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1 DESAFÍOS DE LAS POLÍTICAS DE SEGURIDAD PÚBLICA EN LA ARGENTINA DEL SIGLO XXI Gabriel Kessler Este trabajo fue realizado en el marco del Programa de "Desigualdad y Democracia", con apoyo de la Fundación Heinrich Böll. ¿Cuáles son los desafíos que enfrenta la Argentina respecto de la seguridad urbana?, ¿cuáles políticas han tenido lugar en la década transcurrida? ¿qué políticas deberían ponerse hoy en marcha? ¿qué activos cuenta nuestro país en esta temática? Estos son los interrogantes que aborda el presente trabajo. En la primer parte se presenta una síntesis de la evolución de los delitos en la Argentina en las últimas décadas. A continuación se realiza una breve presentación de los debates locales sobre el crimen organizado. De este modo se completa un resumido diagnóstico de la situación. Luego el trabajo se pregunta sobre una paradoja actual: disminución de la desigualdad sin reversión de las tasas de delito. La segunda parte de ocupa de las políticas de seguridad. Comienza con una revisión de las políticas del período 2003-2013 y luego propone líneas de reflexión y de acción para una agenda de seguridad democrática. I. La situación de delito en la Argentina Tipos de delito, datos y fuentes 1 ¿Cuál fue la evolución del delito en las últimas décadas y en particular en esta última? En nuestro análisis examinaremos los delitos contra la propiedad distinguiéndolos de los delitos contra las personas y, dentro de estos, a los homicidios. También observaremos por separado a Buenos Aires (ciudad y provincia) del resto del país. Los delitos contra la propiedad incluyen hurtos (y tentativas) y robos (y tentativas): la diferencia es que en el primer caso no hay presencia de armas o de violencia y en el segundo sí la hay. Los delitos dolosos contra las personas incluyen homicidios, lesiones y otras agresiones a las personas. Los delitos contra la propiedad comprenden aproximadamente entre el 55% y el 70% de los hechos totales registrados por la justicia; los segundos se ubican en torno al 15%. Es importante remarcar que a menudo un mismo hecho puede implicar legalmente un delito contra la propiedad y uno contra las personas (por ejemplo, un intento de robo donde hubo violencia contra la víctima). ¿Con qué datos contamos? La evolución general de los delitos denunciados o reportados por las fuerzas de seguridad y la justicia de todas las jurisdicciones se concentran en el Sistema Nacional de Información Criminal (SNIC), que desde los años noventa se ubica en el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación. Existe una larga discusión sobre la confiabilidad de los registros policiales y judiciales. Amén de ello, todos estos datos dan cuenta solo de los delitos denunciados, que según estimaciones de hace una década rondarían en torno al 40% de los efectivamente cometidos, dejando ocultos a los no reportados. Para suplir esta carencia se han creado a nivel internacional las encuestas de victimización, que preguntan a la población los delitos sufridos, denunciados o no. Argentina realizó, desde mediados de los años noventa, encuestas oficiales de victimización en la ciudad de Buenos Aires y el conurbano 1 Los tres primeros apartados del texto y otros más adelante están retomados del capítulo 5 de mi libro “Controversias sobre la desigualdad. Argentina 2003-2013”, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.

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    DESAFÍOS DE LAS POLÍTICAS DE SEGURIDAD PÚBLICA EN LA ARGENTINA DEL SIGLO XXI

    Gabriel Kessler

    Este trabajo fue realizado en el marco del Programa de "Desigualdad y Democracia", con

    apoyo de la Fundación Heinrich Böll.

    ¿Cuáles son los desafíos que enfrenta la Argentina respecto de la seguridad urbana?,

    ¿cuáles políticas han tenido lugar en la década transcurrida? ¿qué políticas deberían ponerse

    hoy en marcha? ¿qué activos cuenta nuestro país en esta temática? Estos son los interrogantes

    que aborda el presente trabajo. En la primer parte se presenta una síntesis de la evolución de

    los delitos en la Argentina en las últimas décadas. A continuación se realiza una breve

    presentación de los debates locales sobre el crimen organizado. De este modo se completa un

    resumido diagnóstico de la situación. Luego el trabajo se pregunta sobre una paradoja actual:

    disminución de la desigualdad sin reversión de las tasas de delito. La segunda parte de ocupa

    de las políticas de seguridad. Comienza con una revisión de las políticas del período 2003-2013

    y luego propone líneas de reflexión y de acción para una agenda de seguridad democrática.

    I. La situación de delito en la Argentina

    Tipos de delito, datos y fuentes1

    ¿Cuál fue la evolución del delito en las últimas décadas y en particular en esta última?

    En nuestro análisis examinaremos los delitos contra la propiedad distinguiéndolos de los

    delitos contra las personas y, dentro de estos, a los homicidios. También observaremos por

    separado a Buenos Aires (ciudad y provincia) del resto del país. Los delitos contra la propiedad

    incluyen hurtos (y tentativas) y robos (y tentativas): la diferencia es que en el primer caso no

    hay presencia de armas o de violencia y en el segundo sí la hay. Los delitos dolosos contra las

    personas incluyen homicidios, lesiones y otras agresiones a las personas. Los delitos contra la

    propiedad comprenden aproximadamente entre el 55% y el 70% de los hechos totales

    registrados por la justicia; los segundos se ubican en torno al 15%. Es importante remarcar que

    a menudo un mismo hecho puede implicar legalmente un delito contra la propiedad y uno

    contra las personas (por ejemplo, un intento de robo donde hubo violencia contra la víctima).

    ¿Con qué datos contamos? La evolución general de los delitos denunciados o

    reportados por las fuerzas de seguridad y la justicia de todas las jurisdicciones se concentran

    en el Sistema Nacional de Información Criminal (SNIC), que desde los años noventa se ubica en

    el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación. Existe una larga discusión sobre la

    confiabilidad de los registros policiales y judiciales. Amén de ello, todos estos datos dan cuenta

    solo de los delitos denunciados, que según estimaciones de hace una década rondarían en

    torno al 40% de los efectivamente cometidos, dejando ocultos a los no reportados. Para suplir

    esta carencia se han creado a nivel internacional las encuestas de victimización, que preguntan

    a la población los delitos sufridos, denunciados o no. Argentina realizó, desde mediados de los

    años noventa, encuestas oficiales de victimización en la ciudad de Buenos Aires y el conurbano

    1 Los tres primeros apartados del texto y otros más adelante están retomados del capítulo 5 de mi libro

    “Controversias sobre la desigualdad. Argentina 2003-2013”, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.

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    y en algunos años en Rosario, Córdoba y Mendoza, pero desde 2008 no se las aplica y ya no

    están publicadas en la página del Ministerio de Justicia aquellas de los años anteriores. De

    hecho, las cifras del SNIC presentadas al público llegan a 2009 (pero en ese año ya no está la

    provincia de Buenos Aires). Tampoco el Ministerio de Seguridad de la Nación, creado en 2010,

    presenta cifras sobre victimización. Es decir que no tenemos datos oficiales ni de delitos

    denunciados ni de victimización desde esa fecha. Para suplir esta carencia fundamental

    tomaremos datos de encuestas de victimización provinciales o municipales o realizadas por

    instituciones académicas.

    Cabe comenzar con una caracterización sobre las particularidades del problema en

    nuestro país. Las grandes y medianas ciudades argentinas exhiben, al igual que Montevideo y

    Santiago de Chile, altos niveles de victimización: entre el 25% y el 35% de la población sufre un

    hecho en un año, como se desprende de las encuestas. A la vez, las mismas urbes presentan

    tasas de homicidios bajas en comparación con los promedios latinoamericanos. ¿Se trata de

    una contradicción? De ningún modo: en nuestras ciudades hay una intensa vida urbana,

    circulación de personas, innumerables entrecruzamientos diarios y actividad día y noche en los

    espacios públicos, bares, cafés, plazas. Por ello se multiplican los contactos entre los

    individuos, lo que ocasiona múltiples oportunidades de delitos, en su gran mayoría hurtos.

    Pero esto no implica que haya más violencia homicida. En rigor, es un tema a elucidar (y

    agregaría: una gran suerte para nuestro país) que con una cantidad de casi medio millón de

    delitos anuales con presencia de armas, las cifras de homicidio no sean mayores.

    Evolución del delito en el área metropolitana

    ¿Qué ha pasado en líneas generales en nuestro país? Según los datos de hechos

    denunciados, las agresiones contra la propiedad se multiplican por dos veces y media entre

    1985 y 2000. Incluso con una pequeña reducción desde 2003 y hasta 2008, los valores duplican

    a los de mediados de la década precedente. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA),

    entre 1991 y 2008, la tasa de delito —es decir, el número de hechos cada 100 mil habitantes—

    aumenta cinco veces. En la provincia de Buenos Aires (los datos no suelen permitir diferenciar

    conurbano del interior), se multiplica por dos veces y media. No todos los delitos han seguido

    la misma evolución. Los delitos contra las personas registraron un incremento paulatino

    durante los años noventa tanto en la CABA como en provincia de Buenos Aires. Son los delitos

    contra la propiedad los que muestran un gran aumento a mediados de los años noventa en

    cada jurisdicción. En ambas hay un primer salto a mediados de esa década y luego un pico a

    fines, en un período de recesión e incremento del desempleo; y en 2002 se registran los

    valores máximos, cuando se sufrían las consecuencias de la crisis de 2001. A continuación (y

    siempre hasta el 2008) se produce en la provincia una franca disminución de los delitos contra

    la propiedad, que vuelven a bajar hasta el promedio de mediados de los años noventa (antes

    del pico registrado a mitad de la década); mientras que en la CABA se mantienen más altos, sin

    volver a los valores previos a ese primer gran aumento. En relación con los homicidios, en la

    Provincia de Buenos Aires los datos señalan una tasa en torno a 8 sobre 100 mil habitantes

    durante los años 90, un pico de 13,3 en 2002 y luego una reversión: 9,5 en 2003 y 6,94 en

    2008. En la CABA la evolución es distinta: en 1994 la tasa es 2,8 al año siguiente alcanza el 5,4 y

    se mantiene en torno a 4 y 5 hasta el 2008 y datos posteriores señalarían una estabilidad en

    torno a una tasa de 5 o 6 sobre 100 mil.

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    Al comparar los datos oficiales, se vislumbran otras diferencias entre las jurisdicciones,

    al menos hasta 2008 (luego no hay datos disponibles): mientras en ambas hay una gran

    proporción de hurtos en la calle, la provincia se caracteriza por un mayor número de hurtos en

    casas. A su vez, en la CABA hay una mayor presencia de mujeres que en la provincia

    cometiendo hechos delictivos, y en esta última, una mayor proporción de menores y de

    inculpados conocidos que en la capital. Esto nos mostraría dos dinámicas un tanto diferentes:

    en la CABA, más hurtos, con presencia de grupos o individuos que planifican hechos de

    descuidismo, arrebato y otras formas propias de lugares con gran concentración de personas,

    a blancos desconocidos y fuera de sus barrios de residencia. Hay así grupos que se dedican a

    hurtos y robos en la vía pública; otros, a “escruches” —esto es, entrar a casas y comercios

    cuando no están sus ocupantes—; y otros, a hurtos y robos de autos. En gran parte se trata de

    “especializaciones” diferentes, que son tomadas como formas rutinarias de obtención de

    ingresos. Por su parte, en provincia de Buenos Aires parece haber más peso de un delito con

    bases más sociales, menos especializado, puesto que hay mayor presencia de jóvenes que

    cometen distintos tipos de hurtos o robos en sus lugares habituales de residencia. A eso se

    debe la mayor proporción de inculpados conocidos por sus víctimas.

    En líneas generales, según los hechos denunciados, un poco menos en la CABA y más

    en la provincia de Buenos Aires, observamos una tendencia a la disminución de los delitos

    contra la propiedad y contra las personas después de los picos de 2002 y al menos hasta el

    2008. Entre 2003 y 2008 hay una caída y un cierto amesetamiento, es decir, una baja al

    comienzo de ese lapso pero sin que continúe descendiendo luego. En ambas zona, los valores

    se sitúan por debajo del pico de 2002; pero en la CABA hay un umbral que se alcanzó a

    mediados de los años noventa que no logra ser perforado, mientras que en la provincia, por el

    contrario, bajan los delitos contra la propiedad a valores propios de comienzos de los años

    noventa, antes del pico de mediados de esa década. En cuanto a lo que sucedió después de

    2008, no hay evidencias contundentes: los datos de la provincia señalan una disminución de

    los hechos más graves pero no de los robos violentos. Las encuestas de victimización, por su

    parte, muestran por el contrario un incremento entre 2008 y 2011 en ambas jurisdicciones,

    aunque en los últimos dos años se advierte una importante disminución de la victimización en

    la CABA y un aumento en el conurbano. Los últimos datos registrados señalan que casi el 40%

    de la población es víctima de un delito en los últimos doce meses, una cifra muy considerable.

    Es resumen: más allá de las controversias y los problemas con los datos, podemos sin

    dudas concluir que, con excepción del homicidio, la reversión del delito en general no ha

    acompañado con la misma intensidad la disminución de la desigualdad ni la mejora de los

    indicadores de ingresos y trabajo, y el interrogante que se plantea es si en los últimos años

    hubo un nuevo aumento sobre el que es necesario indagar.

    El delito en las provincias

    ¿La evolución del delito en otras regiones es similar a la del área metropolitana? La

    primera diferenciación importante se da por el tamaño de las ciudades. La encuesta del LICIP

    muestra en 2013 que los centros de 10 mil a 100 mil personas tienen tasas de delito del 23,9%,

    cuando a nivel general son más del 37 %. Es decir que vivir en una ciudad pequeña implica

    menos probabilidades de ser víctima de un delito. Por su parte, en las ciudades intermedias,

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    entre 100 y 500 mil habitantes, el índice de victimización de enero 2014 es del 33,2 % de los

    hogares, cercanos al promedio nacional y bastante más que en CABA.

    Máximo Sozzo (2012) realiza un análisis comparativo de las últimas décadas en las

    distintas provincias. Señala que, durante los años ochenta, el delito común registrado en las

    estadísticas policiales en Argentina creció extraordinariamente. A esto se le suma luego el gran

    aumento en la década siguiente: en los años noventa y respecto al decenio precedente, solo

    tres jurisdicciones experimentaron descensos de los delitos contra la propiedad (Jujuy, Salta y

    Santiago del Estero) y tres mantuvieron una cierta estabilidad (Santa Fe, Chubut y Tucumán).

    Las otras 18 jurisdicciones experimentaron incrementos de diversa intensidad. En el caso de

    los delitos contra las personas de carácter doloso, solo tres jurisdicciones experimentaron

    descensos; otras 20 jurisdicciones experimentaron aumentos.

    Ahora bien, cuando analiza el nuevo milenio hasta 2008, Sozzo plantea una

    ambivalencia de las tendencias. De 2000 a 2008, los delitos contra la propiedad descendieron

    en el país levemente, el 5%. En este conjunto, los robos registrados oficialmente se

    mantuvieron estables, los hurtos disminuyeron moderadamente y los robos agravados por el

    resultado de muerte y/o lesión lo hicieron en forma considerable. Pero este cuadro se vuelve

    mucho más positivo si se toma en consideración, no el año 2000, sino el pico que se observa

    en 2003, luego de la crisis de 2001. Entre 2002 y 2009, en 17 jurisdicciones se produjo un

    descenso de la tasa de delitos contra la propiedad registrados. En cinco jurisdicciones, la tasa

    se mantuvo estable: CABA, Río Negro, Mendoza, San Luis y Jujuy. En solo dos jurisdicciones se

    produjeron aumentos: moderado, en Chubut, y considerable, en Salta.

    La situación es distinta respecto de los delitos contra las personas de carácter doloso.

    De 2003 a 2009, en ocho jurisdicciones se produjo un descenso, pero en 11 se dieron

    aumentos de distinta intensidad. En cuanto a los homicidios, en solo seis jurisdicciones hubo

    un crecimiento de estos, en una jurisdicción se dio una cierta estabilidad y en 17 jurisdicciones

    se produjeron descensos, en 11 de las cuales bajaron más del 25% durante los años dos mil.

    Como se ve, no hay una única evolución ni un patrón uniforme, pero Sozzo concluye que el

    cuadro durante la última década tiene rasgos más positivos que los de la década de 1990, ya

    que la tendencia al crecimiento muy significativo del delito común registrado oficialmente en

    esta última y en la precedente se mantuvo en una menor cantidad de jurisdicciones y, sobre

    todo, porque han disminuido los homicidios. De todos modos, resta develar las claves de este

    aumento de los delitos contra las personas. Todo sucede como si la salida de la crisis hubiera

    contribuido a una disminución de los picos de delito contra la propiedad, que llegaron a ser

    muy altos, pero no necesariamente afectaron de igual modo a los delitos contra las personas,

    donde otras lógicas y motivaciones, no necesariamente la búsqueda de beneficio económico,

    entran en juego.

    ¿Qué podemos concluir de 2008 en adelante para las provincias? Lamentablemente,

    no tenemos fuentes alternativas para poder establecer algunas hipótesis como pudimos hacer

    con los datos de la CABA y la provincia de Buenos Aires, con excepción de una encuesta en al

    ciudad de Santa Fe llevada a cabo por M. Sozzo y su equipo en 2012, que registra una

    disminución de los delitos respecto del 2008, menos los robos con violencia. La encuesta del

    LICIP antes mencionada para enero de 2014 encuentra que la tasa de victimización del interior

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    es similar al promedio, el 36,3%, lo que estaría sugiriendo (hasta no tener datos que

    demuestren lo contrario) que se mantienen niveles de victimización muy considerables en

    distintas ciudades grandes y medianas del país.

    Los interrogantes sobre el crimen organizado

    La mención de “crimen organizado” suscita innumerables imágenes, pero lo cierto es

    que es una noción de difícil captación empírica y sumamente discutida. En efecto, no hay una

    única definición, a lo sumo consensos políticos nacionales o internacionales sobre que

    considerar crimen organizado. En rigor, la Comunidad Europea se rige por una serie de

    atributos convenidos en la Convención de Palermo y Estados Unidos por leyes federales pero

    sin una definición común. F. Hagan (2006) enumera las características más recurrentes en

    distintos autores: previsión de lucro, división del trabajo con una práctica continua y

    organizada jerárquicamente, uso de violencia y amenaza, algún grado de inmunidad política y

    complicidad con agentes públicos. A menudo la perspectiva moral y los objetivos políticos, más

    que la mera definición legal, es lo que guía el uso público del término “crimen organizado”.

    Ciertas actividades son más susceptibles de ser llamadas así que otras, por ejemplo, el tráfico

    de drogas en zonas pobres más que su venta a consumidores de clases media y alta y a su vez,

    ambos más que la piratería informática o la corrupción pública, como bien señala M. Misse.

    Consciente de la importancia de lo político en el crimen organizado, este autor brasileño

    propone reservar el término para los casos donde hay complicidad del Estado y por ende, se es

    inmune a su acción represiva.

    Sin negar esta y otras complejidades del término y sus usos, hay consenso de que el

    crimen organizado es un tema importante en la región, en particular el tráfico de drogas, el

    tráfico de armas y el de personas. Por otro lado, en la actualidad nos parece más oportuno no

    establecer una división dicotómica entre crimen desorganizados versus. organizado y más bien

    señalar un continuo de menor a mayor organización, pudiendo ubicar distintas actividades y

    tipos de delito en ese continuo. De todos modos, hacemos referencias en este artículo a

    crimen organizado para diferenciarlo de lo que sería el delito más ocasional o de baja

    organización (p.ej. salideras, robos a casas) y focalizarnos en aquellos con mayor nivel de

    organización, como los tres tipos de tráficos señalados antes. Otras actividades, que no serán

    tratadas en este artículo, están interrelacionados con las que nos ocupan: el lavado de dinero

    es imprescindible para el resto de las actividades así como la corrupción política. A esto se

    podría agregar formas de explotación sexual y laboral que no se incluyen dentro del tráfico

    humano, un creciente mercado de falsificación de bienes de consumo y de contrabando de

    todo tipo, los fraudes en el ciberespacio, el tráfico de bienes culturales, de animales exóticos y

    la explotación ilegal de maderas y otros recursos naturales, para mencionar los más

    significativos en la región.

    Hay cierto consenso en que comparado con otros países de la región, como Brasil,

    Colombia o México, parece factible afirmar que el peso del narcotráfico es menor. K. Der

    Gagoussian realiza en 2008 un pormenorizado informe sobre distintos tipos de crimen

    organizado del cual se extraen las siguientes conclusiones: Argentina es considerado un país de

    tránsito de drogas, por ejemplo, de cocaína producida en Bolivia, Perú y Colombia hacia

    Europa. Pero su producción local de drogas es mínima, aunque si posee una importante

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    industria de sustancias químicas que se utilizan en la producción de cocaína, entre ellos la

    efedrina. De todos modos, en el cambiante panorama del narcotráfico, es posible que haya

    una mayor implantación de segmentos del mercado en la Argentina, tanto para su distribución

    local como en tanto “hub” para otros destinos. A esto se suma que se ha detectado la

    importación en forma compacta de residuo de cocaína, como el “paco” (hasta ahora se

    consideraba que este residuo era significativo en países con alta producción, por lo cual

    parecía localmente exiguo) y hay signos, más allá del sensacionalismo mediático habitual sobre

    el tema, de que hubo cambios cualitativos en los últimos años. En particular, se señala el papel

    de la Argentina en el tráfico de drogas hacia Europa, dado el desarrollo de ese mercado. Casos

    resonantes sobre tráficos aéreo o marítimo han surgido en los últimos años. Esto ha dado lugar

    a reacciones insensatas sobre leyes de derribo aéreo que carecen de todo sustento y que son

    muy riesgosas. Pero lo que se sabe es que en general son contadas las organizaciones que se

    ocupan del tráfico internacional, se habla de 3 o 4 grupos, por lo cual no sería muy difícil su

    desactivación de mediar políticas adecuadas. Por otro lado, la Argentina no tiene un rol

    geopolítico indispensable en el tráfico, como tendría por ejemplo México o aún Brasil, por lo

    cual, se puede pensar que no habría grandes incentivos de los actores para persistir en una

    plaza si se activan mecanismos de desarticulación de tales grupos.

    En segundo lugar, hay un movimiento interno de trata de mujeres, en su mayoría

    mujeres pobres engañadas y secuestradas, para la prostitución. Se denuncia un promedio de

    500 mujeres desaparecidas por año, casos en general sin resolver y vinculados a la trata. En

    tercer lugar, hay un importante tráfico de armas livianas en el Cono Sur, en general para la

    delincuencia aunque para terrorismo. En cuarto lugar, se ha desarrollado un mercado de robo

    y posterior venta de vehículos y piezas robadas, que según datos de 2009 estaría conociendo

    un incremento. Otros delitos, sobre los que no se tienen datos, también parecen ser de

    importancia, como delitos y fraudes económicos por Internet y distintas formas de piratería,

    falsificación de mercaderías y contrabando de productos tecnológicos.

    En resumen, en contraposición con la fuerte presencia de las formas de delito juvenil

    en los medios y las preocupaciones, hay pocos estudios que puedan dar un diagnóstico cabal

    sobre el delito organizado. Es una tarea pendiente determinar por un lado, las formas de

    organización y de penetración de estas formas de delito, su peso económico, así como su

    impacto en la violencia delictiva. Con todo, los estudios existentes nos permiten tener un

    primer panorama sobre los distintos mercados ilegales en los que el crimen organizado opera.

    ¿Disminuye la desigualdad pero no el delito?

    La retracción de la desigualdad y del desempleo no necesariamente ha implicado una

    disminución del delito. Se trata de un tema de preocupación académica y política en toda

    América Latina. Sobre esto solo podemos establecer algunas ideas e hipótesis. En primer lugar,

    es preciso clarificar los vínculos causales (más allá de las correlaciones estadísticas) entre

    ambos problemas. En segundo lugar, retomando nuestra hipótesis de las tendencias

    contrapuestas, es posible que algunas de las consecuencias mismas de la disminución de la

    desigualdad estén gravitando en el mantenimiento o aún incremento de ciertos delitos.

    En cuanto a lo primero, es necesario considerar cómo son los vínculos entre los procesos:

    posiblemente dos hechos estén unidos causalmente en su etapa de expansión, pero aun si la

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    variable independiente (en este caso, la desigualdad) empieza a ceder, la variable dependiente

    (el delito) puede haber cobrado autonomía en tanto hecho social y, por ende, no responder ya

    al decurso descendente de la variable independiente que explicaba su ciclo expansivo. En este

    mismo sentido, puede haber una cierta autonomía de fenómenos sociales producidos años

    atrás; nos referimos a dinámicas y mercados de delito que podrían surgir y perdurar. En rigor,

    esta hipótesis se aplica a ciertos procesos y a otros no. Por ejemplo, no debe pensarse en un

    contingente estable de grupos que comenzaron a dedicarse al delito en los años noventa y

    siguieron hasta el presente. Los recambios generacionales han sido muy rápidos. Una gran

    mayoría de los que cometen delitos juveniles abandonan al comienzo de la adultez y se

    produce una mayor comisión de hechos por nuevas cohortes que eran niños en los años

    noventa. Por lo cual, la hipótesis de una generación que ha comenzado a fines de los años

    noventa y continúa hoy no parece muy plausible.

    Por el contrario, sí podría haber continuidad y cierta autonomía cuando pensamos en

    mercados de delito que, una vez establecidos, conocen recambios entre sus actores pero

    perduran como mercado ilegal. Por ejemplo, uno muy estudiado es el robo de autos con sus

    circuitos de desguace, autos mellizos para exportar ilegalmente, etc. Más allá de que sean

    otras cohortes quienes realizan los robos de autos, los circuitos, los desarmaderos y las bocas

    de venta están establecidos. Algo similar puede pensarse frente a tantos otros mercados, tales

    como la venta de droga, de celulares robados, de metales, de medicamentos, de trata de

    mujeres para la explotación sexual, por nombrar algunos de ellos. En fin, si bien no nos

    inclinamos por la idea de una continuidad de la misma generación, casi dos décadas de delito

    alto habían dejado su marca en cohortes más jóvenes. En nuestro trabajo en un barrio

    altamente estigmatizado desde 2006 en adelante, todos nuestros entrevistados conocían

    mucha gente que había cometido delitos, que estaba presa, que había muerto, que se había

    “refugiado” en otro lugar o que se había “rescatado”, esto es, abandonado el delito. Una de

    sus consecuencias es que el delito se inscribía dentro del campo de experiencias posibles y,

    aun cuando se optaba por no incurrir en él, solía ser considerado por muchos como una opción

    posible para enfrentar una coyuntura determinada.

    Hay otras líneas a indagar en esta relación entre desigualdad y delito: si bien se

    establecieron correlaciones generales y, a nivel de las comunidades o barrios, se plantearon y

    demostraron hipótesis sobre el impacto de la degradación general en la disminución de las

    oportunidades laborales, efectos en la segregación residencial y en el empobrecimiento del

    capital social para explicar diferencias entre tasas de delito en diferentes zonas, menos claro es

    el modo en que estas variables operaban a nivel de la experiencia individual. Sabemos poco de

    la perdurabilidad de los efectos de la desigualdad en las generaciones; es decir, cuál ha sido el

    impacto de esas condiciones deficitarias en años iniciales y si han operado posteriormente,

    más allá de que las condiciones sociales hayan cambiado. También debería relativizarse la idea

    de una reducción homogénea de la desigualdad. Las mediciones con las que contamos no

    alcanzan la pequeña escala necesaria para dar cuenta de la concentración de la desigualdad en

    ciertos barrios, sumada a los efectos de la estigmatización y la acumulación de desventajas en

    los territorios relegados.

    A modo de ejemplo, una investigación dirigida por Marcela Vio en la Universidad

    Nacional de Avellaneda en 2012 en tres barrios carenciados del partido de San Martín,

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    muestra que la población bajo la línea de pobreza era de más del 60% . Por supuesto que esto

    no tiene efecto estadístico en las cifras generales, pero marca sin duda la persistencia de

    núcleos de exclusión y de desigualdad que operan sobre las causas del delito. En estos casos, la

    estigmatización y la exclusión de determinados territorios es un tema a considerar. En nuestra

    investigación ya señalada, en un contexto con alta estigmatización después de 2006 (Kessler,

    2013), encontramos que la situación de reactivación económica y mejoramiento de la situación

    social ocultaba una serie de paradojas y tendencias contrapuestas.

    Una primera paradoja surgía con respecto al trabajo: había más oportunidades, en

    general, pero pocas para los jóvenes menos calificados o que residen en lugares

    estigmatizados. La inestabilidad del trabajo del período anterior ya aparecía como un rasgo

    implícito de toda ocupación, por lo que las oportunidades se vislumbraban como de corta

    duración. En el mismo barrio se vivía una gran reactivación, y la llamada “democratización del

    consumo” implicaba un mayor acceso de los sectores populares a bienes antes reservados a

    los sectores más altos, como los celulares o computadoras. Cobraban así más importancia que

    en la etapa anterior estrategias de distinción y valoración ligadas a ciertos bienes, y se

    producía una reconfiguración de la privación relativa en la medida en que había disminuido la

    privación absoluta. Dicho de otro modo, si en la etapa pasada gran parte de los delitos eran

    estrategias de subsistencia, en esta eran más bien medios para acceder a bienes deseados.

    Un tema central en este barrio y en otros que investigamos es la relación con la policía

    (Kessler y Dimarco, 2013). Una diferencia con la etapa anterior: un mayor odio, por arreglos

    que no se respetan y por violencia institucional o maltrato generalizado. En tal sentido,

    encontramos una nueva generación socializada en un constante “parar e investigar”, debido a

    la mayor presencia de la policía en tareas de vigilancia, producto de la presión social por la

    inseguridad. Esto resultaba tanto o más insoportable que lo observado en la etapa pasada,

    porque muchos jóvenes habían internalizado un discurso sobre los derechos y contra la

    discriminación, que el accionar policial contradecía cotidianamente. Sobrecontrolados pero a

    la vez subprotegidos, los jóvenes de sectores populares interpretan esta mayor presión policial

    como una clara prueba de discriminación y desigualdad.

    A su vez, había un creciente orgullo identitario por ser parte del barrio. En la última

    década, el conurbano se ha transformado en un poderoso productor de contenidos culturales

    de todo tipo: música, cine, literatura, estética, lo que se advierte en las crecientes marcas

    identitarias locales en los jóvenes de la periferia. En relación con el delito, si durante el período

    anterior supusimos un mayor peso de acciones con fines instrumentales, conseguir dinero o

    bienes, nos preguntamos si no está comenzando a cobrar importancia un delito también

    vinculado a razones más expresivas, como parte del reforzamiento de identidades e

    identificaciones con grupos locales de pertenencia. El ya señalado aumento, o al menos la no

    disminución, de delitos contra las personas quizás nos está mostrando otras lógicas de acción

    no necesariamente vinculadas a la búsqueda de beneficio económico y un incremento de una

    violencia con matices más expresivos, de reafirmación de liderazgos locales, ligados a modos

    de construcción de formas de masculinidad violenta, un novedoso interés por las armas y un

    revanchismo frente a la experiencia de humillación, entre otras lógicas que no necesariamente

    se reducen a las explicaciones sociales habituales.

  • 9

    Es preciso considerar también otro aspecto en que la reactivación económica

    posiblemente esté operando en el mantenimiento de tasas altas de delito. Un caso notorio a

    nivel mundial es el aumento de los hurtos en casi todos los países desarrollados como

    consecuencia de la afluencia de netbooks, iPhones, iPads, tablets y otros implementos

    tecnológicos de cierto valor y poco peso y volumen. En el caso argentino y en particular de la

    CABA, consideramos que en los últimos años el crecimiento económico propició la mayor

    circulación de bienes tecnológicos, el parque automotor sigue creciendo sin cesar y el turismo

    conoció un crecimiento exponencial. En tal contexto, como se dijo al comienzo de este

    capítulo, las oportunidades de delito se incrementaron, lo que gravita en la perdurabilidad de

    tasas altas de robos y hurtos en la vía pública. El incremento de la venta de autos, por ejemplo,

    tiene como subproducto el florecimiento de la venta de repuestos, que, a su vez, genera una

    demanda por piezas robadas, dado el alto costo de las nuevas.

    En resumen, está planteada la necesidad de indagar aún más en la relación entre delito

    y desigualdad para comprender la permanencia de altas tasas del primero a pesar de la

    disminución de la inequidad de ingresos. Se trata por ahora de hipótesis sobre el vínculo entre

    ambos procesos que proponen, por un lado, revisar los lazos causales entre ambos hechos y

    los efectos inerciales de la desigualdad del pasado cercano. Por otro lado, nuestros indicadores

    de desigualdad no llegan a captar las escalas más pequeñas, como ciertos territorios o barrios,

    donde dudamos que se haya modificado radicalmente la situación respecto de las décadas

    pasadas. Pero también el propio crecimiento y la reactivación influyen: disminuye la privación

    absoluta pero puede incidir sobre un incremento de la privación relativa, en cuanto hay más

    promesas y deseos de consumo y más circulación de bienes. Este mismo mercado expandido

    genera demandas que indirectamente pueden incidir sobre determinados delitos a su vez que

    implica un nivel de circulación de bienes y personas que multiplica los blancos de delito.

    II. Las políticas de seguridad

    Las políticas de seguridad entre 2003-2013

    ¿Qué impacto han tenido las políticas del período en el delito en el período? Es un

    interrogante de difícil respuesta por varias razones: en primer lugar, las políticas de seguridad

    no han sido evaluadas. En segundo lugar, hay un problema de escalas e incumbencias: la

    política concreta de seguridad, la acción policial y otras medidas, es responsabilidad de las

    provincias, por lo que los eventuales planes de seguridad nacionales tienen un impacto muy

    limitado, a lo sumo en CABA y, más ocasionalmente, en otras jurisdicciones, si voluntariamente

    deciden sumarse a alguna medida. Por ende, para un panorama conclusivo, sería necesario

    tomar en cuenta las políticas realizadas en la provincia de Buenos Aires y en la CABA de

    manera autónoma, y sumar los principales centros como Córdoba, Santa Fe y Mendoza.

    Una vez establecidos estos recaudos, lo primero a señalar es que la década

    transcurrida no se ha caracterizado por tener a la inseguridad entre los principales objetivos de

    las políticas, a pesar de la alta preocupación social por el tema. En efecto, nuestro período de

    estudio no ha tenido un carácter innovador o reformista en la materia, con excepción de

    ciertas medidas puntuales. Así, en estos diez años ha habido una cantidad importante de

    anuncios sobre planes y medidas ligadas a la inseguridad, pero en la práctica no se ha

  • 10

    concretado un proyecto sostenido en el tiempo con prioridades, objetivos y metas a alcanzar.

    En verdad, se había presentado un plan de seguridad interesante en el año 2003, pero no llegó

    a aplicarse, salvo medidas muy puntuales.

    En líneas generales, en todo el período no se abandonó el tradicional cariz altamente

    centrado en la policía de toda estrategia y reflexión de seguridad. En efecto, una crítica

    habitual a los gobiernos desde la transición democrática ha sido la carencia de una reflexión y

    una estrategia de seguridad urbana integral, dentro de la cual la policía sea uno de los pilares

    pero no el eje de toda la política. Esto no ha cambiado tampoco en este período. En tal

    sentido, el eje del debate sobre la institución ha seguido siendo la llamada delegación de la

    seguridad en la policía, en cuanto el poder político delega la estrategia de seguridad en las

    fuerzas sin inmiscuirse en sus asuntos internos. Frente a esto ha habido intentos puntuales de

    retomar el mando civil sobre las fuerzas (por ejemplo, en la provincia de Buenos Aires, cuando

    León Arslanián fue ministro de Seguridad), pero luego hubo un retroceso con el cambio de

    gobernación y la entrada de Daniel Scioli a la provincia.

    También cuando se creó el Ministerio de Seguridad de la Nación con Nilda Garré hubo

    intentos de construir un control civil de la Policía Federal, pero la gestión tuvo una duración

    muy limitada y no llegó a plasmarse en cambios duraderos. Ha habido otros procesos de

    reformas policiales —en algunos casos, integrales; en otros, parciales y aún en desarrollo— ,

    en las provincias de Santa Fe, Córdoba, Chaco, Río Negro, Mendoza, Chubut. Todavía es

    temprano para evaluar el alcance de las reformas y sus resultados. Además, los conflictos en

    2013 en Santa Fe, ligados, en apariencia, al narcotráfico, y los acuartelamientos en Córdoba y

    Chaco en el mismo año tampoco proporcionan las mejores condiciones para evaluarlas.

    En relación con la policía, quizás la política más interesante y progresista, en cuanto

    guardaba relación directa con la desigualdad y la protesta social, se haya realizado en los

    primeros años del gobierno de Néstor Kirchner, con la directiva a las fuerzas de seguridad de

    no usar armas de fuego en las manifestaciones sociales (véase Sain, 2011). Esa política

    permitió que, en períodos de alta conflictividad en 2003 y 2004, se limitara la violencia policial;

    si bien más tarde, tanto en la CABA como en distintas provincias donde se produjeron

    conflictos por tierras, viviendas o protestas de todo tipo, se volvió a usar la fuerza represiva y

    se produjeron muertes. En la misma dirección, hubo intentos con éxito diverso de luchar

    contra las formas más brutales de la violencia policial y gracias a la acción de los organismos de

    derechos humanos y en gran medida por acciones de agencias del Estado, la violencia policial

    está en la agenda política y es totalmente condenada por la mayor parte de la opinión pública

    nacional. En los últimos años, sin embargo, los organismos de derechos humanos señalan un

    rebrote de apremios, torturas, desapariciones y muertes a manos de la policía, en general

    sobre jóvenes de sectores populares en distintas provincias y un nuevo proyecto de ley para

    limitar manifestaciones públicas en abril de 2014 ha generado profunda preocupación y

    severas críticas de los organismos de derechos humanos.

    Un tercer tema ligado con la policía es el incremento de la presión policial, y en ciertos

    casos, también de la Gendarmería y la Prefectura, en zonas consideradas peligrosas del

    conurbano bonaerense y de otros centros urbanos del país. Esto ha tenido como resultado un

    incremento de la conflictividad sobre todo con los jóvenes del lugar, que, como hemos dicho,

  • 11

    son constantemente parados y controlados, pero al mismo tiempo no se sienten protegidos.

    En contrapartida, hay algunas experiencias puntuales que han sido interesantes, como las

    policías barriales en barrios y asentamientos de la CABA. Se trata de una medida que fue

    iniciada por la ministra Garré. En la medida que se trabajaba en conjunto con mesas barriales

    de seguridad, la relación establecida con los barrios fue de protección más que de control. Por

    otro lado, en la misma ciudad, ciertas formas de patrullaje en barrios más afectados por el

    delito —el llamado Cinturón Sur— parece haber tenido un impacto positivo en la disminución

    de la inseguridad en dichas zonas populares de la capital y quizás explique en parte la

    disminución de la victimización en la CABA que señalamos en un apartado previo.

    En cuanto a la política penal, hubo un endurecimiento de leyes penales en 2004 luego

    del caso Blumberg, un joven de clase media que fue secuestrado y asesinado. Ya se ha

    presentado el anteproyecto de reforma del código penal liderada por Raúl Zaffaroni, con

    participación de representantes y legisladores de distintos partidos, pero el debate está

    virtualmente suspendido dado las reacciones en contra que, sin mediar ninguna discusión seria

    sobre sus contenidos, dirigentes políticos lograron suscitar en la opinión pública. Por otro lado,

    también se produjo un significativo incremento de la población privada de libertad. Máximo

    Sozzo (2014) muestra que lo mismo ha sucedido en los otros países de la región con regímenes

    de centroizquierda o nacional populares. En efecto, mientras en Argentina la tasa de

    aprisionamiento creció el 24% en el período 2002-2012, en Brasil en el mismo lapso ascendió

    el 104%; en Bolivia, entre 2005 y 2012, el 80%; y en Venezuela, entre 1998 y 2012, el 58%. Esto

    lleva a un cuestionamiento sobre la dificultad que tienen estos gobiernos para implementar

    medidas progresistas en materia penal.

    En cuanto a políticas de seguridad no policiales, ha habido algunos programas

    dispersos, sin una gran continuidad ni inversión y tampoco sin evaluaciones difundidas para

    conocer su impacto, pero volveremos sobre este punto en el apartado siguiente. Ha habido, a

    nuestro entender, una serie de iniciativas que tuvieron un impacto positivo, si bien quizás

    limitado, sobre la relación entre delito y desigualdad. Entre ellas, el Plan de Desarme

    voluntario, iniciado en 2007, permitió que se retiraran muchas armas de circulación en zonas

    de altas tasas de homicidio; el interés en el tema de la trata que se observó en el Ministerio de

    Seguridad de la Nación puso en agenda un problema que afecta a los sectores más

    vulnerables; cambios en la formación de la Policía Federal; la política en la provincia de Buenos

    Aires de Foros de seguridad durante la gestión del doctor Arslanián permitió que las

    comunidades debatieran y generaran su propia agenda de temas y preocupaciones; un

    programa piloto en la ciudad de Santa Fe en barrios con altas tasas de homicidio posibilitó

    disminuirlas mediante una perspectiva novedosa sobre la relación entre cultura juvenil y

    conflictividad. La provincia del Chubut tiene una serie de iniciativas en el Poder Judicial, en

    particular en el caso de los jóvenes en conflicto con la ley, con un sesgo claramente

    progresista. Ha habido algunas medidas más, pero en general, de carácter muy puntual y sin

    una duración suficiente.

    En resumen, si bien no hay evaluaciones sobre el impacto de estas medidas, podemos

    afirmar que no ha sido un período de innovación en temas de seguridad en general.

  • 12

    Políticas y líneas de acción

    En este apartado se realizan sugerencias sobre líneas de acción y de reflexión sobre la

    cuestión del delito a partir del diagnóstico. Se comienza con recomendaciones sobre las

    formas de encarar los estudios del tema y luego sobre ejes de discusión en torno a políticas a

    llevar a cabo.

    1. El análisis en términos de perfiles

    Es necesario pasar de la casi exclusividad de “contar el delito”, en cuanto al análisis de

    la evolución de los indicadores de los distintos hechos a mirada que incluyan estudio de

    actores y de mercados. Actores porque hay preguntas centrales, como la especialización y la

    diversificación (quien pasa de un hecho a otro y que fronteras no se franquean); si un aumento

    de los hechos está vinculado en el número de actos por persona o el número de actores (en

    realidad gravitan ambos) y otras preguntas centrales no planteadas. Por supuesto, estos

    diagnósticos tienen que ser locales y en lo posible usando para algunos hechos formas de geo-

    referenciamiento (de hecho, varias policías lo usan). A modo de ejemplo, realizamos para el

    área metropolitana a partir de datos una diferenciación de perfiles: 1. Distintos tipos de hurtos

    sin armas (excluyendo intromisión en casas), 2. “Escruche” a casas y comercios sin presencia

    de propietarios, 3. Robo armado en casas/comercios/vía pública en zonas aledañas a donde se

    reside, 4. Hurto de autos, 5. Robo de autos y 6. Narcomenudeo. En tal sentido, las políticas

    deberían orientarse tomando en cuenta los distintos perfiles y no suponiendo al delito en

    abstracto o sin tomar en cuenta que hay una especialización en cada tipo de delito.

    2. Articular con la perspectiva de “mercados de delito”

    La idea de mercado de delito fue introducida, entre otros, por P. Roberts en el caso

    francés y que A. Binder (2009) aplica en un trabajo local sobre el tema. Su enfoque nos induce

    a pensar en la acción de los actores en distintos mercados. La utilidad del mismo, como bien

    afirma este autor, no es para pensar en actores actuando en función de incentivos. La cuestión

    central es producir información y análisis en términos de distintos mercados. Una mirada en

    términos de mercados permite dejar un poco de lado de la recurrente pregunta por la

    “etiología”, ¿por qué alguien delinque? ¿cuáles son los secretos que explican que alguien

    franquee el límite de lo legal a lo ilegal?. Ya existen suficientes evidencias que el pasaje entre

    lo legal y lo ilegal es difuso, que distintos actores lo cruzan a menudo y que de la enorme

    cantidad de ilegalismos, nuestra preocupación se dirige a un número determinado: estos son

    el objeto de las políticas de seguridad. Una visión en términos de mercados ayudaría a innovar

    en ciertas preguntas y abordajes, a saber: uno, en ciertos mercados, por ejemplo, de tráfico

    ilegal de bienes legales o ilegales, es posible preguntarse cuáles son los distintos actores, su

    peso y relación, desde aquellos que aparecen con menos calificación, los que ocupan el lugar

    de intermediarios, los que se dedican a las formas de comercialización, aquellos que se ocupan

    de las transacciones financieras, entre otros. En segundo lugar, según sea la conformación de

    cada mercado, debería planificarse una política diferencial para tender a su desarticulación,

    siendo variable el peso de figuras como la inteligencia judicial-policial, el rastreo de sus formas

    de financiamiento, las redes de apoyo que garantizan y regulan su funcionamiento, en todo

    caso, la diferenciación de mercados es una buena pista para repensar estrategias integrales.

  • 13

    Articular el abordaje en término de mercados de delito y de perfiles puede permitir un análisis

    más concreto de los distintos hechos.

    En el caso que nos concierne, la idea de mercados actualiza al tiempo que modifica la

    dicotomía entre crimen organizado y desorganizado. Por un lado, a diferencia de sus imágenes

    canónicas, donde el crimen organizado implica actores unidos por relaciones pre-existentes y

    cohesionados, en un mercado se observan lazos por la articulación e interdependencia entre

    tareas, aún sin conocimiento entre los actores, extendiéndose la consideración de lo

    organizado allí donde en la concepción tradicional se tendía a ver más bien cierta

    desarticulación. Su consecuencia para las políticas no es menor: si se toma en serio la idea de

    mercado y en este caso, de mercado de trabajo, se sabe que son los roles que requieren

    menor calificación, los más fácilmente sustituibles y, sin embargo, son estos, en general, los

    que constituyen el objetivo clásico de acción policial. De allí un argumento más para cuestionar

    la eficacia de las formas policiales actuales e insistir sobre la necesidad de políticas de

    desarticulación de mercados que actúen sobre los engranajes organizadores de cada campo de

    acción en lugar de centrarse en los eslabones más finos.

    Lejos de referirse a un grupo muy limitado de delitos, Binder en el trabajo citado

    afirma que un porcentaje muy grande de la criminalidad moderna tiene esta estructura, en la

    que están inmersos casos simples y casos complejos, actores simples (personas) o complejos

    (bandas, empresas, organizaciones criminales). Para ello da una lista, no exhaustiva de

    mercados, de cuyos más de 20 ejemplos señalados por el autor, mencionamos aquellos que

    tendrían vínculos con el crimen no organizado, sin desmedro que también puedan tenerlo con

    el crimen organizado:

    1. Mercados de vehículos sustraídos y repuestos.

    2. Mercados de mercadería sustraída a granel.

    3. Mercados de metales (cables, alcantarillas, etc.)

    4. Mercado minorista de objetos sustraídos. (relojes, celulares, radios, etc.)

    5. Mercado de armas comunes.

    6. Mercado de drogas ilegales y drogas legales vendidas ilegalmente (p.ej.

    medicamentos, precursores químicos).

    Coincidimos con el autor que sería muy útil para nuestro país consolidar una

    perspectiva de este tipo. La integración en el nivel informativo, en el análisis compartido de la

    información, en la integración policial o en la persecución penal es todavía extremadamente

    débil frente a la extensión, complejidad y dinamismo de los mercados que regulan buena parte

    de la criminalidad más importante o más extendida.

    3. Fijar objetivos de las políticas de seguridad

    La política de seguridad es una de las pocas que no se plantea objetivos (si uno habla

    con responsables afirman “disminuir/acabar/luchar contra el delito”) pero cuales, cuanto bajar

    y en que períodos está reñido con un imaginario de la “lucha” contra el delito. Lo primero es

    fijar objetivos, pensar que delitos privilegiar como objetivo de las políticas y actuar en

    consecuencia. Se debe tratar de los delitos más violentos y de aquellos mercados donde se

    generen los mayores perjuicios para el bienestar de la sociedad. Se trata de una agenda plural,

  • 14

    donde no esté centrado sólo en los delitos de mayor preocupación pública, en general el

    micro-delito, sino otros, por ejemplo, medio ambientales o desestructuración de mercados

    ilegales que impactan de modo distinto en la sociedad. Al fijarse los objetivos se pensará luego

    cuales son las políticas más eficaces para desactivar dicho mercado.

    ¿Plan de seguridad general o programas sectorizados territorialmente?

    Se exige a los gobiernos un plan de seguridad nacional. De hecho, cada tanto se

    anuncian planes que en la práctica o no se concretan o son sólo enumerar acciones pre-

    existentes. Esto pasa a nivel nacional, aunque el gobierno federal sólo tiene poder sobre la

    CABA y también en algunas provincias donde la cuestión de la seguridad está en un primer

    plano. Pero un debate necesario es si es deseable un plan general o en lugar de esto, no es

    mejor planes más sectorizados, ya ser territorialmente y/o por problemas (perfiles o mercados

    de delito). El último plan con cierto grado de coherencia fue el de 2003, pero prácticamente

    nada de lo propuesto fue implementado. Luego, al menos 6 planes han sido presentados o

    anunciados sin que se conozcan sus lineamientos. Por ende, es preciso preguntarse si es

    necesario el “gran plan” que nunca llega a concretarse y, por otro lado, que parte de un

    diagnóstico general de la situación poco atento a las realidades locales (en general parte de un

    diagnóstico centrado en el área metropolitana y en las preocupaciones de la opinión pública

    de cada etapa). Un gran plan, además, suele quedar en los papeles y no hay autoridad nacional

    que pueda efectivamente ejecutarlo, por el carácter federal del país.

    Un segundo interrogante relacionado al anterior es sobre el rol del Ministerio Nacional

    en la planificación. A nuestro entender debe sobre todo fijar objetivos a partir de diagnósticos

    provinciales y municipales, no sólo a partir de datos del SNIC. También fijar algunos

    lineamientos y objetivos generales y eventuales vías de acción. Un primer problema es que las

    realidades del delito cambian muy rápidamente. Por eso debe haber canales de captación de

    dichos cambios, canales que no están establecidos más allá de la periódica (y a menudo

    precaria) provisión de datos provinciales mediante su envío al SNIC. El rol en esto del Consejo

    de Seguridad Interior, prácticamente desactivado es central por su carácter federal. En tercer

    lugar, se plantea la cuestión de las capacidades institucionales de ciertos municipios y

    provincias. En tal sentido, la asistencia técnica debe ser un recurso del ministerio nacional,

    proveer un repertorio de medidas para distintos problemas, pero que el diagnóstico lo puedan

    hacer las provincias. A esto se suma políticas para los grandes centros urbanos, diferentes de

    los medianos y pequeños. Pero si nos parece que para evitar que haya una repetición de

    fórmulas que no funcionan o que lo hicieron en otros contextos pero no en los locales, es el

    Ministerio Nacional quien debe contar con las capacidades para proponer y asistir a las

    provincias y municipios en políticas para objetivos determinados.

    4. Reformas policiales pendientes: ¿reforma general o reformas parciales?

    Ha habido en la última década y media reformas policiales de distintos grados en

    diferentes distritos, entre ellos Córdoba, Santa Fe, Chaco, Mendoza, CABA y Río Negro. No es

    ocasión acá de hacer un balance de cada una, pero debe decirse que han ido al menos en la

    dirección de escalafón único, mayor control civil y transparencia así como en la formación y

    respeto de derechos humanos. No todas las reformas han sido exitosas, algunas se han

  • 15

    implementado de forma parcial y no hay muchos datos sobre su realización efectiva en la

    mayoría de los casos. La cuestión que se plantea es entre gran reforma y reformas parciales,

    por objetivos parciales. Sin lugar a dudas, en términos ideales, la gran reforma es lo deseable,

    pero al igual que lo argumentado en torno a los planes nacionales de seguridad, hemos

    observados que las más de las veces queda en papeles o un fracaso, un cambio en la gestión o

    un delito de alta conmoción pone en cuestión toda la reforma y se vuelve a la situación previa,

    sin acumulación de cambios. Por ello un debate necesario es si no es preferible un plan de

    reformas parciales. En todo caso, se trata de saber que entre la gran reforma y el status quo es

    posible avanzar en forma escalonada.

    No hay que olvidar que los gobiernos provinciales tienen pocos incentivos para las

    reformas policiales: el lobby policial está en contra, otros sectores que se favorecen de la

    situación también y temen a las “repercusiones” negativas de sus intentos de reformas en las

    fuerzas y en la situación de seguridad local. Por ende, las reformas deben estar garantizadas

    por una ley marco y por instituciones nacionales. En esto también es central el rol del

    Ministerio Nacional fijando estándares de las policías provinciales. Si hubiera que empezar por

    un tema, sin duda el primero debería ser el control civil y la formación policial. Sobre el control

    civil hay otro debate importante, lo que podríamos llamar entre control operativo o general: si

    el control civil implica o no un control operativo de las fuerzas, es decir, un comando sobre sus

    tácticas cotidianas, sus despliegues, etc. o se debe centrar en una dirección de objetivos,

    políticas y sobre todo, de control sobre el uso de la fuerza, negociados, etc. Hay partidarios de

    ambas posturas. En todo caso, se trata de saber que la idea de control civil implica muchas

    cuestiones distintas a debatir y que, si bien hay acuerdo en su necesidad, sus opciones de

    implementación son varias.

    5. Revisión de las políticas de prevención situacional

    Las demandas de seguridad han repercutido en una mayor presión policial sobre los

    territorios. Esto se traduce en más efectivos, patrullas, seguridad privada y video-vigilancia. El

    punto es que estamos frente a una contradicción cada vez se pide más patrulla y lo que

    sabemos es que la patrulla no es eficaz en general, tal como lo han demostrado

    investigaciones a lo largo y ancho del mundo. En el caso argentino, una evaluación de 2012 de

    la Policía Metropolitana muestra que a pesar del alto presupuesto, tuvo bajo impacto en la

    disminución del delito en zonas de tasas relativamente medias o bajas (Garcette 2012). Por el

    contrario, trabajos sobre el Cinturón Sur (que no fueron publicados) sugieren que tuvieron

    impacto en la disminución de hurtos y robos en zonas de altas tasas. O sea, la patrulla llega a

    tener un efecto determinado en zonas de alta prevalencia de delitos, pero llegado a un cierto

    umbral de disminución ya no son efectivas. Asimismo suponen un importante despliegue

    humano en muchas zonas, por lo cual son difíciles de sostener y plantean también la pregunta

    si se desea un espacio urbano cada vez más vigilado.

    En tal sentido, es preciso que, por un lado, desde el poder político se reflexione sobre

    las estrategias de prevención situacional, su eficacia, su impacto en la vida ciudadana y desde

    las fuerzas se haga una reflexión profunda de las distintas estrategias de acción policial. En

    efecto, los estudios locales muestran que falta una modernización de las estrategias policiales

    y es necesario tomar en consideración otras formas de acción policial que han tenido más

  • 16

    éxito que el control sobre los territorios. Nos referimos, en particular a la Policía Orientada a

    Problemas (POP), el llamado “Accionando Palancas” (Pulling Levers Policing), el Policiamiento a

    través de terceros (Third Party Policing ) y el policiamiento de Zonas Calientes (Hot Spots: este

    último si incluido en el accionar policial local), Policiamiento basado en la Evidencia. Lo que

    queremos dejar planteado es la necesidad de complejizar y modernizar las formas de acción

    policial, sobre las que hay abundante evaluación en otros contextos.

    Lo segundo es la videovigilancia: se sabe poco de su impacto en la Argentina en la

    disminución del delito, pero si que hay un gran desarrollo pero poco de lo que sabemos

    realmente cuanto funciona. Hay una presión fuerte del mercado y fuertes intereses para que

    se difunda. Por otro lado, hay demanda de la población y de los municipios, pero la evidencia

    internacional, sobre todo inglesa, que fue el país que apostó a la videovigilancia es moderada

    sobre su impacto en el delito. Un problema que se ha planteado en los países que han

    apostado a la video-vigilancia se comienza a plantear en nuestro país: la producción de

    imágenes es de tal cantidad que se vuelve inmanejable. En particular, hay una idea extendida

    errónea que detrás de las cámaras hay (o debería haber) individuos que están monitoreando,

    conectados a policías para actuar ante los hechos. En rigor, esto no sucede ni ha sucedido

    nunca: es materialmente imposible por la cantidad de imágenes que circulan. Las cámaras se

    utilizan para diseñar estrategias de patrullamiento y, a posteriori, pueden ser pruebas o

    ayudan a esclarecer hechos. Pero no son una forma de control del territorio: por ello es

    necesario por un lado, discutir su presencia y por otro, saber en qué medida y para que

    pueden ser realmente útiles.

    6. Reactivar los planes de desarme y políticas de destrucción de armas incautadas:

    Los planes de desarme voluntario son una política exitosa para disminuir la violencia.

    Las armas de fuego tienen un rol preponderante en los niveles de violencia actuales. En

    Argentina se produjeron más de 30.000 muertes con armas de fuego entre 1997 y 2005,

    siendo el 66% homicidios, 27% suicidios y 7% muertes por accidentes. En nuestro país, existen

    1.300.000 armas registradas en manos de 785.000 personas, aunque las armas sin registrar

    podrían más que duplicar dichos números (RENAR, 2012). El plan de desarme voluntario

    comenzado en 2007 fue exitoso en la destrucción de armas entregadas voluntariamente, pero

    luego fue discontinuado, por lo cual se sugiere que vuelva a ponerse en marcha.

    7. Políticas integrales con impacto en jóvenes en conflicto con la ley

    En la última década, a medida que ha crecido la preocupación por el delito juvenil y

    por los “jóvenes en riesgo”, se han puesto en ejecución distintos planes en el ámbito

    municipal, provincial y nacional para dicha población. Lo primero que debe decirse que, hasta

    donde podemos acceder, no ha habido ni líneas de base ni evaluación de tales planes y

    programas, casi tampoco información en las páginas oficiales en estos momentos, por lo cual,

    la información que se presenta a continuación es producto de fuentes diversas y no intenta ser

    un balance de tales planes, sino de una breve presentación. Uno de los programas con mayor

    difusión relativa ha sido el llamado “Comunidades Vulnerables”. Dicho plan se crea en el 2004.

    En principio dependía de la Secretaría de Política Criminal del Ministerio de Justicia y Derechos

    Humanos de la Nación y se puso en ejecución en la Ciudad de Buenos Aires y en algunos

  • 17

    municipios del interior. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, según los datos oficiales del

    momento, el organismo calculaba que entre beneficiarios directos e indirectos el Programa

    abarcaba a más de 10.000 personas. Actualmente está desactivado. Los jóvenes inscriptos en

    dichos planes reciben una transferencia económica a cambio de participar de reuniones y

    actividades organizadas por el Programa y a su vez, de otras, por ejemplo capacitación laboral,

    escuelas de reingreso, sugeridas por el mismo Programa.

    Asimismo se encuentran algunos programas que dependen de la Dirección Nacional de

    Adolescentes Infractores, en el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Dentro de su

    órbita está el programa "A la salida", que tiene una cobertura mínima y supuestamente es un

    apoyo para jóvenes que han pasado por instituciones para población en conflicto con la ley, en

    particular en la Ciudad de Buenos Aires. Dentro de las experiencias interesantes, hubo hasta

    2010 un proyecto piloto denominado “Intervención multiagencial para el abordaje del delito

    en el ámbito local”, que financiaba el PNUD, y lo ejecutaba la Subsecretaría de Seguridad

    Interior en barrios de Neuquén capital y Santa Fe capital y que mediante un abordaje social,

    comunitario y de disminución de conflictos, logró buenos resultados en la disminución de la

    violencia interpersonal (sobre todo en la ciudad de Santa Fe) y en propuestas de inclusión

    laboral, con formación calificante, para jóvenes. Esta y otra iniciativa ha sido tomada por el

    actual gobierno de Santa Fe donde, desde el Gabinete Joven y distintos ministerios se está

    intentando innovar en políticas dirigidas a jóvenes en conflicto con la ley .

    En la provincia de Buenos Aires la Dirección Provincial de Coordinación del Sistema de

    Responsabilidad Penal Juvenil (dentro de la Subsecretaría de Niñez y Adolescencia del

    Ministerio de Desarrollo Social), tiene a su cargo los distintos tipos de institutos para jóvenes

    en conflicto con la ley y que articula con la Coordinación Provincial del Programa Envión. Se

    propone dar distintas actividades de formación y contención social para niñas, niños,

    adolescentes y jóvenes de 12 a 21 años. Este programa Envión tiene una derivación de mayo

    2011, llamado “Envión Volver” que es justamente para los chicos derivados de Centros de

    Referencia, es decir, que tuvieron alguna acción delictiva pero que no fueron

    institucionalizados y otros que estuvieron en situación de encierro. El programa Envión Volver

    se ejecuta en el ámbito municipal, pero con apoyo financiero provincial, dirigido a jóvenes de

    16 a 25 años, proponiéndose un acompañamiento comunitario y familiar para ayudar a los

    jóvenes a construir un proyecto de vida. La inserción dentro del programa conlleva una beca

    que se establece mediante una tarjeta de débito.

    Es posible establecer algunas reflexiones. La primera, la poca información disponible

    sobre tales políticas. Es necesario contar con información fidedigna, actualizada y accesible de

    las mismas. En segundo lugar, se trata de políticas de poca cobertura, con alta discontinuidad,

    lo cual es un indicador de la poca importancia real que se les otorga. Luego es necesario

    plantear dos temas de debate centrales, algunos de los temas ya se han mencionado: lo

    primero, ¿es positivo para los jóvenes en conflicto con la ley o que han pasado por situaciones

    de encierro tener programas de inclusión social diferenciados o sería mejor que se los incluya

    en políticas para jóvenes en general?, ¿este tipo de focalización no estará reforzando la

    estigmatización en lugar de favorecer la inserción? En este sentido, hay cuestionamientos a

    dejar en manos de Ministerios o agencias ligadas a la seguridad la ejecución de políticas

    sociales. De esta manera, puede señalarse un cambio en cuanto Comunidades Vulnerables

  • 18

    dependía de Secretaría de Política Criminal, mientras que en su diseño Envión Volver depende

    del Ministerio de Desarrollo Social. Lo segundo, hay una línea crítica en muchos países del

    mundo, inclusive en algunos de América Latina como Brasil, sobre la idea de “jóvenes en

    riesgo”: nuevamente se cuestiona el potencial estigmatizante que esto tiene, más allá de las

    innegables buenas intenciones de muchos de los profesionales y voluntarios participantes. La

    idea de riesgo está siendo, desde hace años, fuertemente cuestionada, por lo cual, este tema

    también debe entrar en el debate sobre las políticas para jóvenes. Pero más allá de estas

    críticas, sin duda es necesario pensar la articulación entre políticas sociales en zonas de alta

    relegación como formas de disminución de la segregación socio-espacial y sus impactos

    negativos.

    8. Horizontes para la reforma del sistema penitenciario:

    Si bien no es acá lugar para un informe detallado sobre esto, no es necesario

    extenderse mucho para coincidir sobre la necesidad de una revisión integral del sistema

    carcelario. En tal sentido, nos parece importante rescatar ejemplos internacionales que han

    podido eludir la “segregación punitiva” que caracteriza a gran número de naciones desde los

    años 90. En tal sentido, sin duda el ejemplo más interesante es el sistema penitenciario de los

    países escandinavos, si bien con algunas diferencias entre ellos. Entre ellos, el ejemplo que

    pone la Comunidad Europea como reforma exitosa es el caso finlandés que pasó de un sistema

    muy punitivo, por la influencia soviética a uno que ha llevado a las tasas de encarcelamiento y

    de delito más bajos del mundo.

    Sólo de modo orientativo, daremos algunos de los lineamientos generales comunes a

    los distintos países escandinavos. Entre los principios que rigen estos sistemas penales, son

    interesantes resaltar algunos de sus principios: (i) Normalización: la normalización implica que

    las condiciones de vida de los internos deben estar dispuestas de manera tal que correspondan

    o sean concordantes a las condiciones de la vida en comunidad, en la medida de lo posible. (ii)

    Apertura: la apertura implica la obligación del Servicio Penitenciario y de Libertad Condicional

    de asegurar que los penados condenados tengan la oportunidad de construir y mantener

    contacto con sus familiares y la vida en general dentro de la comunidad. Esto se logra a través

    de reglas de visitas, correspondencia por carta y teléfono y salidas transitorias. Los principios

    de apertura y de normalización contribuyen a la reducción de los efectos negativos de la

    privación de libertad. Está fuertemente demostrada la importancia de estos dos principios

    para garantizar la reintegración y disminuir la reincidencia. (v) Mínima intervención posible:

    Finalmente, este principio significa que no se puede usar más fuerza o restricciones que

    aquellas necesarias. Naturalmente, este principio de indulgencia y de proporcionalidad se

    incorpora en todas las disposiciones de la Ley de Ejecución Penal que impliquen intervenciones

    contra los internos, y es la base de las normas relativas a la asignación y transferencia de

    presos. En todos caso, este punto sólo quiere llamar la atención sobre la existencia de modelos

    alternativos y eficaces hacia los que se debieran dirigir las imprescindibles reformas del

    sistema penitenciario.

  • 19

    9. Difusión de medidas alternativas y sustitutivas de la prisión:

    Un elemento central de toda reforma del sistema penal es la difusión de medidas

    alternativas a la prisión. Si bien hay cierto uso en América Latina, los ejemplos a seguir se

    hallan en algunos países europeos, una vez más en Escandinavia, pero hay ejemplos en otros

    países europeos.En efecto, el Consejo de Europa impulsa la adopción de distintas medidas

    alternativas. Entre ellas, se destacan las siguientes:

    a) Multas, que deben ser calculados en proporción con la renta disponible del infractor

    de una manera que permita compararlas con penas de prisión;

    b) Suspensión de las penas de prisión, penas completamente suspendidas y suspensión

    de la parte final de una pena privativa de libertad;

    c) pronta liberación de un preso por razones humanitarias, en presencia de una

    evolución imprevista sobre la vida o la salud personal de un preso;

    d) Cumplimiento de la pena de manera intermitente por ejemplo durante fin de

    semana, lo que permite al recluso mantener su vida profesional y familiar, quedando

    privado de libertad durante su tiempo libre;

    e) Asistencia y supervisión por parte de agentes de libertad condicional, incluyendo la

    participación en programas sobre comportamiento ofensivo (alcohol y conducción,

    manejo de la ira, la violencia doméstica);

    f) Medidas e desintoxicación y rehabilitación de drogas (tratamiento con

    medicamentos y pruebas);

    g) Obligaciones de servicio comunitario y medidas “de devolución a la comunidad”;

    h) Medidas de justicia restaurativa involucrando activamente a las víctimas del delito;

    i) Programas innovadores de rehabilitación de delincuentes en coordinación con la

    sociedad civil, tales como los “círculos de apoyo” en el Reino Unido;

    j) Toques de queda, arrestos y restricción domiciliarios u órdenes de exclusión

    ejecutadas con medios tecnológicos.

    Esta breve enumeración ya nos muestra que existen una cantidad importante de

    medidas alternativas que llevan a que en muchos países sólo en última instancia se recurre a la

    prisión cerrada.

    A modo de cierre

    Este artículo ha pretendido ofrecer un diagnóstico de la situación del delito en la

    Argentina, sobre todo de los delitos que más preocupan a la población, aquellos que son

    englobados dentro de la rúbrica “inseguridad” y de otros que se inscriben dentro del llamado

    crimen organizado. Por ende, sólo nos enfocamos a una parte de los delitos, otros, de gran

    importancia para una sociedad, como ciertos delitos económicos, medio-ambientales y otras

    violencias, como las de género, no han sido parte de este trabajo y ameritan un tratamiento

    por separado. El rasgo más importante de la década transcurrida es que se mantienen tasas de

    delito altas, sobre todo delitos contra la propiedad y contra las personas, tales como hurtos y

    robos en la vía pública, de autos y en domicilios. Si bien las tasas de homicidios se mantienen

    relativamente bajas en términos internacionales, la preocupación por el delito es muy alta y las

    tasas de victimización son realmente elevadas en términos internacionales.

  • 20

    En cuanto a las políticas del decenio transcurrido, salvo algunas medidas puntuales, no

    puede decirse que hubo una agenda reformista, como se conoció en otros temas. Puede

    decirse a favor que en general no se cedió a las tendencias más punitivas que ciertos actores

    han esgrimido y que en muchos países de nuestra región son casi hegemónicas. En rigor, ha

    habido más bien zigzagueos en la política nacional y contraluces entre gobierno nacional y

    gobiernos provinciales, muchas veces del mismo signo político. No haber tomado un rumbo

    punitivo es uno de los activos que deben preservarse, el otro es del lado de la sociedad. Y se

    trata en particular de dos: uno, hay un estándar de sensibilidad frente a todo tipo de violencias

    que tiene dos caras, una es la baja aceptabilidad del delito en general pues a pesar de dos

    décadas de tasas altas, la sociedad no ha aceptado la situación, tal como se desprende de

    innumerables encuestas. Su contracara es que otras violencias también, como por ejemplo la

    violencia policial es mayoritariamente condenada. Si bien esto pareciera ser un magro activo

    para una sociedad, cuando lo comparamos con otros países de la región donde la violencia

    policial no está casi repudiada, vemos que no es un logro tan corriente. Lo segundo es que si

    bien ha habido lo que he llamado “deslizamientos punitivos” en cuanto la agenda de seguridad

    se ha corrido hacia posiciones más punitivas, lo cierto es que las encuestas nos muestran que

    está consolidado un polo antipunitivo en la sociedad y en organizaciones sociales que engloba

    alrededor de un 35-40 % de la población. Esto hace que ante medidas de corte punitivo, este

    polo tenga un importante lugar en la discusión pública. Una vez más, en la comparación con la

    región, se trata de un activo para nada desdeñable.

    Desde el punto de vista de las políticas y las instituciones, lamentablemente no hay

    muchos activos para considerar. En el apartado dedicado a las políticas hemos señalados

    algunas iniciativas interesantes en el decenio, pero ninguna de ellas ha sido evaluada, muchas

    se han discontinuado y hasta algunas con éxito comprobado, como el plan de desarme

    voluntario de 2007, ha sido en los hechos desactivado. A modo tentativo podríamos agregar

    algunas medidas dirigidas a disminuir las formas más brutales de la violencia policial,

    experiencias de reformas como las llevadas a cabo en la Provincia de Buenos Aires cuando L.

    Arslanián era ministro, ciertas reformas en la formación policial, experiencias de policías de

    prevención barrial en la CABA, el Cinturón Sur en relación con su impacto en la disminución de

    hurtos y robos, ciertos proyectos integrales en zonas de alta concentración de homicidios

    como el llevado a cabo en la ciudad de Santa Fe y algunas reformas en el tratamiento de

    menores en conflicto con la ley como las realizadas en Chubut. Pero muchas de estos casos

    fueron de alcance y duración limitada. Por lo cual, son activos en tanto experiencias pero no

    han quedado muchas de ellas en funcionamiento en estos momentos. Quizás cabría revisar

    algunas experiencias llevadas a cabo en ciudades intermedias que han tenido eficacia pero que

    no han sido ni evaluadas ni replicadas. Podemos, entonces, decir sin dudas que en esta

    problemática hay mucho por hacer.

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