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Título original:
LETTRE AUX COMMUNISTES ri'~NC;:AlS
ET A QUELQUES AUTRES
Traduccióu:
José
a
vu.:
Villa
t .
edición: diciembre,
1978
La presente edición es propiedad de
Editorial Bruguera, S. A.
Mora la Nueva, 2. Barcelona (España)
Edición en lengua original
©
Régis Debray .
1978
Traducción
©
José M. Vidal Villa -
1978
Cubierta © Neslé
Soulé .
1978
Printed in Spain
ISBN
84 · [1; ·OóI28-1
Depósito legal: B.
39 .36 0 . 1978
Impreso en los Talleres Gráficos de
Editorial Bruguera, S. A.
Carretera Nacional 152, Km 2í.650
Parets del Valles (Barcelona) - 1978
PREAMBULO
En Francia teníamos ya bastantes cosas que
estaban mal. Después de tanto tiempo habíamos
acabado por vivir con ese permanente dolor en un
costado. La izquierda, pensábamos, nos iba a pro-
porcionar algún alivio. Y aún nos hace más daño. Ha
llegado la hora de que todos juntos reventemos el
abceso. De que nos adelantemos a la gangrena, el
rencor y sus malos olores. Tanto peor si lo que voy
a decir hiere a algunos. La sala se vaciará y el escu-
pitajo florecerá. Qué importa: más vale ser odiado
por aquellos que uno ama que verse obligado a
odiar les interiormente.
Quizá dentro de cincuenta años se considere
a 1978 como el punto de inflexión a partir del cual
todo un siglo de esperas cayó en el absurdo. Lo
peor no es siempre lo seguro, y el Ave Fénix se
ha visto en situaciones parecidas: puede renacer
de sus cenizas a intervalos fijos, igual que la izquier-
da renace de sus rupturas. Por otra parte, la vida
de los hombres no es tan larga como para Que se
puedan despreciar esos diez años de trabajos y de
compromisos Que este último otoño se han desva-
necido como un montón de hojas muertas en el
humo amargo de una querella sin final. Se subsa-
5
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o me vincula a ellos, y porque el espíritu dormita
cuando el corazón no late. Porque no se pueden
pedir cuentas más que a los propios, y la locura
de los comunistas es aún, será siempre, la mía.
Porque el mal del siglo, del que el mal nacional
no es más que un síntoma con los colores de Fran-
cia, está ahí. Porque la única vida que vale la pena
vivir es la que ha conducido a mis camaradas cuba-
nos, desde hace veinte años, a ponerse al servicio,
un poco en todas las partes del planeta, de los
pueblos en lucha contra potencias más fuertes
que ellos. Porque si el comunismo es capaz de
crear hombres con este tipo de nobleza, entonces
sí, yo soy y seguiré siendo comunista. Porque si
hay una bandera fraternal es la de color rojo. Por-
que lo innoble, lo tonto y lo delirante no pueden
nada contra esta evidencia que nos y os supera,
queridos camaradas franceces: la única causa por
la cual se puede morir inteligentemente, es decir,
con la cabeza alta, es aquella que os hace saludar
con el puño levantado a aquellos que van a abati-
ros. Es inútil esforzarse, está en la naturaleza de
las cosas. Nuestra naturaleza de franceses. Cuan-
do un buen día, en las antípodas, fui conducido
, hacia el paredón de un cuartel y vi a veinte pasos
a un pelotón de soldados tristes que me apuntaban,
no pude hacer otra cosa más que sumergirme en
el pasado que vive en nosotros. Cuando se tiene
la suerte de tener por herencia y en el fondo de
los ojos la imagen de Peri, de Timbaud o de todos
los «terroristas» fusilados porque eran comunis-
tas, acabar la vida asl es casi un descanso. Los
simulacros de ejecución sólo
después
se sabe que
10
- ---- . · . - , ,
.. .
1
10
son. En este caso, bs órdenes se habían entre-
cruzado. H,ay que creerlo puesto que comenzaron
de nuevo a:1día siguiente. Pero esto es otra histo-
ria que los remolinos de los tiempüs que vienen me
ahorrarán el placer de Contar. En todo caso, es por
estos recuerdos, también, por 10 que vOsotros con-
táis a mis ojos; de rebote y porque lleváis el título
de los que cayeron en Mont-Valerien.
:¡ , Comunistas, es a vosotros a quienes yo exijo:
. la misma palab'a. en eSPañol, qUie'e dec;, ama,
Y exigir, y yo os he amado (I), Pues VOSOtros
lleváis más alto y desde hace más tiempo la vieja
promesa. Me dirijo a VOsotros a causa de vuestras
raíces
Y vuestra concepción del mundo. Las prime-
ras Os vinculan al pasado de la revolución mun-
dial y al movimiento comunista internacional; la
segunda, al marXismo-leninismo.
Estos
títulos de
nobleza proletaria -a los cuales el partido socia-
lista nunca ha pretendido aCceder y con razón_
os crean algunas obligaciones a los ojos de los ino-
centes. El movimiento comunista internacional no
me es completamente extraño, y del mismo modo
que M. Jourdain reconoció un buen día 'que era
prosista, yo reconozco que soy marxista. En
los
tiempos que Corren esto
olerá
a anticuado; sin
embargo no es más que una perogrullada. Procla-
mar que Newton está
muerto
no ha impedido a
nadie, nunca, ser newtoniano Cuando 'se- cae desde
10 alto de Un puente; arquimedianocuando inten-
ta flotar en el río; freUdiano Cuando revive la
eses,
(1) En francés, el Verbo
vouloir
no tiene la acepción
o
de amar, de tt ller cariño, de QUERER, término que en cas-
tellano se identifica a amar. A esto se refiere el autor con
su juego de palabras. (N. del T.)
II
1 (
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na de la infancia, cuando se hundió bajo el agua;
y «marxíano» cuando la crisis y la patronal le han
reducido, un año antes, al paro. Tantas prácticas,
tantos saberes ... , la verdadera cuestión es: ¿cómo
puede un soio hombre ser todo eso a la vez y qué
tipo de unidad vincula a estas leyes entre sí? El
partido socialista dice y repite que no es marxista.
Esta conmovedora intención enternecerá a más de
uno, pero no ciertamente a la burguesía, que segui-
rá practicando su lucha de clases siendo marxista
por dos, ella que no duda, en caso de urgencia, en
comportarse incluso como leninista. Como se ha
visto recientemente en Chile. Aquellos que niegan
la ley de la gravedad se caen al agua igual que
todo el mundo.
Por el contrario, tenemos derecho a esperar de
aquellos que han recibido en patrimonio una «teoría
científica de la historia», que tengan, si no eldomi-
nio de los acontecimientos, al menos el conocimien-
to de las coyunturas. Me dirijo a vosotros, camara-
das comunistas, porque he estado a punto de cree-
ros bajo palabra cuando afirmabais ser «la única
fuerza revolucionaria de la alianza». Me perdonaréis
mi vehemencia. Con los enemigos, el análisis basta.
Uno puede mantenerse frío con aquellos que tie-
nen el oficio .más antiguo del mundo: el de «nue-
vos filósofos». Por su parte, los compañeros mere-
cen la invectiva.
Me dirijo a vosotros porque si la Unión de la
izquierda, versión 1977, se ha roto, ha sido porque
vosotros así lo habéis querido. Hablando franca-
mente: porque vosotros lo habéis decidido así. Lo
cual no dejará de tener consecuencias sobre voso-
2
tras
mismos,
sobre Francia, sobre Europa y sobre
el mundo.
Otro más, diréis. ¡Estamos en plena temporada
Concededme al menos un plazo. Yo no he seguido
precisamcllte el mismo camino que mis pequeñcs
compañeros de eScuela. En materia ue moda y de
anticomunismo, mis Cüétiidade~ PluiesionE ies dejan
que desear. Todo él.quello que Pdsa por ser de Iz-
- qUierdas (de la izquierda del Sena) me considera
como un rancio estalinista. Una venerable revista
mensual espiritualista rechazaba aún. hace poco,
un artículo sobre ur.:::: de mis libros porque «no
había tenido el valor de denunCiAr
p
Gulag». En
efecto, en
estos tiempos
de persecución hay que ser
bien cobarde para abstenerse de formar coro con
la Santa Sede, la Casa Blanca, la Eu, upa de los
nueve, Roger
Gicquel
y
Bernard Pivot
+-en
resu-
men con todas las Potencias del mundo occidental
sin excepción, incluyendo entre ellas, si se da el
caso, a I Hurnanité_ en la condena de los crímenes
del
«estalinismo». No me extrañaría en
absoluto
' que mi censor de 1977 haya
aullado como
un
lobo
Contra David ROUsset Cuando éste publicó en 1951
su Libro
Blanco,
en el que se encuentra expuesta
. integralmente la estructura y el funcionamiento de
10
que se
llamaba
aún
«GUla?».
Cierto es que por
aquel entonces el estalinismo tenía, incluso en
i' Francia,
los
atributos
del
Poder +-Ia Potencia mate-
i
ria1\, la hegemonía inte1ectua1_,
y
que la alta inteli.
o gentzia
es, por
10
menos, tan
sensible
a
las relacio_
.nes de poder como a la injusticia. ¿Quién alcanzará
'alguna vez a una vanguardia Siempre tan adelanta.
lela respecto::: 3U tiempo y Cuya afición al riesgo la
'Condena al Suicidio? As pues, sospechas en la rive
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gauche
y cuarentena en la
ri'.'e
droite (1).
Vilipen
diado en L'Ey['ress, en
Point:
y en París-Match.
Prohibida la estancia en los Estados Unidos (nega-
tiva de concederme el visado). Poco apreciado por
los productores de televisión que, en la bolsa de
valores de estos tiempos, deciden los «cracs» y los
«boorns». La «ideología dominante»; estas dos pa-
labras gastadas, fáciles y naturalmente proscritas
por aquellos cuyas ideas dominan; conozco el peso
y el carácter compacto que pueden tener en la vida
cotidiana de un intelectual. Un verdadero muro de
ladrillo. Vosotros topasteis con él hace tiempo (y
aún hoy, pero mucho menos). Esto también crea
una fraternidad. Que esta puesta a punto demasiado
tardía, no me sirva como rescate ni introducción
en otra parte. Hay odios que producen honor. Yo
deseo conservar el de Philippe Sollers, el de sus
amigos y el de los «massmediócratas» que nos go-
biernan.
Digo todo esto para evitaros el tener que expli-
carme que el sistema imperialista mundial es el
enemigo principal (estoy al corriente), y que la
profesión de fe antiestalinista se ha convertido hoy
en el medio más elegante y más rentable (coste
ideológico: mínitno: ventajas políticas: máximas)
de oponerse a cualquier forma de socialismo para
mañana (ya lo habla comprendido, gracias). No te-
nemos más tiempo que perder en desmontar esos
<.1) Se. habla de
rive gauche
(orilla Izquierda)
y. rive
drotte (orilla derecha) al referirse a los barrios que diVide
el Sena en París y se sobreentiende que los primeros son
de izquierdas y populares y los segundos de derechas
y burgueses. (N. del T.)
14
viejos trucos ni en remontamos a falsos procesos.
Estamos, vosotros y nosotros, en
U D . :: :'
situación
de urgencia. En cuanto a los lugares y las fechas,
todos de espaldas a la pared.
¿Estarnr' frente a la última oportunidad del so-
cialisrno, :) ya la hemos perdido? Sea como fuere,
- si no pasa nada decisivo de aquí a final de siglo en
la Europa latina, la palabra «socialismo» no tendrá
más contenido real que aquel que le habrán otor-
gado las vicisitudes de un parto con fórceps en un
:r;)n país «atrasado y semiasiático» (Lenin, hablan-
elO
de Ia Rusia de 1920). En este caso, el socialismo
llamado científico no habrá sido más que el camino
hacia la industrialización de los países atrasados, el
camino más corto para la acumulación de capital en
los países coloniales y semi coloniales: un recurso
técnico de primera clase para la concentración del
poder político y la homogeneización del terreno so-
cial. Y únicamente por un malcn-r+too tragicómico
que el nombre de Marx continuará vinculado a una
empresa cuyos límites él mismo había pronostica-
do: «El derecho no puede jamás elevarse por en-
cima .del estado económico y el grado de civiliza-
ci ón
social que le corresponden.» Las luchas por
la emancipación en el Tercer Mundo habrán serví-
,do, a escala histórica, y a causa de sus derivacio-
nes económicas, para obligar a Europa a efectuar
una elección decisiva: «Socialismo o barbarie.»
Pero ellas eran incapaces por sí mismas de tomar
dicha decisión. Personalmente, como muchos otros
europeos, ha sido gracias a esos combates que he
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'~~ 'aprendido la historia sobre el texto, pero de un
modo que ningún texto enseña Hasta comprender
la importancia de una pequeña frase sobre la cual
habíamos pasado un poco rápidamente, por impa-
ciencia: «El desarrollo de las fuerzas productivas
es prácticamente la condición primera, absoluta-
mente necesaria, por la sencilla razón de que, en .
caso contrario, se socializaría la
índígenr+a
j
3 .
indigencia haría reccmenzar la lucha por lo nece-
sario, y por consiguiente, resucitaría todo el antí-
guo fárrago ...
»
(Karl Marx) . Precisamente en los
países nuevos es donde el viejo fárrago encuentra
su mejor terreno. Si algo de nuevo puede suceder
algún día, será en el Viejo Mundo o en ninguna
parte.
No estoy exagerando los riesgos de nuestra úl-
tima crisis hexagonal por un simple amor a lo Pil-
tético. En historia. resulta un mal cálculo medir
los efectos con la escala de las causas, y depende
de las circunstancias que hombres de talla normal
se encuentren o no en el origen de acontecimien-
tos inauditos. Dichas circunstancias se están dan-
do en Francia hoy día. Lo que este otoño de 1977
hemos visto abortar por la decisión de algunos
hombres ordinarios. es un movimiento de masas
con proyecciones extraordinarias, mundiales e his-
tóricas. Quizá-era una «última oportunidad». Pues
si el triángulo de oro del socialismo moderno es el
que dibujan Italia, Francia y España, este triángulo
tiene su base en nosotros. Se quiera o no, incluso
si el galocentrismo hace sonreír.
La
ruptura
no
ha tenido lugar
en
cualquier
par-
te: entre la Europa protestante y profundamente
capitalista del Norte y la Europa latina o medite-
rránea, virtualmente socialista, del Sur, Francia
ocupa una posición intermedia, de mediadora o de
intercesora. Se trata claramente del eslabón
decí-
.sivo en el que se puede decidir, incluso mañana, la
hegemonía política e ideológica de una u otra Eu-
ropa, teniendo en cuenta que está muy claro que
las dos Europas constituyen el punto estratégico
. y último de las luchas mundiales de la época, la
clave de la correlación de fuerzas planetarias. Si
se nos dice que el ideal socialista está condenado,
como mínimo tenemos que presentar una exigencia
a sus enterradores: que venga a exhalar el último
suspiro allí donde tuvo su cuna y que el acta de
defunción se escriba en el lugar de su nacimiento.
Así finalizará un ciclo de la historia humana.
NIl ¡enemos la culpa de que la historia haya
.1
hecho de Francia la patria por excelencia del so-
cialismo; de que Cabet inventara la palabra comu-
nismo, que se encuentra ya en Restif de la Bre-
tonne; de que el
concepto
llegara a Marx en 1844
mientras se paseaba por París; de que la Comuna
de 1871 proporcionara a la cosa su primera e in-
cluso ejemplar encarnación (permitiendo a Marx
forjar los instrumentos de la. tr2 .isición, como la
dictadura del proletariado, e-ntre otros); de que la
Internacional fuera la canci6n de los mártires de
Bellevílle: de que la
bonsier« ~ j
antes de dar la
vuelta al mundo, tuviera que darla al Champ-de-
Mars un día de verano de 1791; de que la plebe
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parisiense la reclamara, un día de febrero de 1848,
en I: plaza del Ayuntamiento, como símbolo de su
liberación y emblema de la nueva Francia. Nadie
es propietario de este patrimonio universal deshe-
redada, pero la historia ohliga. No veo por q11Ómo-
tivo tendríamos que ser condenados a hacer nues-
tro -bajo el nombre de internacionalismo- el
patriotismo de otros -sov¡é~:c.os, chinos, cubanos,
vietnamitas, etc.-, sin asumir también y en pri-
mer lugar nuestra historia nacional, que no es úni-
camente la de una nación imperialista, sino la de
una
nac ión
que ha sembrado el movimiento obre-
ro por todo (;1 mundo. Necesario o no, el hecho es
que la bolchevización del comunismo francés a par-
tir de 1924 desnaturalizó la causa al desnacionali-
zar el instrumento. Hoy
día.
reinventar el socialis-
mo consiste en primer lugar en repatriarlo. El bru-
tal polizonte ruso logró inculcar a sus acreedores
históricos una mala conciencia de deudor: durante
mucho tiempo tuvieron que hacer suya la incultura
chauvinista de Stalin, hasta que, poco a pece, re-
cuperaron la memoria gracias al Frente Popular y
la Resistencia. ¿Cuándo llegará el momento en que
este (carácter de pureza clásica» -que Francia
imprimió al feudalismo, a la monarquía hereditaria,
a la democracia burguesa, y que fascinó a Marx du-
rante toda su vida- imprimirá su verdadero sello
a una democracia socialista, a un modo de produc-
ción y de gobierno que no han conocido hasta hoy
más que esbozos deformes, a veces monstruosos?
8
.~.:'
¡., . J.
La ruptura no ha tenido lugar en cualquier mo-
mento, ha acaecido en un momento pocas veces
igualado de descomposición política, moral e ideo-
lógica del bloque en el poder. En un país en el que
por tradición todo poder político se ejerce en nom-
bre de una Idea (Dios, Progreso, Nación, Razón,
Industria), vemos una clase dominante que domina
sin saber por qué. Sin utopía, sin proyecto e inclu-
so sin retórica. Una clase que ha perdido, incluso
a sus propios ojos, el sentido de su legitimidad. Sin
otro cimiento que el miedo por lo que existe: de
ahí las fisuras, los clanes, los arreglos de cuentas.
A pesar de que la crisis económica del capitalismo
es mundial, únicamente en Francia estas circuns-
tancias
políticas
han abierto tal brecha en el dis-
positivo estatal y provocado tal vacío en la con-
ciencia social. No hay un entorno fascista como en
1936; no hay ejércitos anglosajones en nuestro sue-
lo, como en 1944; no hay gangrena colonial, como
en 1956; no hay héroes nacionales ante nosotros,
como en 1967-1968. Entonces, ¿qué? Jean Ellens-
tein está de un humor más circunspecto que el car-
denal de Retz. Pero cuando el primero confiesa:
«Jamás las condiciones históricas han sido más
favorables que hoy», ¿cómo no pensar en el segun-
do cuando dice: «No hay nada en el mundo que no
tenga su momento decisivo, y la obra maestra de
la buena conducta consiste en conocer y saber
aprehender dicho momento?»
¡.volverán a producirse momentos parecidos?
¿Para qué, si se ha comprobado que los encargados
de esa misión no pueden ni siquiera reconocerlos
..
~
~:
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.:
i
París, otoño de 1977. En las calles, en las fábri-
cas, en los pasillos, en los cafés, una mezcla de
abatimiento y de alivio.
Abatimiento ante el inicio de una polémica que
según el presentimiento de todo el mundo no de-
tendrá nada y de la que nadie sabe qué la ha pro-
vocado verdaderamente. Unica certeza: los perros
están sueltos. Destrozarán incluso a sus propios
amos. Es algo inútil, demente, inevitable.
Alivio ante este retorno a un estado normal de
absurdo, visto y oído cien veces y, en este caso,
sordamente esperado por una y otra parte. A los
primeros acordes de un estribillo célebre, el can-
tante popular levanta una ola de aplausos de sus
fans. Por fin nos reencontramos: es él, somos nos-
otros.
Sísifo cada diez años
Henos aquí, pues, en marcha una vez más hacia
el «social-fascismo» del tercer turno. Después de
1927-1934, 1947-1954, ¿1977-...? En 1932, los so-
cialistas constituían «un destacamento de vanguar-
dia de la burguesía contra la Unión Soviética», y
aunque Aragon haya abierto «fuego contra
Léo n
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Moch) (l), consolidada bajo la égida favorable
de Waldeck-Rochet en la campaña de las presiden-
ciales de 1965, la Unión fue de nuevo relanzada
por vosotros en 1966, teniendo como objetivo un
programa común «para toda la izquierda». En fe-
brero de 1968, primera victoria: vuestro partido y
la FGDS (2) firman una plataforma común. Más
que una declaración de intenciones, menos que un
programa de gobierno. Un cierto mes de mayo se
interpuso inesperadamente, y algunas semanas de
refriegas hundieron algunos años de construcción.
¿Por qué no se pudo asegurar una «salida política»
a la huelga general? «Porque los dirigen L e S de la
Federación de la izquierda no habían asumido la
idea de una verdadera alianza sobre la base de un
programa común con los comunistas, y los de la
CFDT (3) aún menos.» (Waldeck-Rochet.) Por tan-
to, se parte nuevamente de cero y en la misma di-
rección. Después de otros cinco años de esfuerzos
tenaces, el programa común fue firmado, no con
la FGDS sino con el PS (4). y he aquí que de nue-
vo es enterrado. No dudo ni un solo instante que
veremos otro dentro de cinco años -el mismo, re-
visado, con otro partido socialista-, el mismo, más
o menos alterado, para desembocar cinco años más
tarde en otra ruptura igualmente desalentadora.
Las mismas causas produciendo los mismos efec-
(1) En las elecciones francesas, a la segunda vuelta, el
candidato de izquierda peor situado desiste de presentarse
para apoyar al mejor situado; esto, claro está, en períodos
de urridad de la izquierda. <N. del T.)
(2) FGDS: Fédération de la Gauche Democrate et So-
cialíste .. Organización política socialista dirigida por Fran-
~OlR Mltterrar.d.
.(3) CFDT: Sindicato obrero no comunista, de influencia
cristiana en su origer..
(4) PS: Partí Socia lis te, resultado del proceso de fusión
de la FGDS.
26
tos. Pero si el mundo es absurdo, también es racio-
nal y ha llegado el momento de buscar la razón
de esta sinrazón.
La que está por encima de vuestras razones
sempiternas. ¿Cuál es la razón por la que las ma-
sas, en 1958, no estuvieron a la altura de las cir-
cunstancias él la hora de «cerrar el paso al fascista
De Gaulle»? La ausencia de
«unión
de las fuerzas
democráticas», o más concretamente, «el obstácu-
lo puesto por el partido socialista a la acción cc
mún de todos los trabajadores» (declaración del
buró político [BP], el 15 de mayo de 1958). ¿Y
cuál es la razón por la que las masas, en 1978, no
estuvieron a la altura de las circunstancias a la
hora de cerrar el paso al fascista Chirac, tras
la fracasada tentativa de apertura de Giscard? La
ausencia de «unión de las fuerzas democráticas»,
o más concretamente. «los obstáculos puestos por
el partido socialista. etc.». Vosotros sois los únicos
en ser consecuentes con las ideas. Por tanto, si gi-
ramos en círculo, consolémonos: lo hacemos según
un plan preestablecido.
Vosotros sois también los únicos a quienes los
fracasos no abaten. Sísifo, cada vez, repone fuer-
zas al fondo de la pendiente. Cada diez años se
anuncia el fin del PCF, que entierra al año siguien-
te a sus impacientes enterradores (como por ejem-
plo, después de 1968, el izquierdismo estudiantil
que decretaba vuestro fin porque el suyo ya se es-
taba aproximando). Cada diez años, militantes va-
lientes y lúcidos intervienen para romper esta ron-
da, cumpliendo el doble papel de intermediarios
entre los hermanos enemistados (socialistas y co-
munistas) y de intercesores del deseo de unidad
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de ia base ante las direcciones en disputa. Retienen
por un momento la atención, pues la lógica les da
abundantemente la razón. Así como el
pi e
del so-
cialísrnc :: : 1 Francia pasa por la unidad de sus dos
componentes, del mismo modo el eje de la unidad
pasa por en medio, entre los dos partidos, puesto
que, al tener una fuerza aproximadamente igual,
ninguno puede unirse al otro sin renunciar a lo que
es. Los hechos, sin embargo, no tardan en demos-
trar el error, como si le real tuviera sus propias
razones, que no son las de la lógica. Estos esbozos
de partido se hinchan y estallan como burbujas,
una detrás de otra, y después de su eclosión todo
en el paisaje de la izquierda se encuentra igual que
antes. Las siglas enmohecidas que no dicen nada
a nadie recubren muy hermosos y legítimos esfuer-
zos. En los años veinte el
partido comunista
uni-
tario
de Frossard. En los años treinta el
partido de
unidad proletaria (por no mencionar el PPF de Do-
riot, cuyos temas vuelven a brillar en el mundo,
pues el aire de los tiempos da un baño de juventud
a los años treinta, con lo que el ideólogo Bertrand
de Jouvenel reaparece, todo color de rosa, en la
televisión de Estado). En los años cuarenta la
agru-
pación democrática revolucionaria
(creada en 1948
por Sartre, Rousset y Rosenthal). El
partido socia-
lista autónomo,
en 1958, seguido del
partido socia-
lista unificado,
que alcanzó su apogeo después de
1968 (con un 4,66 % de los votos). No dudo que
muy pronto veremos surgir -las circunstancias lo
justifican ampliamente- al partido que tendrá mo-
tivos para rechazar el estéril «cara a cara del esta-
linismo y la socialdemocracia», pero todos sabemos
que correrá la misma suerte que los otros. Deberá
28
ser el lugar de reunión de todos aquellos que, en
los dos lados, están decepcionados por el fracaso
y que son la mayoría, pero no lo será porque la
identificación de los militantes con su institución-
madre es más fuerte que la solidaridad ideológica,
porque la biología, en suma, dicta su ley a la polí-
tica. La izquierda, desde e congreso de Tours, tiene
la dualidad inscrita ::;;. su programa genético y la
unidad en su programa político. La obra la realizan
entre dos, la institución exige y consigue su propia
estabilidad. Vosotros sois gente de orden y tradi-
ción. Se puede contar con vosotros para que el
paisaje permanezca inalterable, sean quienes sean
los tránsfugas y los mirones.
Las venturas de la ortori(\~: :::.
El partido comunista francés aguanta y no se
rinde. Vosotros sois la memoria de la izquierda, su
hilo conductor, su reserva original. Es vuestra gran-
deza y nuestro destino. -Cada reflujo hace en.erger
el polo estable de la Unión, el muelle de partida
y de llegada del periplo, intacto, rutilante, impla-
cable. Como si estos fracasos periódicos os reju-
venecieran. La capacidad que tiene el aparato del
partido para sobrevivir a la ruina de su estrategia
forma parte también del programa.
Vosotros vivís para la Unión. Pero después de
cada ruptura, los días de luto son más bien breves.
E~ evidente que se sufre mucho más en la base que
en la cúspide, entre los electores y simpatizantes
que entre los cuadros dirigentes y los comités per-
manentes. Y es que la situación de autarquía, para
29
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un aparato político, es un poco la prueba del nueve
de su: necesidad. Viviendo sobre sí mismo, por y
en sí, cumple su sueño secreto: convertirse en sus-
tancia, en sujeto autosuficiente. Observad la vida
de una federación en un departamento (1) del país
alejado del centro. En la fase unitaria, los respon-
sables deben asumir cada día riesgos políticos que
chocan con sus costumbres y violen a veces sus
convicciones. También se ven obligados a perder,
junto con sus aliados, gran parte del tiempo que
no consagran a su partido: correr de aquí para allá,
consultar a tal compañero socialista, negociar con
tal otro radical, dosificar las listas elector ales, re-
partir los papeles y los puestos en la tribuna o en
las manifestaciones callejeras, examinar los textos
firmados en común. Este trabajo meticuloso, alea-
torio, insatisfactorio por definición, puesto que se
hace sobre la base de compromisos cojos, gasta a
los más fieles, que acaban por no saber distinguir
lo mío de lo tuyo. Por el contrario, el repliegue
simplifica las tareas ... y la vida. La polémica rea-
nima la llama que atestigua la integridad primera
del partido, que se purifica remontándose a las
fuentes. Desvelar fieramente la naturaleza refor-
mista del vecino permite no plantearse demasiadas
cuestiones sobre la de uno mismo, y nada mejor
que oponerse
f 1 1
reformismo para pasar por revolu-
cionario. En resumen, la ruptura en política da
lugar siempre a reencuentros.Libera el atavismo,
halaga al amor propio y proporciona una sensación
de seguridad. Es un mismo y único «uf» de alivio
(1) Departamentc: división territorhl y admini~trati- a
de 18s regiones. Equivalente a ~ provincia en Espana.
(N. del T.)
3
el que han exhalado las viejas guardias estalinista
y socialdemócrata en el seno de los dos partidos.
Los de abajo desesperan; los de arriba se alegran
y convencen rápidamente a los primeros de que
encuentren un motivo para hacer lo mismo. Los
cuadros tienen sus motivos, que los encuadrados
no tienen. No es una cuestión de personas ni de
moral. Todo el mundo es de buena fe. Pero entre
los fieles que se contentan con tener la fe y los
guardianes de la fe, que hacen profesión de ello,
la relación, por la propia fuerza de las cosas, no
puede ser ni simétrica ni transparente. La ortudo-
xia es una
función obsidional,
y las herejías son
eliminadas más fácilmente en una fortaleza ase-
diada que en mitad del campo. Por tanto, para un
aparato no es nunca negativo el buscarse un ene-
migo determinado cuando hace falta devolver las
aguas a su cauce después de alguna fantasía, rela-
jamiento o incursión fuera del perímetro de defen-
sa. En un entorno hostil, el monolitismo es una ne-
cesidad vital: ley de la guerra, ley de la política.
Dicho de otra manera: el monolitismo tiene como
necesidad vital una cierta hostilidad del entorno.
Sobre todo cuando se da un poco de movimiento
en los engranajes, de flotación en el sistema de va-
lores y de conductas, cuyo conjunto delimita el
medio interno del partido, con sus constantes, su
equilibrio, sus espacios tradicionales, en una pala-
bra, su status.
En este caso, la psicologfa de partido .determi-
nada en última instancia por leyes biológicas)
muestra un hecho material, de orden histórico. Vo-
sotros no ganáis nada con la ruptura, pei
v
perdéis
menos que los demás. Cada vez que la izquierda
31
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francesa se hunde e incluso se divide, el partido
comunista se reduce un poco (en número de esca-
ños, en número de votos). pero estas pérdidas en
números absolutos son ganancias relativas; por
tanto, el punto fijo de la unidad emerge como lo
mejor, por contragolpe. En suma, las desgracias
de la Unión hacen las venturas ti< -I Aparato. No se
trata de una
afirmación
escan+alosa.
Es
un hecho
estadístico.
El efecto basculante
/
.
e
Si se considera el medio siglo pasado desde el
punto de vista electoral -amigos revolucionarios,
cerrad vuestras delicadas narices antes de entrar
en esta cocina-, se asiste a un evrraño movimien-
to de báscula: vuestro partido avanza cuando su
causa retrocede. Cuanto más se aleja el objetivo
(ela Unión democrática», «el Gobierno popular»),
más se refuerza el instrumento: Pero, a la inversa.
cuanto más verosímil parece la victoria, menos evi-
dente parece la importancia de vuestro partido (al
menos cuando se mide su fuerza por el número de
sus escaños y de sus votos: y es precisamente
con ese barómetro electoralista con el que vosotros
calculáis hoy Ias «relaciones de fuerza» en el seno
de la izquierda). Este movimiento de columpio tie-
ne la regularidad de un fenómeno físico natural.
Aparentemente, cada impulso a la izquierda en
el país hincha vuestras velas al mismo tiempo que
la de los socialistas (1936. 1956. 1967. 1973, 1977),
Y cada reflujo de la ala os hace regresar juntos
(18::;1: 1958. 1962. 1968). Cierto es que la desunión
~~
de la izquierda da lugar siempre a una reducci6n
general de sus dos componentes. y por ende a una
victoria de la derecha. y esto desde el Congreso de
Tours (desastres electorales de 1928 y 1932, acom-
pañados de una caída de los efectivos de vuestro
partido durante toda la fase de «clase contra cla-
se»). Pero observándolo más de cerca no se trata
de un movimiento uniforme:
1) La división de la izquierda, desde hace
cuarenta años, afecta más al partido socialista, or-
gánícamente (división) y electoralmente (número
de votos). que al partido comunista. En 1958. el
PCF se mantiene con el 20
%.
pero la SFIO (1) des-
ciende al 14 %. En 1962, en el vacío de la ola uni-
taria, el PCF tiene el 21,8 % Y la SFIO el 12.7
%.
En 1968, hundimiento de la FGDS, asentamiento
del PCF.
2) En el período de unión de la izquierda, los
dos partidos progresan. pero el PS progresa mucho
y el PC un poco. Proporcionalmente, la Unión acen-
túa las diferencias. incluso cuando os lleva muy
hacia delante, como en 1936. La dinámica unitaria
juega en contra vuestra, la dinámica de la división
juega a vuestro favor.
No hay ejemplos más tangibles que las dos úl-
timas elecciones presidenciales: en el
summum
de
la división, en 1969, la diferencia es máxima a vues-
tro favor: Duelos, 21,5 %-Deferre, 5,4 % (2); en
el summum de la unión -candidatura única de Mi-
tterrand en 1974-, la diferencia se hace máxima
en sentido inverso.
(1) SFIO: Section F'rancalse de I'Internatíonale Soclal íste.
(2) Respectivamente, candidatos comunista y socialista.
33
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se enmiendan y regresan al centro. ya os están
traicionando. En 1975. las
Assises du socialisme
os
asustaban por sus veleidades izquierdistas: dema-
siados militantes sindicalistas. demasiada fraseolo-
gía revolucionaria. Polémica: «No permitiremos que
os hagáis más fuertes en detrimento de la clase
obrera.» Se creía que el peligro había pasado. Y he
aquí
inesperadamente otro. en 1977: ¡Demasiados
enarcas (1). demasiados funcionarios' Más polémi-
ca: «No os dejaremos arrastrar a la clase obrera
hacia una política centrista.» Ya sería hora de que
dierais la definición. de que fijarais cuál debe ser
la imagen del socialista adecuado. Abandonados a
sf mismos jamás encontrarán la medida exacta en-
tre demasiado y demasiado poco. La CERES os
horripila: bloquea la partida al disputaros el mo-
nopolio de. las empresas. del análisis marxista y
de la fe revolucionaria. La vieja derecha de la SFIO
os encoge el corazón con su pasado. sus conexio-
nes atlantistas. su anticomunismo visceral. ¿Los
convencionales (2) del centro? Un montón de tre-
padores de largos dientes. La única solución: ¡la
próxima vez lo hacéis vosotros mismos El partido
socialista modelo. para la alianza modelo. Los hay
excelentes. en algunas democracias populares, cor-
tados a medida y nada molestos. Pero entonces.
¡renunciad a '(da vía francesa al socialismo»
Por otra parte. decir que el PS os molesta es
decir aún demasiado. Leyendo vuestros últimos tex-
(1) Enarca: licenciado de la Ecole Nationale d'Adminls-
tration (ENA), en general muy ligada a la gran burguesía.
Los enarcas tienen fama de copar los principales cargos
públicos y pertenecer a la derecha civiliz8da : la de los
tecnócratas de la Administración pública.
(N.
del T.)
(2) Convention Republicaine. Grupo político dirigido por
Fr-ancois
Mitterrand antes de la constitución de la FGDS.
4
It'
. . • .
.jj
tos (1). nos enteramos de que ellos no intervenían
para nada. y de que la Unión 5¿ hizo sin. a pesar y
rnntra el PS. Objeto pasivo. con su papel usurpado
y jamás actor. el partido socialista es un puro efec-
to al que se le escapa n los motivos de lo que hace
cuando lo que hace está bien. y que se escapa a sus
propios motivos cuando lo que hace está mal. No
hace mucho. fue
«obligado»
a firmar él j.Jlograma
común bajo «la influencia determinante rlp ] Par-
tido comunista». Después. «cedió a las f'orrmda-
bles presiones de la derecha». Tan pronto recita
el texto que le han puesto entre las manos «los
millones de trabajadores que siguen a los comu-
nistas». como repite torpemente lo que le 3Cp : ::
«los grandes monopolios». Los socialistas no tie-
nen historia. ni debates internos (la Unión es un
combate. también en el PS). ni proyecto original
y ninguna capacidad de iniciativa. Sólo tiene una
naturaleza: la de la página en blanco. [El autor
está siempre
en otra parte
¿De qué sirve. pues,
f'c -
licitar al PS por haber firmado hace un tiempo un
«programa con orientaciones revolucionarias». si
en el fondo sigue siendo «completamente reformis-
ta»? El mérito sólo os correspondía a vosotros. ¿Pe-
ro para qué sirve denigrarles si en la actualidad es
el gran capital el que los domina? «El partido so-
cialista. en tanto que partido reformista, no cam-
bia. y sin embargo su política ha cambiado varias
veces.» (Francoís Hincker.) Este pensamiento a la
vez esencialista y mecanicista es muy
cóm odo:
en
suma. el próximo avatar de la Unión, si es positivo.
no se deberá a la sustancia socialista. inerte por
(1) Francois Hincker:
L'Union: d'ou venons-nous?
O u
all.ons-nous?
En La
Nouvelle Critique,
diciembre de 1977.
41
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naturaleza, sino a vuestro incansable trabajo de
persuasión. Cuando vuestros intelectuales regresen
a las comodidades de la escolástica
medieval,
sa-
bemos por c:';¡:'criencia que se preparan fastidiosas
regresiones políticas.
.-
'. 42
,
~;:;
.
.,..~·J~jl.~,
W~'l - '\
11
¿SER REvOLiJCIONARIO
SIN HACER LA REVOLUCION?
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tal juntos. Se le busca desde hace más de cien años,
Mientras tanto, i.enemos que arreglamos con la
ambigüedad.
¿Elecciones =traición? Sí, todos somos renega-
dos, y
lU
tenemos la culpa. Vosotros. comunis-
tas, lo sois en principio tanto como los socialistas,
y nadie puede reprochároslo. Como máximo se os
podría invitar a una utiiización más r=sponsable
del vocabulario de la
«revoliv-íón» .
Pero si el sen-
i
tido de las palabras se os escapa, no podréis esca-
/ par al veredicto de los hechos.
;•.....'- Es un hecho que en Europa ()r.rirlp.ntal la hege-
monía burguesa se ejerce
él
través del sistema elec-
toral, mediante el que ha conseguido canalizar la
lucha de clases. Los revolucionarios son materia-
listas. Como materialistas, reconocen la realidad
de los hechos. Como revolucionanos, no
puedéii
dejar de ver en esta realidad el sufragio universal
al instrumento principal de la contrarrevolución.
La soberanía del pueblo se ejerce a través de
sus representantes elegidos por medio del voto
secreto por todos los adultos (18 ó 21 años), hom-
bres y mujeres. Esta somera definición de la demo-
cracia no. podrá ser cuestionada por ninguna forma
de socialismo occidental (incluso si puede y debe
añadirle rasgo~ suplementarios) sin condenarse a la
poesía de lo ridículo o a los castigos de lo into-
.lerable ..
No obstante, ningún régimen social habría sido
reemplazado por otro sI hubiera resultado nece-
sario esperar al voto de una mayoría en el seno
de un organismo elegido. Esta es una verdad de
todos los tiempos. Para referimos al nuestro, y ya
sea en París, Berlín, Moscú, Lisboa o en otras par-
- : . : ,
f~,
·
' : ¡; ; í > \
,.,,-~
.~ .
tes, se debe constatar que «revolucionario» y «mi-
noritario» son epítetos' estrictamente sinónimos,
tanto en los cuerpos electorales como en las asam-
bleas elegidas. Los bolcheviques eran minoritarios
en la Asamblea Constituyente elegida en noviem-
bre de 1917 (175 escaños sobre 707) y disuelta en
enero de 1918 (en medio de la indiferencia gene-
ral). Los espartaquístas de Berlín fueron aplastados
por un gobierno socialdemócrata ampliamente ma-
yoritario en el país. El parlamento no tuvo tiempo
de instalarse en la China prerrevolucionaria (a fal-
ta de una verdadera revolución democrático-bur-
guesa), pero en Cuba, en 1958 -con la ayuda del
fraude, ciertamente-, Batista venció claramente en
las elecciones generales. ¿Hay que añadir a la lis-
ta el Chile de anteayer y el Portugal de ayer?
No hay revolución en el mundo -burguesa ayer,
socialista hoy- que no se haya hecho sin y contra
_el sufragio universal. Al menos hasta el presente.
. Máquina tautológica destinada a medir la domina-
ción de los dominantes, el sufragio universal tiene
: por función confirmar, ratificar o legitimar el statu
:_ quo ante. Del mismo modo que el barómetro indi-
ca qué tiempo hace, las urnas consagran 1 0 que
existe: el retraso de la conciencia social sobre la
realidad, inherente a toda sociedad, se acentúa aún
más en los momentos de crisis política, en los que
la fotografía electoral queda distanciada por la
cinematografía del movimiento revolucionario (1):
como revancha, una vez definitivamente invertida
(1) La Franela de 1789 eligió unos estados generales
tremendamente monai quícos, as como la de 1792 una Con-
vención en la que el
mara s
es mayoritario. La revolución
de 1848 se dotó de una cámara luisfilipina, la Rusia bol-
chevique de una cámara socialista-revolucionaria , etc ...
47
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del Frente Republicano de 1936, demasiado débil:
el
acuerdo de las izquierdas de 1924 y el Frente Po-
pular de 1936.
Excepciones precarias y frágiles. tanto hacia
arriba, en el orden de las causas, como hacia abajo.
en sus efectos: elecciones ganadas por poco mar-
gen. sin «mar de fondo» ni «oleaje». y gobiernos
fugaces, que no superan en ningún caso el límite de
los dos años de vida. Añadamos lo que todo el
mundo sabe: que la Cámara con mayoría radical-
socialista de 1936. que invistió al gobierno Blurn,
entronizó cuatro años más tarde al mariscal Pétain
en Vichy; y que la Cámara de 1956, en la cual la
izquierda detentaba la mayoría absoluta (pero en
la cual los votos comunistas no contaban oficial-
mente), votará treinta meses más tarde la investi-
dura del general De Gaulle. ¿Es así como viven los
hombres? Aparentemente, los parlamentarios sí
viven de este modo Es ésta la Francia con la que
la izquierda tiene que batallar. y de la cual ella
misma forma parte.
En Moscú. en 1918. los campesinos-soldados
que vigilaban a la Asamblea Constituyente no re-
sultaron chocantes para demasiada gente cuando
enviaron a los charlatanes a su casa, porque ellos
tenían ganas de dormir. En París. en 1978, el dipu-
tado puede hacervreír, rabiar o encoger de hom-
bros. está ahí y la fuerza de las bayonetas no le
hará salir. Nuestra República va a celebrar su bicen-
tenario en un país ya cuadriculado, cercado. eri-
zado de instituciones, fijado en unos comportamien-
tos ca?i hereditarios: En el sismógrafo electoral,
una oscilación de uno o dos puntos tiene el efecto
de un temblor de tierra. El mañana no será más
54
que un ayer transformado y las mutaciones socio-
lógicas que ha sufrido Francia desde 1920 (dismi-
nución de la población rural a la mitad, entre otras)
no ha alterado radicalmente las formas de expre-
sión política ni los marcos institucionales de reso-
lución de las luchas. La prueba de ello es que voso-
tros continuáis ahí y los socialistas también; y que
cada día que pasa nos hace volver al congresc de
Tours y al discurso de Blurn. Aunque este juego
pueda cansamos, los tiovivos giran aún. Alrededor
del eje mayoritario. al ritmo oficial de los escruti-
nios y de los contratos de legislatura. Y ello será
así mientras dure la paz europea -que promete ser
larga- y sean cuales sean los sobresaltos de la
crisis económica mundial -que promete ser
dura-o Esta es la lección, en una palabra; no
hay revolución posible a
través
de las urnas; no hay
revolución posible contra las urnas (excepto en
caso de guerra y de derrota militar de la clase «na-
cional»: 1871 o, en parte, 1944).
El medio para permanecer puros
¿Cómo es posible que un partido se llame «res-
ponsable» si no acepta someterse al «veredicto de
las urnas»? Pero ¿cómo un partido puede llamarse
revolucionario si se pliega por completo y sin se-
o, gundas intenciones a la legitimación por la elec-
ción? No juzguéis con esta contradicción: es la
vuestra y es fundamenta1.
Seamos francos. Vosotros habéis hecho de la
modalidad electoral el centro de vuestra estrategia. )
Participar en las elecciones es una vieja táctica que
55
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¡-,ingún revolucionario digno de ese nombre debe
rechazar por principio. Pero precisamente en ese
caso, se enuncia abiertamente como una táctica.
Lenin, después de 1905, recomienda a los bolche-
viques servirse de la Duma como tribuna de propa-
ganda y agitación; Rosa Luxemburg aconsejó a los
espartaquistas «utilizar la Asamblea Nacional para
movilizar a las masas contra la Asamblea Nacional».
Ahora bien, para vosotros, una campaña electoral
no es una forma de lucha entre otras: la campaña
resume, acaba y determina todas las otras formas
de lucha. No utilizáis la legalidad burguesa con
fines revolucionarios, sino que subordináis los fines
revolucionarios a la legalidad burguesa. Se le bau-
tice o no como «eurocornunismo», ese cambio
muestra una verdadera subversión de todas las tra-
diciones revolucionarias existentes. Era preciso
reconocerlo
--{<aussprechen was ist»,
decir lo que
es-, como lo hacía Lenin, que no dudó nunca en
violar los tabúes y sacudir el ciruelo tantas veces
como fuese necesario, con una franqueza capaz de
despertar a los muertos vivientes del leninismo.
Habéis retrocedido ante la enormidad, ante la evi-
dencia de esta ruptura de hecho con la letra y el
espíritu de las prácticas bolcheviques, con la teoría
de Marx, por supuesto, y probablemente con la de
Engels (quien, alfinal de su vida y bajo la influen-
cia de Lassalle, esperaba, no obstante, milagros de
la extensión del derecho de voto en la Alemania de
Bismarck).
De ahí vuestro problema de f' ondo .] ¿cómo adap-
tarse al molde mismo de la democracia burguesa
(parlamentaria o presidencial, poco importa, repre-
sentativa en cualquier caso), salvaguardando al
50
[mismo tiempo vuestro carácter de «partido-no~
como-las-otros», de ((~nico-partido-revolucionarJ0>;;'
Una sola solución: la sustitución. Una sola salIda:
desenganchar la cualidad «revolucionaria» de lo
que se hace para engancharla a lo que es; hacerla
pasar del terreno de la práctica política al de los
principios y las definiciones; y puesto que ya no
se es revolucionario en las acciones,
Se
convierte en
- revolucionario en la naturaleza v por naturaleza,
por su naturaleza de clase en primer lugar, de mar-
xista a continuación.
El partido comunista es el único partido revolu-
cionario de Francia, porque es ~l partido de la úni-
ca clase revolucionaria hasta
1 ' 1
fin» : la clase obre-
ra. Este genitivo de pertenencia, de genealogía,
de representación, queda convertido en escudo y
blasón, en armadura y escudo de armas. 1aramen-
te lo habéis exhibido tanto. Evidentemente, esta
definición (o su equivalente electoral, en esa len-
gua burguesa que habéis hecho
vuestra:
el partido
de los «más desfavorecidos»), en medio del nau-
fragio general de las referencias teóricas
y
de los
valores históricos, constituía vuestra última tabla
de salvación. Ante el aumento del oleaje,
debíais
disputar a todo precio, no sólo aquello que os dis-
tingue de vuestros vecinos, sino ante todo aquello
de lo que tenéis necesidad para daros seguridad a
vosotros mismos sobre vuestra esencia revolucío-
naría. Habéis transigido sobre casi todo, pero en
esto no, es sagrado. Y con razón, pues es la marca
de vuestra identidad, es decir, de las vallas que os
cercan. El recinto sacraliza, la circunscripción con-
sagra. Los muros del «coronel Fabien» pueden ser de
vidrio, que no por ello dejarán de delimitar menos
7
.:.-\ •..,~
-.
. . . . .
;
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':
un espacio aparte en el mapa político del país: el
templo de un coucepto. ~.1s.9p..c.eplq:c ~~~;ase.obrera.
Es inútil poneros díficultades, como lo hace la
derecha, sobre la exactitud sociológica de la cosa.
Cierto es que el vuestro es el único partido que
cuenta con antiguos obreros en gran número, en su
dirección nacional y en su aparato. Y un tercio del
electorado «obrero» vota por vosotros: probable-
mente el más consciente, el más sólido, el más
avanzado. Sea. Sin vuestro partido, columna verte-
bral de la conciencia de clase, los obreros nunca se
hubieran considerado a sí mismos como parte de
una clase social aparte, portadora de otro mundo
más coherente, más justo. Pero incluso si un 99 %
de los trabajadores y trabajadoras de Francia vota-
ran comunista, eso no sería suficiente para con-
vertir al partido en «revolucionario». Tanto en el
sentido marxista como en el leninista. Sabéis que
para Marx la clase obrera no tenía fundamental-
mente necesidad de partido: «La emancipación del
proletariado será la obra del propio proletariado.»
y Lenin no cesó nunca de distinguir el partido de
vanguardia marxista del movimiento espontáneo
y sindicalista de la clase; en el
¿Qué hacer?
llegó
incluso a medir la calidad de una vanguardia por
la distancia que sabía o no guardar con respecto
a la masa obre-ra. Si fuera suficiente una base e
incluso una dirección de composición obrera para
ser revolucionario, entonces los partidos socialde-
mócratas de Europa del Norte lo serían mucho más
que vosotros, puesto que son partidos masivamente
obreros que llegan incluso a tener a veces la exclu-
sividad de la representación obrera. El Partido la-
borista británico, el SPD alemán, el partido social-
58
demócrata sueco tienen una base proletaria mucho
más «pura» que la vuestra. En Suecia, cuando un
socialdemócrata se refiere a los partidos de derechas
los llama «los burgueses», muestra de lo clara que
resulta la separación de clase (1). ¿Diréis que no
representan más que a la aristocracia obrera? ¿En
qué se distinguiría la nuestra, a este respecto, de
los obreros suecos? Francia es un viejo país impe-
rialísta. mientras que Suecia no lo es,
y
los obre-
ros franceses han recibiJo aún más migajas de la
explotación colonial que sus hermanos escandina-
vos. El arellmpnto no se sostiene.
~ca, diréis. Una base obrera no vale nada sin
una cabeza teórica que la dirija. Nosotros somos
el partido de la clase obrera, puesto que nosotros
. - . ..
. . . . • . .
expresamos los intereses históricos. de ella y no
\, . .. ... • ~. , . . . . • • . .
- , . . . . . . - . . . --~-
únicamente los corporativos e inmediatos. Hemos
hecho nacer e~ la .cl~se' obrera la teoría de' la que
era portadora sin saberlo, somos marxistas y los
socialdernóc. atas no. Por ello nosotros llevamos la
lucha.de .slases económica al ter: ~-J político, el
único en el que puede encontrar una salida deci-
siva. En una palabra, vuestro partido no es un
partido obrero como los otros «puesto que posee
una doctrina científica, el marxismo-leninismo».
Deiemos aparte el sentido de las palabras, aun-
que un historiador de las ideas políticas podría pre-
~ntaros si el «marxismo-leninismo», ese híbrido
unificador, no es un cómodo artefacto elaborado
(1) Por su desacrallzac ón del poder polftico y el iguaJl-
tarismo de sus relaciones sociales, Suecia podría dar a mucha
gente, socialista incluso, lecciones no sólo de democracia
sino de revolución. La modestia sueca, añadida a la distor-
sión y a la insipidez socialdemócrata del pseudornodelo
sueco para consumo exterior, ha embotado el impacto del
ejemplo.
59
~
I
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~6J ;*Ii.Ja>/·· ,~ .~. ,.• ~. .~-
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r
és
.un regalo del cielo ni un certificado notarial que
'se 'transmita por herencia, junto con el vocabula-
irio y el electorado. No califica una naturaleza sino
luna .práctíca. Nadie-'·-partido, institución, indivi-
_
duo-- es revolucionario permanentemente y por
definición. «Todo depende de las condíciones.» Un
..partido, como un individuo, puede a lo sumo, en
algunos momentos de su existencia, .ídentíficarse
; con el movimiento de la revolución social.
Es «revolucionario» lo que contribuye a la caída
efectiva del poder de la burguesía y a la transfor-
mación de los trabajadores en clase dirigente. No
es revolucionario lo que contribuye, por inercia
o voluntad, a mantener indefinidamente la hegemo-
nía burguesa en la sociedad y al mantenimiento en
su estado actual de los aparatos de Estado.
Midiendo con este rasero -el único materia-
lista-, cada cual no vale más que su acción
y
la
medida es la misma para todos .
.
66
¿UN SOCIALISMO SIN REVOLUCION?
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cuestión mistificadora, puesto que no contiene en
sí misma los elementos de su respuesta. No depen-
de ni siquiera del «frente de clases», de su exten-
sión ni de la alternancia. La única
cuestión
de la que
depende es de saber si ese tránsito puede o no efec-
tuarse sin
U:1
rompimiento de hostilidades en el
interior y/o el exterior, civiles y/o extranjeras, pues
toca movilización político-militar rechaza a
la
de-
mocracia, y la lógica de laguen:1f .-:.:.ertodo o na-
da- resulta ciernpre más apremiante que .la de las
instituciones o de las
ideologías,
~ ~r:a democracia procede por adiciones y sustrae-
ciones. la guerra por disyunción. La primera dice:
éstos; con o sin aquéllos. La segunda: o bien ellos,
o bien nosotros. Y «quien no está con nosotros
está contra nosotros». La democracia reposa sobre
las mayorías,
1 2 .
;;:':0i i aeposa sobre las totalidades.
La lucha por la vida, esta álgebra de la muerte, es
incompatible con la aritmética electoral o parla-
mentaria. Sólo admite un códico binario: discipli-
na o desbandada, enrolamiento o
prisión,
integra-
ción o exclusión, porque no existen matices ni gra-
dos intermedios entre «la victoria o la muerte».
No es por casualidad que las épocas de revolución
y de guerra son fatales para la producción intelec-
tual y artística de un país: llevan en sí el simplis-
mo y el conformismo, como el desierto conlleva
la sed.
~ ''' 'Ta''guerra, que trae consigo la desgracia de los
artistas ~: los intelectuales antes de traer la de los
pueblos, trae también consigo, en todo caso, la
felicidad de los dirigentes. A.~menos si la felicidad
es Io que
acompaña
al cumplimiento perfecto de
í . ú i a J l 1 l 1 ¡ : ; i R . p
(ecomo la florvla juventud», decía un
76
filósofo). El gran economista que despilfarra las
fuerzas de abajo da un rendimiento óptimo a las
energías de arriba. La deliberación colectiva cede
el paso a la decisión, la laboriosa dialéctica del con-
senso a la mecánica disciplinaria, la dirección se
convierte en mando del mismo modo que la comple-
jidad del campo social en la simple oposición ami-
gos / enemigos. Para los jefes, el retorno a la paz -in-
- cluso si salen victoriosos, como Clemenceau, Chur-
chill, De Gaulle- significa regularmente el retorno
de los «problemas», es decir, preocupaciones
y
dis-
gustos. El retorno a la guerra fría alivió a Stalin
-el gran uniformador- legitimando y consolidan-
do su sistema. Por las mismas razones que vues-
tros permanentes tienen hoy la vida más fácil.
Puesto que no hay «tránsito al socialismo» sin
fase crucial ni crisis extraordinaria, el problema
concreto de la democracia socialista es el de ase-
gurar el retorno de las circunstancias críticas (aque-
llas que provocaron en Roma la elección de un
magistrado llamado «dictador», por seis meses o un
año) a las circunstancias normales,
1(1 reversibili-
dad
de
lo extraordinario,
y el volver a poner en
vigor las normas jurídicas de curso regular. ¿Cómo
no hacer de necesidad virtud y no transformar los
expedientes de crisis en instituciones permanentes?
Puede pensarse que Lenin, si hubiera vivido, habrfa
podido remontar la corriente e imponer dicho re-
.torno, volviéndose atrás con respecto a las decisio-
nes del X Congreso del Partido bolchevique. cuya
codificación en normas y en reglas sirvió de sopor-
te al estalinismo. En noviembre de
1921,
una vez
asegurada la supervivencia militar, Lenin firmó nu-
merosos decretos que apuntaban en este sentido,
77
; ,. f
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¡
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_ no es suficiente, por supuesto, para renunciar a un
proyecto de transformaciones radicales, pero que
en todo caso debe acompañarse de la preparación
política correspondiente.
¿Es la catástrofe el primer estadio del desarro-
llo? Ironicemos todo lo posible. Pero la dialéctica
gasta estas bromas: tanto en economía como en
,p..9Iítica, lo más comienza por un menos. No digo
que eso esté bien. Eso es grave, peligroso, inadmi-
sible. Todo lo que se quiera, pero es así. Indepen-
dientemente de nuestra voluntad. Cerrar los ojos
ante el carácter objetivo (dialécticamente funda-
mentado) de esos fenómenos, es contribuir ínvo-
luntariamente o no a su agravación. Como a la na-
turaleza, no se domina a la historia más que obe-
deciendo sus leyes. Cuando no se las incorpora en
las previsiones, son ellas las que pasan sobre nues-
tros cuerpos.
Una falsa solución: la
paz de
los
cementerios
/ --Si'los «nuevos filósofos» se interesaran un poco
U
1máspor los hechos y un poco menos por su ima-
gen, los medios de comunicación de los que tienen
[aexclusívidad
podrían hacer sentir a todo el país, ...
cuando evocan vuestra llegada a los asuntos de
Estado, un estremecimiento muy diferente al que
suscita la pistola en la nuca, el golpe de fuerza
a
taras destempladas y los soviets en la calle. Los
errores del anticomunismo oficial no dejan nunca
de sorprender. Se os acusa de pretender poner el
¡ > é i; ' : ;
el
régimen de sangre y fuego cuando vuestras
cualidades de bomberos y de jueces de paz no re-
8
~.
quieren ya ser demostradas. La experiencia del
Frente Popular francés (en el cual cedisteis hasta
lo imposible para no asustar a las clases m.edias
y arrimaras : - . máximo posible al partido radical),
como la de la Unión Popular chilena, en la que
ningún partido de izquierda fue más legalista, más
respetuoso de las jerarquías establecidas -ya sean
las de la Justicia, los salarios, la Iglesia, o las fuer-
zas armadas (cuyo apoliticismo consagrado
El
Siglo no cesaba de alabar)- que el partido comu-
nista, tenderían más bien el demostrar que las «li-
bertades democráticas» no tienen mejores defenso-
res que vosotros. Incluso cuando se convierten en
la libertad de calumniar, de sabotear, de acaparar,
de provocar hambre, de asesinar, de chantajear.
No agito por placer el espantajo chileno, pero no
hay dos partidos comunistas más parecidos en el
movimiento comunista internacional que el chile-
no y el francés: misma edad (1920), misma base
obrera, misma tradición parlamentaria, misma fuer-
za sindical, resultados electorales parecidos, estra-
tegia política idéntica y,
last but not least,
mismo
estilo, mismo lenguaje, mismos reflejos. Ahora bien,
en Chile si hubo algún partido además del radical
para frenar el movimiento de masas, canalizar los
«desbordamientos», desarmar los embriones de mi-
licias y de «justicia popular», impedir los prepara-
tivos de resistencia armada contra la insurrrección
armada de la burguesía, ése fue el partido comunis-
ta chileno, vuestro hermano. El respeto a la legali-
dad llevado hasta el martirio tuvo en Salvador
Allende a su más alta figura, pero es en dicho par-
tido, entre sus filas, donde encontró. por decenas
de miles, a sus soldados de infantería anónimos.
81
. ,
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r
I
. -
Las premisas: los hechos
El tren que esperábamos no ha llegado. ¿Sabo-
taje? ¿Descarrilamiento? ¿Accidente? Rern ontémo-
nos al punto de partida y recorramos de nuevo el
camino juntos. Etapa por etapa.
a) ¿De qué se trata? ¿De poesía? Desgraciada-
mente, no. De política. Es decir, de la lucha entre
clases sociales por el control del poder del Estado.
Definición mínima que habéis hecho vuestra, si no
me equivoco. No hay transformación decisiva de
. la sociedad (cambiar de vida) sin transformación
del aparato de Estado (cambiar de política) (1).
Acceder al Estado no es únicamente, pero sí en
primer lugar, acceder al gobierno. ¿A través de
, f¡
1 ) .,
11) ¡No es que todo comience
y
acabe con el Estado
Pero entre la sociedad civil de hoy y la de mañana. el mo-
mento intermedio (y mediador) del Estado es decisivo. Los
populistas que abandonan la política a los políticos y rehusan
ocuparse de los asuntos de Estado secundan maravillosa-
mente los asuntos del Estado actual, que sabe muy bien
ocuparse de ellos. Como últimamente recordaba Simone
Veil, ministro de Sanidad, a propósito del MLF
(0):
Los
movimientos que están un poco desfasados con respecto
a la opinión pública permiten, no obstante, lanzar y hacer
progresar las ideas, aunque se expresen con
violencia
y
bru-
talídad.
Como todos los extremos, tienen un papel
útil.
(Le Monde 26 de octubre de 1977).
*) MLF: Mouvement de Liberation de la Femme. <N.
del T.)
9
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qué vía formar un gobierno? A través de la vía que
impone la situación.
b) No ha habido situación revolucionaria en
Europa que no se haya articulado sobre un estado
de guerra internacional, y más concretamente, so-
bre una derrota militar de la clase dominante (Fran-
cia 1871, Rusia 1905 y 1917, Alemania 1918, Euro-
pa central 1945, pero también China 1934, Viet-
nam 1945, etc.). Desde que la bomba atómica echó
el cerrojo a las puertas de la guerra mundial, con-
denando al Occidente desarrollado a una paz pro-
longada, existen muy pocas probabilidades de que
vea la luz una situación revolucionaria. La crisis
en Francia no es evidentemente revolucionaria; y
ni siquiera -ni de lejos- prerrevolucionaria (en el
sentido definido por los clásicos, entre ellos Le-
nin). Un consenso de base proporciona cimientos,
por tanto, a las formas actuales de dominación bur-
guesa, y si un «gobierno popular» llegara por mila-
gro a surgir de la calle, no duraría ni cuarenta
y ocho horas si no convocaba,
el primero,
eleccio-
nes generales. La situación indica, pues, que nin-
gún gobierno popular puede nacer sin que se haya
establecido una alianza o coalición con vocación
mayoritaria y con sanción electoral.
c) «El pueblo» -es decir, el conjunto de capas
y clases que tienen interés en el socialismo- no
es una abstracción amorfa o fluida. En período nor-
mal, no revolucionario, se encarnr en un sistema
de instituciones y de organizaciones políticas, ellas
mismas producto de las condiciones anteriormente
existentes: sindicatos, partido '; corrientes de nom-
bre reconocido. Si debe haber alianza política, no
puede ser más que con las organizaciones que haya
formado a lo largo de los años tal o cual capa de
explotados. Tanto si gusta como si no.
d) El partido comunista ha sido, es y continua-
rá siendo minoritario. Su electorado sólo SUíl t: fluc-
tuaciones mínimas desde hace treinta años. Entre
la mejor de las coyunturas (1945) y la peor (1958),
entre su techo y su nivel más bajo no hay más que
un cinco por ciento de diferencia. Notable solidez
que tiene por reverso una no menos notable falta
de elasticidad: el electorado comunista es resisten-
te, pero está estancado. Y como todo lo que dura
en un mundo que cambia, a permanencia absoluta
declive relativo. El mejor resultado legislativo del
PCF bajo la V República (5 millones de vetos,
17,9 % de los electores inscritos) es inferior en 2,5
puntos a su peor resultado bajo la IV República
(20,4 % de los electores inscritos). Esta evolución
no podrá ser invertida por más energías que des-
plieguen los militantes ni por más medios políticos
que se redesplieguen. En efecto, el lugar y el rango
del partido comunista están determinados social-
mente
por dos declives relativos, el de la clase
obrera en el seno de la población activa y el de los
obreros profesionales de vieja cepa en el seno de la
clase, a beneficio de capas de menor cualificación,
compuestas de inmigrados o de nacionales que no
disponen de las mismas tradiciones de organiza-
ción, de conciencia y de luché'. de clases. En 1946,
el 43 % del electorado obrero votaba PCF, frente
al 32
%
en 1973 y el 33 % en 1977 (según sondeos).
Evolución social que está a su vez
económicamente
determinada por la nueva naturaleza del
trabajo
productivo:
los productores de plusvalía ya no son
únicamente, ni quizá principalmente
(?),
los pro-
93
pilítico y sociai minoritario, pero estabilizado, con-
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ductores de bienes materiales. La «ciencia» se ha
convertido en una «fuerza productiva directa» (in-
genieros, investigadores, técnicos), y los «ser',':
cíos» en fuerza productiva indirecta. El aumento
galopante de los asalariados dentro de la población
activa, la descualificación masiva del trabajo de ofi-
cina y la proletarizacíón de los empleados, actúan
pcr supuesto como contrapeso frente a la desapa-
rición del proletariado clásico, pero no se ve ningu-
na razón para que favorezcan al pe más que los
otros partidos. Las fuerzas y medios del partido co-
munista no bastan, como tampoco bastan para ins-
taurar una hipotética «dictadura del proletariado»
-teniendo en cuenta que esta última ha sido siem-
pre definida como «la dictadura de la mayoría so-
bre la minoría»- ni tan sólo para impedir la ins-
tauración de una dictadura burguesa. Todas estas
hipótesis de escuela -siniestras O utópicas- sim-
plenamente no tienen objeto. Es forzoso pues con-
cluir, como Waldeck-Rochet en marzo de 1963:
«Sólo la unidad más completa de todos los republi-
canos y en primer lugar de los socialistas y de los
comunistas, puede asegurar el
éxíto.»
«Nosotros
no tenemos otra estrategia que la Unión de la iz-
quierda», repite Georges Marchais en 1977. Efec-
tivamente. A pesar de la nobleza de las palabras, lo
anterior no significa otra cosa que tomar nota de
una realidad que no depende de sí mismo. Ni de
nadie.
e) Siempre ha habido alguien o algo en Fran-
cia que sirviese para JIamar a la unidad de los tra-
bajadores, pero no siempre ha habido y no habrá
siempre alguien que escuche el llamamiento y a su
vez lo transmita. El partido comunista es un dato
94
I
~<J
tinuo y sólido. El partido socialista (o lo que ocupe
su lugar, en un momento u otro), al contrario y por
naturaleza, no es un dato sino una variable: ines-
table, discontinuo y frágil, como lo muestran sus
alzas y sus bajas, sus bruscos frenazos, sus cam-
bios de sigla, de contorno y de personal dirigente
(SFIO, FGDS, PS). El partido comunista puede con-
siderarse como el elemento estratégico en cuanto
al contenido de la alianza, es decir, en cuanto al
sentido y al contenido de la política llevada a cabo
por un gobierno de unión. Pero antes de hacer un
gobierno, hay que hacer la unión. Y, en ese esta-
dio, el elemento estratégico de la alianza es el par-
tido socialista, puesto que su puesta en práctica
depende de él, de su existencia como Partido, de su
audiencia electoral y de su buena voluntad política.
En Francia, hoy, y mientras dure esta situación
prerrevolucionaria, el dispositivo de las fuerzas y
del juego político existentes tiene por base al par-
tido socialista.
Al final de un análisis parecido (explicitado en
la secuencia
a-e),
un cierto número de militantes
revolucionarios pudieron (y pueden aún) pensar
que, estando asegurado el punto fijo (el PC), más
valía trabajar con y sobre el variable (el PS) para
apoyar sus buenas «variaciones» y contraequilibrar
sus malas variaciones (hostiles a la alianza). Ele-
mental cálculo estratégico que ha convencido a nu-
merosas mujeres y hombres de que aportando al
partido socialista nacido en Epinay su adhesión,
su colaboración o su simpatía, daban a su pequeña
fuerza militante marginal su rendimiento óptimo.
Por otra parte, siendo el objetivo prioritario la con-
95
\;.,
~
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solidación de la Unión (le la izquierda, operación
previa obligatoria para todo ulterior paso adelante
-paso de lado, diligencia inútil o galopada-, el
mejor medio de reforzar la Unión y por tanLu .. l e :
darle una oportunidad a la Francia SOCIalista, ¿no
era reforzar su elemento más débil, vulnerable o
dudoso?
Paréntesis personal
Tal fue -dicho sea de paso-- la razón que me
llevó, desde mi retorno a Francia en 1973, a unirme
a la estrategia de la Unión de la izquierda y a
orientarme hacia el partido socialista. El primer
motivo. pero no el último, puesto que haciendo un
razonamiento me hice también unos amigos, y el
afecto vino felizmente a sustituir al razonamiento.
La vida sólo es valiosa a causa de sus sorpresas
y el mundo está lleno de cosas que uno no espe-
raba: se encuentran en el PS -ex SFIO- «verda-
deros» socialistas. De corazón y de cabeza. Arriba
y abajo. Que siempre han sabido resistir a la inde-
cente embriaguez -que no critico- de algunos
pequeños personajes notables sobrecogidos por su
carrera y la visión del poder. No negaré tampoco
algunos imprúdentes indicios de altivez con res-
pecto a las minorías de dentro o de fuera, aunque
no haya asistido al congreso de Nantes. Pero en el
umbral de esta antigua mansión que evidentemente
no podía convertise en mi casa familiar, habien-
do vivido 10 que yo he vivido y habiendo soñado lo
que yo he soñado, puedo dar testimonio de haber
recibido una acogida hecha de tacto y de calor, sin
96
.,:~
voluntad de alístarme n de imponerme condicio-
nes. Es así como, poco a poco, me he ido =ncon-
trando en las filas comunes, bajo la égida de un
programa que no 10 era, pero cuya sola existencia
bastaba para sellar el entendimiento de doce millo-
nes de personas. Nunca he cometido la ingenuidad
de pensar que la Unión de la izquierda iba a resol-
ver la cuestión del socialismo en Francia. Me bas-
taba con saber que era la única vía para plantear
la cuesti6n de los hechos, a condición, acto segui-
do, de dar las respuestas y las propuestas de res-
puesta. Por definición, la esperanza tiene menos
posibilidades de triunfar que la rutina, y nuestra
certeza no era triunfal sino modesta (por otra parte,
sólo triunfan las certezas sutiles): Si existiera en
Francia un porvenir para un socialismo que no
fuera indigno de su historia, sería a través de este
presente por donde tendrfa que pasar, aunque no
se quedara en él. Hay polfticas sin posibilidades, no
las hay sin riesgos. La política ..de la Unión de la
izquierda era, al principio, la única oportunidad del
socialismo en Francia (no de un arreglo efímero
y momentáneo de lo que ya es) y la única oportu-
nidad de un nuevo socialismo en el mundo, pero sin
duda no estaba exenta de riesgos.
La prueba es que esa muy razonable apuesta
parece perdida para el futuro inmediato. La hemos
perdido todos, incluyendo aquellos que no la ha-
bfan apoyado. Hace tiempo fui insultado por una
pretendida «extrema-izquierda», .dispuesta a todos
los extremismos con tal de evitar un triunfo de la
izquierda. Pero también se burlaron de mí verda-
deros revolucionarios militantes. a los que com-
prendo mejor hoy. Constato, no obstante, que aque-
97
~~
r -
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llos que se burlaban de la Unión de la izquierda
en 1973 han acogido su (¿ritual e última'') ruptura
de 1977 con más consternación que los afectados
en primer planeo Cinco años para darse cuenta de
que si ese tamiz se espesaba, nadie más lograría
pasar a través de él; de que
todas
las vías se obs-
truirían, desde las más radicales hasta las más
tímidas. Los revolucionarios saben por experiencia
que los despegues necesitan trampolines. Sólo los
pseudos hacen ascos a las cosas sin altura de mi-
ras y a las contingencias pequeñas, que cuadran
mal a la impaciencia de las carreras modernas.
No confundamos, ::;in embargo, a aquellos a quie-
nes el odio de lo real ha conducido directamente a
las sacristías con aquellos que después de una con-
fusión pasajera, toman y tomarán parte de todas
maneras en el derrocamiento
efectivo
de la bur-
guesía; a aquellos para quienes el Che era un her-
moso aventurero con aquellos para los que era un
buen militante. ¿No es ta,mbién ésta vuestra con-
fusión, camaradas comunistas? ¿No fuisteis voso-
tros, y no los socialistas, quienes excluisteis a la
Liga Comunista por ejemplo, de la familia y de los
encuentros de familia, en los cuales, esperémoslo,
tendrá muy pronto su lugar? ¿No fuisteis vosotros
quienes propagasteis la idea absurda, ¡oh, cuán idea-
listal, de que=el MIR (1) v los. «desbordamientos
izquierdistas» precipitaron la caída de Allende,
cuando no tuvieron ni dicha incidencia ni dicha
importancia: todo lo más ayudaron a retrasar el
momento de la caída? ¿No fue l Humaniié la que
(1) MIR: Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Orga-
nización revolucionaria chilena, partidaria de la resistencia
y la lucha armada. No participó en la Unidad popular a la
cual prestaba apoyo critico. (N. del T.)
98
convirtió la muerte en combate, cara a los fascis-
tas, de Miguel Enríquez, secretario genera del MIR,
en octubre de 1974, en una noticia de dos líneas en
la crónica de sucesos? ¿No es en vuestro periódico
donde los Montoneros argentinos son tratados
como «terroristas» o silenciados? ¿Y quién, sin em-
bargo, da testimonio de una incansable solidaridad
hacia' los resistentes
rjp
A¡i~;:':-:calatina -vengan
de donde vengan- sino Gaston Deferre?
Los materialistas son gentes modestas: ponen
sus pobres medios al servicio del fin que se han
impuesto de una vez para siempre (también son
fieles), escogiendo aauellos que les impone una si-
tuación que ellos no han elegido. La misma preocu-
pación de eficacia que hacía de la lucha popular
armada el medio principal de conquista del poder
en la mayor parte de países l:~:;-;uamericanos, ex-
cluía en Francia el recurso de formas de lucha de
vanguardia, a menos que se recondujera en espiral
la hegemonía de nuestros amos. Si el aire se hicie-
ra irrespirable, si el día de mañana la opresión
extranjera o un Estado nacional fanatizado pusie-
ran al orden del día otros métodos, los materialis-
tas deberían plegarse a ellos y aprender otras téc-
nicas para servir al mismo fin. Nc es una cuestión
moral o psicológica. Es política. El pegar carteles
y las fiestas dominicales de las «[édés» o seccio-
nes, la verdad ... Pero éste es (¿era?) el dato, éste
es el juego. Tenéis razón. la política no es un jue-
go (a veces es una fip.;;~a).
La
palabra «revolución»
ha sido siempre, en la izquierda, fuente de mal en-
tendidos: para unos se trata de una palabra que
trastorna, para otros de un trabajo cuyo fin es tras-
tornar. ¿Para qué sirve responder a las pullas de
99
r~
~ . ,
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turas, romped vuestro programa y renunciad a la
actividad política esperando el Apocalipsis.
¿Qué hacer, siendo Francia y el siglo lo que son,
lo centrario de lo que se hubiera querido que fue-
sen? Adaptarse a ellos o soñar sobre un papel blan-
co la llegada del momento de la tabla rasa de los
furibundos. Nuestro pasado político de izquiertas
es una lección de modestia, y si aiguna cosa :~ pue-
de inferir de él para un futuro próximo es que: 1)
si la izquierda triunfa un día, será a través de las
elecciones; 2) por un mínimo desplazamiento de
los votos, sea cual sea la ampliación debida al modo
de escrutinio. Vosotros tampoco escaparéis a estos
puntos.
Este triste juego sólo puede ser digno de un
Kautsky. ¿Qué se gana verdaderamente para los
trabajadores, si es que se gana algo? Buen?
; r ? _
gunta. Pero intentar responderla intentande apli-
carIe las reglas dictadas por Lenin es de todas
formas perder de entrada. Querer que en las cir-
cunstancias presentes el PC juegue «un papel diri-
gente» en una alianza política es querer que un
triángulo sea redondo. Pasar una decena de años
dibujando ese triángulo, para exclamar con indig-
nación en el momento en que va a cerrarse: «[Pero
si no era un círculo [Caramba, vaya parar , signi-
fica lograr que los ciudadanos queden asqueados
por mucho tiempo de los ejercicios de geometría
polftica.
3. ¿Quien quiere una cosa no necesita las con-
diciones? Querer el socialismo es querer también
un hombre fuerte al frente del partido socialista,
pues no hay en Francia un partido socialista fuerte
sin un
federador
de las corrientes, tendencias y ea-
102
s
pillas socialistas. Antaño se llamó Jaures, después
Blum. Hay se llama Mitterrand. Todo lo que debi-
lita a ese hombre debilita a la Unión y, en última
instancia, a vosotros mismos. Por la simple
raz ón
de que el partido socialista no existe (como partido)
y que tenemos todo el interés en que ese archipié-
lago se convierta en territorio. ¿Seríais vosotros
los únicos en Francia en creer en la existencia del
partido socialista y en que todo lo que se hincha se
refuerza? «Tienen un grupo en la Asamblea, can-
didatos, sede central y congresos: [Son, por tan-
to, un partido » Si fuera un parti.io (en el sentido
que se entiende entre vosotros), no habría habido
necesidad de Epinay ni de Francois Mitterrand.
¿Mitterrand no os inspira confianza? Pero
¿creéis que si os inspirara toda confianza, la Unión
de la izquierda merecería la confianza del 51 % de
los franceses? ¿Y que hubiera podido reunir en
torno a su nombre, en 1974, el 49,4 % de los sufra-
gios? ¿Ningún hombre puede decidir solo la política
de la izquierda? Cierto. Pero ninguna política de
::~uierda podrá decidir alguna cosa sin pasar por
un hombre, pues toda fuerza política de masas
tiene necesidad de encarnarse en una personalidad,
y dicha personalidad, en Francia, sólo puede ser un
no comunista. No es tan frecuente en Francia que
personalidades no comunistas se conviertan en per-
sonajes. ¿Estáis contra la personalización? Vinien-
do de vosotros, esta nueva austeridad hará reír.
Viniendo de cualquiera, harra sonreír, puesto que
tanto si se está en contra como a favor, es así. Las
fuerzas sociales personalizan y lo harán cada vez
más, gracias a que las
tecrucas
tclevisivas toma-
rán en lo sucesivo el relevo a la herencia, a la vez
3
monárquica y bonapartista, propia de nuestra his-
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toria e inscrita en la Constitución de la V
Repúbl ica ,
que vosotros ya no cuestionáis. Y si detestamos
a los hombres providenciales, ésa no es una
razó n
para dejar pasar lo que se llama corrientemente
una providencia: la buena ocasión.
¿Fran~ois Mitterra-ví os irrita, os humilla, os in-
quieta? No discuto vuestras razones, que compren-
do muy bien. Pero no olvidéis lo esencial: Mitter-
rand no es un hombre que promete y traiciona.
Sino un hombre que dice de antemano: «Hasta aquí
y no más lejos.» Y que mantiene lo que ha dicho.
¿Es UIl burgués, decís? Naturalmente: un verdadero
burgués, Que nunca ha intentado disfrazarse de lo
que no es, lo cual le honra. En el futuro no encon-
traréis demasiados grandes burgueses que tengan
sentido del honor
y
(1
palabra empeñada que os
tiendan la mano. Francoís Mitterrand, por sus orí-
genes, su cultura, su desprecio del dinero, su sentido
de los principios situados por encima de las técni-
cas, pertenece a una clase francesa, social, política
y moral, que no sobrevivirá a sí misma. Negandole
la confianza cometéis un error histórico y, dentro
de veinte años, cuando estéis buscando un aliado de
su talla y de su clase. os morderéis los dedos
de vergüenza.
No cometeré-la ridiculez de hablaras de moral,
únicamente me ari iesgo a hablar de política: «ver-
güenza» es una palabra fuera de lugar. Dejemos al
conf'esíonal
todas esas fétidas nociones de culpabi-
lidad, responsabilidad, perversidad. No se trata de
lloriquear, ni de indignarse, ni de intimidar, sino
únicamente de comprender, Esta es nuestra divisa,
la de los racionalistas de corazón seco.
104
. . . .
Otra práctica, otros axiomas
Problema: si realistas como vosotros se ocultan
ante esta realidad, si gentes razonables rehúsan
aceptar esta lógica, no es ciertamente por placer,
capricho o logísmo. Es porque están obligados por
- otra lógica sin duda inconsciente, por otra reali-
dad: la de una historia más lejana, invisible e in-
corpórea.
«¿Cómo? ¡En absoluto ¿Por qué buscar le tres
pies al gato? Nuestras posiciones son simples y bien
conocidas.»
Resumámoslas de nuevo:
1. Contrariamente a los socialistas que repre-
sentan a la pequeña-burguesía,
nosotros somos el
partido de la clase obrera. Ahora bien, la clase obre-
ra lleva en sí misma el socialismo, como la pequeña-
burguesía lleva en sí la socialdemocracia.
n.
Es por ello que debemos ejercer, formal y
necesariamente, el papel dirigente (o «la influencia
dirigente»,
dice Georges Marchais, o
«el papel
de-
terminante», comenta púdicamente Elleinstein ... to-
dos los sinónimos son posibles) en el seno de la
unión de los partidos de izquierda, soporte del go-
bierno popular.
lIl. Entretanto, debemos garantizar el curso po-
lítíco
futuro -la acción gubernamental- compro-
metiendo a nuestros aliados pequeño-burgueses a
través de
un buen programa
común de gobierno
debidamente actualizado y firmado. Si estas condi-
ciones no se cumplen, nuestro partido se expone
a servir de simple punto de apoyo al partido socia-
105
~'
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que
todo
se
aguanta:
desde la cúspide hasta la
dad en el orden público, longevidad de los equipos
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base, desde el Este hasta el Oeste. Desde Moscú
a Praga, igual que desde el secretario general del
Partido, asimismo
jefe
de Estado, hasta el último
gimnasta de la última asociación deportiva de pro-
vincia. El sistema está organizado de tal modo que
en todas partes y a todos los niveles lo alto
sostie-
ne a la base: la cúspide del Partido a su base, el
aparato del Partido al aparato del Estado y el Es-
tado a los diversos sectores de la sociedad a un
nivel inferior. Esta interdependencia interna extien-
de su lógica hasta las fronteras geográficas del sis-
tema. El «socialismo real» es un sistema mundial
dividido en subsiste mas nacionales (los países socia-
listas), de manera que las leyes que presiden el fun-
cionamiento del conjunto presiden necesariamente
el de los subconjuntos. La doctrina denominada de
«la soberanía limitada» codifica en términos de de-
recho la doble subordinación de cada subconjunto:
a sí mismo, en primer lugar, al sistema mundial a
continuación.
2. «Sistema» se entiende en varios sentidos:
lógico-matemático, biológico o físico. El sistema del
socialismo mundial se ajusta al tipo mecánico. Ten-
diendo a la cerrazón frente al exterior y a la estabi-
lidad en el interior, su paradigma es el sistema
solar, no el sistema vivo. Tornándolo al pie de la
letra: «Sistema dividido en puntos materiales dis-
tribuidos en un espacio y en movimiento según
fuerzas deducibles de una ley.» (Michel Serres.) La
diferencia más evidente entre estos dos tipos es la
naturaleza del «tiempo»: reversible e indiferente
en el caso del sistema físico, irreversible en el caso
del sistema vivo. Estabilidad institucional, seguri-
112
~
dirigentes, tranquilidad de la vida cotidiana ..., to-
das estas características de los «países socialistas»
indican un tipo de tiempo diferente del nuestro,
siempre aleatorio y accidental. Se trata de un tiern-
po
repetitivo,
en el que la vida
públíca
se
acornpasa
al ritmo del retorno de los aniversarios, ceremo-
nias y fiestas: donde la forma ;,r~fijada dé] ritual
-congresos, desfiles, mítines, discursos- neutra~
liza las alteraciones, corrige las variaciones posi-
bles de la vida política. Un tiempo en el que el
acontecimiento,
en sentido estricto, no tiene lugar,
y donde el sistema de información no puede ser,
por tanto, otra cosa
quP
un dispositivo de
celebra-
ci6n con las piezas perfectamente intercambiables
(la fecha de los periódicos no se publica más que
para llevar la cuenta).
E desarrollo del sistema consiste, pues, en una
reproducción idéntica de su estado anterior. A ni-
vel interno, su crecimiento no consiste en pasar de
lo simple a lo complejo, sino en integrar y disolver
lo complejo en lo simple, lo nuevo en lo viejo. A
nivel internacional, la extensión del sistema es de
tipo no dialéctico ° biológico, sino mecánico: se
añade una pieza suplementaria a un dispositivo
ya articulado. No hay retotalización por integra-
ción (de un nuevo componente, de un nuevo
país, de una nueva cultura), ~.i 10simple adición
cuantitativa. En
1945,
la entrada de las «democra-
cias populares» en el sistema soviético no modificó
en contrapartida el desarrollo interno de este últi-
mo, sino que lo único que hizo fue ensanchar su
perímetro.
113
3. Los físicos y los ingenieros 10 saben: para
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que un
tr o baio
pueda efectuarse es necesario que
exista una
diferencia
de ootencial, Para que haya
movimiento, y por consiguiente vida, es necesario
crear las condiciones de un intercambio entre lo
de dentro y lo de fuera, entre un medio y otro. Sólo
la diferencia es motriz. El que el sistema mundial
del socialismo sea golpeado por la inercia a todos
los niveles -diplomático, institucional, político,
ideológico-, es debido a que está dispuesto de tal
forma que toda diferencia de potencial que pudie-
ra surgir en el nivel que fuera se encuentra auto-
máticamente anulada. Automáticamente: por el
funcionamiento del propio sistema. El Partido se
identifica con el Estado y el Estado con la sociedad
civil; por tanto, nada puede
circular
entre unos y
otros puesto que no hay
uno y otro
sino una única
y misma entidad bajo modalidades diferentes: la
modalidad Estado, la modalidad sindicato, la mo-
dalidad ideología, la modalidad arte, etc. La ausen-
cia de distinción (entre el Partido y el Estado, entre
la dirección del Partido y la base del Partido, entre
el Estado y la sociedad) engendra la ausencia de
circulación, que engendra necesariamente una
tem-
peratura uniforme
en todos los puntos del sistema ...
definición estadística de la muerte. Esta rigidez no
sufre torceduras: es para sí misma su propia nor-
ma. La regla de la unidad es imperativa en el inte-
rior de un sistema en el que la coherencia -o la
imposibilidad de contar hasta dos- proporciona
la fuerza. Exclusividad del saber, unicidad del par-
tido, unanimidad en el interior del Partido, unifor-
midad del discurso social: es todo uno, todo es
114
uno. «La verdad es una y el error es múltiple», de-
cían los lógicos de antaño '} antes que ellos los teó-
logos: Dios es una y tres personas. ¿Todo mono-
teísmo es maníaco o toda monorr.anía es sistemá-
tica? Sea cual sea, el «mono» se reproduce por sí
solo
y
describe círculos: monopolio del poder, mo-
notonía ue sus intervenciones, monólogo de aque-
1:0S
que tien=n la palabra, monolitisrno del partido
r;lJP tiene el monopolic, etc, La repetición de lo
mismo hasta el infinito es el lado «cruz» de una
moneda cuyo lado «cara» es una estricta subordi-
nación
e l ,
los niveles unos respecto a otros. La
sociedad se alinea sobre el Estado, que a su vez
se d;¡ncú sobre el partido, que se alinea sobre la
dirección del Partido, referencia, árbitro y opera-
dor supremo. La vulgaridad de los estereotipos acu-
ñando la reproducción estereotipada de la vulga-
ridad, forma perfecta de la jerarquía.
4. Ningún sistema, en este mundc, consigue
realizar el concepto de sí mismo, es decir, cerrarse
completamente sobre sí rui-,.: ;;.,. Si alcanzara tal
cerrazón, pronto le faltaría energía, lo cual signi-
ficaría su fin a muy corto plazo: en un sistema
cerrado la entropía es máxima. Aunque lo quisiera
explícitamente, no lo conseguiría. Siempre hay un
mundo alrededor de los muros, más allá de las
fronteras, y el mundo exterior es por naturaleza
un depósito (fasto o infausto) de influencias extra-
ñas, perturbaciones y desórdenes. El hermetismo
es un sueño.
Aquello
acaba por entrar. Las paredes
no tienen solamente oídos: tienen también aguje-
ros. Aunque, hipotéticamente, se consiguiera ob-
turarlos completamente (interferir todas las emiso-
115
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ras de radio, prohibir los periódicos burgueses, li-
mitar los desplazamientos d , los diplomáticos, fijar
los itinerarios turísticos, controlar la corresponden-
cia con el extranjero, etc.), no se habría acabado
aún con las historias sucias y los movimientos in-
controlados. No se anula la historia por decreto-
ley, aunque sea declarando el estado de felicidad y
el fin de la prehistoria «burguesa». Ni cíquie. a en
el propio interior de los recintos del sistema mejor
cerrado es imposible inhibir a la dialéctica, alojada
en el corazón de las cosas y de la sociedad. Por
debajo, con palabras encubiertas, bajo la máscara
de las unidades postuladas, las c0i1tradicciones
continuarán actuando. Entre las diíerentes nació-
nes del sistema mundial a pesar de la «unidad del
campo socialista», entre las capas y clases socia-
les a pesar del «Estado de todo el pueblo», entre
la base y la cúspide del Partido a pesar del «mono-
litismo inquebrantable de la vanguardia de la cla-
se obrera», entre tal o cual fracción dirigente a
pesar de «la más completa unidad de puntos de
vista en el seno de la dirección». ¿Qué hacer con
la contradicción en un sistema que no la reconoce,
qué hacer de lo real en un mundo monobloque? La
energía se desprende, el vapor se acumula en las
calderas, la presión aumenta, las tuberías gimen.
Oficialmente excluida, sin lugar previsto
lli
salida
institucional posible, la contradicción, cuando se
ponga en movimiento, provocará e::v:plosión, frac-
tura
o
ruptura.
Bajo la forma social de la algarada
o del levantamiento (Alemania, Hungría, polonia),
bajo la forma política, en la cúspide, de la revc ~ -
ción de palacio (liquidación de Beria y del grupO
anti-partido después de 1953), de la destitución re-
pentina, inesperada, inexplicada (Krustchev, Pod-
gorny); todas formas civilizadas de la decapitación
sangrienta (S tal in) , pero cuyo núcleo racional no ha
cambiado fundamentalmente. Al postular el inmo-
vilismo la racionalidad interna del sistema, el mo-
vimiento reviste formas
irracicmales
(opacas, in-
comprensibles, aberrantes). La aberración anti-his-
tó rica
de la
norma
vuelve
anormal
toda reaparición
del movimiento histórico (es decir, de la. dialéctica
social en
acción) .
Se llamará, pues normalización
al retorno a la inercia primera.
L8. historia de nuestra especie ha conocido ya
sociedades «que producen extremadamente pocos
desórdenes -lo que los físicos llaman entropía-
y que tienen una tendencia a mantenerse indefini-
damente en su estado inicial, lo cual explica que
se nos aparezcan como sociedades sin historia y sin
progreso». (Levi-Strauss.) Son las «sociedades pri-
mitivas», que funcionan bajo el modelo de las
má-
q '. ;,
a
mecánicas, por oposición a nuestras socie-
dades de clase, que funcionan según el modelo de
la máquina de vapor. «Sociedades frías», dice Levi-
Strauss, por oposición a las «sociedades calientes»
de la edad moderna. Las sociedades socialistas
existentes se piensan y se viven según el modelo
de las primeras, en la medida en que.. proclamando
la abolición ideal de las diferencias motr ices, quie-
ren sustituir ei desorden laico de las crisis por el
orden sagrado de las identidades, y el zumbido de
la historia por el tictac regular del péndulo. El
forzado recurso al superlativo intentará crear un
poco de calor y una ilusión de movimiento: la ju-
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ventud será «ardiente y generosa», los militantes
«entusiastas», las masas «fervientes», los jefes «gc-
niales», el Partido «inquebrantable», los afectos
«indefectibles», los índices de producción «insupe-
rables), el porvenir «radiante» y el presente «un
hervidero de energías» ... perc no se conseguirá
nada. En esta carrera contra 10 real, las cosas no
alcanzarán nunca
::l
las
palabi
as, la experiencia vi-
vida al lenguaje oficial, la amargura cotídina a los
sueños del Estado.
Un día se definió a la vida como «el conjunto
de fuerzas que resisten a la muerte». El «socialis-
mo real» puede deíinirse, a la inversa, como un
dispositivo de inercias para resistir al movimiento,
como la lucha institucional de un sistema congelado
de identidades (Partido-Estada-sociedad) contra la
fatalidad de la alteración. Combate perdido de an-
temano, pues es necesariamente coercitivo. Tarde
o temprano, la naturaleza (dialéctica) de la histo-
ria se impone al artificio (metafísico) de los regla-
mentos administrativos. El socialismo de institu-
ción es una máquina a vapor a la que se confunde
con un reloj: bello sueño desesperado que no impi-
de las explosiones (1).
(1) Un modelo flslco no es un juicio histórico. No a pesar
de, sino
gracias
a su Inmovilidad interna, el sistema socin-
lista mun+ial püede ejercer una acción decisiva y favorable
sobre los movimientos que transforman el mundo exterior
al sistema. Más aún, su rigidez a toda prueba y la regula-
ridad de su funcionamiento lo hacen más fiable como punto
de apoyo económico, diplomático y militar para muchas
naciones en :-::'1rcha. No olvidemos que el sistema soviético
es la única retaguardia sólida de los movimientos de libe-
ración nacional de todo el mundo. Vietnamitas, cubanos,
argelinos, angoleños, hoy los palestinos y los pueblos c el
Afríea austral, conocen por ex¡:.eriencia el valor :n<,preciable
de tal estabilidad y de tal r'''tencia. Como lo recuerda ex~c-
tamente Luigi Longo, presidente del PCI: La revolución
rusa es la obra más grande, no descrita sino realizada, que
1 '18
Inmovilismo, estatuas y estobílizodor:
el engranaje
No hay sistema sin punto de apoyo. El del «so-
cialismo real» gravita (Suslov) alrededor de un
punto de equilibrio denominado «papel dirigeute
del partido comunista». Constituye lo intocable del
sistema, y por ello es sagrado y consagrado. Sacra-
lidad y cerrazón no son más que una sola cosa: es
con y por este principio que el sistema se cierra,
y por tanto que existe como sistema. Si un partido
en el poder falta a ese principio, será fulminado
(Duhcek), si otro se olvida de él, será anatematiza-
do (Santiago Carrillo). Y con motivo: el sistema
es una cosa estática, su identidad se confunde con
su inmovilidad. Ahora bien, el cuestionamiento del
«papel dirigente», en tanto que
principie
a
priori
y
normativo
-ya sea impuesto por el movimiento
de masas (como en Checoslovaquia) o sugerido
por el movimiento de las
id ea s
(como en España)-
provoca un desequilibrio general de arriba abajo,
y es entonces cuando todo el sistema cae del cielo
a la tierra, de lo Eterno a la Historia. El desenca-
denamiento de tal dinámica, si bien desbloquea la
lucha de clases en la sociedad y la lucha de las co-
.. rrienter en el Partido, constituye para el sistema
una amenaza de muerte. Y significa la condena a
W ~';'UJ', se diga lo que se diga, una fuerza de propulsión ...
¡Imaginaos la situación mundial si
hípotéttcamerits
esta gran
fuerza económica, política, militar e ideológica no existiera
(Corriere de la Sera diciembre de
1977.)
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muerte de los dirigentes
allí
donde la cualidad es-
tática se ha convertido en poder de Estado (1).
En efecto, la jerarquía de los poderes existen-
tes, tanto en el seno del Partido como en el seno
del Estado
y
de la sociedad, es decir, la subordina-
ción de la última al segundo y del segundo al pri-
mero, está suspendida de este punto de origen
situado en lo más alto. T~.1es ciertamente «el fun-
damento del sistema socialista» (Brejnev) del que
depende, por la
razón y
en los hechos, lo que los
lógicos llaman una relación de orden.
A
la antigua
pregunta ¿qué es el poder?, una primera respues-
ta: esta misma relación. Tres características for-
males. Una relación de orden es transitiva: todos
los eslabones de la cadena de los poderes se dedu-
cen unos de otros,
y
todos del primero, sin solu-
ción de continuidad. Es asimétrica: no existe re-
lación de igualdad posible entre dirigentes Y
dirigidos, entre el primer papel
y
los segundos,
entre el Partido Y las otras instituciones, puesto
que no hay ,--'procidad posible entre los unos Y
los otros. Cada nivel de la organización política Y
social es
objeto
con respecto a un
sujeto
situado
a un nivel superior que no puede ser él mismo
objeto (de sanción, de discusión, ni tan sólo de
juicio) para el primero. La relación es, pues, no
reflexiva:
las corrientes de la decisión descienden
pero no ascienc en. Todo viene del Partido pero
nada va hacia él: todo en el Partido P' ocede de
(1) La juventud del mundo es, de hecho, una gero
nto
-
cracia; simple efecto de superficie coherente con la natura-
leza del sistema. El presidente del Pre~ic1ium del Soviet
supremo í ierie setenta Y un años, el vicepresidt:,.te setpntn
y seis. Ocho de los catorce miembros del actual
politbtlTÓ
~;2nen más de sesenta y cinco años, Y sólo tres, menos de
sesenta. El poder conserva; el poder socialista embals
ama
.
arriba, pero no sube nada que, si se da el caso,
pueda poner lo de arriba abajo. Le célebre y mor-
daz ocurrencia de Bertold Brecht (Berlín, 1953);
«Habiendo perdido el pueblo la confianza del Par-
tido,
el Comité Central ha decidido disolver al pue-
blo y elegir uno nuevo», se limita a tomar nota de
dicha lógica, que no podría ser llevada al absurdo
si no tuviera ya, en sí misma, un grano de locura.
«Bienaventurados aquellos que viven en un espa-
cio en el cual la relación de orden no marca el
ritmo»: este deseo de Michel Serres no da pretexto
a la contrarrevolución; pone a la revolución su lu-
gar.
Lo sagrado se graba en letras de oro. Los diri-
gentes de la Polonia socialista no se hubieran cier-
tamente arriesgado a provocar alteraciones en la
nación al modificar la Constitución polaca si no
hubieran sido obligados, por la lógica del sistema
y de aquellos que lo encarnan a escala mundial, a
hacer entrar esta pequeña clave, auténtica llave
maestra que cierra todas las puertas de la dialéc-
tica social: «El partido comunista es la fuerza di-
rigente de la sociedad en la construcción del cornu-
nismo.» La Constitución china de
1975,
por su
parte, no ha tenido necesidad de diplomacia ni de
explicaciones políticas para cortar por lo sano y
estipular: «El derecho y el deber fundamental de
todo ciudadano es el de apoyar a la dirección del
partido comunista, apoyar el socialisrno.» Obser-
vemos que no se trata
aquí
de un objetivo político
o de una tarea a cumplir; no es un horizonte a al-
canzar, es un punto de partida. ¿Habrfa necesidad
de darle a esta dirección fuerza de ley jurfdica si
tuviera la fuerza de una ley científica? ¿Se inscribi-
Valga 10 anterior como ejemplo de la subordi-
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ría en la fachada del Templo, como un mandamien-
to solemne, si la práctica social fuera suficiente
para inscribirla en los hechos? Convertir a esta di-
rección ideal en una condición legal a priori de la
cunstrucción socialista, es someter de entrada el
desarrollo real de la sociedad a los tribunales del
Estado, la vida concretó de los hombres a las re-
glas abstractas de una legislación. Es cerrar el li-
bro de la historia
y
abrir ampliamente el código de
procedimiento penal. Convertir a esta dirección en
norma es normalizar la represión, pues toda norma
lleva en sí la represión, como la nube la lluvia. Si
no creéis a vuestros oídos, creed a los camaradas
checos. /
Releed la carta dirigida al partid~n'Í~ta
checoslovaco por los cinco «partidos-hermanos»
reunidos en Varsovia el 14 y 15 de julio de 1968.
Se encuentra en ella, negro sobre blanco, la expo-
sición de los verdaderos motivos de la intervención
de agosto, que se resume en uno solo: Todo nues-
tro poder está en una palabra. Si borráis la segun-
da, perderemos el primero.
«Estamos profundamente preocupados por
el desar~91Io de la situación en vuestro país.
Los ataques de las fuerzas de la reacción, sos-
tenidas por las del imperialismo, contra vues-
tro partido
contra el fundamento del sistema
socialista en Checoslovaquia, amenazan -se-
gún nuestra profunda convicción- desviar a
vuestro
país
de la vía del ,socialismo. Se trata,
pues,
de un peligro para los intereses del
sis-
tema socialista en su conjunto.»
nación del subsistema al sistema mundial, o teoría
del «deber internacional de todos los países socia-
listas».
«La potencia Y la firmeza de nuestra alianza
dependen de la fuerza interior del sistema so-
cialista de cada uno de nuestros países y del
papel dirigente del part ido en la vida social
y
política de nuestros pueblos y de nuestros paí-
ses ... El hecho de minar el papel dirigente del
partido comunista conduce a la
liquidación del
sistema socialista Y de ia democracia socialis-
ta. Por ello, se encuentran amenazadas tanto
la
base de
nuestra alianza
como la seguridad
de nuestros países ...
»...
por consiguiente, se ha creado una situa-
ción absolutamente inaceptable para un país
socialista.» (Le Monde, 19 de julio de 1968.)
Asimismo, la Agencia Tass, en su declaración
autorizada del 21 de agosto de 1968, se vio forzada
a recordar a los delincuentes que no se viola im-
punemente el código del sistema Y que ya era hora,
para hacerlo respetar, de violar todo el resto: «Nun-
ca se permitirá a nadie arrancar un eslabón de la
comunidad socialista.»
Aquella mañana, vuestro' Buró Político mani-
festó «su sorpresa Y su reprobación». Con 10 cual
os mostrasteis inconsecuentes. Me explicaré.
23
L ~
a examen la amalgama partido comunista-clase
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o
una cosa u otra
o se tiene el espíritu del sistema o no se tiene.
Vosotros lo habéis tenido siempre. ¿De)Ibé sirve,
pues, que rechacéis los efectos de_UJl--Slstemaper-
fectamente lógico consigo mismo, si hacéis vues-
tra su causa primera, rebautizada por Georges
Marchais como «influencia dirigente del partido
comunista»? Al condenar lo que Aragon llama «la
invasión brutal de Checoslovaquia, la ruptura inso-
lente de la fraternidad entre los partidos comunis-
tas, el recurso a la fuerza como método de discu-
sión», habéis ido demasiado lejos (con respecto al
sistema) pero no lo suficiente (con respecto a
vuestro
aggiornamento .
De ahí vuestras fluctua-
ciones más que ambiguas con respecto a la «nor-
malización»
posterior. Bien es verdad que la no
resolución de una cuestión teórica de base se paga
siempre en la superficie con la irresolución prác-
tica.
Del mismo modo que todo concuerda en el sis-
tema mundial del socialismo, todo concuerda en
la «reprobación» de su lógica interna.
Rechazáis el socialismo soviético como modelo
con valor universal, pero lo aceptáis como núcleo
generador: «el papel dirigente del partido comunís-
ta» como premisa institucional (a inscribir no en
la cabecera de la constitución, sino en el margen
del programa de gobierno).
Empezáis
a someter a crítica la amalgama Es-
tado-Partido que reina
allí
-cuyos efectos os pa-
recen justamente aberrantes-, pero no sometéis
2 4
]
1 :
I
I
I.¡
obrera que reina aquí sobre vuestra política. Y que
es precisamente lo que constituye el primer esla-
bón de la cadena, del cual se deducen todos los
demás,
el núcleo del núcleo.
Por este motivo lo que está sobre el tapete
aquí, en Francia y en 1978, no es coyuntural ni
local, sino estructural y de alcance universal.
En efecto, «el papel dirigente del partido comu-
nísta», contiene in nuce el aplastamiento de un
movimiento nacional de masas en nombre de un
«internacionalismo proletario» desconocido por las
masas. Sin ir tan lejos y sin salir de nuestras fron-
teras, el control de un bloque democrático de cla-
ses por el partido de la clase obrera contiene el
germen del control de la sociedad civil por el Es-
tado.
A la inversa, reconocer la autonomía de la cla-
se con relación al partido no significa únicamente
tomar en serio la fórmula de Marx, según la cual
«la emancipación del proletariado será obra del
propio proletariado» y no de un partido que se
arroga su representación. Significa, además, reco-
nocer de antemano la autonomía de la sociedad
civil socialista con respecto al poder del Estado.
y
esto significa garantizar, desde su mismo prin-
cipio, la autonomía de los Estados socialistas con
respecto al Estado soviético.
En suma, no se trata solamente de salvar a
Marx del «marxismo»; esta salvación sólo interesa
a los teóricos. Es salvar a la nación francesa de la
impostura que se esconde bajo el nombre usurpa-
do de «internacionalismo proletario»,
F
lJ
, ,
2 5
pecto a lo que estaba en juego. Y con razón: el
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La contradicción en la que os encontráis -esa
curiosa inconsecuencia que consiste en no remon-
tarse de las consecuencias a las causas- os y nos
paraliza. Os mantiene divididos entre dos mundos,
entre dos épocas, entre dos sistemas de valores.
Esta crisis, naturalmente, no os es exclusiva.
Esxla
\
del movimiento comunista europeo. Pero aquello
que en otras partes era debate teórico, se ha pre-
sentado entre nosotros bajo la forma bruta y con-
minatoria de un dilema práctico: ir o no ir al go-
bierno en el marco de una alianza social y política
sobre la cual, al principio, no tenéis la hegemonía,
ni medios decisivos de control, a excepción de lo
redactado en un programa inesperadamente promo-
vido a «delegado a la hegemonía» y metamorfosea-
do en Decálogo para las necesidades de la causa.
De este modo, resulta que una secuencia decisiva
de la lucha de clases reposa sobre una «redacción
y comentario de texto», ejercicio escolar hasta en-
tonces reservado a los diplomáticos burgueses que
se imaginan que gobiernan al mundo si firman cada
mañana un tratado internacional, un protocolo de
acuerdo a una declaración ante doscientos fotó-
grafos y algunos millones de inocentes. Lo que
no ha impedido nunca que los gobiernos y los
pueblos arreglen sus problemas con total inde-
pendencia.
Así pues, habéis discutido palmo a palmo sobre
dos cifras y tres frases, aportando a este formalis-
mo y a este juridicismo una pasión crispada que
parecía a todo el mundo desproporcionada con res-
126
objeto
real
del debate no era saber si el SMIC (1)
debería fijarse en 2.200 o 2.400 francos y si el nú-
mero de filiales nacionalizables debería elevarse a
179 o 729. Se trataba de dejar sentada, a través de
una vía indirecta y falsa, la cuestión esencial:
¿Quién dirige a quién? El hecho de haber discutido
sesgada y retorcidamente acerca de la
(ir::::-:t
cues-
tión estratégica no podía ser de gran ayuda para
resolver en lo sucesivo las cuestiones té.c~¡cas. No
obstante, ahí estaba la clave de «la voluntad políti-
ca» que os ha faltado para superar «la separación
entre las posiciones respectivas
(le
los compañe-
ros políticos, que no se ve que
s : = t .
tan importante
como para hacer que
acuerdo sea imposible».
(CFDT, 1 5 de noviembre de 1977.) Pero el Espíritu
Santo -la cuestión del papel dirigente- o se
muestra nunca a nadie. Pensad siempre en él, pero
no habléis nunca de él. Omnipresente, nunca se
planteó. ¡Es concebible que vuestros compañeros
en la alianza hayan podido sentirse, desde el prin-
cipio hasta el final de tales negociaciones, en situa-
ción falsa en cuanto a lo esencial
Vosotros deseáis sinceramente, ansiosamente e
incluso fieramente la Unión: . de vuestras intencio-
nes nadie tiene derecho a dudar. T.0 que pasa es
que no podéis pagar su precio sin atentar contra
los postulados sobre los cuales vuestro Partido se
encuentra asentado desde hace cincueuta años. No
podéis extraer las consecuencias políticas de vues-
tra estrategia sin poner en cuestión, pronto o tar-
(1) Salario mínimo garantizado.
127
de, ese sistema formal de principios intangibles
(con efectos bien materiales
y
bien tangibles).
El cariz jurídico que ha adcptado la disputa y
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Aquella metafísica invalida esta estrategia. Por con-
slguiente, os comprometéis en cada ocasión en la
estrategia de la Unión con la mejor buena fe del
mundo, hasta el momento en que descubrís que He-
varIa hasta su fin exige el cuestionario de la natu- . f
raleza sobrenatural de vuestro partido. Al borde
del muro, el vértigo: ¡retrocedéis, espantados Non
possumus Pereat unus quam unitas Y en lugar
de afrontar el verdadero problema, que está en vo-
sotros mismos, construís chapuceramente en el úl-
timo minuto pretextos, excusas y coartadas para
justificar vuestro cambio de actitud. Y cuando vo-
sotros creéis que estáis desenmascarando a vuestro
aliado, lo que estáis haciendo es poneros una vez
más vuestra propia máscara.
Cuando un organismo, individual o colectivo,
no ha resuelto la contradicción íntima que sufre, to-
do su comportamiento
SP.
vuelve neurótico, orien-
tado sobre un compromiso cojo, una mala transac-
ción entre los dos términos en lucha, los cuales no
hacen más que exacerbar y reproducir la contra-
dicción. De donde se deduce el carácter a la vez
compulsivo y cíclico de vuestros avances y vues-
tros retrocesos. Vuestra virtud se muerde la cola:
tales círculos viciosos son más fuertes que voso-
tros. En este sentido, la crisis de la Unión de la
izquierda, es
vuestra
crisis. En tanto no la hayáis
resuelto, la izquierda francesa está condenada a
volver una y otra vez al mismo obstaculo, a repe-
tir el ciclo unión-ruptura, ascenso-caída, victorias
preliminares-derrota final.
2 8
esas
querel1as de abogados sobre el respeto al con-
trato firmado, la acepción de la palabra «grupl)) y
la compatibilidad de las filiales conducen a una vía
muerta. Por otra parte, el texto del programa de
1972 no hacía menció~ de 1:1sfiliales: imprecisión
vclunt:lr;;:¡ que for:::.:: :>aparts del propio acuerdo.
Lo habfais endo~ado en 1972' y lo :-echazáis en
1977: es vuestro de.:-echo más estricto, pero ¿por
qué no presentar el asunto como lo que es: polí-
tica? «Cuando la política debe de este
modo
tomar
la máscara del derecho, es porque con plena segu-
ridad tiene algo qu» or.
lI
tar.» (Dominique Lecourt.)
Otra vía muerta es la que consiste en metamorfo-
sear una Cuestión económica, con forma técnica, en
causa suficiente para una ruptura política tan gra-
ve. ¿A quién haréis creer que un proceso histórico
de esta dimensión se basa por completo en la fija-
ción, formal y anterior dI propio proceso (por ende.
rigurosamente a-histórica), del número de c:npre-
sas a nacionalizar? Vía muerta también la redacción
precipitada de un
dossier
de traición, en el cual. a
falta de toda prueba seria, se acumulan exageracio_
nes, citas trucadas, reproches arbitrarios y exigen-
cias de declaracinnes de principios; en el que se
llega incluso a imputf' ' falsamente a los socialis-
tas los l1amamientos del lado de la derecha, [como
si ése no fuera su oficio, como si pudiera no preci-
pitarse a través de una brecha que vosotros le ha-
béis abierto Vía muerta la de replal1tear los anti-
guos temas en litigio, hasta entonces inesellciales y
convertidos de un día a otro en manzanas de la
discordia, como ese esperp~nto de la Europa Polí-
tica que nunca ha interesado
él
nadie, a no ser a
vuestras instancias dirigentes (si existiera verdade-
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los funcionarios de Bruselas (1).
CO ' tales medios no venceréis a vuestros ad-
versarios ni convenceréis a vuestros afiliados.
«Todo indica que Francois Mit terrand y Robert Fa-
bre se
habían puesto
de
acuerdo
para ir a las elec-
ciones sin programa común», lanza el procurador
Marchais (Vitry, 27 de octubre de 1977), mientras
que su adjunto confirma: «El partido socialista
quiere
reforzar el dominio del gran capítal.» Estos
procedimientos indignos (indignos de la idea que
me había hecho de vosotros, o en todo caso de la
que vosotros pretendíais dar de vosotros mismos)
son ante todo ridículos. El delirio lleva a la escu-
cha sintomática: esos excesos inexcusables pero
no inexplicables se
indican
(como diría Marchais)
a sí mismos como reacciones de defensa. La con-
tradicción que no soportáis en vosotros, la exorci-
záis proyectándola. El retroceso político del PS es
en primer lugar el vuestro. Su viraje a derecha
(real o no, y si lo fuera, justificado o no por la co-
yuntura económica) es también el vuestro. Su do-
ble naturaleza, lo mismo. Dos lógicas, dos tenden-
cias, dos líneas incompatibles se enfrentan en
cada
uno
de
vosotros,
y quizá también en el seno de
(1) Ya pueden soplar a pleno pulmón legiones de tecnó-
cratas: el aliento popular no estará nunca presente. No
existe el sentimiento europeo: no habrá, pues, pol ítica eu-
ropea, pues no hay política realista que no se fundamente
sobre algo imaginario. La nación es y será durante mucho
tiempo la realidad primera y última de la historia moderna:
el sentimiento nacional obliga. Las realidades. naturalmente,
son las cosas del mundo menos evidentes. puesto que no
se desvelan más que en periodo de crisis. Porque perder el
tiempo con un señuelo. cuando todo el mundo sabe cue en
cuanto un buen dril sople onhre Europa un buen viento,
todas las construcciones europeas se hundirán como un cas-
tillo de naipes ...
II
~
ramen te, esta úitima división en la cúspide no ex-
plicaría nada, siendo ella misma un efecto a expli-
car).
La
crisis
y
lo que
se
juega en ella
~
l
Por tanto, el dilema tendrá que ser cortado por
10
sano sin ni siquiera haber sido planteado teóri-
camente. No es que os hayan faltado los momentos
de reflexión. Pero vuestro partido no ha manifesta-
do nunca un gusto particular por la reflexión teó-
rica: lo que las tradiciones gramscianas permiten
a Berlinguer y el valor intelectual a Carrillo, os lo
desaconseja un cierto pasado obrerista. El tiempo
que se pierde en la reflexión se gana después en
la acción. Vosotros os habéis encontrado con el
vencimiento de un plazo, ante una decisión prácti-
ca (ir o no al gobierno) cuyas implicaciones y al-
cance teórico internacional quizá no habían sido
cuidadosamen te medidos. La crisis es general, co-
mo lo son los problemas que plantea. La desgracia
que nos es exclusiva reside en el contraste entre
el grado de maduración política de la crisis y nues-
tro grado de inmadurez teórica, En lo que se refiere
al «desarrollo del examen crítico de las sociedades
socialistas» (Santiago Carrillo), vuestro partido es-
tá
retrasado
con respecto a los camaradas italianos
y españoles, pero por lo que se refiere al desarrollo
polftico de las sociedades capitalistas, Francia está
por deiante
de Italia y España. Viejo paso de danza,
cortocircuito conocido (ved en 1956, otro momen-
to crucial, vuestro retraso en digerir la desestali-
nización rusa y en dirigir la vuestra. la francesa), jo, puesto que está probado que el «marxismo-le-
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que nos valieron entonces una catastrófica reacción
en cadena, en la cual el reflejo venció a la reflexión.
lo innato a lo adquirido, el antiguo mundo al nuevo.
¿Q:.:é es una crisis? Lo que sucede cuando lo
viejo no está aún muerto y lo nuevo no ha nacido
aún. y es, a pesar del refrán, lo 4Ut:: sucede cuando
no se cambia de montura en medio de la corriente,
cuando se permanece en ella.
Decir que el eurocomunisrno es vuestro porve-
nir y que el «marxismo-leninismo» es vuestro pasa-
do, no es decir gran cosa: si se sabe bien en que
consiste el «marxismo- leninismo» oficial -expues-
to en vitrina por las sociedades socialístas existen-
tes-, nadie sabe bien aún en qué consiste el euro-
comunismo. ¿Cómo podría saberse si en parte sois
vosotros quienes lo tenéis que inventar? Sería sobre
todo correr el riesgo de comprometerse en un com-
bate de sombras. en el que se confundiría una vez
más la sombra con la cosa y la escolástica de las
marcas de fábrica con la dialéctica de los movi-
mientos reales. ¡Que ningún falso terror pueda ha-
ceros estremecer a contrapelo ¡A contrasentido
En el gran teatro de la Ideología, el eurocomunis-
mo, «esta concepción inventada por la burguesía»
(Ponomarev, Moscú, 10 de noviembre de 1977),
avanza en la corte vestido con los oropeles de los
renegados oportunistas, y el «marxismo-leninismo»,
en el jardín. se presenta adornado con «los rasgos
fundamentales, inalienabies, de la revolución y de
la construcción socialista en cualquier país» (ibid.)
Pero como buenos materialistas, no ignoráis que
la transformación de una teoría (también la mar-
xista) en ideología de Estado, la sitúa cabeza aba-
x' ·
132
f:.
ninismo» imprime a la lucha de clases en Europa
su más alto nivel de inmovilismo, podría muy bien
suceder que el eurocomunismc, a pesar de los ana-
temas oficiales, le asegure su mayor dinámica po-
sible.
Queridos camaradas, no todas las contradiccio-
nes son fecundas: la del agua y el aceite no ha
dado nunca gran resultado. Querer las ventajas del
leninismo (la identificación clase-partido: un solo
partido para una sola clase de vanguardia) sin los
inconvenientes (la identificación Partido-Estado:
un solo partido para todo el pueblo) es ya arries-
gado. Querer las ventajas de la Unión (romper el
aislamiento) sin los inconvenientes (los azares de
la competencia). es otra apuesta audaz. Pero que-
rer las dos cosas a la vez es una apuesta perdida
de antemano. Si se buscan demasiado las ventajas
de cada opción. se acaba por sumar los inconve-
nientes de ambas. A la peligrosa arrogancia del
único partido de vanguardia añadiréis -esto expli-
cando aquello- la posición minoritaria en la unión
democrática. Demasiado doctrinarios para aceptar
con los brazos abiertos la situación concreta, ya
demasiado insertos en la situación para poder des-
cansar en la sana doctrina, queriendo sostener los
dos cabos de la cadena, acabaréi~_'p-ºr encadenaros
a vosotros mismos. Hay lógicas que no casan en-
tre sí.
Esta mala boda acabará por haceros la vida im-
posible (sin hablar de la de .vsestros vecinos y
amigos que. por su parte, siempre se pueden mar-
char). Por vuestro volumen, vuestro modo de re-
clutamiento
y
vuestro paso, os habéis convertido
133
en un partido de masas ampliamente abierto sobre
diz de dictador (1), hoy patriota lúcido). ¿Para qué
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una sociedad pacífica, pero que en el interior, con-
tinúa funcionando con el modelo cerrado del
parti-
do de
vanguardia
(compacto, un ánime y vertical, tal
y como, hace sesenta años, lo habían exigido en pri-
mer lugar la autocracia zarista y en segundo una
guerra civil). La sociedad abierta en la cual os ba-
ñais,
os ha pasado por osmosis sus fetiches y sus
criterios (el sufragio universal, pero también el li-
bre juego de las opiniones, la distinción radical Es-
tado-sociedad, la circulación de infcrmación, etc.).
Creéis que corréis muy lejos de la dictadura del pro-
letariado, pero ella os alcanza en más de una oca-
sióu. Os ruborizáis o sonreís al recordar el tiempo en
el que «la piedra de toque del internacionalismo pro-
letario era la fidelidad incondicional a la URSS»,
pero enrojecéis y sonreís también ante las tesis y
las hipótesis que, tarde o temprano, deben permitir
la retirada de esta gruesa piedra de vuestro cami-
no. Concibo vuestra prudencia, mientras el movi-
miento es rápido y en ,..
:;~.ig.
Pero la liturgia de
«la línea recta de la que nadie nos hará desviar»,
de «las fidelidades inquebrantables» y de «la com-
pleta confirmación que la vida aporta», añadida en
cada uno de vuestros congresos a las tesis del con-
greso precedente, aparece cada vez más como un
misterio. La simple idea de retractación os hace es-
tremecer, aunque no os hayáis mostrado tacaños a
este respecto en los últimos años: la «[orce de
frappe»
(ayer criminal, hoy necesaria); la consti-
tución de 1958 (aún juzgada intolerable en 1967,
«antidemocrática y autoritaria», pero en resumidas
cuentas aceptada en 1972); De Gaulle (ayer, apren-
3 4
,~
alargar la lista? Ha habido otras componendas con
el dogma, y conoceréis otras. Os contradecís bas-
tante a menudo y no soportáis la contradicción.
Nunca ha sido bueno entre vosotros el tener
razón demasiado pronto. Y si vosotros seguís avan-
zando, lo hacéis siempre sobre el cuerpo de los
precursores. El desgraciado que propusiera hoy el
restablecimiento del derecho de tendencia en el in-
terior del partido. con posibilidad para las diversas
corrientes de pensamiento de organizarse y de nu-
merarse en torno a una plataforma sometida a
votación con ocasión de cada congreso, sería
fulminado en el acto como revisionista-enfermo-de-
cIub-de-discusión y expulsado hacia sus tinieblas
pequeño-burguesas. Y es asf, sin embargo, como
funcionaba el partido de Lenin (hasta el X Con-
greso de marzo de 1921) y es así como funcionará
el vuestro dentro de veinte años, si consigue re-
chazar el injerto «asiático» del «marxismo-leninis-
mo» y lleva a buen fin su completa naturalización.
Los comunistas catalanes, por otra parte, acaban
de mostrar el camino, y sin duda no ha habido
acontecimiento más importante y más desconocido
en la historia del movimiento obrero de los dos
últimos decenios, que el IV Congreso del Partido
Socialista Unificado de Cataluña (rama catalana
del PCE), que fue el primero en romper con una
liturgia fósil y en recuperar el espfritu y los méto-
dos del Movimiento anteriores a Stalin: la resolu-
ción política no fue objeto de un voto unánime sino
. J l
(1) Francia tiene un réglmen de. dictadura personal y
militar que le ha sido impuesto pcr la fuerza y tiende
a abrir el camino al fascismo. (Thorez, conferencia nacional
de Montreuil, 1958.)
3 5
contradictorio (con mayoría y minoría): las diver-
gencias han sido admitidas y reconocidas; y la
xístas-lenínistas», pero no sois aún ninguna otra
cosa. Pero es hacia el «no ... ya» hacia donde ten-
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elección del Comité Central se realizó en base a
una lista abierta, con dos veces más candidatos que
lugares a cubrir (209 para 1 1), y cuya cuarta par-
te fue presentada por los delegados. He ahí el re-
torno a las fuentes en esta democracia interna, fe-
cunda y revolucionaria.
Lo que se llama
«eurocomunísmo»
no es más
que el surgimiento incoercible de un patrimonio
genétíco (a la vez cultural y político) en el seno
de un organismo cuyo crecimiento se ha visto fre-
nado por las condiciones artificiales, importadas y
trasplantadas desde su nacimiento (las 21 condicio-
nes de Zinoviev). Nada frenará -ni siquiera los
rayos de la excomunión- esta metamorfosis me-
nos ideológica que biológica, y como tal rigurosa-
mente independiente de la voluntad de sus agentes.
Lo artificial es transitorio, lo natural es perma-
nente.
Todo está a punto ... , pero ¡ay , la historia no
espera. Sois tan franceses como comunistas, y vues-
tro ser nacional, a pesar de todos los pesares, im-
pondrá su molde a vuestro ser ideológico. La na-
ción, que es la historia hecha naturaleza y la
naturaleza hecha historia, tiene todo el tiempo que
necesite. A S I: vez, el socialismo, que está contra
la naturaleza, pues es obra de la voluntad, sólo
tiene la historia a su favor. No permite, por tanto,
que nadie pierda el tiempo. Vuestra lentitud puede
ser fatal. Pues aunque estuvieseis a mitad de cami-
no en vuestra metamorfosis, eso no bastaría para
situaros a una distancia equidistante respecto a
vuestro pasado y a vuestro futuro. No sois ya «mar-
136
'~
déis en las grandes circunstancias y no hacia el
«aún-no», pues lo desconocida es da miedo. No
hay mutación que no os haya sido impuesta por los
hechos, ni viraje que no hayáis tomado en el últi-
mo minuto, obligados y forzados. Vuestra fuerza
es la inercia, una gran fuerza. Si se supone, pues,
que habéis comenzado verdaderamente, tarde y con
la espada en los riñones, un gran y hermoso viaje
en el espacio-tiempo, que verdaderamente habéis
despegado del planeta Stalin y tenéis Europa a la
vista, aún no estáis en estado de ingravidez. Per-
didos los puntos de referencia, los reflejos recobran
la ventaja.
l¡
13 7
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La id2ntificaci6n primera del partido con la cla-
1904.) La teoría de Marx permite ver muy lejos
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se institucionaliza la representaci6n de la clase por
el partido, que permite la substituci6n del partido
por su dirección. La identificación es un tumor
maligno, de crecimiento salvaje. Corroe los tejidos
vitales, bloquea la circulación entre los miembros,
mortifica a las células sanas, dando salida a una
cascada de identificaciones de arriba abajo, reab-
sorbiéndose cada escalón inferior en la unidad su-
perior. Un organismo vivo crece por división suce-
siva de sus células. El cáncer burocrático detiene
el crecimiento celular instaurando una cooptación
hasta e infinito. No se puede dividir una relación
de orden. Si algo está al principio, se encontrará
al final. Si reina en el partido -como la unanirui-
dad-, pronto reinará en la esfera polftica -como
partido único-, después en toda la sociedad. La
cadena de ecuaciones prolifera sola. Trotsky en
1904, Rosa Luxemburg en 1918, Wolfe en 1924
-cuyas concepciones pueden ser discutidas, a di-
ferencia de su cualidad de revolucionarios-, lo ha-
bían pronosticado: «En el plan de Lenin, el partido
sustituye a la clase obrera. La organización del par-
tido suplanta al partido. El Comité Central suplan-
ta a la organización del partido y finalmente el
dictador suplanta al Comité Central.» (Trotsky,
Congreso, a 'proPósito de la
exclusión
de Trotsky del buró
político. propuesta por Karnenev.)
O incluso:
Habláis
de 'abnegación' a mi persona. Es
quizá una frase que se os ha escapado. Quizá ... pero si no
es un lapsus. os aconsejaría con mucho gusto que os desern-
harazarais de ese principio de abnegación a las personas. No
es digno de un bolchevique. Sed devotos de la clase obrera,
de su partido. de su Estado. Es necesario y está bien. Pero
no confundáis eso con la
abnegnción
a las personas, cascabel
inútil y vacío de intelectuales burgueses. (Carta a un mi-
litante, agoste de 1930. Stalin.
Oeuvres Completes.
t. 13.)
Los consejos de moderación se hacen más raros después
de esta fecha.
4 2
hacia delante; la práctica del poder, por el contra-
rio, convierte en miopes a los mejores marxistas.
Cuando el propio Trotsky, en 1926, se imagina po-
der llamar directamente a la clase obrera contra el
creciente poder e intervención del aparato y de
la ORGbur6, chocó contra un muro, con gran sor-
presa por su par+>. [Pues la organización de la
clase obrera se había convertido simplemente en el
aparato del partido Y no pudo escalado más que
abandonando el país. pues entretanto el partido se
había convertido también en el Estado nacional
mismo.
La tautología convertida en institución gira so-
bre sí misma. Imposible llamar al pueblo contra o
por encima del partido: el partido es el pueblo. Im-
posible llamar al partido por encima o contra la
dirección: la dirección es el partido. Imposible
llamar a la dirección por encima o contra el secre-
tario general: él es toda la dirección. No hay tercer
término, luego no hay alternativa. Krustchev hizo a
este respecto muy bonitas confidenc~~;- en el
XX Congreso. Sólo se sale del círculo por fractu-
ra, y si el circulo no se rompe es él quien os rom-
pe. La lógica de la identidad es locamente rigu-
rosa.
Locura quizá, pero locura lógica. Este mundo
invertido, esta Carrera al revés tiene por clave una
inversión lógica, que se puede indicar brevemente
(sin querer iniciar aquí un análisis ni demostración)
como la inversión del materialismo histórico, por
necesidades prácticas de la administración del Es-
tado, en un idealismo absoluto. Marx había puesto
la dialéctica de Hegel sobre sus pies; la posteridad
4 3
marxista ha puesto de nuevo la dialéctica de Marx
cabeza abajo, es decir, tal y como Hege la había
De donde se deduce el círculo encantado del
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dejado. En los «países socialistas», en efecto, el
marxismo-leninismo no designa un método de aná-
lisis crítico sino el compendio dogmático de las
leyes de la naturaleza. No es susceptible de inter-
pretación o de utilización, sino solamente de codi-
ficación (por la Academia de las Ciencias), de re-
petición en plan recital (por los profesores) y de
memorización (por
los
alumnos de las escuelas de
cuadros). No es una herramienta, es una cosa en
la que se enuncia, con total transparencia, la natu-
raleza de las cosas. Esta filosofía de la naturaleza,
que se enseña bajo el nombre de «materialismo
did-
léctíco» como un saber acabado (un poco como el
saber absoluto en Hegel), exhaustivo y global, al-
canza así, por el otro extremo del objetivisrno ma-
terialista, el postulado del idealismo absoluto según
el cual el pensamiento se identifica con el ser. Al
igual que el pensamiento de la dirección con el de
todo el partido. Al igual que el partido con la cla-
se. Al igual que la clase obrera con los intereses
bien comprendidos de las otras clases explotadas.
Maravilloso cierre del sistema sobre sí mismo, pues
se cierra tal como funciona: ideológicamente. Y es
así como la- dialéctica materialista -lógica de la
contradicción- se re encuentra prácticamente in-
tacta, pero sustancial mente transformada en su
contrario: una ontología idealista como base de
una lógica de la identidad. Así se fundamenta la
relación de orden sobre la naturaleza de las cosas,
a su vez testificada por un saber que no es ya mé-
todo racional, sirio parte de la naturaleza.
4 4
«socialismo real»: círculo entre clase y partido, en-
tre cúspide y base en el interior del partido, entre
el partido y el Estado y entre el Estado y la socie-
dad. «El sistema burocrático es un círculo del que
nadie se puede escapar. Su jerarquía es una jerar-
quía del saber. La cabeza se remite a los círculos
inferiores en lo referente al detalle y
103
círcu-
los inferiores se remiten a la cabeza para lo que
hace referencia al conocimiento general,
y
así se
engañan mutuamente. La autoridad es el principio
del saber de la burocracia y la idolatría de la auto-
ridad es su mentalidad» El pronóstico está firmado
por Marx y fechado en l842.
Todo se vuelve cómodo en el interior del círcu-
lo mágico, puesto que su lógica permite cualquier
coartada. Al anexionarse los niveles inferiores. de
los cuales se supone que es una emanación, cada
nivel superior ejerce su autoridad por abnegación:
en nombre del inferior del cual es depositario. Se
habla y se rlrf¡'i,;;
ei1
nombre del otro: la dirección
en nombre de la base, el partido en nombre de la
clase. El partido, por su parte, es siempre el mis-
mo, puesto que la esencia de la clase está presente
tal cual, sin discontinuidad alguna, en
Sil
partido-
fenómeno. Esta plena coincidencia uno mismo y lo
de dentro de uno mismo no deia espacio alguno a
lo negativo ni al error. Ni al retorno crftico sobre
sí mismo, que supondría una duda y por t
mto
una
distancia lino mismo y lo interior. Lo que mañana
será desviación es hoy correcto, y si la política
viaente muestra una serie de errores. cada uno de
ellos es machacado como la verdad misma: puesto
que es la política del momento.
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cero que se hace lo que se dice. Tal es el milagro
-y la astucia- del sistema que funciona al revés
vés de procedimientos normales de consulta, parti-
cipación y elección (democracia). es conducida a
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de lo que dicen sus reglas, y en el que la práctica
real y la teoría oficial de la organización se en-
cuentran, por así
decírlo,
en posiciones encontra-
das. Si la
práctica
suscita desacuerdos, sólo se pue-
de estar de acuerdo con la teoría. Y el acuerdo que
se concede a esta última impide a todo desacuerdo
ver la luz en lo que a su puesta en práctica se re-
fiere.
Esta ilusión óptica, que convierte una teoría
en su contrario, es más conocida bajo el nombre
de «centralismo democrático».
Definición teórica: «El centralismo democrá-
tico se define por una doble práctica: en primer lu-
gar la de una discusión, la de una confrontación
amplia y democrática de las opiniones entre todos
los afiliados del partido y la participación de todos
en la elaboración de su política. Y, en segundo lu-
gar, la idea de que, una vez terminada la discusión,
las decisiones adoptadas deben ser aplicadas por
todos.» (Laurent, La
Nouvelle Critique,
abril 1977.)
¿Cómo no estar de acuerdo con este procedi-
miento para establecer acuerdos que se practican en
todos los grupos del mundo? Desde el neolítico y la
aparición de los primeros pueblos sedentarios, la
especie humana practica, sin saberlo, el centralis-
mo democrático.
Aplicación práctica: un doble proceso según el
cual, 1) a través de mecanismos centralizados pro-
pios de los aparatos jerarquizados, la cúspide selec-
ciona, forma, informa y controla los elementos de
base (centralismo); y 2) la base del partido, a tra-
152
i ~~~
1 1 ,
~
> 1,
b
adoptar como suyas las decisiones tomadas por la
cúsp ide,
Teoría oficial de la organización: el cor:greso
soberano elige y renueva cada dos años al comité
central, ei cual elige entre sus miembros al buró
político, que nombra a su vez a los organismos
correspondientes. Los delegados al congreso son
elegidos por un escrutinio mayoritario en tres ni-
veles diferentes: células, secciones y federaciones.
Funcionamiento práctico: esta elección en tres
etapas funciona como un triple filtro que permite
eliminar sucesivamente a los opositores y evitar, de
esta manera, que al final del camino llegue ninguna
voz discordante entre los delegados al congreso .
Estos eligen, mediante su voto, sobre una lista ce-
rrada de nombres, a los futuros miembros del co-
mité central seleccionados previamente por el se-
cretariado del partido. El cual, a su vez, fija el
orden del día de las reuniones del buró político,
que hará registrar a continuación sus resoluciones
a través del comité central reunido en sesión ple-
naria, para escuchar y en su caso enmendar o mati-
zar los informes de los miembros del BP y del se-
cretariado. El círculo está cerrado.
Esto es lo que hace del partido una casa cons-
truida totalmente hacia arriba, en la que los habi-
tantes están unidos por un vivo sentimiento de per-
tenencia (el espíritu de partido), sobre la base de
una solidaridad de intereses y de trabajo. Pero las
relaciones humanas deben desarrollarse en esa
casa de forma vertical y no horizontalmente, en-
153
: ji¡ , . -'
. • . .f) .
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orden, en una ceremonia a través de la cual se in-
dica en el vacío al ser que está lleno de una verdad
dio de defensa contra el exterior, son una cosa; la
compacidad administrativa de una institución pací-
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caída de arriba. O más exactamente: la
autocrítica
es el medio gracias al cual el nivel superior obtiene
la confirmación de sus méritos a través del deber
del nivel inferior de reconocer sus propias faltas en
la aplicación o la comprensión de la línea fijada en
el piso de arriba.
Unanimidad:
La indivisibilidad esencial de la
clase fundamenta, en derecho y de hecho, la per-
manente unanimidad de los militantes en torno a su
dirección, testimoniada por el rechazo de la sim-
ple idea de t=ndencia y la mancha de infamia que
golpea la «fracción», y simbolizada por el voto de
las decisiones y la elección final de los órganos
dirigentes en medio de las ovaciones de una asis-
tencia levantada como un solo hombre por el entu-
siasmo. Las tribunas de discusión en la prensa del
partido, los debates en las células y secciones, el
depósito de enmiendas al proyecto de resolución no
tienen por objeto delimitar las diversas posiciones
existentes, reagrupar las sensibilidades sobre una
plataforma sometida a debate democrático en la
discusión, para llegar al recuento y hacer valer al
fin la ley de la mayoría. Se trata simplemente de
preparar el acto de unanimidad final que ratificará
en sesión plenaria la plenitud original de la Esen-
cia. Esta unanimidad no tiene nada de excepcional
(legitimada por la gravedad del momento o la nece-
sidad de cohesión ante una amenaza mortal). Cons-
tituye un indicio de normalidad que prueba a los
dirigentes el funcionamiento regular y por tanto la
buena salud de los órganos del partido. Las filas
compactas al estilo militar, arma de combate y me-
156
fica es otra. La primera es una medida de excep-
ción, es decir, de salud pública; la segunda es una
anomalía que se ha convertido en rutina, es decir,
una enfermedad. La primera templa el acero para
la ofensiva. La segunda entorpece y esclerotiza.
Coniormidcul.
EII
un
sister»>
oficial que no deja
lugar alguno a 1 1 n=gación, la oposición no puede
hacerse un espacio más que colocándose a sí mis-
ma en las posiciones oficiales; y la contradicción no
opera si no es bajo la máscara de lél confirmación.
Principio de base: nunca se tiene razón contra la
dirección. Corclaric; quien pretende demostrar
que la dirección se equivoca debe hacerlo apoyán-
dose en las razones de la dirección. Todo opositor
sabe -infancia del arte- que necesita cubrirse
citando en primer lugar y en varias ocasiones
las palabras del secretario general. «Como decía
Georges Marchais en su última intervenc ión .. . » Sin
esa firma en blanco no hay ni salvación ni escuela.
Nada más triste que ese peaje que da derecho a
circular por las avenidas del partido y, a los inte-
lectuales, el derecho de «hablar de política», que
consiste en recitar citas de; dirigente (su frecuen-
cia mide el grado de conformidad y por tanto de
legitimidad de; discurso) yel empleo repetido de
estereotipos (fórmulas consagradas en los últimos
congresos, resoluciones o comunicados del buró
polftico). Tanto en la actitud como en el lenguaje,
la relación de orden explica, engendra y reproduce
hasta el infinito el conformismo generalizado. Cual-
quier elemento (político, teórico, lingüístico) no
puede aparecer si no es
adaptándose
a un elemento
157
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• -~ •• •••• ( -. -,o., • ••
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jeros, sin negativo, todo movilizador: entonces hay
que cortar, omitir, truncar, jugar con las tijeras.
con las elipsis y los fallos de memoria. La continui-
dad idílica exige un sensato discontinuo, el granito
se acuña en gruyere. Es por esta razón q'. e el pasa-
do nunca es desautorizado en el partido, en el que
el silencio que surge inesperadamente sobre tal
o cual episodio pasado vaie como autocrítica en
la cúspide, y por las mismas r azones que la rehabi-
litación de las víctimas de los procesos en el Este
se opera indirectamente, con palabras encubiertas
y fugazmente. Será preferible
borr::¡r
talo cual pa-
saje de la vida del Partido antes que releer el texto
para averiguar el porqué y el
córr.c
de los errores
cometidos. En dicho caso se correría el riesgo de
subir de abajo arriba: las decisiones a sus auto-
res y los autores al sistema de decisión. Tocar el
pasado es poner en cuestión las estructuras del pre-
sente, instaurar una reversibilidad posible entre
base y cúspide,
hic
et
nunc.
Se ccrnprenden mejor
las fórmulas del tipo: «El pasado es el pasado. es
inútil volver sobre él, camaradas». «como si no hu-
biera nada más urgente que hacer que reabrir los
viejos dossiers», o bien «sólo los masoquistas re-
muevan las basuras». En resumen,
e
pasado es
tabú. Ahora bien, la memoria es revolucionaria. Y
sólo permiteinnovar. Un pueblo sin pasado está ya
reducido a la impotencia. Vosotros sabéis muy bien
cómo, en el Este, la memoria selectiva del Estado
puede hacer clandestina la historia de un país en el
propio país: nombres propios prohibidos, fotos re-
tocadas, ataúdes hechos desaparecer de noche, re-
tr;¡t()~ oficiales por la noche y descolgados por la
mañana sin explicación alguna. ¿Vuestro partido
adopt.::ría con respecto a su historia una franqueza
diferente a la que demuestran los Estados socialis-
tas Con respecto a la suya? Hay indicios que hacen
pensar que tendríais ese valor. No injuriéis. pues. a
aquellos que la ejercen sobre sí mismos. ¿De qué
nos avergonzaríamos? ¿De los milagros evapora-
dos, de los sacrificios un pace más inútiles de lo
que estaba previsto, de nuestros disparates retros-
pectivos? La rn avo rrn silendosa, ciertamente. no
mete la pata y la gente situada divaga menos que
el
resto.
Estemos orgulloso de nuestros disgustos;
es gracias a ellos, quizá, que
el fondo del aire
es
rojo. Chris Marker, bajo este título, acaba de pre-
sentarnos cuatro horas de cine-verdad sobre los
diez años pasados. Es su propio balance, y ante
esas preguntas sin respuesta cada quién está invi-
tado a dar la suya. «Pesimismo y nihilismo, es un
filme desmovilizadOD>, escribe
L Huma-Dimar.che.
«Ese gusto demostrativo del fracaso ... Corre el ries-
go de conducir a la resignación», dice La Marsei-
llaise. Esos reflejos no son dignos de vuestro futu-
ro. ¿Es necesario, para afrontar el futuro sellar con
un muro de silencio la vida y la muerte de todos
nuestros mayores Y camaradas que lucharon por
nosotros en todo el mundo? ¿O es preciso transfor-
mar el fracaso en experiencia para dar lugar en el
futuro a unas pocas victorias más? La comunidad
del recuerdo no es única riente nuestra identidad de
militante, sino un desafío que hay que recoger:
¿qué vamos a hacer ahora con 10 que hemos hecho?
Que estalinistas ~l :-0::':6: corno Glucksmann o sus
( amigos. guarder¡ silencio sobre su pasado, demues-
tra que la cláusula de amnesia forma parte de l con-
:.
trato en el que se han conprornetido. Pero ver a un
revolucionario que avanza borrando sus huellas,
> :
exclusión por escupitajo. Fueron ellas las que hi-
cieron vuestra reputación en la posguerra, Y su
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más que nada disuadirá de hacer el viaje con él.
El S~r y la Nada
Dejemos de lado los recuerdos molestos, guar-
démonos de abrir verdaderamente los ojos sobre
los enojosos ejemplos de algunos pequeños-herma-
nos, y cerremos filas, camaradas, en torno a los
verdaderos problemas de la actualidad. Sea. Reen-
contrándose a sí mismo, en familia, el partido no se
perderá nada esencial: se tiene a la clase para sí
y
el1a se basta a sí misma. Retorno a las fuentes
del puro presente de la militancia: el partido sólo
conoce un aislamiento espléndido. El modo en que
se fortifica al depurarse, el repliegue sobre lo que
Sé
llama erróneamente el «ghetto», le permite al-
canzar la indivisibilidad >A-sa de la esencia prime-
ra. Se hace el vacfo alrededor, cerrando puertas,
ventanas
y
memoria, para hacer mejor el «lleno»
en el interior, en la organización, pero se corre el
riesgo de hacer el vacío entre los inorganizados.
Aquello que vuestro partido ganará mañana en vo-
Iumen y en compacidad, podrá perderlo en audien-
cia e influencia. Sus efectivos aumentarán, pero sus
límites se reducirán, convirtiéndose la vida en su
interior en algo cada vez menos confortable.
No desconocéis, sin embargo, la ventaja de esas
zonas-frontera, turbulentas y felizmente desdiouja-
das, situadas entre la inclusión por f'agocltosis y la
6 2
amplitud mide bien el grado de hee;
pn
lOnía verda-
dera de un partido sobre su época. Aunque fuera
«obrero» y la época «burguesa». Se ha zaherido
demasiado a los pseudos, criptos y fellow-trave-
Ilers (1). Vale más llorar a la admirable especie de
los Pierre Cot, de los Vercors, de los d' Astier, de
los Madaule; está en vías de extinción. ¿El flujo
los trajo, el reflujo se los lleva? No: esos falsos
corchos eran vuestros verdaderos flotadores, que
con abnegación os mantenían la cabeza fuera del
agua. La devoción existe siempre, pero se habrá
ido a otra parte, o más bien a ninguna, y os costa-
rá alcanzarla de nuevo. Vosotros no la habéis valo-
rado poco, y tampoco habéis dejado de recomen-
darla. Vosotros la habéis enseñado.
No tenéis un solo amigo que no haya realizado
veinte veces la experiencia. Vuestro primer reflejo
ante una iniciativa que no proviene de vosotros,
aunque sea la más amistosa, es la desconfianza o la
animosidad. Y si se os propone ingenuamente que
toméis parte, replicáis: o nar
ionalización
total
de los bienes y haberes, o liquidación inmediata sin
frases. Tanto si se trata de un comité de inquilinos
de un HLM (2), como de un proyecto de revista
cultural o de una petición por la paz, el socialismo
y la felicidad universal. Como hace ya mucho tiem-
po que habéis abandonado el estado de sitio, y no
sois bastante frágiles como para creer que vuestra
(1) Compañeros de Viaje.
(2) Viviendas de renta limitada.
6 3
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únicos árbitros aptos para distinguir entre sus inte-
' .',(
explicaciones fracasan. Se hará aSC8:¡c er a otros
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reses históricos a largo plazo y sus ilusorias venta-
jas inmediatas, es por ende a vosotros
y única-
mente a vosotros a quien tendréis que rendir
cuentas.
Sigamos la flecha, rellenemos el punteado de
un modelo teórico, ciertamente caducado, pero que
no es una invención, puesto que ha funcionado muy
bien. ¿Cuál es el panorama en el momento del cie-
rre? Alrededor de vosotros el desierto, con inofen-
s'vos espejos aquí y allá para hacer eco a vuestra
voz, y reflejar los decretos, en el papel, en los es-
trados, en las pantallas. Allá abajo, a lo lejos, el
trazo negro de las líneas adversarias. Ahí estáis,
solos con vosotros mismos, la plaza está limpia.
Todo se arregla en la cúspide de un aparato opaco,
la familia lava su ropa sucia -a veces manchada
de sangre- a puerta cerrada. Basta de opinión pú-
blica. Fuera los inoportunos que interrumpen la
entrevista a solas. Los demás simplemente han
desaparecido a beneficio de vuestros suplentes y de
los enemigos de clase. Entre esos pequeños y aquel
gran otro: nada. El vértigo, sin duda. El Partido ha-
bla bien, puede incluso, al principio, hablar justa-
mente. Pero como nadie puede
responder/e,
uno se
cansa de escuchar y sólo se aplaude por reflejo. El
discurso se crispa y gira muy pronto en el vacío:
locos soliloquios de los Rakosi, Geroe, Novotny,
Pieck ... Como aquí nadie gira en una espiral abso-
luta se producirán, naturalmente, roces, inercias
o asperezas. Se pondrá a flote a la comisión de
propaganda. Se hará
descender
a tal permanente a
la base, para controlar, sermonear o excluir si las
al CC (Comité Central). Se reempiaza Una correa
gastada por otra más joven, pero la transmisión
se hace siempre desde arriba hacia abajo, del mo-
tor a los móviles. La bella totalidad redonda con-
tinuará girando sobre si misma, indefinidamente,
con su causa motriz incorporada, atesorando la
crema de
los
militantes, deshaciéndose de las esco-
rias a
10
largo
del
camino y por
simple
inercia. La
propia lógica de la máquina -independiente de la
voluntad de sus dirigentes_ no admite, Conrespec-
to a aquello que se le resiste, otra Cosa que la este-
rilizante,
mortal
y suicida alternativa.: anexionar o
liquidar: Puesto que no puede haber, por postula-
do, oposición seria o incompatibilidad entre
los
in-
tereses
del
todo que
el
partido encarna
(la clase
obrera en
la
OPosición,
el pueblo
en
el
Estado) y
aquellos de talo cual sector de la base (militantes
o población, según el caso), toda contestación local,
toda disidencia organiza o todo disentimiento per-
sonal
no tendrán más elección que reconocerse
Como incoherentes o someterse como enemigos. La
partida ha terminado.
Mal
juego,
incluso
para aquellos que
10
juegan.
La partida se desarrolla a sus espaldas, ni siquie-
ra pueden dominarla.
Helos
ahí, muy pronto, sordos
y locuaces, arrogantes, estruendosos, siempre satis-
fechos de sí mismos y cada vez más aislados. ¿El
medio para que suceda de otra manera? Si fuera
necesario admitir verdaderos interlocutores y escu-
charles por las buenas, si hubiese materia para UJ1
intercambio político
efectivo, enriquecedor, mutua-
mente transformador -antes se decía dialéctico-,
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si es para encontrar a le peor del estalinismo? ¿No
son demasiados esfuerzos para t::11resultado?
amplia democracia de masas», en la que por princi-
pio no se está seguro de nada? Gramsci fue sin
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¿Cómo salir de ese pantano? Cuanto más se ele-
ve hacia la franqueza y el rigor, más franca y
rigurosa parecerá la dificultad lógica,
aunque
no
haya sido nunca cuestionada. Ni siquiera el pro-
pio Althusser se deja ir en este tema, al wishfull
thinhing
«La clase obrera asegura el papel dirigente so-
bre sus aliados en la más amplia democracia de
masas.» (XX
e
Congres, Maspero, 1976.)
Declarar que un cuadrado es un círculo no re-
dondea los ángulos. Yo pido que se me explique:
1) ¿Cómo puede «dirigir a sus aliados» sin conver-
tir a los aliados en otra cosa: subordinados? ¿Por
qué hablar de alianza si la relación es de entrada
de jerarquía? 2) ¿Cómo se hace compatible «la
más amplia democracia de masas» con una delega-
ción de poder, irreversible y no revocable, de un
sector de las masas a otro y, en este caso (en Fran-
cia, en 1978), de una mayoría a una minoría? ¿No es
ésa una base un poco estrecha para una democracia
en expansión?
Los griegos utilizaron mucho tiempo en la bús-
queda de la solución de un problema insoluble para
ellos -el de la cuadratura del círculo-, a pesar de
que, según parece, la humanidad s610 se plantea
los problemas que puede resolver. ¿Encontrará al-
gún día su solución el problema que (Althusser pre-
senta con optimismo como solución) de una demo-
cracia predirigida en su principio, en la que la clase
obrera pueda estar segura de su papel dirigente
manteniendo al propio tiempo la susodicha «más
7 2
duda el primero, '10 en resolver sino en dar los ele-
mentos de solución de dicha contradicción. en la
que se centra la problemática de la revolución en
Occidente. Haciendo de la relación de hegemonía
no una ¡¿y estática sino un movimiento continuo,
y
soure ton un movimiento que va de
abajo
arriba,
- remontando desde la soc'edad civil hacia el Estado
central, inició, en efecto, una verdadera inversión en
la relación de orden. Si el eurocornunismo tiene un
sentido -o mejor, si puede iniciar una revolución
en la revolución y volver, al hacerla, a las fuentes
de
la ;¡¡spiración marxista-, tendrá que profundi-
zar en esta
inversión
de
sentido
de las relaciones
que unen el Estado con la sociedad civil y al par-
tido con la clase, tal como funcionan en los países
socialistas existentes. Gramsci nos dejó una flecha
indicativa, por desgracia un poco corta
y
tan sólo
punteada (1). Por suerte, el tiempo encarama a los
enanos sobre las espaldas de
lOS
gigantes, y el hori-
zonte histórico y geográfico del socialismo se ha
ampliado considerablemente desde la época de
Gramsci. Vemos, por tanto, más lejos y mejor, pues
O) Dos limitaciones evidentes en Grarnsci, a pesar de
la homonimia con Hegel: su concepto de sociedad civil
(con el cual designa la esfera de las necesidades, y por con-
s¡5,dente la economía en primer lugar) deja de lado la
in (raestructura económica
y
no se refierc de manera general
más que al conjunto de las instituciones no estatales. Y el
objeto de sus análisis se limita más concretamente a lo que
ocurre antes de la toma del poder del Estado, sin conside+»
lo que puedo
y
lo que ha, efectivamente, pasado
después
(Ialta de distanciamientu
y
de información sobre la expe-
rienda soviética).
7 3
• h~
. ;.~,.
. . ; .. .. .
nuestro conocimiento de los Estados. ;'socialistas
l •.
~.¿.Jf;~.{.;._j.
caso, decir dernasiado o demasiado poco? Nos feli-
citamos de este gesto de benevolencia, sin inquie-
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existentes, de sus estructuras
y
der· 'sus' desventu-
~,I.'~' ,;.' ,,;.,,.
ras, puede hacer pasar nuestras :'éircunstancias
presentes por los rayos X de una historia' real. La
anatomía del mono, indicaba Marx, se hace más
clara al conocer la del hombre. ¿No se verá mejor
nuestra anatomía política a la luz del {<socialisllJu
real»?
El círculo
de
los círculos: la Autoridad
Suprema
La metafísica de la unidad culmina en el partido
único: esta vocación es su fatalidad. Esencia sim-
ple, la clase es indivisible. Una clase de vanguar-
dia, unida por naturaleza, no tolera más que un
solo partido. Si se deriva el hecho de la ley, como
lo exige la metafísica estaliniana, el hecho de que
existen otros partidos obreros, otras expresiones
políticas de los asalariados, es un hecho injustifi-
cable; Pero si el hecho es legítimo, entonces hay
que abandonar la metafísica e inventar otra ley a
partir de los hechos reales.
Habéis ab~ndonado la pseudo-regla leninista
del Partido Unico y reconocido el principio de los
partidos como un principio válido para hoy
y
para
mañana. Creo que fue René Piquet quien se arries-
gó a cometer esta audacia en marzo de 1967, frente
, a Francois Mitterrand, durante una semana de es-
tudio del pensamiento marxista, y Waldeck Rochet
~~',;.:}~;: avalóa continuación. ¿No es, también, en este
, , / J : , -~• 1 : ¡
tamos por su falta de lógica, no menos observable.
Si «una sección socialista de empresa no aporta
nada a la clase obrera», como recientemente ha
recordado Georges Marchais, ¿qué podrá aportar
un partido socialista a una sociedad socialista diri-
gida por la clase obrera, sino confusionismo ideo-
- lógico, desavenencias intestinas y desórdenes inú-
tiles, que únicamente podrán servir al enemigo de
clase al dividir la fuerza unida de los trabajadores?
Si Jean Colpin tiene razón al decir hoy en la tri-
buna del XXII Congreso que «lo que necesitan la
clase obrera y todos los asalariados en las empre-
sas es el partido comunista; no necesitan a ningún
otro», ¿qué extraña cortesía podría
pasado-mañana
empujar a los representantes de «la fuerza deci-
siva de nuestra época» a consultar, en el gobierno,
a los representantes de las capas pequeño-burgue-
sas? ¿Si la opinión de los pequeño-burgueses se re-
velar.: Jesfavorable, se debería someter la clase
obrera? Aunque así lo quisiera, su esencia de fuerza
decisiva le impediría adoptar esa decisión. ¿Está en
la lógica de la sociedad ampliamente democrática
que lo que queréis para mañana es cerrar hoy las
puertas de las fábricas a las organizaciones como la
vuestra, como se mantuvieron cerradas las de Re-
'nault a los cort.ejos de estudiante s en el 68, como
se «limpia» aún hoy la puerta de tal Q cual fábrica
de distribuidores de octavillas «trotsquistas y pro-
vocadores»? No discuto vuestras razones, sino sus
consecuencias a largo plazo. Pero si os concedéis
plenamente razón hoy, no veo cómo, si la existen-
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mostrar verdaderamente orgullosos. Esa caracte-
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rística vuestra plantea un problema considerable:
el de la institución, de sus reminiscencias y de sus
mecanismos de identificación transhistóricos, que
~ ) me guardaré muy bien de abordar aquí, sin por
ello dejar de lamentar que Marx haya convertido la
cuestión en un callejón sin salida, callejón que nos
ha hecho herederos del marxisma,y a él mismo de
un papel de padre fundador del que aún no ha aca-
bado de reírse -de reírse hasta las lágrimas- bajo
su losa de Highgate. Le que implica que la legitimi-
dad a
priari
que reclama vuestra institución petrifi-
ca lo esencial de nuestras relaciones políticas
y
so-
ciales. La enfermedad de la piedra es contagiosa:
todo lo que tocáis se mineraliza si lo hacéis vuestro
o se pulveriza si lo rechazáis. Con vuestra masa in-
móvil cerráis el camino (vosotros lo llamáis «abrir
el camino», pero es la misma cosa) tanto al refor-
mismo como a la revolución, tanto a lo posible como
a lo deseable. Vuestros bloqueos internos no nos
concernerían demasiado -excepto como curiosida-
des de la política- si sólo hicieran caer el cerrojo
sobre vuestro propio partido. Pero hay un proble-
ma: vuestros embotellamientos obstruyen la carre-
tera nacional. Lo que hace vuestra felicidad de
militantes en paz consigo mismos Y la fuerza de
vuestro partido, hace nuestra desgracia Y la debi-
lidad de vuestros compañeros. Vuestra esterilidad
política y teórica es asunto vuestro. La esteriliza-
ción del conjunto de la izquierda nos concierne a
nosotros. ¿Qué hacer para desbloquear la historia?
¿Quién hace la :::;taria? ¡Basta de quid pro quos
La teoría dice lo que la experiencia le ha susu-
rrado cien veces: «las masas hacen la historia».
Vuestra práctica plantea de modo falso el axioma
marxista. Para vosotros es el Partido quien hace la
historia, y si las masas insisten en mezclarse en
ella no podéis permitirlo, ya que no deben hacerla
si no es a través de sus representantes titulados.
El dogma os asegura, a vosotros y a vuestros des-
cendientes, la exclusividad del título; vuestras es-
tructuras os garantizan permanencia y robustez:
ahí os tenemos, pues, armados para monopolizar la
acción de masas. Otro efecto del misterio de la
encarnación, acerca del cual se ha glosado durante
diez siglos: Cristo es hombre y Dios, pero ¿en base
a qué relaciones y qué quiere decir esa y? Vosotros
sois Partido y masas. Cuando vuestra organización
se pone en marcha, desencadena «el movimiento de
las masas», pero cuando las masas se ponen en mo-
vimiento sin vosotros, entonces se trata de «movi-
mientos incontrolados» debidos a un puñado de
agitadores irresponsables. Asimismo, se llaman
«movimientos de masas» a las organizaciones que
vosotros animáis directamente, tales como el Mo-
vimiento de la Paz o la Asociación de Antiguos
Combatientes Republicanos. Esta anfibología, por
más normal que sea, indica un problema serio.
Evidentemente, las anfibologías, homonirnias y
otros accidentes del lenguaje me importan tan poco
como a vosotros, pero la experiencia nos ha ense-
ñado que lo que comienza siendo un quid pra qua
de rutina puede acabar en un kidnapping
(1)
de
masas. Igual que cuando se lee en un texto «dicta-
de amargura se convertiría en una frustración se-
ria si trabajara como obrero, ingeniero o técnico
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dura del proletariado» y lo que se ve en los minis-
terios y en la calle es «dictauura del Partido»; o
cuando se tiene que aprobar la dictadura del secre-
tario-mariscal, tras haber aprobado eventualmen-
te el papel dirigente de la clase obrera: casos como
los anteriores acaban por obligar a prestar mucha
atención al sentido de las palabras Y a interrogar-
se, ante cualquier prcpuesta, hipótesis o programa,
sobre quién es, detrás o al lado del
sujeto
de dere-
cho,
el
sujeto real.
Consigna de la época: descon-
fianza hacia las personas morales, cuyo inrnoralis-
mo no hay que demostrar. y otra vez a convertir
en minúsculas las mayúsculas de ayer: Partido,
Patria, Revolución, Estado, Industria.
El
quién
hace
qué
es una unidad, la cuestión del
sujeto real no es separable de lo que está en juego
de hecho, objetivamente. «Nacionalizar», por ejem-
plo, es un bello vocablo que entusiasmó a nues-
tros mayores cuando se produjo la Liberación.
¿Pero no se utilizó entonces en lugar de la palabra
«estatizar»? La red de gbricas Renault pertenece a
la colectividad nacional: me cuesta bastante sen-
tirme como su propietario. Es que «la nación», en
este caso, pertenece al Estado, que a su vez perte-
nece a una clase social (nacional o internacional)
con la que muchos no
'05
identificamos. Me con-
suelo pensando que el director de la Renault me
representa
y que una s 1cuenta millonésima parte
de mi persona le acorntana en sus decisiones: me
siento halagada, pero
:L
convencido. Ese micrón
(1) En inglés
rapto , ~lestro .
en 1
é l ,
Renault. Lo sabéis muy bien, tan bien como
para que volváis a retomar de sus autores, hoy,
el ideal y el vccabularío de la autogestíón. fdpql
bien sutil y desdibujado, pero cuya sola aparición
da muestra de una voluntad capital: no VOlverse
a dejar robar por las palabras, realizar su runr
ión
- en persona, saborear y ejercer el dominio más di-
recto posible sobre las condiciones de trabajo y de
vida. Acabar, en una palabra, con el teatro.
No os esconderé -estoy en vena de confiden-
cias- un cierto resentimiento de ¡ quietud que me
causa vuestra afición por las representaciones. El
Partido no parece reconocer como sujetos políticos
válidos -interlocutores o compañeros- más que
a aquellos que han sido objeto de una
delegacion
de poderes en toda regla. ¿Sólo hay acciones hono-
rables por delegación de poder? ¿Es necesario con-
fundir hasta ese punto la democracia revclucíona-
ria con la democracia burguesa? Institucionalizáis
la representación a todos los niveles, un poco como
lo hacen los prefectos en sus recepciones oficiales.
Grupos, movimientos y clases sociales no parecen
existir a vuestros ojos más que a través de «orga-
nizaciones representativas». Un mundo que reposa
sobre la separación de los productores de sus pro-
ductos y de sus medios de producción es un mundo
en el que la delegación de poderes se reencuentra a
todos los niveles: hay coherencia enl ~ el contenido
de la explotación económica y las formas de la do-
minación política de la burguesfa. ¿Decid me CÓmo
-y en última instancia para qué- rechazar el gra-
no de la explotación conservando en todas partes
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l . ..
,
.
· ·. ~~~ .~ ~.~. .~
{t:
revolución dice ruptura, brecha, irrupción, impre-
visto, acción súbita, en resumen todo lo que es
menos escandalosas a los ojos de )(1':: especialistas,
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objeto de vuestra más antigua fobia y que estig-
matizáis bajo el mote -por otra parte bastante
justs- de «movimiento incontrolable e incontro-
lado». No hay definición más clásica de la revolu-
ción que su no clasicismo, su barroco descortés
y '.' I~ 3.1 , puesto que se resume en «la intervención
directa de las masas en la escena en la que se deci-
de su destino». Directa: sin mediación, sin auto-
rización de arriba. Sin programa particular, sin
('~lendario, sin plazos fijos. A horas indebidas, en
lugares absurdos y bajo formas irresponsables, en
violación de las leyes más sagradas, de la decencia
más elemental, del derecho de las personas y de
todas las formas autorizadas de
representación
política. Es obvio -incluso para aquellos que «no
vivieron el 68»- que una intrusión de ese género
sólo puede pareceros sospechosa. Seguy: «¿Cohn-
Bendit? [No sé quién es » (1).
No creo que el 6 5 <
n3.ya
sido una revolución. Y
no soy quién para decidir si Cohn-Bendit es un
revolucionario, aunque me parece excesivamente
simpático para esa función (los revolucionarios
son más bien antipáticos). Solamente sé que no hay
un solo ejemplo histórico de proceso revoluciona-
rio que no n-aya comenzado por liberar unas mo-
léculas químicas de fórmula desconocida, más o
O) Esta frase fue pronunciada por Seguy, dirigente del
Partido Comunista francés y secretario general de la CGT,
la central sindica más poderosa de Francia, de influencia
comunista. El momento en que la pronunció, en TY1 ~ rl l R8.
er el de mayor apogeo de la popularidad revolucionarra
de Cohn- Bendit, a quien se ccnsiderabn corno uno de los
pr incipatr-e líderes espontáneos del movimiento estudiantil.
(N. del T.)
en torno a las cuales el movimiento ha cristalizado
por 5Í mismo. ¿De dónde surgieron los clubs (1)
después del 89 -jacobinos, cordeliers, feuillants-,
motores y cerebros de la Revolución francesa? De
ninguna parte. ¿Quién controló, organizó o pro-
gramó la acción de las
secciones
parisinas? ¿Quién
suscitó, provocó y multiplicó los comités de vigi-
lancia antif'ascista en 1934? Fundamentalmente los
propios fascistas y un movimiento popular que ve-
nía de abajo, sin intervención de los partidos. ¿Qué
partido, qué alta dirección central, qué estado ma-
yor alentó, programó u organizó las redes y los
movimientos de resistencia a partir de 1940?
Ahí está, diréis: festivas o sangrientas, esas
iniciativas mal controladas, demasiado espontá-
neas, no han engendrado nada sólido y serio. La
revolución socialista es otra cosa. ¿En serio?
¿Quién alentó, programó u organizó los soviets en
Rusia? Ninguna institución preexistente. Ni en 1905
ni en 1917. La Rusia de marzo de 1917 -de la que
nació la Revolución de Octubre- se cubrió en un
abrir y cerrar de ojos de una red de soviets antes
de que ningún partido político hubiera celebrado
sus sesiones. La casi totalidad de los dirigentes bol-
cheviques se encontraban en otras partes, en el ex-
tranjero, sin contacto alguno con_el nacimiento de
los soviets, pero los apoyaron rápida y decidida-
mente. Casi todos los soviets de soldados y de
~
; :
1.;
O) Clubs activos durante la Revolución francesa. Los
cordel{ers
tenían
entre sus miembros a Dnnton, Desmoulins,
Marat y Hebert. y los feuillants a los lafayetistas. Rol.Jespierre
era jacobino. (N. del T.)
obreros estaban bajo el control de los menchevi-
ques
y
de los socialistas-revolucionarios, los illdS
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antiguos enemigos de los bolcheviques, que dentro
de ellos constituían más que una ínfima minoría.
Lo que no fue impedimento para que lanzaran in-
mediatamente la consigna «todo el poder a los
soviets», cuyo aventurerismo indignó a todos aque-
llos que en Rusia y en Europa pasaban por marxis-
tas responsables.
La necesidad de federar, estructurar, concen-
trar esta polvareda de átomos desordenados -ne-
cesidad que se hizo inevitable por el desencadena-
miento de las hostilidades, la extensión del
territorio, las amenazas de desmembramiento,
etc.- no puede haceros olvidar que los bolchevi-
ques se
vieron
obligados
3.
inclinarse -e inicial-
mente supieron hacerla- ante ese inmenso
movimiento soviético «incontrolado», subordinarse
a él para insertarse en él, fundirse en él para orga-
nizarlo. ¿La dureza manipuladora de los bolchevi-
ques no es propia de vosotros? Muy bien. Pero lo
es aún menos su sorprendente flexibilidad, su
permeabilidad frente los acontecimientos, su sen-
sibilidad ante el menor cambio de temperatura
exterior. ¿Y no es, en primer lugar, esa flexibilidad,
mucho más que la dureza, la que hace a los revo-
lucionarios, y cuando se puede, a la revolución, en
el momento y en el país en el que menos se espe-
raba?
19 2
f
¡
i
~
• •.
t
~~
~.
[ -
I~\
; . t .;
Huelga de celo en la SNCF (1)
,
:,
La lógica permite una hipótesis. Supongamos
=-soñemos en voz alta- que surgiera en Francia,
mañana, un formidable movimiento de masas vir-
tualmente revolucionario. Sacude
105
partidos,
1 , , < ;
sindicatos, todas las instituciones
y
al final, al
Estado. Irrumpe no se sabe cómo, nadie io había
previsto. Se dice: «Francia se aburre ...
»
Y después,
un slogan, como un reguero de pólvora «Veinte
años, ya basta» O treinta, o cuarenta ... En resu-
men, ese movimiento, por su propia naturaleza de
movimiento no ha sido desencadenado por voso-
tros. Vuestros reflejos y vuestros presupuestos
previos os obligan por consiguiente a pensar que
va contra vosotros. Una fuerza hostil, como es ló-
gico, es denunciada en la prensa como irresponsa-
ble, manipulada, teledirigida por provocadores
extranjeros. Si esto no basta, se ponen diques al
movimiento, se rodea o se amortigua a través de
militares y organizaciones interpuestas. Y si esto
tampoco basta, se le bloquea por todos los medios,
incluyendo la represión. Es asf -en sentido figu-
rado- como un partido en teoría revolucionario
puede ser empujado de hecho a «hacer el juego de
la contrarrevolución». No por perversidad moral
(cqlos crápulas estalinianos »), desviación teórica
(<<revisionismo») o mal análisis polftico (cincapacl-
dad de la dirección»), aun cuando no se pueda ex-
e
(1) Société Nationale des Chemlns de Fer. (La RENFE
francesa.)
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nos cerrados) (1). Esos funcionarios son irrepro-
chables, incorruptibles, eficaces: todo
c:
mundo lo
,{
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reconoce. Pero son rígidos y puntillosos con los
horarios, los reglamentos y 18s reglas de seguridad.
Sobre todo, no equivocarse de clase, mantenerse
en su lugar y llegar a la hora. ¿Quién sabe si con
un poco menos de minuciosidad y un poco más de
flexibilidad dialéctica, haciendo más cordiales be;
relaciones y autorizando algunos cambios de una
clase a otra no serían posibles algunas salidas e;,:-
ploratorias?
En 1940, Ramón Fernández y algunos otros ex-
clamaron: «Me gustan los trenes que se van», y ~'
reencontraron en e tren de la colaboración. VO~'J-
tros, por vuestra parte, preferís los trenes parados
a un trr-n que se extravía. Es, quizá, más prudente.
Nos quedaremos, pues, en el andén, pudriéndonos
de pie. Para mayor felicidad de la burguesía que,
por su parte, toma el avión.
Parece inútil, en estas condiciones, seguir ven-
diendo billetes, arreglando con esmero los hora-
rios y los enlaces, colocando los vagones en fila
india. ¿No sería más honesto anunciar al público,
de una vez para siempre, que sólo quedarán en ser-
vicio las vías de interés local, que realizan el tra-
yecto hasta las alcaldías, consejos regionales y ge-
nerales? Y de-cir que
las líneas
de
circulación
g¿ne-
ral están cerradas hasta nueva orden.
Con una nota
encima de las ventanillas: «Haced auto-stop. Com-
praos una bicicleta. Id a pie, Apañaos.»
(1) Juego de palabras del autor difícilmente traducible.
La SNCF es la Suciété Nationale des Chemins de Fer (la
RENFE francesa).
y
la extraña sociedad a la que Debrny
se refiere es la
société nationale
des
chemins
Ierrncs . <N,
del T.)
VIII
EL PROGRAMA, SIEMPRE
EL PROGRAMA ...
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. -
El programa: una neurosis sin precedentes
~
Vuestra angustia es contagiosa. Hace tiempo,
encontraba en el folleto del programa común, pun-
tualmente leído y releído cada año, un poco de
buen sentido, algunas audacias alentadoras y un
poco de aburrimiento. Como todo el mundo. Des-
pués vino la ansiedad del verano de 1977 y pude
ver sus insuficiencias, sus imperfecciones. Las nu-
bes se amontonaban en los espíritus dóciles, tapan-
do el horizonte
y
sumiendo en la oscuridad todo
el paisaje. Después, la televisión hizo estallar la
tormenta. Entonces, como muchos ot.ros, comencé
a hacerme preguntas.
Vale más la pena tener un programa de gobier-
no, antes de formarlo, que no tener ninguno, y es
mejor uno bueno que uno malo. He ahí una verdad
magistral: es preferible ser rico y saludable que
pobre y enfermo. Como también vale la pena tener
una brújula en el bolsillo cuando se sale de excur-
sión. En camoio, hacer de este saludable objetivo
la condición necesaria, fundamental y sine qua non
de toda alianza política posible, obliga una vez
más a abandonar el terreno de los hechos y de los
principios.
Si no fuese porque hace saltar las lágrimas, esta
fanática fijación a las sacrosantas iineas de un tex-
to habría podido desencadenar un ataque de hila-
~;
ciones e instrumentos de ejecución, puesto que no
había allí ningún partido socialista para efectuar
un escandaloso viraje a la derecha a
últim a
hora.
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ridad. Tanto más por cuanto, según una tesis cé-
lebre, se debe estallar en carcajadas a la vista de
lo «mecánico aplicado sobre lo vivo». En efecto,
la superstición del programa se refiere únicamente
a ur.., concepción
mecanicista
del mundo, aparen-
te.nente liquidada por la dialéctica revolucionaria
desde los descubrimientos de Karl Marx y Frie-
drich Engels. ¿HJ.brá, pues, que creer a aquellos
que, como Daniel Lindenberg, han demostrado las
terribles dificultades de aclimatación de la obra de
Marx en el medio ideológico francés?
Se programa una máquina, pero no el curso vivo
de las contradicciones políticas y sociales que po-
nen
ü. : • .. •
suciedad en estado de agitación. Se pro-
grama una secuencia de desarrollo económico, por-
que en ese terreno los datos son numéricos, los
parámetros cuantitativos y los objetivos cuantifi-
cables -a pesar de todo. lee sinsabores en la
materia aconsejan la modestia-, pero no se pro-
grama una transición sociopolftica. Ni el capitalis-
mo al socialismo ni del socialismo al comunismo.
¿No os acordáis, a este respecto, de las desgracias
de Krustchev y del programa solemnemente adop-
tado en el
xxn
Congreso del partido comunista de
la Unión Soviética, en 1960, con cantidad de deta-
llf~s y precisiones cifradas? Dicho programa se es-
calonaba en veinte años y fijaba las etapas del
paso de la sociedad socialista (ea cada quien se-
gún su trabajo») a los beneficios del comunismo
(ea cada quien según sus necesidades»). Sus auto-
res disponían de un control absoluto de las con di-
En definitiva, un programa de gobierno, serio, ho-
nesto, sin trampas. En aquella época fuimos muy
numerosos los que propagamos la Buena Nueva.
Yo fui, como muchos de vosotros, un propagandis-
ta aplicado -dado que entonces era miembro de
la célula de la
Ecole Normal-
e hice el recorrido
de varias secciones parisinas llevando bajo el brazo
mi programa (traducción francesa), intelectual-
mente espeso, complicado e inocente. Explicába-
mos, entonces, ante las miradas fascinadas, el en-
cadenamiento necesario de las conquistas y medi-
das que, desde las guarderías de barrio hasta las
cocinas ambulantes, desde la reducción progresiva
de la jornada de trabajo a la automatización gene-
ralizada, desembocarían en 1980 en la extinción del
régimen de salarios, la desaparición del dinero, la
gratuidad de los servicios públicos, la desaparición
de los aparatos de represión y la rotación de los
«ex cocineros» a la cabeza de un no-Estado. Dos
años nos separan del plazo previsto, y unos cama-
radas que acaban de regresar de la URSS me ex-
plican la triste nueva: que el 1.. de enero de 1981
aún quedará un poco de gente en los campos de
reeducación por el trabajo, y que aún se pagará
billete en los autobuses de Moscú.
Los expertos que se pasaron cuatro años (1956-
1960) elaborando esa fantástica ficción, ciertamen-
te hoy la han olvidado completamente, a menos
que no hayan sido olvidados ellos mismos en al-
guna
datcha
lejana. Si en Francia hubiera apare-
cido en 1978 un gobierno popular, se podría apos-
2
tar con la certeza de
un
acierto que algunos meses
de agitación y trastornos prácticos os habrían sa-
chos hijos e hijas de buena familia a la calle. lo
que no haría daño a nadie)
y,
como soñaba Saint-
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cado de la cabeza la obsesión del programa común
debidamente actualizado de 1977. En Chile. el pro-
grama de la Unidad Popular requirió un año de
negociaciones. Dos meses después de la entrada en
funciones del gobierno de Allende. sus redactores
respondían a sus propias citas con una sonrisa.
No porque se hubieran metido su bandera en el
bolsillo. plegada en cuatro, sino porque la habían
desplegado
al gran viento de la historia, bajo el
fuego del enemigo.
Un programa es una cosa excelente; hacer de
él un t6tem es una idea de economista, es decir.
una idea estúpida. El curioso lugar que ocupan los
expertos económicos en las decisiones y los apa-
ratos políticos de la izquierda, en cualquier parte,
no carece evidentemente de relación con la con-
versión del programa en monumento nacional.
Cuando los economistas reinan, mano a mano con
;~') humanistas, estemos seguros de que la política
y el materialismo serán reducidos a la esclavitud
(la servidumbre no tiene mejor máscara que la
«cornpetencia»). Si los procedimien tos de la plani-
ficación económica pudieran ocupar el lugar de la
previsión política, la humanidad se habría destro-
zado por nadadesde hace seis mil años y nosotros
podríamos (nosotros: las masas) quedamos maña-
na en casa dejando el can po libre a los «especia-
listas», con sus reglas de cálculo y sus calendarios
de vencimiento. La política dejaría de ser un «arte»
-práctica que p~lPrl :-l ,ny1rse o no sobre una
ciencia teórica-o la facultad de Ciencias Políticas
podría cerrar sus puertas (lo cual arrojaría a mu-
Simon, el primero de nuestros tecnócratas. «la ad-
ministración de las cosas reernplaz
arí a
por fin al
gobierno de los hombres».
Seamos serios: la vida de los pueblos es una
cuestión práctica. su propia práctica. Por esta ra-
zón la historia viva nunca se ha atribuido un pro-
grama y las revoluciones que se hacen sobre el
papel. separadas en capítulos
y
parágrafo s, duer-
men aún en los cajones, Las programaciones son
lineales, mientras que las vías al socialismo son
zigzagueantes. Súbito estallido de Octubre que
coge por sorpresa los mejores
pr onós ticos.
Más
tarde se esperaba la llegada del Thaelmann: llegó
Hitler. Tras el fracaso de 1928. China fue borrada
del mapa de las estrategias políticas: comenzó la
revolución. En 1958 teníais los ojos fijos en Berlín.
por donde pasaba el eje del mundo. la frontera de
la guerra y la paz. y a vuestras espaldas unos idea-
listas barbudos y sin programa entraban en La Ha-
bana. Este juego del escondite no tiene fin. La his-
toria avanza por el lado malo, a nuestras espaldas.
No se atrapa a la dialéctica en una columna de
cifras. Lenin, a pesar de todo, condujo a las masas
rusas a la revolución de Octubre con
tres palabras,
a guisa de programa: «Pan, paz y tierra.»
~
Los hechos ante todo. ¿Qué dice la historia,
nuestra historia?
No hablamos del programa común del 89 ni de
la Comuna. sino de antes de ayer. Nos recordáis
a menudo que el Frente Popular aportó a la clase
obrera dos conquistas decisivas, irreversibles. Pero
nunca nos recordáis que para sellarlo bastó una
plataforma de acción común de los partido» socia-
tretanto, y había surgido un acontecimiento impre-
visible, como lo son las guerras y las revolucio-
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lista y comunista (impuesta a los aparatos por la
base, que ya había hecho la Unión en la calle, un
hecho consumado antes de los primeros encuentros
en la cúspide) hecha pública el 23 de setiembre
de 1935 y que cabe en dos páginas. Sin duda, pa-
recía que no se podía ir a las elecciones, al gobier-
no quizá, con una declaración de intenciones tan
somera. Así, se reunieron diez organizaciones para
elaborar el programa de reunión popular hecho
público el 11 de enero de 1936, cuyos dos capítu-
los --«reivindicaciones políticas» y «reivindicacio-
nes económicasn-c- caben en cuatro páginas. Las
vacaciones pagadas, curiosamente, no figuran en
ellas. Tampoco el principio de contratación colec-
tiva del trabajo, es decir, ¡las dos conquistas más
importantes, las más simbólicas del Frente Popular
y
esto por la simple razón de que se obtuvieron
en las calles y las fábricas después de las eleccio-
nes de mayo de 1936, a causa de aquella marea de
huelguistas que nadie, ni vosotros ni los socialis-
tas, había previsto y aún menos organizado. Es, no
obstante, ese movimiento social incontrolado y casi
incontrolable (chay que saber terminar una huel-
ga») el que impuso a la patronal y al propio go-
bierno la firma de los acuerdos Matignon (7 de
junio de 1936) y no, en cambio, la «ejecución» de
aquel contrato firmado algunos meses antes. Y si
el Frente Popular se dislocó en 1937, no fue a
causa de tal diferencia de interpretación o cual
deficiencia de redacción de un programa, sino por-
que la
correlación
de
fuerzas
había cambiado en-
204
nes: la rebelión de un general desleal, Francisco
Franco. Pues un país no decide por sí solo sobre su
destino, y si, cueste lo que cueste, se quiere pro-
gramar la lucha de clases en Francia, hay que in-
troducir en los cálculos, como margen de maniobra
de un gobierno, tanto la evolución del mercado
mundial (financiero, comercial, industrial) como
las contradicciones políticas internas de cada una
de las casi cielito treinta naciones cuyo conjunto
en movimiento determina la evolución del campo
político francés. ¿Creéis que Blum habría tenido
un comportamiento más digno ante la España ma-
sacrada si se hubiera sentido «cogido» por un ar-
tículo de programa? La Resistencia creció durante
cuatro años sin programa y cuando hubo uno, en la
primavera de 1944, con el CNR, el gobierno pro-
visional se apresuró a metérselo en el bolsillo. Lo
que no impidió, tampoco, que se dieran algunos
pasos adelante en 1945 y 1946.
Conclusión política: los mejores programas
pueden engendrar lo peor. Y la ausencia de progra-
ma no ha impedido nunca lo mejor. No es una
razón suficiente para rechazar un buen programa,
pero sí para recordar que un programa nunca ha
permitido tomar decisiones, ni siquiera las referen-
tes a su propia aplicación, y esto es válido tanto
para Francia como para cualquier otra parte.
A continuación, los principios. ¿Qué dice la dia-
léctica materialista? Lo mismo que la historia real,
y con motivo, ya que concentra los hechos en te-
sis. Cuando Marx indica en 1875, en la cabecera
de sus anotaciones al programa común de Gotha,
f
~
.
i
;
>
que
«un paso
tui luni
vale
más
que diez progra-
mas», no hace un chiste sino que expone una tesis
que se deduce por sí misma del conjunto de sus
dona, se opone esa empresa de voluntad y de con-
ciencia que es el socialismo. Al antiguo hecho del
príncipe, la democracia burguesa opuso el contra-
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descubrimientos. El todo de un proceso reactúa
sobre sus momentos, que no son sucesivos sino sin-
téticos. Una acción política modifica el campo de
las posibilidades, así como al propio agente histó-
rico, en ei curso de su puesta en práctica. La apli-
cación de la primera medida prevista por el pro-
grama modifica de inmediato las condiciones de
aplicación de la medida siguiente. Alteración que
puede convertir a la segunda medida en utópica o
superada, imposible o desechable. En suma, no
puede haber más plan que el estratégico. y no pue-
de haber más estrategia que la provisional. depen-
diente de las condiciones concretas. Es evidente,
«una batalla bien preparada está ya medio gana-
da», respondería Napoleón, que no por ello dejaba
de elaborar sus planes de batalla sobre el terreno,
una vez conocidas la naturaleza y la importancia
de las fuerzas adversarias y de las propias. Los
planes de campaña de las guerras prolongadas no
han existido nunca, salvo en los papeles de los es-
tados mayores en tiempo de paz o en la mente de
los vencidos del mañana.
En real idad, esas perogrulladas teóricas, que
me imagino se enseñan en todas vuestras escuelas
de cuadros (sección de materialismo dialéctico),
no pueden nada contra la influencia de una ideolo-
gía que transforma la realidad de la necesidad de
programa en neurosis. Reprocharas el que queráis
tener un programa claro, coherente, explícito, se-
ría reprocharas que fuerais comunistas. A un ca-
pitalismo que funciona solo, incluso cuando no fun-
2 6
to. A la resignación socialdemócrata ante el curso
de las cosas y las fatalidades del mercado, la de-
mocracia socialista debe oponer el plan de una
marcha decidida hacia adelante. No se domina la
historia con la indecisión en el alma y con Lellas
ensoñaciones.
El miedo
a
la historia que altera las líneas
Pero la obsesión del texto, producida por los
viejos fantasmas religiosos de las Santas Escritu-
ras (en todo marxista vive oculto un estudioso del
Talmud) y la tradición francesa del juridicismo (no
hay más garantía que la que está escrita), parece
venir de más lejos todavfa: de una visión de la
historia como desarrollo gradual, continuo y, por
tanto, pacífico, puesto que en ella se ahorran las
crisis. Sin bifurcaciones, sin rupturas, sin «crisis
nacional general». Una crisis es algo dañino de lo
que hay que escapar. Las masas intervienen direc-
tamente: nunca se sabe de dónde viene la crisis ni
adónde va. Una transición real hacia el socialismo
es una serie de saltos, un juego de la oca peligros e
en el que, cuando se va a alcanzar el paraíso, uno
puede ser devuelto al infierno; en el que nada está
nunca conquistado para siempre; en el que cada
salto pone en cuestión el conjunto de las posicio-
nes conquistadas: toda crisis revolucionaria está
preñada de una contrarrevolución. Habéis reempla-
zado este proceso dialéctico por un desarrollo
2 7
cuantitativo, acumulativo, en el que las medidas
se suman unas a otras, en línea, hasta que se pue-
da trazar una raya y obtener la suma correcta:
vida. Era una manera de estar prevenidos contra
las sorpresas de mañana, gracias a una especie de
garantía depositada de antemano por el traidor vir-
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«socialismo». No h<1y discontinuidades, no hay pe-
ligros, todo puede hacerse en orden, desde arriba,
con serenas manifestaciones de masas para ejercer
presión sobre el adversario. Se modifica el cuadro
con pequeños retoques, pero no se toca el marco.
Se cambia la naturaleza de clase del Estado. como
si no pasara nada, paso a paso, nacionalización tras
nacionalización, añadiendo la palabra «democráti-
co» a todo aparato de Estado existente.
En otras palabra : habéis elaborado, en un apa-
rato y con unos métodos de dirección aún estali-
nianos, una concepción que es ya socialdemócrata
de la transición. Lo peor de Lenin -la teoría de la
organización vertical del Partido, enunciada en el
¿Qué
hacer?
y explotada-deformada por Stalin-
se encuentra al lado de 10 peor de Kautsky: el so-
cialismo a pasos cortos en un camino bien recto,
la sustitución de la crisis revolucionaria por una
sucesión ordenada y planificada de reformas es-
tructurales. Blum: la concepción era ligera, pero
los métodos y el aparato permitían discutir sin
hacerse tratar como policía. Lenin: el asunto era
serio. pero más valía mantenerse dentro de los lí-
mites. Entre vosotros es ligera y el estar en guar-
dia es de rigor.
No es que vosotros hayáis creído verdadera-
mente poder prevenir el desencadenamiento de la
contradicción encadenando a un texto sagrado una
formidable liberación de energías surgidas desde
abajo. Pero como mínimo establecíais una garantía
contra el futuro, una especie de seguro contra la
2 8
tual en el arca de la alianza. Tendríais algo con que
estigmatizar al impío agitando las Tablas de la
Ley, algo con que montar un buen proceso públi-
co de la forma adecuada con cuerpo del delito:
por no-observancia del Decálogo.
En este sentido, el poner-en mayúsculas el pro-
grama muestra evidentemente una falta de con-
fianza en vuestros aliados socialistas: al menos
habría existido, pues es cierto que 1<1SFIO ha de-
mostrado más de una vez lo que sabe hacer en
materia de cambios de camisa: Cuy ~:lo11et en 1956,
, Ramadier en 1947; en materia de retrocesos y di-
laciones: Blum ante España. Pero me pregunto si
ese programa piedra-de-toque no mostraría tam-
bién una falta de confianza en vosotros mismos,
en vuestra propia fuerza, en vuestra propia causa.
Un revolucionario que tiene confianza en sí mismo
no teme aliarse con reformistas. Una de dos: o el
partido socialista en el gobierno traiciona sus com-
promisos, y entonces las masas se separan de él y
prosiguen el combate uniéndose a vosotros o a
otros revolucionarios; o los respeta y entonces la
alianza se revela perdurable y son. vuestras tesis,
la causa del socialismo, la que triunfa. Tanto en
un caso como en el otro correspondía a las masas
populares, a todos nosotros, a cada uno de noso-
tros, el juzgar mediante pruebas reales el compor-
tamiento de cada cual. No os correspondía a voso-
tros arbitrar la partida, pues de ese modo os con-
vertís en jueces y juzgados. Y sobre todo no antes
de que haya comenzado. Habéis sustituido con una
celeridad sospechosa (democraticemos también la
sospecha) el proceso real, único apto para deci-
dir, por el argumento-ficción de una traición socia-
que la bataila hombro a hombro contra el adversa-
rio se iniciara en otra parte además de sobre el
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lista que nadie podía excluir pero que nada real
probaba. Como si cerrar las ventanas os sirviera
para arreglarlo. Como si tuvieseis miedo. De las co-
rrientes de aire. Del movimiento de masas. De la
historia. De tener que moveros con ellas. De ser
sacudidos. Miedo del riesgo.
Sois los militantes más valientes y lo habéis
demostrado cien veces. No hablo aquí, evidente-
mente, de un miedo psicológico y menos aún físi-
co. Hablo de un miedo LOGICO. El miedo está ins-
crito en el corazón del sistema, del que se deduce
necesariamente. Punto de propagación: el primer
término de la relación de orden (somos la clase de
vanguardia). Punto de caída: miedo a los desmen-
tidos de la experiencia. La relación de orden ve
en todo desorden la peor de las subversiones: su
propia subversión. La peor de las amenazas: la que
podría derribarla. Centro de emisión del miedo:
una idea subterránea (aquella sobre la que reposa
el equilibrio interno de vuestro partido, así como
su posición en la historia). Area de recepción:
frente a nuestros ojos, en nuestras orejas, el ana-
tema, la exclusión, la desconfianza, el repliegue
sobre sí mismo, la petición de garantías, los pro-
cesos de intención. Con el carro delante los bueyes
no avanzan. En vez de impulsar, el programa blo-
quea. Al principio, la idea parecía buena: esperar
que la práctica resolviera )0 que ninguna discusión
teórica habría podido resolver. Pero para ello era
necesario que dicha práctica pudiera comenzar Y
I
papel. El punto previo ideológico que sirvió du-
rante veinte años a la SFIO para rechazar toda uni-
dad de
acción
de la izquierda, sólo se podía supe-
rar a condición de dar realmente prioridad a la
acción <omún. No lo habéis querido y henos aquí
-e juego de la oca obliga- retrocediendo treinta
cas it lo s en 1948.
¿No habéis querido o no habéis podido? Lo
cierto es que una unión por arriba es tan insensata
como una unión sobre un programa: los dos con-
trasentidos no son más que uno. Exigir a una opo-
sición que estrene su unidad mediante un progra-
ma de gobierno detalJado es pedir demasiado,
y
la
Unión
de :
la izquierda es un asunto excesivamente
serio para ser dejado en manos de los partidos de
la izquierda. La experiencia indica que la unidad
se ha producido siempre de abajo arriba, de un
modo práctico, y no bajo la f~~~,a de un programa
que desciende de arriba abajo. La base es nece-
sariamente unitaria por instinto, los aparatos son
sectarios por naturaleza. La potencia del pueblo
está en su unidad, la potencia de los aparatos está
en su autonomía,
y
cuanto
más=se
oponen al parti-
do vecino, más consolidan su influencia sobre su
propia base. En 1934, los comités de vigilancia an-
tifascistas surgieron sin previo aviso en la perife-
ria de los partidos y la unidad se forjó en la calle
los días 9
y
12 de febrero, se selJó con la sangre
mezclada de los militantes antes de que se hiciera
con tinta en las oficinas. Las barras de plomo
y
los revólveres de las juventudes patrióticas de
,
.'';.~.
.
Taittínger, de los marinos del rey y de los policías
de Chiappe unieron aquello que no hubiera podido
La
izquierda
no existe
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más que disgregarse ante los micros y las cámaras
de los periodistas, con los protocolos, los pundo-
nores y las cabeceras de mesa que se convierten
en patéticas desde el momento en que cesa el fue-
go. E incluso cuandc la sangre corre, las institu-
ciones tienen
un
honor que defender y un presti-
gio que salvaguardar: pero queda la pregunta
-¿capital?- de saber quién ha tomado la iniciati-
va
del camino unitario y, por consiguiente.
quién
obtendrá el beneficio en caso de éxito y el argu-
mento de disculpa en caso de fracaso. Viejo refle-
jo. Al día siguiente del 6 de febrero de 1934
-treinta muertos, heridos por centenares, la Re-
pública a dos dedos del precipicio-, la federación
socialista dei Sena dirigió a vuestro comité central
una petición urgente de reunión común. Vosotros
la rechazasteis con los insultos al uso: un partido
comunista digno de ese nombre no responde a una
invitación que no haya lanzado él (como tampoco
dimite un militante: se le excluye). Sólo necesi-
tasteis tiempo para retomar la proposición por
vuestra cuenta y hacérsela llegar al partido socia-
lista en el mes de junio, esta vez en conformidad
con las reglas. La representación, después, ha
cambiado el-ritmo pero no el plan de la obra. El
protocolo, en la izquierda, sigue siendo severo. Los
hombres y los programas pesan, la etiqueta se
mantiene.
. I í
La unión no es un objetivo en sí, diréis. El pro-
grama existe para darle un contenido, para fijar lo
que se debe hacer. ¡Basta de opiniones ¡Hay que
ser realista Sea. Pero entonces seámoslo hasta el
final. ¿No vivimos, a este respecto, en una eviden-
cia peligrosa, según la cual el más pequeño deno-
minador común es el que permite obtener el mayor
número de firmantes? ¿Acaso el poder de convoca-
toria de un programa crecerá haciéndolo lo más tri-
vial posible? Vosotros conocéis esos textos sobre
esas reivindicaciones (que dan a los intelectuales,
además del sentimiento de su propia importancia,
la ilusión de tener verdadero peso político) que
pasan por el largo proceso de las correcciones suce-
sivas, compromisos, añadidos y comas, y que llegan
a las manos de sus destinatarios tan lisos y tan
pulidos que ya no quieren decir nada. Los intelec-
tuales del Partido tienen a este respecto un entre-
namiento sin parangón: en cinco segundos os liman
y cepillan cualquier cosa, hasta adaptarla al modelo
garantizado de reivindicación democrática. A su
manera tienen razón: más incolora será la cosa, más
inodora e insípida, y menos riesgos, fallas o impru-
dencias habrá, mejor guardada quedará la retaguar-
dia y más amplio (luego «democrático») será el
abanico de los firmantes. ¿Es ésta, según la fórmula,
una verdadera manera de ir hacia delante? No es
éste el contratiempo que se produjo en 1972 en la
redacción del famoso programa (contratiempo sin
duda inherente a cualquier empresa de este género).
2 3
'. ; \
i
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. .
IliIIi
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¿Pa; u qué sirve ya?
¿Qué es un partido político?
El medio a través del cual una clase conquista
y
preserva su dominación.
¿(l11é
-s
un partido revolucionario?
Un instrumento puesto a la disposición de las
clases dominadas, que les permitirá convertirse en
dominantes construyendo otro tipo de Estado: el
suyo.
Un 6rgano inseparable de su función: la subver-
sión concreta de las relaciones de dominación ins-
tituidas, la conquista del pode; ;d Estado. ¿Qué
habrá que venerar más, el instrumento o el trabajo?
No se trabaja sin herramienta, no se produce el
socialismo sin una palanca para provocarlo: sin
partido. Perú si tal herramienta, en un momento y
en un lugar determinados, presenta un rendimiento
débil, superado por la competencia técnica, o se
muestra como simplemente impropio para la pro-
ducción, el artesano concienzudo, que se debe a su
tarra más que a sus recuerdos, encontrará muy na-
tural, si es preciso, fabricar otro.
¿Qué hay que respetar más, el ejército o la vic-
toria? ¿Puede existir victoria popular sin ejército
popular? Sí, ¿Puede existir un ejército sin discipli-
3
na, sin dirección centralizada, sin cuadros organi-
zados, experiencia y selección del personal? Sí. Pero
si hay que ser
eficaz
vale más serlo hasta el final,
es decir, darle al fin (la conquista) la prioridad so-
sí mismo; transformar el medio en su propio fin; ha-
cer de su partido, más que de la propia revolución,
su patria y su horizonte, es querer marchar cabeza
abajo: proeza física, y quizá heroica, pero que nun-
ca permitió avanzar a nadie.
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bre el medio (el ejército).
¿QiJé se diría de un país en guerra en el que los
jefes militares mostraran come partes de victoria
: : : 1 aumento regular de sus efectivos y la mejora del
armamento? ¿De un ejército que diluyera poco a
a
poco su
capacidad operacional
en.la
logística, des-
pilfarrando sus 'fuerzas en la tarea de rehacer sus
propias fuerzas? ¿De una vanguardia que estuviera
toda ella ocupada en el mantenimiento de sus bases
de 'et::l~llardia? ¿De una estrategia militar en la
que el principio de conservación de las fuerzas pro-
pias anulara el principio de destrucción de las ene-
migas, h .:>lü el punto de presentar como un triunfo
el solo hecho de escapar al aniquilamiento?
Se dirá una vez más que la política es una cosa
demasiado seria para dejarla en manos de los polí-
ticos. Y pronto se verá a los civiles de ese país dán-
dose a si mismos otro mando militar, otra estrate-
gia, otros principios de organización. Los imperati-
vos del combate son más importantes que los de la
cortesía. Rehusando hundirse en la arena en algún
desierto de los tártaros -fortaleza inexpugnable,
disciplina impecable y existencia inútil-, a la espe-
ra de una batalla inminente, decisiva y siempre di-
ferida, los locos harían una elección razonable, pues
pasarse la vida de uniforme dando brillo a los fusi-
les es perder de todos modos por doble partida: la
vida en primer lugar y la guerra a continuación.
Separar al órgano de su función bajo la forma
de un aparato cuya función es la de reproducirse a
4
El tiempo y ias buenas costumbres han conver-
tido esta perversión radical de la noción de partido
en la segunda naturaleza de los militantes, una en-
fermedad mortal en un ronroneo de buena salud
y una pura locura en el buen sentido general. Si
algú n día saliera de su tumba, Marx se moriría de
risa.
Origen
=
Término
· t
Ley: un partido que se considera a sí mismo
como sujeto de la historia no puede más que tomar-
se a sí mismo como su propio fin. La «sustitución»
engendra la «autoconservación» hasta el infinito,
la ilusión de suficiencia la suficiencia de una ilu-
sión, el idealismo en cabeza el sectarismo en la
cabeza.
«Siete millones de votos socialistas, ¿para qué
si no es para ponerlos al servicio de una política
nueva?» (L Humanité.) Un millón de miembros del
partido comunista, ¿para qué? ¿Burlarse de los so-
cialistas o abrir una brecha en las defensas del
adversario?
«Sostener al PCF aún más masivamente», cier-
to, pero ¿con qué objetivo? ¿Con el objetivo de ve-
rificar lo bien fundado de la línea y de responder
a los deseos de la dirección, que últimamente se ha
«asignado una ambición elevada»: llegar a las diez
22 5
t r
mil células de ertlpresa antes de final de año y diri-
girse con coraje y resolución hacia el millón de 25.-
sea una desgracia que tal partido prefiera su ser
a su ra zón de ser, y confunda los progresos de su
potencia con los de su causa. Vuestr-o nartidocen-
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liadus? «El dCfiarrollo del Partido ha alcanzado un
grado que le p(:rrnite contemplar ese objetivo de
una manera concreta, a bastante corto plazo, quizá
en los próximos tres años.» (Paul Laurent, informe
al Comité Central, 10 de noviembre de 1977.) El
objetivo principal d=I Partido, en 1977, es, por tan-
to, llegar a la cifra ya rozada en 1945. Noble y exal-
tantetarsn que
se rá
necesario fijr rse de nuevo, sin
duda, en 2000, después de la «contracción momen-
tánea» de los efectivos, que habrá seguida en 1987-
1995 al crecimiento de 1978. Hace cien años, un
fantasma ágil y esquelético recorría Europa. Hoy,
existe uno que
Va
y viene regularmente, recorrien-
do las estadfstlcos.
Que 611.000 hombres y mujeres se encuentren
hoy agrupados en 26.099 células (entre las cuales
9.558 ~on de empresa, 10.611 locales y 5.930 rura-
:~,, es, dice Pau] Laurent, «un acontecimiento pri-
mordial
en el pnlsaje polftico francés, sin preceden-
te en la historin del movimiento revolucionario es
el hecho de que se califique de
«acontecimiento»
la confirmación estadística de una continuidad,
prueba de un curioso sentido de la historia en el
que la estfucturn ocupa el lugar del cambio. Pero
calificarlo adellll' 'l de
primorial
es confesar que el
medio, y no el objetivo, es q ríen tiene la prioridad.
El narcisismo de partido se afirma siempre como
un altruismo: st, es una suerte para los trabaja-
dores franceses que ~;.;;-:;:-;¡;:-r. de tal partido. Pero
aún tendrían más suerte si dispusieran de un Esta-
do y de una Sociedad en la que su causa estuviera
en condiciones de triunfar. Y, entretanto, quizá
22 6
trismo no es causado por el cálculo o el cinismo:
supone que la perservación de la herramienta sirve
de modo automático a los intereses a largo plazo de
los trabajadores. De una máxima teórica irrefutable,
no hay socialismo sin Partido, la práctica deduce
una conclusión injustificable: ¡mejor nada-de-socia-
lismo que nada-de-partido Todo ser político o bio-
lógico tiende a persistir en su ser. Pero un partido
comunista tiene como característica particular que
puede considerar su instinto de conservación como
una conquista revolucionaria persuadiéndose a sí
mismo de que si mañana se debilitara o desapare-
ciera serían las posibilidades de la revolución las
que se debilitarían o desaparecerían. Una cosa lleva
a la otra, y la reproducción del Partido (el aparato,
la corriente de afiliaciones, la formación de cua-
dros) se convierte en algo más importante que la
realización del fin propuesto (la instauración de una
sociedad socialista en el exterior del Partido). Exis-
te sin duda un inmenso mérito moral -que supone
una gigantesca inversión de energías vitales, de una
generación a otra- de mantener, frente a perma-
nentes obstáculos, la identidad de una institución
a través de los bruscos movimientos de la historia,
las medias vueltas de la ideología. las mutaciones
del medio. Pero este mérito, en cierta forma nega-
tivo (tapar las brechas, compensar el desgaste,
reemplazar los carnets no renovados por una nue-
va campaña de entrega de carnets «llevada a tam-
bor batiente», etc.), irá poco a poco convirtiéndose
en progreso positivo, virtualmente suficiente. Orden
7
cumplida: el Partido aguanta. La burguesía tam-
bién: misión olvidada. Cuando el adversario de cla-
se no esconde que intenta conseguir la reducción
efectiva del Partido, prediciendo su declive, orga-
1
. --
.
lario la extinción progresiva del Partido en el pe-
ríodo de transición. No se puede preparar realmen-
te la primera sin prepararse mentalmente para la
segunda. Del mismo modo que los «cuadros» (esa
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nizando sin cesar su aniquilamiento práctico, se
concibe que la simple supervivencia pueda ser con-
siderada como un motivo de orguIJo legítimo. Con-
vertirla en una victoria de alcance histórico satis-
f ar á plenamente el amor propio de les militantes, y
los intereses finales de los adversarios. Y es así
como la perennidad se metamorfosea, de batalla por
la renovación de los carnets en campaña de adhe-
siones, en la jugada central; un porcentaie de avan-
ce a escala federal se convierte en un progreso
objetivo del socialismo en el país; el cuerpo mate-
rial del Partido -numéricamente comprobado-
en su alma, y la salvaguardia del primero en la sa-
lud de la segunda.
La liga de la Patria Francesa, fundada por Ju-
les Lemaitre, tenía como objetivo declarado «man-
tener y fortificar en los afiliados el amor de la pa-
tria y del ejército». Alcanzado este noble objetivo
(nosotros somos, en la izquierda, la prueba vivien-
te), la liga se disolvió. ¿Es que acaso el PCF tiene
como objetivo mantener y fortificar en los militan-
tes el amor al Partido? ¿O bien su objetivo es acele-
rar de modo práctico el advenimiento del comunis-
mo? Si la segunda respuesta es la correcta, no hay
nada más formalmente contraindicado que una fi-
jación sobre el objeto-Partido. Ya existen bastantes
obstáculos en el camino del comunismo para que
además se le
añada
tal perversión. Si la extinción
progresiva del Estado -marca de identidad de co-
munismo- no es una frase vana, tiene por coro-
8
~~~-
¡
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f - · ·
tA.
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1 1
e - . ;
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palabra odiosa, decía ei Che) en un país socialista
deben tener por misión la edificación de una socie-
dad que no tenga ya necesidad de r.ll~rlros, un par-
tido comunista, por su parte, está obligado por su
propia naturaleza a preparar las condiciones de su
propia extinción. Un partido revolucionario no se
hace para durar, sino para ser abolido: su victoria
implica su propia disolución. La r:l~rfota, bien
es
cierto, toma a veces la delantera.
«El Partido»: las comillas y la mayúscula indi-
can de modo bastante claro que, en lo sucesivo, se
ha convertido en la referencia última, la totalidad,
el absoluto (en el sentido propio de la palabra: lo
separado). Ha conquistado tanta autonomía con
respecto a su función -el órgano se ha convertido
en
aparato,
de manera que se exorcisa la degrada-
ción, se conjura la entropía, pasando de lo visto a
lo «maquínico»-, como con respecto a la clase y
al movimiento social. Aquellos que han estudiado
de cerca en plan erudito vuestro vocabulario, han
observado la existencia en el cuerpo del discurso
comunista, a través de fluctuaciones, combinacio-
nes y permutaciones del léxico, una sola invarian-
te (1): el Partido, es decir, el grupo, con sus valo-
res y su permanencia. Es la palabra estadística-
mente más frecuente en vuestro discurso, el núcleo
central de vuestro lenguaje, su eje primero y últi-
(1) Dominique Labbé: Le DiscOUTS communiste (Fonda-
tion des Sciences Poli tiq ues).
9
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cualquiera, la pesada e imponente máquina que
tenéis entre las
.? 10S
-cien veces más pesada
que la voluntad de los más audaces- os impide
la salida en masa de las trincheras, la ruptura im-
como si existiera una contradicción entre el pro-
yecto estratégico y las estructuras políticas, entre
los deseos explícitos y el techo de las posibilidades
reales. (En rigor, la observación valdría también
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prevista que hace arrancar a la revolución (o de-
sencadena la contrarrevolución: esta incertidum-
bre está en el centro de toda crisis nacional). Os
condena a no ver en esta ruptura ctr.; cosa. que no
sea un salto en el vacío o una pura provocación,
tal como pensaba en su día la mayor parte del co-
mité central bolchevique, según se desprende
de
a
lectura de las cartas conminatorias de Lenin. Y
ellos, sin embargo, no tenían gran cosa que perder
como Partido: casi ninguna propiedad o inmueble,
sin representaciones parlamentarias, cargos locales
y funcionarios en el centro, sin posiciones adquiri-
das, ni intereses de aparato que defender. Esta es, .
por otra parte, la razón por la cual Lenin -con
Trotsky y algunos otros- pudieron finalmente
convencer a sus reticentes camaradas de arriesgar-
se al asalto del todo por el todo. Lo cierto es que,
en octubre de 1917, el comité central del partido
bolchevique contaba, en todo y para todo, ¡con
tres
permanentes Esa fue su suerte. ¿Será acaso nece-
sario hacer una regla de tres con el número de
vuestros permanentes para calcular nuestra des-
gracia? Felicitémonos en todo caso por la imposibi-
lidad de comparar las situaciones.
Falta una constatación, válida a mayor escala
e impuesta por
toda
la historia contemporánea.
Nunca, en Occidente, un partido comunista -le-
gal, potente y sólido, con casa propia y presencia
en el Parlamento-- ha podido desencadenar
proceso de ruptura efectiva con el capitalismo. Es
2 3 4 0
para Oriente, pero el caso chino y vietnamita nos
llevarían muy lejos.) El ejemplo checo -sli1-'unien-
do que se tenga aguante para olvidar el tipo de
socialismo que resultó de él- no es ni siquiera la
excepción que confirma la regla, pues la sombra del
Ejército Rojo y de la guerra mundial falsean de
entrada los datos del problema. Inferir de este he-
cho -cuya constancia hará pronto de él una ley,
pues ya os ocupáis vosotros de que sea así- que
los caminos de la revolución o del socialismo pasan
por la puesta fuera de la ley o la destrucción del
partido comunista, no es más que una locura pu-
ramente intelectual: la historia contemporánea
muestra en este aventurerismo no menos esterili-
dad que en aquel legalismo.
La
divisi6n del trabajo
r
h,
Si bien la espléndida durabilidad de los partidos
no hace olvidar a los «smicards»
(1)
su semanada,
sin duda les hará más tolerable la explotación. Por
su sola presencia, el Partido compensa, oculta y
da seguridad, todo a la vez. Prevenir continuamen-
te el mal que rep.-esentaría su destrucción, ¿no es
ya un bien? Si siempre está ahí, no se ha perdido
nada. Si se reflexiona, tampoco se ha ganado nada
1) Smicard: En lenguaje coloquial, los que cobran el
salario mlnimo. (N. del T.l
23 5
decisivo. Pero la esperanza evita los males de la
reflexión. La victoria quedará, pues, para maña-
na: «No fallar en el 78»; «Arrancar un buen acuer-
do»; «Reforzar el Partido»; «Hacer más y mejor».
cias al martirio de algunos,
y
si los cristianos
: 1 ;
inmolarse pueden hacer el sacrificio de la eficacia,
los revolucionarios sólo quieren la eficacia del sa-
crificio.
¿Propagar una doctrina, difundiendo las bue-
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Es el tonel de las Danaides: una ola de afiliados se
va, otra la reemplaza. La rotación acelerada de
los efectivos segrnenta el círculo vicioso en líneas
de sprint pene novedad allí donde todo se repite,
convierte
lInq
audacia calla llamada a la unión y en
un disgusto pasajero la ruptura qUE: la sigue.
¿De qué se trata, en definitiva? ¿Cuál es la uti-
lidad de eco obstinado, meticuloso y agotador tra-
bajo de organización, que consiste en reorganizar
lo que los acontecimientos desorganizan, en re-
construir las células degradadas, en remontar el
curso de los tiempos?
¿Se trata de defender los intereses materiales
de los trabajadores? Pero ésa es la función de los
sindicatos. Y no tienen noticias de que en Suecia,
por ejemplo, los trabajadores estén peor defendi-
dos por la LO que los de
~q ~;
con la CGT. Por
otra parte, la prosperidad obrera puede ser supe-
rior en un país capitalista sin partido comunista
importante. Eso no es, por tanto, lo esencial.
¿Dar testimonio de una gran idea mediante el
pipmplo
yIa
abnegación? El comunismo no es una
idea ni un ideal, sino el movimiento real de la so-
ciedad capitalista: no es objeto de fe sino de cien-
cia. Los mejores cristianos pueden convertir el mi-
litantismo en apostolado, dar testimonio de justicia
mediante actos ejemplares aislados, pero nuestro
objetivo no es ganar el Cielo ni volver a la Tierra
Prometida. Nuestro objetivo es vencer, con y para
el pueblo. El triunfo de todos no se obtiene gra-
236
I~
nas ideas para hacer retroceder a las malas? Pero
el Partido no es una asociación de propaganda ni
una escuela de reciclaje. En cuanto a la doctrina,
ha dejado ya de existir. Si antes era un conjunto
de tesis, el marxismo-leninismo se ha convertido
en tarjeta de visita, tan rápidamente escondida
como exhibida, pues nadie sabe ya lo que hay que
tomar y lo que hay que dejar de ella.
Misterio: ¿cómo puede sobrevivir un partido a
su necesidad objetiva, una vez imposibilitado de
llevar a cabo su misión? El PCF no ha podido, has-
ta ahora, transformar la sociedad francesa. Se nie-
ga incluso a pensar en la formación y en el ejerci-
cio de un gobierno. No hace ni .puede hacer de la
oposición una razón de ser y un status moral, a la
imagen de esos intelectuales que se sienten tanto
mejor a la izquierda cuanto más lejos está de asu-
mir sus responsabilidades, ante la faz del mundo
y ante la propia. ¿Si Billancourt (1) no es la resi-
dencia preferida de las almas buenas, habrán emi-
grado quizá a la casa de cristal del coronel Fabien?
Los hombres tienen frío. Un frío inmenso, irre-
mediable. ¿Para qué sirve un partido, en última
instancia? Para estar abrigado. Yeso no es cual-
quier cosa. Suficiente, en todo caso, para justificar
su existencia. El Partido no hubiera sobrevivido
nunca si no hubiese asegurado por turno una espe-
} .
(1) Lugar de los suburbios de París en que se halla la
fábrica Renault, (N, del T.)
237
cie de supervivencia a tantos hombres -y a un
número menor de mujeres-, en un período privile-
giado de su existencia. Si no garantizara esta com-
plicidad, esta sensación de pertenecer a un todo
compacto, esta locura compartida que permite a
desaparecer un montón de arena que afeaba el pa-
tio del cuartel. Hacía un agujero para meter la are-
na dentro: otro montón. Lo volvía a sacar: otro
agujero. ¿Gracioso? Antaño, en la Rusia de los
zares, era un suplicio -la noción de trabajo pro-
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sus miembros, en un momento dado de su vida,
vencer
2
la muerte y a la soledad. Aquel que escu-
pa sobre esta fraternidad a que me refiere es un
cadáver ambulante. ¿El Partido, objeto de arte?
Quizá, al estilo de esas máquinas elaboradas por
el escultor Tinguely, de esos dispositivos costosos
y sofisticados que funcionan haciendo mucho rui-
do, consumen mucha energía eléctrica y no pro-
ducen nada. Pero es también mucho más: una
fuente personal de una vida mejor que se extrae
del ser-conjunto de la vida de Partido. Este senti-
miento de pertenencia vence a la soledad como el
reagrupamiento en un recinto -¡sagrado, y con
motivo - expulsa a la muerte y a su dispersión
molecular, como el espíritu del cuerpo conjura la
angusr+ entrópica del polvo y la impotencia por
disolución. Imposible ser uno mismo sin estar en
alguna parte entre uno mismo: ese
nosotros
admi-
rable del Partido, del que Chabrol acaba de trazar
un maravilloso cuadro en La Folie des miens.
El desprendimiento de calor propio de todo
consumo de energía, tanto individual como colec-
tivo, puede velar, en la exaltación, el absurdo ob-
jetivo del trabajo efectuado. Visto desde fuera, con
los ojos de la cabeza y el frío en el corazón, admi-
tamos que se pueda plantear la cuestión del senti-
do. El zapador Camemben
IJLI
Lt:uía otra elección
cuando el ayudante de campo le ordenaba hacer
23 8
ductivo aún no había sido concebida ... - para los
deportados de la Casa de los Muertos: cavar y lle-
nar agujeros, en la estepa, sin razón y sin objetivo.
La estricta inutilidad del desgaste físico era sufi-
ciente para la tortura moral del prisionero. Voso-
tros no estáis cautivos ni sometidos a tortura:
vuestra abnegación es voluntaria. La tragicomedia
de los efectos no velará nunca a mis ojos la gran-
deza de la causa.
Ni tampoco el reparto de los papeles en ese
teatro del absurdo. En el centro de las luchas: la
armonía. Entre izquierda y derecha, ese entendi-
miento hostil. La feliz división del trabajo elevada
a la categoría de institución (la no-alternancia)
satisface a unos y a otros: los sentimientos a la
izquierda, los intereses a la derecha. La izquierda
tiene hermosos partidos, la derecha, un hermoso
Estado. Dichos partidos no impiden el buen funcio-
namiento del Estado; bien, dicho Estado no impide
el buen funcionamiento de los partidos. En cada
congreso, cada dos años, aquéllos se felicitan por
su cohesión reforzada, por el lujo creciente de ad-
hesiones, por la grandeza de ia causa y por lo jus-
to de la línea «verificada en todos sus puntos por
el movimiento impetuoso de la vida». Tras cada
elección en el consejo de ministros, cada cinco
años, éste se congratula con menos grandilocuen-
cia pero con más motivos. Mientras que la derecha
23 9
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. -
i i ' : 1 , ' :
Queridos camaradas
-pl~S
lo seguiréis siendo
a mis ojos-, no he tenido nunca la debilidad de
pensar que os tomaríais la molestia de contestar a
un advenedizo. Un partido tan potente y respon-
sable como el vuestro no tiene tiempo que perder,
y no va a ser mañana cuando los estados
de/ánimo
de un pequeño burgués perdido i.urbarán a «la gran
fuerza tranquila». Tenéis el pellejo duro
los pico-
tazas de los mosquitos ya no os sirven ni como
distracción. Conocéis el revisionismo de los inte-
lectuales. Por nuestra parte, también conocemos el
sectarismo obrerista. Nada nuevo, todo ha sido di-
cho. ¿Entonces, por qué volver sobre ello?
Porque me despido. Una cierta herencia fran-
cesa y cartesiana me ha persuadido de la necesi-
dad de poner en claro, antes de -hacer mi reveren-
cia, las dos o tres pequeñas cosas Que me habéis
enseñado últimamente. y expongo mis razones sin
hacerme ninguna ilusión. La historia es racional,
pero los hombres que la hacen no están movidos
por la razón y los mejores argumentos no han
convencido nunca a nadie para que evite hacer lo
peor. Vosotros seguiréis vuestro camino. que no
lleva a parte alguna. Y yo no seré el primero ni el
último en salirme por la tangente.
Sin embargo, no debéis sentiros demasiado con-
tentos de vosotros mismos. No os apoyéis derna-
4 5
siado sobre el refrán que dice: «Cuando la histo-
ria se repite, la segunda vez es una farsa» Esta
vez muy bien podría suceder que la comedia tome
un ligero aire de tragedia. Porque, en lo sucesivo,
nadie puede ya equivocarse sobre los callejones sin
mujeres no son las más dulces, como la crónica
reciente os ha recordado-- que no han cedido a la
desenfadada inflación de los símbolos, que aún
sienten respeto por las palabras que emplean. Que
saben llegar a la hora a las citas y tratar seriamen-
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salida en los que os metéis, y nos metéis a noso-
tros, vuestros rehenes silenciosos. ¿Y si vuestros
prisioneros, de repente, se rebelaran? Y si estuvie-
ran hartos de escuchar las mismas letanías: «Nada
serio puede hacerse sin los comunistas», dice uno.
«Nada serio puede hacerse con los comunistas),
dice el otro, o el mismo cinco años después. «El
anticcmunísta es un perro», lanza un espectador
filósofo. «El comunista es otro perro», le repite una
voz metálica, en eco ... la suya diez años más tar-
de. Los coros griegos tienen estos cantos alternos
y las víctimas giran en sus jaulas, bamboleadas en-
tre dos verdades que se anulan, entre dos campos
que juntos tienen razón. Este tipo de fatalidad se
vuelve insoportable. Hay que romper esos barrotes
antes de que consigan romper nuestra voluntad de
salir. Y hay que inventar un nuevo camino.
Puesto que me obligáis a decíroslo, sabed que
no siempre tendréis a vuestra izquierda a histrio-
nes, trepadores, sorprende-burgueses y modelos
para fotografías en el Paris Match. Han cambiado
de camisa, pues desde el 68 la revolución no da ni
un duro. Es Dios quien paga hoy, y nuestras fieras
de salón se han dejado crecer alas de ángel: duro
oficio el de mantener la imagen de un año para otro
ante un público sin exigencias ni memoria. Se toma
al pie de la letra a los comediantes y vosotros ha-
béis tenido razón al reíros de ellos. Pero sabed que
en este país todavía hay mujeres y hombres -las
24 6
te de las cosas serias. Sin fotógrafos ni micrófonos.
¿O creéis verdaderamente que la tienda de comes-
tiLles Fauchon y los shows televisados son la úl-
tima palabra de los militantes perdidos, quiero de-
cir de aquellos que prefieren perderse a sí mismos
para que gane su causa?
Lo importante, en lo sucesivo, es que se reen-
cuentren. Ciertamente, es verdad, se habían doble-
gado a las reglas del juego. Habían bajado la ca-
beza ante los grandes dirigentes de los superpo-
tentes partidos de los que se podía pensar que
dominarían el juego, sus complejidades, sus astu-
cias y sus laberintos. No éramos más que
ama-
teurs
y era preciso confiar en los profesionales,
¿verdad? ¿Negligencia o ingenuidad? No. Era nece-
sario, creednos, pasar por ahí para hacer fracasar
a la burguesía y que se lleven a
c.::~~
por fin ba-
tallas que no sean de palabras; para acabar con
los fantasmas y la facilidad de lo simbólico, para
que comiencen por fin las verdaderas dificultades.
Sí, hemos sido educados y corteses. Modestos y
retraídos en lo posible. Nada de molestar, electo-
res dóciles, guías serviles, serviciales escritorzue-
los. Besando la mano a las damas, el culo a las
señoritas y a tantos otros iconos. Haciendo ante-
sala, recorriendo los pasillos, sonriendo a las
insensateces. En una palabra, dejando a los altos
responsables al cuidado de hablar en nuestros nom-
bres, de decidir en nuestro lugar. ¡Pues bien , los
247
importantes ya han hecho lo suficiente para poner-
nos al mismo nivel que ellos: en el grado cero de
la responsabilidad política. Los jefes nos han dado
una hermosa lección de democracia que no esta-
mos dispuestos a olvidar. Han [uaado y han per-
que hay compromisos que importan un bledo, el
mismo realismo que impulsó a muchos a agachar
la cabeza bajo las horcas políticas les hará mañana
levantarla bien alto. Y como su ambición no era la
de convertirse en diputados ni en representantes,
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dido, y que cada cual recoja sus cartas. Ellos no
sabían más que nosotros. Los expertos no cono-
cían siquiera el sentido de las palabras técnicas que
refrendaban con solemnidad. No les tengo rencor.
No critico la impostura de los jefes, que han hecho.
lo que han podido con sinceridad. Nuestros repre-
sentantes -los nuestros, los de a infantería de la
Unión de la izquierda nos han desposeído a sa-
bien das, somos nosotros mismos quienes nos he-
mos desposeído a su favor, descargando cobarde-
mente nuestras responsabilidades sobre ellos. Que
hayamos sido demasiado respetuosos con respec-
to a ellos no significa que no sean respetables por
sí mismos. ¿Es culpa de los mandatarios el que íos
mandados se hayan dormido? Y he aquí que ha lle-
gado el momento de recobrar su libertad y poner
sus sueños en nuestras propias manos.
¿Ha habido por suerte otros menos ingenuos, o
es que estaban instruidos por la experiencia? Esos
camaradas se mantuvieron alerta y nos preguntan
si aún vamos a obstinarnos mucho tiempo en rep-
tar en el barro de las cortesías y de las pruden-
cias, cuando todo el mundo sabe ahora que no hay
nada al final del camino y que la serpiente de mar
de la unidad se muerde la cola. El gran juego de
los partidos ha demostrado ser estéril, pero ¿acaso
por ello hay que renunciar al objetivo, o lo que hay
que hacer es cambiar de medios? Puesto que voso-
tros, hombres de partido, acabáis de demostrarnos
4 8
será por tanto preciso que empleen de otra forma
su energía, por poco que no renuncien a seguir en
la brecha. Pues vosotros habéis logrado apagar la
confianza, pera no la cólera.
Aunque quisieran renegar de ello, no podrían.
Tienen p . I virus en la sangre. Cualquiera que haya
atrapado alguna vez la enfermedad de la
hístr-ria
no se recupera tan pronto. Enfermedad vergonzo-
sa, nos susurran un poco por todas partes. Prefiero
este mal a las felicidades higiénicas que se nos
proponen aquí y allá: pequeños aislamientos de sa-
lud ecológica y rústica, comunidades soñadoras y
fumadoras, hermosas carreras periodísticas. Dema-
siado tarde: para el animal enfermo es mejor un
final sin tibieza que una tibieza sin fin. Esas ofer-
tas de empleo particulares no satisfarán nunca lo
que hay de Ii ;,v;;rsal en la reivindicación de un
socialismo digno de nuestro país, de nuestra his-
toria, de nuestros sueños. Es global la abyección
en la que vivimos, es global nuestra exigencia.
¿Creéis verdaderamente que la idea que nos hici-
mos un día de Francia' será compatible durante
mucho tiempo con esa pretenciosa Bélgica en la
que vosotros nos encerráis, a la sombra de las res-
ponsabilidades y de las barrigas, de los gra: .des eco-
nomistas y de los pequeños notables?
No intentéis la jugada de las generaciones fu-
turas y de «la próxima vez va en :;;::;':':;;;,;:lstado,
demasiado gastado. Los hechos nos han enseñado
4 9
,
t
\
I
I
I
ti
n a darnos prisa. No somos nosotros los im-
:es, sino el tiempo. [Esperar ... , esperar ¿No
le estáis entre la espada y la pared, que es
o nunca, aquí o en ninguna parte? ¿Que el
cuentas siempre son serenas porque no son, en el
fondo, más que descuentos. Calculáis por sustrac-
ción a partir de una línea de llegada de la que no
dudáis en absoluto que os espera sensatamente,
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.mo no tiene nada de ineluctable; que su ad-
ento depende de condiciones históricas sin-
: que no se han creado más , ue en muy pa-
ises (Francia, en primer 'ugar, Italia, Espa-
puñado de excepciones a la regla? ¿Y que
:en que ha adoptado p.n pl ESte -¿pero dón-
ar si no?- hará huir cada vez más a las
ciones venideras? ¿Creéis (o quizá lo repetís
erlo demasiado) que las condiciones no ce-
madurar? Desengañaras: se pudren. No se
hacer nada contra una creencia y vosotros
en vuestra predestinación. Sea. Pero si pen-
-tal 2S el pensamiento de h última de las
;- tener la eternidad de vuestra parte por-
.á ís en el buen lado, y que los Buenos serán
iensados, estad seguros de que pensáis al
Nada es irreversible y en la historia lo irre-
le existe. Cuando erigís en argumento
te ó-
iestra paciencia, cuando calculáis vuestras
is
y ganancias de hoy con respecto a una
deal proyectada en el futuro y que se refleja
iresente, dais muestras de un terrible mal-
ido del cual vosotros seréis las primeras
víc-
confundís a Marx con Hegel en el mejor
casos,
con Condorcet en el peor, pero la ver-
dialéctica de la historia os jugará
malas
pa-
el tiempo no trabaja para vosotros. De ma-
I
allá, al final del camino de vuestras penas, a la
entrada del reino de Sión. Como ya habéis ganado
(allá, en el futuro), vuestras derrotas presentes se
os aparecen como simples retrasos, altos en el bor-
de del camino trazado de antemano, y vuestras
pérdidas come el reverso engañoso y momentáneo
de una ganancia ineluctible. Eso se hará por sí solo,
porque ha sido ya h.icho en pensamiento en alguna
parte y vosotros confundís ese pensamiento teológi-
co con la realidad de la historia. Es ese milenaris-
mo inconsciente el que proporciona al electoralismo
-tanto al de los socialistas como al vuestro- su
buena conciencia. ¡Santa Providencia, criminal
paciencia No queremos ese opio. La historia social
es lenta, cierto, opera a una escala muy diferente
que la duración biológica de un individuo. Y es
muy cierto que no estamos más que en el co-
mienzo de la prehistoria humana: en la escala
de las especies vivas, un milímetro. Razón de más
para no equivocarse en la bifurcación, en ese cruce
fugaz en
el
que la humanidad puede o no orien-
tarse hacia el socialismo, dejando bien claro que
ese nudo estratégico no contiene en sí mismo la
necesidad de su desanudamiento. Nada nos permi-
te decir que mañana no será demasiado tarde para
girar a la izquierda. ¡El siglo desfila tan rápido
¿No veis que las famosas crisis del capitalismo le
excitan la sangre cada vez que se producen y que
contradicciones «mortales». que lo hacen seguir
en marcha y le mantienen con vida?
¿Os
acordáis por azar, alguna vez, de vuestras
esperas pasadas, de un decenio a otro? Octubre: el
golpe de mano bolchevique, a decir de sus propios
¿Acaso quedan aún en este país hombres y mu-
jeres que piensan que vale más su esperanza que
su piel? ¿Y que no es necesario hacer demasiada
publicidad de su desesperación exhibiéndola en las
tablas del escenario?
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autores, no es más que la subida del telón a la es-
pera de la verdadera revolución socialista, que no
puede Ltúer otro escenario que el Occidente desa-
rroiiado. Lenin y Zinoviev hablaron de transferir
3
Berh., o París la sede del Comité ejecutivo de la
III Internacional, al no ser Moscú más que un re-
curso de ocasión ... La socialdemocracia vive sus
últimos momentos. Años veinte: el gallinero so-
cialísta
prospera y la revolución proletaria, extra-
ñamente, se eclipsa. Años treinta: el Frente Popu-
lar, ya veréis como la ruina del fascismo será el
alba del socialismo. Años cuarenta: ya lo veréis,
el Ejército Rojo y las milicias patrióticas. Años
cincuenta: ya lo veréis, el fin de la guerra fria, el
deshieio, ¡y qué primavera de los pueblos después
de la pesadilla estalinista Año.. ,-:..senta: ya veréis,
después del fin de las guerras coloniales y de la
explotación imperialista, las metrópolis exangües ...
Años setenta: ya veréis, tras el fin de la utopía
gaullista y de la fase de expansión, cuando la cri-
sí e coja al gran capital por el cuello ... Ya hemos
visto,
y
si no estamos aún vencidos tampoco esta-
mos cerca de vencer.
[Cuántas
esperanzas perdidas
sobreviven aún ¿Durante cuánto tiempo?
Queridos camaradas: no estéis demasiado segu-
ros de vosotros mismos. Haced vosotros mismos la
lista de las verdades eternas que habéis tenido que
abandonar a lo largo del camino.
25 2
1
¿Acaso quedan aún en este país hombres y mu-
jeres que se pregunten qué es mejor para la super-
vivencia de su ideal, si la derrota a fuego lento
que les reserváis o un gran fuego de alegría fúne-
bre?
No lo sé, pero si por suerte, y para honor nues-
tro, quedasen algunos, algunos harán tonterías, y
tendrán razón. Vosotros les condenaréis y os equi-
vocaréis. ¿En nombre de qué camino real les lla-
maríais vosotros «desviados»? ¿Vosotros, que les
habéis bloqueado todas las avenidas del futuro? ¿En
nombre de qué victorias posibles les prohibiréis
vivir y morir según su corazón, vosotros que sólo
sabéis organizar derrotas? Les llamaréis «provoca-
dores», cuando sois vosotros, con la izquierda ofi-
cial, quienes les habéis provocado al no dejarles
más elección que el desierto o el barranco. Quién
sabe si esos locos, vuestras víctimas, no vencerán
algún día vuestra locura.
7/26/2019 Debray, Regis - Carta a los comunistas.pdf
http://slidepdf.com/reader/full/debray-regis-carta-a-los-comunistaspdf 128/128
.
INDICE
Preámbulo
5
1. ¡Franceses, un esfuerzo más . • • • • 21
Sisifo cada diez años. ••..•
23
Las venturas de la ortodoxia. • . . . 29
El efecto basculante • . • . . . . 32
Comedias . . . • . • . . , • 37
n.
¿Serrevolucionario sin hacer la revolución? . 43J
Todos somos renegados . . . • . . 45;
El medio para permanecer puros. • • •
55
i
III.
¿Un socialismo sin revolución? • • • •
67_.
El problema: ¿guerra o paz? . . . . 69
Una falsa solución: la paz de los cementerios 80
Una proposición original: guerra al amigo,
paz al enemigo. . .. .•.. 86
IV. ¿De qué se trata? •
Las premisas: los hechos
Paréntesis personal.
Conclusiónpráctica.
Otra práctica, otros axiomas
89
91
96
100
105
V. El sistema. • • • • • • • • • 109
El secreto de la inmovilidad . . . . . lB
Inmovilismo, estatuas
y
estabilizador: el en-