodo · epílogo, epilogación · refutación FINAL EFICAZ: peroración

La presentación de los distintos campos permite des-

cubrir las fronteras significativas entre unas palabras y otras, elegir el término que más conviene, recordar la pa-labra que alguna vez supimos y hemos olvidado o topar-nos con una nueva que no sospechábamos que existía, y también indagar o complacernos en la riqueza léxica de un ámbito de nuestro interés:

A. Elegir el término adecuado para cada contexto. B. Seleccionar la palabra que corresponde a un deter-

minado significado. C. Descubrir la riqueza léxica de un determinado cam-

po de significados. D. Disponer, en imprevisible e inimaginable uso, de un

catálogo sistemático del léxico y expresiones de la lengua española.

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Sabemos que en el teatro hay actores, directores, es-pectadores y tal vez recordamos al decorador, al acomo-dador y en circunstancias especiales al apuntador, pero rara vez tenemos en la memoria el mapa completo de las personas que participan en la función. En el capítulo co-rrespondiente, encontramos la exposición de todas las palabras de ese campo sin que ninguna quede exenta de explicación:

83.03 teatro y personas EN GRUPO: — compañía, comparsa, gangarilla, garnacha, COMPAÑÍA PEQUEÑA: bojiganga, COLOQUIAL pipirijaina, farándula, DESUSADO carátula, ANTIGUO cambaleo (SEIS CÓMICOS), ñaque (DOS CÓMICOS) — reparto, repertorio, elenco — coro, corista, coreuta, DESUSADO suripanta, DIRECTOR DEL CORO EN LAS

TRAGEDIAS GRIEGAS: cautor — dramaturgo, comediógrafo, entremesista, farsista, libretista, mimó-grafo, parodista, zarzuelista · autor de teatro — empresario · representante, GRECIA ANTIGUA: corego o corega — director, d. de escena, actor, actriz — comediante, cómico, comediógrafo, personaje, histrión, actor de reparto, cómico de la legua, DESUSADO farsante, alzapuertas — heroína, farsanta, histrionisa, figuranta, vedette, estrella, dama, d. joven — protagonista, primer actor, héroe · antagonista, contrafigura · su-plente o sobresaliente · galán, galancete · intérprete, recitante, decla-mador — cantante, comprimario · EJECUTABA PARTE BREVE EN LAS ÓPERAS: parti-quino

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— figurante, figura, extra, secundario, acompañamiento, INDEPENDIENTE PARA HACER UN PAPEL: bolo, DE ÍNFIMA IMPORTANCIA: parte de por medio o racionista · QUE CAMBIABA LA VOZ: bululú · QUE RECITABA EL

PRÓLOGO: faraute · DESUSADO, QUE HACE EL PAPEL DE ANCIANO: barba — COLOQUIAL comicastro, farandulero, sainetero, farsista, figurón · QUE

AÑADE PALABRAS DE SU INVENCIÓN: morcillero gracioso — bufón, bobo, humorista, caricato, bufo, mimo, pantomimo, fanto-che, truhán — DISFRAZADOS: botarga, transformista, CON DISFRAZ GROTESCO: homarra-che o moharracho o moharrache — EN LA COMEDIA DEL ARTE: arlequín, polichinela, pulchinela, Giovanni, Pantaleón, il bufone, il capitano, il dottore, il vecchio, principessa COLABORADORES: — apuntador, apunte, consueta, DESUSADO traspunte (AVISA A CADA

ACTOR CUANDO HA DE SALIR A ESCENA) — decorador, diseñador, escenógrafo, maquillador, peluquero, tramoyista — acomodador, taquillero, arroje, encargada del guardarropa, porte-ro, COLOQ sacasillas, metemuertos, metesillas y sacamuertos — tramoyista, alumbrante — CADA UNO DE LOS HOMBRES QUE SE ARROJABAN DESDE EL TELAR: arroje público — espectador, COLOQUIAL reventador, alabardero (MIEMBRO DE LA CLAQUE), tifus (QUE DISFRUTA PASE DE FAVOR), ANT mosquetería, mosquetero (ASISTEN

Y ESTÁN DE PIE) — concurrencia, respetable, claque (INVITADOS A APLAUDIR)

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CRITERIOS DE CLASIFICACIÓN

artes, capítulos, epígrafes y listados, en este orden, sirven para subordinar y encasillar palabras y expre-siones. La disposición se apoya en la lógica. Partes, capítulos, epígrafes y listados conectan al modo de

un árbol, desde el tronco (partes), pasando por las ramas principales (capítulos) y las secundarias (epígrafes) hasta las alejadas (listados). Una palabra, un concepto, y luego otro, domina desde su significado más amplio o hiper-ónimo al grupo de palabras o hipónimos que contiene.

Pongamos un ejemplo: La palabra esfenoides, aparece

entre etmoides y vómer, y se encuentra precedida de una brevísima explicación: HUESOS, en un listado dependiente de otro. El hiperónimo que define este listado es nariz, compartimiento que pertenece al epígrafe 30.02 cabeza, del capítulo 30. ANATOMÍA, en la parte 3, que es la desti-nada al CUERPO HUMANO. Así pues la voz esfenoides está definida por los hiperónimos cuerpo humano, anatomía, cabeza, nariz y hueso, que a su vez sirven para definir a otras palabras vecinas o cercanas. Los diccionarios sema-siológicos o de clasificación alfabética y significados son mucho más exigentes en espacio para cada una de las ex-plicaciones. El resto del significado queda anclado por su colocación en la lista: se trata de un hueso de la nariz en-tre el etmoides y el vómer.

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LAS PARTES son ocho y giran en torno al hombre y la

mujer, bloque central de la clasificación. Son la parte ter-cera, CUERPO HUMANO, y cuarta, ESPÍRITU HUMANO. En ellas aparecen palabras y expresiones relacionadas con el hombre y la mujer y su entorno vital directo, así como las que se refieren a su mente, razón o pensamiento. Las dos primeras partes (PRINCIPIOS GENERALES y ORDEN DE LOS ELEMENTOS) recogen los términos que, con independen-cia de los individuos, existen de manera física o concep-tual acerca del mundo, la tierra o el universo. Las cuatro restantes desarrollan la convivencia (VIDA EN SOCIEDAD, ACTIVIDADES ECONÓMICAS, COMUNICACIÓN, ARTE-OCIO).

LOS CAPÍTULOS son unos diez para cada una de las

ocho partes y se conciben para que cualquier palabra o expresión tenga cabida en ellos. El orden en que aparecen respeta los principios lógicos. Todos van precedidos por el número de la parte a que pertenecen. La tercera, por ejemplo, se inicia con la anatomía y su entorno: primero las que constituyen el ser (30. ANATOMÍA, 31. SENTIDOS), a continuación las que refieren su desarrollo (32. CICLO DE LA VIDA, 33. ENFERMEDAD, 34. SANIDAD), y luego las necesidades alimenticias (35. COMIDA, 36. BEBIDA), para acabar con las de protección (37. CONFECCIÓN, 38. VESTIDO, 39. VIVIENDA).

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LOS EPÍGRAFES suman alrededor de 1.600 y están al

servicio del desarrollo del capítulo en el siguiente orden: El capítulo 21, por ejemplo, PLANETA TIERRA, lo forman 24 epígrafes, que guardan continuidad lógica: los catorce primeros están dedicados a la clasificación de nombres o sustantivos: ciencias, historia, divisiones, mar, agua, cli-ma, calor, frío, humedad y viento. Los tres siguientes cla-sifican a los adjetivos y adverbios que más frecuentan el campo semántico del capítulo: los destinados a la descrip-ción de un territorio, el agua y la meteorología. Los res-tantes son verbos y expresiones relacionadas con el agua estancada y la corriente, con la lluvia, con el fuego y con la meteorología. En los epígrafes las palabras se avecinan por significados, yacen pegadas y seguidas en categorías y tipificaciones:

LOS LISTADOS superan los veinte mil y desarrollan el

contenido de los epígrafes y procuran tener en cuenta el

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orden de colocación más favorable para el usuario, que es aquel en el que la palabra o expresión se encuentra en la vecindad de su ámbito significativo. Las palabras prece-den a las expresiones, y éstas a las frases de comparación ingeniosa, y quedan para el final los refranes. Los usos cultos generalizados en el dominio del español preceden a los relegados a regiones o provincias españolas. Siguen los términos desusados (DESUS) y antiguos (ANT); y luego los coloquiales (COLOQ), desprestigiados (DESPREST), malsonantes (MALSON) y vulgares (VULG). Como estos últimos dependen tanto de la subjetividad de los usuarios, y también de la nuestra, y sobre todo del contexto en que se utilicen, he-mos tenido que valorar de manera muy general las voces y expresiones precedidas de estas tan sutiles marcas. So-mos conscientes de que para algunos usuarios podría pa-recer malsonante lo que para otros es coloquial, por men-cionar uno de entre los muchos transvases apreciativos posibles que dejamos al apego, simpatía y estima del lec-tor. Las voces del español de América vienen ordenadas desde las grandes regiones (AM CENT, AM MER), hasta las que limitan su uso a algunos países. Si varios países utilizan el mismo término, éstos preceden a los que no lo compar-ten. En algunos casos pueden utilizarse otras ordenacio-nes lógicas, como de menor a mayor (números), de abajo arriba (medidas), aparición en el espacio (planetas del sis-tema solar) o en el tiempo (movimientos artísticos), el or-den también puede regirse por el criterio de uso y, cuan-

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do no aparece una disposición evidente para la clasifica-ción, el listado puede recurrir al orden alfabético.

El término siesta aparece en cuatro epígrafes distintos,

en listados precedidos de la palabra guía correspondien-te:

• 16.01 números cardinales, en el listado precedido

por la palabra guía seis, pues recuerda que es la sexta ho-ra en la división romana del día.

• 18.02 horas, en el listado precedido por la palabra

guía la hora, pues se alude con ella a ese momento del día («Sucedió a la hora de la siesta»).

• 30.09 funciones vitales, en el listado precedido por la

palabra guía sueño, pues alude a esa función del organis-mo: «echar la siesta», expresión reflejada también en el apartado de expresiones, precedida del hiperónimo dor-mir.

• 86.03 canto religioso, en el listado precedido por la

expresión guía: EN ALABANZA, pues alude a las composi-ciones que se tocaban en las iglesias por la tarde.

El verbo regar, por su parte, figura en los siguientes

epígrafes:

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• 21.19 acción y agua, encabezando un listado. • 26.12 acciones y plantaciones, en el listado precedi-

do por la palabra RIEGO y acompañada de un listado de acciones afines: «irrigar · aguar, inundar, anegar, embal-sar, encharcar · rociar, mojar, humedecer».

• 36.18 beber, en el listado precedido por la palabra

guía tomar, y precedida de la abreviatura FIG, que re-cuerda el uso retórico del verbo.

• 67.22 ganado y acción, precedida de las palabras guía

LA ABEJA, y con el significado de humedecer los vasos en que está la cría.

LA CONSULTA

as palabras se alojan en células dependientes, rela-cionadas mediante fronteras semánticas. Cada una de ellas permite invitar en sus dependencias a otras nuevas, a las recuperadas del pasado y también a las

que, desde otras lenguas, son bien recibidas y encajadas. Tres maneras se ofrecen para su manejo:

L

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a) BÚSQUEDA LIBRE por las páginas. La interpretación del orden para navegar solicita del usuario una ligera adaptación de su pensamiento al esquema clasificatorio, y no se aleja de lo que muchas mentes coincidirían en con-cluir. El orden responde a esquemas y principios tan lógi-cos que respeta los estamentos más generalizados, y faci-lita la búsqueda directamente por las páginas del ámbito o campo necesitado.

b) BÚSQUEDA DESDE EL ÍNDICE CONCEPTUAL, en las

últimas páginas, en el que aparecen partes, capítulos y epígrafes referidos a cuantas posibilidades de campos de significados rodean al hombre.

c) BÚSQUEDA DESDE EL ÍNDICE ALFABÉTICO, formado

por unas 15 000 entradas que recogen capítulos, epígra-fes, palabras guía y algunas palabras más que sirven de referencia para el rápido acceso a los conceptos busca-dos.

Frases de ayuda en versalita dotan a algunas palabras

o expresiones del significado que no le proporcionan las vecinas. El caso más frecuente es el de aquellos listados en los que de una lista de sinónimos o casi-sinónimos se separa una o dos voces que necesitan un apoyo concep-tual. Comparto y acepto la opinión que puedan tener al-gunos usuarios sobre la subjetividad de este criterio.

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APORTACIÓN

ocas son las lenguas del mundo que tienen el privi-legio de disponer de un estudio semántico ideológi-co, conceptual o temático de su léxico, apenas una docena. La nuestra, sondeada por los listados de Ca-

sares, protegida en los catálogos de Moliner, atizada y sacudida por los empeños de Corripio, manipulada por los del Diccionario temático, no queda, sin embargo tan ideo-lógicamente descrita como en los manuales del inglés, del francés y del ruso.

El Atlas léxico de la lengua española nace con la inten-

ción de reflejar, como en mágico espejo, el lugar que le corresponde a cada una de las palabras y expresiones de nuestro patrimonio léxico activo, del conocido aunque nunca usado, y del repartido por los dominios de nuestro idioma. Esa soñada recopilación ha de confiar en sí mis-ma, en su propia estructura. Para ello presenta a la vez, informa al tiempo tanto de significantes o palabras y ex-presiones como de significados o conceptos, sin rodeos ni contorsiones. Deseo que sea un instrumento de trabajo tan útil como ameno, tan generoso para ofrecer como hospitalario para recibir, que se conciba como manual práctico para los cientos de millones de usuarios del es-

P

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pañol repartidos por el mundo, y también para los que se acercan interesados; y que se mantenga permeable y caudaloso durante una pacífica vida a través de los años.

Madrid, agosto de 2009