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Daniel Balderston: ¿Fuera de contexto?
Referencialidad Histórica y expresión de la realidad en Borges.
Balderston construye una imagen de Borges diferente y opuesta a la que impusieron durante décadas, interpretaciones más convencionales. Su hipótesis es que el interés de los relatos borgianos aumenta si se consideran los elementos históricos y políticos aludidos en ellos. Este autor encuentra en cada uno de los textos de Borges referencias oblicuas- indirectas, que hace valer como mensaje cifrado vinculado con acontecimientos históricos ocurridos.
1. Introducción: Historia, Política y Literatura en Borges.
Para muchos lectores y críticos Borges es sinónimo de irrealidad, y los adjetivos creados a partir de su apellido parecen referirse a lo irreal, lo ficticio e incluso, lo ficticio en segundo o tercer grado. Dado que en los ensayos contenidos en Discusión y Otras inquisiciones Borges se sitúa a sí mismo en oposición a la corriente del realismo social, tan en boga en la narrativa latinoamericana cuando escribía Ficciones y El Aleph, quizás no debería sorprender el hecho de que muchos lectores y críticos hayan elogiado su “literatura fantástica” o lo hayan censurado a Borges como escapista. Ambas reacciones dan por sentado que los relatos no tienen nada importante que decir sobre la realidad, la historia o la política. En efecto, la idea de un vaivén en Borges (en este caso, entre la realidad y la fantasía) que propone Sylvia Molloy y la atención con que Marina Kaplan y Davi Arrigucci se han dedicado a establecer que “Tlon, Uqbar, Orbis Tertius” y “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz” se basan en realidades históricas y culturales, apuntan hacia la posibilidad de reconsiderar la relación entre las ficciones de Borges y las realidades extra textuales. Mi índice en la obra de Borges (The Literaty Universe of Jorge Luis Borges) debe acallar a quienes suponen erróneamente que todas esas referencias librescas en los cuentos y ensayos de Borges son pura invención, ya que yo lo considero como calumnias.
Mi lectura comprenderá la reconstrucción de contextos olvidados u ocultos mediante el análisis detenido de referencias históricas y “detalles circunstanciales”.
Con respecto a “la postulación de la realidad”, lo cual es una enunciación de una teoría narrativa, Borges sostiene que uno de los métodos para crear verosimilitud en la narrativa consiste en imaginar una realidad más compleja que la declarada al lector y referir sus derivaciones y efectos, y que otro método implica la utilización de pormenores lacónicos de larga proyección. Ambos métodos implican la transgresión de lo que los críticos formalistas de todo tipo llamarían los límites del texto y a la vez exigen al lector que tomen en cuenta los silencios del texto y sus connotaciones no explícitas. Esto es lo que el mismo Borges y también
Adolfo Bioy Casares proponen en la supuesta conversación que tienen al principio de “Tlon, Orbis Tertius”
Me propongo demostrar que una lectura imaginativa de los textos borgeanos que tome en cuenta el contexto histórico y político, puede revelar en esos textos sugerencias que compliquen considerablemente la idea que hasta ahora hemos tenido sobre “la postulación de la realidad” en Borges. Si bien no niego elementos en la ficción de Borges, sostendría que el interés de los cuentos aumenta considerablemente gracias a elementos históricos y políticos que luego pueden colocarse en contrapunto con los otros.
“El jardín de senderos que se bifurcan” afirma que las ideas de un tiempo circular y no lineal son gratos entretenimientos metafísicos para Borges y que aquellos que se interesen en estas nociones también son mortales. Asombra la frecuencia con la que la crítica ha abrazado la teoría de los universos paralelos propuesta por Atephen Albert en “El jardín de los senderos se bifurcan”, como si fuese una explicación del texto.
La frase de “La postulación de la realidad” que habla de “una realidad más compleja” coincide significativamente con una lectura contextual como la que emprendo aquí: para tener una idea de esa mayor complejidad no basta con encontrar la “fuente” de la referencia intertextual sino que también habría que desentrañar la trama secreta, reconstruirla más plenamente de lo que creía necesario el viejo “estudio de las fuentes”
La diferencia de este libro y una obra historiográfica reside en que aquí se disfruta la mezcla de referencias a la “realidad” y a la “ficción”. Lo que me propongo demostrar es hasta qué grado una idea más precisa de cómo funciona esta confusión cósmica redundaría en un conocimiento más profundo de los cuentos de Borges, especialmente los del Aleph y Ficciones.
Hablando sobre la función de la referencialidad en la meta ficción, escribe Linda Hutcheon: en la meta ficción la única manera de lograr cualquier conexión mimética con referentes reales, como los defino aquí, estaría en el nivel del proceso, o sea, del acto de lectura como acto de ordenamiento y creación.
Si perseveramos en el deseo de hablar sobre los verdaderos referentes de la ficción, que de acuerdo a la definición de Frege deben existir en el mundo real, la metaficción nos enseña que ha de ser en otro nivel: de hecho, el proceso puede ser finalmente “referencial” en este sentido, y de una manera que los productos no pueden serlo.
Michel de Certeau, en su reflexión acerca de los desafíos con que se enfrentan la historia
narrativa dentro de la historiografía, afirma: “Por lo tanto, si la historia de lo que sucedió
desaparece de la historia científica (para aparecer sin embargo en la historia popular), o si la narración
de los hechos adquiere el atractivo de una ficción que pertenece a determinado tipo de discurso, no
podemos llegar a la conclusión de que la referencia a lo real queda eliminada. En cambio esta referencia
ha sido ligeramente desplazada.
El “proceso” referencial de que habla Hutcheon, y que opera a través de “un lector que existe
en el mundo real”, es que Borges estudia en “La postulación de la realidad”, sobre todo cuando
examina las técnicas que obligan al lector a proponer causas ausentes o efectos ausentes que
no se mencionan en el texto. Suzanne Gearhart escribe al respecto: “la relación entre ficción e
historia que quisiera establecer no permite que ninguno de los dos términos pueda reducirse
al otro porque cada uno forma parte del proceso mediante el cual el otro se constituye”. La
hipótesis que propondremos aquí sobre la relación entre ficción e historia en Borges depende
de esta interrelación entre los dos conceptos.
El enfoque que hace Borges de los acontecimientos históricos en relación con los cuales
organiza la acción de sus cuentos es, con frecuencia, oblicuo. De este modo llega a escribir un
relato, no sobre la entrevista entre San Martin y Bolívar sino sobre la lucha entre dos
historiadores por obtener un documento crucial.; en “el jardín de senderos que se bifurcan”
no escribe directamente sobre la batalla del Somme, sino de manera tangencial y sugestiva en
los márgenes de un relato más amplio sobre esa batalla-
Borges nuca se cansa de reconocer su deuda para con Schopenhauer, cuyos virulentos
escritos arremeten contra la “seudo filosofía hegeliana” y juzga su “intento… por entender la
historia mundial como un todo planeado con antelación”, como una obra digna de “unos
imbéciles… tipos superficiales y filisteos”. Para Schopenhauer el hecho histórico es
“absolutamente particular” y como tal es irreducible a “una filosofía de la historia”, “en la
medida en que la historia siempre tiene como objetivo únicamente lo particular, el hecho
individual y lo considera como lo exclusivamente verdadero. Para este autor, la historia se
acerca a la ficción: “La historia es, por lo tanto, más interesante mientras sea más especial,
pero también menos fidedigna; y así, desde todos los puntos de vista se aproxima a una obra
de ficción”
Borges, lector de Schopenhauer, James, Valery y Rusell, tiene una evidente afinidad con estos
enfoques un tanto escépticos del hecho histórico y aprecia la historia por su valor pragmático.
Sin embargo lo histórico le es útil en un sentido especial: está ligado a ciertas situaciones,
tanto previas como posteriores, y la noción de causalidad histórica (por dudosa que sea en
términos filosóficos) supone tramas narrativas.
Por un detalle de “El Aleph”, Paul Fusell observa que Borges “como de costumbre, acierta
plenamente”, y la precisión de las referencias en sus cuentos a los más diversos
acontecimientos del pasado es siempre sorprendente.
En la investigación y escritura de este libro he seguido dos direcciones contrarias, ambas
sugeridas en “Pierre Menard, autor del Quijote”: el deseo de recuperar cabalmente el
conocimiento que Borges tenía de los temas históricos en el momento en que escribió los
cuentos aquí analizados, y la convicción de que el conocimiento históricos de esos temas ha
avanzado en las últimas décadas y que yo me sitúo en mi propia época, no en la de Borges.
Asuntos de gran interés para mi generación- desde la Guerra de Vietnam hasta la guerra en el
golfo Pérsico- tendrán más que una leve resonancia en mi análisis de algunos cuentos de
Ficciones y El Aleph, escritos entre 1939 y 1952, y que tratan sucesos tan remotos como la
Rebelión de 1857 en la India, la invasión española de Guatemala, la rebelión de los bóxers en
la China.
¿Por qué dedicar años al estudio de la presencia de lo real en Borges, cuando casi todos los
críticos coinciden en que es un escritor “escapista”? Porque estoy convencido de que es un
consenso equivocado y que Borges no puede sino escribir fuera de, y desde el, contexto. Su
obra está íntimamente marcada por el conocimiento de la historia y política argentina del
siglo XX, por la experiencia europea durante y poco después de la Primera guerra mundial,
por su vinculación con figuras tan apasionadas en sus posturas ideológicas como Leopoldo
Lugones, Macedonio Fernández, Victoria Ocampo, Maria Rosa Oliver y José Bianco.
La recuperación del contexto en, alrededor, y fuera de un texto, pues, es una etapa necesaria
para la interpretación del texto, aun cuando hablar de ello es necesariamente transgresivo, un
“retorno de lo reprimido”. Estos intentos por historizar los escritos de Borges pueden tal vez
escandalizar, porque la historia aun representa un escándalo para la teoría literaria: algo que
está irreductiblemente más allá del texto. Aunque sólo pueda sernos accesible a través de los
textos.
Determinados narradores de cuentos aparentan saber más, ser capaz de distinguir entre una
verdadera historia y estas nuevas ficciones históricas, pero la ironía que se pone en juego por
parte del autor se confirma por el hecho de que la descripción de este “pasado ficticio”
concuerda perfectamente con los enfoques escépticos de la verdad histórica anteriormente
desarrollada. Por ejemplo, para Pierre Menard, “La verdad histórica… no es lo que sucedió; es
lo que juzgamos que sucedió” Este enfoque desintegra el mundo, pero podemos hacer que los
fragmentos formen un conjunto coherente que pueda no existir fuera de la mente; así el
mundo mismo puede ser juzgado como voluntad y representación mentales. Para Borges esta
“desintegración” es tan característica de la escritura de ficción como lo es de la escritura de la
historia.
2. Menard y sus contemporáneos: El debate sobre las armas y las letras.
Daremos un bosquejo de la generación de Menard: nació entre los años de 1860 y
1870 ya que gravita en torno a círculos simbolistas y que sus primeras publicaciones
aparecen a fines de los años 1890. Menard sólo parece haber estado en contacto con
Válery, quien era amigo de varios escritores y quizás por intermedio de ellos Menard
fue librado del aislamiento provinciano.
El rastro que deja la “obra visible” de Menard muestra hasta qué grado participó en el
ambiente intelectual de su medio y su tiempo. El curriculum vitae de Menard para el
periodo comprendido entre 1899 y 1914 no dista mucho del de otros de su
generación. Lo que distingue a Menard de los demás es que Menard logró mantenerse,
si usamos la desdichada frase de Romain Rolland, “au- dessus de la melee”: no hay
nada en la bibliografía de su “obra visible” que tenga que ver ni con la política ni con
la hisoria; No escribió sobre el caso Dreyfus, las cruzadas, el nacionalismo francés,
socialismo, la Revolución francesa, ni sobre la Gran Guerra, y este silencio lo distancia
de los de los contemporáneos.
El viaje en la carrera de Menard, de obras “invisibles” a “visibles”, ocurre después del
armisticio. Cuando Menard medita por primera vez sobre la posibilidad de reescribir
el Quijote, su primer impulso es “conocer bien el español, recuperar la fe católica,
guerrear contra los moros o contra el turco, olvidar la historia de Europa entre los
años 1602 y de 1918, ser Miguel de Cervantes”
Menard considera que a él no se le deben negar respetos por el trabajo que realizó,
más allá de haber escrito un libro ya existente. El más importante es el capítulo del
discurso sobre las armas y las letras: el fallo a favor de las armas se justifica en
Cervantes pero que es más difícil de comprender en Menard. Durante los años que nos
interesa hubo importantes debates en el seno del partido socialista francés, entre las
facciones pacifistas y militaristas.
Benda sostenía que el intelectual debía luchar para que su voz estuviera libre de
nacionalismo y xenofobia, aunque esto implicara el riesgo de entrar en conflicto con la
sociedad (ya que el discurso pacifista fue evolucionando desde un llamamiento
puramente humanitario a los valores civilizados, hacia discusiones cada vez más
pragmáticas sobre la relación entre la oposición a la guerra y el deseo de que se
produzcan cambios en la sociedad civil).
Nótese que la alternativa no es entre “la profesión de las armas” y la “profesión de las
letras”, sino entre los intelectuales que apoyan la guerra y el conflicto político y
aquellos que desdeñan ocuparse de esos asuntos; los mismos soldados, como señala
Benda con mordacidad, no toman parte en el debate.
Para Rusell y Benda, el debate es entre el intelectual militarista y el intelectual
pacifista. Uno de los rasgos sorprendentes de Menard es cómo la nueva clase
intelectual queda inscripta en el debate entre “armas y letras”.
La estricta opción que propone el Quijote de Menard, quien nos pide que decidamos
entre la profesión de las armas o la de las letras, está irremediablemente marcada por
la nostalgia de una época anterior en el que esas decisiones supuestamente se podían
guiar por un sentido de lucidez moral e intelectual. Lo más profundamente quijotesco
del héroe de Menard es su resistencia a enfrentar el dilema de elegir una de las
posiciones que efectivamente tomaban los intelectuales en el momento en que
escribía. Para concluir quisiera referirme a dos textos que aclaran curiosamente a
Menard y su Quijote: un poema de Borges incluido en Luna de enfrente, y un libro de
Pierre Menard. No queda claro en qué momento Borges se escabulle para encontrarse
con Pierre Menard en Niemes, pero el poema es una prueba incuestionable del hecho
mismo.
3. “El laberinto de trincheras carente de todo plan” en “El Jardín de los
senderos que se bifurcan”
Paul Fusell escribió en The Great War and Modern Memory: Jorge Luis Borges en su cuento El
Aleph, ese brillante testimonio cósmico a los poderes de la memoria y la imaginación –y a la vez un
lamento de sus limitaciones-, lo entendió profundamente como de costumbre. Contemplando el
Aleph, un observador ve simultáneamente todos los lugares y acontecimientos y cosas, desde todo
punto de vista posible… En el Aleph, dice, “vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas
postales.”
Más adelante Fusell da ejemplos de esas tarjetas postales impresas que se mandaban desde el
campo de batalla, explicando su uso preciso, y examina la peculiar retórica optimista que
contienen, una retórica basada, desde luego, en la negación de las realidades de la guerra de
trincheras. Así como las tarjetas postales del campo de batalla no permiten que el remitente
se refiera a ninguna otra condición que no sea estar “bastante bien”, parecería que “El jardín
de senderos que se bifurcan” no ha dejado a los críticos otra opción que no sea hablar de
juegos con el tiempo, imitando la actitud que Stephen Albert en el cuento, desprovista de su
fuerza dialéctica.
Lo que aquí propongo es radicalmente diferente: leer el cuento a contrapelo, descodificando
una serie de mensajes cifrados relacionados con acontecimientos específicos ocurridos en
1916: el levantamiento de Semana Santa en Dublín, la matanza de una generación de jóvenes
británicos, franceses, alemanes en “el laberinto de trincheras” del Somme, la destrucción de
toda una serie de ciudades del norte de Francia sometidas a terribles experimentos con
nuevas tecnologías bélicas.
El cuento comienza con una levemente tergiversada referencia a La historia de la guerra
mundial (1934) de Liddell Hart, libro que según Borges componía su biblioteca.
La mayoría de los críticos que han comentado este cuento argumentaban que el error más
notorio aquí –julio por junio- es en sí “nada significativo”. El error del editor al poner fines de
julio en vez de fines de junio pone de manifiesto su marcada incompetencia ya que todas las
historias de la Primera Guerra Mundial hacen hincapié en las prolongadas preparaciones para
el ataque británico a las trincheras alemanas a lo largo de las 7y30 de la mañana del primero
de julio de 1016. Son sorprendentes los errores de los críticos, frutos de una incapacidad de
leer con cuidado.
Con respecto al momento de la discusión entre Albert y Yu Tsun en El jardín de senderos se
destaca que al volverse más metafísica (la discusión), los ejemplos recurren con insistencia al
vocabulario bélico. El jardín de senderos que se bifurcan es una historia hueca, una
historia que alude de manera insistente a las voces que no pueden oírse, a los muertos
de la Batalla de Somme. Borges escribe el relato en los márgenes del estudio histórico más
importante sobre la Gran guerra publicado hasta entonces, el libro de Liddell Harrt, y como
éste está consciente de que la “guerra verdadera” no puede narrarse. Como observa Erich
Maria Remarque en Sin novedade en el frente, las palabras, “meras palabras”, no pueden más
que aludir a la experiencia de la guerra.