desarrollo de la democracia y la ciudadanía ensayo diplomado
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CONJCEPTO DE DEMOCRACIA Y CIUDADANIATRANSCRIPT
/ INSTITUTO TECNOLOGICO SUPERIOR DE SALVATIERRA.
ALUMNO: LIC. ALDO MATA BECERRA.
INSTITUTO: INSTITUTO TECNOLOGICO SUPERIOR DE SALVATIERRA.
ENSAYO: DESARROLLO DE LA DEMOCRACIA Y LA CIUDADANIA.
SEMINARIO GÉNERO, JUVENTUD Y CIUDADANIA.
FECHA DE ENTREGA: 19 DE NOVIEMBRE DEL 2015.
INTRODUCCIÓN
En el siguiente trabajo se expondrá el desarrollo a lo largo de la historia de
algunas culturas de los conceptos de ciudadanía y democracia, así como la
importancia de ambos en la vida de las personas para la realización de sus
actividades cotidianas.
Siempre la ciudadanía y la democracia han existido vinculadas indirectamente una
de otra, ya que para su ejercicio de ambas se tiene que cumplir con los requisitos
de una (ciudadanía) y poder ejercerla por medio de un instrumento (democracia)
que marca el rumbo de una nación, Estado o país.
También analizaremos desde la perspectiva mexicana como la ciudadanía y
democracia han ido permeando cambios en el sistema del régimen de este país a
lo largo de la creación de una identidad nacional, el cambio de leyes y
manifestaciones sociales que han contribuido al desarrollo de estos dos conceptos
con los cuales conviven de manera diaria y cotidiana todo individuo de una nación.
Con el paso del tiempo en México y el mundo estos dos términos han tenido
diferentes connotaciones, teorías de su diferente funcionalidad e importancia, sin
embargo en nuestro México contemporáneo estos dos conceptos son recientes,
debido a que se tiene una nación joven que pasa por transformaciones después
de haber existido una gran desestabilidad social.
DESARROLLO DE LA DEMOCRACIA Y LA CIUDADANÍA.
1. HISTORIA DE LA DEMOCRACIA Y CIUDADANIA.
1.1 GRECIA
La construcción de la ciudadanía es un proceso que la sociedad occidental inició
prácticamente desde el siglo XV, el camino ha sido largo y complicado pero se han
ganado espacios que en aquellos años ni siquiera se consideraban posibles; por
ejemplo, el sufragio universal que no fue, en aquellos momentos, parte de la
discusión, o la participación activa de jóvenes y mujeres que sólo se logró después
de complejas luchas.
El debate teórico sobre los derechos de cada individuo ha enriquecido la reflexión,
sin embargo, la sociedad, en respuesta a sus necesidades fundamentales, es
quien ha impulsado definitivamente los cambios que hoy permiten la búsqueda de
la felicidad y el bienestar en el contexto de la democracia. (Camín, 1990)
1.2 ROMA
Las primeras reflexiones sobre la democracia se dieron en la antigua Grecia y
perduraron parcialmente durante el Imperio Romano, sin embargo, el rumbo
definitivo hacia la generalización de los derechos humanos y, por supuesto, los
políticos, fue retomado hacia el fin de la Edad Media. Algunas de las teorías
antimonárquicas en la Francia del siglo XVI ya perfilaban esta tendencia, misma
que se puede ver reforzada en las reflexiones de Bodino, Hobbes, Locke e incluso
en la utopía de Tomas Moro (Sabine, 1994). En definitiva, para todos es posible
reconocer el despegue hacia los derechos políticos en el arribo de la razón
ilustrada.
Aunque parezca lejano, es indispensable, cuando menos, mencionar lo que ha
significado el largo recorrido de la civilización occidental hacia la ciudadanía
democrática que, aunque no ha alcanzado la plenitud, si es en la actualidad el
paradigma predominante del ejercicio político.
La democracia es una idea que circuló hace más de dos mil años entre los
griegos, específicamente los atenienses han sido objeto de estudio por sus
profundas reflexiones sobre lo que debería ser la vida en ciudadanía, la ciudad,
como ellos la definían «[…] era una comunidad en la que sus miembros habían de
llevar una vida común armónica […] sin discriminaciones basadas en el rango o la
riqueza y en la que encontrasen canalización espontánea y feliz las capacidades
de todos y cada uno de sus miembros.
Roma, heredera cultural de Grecia, vivió también días de democracia, llegó a
tener, como resultado de la presión del pueblo, instituciones de participación
democrática que aligeraron el peso de la desigualdad que llegó a vivirse en la
península itálica. Narra la historia que la plebe sintiéndose discriminada se retiró al
monte Sacro y los patricios aceptaron, porque no podían darse el lujo de perderla,
pues no hay gobierno sin pueblo, un tribunado para la protección de los plebeyos.
Junto a la comitia tribuna y los concilia plebis, dichos tribunales le significaron al
pueblo espacios de participación ciudadana. Un momento cumbre en la vida
institucional democrática de Roma fue sin duda la llegada de los plebeyos al
Senado en el año 366 a. n. e1., con lo que se alcanzó el estatus de ciudadanía
para esa clase social romana. La historia llevó a Roma por otros caminos, los
triunfos militares permitieron la acumulación de poder en una sola persona y la
república cedió su lugar al imperio, aunque el senado persistió y algunas prácticas
democráticas también, lo cierto es que se avecinaban años complejos para la
democracia latina. (Zebadúa, 1995)
1.3 EDAD MEDIA Y RENACIMIENTO
La Edad Media significó el establecimiento de regímenes autoritarios, la
monarquía se consolidó como sistema político en prácticamente toda Europa,
América vivía entonces, en el completo aislamiento, bajó regímenes teocrático-
militares que difícilmente dejaron espacio para algo como la vida democrática.
Hasta que llegó el Renacimiento, las ideas de la antigüedad grecorromana
volvieron a revolucionar las mentalidades, y los temas de la democracia y las
ciudades-estado regresaron al debate; tres siglos más y las ideas empezaron a
dar frutos: Inglaterra, Norteamérica y por supuesto, Francia, vivieron turbulentos
cambios impulsados por movimientos populares y burgueses que exigieron su
espacio en el ejercicio del poder.
El descubrimiento de la sociedad activa, de la participación ciudadana en la
construcción de realidades políticas, ocurrió de manera revolucionaria y
contundente en el siglo XVIII, su precedente y origen fue la idea de la razón como
guía de las actividades humanas. Ello representó un vuelco en el pensamiento
humano; como no ocurría hace siglos, las posibilidades de desarrollo recaían en el
propio ser humano y ya no en un mito o una idea religiosa. Con esa confianza, el
ser humano reflexionó sobre su propia situación y reconoció la búsqueda del
bienestar y la felicidad como metas fundamentales a alcanzar por medio de la
ciudadanía. (Camín, 1990)
Progreso, ciencia, razón y felicidad fueron los conceptos que marcaron el rumbo
de la discusión político-económica de los siglos XVIII y XIX, lo cual estuvo ligado al
ascenso de una clase política conocida como burguesía, esta clase social,
considerando que la desigualdad económica era la causa de su infelicidad y que
dicha desigualdad estaba directamente relacionada con la inequidad política,
encabezó una lucha contra los valores y la mentalidad estamental.
La reforma protestante contribuyó sin duda al proceso, pues no se debe olvidar
que el sustento de los privilegios en el sistema monárquico-feudal era el llamado
derecho divino. La idea de progreso, una vez instalada en las mentalidades
colectivas sirvió de motor para una serie de cambios en lo político, ocurrió la
consolidación del Estado y sus funciones. Ente supremo entre las comunidades, la
conformación del concepto de Estado se encontró ligada a dos ideas
fundamentales para los derechos políticos, por un lado, al derecho natural y por
otro, a la idea de un contrato social. Mientras tanto, el contexto económico también
fue elemento de presión.
La democracia es a la vez un ideal y un conjunto de instituciones y prácticas. En
tanto ideal, expresa dos principios muy sencillos: primero, que los miembros de
cualquier grupo o asociación deberían determinar y controlar sus reglas y políticas,
por intermedio de deliberaciones acerca del interés común; segundo que al
hacerlo deberían tratarse mutuamente, y ser tratados, como iguales (Beetham,
2006: 3).
1.4 MEXICO
La dinámica política durante la colonia dejó pocos o nulos espacios a la actividad
ciudadana, la relación entre el rey y sus vasallos se dio a través de un enorme
sistema burocrático, los pocos derechos de que gozaba el siervo se diluían en
complejas redes de corrupción por las que pasaban evidentemente intereses
personales y de grupos de poder. La legitimidad, prestigio y obediencia que en
teoría eran el sustento de la relación entre autoridades y gobernados se
desvirtuaron en la práctica mediante abusos y componendas.
Durante el siglo XVI se entró a un debate teórico sobre el carácter de los territorios
americanos, algunos autores como Francisco de Vitoria y Bartolomé de las casas
apoyaron la idea de que las tierras americanas al estar constituidas como reinos,
al descubrirlas, deberían permanecer independientes pero unidas a la Corona de
Castilla, los que se opusieron, Solórzano Pereyra por ejemplo, sostuvieron que la
Corona había accedido a dichos reinos incorporándolos y convirtiéndolos en una
extensión territorial del mismo. Este debate no es menor pues colocó un océano
entre la autoridad y los gobernados, complicando aún más la relación de poder
entre ellos. La relación se dio entonces a través de una jerarquía encabezada por
el rey y el consejo de indias, institución esta última organizada como colegio para
la llevar la legislación, administración y justicia en América como última instancia.
Por supuesto que no existía democracia en la selección de estos y otros puestos,
siempre era el rey quien designaba en persona a todos los altos funcionarios y
estos a los menores. (Zebadúa, 1995)
Hacia 1810 se abrió uno de los primeros capítulos escritos por el espíritu
ciudadano de los mexicanos, la madrugada del 16 de septiembre de 1810 los
pobladores de la villa de Dolores decidieron resolver ellos mismos sus
necesidades, participar de aquello que hasta entonces era sólo de los
gobernantes, recordemos lo que dicen Florescano y Menegus sobre el orden
político en la colonia:
“La sociedad y el orden político están regidos por las leyes naturales […]
esta sociedad jerarquizada contiene en su seno, por su propia naturaleza,
desigualdades e imperfecciones […]”
“Las desigualdades […] suponen que cada persona acepta la situación […]
el juez supremo de la sociedad es el monarca….” (O´Donnell, 1994)
Esta dinámica terminó no sólo debido a las Reformas Borbónicas sino también a la
conciencia que venía conformándose entre los criollos, mestizos e indígenas y que
les permitió defender lo que consideraban justo y propio.
Aunque el proceso de independencia que terminó en 1821 no logró grandes
cambios en la estructura social del país, al menos permitió el avance hacia las
tradiciones republicana y democrática. Después del gracioso imperio de Iturbide
se estableció la República Mexicana, con base en la constitución de 1824 de
influencia gaditana y norteamericana. Aunque protegió los derechos de igualdad,
seguridad y libertad de expresión, el fuero militar y eclesiástico mantuvieron la
sombra de desigualdad sobre el país. A pesar de esto, es importante destacar que
desde los ayuntamientos se mantuvo la elección popular y una estructura
electoral.
La constitución de 1857 representó el primer esbozo de lo que sería un México
verdaderamente independiente, libre, soberano e igualitario. Los privilegios que
mantenían el equilibrio social colonial fueron atacados por las leyes liberales que
culminaron en la constitución de 1857, libertad de trabajo, garantías individuales y
reparto de tierras fueron pasos importantes hacia la ciudadanización del pueblo
mexicano. La reacción conservadora, temerosa de la igualdad ciudadana a la que
conducía la constitución de 1857 fue tal, que desató una larga guerra civil que
culminó con el gobierno absolutista de Maximiliano de Habsburgo.
El triunfo definitivo sobre el Segundo Imperio arrojó nuevos héroes nacionales,
uno de ellos, Porfirio Díaz, se consolidó de a poco como una figura de poder,
escuchando sin duda a Gabino Barreda cuando proclamaba que el camino del
país debía ser el de libertad, orden y progreso. Se opuso al gobierno de Juárez en
1872 y al de Lerdo de Tejada en 1876, con esta última revuelta llegó al poder y le
quitó el elemento libertad a la ruta planteada por Barreda, gobernó tras una farsa
democrática reeligiéndose constantemente entre 1884 y 1910.
El país alcanzó cierto progreso económico bajo el Porfiriato, la debilidad ante el
mundo ya no era tal y al interior los rurales habían puesto orden en los caminos y
veredas del país. El ferrocarril trazó nuestra dependencia de Estados Unidos pero
permitió el desarrollo de un mercado interno y una primera fase industrializadora,
prácticamente hizo aparecer al norte.
La inversión extranjera fue tratada también con privilegios, un reporte
pormenorizado de la economía era enviado puntualmente por el mismísimo
ministro Enrique C. Creel, advirtiendo con anticipación a los industriales norteños,
sobre el panorama financiero nacional.
Las fluctuaciones democráticas llevaron al poder a presidentes de todo tipo y
estilo, los resortes de la maquinaria amortiguaron las exigencias ciudadanas con
concesiones, avances y retrocesos hasta que nuevamente se acabó la paciencia.
El movimiento estudiantil de 1968 era sólo una más, quizá la mayor, de muchas
movilizaciones ciudadanas que exigían cambios. Ferrocarrileros, enfermeras y
médicos eran algunos de los grupos que se manifestaban contra un sistema que
los venía dejando fuera, nuevamente, en la dirección del país.
Los años posrevolucionarios sentaron las bases del crecimiento demográfico y
económico en México, dieron lugar a lo que se conoció como el milagro mexicano,
crecimiento acelerado que resultó del modelo de sustitución de importaciones que
impulsó la industrialización y de la coyuntura que se presentó por la segunda
guerra mundial. (Camín, 1990)
La riqueza llegó al país casi como había llegado la ciudadanía y la democracia,
por sorpresa, se dijo entonces que se administraría y repartiría poco a poco pero
1968, 1982 y 1988 fueron prueba de que dicho reparto no había ocurrido como se
esperaba. Particularmente 1968 y 1988 fueron dos momentos en los que el
proceso de ciudadanización de los mexicanos avanzó hacia la mayoría de edad.
La movilización estudiantil exigió democracia, apertura política, libertad de
expresión, fin de la corrupción y espacios para el ejercicio delos derechos
ciudadanos, la magnitud y alcance del movimiento despertó a la sociedad
mexicana a una realidad que era urgente aceptar, los derechos ciudadanos
estaban en la constitución pero había que hacerlos valer, los ciudadanos
mexicanos mostraron la cara. 1988 y 2006 fueron momentos fundamentales hacia
la ciudadanización del país. En 1988 ante la sospecha de fraude electoral, una
movilización masiva defendió el sufragio, con la idea de que no habría ciudadano
si no se respetara su derecho al voto y a la decisión ahí expresada, se ejerció una
presión importante sobre las instituciones políticas y electorales del país. Dicha
presión tuvo efectos en los años posteriores, pues la ciudadanización de los
órganos electorales inició con la aprobación en julio de 1990 del Código Federal
de Instituciones y Procedimientos Electorales y la creación del Instituto Federal
Electoral y el Tribunal Federal Electoral,
El año 2006 fue otro año difícil en el proceso de democratización del país, más allá
de las dudas que generó la elección, se hizo evidente la conciencia que existe en
la actualidad entre los mexicanos con respecto a sus derechos políticos, la idea de
que el rumbo del país lo determina el voto y la participación ciudadana, es
perfectamente clara para la mayoría de los mexicanos.
2. CONCEPTO DE DEMOCRACIA Y CIUDADANIA.
2.1 INTRODUCCIÓN AL CONCEPTO DE LA DEMOCRACIA Y CIUDADANIA.
El debate sobre la democracia se produce hoy bajo condiciones históricas
peculiares: en primer lugar, la consolidación fáctica de la democracia electoral en
casi toda América Latina (si bien con altibajos y diversos grados de precariedad
institucional). Al mismo tiempo, se ha extendido en toda la región una profunda
insatisfacción con los resultados de esas democracias en términos de justicia
social, eficacia gubernamental e inclusión política
Las teorías que han sido utilizadas para analizar la transición y la consolidación
de la democracia en América Latina se basaron en una versión de la teoría
democrática que ha sido dominante en el pensamiento político occidental: el
elitismo democrático.
Entendieron a la democracia simplemente como un mecanismo que permite
cambiar a los gobernantes en forma cíclica y predecible, es decir, elegir a la élite
gobernante. Para ellos el Estado moderno es tan complejo que no puede haber
intervención ciudadana en la administración estatal. Siendo aún más rígidos, es
posible afirmar que lo que define en última instancia a la democracia es el principio
de incertidumbre en los resultados electorales. (Magdaleno, 2006)
La democracia minimalista (democracia es poder elegir a los gobernantes) y la
elitista (la democracia sólo sirve para cambiar a la élite gobernante) se hermanan
en este concepto restrictivo. Este concepto de democracia implica que la única
ciudadanía es la ciudadanía política, y por tanto los únicos derechos propios de la
democracia son los políticos. En efecto, en la práctica sólo los derechos políticos
se vinculan directamente con la democracia. La democracia se funda en los
derechos políticos, existe en su reconocimiento y deja de existir en su anulación.
La teoría democrática convencional opera en realidad sobre la base de muchos
supuestos insostenibles. La teoría democrática supone la existencia de un Estado
y de una nación; supone la existencia de ciudadanos como agentes competentes
capaces de elegir y libres de toda traba para ejercer esas capacidades; supone
que la competencia electoral per- mite la expresión real de las preferencias;
además, la teoría democrática convencional no puede considerar el conflicto social
dentro de su propio marco y limita el concepto de la política a la lucha por el poder
entendido como el logro de la autorización y la representación a través de las
elecciones. (Camín, 1990)
En efecto, la mucha tinta que se ha utilizado en nuestro país acerca de nuestra
larga transición a la democracia, caracterizada por consistir en una serie muy
prolongada y aún inacabada de reformas electorales, magnificó el protagonismo
de los partidos en el proceso y asumió que la democracia electoral era la única
democracia posible. Al proceder así, se perdieron de vista los cambios culturales
ocurridos, mientras que las ciertamente escasas innovaciones en la forma de
gobernar, ante todo en las formas de relación entre ciudadanos y Estado,
quedaron fuera del foco del análisis. Más aún, el papel de la sociedad civil en el
proceso fue considerado irrelevante. La construcción de ciudadanía se limitaba a
garantizar el derecho al voto.
Ahora, en el informe sobre La democracia en América Latina, O’Donnell hace una
crítica pertinente a las teorías convencionales de la democracia, ya que demuestra
que el modelo liberal-democrático no sólo opera en ausencia de solución a los
problemas de la nación y del Estado (al simplemente presuponerlos como dados),
sino que asume que la ciudadanía política es un desarrollo de los derechos civiles
(que se toman como dados al presuponer al ciudadano como ente racional y libre)
y que el tema de las condiciones sociales y políticas generales en las que la
democracia puede funcionar no forman parte del campo de atención de la teoría.
En efecto, señala O’Donnell, “[...] la igualdad de la democracia política ignora los
clivajes sociales, incluyendo sus desigualdades”. (Camín, 1990)
Ciertamente las recientes teorías de la democracia participativa, de la sociedad
civil y del espacio público no han logrado construir una propuesta teórica integral
de la ciudadanía, pero han avanzado un trecho importante en términos de una
ciudadanía activa que no sólo espera que el Estado por fin respete e implemente
los derechos universales de ciudadanía, sino que lucha por ellos, coopera con el
Estado, se enfrenta política- mente con él, hace valer sus argumentos en el
espacio público y busca construir alianzas con la sociedad política en la promoción
de un proyecto democrático participativo. Esta visión de la ciudadanía como
proceso de construcción es completamente opuesta a la neoliberal que campea
dominante en nuestro país y que la limita a un ejercicio pasivo de derechos, cuyo
alcance depende del Estado, y en la que sólo el ejercicio del voto permite percibir
la existencia episódica del ciudadano.
2.2 DEFINICIÓN DE CIUDADANIA Y DEMOCRACIA
A) CIUDADANIA.
La ciudadanía es un status que se otorga a los que son miembros de pleno
derecho de una comunidad. Todos los que poseen ese status son iguales en lo
que se refiere a los derechos y deberes que implica. No hay principio universal
que determine cuáles deben ser estos derechos y deberes, pero las sociedades
donde la ciudadanía es una institución en desarrollo crean una imagen de la
ciudadanía ideal en relación con la cual puede medirse el éxito y hacia la cual
pueden dirigirse las aspiraciones. El avance en el camino así trazado es un
impulso hacia una medida más completa de la igualdad, un enriquecimiento del
contenido del que está Modernamente el término de ciudadanía empezó a ser
desarrollado en la Inglaterra del siglo XVI. Se trata, pues, de una institución propia
del sistema capitalista que, como lo señala este autor, “es un sistema no de
igualdad, sino de desigualdad” (p. 312). Si bien hoy nos encontramos en otro
estadio del capitalismo, su esencia es la misma. La desigualdad no solo se
observa en lo local sino también en el ámbito internacional: ni los ciudadanos ni
los Estados son iguales. La igualdad, hasta ahora, sigue siendo una ficción legal.
(Magdaleno, 2006)
La definición de Marshall corresponde a la sociedad en la que vivió este sociólogo
británico, en la cual, terminada la Segunda Guerra Mundial, existía cierto
optimismo colectivo y una necesidad de pregonar el Estado de bienestar.
La ciudadanía sigue siendo la titular de los derechos pero el ejercicio de la
ciudadanía se ha transformado por efecto de la globalización actual. El sentido de
igualdad, que se desprende de los conceptos democracia y ciudadanía, es un
objetivo a alcanzar por los ciudadanos del mundo. La igualdad real no existe,
sigue figurando en la esfera del deber ser.
El concepto de ciudadanía está extendido y su ejercicio se presenta de dos
maneras, Por un lado, una ciudadanía que puede denominarse instrumental, por
cuanto considera a la política como algo ajeno y, no obstante, se dirige al sistema
político en tanto (sic) solución a los problemas sociales. No pretende participar en
la toma de decisiones ni moldear la marcha del país. Al discurso abstracto opone
su mundo concreto y reclama una gestión eficiente a favor del bienestar de la
gente. Lo que cuenta son los servicios tangibles que presta. Dicho de modo
esquemático: la “ciudadanía instrumental” descree de la política y cree en la
administración (particularmente la municipal) (Lechner, 1999). Este ciudadano es
el más común. Una manifestación de ello es el clientelismo. En una de sus formas,
la gente apoya si se ofrece algo a cambio: cargos públicos, becas, arreglo de vías,
entre otros. El abstencionismo, en sentido contrario, también puede ser una
manifestación del mismo fenómeno: “no voto, no participo, que decidan otros
porque yo no recibo nada a cambio”. En ambos casos no se participa en
discusiones y la política sigue siendo un asunto de políticos.
La actual globalización también ocasiona la pérdida del sentido de identidad de
los pueblos. Si, en los términos de Marcuse, las sociedades no están inmóviles y
la identidad es igualmente un proceso infinito de construcción, la actual
globalización excluye necesariamente la identidad de los pueblos. Las culturas
latinoamericanas y las del mundo entero estarían condenadas a desaparecer para
dar vía a una sociedad unidimensional. Hay otra forma de ciudadanía. Como
afirma Lechner (1999), “parece emerger lo que puede llamarse una ‘ciudadanía
política’.
El segundo tipo de ciudadanía se refiere no tanto a la ‘política institucionalizada’
en el sistema político como a la acción colectiva de los propios ciudadanos”. Es
una ciudadanía que emerge en Latinoamérica y en el mundo como una respuesta,
quizás desesperada, a las grandes injusticias. Sin embargo, a pesar de los
cambios operados en el mundo en los últimos lustros, el concepto clásico de
ciudadanía sigue siendo válido, como un deber ser, en la medida en que la
búsqueda de la igualdad real es un objetivo a alcanzar. Lo que ha cambiado es el
ejercicio y el espacio en el que se ejerce la ciudadanía, pues, por lo menos en
Latinoamérica, existe una tendencia a conformar una ciudadanía política activa. (O
´Donnell, 1994)
B) DEMOCRACIA.
El término democracia en la actualidad sirve con el propósito de legitimar a los
gobiernos de unos o de pocos, es decir, a los gobiernos monárquicos,
dictatoriales, de tiranos, los gobiernos de las élites o de las minorías plutocráticas
u oligárquicas. Se trata de que la población no intervenga en las decisiones
fundamentales, sobre todo en el ámbito económico que es donde se analiza la
formación y distribución de la riqueza. Se busca que la estructura histórica de
conformación del poder político y económico sea avalada por la gran masa de la
población, que la estructura de poder en el ejercicio de la política como gobierno
sea legitimado por la población.
Algunos autores destacan a la política y a la democracia como una forma de
gobierno que debe de cumplir determinados principios y procedimientos que
tienen como objetivo, defender el interés esencial de atender a la sociedad.
El gobierno democrático se caracteriza fundamentalmente por su continua aptitud
para responder a las preferencias de sus ciudadanos, sin establecer diferencias
políticas entre ellos.
La democracia en el verdadero sentido de la palabra es algo más que el ejercicio
electoral. La verdadera democracia supone la participación en la toma de
decisiones del país, y entre las decisiones más importantes están las que
repercuten en mayor medida en la vida de la gente; las decisiones económicas. Se
debe de concebir una democracia con gobernabilidad y estabilidad suficiente que
sirva e incluya en la toma de sus decisiones a los intereses de la gente.
La implantación de la democracia ocurre a partir de que el propio ciudadano que
tiene resueltas sus propias necesidades materiales, participando dentro de un
sistema político acotado por la sociedad en sus diversos interese sociales, pero
que suma, integra, une y conjunta esfuerzos individuales y colectivos, sin
exclusiones, la viabilidad del proyecto se da en la medida que la utopía crea un
modelo normativo definido por la propia sociedad en forma amplia. (Meraz, 2007)
3. CONCLUSIONES.
Desde la perspectiva de la historia de la ciudadanía y democracia en México,
considero que nuestro país es una nación en pleno crecimiento y desarrollo,
prácticamente tenemos unos 15 o 20 años en el cual el país trata de tomar una
estabilidad en diversos ámbitos, reformando estructuras económicas, legales,
aparatos de justicia, ajustando conciencia de los ciudadanos, reorganizando
sistemas educativos, etc. Es por ello que el trastocar estos temas de ciudadanía y
democracia no constituyen dos conceptos simples, ya que estos temas son
complejos al partir de una vida privada de la persona a la vida pública que marca
el rumbo de un país.
No podemos hablar de ciudadanía sin dejar atrás el tema de la democracia como
un instrumento de ejercicio de la misma, ya que todo ciudadano tiene derecho y
obligación a ejercerla, sin embargo esta no debe ser concebida como una
obligación coaccionada por parte de un gobierno al ciudadano, si no observada
por el ciudadano como un instrumento de mejora social, no solo en la elección de
gobernantes o sistemas políticos, más bien en la participación del ciudadano en
las decisiones del país para legitimar al gobierno que en base a sus elecciones
toma en cuenta la opinión de estos.
La democracia depende de instituciones sólidas, de obtener su confianza
transparencia y cuentas claras, tomando en cuenta la difícil historia de la
democracia en el país, desarrolla dudas que no benefician en nada a la vida
institucional del mismo; el ejercicio de las instituciones en manos de los
gobernantes demuestra que la legitimidad es fundamental y si no se gana por vías
democráticas, redunda en detrimento de todo el país.
La ciudadanía depende de factores de aprendizaje en la cuestión personal privada
de cada uno de los ciudadanos, de su entorno social, comenzando con su familia,
siguiendo con su vida estudiantil, etc, y su participación ciudadana se observara
en la toma de decisiones, es decir, para valorar una buena participación ciudadana
se mide desde que la persona resuelve sus problemas individuales y puede así
después contribuir con obligaciones colectivas que ayudan a un sector de la
sociedad. (Meraz, 2007)
4. BIBLIOGRAFIA.
Camín, H. A. (1990). Historia General de México. México: Colegio de México.
Magdaleno, A. M. (2006). La Crisis de la Democracia en México. México:
Universidad Autónoma del Estado de México.
Meraz, B. G. (2007). Afectividad y Ciudadania Democrática: Una reflexión sobre
las bases Filosófico-Psicológicas de la Formación Civica y Ética en la
Escuela. México: Universidad Autonoma de México.
O´Donnell, G. y. (1994). Transiciones desde un gobierno autoritario. España:
Paidos.
Zebadúa, E. (1995). Los Conceptos de Soberania y Democracia en México a lo
Largo de su Historia. México: Consejo General del Instituto Federal
Electoral.
5. AUTOEVALUACIÓN DEL SEMINARIO GÉNERO, JUVENTUD Y
CIUDADANIA: 85