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AGN a pie 72 AGN De memorias y hallazgos

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De memorias y hallazgos

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S e dice que el primer encuentro es defi iti­vo y deja huellas indelebles en la memoria. La experiencia inicial de las imágenes, los

aromas y los colores que uno percibe al llegar un sitio hasta entonces desconocido es inolvidable, más aún cuando ese arribo conlleva protecci ' n y seguridad: éste es el caso en que se han enco tra­do muchos hombres y mujeres víctimas de la per­secución -sea por razones políticas, racial es o re ligios as- que de este modo logran poner a salvo la vida o se libran del cautiverio o la zozobra coti­diana, en su lucha por conservar la identidad indi­vidual y colectiva ante los avatares de las múlt pies fracturas y pérdidas que provoca su condició .

Por causas y circunstancias diversas, México ocupa un lugar importante como país de asilo y

refugio. Durante todo el siglo XX esta caracterís­tica arraigó en una larga y sólida tradición de leO­

gida que benefició enormemente a los ciudadanos de otros pueblos de nuestra América. Puede de­cirse que esta tradición dio inicio con el recibi­miento fraterno de José Martí, para después continuar con los de José Arévalo, Guillermo

Eugenia Meyer es historiadora, catedrática de la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Filosofía y Letl as de la UNAM. Miembro del Consejo de la Crónica de la CJ udad de México. Es autora de México en la conciencia anglosajona, Revolución e historia en la obra de Luis Cabrera, Jesús Reyes Heroles, los caminos de la historia, Los tiempos mexicanos de Max Aub, y coautora de Refugio en la memoria. La experiencia de los exilios latinoamericanos en México.

Las fotografías que complementan esta sección están dedi­cadas al exilio español. Hemos decidido desplegar estos im­portantes testimonios por su gran carga tanto histórica como emotiva a más de resultar imágenes muy poco difundidas. Estas invaluables huellas del pasado se encuentran bljO la custodia de la Secretaría de Relaciones Exteriores en la Fototeca de la Dirección General del Acervo Histórico Di­plomático (SRE) yen el Archivo General de la Nación, Fon­do Fotográfico Enrique Díaz (AGN). En este artículo se ofrecen diferentes imágenes de la llegada a México de los niños españoles , 1937. (N. de la R.)

Ensayo

Toriello, Pablo Neruda, Víctor Raúl Haya de la Torre, Julio Antonio Mella, Andrés Eloy Blanco, Rómulo Gallegos, Alfonso López, Carlos Lleras Restrepo, Fidel Castro y la tripulación del Granma, y Francisco J uliao, a cual más significativo. A partir de los años cincuenta llegarían a México en bus­ca de refugio exiliados políticos procedentes de Centro américa (Guatemala y El Salvador) y el Caribe (Haití y la República Dominicana), y me­nos de una década después aquellos que prove­nían de Brasil, Argentina, Uruguay y Chile.

Sin duda, México y su gran capital provocaron en los recién llegados un sinfín de impresiones que con el tiempo lograrían digerir y también mode­rar. Para esos cientos de asilados políticos de los exilios latinoamericanos desde mediados del siglo xx, la experiencia del refugio en nuestra nación marcaría el derrotero de sus vidas tanto en el as­pecto público como en el privado.

Cuando los exiliados arribaron a suelo mexi­cano, las referencias o los conocimientos previos que tenían sobre el pueblo que les daba asilo eran mínimos. Algo sabían de nosotros por las pelícu­las y la música mexicana ---que ya desde años atrás se difundían con éxito en prácticamente toda América Latina-, o por los contactos que habían hecho en los medios académicos e intelectuales en que se movían. Sin embargo, al llegar aquí no encontraron "ni los burritos ni los cactus que tú veías en las películas de los cincuenta, sino [que] llegas y hay una ciudad de metro, de miles de hombres [ ... ] ".1 El hecho es que la mayor parte de los exiliados tenía una idea muy vaga de México y los mexicanos -alimentada sobre todo por los estereotipos-, lo cual determinó que el encuen­tro y posterior reconocimiento necesariamente tuviera matic~s complejos.

I Todas las citas corresponden a entrevistas realizadas para el Archivo de la Palabra del Proyecto Refugio a la Demo­cracia, México, UNAM, Facultad de Filosofía y Letras/ CONACyT/Senado de la República. Entrevista con Santiago Ferreyra realizada por Bertha Cecilia Guerrero los días 11 y 25 de octubre, 1,8, 15 y 30 de noviembre y 8 de diciembre de 1997 en la Ciudad de México, México, PEL!l/A-20, p. 27.

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La primera impresión de la capital del país de asilo la tuvieron desde el aire: para los que llega­ban de noche fue la de un interminable espacio urbano iluminado; para los que llegaban a plena luz del día la ciudad acusa a de inmediato un cre­cimiento gigantesco y anárquico. Estas imágenes intimidaron a muchos, que recuerdan haber ex­perimentado una sensación de miedo y confusión ante el enfrentamiento inminente con un mundo que no era el suyo yen el que quizá no encajarían.

En cuanto estuvieron en tierra, el Distrito Fe­deral se presentó ante sus ojos como una ciudad de la que resultaba

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difícil enamorarse a prtmera vista [ ... ], de esos amores [ ... ] que los tienes que ir descubriendo, los tienes que ir trabajando , los tienes que ir viendo, los tienes que ir palpan 0[ ... ].2 La gran capital de México constituía en esa época una metrópoli con casas bajas, con sus tinacos de colores [ ... ] y ese

2 Entrevista con Federico Falkner realizada por Renée Salas e14 de marzo de 1998 en la Ciudad de México, México, PEL/

1/31, pp. 53-54.

paisaje urbano cambia mi fantasía [ ... ] de encon­trarme avenidas con palmeras [ ... ].3

Asimismo, entre los asilados fue común la sor­presa que les causó el hecho de que la Ciudad de México no tuviera un río que delimitara el espa­cio urbano, puesto que buena parte de ellos tenía en la memoria un afluente como referencia natu­ral de las capitales de sus respectivos países. A cambio de ello, aterrizar en el Distrito Federal sig­nificó hallarse por vez primera ante la imponente presencia de los volcanes y, en general, .de las montañas que conforman la extensa y caprichosa orografía del país.

Muchos de ellos provenían del interior de sus países, de un medio si no rural apenas semiurbano, y ese origen provinciano les haría expresar más tarde que, al principio

3 Entrevista con Marcelo Gauchat realizada por Diana Urow los días 6 y 7 de diciembre de 1997 en Puebla, México, PEL/ 1/A-35, p. 19.

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la ciudad nos pesaba [ ... ] desplazarse [ ... ] el tráfico [ ... ] hace veinte años no había [ ... ] estos controles de verificación ni nada, entonces era el humo lo que más nos molestaba, los coches [ ... ], las distancias, nos parecía algo [ ... ] absolutamente [ ... ] o sea todo se nos hacía cuesta arriba, había que ir a tall gar [ ... ] y era tan lejos [ ... ].4

En efecto, el arribo a la Ciudad de México -{Iue en la década de los setenta tenía ya cerca de siete millones de habitantes- generó en los refugiados la extraña impresión de un universo febril y anóni­mo que no les permitiría relacionarse con nadie ni asirse a nada. Para quienes estaban acostumbrados a ciudades pequeñas y sin problemas de conta i­nación del aire ni de tránsito automovilístico, nuestra ciudad resultaba enorme. Algunos re fie- . ren que, al bajar del avión, lo primero que pe ci­bieron fue "un olor picante, horrible"; otros escucharon los ruidos caóticos de una ciudad populosa, como aquellos que en los últimos tiem-

1 Entrevista realizada a Nora Pasternak por Renée Salas el 29 de septiembre de 1997 en la Ciudad de México, Mé¡.. ico, PEU1/A-13, p. 78.

Ensayo

pos tanto los habían inquietado: el ulular de las sirenas de ambulancias mezclado con el de las patrullas policiacas o los carros de bomberos. Para quienes se habían habituado al sigilo y la precau­ción de tener que mantenerse en la clandestini­dad o a la defensiva, el solo hecho de escuchar estos sonidos que indicaban situaciones de emer­gencia, peligro o captura inminente les traía re­cuerdos angustiosos de estados de sitio o control militar que volvían a llenarlos de zozobra.

Apenas se habían instalado -y luego de cum­plir con los trámites burocráticos siempre deses­perantes en la Secretaría de Gobernación-, muchos se mostraban ansiosos de empezar a co­nocer la capital de México, la más grande del con­tinente y quizá la más poblada del mundo. En ese ambiente de exploración y reconocimiento empe­zaron a establecer los contactos que determina­rían su relación con nuestro país. Las opiniones al respecto son muy diversas: algunos encontra­ron una ciudad chata, poco atractiva e incluso atestada de barrios populares que, frente al recuer­do de las capitales más cosmopolitas de sus países resultaba poco interesante. Para quien provenía de "la gran ciudad de Buenos Aires, [que] había

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pasado por Sao Paulo [ ... ] fue éste [el] punto de empezar a ver [en otro país] la riqueza histórica colonial [ ... ]".5

Por lo general, a los recién llegados les causó un gran impacto la visión d 1 espacioso Centro Histórico, así como de las L,lesias, los edificios públicos, el Zócalo

[ .. ] me aplastaba, me parecía una cosa así, tan fuer­te, porque no había un árbol, no había una mata de verde ¿no? Yo no había visto, no recuerdo un lugar tan grande; además, donde no hubiera ni un arbustito, era la pura piedra, tenía una carga muy pesada. [ ... ] Íbamos a ver cómo izaban la bandera [ ... ] a mí me parecía [ ... ] muy irreal, totalmente mágico [ ... ] el país era [ ... ] todo era maravilloso, extraordinario. Un país de aceptación de refugia­dos [ ... ] con toda una tradición, un país democrá­tico con un gobierno civil desde hacía [ ... ] como sesenta años [ ... ] Chapultepcc me parecía una cosa increíble [ ... ].6

5 Entrevista a Horacio Crespo realLzada por Bertha Cecilia Guerrero los días 12, 15 Y 19 de enero de 1998 en la Ciudad de México, México, PEL/1/A-38, pp. 94-95. 6 Entrevista con Miriam l au rini realizada por Diana Urow el 23 de septiembre de 1997 en la Ciudad de México, Méxi­co, PEL/1 /A-12, pp.16-18.

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Para algunos acercarse a conocer el Palacio Nacional y descubrir que tenía las puertas abier­tas al público significaría vivir "[ ... ] por muchos años [ ... ] una experiencia de libertad [ ... ] y como vi a los uniformados di unas cuantas vueltas y no entré, [entonces] uno de ellos me dijo: 'Señor, pase, [ ... ] no hay ningún problema [ ... ] o sea él medio se dio cuenta [ ... ] de que no me animaba a entrar".7 A otros les resultaría extraño encontrar diversos tipos de personas uniformadas que no eran militares, menos aún policías, sino simples guardias de seguridad. Por primera vez en mucho tiempo podían transitar libremente por calles, cafés y librerías sin tener que portar documentos de identificación o pasaporte.

7 Entrevista con Marcelo Gauchat realizada por Diana Urow ... , pp. 21-22.

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En cuanto estuvieron en medio de la Ciudad

de México, los exiliados se llenaron la vista del co­lorido que surgía por todas partes: en las calles, en

los edificios, en las casas. Porque, según expresó la mayoría de los refugiados, la ciudad semejaba

la paleta de un pintor, en la que se mezcla ban colores fuertes -unos contrastantes y otros ar'lló­

nicos-, el blanco junto a la madera, una casa amarilla con ventana azul..., todo parecía mági­co. y también la inmensidad del espacio urbano,

que pronto llevaría a reconocer

[ ... ] medio enredada, era difícil ubicarse [ ... ] pero al mismo tiempo me pareció amable la ciudad [ .. . ], agradable [ ... ] Y yo como te dije intentaba di cul­par a México y todos los problemas que podían aparecer en vez de irritarme, yo lo tomaba así ... ] yeso fue bueno porque tuve desde muy temprano, desde tan pronto como llegué, la sensación de es­tar intentando ubicarme, de ser paciente, de [ ... ] ser madura, de entender. Con calles que sorp -en­dían como Reforma, o la experiencia de obse var la lluvia en esta ciudad y la gente protegida con impermeables o bien con periódicos, corrie do como para evitar mojarse.8

En esta ciudad de dimensiones gigantescas :¡ue recién empezaban a descubrir, algunos se sorpl en­dieron por

[la] piedra y la falta de árboles. El sol, en esa é¡:oca no llovía, no era época de lluvias, entonces h ~cía como mucho calor, aunque nos acercábamcs al invierno y la piedra tenía como una carga. Te digo para mí era una cosa como muy fuerte. La C He­dral me impactaba muchísimo [ ... ], el Palacio Na­cional, bueno digamos lo colonial, los edificios del centro me parecían [ ... ] un rollo mágico [ ... ] tenía como una carga muy especial, pero eso, sí, esa ie­dra del Palacio Nacional, medio rojiza en algL nas partes, ese Zócalo, fue un impacto tremendo.9

8 Entrevista con Vania Salles realizada por Concepción Hernández los días 24 de enero y 14 Y 21 de febrero de 2000 en la Ciudad de México, México, PEL/ l/B-9, pp. 70-71 9 Entrevista con Miriam Laurini realizada por Diana Ur W ••• ,

p.22.

Ensayo

De manera gradual, los refugiados se adapta­

ron a la vida cotidiana y a las costumbres de los mexicanos. Su presencia en reuniones o fiestas fa­

miliares, así como en espacios culturales, los lle­varía a reflexionar sobre las diferencias que había

entre sus países de origen y este que ahora se con­vertía en su país de acogida. Les parecía contradic­torio y sorprendente el clima de abierta discusión

política que se respiraba en México, donde podía expresarse libremente una pluralidad de ideas, así

como el hecho de que la gente "anduviera con un libro de Marx en las manifestaciones", o que cir­

culara sin censura una gran variedad de textos que versaban sobre ideologías diversas, los cua­

les podían adquirirse con facilidad en cualquier establecimiento.

El peculiar trazo urbano de la ciudad los en­

frentó a la necesidad de cruzar las calles arriesgan­do la vida. Por ejemplo, en el cruce de Mixcoac e

Insurgentes había cerca de ocho semáforos que los desconcertaban, no sabían a cuál de ellos atender

ni qué hacer. "Estaba ahí parada como si viniera de Marte [ ... ] vino un policía y me preguntó qué

me pasaba [ ... ] le respondí que no sé cuál me co-rresponde, que me quiero cruzar [ ... ]".10 En esa

misma avenida, algunos más se desorientaban fá­cilmente por el tráfico, el ruido y, en general, el desorden urbano:

[En] Insurgentes nos agarrábamos de la mano [ ... ] casi como a nivel de ahora cuando vemos las películas de la India María [ ... ] imponía la ciu­dad [ ... ] había cosas que no entendía, para ir a trabajar tenía que tomar un delfín [ ... ] yen él so­lamente podían ir sentados, pero si el chofer le daba al policía de la esquina un dinero, sabía que todos los que estábamos en medio de la fila de asientos íbamos en cuclillas, entonces íbamos desde donde tomábamos el camión hasta el me­tro en cuclillas, porque teóricamente no se per-

10 Entrevista con Ivonne Boston realizada por Diana Urow el 16 de octubre de 1997 en la Ciudad de México, México, PEL/ l/u-11, pp. 8-9.

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mitía, de alguna manera fl e e! primer contacto así muy directo con la mordida. I I

En las primeras impresiones de otros refugia­dos dejarían más huella los aromas fuertes y pe­culiares de nuestra comida, e!>o de caminar por los mercados y percibir el o lo r de los chiles, del cilantro, de las tortillas o de todo mezclado, es decir, la riqueza y diversida de la cultura gas­tronómica de México, los puestos de comida en la calle, los antojitos. Y luego la desconcertante variedad de términos gastronómicos hasta enton­ces desconocidos para ellos, como los tacos "de buche, de nana, de maciza, d trompa o nenepil".

Las panaderías mexicanas también tuvieron un encanto irresistible para esa g nte llegada de otros lados. Les impresionaba la ¡ariedad de formas,

sabores y texturas de los pan '~s, de dulce o de sal, y la musicalidad de sus nombres: cuernos, con­

chas, bigotes, orejas, cocoles, chilindrinas, moños, etcétera, así como esa costu bre de los mexica­

nos de comprar el pan dulce y luego pasar por la leche para el desayuno o la merienda, que muy pronto ellos imitarían.

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Los mercados de comida ejercían tanta fasci­nación como los de artesanías, por su variedad y colorido, y en esas manifec taciones culturales empezaron a familiarizarse con "lo mexicano", a apreciarlo, a diferenciarlo, a quererlo. Hasta los billetes mexicanos en los que venían impresos los rostros de los héroes patrios eran vistos con cu­riosidad: "Me encantaron 1 s billetes mexicanos [ ... ] en ese billete aparecía doña Josefa Ortiz de Domínguez, era un billete OSc.uro, negruzco, de un gris oscuro, pero encontrábamos muy bonitos los billetes y con un billete de cinco pesos me com­pré un número de lotería qu no saqué nada".l z

11 Entrevista con José Amorós re alizada por Concepción Hernández los días 4 y 18 de septiembre de 1997 en la Ciu­dad de México, México PEL/1 /u-O S pp. 60-61. IZ Entrevista con Patricio Sepú lv,~da realizada por Renée Salas el19 de agosto de 1997 en 1 Ciudad de México, Mé­xico, PEL/1/CH-14, p. 81.

Igualmente, en un principio el acento mexica­no provocó desconcierto entre la generalidad de los recién llegados. No era el mismo que recorda­ban haber escuchado en las películas mexicanas de charros ni tampoco el de Cantinflas. El habla de nuestro país se descubrió ante ellos con un rit­mo que caracterizaron como muy especial, acom­pasado, cadencioso, suavecito, que incluía muchas palabras en diminutivo como "ahorita", "por favorcito", etcétera, o bien sinónimos con los que después sustituyeron los términos de uso común en sus países de origen: "aguacate" por palta, "betabel" por remolacha, "pastel" por torta, "ejotes" por porotos, "chavos" por muchachos, y tantos otros.

Poco a poco descubrieron que el Distrito Fe­deral tenía un carácter contrastante en muchos aspectos: solidario por una parte y agresivo por otra

[ ... ] llegar a un país que tenía una gran tradición revolucionaria, aunque uno sabía que eso estaba en e! pape!, e! PRI se había metido a muchos en el bolsillo hasta el día de hoy, y la Revolución era un mito, eso lo conocí yo de fuera porque yo había contactado mexicanos en París y también en La Habana y me decían que la Revolución era un mito y que sólo habían quedado huellas de ella, la nacionalización de! petróleo, los ferrocarriles, las tortillas baratas, etcétera, pero que había una opresión de las masas desposeídas urbanas y cam­pesinas. En México yo vi una miseria que no la conocía [ ... ], de gente haraposa, llena de piojos, aquí [en Santo Domingo] tú no ves eso y si existe yo no lo conozco [ ... ] mal vestida, mal alimenta­da, gente enjuta, flaca, enferma [ ... ] y sobre todo yo vi una gran indiferencia de la población mexi­cana hacia lo que le rodeaba, salvo gente muy de izquierda, y mi opinión me costó problemas [ ... ] con Echeverría, que era Secretario de Goberna­ción [ ... ].13

\3 Entrevista con Emilio Cordero realizada por Paola Torres el 30 de noviembre de 1999 en Santo Domingo, República Dominicana, PEL!7 /RD-6, p. 9.

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Los asilados tenían siempre presente la rE gla que todos conocían pese a no estar escrita de "no inmiscuirse o abstenerse de expresar su opinión acerca de la vida política de México", porque to ­dos estaban conscientes de su condición de re­fugiados en un país al que le debían su seguridad y al que, por tanto, no debían cuestionar en cuan­to a su vida política, so pena de que se les a li­cara el temido artículo 33 de la Constitución y fuesen expulsados. Poco a poco, a diferentes rit­mos según sus propias experiencias de vida, su cultura y sus estados de ánimo, fueron adaptán­dose a nuestra realidad. Unos tenían la perc p­ción de que se les acogía con los brazos abiertos y de que les rodeaba una gran camaradería y so­lidaridad; otros que simplemente se les acerta­ba, y algunos más que la ciudad y su gente los "devoraba".

Sea como fuere, aquí pasaron una etapa impor­tante de sus vidas que en un principio todos con­sideraron como transitoria y de la cual después les

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Ensayo

resultaría tan difícil a muchos desprenderse. Al paso del tiempo se acostumbraron a su nueva ciu­dad de portentosos edificios coloniales que alber­gaban museos y oficinas gubernamentales, pero también a sus colonias de casas bajas, a los apaci­bles parques y las conflictivas avenidas, a los si­tios de recreo para los fines de semana. Luego de años de residir en México, y cuando llegó el mo­mento decisivo de elegir el regreso o la permanen­cia, muchos simplemente no pudieron dejar esta ciudad que habían aprendido a amar en el trans­curso de los años, con sus cualidades y defectos. Las relaciones familiares -los hijos que habían nacido en México o que fueron criados aquí ya no querían marcharse- y afectivas tenían ya más peso que el recuerdo vago y difuso del país de ori­gen. Habían echado raíces en la gran capital de este país que los acogió cuando más lo necesita­ban, salvando la vida de muchos, e inevitable­mente un nuevo e importante sentimiento de pertenencia había surgido en ellos. a pie

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