del capitalismo a la sociedad de conocimiento
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DEL CAPITALISMO A LA SOCIEDAD DE CONOCIMIENTO
En el término de 150 años, de 1750 a 1900, el capitalismo y la tecnología
conquistaron el globo y crearon una civilización mundial. Pero ni el
capitalismo ni la innovación técnica eran cosa nueva; ambos habían sido
fenómenos comunes y corrientes a lo largo de las edades, tanto en el
Occidente como en el Oriente. Lo que sí era completamente nuevo era la
velocidad de su difusión y el alcance global a través de culturas, clases y
geografía. Fue esto, su velocidad y su alcance, lo que convirtió el capitalismo
en un sistema. Convirtió los avances técnicos en la Revolución Industrial.
Esta transformación fue impulsada por un cambio radical en el significado
del conocimiento. Tanto en el Occidente como en el Oriente el conocimiento
siempre se había visto como aplicable a ser. Casi de la noche a la mañana
se empezó a aplicar a hacer. Se convirtió en un recurso, en una utilidad.
Siempre había sido un bien privado. Casi de la noche a la mañana se
convirtió en un bien público.
1.- Nuevo significado del conocimiento
A diferencia de aquellos "terribles simplificadores", los ideólogos del siglo
XIX como Hegel y Marx, hoy sabemos que los grandes acontecimientos
históricos rara vez obedecen a una sola causa o tienen una sola explicación.
Son más bien el resultado de la convergencia de muchos sucesos
separados e independientes. Un ejemplo de cómo opera la historia es la
génesis del computador. Sus remotas raíces se encuentran en el sistema
binario, es decir, la concepción de un filósofo y matemático del siglo XVII, el
alemán Gottfried Leibnitz (1646-1716), de que todos los números se pueden
representar con sólo dos: 0 y 1. La segunda raíz es el descubrimiento de un
inventor inglés del siglo XIX, Charles Babbage (1792-1871), de que las
ruedas dentadas (es decir, la mecánica) podían representar funciones
aritméticas: suma, resta, multiplicación y división — el descubrimiento de
una genuina "máquina de computar". Luego, en los primeros años del
presente siglo, dos lógicos ingleses, Alfred North Whitehead (1861-1947) y
Bertrand Russeil (1872-1970), en su Principia Mathemaxica mostraron que
cualquier concepto, si se presenta en forma rigurosamente lógica, se puede
expresar matemáticamente.
En efecto, el desprecio del Occidente por la habilidad era desconocido hasta
que apareció el gentleman en la Inglaterra del siglo XVIII. Este desprecio,
que llegó a tales alturas en la Inglaterra victoriana, no era otra cosa que una
desesperada defensa contra el desplazamiento del gentleman como grupo
dirigente de la sociedad por el capitalista y el tecnólogo.
Pero aun para Sócrates y Protágoras la téchne, por más recomendable que
fuera, no era conocimiento. Se limitaba a una aplicación específica y carecía
de principios generales. Lo que sabía un patrón de barco sobre la
navegación de Grecia a Sicilia no se podía aplicar a nada más. Además la
única manera de adquirir una téchne era por aprendizaje y experiencia. La
téchne no se podía explicar con palabras, ni habladas ni escritas. Sólo se
podía demostrar. Todavía en 1700, e incluso después, los ingleses no
hablaban de "artes". Hablaban de misterios. Y no sólo porque el que tenía
una habilidad artesanal había jurado guardar el secreto sino también porque
un arte era inaccesible para todo el que no hubiera sido aprendiz, con un
maestro que le hubiera enseñado por el ejemplo.
2.- La Revolución Industrial
Luego, a partir de 1700 y en el término increíblemente breve de 50 años, se
inventó la tecnología. La palabra misma es un manifiesto por cuanto
combinó téchne, es decir, el misterio de una habilidad artesanal, con logia,
conocimiento organizado, sistemático, deliberado. La primera escuela de
ingeniería, la École des Ponts et Chaussées de Francia, fue fundada en
1747 y seguida, hacia 1770, en Alemania por la primera Escuela de
Agricultura y, en 1776, por la primera Escuela de Minas. En 1794, se fundó
la primera universidad técnica, también en Francia, la École Polytéchnique, y
con ella la profesión de.ingeniero. Poco después, entre 1820..y 1850, la
educación médica y el ejercicio de la medicina se organizaron como una
tecnología sistemática.
En un desarrollo paralelo en Inglaterra, entre 1750 y 1800, las patentes que
hasta entonces habían sido monopolio para enriquecer a los favoritos del
rey, empezaron a concederse para fomentar la aplicación de conocimientos
a herramientas, productos y procesos y para recompensar a los inventores,
siempre que publicaran sus inventos. Esto no sólo abrió un siglo de febril
invención mecánica en la Gran Bretaña sino que acabó con el misterio y el
secreto de la artesanía.
El gran documento de esta dramática mudanza de habilidades a tecnología
— una de las obras más importantes de la historia — fue la Enciclopedia de
Denis Díderot (1713-1784) y Jean d'Alembert (1717-1783). publicada entre
1751 y 1772. En esta obra famosa se recopiló, en forma organizada y
sistemática, el conocimiento de todos los oficios, de modo tal que el no-
aprendiz pudiera aprender a ser un "tecnólogo". Nu fue ciertamente por
accidente que los artículos de la Enciclopedia que describían los oficios (por
ejemplo, hilados o tejidos) no fueran escritos por artesanos. Los escribieron
"especialistas de la información": individuos capacitados como analistas,
como matemáticos, como lógicos — tanto Voltaire como Rousseau fueron
colaboradores. La tesis subyacente de la Enciclopedia era que en el mundo
material los resultados útiles — en herramientas, procesos y productos —
son producidos por análisis sistemático y por aplicación sistemática e
intencional del conocimiento.
Lo mismo su contemporáneo conservador en el continente, Otto von
Bismarck (1815-1898), a quien esta idea lo motivó después de 1880 para
promulgar la legislación social que produjo más tarde el estado paternalista
del siglo XX. El crítico social conservador y novelista norteamericano Henry
James (1843-1916), cronista de la riqueza de su país y de la aristocracia
europea, estaba tan obsesionado con la guerra de clases y con el temor que
ella le producía que hizo de ésta el tema de su más inquietante novela, The
Princess Casa-massima. La escribió en 1883, el mismo año de la muerte de
Marx.
3.- La Revolución de la Productividad
¿Qué fue entonces lo que derrotó a Marx y al marxismo? En.1950 ya éramos
muchos los que veíamos que el marxismo había fracasado moral y
económicamente (yo lo dije así en 1939, en mi libro The End qf Economic
Man). Pero el marxismo seguía siendo la única ideología coherente para la
mayor parte del mundo. Y a la mayor parte del mundo le parecía invencible.
Había muchísimos antimarxistas, pero muy pocos no-marxistas, es decir,
personas que creyeran que el marxismo había perdido vigencia, como !o
sabe hoy todo el mundo. Hasta los que se oponían violentamente al
socialismo seguían convencidos de que iba en ascenso.
El padre del neoconservatisrno en todo el mundo occidental, el economista
angloaustriaco Friedrich von Hayek (1899-1992), en su libro The Road to
Serfdom, publicado en 1944, sostenía que el socialismo inevitablemente
significaba esclavitud. No puede haber, decía, "socialismo democrático" sino
sólo "socialismo totalitario". Pero no argüía en 1944 que el marxismo no
pudiera funcionar. Por el contrario, temía mucho que sí funcionara. Pero en
su último libro, The Fatal Conceit (TJniversity of Chicago Press, 1988),
escrito cuarenta años después, sostiene que el marxismo nunca podría
haber funcionado. Cuando publicó este libro, casi todo el mundo
(especialmente casi todo el mundo en los países comunistas) ya había
llegado a la misma conclusión.
¿Qué fue, entonces, lo que acabó con las "inevitables contradicciones del
capitalismo", la "alienación" y la "pauperización" de los proletarios y con el
"proletariado" mismo? La respuesta es: La Revolución de la Productividad.
Cuando el conocimiento cambió de significado hace 250 años, empezó a
aplicarse a las herramientas, los procesos y los productos. Esto sigue siendo
lo que significa la tecnología para la mayor parte de la gente y lo que se
enseña en las facultades de ingeniería. Pero la Revolución de la Productivi-
dad había empezado dos años antes del fallecimiento de Marx. En 1881, un
norteamericano, Frederick Winslow Taylor (1856-1915), aplicó por primera
vez el conocimiento al estudio del trabajo, al análisis del trabajo y a la
ingeniería del trabajo. Trabajo ha existido desde que el mundo es mundo.
Todos los animales, en efecto, tienen que trabajar para sobrevivir. En el
Occidente, la dignidad del trabajo se ha ensalzado de labios para afuera
durante largo tiempo.
El texto griego más antiguo después de las epopeyas de Hornero, con una
diferencia de sólo unos cien años, es un poema de Hesíodo (siglo \T11 a. de
J.C.) titulado Los trabajos y ios días, en que canta las labores del campo.
Entre los poemas romanos más hermosos se cuentan las Geórgicas de
Virgilio (70-19 a. de J.C), ciclo de cantos sobre el mismo asunto. En la
tradición ;i ".eraría del Oriente no se encuentra mucha preocupación por el
trabajo, pese a lo cual el emperador de la China tocaba una vez al año un
arado para celebrar la siembra del arroz. Pero tanto en el Occidente como
en el Oriente, éstos eran gestos puramente simbólicos. Ni Hesíodo ni Virgilio
vieron en realidad qué es lo que hace un labrador. Tampoco lo vio nadie más
a lo largo de la historia escrita. El trabajo no merecía la atención de la gente
culta, de los ricos, de la gente de autoridad. Trabajo era lo que hacían los
esclavos. Todo el mundo "sabía" que la única forma en que un trabajador
podía producir más era trabajando más horas o trabajando más fuerte. Marx
compartía esta creencia con los economistas e ingenieros del siglo XIX.
Circunstancias ajenas a su voluntad llevaron a Taylor, hombre acomodado y
bien educado, a ser obrero de fábrica. La mala vista le impidió seguir
estudios en Harvard, y, en cambio, aceptó un puesto en una fundición de
hierro. Siendo altamente dotado, muy pronto ascendió, y se convirtió en uno
de los jefes. Sus inventos para la industria metalúrgica lo hicieron hombre
rico a muy temprana edad. Lo que lo llevó a estudiar el trabajo fue el haber
observado directamente el odio recíproco entre capitalistas y trabajadores,
que había llegado a dominar en la última parte del siglo XIX. En otras
palabras, Taylor vio lo mismo que vieron Marx, Disraeli, Bismarck y Henry
James; pero también vio algo que ellos no vieron: que el conflicto era
innecesario. Entonces se propuso hacer productivos a los trabajadores para
que pudieran ganar un ingreso decoroso.
La motivación de Taylor no era la eficiencia. No era la creación de utilidades
para los propietarios. Hasta el último día de su vida sostuvo que el trabajador
y no el propietario debía ser el beneficiaría de los frutos de la productividad.
Su motivación principal era la creación de una sociedad en la cual
propietarios y trabajadores, capitalistas y proletarios, tuvieran un interés
común en la productividad y pudieran cultivar relaciones de armonía en la
aplicación del conocimiento al trabajo. Los que más se han acercado a
entender esto hasta hoy son los empleadores y los sindicatos japoneses
posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Pocas figuras en la historia intelectual han ejercido mayor influencia que
Taylor, y pocos han sido tan deliberadamente las personas dedicadas a
hacer y mover objetos todavía sigue en aumento a la tasa histórica de 3.5-
4% — y en la agricultura norteamericana y francesa más rápidamente aún.
Pero la Revolución de la Productividad ya terminó. Hace cuarenta años, en
el decenio de los 50, las personas dedicadas a trabajar haciendo o
moviendo objetos eran todavía una mayoría en todos los países
desarrollados. En 1990, habían disminuido a una quinta parte de la fuerza
laboral. En el año 2010 serán no más de una décima parte. El hecho de
aumentar la productividad de los trabajadores manuales en manufactura, en
agricultura, en minería, en transportes ya no puede de por sí crear riqueza.
La Revolución de la Productividad ha sido víctima de su propio triunfo. De
ahora en adelante, lo que cuenta es la productividad de los trabajadores no
manuales. Y eso requiere aplicar conocimiento al conocimiento.
4.- La Revolución Administrativa
En 1926, cuando yo resolví no ir a la universidad sino ponerme a trabajar al
terminar la escuela secundaria, mi padre se molestó mucho; nuestra familia
había sido siempre una familia de abogados y doctores. Pero no me trató de
"desertor escolar". No intentó hacerme cambiar de parecer. Y no profetizó
que yo nunca serviría para nada. Yo-era un adulto responsable que quería
trabajar como adulto.
Tres decenios después, cuando mi hijo cumplió dieciocho años,
prácticamente lo obligué a ir a la universidad. Lo mismo que su padre, él
quería ser un adulto entre adultos. Lo mismo que su padre, creía que era
poco lo que había aprendido en los doce años que permaneció sentado en
un banco de escuela y que sus probabilidades de aprender mucho
dedicando otros cuatro años a un banco escolar no eran especialmente
grandes. Lo mismo que su padre a esa edad, estaba orientado a la acción,
no al aprendizaje.
Y, sin embargo, en 1958, treinta y un años después de pasar yo de
graduado de escuela secundaria a aprendiz en una firma de exportación, el
grado universitario se había convertido en una necesidad. Se había
convertido en el pasaporte para todas las carreras. No ir a la universidad en
1958 era "desertar" para un muchacho norteamericano que se hubiera
criado en el seno de una familia acomodada y que lo hubiera hecho bien en
la escuela. Mi padre no encontró la menor dificultad para conseguirme un
oficio como aprendiz en una casa de comercio de buena reputación. Treinta
años después tales firmas no habrían aceptado como aprendiz a un
graduado de escuela secundaria; todas le habrían dicho: "Vaya a la
universidad durante cuatro años,, y probablemente también le convendría
asistir a una facultad de postgrado".
En la generación de mi padre, que nació en 1876, asistir a la universidad
era, o bien para los hijos de los ricos, o bien para una muy pequeña minoría
de muchachos pobres pero excepcionalmente brillantes, como había sido él.
De todos los grandes magnates norteamericanos del siglo XIX, sólo uno
pasó por la universidad: J. P. Morgan, quien asistió a la de Gotinga para
estudiar matemáticas, aun cuando al año desertó. Encías novelas de Edith
Wharton, cronista de la sociedad norteamericana hacia 1910 a 1920, los
hijos de las viejas y ricas familias neoyorquinas van a Harvard y a su facultad
de derecho. Pero prácticamente ninguno de ellos ejerce la profesión. La
educación superior era un lujo, un ornamento y una manera muy agradable
de pasar uno los primeros años de su vida de adulto.
En mi tiempo, asistir a la universidad ya era deseable. Le daba a uno
posición social; pero no era, ni mucho menos, una necesidad, ni era de gran
ayuda en la vida o la carrera. Cuando yo realicé el primer estudio de una
gran corporación mercantil, General Motors, departamento de relaciones
públicas de esa compañía se esforzó mucho por disimular el hecho de que
unos cuantos de sus altos ejecutivos hubieran pasado por la universidad. Lo
correcto entonces era empezar como maquinista e ir ascendiendo en la
compañía, 9 Hasta 1950 o 1960 la manera más rápida de llegar a un ingreso
de clase media — en los Estados Unidos, o en Inglaterra, o en Alemania
(aunque ya no en el Japón) — no era ir a la universidad; era ponerse a
trabajar a los dieciséis años en una de las industrias sindicalizadas de
producción masiva. Allí uno se ganaba un ingreso de clase media después
de unos pocos meses — el resultado de la explosión de la productividad.
Estas oportunidades prácticamente han desaparecido.10 Hoy casi no hay
acceso a un ingreso de clase media sin un grado formal universitario que
certifique la adquisición de conocimientos que sólo se pueden obtener en
una forma sistemática y en una facultad.
El cambio en el significado del conocimiento que empezó hace 250 años ha
transformado a la sociedad y a la economía. El conocimiento formal se ve a
la vez como el recurso personal clave y como el recurso económico clave.
Hoy el conocimiento es el único recurso significativo. Los tradicionales
factores de la producción — la tierra (es decir, los recursos naturales), el
trabajo y el capital — no han desaparecido, pero han pasado a ser
secundarios. Se pueden obtener fácilmente, siempre que se tenga
conocimiento. Y el conocimiento en este nuevo sentido es conocimiento
como instrumento, como el medio de obtener resultados sociales y
económicos.
Esos acontecimientos, deseables o no, son respuestas a un cambio
irreversible: Hoy se está aplicando conocimiento al conocimiento. Éste es el
tercer paso, y tal vez el último, en la transformación del conocimiento.
Proporcionar conocimiento a fin de averiguar cómo aplicar el que ya existe
para obtener resultados es, en realidad, lo que entendemos por
administración. Pero el conocimiento también se está aplicando en forma
sistemática y deliberada para definir qué
6.- De conocimiento a conocimientos
Subyacente en estas tres fases de la mudanza al conocimiento — la
Revolución Industrial, la Revolución de la Productividad, la Revolución
Administrativa — se encuentra un cambio fundamental en el significado del
conocimiento. Hemos pasado de conocimiento a conocimientos.
El conocimiento tradicional era general. Lo que hoy consideramos
conocimiento es necesariamente altamente especializado. Antes nunca
hablábamos de un hombre o una mujer "de conocimiento"; hablábamos de
una persona educada. Las personas educadas eran generalistas. Sabían lo
suficiente como para hablar y escribir sobre muchas cosas, lo suficiente
como para entender muchas cosas. Pero no sabían lo bastante como para
hacer alguna cosa particular. Como decía un viejo dicho: Uno quiere tener a
una persona educada como invitada a su mesa, pero no como compañera
en una isla desierta, donde lo que se necesita es una persona que sepa
cómo hacer las cosas. En efecto, en la universidad de nuestros días, las
tradicionales personas educadas no se consideran educadas en absoluto.
Se menosprecian como diletantes.
En el libro de Mark Twain ¡1835-1910] titulado Un yankee en La corte del rey
Arturo, el protagonista no es una persona educada. Con seguridad no sabía
latín ni griego y probablemente no había leído a Shakespeare, y ni siquiera
conocía bien la Biblia. Pero sí sabía cómo hacer cualquier cosa mecánica,
hasta generar electricidad y construir teléfonos.
Para Sócrates el fin del conocimiento era el conocimiento de sí mismo, el
autodesarrollo. Los resultados eran internos. Para su antagonista Protágoras
el resultado era la habilidad de saber qué decir y cómo decirlo bien. Era
"imagen", para usar un término cor-temporáneo. Durante más de 2 000 años
el concepto de Protágoras dominó en el Occidente el aprendizaje y definió el
conocimiento. El trivium medieval, el sis-cenia educativo que hasta el día de
hoy sustenta lo que llamamos una educación liberal, consistía en gramática,
lógica y retórica — los instrumentos necesarios para definir qué decir y cómo
decirlo. No son instrumentos para definir qué hacer o cómo hacer. En la
doctrina zen y en el confucianismo — los dos conceptos del conocimiento
que dominaron el aprendizaje oriental y la cultura oriental durante millares de
años — eran similares. El primero se concentraba en el conocimiento de sí
mismo, el segundo — como el trivium medieval — en el equivalente chino de
gramática, lógica y retórica.
Lo que hoy consideramos conocimiento se prueba a sí mismo en la acción.
Lo que entendemos por conocimiento es información eficaz en la acción,
información enfocada en los resultados. Los resultados están por fuera de la
persona, en la sociedad y la economía, o en el progreso del conocimiento
mismo.
Para realizar cualquier cosa, este conocimiento tiene que ser altamente
especializado. Ésa fue la razón por la que la tradición — empezando por los
antiguos, pero persistente aún en lo que denominamos "educación liberal" —
lo relegó a la categoría de téchne o arte. No se podía aprender ni enseñar, ni
implicaba ningún principio general. Era específico y especializado. Era
experiencia más bien que aprendizaje, capacitación más bien que
escolaridad. Pero hoy no hablamos de estos conocimientos especializados
como "artes". Los llamamos "disciplinas". Éste es un cambio tan grande
como cualquiera que se haya registrado en la historia intelectual.
Una disciplina convierte un arte en una metodología, tal como la ingeniería,
el método científico, el método cuantitativo o el diagnóstico diferencial del
médico. Cada una de estas metodologías convierte experiencia ad hoc en
sistema. Cada una convierte anécdota en información. Cada una convierte
habilidad en aigo que se puede enseñar y aprender.
Esta mudanza, de conocimiento a conocimientos, le ha dado al conocimiento
el poder de crear una nueva sociedad. Pero esta sociedad tiene que
estructurarse sobre la base de que el conocimiento sea especializado y las
personas instruidas sean especialistas. Esto 'les ci'. su poder. Pero también
plantea cuestiones básicas — de valores, de visión, de creen-
cias, es decir, de todas las cosas que mantienen unida la sociedad y le dan
sentido a la vida. Como se verá en el último capítulo de este libro, también
plantea una cuestión grande y nueva: ¿Qué constituye la persona educada
en la sociedad de conocimientos?