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DE DIOS QUIERO SABER Temas que los niños preguntan sobre Dios Victoria Rivelli de Oddone

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Autora: Victoria Rivelli de OddoneTemas que los niños preguntan sobre Dios

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Page 1: De Dios Quiero Saber

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Temas que los niños

preguntan sobre Dios

Victoria Rivelli de Oddone

Page 2: De Dios Quiero Saber

1ª Edición.

Ilustraciones: Mónica Paola Oddone RivelliDibujo de tapa: Montserrat Araceli Oddone RivelliSe terminó de imprimir en Asunción, diciembre 2007.

Ficha técnica:Edición: Lic. Gisella LefebvreDiagramación: VisualmenteImpresión:

Derechos Reservados por el autor.Prohibida su reproducción total o parcial.

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A mis padres: María Victoria yMiguel Angel, por ofrecermeun hogar donde sintiéndomeamada aprendí a relacionar-me con Dios.

A mis hijos: Marcelo, Mónicay Montserrat, por inspirarmepermanentemente, por ense-ñarme a disfrutar la belleza delamor y proponerme estos es-pléndidos desafíos.

A José Luis Caravias, sj.:amigo y consejero, por haber-me animado a concretar estaexperiencia de madre en elpapel.

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Presentación 7

Introducción 8

I. Dios nos acompaña en el Camino 11Algunas pistas de ayuda 14El Antiguo Testamento 15El Nuevo Testamento 20La Comunidad Familiar 27

II. Buscar el Arcoiris 33Tesoro heredado 35La Alianza 36A través de la palabra 36Al abrigo del amor 37

III. Hablar de Dios con los niños pequeños 39La creación 41El misterio de Dios 43Presencia de Dios 47A imagen y semejanza 49El Pesebre y los Reyes Magos 51Jesús 53Dolor y Sufrimiento 57Pascua y Esperanza 59La unión familiar 59

IV. La voz de nuestros pequeños 63Poema: Alguien me habló de vos 67

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Este material surge de las inquietudes y exigencias –ytambién podría decir de las enseñanzas- de mis hijos.Intenta responder a sus preguntas y adecuar el conoci-miento de Dios al lenguaje y experiencia infantiles.

He recopilado de mis hijos algunas de sus inquietudes,de cuando eran pequeños y se iniciaban con candor yentusiasmo en «las cosas del Padre». Por tanto es bue-no que, antes de continuar, les presente a mis hijos, quie-nes han tenido buena parte de responsabilidad en la ges-tión de este material. Ellos son: Marcelo, con ahora 12años, Mónica de 8 años y Montserrat, de 6 años.

Quiero compartir con los lectores mi experiencia acercade cómo fomentar la vivencia espiritual en la comunidadfamiliar, la cual tiene sus raíces en una espiritualidad quehemos cultivado con Sergio, mi esposo, queriendo cre-cer en la fe de forma integrada a nuestra vida cotidiana,buscando acercarnos simple y espontáneamente a lagracia de Dios, que nos llenó de esa ansia de respondercon vigor a su propuesta de ser plenamente hijos suyos.En otras palabras, queremos transmitir a nuestros hijosuna experiencia de profundo amor a Dios, de descubrirloen la creación, de sentirlo poderoso y protector, cariñosoy cercano a la vez. Tarea que antes hicieron nuestrospadres con nosotros!

Debo confesar que esta labor se vio beneficiada por laoración diaria, por haber disfrutado tan intensamente losEjercicios Espirituales de San Ignacio, que los realicé enla vida ordinaria bajo la dirección de José Luis Caravias,sacerdote jesuita.

Es bueno que cada uno formule su camino, al igual queDios Padre se nos presenta a cada uno en particularcomo hijo. Este ensayo pretende aportar algunas pistasque pueden servir de motivación y ayuda para construir

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Nosotros, papá o mamá, vemos con agrado el desarrollode materiales que nos orienten en la tarea de ser padres,que nos ayuden a estimular tempranamente su inteligen-cia y cultivar sus habilidades en todas las áreas que pu-dieran ser de su interés, teniéndolos en cuenta, sabién-dolos como sujetos activos y ya críticos dentro de lasociedad y buscando hablarles en un lenguaje acorde asu capacidad de asimilar o partiendo incluso desde susexperiencias infantiles.

Creo que de la misma manera y con el mismo afán tene-mos que estimular en nuestros hijos una relación espon-tánea y cotidiana con Dios. Así mismo, ir descubriendoe incorporarlos a la vivencia de una rica espiritualidadcomo miembros que somos de la Iglesia. Esta es unapropuesta en ese sentido: dar inicio a un diálogo sobrecómo acompañar el desarrollo espiritual de nuestros hi-jos pequeños, de 3 a 6 años.

La organización de este material está estructurada endos grandes bloques. Una primera parte, como guía, quenos aporta algunas ideas según los textos bíblicos, quepermitiría delinear la intervención con nuestros hijos encuanto a Dios y Jesús; y la segunda, que trae al tapetealgunas de las preguntas más inquietantes que formulanlos niños en esta época, incluyendo propuestas de cómoencarar las respuestas, intentando darle seriedad al ar-gumento.

Comparto también, un relato, «Buscar el arcoiris», quesimboliza las múltiples posibilidades que Dios ha puestoen cada uno de nosotros y que por medio de la comunióncon Él se pueden poner en vigencia; el tesoro que tene-mos que descubrir en cada uno de nosotros, padres ehijos y que debemos desplegarlos en el medio que nosrodea porque así damos colorido y valor a nuestra vida, anuestro mundo.

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Este pequeño reflexionario ciertamente no agota la vivacuriosidad y la riquísima imaginación de los niños. Ellossaben llevarnos a nuevos desafíos y nos dan la posibili-dad de seguir creciendo como padres. No es que tenga-mos que saber todo, más bien dejar transcurrir natural-mente esas ganas que tienen por conocer más a Dios,pues de allí surge y se acrecienta el amor hacia el Pa-dre.

Qué sucedería si recibimos las preguntas de nuestroshijos con fastidio o temor? Ellos podrían interpretar queDios está definitivamente lejos de nuestras actividadesdiarias y aún más de nuestro cariño. Hagamos que seauna experiencia de vida gratificante, enriquecedora, «in-vitante», que estimule a buscar más, a ponernos al servi-cio, a amar más.

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Muchos padres y madres sentimos la necesidad de afian-zarnos junto a nuestros hijos pequeños, ya que creemosque la solidez de sus primeros años les dará fortaleza eintegridad en su desenvolvimiento social.

Para esto nos ayudan diversos materiales que aportan anuestra tarea educativa, pero por sobre todo, una de lasprimeras lecciones es la cercanía con los hijos, compar-tir sus diálogos, estar atentos a sus necesidades e in-quietudes y escuchar sus planteamientos.

Alrededor de los 4 años los niños comienzan a hacertantas preguntas sobre Dios y «sus cosas» que muchasveces nos dejan sin aliento. Algunas logramos respon-der sin tanta duda, pero otras nos llevan a meditar sobrequé modelo de Dios estamos hablando.

Si queremos conocer más profundamente a Dios y loque nos propone, hemos de buscar en la forma comonos habla en la Biblia; cómo se ha ido manifestando a lolargo de la historia según la capacidad de entender delos pueblos, ayudándonos con buenos libros y sobretodo reforzar nuestra cercanía con El a través de la ora-ción.

Por más empatía que haya con una persona en el primerencuentro, hay que frecuentarla y perseverar en el diálo-go para realmente saber como es. Así también pasa conDios, quien se dio a conocer paulatinamente, a través delos siglos. Eso lo podemos analizar a través del AntiguoTestamento: se mostró firme ante los sufrimientos y ne-cesidades de su pueblo, que lo sintieron nítidamente enlos momentos más difíciles. De allí comenzó un vínculofuerte que constituye el núcleo de fe de ese pueblo, elcual se ha ido actualizando según las circunstancias quese presentaban a lo largo de la historia, ampliando lavisión y el conocimiento de ese Dios, que se iba hacien-do más cercano, se iba aclarando la percepción del pue-blo en cuanto a su presencia y a sus palabras, se ibanotando o marcando una diferencia con respecto a los

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otros dioses de la antigüedad, hasta llegar a la revela-ción cumbre: la encarnación de Jesús.

De aquí queremos sacar inspiración, empuje y luz paraadentrarnos con nuestros hijos en su senda.

Intentemos asimilar nosotros este conocimiento, paraluego trasmitir a los niños, éste es un punto fundamen-tal: ellos heredarán la misma imagen que tengamos no-sotros de Dios. Por tanto, tenemos que empezar poraclararnos nosotros padres cuál es la relación que man-tenemos con Dios.

«Quién soy yo para tí?», en Lc. 9, 20 Jesús formula estapregunta a cada uno de nosotros. Qué sabemos de él,cuál es el modelo que seguimos?

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Los niños van conociendo de a poco todo lo que atañe asu entorno. Muchas veces nos sorprendemos diciendo«no se les escapa nada». Dios tampoco podría estarajeno a eso. El se ha dado a conocer a los creyentes,según las necesidades y sobre todo según la cultura delos pueblos en las distintas épocas, de modo que gra-dualmente lo pudieran conocer y entender mejor. Estoes lo que se llama revelación progresiva de Dios, la cualnos deja ver la primera pista para nuestra misión.

De la misma forma tenemos que hablar de Dios a losniños, según su edad, su capacidad de entender y serconcretos al responder sus preguntas. Debemos evitarembarullarlos, sin dejar de atender a su reclamo. En eda-des tempranas, no interesan las teorías. Luego, los añosnos llevan a necesitar otro tipo de información que nospermita profundizar nuestro cristianismo y conocer me-jor a Jesús y a Dios Padre.

Para desarrollar una amistad con Dios hay que conocer-lo, así se acrecienta el interés por reproducir su modelo

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y uno se afianza en el amor. También así podremos evitarmostrar o seguir presentando a un Dios que nos sirve deexcusa para no esforzarnos en nuestras tareas o queaparecerá para levantarnos por los aires ante un resba-lón. El nos ha dado la inteligencia, la fuerza y el empujepara poder hacernos cargo de nuestra vida.

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He recogido algunos versículos, como pinceladas de unespectro mucho más amplio y complejo, para introducir-nos hacia ese camino de infinita bondad con que nosmira Dios Padre.

Gen. 1, 28: «Tengan hijos y llenen la tierra».

El mismo Dios nos ha encomendado esta tarea, que engeneral asumimos con alegría, con responsabilidad y al-gunas veces con preocupación, pues queremos hacerbien las cosas. Al acunar a nuestros hijos, sentimos lagrandeza de ser padres y también el desafío que estoimplica, porque desde que son pequeñitos vamos llenan-do sus hojas en blanco. De nosotros depende que seanfelices!.

Ciertamente, nosotros cristianos, sabemos que Dios nosguía en esta misión.

Al encargarnos la tarea de la maternidad y paternidad,prolonga de manera providencial su mayor obra: dar vida,de las variadas formas que se puedan expresar; va másallá del vientre materno: es cobijar, alimentar, proteger,enseñar, servir, aliviar y otras maneras creativas de cola-borar con su plan fecundo.

Gen 17, 7: «Pacto mi alianza contigo y con tu descen-dencia después de ti: ésta es una alianza eterna. Yoseré tu Dios y, después de ti, de tu descendencia».

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Para colaborar con su plan de hacer crecer un Reino dehermanos podemos asimilarnos al patriarca Abraham alponernos a disposición de Dios. El nos da una herenciade descendientes y nos compromete a cuidar y hacercrecer a sus hijos, a mostrarles el camino del Señor.

No es una tarea fácil, requiere de paciencia, sabiduría,ternura, firmeza y oración perseverante para conocer elmejor camino, para dar a luz los dones y talentos confia-dos tanto a hijos como a padres.

Gn. 22, 1 – 19:

En la lectura del sacrificio de Isaac los escritores delAntiguo Testamento recogieron antiguas tradiciones paraenseñar sobre el Dios – Yahvé que se mostraba a losisraelitas de ese entonces, como diferente a los otrosdioses, para quienes se hacían sacrificios.

No hay que quedarse en el pedido que ponen en boca deDios (para ofrendar la vida de Isaac), sino en que si bienprueba primero a Abraham, se declara luego contrario aese tipo de sacrificios. Los escritores bíblicos resaltan elfinal diferente más acorde a ese proceso de insercióncultural de Dios misericordioso en la paulatina compren-sión del pueblo.

Gen. 22, 12 a: «No toques al niño, ni le hagas nada».

Este es el final que decíamos en el párrafo anterior, Diosno está de acuerdo con ese tipo de ofrendas. Este pasa-je, que al leer a primera vista siempre me impresiona,creo que intenta decir que afinemos nuestro discernimien-to para aclararnos con respecto a lo que Dios nos pide.

Muchas veces nos puede confundir que ciertos hábitosestén tan arraigados entre nosotros, en la sociedad yque sea más fácil seguir la corriente que contrariarla.Esto es de gran provecho en nuestra tarea de padres ymadres: ¡Cuánto nos preocupa que los niños se dejen

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llevar por lo que otros dicen, hacen o tienen y puedandejar de lado nuestras enseñanzas!.Dios sale al paso en forma vehemente para asegurarnosque cuida de nuestros hijos como a la niña de sus ojos.Entonces, no los descuidemos nosotros.

Ante determinadas situaciones que nos inquietan o pre-ocupan, tratemos con sinceridad de buscar y discernir loque es mejor para nuestros hijos y si tenemos seguridaden nuestras propuestas debemos mantenernos firmesaunque veamos que la mayoría hace o dice otra cosa;sigamos adelante por un bien mayor, que así será. ¡Quealegría y fuerza nos da meditar sobre estas lecturas!!.

Muchas veces el lenguaje del Antiguo Testamento nosparece confuso; en realidad hay que hacer una lecturamás detallada, averiguar de la historia y la cultura de eseentonces, reconocer que fue escrito en circunstanciasmuy diversas a las de nuestro tiempo. Al final descubri-remos que las actitudes de las personas son muy simi-lares a las nuestras y podremos actualizar la reflexiónsegún nuestras nuevas coordenadas y sobre todo reco-noceremos la actitud de fidelidad de Dios que ha busca-do desde entonces involucrarse con nuestracotidianeidad.

Is. 43, 4: «Tu vales mucho a mis ojos».

Vale la pena el esfuerzo por ser mejores personas, mejo-res padres, para el beneficio de quienes más amamos.Hacer sentir a nuestros hijos que les queremos, que lesrespetamos, que disfrutamos con ellos. Este es el mo-delo que seguirán en su trato con Dios y con las demáspersonas, porque quieren responder con manifestacio-nes de cariño al amor con que se los cría.

Is.66, 13: «Como un hijo a quien consuela su madre, asíyo los consolaré a Uds.»

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Siempre se nos muestra con bondad y misericordia. Sabede nuestros sufrimientos, categóricamente no vienen deEl, ni los quiere. Al contrario nos empuja, como a Moi-sés, a responsabilizarnos por los más pequeños, poraquellos que necesitan. Nos asiste en todos los proyec-tos de bien.

Muchas veces los padres nos desanimamos porque haytantos estímulos externos que parecen oponerse a losvalores que inculcamos dentro de la casa, sin embargolos hijos vendrán a comentar sus dilemas con nosotrossi confían en que estamos para acogerlos, y ese será elmomento para reforzar nuevamente lo que de pequeñosles hemos enseñado.

Prov. 13, 24: «El que ahorra el castigo a su hijo no loquiere, el que le ama se dedica a enderezarlo».

Los hijos necesitan atención de nuestra parte, sentirnuestro amor, así como también no podemos descuidarsus faltas. Debemos estar atentos a corregirlasprecozmente para evitarle sufrimientos posteriores y so-bre todo para que desarrollen una vida armónica en co-munidad. Conocer también las estrategias para una me-jor intervención con los hijos, no se trata de hablar decastigo sino proporcionar –antes- reglas claras y límitesen cuanto a las responsabilidades y conducta esperada.

Creo que es de mucha ayuda estar atentos a su desen-volvimiento y ser disciplinados con los pequeños, a ve-ces se escucha decir «son chiquitos, ya habrá tiempopara que aprendan», sin embargo lo que se enseña einsiste desde chiquitos es lo que más cosecha da.

Nuestros hijos necesitan por igual la mano firme que losguíe con entereza y saber que sus padres les sostienen,así como la dulzura en el trato aún cuando se hayanequivocado, que no crean que les retiramos nuestro amorpor eso.

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Eclo 11, 7: «No reprendas antes de examinar, reflexionaprimero y después reprende».

Tenemos que indagar el modelo de actuación de losmayores del hogar y el tipo de respuesta a las situacio-nes conflictivas que tienen nuestros hijos a la vista, nosustituir el diálogo por el castigo, evaluar también el mé-todo y el momento adecuados, no como un desahogonuestro, sino buscando sobre todo su bien.

¿No será que necesitan más presencia, más actividadescompartidas, más momentos para escucharles y menospalos? Necesitan de nuestra paciencia y creatividad.

Sal 127, 3: «Un regalo del Señor son los hijos».

Dios comparte con nosotros algo de lo más íntimo de suser: su amor fecundo.

Quien ha experimentado el ansia de tener hijos, de sen-tirlos dar brincos en el vientre o desearlos con todo elcorazón, de acunarlos, alimentarlos y acariciarlos, com-prenderá estas palabras del salmista y además, estoysegura, se habrá sentido colaboradora de Dios en la ta-rea de la creación.

A través del Antiguo Testamento podemos ver el largocamino recorrido por los creyentes en su proceso demadurez, de crecimiento en la libertad y en la fe hacia unDios que se presenta antes que nada como responsablede sus criaturas: las rescata de padecimientos diversos,es firme, consolador y mil veces perdonador. Son lasactitudes de un verdadero Padre, aunque esta denomi-nación recién nos la ofrezca Jesús y ése es el modeloque intentaremos reproducir en nuestra vida.

Podemos asimilar esta experiencia para aplicarla connuestros hijos: a Dios se le va conociendo de a poco,según la edad del niño, según su desarrollo evolutivo.Así, primero los niños se afirman con su propio yo, en-

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tonces sus preguntas giran mucho en torno a lo que Dioses y siente hacia ellos, hacia el mundo físico de Dios;también sus oraciones son expresiones de su mundo yde sus necesidades. En la medida que entablan relacio-nes afectivas más significativas y nuevas experiencias,lentamente van incorporando a los demás a su mundo ya sus oraciones.

Lo que cuenta es que los niños busquen acercarse aDios y se vaya impregnando su vida de fe.

A veces nos desanima no ver los frutos de nuestra ges-tión educativa, nuestros hijos se pelean y les cuesta elperdón, no aceptan el compartir, tienen pereza para orar.Pero hay que seguir adelante, hay que insistir. Esta esuna tarea para enriquecer nuestras vidas, la de hijos ypadres y eso no tiene un tiempo limitado de acción.

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«El Padre se nos da a conocer a través del Hijo», (Mateo11, 27), con lo cual nos remitimos a escudriñar en losEvangelios para sacar las pistas de ayuda, luces de apo-yo en nuestro caminar.

Tenemos que confrontar nuestra experiencia diaria conel estilo de ser papá (o mamá) de Dios, es el modelo quelos padres cristianos queremos seguir. Este conocimientonos proporcionará firmeza, nos ayudará a superar loserrores y a tomar aliento para construir cada día a lamanera de Dios.

Los niños preguntan, esperan, tienen interés y facilidadpara sintonizar con Dios; «son como la gente sencilla aquienes El se presenta» (Mt. 11, 25 b) y pueden recibirlocon entusiasmo.

Para conocer a una persona como Jesús tenemos quesaber de su vida, verlo a través de sus actitudes y escu-char sus palabras para comprender su mensaje.

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Leemos a continuación un panorama de la familia en laque nació y creció Jesús, con situaciones similares amuchas de las que suceden en nuestras familias, cons-te que se mencionan solo pocas referencias en los Evan-gelios.

JESUS en una familia concreta:

·Se habla poco de su familia, quizás porque era una fa-milia sencilla, sin nada que llamase la atención, «si noera más que el carpintero» (Mc 6, 3), pero lo más proba-ble es que haya sido importante el clima familiar paradesarrollar posteriormente su misión: «el niño crecía yse desarrollaba lleno de sabiduría». (Lc. 2, 40)

·Era gente de fe: «Yo soy la servidora del Señor» dijoMaría al ángel (Lc. 1, 38); «Cuando José se despertóhizo lo que el ángel del Señor le había ordenado» (Mt. 1,24); se abrían y disponían a la acción de Dios en susvidas.

·Una familia que tuvo problemas graves: las dudas deJosé con respecto a María, incluso «pensó despedirla»(Mt. 1, 19); sufrió con todas las dificultades que rodearonal nacimiento pobre, «lo acostó en un pesebre» (Lc 2, 7);ellos tuvieron que soportar «la huida a Egipto» (Mt. 2,13), como muchas personas que hasta hoy tienen quemigrar por diversos motivos y con toda la angustia queeso genera.

Consciente de la realidad social: María dice en su himnoque «Dios deshace los planes de los soberbios, levantaa los humildes, colma de bienes a los hambrientos»,(Lc. 1, 51 – 53). Conoce los problemas de su entorno yalaba que la acción liberadora de Dios se haya iniciado.

Una familia solidaria: «María va junto a Isabel» (Lc 1,39). Acá no aparece que le haya pedido sino que parteespontáneamente de la generosidad de María ir a acom-pañar a su prima embarazada.

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Una familia que manifiesta su esperanza en Dios: «miespíritu se alegra en Dios mi Salvador» dice María enotro versículo (Lc 1, 47).

Respeta la vocación del hijo, aunque no lo entiendan:«Su madre le dijo: ¿Hijo por qué nos has hecho esto?. Elles contestó: ¿No saben que debo estar en la casa demi Padre?. Pero ellos no comprendieron esta respues-ta». (Lc. 2, 48 – 50).

Le dieron esa experiencia de amor, fundamental para queluego El expresara su maravillosa parábola del hijo pródi-go (Lc. 15). Por el amor del Padre, por el amor que expe-rimentó con su familia de Nazaret, sabe con certeza,que los padres están siempre pendientes de sus hijos,aunque éstos los rechacen, los padres están anhelandola reconciliación y festejan el retorno.

Superar las dificultades que podemos entrever en la fa-milia de Jesús, supone mucho amor: diálogo, compren-sión, mucha oración. Por consiguiente, la familia idealno es aquella en la que están ausentes los conflictos,sino la que busca acoger a todos sus miembros segúnlas necesidades especiales de cada uno; enfrentar lasdificultades sin por ello perder la alegría, crecer en elrespeto y la tolerancia mutuos, fortalecerse en la fe y elamor a Dios.

La familia ideal es aquélla que escucha el Evangelio, quelo acoge y lo vive, aún en medio de situaciones proble-máticas.

Todas esas vivencias son posteriormente apoyo para lavida pública de Jesús, «feliz la que te dio a luz y te crió»(Lc.11, 27). Esta frase pone de manifiesto que en el ac-tuar de cada persona se nota la huella de su familia.

Jesús comprende, desde su realidad, la situación de lamayoría de las familias, por esto su ayuda es eficaz paranosotros.

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Cada uno va imaginando a Dios según el vínculo afectivocon su entorno. Los más significativos son de aquellasprimeras personas con las que el niño entra en contacto,las de su ámbito familiar.

Jesús nos habla del PADRE:

El Padre es modelo del actuar de sus hijos y con amorlos guía. «El Hijo no puede hacer nada por su cuenta,sino solo lo que ve hacer al Padre», (Jn 5, 19 – 20).

El Padre por amor a sus hijos, pone a disposición deellos todo lo que tiene: una forma de convivencia basadaen la compenetración mutua. En realidad se entrega alos hijos día a día, de diferentes formas. «Hijo tu estássiempre conmigo y todo lo mío es tuyo», (Lc 15, 31).

El Padre espera y perdona con alegría. «Había que ha-cer fiesta y alegrarse, puesto que tu hermano estabamuerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sidoencontrado», (Lc. 15, 32).

Ser buenos al estilo de Dios Padre, «Sean Uds. buenosdel todo como es bueno su Padre del cielo» (Mt. 5, 48).Se trata de comprender que lo único que verdaderamen-te educa a los hijos es la bondad de los padres haciaellos, en el trato diario, en la atención que se les brinda,en cómo se les escucha, en cómo se valora la palabrade ellos, en cómo se les ayuda para superar sus erroresy en cómo se aplauden sus logros.

Jesús sabe que el hecho de la familia es decisivo en laexperiencia y en la vida de los hombres. Por eso, hablafrecuentemente de las relaciones familiares como mode-lo para explicar lo que es Dios o el reinado de Dios en elmundo.

La familia es fuente de vida, es un espacio privilegiadopara cultivar el amor, la alegría, la generosidad, la res-ponsabilidad y la fe.

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Dar vida es también cuidarlos, jugar, ver sus dibujitospreferidos en la TV, hacer las tareas, leerles cuentos,mirar con ellos una tarde de cielo despejado, es desper-tar en ellos la fe, hacerles sentir que Dios los ama y queestamos hechos para ser felices. En suma, disfrutar lavida con ellos.

Es bueno reflexionar sobre nuestro actuar como padres,a la luz de la fe, ayudarnos en nuestro rol de educadoresprimarios y sobre todo impregnar nuestra tarea de opti-mismo.

La tarea de educar es principalmente de nosotros, ma-dres y padres. A través de ella queremos trasmitir a nues-tros hijos los más bellos valores, inculcar los más altosideales. Es importante contar con la información que nosayude a orientar mejor a nuestros hijos, por lo tanto tam-bién podemos decir que la tarea es doble: ir educándo-nos nosotros junto a ellos. También estamos llamados amadurar en este camino, de ser responsables, de encar-nar los valores evangélicos.

Hay desafíos constantes, por eso es fundamental el diá-logo permanente con la pareja, con los hijos, con quie-nes colaboran en su crianza, con sus educadores y sipodemos apoyarnos en pequeñas comunidades de igle-sia, aún mejor.

Tantas veces escuchamos decir sobre la semejanza físi-ca del hijo con uno de los padres, lo cual hace que elafortunado se quede muy satisfecho. Pasa igual con al-gunas habilidades, porque el padre o la madre se encar-gan de adiestrar en lo que saben hacer, y también suce-de con las actitudes: podemos vernos reflejados en nues-tros hijos. Somos los padres y las madres los modelosque ellos copiarán.

Por supuesto que la libertad de la persona, su inteligen-cia y la gracia de Dios, hacen que aún en familias con

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alto riesgo de vulnerabilidad, crezcan personas maravi-llosas, llenas de generosidad y esperanza.

Para educar, tenemos que recordar que los medios paralograr lo que nos proponemos, en todos los casos, son:

el ejemplola perseveranciael esfuerzo por mejorarel optimismo

Tener en cuenta que es importante lo que trasmitimoscon los gestos, con nuestras actitudes, no solo con laspalabras. Los niños interpretan bastante bien nuestrasactuaciones. Ellos ven y asimilan nuestro modo de rela-cionarnos con la familia, con quienes trabajamos, cómoconseguimos las cosas, cómo valoramos a las perso-nas, cómo resolvemos dificultades.Hagamos de nuestra vida de padres la mejor inspiraciónpara nuestros hijos.

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«Felices los que aman al Señory siguen sus caminos.

Comerás del trabajo de tus manos,esto será tu fortuna y tu dicha.

Tu esposa será como vid fecundaen medio de tu casa,

tus hijos serán como olivos nuevosalrededor de tu mesa.

Así serán benditosel hombre y la mujer que aman al Señor.»

Sal. 128

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Sé, por el relacionamiento cotidiano con muchas ma-dres amigas, que ven necesario fomentar un desarrolloespiritual en los hijos, ese interés es el que quiero refor-zar animándonos a asumir este rol fundamental en nues-tras familias.

Tiene mucho valor la influencia de los padres en la forma-ción espiritual de los niños, creo firmemente que el ho-gar es la primera escuela de fe.

Es cierto que muchas veces queremos tirar el fardo aotros espacios, y eso pasa generalmente porque tene-mos dificultades o limitaciones en nuestra tarea. Es comocuando, a los 3 o 4 años, decidimos llevar a nuestroshijos al jardín de infantes. En la casa puede suceder queestén lo suficientemente estimulados y conozcan mu-chas cosas, pero es también innegable la ayuda queproporciona el jardín, ya sea en afianzar los conocimien-tos, como y sobre todo, en el aprendizaje de las necesa-rias reglas de socialización, en la posibilidad que les ofre-ce de confrontarse con los demás niños. Entonces, am-bos espacios se complementan y si trabajan en comuni-cación y armonía solo pueden dar mayor y mejor benefi-cio a los niños.

Ahora, es cierto, que también pueden aportar o suplir loque en la casa no estamos en condiciones de entregar.

En esta etapa, de 3 a 6 años, mucha responsabilidadrecae en nosotros, las madres y los padres. Los niñosno pueden esperar las charlas de primera comunión paraenterarse de Dios.

Si queremos revertir la figura clásica del cristiano reduci-do a ritos, si queremos innovar con los letárgicos discur-sos de las charlas pre-bautismales, si pretendemos quenuestra familia acoja al Dios encarnado en la historia dela humanidad, tenemos únicamente que abrir caminos,

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poner tiempo y esfuerzo para sembrar, sabemos que«Dios pondrá lo necesario para hacer crecer» (1 Cor. 3,7).

El empeño significa, en actitud sincera y ferviente, bus-car espacios de reflexión, aceptar las propuestas de cre-cimiento que se nos ofrecen. Pero sobre todo significatrasparentar nuestra relación con Dios, como muchasveces me repitió humildemente mi madre: no es con loslibros que uno consigue acercarse más a Dios, sino conel trato diario, basado en la oración. Es lo que marcará elrumbo a nuestros hijos, de modo que se integre la fe anuestra vida diaria como un eje impulsor de todo lo quehacemos y no como algo que solo sale a relucir cuandohay misa o muere alguien.

Reconociendo que somos hijos de Dios, creados conamor, busquemos en la fe nuestro sustento, nuestro ali-mento, nuestra fuente inagotable de vida. Eso no pode-mos aprender de libros sino al hacer camino de amistadcon el Señor. Así seremos, los padres y luego nuestroshijos, testimonio de los valores evangélicos, en la casa,en el trabajo, en la calle. Así aportaremos nuestro «gra-no de arena» en construir de verdad comunidades fami-liares más armoniosas, por tanto sociedades más jus-tas, más hermanadas, más respetadas.

Dios nos quiere unidos. Este es un principio fundamen-tal que desde pequeños debemos inculcar a nuestroshijos. Tiene mucho valor la actitud que tenemos con losdemás, cómo nos ayudamos unos a otros, cómo pone-mos nuestros talentos al servicio de los demás. Debe-mos iniciarlos en la comprensión de la dimensión comu-nitaria del hombre y que la fe debe movernos a mejorarlas condiciones de vida de las personas.

Lo que aquí nos ocupa está destinado a los niños peque-ños, que inician y se interesan por las cosas de Diospadre. Tomemos la iniciativa si no son ellos los que seacercan. Démosle a saber a nuestros hijos desde tem-

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prana edad que conocer a Dios es un legado valioso.Aquí nuestra tarea no termina, cuando superen esta fase,cuando crezcan y encuentren otros dilemas o confrontenestas enseñanzas con otras explicaciones -ya sean decompañeros o de otros adultos- entonces tendremos denuevo que apuntalar ese paso que darán los hijos en sucrecimiento, buscando otras respuestas acorde a susnuevos elementos de juicio, confiados en que el mismoDios nos dará esclarecimiento.

¿A qué nos dedicamos?

En estos tiempos parecería que estamos obligados acorrer, a ser primeros, en una tarea alocada por competiren el consumo y por hacer frente a la devaluación denuestros ingresos, confrontados con los altos costos dela consumición básica familiar, lo cual nos lleva a cargara su vez con el desgaste y la agresividad que a veceseso genera.

Llega un momento, en que hombres y mujeres nos sen-timos agobiados, porque al hacer un balance parece quees más lo que nos saca el trabajo que lo que nos da,sobre todo en cuanto al poco tiempo que nos queda paraestar con la familia, para dedicarnos a los hijos, paracultivar nuestra persona.

Después de una jornada habitual llegamos a la casa can-sados, con poca paciencia y deseosos de encontrar todoen orden para poder descansar tranquilos un buen rato.De allí surgen los enfrentamientos con los niños, ya queellos también esperan ese momento de compartir consus padres, de jugar juntos, de revisar las tareas del día,de escuchar algún cuento, de recibir una caricia. En esascondiciones el poco tiempo que nos queda para ellos estambién malo en calidad.

Nuestra responsabilidad como padres-educadores mu-chas veces queda un poco relegada, nosotros abruma-dos por la incertidumbre y la tristeza de no abastecer

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como quisiéramos y nuestros hijos, confundidos, pue-den reaccionar de diferentes maneras, desde la indife-rencia hasta la rebelión.

Coinciden en nuestros años jóvenes, las ansias y posibi-lidades de un desarrollo profesional con la época de ma-yor exigencia de nuestros hijos, porque aunque a vecesno saben expresar claramente, reclaman nuestra pre-sencia y lo que es más importante: es el tiempo de susprimeros aprendizajes, donde nosotros jugamos un pa-pel preponderante, insustituible, solo nosotros padressomos capaces de trasmitirles lo que creemos seránsus herramientas para su buen desarrollo.

Además es una experiencia plena de alegrías, ir disfru-tando de sus primeras conquistas y estar convencidosque es el tiempo irrepetible de cimentar las bases de supersonalidad.

San Ignacio, de quien heredamos sus «Ejercicios Espiri-tuales», fue un buen conocedor de los desasosiegos quea veces pueden afligirnos. Propone formarse en el hábitode evaluar cómo ha andado nuestro día con relación alos compromisos que hemos asumido dentro del plan deDios, si nuestros pasos nos han acercado o alejado másde ellos, y ser perseverantes con nuestros objetivos.

Es conveniente hacer un alto en el trajín, para evaluar lasopciones, así se descubre qué es lo que en cada etaparequiere mayor cuidado, a qué o a quien se dedican losmejores empeños, de qué manera se expresa el amor alos hijos.

Puede a veces suceder que uno se llene de actividadesjustamente para acallar esa inquietud que teme enfren-tar.

Ciertamente no es fácil hacer frente a la presión socialque impone el modelo de ser exitoso fuera de la casa, dehacer como los demás, también porque implica convic-

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ción para no dejarse envolver por las necesidades quenos crea la sociedad consumista, porque la decisión deacompañar más de cerca el proceso de los hijos suponemuchas situaciones nuevas que asumir, muchas cosaspor descubrir en ese aprendizaje de ir creciendo juntos yeso requiere disponibilidad de tiempo que puede signifi-car renuncia a otros compromisos de parte de uno de lospadres.

Muchas veces decimos, «si yo pudiera cambiar tal situa-ción...» y con nuestros hijos pasa eso, podemos, nosdebemos mucho. Es como tener ahora un tesoro grandeen las manos. ¿Por qué dejarlo escapar? Con una mayory sobre todo mejor atención de madres y padres, podránnuestros hijos desarrollarse en un clima de apoyo, decariño, de estímulo.

San Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús, proponeen sus Ejercicios Espirituales, examinarse de modo adejar de lado todas aquellas «afecciones desordenadas»,en suma, limitaciones que nos impiden hallar la mejormanera de relacionarnos con Dios, las demás personasy disfrutar de nuestra condición de hijos felices. Parallevar a cabo nuestra tarea con más eficiencia, es nece-sario conocer el equipaje que traemos, nuestra historiapersonal, conocernos más a nosotros mismos porqueasí podemos tener claro lo que nos ayudará (nuestrashabilidades) o lo que nos perturbará (nuestros apegos), yeso nos permite ser más honestos en la relación connuestros hijos.

Y además enfatiza que «No el mucho saber harta y sa-tisface el alma sino el sentir las cosas internamente».No es lo mucho que le podamos enseñar a nuestros hi-jos lo que los hará más felices o las variadas opcionesextracurriculares las que acrecentarán su persona, sinoel que puedan sentir nuestro amor, se sientan valorados,respetados y por tanto sepan descubrir en otros tambiénese bagaje de riqueza con que fuimos creados. Que ex-perimenten su vida como una bendición, como una gra-cia maravillosa del Padre.

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El tesoro es aquello que nos ha sido entregado, comodones, a cada uno de nosotros, padres e hijos, y quedebemos sacar a luz para compartir y enriquecer nues-tra vida.

No se trata de cuantos juguetes haya acumulado un niñoo cuán ricamente adornadas estén nuestras paredes, sinolo que perdura en los corazones es aquello que hayasido compartido en familia, disfrutado, aquello que nosenseñó, que dejó una marca imborrable, una sensaciónde alegría y plenitud en nuestros años de infancia.

Generalmente la naturaleza nos ofrece muchas posibili-dades de deleitarnos juntos, de aprender, de sentir lagrandeza de la creación, de buscar la armonía.

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Seguro recordamos, cuando de niños, después de unalluvia, era tan entusiasmante buscar el arco iris, escu-char las leyendas contadas por padres o abuelos del te-soro escondido en su extremo y contemplarlo tan mara-villoso desparramando sus múltiples colores.

Ya siendo grandes, para muchos, esa misma emociónnos acompaña cuando el arco iris se instala plácidamen-te en el horizonte después de una tarde de lluvia.

Eso que nos dio o sigue dando tanto regocijo lo hemostrasmitido a nuestros hijos, en esas tardes muy lluviosasde verano, entre aburrimiento e inventos, cuando esperá-bamos que acabe para mostrar a los niños, con granalboroto, el arco iris.

Para ellos, así como lo fue para nosotros en nuestra in-fancia, de alguna forma ha sido heredar el tesoro escon-dido en su fascinante abanico colorido.

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Tiene además un simbolismo muy importante, ya quedesde la manifestación bíblica, el arco iris, representa laalianza que estableció Dios con sus hijos a través deltiempo.

Gen. 9, 12-13: «Esta es la señal de la alianza que esta-blezco entre ustedes y yo, por todas las generacionesque han de venir. Pongo mi arco en las nubes para quesea una señal de mi alianza con toda la tierra».

Entonces es fidelidad y alegría, esperanza de tiemposmejores después de la tormenta, saber que el amor per-dura y todo lo renueva.

Pueden haber tormentas, noches de pesadilla, temores,pero hay siempre una mañana con sol, una luz que davigor, una mano amiga que anima, un abrazo reconfor-tante.

El arco iris puede parecernos lejano, pero hay que desci-frar sus colores; el tesoro no está oculto en el valle perdi-do, está en cada uno de nosotros: en quien se alegraporque irrumpe, en quien disfruta de su belleza, en quienlo contempla alborozado, en quien recuerda la alianza,en quien renueva su fe. Dios, por tanto no está allá arri-ba, lejano, sino próximo, cercano, inmerso en nuestrasvidas, para quienes creen más allá de lo que ven.

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Medio indiscutible de esta herencia ha sido la palabra;en tardes lluviosas se encontraron madre o abuela o pa-dre con hijos, charlando animados, hallando consuelo,rememorando infancia, acrecentando lazos. Así comotambién Dios se da a conocer, «instala su carpa en me-dio de nosotros» (Jn. 1, 14), nos busca, nos mueve aencontrarlo. Se hace pequeño también, escudriña nues-

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tros balbuceos y clarifica nuestros rudimentarios códi-gos. Siente nuestro caminar cansino, nuestros piesquejumbrosos arrastrándose y pone énfasis en la cerca-nía, el consuelo, la esperanza.

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La historia sobre el arco iris, su descubrimiento y su sím-bolo, ¿sólo pretendía aquietar nuestras tardes de infan-cia, o era información que pudiese motivar nuestra curio-sidad?.

Iba más allá. Era compartir los recuerdos, alegrarse jun-tos, invitar a la esperanza a enseñorearse en nuestravida cotidiana.

Va más allá, sólo al abrigo de los brazos maternos estahistoria tiene sabor, conmueve y apasiona. Cobijados porlos brazos paternos, es como este relato obtiene verdady fuerza.

Es la presencia amorosa de la madre la que tranquilizaen tardes de truenos, es un tibio chocolate ofrecido porla abuela lo que reconforta y saca el frío, es la voz delpadre la que ahuyenta los fantasmas de las tinieblas.

El amor hace a un Dios empequeñecer, nacer en un hu-milde pesebre, recorrer los caminos hecho hombre, abrirlos brazos desde el madero de la cruz, en señal de en-trega amplia y eterna. El amor lo hace buscarnos.

Por eso cuenta más la vida que construimos con nues-tros hijos, el Dios de nuestro hogar, que lo que podamosofrecer en cuanto a la historia de Dios.

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«El hombre está más cerca de sí mismocuando consigue la seriedad del niño que juega.»

Heráclito, filósofo griego.

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Se trata de explicar algunos puntos fundamentales denuestra fe cristiana, en base a lo que preguntan los niñosde 3 a 6 años, y sobre todo simplificando, adecuando elmensaje de Jesús a su entendimiento. No es que tenga-mos que inventar las respuestas, claro que sí podemosrecurrir a la imaginación, por ejemplo cuando decimosque Jesús jugaba de pequeño con los otros niños veci-nos, es lógico pensar que así ocurrió, como cualquierniño del mundo en cualquier época.

Cada familia tendrá su manera de expresar la fe, lo quesí se puede afirmar es que desde pequeños el hogar esun lugar propicio para iniciar esa amistad con Dios, esesentirlo Padre protector, ese asomarse al misterio de laTrinidad.

He recogido aquí las preguntas e inquietudes de mis hi-jos y otros niños curiosos y creativos. Aquellas que mo-tivaron una larga reflexión y otras que siendo simples,son básicas en este aprendizaje – relacionamiento.

Las respuestas son el resultado de una charla en familia,con mi esposo, o leyendo con los niños algún pasaje dela Biblia o recordando lo explicado en algún libro sobreDios y Jesús, sobre cada tema en cuestión, en el mo-mento en que fueron planteados por ellos. No han sidodadas tipo cátedra ni forzadas más allá del tiempo que elniño o niña estaba dispuesto a escuchar. Otros comen-tarios de los niños están recogidos simplemente comoanécdotas.

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¿Quién nació primero en el mundo?. ¿Cómo se formó laprimera persona? Marcelo, 3 años.

A esta edad es fundamental que escuchen que Dios hizotodas las cosas del mundo, se puede leer con ellos elGénesis (1, 1 – 26), donde además se resalta su satis-

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facción con todo lo creado. Podemos ver en la creaciónun testimonio del amor de Dios por nosotros y por consi-guiente tenemos que colaborar para que perdure.

Este es el paso inicial. Dios creó el mundo, El hizo quetodas las personas, los animales y las plantas estuvie-ran en este lugar. Esta es nuestra casa, por eso tene-mos que cuidarnos unos a otros y todas las otras cosasbuenas del mundo, para disfrutar de lo que nos regalóDios Padre!

El nos da la posibilidad de tener las cosas que seanútiles para nosotros. Aún así pondremos cuidado en queno confundan con las historias fantásticas, con los per-sonajes de dibujos animados que tanta fascinación ejer-cen sobre los pequeñines.

Hay que tratar de explicar lo más claro posible, el niñotiene que identificar lo que se puede atribuir directamen-te a Dios de lo que crea el hombre, poco a poco estaversión se irá ampliando y corrigiendo según su edad decomprensión.

Si les decimos que Dios dio el empuje inicial y la inteli-gencia, el resto se lo irá explicando la ciencia cuandoellos así lo precisen.

Después de esta charla, mi hija Mónica me dijo: «quieroya irme para ver la cara de Dios y preguntarle muchascosas que no entiendo». Lo expresó con tranquilidad,aunque a mí me sorprendió, me entristeció y me costóresponder. Evidentemente tenemos tantas interrogantes.Pero lo que ella manifestó es un poco de esa chispa porel «más» que está dentro de nuestro corazón de cristia-nos, por buscar encontrarse cara a cara con Dios y reci-bir directamente de El su sabiduría.

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Marcelo, 5 años, preguntó: ¿Cómo nació Dios? Porquetiene que haber una mujer para «hacerle nacer»!!

Dejar a Dios ser Dios. El es tan grande que nosotros nopodemos entender muchas cosas con respecto a El.

Varias veces he querido recurrir a sacerdotes muy ins-truidos para que respondan a algunas preguntas máscomplejas. Me siento maravillada de que tengan los ni-ños la inteligencia de plantear esas cuestiones filosófi-cas y de investigación teológica y por otro, me encantaver el interés que muestran por tener a Dios más presen-te, más concreto en sus vidas, aunque sea a veces comoun cosquilleo extraño.Y he encontrado que muchas de esas preguntas no tie-nen una respuesta muy clara o fácil de entender, otrassimplemente no la tienen. Entonces los niños escuchanlo que les podamos decir como una información, es algoque les interesa pero no preocupa. En cambio, da másbeneficios compartir con ellos, mamá o papá, un mo-mento de charla intimista sobre Dios, que agotar recur-sos por conocer el lugar exacto de su casa o como nacióEl mismo, porque en esencia para los niños se irá gra-bando que Dios nos reúne en torno suyo, nos hace másfamilia.

Tenemos también que ser prudentes, que las cosas deDios no las sientan como un peso aplastante, simple-mente que ese misterio sea para ellos garantía de segu-ridad en un ser superior.

¿Donde vive Dios?

1 Cor. 2, 9: «Ningún ojo vio, ningún oído oyó ni por mentehumana han pasado las cosas que Dios ha preparadopara los que lo aman».

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A partir de esta pregunta podemos hacer aterrizar a Diosentre nosotros, porque puede que los niños se imaginenalgo así como un Dios–globo, volando en las alturas. Sinembargo procuremos sentir juntos a Dios impregnado ennuestro día a día, en las personas con quienes nos rela-cionamos. Y que aunque no sepamos donde vive, ase-guremos nuestra fe de que Dios está con y en nosotros.

¿Dios es humano?

«Si no es humano es extraterrestre, o mejor, Dios escielorrestre», dijo Marcelo una vez.

La Biblia no describe los rasgos físicos de Dios. Nadieha podido verlo. Lo que de El se resalta es su modo deactuar con las personas, guiándolas hacia el plan de fe-licidad que propone para todos.

De igual manera para nosotros, lo que importa es el tratoque damos a la gente, cómo buscamos hacer realidadun reino de hermanos: con respeto, amabilidad, com-prensión. Sin dejarnos llevar por la apariencia de las per-sonas. A partir de esta reflexión podemos enfatizar connuestros hijos, la acogida y el servicio a los demás.

¿Dios existe?

¿Dónde está?, que no se le ve. Fue la pregunta másrepetida por cada uno de los niños.

Jn. 8, 42: Jesús dijo: «Yo he salido de Dios para veniraquí».

Hablemos de Jesús, el Dios que se hizo hombre, quetiene un rostro y un cuerpo concretos, leer lo que dijo,conocer su historia. Así les damos certeza de su exis-tencia y eso les deja más tranquilos, ya que constante-mente están buscando entender un poco más de «esealguien» que tiene una presencia tan fuerte en su casapero que no le ven.

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Además es importante que desde pequeños reconozcanque Jesús nos muestra el camino hacia el Padre.

Generalmente no hace falta dar largas explicaciones,porque con poco dan por terminado el asunto. Necesitanrespuestas breves y claras. Cada niño, en realidad res-ponde y se interesa de manera diferente.

Hay preguntas más complejas que otras, que no sabe-mos qué responder. Es entonces cuando debemos re-cordar que Jesús mismo nos prometió la ayuda del Espí-ritu Santo, «pues el Espíritu escudriña todo, hasta lasprofundidades de Dios» (1 Cor. 2, 10b), lo cual suponeque mediante nuestra lectura y oración constante, logra-remos entendimiento o facilidad de acercarnos al miste-rio de Dios.

De ninguna manera pretendamos abarcarlo todo, sinomás bien conducir serenamente a nuestros hijos, de lamano y con respeto, hacia esa experiencia profunda deamor; el resto vendrá por la misma gracia de Dios quefue también el primero en darnos esa chispa, esa inquie-tud por responder a su llamada.

Querer verlo es uno de los deseos más frecuentes queplantean los niños. A mí no se me había ocurrido, peromi hija Mónica, después de una de nuestras pequeñascharlas, guardando entre sus manos el crucifijo de unrosario para dormirse, dijo: «Sé que Jesús está dentromío pero así puedo verle».

El cielo

Karen, mi ahijada, cuando tenía 5 años preguntó: Si elcielo está arriba cómo Dios no se cae?.

Estábamos recolectando víveres para las personas ne-cesitadas del Departamento de San Pedro y Marcelo (5años) preguntó: ¿Jesús tiene comida en el cielo?. Por-

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que si no, allí nos vamos a morir de hambre! Oh! quéresurrección!

¿En el cielo se come?, preguntó un pequeño goloso.Porque si no, yo voy a guardar un chocolate en mi bolsi-llo cuando me vaya. Ese es el banquete prometido!!

Después de escuchar el relato de la Pasión, Luján, misobrinita, a sus 3 años, comentó a su mamá que a Je-sús le sacaron su ropa cuando estaba en la cruz, y acontinuación preguntó si El tenía ropa en el cielo.

¿En qué país queda el cielo? preguntó Mónica (5 años)queriendo ampliar sus conocimientos de geografía.

El «país del cielo», es una frase tan bonita como inge-niosa, sin embargo hay que, intentar por lo menos, acla-rar que el cielo abarca a todo el universo, el cielo es loque vemos donde están el sol, la luna y las estrellas yencima de todo eso está Dios, con esta idea básica tra-tamos de darle a entender 2 conceptos: que Dios noestá en un lugar definido y por otro el de la grandeza deese Padre.

El Espíritu Santo

Ya sé quien es el Espíritu Santo, el que me lleva a micama a la noche, cuando duermo en la de mis papás.Marcelo, 4 años.

Es un poco así, con esa ingenuidad ha interpretado demanera espléndida: una fuerza que ayuda y sostiene,que reconocemos que está, aunque no podamos verlo.

Es la fuerza que nos va moviendo hacia Dios.

Sergio le había enseñado la larga oración al Espíritu Santo,le gustó tanto a Marcelo que pegó por su mesita de no-che para aprendérsela y pidió una copia para la profeso-

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ra de grado. Luego, escuchándole, sus hermanas la hanaprendido e intentan recitarla todos juntos.

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«Lo que es y que no podemos ver ha pasado a ser visiblegracias a la creación del universo, y por sus obras capta-mos algo de su eternidad, de su poder, y de su divinidad»Rom. 1, 20

¿Me escucha Dios?

Apurado por hablarle de sus necesidades, José Mateo, 3años, dijo: «Angel de la guarda, dulce cumpleaños...»

Cierto que los niños pedirán cosas materiales, expre-sando sus deseos más que necesidades, pero lo quemás les interesa es saberse acogidos, tener la certezade que Dios está presente aunque no lo vean y les prote-ge para así sentirse seguros como con mamá y papá.

Hay que enseñarles a hacer sus oraciones; ayuda lanoche, momento más tranquilo, acostados juntos, invitaral niño a que vaya diciendo lo que quiere a ese Dios quele escucha con agrado.

Es bueno intentar hacer algo propio, no sólo que repitanfórmulas prestadas, sino que cuenten su día a Dios, asícomo lo hacen con nosotros o aún con más detalles,qué les gustó, por qué se enojaron. De esa manera tam-bién van aprendiendo a hacer introspección, a agradecerpor el día, a revisar lo que hicieron y el modo de portarse;de adultos estarán así habituados a confrontar su vidacon su compromiso cristiano, sabiendo que obran de unamanera determinada no porque hay amenazas o premios,sino porque de ese modo se construye una comunidadfraterna.De esa manera aprenderán a creer en Dios, a pedirle, aesperar que Él les proteja, les guíe, les dé fuerza para

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apartar las cosas malas de la vida. Aprenderán a querer-lo, a confiar en El, a sentirlo en sus vidas.

Esta edad es la etapa propicia para introducirlos a laoración, ésa que sale de nuestro corazón, animarlos enese camino, sin atosigar, dejarlos obrar lenta y espontá-neamente, de lo contrario parecería que Dios fuese undetective que se mete en todos nuestros huecos aunqueno queramos. Hay veces en que los niños no quierenhablar de sus cosas, y Dios respeta la libertad de cadauno de sus hijos.

Es bueno tener en cuenta que educar a los hijos es tareapara largo rato, no nos apresuremos, pero tampoco deje-mos pasar el tiempo estérilmente.

Además de enseñarles las oraciones clásicas, elPadrenuestro, Angel de la Guarda, Ave María, es muyimportante que se familiaricen con Dios, que se sientanen confianza con El, que aprendan a comunicar lo queellos sienten y eso es oración.

Eso sí, hay momentos donde estando juntos en familia,rezar algo bien conocido entre todos ayuda y reconforta,como al empezar la jornada, al comer, al salir de viaje.También enseñemos a nuestros pequeñines traviesos asaber hacer y estar en silencio, a comprender que éstaes una forma de comunicarse con Dios. Para esto tene-mos que aquietar la marcha, preparar el lugar, disponer-nos a disfrutar la calma.

Yo creo que el niño que vive en ese ambiente, de esamística de su niñez pasará a participar con entusiasmode las demás propuestas, a buscar nuevas formas derelacionarse con el padre Dios, a través también de losritos de la Iglesia.

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¿Dios me cuida en todo momento?

Si hacen esta pregunta, como lo han hecho mis hijos, encierto modo buscan una cercanía mayor con Dios, ex-presan su temor y aprenden a pedir para sentirse segu-ros.Esta edad a la que nos estamos refiriendo, es pródiga enmimos, es la que reclama nuestra presencia, es la que aveces limita nuestro trabajo, porque les gusta que este-mos con ellos, les gusta cobijarse con nosotros. Así tam-bién es necesario repetirles que Dios está siempre aten-to a nuestras necesidades, lo que prometió que nos con-cedería: leer el envío del Espíritu Santo (Jn. 20, 22) ydescubrir sus dones: paz, alegría, fortaleza, entendimien-to. Estos son los pilares de nuestro trabajo, de nuestroslogros, de nuestra vida diaria, son los valores con quedeberíamos apuntalar nuestro caminar, a partir de ellospodemos concretar nuestros objetivos.

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Papi, ¿Dios tiene cabello blanco? ¿El no se pone nervio-so?

En esto se evidencia un poco eso de que los niños ima-ginan a Dios según lo viven en su casa, por tanto experi-mentan el amor de Dios a través del de sus padres yhasta fantasean que podría parecerse a su papá.

Cuántas veces habremos repetido la frase que «nos sa-can canas» con tantas pruebas de fuego a nuestra, mu-chas veces, escuálida paciencia.

Bien vale recordarles el texto bíblico que dice que Dioses «ternura y compasión, lento para enojarse y rápidopara perdonar» (Sal. 103, 8) y así darles tranquilidad,que Dios no está para castigarnos sino para ayudarnos ahacer bien nuestras tareas.

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Esta es también la forma más práctica y efectiva de fa-miliarizarse con la Biblia, cuando se hace presente ennuestra conversación y sus mensajes dan vigor y credi-bilidad a nuestra explicación.

¿Dios tiene fuerza?

Esta es la pregunta de un varoncito, tratando de conocerel alcance del poder divino.

Lo que interesa es saber para qué queremos usar la fuer-za. Por sobre toda la fuerza que tengamos lo más impor-tante es que nos tratemos con cariño, escuchando yhablando tranquilos, sin abusar de nuestra fuerza o denuestra inteligencia, porque a todos Dios nos dio un pocode su poder para ayudar, para aprender y para amar.

Hay que recordar que vale la pena inculcar a nuestroshijos otro tipo de fuerza o llamémosle fortaleza, aquellaque necesitamos para dejar de lado las cosas malas, esla fuerza de la voluntad.

¿Por qué Dios no eligió a una hija?

Me preguntó Mónica, durante una semana santa, enmedio de tantas lecturas y películas sobre la vida deJesús y otros santos varones. A ella, al parecer por supregunta, le hubiese gustado ver o saber mayorprotagonismo de la mujer en la tarea de redención delmundo. Es propicio para hablarles, en términos senci-llos, del largo proceso de dignificación de la mujer, lo quetambién Jesús redefine y le da un empuje, rescata deci-didamente a las mujeres de su época del ostracismo enque estaban recluidas.

A otras madres con hijas sabedoras de su capacidad,les sugiero entonces buscar el protagonismo de las mu-jeres descriptas en la Biblia, a más de María, y redescu-brirlas en su justa valoración, saborear todo cuanto devalioso podemos aportar las mujeres en nuestra condi-

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ción de tales. Para ello ayudan libros que pueden ense-ñarnos mejor sobre la figura de las mujeres en la Biblia.

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Armar el pesebre con los niños es la ocasión más agra-dable de sentir ese relato evangélico en nuestra familia,hacerse pequeños y disfrutar juntos es la mejor manerade prepararse para la Navidad. Mientras, ir ayudando aque se imaginen la escena real: no tenía Jesús un lugartan lindo para nacer, ni tantas ropitas, ni mucho menosfotos, pero estaban allí los tres juntos y muy felices. Enverdad, con muy poquito Dios hace maravillas.

Pienso que es tan estimulante para el niño dejarlo prepa-rar el pesebre, mientras narramos lo que dice la Biblia alrespecto del nacimiento de Jesús, allí aparecen la estre-lla que guiaba y los Reyes magos. Recalcar la generosi-dad con que los pastores, la gente sencilla del campo ledio lugar y por lo tanto quienes reciben primero a esteniño Dios.

Con el relato de los Reyes Magos es bueno no quedarsesólo en los regalos que llevaron y que seguimosreinventando ese hecho para los niños, sino ir un pocomás y nuestros hijos lo pueden entender: hay que reco-nocer que Jesús vino para estar con pobres (pastores) yricos (Reyes magos) o sea se hace uno en medio detodos los que quieren recibirlo, los que viven cerca o losque vienen de lejos. Basta buscarlo para estar con El.

¡Los Reyes Magos si tienen magia le han de traer regaloa todos los niños!, es lo que exclamaron, con alegría eingenuidad, mis hijos en alguna ocasión.

Con el avance de los medios de comunicación y el mar-keting, puedo comprobar que desde mi infancia hasta lade mis hijos, el pesebre se ha ido opacando detrás delPapá Noel, al que se lo ve agigantado ahora.

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Sin embargo, de nosotros depende resaltar el valor cen-tral del «pesebre» o lo que simboliza, en las fiestas navi-deñas. Es cierto, es época de alegría, momento de en-cuentro con la familia grande, con amigos, quizás vemoso visitamos a quienes hacía mucho no les dedicábamostiempo. Y eso tiene mucho sentido para nuestros hijos,resulta muy difícil apartarse de la parafernalia montadapara tirarnos al consumismo irreflexivo, pero si podemosmanejar la situación con inteligencia, el niño aprende loque vive en su casa, si entre todos participamos de lapreparación del pesebre, centramos nuestra idea en elnacimiento de Jesús, el hijo de Dios que vino para ser unniño como ellos y porque eso nos alegra, repetimos laentrega de regalos (aunque Papá Noel sea el intermedia-rio).

También por ese motivo, buscamos darle un poco denuestro tiempo a amigos o tíos que no vemos con fre-cuencia, o junto con los niños preparamos regalitos paralos abuelos o para quienes trabajan en nuestras casas,o para enviárselos a niños internados en un hospital, obuscar una manera novedosa de que ellos ofrezcan algode bueno que tienen para los demás; entonces así alcompartir en comunidad, estaremos haciendo vivir la ale-gría de ese Jesús, que nació, creció y siempre mostró loque Dios quiere de nosotros para nuestro bien mayor.

Sí creo que vale la pena ser «medidos» con los regalos,austeros si cabe el término, con lo que se da a los niños.Ese es un valor muy dejado de lado y sin embargo esfundamental para ser solidario en una sociedad con tan-tas necesidades económicas, con tantas personascarentes. Y este es un aspecto que no debemos pasarde largo con nuestros hijos, desde pequeños.

En realidad, cada mamá y papá que buscan las mejoresestrategias para sus hijos, sabrán conducirlos de la fan-tasía de los Reyes Magos a la realidad, sin que eso sig-nifique confusión en los niños, y será fácil, cuando he-mos resaltado en toda circunstancia, el papel único e

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irreemplazable de Jesús y las demás figuras mágicashan sido solo mediadoras así como podemos serlo no-sotros o como lo hacen muchos grupos de personas re-cogiendo y entregando regalos a los niños carenciadospara que a muchos alcance. A través de cada uno denosotros actúa el amor de Jesús.

Esa experiencia marcará profundamente la actitud denuestros hijos en la Navidad.

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¿Qué jugaba Jesús?

Parece tan simple, pero cómo no estaría esta preguntaentre las que los niños hacen, si para ellos el juego ocu-pa absolutamente todo su tiempo y motivación, por lotanto si ellos saben que Jesús tuvo juegos, confirmanque de verdad fue niño.

Podemos pensar que Jesús cuando pequeño se portasecomo los otros niños de su pueblo. Seguramente jugabamucho con ellos, corriendo de aquí para allá, a las es-condidas, con juegos que inventaban porque en esa épo-ca no habían juguetes como los de ahora, es probableque le gustase jugar con la pelota. También es seguroque le enseñaban a leer y escribir, a sumar y restar. Ayu-daba a María con algunas tareas de la casa y aprendíalas cosas que José hacía en la carpintería.

Y además algo muy importante: rezaban juntos y le en-señaban a escuchar a Dios.

Describir esta situación cotidiana de Jesús niño, facilitaa nuestros hijos en cuanto a su relación más cariñosa yespontánea con El.

A los niños les entusiasma la idea que se hacen de unJesús niño igual que ellos, capaz de entender un poco

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sus travesuras y también de animarlos al esfuerzo diariode ser obedientes y aplicados en sus tareas.

¿Le quiere Jesús a los niños?

Esto sí que está escrito en la Biblia, pidió que los niñosvayan hacia él, los bendecía, (Mc. 10, 14 – 16), variasveces Jesús mostró su cariño hacia ellos, aun cuandoalguna vez los mismos apóstoles querían impedir quelos niños se le acerquen.

Del mismo modo, ellos buscan ahora acercarse, noso-tros padres favorezcamos ese encuentro de nuestros hi-jos con Jesús y no lo impidamos con evasivas o indife-rencia. Si para nosotros es motivo de alegría, hagamosconocer esto a los niños, para que desde pequeños en-cuentren en El inspiración para replicar, entusiasmo paraseguir, fe para creer.

Presencia concreta de Jesús en la realidad infantil

Al agradecer la mesa familiar, le dije a mi hijaMontserrat (4 años) que coma su almuerzo porqueJesús nos da la comida. Entonces preguntó ¿dóndeestá Jesús? y planteó esconderse debajo de la mesapara que no la vea. Al decirle que estaba en su cora-zón, ella con toda su inteligencia matemática, res-pondió «Ahh!, no puede haber miles».

¿Cómo cura Jesús? (Mónica, 4 años)

Es otra interesante pregunta que plantea esta peque-ña exploradora y da pie a que leamos juntas los rela-tos sobre las curaciones, que afirman nuestra fe, aun-que no sepamos cómo se dieron o sea muy difícilexplicarlas. Pero sí se puede hacer notar que en to-dos los casos recibía con interés al enfermo que vivíaabandonado, discriminado, logrando que esa perso-na se sienta aceptada.

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Yo, que soy médica y realizo mi trabajo en un hospi-tal público veo con mayor frecuencia que ese tipo derelacionamiento con las personas afectadas produceen ellas de por sí gran alivio, sobre todo con aquellasenfermedades estigmatizantes, que como afectan lapiel producen rechazo de su entorno.

Los niños pueden aprender así que el aceptar a losotros y ser amables derriba murallas entre los com-pañeros, como ejemplo más concreto de su vida in-fantil, hace amigos y trae alegría.

¿Jesús tiene hijos? ¿Por qué no se casó?, son pre-guntas que hace Mónica, como es habitual en lasniñas, pensar en la maternidad y con más razón alrespecto de una persona que se hace sentir y quereren nuestra familia.

Sucedió cuando acabábamos de hablar de todo locreado por Dios, que Montserrat le estironeaba el peloa su hermana, a lo que Mónica (3 años) lamentó: ¿Je-sús por qué me diste pelo largo?

Fui a ver por qué Montserrat (3 años) lloraba estrepi-tosamente y me dijo que era porque su hermana ladejó solita. Aparece Mónica (5 años) y con cara dearreglar las cosas dice: ¡Pero no se quedó solita, estácon Jesús!. Estos niños asimilan muy bien lo ense-ñado sobre la cercanía de Jesús, sobre todo cuandoles conviene.

Mirando un pesebre, ya algo destartalado, Marcelo (5años) resaltó: ¡ Encima que Jesús se murió, ahora sele rompió el pie!

Este comentario vale para recordar que más impor-tante que venerar a las imágenes, es creer firmemen-te que Dios está en cada uno de nosotros y por tanto,de grandes, se traducirá en las actitudes de nuestroshijos.

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Mónica me pedía prestado los anteojos, le expliquéque yo los necesitaba porque mis ojos ven poco. Comoinsistía en querer usarlos, pensé que sería bueno queagradezca a Dios su buena vista y le dije:

- Mónica, Dios te dio unos ojos preciosos que venmuy bien.

Sin pensarlo siquiera preguntó:

- ¿Y por qué a vos te dio unos ojos que no ven bien?

Por el momento callé para reflexionar sobre la formade encarar el asunto con una niña tan rápida. Tene-mos que cuidar nuestras explicaciones, porque sipersistimos con la versión equivocada, cometemosun error, ya que de allí viene la tentación de presentara un dios extraño, que a unos da buenas cosas y aotros no.

A veces nos dejan sin respuesta. No sabemos darcabida a todas sus preguntas, porque mueven muchodentro de nuestras estructuras y Dios habla a travésde los niños, nos invita a descubrirlo, a re-conocerlo.

Esta serie de anécdotas o preguntas que detallé arri-ba, nos muestran que tienen a Jesús en sus conver-saciones, incluso sé que lo comentan con loscompañeritos de escuela.

No limitemos la relación con Dios a algunos rezos,unos ritos y otras cuantas misas, lo primero es sentirque nuestra fe está sembrando huellas en nuestroshijos y después vendrán los símbolos y significados.

Para quien quiere seguir de verdad a Jesús, lo quecuenta es el día a día, nuestras opciones, nuestrocompromiso con los valores evangélicos y no nosabrumemos porque en la sociedad eso parece per-derse en una nebulosa, entreguemos confiados a los

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hijos nuestra herencia: nuestro ejemplo diario de vida,donde nuestra fe ha marcado el rumbo y nos da lafortaleza para contrariar muchas veces el torrentemundano que incita a aligerar los propósitos.

Si nos sentimos satisfechos de nuestro trabajo ho-nesto, de nuestro servicio a los necesitados, de nues-tro aporte al bien común, hagamos hincapié para quenuestros hijos crezcan robustecidos por esa su his-toria familiar centrada en Dios.

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Por qué se muere alguien?, es una pregunta que, conmás razón viniendo de los niños, nos golpea, así comoes de dura y dolorosa esa realidad que también formaparte de nuestra experiencia humana.

Si es la muerte de una persona querida o muy cercana,hay que enfrentar este desafío con los hijos, aun peque-ños, dar lugar al proceso y tiempo del duelo, manifestarel dolor que uno tiene, que tienen los niños y buscar losmedios para hacerles sentir seguros, de modo que aunal experimentar el miedo al abandono, no se dejen arra-sar por ese temor. Y, sobre todo, reconfortarlos con laesperanza de Dios, de la resurrección, del triunfo del amorsobre toda forma de abandono, sobre toda tristeza o do-lor.

Aprendamos a valorar nuestra vida, a cuidarnos, a disfru-tar, pero así también a confiar en la vida eterna.

Cuando hablamos sobre la muerte, intentemos evitar fra-ses que acusen a Dios del hecho, tal como «Dios se lollevó», porque eso puede generar rechazo hacia quiennos arrebató un ser querido. Hay que buscar una expli-cación que puedan comprender: una enfermedad, un ac-cidente y por otro lado que sepan que Dios sufre con eldolor de sus hijos y nos reconforta, y que no es El cau-sante de los males del mundo.

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¿Dónde se va el que muere?

Con esta pregunta es como si el niño buscase saber deun refugio, intentar saber si hay algo más después.

2 Cor 5, 1: «Dios nos tiene reservado un edificio no le-vantado por mano de hombres, una casa para siempreen los cielos».Si bien no lo sabe nadie, a los niños puede asustarles unDios que ofrece algo desconocido, entonces esta frasebíblica es reconfortante, para darles la certeza de quenos dará algo muy bueno, mucho más de lo que noso-tros podemos imaginar o conocer.

Con lo que los chicos se darán por satisfechos... al me-nos por un tiempo.

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Lo mismo que para otros hechos significativos de nues-tro cristianismo, puede decirse de Semana Santa., quees el momento de estar en familia, de aprender a rezarjuntos, de pensar como portarnos cada día para quenuestro hogar sea feliz, y así, aunque el huevo de pas-cua haga su estruendosa irrupción, vayan los niños abrién-dose al misterio de ese Jesús, hombre y Dios, y que porsu Pascua de resurrección en El creemos.

Con los niños conviene analizar la pasión de Jesús yreforzar la idea de la resurrección, aunque no la com-prendan, pero dejar en claro que revivimos algo de lo máspoderoso que hizo Dios.

En cierto modo, creo que algo se puede rescatar de estecambio de comportamiento con respecto a la SemanaSanta y es que cuando muchos de nosotros padres éra-mos chicos, no debíamos hacer ruido ni correr en viernessanto, eso nos quedó grabado y de ese modo crecimoscon el acento puesto en ese pobre Jesús muerto, al queno debíamos molestar en su dolor y que con tanto la-mento del Vía Crucis nos atemorizaba y creo que pasa-ba más desapercibida la resurrección. Por eso ahora connuestros hijos podemos aprovechar la algarabía de loschocolates, para enfatizar la fiesta del triunfo definitivo deJesús, lo cual marcará también otro acento en el desa-rrollo de la espiritualidad de nuestros niños.

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«Si Dios está con nosotros, no pueden haber peleas»(*), afirmaron en una ocasión mis hijos. Parece tan sim-ple y fácil esa catequesis, pero nos cuesta bastante enla práctica.

No aumentemos las culpas cuando tenemos conflictosfamiliares, ni de nuevo carguemos a Dios el bastón mági-co para resolverlas. Las situaciones de discordia, de en-

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frentamiento son bastante frecuentes, aún en familiasque procuran madurar en su fe.

Si pensamos como la frase del inicio (*), o porque nues-tros hijos más de una vez nos lo han planteado, pode-mos dejarnos llevar por la tentación de abandonar nues-tro empeño por el diálogo y la reconciliación. Sin embar-go, Dios nos muestra y orienta hacia un camino de aper-tura al otro, nos invita a dejar nuestra terquedad y supe-rar esas rencillas.

Cierto, que de Dios vienen la paz, el gozo, la alegría ydebemos profundizar nuestra oración, nuestra comuni-cación con El para aclarar así nuestro rumbo. Entoncesno nos desanimemos ante una pelea, sino vayamos alabrazo del otro. Lo que nuestros niños más valoran esver a los padres reconciliados y cariñosos entre sí, por-que saben que eso vuelve hacia ellos y asegura su fami-lia.

Esto les ayudará a crecer con la certeza que mediante laoración, que es sintonía con Dios, mediante el crecimientopersonal y la búsqueda del bienestar común, uno apren-de a respetar al otro y que si se dan rencillas o tensioneses posible buscar y dar el perdón, haciéndose humildes

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«Yo te bendigo, Padre, porque has ocultado estas cosasa los sabios e inteligentes y se las has mostrado a lospequeños. Si, Padre, así te pareció bien.» Lc 10, 21 –22.

Cuánta riqueza podemos tener cuando con humildad nosdisponemos a escuchar la voz de los pequeños del reinocon quienes estamos a diario, los niños, nos ayudan aentender las palabras de Jesús.

Una ayuda maravillosa me dio mi hija Mónica cuandoestaba por nacer, debido a que tuve que hacer un mes dereposo absoluto, me regaló la posibilidad de disfrutar demucho tiempo para la oración, de aprender a regocijarmecon el silencio, cuando mi temperamento me llevaba an-teriormente a estar en constante actividad, eso me per-mitió centrarme y redefinir mis prioridades y las estrate-gias para fortalecer mi familia, para lo cual yo necesitabaprimero crecer y madurar.

Otra gran ayuda provino de mi hijo, cuando tenía 4 años,ya se había habituado a rezar antes de dormir, y estandouna noche acostada con él, mientras yo intentaba con-vencerlo de que también diga las gracias por el día, reci-tó su formula: «Jesús que no sueñe cosas feas» y sinmás vueltas se durmió.

En ese momento me sentí conmovida y pude imaginarque a Dios le bastaría escuchar eso de Marcelo, en esemomento ese hijo suyo le demostraba una total confian-za, al poner su miedo en las manos del Padre él ya sesentía aliviado para dormir. Imaginaba a Dios contento desentir «cómo los niños se le acercan».

A partir de esa situación cotidiana con mi hijo, pude asi-milar más claramente lo que significa ser como niños,abandonarse en las manos de Dios, esa seguridad queuno siente cuando se sabe acogido con amor, cuando sesabe protegido, cuando confía en que Dios, papá y mamále cuidan. Cuando uno sabe que hay alguien que puede

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responder a nuestro reclamo, atender nuestra necesi-dad, fortalecernos en nuestra fragilidad. Así yo tambiénpodría caminar hacia donde El me dirija, sabiendo, alhacerme como niña, que guía mis pasos con amor yentera fidelidad.

Dios Padre tiene un lenguaje que solo puede entendersedesde el amor que uno también vive y así mis hijos meayudan enormemente. Hay que dejarse enseñar por losniños.

Las palabras de Jesús resonaron fuerte en mi corazón:«Dejen que los niños vengan a mí y no se lo impidan,porque el Reino de Dios pertenece a los que son comoellos» (Mc. 10, 14).

Para hacer sintonía con Dios hay que aquietar un pocola marcha.Para disfrutar con nuestros hijos, hay que prestarles unpoco de atención, estar con ellos.Para hacer que nuestros hijos sean amigos de Dios hayque hacerlo presente.

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Dios, alguien me dijo que te hable con confianza,como si fuera a conversar con una amiga muy querida.

Que no tenga miedo de hacerte preguntas,que si me hiciese silencio te podría oír bien fuerte.

Quiero conocerte o por lo menos escucharte,me dijeron que solo me disponga,

que es fácil encontrarte,que tu charla es siempre fecunda.

Quiero quererte mucho más y como si fuera niña dejarte tomarme la mano,

necesito que aligeres mi cargacomo lo habías prometido alguna vez.

No sé si podré callar porque se me agolpan las ideasy es más fácil hablarte en voz alta.

Es cierto, estoy sentada en el jardín,perseverando en mi búsqueda esta semana,

a pesar de no entender para qué,hoy voy sintiendo que la calma se apodera de mi persona.

Hoy ya disfruto el estar aquí,se disipan la impaciencia y la angustia.

Ahora comprendo lo que es hacer silencio.Creo que estás por aquí cerca,

siento los latidos que agitan mi corazón.O será así tu voz, de trueno?.

Creo que te escucho.

Victoria Rivelli, Asunción.

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Victoria BeatrizRivelli González

Nació en Asunción el 7 desetiembre de 1966.

Recibió su titulo de Doctoren Medicina y Cirugía en elaño 1990.

Está casada con SergioOddone Costanzo desde1992.

Es madre de tres hijos.

Además de su trabajoprofesional como dermatólo-ga, realizó cursos sobreTemas bíblicos. Es miembrode la CVX (Comunidad deVida Cristiana).

Ha colaborado con numero-sas publicacionesdermatológicas nacionales yextranjeras, así como tieneescritos sobre realidadsocial y familia en RevistaACCION y RevistaCOOMECIPAR.