desnuda bajo el vestido

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cuentos de nadia caramella

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Page 1: desnuda bajo el vestido

nadia so

l caram

ella

desnuda bajoel vestido

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nadia sol caramelladesnuda bajo el vestido, buenos aires, 2010

contacto:[email protected]://escriturasindie.blogspot.com/

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©Libro Libre

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nadia sol caramella

desnuda bajo el vestido

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tu piel es la jaulao la llave urgente

c J.

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EL PESCADOR, LOS PECES, EL MAR

Su pito al borde la cama pareciera caerse o señalarme el suelo. La sábana lo cubre en partes, en partes también lo imagi-no, está tan dormido como él.

¿Podría un ser humano admirar tanto el sexo de un hombre como yo admiro al suyo? ¿Alguien más lo habrá admirado así, una noche como esta? La completud* de su cuerpo empieza y termina ahí. El impulso de mi carne me empuja hacia él, como una “animala feroz” quisiera ultrajar sus sueños y que despierte con su pija en mi boca. ¿Estaré ahí cuando despierte?

A veces somos sombras en la calle, caminamos colgados uno del otro, estrechándonos bien fuerte las sombras, para dar-le batalla a lo que nos pasa, cada día, todos los días.

Ahora se da vuelta y su culito invoca a los astros, está tan cálida la noche y nuestros cuerpos transpiraron tanto, su cola brilla, lleva mis marcas en su espalda. Hoy la luna vino más lle-na y por ella es posible ver los detalles: cada pelo, cada pliegue, sus fluidos, los míos.

Pero es feo saber que está ahí, dormido esta vez, angelical esta vez, efímero esta vez, que hay mucho silencio para una sola noche que se parte al medio, que se corta por el centro en el punto donde ella lo llamó; antes de su llamado y después de él, hay mitades.

Esta noche viaja al sur, dijo que tiene negocios en el puerto de no sé dónde. Es pescador, nunca pensé conocer a uno, creí que eran atípicos o difíciles de encontrar en esta modernidad tan moderna. Pero siguen reproduciéndose desde el puerto, primero su abuelo, luego su padre y por último él, que tampo-co querrá eludir el mandato familiar. Sus hijos vendrán desde

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el mar y volverán a irse como él. El llamado de ella pareciera responder a una naturalidad

obvia, yo que la conozco sé de su cara de pez: el mar atrae al mar, el mar al puerto y en una relación histerica, los peces a sus pescadores, lo cierto es que el más débil siempre muere al final. ¿Y yo? Nací volátil, más terrena que acuática, y ambigua sobre todo, porque puedo fingir.

Hoy va a dormir hasta el mediodía, espero que para enton-ces ya me haya ido. Podría entibiar con mi lengua, de acá a la eternidad, si es que existe, cada parte de su cuerpo, la piel curva de sus hombros, la comisura de sus labios, arriba, abajo, tam-bién los bordes.

¡El mar huele a sexo! Su falo húmedo dorado hermoso, ese que hace apenas unas horas fue un pez entre mis piernas, aho-ra es un iceberg que se aleja de esta habitación y yo soy la única en tierra viendo como todo se va a la mierda.

“¿Y si ha de volver?” No quiero estar despierta cuando to-dos duerman, quiero ser día, quiero ser un día otro, no este que se aproxima. Lo quiero pez entre mis piernas, lo quiero tibio, lo quiero mío, me quiero mar, me quiero río.

Me quiero agua sin límites para atraerlo siempre.

*Prefiero la “completud” a la completitud, cuestión de sonido, meramente estético, de todas maneras me vas a entender, tu “completud” es más en-cantadora.

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UNA PELOPINCHO

La luz arrebataba de tus pechos, como látigos, muy dulces por cierto, las sombras más tiernas. La habitación respiraba de nosotras todo el humo del mundo, la humanidad entera, sabés. Pero, aún así, teníamos una paz compartida que se nos enreda-ba a la piel con cada abrazo, porque teníamos que abrazarnos con fuerza entonces, para no dejarnos nunca. Pero el tiempo tiene sus cosas, y nosotras también.

Hace tiempo que no venís por casa, dicen que te mudaste bien lejos, como para no verme ni por casualidad, y conocién-dote, seguro que te fuiste más lejos de lo que cualquiera podría imaginar.

Esa noche jugamos a los pececitos, te hundiste en tu Pelo-pincho, y entre la oscuridad de la noche y la luminosidad de la luna, asomaste húmeda, brillante. Para no dejarte sola en semejante escenario me desnudé, me acerqué al borde de la pileta y me hundí bien adentro, con las manos, el cuerpo, toda y también en partes, porque había que salir por un poco de aire. De tanto en tanto la boca la usábamos para respirar.

Desnuda, te fuiste apagando, enmudeciendo, desfiguran-do, pero era otro escenario, que de tan oscuro, hoy es indes-criptible.

A tu Pelopincho este año la arma tu hermano para tu sobri-nita. Desde mi edificio, tu piletita es sólo un rectángulo celeste; ¿cómo nos veríamos desde acá aquella noche, seríamos formas azules oscuras, moviéndose, brillando, frenéticas?

Yo no sé a quien le vendí el disco ese que escuchábamos seguido, tampoco sé por qué lo vendí. Era de Sublime y no practicamos santería, no porque no supiéramos sino por falta

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de tiempo, es que el amor es algo muy intenso.Me sorprende que después de tanto juego una de las dos se

borre del mapa. Para aplacar la sed de la otra, qué queda. Es verano, el ventilador gira con un ruido infernal, casi no

puedo/no quiero dormir. Sobra el cemento de la calle, los mos-quitos también, sudo, brillo. Estoy mojada de recordar y de tan-to calor, Buenos Aires es cruel en verano, ante mi pobreza lo es, por suerte hay una brisita que me corta la respiración y sigue. Una ducha fría.

Estoy sola bajo la lluvia, la luna asoma por la ventanita del baño, puedo verla recortada por la mitad, abajo algo parecie-ra chapotear, el ruido viene de tu pileta. Salgo desnuda toda mojada y no hay nadie, sólo una pelotita que cayó y ahora se mueve con el viento.

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DESNUDA BAJO EL VESTIDO

Está desnuda bajo el vestido azul, los que la acompañan lo saben, yo también, la vimos cruzarse de piernas sobre una mesa ubicada en el centro mismo de la fiesta. Está tan borracha que a penas si recuerda lo desnuda que está bajo el vestido. La tela azul se le mete entre las piernas y de entre los pliegos de piel y tela, una silueta carnosa y rojiza asoma jugosa, húmeda, perfecta.

Ella hubiera preferido que esa noche alguien especial la hu-biera llamado, pero no, no llamó. En cambio, sus amigos fueron por ella, los mismos chistes, las mismas anécdotas, la rutina de conocerse demasiado las caras, los sueños, las flaquezas.

Pero si él hubiera atinado a pasar por su casa esa noche, la desnudez bajo su vestido hubiera tenido un destino más su-blime. Ahora su cuerpo permanece recostado sobre una mesa.

Desde donde estoy sentada puedo verla inclinada, con la mirada perdida. Alguien la agarra del brazo y la endereza un poco, la habitación se le corrigió, las personas también, creo que fue ahí en ese momento cuando notó que la miraba, en-tonces corrí la vista rápido. Ella había llamado mi atención, su-pongo me sorprendieron sus movimientos o como sus caderas dibujaban líneas de tela azul sobre la mesa o ¿será que intuía lo que vendría más tarde?

La mujer comenzó a levantarse. Desde el fondo de la cara una fuerza descomunal le oprrime la garganta, un vomito gi-gante se acerca. Lo sé porque su cara está desesperada por sa-car lo que tiene para sacar. El cuello se enrojece muchísimo y el vomito llega a la boca, sale.

Un osito violeta cae al piso, inundado de un líquido viscoso

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y fucsia. Luego vomita un portarretrato con una foto que no alcanzo a ver, también un envoltorio de un chocolate o algo así. La boca se le estira como si fuera de goma para que cada cosa pueda salir sin ensuciarle el vestido. Lo último en salir es un libro y alrededor de ella la gente continúa en su autismo colec-tivo, apenas se percatan de lo que ocurre. Notaron lo del piso porque llevaban los zapatos manchados de la baba fucsia, pero tampoco les importó.

A mí en cambio me despertó curiosidad, ¿cómo hizo esta mujer para meter todas esas cosas en su cuerpo? ¿Y por qué las estaría devolviendo en este momento? Y las respuestas llega-ron rápido, al narrar esta historia me olvidé de él y para que ella también lo olvide tendría que expurgar todos sus recuerdos y así lo hizo. Poco a poco ella se acomoda el vestido y se limpia la boca, todavía conservaba restos de baba fucsia. Sale del lugar.

Su vestido azul sigue impecable, salgo detrás de ella por-que esta fiesta ya no tiene más nada para mí, ambas vinimos a expurgar algunos recuerdos de colores. Cuántos colores acom-pañaron esta noche, y acá adentro del cuerpo el sentimiento es de un gris opaco. Cuánta desnudez hay bajo la piel, el vestido, los recuerdos, cuánta soledad en una sola noche y la desnudez bajo su vestido inagotablemente sublime, intocable, perfecta.

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MI ABUELA

IPodría entibiarte las piernas con mi lengua y que el frío sal-

ga de tu cuerpo hasta la vereda en que pisás. Podría desnudar-me en público y hacerte el amor.

Pero no hace falta, acá la cosa es sencilla. Hay tierra y pie-dras, viento, ojotas y pies desnudos. Sexo rico, empanadas, ha-bitaciones y sí, mucha soledad.

Me encanta ver tu cuerpo en mi ventana, ver como disimu-lás algunas manchitas en tu pantalón. Estás detrás de un árbol que no te esconde, al contrario, te ubica en el centro, como a tu sonrisa que de tan blanca pareciera gritarme: besame, besame.

Yo también quiero lo mismo que vos, pero mi abuela está despierta.

Te hago una seña, -Vení!…. En un rato se va a ir a la cama.

……………

Ella empieza a bostezar y vos: entrás por la ventana.

…………..

Te escucha gemir, siente placer, lo sé. Se despierta cuando te vas y los ojos le brillan como si hubiera descubierto algo ma-ravilloso en su cuarto, el mismo que compartió con mi abuelo, toda su vida, siempre igual.

Prendo la tele, ella se sienta enfrente. Es su vicio, la droga que la salva de la soledad o al menos eso me hace creer. La veo fingir ante el aparato no recordar tu presencia en mi cuarto.

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Una sonrisa llena de vida la delata, la veo brillar.

……………

¡Salí debajo de las sábanas que te la voy a chupar! La abuela era una mujer muy linda y alegre, pero se cansó de los hombres borrachos, la violencia siempre pateó el cuerpo de su femini-dad. Un árbol genealógico violento: padre, marido, hijos, todas ramas podridas. Ahora se sienta a esperar que algo la lleve.

Pero nuestros ruidos le recuerdan que está viva, aunque no quiera.

…………

Salgo a la vereda con una excusa. Amo ver tu torso ir, las cosas a la altura de tu espalda parecen tan hermosas, el sol se te mete por los hombros. Sos un dios en mi vereda, caminás a contraluz hasta el fondo y desaparecés en la tarde, doblando en la primera esquina.

………………

La abuela me ofrece un mate, me mira y se detiene en mi cuello. Por suerte no ve que llevo restos de vos entre los dedos. Estiro la mano izquierda y lo acepto con una sonrisa. Tus cari-cias me cuelgan de los cachetes llenando de amor la cocina y lo que queda de mi abuela. Por un rato, las dos somos felices.

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IIUn viento se la llevó. El viento fuerte había entrado una ma-

ñana, mientras desayunaba sus mates amargos con cáscara de naranja frente al televisor. Fue un viento tan fuerte que abrió la ventana de par en par golpeando las paredes hasta ahuecarlas un poquito. Mi abuela levantó la cabeza cuando lo sintió en su sien, era cálido y el sol entraba como para aplacar el miedo en su cuerpo. La mirada de ella se perdió en el fondo de la ha-bitación, casi tocando las sombras de las puertas, ventanas y muebles. En una mirada acarició todo lo que amó.

Me desperté y la vi. La abuela se iba por la ventana. El vien-to la inclinaba de a poco, hasta que la hizo salir por el marco, primero la cabeza y luego el resto. Así, me fui quedando sola.

El agua de la pava se heló. La tele permaneció encendida un tiempo más, y yo también. Tal vez él me la devolvería. Pero no. No pasó. Tuve que acostumbrarme.

IIIMi dios de vereda me mira detrás del ombú del otro lado

de la calle. Ya en las sábanas, lo veo chuparme lo pies y desde el fondo de la cama escucho como su voz tensa me cuenta las costillitas. Dónde te habrás perdido, Nadia Sol, me decía.

Y yo volvía, sólo para no asustarlo, pero sabía muy bien que los paraísos son siempre perdidos y que al pasado no se vuelve.

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UNA MUJER ATRÁS

Se adelantan dándose aliento, la noche está helada. Los huesos tiritan a pesar de los besos tibios. Las sombras de ellos van detrás, lánguidas. El paso es lento. Ninguno quiere llegar. Él la toma por la espalda casi despabilando a su sombra y la arrebata contra la pared.

Un beso, la pared está fría pero no importa, los cuerpos se aprietan lo suficiente.

La mujer estaba detrás de un vidrio empañado. Desde aquel día parece una escena eterna, primero los dos, después ella sola y el vidrio y el frío y la noche.

Pero la mirada de la mujer era una zona oscura, oscura por secreta. Esos ojos detrás del vidrio son dos puntos negros a donde había que mirar porque iban a decir, aunque pareciera mejor no decir:

-Angustia, me duele. Es cierto que se puede llorar hasta que duela. Es cierto lo de los cortes y si, también los golpes. Pero no es como todos creen, es diferente.

Alejó la cara del vidrio, nos echó una mirada, éramos un par de amigos, los que todavía la recordábamos. Según ella quería decir todo lo que no pudo decir.

-Me duele, pero lo elegí. Este bar está vacío ¿por qué acá, por qué volvimos?

Y que le íbamos a decir, que estábamos ahí porque era el

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único lugar a donde la podíamos llevar. Que nadie la quería ver de nuevo, porque ya ni sentido tendría. Pero que aun así ahí estábamos tratando de conservar algún lazo con el pasado. Dando vueltas en círculos, tratando de revisar el paso y volver a ella, para dar el abrazo que no dimos.

-Miren, ¿lo ven? Estoy pálida.

Nosotros miramos una ventana cerrada. ¿Cómo te quisie-ras ver? Los otros estaban mudos. Yo en cambio no fui a ca-llarme nada, no otra vez. Quería saber por qué había llorado tantos años. ¿Decíme dónde estabas?

-No quiero verme así. ¿Dónde? No sé por ahí, y ahora acá o acaso tu pregunta es cuándo o cómo.

Cómo, seguro lo intuís, cuándo, hace tres años.

Ariel cerró una ventana que había dejado abierta uno de sus empleados. Prendió un incienso junto a la mesa. El silencio era desolador, es que nos habíamos acostumbrado al murmu-llo festivo de los viernes.

-Lo amaba, pero la vida venía mala, defectuosa desde el día que nací. Me enfermé de obsesiones y lo persuadí, pero él no me escuchó y bueno, pasó lo que pasó.

Se adelantan dándose aliento, la noche está helada. Los huesos tiritan, a pesar de los besos tibios. Las sombras de ellos van detrás lánguidas, el paso es lento. Ninguno quiere llegar. La toma por la espalda casi despabilando a su sombra y la arrebata

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contra la pared. Un beso, la pared esta fría pero no importa, los cuerpos se

aprietan lo suficiente. Ambos saben que ese barrio es peligroso, que es mejor ir a un lugar seguro, pero la adrenalina y la ansie-dad de tener al otro es más fuerte. Las manos de ella se deslizan por el pantalón del él, y una luz le enciende la cara, gimen en silencio para no despertar a nadie.

Ana llevaba una angustia que era de ella y de todos. El frío de afuera parecía no entrar, el calor de adentro era acogedor, por eso sonrió. Y volvió a decir, como leyéndome la mente:

-Perdón pero necesite ir mas allá, dios sabe cuanto lo quise.

-¿Y qué paso con él? Mariana por fin había emitido sonido. Julián la codeo. Le pareció muy pronto para hablar del tema. La mirada de Ana se perdía entre las mesas, seguramente reme-moraba esa noche una y otra vez. O estaba persiguiendo algo que nosotros no podíamos ver.

Se adelantan dándose aliento, la noche está helada. Los huesos tiritan, a pesar de los besos tibios. Las sombras de ellos van detrás lánguidas, el paso es lento. Ninguno quiere llegar. La toma por la espalda casi despabilando a su sombra y la arrebata contra la pared.

Un beso, la pared esta fría pero no importa, los cuerpos se aprietan lo suficiente. Ambos saben que ese barrio es peligroso, que es mejor ir a un lugar seguro, pero la adrenalina y la ansie-dad de tener al otro es más fuerte. Las manos de ella se desli-zan por el pantalón del él, una luz le enciende la cara, gimen

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en silencio para nos despertar a nadie. Un espasmo de placer, y la mano entra en un bolsillo del tapado, algo brillante aso-ma. En un segundo fugaz las manos de ella, llenas de sangre, se mueven frenéticas, lo apuñala una y otra vez. La ira pasa. El cuerpo de él yace en la vereda, ella llora bajo la luz, entre los bichos que buscan calor en la lámpara de un farol. La sombra que antes proyectaban permanece bajo sus pies un rato más y desaparece.

-Por qué no pediste ayuda, dijo Julián que lloraba enrojeci-do, con las manos en la cara.

Se fue desvaneciendo. Alguien decidió que nos soltáramos las manos y encender las luces. Ella se había ido. La habíamos traído a hablarnos de esas cosas que conocíamos y nos ator-mentaban casi con la misma intensidad que la culpa que la había arrojado a un suicidio seguro, sin un cuerpo testigo, sin una tumba precisa, no hubo flores ni entierro, nada, solo eso: está muerta. Ella volvió a decirnos eso que sabíamos, pero que preferíamos obviar.

Detrás del vidrio a veces su aliento dibuja una nube y los ojos negros aparecen detrás, porque el calor de adentro es in-tenso y el frío de afuera, de tan frío podría matar a alguien, el vi-drio se empaña y ella, fugitiva se esconde, se empaña, se nubla lento. Y desaparece otra vez.

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Escrituras Indie nace a principios de 2009 a partir de la necesidad de un grupo de escritores de construir un espacio alternativo, colectivo y abierto para la difusión de literatura y arte independiente, convirtiéndose con el tiempo en un medio a través del cual escritores y artistas independientes pueden publicar sus producciones de poesía, narrativa, crítica, música y artes visuales.

El Proyecto DIFUSIONALTERNA es un nuevo empren-dimiento originado en nuestro espacio con el objetivo de seguir aportando a la difusión de escritores contemporá-neos que buscan medios alternativos para hacer circular su obra por fuera de los canales tradicionales y hegemó-nicos. Es una primera experiencia de edición colectiva y autogestiva de pequeños libros de difusión de bajo costo, publicando obras breves de autores que participan del es-pacio Escrituras Indie, y abierta a la recepción de material de escritores independientes que quieran sumarse con su producción en cualquiera de los géneros literarios. Con el Proyecto DIFUSIONALTERNA pretendemos materializar una vez más nuestro propósito de construir nuevas formas de difundir literatura independiente, a través de una dinámica autosustentable que mantenga al proyecto en constante crecimiento, sumando nuevas obras y autores.

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Nadia Sol Caramella va trazando con su voz pequeños relatos en los que una voz siempre en primera persona se va trasfigurando en eso mismo que cuenta, como si los pro-pios relatos, además de las historias que narran (y también esconden), ofrecieran en conjunto la propia historia de esa voz que los transmite y que se convierte en un personaje más. Una voz delicada, fresca, tranquila, pero que toma el riesgo de adentrarse en territorios inciertos, movedizos, resquebrajados; construye un erotismo que va surciendo en sus historias para sostenerlas y darles un sabor que no se disuelve así nomás del paladar del que lee; un sabor que es más bien muchos sabores que se mezclan dándole forma a sensaciones que atraviesan el cuerpo y quedan impreg-nadas en la piel como un perfume indócil. Cada uno de los cuentos de Desnuda bajo el vestido es diferente, se interna por caminos que no se repiten y encuentran cada vez algún recoveco a partir del cual crear su pequeño universo, con su flora de entrepiernas húmedas y ansiosas, su fauna de sentidos erizados por el contacto y también por la distancia, su fértil tierra abonada con vidas que el lenguaje de Nadia nos ofrece para que nos perdamos en sus pliegues y ya no queramos volver.

cJ.