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Anales de Historia Contemporánea, 19 (2003) –Publicado en septiembre de 2003– Aspectos de la cultura española durante el Sexenio democrático (1868-1874) RAFAEL SERRANO GARCÍA ** (Instituto Universitario de Historia Simancas) Resumen La imagen del denominado «Sexenio Democrático» (1868-1874) en la historiografía española está prima- riamente asociada al cambio político. Pero el periodo está también ligado a algunos signos de modernización cultural que nos proponemos destacar. Signos como la emergencia del realismo, la recepción de las teorías de Darwin, la tensión entre casticismo y europeización, el desarrollo de la prensa y la edición, o un muy limitado acceso de las mujeres a la esfera pública. Palabras clave: Realismo, Darwinismo, Europeización, prensa y edición, acceso de las mujeres a la esfera pública. Abstract Image of the so-called «Sexenio Democrático» (1868-1874) in Spanish History is Primarily Associated to Political Change. But this Period is also Linked to some Signs of Cultural Modernization that we Intend to Emphasize. Signs as the Emergence of Realism, the Reception of Darwin’s Theories, the Confrontation between Traditionalism and Europeanization, the Development of Press and Publication and a very Shy Access of Women to the Public Sphere. Key words: Realism, Darwinism, Europeanization, Press and Publication, Access of Women to the Public Sphere. ISSN: 0212-65-59 * * Fecha de recepción: 30 mayo 2003. ** Profesor Titular de Historia Contemporánea. Universidad de Valladolid. Telf. 983-423449.

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  • 395Aspectos de la cultura espaola durante el Sexenio democrtico (1868-1874)

    Anales de Historia Contempornea, 19 (2003)Publicado en septiembre de 2003

    Aspectos de la cultura espaoladurante el Sexenio democrtico

    (1868-1874)

    RAFAEL SERRANO GARCA**

    (Instituto Universitario de Historia Simancas)

    Resumen

    La imagen del denominado Sexenio Democrtico (1868-1874) en la historiografa espaola est prima-riamente asociada al cambio poltico. Pero el periodo est tambin ligado a algunos signos de modernizacincultural que nos proponemos destacar. Signos como la emergencia del realismo, la recepcin de las teoras deDarwin, la tensin entre casticismo y europeizacin, el desarrollo de la prensa y la edicin, o un muy limitadoacceso de las mujeres a la esfera pblica.

    Palabras clave: Realismo, Darwinismo, Europeizacin, prensa y edicin, acceso de las mujeres a la esferapblica.

    Abstract

    Image of the so-called Sexenio Democrtico (1868-1874) in Spanish History is Primarily Associated toPolitical Change. But this Period is also Linked to some Signs of Cultural Modernization that we Intend toEmphasize. Signs as the Emergence of Realism, the Reception of Darwins Theories, the Confrontation betweenTraditionalism and Europeanization, the Development of Press and Publication and a very Shy Access ofWomen to the Public Sphere.

    Key words: Realism, Darwinism, Europeanization, Press and Publication, Access of Women to the PublicSphere.

    ISSN: 0212-65-59

    *

    * Fecha de recepcin: 30 mayo 2003.** Profesor Titular de Historia Contempornea. Universidad de Valladolid. Telf. 983-423449.

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    Si este texto hubiera sido escrito hace algunos aos, cuando los paradigmas de lahistoria cultural an no estaban en boga, seguramente la tarea del historiador hubieraresultado ms fcil o, cuando menos, poco comprometida. Hoy, sin embargo, en que semaneja una acepcin de la palabra cultura mucho ms amplia, como corresponde alcreciente influjo de otras disciplinas (como la antropologa o la sociologa), el reto resultamucho ms arriesgado y difcil, ms an considerando que el enfoque sociocultural denuestro pasado se encuentra todava en fase de consolidacin y falta engranar las yanumerosas investigaciones existentes en una reinterpretacin coherente de nuestro perio-do contemporneo y, en particular, del Siglo XIX.

    En este artculo intentar, primero, calibrar los cambios que ocurren en el terreno delo que convencionalmente podramos denominar utilizando una terminologa que nosremite, entre otros, a F. Schlegel, como la alta cultura (es decir, en el arte, la literatura,el pensamiento o la ciencia) y donde la Gloriosa ejerci un potencial transformador degran envergadura para, luego, abordar otras facetas, tales como la edicin o la prensa, ladialctica europeizacin-casticismo o la tmida presencia femenina en la esfera pblica,entre otros variados aspectos que merecera la pena tocar1, pero donde el balance resultams desigual, con avances innegables, pero frgiles y que justifican la utilizacin deladjetivo utpico, para referirse a las iniciativas y proyectos de los poderes pblicos y de lapropia sociedad, comprometidos en la transformacin democrtica de Espaa.

    1. Aunque los historiadores de la literatura sitan la conclusin del Romanticismoespaol hacia 1850, en el sentido de que se produce un cierto cansancio respecto de lahinchazn y la ampulosidad, el arcasmo o el acentuado subjetivismo que exhiban losliteratos romnticos, no se puede decir, sin embargo que en el ltimo tramo del reinado deIsabel II, dicha corriente se hubiera visto del todo desbancada en la prctica literaria y, loque es ms, en los gustos de los espaoles: debe recordarse que miembros conspicuos dela generacin romntica de los aos 1830, como Zorrilla, Garca Gutirrez, Ros de Olano,etc., an seguan activos; que el gnero del drama histrico desprovisto muy pronto desu inicial carga romntico-subversiva, continuaba representndose con xito en loscoliseos; que no haba cuajado todava la modalidad genuinamente espaola de la novelay que los intentos hechos por algunos autores, especialmente por Fernn Caballero, nosera del todo apropiado incluirlos ya dentro del Realismo, aun cuando ocupen un lugarcapital en el trnsito desde el Romanticismo al nuevo movimiento literario y anticipen lanovela del ltimo tercio de siglo2; o que las colecciones porttiles lanzadas al mercado

    1 Como la secularizacin y el anticlericalismo, la poltica educativa, la sociabilidad, la modernizacin delos comportamientos polticos, la construccin de la identidad nacional, el clmax que alcanza la retrica comoexpresin de una cultura fundamentalmente oral, los cambios que se producen en el vocabulario, etc.

    2 Se tratara de un realismo potico, de una poetizacin de la verdad, entendida a la manera romntica deSchlegel o Schiller. Su voluntad, no obstante de pintar las costumbres rurales andaluzas un rasgo que la acercaa Balzac, implicaba un acercamiento a la realidad que estaba ausente en la novela histrica romntica. Sobreestos aspectos vase RUBIO CREMADES, E., Panorama crtico de la novela realista-naturalista espaola,Madrid, Castalia, 2001, especialmente pp. 47 y ss.

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    por avispados editores o los folletines de los peridicos considerados asimismo, desdeuna ptica distinta, decisivos en esa transicin3 continuaban ofreciendo a sus lectores ungrueso volumen de traducciones de novelas romnticas francesas.

    En el terreno del pensamiento, y como efecto quiz del desfase con el que se habanrecibido en Espaa las corrientes europeas ms creativas especialmente las impulsadaspor las grandes figuras del idealismo filosfico poskantiano, la difusin del Krausismoy de otras corrientes como el Hegelianismo en la etapa isabelina, deberamos sin dudaestimarla como otra manifestacin de la perduracin de las concepciones romnticas,incluso utpicas en nuestro pas, a pesar de que en este caso fueran portadoras de unossignificados ideolgicamente contrapuestos a los que se perciben en el plano literario.Ambas corrientes haban ayudado a perfilar los supuestos filosficos de la ideologa delprogreso que iban a compartir los intelectuales y polticos crticos con el rgimen isabelino.Cuestin distinta es esclarecer el porqu de la aceptacin del Krausismo entre laintelligentsia espaola y el escaso xito del Hegelismo con excepcin de algunos focosuniversitarios como el sevillano4.

    Tambin en otros terrenos como el del arte, a pesar de ciertos indicios de avance delrealismo caso, por ejemplo, de la pintura del paisaje del natural5, practicada por Carlosde Haes y sus discpulos o, tambin, por Ramn Mart y Alsina que encarn adems a unnuevo tipo de artista, refractario a la tutela de la Corona o de la sociedad burguesa, nodebe olvidarse por ello, que nos encontramos en un periodo en que el gnero culminantesegua siendo la pintura de historia, cuyos temas, eso s, experimentaron un cierto cambio,incluso un momentneo declive en torno aproximadamente al Sexenio6: si hasta 1868fueron habitualmente trascendentes, de un gran significado colectivo y se remontaron alos tiempos anteriores a Felipe II, a partir de entonces y, sobre todo durante la Restaura-cin, el sentimiento nacionalista se atemper y los temas pasaron a ser anecdticos oliterarios7. El gnero se haba visto animado con la realizacin desde 1856, de las

    3 ZAVALA, I. M., Ideologa y poltica en la novela espaola del siglo XIX, Salamanca, Anaya, 1971.4 Para algunos autores, esta preferencia se explicara por que los principios krausistas eran los que mejor

    se ajustaban al proyecto poltico-cultural de la burguesa progresista, resultando de otro lado, perfectamentearmonizables con el orden socioeconmico burgus. Vase DAZ, E., La filosofa social del Krausismo espaol,Madrid, Edicusa, 1973. Tambin, TERRN, E., Sociedad e ideologa en los orgenes de la Espaa contempor-nea, Barcelona, Pennsula, 1969.

    5 Pueden consultarse los primeros captulos de PENA, C., Pintura de paisaje e ideologa. La generacinde 1898, Madrid, Taurus, 1983. De todos modos, el compromiso del pintor hispano-belga con la pintura alnatural no se materializ hasta 1870, cuando entr en contacto con otros pintores, como Aureliano de Beruete.

    6 A pesar de su impronta romntica, en la crtica de arte de los aos 1860 se emple con escasapropiedad, el vocablo realismo para comentar ciertos rasgos de la pintura de historia espaola: ROMEROTOBAR, L., Realismo y otros ismos en la crtica de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes (1856-1899),en Yvan Lissorgues y Gonzalo Sobejano (coord.), Pensamiento y literatura en Espaa en el siglo XIX. Idealis-mo, positivismo, espiritualismo, Toulouse, Presses Universitaires du Mirail, 1998, pp. 80 y ss.

    7 Sobre el arte durante el periodo revolucionario: HERNANDO CARRASCO, J., Las bellas artes y lasRevolucin de 1868, Oviedo, Universidad, 1987.

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    Exposiciones Nacionales de Bellas Artes8 de las que se celebr una en esta etapa, la de1871, cuyo inters radica en que pretendi estimular la participacin de artistas extranje-ros, y en la concesin del primer premio a Eduardo Rosales, por su lienzo, Muerte deLucrecia, que se ha querido ver como un anticipo del impresionismo, un juicio que hoy seestima errneo9.

    En el plano musical, en fin, resulta ya un tpico el recordar la muy tarda entrada deuna vertiente capital del filarmonismo romntico: la msica sinfnica, por medio de lacreacin en Madrid de la Sociedad de Conciertos, en 1866, que di a conocer, en el Circodel Prncipe Alfonso, obras de compositores como Beethoven, Von Weber, etc., comoatestigua Galds, gran aficionado10. Ese mismo ao se fundara, en Barcelona, la Socie-dad de conciertos clsicos, por el compositor Joan Casamitjana. Los frutos de esteasociacionismo musical se dejaran notar en los aos del Sexenio, en que el msicomallorqun Pedro Miguel Marqus estren su primera y segunda sinfonas. Tambin serevitaliz por entonces otra vertiente musical, la camerstica, que haba declinado respec-to del lugar que ocup en la Corte y en los salones nobiliarios hasta principios del XIX,siendo el vehculo para ello, la creacin de la Sociedad de cuartetos en 1863, inspiradapor el violinista Jess de Monasterio11.

    En suma, que al llegar la Gloriosa, el Romanticismo, es verdad que en neto declive,an informaba el clima cultural en Espaa, un rasgo que tambin se echa de ver en lamisma revolucin, teida de utopismo o en el clmax retrico que se alcanza en estaetapa, con discursos alejados a menudo de los problemas del pas y que motivaran mstarde las descalificaciones radicales de un Joaqun Costa y de otros escritores encuadra-dos en la coyuntura finisecular.

    8 En Francia o Gran Bretaa, el triunfo de la pintura de historia haba tenido lugar en la primera mitad delsiglo (debe recordarse a este respecto la decisin del monarca Luis Felipe de crear, en 1833, una Galera debatallas en el Palacio de Versalles). Vase REYERO, C., Pintura de historia en Espaa, Madrid, Ctedra, 1989.

    9 La Exposicin fue convocada por el R. D. de 24 de abril de 1871. Sus pretensiones universalistas, quese explicitaron en el art. 2 del Reglamento quedaron limitadas, no obstante por la apostilla de que la adquisicinde obras por el Estado se llevara a cabo slo entre los artistas espaoles y portugueses, de manera que sera mspreciso hablar de iberismo antes que de universalismo. Los artistas portugueses s aprovecharan la oportunidad,presentando 100 obras que correspondan a 24 expositores. Otros pintores premiados en el gnero de historiafueron los madrileos Manuel Domnguez y Vicente Palmaroli, el primero con un cuadro alusivo a la muerte deSneca y el segundo con otro referido a los fusilamientos del 3 de mayo de 1808 en la montaa del Prncipe Po,que el D. Amadeo don al pueblo de Madrid. Vase GUTIRREZ BURN, J., Exposiciones nacionales depintura en Espaa en el Siglo XIX, Madrid, Universidad Complutense, coleccin Tesis doctorales,1987, 2vols., y Exposiciones Nacionales del ltimo tercio del Siglo XIX, Madrid, Instituto de Estudios Madrileos,1995.

    10 PREZ GALDS, B., Recuerdos de Madrid en Recuerdos y memorias, Madrid, Tebas, 1975, prl.de Federico Carlos Sinz de Robles, pp. 40, 47, 55, etc. En 1886, en su Arte y crtica, Galds trazara un balanceverdaderamente positivo de los veinte aos de existencia de la Sociedad sealando, con un punto evidente deexageracin que los aficionados podemos jactarnos de conocer a Beethoven casi lo mismo que se le conoce enViena. Cit. En GMEZ AMAT, C., Historia de la msica espaola. 5. Siglo XIX, Madrid, Alianza Editorial,1988, pp. 45-46.

    11 Estos datos proceden de GMEZ AMAT, C., op. cit., cap. 4.

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    2. Pero el Sexenio ha sido interpretado tambin como una especie de frontera culturalentre el Romanticismo languideciente y las nuevas corrientes realistas o positivistasnacidas sobre todo en los campos literario o filsofico. El gnero novelstico ha resultadoespecialmente estudiado desde esta perspectiva: en efecto, el Sexenio, en que sali a lapalestra una nueva y brillante generacin literaria12 a la que iban a pertenecer, entre otros,Benito Prez Galds, Emilia Pardo Bazn, Armando Palacio Valds, Leopoldo Alas y a laque se vinculan Jos Mara de Pereda, o Juan Valera (que no se di a conocer comonovelista hasta entonces), marc el inicio de un cambio verdaderamente trascendental alrescatar y nacionalizar un gnero que an contando con importantes precedentes espao-les, se haba apoyado hasta entonces en traducciones extranjeras principalmente comoprueba la reivindicacin constante en lo que se llevaba de siglo, de una novela espaolapero del que la crtica advirti de su importancia de cara a la transmisin de unos valoresy unos ideales estticos ajustados a las necesidades de la clase media, principal protago-nista y modelo del nuevo gnero13. A subrayar el papel del Sexenio en este viraje hacia lanovela realista, puede contribuir el recordatorio de que es en esta etapa, precisamente,cuando Galds publica sus primeras obras (La Fontana de Oro, El audaz, as como laprimera serie de sus Episodios nacionales), o que Valera saca a la luz, en 1874, su novelade ambiente andaluz, Pepita Jimnez). Historiadores y crticos han sostenido esta estrechavinculacin entre Revolucin de 1868 y novela realista14, afirmando por ejemplo Clarnque este gnero [es] el que ms y mejor prosper despus que respiramos el aire de lalibertad de pensamiento15.

    Tambin, y por lo que respecta a la lrica, aunque la frontera entre Romanticismo yrealismo cabe situarla un poco antes, el decenio 1870-1880 supuso la plenitud de lapoesa realista. Para Emilio Ferrari, la Revolucin de Septiembre habra sido el hornodonde se forjaron las nuevas aspiraciones, que se consolidaron durante los primeros aosde la Restauracin. El acercamiento a la realidad, al presente en lugar del pasado, lafinalidad social y cvica de la poesa16 y la voluntad de captar los elementos distintivos delprogreso, sintetizados en la ciencia, se sustentaban en la creencia de que progreso cient-fico y progreso artstico eran compatibles (surgira, as, una poesa cientfica, que facilituna considerable renovacin temtica, uno de cuyos principales adalides fue Melchor dePalau). Por otro lado, la misma revolucin provoc la aparicin de una poesa cvica,comprometida, con precedentes en Quintana y Garca Tassara y que tuvo como mximo

    12 FERRERAS, J. I., La novela espaola en el Siglo XIX (desde 1868), Madrid, Taurus, 1988.13 Como subray el propio Galds en sus Observaciones sobre la novela contempornea en Espaa,

    de1870.14 LPEZ MORILLAS, J., La Revolucin de Septiembre y la novela espaola, en Hacia el 98:

    literatura, sociedad, ideologa, Barcelona, Ariel, 1972, pp. 9-41.15 CLARN, Solos de Clarn, Madrid, Alianza Editorial, 1971, p. 72.16 Deca Campoamor en su Potica que la poesa verdaderamente lrica debe reflejar los sentimientos

    personales del autor en relacin con los problemas propios de su poca. Cit. En URRUTIA, J., ed., Poesaespaola del Siglo XIX, Madrid, Ctedra, 1995, p. 132.

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    representante a Gaspar Nez de Arce, a quien la experiencia del Sexenio, llev amanifestarse entre crtico y decepcionado respecto los sucesos revolucionarios y de laideologa del progreso en que se haban sustentado, en su libro Gritos de combate,expresivo del viraje conservador sufrido por la burguesa liberal espaola17.

    En el plano del pensamiento cabra discernir tambin un similar carcter fronterizo,entre idealismo y positivismo: han corrido muchos ros de tinta acerca del influjo delidealismo filosfico en la Gloriosa18, sealadamente del Krausismo y como ste se dejnotar, quiz ms que en realizaciones prcticas, en ciertos componentes ideolgicos queinformaron el proyecto de transformacin democrtica de Espaa, tales como la intensacarga tica, la afirmacin de los derechos del individuo, el organicismo, el laicismo, elhumanitarismo, el armonicismo en los terrenos social y poltico que tieron algunas delas decisiones de las Juntas y del Gobierno Provisional as como, por supuesto, de la IRepblica; en la instauracin de una indita libertad de conciencia, necesaria para que laciencia y el pensamiento pudieran formularse sin cortapisa alguna o, en fin en la mayorbeligerancia que se otorga a la conciencia individual: el que un personaje enfermizo ygris, como Maximiliano Rubn, en Fortunata y Jacinta, conceda tanta importancia a laconciencia en su discurrir en torno a las relaciones con su ta o sus veleidades amorosashacia Fortunata19, me parece bastante revelador en este sentido.

    No deberamos olvidar, por otro lado, la importancia que el Hegelianismo, del que sehizo entonces una lectura eminentemente poltica, tuvo en los crculos afines a la demo-cracia republicana: miembros distinguidos de esta corriente, como Castelar, Pi y Margall,Correa y Zafrilla, Tubino, entre otros, han sido encuadrados en este primer hegelianismoespaol, alinendose ya a su izquierda o a su derecha20. Durante el Sexenio, precisamente,los espaoles cultos pudieron por vez primera acceder a algunas obras de Hegel, como suFilosofa del Derecho, as como a estudios extranjeros sobre su pensamiento21, y elsemanario La Emancipacin dio a conocer, gracias a la labor de Jos Mesa, algunas obrasde Karl Marx, as como fragmentos de El Capital22.

    Sin embargo, a pesar del predicamento intelectual adquirido por Sanz del Ro y susdiscpulos en la ideologa revolucionaria, un conocido trabajo aparecido en 1975 situ, a

    17 El libro terminaba con un soneto a Voltaire en el que Nez maldeca al filsofo francs. VaseURRUTIA, J., op. cit., p.167.

    18 Entre los autores que han hecho ms hincapi en la deuda de la Revolucin de Septiembre con elKrausismo destacan V. Cacho Viu y J. L. Abelln.

    19 PREZ GALDS, B., Fortunata y Jacinta, Madrid, Hernando, 13 edic., 1979.20 GARCA CASANOVA, J. F., Hegel y el republicanismo espaol en la Espaa del siglo XIX, Granada,

    Universidad, 1982, prl. de Pedro Cerezo Galn. Hubo tambin hegelianos independientes, como Antonio MaraFabi, Rafael Montoro y Valds, etc.

    21 BENTEZ DE LUGO, A., Filosofa del Derecho o Estudio fundamental del mismo segn la doctrina deHegel, Sevilla, Imp. de Tarasc y Lassa, 1872. Fabi, por su parte public la traduccin del libro del napolitanoVERA, Introduccin a la lgica de Hegel, Madrid, Durn, 1872.

    22 RIBAS, P., Aproximacin a la historia del marxismo espaol (1869-1939), Madrid, Endymion, 1990, p.13 y ss. Debe consultarse asimismo GUEREA, J.-L., Las traducciones de Marx y Engels en La Emancipa-cin (1871-1873), en Estudios de Historia Social, 26-27 (1983), pp. 7-18.

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    la conclusin del Sexenio, poco menos que la liquidacin del krausismo, en tanto quedoctrina idealista y utpica, cuyos postulados habran contribuido a producir el fracasodel proyecto transformador de Espaa y de la ciencia espaola durante la etapa queacababa de finalizar23. Segn el muy citado estudio de D. Nez, las conferencias cele-bradas en 1875 en el Ateneo de Madrid habran testimoniado la disolucin doctrinal delKrausismo, as como su obsolescencia en cuanto a proporcionar un fecundo marcointelectual a la ciencia espaola, papel que pas a ser ejercido por el positivismo. Elhecho de que reputados krausistas, como Manuel de la Revilla e, incluso otros miembrosan ms caracterizados de la escuela, como Azcrate o Salmern, terminaran sancionan-do este cambio de paradigmas parece indicar esa salida de escena e, incluso, lo que serams grave desde la perspectiva aqu adoptada, pone en cuestin los beneficios que para laciencia y el pensamiento espaoles habra reportado la ascendencia intelectual delKrausismo durante el Sexenio.

    Actualmente se sustentan opiniones ms matizadas que ponen en entredicho que seprodujera esa disolucin doctrinal24 y que, al destacar la continuidad de la influenciakrausista en varios campos del conocimiento durante la Restauracin, contribuyen tam-bin, de paso, a proyectar una imagen ms perceptiva sobre las aportaciones de estadoctrina al progreso intelectual de nuestro pas, unas contribuciones que habran consisti-do, en la marcada responsabilidad que Sanz del Ro y sus seguidores tuvieron en lacreacin de una cultura y una ciencia espaolas, incluso de un vocabulario cientfico yfilosfico25. Donde s se produjo una quiebra y un abandono fue en el caso delHegelianismo, que qued arrumbado con el fracaso de la I Repblica, lo que ha dado piea interpretaciones muy trascendentes en el marco del problema de la revolucin burguesaen Espaa. Es cierto que con posterioridad habra otros acercamientos a Hegel, como lalectura metafsica de Ortega y Zubiri.

    3. Todo ello no implica que sea ste un periodo que se singularice por la riqueza de lasaportaciones brindadas por la ciencia o el pensamiento espaoles (entre otras razones, porsu corta duracin), pero resulta indudable que posibilit una suerte de emancipacin delpensamiento cientfico respecto de las trabas impuestas por la Iglesia y el Neocatolicismo.En este sentido hay que conceder toda su importancia a la inclusin, en la Constitucin de1869, de la libertad de pensamiento, por la va del artculo 21, que estableca la libertadde cultos que para algunos de sus defensores en el debate parlamentario signific un hitode enorme trascendencia en la historia del pas. Para Jos Rodrguez Carracido, uno delos cientficos espaoles ms eminentes del periodo de la Restauracin, la Revolucin de

    23 NEZ, D., La mentalidad positiva en Espaa. Desarrollo y crisis, Madrid, Jcar, 1975.24 CAPELLN DE MIGUEL, G., Krausismo y Neotomismo en la cultura espaola de fin de siglo en

    M. Surez Cortina, ed., La cultura espaola de la Restauracin, Santander, Sociedad Menndez Pelayo, 1999,pp. 417-448.

    25 ABELLN, J. L., Historia crtica del pensamiento espaol. T. IV. Liberalismo y Romanticismo (1808-1874), Madrid, Espasa-Calpe, 1984, p. 427.

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    1868 supuso, junto con el ascenso de los krausistas, la entronizacin de la iniciativa delpensar frente a la autoridad de los escolsticos, y quiz uno de los testimonios mssignificativos de ese cambio, lo fuera una conferencia muy controvertida, pronunciadapor el catedrtico Augusto Gonzlez de Linares en la Universidad de Santiago deCompostela en la que expuso en tono beligerante las teoras de Darwin (que, sin embargo,todo hay que decirlo, ya haban sido objeto de anlisis en 1867, en el Ateneo Cataln porel mdico Jos de Letamendi). Este inters por el evolucionismo guarda semejanzas, ensu significado social, a lo ya observado sobre el nacimiento de la novela realista: habravenido asociado al despertar intelectual de la clase media durante el periodo en que sedesarroll la polmica.

    Si se tiene en cuenta la importancia que tuvo el Darwinismo en la fundamentacin dela represora poltica universitaria adoptada en los primeros aos de la Restauracin, o lacomprobacin de que grandes figuras de la ciencia mdica espaola, como PeregrnCasanova, Luis Simarro o Santiago Ramn y Cajal asimilaron los supuestos evolucionistasde su obra posterior en los aos en torno a la Gloriosa, se podr valorar mejor laimportancia de estos precedentes y el grado de apertura intelectual vigente en el Sexenio26.Una apertura, insistimos, que si no se tradujo todava en grandes hallazgos cientficos,posibilit, por la va de la supresin de los tribunales de imprenta y de la consagracin deuna plena libertad de expresin, el que pudieran florecer sin traba alguna toda una seriede revistas cientficas o de pensamiento como la Revista de Espaa (1869), la Revistamensual de Filosofa, Literatura y Ciencias (1869), de Sevilla, el Boletn-Revista de laUniversidad de Madrid, el Anfiteatro anatmico espaol (1874), la Revista de la Univer-sidad de Madrid (1874) o que los naturalistas espaoles, cuyas respectivas disciplinashaban experimentado un meritorio avance y puesta al da durante la llamada etapaintermedia crearan, en 1871, la Sociedad espaola de historia natural, acogindose, eneste caso, a otra de las libertades consagradas por la Gloriosa.

    Empez a haber, adems, un cierto espacio pblico para la ciencia al existir ya unaminora de ciudadanos interesada por los avances cientficos del siglo XIX, lo que explicael xito de la labor divulgativa realizada por Jos de Echegaray con su obra, Teorasmodernas de la Fsica, de 1867, que conoci posteriores reediciones, o la inclusin a

    26 La recepcin del evolucionismo en Espaa se ha tendido a circunscribir al mbito de la medicina,siendo as que en otros campos como la botnica o la antropologa, esa recepcin tambin se produjo, inclusocon anterioridad a aquel. En 1860, por ejemplo, el botnico Miguel Colmeiro, en su discurso de ingreso en laAcademia de Ciencias, ya se hizo eco de la polmica suscitada por la publicacin, el ao anterior de On theorigins of species: PINAR, S., Darwinismo y botnica. Aceptacin de los conceptos darwinistas en los estudiosbotnicos del Siglo XIX en Espaa, en Thomas F. Glick , Rosaura Ruiz y Miguel Angel Puig-Samper (Eds.),El darwinismo en Espaa e Iberoamrica, Madrid, Universidad Autnoma de Mxico / CSIC / Ediciones DoceCalles, 1999, pp. 135-136. Tambin el el campo de la antropologa, donde en 1865 se haba creado en Madrid laSociedad Antropolgica Espaola, su secretario, Tubino, publicara en su revista, en 1874 un artculo claramentealineado con las tesis de Darwin y Haeckel. Y en Sevilla el mdico Antonio Machado y Nez publicara en laRevista mensual de Filosofa, Literatura y Ciencias de Sevilla, un trabajo a favor del evolucionismo en 1871:PUIG-SAMPER, M. A., El Darwinismo en la antropologa espaola, ibdem, pp. 153-167.

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    partir de 1870 de una crnica cientfica en La Ilustracin Espaola y Americana, a cargodel ingeniero Emilio Hueln. Por otra parte, en el decreto de creacin de la Escuela deartes y oficios, en 1871, se deca que la institucin estaba destinada a vulgarizar laciencia y a sus importantes aplicaciones27. Finalmente, las Exposiciones Universales esindudable que tambin contribuyeron a fomentar ese inters28.

    En el terreno de las ciencias sociales, es evidente que la ascendencia del Krausismo enel proyecto revolucionario, renov la cultura pedaggica de los liberales espaoles aunquesta haba dado ya pasos importantes desde principios de siglo. Lo ms destacable en estaetapa va a ser la recepcin de la pedagoga de Frbel, que buscaba la renovacin de laeducacin de los prvulos, lo que no dejaba de remitir a la problemtica social y familiardimanada del proceso industrializador. Precisamente, en la Escuela de Institutrices creadapor Fernando de Castro, se estableci en 1873 una Clase de pedagoga segn el sistemaFroebel y el encargado de su docencia, Pedro de Alcntara Garca publicara, en 1874 suobra, Froebel y los jardines de infancia29. Otra novedad, no menos importante consisti enla incorporacin, muy tmida todava, de modelos modernos europeos para la educacinfemenina, que implicaban un cambio respecto de la instruccin tradicional de la mujer.

    El Derecho, por su parte, que tanta importancia adquiri en la filosofa idealistaalemana, es claro que encontr en la actividad legislativa de los gobiernos de esta etapaoportunidades para dar cauce a nuevos planteamientos doctrinales dimanados de la filo-sofa krausista: al contacto directo con Rder30, y teniendo como base la Enciclopedia deAhrens, se elabor una doctrina jurdico-penal y penitenciaria cuya cabeza sera Giner delos Ros31 que iba a inspirar algunos proyectos de reforma penal en la I Repblica (siendoMinistro de Gracia y Justicia N. Salmern) pero cuya influencia se dejara notar sobretodo en el periodo posterior. Por otro lado, y aunque mucha menor escala tambin sedejara notar la influencia de Hegel en este terreno jurdico.

    En otros campos, como el de la Economa, que al igual que haba sucedido con laIlustracin, devino la disciplina ms estrechamente asociada al cambio impulsado desdelas esferas del poder, como testimonia la entrada en los equipos gubernamentales, demiembros conspicuos de la Escuela economista, aqu, ms que aportaciones doctrinales,

    27 Gaceta de Madrid, 8 de mayo de 1871.28 Sobre estos aspectos vase LPEZ-OCN CABRERA, L., Ciencia burguesa. La contribucin de

    ingenieros, mdicos y naturalistas a la divulgacin cientfica, en el monogrfico Momentos y lugares de laciencia espaola. Siglos XVI-XX, Historia 16, 291 (julio 2000), pp. 33-53.

    29 Esta informacin la tomamos de ESCOLANO BENITO, A., La educacin en la Espaa contempor-nea. Polticas educativas, escolarizacin y culturas pedaggicas, Madrid, Biblioteca Nueva, 2002, p. 53.

    30 Vase PREZ-PRENDES, J. M., Consideraciones sobre el influjo del Krausismo en el pensamientojurdico espaol, en Enrique M. Urea y Pedro lvarez Lzaro, eds.), La actualidad del Krausismo en sucontexto europeo, Madrid, Universidad Pontificia de Comillas / Fundacin Duques de Soria / Editorial Parteluz,1999, pp. 190-192

    31 En 1874 Giner public su importante tratado, El Derecho penal, estudiado en principios y en lalegislacin vigente en Espaa. Vase PREZ-PRENDES, J. M., Las ciencias jurdicas, en Historia de Espaade D. Ramn Mnendez Pidal, T. XXXIX-II, Madrid, Espasa-Calpe, 1994, pg. 357.

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    Anales de Historia Contempornea, 19 (2003)Publicado en septiembre de 2003

    lo ms importante fue la voluntad del ministro Figuerola de poner en prctica un progra-ma de reformas bien estructurado y meditado con la finalidad de promover manejandoel arancel de aduanas, un desarrollo industrialista y de introducir en Espaa las institu-ciones econmicas y las formas organizativas propias de una sociedad capitalista del sigloXIX.

    Figuerola y su equipo estaban influidos por F. Bastiat (las Harmonies conomiques,entre otros textos suyos), y por el muy difundido Journal des Economistes, en tanto queotros autores, como John Stuart Mill, tuvieron muy escasa difusin y su obra Principlesof Political Economy ni siquiera se tradujo al castellano32. El grupo economista, sinembargo, tuvo escasa influencia krausista (del grupo encabezado por Sanz del Ro, habraque precisar), a pesar de que Figuerola, en sus primeros pasos como profesor, habaexplicado el sistema de Ahrens, o de las relaciones personales que se haban entabladoentre miembros de ambos grupos, en los foros de oposicin a los gobiernos isabelinos loque no evit que los krausistas acabaran criticando las posturas que en el terreno arance-lario sustentaba Figuerola y su equipo y el predominio del egosmo individual en la vidaeconmica33. Con lo anterior no queremos significar que Krause no influyera de algnmodo sobre los economistas espaoles, pero esta influencia sigui un camino autnomo ydiferenciado del representado por Sanz del Ro y la futura Institucin Libre de Ensean-za34.

    La Historia, que iba a tener en Emilio Castelar, catedrtico de esta disciplina en laUniversidad Complutense, a su principal propagador, no tuvo quiz en esta etapa undesarrollo comparable al que acreditara, con una marcada impronta acadmica, durantela Restauracin35. Bien es verdad que acababa de consolidarse el enfoque liberal yromntico de la construccin de la nacionalidad espaola con la culminacin, en 1867, dela Historia general de Espaa, de Modesto Lafuente y que se haban dado pasos decisivospara el nacimiento del erudito profesional mediante la constitucin de la Escuela Superiorde Diplomtica, del cuerpo facultativo de archiveros, bibliotecarios y anticuarios o con lacreacin, en 1866, del Archivo Histrico Nacional. Precisamente en nuestra etapa veranla luz la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos y el Museo Espaol de Antigedades,autorizada expresin de ese enfoque corporativo y erudito del quehacer histrico que ibaa encontrar una de sus manifestaciones ms significativas en la incautacin por el Estado,decretada en enero de 1869, de todos los archivos y bibliotecas que pertenecieron al clero,

    32 Vase LLUCH MARTIN, E. y ALMENAR PALAU, S., Difusin e influencia de los economistasclsicos en Espaa (1776-1870), en FUENTES QUINTANA, E. (Dir.), Economa y economistas espaoles. 4.La economa clsica, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2000, pp. 93-170.

    33 Hay algunas referencias a esta relacin y a las divergencias surgidas en FUENTES QUINTANA, E.(Dir.), Economa y economistas espaoles. 4., op. cit., pp. 492-495, 511-512. En cualquier caso, deben consultarselas colaboraciones, en esta obra, de F. Cabrillo, A. Costas Comesaa o Camilo Lebn y Roco Snchez Lissen

    34 LLUCH, E. y ARGEM DABADAL, LL., El Krausismo econmico sin Institucin Libre. La influen-cia germnica en Espaa (1800-1860), en Sistema, 157 (2000), pp. 3-18.

    35 Vase PEIR, I., Los guardianes de la Historia, La historiografa acadmica de la Restauracin,Zaragoza, Institucin Fernando el Catlico, 1995.

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    una medida que los gobernadores civiles deberan llevar a cabo en sus respectivas provin-cias acompaados por un individuo del Cuerpo de bibliotecarios, archiveros y anticua-rios que oportunamente se pondr a sus rdenes. Una medida que, segn se ha dicho, ibams all de la mera desamortizacin ya que buscaba, sirvindose del documento histricoy de la Historia, legitimar la nueva realidad espaola y a la lite que haba hecho laRevolucin36.

    Con esos precedentes, en el Sexenio se confirm la institucionalizacin de unacultura histrica burguesa que acabara decantndose por la historia erudita frente a lahistoria filosfica, escrita al margen de la Academia por quienes crean en el progresosocial37, si bien stos tuvieron su momento de gloria en esta etapa, gracias sobre todo a lasintervenciones parlamentarias de oradores como Castelar, Garrido, Pi y Margall, entreotros muchos. Resulta evidente que la Historia, leida desde la filosofa del progreso fuejunto con el Derecho la disciplina que proporcion el bagaje intelectual de los oradoresdel Sexenio.

    La Geografa, una disciplina que entonces ocupaba una posicin secundaria y que fueexcluida del proceso de institucionalizacin de los saberes que se oper durante elreinado de Isabel II iba a desempear un papel importante, sin embargo, desde la perspec-tiva de proporcionar una informacin precisa acerca del territorio para llevar a cabo laspolticas del moderno Estado liberal, y las exigencias derivadas del crecimiento econmi-co capitalista. A la mejora de la informacin geogrfica haba contribuido, desde elgobierno largo de la Unin Liberal, el fuerte impulso dado al catastro, a la cartografa ya la estadstica por la Comisin de estadstica general del Reino (que pas a denominarseJunta general de estadstica desde 1861), merced a la ley de medicin del territorio de1859. Se concedi entonces prioridad a la confeccin del Catastro parcelario, si bien lametodologa adoptada determin que los trabajos fueran extraordinariamente lentos. Conla llegada de la Gloriosa renaci la voluntad de acometer el levantamiento catastral, sinembargo, esa poltica cambi radicalmente a partir de septiembre de 1870 con la creacindel Instituto Geogrfico (tres aos despus, Instituto Geogrfico y Estadstico), queimprimi un giro radical a los proyectos de informacin geogrfica, abandonando elcatastro parcelario y concedi prioridad absoluta al levantamiento del Mapa de Espaacon lo que ello conllevaba de finalizacin de la red geodsica y de desarrollo de lastriangulaciones topogrficas. Su direccin fue encomendada al geodesta Carlos Ibez eIbez de Ibero. Se consum, pues, durante esta etapa la liquidacin de la utopacartogrfica que haba puesto en marcha la Ley citada de 185938. Tambin durante el

    36 MNDEZ VIAR, M. V., Los otros archiveros: los comisionados del proceso de incautacin (1869-1875), en SIGNO. Revista de Historia de la cultura escrita, 7 (2000), pp. 103-122.

    37 PEIR, op. cit.38 Vase, MURO, J. I., NADAL, F. y URTEAGA, L., Geografa, estadstica y catastro en Espaa, 1856-

    1870, Barcelona, Ediciones del Serbal, 1996, p. 148. Debe consultarse asimismo: HERNNDEZ SANDICA,E., La geografa espaola, entre la proyeccin colonial y la carencia universitaria. Los estudios geogrficos enMadrid (1868-1900), en Jos Luis Peset et al., La Universidad, de 1875 a la Dictadura, Madrid, FundacinJuan March, 1985.

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    Anales de Historia Contempornea, 19 (2003)Publicado en septiembre de 2003

    Sexenio, y por razones presupuestarias, se dejaron de publicar los Anuarios estadsticos yse sacrific el censo de 1870.

    Ello no fue bice, sin embargo, para que durante el Sexenio prosiguiera la labor derecogida de informacin en aspectos parciales, como por ejemplo, la riqueza botnica dela Pennsula. Debe sealarse que la ley de medicin del territorio haba contempladotambin la elaboracin del mapa forestal, integrada en un proyecto cartogrfico global yen este sentido vena trabajando una comisin, bajo la direccin del ingeniero GarcaMartino, discpulo de Willkomm, que haba elaborado todo un conjunto de bosquejosdasogrficos. Hubo una interrupcin, no obstante, en 1865, al suprimirse la direccin deoperaciones especiales de la que dependan estos trabajos pero en junio de 1868 se cre lacomisin del Mapa Forestal de Espaa que desarroll a lo largo del Sexenio un intensotrabajo de campo que posibilit el reconocimiento de prcticamente todas las provinciasespaolas. Tambin durante el Sexenio se impulsaron exhaustivas campaas de herboriza-cin, dirigidas por Mximo Laguna, con el objeto de redactar la Flora forestal espaola39.

    4. El terreno de la edicin, de la letra y la imagen impresas, de la prensa, conocidurante el Sexenio un impulso fundamental, excepcional, que ha sido claramente subraya-do por la historiografa cultural. En el campo de la edicin, este periodo va a coincidircasi en el tiempo con la recuperacin del sector editorial barcelons y la aparicin degrandes casas, como la Montaner y Simn o la Jos Espasa y Anguera, de manera que laciudad catalana desde aproximadamente 1875, pas a ser la ciudad del arte y la moderni-zacin. Y es que en el Sexenio, al calor de una creciente y diversificada demanda, habatenido lugar una aceleracin relativa de la tecnologa de la imprenta espaola, muyretrasada en el periodo isabelino respecto de la industria editorial europea: amen de laprofusin de cabeceras de peridicos, de la que hablaremos enseguida, cobraron de nuevoun gran impulso las revistas ilustradas (entre ellas, La Ilustracin Espaola y Americana,de Abelardo de Carlos y La Ilustracin de Madrid), las satricas y caricaturescas alcanza-ron ahora quiz su clmax (La Flaca; El Cencerro)40, logrando algunas de ellas importan-tes efectos polticos41 y se abri un nuevo campo para las ediciones destinadas a unpblico popular, con la novela de a peseta, lo que en cierto modo compensaba el declivepalpable que empezaba a notarse en lo que respecta a los pliegos de cordel, as como del

    39 CASALS COSTA, V., Los ingenieros de montes en la Espaa contempornea, 1848-1936, Barcelona,Eds. del Serbal, 1966, pr. De A. Monzn Peral, pp. 135-178.

    40 BOZAL, V., La ilustracin grfica del Siglo XIX en Espaa, Madrid, Comunicacin, 1979, pp. 139-153.

    41 Caso por ejemplo de las que Ortego hizo de Montpensier presentndole como El rey naranjero, tal ycomo apunt Rubn Daro en Espaa contempornea, Madrid, Alfaguara, 1998, p. 218. El caricaturista Ortegoes evocado en RUBIO JIMNEZ, J., Escritura y pintura en los aos sesenta: Ventura Ruiz Aguilera y FranciscoOrtego, en Marie-Linde Ortega (ed.), Escribir en Espaa entre 1840 y 1876, Madrid, Visor Libros, 2002, pp.201-217.

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    folletn que portaban los peridicos42. En paralelo a las revistas ilustradas, se cre asimis-mo otro circuito de difusin de imgenes, en este caso fotogrficas, fomentado por lareciente caida de los costes de esta nueva tecnologa y la popularizacin de la carte devisite lo que permiti guardar en el lbum familiar no slo a los seres queridos sino a todoel imaginario nacional43 y esto contribuy indudablemente a la popularizacin de loslderes de la Revolucin, pero tambin de sus antagonistas.

    V. Bozal, por otro lado, llam hace tiempo la atencin sobre las aleluyas y otrosgrabados satricos que, enmarcados en el gnero joco-serio, venan sirviendo para expre-sar el escepticismo sobre la actividad poltica y el revolucionarismo liberal, y que deriva-ron durante el Sexenio en el esperpento, tal y como qued configurado con dibujos comolos aparecidos en La Flaca44. En la incipiente prensa internacionalista, finalmente, serecurri a la imagen para transmitir una visin dicotmica de la sociedad, como haestudiado M. Morales45. Y abundando en lo dicho hace un momento, los carlistas sevalieron con gran profusin de la imagen fotogrfica, distribuyendo por ejemplo unosseis millones de copias del pretendiente, el nio terso, de su familia y de los jefesmilitares de la Comunin46.

    Pero la prensa, el denominado cuarto poder, ahora conoci, segn C. Almuia suapoteosis47 en virtud de la amplsima aunque frgil libertad sancionada por el GobiernoProvisional mediante decreto de 23 de octubre de 1868 y de otras disposiciones conexas,tales como la rebaja de los derechos del timbre, que favorecieron la circulacin deimpresos48. Este florecimiento periodstico se iba a traducir, ms que en un aumentoespectacular de las tiradas, que se seguan moviendo en unos niveles discretos (los diariosde mayor circulacin, La Correspondencia de Espaa y El Imparcial, sacaban respectiva-

    42 Estos datos proceden de BOTREL, J.-F., Libros, prensa y lectura en la Espaa del Siglo XIX, Madrid,Fundacin Germn Snchez Ruiprez, 1993. En torno al declive citado contamos con el testimonio de JulioNombela citado por PAGEARD, R., Le tmoignage de Julio Nombela (1836-1919) daprs ses Impresiones yrecuerdos (1909-1912), en Marie-Linda Ortega (ed.), Escribir en Espaa entre 1840 y 1876, op. cit., pp. 130-131.

    43 RIEGO, B., Las imgenes como fenmeno cultural y de opinin pblica en la primera etapa de laRestauracin, en Manuel Surez Cortina (editor), La cultura espaola en la Restauracin, op. cit., p. 201.

    44 BOZAL, V., La ilustracin grfica del Siglo XIX en Espaa, op cit., pp. 151-153.45 MORALES, M., Cultura e ideologa en el anarquismo espaol (1870-1910), Mlaga, Diputacin,

    2002, pp. 48 y ss.46 RIEGO, B., art. cit., p. 202. El dato procede de TUDURI, J. M., Fotografa y segunda guerra carlista

    en el Pas Vasco, incluido en Carmen Gmez (Ed.), Los carlistas 1800-1876, Vitoria, Fundacin Sancho elSabio, 1991.

    47 Vid. ALMUIA, C., La prensa peridica, en J. Andrs-Gallego (Coord.), Historia general de Espaay Amrica. T. XVI-I. Revolucin y Restauracin (1868-1931), Madrid, Rialp, 1982, pp. 135-154. Puede consultarseasimismo, FUENTES, J.F. y FERNANDEZ SEBASTIN, J., Historia del periodismo espaol. Prensa, polticay opinin pblica en la Espaa contempornea, Madrid, Sntesis, 1997.

    48 Un buen estudio acerca del marco legal junto con los lmites que se fijaron a la libertad de prensa enGUEREA, J. L., Presse et pouvoir sous le Sexenio Democratico, 1868-1874 en Paul Aubert y Jean-MichelDesvois, Presse et pouvoir en Espagne, 1868-1975, Burdeos-Madrid, Maison des Pays Iberiquess-Casa deVelazquez, 1996, pp. 17-38.

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  • 408 Rafael Serrano Garca

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    mente 50 y 40.000 ejemplares diarios), en la multiplicacin de las cabeceras, muchas deellas efmeras, que se habran situado en torno a 600 para el periodo comprendido entre1868 y 1875. Lgicamente, el auge del sector periodstico exigi de una renovacinacelerada de la maquinaria, que tuvo su reflejo en la tipografa, la composicin y demsartes grficas (El Imparcial, uno de los peridicos con mejores perspectivas, hubo derenovar por completo su equipo en 187049) y esta incipiente industrializacin del sectortuvo tambin su reflejo en la organizacin de los trabajadores, formndose, en 1871, laAsociacin del arte de imprimir, cuna del socialismo espaol.

    La prensa de informacin se benefici de este florecimiento inusitado, comparable ala etapa gaditana de las Cortes o al Trienio Liberal, lo que explicara el rpido xito de ElImparcial50, y esta publicacin, junto con La Correspondencia de Espaa encabezaron lastiradas periodsticas. Esta demanda informativa explicara asimismo el hecho de que en1867 se fundara, por parte de Nilo Mara Fabra, la primera agencia de noticias espaola,que tres aos ms tarde result absorbida por la francesa Havas. El Imparcial, adems,diversific su oferta lectora al iniciar, desde 1874, la publicacin de sus Lunes literarios51.

    No obstante, los peridicos editados en esta etapa tuvieron preferentemente un carizpoltico partidario: en una situacin polticamente muy abierta, esto se tradujo en elrecurso masivo por parte de los distintos grupos a la prensa, no slo para dar a conocersus programas, sino tambin como elemento de movilizacin poltico-ideolgica: as, losperidicos de orientacin carlista, promovieron campaas contra profesores o intelectua-les heterodoxos, hicieron propaganda de los actos de desagravio realizados en las iglesiaso llevaron a cabo recogidas de firmas en favor de la unidad catlica. Por su parte, losrganos de prensa republicanos prepararon activamente campaas contra las quintas o elimpuesto de capitacin y realizaron repetidos llamamientos a la insurreccin. Resultasignificativo cmo las opciones polticamente ms reaccionarias, que no tenan empachoen clamar contra la libertad de prensa o en anunciar su propsito, si triunfaba su causa, deautorizar la edicin de un nico peridico, de carcter oficial52, supieron adaptarse a lanueva situacin y editaron, junto a los tradicionales rganos de la Comunin (El Pensa-miento Espaol, La Esperanza...), toda una caterva de peridicos o revistas locales, unrecurso y una proliferacin que cabe apreciar asimismo del lado republicano, donde allado de La Discusin, El Pueblo, iba a aparecer como rgano ms caracterizado de laorientacin poltica federal, el diario La Igualdad.

    49 CABRERA, M., et al., Datos para un estudio cuantitativo de la prensa diaria madrilea, 1850-1875,en Manuel Tun de Lara, Antonio Elorza y Manuel Prez Ledesma, Prensa y sociedad en Espaa, 1820-1936,Madrid, 1975, pp. 122-123.

    50 SNCHEZ ILLN, J. C., La edicin de peridicos y la empresa periodstica, en Jess A. MartnezMartn (dir.), Historia de la edicin en Espaa, 1836-1936, Madrid, Marcial Pons, 2001, pp. 402 y ss.

    51 Ibdem.52 Una idea que enunci el cannigo Manterola: FUENTES, J. F. y FERNNDEZ SEBASTIN, J.,

    Historia del periodismo espaol, op. cit., p. 119.

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  • 409Aspectos de la cultura espaola durante el Sexenio democrtico (1868-1874)

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    5. La tensin entre europesmo (el ro, jams extinguido, de la invasin europea denuestra patria, segn Unamuno53) y casticismo que vena recorriendo, desde la poca dela Ilustracin la cultura espaola fue otro de los rasgos distintivos del Sexenio. Larevolucin haba sido hecha por polticos que haban vivido en el exilio en los aosprecedentes, y este conocimiento de primera mano de las sociedades europeas msavanzadas, contribuy a dotar a la Revolucin de un impulso de apertura al exterior quecontrastaba con la cerrazn de los ltimos gobiernos isabelinos. Probablemente fueronuna serie de medidas de poltica econmica las que plasmaron mejor esta voluntadaperturista, tales como el arancel de 1869, la legislacin minera, la misma creacin de lapeseta (que se relacionaba con la integracin de Espaa en la Unin Monetaria Latina) ola nutrida participacin en la Exposicin Universal de Viena, de 1873, pero a su ladodebemos ver tambin la naturalizacin de algunos judos como ciudadanos espaoles trasla revolucin o la sancin constitucional del derecho a que ministros de otras denomina-ciones religiosas, pudieran predicar libremente sus ideas, difundir biblias y libros protes-tantes y erigir capillas en algunas poblaciones, todo lo cual permiti poner en marcha laII Reforma protestante espaola, si bien las races de la misma se haban puesto ya en elreinado isabelino54.

    Adems, la Gloriosa se inscribe en una coyuntura en que se vena registrando unaleve apertura hacia otras tradiciones culturales distintas de la francesa, tan dominantehasta entonces en todos los terrenos, desde la moda a la literatura: ya desde la dcadade 1850, diferentes signos apuntaban a un creciente inters por la cultura germnica,como el creciente apego a la filosofa alemana, el gusto por las canciones populares deHeine y otros autores (los suspirillos germnicos de que hablaba Nez de Arce55), opor la msica sinfnica, un inters que durante el Sexenio se mantuvo vivo por motivosmuy distintos, como la admiracin, entre los tratadistas militares por el Landwehrprusiano, que inspir diversos proyectos de reforma en nuestro pas56. Respondiendo eneste caso a razones ms bien de tipo poltico, tambin la cultura portuguesa fue objetode curiosidad, estrechndose los vnculos entre los escritores de los dos pases, comoacreditaba la Revista peninsular, publicada en Lisboa donde la Gloriosa tuvo un consi-

    53 UNAMUNO, M. de, En torno al casticismo, Madrid, Alianza Editorial, 2000, p. 29.54 VILAR, J. B., Intolerancia y libertad en la Espaa contempornea. Los orgenes del protestantismo

    espaol actual, Madrid, Istmo, 1994, p. 20. Respecto a la incidencia de la Septembrina sobre el retorno dejudos a Sefarad, sobre todo desde Marruecos, vase VILAR, J. B.: Tetun en el resurgimiento judo contempo-rneo (1850-1870). Aproximacin a la historia del judasmo norteafricano. Prlogo de S. Leibovici. Caracas,Biblioteca Popular Sefard, 1985.

    55 NEZ DE ARCE, G., Gritos del combate, Madrid, Librera de Fernando F, 1885 [1 edic: 1875], p.XXI.

    56 Puede verse, entre otros, VIDART , L., Ejrcito permanente y armamento nacional, Madrid, 1871. Lainfluencia se detecta, no obstante, en otros autores como Remigio Molt y Dez-Berrio, Serafn Olave, PascualSanjun y Valero, etc.

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  • 410 Rafael Serrano Garca

    Anales de Historia Contempornea, 19 (2003)Publicado en septiembre de 2003

    derable eco entre literatos como Cndido de Figueiredo o Antero de Quental57 y seprodujeron visitas a Espaa de polticos y hombres de letras lusos en relacin con laUnin Ibrica58.

    En el caso de Italia, parece claro que las simpatas hacia el Risorgimento, las preferen-cias progresistas respecto de la casa de Saboya59 y los contactos de los republicanos conMazzini, debieron tener algn tipo de traduccin en el intercambio cultural: es expresivoa este respecto el viaje de Edmondo de Amicis por Espaa en 1871. Finalmente, secomprueba un incipiente cambio de actitud hacia los judos, propiciado en parte por lamayor vinculacin espaola al capitalismo europeo desde la dcada de 1850, as comopor el deseo de reescribir la historia de Espaa teniendo presente el aporte culturalhebraico, cuyo carcter espaol fue reconocido en las obras de Amador de los Ros y deAdolfo de Castro60. Y an ms importante que esto, los artculos 21 y 27 de la Constitu-cin de 1869 venan a dar implcitamente satisfaccin a la peticin, formulada porsefarditas radicados en Francia al general Serrano, de que se revocase el edicto deexpulsin de 149261.

    En contrapartida, la dilatada bsqueda de un rey por las distintas cortes europeas,consecuente a la proscripcin de los Borbones del trono, proporcion un campo muy ricopara que desde la prensa, los semanarios satricos y, especialmente, la iconografa

    57 As, su obra, Portugal ante la revolucin de Espaa. Consideraciones sobre el futuro de la polticaportuguesa en relacin con la democracia ibrica en QUENTAL, A. DE, Poesas y prosas selectas/Sonetos,Madrid, Alfaguara, 1986, Introducc. de O. Lopes, pp. 7-39.

    58 As, un viaje realizado en mayo de 1871 y que es relatado en DA COSTA GOODOLPHIN., J. C.,Visita a Madrid, en Carlos Garca-Romeral, ed., Viajeros portugueses por Espaa en el siglo XIX, Madrid,Miraguano, 2001.

    59 PASCUAL SASTRE, I. M., La Italia del Risorgimento y la Espaa del Sexenio Democrtico (1868-1874), Madrid, CSIC, 2001.

    60 Amador de los Ros public, nada ms finalizar el Sexenio su Historia social, poltica y religiosa de losjudos de Espaa y Portugal, Madrid, 1875-1876. Previamente (en 1848), haba publicado unos Estudioshistricos, polticos y literarios sobre los judos en Espaa. Una interesante valoracin de esta ltima obra en elmarco de la historiografa romntica espaola en LPEZ VELA, R., Judos, fanatismo y decadencia. Amadorde los Ros y la interpretacin de la Historia Nacional en 1848, Manuscrits, 17 (1999), pp. 69-95. Vid. tambinVILAR, Tetun, op. cit., pp. 143-90. Por su parte la particular visin de Alarcn y Galds del judo sefard ysu reinsercin en Espaa (norteafricano inicialmente y luego del oriundo de los Balcanes y la Europa danubiana)dej honda huella en la literatura posterior. Vid. VILAR, J. B.: Filosemitismo y antisemitismo en la obra dePedro Antonio de Alarcn y otros testigos de la Guerra de frica, Hesperis-Tamoda, XVII (Rabat, 1976-77),133-48; VILAR, Galds y los judos de Aita Tettauen, frica, nm. 358 (Madrid, 1971), reproducido enMagun-Escudo, 36 (Caracas, 1973), 4-9.

    61 MACAS, U., La Espaa del siglo XIX y los judos: algunos aspectos, en Uriel Macas, YolandaMoreno y Ricardo Izquierdo, Los judos en la Espaa Contempornea, Cuenca, Universidad de Castilla-LaMancha, 2000, p. 147. Y en este mismo volumen, PREZ-PRENDES MUOZ-ARRACO, J. M., El nuevomarco legal: de la Real Cdula de 1802 a los acuerdos de 1992, pp. 75-92. Vase a su vez, VILAR, J. B.:Ouverture lOccident de la communait juive de Ttuan, 1860-1865, en S. Leibovici, Mosaques de notrememoire. Pars. Larose. 1976, pp. 85-128; LEIBOVICI, S.: La communaut juive de Ttouan et lEspagne dansla seconde moiti de XIXe sicle. Senanque. Universit de Jerusalem - Univ. de Aix-en Provence. 1982; J.B.VILAR, Preface a Chronique des Juifs de Ttouan, 1860-1896. Pars. Ed. Maisonneuve. 1984, pp. 4-23.

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    Anales de Historia Contempornea, 19 (2003)Publicado en septiembre de 2003

    encuadrable en el gnero joco-serio, se desataran las pulsiones misonestas, contrarias aque se sentara en el trono espaol un rey extranjero. La figura de Amadeo I el carcelerodel Papa62 y de su esposa, Doa Mara Victoria, proporcionaron en este sentido unamplio campo para la exhibicin de estos sentimientos y para poner en solfa a la propiarevolucin, marcada as con una negativa nota fornea: en los teatros de Madrid se estrenla obra Macarroni I que haca befa del rey intruso y la alta aristocracia alfonsina prcticuna eficaz campaa de aislamiento y de menosprecio de la familia real, rehusando ocuparlos antes codiciados puestos del servicio palaciego, como pone de manifiesto el personajede Currita de Albornoz en la moralizante novela del jesuita Luis Coloma, Pequeeces. LaCommune y la misma Internacional tambin dieron pie a manifestaciones xenfobas y auna marcada indignacin en lo que se refiere a los postulados antipatriticos de que sehicieron eco los primeros peridicos obreros espaoles y que indujeron por ejemplo a losinternacionalistas madrileos a celebrar, el 2 de mayo de 1871, un banquete de confrater-nidad hispano-francs que fue entendido como una provocacin a los sentimientos nacio-nales63.

    El recurso a la indumentaria castiza por parte de los aristcratas madrileos comoseal convenida de valiente protesta, no deja de tener concomitancias con el fenmenodel majismo, tan en boga a finales del Antiguo Rgimen entre la aristocracia espaola e,incluso, entre los mismos monarcas (caso, por ejemplo de Mara Luisa, la mujer de CarlosIV) y pareca dar momentnea satisfaccin a los romnticos franceses que haban viajadopor Espaa en dcadas anteriores, tan reacios a que el pas saliera de su estado de lo queOrtega denomin tibetanizacin y se modernizara: Prosper Merime, por ejemplo, buenconocedor de los ambientes aristocrticos, se haba quejado reiteradamente del declive dela mantilla en favor del sombrero o de las sayas, reemplazadas por crinolinas y miriaques.

    Esta vuelta al majismo, a la indumentaria nacional como expresin de repulsa de loextranjero dinastas, regmenes polticos, ideologa, libertad religiosa etc., coincidicon otros fenmenos que seguramente iban en la misma lnea, como el estreno, el 18 dediciembre de 1874, de la zarzuela de Francisco Asenjo Barbieri, con libreto de LuisMariano de Larra, El barberillo de Lavapis, ambientada en el Madrid de Carlos III, conla consolidacin del gnero chico, cuyo origen debemos hacer remontar a 1867 o, porltimo, con el auge de la pintura de gnero y ms concretamente del llamado tableautin ocuadros de casacones, cultivado con gran xito por Mariano Fortuny, as como por otrospintores, como Jos Jimnez Aranda y Francisco Domingo Marqus. En esta pintura, latemtica dieciochesca fue corriente, del mismo modo que lo sera tambin en la zarzuela.Tales gustos, que en la coyuntura del Sexenio sirvieron para canalizar el rechazo de loextranjero y la nostalgia retrgrada del Antiguo Rgimen, motivaron la repulsa o elsarcasmo de quienes sustentaban un nacionalismo no reido con los aportes extranjeros e

    62 Edmondo de Amicis refiere un significativo encuentro con un cura en Valladolid en Espaa. Diario deviaje de un turista escritor, Madrid, Ctedra, 2000, ed. de Irene Romera, pp. 114-115.

    63 LVAREZ JUNCO, J., La Comuna en Espaa, Madrid, Siglo XXI, 1971, p. 18.

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    identificado con la causa liberal: el joven Galds, publicara su novela El audaz, resumende sus obsesiones anticasticistas y que fustigaba la poca de Carlos IV y de Godoy64, lapoca, justamente, que reivindicaban los de la manifestacin de mantillas y peinetas deteja.

    6. Qu signific el Sexenio desde la perspectiva de la historia de las mujeres y de suparticipacin en la esfera pblica? Pocos avances se pueden sealar en este sentido, yaque el destino domstico de la mujer y su sujecin al varn no resultaron mnimamentepuestos en cuestin, exceptuando mbitos muy marginales. Debe subrayarse a este res-pecto cmo la Gloriosa, efectuada bajo el lema de la Espaa con honra, tuvo un marcadocomponente puritano, de preservacin de la moral burguesa, y, especialmente la de lasmujeres de clase media ante las que la conducta licenciosa e impdica de la reina IsabelII era presentada en los manifiestos revolucionarios, como la anttesis del modelo delangel del hogar, acuado algunas dcadas antes y que haba servido para resolver lascontradicciones entre la afirmacin abstracta de la subjetividad creadora y su negacinprctica por lo que respecta al sexo femenino65. La soberana, en efecto, no sigui elmodelo de su contempornea, la reina Victoria, con la que tiene a pesar de todo bastantesparalelismos y no supo o no pudo, en buena medida por su desafortunado matrimonio ypor las intrigas de la Corte, proyectar una imagen de conveniencia y respetabilidad quesin duda la habra hecho ganar ms simpatas entre la opinin pblica burguesa66.

    Aunque el ideario krausista o demcrata, triunfante con la Revolucin, no aportabacambios significativos respecto del papel asignado a la mujer, fue entre los crculos queparticipaban de dicho ideario de donde naci la inquietud por el tema de la instruccinfemenina, de la que se hizo abanderado Fernando de Castro, Rector de la Universidad deMadrid. Es verdad, adems, que la Gloriosa, al transformar el marco de las oportunidadespolticas, posibilit un cierto margen para la intervencin de las mujeres en el intensoproceso de movilizacin colectiva que entonces se produjo, con sus secuelas de manifes-taciones, de desarrollo de la sociabilidad, entre otros aspectos. En la prensa obrera,adems, algunas mujeres publicaron textos en los que se abord directamente la subordi-nacin femenina y se denunci la institucin matrimonial, enlazando con los ataquesproferidos por el socialismo utpico67.

    64 ORTIZ-ARMENGOL, P., Vida de Galds, Barcelona, Crtica, 2000, pp. 132-133.65 Puede verse KIRKPATRICK, S., Las romnticas. Escritoras y subjetividad en Espaa, 1835-1850,

    Madrid, Ctedra, 1991.66 Una ponderada aproximacin biogrfica es la LPEZ-CORDN, M. V., Isabel II: la fragilidad del

    poder, en M Victoria Lpez-Cordn et al., La Casa de Borbn., vol. 2 (1808-2000), Madrid, Alianza Editorial,2000, pp. 450-538. Sobre la funcin del comportamiento privado del monarca y su familia, como espejo de lamoralidad nacional, en lo que se refiere a la Reina Victoria: BURDIEL, I., Isabel II. Un perfil inacabado, enAyer, 29 (1998), pp. 188-196.

    67 ESPIGADO TOCINO, G., Las mujeres en el anarquismo espaol (1869-1939), Ayer, 45 (2002), p.45. y ss.

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    As, del entorno krausista nacieron algunas iniciativas que aunque no supusieron unaquiebra del modelo domstico propuesto a las mujeres de clase media, se preocuparon sinembargo, a partir de unas concepciones armonicistas que buscaban la dignificacin de loscolectivos sociales excluidos de la vida pblica68, por mejorar la formacin intelectual delas mujeres y capacitarlas para ejercer otras profesiones distintas del magisterio, perotambin al objeto de sustraerlas del influjo tan dominante de la Iglesia, una institucinque ya haba tomado posiciones en lo que se refiere a la organizacin de las actividadescaritativas de las mujeres seglares, integradas por ejemplo en las Conferencias de SanVicente de Pal. Ello no significa que los krausistas, muy puritanos, se interrogaran sobrelas finalidades tradicionales de la educacin femenina de ser una buena esposa y madre,si bien aspiraban a una mujer ms instruida, que fuera un complemento armnico delhombre. Y es que la mujer tendra iguales derechos y deberes que el hombre a instruirse,lo que sera reafirmado en el Congreso Nacional Pedaggico de 188269.

    En todo esto, el papel desempeado por Fernando de Castro fue muy importante,promoviendo las Conferencias dominicales para la mujer, cuya crnica fue realizada porConcepcin Arenal y de la que saldra posteriormente la Escuela de institutrices, o con lafundacin de la Asociacin para la enseanza de la mujer, establecida en la C. / de SanMateo, en Madrid y que, aparte organizar conferencias y actos culturales para mujeres,cre tambin escuelas primarias y secundarias. A su vez la escritora Faustina Sez deMelgar promovi, con finalidades instructivas y para llenar el vaco cultural femenino, elAteneo Artstico y Cultural de Seoras.

    Pero en una revolucin que hizo una apuesta tan clara por la libertad, por los derechosdel individuo y por la legitimidad de la accin poltica, las mujeres tuvieron tambin unaincipiente participacin en las movilizaciones sociales, as como en especficas iniciativasde carcter reformista que las emparentan con las llevadas a cabo en otros pases. En lasmovilizaciones contra las quintas, la cuestin que polariz las preocupaciones popularesen este periodo, la participacin de las madres, novias o hermanas de los mozos llamadosa filas fue bastante general, firmando manifiestos, dirigiendo cartas a los peridicos, otomando parte en manifestaciones pblicas. Se organizaron asimismo algunos clubsrepublicanos o secciones de oficio inspirados en criterios de gnero y se dio una activaparticipacin femenina en la oleada huelgustica de la primavera de 1873. Algunas muje-res, incluso, adquirieron un cierto protagonismo en este contexto federal e internaciona-lista, como la maestra Guillermina de Rojas70. Del lado catlico, por otro lado, fueron

    68 R. M de Labra escribira, mucho despus del Sexenio que la cuestin social comprenda, entre otrossupuestos, el problema de la dignificacin y exaltacin de la mujer.

    69 Vase CAPEL MARTNEZ, R. M., Apertura del horizonte cultural femenino: Fernando de Castro ylos Congresos pedaggicos del siglo XIX en AA. VV., Mujer y sociedad en Espaa, 1700-1975, Madrid, 1982,pp. 113-145.

    70 ESPIGADO TOCINO, G., Las mujeres en el anarquismo espaol (1869-1939), art. cit. Otros ejem-plos de activismo internacionalista y cantonal fueron los de Concha Boracino o Francisca Gente, prototipo de lapetroleuse: vase el trabajo de la misma autora, La historiografa del cantonalismo: pautas metodolgicas para

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    muy numerosas las exposiciones dirigidas a las Cortes por las mujeres de muchas locali-dades espaolas, pidiendo la unidad catlica, y ya vimos cmo las damas de la aristocra-cia y sus imitadoras de provincias, recurrieron a la mantilla para salir en manifestacincontra el monarca intruso. En el bando tradicionalista, en fin, las mujeres hicieronostentacin en el paseo pblico de pendientes o broches con las iniciales de D. Carlos ocon margaritas (el nombre de pila de la esposa del pretendiente), del mismo modo que losvarones portaban boinas71.

    Hubo tambin, ya desde antes de la Revolucin, mujeres que se involucraron enasociaciones reformistas, de carcter filantrpico y romntico, como las que perseguanla extincin de la esclavitud: as, la Sociedad Abolicionista espaola, creada en 1865(como otras entidades filantrpicas, por ejemplo, la sociedad Amigos de los Pobres),dispuso, desde diciembre del mismo ao de una paralela Sociedad de seoras paracontribuir a la abolicin de la esclavitud. Concepcin Arenal, por su parte, quiz lafigura femenina ms destacada en el reformismo espaol, haba creado en 1864 laAsociacin de la Magdalena, para asistir a las mujeres presas y lograr su reinsercinsocial, y aos ms tarde, junto con la Condesa de Espoz y Mina, cre en Madrid LaConstructora Benfica, primera sociedad que edific viviendas baratas, destinadas a lasclases populares72.

    un estudio comparado en Rafael Serrano Garca, Dir., Espaa 1868-1874. Nuevos enfoques sobre el SexenioDemocrtico, Valladolid, Junta de Castilla y Len, 2002, p. 128. Sobre Boracino, lder femenino del efmeroCantn de Torrevieja: VILAR, J. B.: El Cantn de Torrevieja, Alicante (1873): una primera aproximacin,Anales de Historia Contempornea, 14 (1998), 317-58.

    71 Referencias en CANAL, J., El Carlismo, Madrid, Alianza Editorial, 2000, p. 167.72 GUARDIA, C. de la, El gran despertar. Romnticas y reformistas en Estados Unidos y Espaa,

    Historia Social, 31 (1998), pp. 22-23. Sobre la Condesa de Espoz y Mina: ROMEO MATEO, M. C., JuanaMara de la Vega, Condesa de Espoz y Mina (1805-1872). Por amor al esposo, por amor a la patria, en IsabelBurdiel y Manuel Prez Ledesma (Coord.), Liberales, agitadores y conspiradores, Madrid, Espasa Calpe, 2000,pp. 209-238.