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PANDORA Y LA CAJA MISTERIOSA Prometeo era uno de los Titanes, a quien el dios Zeus había enseñado astronomía, arquitectura, medicina, metalurgia, navegación y, en fin, todo lo necesario para desarrollar la vida humana. Prometeo, de gran inteligencia y destreza en todas las artes, traspasó sus conocimientos a los humanos, que habían sido creados por él. No contento con todo eso, pensó que los hombres también debían disponer de fuego y decidió robarlo a los dioses. Cortó una larga rama seca de un árbol, subió rápidamente hasta el cielo para encenderla en el carro del Sol y con aquella llama volvió a la Tierra. Hasta entonces, los hombres comían carne cruda, no podían trabajar los ricos metales que Prometeo les había hecho descubrir en las entrañas de la tierra, y debían soportar el frío y la oscuridad de la noche. Junto al fuego, la humanidad comenzó a desarrollarse. Nació el lenguaje, pues al reunirse alrededor del calor y de la luz, los hombres necesitaron comunicarse. Y con las enseñanzas de Prometeo, aprendieron a cultivar la tierra, inventaron el alfabeto, los números y empezaron a registrar el tiempo en rústicos calendarios de madera. El progreso de los hombres comenzó a disgustar profundamente a Zeus y a los demás dioses. Los seres humanos se sentían ya tan poderosos que olvidaban recurrir a la divinidad y presentarle ofrendas para obtener sus favores. Alarmados, los dioses decidieron poner atajo a la soberbia de los hombres y hacer que estos volvieran a obedecerles y a temerles. Entonces, para desconcertar a los mortales, formaron a una mujer tan bella que ninguna de las diosas, exceptuando la dorada Venus, se le podía comparar. Minerva le regaló un 1

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PANDORA Y LA CAJA MISTERIOSA

Prometeo era uno de los Titanes, a quien el dios Zeus había enseñado astronomía, arquitectura, medicina, metalurgia, navegación y, en fin, todo lo necesario para desarrollar la vida humana. Prometeo, de gran inteligencia y destreza en todas las artes, traspasó sus conocimientos a los humanos, que habían sido creados por él.

No contento con todo eso, pensó que los hombres también debían disponer de fuego y decidió robarlo a los dioses. Cortó una larga rama seca de un árbol, subió rápidamente hasta el cielo para encenderla en el carro del Sol y con aquella llama volvió a la Tierra.

Hasta entonces, los hombres comían carne cruda, no podían trabajar los ricos metales que Prometeo les había hecho descubrir en las entrañas de la tierra, y debían soportar el frío y la oscuridad de la noche.

Junto al fuego, la humanidad comenzó a desarrollarse. Nació el lenguaje, pues al reunirse alrededor del calor y de la luz, los hombres necesitaron comunicarse. Y con las enseñanzas de Prometeo, aprendieron a cultivar la tierra, inventaron el alfabeto, los números y empezaron a registrar el tiempo en rústicos calendarios de madera.

El progreso de los hombres comenzó a disgustar profundamente a Zeus y a los demás dioses. Los seres humanos se sentían ya tan poderosos que olvidaban recurrir a la divinidad y presentarle ofrendas para obtener sus favores. Alarmados, los dioses decidieron poner atajo a la soberbia de los hombres y hacer que estos volvieran a obedecerles y a temerles.

Entonces, para desconcertar a los mortales, formaron a una mujer tan bella que ninguna de las diosas, exceptuando la dorada Venus, se le podía comparar. Minerva le regaló un maravilloso vestido, colocó un transparente velo sobre su rostro y coronó su cabeza con una guirnalda de flores. Las Gracias la adornaron con infinitos dones: le concedieron una voz armoniosa capaz de entonar las más dulces melodías y le dieron también una manera de hablar graciosa y discreta. Vulcano esculpió su cuerpo tan perfecto como el de una estatua. Mercurio, dios de la elocuencia, del comercio y del engaño, le dio un espíritu insinuante, pero a la vez le enseño palabras engañosas y de doble significado.

Estaba dotada de tantas gracias y de tantos dones que los dioses se pusieron de acuerdo para buscarle un nombre que reflejara tan inimaginables atributos. Decidieron que se llamaría Pandora, que quiere decir “dotada de todas las cualidades”.

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Antes de enviarla al mundo de los hombres, Zeus le entregó una caja muy bien cerrada y le dio instrucciones. Mercurio fue el encargado de conducir a Pandora y presentarla a Epimeteo, que era hermano de Prometeo. Éste no se encontraba allí, pues –lo que los hombres no sabían- Zeus lo había hecho encadenar a unas rocas, en el Cáucaso. Sin embargo, él había alcanzado a aconsejar a su hermano:

- Desconfía de Zeus y de sus engaños y, sobre todo, ten mucho cuidado con sus regalos. No aceptes nada que venga de él.

Pero Epimeteo –cuyo nombre significa “el que reflexiona tarde”-, completamente subyugado por la belleza y la perfección de Pandora, la aceptó de inmediato. Ante aquella hermosa mujer, olvidó todas las advertencias de su hermano, y sin sentir la menor desconfianza anunció su decisión de casarse con ella.

Pandora había entrado ya en el palacio de Epimeteo. Entre los regalos de boda que comenzaron a llegar, ella colocó la misteriosa caja:

-Es un regalo de Zeus – dijo a Epimeteo.

La caja estaba hecha de una hermosa madera y su superficie era tan brillante que Pandora podía ver su rostro reflejado en ella. Los ángulos estaban esculpidos maravillosamente. Alrededor de la tapa había graciosas figuras de hombres, mujeres y niños, entre profusión de flores y follaje.

Sin embargo, al principio y pensando sólo en su felicidad, Epimeteo no dio mayor importancia a aquel objeto, ni sintió ninguna curiosidad por saber lo que contenía. Sencillamente supuso que Pandora guardaría en esa caja sus perfumes y sus joyas. Algunos decían que se abría con una llave de oro, pero nadie la había visto.

Pasó el tiempo y Epimeteo se dio cuenta de que jamás había visto a Pandora abriendo la caja. Entonces se despertó su curiosidad.

-Dime, Pandora -preguntó-, ¿qué hay en ese misterioso cofre enviado por Zeus? Nunca lo he visto que lo abras. ¿Tienes tú la llave?

La joven sabía muy bien lo que tenía que hacer y había estudiado su papel. Por expresa recomendación de los dioses, debía estimular constantemente la curiosidad de su esposo, sin decirle nada. Guardó, pues, el más absoluto silencio.

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- Contéstame, Pandora. ¿Qué hay en esa caja? –insistió Epimeteo-. ¿Dónde está la llave?.

Pero ella se limitó a sonreír enigmáticamente.

Pasó el tiempo, y Epimeteo comenzó a obsesionarse y sin poder dominar más su curiosidad, se dedicó a perseguir a su mujer. Ni siquiera la dejaba descansar. No le importaba que fuera de día o de noche. A toda hora la acosaba a preguntas. Por fin llegó a amenazarla con separarse de ella.

- Si no abres ese cofre en el acto, te echaré de mi lado y te devolveré a Vulcano...

Éste era el instante que Pandora aguardaba. Simulando estar muy asustada ante tales amenazas, no se hizo de rogar esta vez. Sacó de su pecho la llave dorada que llevaba colgada de una cinta de seda y abrió la caja en presencia de Epimeteo.

En el acto, como en una horrible visión, la guerra, la peste, la muerte, el hambre, la envidia, la venganza, la locura, los vicios y toda clase de males, encerrados allí, comenzaron a esparcirse sobre la tierra.

Los hombres, que hasta ese entonces habían vivido en una edad de oro, en paz, cultivando los campos y ocupándose en los trabajos que el Titán Prometeo les había enseñado, empezaron a sufrir calamidades y desgracias.

Empezaron las peleas, las rencillas y las discusiones... El odio y la codicia se hicieron muy presentes, y el mal invadió hasta el último rincón del Universo, perturbando la paz de la tierra.

Sin embargo, en el fondo de aquella terrible caja quedaba un tesoro que podía terminar con todas las plagas esparcidas por el mundo: era la Esperanza.

Cuentan algunos que Zeus no quiso que los hombres esperaran nada y con un gesto ordenó a Pandora que cerrara la caja para siempre.

Pero otros dicen que la Esperanza logró salir de aquel encierro y que no abandona a quienes la buscan y confían en ella

Cuentos mitológicos griegos. 2000. Selección de Amelia Allende. Editorial Andrés Bello. Santiago. Pp 5- 9.

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