delicatessen de navidad

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    Reunión de Navidad

     A.  J. HENDERSON 

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    Hacía mucho tiempo que Eric no deseaba tanto que llegaraNavidad. Después de vivir alejado de su familia por años, estabaemocionado de regresar a casa para pasar las festividades con ellos.Una sorpresa de su pasado transformó una increíble Navidad en algoque nunca olvidaría...

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    Eric escondió la sonrisa detrás de su taza de café. Su madreestaba eufórica en la cocina, hablando sin parar, sin detenerse unsegundo para esperar a que respondiera nada. El aroma del azúcar delas galletas llenaba el aire, y la música de Navidad sonaba suavementede fondo. Si cerraba los ojos, casi podía pretender que tenía diez añosotra vez, esperando para robar una galleta cuando su madre se girara.

    Su padre se unió a él en la barra de desayuno, chocando sus

    hombros de forma afectuosa, mientras se servía una taza de café.―Está muy feliz de que tu hermano y tú estéis aquí este año para

    Navidad.

    ―¿Es que tú no estarás? 

    ―Listillo. Sabes que sí. Ha pasado mucho tiempo desde queestuviste en casa.

    ―Lo lamento papá, es que... 

    Su padre sonrió.

    ―No, no te disculpes. Tu madre y yo  lo entendemos, y nopodríamos estar más orgullosos, lo sabes. Ahora, qué tal si creas unadistracción para que pueda robar un par de esas galletas.

    ―¡William Donovan, escuché eso! ―Su madre lo regañó en broma. Su padre sonrió y cruzó la cocina, abrazando a Carol. Ericsonrió. Esperaba tener con alguien algún día la misma conexión quetenían sus padres. Sabía que ambos estaban felices de tenerlo en casa yno podía esperar para darles la noticia, tenía el presentimiento de quesu madre comenzaría a llorar. Estaba ansioso por que llegasen suhermano y su cuñada para poder decirles a todos a la vez que iba amudarse a casa de nuevo.

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    Había cursado el posgrado en la Universidad de Maryland, a unahora de casa de sus padres, y había podido volver a casa en todomomento. Sus notas y los resultados de las pruebas le habían valido unpuesto en el Máster de Ingeniería de la Universidad de Michigan, ypasó los dos últimos años en Ann Arbor, sin poder visitarlos más queunas pocas veces.

    Se graduó como el primero de su clase y aceptó un puesto enuna cercana empresa de ingeniería aeronáutica, donde empezaría

    después de Año Nuevo. Eso le dejaba dos semanas para encontrarapartamento y ponerse al día con la familia. Se sentía muy bien volvera casa.

    Dejó sus pensamientos con la llegada de su hermano Adam y suesposa embarazada, Grace. Esa era otra razón por la que quería volver:no podía esperar para ser tío.

    Después de quitarse los abrigos y las botas e intercambiarsaludos, Eric reunió a su familia en la sala de estar para darles la

    noticia.

    Cuatro horas después y a pesar de la actitud de sargento de sumadre, no se había apaciguado el entusiasmo de Eric. Estuvomoviendo muebles, poniendo luces y haciendo mandados, todo bajo la

    dirección de su madre, para preparar la fiesta anual de Navidad paralos vecinos esa noche.

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    Habían celebrado esa fiesta desde que podía recordar. Laesperaba con interés cada año cuando era pequeño, y la temía en suadolescencia. No había chicos de su edad en el vecindario, todos eranunos años mayores o menores, así que todas las mujeres del vecindarioestaban enfocadas en él, comentando cuán grande estaba o si teníanovia. Lo sufría durante dos semanas, antes de que Dillon y su familiase mudaran a una manzana de distancia.

    Dillon tenía su misma edad y pronto se volvieron inseparables.

    Mientras que Eric era práctico, Dillon era idealista y despreocupado. Secomplementaban, y Eric nunca había sido más feliz que cuando estabacon Dillon.

    Compartieron todos los años de secundaria, juntos recorrieronlos pasillos de la escuela, se graduaron, aprendieron a conducir, susprimeros trabajos, las primeras cervezas, lo primero de todo, incluso suprimer beso. 

    Era el primer día de las vacaciones de verano, después del penúltimo

    año, y Eric estaba tan nervioso que pensó que iba a vomitar. Nunca habíaestado tan asustado de decirle algo a Dillon, pero tampoco había tenido nuncaalgo tan potencialmente explosivo que compartir.

    Le había dado un ultimátum el último día de clase: Decir lo que sea quese estaba guardando o encontrar otra persona con quien salir durante elverano. Eric se había sorprendido, realmente creía que había ocultado suansiedad, pero debería saber que Dillon siempre fue capaz de leerlo.

    Subió a su casa del árbol. No podía contar cuántas noches habían

     pasado allí en todos esos años, y la familiar sensación lo tranquilizó un poco.Dillon ya estaba ahí, pasando las hojas de un cómic de manera ausente.

    Eric se dejó caer en su saco de dormir, cruzó las piernas y se mordisqueóel pulgar. Miró a Dillon por el rabillo del ojo y vio en su cara una máscaraneutral. Respiró hondo, y decidió que lo mejor era simplemente decirlo.

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    ―Soy gay. 

    El silencio llenó el aire y después de unos segundos, se arriesgó a lanzaruna mirada a Dillon, temiendo lo que podría ver reflejado en su cara. Lamirada de confusión que vio era mucho mejor que lo que había temido.

    Dillon se aclaró la garganta.

    ―¿Y? 

    ―¿Y? ―repitió él torpemente. 

    ―Amigo, has estado escondiendo un gran secreto por semanas,actuando sospechoso y raro. No puedo soportarlo más. Dime de una vez.

    Era el turno de Eric de verse confundido.

    ―Acabo de hacerlo. 

    ―¿Ese es el gran secreto? ¿Que eres gay? ¿Solo eso? 

    ―¡Sí! Sí, ¿vale? Me di cuenta cuando mi hermano trajo a sucompañero, durante las vacaciones de primavera. Antes de eso pensaba que podía serlo, pero conocer a Jason finalmente me lo confirmó. Era la primera persona por quien me sentía atraído.

    Dillon comenzó a reír y Eric sintió su mundo colapsar. Había esperadoque a Dillon no le importara. Pensó que su relación podría cambiar, que talvez no serían tan cercanos como antes, pero no esperaba que Dillon fueracruel. Se levantó, intentando irse.

    Estaba casi en la escalera cuando Dillon le agarró por la muñeca.

    ―Eh, ¿dónde vas? ―Lo hizo girar y al ver las lágrimas en sus ojos y ladevastación en su cara, el comportamiento de Dillon cambió instantáneamentea preocupación―. Vaya hombre, lo siento. Espera un segundo. 

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    ―Mira, creo que simplemente lo asumí. ¿Recuerdas la segunda semanade gimnasia de ese año? ¿Cuándo a Miranda Williams se le salió el top en la

     piscina? 

    ―Sí, me sentí muy mal por ella, estaba tan avergonzada. 

    ―Exacto. Cada chico en la piscina estaba como «Oh mierda, tetas» y túestabas preocupado por sus sentimientos. No tuve una gran epifanía ni nada por el estilo, pero después de eso noté que no te fijabas en las chicas de la

    misma manera que yo. Y, no sé, supongo que pensé que debían de gustarte loschicos.

    Eric se quedó boquiabierto, sentado en silencio por unos segundos

    ―¿Por qué no me lo dijiste? 

    Esta vez, Dillon ni siquiera intentó contener la risa.

    ―¿Qué se suponía que dijera? Hey Eric, ¿te das cuenta de que te vanlas pollas? 

    Eric se había sentido tan relajado y feliz (una vez que superó el hecho deque era corto de entendimiento), que dejó a Dillon decidir lo que hacer

     prácticamente todo el verano. Y fue un gran verano. Consiguieron trabajos demedio tiempo en un cine y cuando no estaban en el trabajo estaban en la playa,o jugando a videojuegos.

    Una tarde de agosto, cerca de dos semanas antes de empezar su últimoaño, Dillon se presentó en casa de Eric, tenía los ojos rojos e hinchados detanto llorar. Se sentaron en el borde de la cama, mientras Eric frotaba círculosen la espalda de Dillon y le preguntaba qué había sucedido. Cuando finalmente pudo hablar, lo que le dijo trastornó su mundo.

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    El padre de Dillon había sido transferido a la nueva sucursal de sucompañía en Seattle. Debían mudarse en una semana. Rogaron a sus padresque dejasen a Dillon quedarse con Eric, pero mientras que los padres de Ericestuvieron de acuerdo, los de Dillon no querían tener a su hijo tan lejos.

    El día de la mudanza, los chicos se quedaron en la habitación vacía deDillon. Ambos habían tratado de no llorar, y se prometieron una y otra vezmantener el contacto, que nada cambiaría, pero ambos sabían que no eracierto. La madre de Dillon lo llamó para decirle que era la hora, le dijo adiós y

    caminó hacia la puerta. Eric sintió que sus lágrimas empezaban a caer cuandoDillon se volvió hacia él, lo agarró y lo besó.

    Era un beso casto, y terminó casi antes de empezar. Dillon dio un pasoatrás, sus ojos muy abiertos. Sin pensarlo, Eric lo alcanzó y unió sus labios. Elbeso fue un poco descentrado, un poco demasiado húmedo, y un pocodemasiado fuerte, pero fue la experiencia más perfecta y agridulce de la vida deEric. 

    Entonces Dillon se había ido, y se dio cuenta, aunque tarde, de

    que estaba enamorado de su mejor amigo.Trataron de mantenerse en contacto, pero la distancia era

    demasiado grande, el tiempo pasó y su contacto fue menguando más ymás hasta detenerse completamente. Eric tuvo algunos novios durantelos años siguientes, pero nada serio, y la graduación le dejó pocotiempo para perseguir una relación. No quería admitirlo, pero teníamiedo de que nadie pudiera superar a su primer amor.

    ―¡Eric! Deja de soñar y ayúdame a terminar con esto. ―Adam

    estaba sosteniendo unas luces en el arco entre la sala de estar y elcomedor. Lo ayudó a colgarlas de los pequeños ganchos y cuandoterminaron, se distanció un poco para mirar su trabajo.

    ―Vale, creo que ya está. Vayamos a ver si mamá nos paga congalletas.

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    ―No tan rápido, hermanito ―dijo Adam mientras agarraba algode la mesita de la sala de estar―. Una última cosa. 

    ―¿Qué? ―preguntó Eric, pensando que no había forma de quehubiera más espacio para decoraciones. Pero viendo lo que su hermanoestaba colgando, se quejó―. Oh, vamos, ¿muérdago? ¿En serio? 

    Adam sonrió.

    ―Sí, en serio. Voy a ver cuántas divorciadas del vecindariointentan ponerte debajo.

    ―Eso no es gracioso, hombre. 

    ―Oh, lo es para mí. Sabes que todas quieren ser la que te cambiede equipo.

    ―Eres un idio... 

    ―¡Eric! ¡Ese lenguaje! ―Su madre se rio detrás de él―. Tengo elpresentimiento de que le vas a agradecer a tu hermano más tarde porcolgar eso.

    ―¿Qué? ¿Por qué? No planeaste nada para mí, ¿o sí? ―preguntóEric con miedo en la voz. Su madre ya había intentado emparejarloantes, y había sido un desastre.

    ―Tendrías suerte si lo hiciera, jovencito, pero no, nada de eso.Vamos, cada uno tendrá una galleta por trabajar tan duro ―dijo conuna sonrisa.

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    La fiesta iba genial. La casa rebosaba de conversaciones y risas, yesencia de Navidad. Eric estaba disfrutando de charlar con los amigosde sus padres y sus vecinos, y salvo por un par de apretones de mejilla,había evitado estar debajo del muérdago.

    Eran cerca de las ocho y media cuando sonó el timbre de lapuerta. La madre de Eric captó su mirada, indicándole que abriera. 

    Cuando abrió, pestañeó desconcertado.

    ―Feliz Navidad, Eric. 

    Miró al chico frente a él. No podía ser quien creía que era.

    ―¿Vas a invitarme a entrar? ―La sonrisa que acompañó lapregunta le hizo darse cuenta de que realmente era quien pensaba. Nohabía forma de que pudiera olvidar esa sonrisa.

    ―¿Dillon? ―dijo dando un paso atrás, dejando espacio para quepasara―. ¿Qué estás haciendo aquí? 

    Dillon sonrió y lo atrajo en un rápido abrazo.

    ―No podía perderme mi primera fiesta de Navidad delvecindario, ¿no? 

    Eric rió.

    ―Esta no es tu primera fiesta aquí. 

    ―No, pero es mi primera fiesta como dueño de una casa en estevecindario.

    ―Tú... ¿vives aquí? 

    La sonrisa de Dillon era cegadora. 

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    ―Me mudé hace dos semanas, conseguí un trabajo comoprofesor de arte en nuestra vieja escuela.

    ―¡Eso es genial! Pero no puedo creer que nadie me lo dijera.

    ―Le pedí a tu madre que no lo hiciera, quería sorprenderte. 

    ―Bueno, ¡funcionó! 

    Ambos rieron y se sonrieron por un par de minutos, admirando

    cómo habían cambiado durante los años en que no se vieron.―¿Tu esposa o tu novia se nos unirán? ―preguntó Eric ,

    perdiendo el tono casual que intentaba usar.

    ―No, ninguna de las dos. Tampoco novio, ya sabes, en caso deque te preguntes. ―Ahí estaba esa sonrisa de nuevo. Eric no habíacaído en la cuenta de cómo lo había extrañado, pero estaba seguro deque no era así de sexy cuando estaban en la escuela.

    Dillon dio un paso adelante, dándole un apretado abrazo.

    ―Realmente te he extrañado. 

    Eric abrazó más fuerte a Dillon y miró hacia el muérdago,colgando en la entrada. Pensó que su madre tenía razón, le agradeceríaa su hermano por colgarlo.

    FIN

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    oordinador del proyecto

    Grupo Siete Velos

    Traductora

    Rory

    orrectora

    Dankar

    Editora

    IsaM

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    El ángel de Navidad

     A. T.  W EAVER  

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     Josh Jericho está deprimido por la muerte de su compañerocuando un joven predicador aparece en medio de una tormenta denieve, Josh se pregunta si ¿es una coincidencia o Scott fue realmente unángel enviado por Dios? 

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    Capítulo 1

    Unos pocos días antes de navidad, Josh Jericho observó el fuerte

    torbellino de nieve a través de la ventana. Pasó sus dedos por su

    grueso cabello rubio oscuro, con rayas grises en las sienes. ¿Por qué dejé

    que Lily me convenciera de esto? 

    Dos meses antes.

    —Josh, tienes que alejarte de aquí. La inauguración de la

    exposición es en seis meses. Tienes que reemplazar las pinturas queDan destruyó. —Insistió Lily Marshall—. No puedes seguir culpándotepor lo que pasó.

    —Lo sé. —Admitió Josh—.Pero cada vez que entro en esta

    habitación, veo la sangre de Dan en el suelo y su cuerpo en el medio.

    Debería haber visto lo deprimido que estaba.

    —Múdate.—No puedo. Estoy atrapado en esto hasta Junio.

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    —Escucha —continuó Lily— tengo un primo que es dueño deuna cabaña en las montañas. Un lugar tranquilo y sin recuerdos deDan. Te puedes quedar cuanto necesites.

     Josh se alejó de la ventana. La puerta abierta le daba una vista atodo el primer piso. Una cocina en la parte trasera que tomabaalrededor de un tercio de la zona. Una barra se extendía hasta la mitadde la pared de la derecha y separaba la cocina de la sala de estar. Unconjunto de escaleras abiertas en el otro lado conducía al nivelsuperior. El segundo piso formando un altillo sobre la cocina. Unacama sin hacer era visible desde el área del living.

    Las pinturas destrozadas de Six estaban alineadas en la pared dela sala, tres a cada lado de la chimenea. Cada una había sido situada deesquina a esquina para formar una X. El modelo de las pinturas era elmismo hombre en poses muy sugestivas. En algunas, su cabello negrocasi cubría sus ojos melancólicos. En otras, los cazadores ojos marronesparecían casi sin vida. Contra la otra pared, había cinco pinturas amitad de hacer muy parecidas a las ya destruidas.

     Josh miró las pinturas dañadas a través de sus ojos llorosos. ¿Porqué Dan? ¿Por qué no me dijiste como te sentías? ¿Por qué no pude verlo?Podría haber ayudado. Te amaba. 

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    Caminó hasta el caballete. La pintura en el caballete representabael hombre de cabello negro recostado en un sillón. Su polla erecta comouna tienda de campaña entre sus piernas. En vez de una cara, uncírculo blanco se asentaba sobre los hombros. Un examen másminucioso le mostró el mismo círculo blanco en todas las pinturas sinterminar.

    Un golpe en la puerta interrumpió la reflexión de Josh. Unvistazo a su reloj y vio que era casi medianoche. Caminó hacia lapuerta, encendiendo la luz del porche, abrió la puerta y miró al jovenque había ahí. La nieve cubría su ropa. La luz reflejada en él, mientrasse arremolinaba alrededor de la capucha de su parka blanca creandoun efecto de halo.

    —Hola. Mi coche se averió en la puerta de tu entrada. —Explicóel hombre—. Vi la luz y pensé que podría usar tu teléfono. Mi móvilestá muerto.

     Josh abrió aún más la puerta. Sé que dicen que no dejes entrar aextraños a tu casa, pero ¿qué tengo que perder? Además, no puedo dejarlo solo

    en esta tormenta. 

    Le señaló el teléfono en el bar, que estaba entre la porción de lasala y el área de la cocina.

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    —Mi nombre es Scott Davis. —Dijo el hombre mientras se sacabasus botas de nieve—. Aprecio esto. —Caminó a través del cuarto ylevantó el teléfono—. Demonios, también está muerto. Mi madre sepreocupará por mí, creo que será mejor que vuelva a mi coche.

    —Nunca lo encontrarás en esta ventisca. —Dijo Josh—. Tienessuerte de no haber parado delante de la cabina telefónica. Quítate elabrigo y entra en calor. Puedes quedarse aquí esta noche o hasta que latormenta se detenga. Soy Josh.

    —Gracias. ¿Supongo que es la abreviatura de Joshua? 

    —Sí. —Josh miró a Scott quitarse la pesada parka. La camisa quellevaba era como una segunda piel y sus vaqueros eran tan apretadoscomo la camisa. El bulto en sus pantalones prometía una mano o una

     boca llena con su polla. 

    Tengo que ignorar esto. Sé que han pasado seis meses desde que Dan y yo

    tuvimos relaciones sexuales, pero se supone que debo estar de luto. Y este

    hombre es un total desconocido. Renuncié a ese tipo de cosa hace años.

    —Entonces, ¿qué estás haciendo en la tormenta? —Preguntó.

    —Visitando a mi papa y a su pareja. —Le respondió Scott. 

    —¿Tu papá es gay? —Josh levantó una ceja.

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    —Si. Después de veinticinco años de matrimonio y tres hijos.Cuando yo salí del closet, él decidió que también lo haría. Se mudó conun hombre que había sido su amante por quince años.

    —¿Y tu madre no tenía ni idea? —Preguntó Josh sorprendido.

    Scott sacudió su cabeza. —Estaba tan sorprendida comonosotros.

     Josh caminó hacia la cocina y sirvió dos tazas de café. —Toma,esto te calentara.

    Scott tomó el café y miró las pinturas destrozadas. —Chico,alguien hizo un buen número de esos. ¿Fuiste tú? 

    —No. Era un modelo. Mi pareja. Está muerto.

    —¿Qué pasó? —Preguntó Scott.

    —Después de que desgarró las pinturas, usó la navaja en susmuñecas.

    —Lo lamento. 

    —Eso es algo que no entiendo de la gente. —Las palabras de Joshtenían un ligero tono de ira—. No me conoces y no conocías a Dan. Yaún así dices que lo lamentas.

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    Scott se encogió de hombros. —Tienes razón. Es la manera en laque fui educado, creo. Cuando alguien experimenta la muerte de unamado, dices que lo lamentas. También va con mi trabajo. 

    —¿Cuál es tu trabajo? 

    —Soy predicador —contestó sin miramientos.

    —¿Eres gay, dices "demonios" y eres un predicador? No creíaque al menos dos de esas características fueran compatibles.

    —Podrías sorprenderte. Hay más de nosotros de lo que podríasimaginarte. Lo tomo como que no conoces muchas iglesias que siaceptan.

    —No he estado dentro de una iglesia excepto por un par de bodas desde que salí del closet.

    Scott giró su cabeza a un lado y preguntó: —¿Mala experiencia? 

    —Mi padre es pastor de nuestra iglesia de Nazareno, en casa.Cuando salí, tuvo que decidir entre su versión del cristianismo y suhijo. Puedes adivinar cuál escogió.

    —¿Así que te fuiste? 

    —No antes de meses en un "campamento" con terapia paravolverme heterosexual.

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    —Déjame adivinar. —Dijo Scott—. ¿Terapia de shock? 

    —Eso y una sesión de rezar de una hora pidiendo a Dios quesanara al pobre pecador. —Dijo Josh sarcásticamente—. Tuve mássuerte que la mayoría. Pude convencerlos de que estaba "curado" de mienfermedad y me dejaron ir a casa por el fin de semana. En vez de eso,me dirigí en la dirección contraria y nunca miré atrás. Dejé de usar miapellido y en cuanto pude, lo cambié legalmente. No quería que merecordaran por mi padre.

    —Eso parece un poco duro. — Me pregunto si la avería de mi coche fue accidental o tal vez Dios me envió porque piensa que este hombre me

    necesita—. ¿Y cuál era tu apellido? 

    —Era Willis. Mi padre me llamó Joshua por ese de la Biblia, asíque cambié mi apellido a Jericó. —Josh se rió—. Ya sabes, Joshua peleó

    en la batalla de Jericó y las paredes se cayeron.

    Scott sonrió y asintió. —Suena bien para mí.

    —Sabes, luces muy joven para un predicador. ¿Cuántos añostienes? 

    —Tengo 25. Me acabo de graduar de mi seminario en mayo. —

    Scott frunció el ceño—. ¿Cuántos años tienes tú? 

    —Tengo 40. Soy un hombre viejo. 

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    Scott sacudió su cabeza. —Cuarenta no es viejo. —Caminó ymiró el cuadro sobre el caballete—. Me parece que necesitas un nuevomodelo o al menos, una nueva cara.

     Josh se paró detrás de él. —Si, tienes razón. —Miró a los ojosazules y el pelo castaño oscuro de Scott—. Tal vez podría usar la tuya. 

    Scott miró la pintura y sacudió la cabeza. —Mejor no.

    —¿Muy sexual para tu congregación? 

    —No es eso. —Sonrió Scott—. Temo que si alguien lo ve y mereconoce, podría estar decepcionado cuando vieran el verdaderopaquete. 

     Josh dejó que sus ojos viajaran desde la cara de Scott hasta sus

    pies y volvieran.

    —No lo creo. —Caminó hasta la ventana y miró hacia afuera—.Esto no parece que vaya a parar pronto. Como lo veo, tenemos dosopciones. Podemos compartir la cama que está arriba, o podemos tiraruna moneda para ver quién se queda el grumoso y estrecho sofá.

    —¿Cómo de grande es la cama? —Preguntó Scott

    —Es una king.

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    —Debería ser lo suficientemente grande para nosotros, y odiaríaecharte de tu cama.—Argumentó Scott.

    —Eso asumiendo que ganarías lanzando la moneda. Podríasperder y terminar en el sofá.—Dijo Josh, con una risa.

    —También está eso. —Acordó Scott.

     Josh sonrió. —Vamos. Te conseguiré algo para dormir que serámás cómodo que esos jeans ajustados.

     Josh lo guió arriba por las escaleras. Abrió un cajón en el buró,sacando un par de pantalones y se los tendió a Scott. —El baño estáabajo. Puedes ir primero.

    —Gracias. —Scott fue abajo y unos minutos después, volvióusando los pantalones y su apretada camisa.

     Josh sacó una gran camiseta del cajón. —Aquí, esto podría sermás cómodo.

    La eliminación de la camisa de Scott reveló un parche peludo depelo casi negro sobre un conjunto de cincelados abdominales. La vistacausó un apretón en la polla de Josh.

    Detente Josh. El hombre es predicador. No está interesado en una cosa

    de una noche con un hombre viejo. 

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    Cogió su ropa para dormir de los pies de la cama y comenzó a bajar las escaleras. —Vuelvo en unos minutos. —Hizo un gesto hacia lacama—. Suelo dormir en este lado de la cama, si eso está bien contigo.

    —Está bien para mí. —Contestó Scott. Cuando Josh se fue, dijouna breve y silenciosa oración: Señor, ¿me enviaste aquí por una razón?¿Qué se supone que debo hacer por este hombre? ¿Qué necesita? 

     Josh se cambió de ropa, revisó el fuego y volvió arriba. Scottestaba acostado con su espalda dando al lado donde había apuntado

     Josh antes. Josh se acostó con su espalda hacia Scott.

    Unas horas después, Josh se despertó y se encontró acurrucando junto a Scott, un brazo sobre la cabeza de Scott y otro sobre su cintura. 

    Scott se movió y se despertó. 

     Josh movió su brazo rápidamente y se movió hacia atrás.

    —Perdón. Debo haberme movido dormido. Tiendo aacurrucarme.

    Scott se enfrentó a Josh. —Está bien. Se sentía bien. Si te digoalgo, ¿prometerás no reírte? 

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    —La mayoría de las veces que la gente dice eso, sabes que serádivertido, pero intentaré no reírme. —Respondió Josh. 

    —Nunca dormí con nadie antes. —Admitió Scott.

    —¡Eres virgen! 

    —Si y no. No estoy diciendo que nunca haya tenido sexo. Soloque nunca dormí con nadie antes.

    —¿Así que nunca has estado en una relación? —Preguntó Josh.

    —Estuve en algo así como una relación por un par de años. Éltodavía vivía con sus padres. Venía a mi casa y teníamos sexo, ydespués se iba a casa.

    —¿Qué pasó con esa relación? 

    —Se comprometió con una mujer. Dijo que podíamos seguirviéndonos, pero le dije que creía en honrar los votos matrimoniales. Nolo he visto en unos años.

    —¿Se casó? 

    —Si. Duró cosa de un año. Me llamó luego de su divorcio y ledije que no estaba interesado.

    —¿Eso es todo el sexo que has tenido? 

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    —Si. Siempre sentí que el sexo debería significar algo, algún tipode sentimiento detrás.

    —Volviendo, ¿qué quisiste decir con "si y no" cuando te preguntesi eras virgen? 

    —Tuve sexo, o al menos una forma de sexo. Nunca tuve el tipode sexo de penetración.

    —¿Tu decisión o la suya? 

    —De ambos. Ninguno de los dos quería estar abajo.

    —Estar abajo no es tan malo como piensas una vez que lopruebas.

    —¿Lo has hecho? 

    —Dan y yo éramos versátiles cuando se trataba de posiciones. —Admitió Josh. El tema de conversación hizo que su ingle se apretara—.Voy abajo a ver el fuego. Vuelve a dormir. 

    —Okay. 

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    Capítulo 2

    Cuando Scott se despertó, estaba solo en la cama. Encontró a Josh, abajo, junto al caballete con un pincel en la mano. 

    —Hay café en la cocina. —Dijo Josh—. Sigue nevando.

    —Ya veo. ¿Hay algún aviso de que pare? 

    —La radio dijo que debería aclararse esta tarde. —Contestó Josh.

    Scott caminó hacia la cocina y se sirvió una taza. —¿Quédesayunas usualmente? 

     Josh lo miró. —No cocino. Así que el desayuno es usualmentecafé y cereal. Lily trajo unos comestibles antes de que la tormentacomenzara. No estoy seguro de porqué. Ella conoce mis habilidadesculinarias. Pero puedes cocinar tú.

    Scott miró en la nevera. Encontró huevos, tocino, vegetalesfrescos y un par de chuletas de cerdo. Cada paquete tenía pegadoinstrucciones de como cocinarlo. Pronto, el olor del bacon y galletas

    horneadas llenó el lugar. Quince minutos después, dijo: —El desayunoestá listo si quieres.

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     Josh se paró y caminó hacia la cocina. Un plato con manteca1 yun bol lleno de mermelada de frutilla colocados entre los dos platoscon una omelette, tocino y galletas en cada uno. Vasos con jugo denaranja estaban al lado de los platos.

    —¡Wow! Tal vez te mantendré cerca.

    —¿Asumo que Dan cocinaba? 

    —Si, él era del tipo doméstico. Hacía todo lo de la casa y lacocina. —Josh se sentó en un asiento del lado de la sala. Scott se sentófrente a él.

    —Espero que no te moleste si digo la bendición. —Dijo.

    —Para nada. Esperaría eso de un predicador.

    Mientras comían, Scott preguntó: —¿Cuánto tiempo estuvisteis juntos? 

    —Nos conocimos en la universidad hace veinte años, pero no nosmudamos juntos hasta unos diez años después. Dan tenía problemascon el alcohol. Me atraía, pero no quería una relación con un borracho.Cuando se desintoxicó, empezamos a salir y terminamos juntos. Con

    todo, vivimos juntos diez años.

    1  N de C: también llamada mantequilla.

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    —¿Y se mantuvo sobrio? 

    —Hasta el último año. No sé si fue que yo estaba envuelto enpreparar mi exposición o algo más lo que lo devolvió detrás de la

     botella. Lo que fuera, lo sacó de la carretera. Se fue por un par demeses, pero volvió. —Josh movió sus dedos por entre su cabello—.Trató de dejar la bebida, pero no pudo. Sólo duró aproximadamenteun mes antes de que él se suicidara. La autopsia mostró su alcohol enla sangre fue de 0,15. 

    Scott se paró y caminó hacia las pinturas destrozadas. —¿Son lasúltimas que hiciste de él? 

    —Si. Las hice después de que volviera a casa. ¿Por qué? 

    —Sus ojos lucen turbulentos. ¿Eran así? 

     Josh caminó hacia el caballete y levantó una fotografía. —Aquí.Usualmente pinto a partir de fotos.

    Scott miró los ojos de Dan. —Puedo ver que estaba turbado.¿Buscó ayuda? 

    —Traté de que lo hiciera, pero se rehusaba. ¿Podríamos dejar el

    tema, por favor? 

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    —Claro. —Scott volvió a la cocina y empezó a lavar los platos.Cuando terminó, dijo: —Veo que la pila de leña se está agotando. ¿Quéhacemos cuando se agote? ¿Quemar los muebles?

     Josh se rió. —Hay leña justo afuera de la puerta trasera. Traeréun poco, pronto.

    —Tú sigue pintando, yo lo hago. —Scott se puso su parka y fueafuera. Josh tomó el pincel.

    Con una pila de leña repuesta, Scott hizo más café y le dio unataza a Josh. —¿Puedo ver en qué estás trabajando? 

    —Preferiría que no, no me gusta que la gente vea las cosas hastaque no están terminadas.

    —Okay, es justo. —Scott caminó hacia la biblioteca debajo de lasescaleras—. ¿Son estos tus libros? 

     Josh levantó la vista de su pintura. —No, pertenecen al dueño dela cabaña. Sírvete.

    —Debe ser un fan de Agatha Christie. —Dijo Scott. Sacó un librodel estante, caminó al sofá y comenzó a leer.

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     Josh bajó su pincel, puso una nueva hoja y empezó a dibujar.Varias veces durante el día, Scott rehízo el café y el fuego. La nieveseguía cayendo. Cerca de la tarde, sacó las chuletas de cerdo de lanevera. Encontró una caja de aderezos y los mezcló, poniendo laschuletas arriba y lo puso en el horno. Josh terminó de trabajar en supintura, la puso mirando a la pared y tomó una de las pinturasinacabadas para ponerla en el caballete.

    Más tarde, esa noche, Scott dijo: —Me gustaría contactar a mimadre. Estoy seguro que está preocupada. Probablemente envió a lapatrulla de carreteras para buscarme.

    —No tendrían mucha suerte con esta tormenta. Nunca vi tantanieve excepto en una pendiente de ski. Tal vez mejorará para mañana. 

    Subieron a la cama. Otra vez, con sus espaldas pegadas.

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    Capítulo 3

     Josh se despertó con el sonido del teléfono y corrió por las

    escaleras

    —Hola. 

    —¿Josh, estás bien? 

    —Estoy bien Lily. —Contestó mientras miraba por la ventana—.

    Parece que por fin dejo de nevar. —Vio a Scott bajar las escaleras—.

    ¿Cuáles son las noticias? El teléfono y la televisión han dejado de

    funcionar estos últimos días. 

    —Lo sé, he tratado de llamarte. El teléfono solo sonaba y sonaba. Estaba preocupada. Han enviado gente esta mañana para buscar a un hombre que se

     perdió la noche de anteayer. La última vez que lo vieron fue a unas millas de

    tu casa. 

    —¿Su nombre es Scott Davis? 

    —¿Cómo lo sabes? 

    —Está aquí. Su coche se averió en mi entrada y vio mi luz. Haréque llame y diga que está bien. ¿Cuánto fue la nieve? 

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    —La TV dijo que cerca de tres pies la última noche. Si estás bien,

    colgaré y dejaré que Scott hable con su familia. Las quitanieves no llegarán a ti

     probablemente hasta mañana. 

    —Gracias por preocuparte por mí, te veo en una semana o dos.

     Josh colgó y le tendió el teléfono a Scott. —Mejor llama a tu

    madre. Han enviado gente a buscarte. —Fue hacia la cocina y comenzóa hacer el café.

    Scott marcó el teléfono. —Mamá.

    —Scott, ¿dónde estás? ¿Estás bien? 

    —Estoy bien mamá, estoy en una cabaña a mitad de camino de la

    de papá, bajando la montaña. Mi coche se averió y vi esta cabaña. El

    hombre aquí dejó que me quedara.

    —Esperaba eso. No conozco a nadie que echaría a alguien fuera con la

    tormenta que tuvimos. 

    —No estoy seguro cuando seremos capaces de salir de aquí. Pero

    hay suficiente leña y comida. Estaremos bien. Llama y cancela la

     búsqueda.

    —Lo haré. Estarán felices de saber que te encuentras bien. —Scott

    colgó.

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    —Bueno, al menos dejo de nevar. —Comenzó a subir las

    escaleras—. Si no te importa, tomaré una ducha. Desearía tener ropa

    limpia para ponerme.

    —No uses toda el agua caliente. —Bromeó Josh.  Entonces

    añadió—: Tenemos la misma talla. Hay ropa interior limpia y

    camisetas en los cajones. Sírvete. Hay una lavadora y una secadora en

    el baño. Podemos lavar la ropa.

    —Gracias, lo haré después del desayuno.

    —Eso suena bien.

    El resto del día pasó igual que el anterior. Esa noche, Josh sedespertó de nuevo con sus brazos alrededor de Scott. Éste se volviópara mirarlo.

    —Lo lamento de nuevo, Scott. 

    Scott alcanzó su mejilla y la acarició. —No lo hagas.

     Josh se acercó y lo besó. Después del beso, Scott se echó atrás. —No creo que debemos hacer esto.

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    —¿Nunca haces cosas que no deberías? —Preguntó Josh. Dejócaer su cara al cuello de Scott y lo besó.

    —No mucho, no.

    —Yo tampoco, pero esto se siente bien de alguna manera.Además, ha pasado un tiempo para mí. ¿Qué hay de ti? 

    —Como dije la otra noche, Dave fue el único hombre con el queestuve. Eso terminó hace dos años.

     Josh se echó hacia atrás. —¿Has estado en celibato desdeentonces? 

    —Si. Solo yo y mi mano. —Scott se acercó a las caricias de Josh—.Eso se siente bien.

     Josh movió su mano debajo de la camiseta de Scott y se besaronde nuevo. Josh giró hasta que Scott estuvo debajo de él. Movió sumano de la espalda de Scott hasta el frente de sus pantalones y sacó supolla de la tela.

    —Me parece que quieres lo mismo que yo.

    Scott gimió y movió sus manos bajo la camiseta de Josh.—Nodebería, pero lo hago.

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     Josh se levantó y sacó su camiseta. Luego, levantó la camiseta deScott y bajó su boca a sus pezones donde pasó varios minutoslamiendo y succionando.

    Scott se movió debajo de él. Su polla dura se movió contra elcuerpo de Josh. Él bajó los pantalones de Scott y movió su boca haciaabajo hasta que alcanzó su polla, la punta mojada con líquido pre-seminal. Lamió las gotas y lo tomó profundo en su garganta. Movió sumano entre las piernas de Scott y frotó su dedo contra el agujero de sutrasero.

    —¿Qué estás haciendo? Te dije que nunca me penetraron. —Scotttrató de sentarse, pero Josh lo volvió a tumbar con ayuda de su cuerpo.

    —Relájate, te gustará. Solo estoy frotando.

    Unos minutos después, Josh dejó el disfrute del eje de Scott yalcanzó el cajón al lado de su cama para agarrar una botella delubricante. Dejó caer un poco en su mano y volvió a la misma posición.Esta vez, su dedo apenas entró en el agujero de Scott.

    —Ay, eso duele. Eso no es frotar.

    —¿Confías en que no haré nada para lastimarte? —Preguntó

     Josh—.Querrás probarlo algún día. Podría ser más pronto que tarde.Cuanto más esperes, más temerás al día en que suceda. Por lo menos,yo seré cuidadoso.

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    —¿Me prometes que no dolerá? 

    —Sentirás un poco de quemazón. Solo relájate y deja que tuagujero se abra. Se sentirá mejor en un minuto. Te lo dije, no es malouna vez que lo pruebas. —Dijo Josh mientras su dedo entraba encontacto con la próstata de Scott.

    —Ah-h-h. —Gimió Scott y su polla saltó. Josh lo tomó de vueltaen su boca y acarició la próstata de Scott con su dedo, frotando las

     bolas de Scott con su mano. Él se tensó y tembló mientras su semen sedisparaba en la garganta de Josh. Éste succionó hasta que Scott estuvovacío. Luego comenzó a subir por el estómago de Scott con sus labioshasta que alcanzó su boca y lo reclamó con un beso, probándolo con sulengua. Dejó su polla contra la pierna de Scott hasta que su semillamojó sus pantalones. Cuando Josh estaba seco, se acostó y permanecióquieto.

    Scott se irguió en un codo. —Eso fue increíble. Si hubiera sabidocómo se sentiría, lo hubiera probado antes.

     Josh rió. —Eso no es nada. Espera a que un hombre meta su grany dura polla ahí.

    —No sé si podría soportar más que un dedo.

    —Te sorprendería lo mucho que puede dilatarse ese agujero. — Josh acercó la cabeza de Scott para otro beso—. Necesito cambiar mispantalones. Ya vuelvo. 

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    Tomó unos pantalones limpios, bajó las escaleras, se limpió y secambió de ropa. Cuando volvió, Scott se sentó en su lado de la cama,vestido y con su cabeza en sus manos. Miró hacia Josh. 

    —¿Ahora qué? Nunca hice nada como esto. Los únicos hombrescon los que he tenido sexo los he conocido por meses o años.

    —Mira, predicador, sé que eres joven e inexperto. Acostúmbrate.

    Eres gay y cosas como éstas pasan. Es la naturaleza de la bestia. Loshombres se excitan y se encargan los unos de los otros. Eso fue todo loque fue. Cuando la nieve se aclare, te irás y probablemente no veremosal otro jamás.

    —Es fácil para ti aceptarlo, pero no es tan fácil para mí. —Scott seacostó en la cama con su espalda hacia Josh. Dios, ¿por qué dejé que esto

     pasara? No significó nada para él. Solo soy uno con el que tuvo sexo. 

     Josh oyó sus sollozos mientras lloraba.

    La mañana siguiente, Scott bajó las escaleras y encontró a Joshfrente al caballete de nuevo. Hizo el desayuno, fue hacia la lavandería,agarró su ropa limpia, fue arriba y se cambió. Ninguno de los dos

    habló.

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    A media tarde el sonido de una moto de nieve dividió el silenciointerior de la cabaña. Los dos hombres corrieron hacia la ventana. Unafigura muy grande desmontó, se quitó el casco y se dirigió a la puerta.

    Scott abrió la puerta y recibió al hombre con un gran abrazo.

    — Jack, ¿qué haces aquí? 

    —Mamá me envió a recogerte para que no te pierdas la vísperade navidad en casa.

    —Había olvidado la víspera de navidad. —Giró hacia Josh—.Este es mi hermano Jack. Jack, este es Josh Jericó. Él se está quedandoen esta cabaña por el invierno. Tuve suerte de que estuviera la otranoche cuando mi coche se averió.

     Jack tendió una mano y Josh se la estrechó. —Es bueno conocerte Jack. Scott, ¿significa que te vas? Ten una buena navidad. —Dijo yvolvió al caballete.

    —¿Así es como lo dejaremos? —Preguntó Scott.

    —No hay nada más que decir. —Contestó Josh sin sonreír.

    Mientras caminaban a la moto de nieve, Jack dijo: —Gracias porcuidar de mi hermanito. Ten una buena navidad. 

    —No hay problema, tú también.

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    Capítulo 4

    Cuatro meses después. 

     Josh se mezcló con los clientes formalmente vestidos mientrasvagaban por la galería. Escuchó sus comentarios favorables mientras

    estudiaban las pinturas. Tocó con su dedo el cuello de su camisa blanca. Un hombre mayor se paró frente a una de las pinturas y sacó suteléfono móvil del bolsillo. Josh no estaba lo suficientemente cerca paraescuchar su conversación.

    Lily corrió y abrazó a Josh. —Parece una muestra exitosa. Yavendimos al menos media docena de pinturas. Estoy muy feliz de quehayas podido reemplazar las arruinadas de Dan. 

    —Si. —Dijo Josh distraído.

    —¿Qué sucede Josh? 

    —Creo que cometí un gran error.

    —¿Sobre qué? 

    —La vida. —Josh caminó y miró la misma pintura que el extrañohabía estudiado. 

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    Scott y su madre entraron a la galería. 

    —¿Por qué estamos aquí Scott? —Preguntó Janice.

    —No lo sé. Todo lo que sé es que papá llamó y dijo que deberíavenir lo más rápido que pudiera. Ahí está.

    Larry Davis se acercó a su hijo y su ex-esposa. —Janice, Scott, hayalgo que tenéis que ver. —Los guió a la pared donde había cincopinturas con la palabra VENDIDO. 

    —¡Scott, ese eres tú! —Dijo su madre—. Oh, amo esta.—Ella

    señaló una pintura de Scott leyendo en un sofá—. ¿Cuándo posastepara éstas pinturas? 

    —No sabía que lo había hecho. —Admitió Scott—. Me preguntóquién las compró.

    Se giró mientras oía decir a Josh. —Yo lo hice, predicador. 

    —¿Cómo podrías comprarlas si tú las pintaste? 

    —No están vendidas. Solo no quería desprenderme de ellas. —Admitió Josh.

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    —¿Por qué no? Seguro no significan más para ti que yo. 

    —Tal vez significaste más de lo que pensé. 

    —¿A qué te refieres? —Preguntó Scott mientras las lágrimasamenazaban con salir.

    —Me refiero a que estaba equivocado. Sí significó algo para mí.¿Podrías perdonarme? —Pidió Josh. Se acercó y abrió sus brazos. Scottcaminó hacia él. Después de varios besos, Scott se giró y presentó Josha sus padres.

    —Este es el hombre que me protegió durante la tormenta.

     Josh quitó el cartel de VENDIDO de la pintura que miraba Janice. 

    —Escribe tu nombre y tu dirección detrás. Haré que te seaenviado cuando la exposición termine.

    —Gracias, no necesitas hacerlo.

    —Considéralo un regalo atrasado de Navidad de Scott.

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    Después, cuando la galería cerró, Josh y Scott se sentaron juntosy miraron las pinturas.

    —Todavía no entiendo cuándo las pintaste -dijo Scott.

    —La mayoría cuando te fuiste. Hice bosquejos cuando no estabasmirando. Tú me despertaste. —Retiró el pelo fuera de la cara de Scott ylo besó—. Fui capaz de reemplazar las pinturas de Dan cuando me dicuenta que él no importaba más... tu si. Admito que me tomó unasemana convencerme de que me había enamorado otra vez. Nuncapensé que un joven predicador ganaría mi corazón.

    Scott sonrió y se acurrucó más cerca. —Creo firmemente queDios tuvo que ver. Cuando me subí a mi coche, arrancó sin ningúnproblema.

    —Tal vez Él sabía que necesitaba un ángel de navidad. —Selevantó, tomó a Scott de la mano y lo levantó—. Vayamos a casa,predicador, tengo cosas que enseñarte. —Sonrió y le guiñó un ojo—.Además, extraño que cocines.

    —¿Enseñarme qué cosas? 

    —Ya verás... Además, nos perdimos la Navidad. 

    —Mejor tarde que nunca.

    FIN 

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    oordinador del proyecto

    Grupo TH

    Traductora

    Rory

    orrectora

    Isolde

    Editora

    IsaM

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    Spiced pple and Cinnamon

    MEREDITH R USSELL 

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    Es la mañana de Navidad, pero Keegan no se atreve a disfrutar

    del día. No todavía. No, hasta que Alex esté en casa y seguro entre sus

     brazos, para que puedan celebrar el día juntos.

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    Keegan Jones estaba sentado frente a la ventana de su casavictoriana, mirando la capa de nieve en el jardín trasero. Tiró de lamanga de su jersey hasta que le cubrió la mano y frotó la ventanaempañada para poder ver hacia fuera más claramente. Miró la puertaen el extremo del largo jardín, y luego a su reloj. Eran poco más de lasnueve de la mañana. El sol todavía estaba despertando y proyectabaun resplandor misterioso alrededor, ya que brillaba desde detrás denubes blancas. Keegan comprobó la puerta de nuevo, deseando que se

    abriera para reunirse con su amor.

    Era la mañana de Navidad, pero Keegan no se sentía muynavideño. Levantando las piernas para equilibrar los pies en el bordedel asiento de la ventana, bajó la cabeza y metió la barbilla dentro delsuave tejido del jersey. Hacía una hora que se había apagado eltemporizador de la calefacción, y la habitación se había enfriado. Unasonrisa apareció en su rostro, mientras aspiraba el cálido aroma de laropa de su amante. Alex era fuerte y musculoso, con los hombros y el

    pecho más anchos que el ligero cuerpo de Keegan. Alex siempre sequejaba de que Keegan se vistiese con su ropa, pero no podía evitarlo.Si se sentía triste o estaba mal, se envolvía en los jerséis de Alex. Erantan cómodos y olían muy bien. Para distraerse, inspeccionó sus pies ymovió los dedos dentro de los excesivamente mullidos calcetinesantideslizantes. Sonrió cuando las campanillas cosidas en ellostintinearon y el pompón rojo, que era la nariz de Rudolph, tembló.Seguro que se cansaría del sonido en algún momento, pero por ahoraera reconfortante y el único regalo que se había permitido abrir esamañana sin que Alex estuviese presente. 

    Ven a casa pronto, Alex. 

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    Nunca antes se había despertado solo la mañana de Navidad.Mientras crecía, siempre había estado en casa, con sus padres yhermanos. Hacía tres años, tras salir juntos durante cinco, finalmentehabía dado el paso y se había mudado con Alex. Las dos últimasNavidades se despertaron juntos, pasaron la mañana tranquilamenteen la cama abriendo sus respectivos regalos, y luego condujeron concuidado a ver a la familia, para almorzar e intercambiar regalos. Peroeste año era diferente. Este año, el lado de Alex de la cama estaba vacío

    y frío cuando se despertó. Alex tenía trabajo, y Keegan entendía queera un trabajo en el que no descansaban porque fuese Navidad, porquehubiese una guirnalda en la puerta o un árbol en el salón. Alex era

     bombero, y este año le había tocado el primer turno: desde las seis dela tarde del día de Nochebuena, hasta las nueve de la mañana del díade Navidad.

    Dios, qué increíblemente grande le había parecido su cama lanoche anterior. Se había quedado dormido después de dar más vueltas

    de las que quería recordar. Siempre se preocupaba cuando Alex teníaque salir atendiendo una llamada, pero era Navidad, y no soportaba laidea de que le sucediese algo malo en el día que debía ser uno de losmás felices y esperanzadores del año. Demonios, el corazón de Keegantartamudeaba en su pecho cada vez que sonaba el teléfono, desde queAlex se había ido al parque de bomberos.

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    A las ocho de la tarde, la madre de Alex llamó preguntándolequé verduras le gustarían para la cena de Navidad; a las once, elhermano menor de Keegan telefoneó, felicitándole la Navidad poradelantado desde Australia, y luego, esta mañana, su madre habíallamado para enviarle abrazos y desearle que tuviese una buenamañana, y decirle que ella y papá esperaban verles a los dos despuésde la hora del té2.

    Fuera, el sonido de algo golpeando madera le llamó la atención,pero se quedó decepcionado al ver al gato del vecino caminar a lo largode la valla del jardín. Con un suspiro, se giró en el asiento y bajó laspiernas para poner los pies en el suelo. Inspeccionó la habitación. Leencantaba la Navidad y tan pronto como se había despertado el primerdía de diciembre, había molestado a Alex para subir al desván y bajarlos adornos. En la esquina de la habitación había un árbol artificial demetro ochenta. Había sido de sus padres, y aunque estaba un pocoestropeado, cubierto de guirnaldas de cuentas plateadas y espumillón,

    y unas docenas de adornos para árboles, quedaba suficientemente bien.

    Frunciendo los labios miró su reloj. Solo habían pasado dosminutos desde que lo miró por última vez. Se puso de pie y deambulópor la habitación. Se detuvo junto a la mesa y cogió la vela perfumadaque había en el centro. Inhalando profundamente, olió la vela:manzana y canela.

    Olía tan bien. 

    2 La hora del té es de las 4 a las 6 de la tarde.  

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    Keegan se dirigió hacia el aparador y abrió el cajón superior.Frunció los labios mientras rebuscaba entre el contenido: viejosextractos bancarios, talonarios de cheques, pilas, tijeras. Finalmente,encontró el encendedor. Ninguno de los dos fumaba y lo tenía desdeantes de conocer a Alex. Por alguna razón, estaba en una bolsa deregalos de la Fresher’s Fair3 a la que había asistido cuando empezó launiversidad. Cerró el cajón y fue a sentarse en el sofá. Pasando elpulgar por la parte superior del encendedor, se las arregló para

    prender una llama y encendió la vela. Esperó a que la mecha ardiera,colocó el encendedor sobre la mesa y sostuvo el cuenco de cristal de lavela perfumada entre las manos. Observó la llama y el resplandornaranja que creaba contra sus palmas.

    Con cuidado, colocó la vela en el posavasos y se sentó. Miró entorno a la habitación y se preguntó si olvidaba algo. Había puesto losregalos para Alex bajo el árbol. Alex también había puesto los suyosayer, antes de irse a trabajar, y había planeado hacer el desayuno

    cuando Alex llegase a casa, nada expresaba mejor «te amo»  que unsándwich de huevo frito y bacon. 

    ¿Dónde estás? 

    Odiaba esperar sin saber nada. ¿Y si le había pasado algo? No.No iba a pensar eso. Soltó un suspiro y se inclinó hacia atrás,respirando hondo. El olor a canela le llenó la nariz y cerró los ojos. Leencantaba el olor. Era muy cálido y relajante.

    3  Fresher’s Fair.  Son unas jornadas para que los recién llegados a la universidad conozcan a los

    compañeros y las distintas actividades que se pueden hacer allí. 

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    Abrió los ojos, se estiró y se tapó con una manta. Acomodado enla esquina del sofá, cogió el mando de la televisión y la encendió. Fuecambiando los canales. Pasó un par de películas de Navidad, una misade villancicos, un programa de cocina y finalmente dejó uno de loscanales de música con su cuenta regresiva de las cincuenta mejorescanciones de Navidad. Observó a East 174 , vestidos con ropas oscuras

     bajo los gruesos abrigos blancos con cuello de piel. A medida que lacanción finalizaba, la información apareció en la pantalla. 

    1999. Joder, me siento viejo. 

    Inclinándose hacia delante, dejó el mando sobre la mesa y seacurrucó de nuevo bajo la manta. Por mucho que le gustara loespaciosa que era la antigua casa, el lugar perdía el calor en seguida.Miró hacia la chimenea en la pared. Odiaba el olor. Gas y polvo. Lacalefacción no se conectaría de nuevo hasta la noche, y no tenía sentidovolver a conectarla hasta que no regresasen a casa. Iban a pasar el día

    comiendo con la familia, el almuerzo en casa de los padres de Alex, ydespués de la hora del té, con los suyos.

    Desde el brazo del sofá sonó su móvil, llamando su atención.Sacó la mano de debajo de la manta y lo cogió. El nombre de Alexaparecía en la pantalla.

    ―¿Hola? 

    ―Hey. ¿Estás decente? ―contestó Alex y Keegan se relajó―.Necesito que me eches una mano.

    4 Grupo pop inglés 

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    Se sentó y miró por la ventana.

    ―¿Dónde estás? ―La puerta estaba cerrada. 

    ―Estoy  en la puerta de delante, no he encontrado sitio paraaparcar. ―Siempre costaba encontrar aparcamiento en su calle. 

    Apartando la manta, Keegan se levantó. Se equilibró sobre un piey luego sobre el otro, y se quitó los calcetines de renos.

    ―¿Necesitaré el abrigo? 

    Alex se echó a reír.

    ―Solo va ser un minuto. 

    Keegan no estaba convencido.

    ―Saldré en un segundo. ―Colgó y salió del salón, que estaba enla parte de atrás de la casa, cerrando la puerta detrás de él paramantener el calor que pudiese quedar. Siguió por el pasillo a laderecha, se puso el abrigo y las deportivas, y abrió la puerta. Sacó lacabeza e hizo una mueca. Con lo bonita que era la nieve y lomaravilloso que parecía todo lo relacionado con el invierno desde elinterior, se le congeló hasta la sangre. Cerró la cremallera de su abrigo,

    salió y caminó con cautela, paralelamente al lateral de la casa.Consiguió hacerlo sin acabar en urgencias.

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    Abriendo la puerta de hierro forjado de la parte delantera de lacasa, salió a la acera y miró hacia arriba y hacia abajo de la carreteraprincipal. Vio a Alex, aparcado unas casas más adelante. Saludó con lamano y fue hacia él.

    ―Hey ―dijo Keegan. Besó a Alex en la mejilla. Olía a humomezclado con jabón. Echó un vistazo al coche, notando algo en la partede atrás. Arqueando una ceja, se volvió hacia Alex―. ¿Qué es eso? 

    ―Una mesa de café y una cesta. 

    ―¿Por qué tienes una mesa de café? Sabes que tenemos una, ¿no?

    Alex asintió.

    ―Sí. Bueno, verás, ¿sabes esas rifas de apoyo en las que das un

    par de libras, pero realmente nunca esperas ganar nada? ―Sí... —dijo Keegan lentamente.

    ―Gané ―dijo Alex con total naturalidad. 

    Keegan miró los premios.

    ―¿Has ganado una mesa?

    ―¿Te acuerdas de Mike? ¿El que tiene un gran bigote? 

    ―Sí.

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    ―La hizo su hijo. ―Alex se encogió de hombros―. Si te digo laverdad, no esperaba ganar el primer premio. Hubiera estado muycontento con el vino.

    Keegan metió las manos en los bolsillos y se echó a reír.

    ―Está bien ―dijo. ¿Dónde iban a ponerla?―. Supongo que nonecesitamos otro regalo para tu madre , ¿verdad? 

    Alex se rio por lo bajo y abrió el maletero del coche.

    ―Buen intento. En realidad, estaba pensando en dársela a latuya.

    Oh sí, claro. La madre de Keegan era muy particular cuando setrataba de muebles y patrones de color.

    ―Le daría un ataque. ―Bajó de la acera y miró hacia el coche―.¿Cómo diablos la has metido ahí? ―La mesa era más grande de lo queparecía y Alex había tenido que bajar los asientos de la parte de atrás.

    ―No preguntes ―contestó, y sacando la cesta se la acercó―.Coge esto y mi bolsa, yo llevo la mesa.

    Keegan sacó las manos de los bolsillos, se colgó al hombro la

    correa de la bolsa de Alex, y cogió la cesta entre los brazos.―¿Qué hay dentro? 

    Alex se encogió de hombros.

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    ―Probablemente mermelada. Siempre hay mermelada.

    Keegan se rió y se acercó a la acera.

    ―¿Puedes con eso? ―preguntó. 

    ―Sí. ―Alex arrastró la mesa hacia adelante y la inclinó un poco

    hacia la derecha para sacar las patas―. Despacio ―dijo. ―Te veré dentro ―dijo Keegan regresando a casa. Lo único que

    quería ahora era que Alex lo abrazase.

    Después de haber dejado la cesta en la cocina y la bolsa de Alexen el pasillo, se quitó el abrigo y los deportivos.

    ―¿Dónde la pongo? ―preguntó Alex. Entró y cerró la puerta con

    el pie―. ¿En el salón de delante? 

    Keegan asintió. Casi no lo utilizaban, sobre todo usaban el de laparte de atrás. Se rió mientras Alex maniobraba para tratar de pasarpor la estrecha puerta. Al final lo consiguió y volvió explotando deenergía mientras envolvía entre sus brazos a Keegan y lo levantaba delsuelo.

    ―Te extrañé ―dijo, hundiendo el rostro en el hueco del cuello de

    Keegan.Keegan lo abrazó con fuerza.

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    ―Yo también a ti.  ―Apoyó la mejilla en la cabeza de Alex ydisfrutaron de la calidez compartida. Cuando Alex finalmente loliberó, todo lo que Keegan podía pensar era lo mucho que quería estarde nuevo entre esos brazos. Con una sonrisa, tomó la mano de Alex ylo guió a través del salón de atrás. Al haber estado fuera, Keegan sintióel calor que hacía en la habitación en realidad, y la fragancia de la velaque impregnaba el aire. Oliendo la esencia, de repente se sintió muchomás navideño y feliz.

    ―¿Qué quieres hacer primero? ―preguntó. Alex probablementequisiese otra ducha y algo para comer.

    ―A ti. ―Sorprendió a Keegan enmarcando su cara entre lasmanos y besándole profundamente.

    Cuando se detuvo, Keegan contuvo el aliento.

    ―Wow ―consiguió decir.  Habían estado juntos durante ochoaños y los besos alocados habían dado paso a roces de labios cursis ymimosos.

    Alex se rio y abrazó por la cintura a Keegan, acercándolo.

    ―Estás impresionante ―dijo, y le besó de nuevo, esta vez máscontrolado y sensual.

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    Keegan se preguntó acerca del cambio en Alex. Aún podía olerleel humo en el pelo, a pesar de que se había duchado. ¿Había algunarazón para que Alex lo besara con tanta desesperación? Esa idea seabría a demasiadas posibilidades y Keegan hizo todo lo posible poralejarla. Alex no hablaba sobre las situaciones graves con las quelidiaba a diario, pero sí le había compartido que en muchas ocasionesla vida le había demostrado lo corta que podía ser. Sin importar nadamás, Alex estaba decidido a amar a quien amaba y vivir como quería.

    ―Tienes las manos frías. ―Le reprendió suavemente Keeganmientras Alex enrollaba el jersey. El toque de Alex le hizo temblar y sele puso la piel de gallina―. Que malo eres. 

    Alex se arrodilló y tiró hacia abajo de la cintura de sus pantalonesde chándal.

    ―¿Qué estás haciendo? ―logró decir Keegan. Sintió que no

    podía controlar su cuerpo cuando el deseo lo atravesó.

    ―Feliz Navidad ―dijo Alex. Le bajó la ropa y liberó la erecciónde sus calzoncillos.

    Antes de que pudiera decir nada, Alex se metió la polla deKeegan en la boca. Oh, mierda, se sentía tan bien. La boca de Alex eracálida y húmeda, y joder, la lengua ondulaba sobre la cabeza de lapolla de Keegan. Se apoyó con las manos en la cabeza de Alex y cerró

    los ojos. Se mordió el labio mientras Alex chupaba y lamía y probabasu polla. No tenía ni idea de dónde había venido, pero pensar que Alexestaba arrodillado ante él era la visión más caliente que había tenido.

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     Jadeando, Keegan cambió su peso, separando las piernasligeramente, mientras Alex masajeaba sus bolas con una mano y movíala otra por encima de su estómago. Keegan cerró los dedos en el pelode Alex y aplacó las ganas de follar la boca de su amante. Estaba tancondenadamente cerca. 

    Oh joder. 

    Alex deslizó la mano desde las bolas de Keegan hacia atrás, entrelas piernas, tentando el culo de Keegan mientras chupaba más fuerte yrápido su polla.

    ―Voy a... ―dijo Keegan, dándole un toque en la cabeza a Alex,para que tuviera la oportunidad de alejarse. No se apartó, en lugar deeso le apretó las nalgas acercándolo, animándolo a seguir embistiendo.

    Enredando los dedos en el oscuro cabello de Alex, Keegan moviólas caderas, empujando hacia adelante, buscando la liberación. Unosempujes bruscos más y de repente se corrió en la boca de Alex.

    ―¡Joder! ―dijo Keegan sin aliento, retorciéndose mientras Alexcontinuaba chupando y jugando con sus bolas―. ¡Joder! 

    Alex se pasó la mano por el pelo y se sentó de nuevo. Se limpió la boca y miró a Keegan. No dijo nada, se limitó a sonreír mientrasobservaba a Keegan subirse la ropa interior y los pantalones de

    chándal.

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    ―Eso fue... ―Keegan negó con la cabeza, tratando de recuperarel aliento. Sonriendo, se inclinó y capturó la boca de Alex con la suya.Le cogió el rostro y acarició su mandíbula mientras lo besaba―. Teamo ―dijo enderezándose. Le tendió la mano a Alex, quien la utilizópara ponerse de pie.

    Alex lo miró a los ojos y lo atrajo para abrazarlo. Le dio tiernos besos en la boca y en la barbilla y bajó hacia el cuello.

    ―Te quiero, también ―susurró contra la piel de Keegan―.¿Quieres tu otro regalo? ―Levantó la cabeza. Sus ojos estaban llenosde lujuria.

    ―Depende de lo que sea ―dijo Keegan en broma―. ¿Y qué pasacon los que hay bajo el árbol? 

    ―Más tarde ―contestó Alex, y le besó un poco más―. Tengoalgo más que puedes desenvolver primero.

    Keegan fingió pensar en ello y recibió un manotazo juguetón enel culo.

    Alex sonrió y envolvió con su mano a Keegan. Juntos sedirigieron arriba.

    ―Feliz Navidad ―dijo Alex al llegar a la parte superior de lasescaleras.

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    Keegan lo besó de nuevo y abrió la puerta de su dormitorio.

    ―Feliz Navidad. 

    FIN

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    oordinador del proyecto

    Grupo Siete Velos

    Traductora

    Nyxx

    orrectora

    Lilith

    Editora

    IsaM

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    Un deseo por Navidad

     J.C.W  ALLANCE 

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    La vida de Dain está llena de nada más que de dolor. ¿Puede unhombre sin esperanza encontrar un milagro de Navidad y aprender a

    creer en el amor?

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    Capítulo Uno

    Dain estaba solo por primera vez en su vida el día deNochebuena. Solo. La palabra resonó a través de su apagado cuerpo enun eco interminable. Conduciendo a través de las frías y desiertascalles de Wilton, estaba huyendo sin éxito de los fantasmas de supasado. Lo había perdido todo hacía un mes. Después del accidente, su

    compañero Mick se había ido y tomado el trabajo de Dain con él, y supadre y su iglesia le habían repudiado. Incluso el largo pelo rubiorizado de Dain había desaparecido, quedando despojado a ras delcuero cabelludo; un gorro de lana cubría la aterradora cicatriz en laparte posterior de la cabeza. Su vida podría ser mil veces peor, pero aél le parecía el final de su mundo.

    Al comienzo de la noche, sentado solo en el vacío de su

    apartamento, Dain contempla una botella de vodka sin abrir,preguntándose si había algo mejor que emborracharse hasta caerinconsciente. En ese momento, haber visitado la iglesia que lo habíaexcomulgado había parecido la respuesta. Cualquier cosa para escaparde los fantasmas, ¿verdad? Pero esos cabrones implacables lo habíanseguido al único lugar que se sentía más cercano a la madre quetodavía lloraba diez años después de su muerte. Ahogarse en vodkasonaba mejor en este momento porque ir a esa iglesia había sido mil

    veces peor.

    «Ya no eres bienvenido en la iglesia, maricón».

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    Veinte minutos atrás, esas palabras llenas de veneno de su padrehabían apuñalado dolorosamente en el pecho de Dain en el pasillo dela iglesia de San José, a la vista de decenas de feligreses, el padre Ryan,y Dios. Con la necesidad de sentirse más cerca de su madre, Dain tuvoque marcharse de la iglesia que había amado. Él se sentía demasiadosolo y miserable, y su madre era su consuelo cuando las cosas seponían demasiado difíciles de soportar, y la Navidad y las iglesiasversaban sobre milagros, ¿no? Dain necesitaba cada milagro que élpudiera conseguir.

    Daino, espera a la nieve que trae milagros...

    La dulce voz de su madre le llenó la cabeza, y su nombre le cerróla garganta. Él sabía que había más en su adagio, pero los años habían

     borrado la mayor parte de las palabras.

    Estoy esperando por esa nieve, mamá. A la espera de que alguien vea el

    verdadero yo.

     Jadeando por lo poco de aire que sus quemados pulmones lepermitían, Dain conducía sin rumbo, agarrando el volante como sifuera un salvavidas. Indiscutiblemente y sin lugar a dudas, esta nochede fiesta superaba las dos anteriores empatándose con la peor de todoslos tiempos. Definitivamente peor que la víspera de Navidad en la que

    su padre le fracturó el brazo.

    «Quemaste el puto asado, inútil hijo de puta». 

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    Peor que la última nochebuena en la que Mick le hizo una brechaen la parte superior de su mandíbula.

    «¿Dónde está el maldito hielo que te pedí? Juro por Dios que eres tan

    inútil como un saco de mierda». 

    Tocándose la cara, Dain apartó la mano y se quedó mirando el brillante brillo húmedo debajo de las farolas que pasaban. ¿Cuándohabía empezado a llorar? Joder, deseaba haber esperado hasta después deque hubiera huido de la iglesia.

    Mirando hacia arriba, Dain pisó el freno a tiempo de parar en unsemáforo en rojo. Todo su cuerpo vibraba y unas repentinas náuseas lerevolvieron el estómago. Que se jodiera su padre por mostrar almundo lo que Dain había escondido. No por el asunto de que era gay,ya que después del accidente, todo el mundo sabía que a Dain legustaban los hombres, especialmente su padre. No, lo que Dain habíaescondido del mundo fueron los insultos, puñetazos y patadas y lasverdaderas razones de los ojos negros, moretones y los huesos rotosinfligidos por su padre durante los últimos diez años. Dios, ni siquierapodía recordar la razón de ese primer golpe a los quince años, emitidohoras después del entierro de su madre. Cualquiera que fuera la razónpor la que debía haber merecido ser golpeado lo aprendió cuando sehabía ganado todos y cada uno desde entonces. No le había dicho nada

    a nadie, lo había llevado todo solo, con mentira tras mentira hasta quese habían convertido en sus verdades.

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    Un golpe en la ventana sobresaltó a Dain. El resplandor verde dela luz de la calle iluminaba el salpicadero, mientras que las luces rojas yazules se arremolinaban alrededor del interior del coche de Dain.

    ¡Maldita Sea! 

    —Señor, baje la ventanilla.

    Dain se limpió las lágrimas y pulsó el botón. Un gran cuerpo seinclinó hacia la ventana abierta y unos ojos oscuros miraron desdedebajo de un sombrero negro de ala ancha. Un fuerte hoyuelo en la

     barbilla llamó la atención de Dain.

    —¿Es usted consciente de que se ha saltado tres semáforos? 

    Una bonita y profunda voz, pensó Dane, luego sacudió lacabeza.

    —Carnet de conducir y documentación del coche. ¿A dónde sedirigía?

    —A casa, —murmuró Dain. Abrió la guantera, pero no estaban ladocumentación del coche. Cuando metió la mano en el bolsillo de atráspara coger su cartera, gimió.

    —No tengo ni idea de donde están los papeles y me dejé lacartera en casa. Llegaba tarde a la iglesia y... 

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    La redondeada boca hizo una mueca. —Por favor, salga delvehículo. —Dain obedeció la cortés voz de mando. Los hombresseguros y fuertes siempre fueron directamente a la ingle de Dain, y esteenorme mastodonte de hombre no fue diferente. Más alto que su metroochenta y tres, el uniforme, su piel oscura, la identificación en la que seleía su nombre "Ramos"; y la insignia del sheriff clavada en suchaqueta. Llenaron de fantasías la mente de Dain sobre un perversosheriff mientras examinaba su amplio pecho, su ancha cintura y susenormes muslos. Unos mechones de pelo negro asomaban por encimadel cuello de la camisa y Dain se imaginó rozándose contra ese velludocuerpo. Cristo.

    —¿Cómo se llama? —Esa voz retumbante se apoderó de la pielde Dain. El hombre podría contarle un cuento antes de dormir encualquier momento.

    —Dain Hayes.

    El sheriff ladeó la cabeza y entrecerró los ojos. Un atisbo deconfusión pareció cruzar su rostro, pero desapareció rápidamente.

    —¿A qué iglesia va, Sr. Hayes?

    —San José. —Dain metió sus manos frías en los bolsillos del

    abrigo.

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    El sheriff miró su reloj. —Son las nueve menos veinte. La misa delas ocho de la víspera de Navidad se prolongará hasta las nueve ymedia.

    Dain se encogió de hombros mientras examinaba al hombre depies a cabeza, sin ser para nada discreto. —Sí, estaba demasiado llena.

    La boca del oficial se crispó, rompiendo la impasibilidad, y susojos se iluminaron. —¿Usted fue a misa en la víspera de Navidad y noesperaba que estuviera llena?

    —Tengo mal criterio. ¿Estoy en problemas por ignorar unsemáforo? 

    Los penetrantes ojos marrones calentaron la piel de Dain,haciéndole sentir escalofríos hasta el cuello y que pequeñas mariposasfelices rebotaran sobre su estómago.

    —¿Pasó algo en la iglesia? 

    Las mariposas cayeron como el plomo. Joder, ¿tenía un bienhechor que lo entregaría por corromper a buena gente temerosa deDios? Dain se frotó la base del cráneo con el comienzo de unaincipiente migraña. Necesitaba sus medicamentos antes de tiempo o

    estaría fuera de servicio durante un día entero. Las migrañas eran unregalo de despedida del accidente.

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    —¿Qué le hace pensar que sucedió algo en la iglesia?—Dain era bueno haciéndose el tonto.

    «¿Cómo se ha caído por las escaleras/resbalado en la ducha/seha roto las costillas, Sr. Hayes?» 

    «No lo sé. Supongo que seré torpe».

    —Parece molesto. Me preguntaba si está bien. —La miradapreocupada dejó perplejo a Dain. Tal vez no pasaría la noche en lacárcel, aunque simplemente podría ser la guinda para rematar estadesastrosa noche.

    Que se  joda. —Mi padre estaba allí y tuvimos una discusión. Enrealidad, él fue el que la inició y yo no le seguí el juego. Me empujó yentonces me llamó maricón, así que me fui. —La voz de Dain no sehabía agrietado tanto desde que era adolescente.

    —¿Estás bien?

    ¿Había gruñido el gran oso de verdad? Dain evitó mirar a esos ojoshipnotizadores que lo estaban mirando fijamente.

    —De verdad, estoy bien. Necesito llegar a mi casa.

    Una sonrisa irónica cruzó el rostro del hombre. —¿Qué pasatengo planes para cachearte y después esposarte? 

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    Los ojos de Dain se abrieron de par en par. Ese era un buenargumento si alguna vez había oído alguno.

    Dain sonrió. De pie con este magnífico sheriff en el glacial fríoestaba siendo la mejor parte de su noche, hasta ahora. A pesar de sercompletamente amenazante, por dentro era un gran oso de pelucheque estaba erosionando rápidamente el dolor y la humillación de lanoche.

    Nervioso por su creciente atracción, Dain necesitaba alejarse de latentación. —¿Puedo irme?

    —No. —En los ojos del policía hubo un destello de diversión.

    —¿No?

    Una sonrisa de medio lado calentó el frío en el pecho de Dain. —Tómate un café conmigo.

    Aturdido, Dain logró pronunciar: —¿un café?

    —Sí, un café. —El hombre parecía un cachorrillo expectante.

    Dain se cruzó de brazos. Esta noche podría mejorar. —¿No estás

    de servicio? 

    —Acabo de terminar mi turno.

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    —¿Por qué quieres tomarte un café conmigo?

    —Porque, —dijo, inclinándose más cerca— me gustas.

    Dain resopló. —Me acabas de conocer.

    —Sí, lo sé. —Los dedos de los pies de Dain se encogieron con elagradecido comentario del fornido policía.

    Dain hizo a un lado sus sentimientos de aprensión. Podríaderrotar la aniquiladora soledad coloreando esta fiesta con buenacompañía, y el sheriff era agradable a la vista.

    Mordiéndose fuerte en el interior de la mejilla, Dain pisoteó elpánico y dio un salto de fe. —Está bien.

    La sonrisa deslumbrante fue suficiente para aceptar la oferta. Elsheriff le tendió la mano. —Mi nombre es Jake. ¿Nos vemos en Millie? 

    Dain asintió y se metió en su coche. Mientras conducía, se tragódos pastillas para la migraña a palo seco. Con suerte, podría aliviarsede esta a tiempo.

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    Aparcando frente a la cafetería, Dain logró reunir coraje o algoque se asemejaba. Era sólo un café, ¿no? Solo se iba a tomar café con unhombre atractivo. Eso no quería decir nada, y era mejor queemborracharse y vomitar hasta echar las tripas por el wáter. Ahora, sino vomitaba por culpa de los nervios, se adelantaría en el juego.

    Por probar no se pierde nada.

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    Capítulo Dos

    Dain salió de su coche y se encontró con Jake en la puerta. Unoscascabeles tintinearon un tono molesto cuando entraron en el comedor.Agachando la cabeza, Dain esperaba que nadie que estuviera allíhubiera presenciado su humillación en la iglesia, por lo que se deslizó

    tan al fondo del asiento de la cabina como pudo. Jake se sentó frente aél y se quitó el sombrero.

    A la luz, los profundos ojos color avellana de Jake eran más brillantes y su oscura piel resplandecía. Los lados de su pelo rapadollamaban la atención sobre la masa de cortas ondulaciones que serizaban en la parte superior. Dain imaginó sosteniendo esos rizossuaves y orientando esos labios de color rosa pálido a su sexo. ¡Maldita

    sea! Se obligó a mirar hacia otro lado antes de mojar los pantalones.Cuando las campanas en la puerta tintinearon, agachó la cabeza denuevo. El temblor de sus sobrecargados nervios comenzó de nuevo.Pronto iba a necesitar medicamentos sólo para poder vivir.

    La camarera se acercó a la mesa. —Hola, sheriff.

    —Hola Steph.

    Dain se echó hacia atrás cuando una mano le tocó el brazo. Sucorazón despegó como un caballo de carreras. Joder. Joder. Joder.

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    —¿Dain? —Las cejas de Jake se elevaron. 

    Dain vio la expresión de sorpresa en el rostro de la camarera. —Lo-- lo siento. Me has asustado. —Toques inesperados todavía dabanlugar a la respuesta de sobresalto que había desarrollado, y eso a vecesera un coñazo.

    —¿Café? —Preguntó.

    Dain asintió. —Con leche, por favor.

    —Lo mismo , pero el mío solo. —Jake sonrió ampliamente—.Tengo que cuidar mi figura,—dijo, añadiendo ligereza al momento,que era cualquier cosa menos divertido.

    Con una risita y una mirada de reojo a Dain, Steph los dejó. Lapuerta se abrió de nuevo, las campanas hacían restallar sus nervios. ¿Ysi su padre se presentaba? No, aquí no sirven bebidas alcohólicas. 

     Jake se inclinó hacia delante. —¿Todo bien?

    Con una media sonrisa rápida, Dain se echó hacia atrás,fingiendo relajación. —Me sobresalto... Con todo esto que ha pasadocon mi padre.

     Jake se mordió el labio inferior, contemplando sin duda la verdaden la respuesta. Luego sonrió. 

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    —Bueno. Gracias por venir conmigo. 

    Eso sonaba sospechosamente como "gracias por salir conmigo" ylas chispas de emoción zigzaguearon por el interior de Dain. ¿PodríaDain tratar esto como una cita? Una cita, sin temores, preocupaciones einquietudes de las anteriores citas que por lo general le sacudían hastala despedida cuando se negaba a dejar que con quien estuviera seviniera en su interior. Eso era demasiado arriesgado.

    —Gracias por preguntar, —dijo Dain tímidamente.

     Jake sonrió con todas sus ganas. Nadie había llegado a Daincomo este hombre. Cristo, él apenas lo conocía.

    —¿A qué te dedicas, Dain? —Steph trajo su café con una sonrisay se fue.

    Dain agitó el líquido caliente. —Soy informático, trabajo sobretodo en programación de ordenadores. Pero en este momento, soyautónomo informático. De todo un poco.

    Perdí mi último trabajo porque mi jefe no sólo era mi novio,sino un gilipollas también. 

     Jake dio un sorbo a su café y luego se echó a reír. —Más de unavez he estado tentado de tirar el ordenador contra la pared.

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    Dain se inclinó hacia delante, ya que, a diferencia de lasrelaciones, destacó en el campo informático. —Aproximadamente elochenta por ciento de todos los problemas del equipo son causados porel usuario. —Cuando las cejas de Jake se levantaron, Dain asintió—. Lasemana pasada recibí una llamada de una mujer cuando "la tapa" de suportátil no se podía abrir. Estaba usando la unidad de disco paraalmacenar sus malditas joyas. —Jake rompió a reír y Dain se unió.Maldita sea, era tan bueno reírse. Las campanas repicaron en la puertay él apenas las notó.

     Jake se inclinó hacia delante. —Yo puedo superar eso. Hace dosmeses en el minigolf de Lakeside, un chico tenía su brazo metido hastael hombro en la boca de ese payaso en el sexto agujero.

    —¿KoKo el payaso asesino?

     Jake resopló. —Sí. Al parecer, su madre dejó caer su anillo de bodas allí. No me preguntes cómo. Pero ella envió al crío en su búsqueda.

    Los ojos de Dain se abrieron de par en par. —Oh, joder. Entonces,eso es lo que pasó con KoKo.

    Una mirada divertida cruzó el rostro de Jake. —Sabes mucho

    sobre KoKo. —La irónica sonrisa hizo sentir incomodo a Dain. El polisabía algo—. ¿Por casualidad no sabes quién es el Campeón delminigolf, Dain?

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    —Esto… no. —Dain dejó caer la frente sobre la palma de lamano.

    La cálida risa melodiosa de Jake lo envolvió en un suave capullo. 

    —Buen trabajo, Campeón. Lo he sido durante tres añosconsecutivos.

    Dain podía sentir el calor en sus mejillas. —¿Es por eso quesigues mirándome de forma extraña?

     Jake negó con la cabeza. —Me recuerdas a alguien, no estoyseguro de quién. Pero cuando te ríes, es como un déjà vu. Y esrealmente agradable.

    Las mejillas de Dain ardían y empujó su gorro de lana sobre lafrente, deseando poder disipar el bochorno.

    —¿Vas a regodearte por tu afición al minigolf? —Mick habíaodiado el juego, diciendo que los verdaderos hombres jugaban al golf.Mick era definitivamente un hombre de verdad, sobre todo cuandousaba sus puños.

    —No voy allí sólo por la pizza.

    Dain frunció los labios para evitar sonreír. —Sheriff, ¿tienes unfetiche con el mini golf?

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     Jake se echó hacia atrás y luego arqueó una ceja de forma sexual.—Tengo muchos fetiches. 

    Atrapado en la mirada llena de lujuria de Jake, Dain se acomodódiscretamente los pantalones. Las mariposas bailando felicesregresaron. Los ojos color avellana de Jake se profundizaron a un colorchocolate oscuro. Dain sabía que necesitaba una segunda cita con elatractivo hombre que se reía profundamente, sonreía de forma amplia,le gustaba el mini golf y despertaba unos largos sentimientos latentesdentro de Dain. Cuando lengua rosada de Jake rozó sus pálidos labios,Dain contuvo el impulso de lanzarse encima de la mesa paradegustarlos. Tal vez un beso de buenas noches estaba en la baraja. Susmariposas estaban eufóricas.

    Steph apareció con una jarra de café y las rellenó. —Cierro a lasdiez de esta noche, —dijo y se fue. Maldita sea, eran las diez menosveinte.

     Jake se removió y un destello de emoción cruzó su rostro.

    —¿Qué planes tienes para Navidad?

    La pregunta dejó fuera de juego a Dain por un momento. —Sinplanes.

    —¿Qué significa eso?

    —Significa que no tengo planes con nadie.

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    —¿Vas a pasar la Navidad solo? —Jake abrió la boca como siDain hubiera blasfemado.

    Dain se encogió de hombros. —Es un día más, —dijo,preguntándose cómo podría sobrevivir el día a menos que seemborrachara.

    —Ven a cenar a casa de mi hermana. Mis padres están fuera, asíque la cena será en su casa este año. No quiero que estés solo. —Huboun ligero toque de desesperación en su voz.

    ¿Estaba Jake sintiendo lástima por él? 

    Como si fuera vidente, Jake añadió—: Mis motivos sonpuramente egoístas. Quiero llegar a conocerte mejor. Sin presiones.Solo cenar. Por favor.

    El estómago de Dain se apretó y las lágrimas ardían en sus ojos.Cenar con la hermana de Jake y su familia. Personas quienes, si elcomportamiento de Jake era una indicación, se preocupaban por losdemás, y querían estar juntos. Una verdadera cena familiar. Habíanpasado años desde que Dain había experimentado la comodidad y laseguridad de una familia.

    Puedes hacerlo. Sólo di--

    ¡Esas malditas campanas otra vez! 

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    —Padre Ryan, ¿recogiendo la comida para la cena de mañana? —Preguntó Steph.

    La columna vertebral de Dain se puso rígida, con las manosapretadas en su regazo, los ojos muy abiertos mientras observaba alpadre Ryan de pie frente a la barra.

    —Por supuesto, Steph.

    La sangre corría a través de los oídos de Dain y amortiguaba lavoz de Jake. ¿Y si el sacerdote veía a Dain y se enfrentaba a él justo enfrente de Jake sobre lo ocurrido en la iglesia? Dos flagelacionespúblicas en una noche seguramente acabarían con él. Jake le tocó elantebrazo y el zumbido se calmó. Dain ni siquiera se había estremecidocon el tacto.

    —Dain, ¿qué pasa?

    ¿Qué era lo que estaba mal? La realidad entrometiéndose conconstantes recordatorios de lo que Dain no podía tener, no deberíatener, de no merecer eso que estaba mal. Esta noche, todo lo que habíaperdido había vuelto a burlarse de él.

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    Vas a ser visitado por tres fantasmas.  ¡Joder, era como Mr.Scrooge! La iglesia, su padre, y luego Jake, un chico que nunca podríatener. Bueno, al menos Mick, no habían aparecido, o Dain podría pasarla Navidad en el hospital. No, Mick se había ido, pero los restos de esarelación, así como el abuso de su padre, habían dañado a Dain. Él noera bueno para nadie. ¿Cómo podía haberlo olvidado? 

    —Me tengo que ir, —dijo Dain de sopetón sobre la mesa.Saliendo disparado hacia la tintineante puerta y dirigiéndose a sucoche. Jake gritó detrás de él y Dain calculó mal la rapidez con que elsheriff podría mover ese gran cuerpo. Una mano enganchó el hombrode Dain. Joder, el hombre persigue a criminales para ganarse la vida. 

    —Espera. —La cara de Jake era una masa arremolinada deemociones irreconocibles. Dain quería quedarse, pero su vida estaba

     jodida sin posibilidad de reparación.

    Dain negó con la cabeza y se las arregló para desbloquear sucoche y alejar los fantasmas de su pasado pisándole los talones.

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    Capítulo Tres

    De vuelta a su apartamento vacío, Dain pasó de todo, haciendocaso omiso de la botella de vodka. Su mente estaba centrada en Jake. Eldulce Jake, que era corazón, alma y libertad, todo en un hombrehonesto y cariñoso. El simple hecho de sentarse frente a Jake habíacalmado la tormenta interior que sufría. Necesitaba más de Jake y,

    como un idiota, había arruinado cualquier posibilidad de volver averlo.

    No seas estúpido, Dain.

     Jake nunca podría comprender la incapacidad de Dain para hacerfrente a su padre, o por qué se había quedado con Mick durante tantotiempo. Dain no podía entender su comportamiento, así que ¿cómo

    podía Jake? Así que dejarlo había sido lo correcto. Dain necesitabahacer las paces con la soledad. Lo esperaba, lo había previsto yguardando su corazón lejos del dolor, sobreviviría, ¿verdad? Sólo teníaque ignorar esa voz en su cabeza que le advertía de la inevitablecolisión que le destrozaría el alma con ese muro de dolor, miseria ynegación que había construi