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Título original:

LETTRE AUX COMMUNISTES ri'~NC;:AlS

ET A QUELQUES AUTRES

Traduccióu:

José

  a

vu.:

Villa

t . 

edición: diciembre,

1978

La presente edición es propiedad de

Editorial Bruguera, S. A.

Mora la Nueva, 2. Barcelona (España)

Edición en lengua original

©

Régis Debray .

1978

Traducción

©

José M.  Vidal Villa -

1978

Cubierta © Neslé

Soulé .

1978

Printed in Spain

ISBN

84 · [1; ·OóI28-1

Depósito legal: B.

39 .36 0 . 1978

Impreso en los Talleres Gráficos de

Editorial Bruguera, S. A.

Carretera Nacional 152, Km 2í.650

Parets del Valles (Barcelona) - 1978

PREAMBULO

En Francia teníamos ya bastantes cosas que

estaban mal. Después de tanto tiempo habíamos

acabado por vivir con ese permanente dolor en un

costado. La izquierda, pensábamos, nos iba a pro-

porcionar algún alivio. Y aún nos hace más daño. Ha

llegado la hora de que todos juntos reventemos el

abceso. De que nos adelantemos a la gangrena, el

rencor y sus malos olores. Tanto peor si lo que voy

a decir hiere a algunos. La sala se vaciará y el escu-

pitajo florecerá. Qué importa: más vale ser odiado

por aquellos que uno ama que verse obligado a

odiar les interiormente.

Quizá dentro de cincuenta años se considere

a 1978 como el punto de inflexión a partir del cual

todo un siglo de esperas cayó en el absurdo. Lo

peor no es siempre lo seguro, y el Ave Fénix se

ha visto en situaciones parecidas: puede renacer

de sus cenizas a intervalos fijos, igual que la izquier-

da renace de sus rupturas. Por otra parte, la vida

de los hombres no es tan larga como para Que se

puedan despreciar esos diez años de trabajos y de

compromisos Que este último otoño se han desva-

necido como un montón de hojas muertas en el

humo amargo de una querella sin final. Se subsa-

5

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o me vincula a ellos, y porque el espíritu dormita

cuando el corazón no late. Porque no se pueden

pedir cuentas más que a los propios, y la locura

de los comunistas es aún, será siempre, la mía.

Porque el mal del siglo, del que el mal nacional

no es más que un síntoma con los colores de Fran-

cia, está ahí. Porque la única vida que vale la pena

vivir es la que ha conducido a mis camaradas cuba-

nos, desde hace veinte años, a ponerse al servicio,

un poco en todas las partes del planeta, de los

pueblos en lucha contra potencias más fuertes

que ellos. Porque si el comunismo es capaz de

crear hombres con este tipo de nobleza, entonces

sí, yo soy y seguiré siendo comunista. Porque si

hay una bandera fraternal es la de color rojo. Por-

que lo innoble, lo tonto y lo delirante no pueden

nada contra esta evidencia que nos y os supera,

queridos camaradas franceces: la única causa por

la cual se puede morir inteligentemente, es decir,

con la cabeza alta, es aquella que os hace saludar

con el puño levantado a aquellos que van a abati-

ros. Es inútil esforzarse, está en la naturaleza de

las cosas. Nuestra naturaleza de franceses. Cuan-

do un buen día, en las antípodas, fui conducido

, hacia el paredón de un cuartel y vi a veinte pasos

a un pelotón de soldados tristes que me apuntaban,

no pude hacer otra cosa más que sumergirme en

el pasado que vive en nosotros. Cuando se tiene

la suerte de tener por herencia y en el fondo de

los ojos la imagen de Peri, de Timbaud o de todos

los «terroristas» fusilados porque eran comunis-

tas, acabar la vida asl es casi un descanso. Los

simulacros de ejecución sólo

después

se sabe que

10

- ---- . · . - , ,

.. .

1

10

son. En este caso, bs órdenes se habían entre-

cruzado. H,ay que creerlo puesto que comenzaron

de nuevo a:1día siguiente. Pero esto es otra histo-

ria que los remolinos de los tiempüs que vienen me

ahorrarán el placer de Contar. En todo caso, es por

estos recuerdos, también, por 10 que vOsotros con-

táis a mis ojos; de rebote y porque lleváis el título

de los que cayeron en Mont-Valerien.

:¡ , Comunistas, es a vosotros a quienes yo exijo:

. la misma palab'a. en eSPañol, qUie'e dec;, ama,

Y exigir, y yo os he amado (I), Pues VOSOtros

lleváis más alto y desde hace más tiempo la vieja

promesa. Me dirijo a VOsotros a causa de vuestras

raíces

Y vuestra concepción del mundo. Las prime-

ras Os vinculan al pasado de la revolución mun-

dial y al movimiento comunista internacional; la

segunda, al marXismo-leninismo.

Estos

títulos de

nobleza proletaria -a los cuales el partido socia-

lista nunca ha pretendido aCceder y con razón_

os crean algunas obligaciones a los ojos de los ino-

centes. El movimiento comunista internacional no

me es completamente extraño, y del mismo modo

que M. Jourdain reconoció un buen día 'que era

prosista, yo reconozco que soy marxista. En

los

tiempos que Corren esto

olerá

a anticuado; sin

embargo no es más que una perogrullada. Procla-

mar que Newton está

muerto

no ha impedido a

nadie, nunca, ser newtoniano Cuando 'se- cae desde

10 alto de Un puente; arquimedianocuando inten-

ta flotar en el río; freUdiano Cuando revive la

eses,

(1) En francés, el Verbo

vouloir

no tiene la acepción

o

de amar, de tt ller cariño, de QUERER, término que en cas-

tellano se identifica a amar. A esto se refiere el autor con

su juego de palabras. (N. del T.)

II

1 (

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na de la infancia, cuando se hundió bajo el agua;

y «marxíano» cuando la crisis y la patronal le han

reducido, un año antes, al paro. Tantas prácticas,

tantos saberes ... , la verdadera cuestión es: ¿cómo

puede un soio hombre ser todo eso a la vez y qué

tipo de unidad vincula a estas leyes entre sí? El

partido socialista dice y repite que no es marxista.

Esta conmovedora intención enternecerá a más de

uno, pero no ciertamente a la burguesía, que segui-

rá practicando su lucha de clases siendo marxista

por dos, ella que no duda, en caso de urgencia, en

comportarse incluso como leninista. Como se ha

visto recientemente en Chile. Aquellos que niegan

la ley de la gravedad se caen al agua igual que

todo el mundo.

Por el contrario, tenemos derecho a esperar de

aquellos que han recibido en patrimonio una «teoría

científica de la historia», que tengan, si no eldomi-

nio de los acontecimientos, al menos el conocimien-

to de las coyunturas. Me dirijo a vosotros, camara-

das comunistas, porque he estado a punto de cree-

ros bajo palabra cuando afirmabais ser «la única

fuerza revolucionaria de la alianza». Me perdonaréis

mi vehemencia. Con los enemigos, el análisis basta.

Uno puede mantenerse frío con aquellos que tie-

nen el oficio .más antiguo del mundo: el de «nue-

vos filósofos». Por su parte, los compañeros mere-

cen la invectiva.

Me dirijo a vosotros porque si la Unión de la

izquierda, versión 1977, se ha roto, ha sido porque

vosotros así lo habéis querido. Hablando franca-

mente: porque vosotros lo habéis decidido así. Lo

cual no dejará de tener consecuencias sobre voso-

 2

tras

mismos,

sobre Francia, sobre Europa y sobre

el mundo.

Otro más, diréis. ¡Estamos en plena temporada

Concededme al menos un plazo. Yo no he seguido

precisamcllte el mismo camino que mis pequeñcs

compañeros de eScuela. En materia ue moda y de

anticomunismo, mis Cüétiidade~ PluiesionE ies dejan

que desear. Todo él.quello que Pdsa por ser de Iz-

- qUierdas (de la izquierda del Sena) me considera

como un rancio estalinista. Una venerable revista

mensual espiritualista rechazaba aún. hace poco,

un artículo sobre ur.:::: de mis libros porque «no

había tenido el valor de denunCiAr

p

Gulag». En

efecto, en

estos tiempos

de persecución hay que ser

bien cobarde para abstenerse de formar coro con

la Santa Sede, la Casa Blanca, la Eu, upa de los

nueve, Roger

Gicquel

y

Bernard Pivot

+-en

resu-

men con todas las Potencias del mundo occidental

sin excepción, incluyendo entre ellas, si se da el

caso, a I Hurnanité_ en la condena de los crímenes

del

«estalinismo». No me extrañaría en

absoluto

' que mi censor de 1977 haya

aullado como

un

lobo

  Contra David ROUsset Cuando éste publicó en 1951

su Libro

Blanco,

en el que se encuentra expuesta

 . integralmente la estructura y el funcionamiento de

10

que se

llamaba

aún

«GUla?».

Cierto es que por

aquel entonces el estalinismo tenía, incluso en

i' Francia,

los

atributos

del

Poder +-Ia Potencia mate-

i

ria1\, la hegemonía inte1ectua1_,

y

que la alta inteli.

o gentzia

es, por

10

menos, tan

sensible

a

las relacio_

.nes de poder como a la injusticia. ¿Quién alcanzará

'alguna vez a una vanguardia Siempre tan adelanta.

lela respecto::: 3U tiempo y Cuya afición al riesgo la

'Condena al Suicidio? As pues, sospechas en la rive

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gauche

y cuarentena en la

ri'.'e

droite (1).

Vilipen

diado en L'Ey['ress, en

Point:

y en París-Match.

Prohibida la estancia en los Estados Unidos (nega-

tiva de concederme el visado). Poco apreciado por

los productores de televisión que, en la bolsa de

valores de estos tiempos, deciden los «cracs» y los

«boorns». La «ideología dominante»; estas dos pa-

labras gastadas, fáciles y naturalmente proscritas

por aquellos cuyas ideas dominan; conozco el peso

y el carácter compacto que pueden tener en la vida

cotidiana de un intelectual. Un verdadero muro de

ladrillo. Vosotros topasteis con él hace tiempo (y

aún hoy, pero mucho menos). Esto también crea

una fraternidad. Que esta puesta a punto demasiado

tardía, no me sirva como rescate ni introducción

en otra parte. Hay odios que producen honor. Yo

deseo conservar el de Philippe Sollers, el de sus

amigos y el de los «massmediócratas» que nos go-

biernan.

Digo todo esto para evitaros el tener que expli-

carme que el sistema imperialista mundial es el

enemigo principal (estoy al corriente), y que la

profesión de fe antiestalinista se ha convertido hoy

en el medio más elegante y más rentable (coste

ideológico: mínitno: ventajas políticas: máximas)

de oponerse a cualquier forma de socialismo para

mañana (ya lo habla comprendido, gracias). No te-

nemos más tiempo que perder en desmontar esos

<.1) Se. habla de

rive gauche

(orilla Izquierda)

y. rive

drotte (orilla derecha) al referirse a los barrios que diVide

el Sena en París y se sobreentiende que los primeros son

de  izquierdas  y populares y los segundos de derechas

y burgueses. (N. del T.)

14

viejos trucos ni en remontamos a falsos procesos.

Estamos, vosotros y nosotros, en

U D . :: :'

situación

de urgencia. En cuanto a los lugares y las fechas,

todos de espaldas a la pared.

¿Estarnr'  frente a la última oportunidad del so-

cialisrno, :) ya la hemos perdido? Sea como fuere,

- si no pasa nada decisivo de aquí a final de siglo en

la Europa latina, la palabra «socialismo» no tendrá

más contenido real que aquel que le habrán otor-

gado las vicisitudes de un parto con fórceps en un

 :r;)n país «atrasado y semiasiático» (Lenin, hablan-

elO

de Ia Rusia de 1920). En este caso, el socialismo

llamado científico no habrá sido más que el camino

hacia la industrialización de los países atrasados, el

camino más corto para la acumulación de capital en

los países coloniales y semi coloniales: un recurso

técnico de primera clase para la concentración del

poder político y la homogeneización del terreno so-

cial. Y únicamente por un malcn-r+too tragicómico

que el nombre de Marx continuará vinculado a una

empresa cuyos límites él mismo había pronostica-

do: «El derecho no puede jamás elevarse por en-

cima .del estado económico y el grado de civiliza-

ci ón

social que le corresponden.» Las luchas por

la emancipación en el Tercer Mundo habrán serví-

,do, a escala histórica, y a causa de sus derivacio-

nes económicas, para obligar a Europa a efectuar

una elección decisiva: «Socialismo o barbarie.»

Pero ellas eran incapaces por sí mismas de tomar

dicha decisión. Personalmente, como muchos otros

europeos, ha sido gracias a esos combates que he

 

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'~~ 'aprendido la historia sobre el texto, pero de un

modo que ningún texto enseña Hasta comprender

la importancia de una pequeña frase sobre la cual

habíamos pasado un poco rápidamente, por impa-

ciencia: «El desarrollo de las fuerzas productivas

es prácticamente la condición primera, absoluta-

mente necesaria, por la sencilla razón de que, en .

caso contrario, se socializaría la

índígenr+a

 j

 3 .

indigencia haría reccmenzar la lucha por lo nece-

sario, y por consiguiente, resucitaría todo el antí-

guo fárrago ...

»

(Karl Marx) . Precisamente en los

países nuevos es donde el viejo fárrago encuentra

su mejor terreno. Si algo de nuevo puede suceder

algún día, será en el Viejo Mundo o en ninguna

parte.

No estoy exagerando los riesgos de nuestra úl-

tima crisis hexagonal por un simple amor a lo Pil-

tético. En historia. resulta un mal cálculo medir

los efectos con la escala de las causas, y depende

de las circunstancias que hombres de talla normal

se encuentren o no en el origen de acontecimien-

tos inauditos. Dichas circunstancias se están dan-

do en Francia hoy día. Lo que este otoño de 1977

hemos visto abortar por la decisión de algunos

hombres ordinarios. es un movimiento de masas

con proyecciones extraordinarias, mundiales e his-

tóricas. Quizá-era una «última oportunidad». Pues

si el triángulo de oro del socialismo moderno es el

que dibujan Italia, Francia y España, este triángulo

tiene su base en nosotros. Se quiera o no, incluso

si el galocentrismo hace sonreír.

La

ruptura

no

ha tenido lugar

en

cualquier

par-

te: entre la Europa protestante y profundamente

capitalista del Norte y la Europa latina o medite-

rránea, virtualmente socialista, del Sur, Francia

ocupa una posición intermedia, de mediadora o de

intercesora. Se trata claramente del eslabón

decí-

.sivo en el que se puede decidir, incluso mañana, la

hegemonía política e ideológica de una u otra Eu-

ropa, teniendo en cuenta que está muy claro que

las dos Europas constituyen el punto estratégico

. y último de las luchas mundiales de la época, la

clave de la correlación de fuerzas planetarias. Si

se nos dice que el ideal socialista está condenado,

como mínimo tenemos que presentar una exigencia

a sus enterradores: que venga a exhalar el último

suspiro allí donde tuvo su cuna y que el acta de

defunción se escriba en el lugar de su nacimiento.

Así finalizará un ciclo de la historia humana.

NIl ¡enemos la culpa de que la historia haya

.1

hecho de Francia la patria por excelencia del so-

cialismo; de que Cabet inventara la palabra comu-

nismo, que se encuentra ya en Restif de la Bre-

tonne; de que el

concepto

llegara a Marx en 1844

mientras se paseaba por París; de que la Comuna

de 1871 proporcionara a la cosa su primera e in-

cluso ejemplar encarnación (permitiendo a Marx

forjar los instrumentos de la. tr2 .isición, como la

dictadura del proletariado, e-ntre otros); de que la

Internacional fuera la canci6n de los mártires de

Bellevílle: de que la

bonsier« ~ j

antes de dar la

  vuelta al mundo, tuviera que darla al Champ-de-

Mars un día de verano de 1791; de que la plebe

17

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parisiense la reclamara, un día de febrero de 1848,

en I: plaza del Ayuntamiento, como símbolo de su

liberación y emblema de la nueva Francia. Nadie

es propietario de este patrimonio universal deshe-

redada, pero la historia ohliga. No veo por q11Ómo-

tivo tendríamos que ser condenados a hacer nues-

tro -bajo el nombre de internacionalismo- el

patriotismo de otros -sov¡é~:c.os, chinos, cubanos,

vietnamitas, etc.-, sin asumir también y en pri-

mer lugar nuestra historia nacional, que no es úni-

camente la de una nación imperialista, sino la de

una

nac ión

que ha sembrado el movimiento obre-

ro por todo (;1 mundo. Necesario o no, el hecho es

que la bolchevización del comunismo francés a par-

tir de 1924 desnaturalizó la causa al desnacionali-

zar el instrumento. Hoy

día.

reinventar el socialis-

mo consiste en primer lugar en repatriarlo. El bru-

tal polizonte ruso logró inculcar a sus acreedores

históricos una mala conciencia de deudor: durante

mucho tiempo tuvieron que hacer suya la incultura

chauvinista de Stalin, hasta que, poco a pece, re-

cuperaron la memoria gracias al Frente Popular y

la Resistencia. ¿Cuándo llegará el momento en que

este (carácter de pureza clásica» -que Francia

imprimió al feudalismo, a la monarquía hereditaria,

a la democracia burguesa, y que fascinó a Marx du-

rante toda su vida- imprimirá su verdadero sello

a una democracia socialista, a un modo de produc-

ción y de gobierno que no han conocido hasta hoy

más que esbozos deformes, a veces monstruosos?

 8

.~.:'

¡.,   . J.

La ruptura no ha tenido lugar en cualquier mo-

mento, ha acaecido en un momento pocas veces

igualado de descomposición política, moral e ideo-

lógica del bloque en el poder. En un país en el que

por tradición todo poder político se ejerce en nom-

bre de una Idea (Dios, Progreso, Nación, Razón,

Industria), vemos una clase dominante que domina

sin saber por qué. Sin utopía, sin proyecto e inclu-

so sin retórica. Una clase que ha perdido, incluso

a sus propios ojos, el sentido de su legitimidad. Sin

otro cimiento que el miedo por lo que existe: de

ahí las fisuras, los clanes, los arreglos de cuentas.

A pesar de que la crisis económica del capitalismo

es mundial, únicamente en Francia estas circuns-

tancias

políticas

han abierto tal brecha en el dis-

positivo estatal y provocado tal vacío en la con-

ciencia social. No hay un entorno fascista como en

1936; no hay ejércitos anglosajones en nuestro sue-

lo, como en 1944; no hay gangrena colonial, como

en 1956; no hay héroes nacionales ante nosotros,

como en 1967-1968. Entonces, ¿qué? Jean Ellens-

tein está de un humor más circunspecto que el car-

denal de Retz. Pero cuando el primero confiesa:

«Jamás las condiciones históricas han sido más

favorables que hoy», ¿cómo no pensar en el segun-

do cuando dice: «No hay nada en el mundo que no

tenga su momento decisivo, y la obra maestra de

la buena conducta consiste en conocer y saber

aprehender dicho momento?»

¡.volverán a producirse momentos parecidos?

¿Para qué, si se ha comprobado que los encargados

de esa misión no pueden ni siquiera reconocerlos

..

~

~:

19

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.:

i

París, otoño de 1977. En las calles, en las fábri-

cas, en los pasillos, en los cafés, una mezcla de

abatimiento y de alivio.

Abatimiento ante el inicio de una polémica que

según el presentimiento de todo el mundo no de-

tendrá nada y de la que nadie sabe qué la ha pro-

vocado verdaderamente. Unica certeza: los perros

están sueltos. Destrozarán incluso a sus propios

amos. Es algo inútil, demente, inevitable.

Alivio ante este retorno a un estado normal de

absurdo, visto y oído cien veces y, en este caso,

sordamente esperado por una y otra parte. A los

primeros acordes de un estribillo célebre, el can-

tante popular levanta una ola de aplausos de sus

fans. Por fin nos reencontramos: es él, somos nos-

otros.

Sísifo cada diez años

Henos aquí, pues, en marcha una vez más hacia

el «social-fascismo» del tercer turno. Después de

1927-1934, 1947-1954, ¿1977-...? En 1932, los so-

cialistas constituían «un destacamento de vanguar-

dia de la burguesía contra la Unión Soviética», y

aunque Aragon haya abierto «fuego contra

Léo n

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Moch) (l), consolidada bajo la égida favorable

de Waldeck-Rochet en la campaña de las presiden-

ciales de 1965, la Unión fue de nuevo relanzada

por vosotros en 1966, teniendo como objetivo un

programa común «para toda la izquierda». En fe-

brero de 1968, primera victoria: vuestro partido y

la FGDS (2) firman una plataforma común. Más

que una declaración de intenciones, menos que un

programa de gobierno. Un cierto mes de mayo se

interpuso inesperadamente, y algunas semanas de

refriegas hundieron algunos años de construcción.

¿Por qué no se pudo asegurar una «salida política»

a la huelga general? «Porque los dirigen L e S de la

Federación de la izquierda no habían asumido la

idea de una verdadera alianza sobre la base de un

programa común con los comunistas, y los de la

CFDT (3) aún menos.» (Waldeck-Rochet.) Por tan-

to, se parte nuevamente de cero y en la misma di-

rección. Después de otros cinco años de esfuerzos

tenaces, el programa común fue firmado, no con

la FGDS sino con el PS (4). y he aquí que de nue-

vo es enterrado. No dudo ni un solo instante que

veremos otro dentro de cinco años -el mismo, re-

visado, con otro partido socialista-, el mismo, más

o menos alterado, para desembocar cinco años más

tarde en otra ruptura igualmente desalentadora.

Las mismas causas produciendo los mismos efec-

(1) En las elecciones francesas, a la segunda vuelta, el

candidato de izquierda peor situado desiste de presentarse

para apoyar al mejor situado; esto, claro está, en períodos

de urridad de la izquierda. <N. del T.)

(2) FGDS: Fédération de la Gauche Democrate et So-

cialíste .. Organización política socialista dirigida por Fran-

~OlR Mltterrar.d.

.(3) CFDT: Sindicato obrero no comunista, de influencia

cristiana en su origer..

(4) PS: Partí Socia lis te, resultado del proceso de fusión

de la FGDS.

26

tos. Pero si el mundo es absurdo, también es racio-

nal y ha llegado el momento de buscar la razón

de esta sinrazón.

La que está por encima de vuestras razones

sempiternas. ¿Cuál es la razón por la que las ma-

sas, en 1958, no estuvieron a la altura de las cir-

cunstancias él la hora de «cerrar el paso al fascista

De Gaulle»? La ausencia de

«unión

de las fuerzas

democráticas», o más concretamente, «el obstácu-

lo puesto por el partido socialista a la acción cc

mún de todos los trabajadores» (declaración del

buró político [BP], el 15 de mayo de 1958). ¿Y

cuál es la razón por la que las masas, en 1978, no

estuvieron a la altura de las circunstancias a la

hora de cerrar el paso al fascista Chirac, tras

la fracasada tentativa de apertura de Giscard? La

ausencia de «unión de las fuerzas democráticas»,

o más concretamente. «los obstáculos puestos por

el partido socialista. etc.». Vosotros sois los únicos

en ser consecuentes con las ideas. Por tanto, si gi-

ramos en círculo, consolémonos: lo hacemos según

un plan preestablecido.

Vosotros sois también los únicos a quienes los

fracasos no abaten. Sísifo, cada vez, repone fuer-

zas al fondo de la pendiente. Cada diez años se

anuncia el fin del PCF, que entierra al año siguien-

te a sus impacientes enterradores (como por ejem-

plo, después de 1968, el izquierdismo estudiantil

que decretaba vuestro fin porque el suyo ya se es-

taba aproximando). Cada diez años, militantes va-

lientes y lúcidos intervienen para romper esta ron-

da, cumpliendo el doble papel de intermediarios

entre los hermanos enemistados (socialistas y co-

munistas) y de intercesores del deseo de unidad

27

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de ia base ante las direcciones en disputa. Retienen

por un momento la atención, pues la lógica les da

abundantemente la razón. Así como el

pi e

del so-

cialísrnc :: : 1 Francia pasa por la unidad de sus dos

componentes, del mismo modo el eje de la unidad

pasa por en medio, entre los dos partidos, puesto

que, al tener una fuerza aproximadamente igual,

ninguno puede unirse al otro sin renunciar a lo que

es. Los hechos, sin embargo, no tardan en demos-

trar el error, como si le real tuviera sus propias

razones, que no son las de la lógica. Estos esbozos

de partido se hinchan y estallan como burbujas,

una detrás de otra, y después de su eclosión todo

en el paisaje de la izquierda se encuentra igual que

antes. Las siglas enmohecidas que no dicen nada

a nadie recubren muy hermosos y legítimos esfuer-

zos. En los años veinte el

partido comunista

uni-

tario

de Frossard. En los años treinta el

partido de

unidad proletaria (por no mencionar el PPF de Do-

riot, cuyos temas vuelven a brillar en el mundo,

pues el aire de los tiempos da un baño de juventud

a los años treinta, con lo que el ideólogo Bertrand

de Jouvenel reaparece, todo color de rosa, en la

televisión de Estado). En los años cuarenta la

agru-

pación democrática revolucionaria

(creada en 1948

por Sartre, Rousset y Rosenthal). El

partido socia-

lista autónomo,

en 1958, seguido del

partido socia-

lista unificado,

que alcanzó su apogeo después de

1968 (con un 4,66 % de los votos). No dudo que

muy pronto veremos surgir -las circunstancias lo

justifican ampliamente- al partido que tendrá mo-

tivos para rechazar el estéril «cara a cara del esta-

linismo y la socialdemocracia», pero todos sabemos

que correrá la misma suerte que los otros. Deberá

28

ser el lugar de reunión de todos aquellos que, en

los dos lados, están decepcionados por el fracaso

y que son la mayoría, pero no lo será porque la

identificación de los militantes con su institución-

madre es más fuerte que la solidaridad ideológica,

porque la biología, en suma, dicta su ley a la polí-

tica. La izquierda, desde e  congreso de Tours, tiene

la dualidad inscrita ::;;. su programa genético y la

unidad en su programa político. La obra la realizan

entre dos, la institución exige y consigue su propia

estabilidad. Vosotros sois gente de orden y tradi-

ción. Se puede contar con vosotros para que el

paisaje permanezca inalterable, sean quienes sean

los tránsfugas y los mirones.

Las venturas de la ortori(\~: :::.

El partido comunista francés aguanta y no se

rinde. Vosotros sois la memoria de la izquierda, su

hilo conductor, su reserva original. Es vuestra gran-

deza y nuestro destino. -Cada reflujo hace en.erger

el polo estable de la Unión, el muelle de partida

y de llegada del periplo, intacto, rutilante, impla-

cable. Como si estos fracasos periódicos os reju-

venecieran. La capacidad que tiene el aparato del

partido para sobrevivir a la ruina de su estrategia

forma parte también del programa.

Vosotros vivís para la Unión. Pero después de

cada ruptura, los días de luto son más bien breves.

E~ evidente que se sufre mucho más en la base que

en la cúspide, entre los electores y simpatizantes

que entre los cuadros dirigentes y los comités per-

manentes. Y es que la situación de autarquía, para

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un aparato político, es un poco la prueba del nueve

de su: necesidad. Viviendo sobre sí mismo, por y

en sí, cumple su sueño secreto: convertirse en sus-

tancia, en sujeto autosuficiente. Observad la vida

de una federación en un departamento (1) del país

alejado del centro. En la fase unitaria, los respon-

sables deben asumir cada día riesgos políticos que

chocan con sus costumbres y violen a veces sus

convicciones. También se ven obligados a perder,

junto con sus aliados, gran parte del tiempo que

no consagran a su partido: correr de aquí para allá,

consultar a tal compañero socialista, negociar con

tal otro radical, dosificar las listas elector ales, re-

partir los papeles y los puestos en la tribuna o en

las manifestaciones callejeras, examinar los textos

firmados en común. Este trabajo meticuloso, alea-

torio, insatisfactorio por definición, puesto que se

hace sobre la base de compromisos cojos, gasta a

los más fieles, que acaban por no saber distinguir

lo mío de lo tuyo. Por el contrario, el repliegue

simplifica las tareas ... y la vida. La polémica rea-

nima la llama que atestigua la integridad primera

del partido, que se purifica remontándose a las

fuentes. Desvelar fieramente la naturaleza refor-

mista del vecino permite no plantearse demasiadas

cuestiones sobre la de uno mismo, y nada mejor

que oponerse

f 1 1

reformismo para pasar por revolu-

cionario. En resumen, la ruptura en política da

lugar siempre a reencuentros.Libera el atavismo,

halaga al amor propio y proporciona una sensación

de seguridad. Es un mismo y único «uf» de alivio

(1) Departamentc: división territorhl y admini~trati- a

de 18s regiones. Equivalente a ~  provincia en Espana.

(N. del T.)

el que han exhalado las viejas guardias estalinista

y socialdemócrata en el seno de los dos partidos.

Los de abajo desesperan; los de arriba se alegran

y convencen rápidamente a los primeros de que

encuentren un motivo para hacer lo mismo. Los

cuadros tienen sus motivos, que los encuadrados

no tienen. No es una cuestión de personas ni de

moral. Todo el mundo es de buena fe. Pero entre

los fieles que se contentan con tener la fe y los

guardianes de la fe, que hacen profesión de ello,

la relación, por la propia fuerza de las cosas, no

puede ser ni simétrica ni transparente. La ortudo-

xia es una

función obsidional,

y las herejías son

eliminadas más fácilmente en una fortaleza ase-

diada que en mitad del campo. Por tanto, para un

aparato no es nunca negativo el buscarse un ene-

migo determinado cuando hace falta devolver las

aguas a su cauce después de alguna fantasía, rela-

jamiento o incursión fuera del perímetro de defen-

sa. En un entorno hostil, el monolitismo es una ne-

cesidad vital: ley de la guerra, ley de la política.

Dicho de otra manera: el monolitismo tiene como

necesidad vital una cierta hostilidad del entorno.

Sobre todo cuando se da un poco de movimiento

en los engranajes, de flotación en el sistema de va-

lores y de conductas, cuyo conjunto delimita el

medio interno del partido, con sus constantes, su

equilibrio, sus espacios tradicionales, en una pala-

bra, su status.

En este caso, la psicologfa de partido .determi-

nada en última instancia por leyes biológicas)

muestra un hecho material, de orden histórico. Vo-

sotros no ganáis nada con la ruptura, pei

v

perdéis

menos que los demás. Cada vez que la izquierda

31

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francesa se hunde e incluso se divide, el partido

comunista se reduce un poco (en número de esca-

ños, en número de votos). pero estas pérdidas en

números absolutos son ganancias relativas; por

tanto, el punto fijo de la unidad emerge como lo

mejor, por contragolpe. En suma, las desgracias

de la Unión hacen las venturas ti< -I Aparato. No se

trata de una

afirmación

escan+alosa.

Es

un hecho

estadístico.

El efecto basculante

/

.

e

Si se considera el medio siglo pasado desde el

punto de vista electoral -amigos revolucionarios,

cerrad vuestras delicadas narices antes de entrar

en esta cocina-, se asiste a un evrraño movimien-

to de báscula: vuestro partido avanza cuando su

causa retrocede. Cuanto más se aleja el objetivo

(ela Unión democrática», «el Gobierno popular»),

más se refuerza el instrumento: Pero, a la inversa.

cuanto más verosímil parece la victoria, menos evi-

dente parece la importancia de vuestro partido (al

menos cuando se mide su fuerza por el número de

sus escaños y de sus votos: y es precisamente

con ese barómetro electoralista con el que vosotros

calculáis hoy Ias «relaciones de fuerza» en el seno

de la izquierda). Este movimiento de columpio tie-

ne la regularidad de un fenómeno físico natural.

Aparentemente, cada impulso a la izquierda en

el país hincha vuestras velas al mismo tiempo que

la de los socialistas (1936. 1956. 1967. 1973, 1977),

Y cada reflujo de la ala os hace regresar juntos

(18::;1: 1958. 1962. 1968). Cierto es que la desunión

~~

de la izquierda da lugar siempre a una reducci6n

general de sus dos componentes. y por ende a una

victoria de la derecha. y esto desde el Congreso de

Tours (desastres electorales de 1928 y 1932, acom-

pañados de una caída de los efectivos de vuestro

partido durante toda la fase de «clase contra cla-

se»). Pero observándolo más de cerca no se trata

de un movimiento uniforme:

1) La división de la izquierda, desde hace

cuarenta años, afecta más al partido socialista, or-

gánícamente (división) y electoralmente (número

de votos). que al partido comunista. En 1958. el

PCF se mantiene con el 20

%.

pero la SFIO (1) des-

ciende al 14 %. En 1962, en el vacío de la ola uni-

taria, el PCF tiene el 21,8 % Y la SFIO el 12.7

%.

En 1968, hundimiento de la FGDS, asentamiento

del PCF.

2) En el período de unión de la izquierda, los

dos partidos progresan. pero el PS progresa mucho

y el PC un poco. Proporcionalmente, la Unión acen-

túa las diferencias. incluso cuando os lleva muy

hacia delante, como en 1936. La dinámica unitaria

juega en contra vuestra, la dinámica de la división

juega a vuestro favor.

No hay ejemplos más tangibles que las dos úl-

timas elecciones presidenciales: en el

summum

de

la división, en 1969, la diferencia es máxima a vues-

tro favor: Duelos, 21,5 %-Deferre, 5,4 % (2); en

el summum de la unión -candidatura única de Mi-

tterrand en 1974-, la diferencia se hace máxima

en sentido inverso.

(1) SFIO: Section F'rancalse de I'Internatíonale Soclal íste.

(2) Respectivamente, candidatos comunista y socialista.

33

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se enmiendan y regresan al centro. ya os están

traicionando. En 1975. las

Assises du socialisme

os

asustaban por sus veleidades izquierdistas: dema-

siados militantes sindicalistas. demasiada fraseolo-

gía revolucionaria. Polémica: «No permitiremos que

os hagáis más fuertes en detrimento de la clase

obrera.» Se creía que el peligro había pasado. Y he

aquí

inesperadamente otro. en 1977: ¡Demasiados

enarcas (1). demasiados funcionarios' Más polémi-

ca: «No os dejaremos arrastrar a la clase obrera

hacia una política centrista.» Ya sería hora de que

dierais la definición. de que fijarais cuál debe ser

la imagen del socialista adecuado. Abandonados a

sf mismos jamás encontrarán la medida exacta en-

tre demasiado y demasiado poco. La CERES os

horripila: bloquea la partida al disputaros el mo-

nopolio de. las empresas. del análisis marxista y

de la fe revolucionaria. La vieja derecha de la SFIO

os encoge el corazón con su pasado. sus conexio-

nes atlantistas. su anticomunismo visceral. ¿Los

convencionales (2) del centro? Un montón de tre-

padores de largos dientes. La única solución: ¡la

próxima vez lo hacéis vosotros mismos El partido

socialista modelo. para la alianza modelo. Los hay

excelentes. en algunas democracias populares, cor-

tados a medida y nada molestos. Pero entonces.

¡renunciad a '(da vía francesa al socialismo»

Por otra parte. decir que el PS os molesta es

decir aún demasiado. Leyendo vuestros últimos tex-

(1) Enarca: licenciado de la Ecole Nationale d'Adminls-

tration (ENA), en general muy ligada a la gran burguesía.

Los  enarcas  tienen fama de copar los principales cargos

públicos y pertenecer a la derecha civiliz8da : la de los

tecnócratas de la Administración pública.

(N.

del T.)

(2) Convention Republicaine. Grupo político dirigido por

Fr-ancois

Mitterrand antes de la constitución de la FGDS.

4

It'

. . • .

 

.jj

tos (1). nos enteramos de que ellos no intervenían

para nada. y de que la Unión 5¿ hizo sin. a pesar y

rnntra el PS. Objeto pasivo. con su papel usurpado

y jamás actor. el partido socialista es un puro efec-

to al que se le escapa n los motivos de lo que hace

cuando lo que hace está bien. y que se escapa a sus

propios motivos cuando lo que hace está mal. No

hace mucho. fue

«obligado»

a firmar él j.Jlograma

común bajo «la influencia determinante rlp ] Par-

tido comunista». Después. «cedió a las f'orrmda-

bles presiones de la derecha». Tan pronto recita

el texto que le han puesto entre las manos «los

millones de trabajadores que siguen a los comu-

nistas». como repite torpemente lo que le 3Cp : ::

«los grandes monopolios». Los socialistas no tie-

nen historia. ni debates internos (la Unión es un

combate. también en el PS). ni proyecto original

y ninguna capacidad de iniciativa. Sólo tiene una

naturaleza: la de la página en blanco. [El autor

está siempre

en otra parte 

¿De qué sirve. pues,

f'c -

licitar al PS por haber firmado hace un tiempo un

«programa con orientaciones revolucionarias». si

en el fondo sigue siendo «completamente reformis-

ta»? El mérito sólo os correspondía a vosotros. ¿Pe-

ro para qué sirve denigrarles si en la actualidad es

el gran capital el que los domina? «El partido so-

cialista. en tanto que partido reformista, no cam-

bia. y sin embargo su política ha cambiado varias

veces.» (Francoís Hincker.) Este pensamiento a la

vez esencialista y mecanicista es muy

cóm odo:

en

suma. el próximo avatar de la Unión, si es positivo.

no se deberá a la sustancia socialista. inerte por

(1) Francois Hincker:

L'Union: d'ou venons-nous?

O u

all.ons-nous?

En La

Nouvelle Critique,

diciembre de 1977.

41

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naturaleza, sino a vuestro incansable trabajo de

persuasión. Cuando vuestros intelectuales regresen

a las comodidades de la escolástica

medieval,

sa-

bemos por c:';¡:'criencia que se preparan fastidiosas

regresiones políticas.

.-

'. 42

,

~;:;

.

.,..~·J~jl.~,

W~'l - '\

11

¿SER REvOLiJCIONARIO

SIN HACER LA REVOLUCION?

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tal juntos. Se le busca desde hace más de cien años,

Mientras tanto, i.enemos que arreglamos con la

ambigüedad.

¿Elecciones =traición? Sí, todos somos renega-

dos, y

 lU

tenemos la culpa. Vosotros. comunis-

tas, lo sois en principio tanto como los socialistas,

y nadie puede reprochároslo. Como máximo se os

podría invitar a una utiiización más r=sponsable

del vocabulario de la

«revoliv-íón» .

Pero si el sen-

i

tido de las palabras se os escapa, no podréis esca-

/ par al veredicto de los hechos.

;•.....'- Es un hecho que en Europa ()r.rirlp.ntal la hege-

monía burguesa se ejerce

él

través del sistema elec-

toral, mediante el que ha conseguido canalizar la

lucha de clases. Los revolucionarios son materia-

listas. Como materialistas, reconocen la realidad

de los hechos. Como revolucionanos, no

puedéii 

dejar de ver en esta realidad el sufragio universal

al instrumento principal de la contrarrevolución.

La soberanía del pueblo se ejerce a través de

sus representantes elegidos por medio del voto

secreto por todos los adultos (18 ó 21 años), hom-

bres y mujeres. Esta somera definición de la demo-

cracia no. podrá ser cuestionada por ninguna forma

de socialismo occidental (incluso si puede y debe

añadirle rasgo~ suplementarios) sin condenarse a la

poesía de lo ridículo o a los castigos de lo into-

.lerable ..

No obstante, ningún régimen social habría sido

reemplazado por otro sI hubiera resultado nece-

sario esperar al voto de una mayoría en el seno

de un organismo elegido. Esta es una verdad de

todos los tiempos. Para referimos al nuestro, y ya

sea en París, Berlín, Moscú, Lisboa o en otras par-

- : . : ,

f~,

 

·

' : ¡; ; í > \

  ,.,,-~

.~ .

tes, se debe constatar que «revolucionario» y «mi-

noritario» son epítetos' estrictamente sinónimos,

tanto en los cuerpos electorales como en las asam-

bleas elegidas. Los bolcheviques eran minoritarios

en la Asamblea Constituyente elegida en noviem-

bre de 1917 (175 escaños sobre 707) y disuelta en

enero de 1918 (en medio de la indiferencia gene-

ral). Los espartaquístas de Berlín fueron aplastados

por un gobierno socialdemócrata ampliamente ma-

yoritario en el país. El parlamento no tuvo tiempo

de instalarse en la China prerrevolucionaria (a fal-

ta de una verdadera revolución democrático-bur-

guesa), pero en Cuba, en 1958 -con la ayuda del

fraude, ciertamente-, Batista venció claramente en

las elecciones generales. ¿Hay que añadir a la lis-

ta el Chile de anteayer y el Portugal de ayer?

No hay revolución en el mundo -burguesa ayer,

socialista hoy- que no se haya hecho sin y contra

_el sufragio universal. Al menos hasta el presente.

. Máquina tautológica destinada a medir la domina-

ción de los dominantes, el sufragio universal tiene

: por función confirmar, ratificar o legitimar el statu

:_ quo ante. Del mismo modo que el barómetro indi-

ca qué tiempo hace, las urnas consagran 1 0 que

existe: el retraso de la conciencia social sobre la

realidad, inherente a toda sociedad, se acentúa aún

más en los momentos de crisis política, en los que

la fotografía electoral queda distanciada por la

cinematografía del movimiento revolucionario (1):

como revancha, una vez definitivamente invertida

(1) La Franela de 1789 eligió unos  estados generales 

tremendamente monai quícos, as  como la de 1792 una Con-

vención en la que el

mara s

es mayoritario. La revolución

de 1848 se dotó de una cámara luisfilipina, la Rusia bol-

chevique de una cámara socialista-revolucionaria , etc ...

47

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del Frente Republicano de 1936, demasiado débil:

el

acuerdo de las izquierdas de 1924 y el Frente Po-

pular de 1936.

Excepciones precarias y frágiles. tanto hacia

arriba, en el orden de las causas, como hacia abajo.

en sus efectos: elecciones ganadas por poco mar-

gen. sin «mar de fondo» ni «oleaje». y gobiernos

fugaces, que no superan en ningún caso el límite de

los dos años de vida. Añadamos lo que todo el

mundo sabe: que la Cámara con mayoría radical-

socialista de 1936. que invistió al gobierno Blurn,

entronizó cuatro años más tarde al mariscal Pétain

en Vichy; y que la Cámara de 1956, en la cual la

izquierda detentaba la mayoría absoluta (pero en

la cual los votos comunistas no contaban oficial-

mente), votará treinta meses más tarde la investi-

dura del general De Gaulle. ¿Es así como viven los

hombres? Aparentemente, los parlamentarios sí

viven de este modo Es ésta la Francia con la que

la izquierda tiene que batallar. y de la cual ella

misma forma parte.

En Moscú. en 1918. los campesinos-soldados

que vigilaban a la Asamblea Constituyente no re-

sultaron chocantes para demasiada gente cuando

enviaron a los charlatanes a su casa, porque ellos

tenían ganas de dormir. En París. en 1978, el dipu-

tado puede hacervreír, rabiar o encoger de hom-

bros. está ahí y la fuerza de las bayonetas no le

hará salir. Nuestra República va a celebrar su bicen-

tenario en un país ya cuadriculado, cercado. eri-

zado de instituciones, fijado en unos comportamien-

tos ca?i hereditarios: En el sismógrafo electoral,

una oscilación de uno o dos puntos tiene el efecto

de un temblor de tierra. El mañana no será más

54

que un ayer transformado y las mutaciones socio-

lógicas que ha sufrido Francia desde 1920 (dismi-

nución de la población rural a la mitad, entre otras)

no ha alterado radicalmente las formas de expre-

sión política ni los marcos institucionales de reso-

lución de las luchas. La prueba de ello es que voso-

tros continuáis ahí y los socialistas también; y que

cada día que pasa nos hace volver al congresc de

 Tours y al discurso de Blurn. Aunque este juego

pueda cansamos, los tiovivos giran aún. Alrededor

del eje mayoritario. al ritmo oficial de los escruti-

nios y de los contratos de legislatura. Y ello será

así mientras dure la paz europea -que promete ser

larga- y sean cuales sean los sobresaltos de la

crisis económica mundial -que promete ser

dura-o Esta es la lección, en una palabra; no

hay revolución posible a

través

de las urnas; no hay

revolución posible contra las urnas (excepto en

caso de guerra y de derrota militar de la clase «na-

cional»: 1871 o, en parte, 1944).

El medio para permanecer puros

¿Cómo es posible que un partido se llame «res-

ponsable» si no acepta someterse al «veredicto de

las urnas»? Pero ¿cómo un partido puede llamarse

revolucionario si se pliega por completo y sin se-

o, gundas intenciones a la legitimación por la elec-

ción? No juzguéis con esta contradicción: es la

vuestra y es fundamenta1.

Seamos francos. Vosotros habéis hecho de la  

modalidad electoral el centro de vuestra estrategia. )

Participar en las elecciones es una vieja táctica que

55

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¡-,ingún revolucionario digno de ese nombre debe

rechazar por principio. Pero precisamente en ese

caso, se enuncia abiertamente como una táctica.

Lenin, después de 1905, recomienda a los bolche-

viques servirse de la Duma como tribuna de propa-

ganda y agitación; Rosa Luxemburg aconsejó a los

espartaquistas «utilizar la Asamblea Nacional para

movilizar a las masas contra la Asamblea Nacional».

Ahora bien, para vosotros, una campaña electoral

no es una forma de lucha entre otras: la campaña

resume, acaba y determina todas las otras formas

de lucha. No utilizáis la legalidad burguesa con

fines revolucionarios, sino que subordináis los fines

revolucionarios a la legalidad burguesa. Se le bau-

tice o no como «eurocornunismo», ese cambio

muestra una verdadera subversión de todas las tra-

diciones revolucionarias existentes. Era preciso

reconocerlo

--{<aussprechen was ist»,

decir lo que

es-, como lo hacía Lenin, que no dudó nunca en

violar los tabúes y sacudir el ciruelo tantas veces

como fuese necesario, con una franqueza capaz de

despertar a los muertos vivientes del leninismo.

Habéis retrocedido ante la enormidad, ante la evi-

dencia de esta ruptura de hecho con la letra y el

espíritu de las prácticas bolcheviques, con la teoría

de Marx, por supuesto, y probablemente con la de

Engels (quien, alfinal de su vida y bajo la influen-

cia de Lassalle, esperaba, no obstante, milagros de

la extensión del derecho de voto en la Alemania de

Bismarck).

De ahí vuestro problema de f' ondo .] ¿cómo adap-

tarse al molde mismo de la democracia burguesa

(parlamentaria o presidencial, poco importa, repre-

sentativa en cualquier caso), salvaguardando al

50

[mismo tiempo vuestro carácter de «partido-no~

como-las-otros», de ((~nico-partido-revolucionarJ0>;;'

Una sola solución: la sustitución. Una sola salIda:

desenganchar la cualidad «revolucionaria» de lo

que se hace para engancharla a lo que es; hacerla

pasar del terreno de la práctica política al de los

principios y las definiciones; y puesto que ya no

se es revolucionario en las acciones,

Se

convierte en

- revolucionario en la naturaleza v por naturaleza,

por su naturaleza de clase en primer lugar, de mar-

xista a continuación.

El partido comunista es el único partido revolu-

cionario de Francia, porque es ~l partido de la úni-

ca clase revolucionaria hasta

1 ' 1

fin» : la clase obre-

ra. Este genitivo de pertenencia, de genealogía,

de representación, queda convertido en escudo y

blasón, en armadura y escudo de armas. 1aramen-

te lo habéis exhibido tanto. Evidentemente, esta

definición (o su equivalente electoral, en esa len-

gua burguesa que habéis hecho

vuestra:

el partido

de los «más desfavorecidos»), en medio del nau-

fragio general de las referencias teóricas

y

de los

valores históricos, constituía vuestra última tabla

de salvación. Ante el aumento del oleaje,

debíais

disputar a todo precio, no sólo aquello que os dis-

tingue de vuestros vecinos, sino ante todo aquello

de lo que tenéis necesidad para daros seguridad a

vosotros mismos sobre vuestra esencia revolucío-

 naría. Habéis transigido sobre casi todo, pero en

esto no, es sagrado. Y con razón, pues es la marca

de vuestra identidad, es decir, de las vallas que os

cercan. El recinto sacraliza, la circunscripción con-

sagra. Los muros del «coronel Fabien» pueden ser de

vidrio, que no por ello dejarán de delimitar menos

 7

.:.-\ •..,~ 

-.

. . . . .

 ;

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 ':

un espacio aparte en el mapa político del país: el

templo de un coucepto. ~.1s.9p..c.eplq:c ~~~;ase.obrera.

Es inútil poneros díficultades, como lo hace la

derecha, sobre la exactitud sociológica de la cosa.

Cierto es que el vuestro es el único partido que

cuenta con antiguos obreros en gran número, en su

dirección nacional y en su aparato. Y un tercio del

electorado «obrero» vota por vosotros: probable-

mente el más consciente, el más sólido, el más

avanzado. Sea. Sin vuestro partido, columna verte-

bral de la conciencia de clase, los obreros nunca se

hubieran considerado a sí mismos como parte de

una clase social aparte, portadora de otro mundo

más coherente, más justo. Pero incluso si un 99 %

de los trabajadores y trabajadoras de Francia vota-

ran comunista, eso no sería suficiente para con-

vertir al partido en «revolucionario». Tanto en el

sentido marxista como en el leninista. Sabéis que

para Marx la clase obrera no tenía fundamental-

mente necesidad de partido: «La emancipación del

proletariado será la obra del propio proletariado.»

y Lenin no cesó nunca de distinguir el partido de

vanguardia marxista del movimiento espontáneo

y sindicalista de la clase; en el

¿Qué hacer?

llegó

incluso a medir la calidad de una vanguardia por

la distancia que sabía o no guardar con respecto

a la masa obre-ra. Si fuera suficiente una base e

incluso una dirección de composición obrera para

ser revolucionario, entonces los partidos socialde-

mócratas de Europa del Norte lo serían mucho más

que vosotros, puesto que son partidos masivamente

obreros que llegan incluso a tener a veces la exclu-

sividad de la representación obrera. El Partido la-

borista británico, el SPD alemán, el partido social-

58

demócrata sueco tienen una base proletaria mucho

más «pura» que la vuestra. En Suecia, cuando un

socialdemócrata se refiere a los partidos de derechas

los llama «los burgueses», muestra de lo clara que

resulta la separación de clase (1). ¿Diréis que no

representan más que a la aristocracia obrera? ¿En

qué se distinguiría la nuestra, a este respecto, de

los obreros suecos? Francia es un viejo país impe-

 rialísta. mientras que Suecia no lo es,

y

los obre-

ros franceses han recibiJo aún más migajas de la

explotación colonial que sus hermanos escandina-

vos. El arellmpnto no se sostiene.

~ca, diréis. Una base obrera no vale nada sin

una cabeza teórica que la dirija. Nosotros somos

el partido de la clase obrera, puesto que nosotros

. - . ..  

. . . . • . .

expresamos los intereses históricos. de ella y no

\, . .. ... • ~. , . . . . • • . .

- , . . . . . . - . . . --~-

únicamente los corporativos e inmediatos. Hemos

hecho nacer e~  la .cl~se' obrera la teoría de' la que

era portadora sin saberlo, somos marxistas y los

socialdernóc. atas no. Por ello nosotros llevamos la

lucha.de .slases económica al ter: ~-J político, el

único en el que puede encontrar una salida deci-

siva. En una palabra, vuestro partido no es un

partido obrero como los otros «puesto que posee

una doctrina científica, el marxismo-leninismo».

Deiemos aparte el sentido de las palabras, aun-

que un historiador de las ideas políticas podría pre-

~ntaros si el «marxismo-leninismo», ese híbrido

unificador, no es un cómodo artefacto elaborado

(1) Por su desacrallzac ón del poder polftico y el iguaJl-

tarismo de sus relaciones sociales, Suecia podría dar a mucha

gente,  socialista incluso, lecciones no sólo de democracia

sino de revolución. La modestia sueca, añadida a la distor-

sión y a la insipidez socialdemócrata del  pseudornodelo

sueco para consumo exterior, ha embotado el impacto del

ejemplo.

59

~

I

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r

és

.un regalo del cielo ni un certificado notarial que

'se 'transmita por herencia, junto con el vocabula-

irio y el electorado. No califica una naturaleza sino

luna .práctíca. Nadie-'·-partido, institución, indivi-

  _

 

duo-- es revolucionario permanentemente y por

definición. «Todo depende de las condíciones.» Un

..partido, como un individuo, puede a lo sumo, en

algunos momentos de su existencia, .ídentíficarse

; con el movimiento de la revolución social.

Es «revolucionario» lo que contribuye a la caída

efectiva del poder de la burguesía y a la transfor-

mación de los trabajadores en clase dirigente. No

es revolucionario lo que contribuye, por inercia

o voluntad, a mantener indefinidamente la hegemo-

nía burguesa en la sociedad y al mantenimiento en

su estado actual de los aparatos de Estado.

Midiendo con este rasero -el único materia-

lista-, cada cual no vale más que su acción

y

la

medida es la misma para todos .

.

66

 

¿UN SOCIALISMO SIN REVOLUCION?

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cuestión mistificadora, puesto que no contiene en

sí misma los elementos de su respuesta. No depen-

de ni siquiera del «frente de clases», de su exten-

sión ni de la alternancia. La única

cuestión

de la que

depende es de saber si ese tránsito puede o no efec-

tuarse sin

U:1

rompimiento de hostilidades en el

interior y/o el exterior, civiles y/o extranjeras, pues

toca movilización político-militar rechaza a

la

de-

mocracia, y la lógica de laguen:1f  .-:.:.ertodo o na-

da- resulta ciernpre más apremiante que .la de las

instituciones o de las

ideologías,

~ ~r:a democracia procede por adiciones y sustrae-

 ciones. la guerra por disyunción. La primera dice:

éstos; con o sin aquéllos. La segunda: o bien ellos,

o bien nosotros. Y «quien no está con nosotros

está contra nosotros». La democracia reposa sobre

las mayorías,

1 2 .

;;:':0i i aeposa sobre las totalidades.

La lucha por la vida, esta álgebra de la muerte, es

incompatible con la aritmética electoral o parla-

mentaria. Sólo admite un códico binario: discipli-

na o desbandada, enrolamiento o

prisión,

integra-

ción o exclusión, porque no existen matices ni gra-

dos intermedios entre «la victoria o la muerte».

No es por casualidad que las épocas de revolución

y de guerra son fatales para la producción intelec-

tual y artística de un país: llevan en sí el simplis-

mo y el conformismo, como el desierto conlleva

  la sed.

~ ''' 'Ta''guerra, que trae consigo la desgracia de los

artistas ~: los intelectuales antes de traer la de los

pueblos, trae también consigo, en todo caso, la

felicidad de los dirigentes. A.~menos si la felicidad

es Io que

acompaña

al cumplimiento perfecto de

  í . ú i a J l 1 l 1 ¡ : ; i R . p

(ecomo la florvla juventud», decía un

76

filósofo). El gran economista que despilfarra las

fuerzas de abajo da un rendimiento óptimo a las

energías de arriba. La deliberación colectiva cede

el paso a la decisión, la laboriosa dialéctica del con-

senso a la mecánica disciplinaria, la dirección se

convierte en mando del mismo modo que la comple-

jidad del campo social en la simple oposición ami-

gos / enemigos. Para los jefes, el retorno a la paz -in-

- cluso si salen victoriosos, como Clemenceau, Chur-

chill, De Gaulle- significa regularmente el retorno

de los «problemas», es decir, preocupaciones

y

dis-

gustos. El retorno a la guerra fría alivió a Stalin

-el gran uniformador- legitimando y consolidan-

do su sistema. Por las mismas razones que vues-

tros permanentes tienen hoy la vida más fácil.

Puesto que no hay «tránsito al socialismo» sin

fase crucial ni crisis extraordinaria, el problema

concreto de la democracia socialista es el de ase-

gurar el retorno de las circunstancias críticas (aque-

llas que provocaron en Roma la elección de un

magistrado llamado «dictador», por seis meses o un

año) a las circunstancias normales,

1(1 reversibili-

dad

de

lo extraordinario,

y el volver a poner en

vigor las normas jurídicas de curso regular. ¿Cómo

no hacer de necesidad virtud y no transformar los

expedientes de crisis en instituciones permanentes?

Puede pensarse que Lenin, si hubiera vivido, habrfa

podido remontar la corriente e imponer dicho re-

 .torno, volviéndose atrás con respecto a las decisio-

nes del X Congreso del Partido bolchevique. cuya

codificación en normas y en reglas sirvió de sopor-

te al estalinismo. En noviembre de

1921,

una vez

asegurada la supervivencia militar, Lenin firmó nu-

merosos decretos que apuntaban en este sentido,

77

 ; ,. f

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¡ 

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_ no es suficiente, por supuesto, para renunciar a un

proyecto de transformaciones radicales, pero que

en todo caso debe acompañarse de la preparación

política correspondiente.

¿Es la catástrofe el primer estadio del desarro-

llo? Ironicemos todo lo posible. Pero la dialéctica

gasta estas bromas: tanto en economía como en

,p..9Iítica, lo más comienza por un menos. No digo

que eso esté bien. Eso es grave, peligroso, inadmi-

sible. Todo lo que se quiera, pero es así. Indepen-

dientemente de nuestra voluntad. Cerrar los ojos

ante el carácter objetivo (dialécticamente funda-

mentado) de esos fenómenos, es contribuir ínvo-

luntariamente o no a su agravación. Como a la na-

turaleza, no se domina a la historia más que obe-

deciendo sus leyes. Cuando no se las incorpora en

las previsiones, son ellas las que pasan sobre nues-

tros cuerpos.

Una falsa solución: la

paz de

los

cementerios

/  --Si'los «nuevos filósofos» se interesaran un poco

U

1máspor los hechos y un poco menos por su ima-

gen, los medios de comunicación de los que tienen

[aexclusívidad

podrían hacer sentir a todo el país, ...

cuando evocan vuestra llegada a los asuntos de

Estado, un estremecimiento muy diferente al que

suscita la pistola en la nuca, el golpe de fuerza

a

taras destempladas y los soviets en la calle. Los

errores del anticomunismo oficial no dejan nunca

de sorprender. Se os acusa de pretender poner el

¡ > é i; ' : ;

el

régimen de sangre y fuego cuando vuestras

cualidades de bomberos y de jueces de paz no re-

8

~.

quieren ya ser demostradas. La experiencia del

Frente Popular francés (en el cual cedisteis hasta

lo imposible para no asustar a las clases m.edias

y arrimaras : - .   máximo posible al partido radical),

como la de la Unión Popular chilena, en la que

ningún partido de izquierda fue más legalista, más

respetuoso de las jerarquías establecidas -ya sean

las de la Justicia, los salarios, la Iglesia, o las fuer-

zas armadas (cuyo apoliticismo consagrado

El

Siglo no cesaba de alabar)- que el partido comu-

nista, tenderían más bien el demostrar que las «li-

bertades democráticas» no tienen mejores defenso-

res que vosotros. Incluso cuando se convierten en

la libertad de calumniar, de sabotear, de acaparar,

de provocar hambre, de asesinar, de chantajear.

No agito por placer el espantajo chileno, pero no

hay dos partidos comunistas más parecidos en el

movimiento comunista internacional que el chile-

no y el francés: misma edad (1920), misma base

obrera, misma tradición parlamentaria, misma fuer-

za sindical, resultados electorales parecidos, estra-

tegia política idéntica y,

last but not least,

mismo

estilo, mismo lenguaje, mismos reflejos. Ahora bien,

en Chile si hubo algún partido además del radical

para frenar el movimiento de masas, canalizar los

«desbordamientos», desarmar los embriones de mi-

licias y de «justicia popular», impedir los prepara-

tivos de resistencia armada contra la insurrrección

armada de la burguesía, ése fue el partido comunis-

ta chileno, vuestro hermano. El respeto a la legali-

dad llevado hasta el martirio tuvo en Salvador

Allende a su más alta figura, pero es en dicho par-

tido, entre sus filas, donde encontró. por decenas

de miles, a sus soldados de infantería anónimos.

81

. ,  

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r

I

. -

Las premisas: los hechos

El tren que esperábamos no ha llegado. ¿Sabo-

taje? ¿Descarrilamiento? ¿Accidente? Rern ontémo-

nos al punto de partida y recorramos de nuevo el

camino juntos. Etapa por etapa.

a) ¿De qué se trata? ¿De poesía? Desgraciada-

mente, no. De política. Es decir, de la lucha entre

clases sociales por el control del poder del Estado.

Definición mínima que habéis hecho vuestra, si no

me equivoco. No hay transformación decisiva de

. la sociedad (cambiar de vida) sin transformación

del aparato de Estado (cambiar de política) (1).

Acceder al Estado no es únicamente, pero sí en

primer lugar, acceder al gobierno. ¿A través de

, f¡

1 ) .,

11) ¡No es que todo comience

y

acabe con el Estado

Pero entre la sociedad civil de hoy y la de mañana. el mo-

mento intermedio (y mediador) del Estado es decisivo. Los

populistas que abandonan la política a los políticos y rehusan

ocuparse de los asuntos de Estado secundan maravillosa-

mente los asuntos del Estado actual, que sabe muy bien

ocuparse de ellos. Como últimamente recordaba Simone

Veil, ministro de Sanidad, a propósito del MLF

(0):

 Los

movimientos que están un poco desfasados con respecto

a la opinión pública permiten, no obstante, lanzar y hacer

progresar las ideas, aunque se expresen con

violencia

y

bru-

talídad.

Como todos los extremos, tienen un papel

útil.

(Le Monde 26 de octubre de 1977).

 *) MLF: Mouvement de Liberation de la Femme. <N.

del T.)

9

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qué vía formar un gobierno? A través de la vía que

impone la situación.

b) No ha habido situación revolucionaria en

Europa que no se haya articulado sobre un estado

de guerra internacional, y más concretamente, so-

bre una derrota militar de la clase dominante (Fran-

cia 1871, Rusia 1905 y 1917, Alemania 1918, Euro-

pa central 1945, pero también China 1934, Viet-

nam 1945, etc.). Desde que la bomba atómica echó

el cerrojo a las puertas de la guerra mundial, con-

denando al Occidente desarrollado a una paz pro-

longada, existen muy pocas probabilidades de que

vea la luz una situación revolucionaria. La crisis

en Francia no es evidentemente revolucionaria; y

ni siquiera -ni de lejos- prerrevolucionaria (en el

sentido definido por los clásicos, entre ellos Le-

nin). Un consenso de base proporciona cimientos,

por tanto, a las formas actuales de dominación bur-

guesa, y si un «gobierno popular» llegara por mila-

gro a surgir de la calle, no duraría ni cuarenta

y ocho horas si no convocaba,

el primero,

eleccio-

nes generales. La situación indica, pues, que nin-

gún gobierno popular puede nacer sin que se haya

establecido una alianza o coalición con vocación

mayoritaria y con sanción electoral.

c) «El pueblo» -es decir, el conjunto de capas

y clases que tienen interés en el socialismo- no

es una abstracción amorfa o fluida. En período nor-

mal, no revolucionario, se encarnr en un sistema

de instituciones y de organizaciones políticas, ellas

mismas producto de las condiciones anteriormente

existentes: sindicatos, partido '; corrientes de nom-

bre reconocido. Si debe haber alianza política, no

puede ser más que con las organizaciones que haya

formado a lo largo de los años tal o cual capa de

explotados. Tanto si gusta como si no.

d) El partido comunista ha sido, es y continua-

rá siendo minoritario. Su electorado sólo SUíl t: fluc-

tuaciones mínimas desde hace treinta años. Entre

la mejor de las coyunturas (1945) y la peor (1958),

entre su techo y su nivel más bajo no hay más que

un cinco por ciento de diferencia. Notable solidez

que tiene por reverso una no menos notable falta

de elasticidad: el electorado comunista es resisten-

te, pero está estancado. Y como todo lo que dura

en un mundo que cambia, a permanencia absoluta

declive relativo. El mejor resultado legislativo del

PCF bajo la V República (5 millones de vetos,

17,9 % de los electores inscritos) es inferior en 2,5

puntos a su peor resultado bajo la IV República

(20,4 % de los electores inscritos). Esta evolución

no podrá ser invertida por más energías que des-

plieguen los militantes ni por más medios políticos

que se redesplieguen. En efecto, el lugar y el rango

del partido comunista están determinados social-

mente

por dos declives relativos, el de la clase

obrera en el seno de la población activa y el de los

obreros profesionales de vieja cepa en el seno de la

clase, a beneficio de capas de menor cualificación,

compuestas de inmigrados o de nacionales que no

disponen de las mismas tradiciones de organiza-

ción, de conciencia y de luché'. de clases. En 1946,

el 43 % del electorado obrero votaba PCF, frente

al 32

%

en 1973 y el 33 % en 1977 (según sondeos).

Evolución social que está a su vez

económicamente

determinada por la nueva naturaleza del

trabajo

productivo:

los productores de plusvalía ya no son

únicamente, ni quizá principalmente

(?),

los pro-

93

pilítico y sociai minoritario, pero estabilizado, con-

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ductores de bienes materiales. La «ciencia» se ha

convertido en una «fuerza productiva directa» (in-

genieros, investigadores, técnicos), y los «ser',':

cíos» en fuerza productiva indirecta. El aumento

galopante de los asalariados dentro de la población

activa, la descualificación masiva del trabajo de ofi-

cina y la proletarizacíón de los empleados, actúan

pcr supuesto como contrapeso frente a la desapa-

rición del proletariado clásico, pero no se ve ningu-

na razón para que favorezcan al pe más que los

otros partidos. Las fuerzas y medios del partido co-

munista no bastan, como tampoco bastan para ins-

taurar una hipotética «dictadura del proletariado»

-teniendo en cuenta que esta última ha sido siem-

pre definida como «la dictadura de la mayoría so-

bre la minoría»- ni tan sólo para impedir la ins-

tauración de una dictadura burguesa. Todas estas

hipótesis de escuela -siniestras O utópicas- sim-

plenamente no tienen objeto. Es forzoso pues con-

cluir, como Waldeck-Rochet en marzo de 1963:

«Sólo la unidad más completa de todos los republi-

canos y en primer lugar de los socialistas y de los

comunistas, puede asegurar el

éxíto.»

«Nosotros

no tenemos otra estrategia que la Unión de la iz-

quierda», repite Georges Marchais en 1977. Efec-

tivamente. A pesar de la nobleza de las palabras, lo

anterior no significa otra cosa que tomar nota de

una realidad que no depende de sí mismo. Ni de

nadie.

e) Siempre ha habido alguien o algo en Fran-

cia que sirviese para JIamar a la unidad de los tra-

bajadores, pero no siempre ha habido y no habrá

siempre alguien que escuche el llamamiento y a su

vez lo transmita. El partido comunista es un dato

94

I

~<J

tinuo y sólido. El partido socialista (o lo que ocupe

su lugar, en un momento u otro), al contrario y por

naturaleza, no es un dato sino una variable: ines-

table, discontinuo y frágil, como lo muestran sus

alzas y sus bajas, sus bruscos frenazos, sus cam-

bios de sigla, de contorno y de personal dirigente

(SFIO, FGDS, PS). El partido comunista puede con-

siderarse como el elemento estratégico en cuanto

al contenido de la alianza, es decir, en cuanto al

sentido y al contenido de la política llevada a cabo

por un gobierno de unión. Pero antes de hacer un

gobierno, hay que hacer la unión. Y, en ese esta-

dio, el elemento estratégico de la alianza es el par-

tido socialista, puesto que su puesta en práctica

depende de él, de su existencia como Partido, de su

audiencia electoral y de su buena voluntad política.

En Francia, hoy, y mientras dure esta situación

prerrevolucionaria, el dispositivo de las fuerzas y

del juego político existentes tiene por base al par-

tido socialista.

Al final de un análisis parecido (explicitado en

la secuencia

a-e),

un cierto número de militantes

revolucionarios pudieron (y pueden aún) pensar

que, estando asegurado el punto fijo (el PC), más

valía trabajar con y sobre el variable (el PS) para

apoyar sus buenas «variaciones» y contraequilibrar

sus malas variaciones (hostiles a la alianza). Ele-

mental cálculo estratégico que ha convencido a nu-

merosas mujeres y hombres de que aportando al

partido socialista nacido en Epinay su adhesión,

su colaboración o su simpatía, daban a su pequeña

fuerza militante marginal su rendimiento óptimo.

Por otra parte, siendo el objetivo prioritario la con-

95

 \;.,

~

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solidación de la Unión (le la izquierda, operación

previa obligatoria para todo ulterior paso adelante

-paso de lado, diligencia inútil o galopada-, el

mejor medio de reforzar la Unión y por tanLu .. l e :

darle una oportunidad a la Francia SOCIalista, ¿no

era reforzar su elemento más débil, vulnerable o

dudoso?

Paréntesis personal

Tal fue -dicho sea de paso-- la razón que me

llevó, desde mi retorno a Francia en 1973, a unirme

a la estrategia de la Unión de la izquierda y a

orientarme hacia el partido socialista. El primer

motivo. pero no el último, puesto que haciendo un

razonamiento me hice también unos amigos, y el

afecto vino felizmente a sustituir al razonamiento.

La vida sólo es valiosa a causa de sus sorpresas

y el mundo está lleno de cosas que uno no espe-

raba: se encuentran en el PS -ex SFIO- «verda-

deros» socialistas. De corazón y de cabeza. Arriba

y abajo. Que siempre han sabido resistir a la inde-

cente embriaguez -que no critico- de algunos

pequeños personajes notables sobrecogidos por su

carrera y la visión del poder. No negaré tampoco

algunos imprúdentes indicios de altivez con res-

pecto a las minorías de dentro o de fuera, aunque

no haya asistido al congreso de Nantes. Pero en el

umbral de esta antigua mansión que evidentemente

no podía convertise en mi casa familiar, habien-

do vivido 10 que yo he vivido y habiendo soñado lo

que yo he soñado, puedo dar testimonio de haber

recibido una acogida hecha de tacto y de calor, sin

96

.,:~

voluntad de alístarme n de imponerme condicio-

nes. Es así como, poco a poco, me he ido =ncon-

trando en las filas comunes, bajo la égida de un

programa que no 10 era, pero cuya sola existencia

bastaba para sellar el entendimiento de doce millo-

nes de personas. Nunca he cometido la ingenuidad

de pensar que la Unión de la izquierda iba a resol-

ver la cuestión del socialismo en Francia. Me bas-

taba con saber que era la única vía para plantear

la cuesti6n de los hechos, a condición, acto segui-

do, de dar las respuestas y las propuestas de res-

puesta. Por definición, la esperanza tiene menos

posibilidades de triunfar que la rutina, y nuestra

certeza no era triunfal sino modesta (por otra parte,

sólo triunfan las certezas sutiles): Si existiera en

Francia un porvenir para un socialismo que no

fuera indigno de su historia, sería a través de este

presente por donde tendrfa que pasar, aunque no

se quedara en él. Hay polfticas sin posibilidades, no

las hay sin riesgos. La política ..de la Unión de la

izquierda era, al principio, la única oportunidad del

socialismo en Francia (no de un arreglo efímero

y momentáneo de lo que ya es) y la única oportu-

nidad de un nuevo socialismo en el mundo, pero sin

duda no estaba exenta de riesgos.

La prueba es que esa muy razonable apuesta

parece perdida para el futuro inmediato. La hemos

perdido todos, incluyendo aquellos que no la ha-

bfan apoyado. Hace tiempo fui insultado por una

pretendida «extrema-izquierda», .dispuesta a todos

los extremismos con tal de evitar un triunfo de la

izquierda. Pero también se burlaron de mí verda-

deros revolucionarios militantes. a los que com-

prendo mejor hoy. Constato, no obstante, que aque-

97

~~

r -  

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llos que se burlaban de la Unión de la izquierda

en 1973 han acogido su (¿ritual e última'') ruptura

de 1977 con más consternación que los afectados

en primer planeo Cinco años para darse cuenta de

que si ese tamiz se espesaba, nadie más lograría

pasar a través de él; de que

todas

las vías se obs-

truirían, desde las más radicales hasta las más

tímidas. Los revolucionarios saben por experiencia

que los despegues necesitan trampolines. Sólo los

pseudos hacen ascos a las cosas sin altura de mi-

ras y a las contingencias pequeñas, que cuadran

mal a la impaciencia de las carreras modernas.

No confundamos, ::;in embargo, a aquellos a quie-

nes el odio de lo real ha conducido directamente a

las sacristías con aquellos que después de una con-

fusión pasajera, toman y tomarán parte de todas

maneras en el derrocamiento

efectivo

de la bur-

guesía; a aquellos para quienes el Che era un her-

moso aventurero con aquellos para los que era un

buen militante. ¿No es ta,mbién ésta vuestra con-

fusión, camaradas comunistas? ¿No fuisteis voso-

tros, y no los socialistas, quienes excluisteis a la

Liga Comunista por ejemplo, de la familia y de los

encuentros de familia, en los cuales, esperémoslo,

tendrá muy pronto su lugar? ¿No fuisteis vosotros

quienes propagasteis la idea absurda, ¡oh, cuán idea-

listal, de que=el MIR (1) v los. «desbordamientos

izquierdistas» precipitaron la caída de Allende,

cuando no tuvieron ni dicha incidencia ni dicha

importancia: todo lo más ayudaron a retrasar el

momento de la caída? ¿No fue l Humaniié la que

(1) MIR: Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Orga-

nización revolucionaria chilena, partidaria de la resistencia

y la lucha armada. No participó en la Unidad popular a la

cual prestaba apoyo critico. (N. del T.)

98

convirtió la muerte en combate, cara a los fascis-

tas, de Miguel Enríquez, secretario genera del MIR,

en octubre de 1974, en una noticia de dos líneas en

la crónica de sucesos? ¿No es en vuestro periódico

donde los Montoneros argentinos son tratados

como «terroristas» o silenciados? ¿Y quién, sin em-

bargo, da testimonio de una incansable solidaridad

hacia' los resistentes

rjp

A¡i~;:':-:calatina -vengan

de donde vengan- sino Gaston Deferre?

Los materialistas son gentes modestas: ponen

sus pobres medios al servicio del fin que se han

impuesto de una vez para siempre (también son

fieles), escogiendo aauellos que les impone una si-

tuación que ellos no han elegido. La misma preocu-

pación de eficacia que hacía de la lucha popular

armada el medio principal de conquista del poder

en la mayor parte de países l:~:;-;uamericanos, ex-

cluía en Francia el recurso de formas de lucha de

vanguardia, a menos que se recondujera en espiral

la hegemonía de nuestros amos. Si el aire se hicie-

ra irrespirable, si el día de mañana la opresión

extranjera o un Estado nacional fanatizado pusie-

ran al orden del día otros métodos, los materialis-

tas deberían plegarse a ellos y aprender otras téc-

nicas para servir al mismo fin. Nc es una cuestión

moral o psicológica. Es política. El pegar carteles

y las fiestas dominicales de las «[édés» o seccio-

nes, la verdad ... Pero éste es (¿era?) el dato, éste

es el juego. Tenéis razón. la política no es un jue-

go (a veces es una fip.;;~a).

La

palabra «revolución»

ha sido siempre, en la izquierda, fuente de mal en-

tendidos: para unos se trata de una palabra que

trastorna, para otros de un trabajo cuyo fin es tras-

tornar. ¿Para qué sirve responder a las pullas de

99

  r~

 

~ . ,

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turas, romped vuestro programa y renunciad a la

actividad política esperando el Apocalipsis.

¿Qué hacer, siendo Francia y el siglo lo que son,

lo centrario de lo que se hubiera querido que fue-

sen? Adaptarse a ellos o soñar sobre un papel blan-

co la llegada del momento de la tabla rasa de los

furibundos. Nuestro pasado político de izquiertas

es una lección de modestia, y si aiguna cosa :~ pue-

de inferir de él para un futuro próximo es que: 1)

si la izquierda triunfa un día, será a través de las

elecciones; 2) por un mínimo desplazamiento de

los votos, sea cual sea la ampliación debida al modo

de escrutinio. Vosotros tampoco escaparéis a estos

puntos.

Este triste juego sólo puede ser digno de un

Kautsky. ¿Qué se gana verdaderamente para los

trabajadores, si es que se gana algo? Buen?

;  r  ? _

gunta. Pero intentar responderla intentande apli-

carIe las reglas dictadas por Lenin es de todas

formas perder de entrada. Querer que en las cir-

cunstancias presentes el PC juegue «un papel diri-

gente» en una alianza política es querer que un

triángulo sea redondo. Pasar una decena de años

dibujando ese triángulo, para exclamar con indig-

nación en el momento en que va a cerrarse: «[Pero

si no era un círculo [Caramba, vaya parar , signi-

fica lograr que los ciudadanos queden asqueados

por mucho tiempo de los ejercicios de geometría

polftica.

3. ¿Quien quiere una cosa no necesita las con-

diciones? Querer el socialismo es querer también

un hombre fuerte al frente del partido socialista,

pues no hay en Francia un partido socialista fuerte

sin un

federador

de las corrientes, tendencias y ea-

102

pillas socialistas. Antaño se llamó Jaures, después

Blum. Hay se llama Mitterrand. Todo lo que debi-

lita a ese hombre debilita a la Unión y, en última

instancia, a vosotros mismos. Por la simple

raz ón

de que el partido socialista no existe (como partido)

y que tenemos todo el interés en que ese archipié-

lago se convierta en territorio. ¿Seríais vosotros

los únicos en Francia en creer en la existencia del

partido socialista y en que todo lo que se hincha se

refuerza? «Tienen un grupo en la Asamblea, can-

didatos, sede central y congresos: [Son, por tan-

to, un partido » Si fuera un parti.io (en el sentido

que se entiende entre vosotros), no habría habido

necesidad de Epinay ni de Francois Mitterrand.

¿Mitterrand no os inspira confianza? Pero

¿creéis que si os inspirara toda confianza, la Unión

de la izquierda merecería la confianza del 51 % de

los franceses? ¿Y que hubiera podido reunir en

torno a su nombre, en 1974, el 49,4 % de los sufra-

gios? ¿Ningún hombre puede decidir solo la política

de la izquierda? Cierto. Pero ninguna política de

 ::~uierda podrá decidir alguna cosa sin pasar por

un hombre, pues toda fuerza política de masas

tiene necesidad de encarnarse en una personalidad,

y dicha personalidad, en Francia, sólo puede ser un

no comunista. No es tan frecuente en Francia que

personalidades no comunistas se conviertan en per-

sonajes. ¿Estáis contra la personalización? Vinien-

do de vosotros, esta nueva austeridad hará reír.

Viniendo de cualquiera, harra sonreír, puesto que

tanto si se está en contra como a favor, es así. Las

fuerzas sociales personalizan y lo harán cada vez

más, gracias a que las

tecrucas

tclevisivas toma-

rán en lo sucesivo el relevo a la herencia, a la vez

  3

monárquica y bonapartista, propia de nuestra his-

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toria e inscrita en la Constitución de la V

Repúbl ica ,

que vosotros ya no cuestionáis. Y si detestamos

a los hombres providenciales, ésa no es una

razó n

para dejar pasar lo que se llama corrientemente

una providencia: la buena ocasión.

¿Fran~ois Mitterra-ví os irrita, os humilla, os in-

quieta? No discuto vuestras razones, que compren-

do muy bien. Pero no olvidéis lo esencial: Mitter-

rand no es un hombre que promete y traiciona.

Sino un hombre que dice de antemano: «Hasta aquí

y no más lejos.» Y que mantiene lo que ha dicho.

¿Es UIl burgués, decís? Naturalmente: un verdadero

burgués, Que nunca ha intentado disfrazarse de lo

que no es, lo cual le honra. En el futuro no encon-

traréis demasiados grandes burgueses que tengan

sentido del honor

y

(1 

palabra empeñada que os

tiendan la mano. Francoís Mitterrand, por sus orí-

genes, su cultura, su desprecio del dinero, su sentido

de los principios situados por encima de las técni-

cas, pertenece a una clase francesa, social, política

y moral, que no sobrevivirá a sí misma. Negandole

la confianza cometéis un error histórico y, dentro

de veinte años, cuando estéis buscando un aliado de

su talla y de su clase. os morderéis los dedos

de vergüenza.

No cometeré-la ridiculez de hablaras de moral,

únicamente me ari iesgo a hablar de política: «ver-

güenza» es una palabra fuera de lugar. Dejemos al

conf'esíonal

todas esas fétidas nociones de culpabi-

lidad, responsabilidad, perversidad. No se trata de

lloriquear, ni de indignarse, ni de intimidar, sino

únicamente de comprender, Esta es nuestra divisa,

la de los racionalistas de corazón seco.

104

. . . .

 

Otra práctica, otros axiomas

Problema: si realistas como vosotros se ocultan

ante esta realidad, si gentes razonables rehúsan

aceptar esta lógica, no es ciertamente por placer,

capricho o logísmo. Es porque están obligados por

- otra lógica sin duda inconsciente, por otra reali-

dad: la de una historia más lejana, invisible e in-

corpórea.

«¿Cómo? ¡En absoluto ¿Por qué buscar le tres

pies al gato? Nuestras posiciones son simples y bien

conocidas.»

Resumámoslas de nuevo:

1. Contrariamente a los socialistas que repre-

sentan a la pequeña-burguesía,

nosotros somos el

partido de la clase obrera. Ahora bien, la clase obre-

ra lleva en sí misma el socialismo, como la pequeña-

burguesía lleva en sí la socialdemocracia.

n.

Es por ello que debemos ejercer, formal y

necesariamente, el papel dirigente (o «la influencia

dirigente»,

dice Georges Marchais, o

«el papel

de-

terminante», comenta púdicamente Elleinstein ... to-

dos los sinónimos son posibles) en el seno de la

unión de los partidos de izquierda, soporte del go-

bierno popular.

lIl. Entretanto, debemos garantizar el curso po-

lítíco

futuro -la acción gubernamental- compro-

metiendo a nuestros aliados pequeño-burgueses a

través de

un buen programa

común de gobierno

debidamente actualizado y firmado. Si estas condi-

ciones no se cumplen, nuestro partido se expone

a servir de simple punto de apoyo al partido socia-

105

~'

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que

todo

se

aguanta:

desde la cúspide hasta la

dad en el orden público, longevidad de los equipos

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base, desde el Este hasta el Oeste. Desde Moscú

a Praga, igual que desde el secretario general del

Partido, asimismo

jefe

de Estado, hasta el último

gimnasta de la última asociación deportiva de pro-

vincia. El sistema está organizado de tal modo que

en todas partes y a todos los niveles lo alto

sostie-

ne a la base: la cúspide del Partido a su base, el

aparato del Partido al aparato del Estado y el Es-

tado a los diversos sectores de la sociedad a un

nivel inferior. Esta interdependencia interna extien-

de su lógica hasta las fronteras geográficas del sis-

tema. El «socialismo real» es un sistema mundial

dividido en subsiste mas nacionales (los países socia-

listas), de manera que las leyes que presiden el fun-

cionamiento del conjunto presiden necesariamente

el de los subconjuntos. La doctrina denominada de

«la soberanía limitada» codifica en términos de de-

recho la doble subordinación de cada subconjunto:

a sí mismo, en primer lugar, al sistema mundial a

continuación.

2. «Sistema» se entiende en varios sentidos:

lógico-matemático, biológico o físico. El sistema del

socialismo mundial se ajusta al tipo mecánico. Ten-

diendo a la cerrazón frente al exterior y a la estabi-

lidad en el interior, su paradigma es el sistema

solar, no el sistema vivo. Tornándolo al pie de la

letra: «Sistema dividido en puntos materiales dis-

tribuidos en un espacio y en movimiento según

fuerzas deducibles de una ley.» (Michel Serres.) La

diferencia más evidente entre estos dos tipos es la

naturaleza del «tiempo»: reversible e indiferente

en el caso del sistema físico, irreversible en el caso

del sistema vivo. Estabilidad institucional, seguri-

112

~

dirigentes, tranquilidad de la vida cotidiana ..., to-

das estas características de los «países socialistas»

indican un tipo de tiempo diferente del nuestro,

siempre aleatorio y accidental. Se trata de un tiern-

po

repetitivo,

en el que la vida

públíca

se

acornpasa

al ritmo del retorno de los aniversarios, ceremo-

nias y fiestas: donde la forma ;,r~fijada dé] ritual

-congresos, desfiles, mítines, discursos- neutra~

liza las alteraciones, corrige las variaciones posi-

bles de la vida política. Un tiempo en el que el

acontecimiento,

en sentido estricto, no tiene lugar,

y donde el sistema de información no puede ser,

por tanto, otra cosa

quP

un dispositivo de

celebra-

ci6n con las piezas perfectamente intercambiables

(la fecha de los periódicos no se publica más que

para llevar la cuenta).

E desarrollo del sistema consiste, pues, en una

reproducción idéntica de su estado anterior. A ni-

vel interno, su crecimiento no consiste en pasar de

lo simple a lo complejo, sino en integrar y disolver

lo complejo en lo simple, lo nuevo en lo viejo. A

nivel internacional, la extensión del sistema es de

tipo no dialéctico ° biológico, sino mecánico: se

añade una pieza suplementaria a un dispositivo

ya articulado. No hay retotalización por integra-

ción (de un nuevo componente, de un nuevo

país, de una nueva cultura), ~.i 10simple adición

cuantitativa. En

1945,

la entrada de las «democra-

cias populares» en el sistema soviético no modificó

en contrapartida el desarrollo interno de este últi-

mo, sino que lo único que hizo fue ensanchar su

perímetro.

113

3. Los físicos y los ingenieros 10 saben: para

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que un

tr o baio

pueda efectuarse es necesario que

exista una

diferencia

de ootencial, Para que haya

movimiento, y por consiguiente vida, es necesario

crear las condiciones de un intercambio entre lo

de dentro y lo de fuera, entre un medio y otro. Sólo

la diferencia es motriz. El que el sistema mundial

del socialismo sea golpeado por la inercia a todos

los niveles -diplomático, institucional, político,

ideológico-, es debido a que está dispuesto de tal

forma que toda diferencia de potencial que pudie-

ra surgir en el nivel que fuera se encuentra auto-

máticamente anulada. Automáticamente: por el

funcionamiento del propio sistema. El Partido se

identifica con el Estado y el Estado con la sociedad

civil; por tanto, nada puede

circular

entre unos y

otros puesto que no hay

uno y otro

sino una única

y misma entidad bajo modalidades diferentes: la

modalidad Estado, la modalidad sindicato, la mo-

dalidad ideología, la modalidad arte, etc. La ausen-

cia de distinción (entre el Partido y el Estado, entre

la dirección del Partido y la base del Partido, entre

el Estado y la sociedad) engendra la ausencia de

circulación, que engendra necesariamente una

tem-

peratura uniforme

en todos los puntos del sistema ...

definición estadística de la muerte. Esta rigidez no

sufre torceduras: es para sí misma su propia nor-

ma. La regla de la unidad es imperativa en el inte-

rior de un sistema en el que la coherencia -o la

imposibilidad de contar hasta dos- proporciona

la fuerza. Exclusividad del saber, unicidad del par-

tido, unanimidad en el interior del Partido, unifor-

midad del discurso social: es todo uno, todo es

114

uno. «La verdad es una y el error es múltiple», de-

cían los lógicos de antaño '} antes que ellos los teó-

logos: Dios es una y tres personas. ¿Todo mono-

teísmo es maníaco o toda monorr.anía es sistemá-

tica? Sea cual sea, el «mono» se reproduce por sí

solo

y

describe círculos: monopolio del poder, mo-

notonía ue sus intervenciones, monólogo de aque-

1:0S

que tien=n la palabra, monolitisrno del partido

r;lJP tiene el monopolic, etc, La repetición de lo

mismo hasta el infinito es el lado «cruz» de una

moneda cuyo lado «cara» es una estricta subordi-

nación

e l   ,

los niveles unos respecto a otros. La

sociedad se alinea sobre el Estado, que a su vez

se d;¡ncú sobre el partido, que se alinea sobre la

dirección del Partido, referencia, árbitro y opera-

dor supremo. La vulgaridad de los estereotipos acu-

ñando la reproducción estereotipada de la vulga-

ridad, forma perfecta de la jerarquía.

4. Ningún sistema, en este mundc, consigue

realizar el concepto de sí mismo, es decir, cerrarse

completamente sobre sí rui-,.: ;;.,. Si alcanzara tal

cerrazón, pronto le faltaría energía, lo cual signi-

ficaría su fin a muy corto plazo: en un sistema

cerrado la entropía es máxima. Aunque lo quisiera

explícitamente, no lo conseguiría. Siempre hay un

mundo alrededor de los muros, más allá de las

fronteras, y el mundo exterior es por naturaleza

un depósito (fasto o infausto) de influencias extra-

ñas, perturbaciones y desórdenes. El hermetismo

es un sueño.

Aquello

acaba por entrar. Las paredes

no tienen solamente oídos: tienen también aguje-

ros. Aunque, hipotéticamente, se consiguiera ob-

turarlos completamente (interferir todas las emiso-

115

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ras de radio, prohibir los periódicos burgueses, li-

mitar los desplazamientos d , los diplomáticos, fijar

los itinerarios turísticos, controlar la corresponden-

cia con el extranjero, etc.), no se habría acabado

aún con las historias sucias y los movimientos in-

controlados. No se anula la historia por decreto-

ley, aunque sea declarando el estado de felicidad y

el fin de la prehistoria «burguesa». Ni cíquie. a en

el propio interior de los recintos del sistema mejor

cerrado es imposible inhibir a la dialéctica, alojada

en el corazón de las cosas y de la sociedad. Por

debajo, con palabras encubiertas, bajo la máscara

de las unidades postuladas, las c0i1tradicciones

continuarán actuando. Entre las diíerentes nació-

nes del sistema mundial a pesar de la «unidad del

campo socialista», entre las capas y clases socia-

les a pesar del «Estado de todo el pueblo», entre

la base y la cúspide del Partido a pesar del «mono-

litismo inquebrantable de la vanguardia de la cla-

se obrera», entre tal o cual fracción dirigente a

pesar de «la más completa unidad de puntos de

vista en el seno de la dirección». ¿Qué hacer con

la contradicción en un sistema que no la reconoce,

qué hacer de lo real en un mundo monobloque? La

energía se desprende, el vapor se acumula en las

calderas, la presión aumenta, las tuberías gimen.

Oficialmente excluida, sin lugar previsto

lli

salida

institucional posible, la contradicción, cuando se

ponga en movimiento, provocará e::v:plosión, frac-

tura

o

ruptura.

Bajo la forma social de la algarada

o del levantamiento (Alemania, Hungría, polonia),

bajo la forma política, en la cúspide, de la revc ~ -

ción de palacio (liquidación de Beria y del grupO

anti-partido después de 1953), de la destitución re-

pentina, inesperada, inexplicada (Krustchev, Pod-

gorny); todas formas civilizadas de la decapitación

sangrienta (S tal in) , pero cuyo núcleo racional no ha

cambiado fundamentalmente. Al postular el inmo-

vilismo la racionalidad interna del sistema, el mo-

vimiento reviste formas

irracicmales

(opacas, in-

comprensibles, aberrantes). La aberración anti-his-

tó rica

de la

norma

vuelve

anormal

toda reaparición

del movimiento histórico (es decir, de la. dialéctica

social en

acción) .

Se llamará, pues normalización

al retorno a la inercia primera.

L8. historia de nuestra especie ha conocido ya

sociedades «que producen extremadamente pocos

desórdenes -lo que los físicos llaman entropía-

y que tienen una tendencia a mantenerse indefini-

damente en su estado inicial, lo cual explica que

se nos aparezcan como sociedades sin historia y sin

progreso». (Levi-Strauss.) Son las «sociedades pri-

mitivas», que funcionan bajo el modelo de las

má-

q '. ;,

 a 

mecánicas, por oposición a nuestras socie-

dades de clase, que funcionan según el modelo de

la máquina de vapor. «Sociedades frías», dice Levi-

Strauss, por oposición a las «sociedades calientes»

de la edad moderna. Las sociedades socialistas

existentes se piensan y se viven según el modelo

de las primeras, en la medida en que.. proclamando

la abolición ideal de las diferencias motr ices, quie-

ren sustituir ei desorden laico de las crisis por el

orden sagrado de las identidades, y el zumbido de

la historia por el tictac regular del péndulo. El

forzado recurso al superlativo intentará crear un

poco de calor y una ilusión de movimiento: la ju-

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ventud será «ardiente y generosa», los militantes

«entusiastas», las masas «fervientes», los jefes «gc-

niales», el Partido «inquebrantable», los afectos

«indefectibles», los índices de producción «insupe-

rables), el porvenir «radiante» y el presente «un

hervidero de energías» ... perc no se conseguirá

nada. En esta carrera contra 10 real, las cosas no

alcanzarán nunca

::l

las

palabi

as, la experiencia vi-

vida al lenguaje oficial, la amargura cotídina a los

sueños del Estado.

Un día se definió a la vida como «el conjunto

de fuerzas que resisten a la muerte». El «socialis-

mo real» puede deíinirse, a la inversa, como un

dispositivo de inercias para resistir al movimiento,

como la lucha institucional de un sistema congelado

de identidades (Partido-Estada-sociedad) contra la

fatalidad de la alteración. Combate perdido de an-

temano, pues es necesariamente coercitivo. Tarde

o temprano, la naturaleza (dialéctica) de la histo-

ria se impone al artificio (metafísico) de los regla-

mentos administrativos. El socialismo de institu-

ción es una máquina a vapor a la que se confunde

con un reloj: bello sueño desesperado que no impi-

de las explosiones (1).

(1) Un modelo flslco no es un juicio histórico. No a pesar

de, sino

gracias

a su Inmovilidad interna, el sistema socin-

lista mun+ial püede ejercer una acción decisiva y favorable

sobre los movimientos que transforman el mundo exterior

al sistema. Más aún, su rigidez a toda prueba y la regula-

ridad de su funcionamiento lo hacen más fiable como punto

de apoyo económico, diplomático y militar para muchas

naciones en :-::'1rcha. No olvidemos que el sistema soviético

es la única retaguardia sólida de los movimientos de libe-

ración nacional de todo el mundo. Vietnamitas, cubanos,

argelinos, angoleños, hoy los palestinos y los pueblos c el

Afríea austral, conocen por ex¡:.eriencia el valor :n<,preciable

de tal estabilidad y de tal r'''tencia. Como lo recuerda ex~c-

tamente Luigi Longo, presidente del PCI:  La revolución

rusa es la obra más grande, no descrita sino realizada, que

1 '18

Inmovilismo, estatuas y estobílizodor:

el engranaje

No hay sistema sin punto de apoyo. El del «so-

cialismo real» gravita (Suslov) alrededor de un

punto de equilibrio denominado «papel dirigeute

del partido comunista». Constituye lo intocable del

sistema, y por ello es sagrado y consagrado. Sacra-

lidad y cerrazón no son más que una sola cosa: es

con y por este principio que el sistema se cierra,

y por tanto que existe como sistema. Si un partido

en el poder falta a ese principio, será fulminado

(Duhcek), si otro se olvida de él, será anatematiza-

do (Santiago Carrillo). Y con motivo: el sistema

es una cosa estática, su identidad se confunde con

su inmovilidad. Ahora bien, el cuestionamiento del

«papel dirigente», en tanto que

principie

a

priori

y

normativo

-ya sea impuesto por el movimiento

de masas (como en Checoslovaquia) o sugerido

por el movimiento de las

id ea s

(como en España)-

provoca un desequilibrio general de arriba abajo,

y es entonces cuando todo el sistema cae del cielo

a la tierra, de lo Eterno a la Historia. El desenca-

denamiento de tal dinámica, si bien desbloquea la

lucha de clases en la sociedad y la lucha de las co-

.. rrienter en el Partido, constituye para el sistema

una amenaza de muerte. Y significa la condena a

W ~';'UJ', se diga lo que se diga, una fuerza de propulsión ...

¡Imaginaos la situación mundial si

hípotéttcamerits

esta gran

fuerza económica, política, militar e ideológica no existiera 

(Corriere de la Sera diciembre de

1977.)

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muerte de los dirigentes

allí

donde la cualidad es-

tática se ha convertido en poder de Estado (1).

En efecto, la jerarquía de los poderes existen-

tes, tanto en el seno del Partido como en el seno

del Estado

y

de la sociedad, es decir, la subordina-

ción de la última al segundo y del segundo al pri-

mero, está suspendida de este punto de origen

situado en lo más alto. T~.1es ciertamente «el fun-

damento del sistema socialista» (Brejnev) del que

depende, por la

razón y

en los hechos, lo que los

lógicos llaman una relación de orden.

A

la antigua

pregunta ¿qué es el poder?, una primera respues-

ta: esta misma relación. Tres características for-

males. Una relación de orden es transitiva: todos

los eslabones de la cadena de los poderes se dedu-

cen unos de otros,

y

todos del primero, sin solu-

ción de continuidad. Es asimétrica: no existe re-

lación de igualdad posible entre dirigentes Y

dirigidos, entre el primer papel

y

los segundos,

entre el Partido Y las otras instituciones, puesto

que no hay ,--'procidad posible entre los unos Y

los otros. Cada nivel de la organización política Y

social es

objeto

con respecto a un

sujeto

situado

a un nivel superior que no puede ser él mismo

objeto (de sanción, de discusión, ni tan sólo de

juicio) para el primero. La relación es, pues, no

reflexiva:

las corrientes de la decisión descienden

pero no ascienc en. Todo viene del Partido pero

nada va hacia él: todo en el Partido P' ocede de

(1) La juventud del mundo es, de hecho, una gero

nto

-

cracia; simple efecto de superficie coherente con la natura-

leza del sistema. El presidente del Pre~ic1ium del Soviet

supremo í ierie setenta Y un años, el vicepresidt:,.te setpntn

y seis. Ocho de los catorce miembros del actual

politbtlTÓ

~;2nen más de sesenta y cinco años, Y sólo tres, menos de

sesenta. El poder conserva; el poder socialista embals

ama

.

arriba, pero no sube nada que, si se da el caso,

pueda poner lo de arriba abajo. Le célebre y mor-

daz ocurrencia de Bertold Brecht (Berlín, 1953);

«Habiendo perdido el pueblo la confianza del Par-

tido,

el Comité Central ha decidido disolver al pue-

blo y elegir uno nuevo», se limita a tomar nota de

dicha lógica, que no podría ser llevada al absurdo

si no tuviera ya, en sí misma, un grano de locura.

«Bienaventurados aquellos que viven en un espa-

cio en el cual la relación de orden no marca el

ritmo»: este deseo de Michel Serres no da pretexto

a la contrarrevolución; pone a la revolución su lu-

gar.

Lo sagrado se graba en letras de oro. Los diri-

gentes de la Polonia socialista no se hubieran cier-

tamente arriesgado a provocar alteraciones en la

nación al modificar la Constitución polaca si no

hubieran sido obligados, por la lógica del sistema

y de aquellos que lo encarnan a escala mundial, a

hacer entrar esta pequeña clave, auténtica llave

maestra que cierra todas las puertas de la dialéc-

tica social: «El partido comunista es la fuerza di-

rigente de la sociedad en la construcción del cornu-

nismo.» La Constitución china de

1975,

por su

parte, no ha tenido necesidad de diplomacia ni de

explicaciones políticas para cortar por lo sano y

estipular: «El derecho y el deber fundamental de

todo ciudadano es el de apoyar a la dirección del

partido comunista, apoyar el socialisrno.» Obser-

vemos que no se trata

aquí

de un objetivo político

o de una tarea a cumplir; no es un horizonte a al-

canzar, es un punto de partida. ¿Habrfa necesidad

de darle a esta dirección fuerza de ley jurfdica si

tuviera la fuerza de una ley científica? ¿Se inscribi-

Valga 10 anterior como ejemplo de la subordi-

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ría en la fachada del Templo, como un mandamien-

to solemne, si la práctica social fuera suficiente

para inscribirla en los hechos? Convertir a esta di-

rección ideal en una condición legal a priori de la

cunstrucción socialista, es someter de entrada el

desarrollo real de la sociedad a los tribunales del

Estado, la vida concretó de los hombres a las re-

glas abstractas de una legislación. Es cerrar el li-

bro de la historia

y

abrir ampliamente el código de

procedimiento penal. Convertir a esta dirección en

norma es normalizar la represión, pues toda norma

lleva en sí la represión, como la nube la lluvia. Si

no creéis a vuestros oídos, creed a los camaradas

checos. /

Releed la carta dirigida al partid~n'Í~ta

checoslovaco por los cinco «partidos-hermanos»

reunidos en Varsovia el 14 y 15 de julio de 1968.

Se encuentra en ella, negro sobre blanco, la expo-

sición de los verdaderos motivos de la intervención

de agosto, que se resume en uno solo: Todo nues-

tro poder está en una palabra. Si borráis la segun-

da, perderemos el primero.

«Estamos profundamente preocupados por

el desar~91Io de la situación en vuestro país.

Los ataques de las fuerzas de la reacción, sos-

tenidas por las del imperialismo, contra vues-

tro partido

 

contra el fundamento del sistema

socialista en Checoslovaquia, amenazan -se-

gún nuestra profunda convicción- desviar a

vuestro

país

de la vía del ,socialismo. Se trata,

pues,

de un peligro para los intereses del

sis-

tema socialista en su conjunto.»

nación del subsistema al sistema mundial, o teoría

del «deber internacional de todos los países socia-

listas».

«La potencia Y la firmeza de nuestra alianza

dependen de la fuerza interior del sistema so-

cialista de cada uno de nuestros países y del

papel dirigente del part ido en la vida social

y

política de nuestros pueblos y de nuestros paí-

ses ... El hecho de minar el papel dirigente del

partido comunista conduce a la

liquidación del

sistema socialista Y de ia democracia socialis-

ta. Por ello, se encuentran amenazadas tanto

la

base de

nuestra alianza

como la seguridad

de nuestros países ...

»...

por consiguiente, se ha creado una situa-

ción absolutamente inaceptable para un país

socialista.» (Le Monde, 19 de julio de 1968.)

Asimismo, la Agencia Tass, en su declaración

autorizada del 21 de agosto de 1968, se vio forzada

a recordar a los delincuentes que no se viola im-

punemente el código del sistema Y que ya era hora,

para hacerlo respetar, de violar todo el resto: «Nun-

ca se permitirá a nadie arrancar un eslabón de la

comunidad socialista.»

Aquella mañana, vuestro' Buró Político mani-

festó «su sorpresa Y su reprobación». Con 10 cual

os mostrasteis inconsecuentes. Me explicaré.

 23

L ~

a examen la amalgama partido comunista-clase

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o

una cosa u otra

o se tiene el espíritu del sistema o no se tiene.

Vosotros lo habéis tenido siempre. ¿De)Ibé sirve,

pues, que rechacéis los efectos de_UJl--Slstemaper-

fectamente lógico consigo mismo, si hacéis vues-

tra su causa primera, rebautizada por Georges

Marchais como «influencia dirigente del partido

comunista»? Al condenar lo que Aragon llama «la

invasión brutal de Checoslovaquia, la ruptura inso-

lente de la fraternidad entre los partidos comunis-

tas, el recurso a la fuerza como método de discu-

sión», habéis ido demasiado lejos (con respecto al

sistema) pero no lo suficiente (con respecto a

vuestro

aggiornamento .

De ahí vuestras fluctua-

ciones más que ambiguas con respecto a la «nor-

malización»

posterior. Bien es verdad que la no

resolución de una cuestión teórica de base se paga

siempre en la superficie con la irresolución prác-

tica.

Del mismo modo que todo concuerda en el sis-

tema mundial del socialismo, todo concuerda en

la «reprobación» de su lógica interna.

Rechazáis el socialismo soviético como modelo

con valor universal, pero lo aceptáis como núcleo

generador: «el papel dirigente del partido comunís-

ta» como premisa institucional (a inscribir no en

la cabecera de la constitución, sino en el margen

del programa de gobierno).

Empezáis

a someter a crítica la amalgama Es-

tado-Partido que reina

allí

-cuyos efectos os pa-

recen justamente aberrantes-, pero no sometéis

  2 4

]

1   :

I

I

I.¡

obrera que reina aquí sobre vuestra política. Y que

es precisamente lo que constituye el primer esla-

bón de la cadena, del cual se deducen todos los

demás,

el núcleo del núcleo.

Por este motivo lo que está sobre el tapete

aquí, en Francia y en 1978, no es coyuntural ni

local, sino estructural y de alcance universal.

En efecto, «el papel dirigente del partido comu-

nísta», contiene in nuce el aplastamiento de un

movimiento nacional de masas en nombre de un

«internacionalismo proletario» desconocido por las

masas. Sin ir tan lejos y sin salir de nuestras fron-

teras, el control de un bloque democrático de cla-

ses por el partido de la clase obrera contiene el

germen del control de la sociedad civil por el Es-

tado.

A la inversa, reconocer la autonomía de la cla-

se con relación al partido no significa únicamente

tomar en serio la fórmula de Marx, según la cual

«la emancipación del proletariado será obra del

propio proletariado» y no de un partido que se

arroga su representación. Significa, además, reco-

nocer de antemano la autonomía de la sociedad

civil socialista con respecto al poder del Estado.

y

esto significa garantizar, desde su mismo prin-

cipio, la autonomía de los Estados socialistas con

respecto al Estado soviético.

En suma, no se trata solamente de salvar a

Marx del «marxismo»; esta salvación sólo interesa

a los teóricos. Es salvar a la nación francesa de la

impostura que se esconde bajo el nombre usurpa-

do de «internacionalismo proletario»,

F

lJ

,  ,  

2 5

pecto a lo que estaba en juego. Y con razón: el

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La contradicción en la que os encontráis -esa

curiosa inconsecuencia que consiste en no remon-

tarse de las consecuencias a las causas- os y nos

paraliza. Os mantiene divididos entre dos mundos,

entre dos épocas, entre dos sistemas de valores.

Esta crisis, naturalmente, no os es exclusiva.

Esxla

\

del movimiento comunista europeo. Pero aquello

que en otras partes era debate teórico, se ha pre-

sentado entre nosotros bajo la forma bruta y con-

minatoria de un dilema práctico: ir o no ir al go-

bierno en el marco de una alianza social y política

sobre la cual, al principio, no tenéis la hegemonía,

ni medios decisivos de control, a excepción de lo

redactado en un programa inesperadamente promo-

vido a «delegado a la hegemonía» y metamorfosea-

do en Decálogo para las necesidades de la causa.

De este modo, resulta que una secuencia decisiva

de la lucha de clases reposa sobre una «redacción

y comentario de texto», ejercicio escolar hasta en-

tonces reservado a los diplomáticos burgueses que

se imaginan que gobiernan al mundo si firman cada

mañana un tratado internacional, un protocolo de

acuerdo a una declaración ante doscientos fotó-

grafos y algunos millones de inocentes. Lo que

no ha impedido nunca que los gobiernos y los

pueblos arreglen sus problemas con total inde-

pendencia.

Así pues, habéis discutido palmo a palmo sobre

dos cifras y tres frases, aportando a este formalis-

mo y a este juridicismo una pasión crispada que

parecía a todo el mundo desproporcionada con res-

126

objeto

real

del debate no era saber si el SMIC (1)

debería fijarse en 2.200 o 2.400 francos y si el nú-

mero de filiales nacionalizables debería elevarse a

179 o 729. Se trataba de dejar sentada, a través de

una vía indirecta y falsa, la cuestión esencial:

¿Quién dirige a quién? El hecho de haber discutido

sesgada y retorcidamente acerca de la

(ir::::-:t

cues-

tión estratégica no podía ser de gran ayuda para

resolver en lo sucesivo las cuestiones té.c~¡cas. No

obstante, ahí estaba la clave de «la voluntad políti-

ca» que os ha faltado para superar «la separación

entre las posiciones respectivas

(le

los compañe-

ros políticos, que no se ve que

s   : = t .

tan importante

como para hacer que

 

acuerdo sea imposible».

(CFDT, 1 5 de noviembre de 1977.) Pero el Espíritu

Santo -la cuestión del papel dirigente-  o se

muestra nunca a nadie. Pensad siempre en él, pero

no habléis nunca de él. Omnipresente, nunca se

planteó. ¡Es concebible que vuestros compañeros

en la alianza hayan podido sentirse, desde el prin-

cipio hasta el final de tales negociaciones, en situa-

ción falsa en cuanto a lo esencial

Vosotros deseáis sinceramente, ansiosamente e

incluso fieramente la Unión: . de vuestras intencio-

nes nadie tiene derecho a dudar. T.0 que pasa es

que no podéis pagar su precio sin atentar contra

los postulados sobre los cuales vuestro Partido se

encuentra asentado desde hace cincueuta años. No

podéis extraer las consecuencias políticas de vues-

tra estrategia sin poner en cuestión, pronto o tar-

(1) Salario mínimo garantizado.

127

de, ese sistema formal de principios intangibles

(con efectos bien materiales

y

bien tangibles).

El cariz jurídico que ha adcptado la disputa y

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Aquella metafísica invalida esta estrategia. Por con-

slguiente, os comprometéis en cada ocasión en la

estrategia de la Unión con la mejor buena fe del

mundo, hasta el momento en que descubrís que He-

varIa hasta su fin exige el cuestionario de la natu- . f

raleza sobrenatural de vuestro partido. Al borde

del muro, el vértigo: ¡retrocedéis, espantados Non

possumus Pereat unus quam unitas Y en lugar

de afrontar el verdadero problema, que está en vo-

sotros mismos, construís chapuceramente en el úl-

timo minuto pretextos, excusas y coartadas para

justificar vuestro cambio de actitud. Y cuando vo-

sotros creéis que estáis desenmascarando a vuestro

aliado, lo que estáis haciendo es poneros una vez

más vuestra propia máscara.

Cuando un organismo, individual o colectivo,

no ha resuelto la contradicción íntima que sufre, to-

do su comportamiento

SP.

vuelve neurótico, orien-

tado sobre un compromiso cojo, una mala transac-

ción entre los dos términos en lucha, los cuales no

hacen más que exacerbar y reproducir la contra-

dicción. De donde se deduce el carácter a la vez

compulsivo y cíclico de vuestros avances y vues-

tros retrocesos. Vuestra virtud se muerde la cola:

tales círculos viciosos son más fuertes que voso-

tros. En este sentido, la crisis de la Unión de la

izquierda, es

vuestra

crisis. En tanto no la hayáis

resuelto, la izquierda francesa está condenada a

volver una y otra vez al mismo obstaculo, a repe-

tir el ciclo unión-ruptura, ascenso-caída, victorias

preliminares-derrota final.

  2 8

esas

querel1as de abogados sobre el respeto al con-

trato firmado, la acepción de la palabra «grupl)) y

la compatibilidad de las filiales conducen a una vía

muerta. Por otra parte, el texto del programa de

1972 no hacía menció~ de 1:1sfiliales: imprecisión

vclunt:lr;;:¡ que for:::.:: :>aparts del propio acuerdo.

Lo habfais endo~ado en 1972' y lo :-echazáis en

1977: es vuestro de.:-echo más estricto, pero ¿por

qué no presentar el asunto como lo que es: polí-

tica? «Cuando la política debe de este

modo

tomar

la máscara del derecho, es porque con plena segu-

ridad tiene algo qu» or.

lI

tar.» (Dominique Lecourt.)

Otra vía muerta es la que consiste en metamorfo-

sear una Cuestión económica, con forma técnica, en

causa suficiente para una ruptura política tan gra-

ve. ¿A quién haréis creer que un proceso histórico

de esta dimensión se basa por completo en la fija-

ción, formal y anterior dI propio proceso (por ende.

rigurosamente a-histórica), del número de c:npre-

sas a nacionalizar? Vía muerta también la redacción

precipitada de un

dossier

de traición, en el cual. a

falta de toda prueba seria, se acumulan exageracio_

nes, citas trucadas, reproches arbitrarios y exigen-

cias de declaracinnes de principios; en el que se

llega incluso a imputf' ' falsamente a los socialis-

tas los l1amamientos del lado de la derecha, [como

si ése no fuera su oficio, como si pudiera no preci-

pitarse a través de una brecha que vosotros le ha-

béis abierto Vía muerta la de replal1tear los anti-

guos temas en litigio, hasta entonces inesellciales y

convertidos de un día a otro en manzanas de la

discordia, como ese esperp~nto de la Europa Polí-

tica que nunca ha interesado

él

nadie, a no ser a

vuestras instancias dirigentes (si existiera verdade-

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los funcionarios de Bruselas (1).

CO ' tales medios no venceréis a vuestros ad-

versarios ni convenceréis a vuestros afiliados.

«Todo indica que Francois Mit terrand y Robert Fa-

bre se

habían puesto

de

acuerdo

para ir a las elec-

ciones sin programa común», lanza el procurador

Marchais (Vitry, 27 de octubre de 1977), mientras

que su adjunto confirma: «El partido socialista

quiere

reforzar el dominio del gran capítal.» Estos

procedimientos indignos (indignos de la idea que

me había hecho de vosotros, o en todo caso de la

que vosotros pretendíais dar de vosotros mismos)

son ante todo ridículos. El delirio lleva a la escu-

cha sintomática: esos excesos inexcusables pero

no inexplicables se

indican

(como diría Marchais)

a sí mismos como reacciones de defensa. La con-

tradicción que no soportáis en vosotros, la exorci-

záis proyectándola. El retroceso político del PS es

en primer lugar el vuestro. Su viraje a derecha

(real o no, y si lo fuera, justificado o no por la co-

yuntura económica) es también el vuestro. Su do-

ble naturaleza, lo mismo. Dos lógicas, dos tenden-

cias, dos líneas incompatibles se enfrentan en

cada

uno

de

vosotros,

y quizá también en el seno de

(1) Ya pueden soplar a pleno pulmón legiones de tecnó-

cratas: el aliento popular no estará nunca presente. No

existe el sentimiento europeo: no habrá, pues, pol ítica eu-

ropea, pues no hay política realista que no se fundamente

sobre algo imaginario. La nación es y será durante mucho

tiempo la realidad primera y última de la historia moderna:

el sentimiento nacional obliga. Las realidades. naturalmente,

son las cosas del mundo menos evidentes. puesto que no

se desvelan más que en periodo de crisis. Porque perder el

tiempo con un señuelo. cuando todo el mundo sabe cue en

cuanto un buen dril sople onhre Europa un buen viento,

todas las construcciones europeas se hundirán como un cas-

tillo de naipes ...

II

~

ramen te, esta úitima división en la cúspide no ex-

plicaría nada, siendo ella misma un efecto a expli-

car).

La

crisis

y

lo que

se

juega en ella

  ~

l

Por tanto, el dilema tendrá que ser cortado por

10

sano sin ni siquiera haber sido planteado teóri-

camente. No es que os hayan faltado los momentos

de reflexión. Pero vuestro partido no ha manifesta-

do nunca un gusto particular por la reflexión teó-

rica: lo que las tradiciones gramscianas permiten

a Berlinguer y el valor intelectual a Carrillo, os lo

desaconseja un cierto pasado obrerista. El tiempo

que se pierde en la reflexión se gana después en

la acción. Vosotros os habéis encontrado con el

vencimiento de un plazo, ante una decisión prácti-

ca (ir o no al gobierno) cuyas implicaciones y al-

cance teórico internacional quizá no habían sido

cuidadosamen te medidos. La crisis es general, co-

mo lo son los problemas que plantea. La desgracia

que nos es exclusiva reside en el contraste entre

el grado de maduración política de la crisis y nues-

tro grado de inmadurez teórica, En lo que se refiere

al «desarrollo del examen crítico de las sociedades

socialistas» (Santiago Carrillo), vuestro partido es-

retrasado

con respecto a los camaradas italianos

y españoles, pero por lo que se refiere al desarrollo

polftico de las sociedades capitalistas, Francia está

por deiante

de Italia y España. Viejo paso de danza,

cortocircuito conocido (ved en 1956, otro momen-

to crucial, vuestro retraso en digerir la desestali-

 

nización rusa y en dirigir la vuestra. la francesa), jo, puesto que está probado que el «marxismo-le-

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que nos valieron entonces una catastrófica reacción

en cadena, en la cual el reflejo venció a la reflexión.

lo innato a lo adquirido, el antiguo mundo al nuevo.

¿Q:.:é es una crisis? Lo que sucede cuando lo

viejo no está aún muerto y lo nuevo no ha nacido

aún. y es, a pesar del refrán, lo 4Ut:: sucede cuando

no se cambia de montura en medio de la corriente,

cuando se permanece en ella.

Decir que el eurocomunisrno es vuestro porve-

nir y que el «marxismo-leninismo» es vuestro pasa-

do, no es decir gran cosa: si se sabe bien en que

consiste el «marxismo- leninismo» oficial -expues-

to en vitrina por las sociedades socialístas existen-

tes-, nadie sabe bien aún en qué consiste el euro-

comunismo. ¿Cómo podría saberse si en parte sois

vosotros quienes lo tenéis que inventar? Sería sobre

todo correr el riesgo de comprometerse en un com-

bate de sombras. en el que se confundiría una vez

más la sombra con la cosa y la escolástica de las

marcas de fábrica con la dialéctica de los movi-

mientos reales. ¡Que ningún falso terror pueda ha-

ceros estremecer a contrapelo ¡A contrasentido

En el gran teatro de la Ideología, el eurocomunis-

mo, «esta concepción inventada por la burguesía»

(Ponomarev, Moscú, 10 de noviembre de 1977),

avanza en la corte vestido con los oropeles de los

renegados oportunistas, y el «marxismo-leninismo»,

en el jardín. se presenta adornado con «los rasgos

fundamentales, inalienabies, de la revolución y de

la construcción socialista en cualquier país» (ibid.)

Pero como buenos materialistas, no ignoráis que

la transformación de una teoría (también la mar-

xista) en ideología de Estado, la sitúa cabeza aba-

x' ·

132

f:.

ninismo» imprime a la lucha de clases en Europa

su más alto nivel de inmovilismo, podría muy bien

suceder que el eurocomunismc, a pesar de los ana-

temas oficiales, le asegure su mayor dinámica po-

sible.

Queridos camaradas, no todas las contradiccio-

nes son fecundas: la del agua y el aceite no ha

dado nunca gran resultado. Querer las ventajas del

leninismo (la identificación clase-partido: un solo

partido para una sola clase de vanguardia) sin los

inconvenientes (la identificación Partido-Estado:

un solo partido para todo el pueblo) es ya arries-

gado. Querer las ventajas de la Unión (romper el

aislamiento) sin los inconvenientes (los azares de

la competencia). es otra apuesta audaz. Pero que-

rer las dos cosas a la vez es una apuesta perdida

de antemano. Si se buscan demasiado las ventajas

de cada opción. se acaba por sumar los inconve-

nientes de ambas. A la peligrosa arrogancia del

único partido de vanguardia añadiréis -esto expli-

cando aquello- la posición minoritaria en la unión

democrática. Demasiado doctrinarios para aceptar

con los brazos abiertos la situación concreta, ya

demasiado insertos en la situación para poder des-

cansar en la sana doctrina, queriendo sostener los

dos cabos de la cadena, acabaréi~_'p-ºr encadenaros

a vosotros mismos. Hay lógicas que no casan en-

tre sí.

Esta mala boda acabará por haceros la vida im-

posible (sin hablar de la de .vsestros vecinos y

amigos que. por su parte, siempre se pueden mar-

char). Por vuestro volumen, vuestro modo de re-

clutamiento

y

vuestro paso, os habéis convertido

133

en un partido de masas ampliamente abierto sobre

diz de dictador (1), hoy patriota lúcido). ¿Para qué

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una sociedad pacífica, pero que en el interior, con-

tinúa funcionando con el modelo cerrado del

parti-

do de

vanguardia

(compacto, un ánime y vertical, tal

y como, hace sesenta años, lo habían exigido en pri-

mer lugar la autocracia zarista y en segundo una

guerra civil). La sociedad abierta en la cual os ba-

ñais,

os ha pasado por osmosis sus fetiches y sus

criterios (el sufragio universal, pero también el li-

bre juego de las opiniones, la distinción radical Es-

tado-sociedad, la circulación de infcrmación, etc.).

Creéis que corréis muy lejos de la dictadura del pro-

letariado, pero ella os alcanza en más de una oca-

sióu. Os ruborizáis o sonreís al recordar el tiempo en

el que «la piedra de toque del internacionalismo pro-

letario era la fidelidad incondicional a la URSS»,

pero enrojecéis y sonreís también ante las tesis y

las hipótesis que, tarde o temprano, deben permitir

la retirada de esta gruesa piedra de vuestro cami-

no. Concibo vuestra prudencia, mientras el movi-

miento es rápido y en ,..

:;~.ig.

Pero la liturgia de

«la línea recta de la que nadie nos hará desviar»,

de «las fidelidades inquebrantables» y de «la com-

pleta confirmación que la vida aporta», añadida en

cada uno de vuestros congresos a las tesis del con-

greso precedente, aparece cada vez más como un

misterio. La simple idea de retractación os hace es-

tremecer, aunque no os hayáis mostrado tacaños a

este respecto en los últimos años: la «[orce de

frappe»

(ayer criminal, hoy necesaria); la consti-

tución de 1958 (aún juzgada intolerable en 1967,

«antidemocrática y autoritaria», pero en resumidas

cuentas aceptada en 1972); De Gaulle (ayer, apren-

  3 4

,~

alargar la lista? Ha habido otras componendas con

el dogma, y conoceréis otras. Os contradecís bas-

tante a menudo y no soportáis la contradicción.

Nunca ha sido bueno entre vosotros el tener

razón demasiado pronto. Y si vosotros seguís avan-

zando, lo hacéis siempre sobre el cuerpo de los

precursores. El desgraciado que propusiera hoy el

restablecimiento del derecho de tendencia en el in-

terior del partido. con posibilidad para las diversas

corrientes de pensamiento de organizarse y de nu-

merarse en torno a una plataforma sometida a

votación con ocasión de cada congreso, sería

fulminado en el acto como revisionista-enfermo-de-

cIub-de-discusión y expulsado hacia sus tinieblas

pequeño-burguesas. Y es asf, sin embargo, como

funcionaba el partido de Lenin (hasta el X Con-

greso de marzo de 1921) y es así como funcionará

el vuestro dentro de veinte años, si consigue re-

chazar el injerto «asiático» del «marxismo-leninis-

mo» y lleva a buen fin su completa naturalización.

Los comunistas catalanes, por otra parte, acaban

de mostrar el camino, y sin duda no ha habido

acontecimiento más importante y más desconocido

en la historia del movimiento obrero de los dos

últimos decenios, que el IV Congreso del Partido

Socialista Unificado de Cataluña (rama catalana

del PCE), que fue el primero en romper con una

liturgia fósil y en recuperar el espfritu y los méto-

dos del Movimiento anteriores a Stalin: la resolu-

ción política no fue objeto de un voto unánime sino

. J l

(1)  Francia tiene un réglmen de. dictadura personal y

militar que le ha sido impuesto pcr la fuerza y tiende

a abrir el camino al fascismo.  (Thorez, conferencia nacional

de Montreuil, 1958.)

  3 5

contradictorio (con mayoría y minoría): las diver-

gencias han sido admitidas y reconocidas; y la

xístas-lenínistas», pero no sois aún ninguna otra

cosa. Pero es hacia el «no ... ya» hacia donde ten-

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elección del Comité Central se realizó en base a

una lista abierta, con dos veces más candidatos que

lugares a cubrir (209 para 1 1), y cuya cuarta par-

te fue presentada por los delegados. He ahí el re-

torno a las fuentes en esta democracia interna, fe-

cunda y revolucionaria.

Lo que se llama

«eurocomunísmo»

no es más

que el surgimiento incoercible de un patrimonio

genétíco (a la vez cultural y político) en el seno

de un organismo cuyo crecimiento se ha visto fre-

nado por las condiciones artificiales, importadas y

trasplantadas desde su nacimiento (las 21 condicio-

nes de Zinoviev). Nada frenará -ni siquiera los

rayos de la excomunión- esta metamorfosis me-

nos ideológica que biológica, y como tal rigurosa-

mente independiente de la voluntad de sus agentes.

Lo artificial es transitorio, lo natural es perma-

nente.

Todo está a punto ... , pero ¡ay , la historia no

espera. Sois tan franceses como comunistas, y vues-

tro ser nacional, a pesar de todos los pesares, im-

pondrá su molde a vuestro ser ideológico. La na-

ción, que es la historia hecha naturaleza y la

naturaleza hecha historia, tiene todo el tiempo que

necesite. A S I:  vez, el socialismo, que está contra

la naturaleza, pues es obra de la voluntad, sólo

tiene la historia a su favor. No permite, por tanto,

que nadie pierda el tiempo. Vuestra lentitud puede

ser fatal. Pues aunque estuvieseis a mitad de cami-

no en vuestra metamorfosis, eso no bastaría para

situaros a una distancia equidistante respecto a

vuestro pasado y a vuestro futuro. No sois ya «mar-

136

'~

déis en las grandes circunstancias y no hacia el

«aún-no», pues lo desconocida es da miedo. No

hay mutación que no os haya sido impuesta por los

hechos, ni viraje que no hayáis tomado en el últi-

mo minuto, obligados y forzados. Vuestra fuerza

es la inercia, una gran fuerza. Si se supone, pues,

que habéis comenzado verdaderamente, tarde y con

la espada en los riñones, un gran y hermoso viaje

en el espacio-tiempo, que verdaderamente habéis

despegado del planeta Stalin y tenéis Europa a la

vista, aún no estáis en estado de ingravidez. Per-

didos los puntos de referencia, los reflejos recobran

la ventaja.

13 7

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La id2ntificaci6n primera del partido con la cla-

1904.) La teoría de Marx permite ver muy lejos

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se institucionaliza la representaci6n de la clase por

el partido, que permite la substituci6n del partido

por su dirección. La identificación es un tumor

maligno, de crecimiento salvaje. Corroe los tejidos

vitales, bloquea la circulación entre los miembros,

mortifica a las células sanas, dando salida a una

cascada de identificaciones de arriba abajo, reab-

sorbiéndose cada escalón inferior en la unidad su-

perior. Un organismo vivo crece por división suce-

siva de sus células. El cáncer burocrático detiene

el crecimiento celular instaurando una cooptación

hasta e infinito. No se puede dividir una relación

de orden. Si algo está al principio, se encontrará

al final. Si reina en el partido -como la unanirui-

dad-, pronto reinará en la esfera polftica -como

partido único-, después en toda la sociedad. La

cadena de ecuaciones prolifera sola. Trotsky en

1904, Rosa Luxemburg en 1918, Wolfe en 1924

-cuyas concepciones pueden ser discutidas, a di-

ferencia de su cualidad de revolucionarios-, lo ha-

bían pronosticado: «En el plan de Lenin, el partido

sustituye a la clase obrera. La organización del par-

tido suplanta al partido. El Comité Central suplan-

ta a la organización del partido y finalmente el

dictador suplanta al Comité Central.» (Trotsky,

Congreso, a 'proPósito de la

exclusión

de Trotsky del buró

político. propuesta por Karnenev.)

O incluso:

 Habláis

de 'abnegación' a mi persona. Es

quizá una frase que se os ha escapado. Quizá ... pero si no

es un lapsus. os aconsejaría con mucho gusto que os desern-

harazarais de ese principio de abnegación a las personas. No

es digno de un bolchevique. Sed devotos de la clase obrera,

de su partido. de su Estado. Es necesario y está bien. Pero

no confundáis eso con la

abnegnción

a las personas, cascabel

inútil y vacío de intelectuales burgueses.  (Carta a un mi-

litante, agoste de 1930. Stalin.

Oeuvres Completes.

t. 13.)

Los consejos de moderación se hacen más raros después

de esta fecha.

  4 2

hacia delante; la práctica del poder, por el contra-

rio, convierte en miopes a los mejores marxistas.

Cuando el propio Trotsky, en 1926, se imagina po-

der llamar directamente a la clase obrera contra el

creciente poder e intervención del aparato y de

la ORGbur6, chocó contra un muro, con gran sor-

presa por su par+>. [Pues la organización de la

clase obrera se había convertido simplemente en el

aparato del partido Y no pudo escalado más que

abandonando el país. pues entretanto el partido se

había convertido también en el Estado nacional

mismo.

La tautología convertida en institución gira so-

bre sí misma. Imposible llamar al pueblo contra o

por encima del partido: el partido es el pueblo. Im-

posible llamar al partido por encima o contra la

dirección: la dirección es el partido. Imposible

llamar a la dirección por encima o contra el secre-

tario general: él es toda la dirección. No hay tercer

término, luego no hay alternativa. Krustchev hizo a

este respecto muy bonitas confidenc~~;- en el

XX Congreso. Sólo se sale del círculo por fractu-

ra, y si el circulo no se rompe es él quien os rom-

pe. La lógica de la identidad es locamente rigu-

rosa.

Locura quizá, pero locura lógica. Este mundo

invertido, esta Carrera al revés tiene por clave una

inversión lógica, que se puede indicar brevemente

(sin querer iniciar aquí un análisis ni demostración)

como la inversión del materialismo histórico, por

necesidades prácticas de la administración del Es-

tado, en un idealismo absoluto. Marx había puesto

la dialéctica de Hegel sobre sus pies; la posteridad

  4 3

marxista ha puesto de nuevo la dialéctica de Marx

cabeza abajo, es decir, tal y como Hege  la había

De donde se deduce el círculo encantado del

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dejado. En los «países socialistas», en efecto, el

marxismo-leninismo no designa un método de aná-

lisis crítico sino el compendio dogmático de las

leyes de la naturaleza. No es susceptible de inter-

pretación o de utilización, sino solamente de codi-

ficación (por la Academia de las Ciencias), de re-

petición en plan recital (por los profesores) y de

memorización (por

los

alumnos de las escuelas de

cuadros). No es una herramienta, es una cosa en

la que se enuncia, con total transparencia, la natu-

raleza de las cosas. Esta filosofía de la naturaleza,

que se enseña bajo el nombre de «materialismo

did-

léctíco» como un saber acabado (un poco como el

saber absoluto en Hegel), exhaustivo y global, al-

canza así, por el otro extremo del objetivisrno ma-

terialista, el postulado del idealismo absoluto según

el cual el pensamiento se identifica con el ser. Al

igual que el pensamiento de la dirección con el de

todo el partido. Al igual que el partido con la cla-

se. Al igual que la clase obrera con los intereses

bien comprendidos de las otras clases explotadas.

Maravilloso cierre del sistema sobre sí mismo, pues

se cierra tal como funciona: ideológicamente. Y es

así como la- dialéctica materialista -lógica de la

contradicción- se re encuentra prácticamente in-

tacta, pero sustancial mente transformada en su

contrario: una ontología idealista como base de

una lógica de la identidad. Así se fundamenta la

relación de orden sobre la naturaleza de las cosas,

a su vez testificada por un saber que no es ya mé-

todo racional, sirio parte de la naturaleza.

  4 4

«socialismo real»: círculo entre clase y partido, en-

tre cúspide y base en el interior del partido, entre

el partido y el Estado y entre el Estado y la socie-

dad. «El sistema burocrático es un círculo del que

nadie se puede escapar. Su jerarquía es una jerar-

quía del saber. La cabeza se remite a los círculos

inferiores en lo referente al detalle y

103

círcu-

los inferiores se remiten a la cabeza para lo que

hace referencia al conocimiento general,

y

así se

engañan mutuamente. La autoridad es el principio

del saber de la burocracia y la idolatría de la auto-

ridad es su mentalidad» El pronóstico está firmado

por Marx y fechado en l842.

Todo se vuelve cómodo en el interior del círcu-

lo mágico, puesto que su lógica permite cualquier

coartada. Al anexionarse los niveles inferiores. de

los cuales se supone que es una emanación, cada

nivel superior ejerce su autoridad por abnegación:

en nombre del inferior del cual es depositario. Se

habla y se rlrf¡'i,;;

ei1

nombre del otro: la dirección

en nombre de la base, el partido en nombre de la

clase. El partido, por su parte, es siempre el mis-

mo, puesto que la esencia de la clase está presente

tal cual, sin discontinuidad alguna, en

Sil

partido-

fenómeno. Esta plena coincidencia uno mismo y lo

de dentro de uno mismo no deia espacio alguno a

lo negativo ni al error. Ni al retorno crftico sobre

sí mismo, que supondría una duda y por t

mto

una

distancia lino mismo y lo interior. Lo que mañana

será desviación es hoy correcto, y si la política

viaente muestra una serie de errores. cada uno de

ellos es machacado como la verdad misma: puesto

que es la política del momento.

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cero que se hace lo que se dice. Tal es el milagro

-y la astucia- del sistema que funciona al revés

vés de procedimientos normales de consulta, parti-

cipación y elección (democracia). es conducida a

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de lo que dicen sus reglas, y en el que la práctica

real y la teoría oficial de la organización se en-

cuentran, por así

decírlo,

en posiciones encontra-

das. Si la

práctica

suscita desacuerdos, sólo se pue-

de estar de acuerdo con la teoría. Y el acuerdo que

se concede a esta última impide a todo desacuerdo

ver la luz en lo que a su puesta en práctica se re-

fiere.

Esta ilusión óptica, que convierte una teoría

en su contrario, es más conocida bajo el nombre

de «centralismo democrático».

Definición teórica: «El centralismo democrá-

tico se define por una doble práctica: en primer lu-

gar la de una discusión, la de una confrontación

amplia y democrática de las opiniones entre todos

los afiliados del partido y la participación de todos

en la elaboración de su política. Y, en segundo lu-

gar, la idea de que, una vez terminada la discusión,

las decisiones adoptadas deben ser aplicadas por

todos.» (Laurent, La

Nouvelle Critique,

abril 1977.)

¿Cómo no estar de acuerdo con este procedi-

miento para establecer acuerdos que se practican en

todos los grupos del mundo? Desde el neolítico y la

aparición de los primeros pueblos sedentarios, la

especie humana practica, sin saberlo, el centralis-

mo democrático.

Aplicación práctica: un doble proceso según el

cual, 1) a través de mecanismos centralizados pro-

pios de los aparatos jerarquizados, la cúspide selec-

ciona, forma, informa y controla los elementos de

base (centralismo); y 2) la base del partido, a tra-

152

i ~~~

1 1 ,

~

> 1,

b

adoptar como suyas las decisiones tomadas por la

cúsp ide,

Teoría oficial de la organización: el cor:greso

soberano elige y renueva cada dos años al comité

central, ei cual elige entre sus miembros al buró

político, que nombra a su vez a los organismos

correspondientes. Los delegados al congreso son

elegidos por un escrutinio mayoritario en tres ni-

veles diferentes: células, secciones y federaciones.

Funcionamiento práctico: esta elección en tres

etapas funciona como un triple filtro que permite

eliminar sucesivamente a los opositores y evitar, de

esta manera, que al final del camino llegue ninguna

voz discordante entre los delegados al congreso .

Estos eligen, mediante su voto, sobre una lista ce-

rrada de nombres, a los futuros miembros del co-

mité central seleccionados previamente por el se-

cretariado del partido. El cual, a su vez, fija el

orden del día de las reuniones del buró político,

que hará registrar a continuación sus resoluciones

a través del comité central reunido en sesión ple-

naria, para escuchar y en su caso enmendar o mati-

zar los informes de los miembros del BP y del se-

cretariado. El círculo está cerrado.

Esto es lo que hace del partido una casa cons-

truida totalmente hacia arriba, en la que los habi-

tantes están unidos por un vivo sentimiento de per-

tenencia (el espíritu de partido), sobre la base de

una solidaridad de intereses y de trabajo. Pero las

relaciones humanas deben desarrollarse en esa

casa de forma vertical y no horizontalmente, en-

153

: ji¡ , . -'

. • . .f) .

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orden, en una ceremonia a través de la cual se in-

dica en el vacío al ser que está lleno de una verdad

dio de defensa contra el exterior, son una cosa; la

compacidad administrativa de una institución pací-

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caída de arriba. O más exactamente: la

autocrítica

es el medio gracias al cual el nivel superior obtiene

la confirmación de sus méritos a través del deber

del nivel inferior de reconocer sus propias faltas en

la aplicación o la comprensión de la línea fijada en

el piso de arriba.

Unanimidad:

La indivisibilidad esencial de la

clase fundamenta, en derecho y de hecho, la per-

manente unanimidad de los militantes en torno a su

dirección, testimoniada por el rechazo de la sim-

ple idea de t=ndencia y la mancha de infamia que

golpea la «fracción», y simbolizada por el voto de

las decisiones y la elección final de los órganos

dirigentes en medio de las ovaciones de una asis-

tencia levantada como un solo hombre por el entu-

siasmo. Las tribunas de discusión en la prensa del

partido, los debates en las células y secciones, el

depósito de enmiendas al proyecto de resolución no

tienen por objeto delimitar las diversas posiciones

existentes, reagrupar las sensibilidades sobre una

plataforma sometida a debate democrático en la

discusión, para llegar al recuento y hacer valer al

fin la ley de la mayoría. Se trata simplemente de

preparar el acto de unanimidad final que ratificará

en sesión plenaria la plenitud original de la Esen-

cia. Esta unanimidad no tiene nada de excepcional

(legitimada por la gravedad del momento o la nece-

sidad de cohesión ante una amenaza mortal). Cons-

tituye un indicio de normalidad que prueba a los

dirigentes el funcionamiento regular y por tanto la

buena salud de los órganos del partido. Las filas

compactas al estilo militar, arma de combate y me-

156

fica es otra. La primera es una medida de excep-

ción, es decir, de salud pública; la segunda es una

anomalía que se ha convertido en rutina, es decir,

una enfermedad. La primera templa el acero para

la ofensiva. La segunda entorpece y esclerotiza.

Coniormidcul.

EII

un

sister»>

oficial que no deja

lugar alguno a 1 1 n=gación, la oposición no puede

hacerse un espacio más que colocándose a sí mis-

ma en las posiciones oficiales; y la contradicción no

opera si no es bajo la máscara de lél confirmación.

Principio de base: nunca se tiene razón contra la

dirección. Corclaric; quien pretende demostrar

que la dirección se equivoca debe hacerlo apoyán-

dose en las razones de la dirección. Todo opositor

sabe -infancia del arte- que necesita cubrirse

citando en primer lugar y en varias ocasiones

las palabras del secretario general. «Como decía

Georges Marchais en su última intervenc ión .. . » Sin

esa firma en blanco no hay ni salvación ni escuela.

Nada más triste que ese peaje que da derecho a

circular por las avenidas del partido y, a los inte-

lectuales, el derecho de «hablar de política», que

consiste en recitar citas de; dirigente (su frecuen-

cia mide el grado de conformidad y por tanto de

legitimidad de; discurso) yel empleo repetido de

estereotipos (fórmulas consagradas en los últimos

congresos, resoluciones o comunicados del buró

polftico). Tanto en la actitud como en el lenguaje,

la relación de orden explica, engendra y reproduce

hasta el infinito el conformismo generalizado. Cual-

quier elemento (político, teórico, lingüístico) no

puede aparecer si no es

adaptándose

a un elemento

157

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• -~ •• •••• ( -. -,o., • ••

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jeros, sin negativo, todo movilizador: entonces hay

que cortar, omitir, truncar, jugar con las tijeras.

con las elipsis y los fallos de memoria. La continui-

dad idílica exige un sensato discontinuo, el granito

se acuña en gruyere. Es por esta razón q'. e el pasa-

do nunca es desautorizado en el partido, en el que

el silencio que surge inesperadamente sobre tal

o cual episodio pasado vaie como autocrítica en

la cúspide, y por las mismas r azones que la rehabi-

litación de las víctimas de los procesos en el Este

se opera indirectamente, con palabras encubiertas

y fugazmente. Será preferible

borr::¡r

talo cual pa-

saje de la vida del Partido antes que releer el texto

para averiguar el porqué y el

córr.c

de los errores

cometidos. En dicho caso se correría el riesgo de

subir de abajo arriba: las decisiones a sus auto-

res y los autores al sistema de decisión. Tocar el

pasado es poner en cuestión las estructuras del pre-

sente, instaurar una reversibilidad posible entre

base y cúspide,

hic

et

nunc.

Se ccrnprenden mejor

las fórmulas del tipo: «El pasado es el pasado. es

inútil volver sobre él, camaradas». «como si no hu-

biera nada más urgente que hacer que reabrir los

viejos dossiers», o bien «sólo los masoquistas re-

muevan las basuras». En resumen,

pasado es

tabú. Ahora bien, la memoria es revolucionaria. Y

sólo permiteinnovar. Un pueblo sin pasado está ya

reducido a la impotencia. Vosotros sabéis muy bien

cómo, en el Este, la memoria selectiva del Estado

puede hacer clandestina la historia de un país en el

propio país: nombres propios prohibidos, fotos re-

tocadas, ataúdes hechos desaparecer de noche, re-

tr;¡t()~ oficiales por la noche y descolgados por la

mañana sin explicación alguna. ¿Vuestro partido

adopt.::ría con respecto a su historia una franqueza

diferente a la que demuestran los Estados socialis-

tas Con respecto a la suya? Hay indicios que hacen

pensar que tendríais ese valor. No injuriéis. pues. a

aquellos que la ejercen sobre sí mismos. ¿De qué

nos avergonzaríamos? ¿De los milagros evapora-

dos, de los sacrificios un pace más inútiles de lo

que estaba previsto, de nuestros disparates retros-

pectivos? La rn avo rrn silendosa, ciertamente. no

mete la pata y la gente situada divaga menos que

el

resto.

Estemos orgulloso  de nuestros disgustos;

es gracias a ellos, quizá, que

el fondo del aire

es

rojo. Chris Marker, bajo este título, acaba de pre-

sentarnos cuatro horas de cine-verdad sobre los

diez años pasados. Es su propio balance, y ante

esas preguntas sin respuesta cada quién está invi-

tado a dar la suya. «Pesimismo y nihilismo, es un

filme desmovilizadOD>, escribe

L Huma-Dimar.che.

«Ese gusto demostrativo del fracaso ... Corre el ries-

go de conducir a la resignación», dice La Marsei-

llaise. Esos reflejos no son dignos de vuestro futu-

ro. ¿Es necesario, para afrontar el futuro sellar con

un muro de silencio la vida y la muerte de todos

nuestros mayores Y camaradas que lucharon por

nosotros en todo el mundo? ¿O es preciso transfor-

mar el fracaso en experiencia para dar lugar en el

futuro a unas pocas victorias más? La comunidad

del recuerdo no es única riente nuestra identidad de

militante, sino un desafío que hay que recoger:

¿qué vamos a hacer ahora con 10 que hemos hecho?

Que estalinistas ~l :-0::':6:  corno Glucksmann o sus

( amigos. guarder¡ silencio sobre su pasado, demues-

tra que la cláusula de amnesia forma parte de l con-

:.

trato en el que se han conprornetido. Pero ver a un

revolucionario que avanza borrando sus huellas,

> :

exclusión por escupitajo. Fueron ellas las que hi-

cieron vuestra reputación en la posguerra, Y su

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más que nada disuadirá de hacer el viaje con él.

El S~r y la Nada

Dejemos de lado los recuerdos molestos, guar-

démonos de abrir verdaderamente los ojos sobre

los enojosos ejemplos de algunos pequeños-herma-

nos, y cerremos filas, camaradas, en torno a los

verdaderos problemas de la actualidad. Sea. Reen-

contrándose a sí mismo, en familia, el partido no se

perderá nada esencial: se tiene a la clase para sí

y

el1a se basta a sí misma. Retorno a las fuentes

del puro presente de la militancia: el partido sólo

conoce un aislamiento espléndido. El modo en que

se fortifica al depurarse, el repliegue sobre lo que

llama erróneamente el «ghetto», le permite al-

canzar la indivisibilidad >A-sa de la esencia prime-

ra. Se hace el vacfo alrededor, cerrando puertas,

ventanas

y

memoria, para hacer mejor el «lleno»

en el interior, en la organización, pero se corre el

riesgo de hacer el vacío entre los inorganizados.

Aquello que vuestro partido ganará mañana en vo-

Iumen y en compacidad, podrá perderlo en audien-

cia e influencia. Sus efectivos aumentarán, pero sus

límites se reducirán, convirtiéndose la vida en su

interior en algo cada vez menos confortable.

No desconocéis, sin embargo, la ventaja de esas

zonas-frontera, turbulentas y felizmente desdiouja-

das, situadas entre la inclusión por f'agocltosis y la

  6 2

amplitud mide bien el grado de hee;

pn

lOnía verda-

dera de un partido sobre su época. Aunque fuera

«obrero» y la época «burguesa». Se ha zaherido

demasiado a los pseudos, criptos y fellow-trave-

Ilers (1). Vale más llorar a la admirable especie de

los Pierre Cot, de los Vercors, de los d' Astier, de

los Madaule; está en vías de extinción. ¿El flujo

los trajo, el reflujo se los lleva? No: esos falsos

corchos eran vuestros verdaderos flotadores, que

con abnegación os mantenían la cabeza fuera del

agua. La devoción existe siempre, pero se habrá

ido a otra parte, o más bien a ninguna, y os costa-

rá alcanzarla de nuevo. Vosotros no la habéis valo-

rado poco, y tampoco habéis dejado de recomen-

darla. Vosotros la habéis enseñado.

No tenéis un solo amigo que no haya realizado

veinte veces la experiencia. Vuestro primer reflejo

ante una iniciativa que no proviene de vosotros,

aunque sea la más amistosa, es la desconfianza o la

animosidad. Y si se os propone ingenuamente que

toméis parte, replicáis: o nar

ionalización

total

de los bienes y haberes, o liquidación inmediata sin

frases. Tanto si se trata de un comité de inquilinos

de un HLM (2), como de un proyecto de revista

cultural o de una petición por la paz, el socialismo

y la felicidad universal. Como hace ya mucho tiem-

po que habéis abandonado el estado de sitio, y no

sois bastante frágiles como para creer que vuestra

(1) Compañeros de Viaje.

(2) Viviendas de renta limitada.

  6 3

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únicos árbitros aptos para distinguir entre sus inte-

  ' .',(

explicaciones fracasan. Se hará aSC8:¡c er a otros

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reses históricos a largo plazo y sus ilusorias venta-

jas inmediatas, es por ende a vosotros

y única-

mente a vosotros a quien tendréis que rendir

cuentas.

Sigamos la flecha, rellenemos el punteado de

un modelo teórico, ciertamente caducado, pero que

no es una invención, puesto que ha funcionado muy

bien. ¿Cuál es el panorama en el momento del cie-

rre? Alrededor de vosotros el desierto, con inofen-

s'vos espejos aquí y allá para hacer eco a vuestra

voz, y reflejar los decretos, en el papel, en los es-

trados, en las pantallas. Allá abajo, a lo lejos, el

trazo negro de las líneas adversarias. Ahí estáis,

solos con vosotros mismos, la plaza está limpia.

Todo se arregla en la cúspide de un aparato opaco,

la familia lava su ropa sucia -a veces manchada

de sangre- a puerta cerrada. Basta de opinión pú-

blica. Fuera los inoportunos que interrumpen la

entrevista a solas. Los demás simplemente han

desaparecido a beneficio de vuestros suplentes y de

los enemigos de clase. Entre esos pequeños y aquel

gran otro: nada. El vértigo, sin duda. El Partido ha-

bla bien, puede incluso, al principio, hablar justa-

mente. Pero como nadie puede

responder/e,

uno se

cansa de escuchar y sólo se aplaude por reflejo. El

discurso se crispa y gira muy pronto en el vacío:

locos soliloquios de los Rakosi, Geroe, Novotny,

Pieck ... Como aquí nadie gira en una espiral abso-

luta se producirán, naturalmente, roces, inercias

o asperezas. Se pondrá a flote a la comisión de

propaganda. Se hará

descender

a tal permanente a

la base, para controlar, sermonear o excluir si las

al CC (Comité Central). Se reempiaza Una correa

gastada por otra más joven, pero la transmisión

se hace siempre desde arriba hacia abajo, del mo-

tor a los móviles. La bella totalidad redonda con-

tinuará girando sobre si misma, indefinidamente,

con su causa motriz incorporada, atesorando la

crema de

los

militantes, deshaciéndose de las esco-

rias a

10

largo

del

camino y por

simple

inercia. La

propia lógica de la máquina -independiente de la

voluntad de sus dirigentes_ no admite, Conrespec-

to a aquello que se le resiste, otra Cosa que la este-

rilizante,

mortal

y suicida alternativa.: anexionar o

liquidar: Puesto que no puede haber, por postula-

do, oposición seria o incompatibilidad entre

los

in-

tereses

del

todo que

el

partido encarna

(la clase

obrera en

la

OPosición,

el pueblo

en

el

Estado) y

aquellos de talo cual sector de la base (militantes

o población, según el caso), toda contestación local,

toda disidencia organiza o todo disentimiento per-

sonal

no tendrán más elección que reconocerse

Como incoherentes o someterse como enemigos. La

partida ha terminado.

Mal

juego,

incluso

para aquellos que

10

juegan.

La partida se desarrolla a sus espaldas, ni siquie-

ra pueden dominarla.

Helos

ahí, muy pronto, sordos

y locuaces, arrogantes, estruendosos, siempre satis-

fechos de sí mismos y cada vez más aislados. ¿El

medio para que suceda de otra manera? Si fuera

necesario admitir verdaderos interlocutores y escu-

charles por las buenas, si hubiese materia para UJ1

intercambio político

efectivo, enriquecedor, mutua-

mente transformador -antes se decía dialéctico-,

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si es para encontrar a le peor del estalinismo? ¿No

son demasiados esfuerzos para t::11resultado?

amplia democracia de masas», en la que por princi-

pio no se está seguro de nada? Gramsci fue sin

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¿Cómo salir de ese pantano? Cuanto más se ele-

ve hacia la franqueza y el rigor, más franca y

rigurosa parecerá la dificultad lógica,

aunque

no

haya sido nunca cuestionada. Ni siquiera el pro-

pio Althusser se deja ir en este tema, al wishfull

thinhing

«La clase obrera asegura el papel dirigente so-

bre sus aliados en la más amplia democracia de

masas.» (XX

e

Congres, Maspero, 1976.)

Declarar que un cuadrado es un círculo no re-

dondea los ángulos. Yo pido que se me explique:

1) ¿Cómo puede «dirigir a sus aliados» sin conver-

tir a los aliados en otra cosa: subordinados? ¿Por

qué hablar de alianza si la relación es de entrada

de jerarquía? 2) ¿Cómo se hace compatible «la

más amplia democracia de masas» con una delega-

ción de poder, irreversible y no revocable, de un

sector de las masas a otro y, en este caso (en Fran-

cia, en 1978), de una mayoría a una minoría? ¿No es

ésa una base un poco estrecha para una democracia

en expansión?

Los griegos utilizaron mucho tiempo en la bús-

queda de la solución de un problema insoluble para

ellos -el de la cuadratura del círculo-, a pesar de

que, según parece, la humanidad s610 se plantea

los problemas que puede resolver. ¿Encontrará al-

gún día su solución el problema que (Althusser pre-

senta con optimismo como solución) de una demo-

cracia predirigida en su principio, en la que la clase

obrera pueda estar segura de su papel dirigente

manteniendo al propio tiempo la susodicha «más

  7 2

duda el primero, '10 en resolver sino en dar los ele-

mentos de solución de dicha contradicción. en la

que se centra la problemática de la revolución en

Occidente. Haciendo de la relación de hegemonía

no una ¡¿y estática sino un movimiento continuo,

y

soure ton  un movimiento que va de

abajo

arriba,

- remontando desde la soc'edad civil hacia el Estado

central, inició, en efecto, una verdadera inversión en

la relación de orden. Si el eurocornunismo tiene un

sentido -o mejor, si puede iniciar una revolución

en la revolución y volver, al hacerla, a las fuentes

de

la ;¡¡spiración marxista-, tendrá que profundi-

zar en esta

inversión

de

sentido

de las relaciones

que unen el Estado con la sociedad civil y al par-

tido con la clase, tal como funcionan en los países

socialistas existentes. Gramsci nos dejó una flecha

indicativa, por desgracia un poco corta

y

tan sólo

punteada (1). Por suerte, el tiempo encarama a los

enanos sobre las espaldas de

lOS

gigantes, y el hori-

zonte histórico y geográfico del socialismo se ha

ampliado considerablemente desde la época de

Gramsci. Vemos, por tanto, más lejos y mejor, pues

O) Dos limitaciones evidentes en Grarnsci, a pesar de

la homonimia con Hegel: su concepto de  sociedad civil

(con el cual designa la esfera de las necesidades, y por con-

s¡5,dente la economía en primer lugar) deja de lado la

in (raestructura económica

y

no se refierc de manera general

más que al conjunto de las instituciones no estatales. Y el

objeto de sus análisis se limita más concretamente a lo que

ocurre antes de la toma del poder del Estado, sin conside+»

lo que puedo

y

lo que ha, efectivamente, pasado

después

(Ialta de distanciamientu

y

de información sobre la expe-

rienda soviética).

  7 3

• h~

.   ;.~,.

. . ; .. .. .

nuestro conocimiento de los Estados. ;'socialistas

l •.

~.¿.Jf;~.{.;._j.

caso, decir dernasiado o demasiado poco? Nos feli-

citamos de este gesto de benevolencia, sin inquie-

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existentes, de sus estructuras

y

der· 'sus' desventu-

~,I.'~' ,;.' ,,;.,,.

ras, puede hacer pasar nuestras  :'éircunstancias

presentes por los rayos X de una historia' real. La

anatomía del mono, indicaba Marx, se hace más

clara al conocer la del hombre. ¿No se verá mejor

nuestra anatomía política a la luz del {<socialisllJu

real»?

El círculo

de

los círculos: la Autoridad

Suprema

La metafísica de la unidad culmina en el partido

único: esta vocación es su fatalidad. Esencia sim-

ple, la clase es indivisible. Una clase de vanguar-

dia, unida por naturaleza, no tolera más que un

solo partido. Si se deriva el hecho de la ley, como

lo exige la metafísica estaliniana, el hecho de que

existen otros partidos obreros, otras expresiones

políticas de los asalariados, es un hecho injustifi-

cable; Pero si el hecho es legítimo, entonces hay

que abandonar la metafísica e inventar otra ley a

partir de los hechos reales.

Habéis ab~ndonado la pseudo-regla leninista

del Partido Unico y reconocido el principio de los

partidos como un principio válido para hoy

y

para

mañana. Creo que fue René Piquet quien se arries-

gó a cometer esta audacia en marzo de 1967, frente

, a Francois Mitterrand, durante una semana de es-

tudio del pensamiento marxista, y Waldeck Rochet

~~',;.:}~;: avalóa continuación. ¿No es, también, en este

 , , / J :   , -~• 1 : ¡

tamos por su falta de lógica, no menos observable.

Si «una sección socialista de empresa no aporta

nada a la clase obrera», como recientemente ha

recordado Georges Marchais, ¿qué podrá aportar

un partido socialista a una sociedad socialista diri-

gida por la clase obrera, sino confusionismo ideo-

- lógico, desavenencias intestinas y desórdenes inú-

tiles, que únicamente podrán servir al enemigo de

clase al dividir la fuerza unida de los trabajadores?

Si Jean Colpin tiene razón al decir hoy  en la tri-

buna del XXII Congreso que «lo que necesitan la

clase obrera y todos los asalariados en las empre-

sas es el partido comunista; no necesitan a ningún

otro», ¿qué extraña cortesía podría

pasado-mañana

empujar a los representantes de «la fuerza deci-

siva de nuestra época» a consultar, en el gobierno,

a los representantes de las capas pequeño-burgue-

sas? ¿Si la opinión de los pequeño-burgueses se re-

velar.: Jesfavorable, se debería someter la clase

obrera? Aunque así lo quisiera, su esencia de fuerza

decisiva le impediría adoptar esa decisión. ¿Está en

la lógica de la sociedad ampliamente democrática

que lo que queréis para mañana es cerrar hoy las

puertas de las fábricas a las organizaciones como la

vuestra, como se mantuvieron cerradas las de Re-

'nault a los cort.ejos de estudiante s en el 68, como

se «limpia» aún hoy la puerta de tal Q cual fábrica

de distribuidores de octavillas «trotsquistas y pro-

vocadores»? No discuto vuestras razones, sino sus

consecuencias a largo plazo. Pero si os concedéis

plenamente razón hoy, no veo cómo, si la existen-

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I

 

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mostrar verdaderamente orgullosos. Esa caracte-

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rística vuestra plantea un problema considerable:

el de la institución, de sus reminiscencias y de sus

mecanismos de identificación transhistóricos, que

~ ) me guardaré muy bien de abordar aquí, sin por

ello dejar de lamentar que Marx haya convertido la

cuestión en un callejón sin salida, callejón que nos

ha hecho herederos del marxisma,y a él mismo de

un papel de padre fundador del que aún no ha aca-

bado de reírse -de reírse hasta las lágrimas- bajo

su losa de Highgate. Le que implica que la legitimi-

dad a

priari

que reclama vuestra institución petrifi-

ca lo esencial de nuestras relaciones políticas

y

so-

ciales. La enfermedad de la piedra es contagiosa:

todo lo que tocáis se mineraliza si lo hacéis vuestro

o se pulveriza si lo rechazáis. Con vuestra masa in-

móvil cerráis el camino (vosotros lo llamáis «abrir

el camino», pero es la misma cosa) tanto al refor-

mismo como a la revolución, tanto a lo posible como

a lo deseable. Vuestros bloqueos internos no nos

concernerían demasiado -excepto como curiosida-

des de la política- si sólo hicieran caer el cerrojo

sobre vuestro propio partido. Pero hay un proble-

ma: vuestros embotellamientos obstruyen la carre-

tera nacional. Lo que hace vuestra felicidad de

militantes en paz consigo mismos Y la fuerza de

vuestro partido, hace nuestra desgracia Y la debi-

lidad de vuestros compañeros. Vuestra esterilidad

política y teórica es asunto vuestro. La esteriliza-

ción del conjunto de la izquierda nos concierne a

nosotros. ¿Qué hacer para desbloquear la historia?

¿Quién hace la  :::;taria? ¡Basta de quid pro quos 

La teoría dice lo que la experiencia le ha susu-

rrado cien veces: «las masas hacen la historia».

Vuestra práctica plantea de modo falso el axioma

marxista. Para vosotros es el Partido quien hace la

historia, y si las masas insisten en mezclarse en

ella no podéis permitirlo, ya que no deben hacerla

si no es a través de sus representantes titulados.

El dogma os asegura, a vosotros y a vuestros des-

cendientes, la exclusividad del título; vuestras es-

tructuras os garantizan permanencia y robustez:

ahí os tenemos, pues, armados para monopolizar la

acción de masas. Otro efecto del misterio de la

encarnación, acerca del cual se ha glosado durante

diez siglos: Cristo es hombre y Dios, pero ¿en base

a qué relaciones y qué quiere decir esa y? Vosotros

sois Partido y masas. Cuando vuestra organización

se pone en marcha, desencadena «el movimiento de

las masas», pero cuando las masas se ponen en mo-

vimiento sin vosotros, entonces se trata de «movi-

mientos incontrolados» debidos a un puñado de

agitadores irresponsables. Asimismo, se llaman

«movimientos de masas» a las organizaciones que

vosotros animáis directamente, tales como el Mo-

vimiento de la Paz o la Asociación de Antiguos

Combatientes Republicanos. Esta anfibología, por

más normal que sea, indica un problema serio.

Evidentemente, las anfibologías, homonirnias y

otros accidentes del lenguaje me importan tan poco

como a vosotros, pero la experiencia nos ha ense-

ñado que lo que comienza siendo un quid pra qua

de rutina puede acabar en un kidnapping

(1)

de

masas. Igual que cuando se lee en un texto «dicta-

de amargura se convertiría en una frustración se-

ria si trabajara como obrero, ingeniero o técnico

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dura del proletariado» y lo que se ve en los minis-

terios y en la calle es «dictauura del Partido»; o

cuando se tiene que aprobar la dictadura del secre-

tario-mariscal, tras haber aprobado eventualmen-

te el papel dirigente de la clase obrera: casos como

los anteriores acaban por obligar a prestar mucha

atención al sentido de las palabras Y a interrogar-

se, ante cualquier prcpuesta, hipótesis o programa,

sobre quién es, detrás o al lado del

sujeto

de dere-

cho,

el

sujeto real.

Consigna de la época: descon-

fianza hacia las personas morales, cuyo inrnoralis-

mo no hay que demostrar. y otra vez a convertir

en minúsculas las mayúsculas de ayer: Partido,

Patria, Revolución, Estado, Industria.

El

quién

hace

qué

es una unidad, la cuestión del

sujeto real no es separable de lo que está en juego

de hecho, objetivamente. «Nacionalizar», por ejem-

plo, es un bello vocablo que entusiasmó a nues-

tros mayores cuando se produjo la Liberación.

¿Pero no se utilizó entonces en lugar de la palabra

«estatizar»? La red de gbricas Renault pertenece a

la colectividad nacional: me cuesta bastante sen-

tirme como su propietario. Es que «la nación», en

este caso, pertenece al Estado, que a su vez perte-

nece a una clase social (nacional o internacional)

con la que muchos no

 '05

identificamos. Me con-

suelo pensando que el director de la Renault me

representa

y que una s 1cuenta millonésima parte

de mi persona le acorntana en sus decisiones: me

siento halagada, pero

:L

convencido. Ese micrón

(1) En inglés

 rapto , ~lestro .

en 1

é l ,

Renault. Lo sabéis muy bien, tan bien como

para que volváis a retomar de sus autores, hoy,

el ideal y el vccabularío de la autogestíón. fdpql

bien sutil y desdibujado, pero cuya sola aparición

da muestra de una voluntad capital: no VOlverse

a dejar robar por las palabras, realizar su runr

ión

- en persona, saborear y ejercer el dominio más di-

recto posible sobre las condiciones de trabajo y de

vida. Acabar, en una palabra, con el teatro.

No os esconderé -estoy en vena de confiden-

cias- un cierto resentimiento de ¡ quietud que me

causa vuestra afición por las representaciones. El

Partido no parece reconocer como sujetos políticos

válidos -interlocutores o compañeros- más que

a aquellos que han sido objeto de una

delegacion

de poderes en toda regla. ¿Sólo hay acciones hono-

rables por delegación de poder? ¿Es necesario con-

fundir hasta ese punto la democracia revclucíona-

ria con la democracia burguesa? Institucionalizáis

la representación a todos los niveles, un poco como

lo hacen los prefectos en sus recepciones oficiales.

Grupos, movimientos y clases sociales no parecen

existir a vuestros ojos más que a través de «orga-

nizaciones representativas». Un mundo que reposa

sobre la separación de los productores de sus pro-

ductos y de sus medios de producción es un mundo

en el que la delegación de poderes se reencuentra a

todos los niveles: hay coherencia enl ~ el contenido

de la explotación económica y las formas de la do-

minación política de la burguesfa. ¿Decid me CÓmo

-y en última instancia para qué- rechazar el gra-

no de la explotación conservando en todas partes

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l . ..

,

.

· ·. ~~~ .~ ~.~.  .~  

{t:

revolución dice ruptura, brecha, irrupción, impre-

visto, acción súbita, en resumen todo lo que es

menos escandalosas a los ojos de )(1':: especialistas,

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objeto de vuestra más antigua fobia y que estig-

matizáis bajo el mote -por otra parte bastante

justs- de «movimiento incontrolable e incontro-

lado». No hay definición más clásica de la revolu-

ción que su no clasicismo, su barroco descortés

y '.' I~ 3.1 , puesto que se resume en «la intervención

directa de las masas en la escena en la que se deci-

de su destino». Directa: sin mediación, sin auto-

rización de arriba. Sin programa particular, sin

('~lendario, sin plazos fijos. A horas indebidas, en

lugares absurdos y bajo formas irresponsables, en

violación de las leyes más sagradas, de la decencia

más elemental, del derecho de las personas y de

todas las formas autorizadas de

representación

política. Es obvio -incluso para aquellos que «no

vivieron el 68»- que una intrusión de ese género

sólo puede pareceros sospechosa. Seguy: «¿Cohn-

Bendit? [No sé quién es » (1).

No creo que el 6 5 <

n3.ya

sido una revolución. Y

no soy quién para decidir si Cohn-Bendit es un

revolucionario, aunque me parece excesivamente

simpático para esa función (los revolucionarios

son más bien antipáticos). Solamente sé que no hay

un solo ejemplo histórico de proceso revoluciona-

rio que no n-aya comenzado por liberar unas mo-

léculas químicas de fórmula desconocida, más o

O) Esta frase fue pronunciada por Seguy, dirigente del

Partido Comunista francés y secretario general de la CGT,

la central sindica  más poderosa de Francia, de influencia

comunista. El momento en que la pronunció, en TY1 ~  rl l R8.

er el de mayor apogeo de la popularidad revolucionarra

de Cohn- Bendit, a quien se ccnsiderabn corno uno de los

pr incipatr-e líderes espontáneos del movimiento estudiantil.

(N. del T.)

en torno a las cuales el movimiento ha cristalizado

por 5Í mismo. ¿De dónde surgieron los clubs (1)

después del 89 -jacobinos, cordeliers, feuillants-,

motores y cerebros de la Revolución francesa? De

ninguna parte. ¿Quién controló, organizó o pro-

gramó la acción de las

secciones

parisinas? ¿Quién

suscitó, provocó y multiplicó los comités de vigi-

lancia antif'ascista en 1934? Fundamentalmente los

propios fascistas y un movimiento popular que ve-

nía de abajo, sin intervención de los partidos. ¿Qué

partido, qué alta dirección central, qué estado ma-

yor alentó, programó u organizó las redes y los

movimientos de resistencia a partir de 1940?

Ahí está, diréis: festivas o sangrientas, esas

iniciativas mal controladas, demasiado espontá-

neas, no han engendrado nada sólido y serio. La

revolución socialista es otra cosa. ¿En serio?

¿Quién alentó, programó u organizó los soviets en

Rusia? Ninguna institución preexistente. Ni en 1905

ni en 1917. La Rusia de marzo de 1917 -de la que

nació la Revolución de Octubre- se cubrió en un

abrir y cerrar de ojos de una red de soviets antes

de que ningún partido político hubiera celebrado

sus sesiones. La casi totalidad de los dirigentes bol-

cheviques se encontraban en otras partes, en el ex-

tranjero, sin contacto alguno con_el nacimiento de

los soviets, pero los apoyaron rápida y decidida-

mente. Casi todos los soviets de soldados y de

~

; :

1.;

O) Clubs  activos durante la Revolución francesa. Los

cordel{ers

tenían

entre sus miembros a Dnnton, Desmoulins,

Marat y Hebert. y los feuillants a los lafayetistas. Rol.Jespierre

era jacobino. (N. del T.)

obreros estaban bajo el control de los menchevi-

ques

y

de los socialistas-revolucionarios, los illdS

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antiguos enemigos de los bolcheviques, que dentro

de ellos constituían más que una ínfima minoría.

Lo que no fue impedimento para que lanzaran in-

mediatamente la consigna «todo el poder a los

soviets», cuyo aventurerismo indignó a todos aque-

llos que en Rusia y en Europa pasaban por marxis-

tas responsables.

La necesidad de federar, estructurar, concen-

trar esta polvareda de átomos desordenados -ne-

cesidad que se hizo inevitable por el desencadena-

miento de las hostilidades, la extensión del

territorio, las amenazas de desmembramiento,

etc.- no puede haceros olvidar que los bolchevi-

ques se

vieron

obligados

3.

inclinarse -e inicial-

mente supieron hacerla- ante ese inmenso

movimiento soviético «incontrolado», subordinarse

a él para insertarse en él, fundirse en él para orga-

nizarlo. ¿La dureza manipuladora de los bolchevi-

ques no es propia de vosotros? Muy bien. Pero lo

es aún menos su sorprendente flexibilidad, su

permeabilidad frente los acontecimientos, su sen-

sibilidad ante el menor cambio de temperatura

exterior. ¿Y no es, en primer lugar, esa flexibilidad,

mucho más que la dureza, la que hace a los revo-

lucionarios, y cuando se puede, a la revolución, en

el momento y en el país en el que menos se espe-

raba?

19 2

f

¡

i

~

• •.

t  

~~

~.

[   -

I~\

; . t .;

Huelga de celo en la SNCF (1)

,

:,

La lógica permite una hipótesis. Supongamos

=-soñemos en voz alta- que surgiera en Francia,

mañana, un formidable movimiento de masas vir-

tualmente revolucionario. Sacude

105

partidos,

1 , , < ;

sindicatos, todas las instituciones

y

al final, al

Estado. Irrumpe no se sabe cómo, nadie io había

previsto. Se dice: «Francia se aburre ...

»

Y después,

un slogan, como un reguero de pólvora «Veinte

años, ya basta» O treinta, o cuarenta ... En resu-

men, ese movimiento, por su propia naturaleza de

movimiento no ha sido desencadenado por voso-

tros. Vuestros reflejos y vuestros presupuestos

previos os obligan por consiguiente a pensar que

va contra vosotros. Una fuerza hostil, como es ló-

gico, es denunciada en la prensa como irresponsa-

ble, manipulada, teledirigida por provocadores

extranjeros. Si esto no basta, se ponen diques al

movimiento, se rodea o se amortigua a través de

militares y organizaciones interpuestas. Y si esto

tampoco basta, se le bloquea por todos los medios,

incluyendo la represión. Es asf -en sentido figu-

rado- como un partido en teoría revolucionario

puede ser empujado de hecho a «hacer el juego de

la contrarrevolución». No por perversidad moral

(cqlos crápulas estalinianos »), desviación teórica

(<<revisionismo») o mal análisis polftico (cincapacl-

dad de la dirección»), aun cuando no se pueda ex-

e

(1) Société Nationale des Chemlns de Fer. (La RENFE

francesa.)

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nos cerrados) (1). Esos funcionarios son irrepro-

chables, incorruptibles, eficaces: todo

c:

mundo lo

,{

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reconoce. Pero son rígidos y puntillosos con los

horarios, los reglamentos y 18s reglas de seguridad.

Sobre todo, no equivocarse de clase, mantenerse

en su lugar y llegar a la hora. ¿Quién sabe si con

un poco menos de minuciosidad y un poco más de

flexibilidad dialéctica, haciendo más cordiales be;

relaciones y autorizando algunos cambios de una

clase a otra no serían posibles algunas salidas e;,:-

ploratorias?

En 1940, Ramón Fernández y algunos otros ex-

clamaron: «Me gustan los trenes que se van», y ~' 

reencontraron en e  tren de la colaboración. VO~'J-

tros, por vuestra parte, preferís los trenes parados

a un trr-n que se extravía. Es, quizá, más prudente.

Nos quedaremos, pues, en el andén, pudriéndonos

de pie. Para mayor felicidad de la burguesía que,

por su parte, toma el avión.

Parece inútil, en estas condiciones, seguir ven-

diendo billetes, arreglando con esmero los hora-

rios y los enlaces, colocando los vagones en fila

india. ¿No sería más honesto anunciar al público,

de una vez para siempre, que sólo quedarán en ser-

vicio las vías de interés local, que realizan el tra-

yecto hasta las alcaldías, consejos regionales y ge-

nerales? Y de-cir que

las líneas

de

circulación

g¿ne-

ral están cerradas hasta nueva orden.

Con una nota

encima de las ventanillas: «Haced auto-stop. Com-

praos una bicicleta. Id a pie, Apañaos.»

(1) Juego de palabras del autor difícilmente traducible.

La SNCF es la Suciété Nationale des Chemins de Fer (la

RENFE francesa).

y

la extraña sociedad a la que Debrny

se refiere es la

 société nationale

des

chemins

Ierrncs . <N,

del T.)

VIII

EL PROGRAMA, SIEMPRE

EL PROGRAMA ...

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. -

El programa: una neurosis sin precedentes

~

Vuestra angustia es contagiosa. Hace tiempo,

encontraba en el folleto del programa común, pun-

tualmente leído y releído cada año, un poco de

buen sentido, algunas audacias alentadoras y un

poco de aburrimiento. Como todo el mundo. Des-

pués vino la ansiedad del verano de 1977 y pude

ver sus insuficiencias, sus imperfecciones. Las nu-

bes se amontonaban en los espíritus dóciles, tapan-

do el horizonte

y

sumiendo en la oscuridad todo

el paisaje. Después, la televisión hizo estallar la

tormenta. Entonces, como muchos ot.ros, comencé

a hacerme preguntas.

Vale más la pena tener un programa de gobier-

no, antes de formarlo, que no tener ninguno, y es

mejor uno bueno que uno malo. He ahí una verdad

magistral: es preferible ser rico y saludable que

pobre y enfermo. Como también vale la pena tener

una brújula en el bolsillo cuando se sale de excur-

sión. En camoio, hacer de este saludable objetivo

la condición necesaria, fundamental y sine qua non

de toda alianza política posible, obliga una vez

más a abandonar el terreno de los hechos y de los

principios.

Si no fuese porque hace saltar las lágrimas, esta

fanática fijación a las sacrosantas iineas de un tex-

to habría podido desencadenar un ataque de hila-

~;

ciones e instrumentos de ejecución, puesto que no

había allí ningún partido socialista para efectuar

un escandaloso viraje a la derecha a

últim a

hora.

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ridad. Tanto más por cuanto, según una tesis cé-

lebre, se debe estallar en carcajadas a la vista de

lo «mecánico aplicado sobre lo vivo». En efecto,

la superstición del programa se refiere únicamente

a ur.., concepción

mecanicista

del mundo, aparen-

te.nente liquidada por la dialéctica revolucionaria

desde los descubrimientos de Karl Marx y Frie-

drich Engels. ¿HJ.brá, pues, que creer a aquellos

que, como Daniel Lindenberg, han demostrado las

terribles dificultades de aclimatación de la obra de

Marx en el medio ideológico francés?

Se programa una máquina, pero no el curso vivo

de las contradicciones políticas y sociales que po-

nen

ü. : • .. •

suciedad en estado de agitación. Se pro-

grama una secuencia de desarrollo económico, por-

que en ese terreno los datos son numéricos, los

parámetros cuantitativos y los objetivos cuantifi-

cables -a pesar de todo. lee sinsabores en la

materia aconsejan la modestia-, pero no se pro-

grama una transición sociopolftica. Ni el capitalis-

mo al socialismo ni del socialismo al comunismo.

¿No os acordáis, a este respecto, de las desgracias

de Krustchev y del programa solemnemente adop-

tado en el

xxn

Congreso del partido comunista de

la Unión Soviética, en 1960, con cantidad de deta-

llf~s y precisiones cifradas? Dicho programa se es-

calonaba en veinte años y fijaba las etapas del

paso de la sociedad socialista (ea cada quien se-

gún su trabajo») a los beneficios del comunismo

(ea cada quien según sus necesidades»). Sus auto-

res disponían de un control absoluto de las con di-

En definitiva, un programa de gobierno, serio, ho-

nesto, sin trampas. En aquella época fuimos muy

numerosos los que propagamos la Buena Nueva.

Yo fui, como muchos de vosotros, un propagandis-

ta aplicado -dado que entonces era miembro de

la célula de la

Ecole Normal-

e hice el recorrido

de varias secciones parisinas llevando bajo el brazo

mi programa (traducción francesa), intelectual-

mente espeso, complicado e inocente. Explicába-

mos, entonces, ante las miradas fascinadas, el en-

cadenamiento necesario de las conquistas y medi-

das que, desde las guarderías de barrio hasta las

cocinas ambulantes, desde la reducción progresiva

de la jornada de trabajo a la automatización gene-

ralizada, desembocarían en 1980 en la extinción del

régimen de salarios, la desaparición del dinero, la

gratuidad de los servicios públicos, la desaparición

de los aparatos de represión y la rotación de los

«ex cocineros» a la cabeza de un no-Estado. Dos

años nos separan del plazo previsto, y unos cama-

radas que acaban de regresar de la URSS me ex-

plican la triste nueva: que el 1.. de enero de 1981

aún quedará un poco de gente en los campos de

reeducación por el trabajo, y que aún se pagará

billete en los autobuses de Moscú.

Los expertos que se pasaron cuatro años (1956-

1960) elaborando esa fantástica ficción, ciertamen-

te hoy la han olvidado completamente, a menos

que no hayan sido olvidados ellos mismos en al-

guna

datcha

lejana. Si en Francia hubiera apare-

cido en 1978 un gobierno popular, se podría apos-

2

tar con la certeza de

un

acierto que algunos meses

de agitación y trastornos prácticos os habrían sa-

chos hijos e hijas de buena familia a la calle. lo

que no haría daño a nadie)

y,

como soñaba Saint-

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cado de la cabeza la obsesión del programa común

debidamente actualizado de 1977. En Chile. el pro-

grama de la Unidad Popular requirió un año de

negociaciones. Dos meses después de la entrada en

funciones del gobierno de Allende. sus redactores

respondían a sus propias citas con una sonrisa.

No porque se hubieran metido su bandera en el

bolsillo. plegada en cuatro, sino porque la habían

desplegado

al gran viento de la historia, bajo el

fuego del enemigo.

Un programa es una cosa excelente; hacer de

él un t6tem es una idea de economista, es decir.

una idea estúpida. El curioso lugar que ocupan los

expertos económicos en las decisiones y los apa-

ratos políticos de la izquierda, en cualquier parte,

no carece evidentemente de relación con la con-

versión del programa en monumento nacional.

Cuando los economistas reinan, mano a mano con

;~') humanistas, estemos seguros de que la política

y el materialismo serán reducidos a la esclavitud

(la servidumbre no tiene mejor máscara que la

«cornpetencia»). Si los procedimien tos de la plani-

ficación económica pudieran ocupar el lugar de la

previsión política, la humanidad se habría destro-

zado por nadadesde hace seis mil años y nosotros

podríamos (nosotros: las masas) quedamos maña-

na en casa dejando el can po libre a los «especia-

listas», con sus reglas de cálculo y sus calendarios

de vencimiento. La política dejaría de ser un «arte»

-práctica que p~lPrl :-l  ,ny1rse o no sobre una

ciencia teórica-o la facultad de Ciencias Políticas

podría cerrar sus puertas (lo cual arrojaría a mu-

Simon, el primero de nuestros tecnócratas. «la ad-

ministración de las cosas reernplaz

arí a

por fin al

gobierno de los hombres».

Seamos serios: la vida de los pueblos es una

cuestión práctica. su propia práctica. Por esta ra-

zón la historia viva nunca se ha atribuido un pro-

grama y las revoluciones que se hacen sobre el

papel. separadas en capítulos

y

parágrafo s, duer-

men aún en los cajones, Las programaciones son

lineales, mientras que las vías al socialismo son

zigzagueantes. Súbito estallido de Octubre que

coge por sorpresa los mejores

pr onós ticos.

Más

tarde se esperaba la llegada del Thaelmann: llegó

Hitler. Tras el fracaso de 1928. China fue borrada

del mapa de las estrategias políticas: comenzó la

revolución. En 1958 teníais los ojos fijos en Berlín.

por donde pasaba el eje del mundo. la frontera de

la guerra y la paz. y a vuestras espaldas unos idea-

listas barbudos y sin programa entraban en La Ha-

bana. Este juego del escondite no tiene fin. La his-

toria avanza por el lado malo, a nuestras espaldas.

No se atrapa a la dialéctica en una columna de

cifras. Lenin, a pesar de todo, condujo a las masas

rusas a la revolución de Octubre con

tres palabras,

a guisa de programa: «Pan, paz y tierra.»

~

Los hechos ante todo. ¿Qué dice la historia,

nuestra historia?

No hablamos del programa común del 89 ni de

la Comuna. sino de antes de ayer. Nos recordáis

a menudo que el Frente Popular aportó a la clase

obrera dos conquistas decisivas, irreversibles. Pero

nunca nos recordáis que para sellarlo bastó una

plataforma de acción común de los partido» socia-

tretanto, y había surgido un acontecimiento impre-

visible, como lo son las guerras y las revolucio-

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lista y comunista (impuesta a los aparatos por la

base, que ya había hecho la Unión en la calle, un

hecho consumado antes de los primeros encuentros

en la cúspide) hecha pública el 23 de setiembre

de 1935 y que cabe en dos páginas. Sin duda, pa-

recía que no se podía ir a las elecciones, al gobier-

no quizá, con una declaración de intenciones tan

somera. Así, se reunieron diez organizaciones para

elaborar el programa de reunión popular hecho

público el 11 de enero de 1936, cuyos dos capítu-

los --«reivindicaciones políticas» y «reivindicacio-

nes económicasn-c- caben en cuatro páginas. Las

vacaciones pagadas, curiosamente, no figuran en

ellas. Tampoco el principio de contratación colec-

tiva del trabajo, es decir, ¡las dos conquistas más

importantes, las más simbólicas del Frente Popular

y

esto por la simple razón de que se obtuvieron

en las calles y las fábricas después de las eleccio-

nes de mayo de 1936, a causa de aquella marea de

huelguistas que nadie, ni vosotros ni los socialis-

tas, había previsto y aún menos organizado. Es, no

obstante, ese movimiento social incontrolado y casi

incontrolable (chay que saber terminar una huel-

ga») el que impuso a la patronal y al propio go-

bierno la firma de los acuerdos Matignon (7 de

junio de 1936) y no, en cambio, la «ejecución» de

aquel contrato firmado algunos meses antes. Y si

el Frente Popular se dislocó en 1937, no fue a

causa de tal diferencia de interpretación o cual

deficiencia de redacción de un programa, sino por-

que la

correlación

de

fuerzas

había cambiado en-

204

nes: la rebelión de un general desleal, Francisco

Franco. Pues un país no decide por sí solo sobre su

destino, y si, cueste lo que cueste, se quiere pro-

gramar la lucha de clases en Francia, hay que in-

troducir en los cálculos, como margen de maniobra

de un gobierno, tanto la evolución del mercado

mundial (financiero, comercial, industrial) como

las contradicciones políticas internas de cada una

de las casi cielito treinta naciones cuyo conjunto

en movimiento determina la evolución del campo

político francés. ¿Creéis que Blum habría tenido

un comportamiento más digno ante la España ma-

sacrada si se hubiera sentido «cogido» por un ar-

tículo de programa? La Resistencia creció durante

cuatro años sin programa y cuando hubo uno, en la

primavera de 1944, con el CNR, el gobierno pro-

visional se apresuró a metérselo en el bolsillo. Lo

que no impidió, tampoco, que se dieran algunos

pasos adelante en 1945 y 1946.

Conclusión política: los mejores programas

pueden engendrar lo peor. Y la ausencia de progra-

ma no ha impedido nunca lo mejor. No es una

razón suficiente para rechazar un buen programa,

pero sí para recordar que un  programa nunca ha

permitido tomar decisiones, ni siquiera las referen-

tes a su propia aplicación, y esto es válido tanto

para Francia como para cualquier otra parte.

A continuación, los principios. ¿Qué dice la dia-

léctica materialista? Lo mismo que la historia real,

y con motivo, ya que concentra los hechos en te-

sis. Cuando Marx indica en 1875, en la cabecera

de sus anotaciones al programa común de Gotha,

 

f

~

.

 

i

>

que

«un paso

tui luni

vale

más

que diez progra-

mas», no hace un chiste sino que expone una tesis

que se deduce por sí misma del conjunto de sus

dona, se opone esa empresa de voluntad y de con-

ciencia que es el socialismo. Al antiguo hecho del

príncipe, la democracia burguesa opuso el contra-

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descubrimientos. El todo de un proceso reactúa

sobre sus momentos, que no son sucesivos sino sin-

téticos. Una acción política modifica el campo de

las posibilidades, así como al propio agente histó-

rico, en ei curso de su puesta en práctica. La apli-

cación de la primera medida prevista por el pro-

grama modifica de inmediato las condiciones de

aplicación de la medida siguiente. Alteración que

puede convertir a la segunda medida en utópica o

superada, imposible o desechable. En suma, no

puede haber más plan que el estratégico. y no pue-

de haber más estrategia que la provisional. depen-

diente de las condiciones concretas. Es evidente,

«una batalla bien preparada está ya medio gana-

da», respondería Napoleón, que no por ello dejaba

de elaborar sus planes de batalla sobre el terreno,

una vez conocidas la naturaleza y la importancia

de las fuerzas adversarias y de las propias. Los

planes de campaña de las guerras prolongadas no

han existido nunca, salvo en los papeles de los es-

tados mayores en tiempo de paz o en la mente de

los vencidos del mañana.

En real idad, esas perogrulladas teóricas, que

me imagino se enseñan en todas vuestras escuelas

de cuadros (sección de materialismo dialéctico),

no pueden nada contra la influencia de una ideolo-

gía que transforma la realidad de la necesidad de

programa en neurosis. Reprocharas el que queráis

tener un programa claro, coherente, explícito, se-

ría reprocharas que fuerais comunistas. A un ca-

pitalismo que funciona solo, incluso cuando no fun-

2 6

to. A la resignación socialdemócrata ante el curso

de las cosas y las fatalidades del mercado, la de-

mocracia socialista debe oponer el plan de una

marcha decidida hacia adelante. No se domina la

historia con la indecisión en el alma y con Lellas

ensoñaciones.

El miedo

a

la historia que altera las líneas

Pero la obsesión del texto, producida por los

viejos fantasmas religiosos de las Santas Escritu-

ras (en todo marxista vive oculto un estudioso del

Talmud) y la tradición francesa del juridicismo (no

hay más garantía que la que está escrita), parece

venir de más lejos todavfa: de una visión de la

historia como desarrollo gradual, continuo y, por

tanto, pacífico, puesto que en ella se ahorran las

crisis. Sin bifurcaciones, sin rupturas, sin «crisis

nacional general». Una crisis es algo dañino de lo

que hay que escapar. Las masas intervienen direc-

tamente: nunca se sabe de dónde viene la crisis ni

adónde va. Una transición real hacia el socialismo

es una serie de saltos, un juego de la oca peligros e

en el que, cuando se va a alcanzar el paraíso, uno

puede ser devuelto al infierno; en el que nada está

nunca conquistado para siempre; en el que cada

salto pone en cuestión el conjunto de las posicio-

nes conquistadas: toda crisis revolucionaria está

preñada de una contrarrevolución. Habéis reempla-

zado este proceso dialéctico por un desarrollo

2 7

cuantitativo, acumulativo, en el que las medidas

se suman unas a otras, en línea, hasta que se pue-

da trazar una raya y obtener la suma correcta:

vida. Era una manera de estar prevenidos contra

las sorpresas de  mañana, gracias a una especie de

garantía depositada de antemano por el traidor vir-

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«socialismo». No h<1y discontinuidades, no hay pe-

ligros, todo puede hacerse en orden, desde arriba,

con serenas manifestaciones de masas para ejercer

presión sobre el adversario. Se modifica el cuadro

con pequeños retoques, pero no se toca el marco.

Se cambia la naturaleza de clase del Estado. como

si no pasara nada, paso a paso, nacionalización tras

nacionalización, añadiendo la palabra «democráti-

co» a todo aparato de Estado existente.

En otras palabra : habéis elaborado, en un apa-

rato y con unos métodos de dirección aún estali-

nianos, una concepción que es ya socialdemócrata

de la transición. Lo peor de Lenin -la teoría de la

organización vertical del Partido, enunciada en el

¿Qué

hacer?

y explotada-deformada por Stalin-

se encuentra al lado de 10 peor de Kautsky: el so-

cialismo a pasos cortos en un camino bien recto,

la sustitución de la crisis revolucionaria por una

sucesión ordenada y planificada de reformas es-

tructurales. Blum: la concepción era ligera, pero

los métodos y el aparato permitían discutir sin

hacerse tratar como policía. Lenin: el asunto era

serio. pero más valía mantenerse dentro de los lí-

mites. Entre vosotros es ligera y el estar en guar-

dia es de rigor.

No es que vosotros hayáis creído verdadera-

mente poder prevenir el desencadenamiento de la

contradicción encadenando a un texto sagrado una

formidable liberación de energías surgidas desde

abajo. Pero como mínimo establecíais una garantía

contra el futuro, una especie de seguro contra la

2   8

tual en el arca de la alianza. Tendríais algo con que

estigmatizar al impío agitando las Tablas de la

Ley, algo con que montar un buen proceso públi-

co de la forma adecuada con cuerpo del delito:

por no-observancia del Decálogo.

En este sentido, el poner-en mayúsculas el pro-

grama muestra evidentemente una falta de con-

fianza en vuestros aliados socialistas: al menos

habría existido, pues es cierto que 1<1SFIO ha de-

mostrado más de una vez lo que sabe hacer en

materia de cambios de camisa: Cuy ~:lo11et en 1956,

, Ramadier en 1947; en materia de retrocesos y di-

laciones: Blum ante España. Pero me pregunto si

ese programa piedra-de-toque no mostraría tam-

bién una falta de confianza en vosotros mismos,

en vuestra propia fuerza, en vuestra propia causa.

Un revolucionario que tiene confianza en sí mismo

no teme aliarse con reformistas. Una de dos: o el

partido socialista en el gobierno traiciona sus com-

promisos, y entonces las masas se separan de él y

prosiguen el combate uniéndose a vosotros o a

otros revolucionarios; o los respeta y entonces la

alianza se revela perdurable y son. vuestras tesis,

la causa del socialismo, la que triunfa. Tanto en

un caso como en el otro correspondía a las masas

populares, a todos nosotros, a cada uno de noso-

tros, el juzgar mediante pruebas reales el compor-

tamiento de cada cual. No os correspondía a voso-

tros arbitrar la partida, pues de ese modo os con-

vertís en jueces y juzgados. Y sobre todo no antes

de que haya comenzado. Habéis sustituido con una

celeridad sospechosa (democraticemos también la

sospecha) el proceso real, único apto para deci-

dir, por el argumento-ficción de una traición socia-

que la bataila hombro a hombro contra el adversa-

rio se iniciara en otra parte además de sobre el

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lista que nadie podía excluir pero que nada real

probaba. Como si cerrar las ventanas os sirviera

para arreglarlo. Como si tuvieseis miedo. De las co-

rrientes de aire. Del movimiento de masas. De la

historia. De tener que moveros con ellas. De ser

sacudidos. Miedo del riesgo.

Sois los militantes más valientes y lo habéis

demostrado cien veces. No hablo aquí, evidente-

mente, de un miedo psicológico y menos aún físi-

co. Hablo de un miedo LOGICO. El miedo está ins-

crito en el corazón del sistema, del que se deduce

necesariamente. Punto de propagación: el primer

término de la relación de orden (somos la clase de

vanguardia). Punto de caída: miedo a los desmen-

tidos de la experiencia. La relación de orden ve

en todo desorden la peor de las subversiones: su

propia subversión. La peor de las amenazas: la que

podría derribarla. Centro de emisión del miedo:

una idea subterránea (aquella sobre la que reposa

el equilibrio interno de vuestro partido, así como

su posición en la historia). Area de recepción:

frente a nuestros ojos, en nuestras orejas, el ana-

tema, la exclusión, la desconfianza, el repliegue

sobre sí mismo, la petición de garantías, los pro-

cesos de intención. Con el carro delante los bueyes

no avanzan. En vez de impulsar, el programa blo-

quea. Al principio, la idea parecía buena: esperar

que la práctica resolviera )0 que ninguna discusión

teórica habría podido resolver. Pero para ello era

necesario que dicha práctica pudiera comenzar Y

I

papel. El punto previo ideológico que sirvió du-

rante veinte años a la SFIO para rechazar toda uni-

dad de

acción

de la izquierda, sólo se podía supe-

rar a condición de dar realmente prioridad a la

acción <omún. No lo habéis querido y henos aquí

-e  juego de la oca obliga- retrocediendo treinta

cas it lo s en 1948.

¿No habéis querido o no habéis podido? Lo

cierto es que una unión por arriba es tan insensata

como una unión sobre un programa: los dos con-

trasentidos no son más que uno. Exigir a una opo-

sición que estrene su unidad mediante un progra-

ma de gobierno detalJado es pedir demasiado,

y

la

Unión

de :

la izquierda es un asunto excesivamente

serio para ser dejado en manos de los partidos de

la izquierda. La experiencia indica que la unidad

se ha producido siempre de abajo arriba, de un

modo práctico, y no bajo la f~~~,a de un programa

que desciende de arriba abajo. La base es nece-

sariamente unitaria por instinto, los aparatos son

sectarios por naturaleza. La potencia del pueblo

está en su unidad, la potencia de los aparatos está

en su autonomía,

y

cuanto

más=se

oponen al parti-

do vecino, más consolidan su influencia sobre su

propia base. En 1934, los comités de vigilancia an-

tifascistas surgieron sin previo aviso en la perife-

ria de los partidos y la unidad se forjó en la calle

los días 9

y

12 de febrero, se selJó con la sangre

mezclada de los militantes antes de que se hiciera

con tinta en las oficinas. Las barras de plomo

y

los revólveres de las juventudes patrióticas de

,

.'';.~.

.

Taittínger, de los marinos del rey y de los policías

de Chiappe unieron aquello que no hubiera podido

La

izquierda

no existe

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más que disgregarse ante los micros y las cámaras

de los periodistas, con los protocolos, los pundo-

nores y las cabeceras de mesa que se convierten

en patéticas desde el momento en que cesa el fue-

go. E incluso cuandc la sangre corre, las institu-

ciones tienen

un

honor que defender y un presti-

gio que salvaguardar: pero queda la pregunta

-¿capital?- de saber quién ha tomado la iniciati-

va

del camino unitario y, por consiguiente.

quién

obtendrá el beneficio en caso de éxito y el argu-

mento de disculpa en caso de fracaso. Viejo refle-

jo. Al día siguiente del 6 de febrero de 1934

-treinta muertos, heridos por centenares, la Re-

pública a dos dedos del precipicio-, la federación

socialista dei Sena dirigió a vuestro comité central

una petición urgente de reunión común. Vosotros

la rechazasteis con los insultos al uso: un partido

comunista digno de ese nombre no responde a una

invitación que no haya lanzado él (como tampoco

dimite un militante: se le excluye). Sólo necesi-

tasteis tiempo para retomar la proposición por

vuestra cuenta y hacérsela llegar al partido socia-

lista en el mes de junio, esta vez en conformidad

con las reglas. La representación, después, ha

cambiado el-ritmo pero no el plan de la obra. El

protocolo, en la izquierda, sigue siendo severo. Los

hombres y los programas pesan, la etiqueta se

mantiene.

. I í

La unión no es un objetivo en sí, diréis. El pro-

grama existe para darle un contenido, para fijar lo

que se debe hacer. ¡Basta de opiniones  ¡Hay que

ser realista Sea. Pero entonces seámoslo hasta el

final. ¿No vivimos, a este respecto, en una eviden-

cia peligrosa, según la cual el más pequeño deno-

minador común es el que permite obtener el mayor

número de firmantes? ¿Acaso el poder de convoca-

toria de un programa crecerá haciéndolo lo más tri-

vial posible? Vosotros conocéis esos textos sobre

esas reivindicaciones (que dan a los intelectuales,

además del sentimiento de su propia importancia,

la ilusión de tener verdadero peso político) que

pasan por el largo proceso de las correcciones suce-

sivas, compromisos, añadidos y comas, y que llegan

a las manos de sus destinatarios tan lisos y tan

pulidos que ya no quieren decir nada. Los intelec-

tuales del Partido tienen a este respecto un entre-

namiento sin parangón: en cinco segundos os liman

y cepillan cualquier cosa, hasta adaptarla al modelo

garantizado de reivindicación democrática. A su

manera tienen razón: más incolora será la cosa, más

inodora e insípida, y menos riesgos, fallas o impru-

dencias habrá, mejor guardada quedará la retaguar-

dia y más amplio (luego «democrático») será el

abanico de los firmantes. ¿Es ésta, según la fórmula,

una verdadera manera de ir hacia delante? No es

éste el contratiempo que se produjo en 1972 en la

redacción del famoso programa (contratiempo sin

duda inherente a cualquier empresa de este género).

2 3

'. ;  \

i

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. .

 

IliIIi

.~Y J; , .

¿Pa; u qué sirve ya?

¿Qué es un partido político?

El medio a través del cual una clase conquista

y

preserva su dominación.

¿(l11é

-s

un partido revolucionario?

Un instrumento puesto a la disposición de las

clases dominadas, que les permitirá convertirse en

dominantes construyendo otro tipo de Estado: el

suyo.

Un 6rgano inseparable de su función: la subver-

sión concreta de las relaciones de dominación ins-

tituidas, la conquista del pode;  ;d Estado. ¿Qué

habrá que venerar más, el instrumento o el trabajo?

No se trabaja sin herramienta, no se produce el

socialismo sin una palanca para provocarlo: sin

partido. Perú si tal herramienta, en un momento y

en un lugar determinados, presenta un rendimiento

débil, superado por la competencia técnica, o se

muestra como simplemente impropio para la pro-

ducción, el artesano concienzudo, que se debe a su

tarra más que a sus recuerdos, encontrará muy na-

tural, si es preciso, fabricar otro.

¿Qué hay que respetar más, el ejército o la vic-

toria? ¿Puede existir victoria popular sin ejército

popular? Sí, ¿Puede existir un ejército sin discipli-

  3

na, sin dirección centralizada, sin cuadros organi-

zados, experiencia y selección del personal? Sí. Pero

si hay que ser

eficaz 

vale más serlo hasta el final,

es decir, darle al fin (la conquista) la prioridad so-

sí mismo; transformar el medio en su propio fin; ha-

cer de su partido, más que de la propia revolución,

su patria y su horizonte, es querer marchar cabeza

abajo: proeza física, y quizá heroica, pero que nun-

ca permitió avanzar a nadie.

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bre el medio (el ejército).

¿QiJé se diría de un país en guerra en el que los

jefes militares mostraran come partes de victoria

: : : 1 aumento regular de sus efectivos y la mejora del

armamento? ¿De un ejército que diluyera poco a

a

poco su

capacidad operacional

en.la

logística, des-

pilfarrando sus 'fuerzas en la tarea de rehacer sus

propias fuerzas? ¿De una vanguardia que estuviera

toda ella ocupada en el mantenimiento de sus bases

de 'et::l~llardia? ¿De una estrategia militar en la

que el principio de conservación de las fuerzas pro-

pias anulara el principio de destrucción de las ene-

migas, h .:>lü el punto de presentar como un triunfo

el solo hecho de escapar al aniquilamiento?

Se dirá una vez más que la política es una cosa

demasiado seria para dejarla en manos de los polí-

ticos. Y pronto se verá a los civiles de ese país dán-

dose a si mismos otro mando militar, otra estrate-

gia, otros principios de organización. Los imperati-

vos del combate son más importantes que los de la

cortesía. Rehusando hundirse en la arena en algún

desierto de los tártaros -fortaleza inexpugnable,

disciplina impecable y existencia inútil-, a la espe-

ra de una batalla inminente, decisiva y siempre di-

ferida, los locos harían una elección razonable, pues

pasarse la vida de uniforme dando brillo a los fusi-

les es perder de todos modos por doble partida: la

vida en primer lugar y la guerra a continuación.

Separar al órgano de su función bajo la forma

de un aparato cuya función es la de reproducirse a

  4

El tiempo y ias buenas costumbres han conver-

tido esta perversión radical de la noción de partido

en la segunda naturaleza de los militantes, una en-

fermedad mortal en un ronroneo de buena salud

y una pura locura en el buen sentido general. Si

algú n día saliera de su tumba, Marx se moriría de

risa.

Origen

=

Término

· t

Ley: un partido que se considera a sí mismo

como sujeto de la historia no puede más que tomar-

se a sí mismo como su propio fin. La «sustitución»

engendra la «autoconservación» hasta el infinito,

la ilusión de suficiencia la suficiencia de una ilu-

sión, el idealismo en cabeza el sectarismo en la

cabeza.

«Siete millones de votos socialistas, ¿para qué

si no es para ponerlos al servicio de una política

nueva?» (L Humanité.) Un millón de miembros del

partido comunista, ¿para qué? ¿Burlarse de los so-

cialistas o abrir una brecha en las defensas del

adversario?

«Sostener al PCF aún más masivamente», cier-

to, pero ¿con qué objetivo? ¿Con el objetivo de ve-

rificar lo bien fundado de la línea y de responder

a los deseos de la dirección, que últimamente se ha

«asignado una ambición elevada»: llegar a las diez

22 5

t r

mil células de ertlpresa antes de final de año y diri-

girse con coraje y resolución hacia el millón de 25.-

sea una desgracia que tal partido prefiera su ser

a su ra zón de ser, y confunda los progresos de su

potencia con los de su causa. Vuestr-o nartidocen-

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liadus? «El dCfiarrollo del Partido ha alcanzado un

grado que le p(:rrnite contemplar ese objetivo de

una manera concreta, a bastante corto plazo, quizá

en los próximos tres años.» (Paul Laurent, informe

al Comité Central, 10 de noviembre de 1977.) El

objetivo principal d=I Partido, en 1977, es, por tan-

to, llegar a la cifra ya rozada en 1945. Noble y exal-

tantetarsn que

se rá

necesario fijr rse de nuevo, sin

duda, en 2000, después de la «contracción momen-

tánea» de los efectivos, que habrá seguida en 1987-

1995 al crecimiento de 1978. Hace cien años, un

fantasma ágil y esquelético recorría Europa. Hoy,

existe uno que

Va

y viene regularmente, recorrien-

do las estadfstlcos.

Que 611.000 hombres y mujeres se encuentren

hoy agrupados en 26.099 células (entre las cuales

9.558 ~on de empresa, 10.611 locales y 5.930 rura-

:~,, es, dice Pau] Laurent, «un acontecimiento pri-

mordial

en el pnlsaje polftico francés, sin preceden-

te en la historin del movimiento revolucionario es

el hecho de que se califique de

«acontecimiento»

la confirmación estadística de una continuidad,

prueba de un curioso sentido de la historia en el

que la estfucturn ocupa el lugar del cambio. Pero

calificarlo adellll' 'l de

primorial

es confesar que el

medio, y no el objetivo, es q ríen tiene la prioridad.

El narcisismo de partido se afirma siempre como

un altruismo: st, es una suerte para los trabaja-

dores franceses que ~;.;;-:;:-;¡;:-r. de tal partido. Pero

aún tendrían más suerte si dispusieran de un Esta-

do y de una Sociedad en la que su causa estuviera

en condiciones de triunfar. Y, entretanto, quizá

22 6

trismo no es causado por el cálculo o el cinismo:

supone que la perservación de la herramienta sirve

de modo automático a los intereses a largo plazo de

los trabajadores. De una máxima teórica irrefutable,

no hay socialismo sin Partido, la práctica deduce

una conclusión injustificable: ¡mejor nada-de-socia-

lismo que nada-de-partido Todo ser político o bio-

lógico tiende a persistir en su ser. Pero un partido

comunista tiene como característica particular que

puede considerar su instinto de conservación como

una conquista revolucionaria persuadiéndose a sí

mismo de que si mañana se debilitara o desapare-

ciera serían las posibilidades de la revolución las

que se debilitarían o desaparecerían. Una cosa lleva

a la otra, y la reproducción del Partido (el aparato,

la corriente de afiliaciones, la formación de cua-

dros) se convierte en algo más importante que la

realización del fin propuesto (la instauración de una

sociedad socialista en el exterior del Partido). Exis-

te sin duda un inmenso mérito moral -que supone

una gigantesca inversión de energías vitales, de una

generación a otra- de mantener, frente a perma-

nentes obstáculos, la identidad de una institución

a través de los bruscos movimientos de la historia,

las medias vueltas de la ideología. las mutaciones

del medio. Pero este mérito, en cierta forma nega-

tivo (tapar las brechas, compensar el desgaste,

reemplazar los carnets no renovados por una nue-

va campaña de entrega de carnets «llevada a tam-

bor batiente», etc.), irá poco a poco convirtiéndose

en progreso positivo, virtualmente suficiente. Orden

  7

cumplida: el Partido aguanta. La burguesía tam-

bién: misión olvidada. Cuando el adversario de cla-

se no esconde que intenta conseguir la reducción

efectiva del Partido, prediciendo su declive, orga-

1

 . --

.

lario la extinción progresiva del Partido en el pe-

ríodo de transición. No se puede preparar realmen-

te la primera sin prepararse mentalmente para la

segunda. Del mismo modo que los «cuadros» (esa

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nizando sin cesar su aniquilamiento práctico, se

concibe que la simple supervivencia pueda ser con-

siderada como un motivo de orguIJo legítimo. Con-

vertirla en una victoria de alcance histórico satis-

f  ar á plenamente el amor propio de les militantes, y

los intereses finales de los adversarios. Y es así

como la perennidad se metamorfosea, de batalla por

la renovación de los carnets en campaña de adhe-

siones, en la jugada central; un porcentaie de avan-

ce a escala federal se convierte en un progreso

objetivo del socialismo en el país; el cuerpo mate-

rial del Partido -numéricamente comprobado-

en su alma, y la salvaguardia del primero en la sa-

lud de la segunda.

La liga de la Patria Francesa, fundada por Ju-

les Lemaitre, tenía como objetivo declarado «man-

tener y fortificar en los afiliados el amor de la pa-

tria y del ejército». Alcanzado este noble objetivo

(nosotros somos, en la izquierda, la prueba vivien-

te), la liga se disolvió. ¿Es que acaso el PCF tiene

como objetivo mantener y fortificar en los militan-

tes el amor al Partido? ¿O bien su objetivo es acele-

rar de modo práctico el advenimiento del comunis-

mo? Si la segunda respuesta es la correcta, no hay

nada más formalmente contraindicado que una fi-

jación sobre el objeto-Partido. Ya existen bastantes

obstáculos en el camino del comunismo para que

además se le

añada

tal perversión. Si la extinción

progresiva del Estado -marca de identidad de co-

munismo- no es una frase vana, tiene por coro-

  8

~~~-

¡

 ~\ 

,.

1   :

,

  f - · ·

 

tA.

; ; . ;

~

1 1

e - . ;

t   - .

palabra odiosa, decía ei Che) en un país socialista

deben tener por misión la edificación de una socie-

dad que no tenga ya necesidad de r.ll~rlros, un par-

tido comunista, por su parte, está obligado por su

propia naturaleza a preparar las condiciones de su

propia extinción. Un partido revolucionario no se

hace para durar, sino para ser abolido: su victoria

implica su propia disolución. La r:l~rfota, bien

es

cierto, toma a veces la delantera.

«El Partido»: las comillas y la mayúscula indi-

can de modo bastante claro que, en lo sucesivo, se

ha convertido en la referencia última, la totalidad,

el absoluto (en el sentido propio de la palabra: lo

separado). Ha conquistado tanta autonomía con

respecto a su función -el órgano se ha convertido

en

aparato,

de manera que se exorcisa la degrada-

ción, se conjura la entropía, pasando de lo visto a

lo «maquínico»-, como con respecto a la clase y

al movimiento social. Aquellos que han estudiado

de cerca en plan erudito vuestro vocabulario, han

observado la existencia en el cuerpo del discurso

comunista, a través de fluctuaciones, combinacio-

nes y permutaciones del léxico, una sola invarian-

te (1): el Partido, es decir, el grupo, con sus valo-

res y su permanencia. Es la palabra estadística-

mente más frecuente en vuestro discurso, el núcleo

central de vuestro lenguaje, su eje primero y últi-

(1) Dominique Labbé: Le DiscOUTS communiste (Fonda-

tion des Sciences Poli tiq ues).

  9

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cualquiera, la pesada e imponente máquina que

tenéis entre las

  .? 10S

-cien veces más pesada

que la voluntad de los más audaces- os impide

la salida en masa de las trincheras, la ruptura im-

como si existiera una contradicción entre el pro-

yecto estratégico y las estructuras políticas, entre

los deseos explícitos y el techo de las posibilidades

reales. (En rigor, la observación valdría también

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prevista que hace arrancar a la revolución (o de-

sencadena la contrarrevolución: esta incertidum-

bre está en el centro de toda crisis nacional). Os

condena a no ver en esta ruptura ctr.; cosa. que no

sea un salto en el vacío o una pura provocación,

tal como pensaba en su día la mayor parte del co-

mité central bolchevique, según se desprende

de

 a

lectura de las cartas conminatorias de Lenin. Y

ellos, sin embargo, no tenían gran cosa que perder

como Partido: casi ninguna propiedad o inmueble,

sin representaciones parlamentarias, cargos locales

y funcionarios en el centro, sin posiciones adquiri-

das, ni intereses de aparato que defender. Esta es, .

por otra parte, la razón por la cual Lenin -con

Trotsky y algunos otros- pudieron finalmente

convencer a sus reticentes camaradas de arriesgar-

se al asalto del todo por el todo. Lo cierto es que,

en octubre de 1917, el comité central del partido

bolchevique contaba, en todo y para todo, ¡con

tres

permanentes  Esa fue su suerte. ¿Será acaso nece-

sario hacer una regla de tres con el número de

vuestros permanentes para calcular nuestra des-

gracia? Felicitémonos en todo caso por la imposibi-

lidad de comparar las situaciones.

Falta una constatación, válida a mayor escala

e impuesta por

toda

la historia contemporánea.

Nunca, en Occidente, un partido comunista -le-

gal, potente y sólido, con casa propia y presencia

en el Parlamento-- ha podido desencadenar  

proceso de ruptura efectiva con el capitalismo. Es

2 3 4 0

para Oriente, pero el caso chino y vietnamita nos

llevarían muy lejos.) El ejemplo checo -sli1-'unien-

do que se tenga aguante para olvidar el tipo de

socialismo que resultó de él- no es ni siquiera la

excepción que confirma la regla, pues la sombra del

Ejército Rojo y de la guerra mundial falsean de

entrada los datos del problema. Inferir de este he-

cho -cuya constancia hará pronto de él una ley,

pues ya os ocupáis vosotros de que sea así- que

los caminos de la revolución o del socialismo pasan

por la puesta fuera de la ley o la destrucción del

partido comunista, no es más que una locura pu-

ramente intelectual: la historia contemporánea

muestra en este aventurerismo no menos esterili-

dad que en aquel legalismo.

La

divisi6n del trabajo

r

h,

Si bien la espléndida durabilidad de los partidos

no hace olvidar a los «smicards»

(1)

su semanada,

sin duda les hará más tolerable la explotación. Por

su sola presencia, el Partido compensa, oculta y

da seguridad, todo a la vez. Prevenir continuamen-

te el mal que rep.-esentaría su destrucción, ¿no es

ya un bien? Si siempre está ahí, no se ha perdido

nada. Si se reflexiona, tampoco se ha ganado nada

 1) Smicard: En lenguaje coloquial, los que cobran el

salario mlnimo. (N. del T.l

23 5

decisivo. Pero la esperanza evita los males de la

reflexión. La victoria quedará, pues, para maña-

na: «No fallar en el 78»; «Arrancar un buen acuer-

do»; «Reforzar el Partido»; «Hacer más y mejor».

cias al martirio de algunos,

y

si los cristianos

: 1 ;

inmolarse pueden hacer el sacrificio de la eficacia,

los revolucionarios sólo quieren la eficacia del sa-

crificio.

¿Propagar una doctrina, difundiendo las bue-

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Es el tonel de las Danaides: una ola de afiliados se

va, otra la reemplaza. La rotación acelerada de

los efectivos segrnenta el círculo vicioso en líneas

de sprint pene novedad allí donde todo se repite,

convierte

lInq

audacia calla llamada a la unión y en

un disgusto pasajero la ruptura qUE: la sigue.

¿De qué se trata, en definitiva? ¿Cuál es la uti-

lidad de eco obstinado, meticuloso y agotador tra-

bajo de organización, que consiste en reorganizar

lo que los acontecimientos desorganizan, en re-

construir las células degradadas, en remontar el

curso de los tiempos?

¿Se trata de defender los intereses materiales

de los trabajadores? Pero ésa es la función de los

sindicatos. Y no tienen noticias de que en Suecia,

por ejemplo, los trabajadores estén peor defendi-

dos por la LO que los de

~q ~;

con la CGT. Por

otra parte, la prosperidad obrera puede ser supe-

rior en un país capitalista sin partido comunista

importante. Eso no es, por tanto, lo esencial.

¿Dar testimonio de una gran idea mediante el

pipmplo

yIa

abnegación? El comunismo no es una

idea ni un ideal, sino el movimiento real de la so-

ciedad capitalista: no es objeto de fe sino de cien-

cia. Los mejores cristianos pueden convertir el mi-

litantismo en apostolado, dar testimonio de justicia

mediante actos ejemplares aislados, pero nuestro

objetivo no es ganar el Cielo ni volver a la Tierra

Prometida. Nuestro objetivo es vencer, con y para

el pueblo. El triunfo de todos no se obtiene gra-

236

I~

nas ideas para hacer retroceder a las malas? Pero

el Partido no es una asociación de propaganda ni

una escuela de reciclaje. En cuanto a la doctrina,

ha dejado ya de existir. Si antes era un conjunto

de tesis, el marxismo-leninismo se ha convertido

en tarjeta de visita, tan rápidamente escondida

como exhibida, pues nadie sabe ya lo que hay que

tomar y lo que hay que dejar de ella.

Misterio: ¿cómo puede sobrevivir un partido a

su necesidad objetiva, una vez imposibilitado de

llevar a cabo su misión? El PCF no ha podido, has-

ta ahora, transformar la sociedad francesa. Se nie-

ga incluso a pensar en la formación y en el ejerci-

cio de un gobierno. No hace ni .puede hacer de la

oposición una razón de ser y un status moral, a la

imagen de esos intelectuales que se sienten tanto

mejor a la izquierda cuanto más lejos está de asu-

mir sus responsabilidades, ante la faz del mundo

y ante la propia. ¿Si Billancourt (1) no es la resi-

dencia preferida de las almas buenas, habrán emi-

grado quizá a la casa de cristal del coronel Fabien?

Los hombres tienen frío. Un frío inmenso, irre-

mediable. ¿Para qué sirve un partido, en última

instancia? Para estar abrigado. Yeso no es cual-

quier cosa. Suficiente, en todo caso, para justificar

su existencia. El Partido no hubiera sobrevivido

nunca si no hubiese asegurado por turno una espe-

} .

 

(1) Lugar de los suburbios de París en que se halla la

fábrica Renault, (N, del T.)

237

cie de supervivencia a tantos hombres -y a un

número menor de mujeres-, en un período privile-

giado de su existencia. Si no garantizara esta com-

plicidad, esta sensación de pertenecer a un todo

compacto, esta locura compartida que permite a

desaparecer un montón de arena que afeaba el pa-

tio del cuartel. Hacía un agujero para meter la are-

na dentro: otro montón. Lo volvía a sacar: otro

agujero. ¿Gracioso? Antaño, en la Rusia de los

zares, era un suplicio -la noción de trabajo pro-

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sus miembros, en un momento dado de su vida,

vencer

2

la muerte y a la soledad. Aquel que escu-

pa sobre esta fraternidad a que me refiere es un

cadáver ambulante. ¿El Partido, objeto de arte?

Quizá, al estilo de esas máquinas elaboradas por

el escultor Tinguely, de esos dispositivos costosos

y sofisticados que funcionan haciendo mucho rui-

do, consumen mucha energía eléctrica y no pro-

ducen nada. Pero es también mucho más: una

fuente personal de una vida mejor que se extrae

del ser-conjunto de la vida de Partido. Este senti-

miento de pertenencia vence a la soledad como el

reagrupamiento en un recinto -¡sagrado, y con

motivo - expulsa a la muerte y a su dispersión

molecular, como el espíritu del cuerpo conjura la

angusr+ entrópica del polvo y la impotencia por

disolución. Imposible ser uno mismo sin estar en

alguna parte entre uno mismo: ese

nosotros

admi-

rable del Partido, del que Chabrol acaba de trazar

un maravilloso cuadro en La Folie des miens.

El desprendimiento de calor propio de todo

consumo de energía, tanto individual como colec-

tivo, puede velar, en la exaltación, el absurdo ob-

jetivo del trabajo efectuado. Visto desde fuera, con

los ojos de la cabeza y el frío en el corazón, admi-

tamos que se pueda plantear la cuestión del senti-

do. El zapador Camemben

IJLI

Lt:uía otra elección

cuando el ayudante de campo le ordenaba hacer

23 8

ductivo aún no había sido concebida ... - para los

deportados de la Casa de los Muertos: cavar y lle-

nar agujeros, en la estepa, sin razón y sin objetivo.

La estricta inutilidad del desgaste físico era sufi-

ciente para la tortura moral del prisionero. Voso-

tros no estáis cautivos ni sometidos a tortura:

vuestra abnegación es voluntaria. La tragicomedia

de los efectos no velará nunca a mis ojos la gran-

deza de la causa.

Ni tampoco el reparto de los papeles en ese

teatro del absurdo. En el centro de las luchas: la

armonía. Entre izquierda y derecha, ese entendi-

miento hostil. La feliz división del trabajo elevada

a la categoría de institución (la no-alternancia)

satisface a unos y a otros: los sentimientos a la

izquierda, los intereses a la derecha. La izquierda

tiene hermosos partidos, la derecha, un hermoso

Estado. Dichos partidos no impiden el buen funcio-

namiento del Estado; bien, dicho Estado no impide

el buen funcionamiento de los partidos. En cada

congreso, cada dos años, aquéllos se felicitan por

su cohesión reforzada, por el lujo creciente de ad-

hesiones, por la grandeza de ia causa y por lo jus-

to de la línea «verificada en todos sus puntos por

el movimiento impetuoso de la vida». Tras cada

elección en el consejo de ministros, cada cinco

años, éste se congratula con menos grandilocuen-

cia pero con más motivos. Mientras que la derecha

23 9

~

~

t. i

  : t; .

~

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J' .

'~

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~.

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. -

i i ' : 1 , ' :

Queridos camaradas

-pl~S

lo seguiréis siendo

a mis ojos-, no he tenido nunca la debilidad de

pensar que os tomaríais la molestia de contestar a

un advenedizo. Un partido tan potente y respon-

sable como el vuestro no tiene tiempo que perder,

y no va a ser mañana cuando los estados

de/ánimo

de un pequeño burgués perdido i.urbarán a «la gran

fuerza tranquila». Tenéis el pellejo duro

 

los pico-

tazas de los mosquitos ya no os sirven ni como

distracción. Conocéis el revisionismo de los inte-

lectuales. Por nuestra parte, también conocemos el

sectarismo obrerista. Nada nuevo, todo ha sido di-

cho. ¿Entonces, por qué volver sobre ello?

Porque me despido. Una cierta herencia fran-

cesa y cartesiana me ha persuadido de la necesi-

dad de poner en claro, antes de -hacer mi reveren-

cia, las dos o tres pequeñas cosas Que me habéis

enseñado últimamente. y expongo mis razones sin

hacerme ninguna ilusión. La historia es racional,

pero los hombres que la hacen no están movidos

por la razón y los mejores argumentos no han

convencido nunca a nadie para que evite hacer lo

peor. Vosotros seguiréis vuestro camino. que no

lleva a parte alguna. Y yo no seré el primero ni el

último en salirme por la tangente.

Sin embargo, no debéis sentiros demasiado con-

tentos de vosotros mismos. No os apoyéis derna-

  4 5

siado sobre el refrán que dice: «Cuando la histo-

ria se repite, la segunda vez es una farsa» Esta

vez muy bien podría suceder que la comedia tome

un ligero aire de tragedia. Porque, en lo sucesivo,

nadie puede ya equivocarse sobre los callejones sin

mujeres no son las más dulces, como la crónica

reciente os ha recordado-- que no han cedido a la

desenfadada inflación de los símbolos, que aún

sienten respeto por las palabras que emplean. Que

saben llegar a la hora a las citas y tratar seriamen-

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salida en los que os metéis, y nos metéis a noso-

tros, vuestros rehenes silenciosos. ¿Y si vuestros

prisioneros, de repente, se rebelaran? Y si estuvie-

ran hartos de escuchar las mismas letanías: «Nada

serio puede hacerse sin los comunistas», dice uno.

«Nada serio puede hacerse con los comunistas),

dice el otro, o el mismo cinco años después. «El

anticcmunísta es un perro», lanza un espectador

filósofo. «El comunista es otro perro», le repite una

voz metálica, en eco ... la suya diez años más tar-

de. Los coros griegos tienen estos cantos alternos

y las víctimas giran en sus jaulas, bamboleadas en-

tre dos verdades que se anulan, entre dos campos

que juntos tienen razón. Este tipo de fatalidad se

vuelve insoportable. Hay que romper esos barrotes

antes de que consigan romper nuestra voluntad de

salir. Y hay que inventar un nuevo camino.

Puesto que me obligáis a decíroslo, sabed que

no siempre tendréis a vuestra izquierda a histrio-

nes, trepadores, sorprende-burgueses y modelos

para fotografías en el Paris Match. Han cambiado

de camisa, pues desde el 68 la revolución no da ni

un duro. Es Dios quien paga hoy, y nuestras fieras

de salón se han dejado crecer alas de ángel: duro

oficio el de mantener la imagen de un año para otro

ante un público sin exigencias ni memoria. Se toma

al pie de la letra a los comediantes y vosotros ha-

béis tenido razón al reíros de ellos. Pero sabed que

en este país todavía hay mujeres y hombres -las

24 6

te de las cosas serias. Sin fotógrafos ni micrófonos.

¿O creéis verdaderamente que la tienda de comes-

tiLles Fauchon y los shows televisados son la úl-

tima palabra de los militantes perdidos, quiero de-

cir de aquellos que prefieren perderse a sí mismos

para que gane su causa?

Lo importante, en lo sucesivo, es que se reen-

cuentren. Ciertamente, es verdad, se habían doble-

gado a las reglas del juego. Habían bajado la ca-

beza ante los grandes dirigentes de los superpo-

tentes partidos de los que se podía pensar que

dominarían el juego, sus complejidades, sus astu-

cias y sus laberintos. No éramos más que

ama-

teurs

y era preciso confiar en los profesionales,

¿verdad? ¿Negligencia o ingenuidad? No. Era nece-

sario, creednos, pasar por ahí para hacer fracasar

a la burguesía y que se lleven a

c.::~~

por fin ba-

tallas que no sean de palabras; para acabar con

los fantasmas y la facilidad de lo simbólico, para

que comiencen por fin las verdaderas dificultades.

Sí, hemos sido educados y corteses. Modestos y

retraídos en lo posible. Nada de molestar, electo-

res dóciles, guías serviles, serviciales escritorzue-

los. Besando la mano a las damas, el culo a las

señoritas y a tantos otros iconos. Haciendo ante-

sala, recorriendo los pasillos, sonriendo a las

insensateces. En una palabra, dejando a los altos

responsables al cuidado de hablar en nuestros nom-

bres, de decidir en nuestro lugar. ¡Pues bien , los

247

importantes ya han hecho lo suficiente para poner-

nos al mismo nivel que ellos: en el grado cero de

la responsabilidad política. Los jefes nos han dado

una hermosa lección de democracia que no esta-

mos dispuestos a olvidar. Han [uaado y han per-

que hay compromisos que importan un bledo, el

mismo realismo que impulsó a muchos a agachar

la cabeza bajo las horcas políticas les hará mañana

levantarla bien alto. Y como su ambición no era la

de convertirse en diputados ni en representantes,

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dido, y que cada cual recoja sus cartas. Ellos no

sabían más que nosotros. Los expertos no cono-

cían siquiera el sentido de las palabras técnicas que

refrendaban con solemnidad. No les tengo rencor.

No critico la impostura de los jefes, que han hecho.

lo que han podido con sinceridad. Nuestros repre-

sentantes -los nuestros, los de a infantería de la

Unión de la izquierda nos han desposeído a sa-

bien das, somos nosotros mismos quienes nos he-

mos desposeído a su favor, descargando cobarde-

mente nuestras responsabilidades sobre ellos. Que

hayamos sido demasiado respetuosos con respec-

to a ellos no significa que no sean respetables por

sí mismos. ¿Es culpa de los mandatarios el que íos

mandados se hayan dormido? Y he aquí que ha lle-

gado el momento de recobrar su libertad y poner

sus sueños en nuestras propias manos.

¿Ha habido por suerte otros menos ingenuos, o

es que estaban instruidos por la experiencia? Esos

camaradas se mantuvieron alerta y nos preguntan

si aún vamos a obstinarnos mucho tiempo en rep-

tar en el barro de las cortesías y de las pruden-

cias, cuando todo el mundo sabe ahora que no hay

nada al final del camino y que la serpiente de mar

de la unidad se muerde la cola. El gran juego de

los partidos ha demostrado ser estéril, pero ¿acaso

por ello hay que renunciar al objetivo, o lo que hay

que hacer es cambiar de medios? Puesto que voso-

tros, hombres de partido, acabáis de demostrarnos

  4 8

será por tanto preciso que empleen de otra forma

su energía, por poco que no renuncien a seguir en

la brecha. Pues vosotros habéis logrado apagar la

confianza, pera no la cólera.

Aunque quisieran renegar de ello, no podrían.

Tienen p . I virus en la sangre. Cualquiera que haya

atrapado alguna vez la enfermedad de la

hístr-ria

no se recupera tan pronto. Enfermedad vergonzo-

sa, nos susurran un poco por todas partes. Prefiero

este mal a las felicidades higiénicas que se nos

proponen aquí y allá: pequeños aislamientos de sa-

lud ecológica y rústica, comunidades soñadoras y

fumadoras, hermosas carreras periodísticas. Dema-

siado tarde: para el animal enfermo es mejor un

final sin tibieza que una tibieza sin fin. Esas ofer-

tas de empleo particulares no satisfarán nunca lo

que hay de Ii ;,v;;rsal en la reivindicación de un

socialismo digno de nuestro país, de nuestra his-

toria, de nuestros sueños. Es global la abyección

en la que vivimos, es global nuestra exigencia.

¿Creéis verdaderamente que la idea que nos hici-

mos un día de Francia' será compatible durante

mucho tiempo con esa pretenciosa Bélgica en la

que vosotros nos encerráis, a la sombra de las res-

ponsabilidades y de las barrigas, de los gra: .des eco-

nomistas y de los pequeños notables?

No intentéis la jugada de las generaciones fu-

turas y de «la próxima vez va en :;;::;':':;;;,;:lstado,

demasiado gastado. Los hechos nos han enseñado

  4 9

,

t

\

I

I

I

ti

n a darnos prisa. No somos nosotros los im-

:es, sino el tiempo. [Esperar ... , esperar  ¿No

le estáis entre la espada y la pared, que es

o nunca, aquí o en ninguna parte? ¿Que el

cuentas siempre son serenas porque no son, en el

fondo, más que descuentos. Calculáis por sustrac-

ción a partir de una línea de llegada de la que no

dudáis en absoluto que os espera sensatamente,

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.mo no tiene nada de ineluctable; que su ad-

ento depende de condiciones históricas sin-

: que no se han creado más , ue en muy pa-

ises (Francia, en primer 'ugar, Italia, Espa-

puñado de excepciones a la regla? ¿Y que

:en que ha adoptado p.n pl ESte -¿pero dón-

ar si no?- hará huir cada vez más a las

ciones venideras? ¿Creéis (o quizá lo repetís

erlo demasiado) que las condiciones no ce-

madurar? Desengañaras: se pudren. No se

hacer nada contra una creencia y vosotros

en vuestra predestinación. Sea. Pero si pen-

-tal 2S el pensamiento de h última de las

;- tener la eternidad de vuestra parte por-

.á ís en el buen lado, y que los Buenos serán

iensados, estad seguros de que pensáis al

Nada es irreversible y en la historia lo irre-

le existe. Cuando erigís en argumento

te ó-

iestra paciencia, cuando calculáis vuestras

is

y ganancias de hoy con respecto a una

deal proyectada en el futuro y que se refleja

iresente, dais muestras de un terrible mal-

ido del cual vosotros seréis las primeras

víc-

confundís a Marx con Hegel en el mejor

casos,

con Condorcet en el peor, pero la ver-

dialéctica de la historia os jugará

malas

pa-

el tiempo no trabaja para vosotros. De ma-

I

allá, al final del camino de vuestras penas, a la

entrada del reino de Sión. Como ya habéis ganado

(allá, en el futuro), vuestras derrotas presentes se

os aparecen como simples retrasos, altos en el bor-

de del camino trazado de antemano, y vuestras

pérdidas come el reverso engañoso y momentáneo

de una ganancia ineluctible. Eso se hará por sí solo,

porque ha sido ya h.icho en pensamiento en alguna

parte y vosotros confundís ese pensamiento teológi-

co con la realidad de la historia. Es ese milenaris-

mo inconsciente el que proporciona al electoralismo

-tanto al de los socialistas como al vuestro- su

buena conciencia. ¡Santa Providencia, criminal

paciencia No queremos ese opio. La historia social

es lenta, cierto, opera a una escala muy diferente

que la duración biológica de un individuo. Y es

muy cierto que no estamos más que en el co-

mienzo de la prehistoria humana: en la escala

de las especies vivas, un milímetro. Razón de más

para no equivocarse en la bifurcación, en ese cruce

fugaz en

el

que la humanidad puede o no orien-

tarse hacia el socialismo, dejando bien claro que

ese nudo estratégico no contiene en sí mismo la

necesidad de su desanudamiento. Nada nos permi-

te decir que mañana no será demasiado tarde para

girar a la izquierda. ¡El siglo desfila tan rápido

¿No veis que las famosas crisis del capitalismo le

excitan la sangre cada vez que se producen y que

contradicciones «mortales». que lo hacen seguir

en marcha y le mantienen con vida?

¿Os

acordáis por azar, alguna vez, de vuestras

esperas pasadas, de un decenio a otro? Octubre: el

golpe de mano bolchevique, a decir de sus propios

¿Acaso quedan aún en este país hombres y mu-

jeres que piensan que vale más su esperanza que

su piel? ¿Y que no es necesario hacer demasiada

publicidad de su desesperación exhibiéndola en las

tablas del escenario?

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autores, no es más que la subida del telón a la es-

pera de la verdadera revolución socialista, que no

puede Ltúer otro escenario que el Occidente desa-

rroiiado. Lenin y Zinoviev hablaron de transferir

3

Berh., o París la sede del Comité ejecutivo de la

III Internacional, al no ser Moscú más que un re-

curso de ocasión ... La socialdemocracia vive sus

últimos momentos. Años veinte: el gallinero so-

cialísta

prospera y la revolución proletaria, extra-

ñamente, se eclipsa. Años treinta: el Frente Popu-

lar, ya veréis como la ruina del fascismo será el

alba del socialismo. Años cuarenta: ya lo veréis,

el Ejército Rojo y las milicias patrióticas. Años

cincuenta: ya lo veréis, el fin de la guerra fria, el

deshieio, ¡y qué primavera de los pueblos después

de la pesadilla estalinista Año.. ,-:..senta: ya veréis,

después del fin de las guerras coloniales y de la

explotación imperialista, las metrópolis exangües ...

Años setenta: ya veréis, tras el fin de la utopía

gaullista y de la fase de expansión, cuando la cri-

sí e coja al gran capital por el cuello ... Ya hemos

visto,

y

si no estamos aún vencidos tampoco esta-

mos cerca de vencer.

[Cuántas

esperanzas perdidas

sobreviven aún ¿Durante cuánto tiempo?

Queridos camaradas: no estéis demasiado segu-

ros de vosotros mismos. Haced vosotros mismos la

lista de las verdades eternas que habéis tenido que

abandonar a lo largo del camino.

25 2

1

¿Acaso quedan aún en este país hombres y mu-

jeres que se pregunten qué es mejor para la super-

vivencia de su ideal, si la derrota a fuego lento

que les reserváis o un gran fuego de alegría fúne-

bre?

No lo sé, pero si por suerte, y para honor nues-

tro, quedasen algunos, algunos harán tonterías, y

tendrán razón. Vosotros les condenaréis y os equi-

vocaréis. ¿En nombre de qué camino real les lla-

maríais vosotros «desviados»? ¿Vosotros, que les

habéis bloqueado todas las avenidas del futuro? ¿En

nombre de qué victorias posibles les prohibiréis

vivir y morir según su corazón, vosotros que sólo

sabéis organizar derrotas? Les llamaréis «provoca-

dores», cuando sois vosotros, con la izquierda ofi-

cial, quienes les habéis provocado al no dejarles

más elección que el desierto o el barranco. Quién

sabe si esos locos, vuestras víctimas, no vencerán

algún día vuestra locura.

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.

INDICE

Preámbulo

5

1. ¡Franceses, un esfuerzo más . • • • • 21

Sisifo cada diez años. ••..•

23

Las venturas de la ortodoxia. • . . . 29

El efecto basculante • . • . . . . 32

Comedias . . . • . • . . , • 37

n.

¿Serrevolucionario sin hacer la revolución? . 43J

Todos somos renegados . . . • . . 45;

El medio para permanecer puros. • • •

55

i

III.

¿Un socialismo sin revolución? • • • •

67_.

El problema: ¿guerra o paz? . . . . 69

Una falsa solución: la paz de los cementerios 80

Una proposición original: guerra al amigo,

paz al enemigo. . .. .•.. 86

IV. ¿De qué se trata? •

Las premisas: los hechos

Paréntesis personal.

Conclusiónpráctica.

Otra práctica, otros axiomas

89

91

96

100

105

V. El sistema. • • • • • • • • • 109

El secreto de la inmovilidad . . . . . lB

Inmovilismo, estatuas

y

estabilizador: el en-