detención
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Cuento de Mónica RivasTRANSCRIPT
Detención
Publicado en “Poesía y Narrativa actual 2006”. Editorial Nuevo Ser. Bs
As.
Se sintió extraña allí, aunque no era tan ajena a esa tierra.
Después de todo ella también venía de una infancia de horizontes
dilatados, donde el viento se alojaba en los oídos hasta que se hacía
silencio.
En la encrucijada del caserío con el descampado, un bar
decrépito convocaba a excusarse del calor resguardado en la
sombra de unos suntuosos eucaliptus. Caminó hacia allí sintiendo
tan sólo el silbido del viento.
El pueblito era un puñado de casas achaparradas como el
paisaje, separadas por ríos de arena que cada tanto surcaba un
automóvil pretérito o algún carruaje seguido por un cortejo de
perros.
Parecía otro mundo éste, distinto y distante de su lugar, una
ciudad
abigarrada,
de cielo
recortado,
fatigada por
el apremio.
Miró alrededor y se pensó enmarcada en una escena detenida
en el tiempo.
Recordó entonces unos escritos tempranos y abjurados de
Borges en los que endiosaba la pampa junto con el arrabal ,
reverenciando su grandeza, su carácter arquetípico de cosa no
sujeta a las
contingencias del tiempo.
El hombre que atendía en el bar la saludó con un gesto afable,
cimentado en una mirada limpia y sostenida. Le resultaba curioso
que usara allí adentro un chambergo que le componía el rostro como
una parte imprescindible de su fisonomía.
En ese momento sintió que el calor remontaba sus piernas
como afuera lo estaba haciendo el sol de fuego. Le pareció absurdo
encontrarse vestida con medias de nylon en un pueblo de hombres
rústicos que estaba achicharrándose en una siesta de enero. Pensó
entonces que ella y el paisano del chambergo compartían la misma
sumisión fatalista a distintos mandatos culturales.
Se sentó a esperar. Faltaba discurrir tres horas para que el
único ómnibus que visitaba el paraje la devolviera a la ciudad.
Encendió un cigarrillo.
El calor, la soledad del bar y la
frustración de no haber podido cerrar
ni una venta de seguros con algún
campesino, le parecían una
conjugación hostil.
Miró el reloj, eran las tres de la
tarde. Pensó si a esa hora sería
posible comer algo allí. Llamó al
hombre del chambergo con una voz
suave que sonaba ajena a ese contexto.
- Disculpe Señor, ¿Carta tiene?
- Cómo no Señorita… ahorita se la traigo!
Y se retiró con esa prontitud servicial de la gente simple que
tiene la hospitalidad como premisa incorporada.
-Aquí tiene, señorita, que se entretenga….llámeme si se le
ofrece algo más.
Dejó sobre la mesa un mazo de naipes mientras se alejaba
mascullando que así son las gentes de la ciudá... cuando se paran
un poco no saben qué hacer pa’ matar el tiempo.
Mónica Rivas