cuentos y leyendas de mérida de donato sasso

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SISTEMA NACIONAL de IMPRENTAS MÉRIDA rednacional deescritores deVenezuela C UENTOS Y LEYENDAS DE MÉRIDA Donato Sasso Colección Piedra, papel o tijera

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Cuentos y leyendas de Mérida, es una estupenda descripción de fábulas donde el maravilloso imaginario juega un gran papel. Donato Sasso mediante siete cuentos de interesante adaptación, nos suscita a la reflexión ecológica, a la meditación del saber coexistir entre incalculable número de personas, a no discriminar a las personas discapacitadas sino aceptarlas tal y como son. Es este libro, una gran demostración de la importancia que debe dársele a los animales. Sasso intenta motivarnos a aprender a respetar y a valorar la vida, tanto animal como propiamente humana, sin ninguna distinción de razas o colores, sabiendo que somos habitantes de un mismo planeta al cual debemos proteger y preservar para que no aparezca la desalmada extinción. En esta obra se propone una aplicación didáctica, con dibujos a colorear, alegóricos a la naturaleza que van de la mano con los cuentos allí narrados.

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Cuentos y leyendas de Mérida

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Ukumarito (voz quechua), representación indígena del

oso frontino, tomada de un petroglifo hallado en la Mesa

de San Isidro, en las proximidades de Santa Cruz de Mora.

Mérida – Venezuela.

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El Sistema Nacional de Imprentas es un proyecto impulsado por el Ministerio del Poder

Popular para la Cultura a través de la Fundación Editorial el perro y la rana, con el apoyo y la

participación de la Red Nacional de Escritores de Venezuela, tiene como objeto fundamental

brindar una herramienta esencial en la construcción de las ideas: el libro. Este sistema se

ramifica por todos los estados del país, donde funciona una pequeña imprenta que le da paso

a la publicación de autores, principalmente inéditos. A través de un Consejo Editorial Popular,

se realiza la selección de los títulos a publicar dentro de un plan de abierta participación.

Aprender-haciendo es el fin primordial de la colección Piedra, papel o tijera, buscando el encuentro de nuevos lectores, con historias, cuentos, poemas y dibujos, de una manera sencilla, lúdica, experimental y creativa, donde el lector pasa a ser parte de la obra literaria a través de la interpretación, la elaboración de juegos y la lectura creativa-participativa en el que se pueden colorear historias hechas para los más pequeños y curiosos creadores. Seguros de poder contribuir a crear el hábito de la lectura, la curiosidad y la capacidad de análisis para crear historias, entregamos a los más pequeños esta colección donde aprenderemos a crear nuestro nuevo mundo posible.

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Fundación Editorial el perro y la ranaRed Nacional de Escritores de Venezuela

Imprenta de Mérida. 2010Colección Piedra, papel o tijera

CUENTOS Y LEYENDAS DE MÉRIDA

Donato Sasso

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© Donato Sasso© Fundación Editorial el perro y la rana, 2010

Ministerio del Poder Popular para la CulturaCentro Simón Bolívar, Torre Norte, Piso 21, El Silencio,

Caracas – Venezuela 1010Telfs.: (0212) 377.2811 / 808.4986

[email protected]@elperroylarana.gob.ve

http://www.elperroylarana.gob.ve

Ediciones Sistema Nacional de Imprentas, MéridaCalle 21, entre Av 2 y 3. Centro Cultural Tulio Febres Cordero, nivel sótano

Mérida – [email protected]

Red Nacional de Escritores de Venezuela

Fundación para el Desarrollo Cultural del Estado Mérida – FUNDECEM

Consejo Editorial PopularDaniel ArellaEver Delgado

Fabiola FonsecaHermes VargasGonzalo Fragui

José AntequeraJosé Gregorio González

Joel RojasKarelyn Buenaño

María Virginia GuevaraSimón Zambrano

Stephen Marsh PlanchartWilfredo Sandrea

Yesyka Quintero

CorrecciónJulio César González

Diseño y diagramaciónYesYKa Quintero

Elaboración artesanalCarlos Barillas / Carolina Peña

Rosalia García / Yesyka Quintero

Ilustraciones© Donato Sasso

© Edgar Marquina

Depósito Legal: LF40220108003881 ISBN: 978-980-14-1364-6

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Donato Sasso

CUENTOS Y LEYENDAS DE MÉRIDA

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Dedico con cariño esta obra a mi nieto Juan Diego Sasso Angulo

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traGedia del CÓndor

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EstE rElato Es para quE ustEdEs sE dEn cuEnta dE la maldad dE algunas pErsonas hacia un noblE animal como El cóndor…

Un día, cuando el sol estaba bien alto, el Cóndor se lanzó a volar. Él es un hábil planeador, así que se elevó a unos 5.000m para encontrar una corriente de aire que lo sustentara; de esta manera evita gastar energía inútil. Como no lo en-contró ascendió más todavía, hasta alcanzar unos 10.000m, y allí sí extendió totalmente las alas.

Planeó plácidamente por bastante tiempo. Hasta que le vino la sensación de hambre, por lo que nuestro plumífero amigo dispuso bajar de altura cerca de la carretera.

En las proximidades de un barranco divisó los restos de lo que antes había sido un cuadrú-pedo, y se dispuso a degustar un buen almuerzo. Se acercó con mucho cuidado (estos animales desconfían de cualquier movimiento brusco) y comenzó a comer.

A poca distancia se encontraban dos zagale-tones, jóvenes, sin respeto, ni por la vida ajena, ni por la propia, quienes viendo al Cóndor saciar su hambre, se acercaron sigilosamente y empe-zaron a tirar piedras contra el pobre animal.

Da la casualidad, que una de las piedras, con tan mala suerte, impactó en la pata del ave

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y se la rompió. El pobre Cóndor, muy asustado, trató de correr para salvarse del acoso, mas no podía volar porque una de las alas pegaba con-tra el piso y no lograba despegar. Más adelante había un barranco, si lo alcanzaba se podía tirar en el vacío y emprender la huida. Al darse cuen-ta de esa posibilidad, aleteó con más fuerza y realizando un sublime salto alcanzó el vacio y se elevó, huyendo de los criminales que seguían tirándole piedras.

El Cóndor se refugió en su nido y se acurru-có evitando hacer presión sobre la pierna rota. Duró tres días y tres noches sin moverse, sopor-tando dolor, calor, frío y hambre. Después de aguantar todo este tiempo, sin hacer movimien-

to alguno, la Madre Naturaleza lo premió; el hueso de su extremidad se le curó.

Así pues, a despecho de la mal-dad humana, el Cóndor volvió

a volar, hacia el espacio infinito.

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los CaZadores

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Un grupo de cazadores dispusieron ir de cacería. Así pues, prepararon sus vestimen-tas, calzaron sus botas, divisaron las armas, se montaron en sus respectivos carros, y partieron rumbo al sitio preestablecido.

Al llegar a su destino se encaminaron mon-taña arriba.

El Loro Pancho, quien estaba apoyado en la rama de un árbol, al divisar el grupo de cazado-res exclamó: “¡Dios mío! si estos llegan a la cima de la montaña harán un estrago de la poca fauna silvestre que queda todavía en la región”.

Enseguida fue a avisar al Rey Venado de lo que había visto. Entonces, le encomendó al Loro Pancho que avisara a todos los animales y que se reunieran en la explanada que quedaba detrás de la Piedra del Indio, de hecho, al poco rato todos estaban reunidos. Quien habló primero fue el Rey Venado, y dijo:

—Amigos míos, los he reunido para infor-marles que un grupo de cazadores vienen subiendo hacia nosotros con la intención expresa de matar algunos de nuestra espe-cie, para llevar a sus casas el trofeo, un acto criminal. Así pues, desde este momento to-dos estamos en peligro de muerte.

El Conejo, empezó a llorar fuertemente.

—¿Por qué lloras? –le preguntó el Rey Venado.

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—Es que los Cazadores, lo primero que buscan es a nosotros porque nuestra carne es sabrosa a sus paladares.—¡Ajá!, entonces... ¿qué debo decir yo? que los muy vándalos son capaces de pasar días enteros con tal de atrapar aunque sea una sola de mis congéneres –repostó la Lapa.—Aquí cada quien expresa sus temores, sin embargo, ustedes deben saber que para ellos el trofeo más grande, el más codicia-do, el más prestigioso, y el más apetecido, somos nosotros –dijo el Rey Venado– en-tonces, ¿De qué se quejan?, ¿Cuál es el miedo? Yo estoy tranquilo y sin nervios.—Bien, –exclamó el zorro– aquí lo que debemos pensar es quiénes nos pueden salvar de esta pesadilla que se nos avecina.

El pato empezó a graznar.

—¡Él quiere hablar! pero, ¿Qué dice? ¡No lo sé! ¡No se entiende¡ él habla un idioma raro. Él está hablando en inglés porque es oriundo de Canadá.—¡Yo puedo traducir! –exclamó la Garza– él está diciendo que las únicas que nos pueden salvar de esta situación peligrosa son las abejas africanas.—¿Aaahhh? –exclamaron todos al unísono.—¡Verdad! el pato tiene razón. Pancho,

vaya a llamar a las abejas.

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Dicho y hecho, en la reunión se presentaron las abejas.

—Queridos amigos, las hemos man-dado a llamar para que nos ayuden a

espantar a los intrusos que vienen subiendo hacia acá, con la intención de exterminar a algunos de nosotros –dijo el Venado.—Es un honor que ustedes hayan pensa-do en nosotras y vamos a demostrarles a esos el poder “disuasivo” que poseemos, solamente díganos en qué sitio de la mon-taña se encuentran en este momento –dijo la Abeja Reina.

El loro Pancho respondió

—Ellos están subiendo por la cañada.

Un enjambre de abejas se acumuló alrede-dor de la Reina y enseguida partieron al encuen-tro de los cazadores. Al divisar a los intrusos la Reina gritó con toda la fuerza de sus pulmónes:

—¡Al ataque¡ ¡Contra ellos¡

Los cazadores al ser atacados y picados por tantas abejas, empezaron a gritar como locos, en su espantoso dolor, tiraron las armas, echa-ron a correr cuesta abajo a una velocidad ver-tiginosa, exclamando groserías y maldiciones a las abejas; hasta unos perros que estaban en el

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conuco de un campesino, al escuchar los gritos de angustia, corrieron tras ellos aumentando aún más el susto, el miedo y el dolor de los cazadores.

Al terminar su cometido, las abejas volvieron a reunirse con los animales, donde fueron recibi-das como heroínas. La comunidad les otorgó el título de Salvadoras de la Fauna Silvestre.

Para que quedara constancia de tal proeza, la fauna levantó un monumento encima de la Meseta del Indio en honor a las abejas, está si-tuado cerca del pueblo La Horqueta, en el esta-do Mérida.

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los ÁrBoles

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El planEta tiErra Está llEno dE sErEs vivos, tanto dE animalEs como dE vEgEtalEs. los marEs y los ríos Están llEnos dE pEcEs; las llanuras, dE animalEs; ladEras y las montañas dE árbolEs y vEgEtalEs.

Los árboles y vegetales cubren con su manto verdoso extensas regiones de la superficie terres-tre. Los árboles existen desde hace más de 230 millones de años, cuando comenzaron a poblar la Tierra.

El árbol brinda al hombre no solamente la posibilidad de contemplar su hermosura y su sombra, también nos da un sin fin de productos frutales, madereros, medicinales, entre otros.

El árbol es un ser vivo, noble y generoso. Todos los años, sin mayor mantenimiento, pro-duce sus frutos para saciar las necesidades ali-menticias del ser humano.

El árbol es al mismo tiempo un elemento ecológico fundamental en torno al cual se es-tructuran los más variados ecosistemas, ya sea en los trópicos, donde la vida vegetal arbórea al-canza al máximo su crecimiento, o en las zonas templadas del planeta.

Los árboles son plantas perecederas de tron-co leñoso, del que parten unas series de ramas, que a su vez se dividen en otras más finas y que,

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a veces, alcanzan una altura considerable, (va-riable según las especies).

En un árbol se pueden apreciar dos zonas bien diferenciadas por su aspecto: el tronco que sostie-ne la estructura y la copa, formando dos ramajes donde se encuentran las hojas de crecimiento.

El tronco se halla recorrido en toda su longi-tud por un doble sistema conductor, constituido por vasos leñosos que conducen el agua y las sales minerales desde el suelo hasta las ramas y las hojas.

La savia alimentaria se produce en las hojas y es repartida en todos los tejidos del árbol para su alimentación y crecimiento.

A veces, al ver un árbol como el ficus o el pino lazo, que tiene millones de hojas, a uno le surge la pregunta espontánea: ¿Cuántos litros de agua mineral deben extraer las raíces para alimentar las hojas? Las raíces tienen un sistema defensivo: Cuando hay una sequía, por cual-quier circunstancia, el árbol suelta algunas ho-jas y deja solamente las que puede alimentar.

El proceso de mayor trascendencia que se produce en todos los vegetales es la fotosín-tesis: Se trata de captar anhídrido carbónico y la expulsión de oxígeno que se produce en las hojas cuando hay luz solar.

Como se deduce de lo dicho anteriormen-te, el árbol da vida a nuestras vidas por medio del desprendimiento del oxígeno que nosotros respiramos. Sin aire no hay vida aeróbica en el suelo ni metabolismo activo en las hojas.

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¿tiEnE El árbol mEmoria? Daré sólo un ejemplo y el lector sacará su conclusión al respecto:

El araguaney tiene hojas de color verde du-rante todo el año, y sin embargo, al llegar el mes de marzo, ¡cambia sus hojas por flores de color amarillo! Este fenómeno se produce sólo durante un mes, después vuelve a producir ho-jas verdes.

¿Cómo sabe el araguaney que al llegar un de-terminado mes debe cambiar de color y forma?

¿Cómo lo intuye?

¿Cómo lo determina?

¿Acaso tiene computadora?

El árbol, como es un ser vivo, tiene la misma secuencia de vida del ser humano: (germina por una pequeña semilla) crece y fenece en un periodo determinado.

Amigo lector, dejemos que el mismo árbol exprese sus sentimientos:

¡Mírame y admírame, disfruta de mi sombra, contempla mi hermosura, ¡Pero no me hagas daño! Asimismo como dice el himno dedicado en mi honor:

Al árbol debemossolicito amor,

jamás olvidemosque es obra de Dios…

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productos obtEnidos dE los árbolEs

madEras noblEs: Caoba, nogal, palosanto, roble.

madEras comunEs: Abeto, chopo, cedro, fresno, hava, peral, pino.Frutas: Aguacate, cereza, ciruela,

frutas cítricos, coco, mango, manzano, olivo, pera.

acEitEs y EsEncias: Mirra, alcanfor, incienso, quina, aceite de copra, aceite de oliva, simaruba.

rEsinas: Copal, pino.pasta dE papEl: Abedul, abeto, álamo,

castaño, eucalipto, pino.latEx: Árboles del caucho, zapote

(goma de mascar).corcho: Alcornoque.cacao: Cacao (semilla).canEla: Árbol de la canela (corteza).

conocEr nuEstro pasado Es valorar más nuEstro prEsEntE y Futuro.

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la terQuedad aBsoluta

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El animal emblemático de la terquedad es la mula... aunque hay hombres que son tan o más tercos que el animal en cuestión.

El terco, por lo general, pierde el raciocinio y se aferra a un sólo concepto que repite una y mil veces, con el fin meticuloso de convertirlo en una razón absoluta.

Para tener una clara idea del comportamiento de un terco, mi siempre recordado amigo Arturo Bautista Rojas me contaba una historia:

En otros tiempos y en no tan remotos luga-res, había un pueblo que vivía exclusivamente de la siembra y recolección del trigo. Naturalmente esta gente era experta en dicha labor.

Como herramienta principal utilizaban la hoz, parecida a un signo de interrogación metá-lico que facilita enormemente el corte y la reco-lección del cultivo.

Pues bien, un día llegó al pueblo un indivi-duo corpulento, con barba profusa y cabeza ra-pada. Comenzó a vociferar con todas sus fuerzas que el trigo se cortaba con la tijera, que aquel que usaba la hoz era un patán que desconocía los estupendos atributos ofrecidos por la tijera para cortar el trigo.

La gente del pueblo, al escuchar tamaña bar-baridad se fue acercando al sujeto. Le pidieron que rectificara lo dicho, pero el hombre insistía en su aseveración, tildando de estúpido a todo aquel que todavía cortaba el trigo con la hoz.

Con santa paciencia, la gente del pueblo le hizo ver al sujeto que la practicidad para la

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recolección del trigo de la hoz era, sin duda al-guna, superior a la de la tijera, la cual resultaba obsoleta para tal fin, por lo tanto, le pidieron nuevamente que rectificara lo que había dicho.

Contrariamente a lo que nos podríamos ima-ginar, nuestro personaje no se convenció en ab-soluto; seguía afirmando que el trigo se cortaba con la tijera.

La gente del pueblo se irritó muchísimo y viendo que era un tozudo irreducible, por las buenas lo amarraron con una cuerda y lo tiraron en un pozo de agua para darle un escarmiento, a ver si entraba en razón.

Lo introducían en el agua y al sacarlo le preguntaban desde arriba:

—¿Cómo se corta el trigo? ¡Con la tijera! -respondía el empecinado individuo-.

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Nueva inmersión

—¿Cómo se corta el trigo?—¡Con la tijeraaaaaaa!

Otra zambullida por más tiempo…

—¿Cómo se corta el trigo?—¡Con la tijera!

Ante tanta terquedad la gente del pueblo, exasperada, decidió dejarlo sumergido para que se ahogara, pero nuestro personaje, antes de per-der el conocimiento e irse al otro mundo, sacó la mano del agua… ¡Y con el movimiento de los dedos hizo la señal de la tijera!

aunquE lE dEs con un martillo En la cabEza, El tErco nunca cambiará su modo dE pEnsar.

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la rosa MÍstiCa de la PlaZa BolÍVar de Mérida

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¡Ten… ten... tenga... cuid... cuida... cuidado, no me... no me mo... moje!, –exclamó el joven–, entre exigente e implorante, víctima de las gotas de la manguera del distraído jardinero, quien re-gaba los jardines de la plaza ensimismado en sus propios pensamientos, el buen hombre al per-catarse de las consecuencias de su distracción se apresuró a disculparse:

—Perdón, no es mi intención salpicar a na-die, es que a veces en la furia de terminar rá-pido de regar, descuido un poco los alcances del agua, pero en ningún momento tengo la mala fé de mojar a alguien, pues disculpe.—No… no… se… preo… preocupe… fu... fuer... fueron... nnno… más... uunas-ss… cuan... tas… go… gotas, –respondió el joven tartamudo, en tono compresivo–. Pp…pe…pero, díg...dígame –continuó– ¿Pppa…ra qué regar tan... to las mat…matas?

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—Riego porque el agua es el alimento pri-mordial de las plantas, sin ellas, los vegeta-les se morirían; además un terreno seco y árido ofrece muy mal aspecto. En cambio un terreno regado aviva los colores de la vegetación y embellece el ambiente. Como ves, de todos los pinos de la plaza han bro-tado nuevas ramas continuamente. El joven lo miraba interesado, como obnubilado por la sabiduría popular de aquel hombre, a quien tantas veces había visto apasionarse con sus verdes criaturas, habitantes peren-nes de aquella céntrica plaza.—Yo mm... me lla... llamo A... A... Arturo Bau... tis... ta -sintió que era su deber pre-sentarse y continuó con un gran esfuerzo-. —Co... coño, que vai... vaina! cuendo me e... emo... ciono unnn po... co, la len... le-gua ssse me tra... traba mmás de lo no... normal -y señalándolo con el dedo- ¿Uus... ted.. co... como ssse... lla... llama?—Me puedes llamar jardinero, con toda con-fianza amigo -comentó éste- enternecido por el gran esfuerzo y bondad de ánimo de su nueva amistad. —Sa... sabe a mi m... me... gus... guastan mu... mucho las ro... rosas. —A mi también me gustan mucho las rosas, tanto por su color como por su aroma. Las rosas, mi querio Arturo, llevan implícito el embrujo del amor. Cuando alguien regala un ramo de rosas, está simplemente diciendo:

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“Te quiero, te amo, me agradas”. La rosa en síntesis, es la flor emblemática del amor.

En fin, las rosas actúan en los sentimientos más profundos del corazón ¡Ven Arturo! -invitó al joven- por aqui tengo una rosa que está cre-ciendo, el día en que se abra a la luz, su color será rojo púrpura y su textura aterciopelada... y como dice el poema:

“Cultivo una rosa blanca/ en junio y en enero/ para el amigo sincero,/ que me da su mano franca/ y para...” -se quedó pensativo-, el resto del poema no arribó en su tren de recuerdos... como recuperandose de este vacio, y volvien-do su mirada a la flor cercana, continuó: —Yo le tengo un cuidado especial a esta rosa, todas las semanas le echo un poco de abono químico y para evitar que me la roben le pon-go alrededor otras plantas grandes... -aquí su tono se hizo más grave- porque siempre hay un múergano que no puede ver crecer una flor en la plaza, ya que la arranca para llevársela. Y pensar que todo lo que crece en la plaza es para enaltecer la heroica gesta del Libertador; por consiguiente, toda persona debería respe-tar lo que aqui ha sido sembrado por respeto a la figura que es nuestro símbolo de libertad...sin embargo no sucede así.

Arturo se despidió del jardinero, contento de su recien entablada amistad y regresó por su camino.

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Nuestro joven tartamudo era un muchacho bien parecido, de mediana estatura, con pelo negro, ce-jas abultadas y patillas más largas de lo usual; su tez blanquecina le daba más realce a sus profundos ojos negros y aquella pequeña barba a lo largo de todo su menton le daba sin lugar a dudas un aire de divina intelectualidad.Tenía apenas veintidos años.

Desde aquella tarde, tanto él, como él jardi-nero se seguían viendo y hablaban de diferentes temas. Entre ellos se había entablado una mutua co-rrespondencía de respetuosa e íntima confianza.

Un buen día, el jardinero se fijó que Arturo tenía un aire abatido y se había sentado en la orilla de la jardinera, sin decir palabra.

—¡Hola Arturo!, ¿Cómo te va?—Re... re... gul... lar -respondió desganado-.—Te veo triste ¿Qué te pasa?—B... bue... no, es que hoy ven... vendrá Gio... Giocon... Gioconda.—¿Y quién es ella?—Esss la mu... chacha que me... me gus... ta y yo le... Ie quisi... era de... decir lo mu... mucho que la quie... quiero, pero con es... este tar... tartamu... deo que me... me dio la ma... madre na... na... natu... raleza nnno ha... llo la for... forma de de... decir cua... cuatro pa... pala... palabras se... seguidas -y sus ojos se enrojecieron-.

—¡No te desprecies a ti mismo, Arturo! –Le dijo casi imperativamente el jardinero, po-

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niendo su mano en el hombro del mucha-cho para transmitirle seguridad y apoyo. Lo miró a los ojos para comunicarle toda la fuerza que necesitaba.—Mira, Arturo, hay muchas personas con problemas más graves que los tuyos y sin embargo no se lamentan de sus desgra-cias. ¿Sabes? en la historia de la humani-dad han habido muchos individuos que han sido tartamudos y eso no les ha impe-dido un normal desenvolvimiento en sus vidas cotidianas. Allí está Claudio César o Demóstenes, que al final fue un gran orador, Homero, que según dicen las ma-las lenguas le faltaba la “r” ¿Qué dirían entonces, los que carecen de una pierna o un brazo? ¿O los que no pueden cami-nar? ¿Aquellos que no pueden ver? Por lo tanto no te subestimes. Piensa y actúa en forma positiva, mentalízate. Lo tuyo es sólo un pequeño defecto del lenguaje y ya está. Ahora escúchame –y lo acercó más hacia él, como si estuviera por reve-larle el secreto de la vida–, si cantas las palabras, éstas te saldrán en forma más clara y diáfana, y tú esto lo sabes hacer mejor que yo ¿No te parece?

¡Claro!, sus proyectos y su nueva confianza se vieron inmediatamente puestos a prueba. A la plaza se acercaba su también llamada Gioconda.La faz de Arturo palideció más que la luna.

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38 | Leyendas de Mérida

—¡Hhhay vie... vie... viene eee...lla! –le dijo al jardinero, tomándolo por el brazo y sujetandolo con fuerza-. Éste tomó una de las rosas más hermosas de su rosal y se la entregó al joven:—Bien, toma esta rosa que yo he cultivado especialmente para ti y dásela, junto con todo tu amor.

Los ojos de Arturo estallaban de agradeci-miento, suspiró para armarse de valor y se diri-gió hacia la joven.

—¡Ho...ho...la Gi...Gi...Gioconda!—¡Hola Arturo! ¿Cómo te va? –contestó sonriente.

El joven le entregó la flor y acordándose del consejo del jardinero trato de canturrear sus palabras:

—Esta es la roooosa que siempre te heeee querido daaaarr y esteee ess el momen-to másss apropiado. Teee quiero desde la eternidadddddd.

Al oír tan melódica y conmovedora decla-ración de amor, Gioconda se emocionó tanto que abrazó a Arturo y lo besó fuertemente.

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—Ven, ven Arturo, vamos a entrar en la ca-tedral para ofrecer la Rosa Mística a la Vir-gen María. Para que bendiga nuestro amor.

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el oso Frontino

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Viven en la selva nublada de la Cordillera de los Andes. Son animales dóciles que no le hacen daño a nadie y viven justamente en lo más alto de las montañas, donde hay neblina, para así evitar el contacto con el hombre. Se ali-mentan de muchos vegetales, los cuales abun-dan por estas alturas.

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Una osa frontina vivía con su cachorro en los páramos de Mérida. Tenía unos veinte años, medía 1,69m aproximadamente y pesaba casi 100kg. su pelaje era negro; en fin, un animal muy hermosos, su hijo tenía un año y cuatro meses.

Los dos vagaban por la selva montañosa, retozando en la alegría de vivir en plena liber-tar, sin ser molestados por nadie. En la ladera de una montaña, cerca de la vereda del camino, encontraron un árbol de frutas y se dispusieron a comer cómodamente.

Un señor llamado Carlos Méndez tenía un co-nuco en la parte alta de la cordillera montañosa. Era de un físico sumamente flaco, nariz en forma de pico de loro, cara aguileña con un pequeño bigote, un ojo lo tenía semicerrado; su pelo era liso y largo con una barba profunda y descuidada. Tenía 57 años, cojeaba de una pierna, tanto, que cuando caminaba, se inclinaba de un lado al otro como un barco en alta mar. Tenía una ira hacia los animales, por cuanto creía firmemente, y sin lugar a dudas, que ellos destruían sus cosechas en el conuco, lo cual era totalmente falso.

Un día, como ya había terminado su tarea de labriego, consideró oportuno ir de cacería.

Así pues, agarró su chopo y se encaminó montaña arriba. Después de caminar por bastan-te tiempo y de sudar como un búfalo, vio desde lejos moverse las ramas de un árbol.

Cautelosamente, se acercó a su objetivo y cuando divisó a medias el cuerpo negro de un animal, disparó sin más preámbulos.

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En la selva silenciosa retumbó el grito de an-gustia y dolor de la osa frontina, quien al recibir el disparo de perdigones en la espalda, rodó cues-ta abajo y huyó del sitio seguida por su asustado cachorro. Después de correr un buen rato, la osa se detuvo para examinar sus heridas en la espal-da, se dio cuenta de que sangraba copiosamente y entonces se encaminó hacia un manantial para poder lavar sus heridas.

Los animales por lo general, cuando están heridos tienen el instinto de acercarse a un río o quebrada y se quedan allí, casi inmóviles, toman-

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46 | Leyendas de Mérida

do solamente agua, con la esperanza, con la fe, de que así podrán curar sus quebrantos de salud.

Así lo hizo la osa, obedeciendo al instinto de la naturaleza. Sin embargo, la herida en su espal-da se agrandaba rápidamente y su dolor se hacía insoportable a medida que avanzaba el tiempo.

Al segundo día de la tragedia, le subió una fiebre muy alta y su estado de salud comenzó a declinar, hacia un final fata. Al tercer día, el sol sa-lió por el Este en forma plácida y sosegada; la vida se renovaba para todos otra vez. Los rayos fueron penetrando poco a poco en la selva tupida y fría, llevando luz y calor hasta llegar donde yacía la osa. Estaba acostada sobre hojas secas y el sol le calentó su cuerpo lastimado y mal herido.

Al sentir la beatitud del calor, abrió los ojos y se movió para tratar de levantarse, mas no pudo lograrlo.

El osezno que estaba a su lado, le lamió la cara con frenesí y la madre también lo abrazó y lo acarició con vehemencia y ternura… Su fin era inminente, su respiración se hizo cada vez más profunda y pesada, por su mejilla rodó una lágrima, abrazó a su pequeño y suspiró.

¡Hombre paramero! ¿Por qué matas?¿Por qué destruyes? ¿Por qué me disparas?

Si yo jamás le hago daño a nadie.Tanto tú como yo tenemos el mismo derecho a la vida…

Soy tu hermano, el oso frontino

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el PÁJaro CoPetÓn

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Yo soy el pájaro copetón de la Plaza Bolívar de Mérida. Mido de punta a punta, entre 4 a 5cm. Mi plumaje es marrón y sobre mi frente campea un pe-queño copete, motivo de mi nombre. Me alimento por lo general de mariposas, las cuales abundan en la Plaza. Por la tarde canto con frecuencia, mi trino es sonoro y melodioso, agradable al oído.

Lo que les voy a contar es una injusticia que se comete contra mi existencia; después de que les narre y explique los hechos, ustedes me di-rán si tengo razón en quejarme contra la toma-dera de pelo (o de plumas en este caso), de un pájaro bribón.

Ahí va el cuento:

Resulta que hago mi nido, que me cuesta Dios y su ayuda, recogiendo ramita por ramita y hoja por hoja de la plaza, para allí albergar a mi futura familia. El nido que construyo tiene un diámetro de 4cm y una profundidad de 3cm, más o menos, es redondo y cuando lo termino (modestia aparte), tiene un agradable aspecto a la vista. Para realizarlo trabajo con la única he-rramienta de que dispongo: mi pico.

El nido lo hago entre ramas de los pinos que rodean la Plaza en el sitio más escondido que pueda encontrar, para que justamente, na-die me lo encuentre y arruine.

Ahora bien: Hay un pájaro negro, que vive en mi ambiente y su tamaño es dos veces el mío. Es muy canalla, se la pasa rastreando y buscando mi nido. A veces (cuando tiene éxito) este sinver-

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guenza lo encuentra y lo primero que hace es co-merse mis huevitos y en su lugar, ¡caray!, me pone uno suyo. ¿Se dan cuenta la desfachatez que tiene este pajarraco?

Yo como no sé contar, leer, ni escribir, creo de verdad que los huevos son los míos. Después que los empollo, los pichones salen del casca-ron, y se creen el cuento de que yo soy su mamá. Bueno, y no vayan a pensar que soy una desnatu-ralizada, ¡No señor!, como madre adoptiva, pues los debo criar, alimentar, enseñarlos y educarlos como Dios manda.

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Traten de imaginar ustedes la cantidad de mariposas que debo atrapar para alimentar a estos grandulones que comen dos veces lo que como yo. Cuando la gente pasa, y nos ven jun-tos, parecemos muy cómicos: un pájaro gran-dote que es alimentado por uno mucho más pequeño, ¿Qué les parece? Las personas se ríen de mí y eso me pone molesta, y pregunto lo si-guiente: ¿Quién le enseño a este pájaro comer-se mis huevitos? ¿Quién le dijo a ese flojo, que yo podría criar a sus pichones? ¿Cómo y cuándo entendió todo esto? ¿Se dan cuenta ustedes aho-ra, que tengo más razón que un santo en recla-mar esta injusticia contra mi persona?

En la sociedad muchas personas se pasan de vivas, aplican el truco del pájaro ne-gro. A algunas personas que no saben leer, contar, ni escribir, por lo general les meten gato por liebre y las engañan (pájaro ne-gros por copetones).Si quieren verme, vengan a la Plaza Bolívar de Mérida.

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Índice

Tragedia del cóndor 9

Los cazadores 13

Los árboles 19

La terquedad absoluta 25

La rosa mística de la Plaza Bolívar de Mérida 31

El oso frontino 41

El pájaro copetón 47

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Se terminó de imprimir en noviembre de 2010en el Sistema Nacional de Imprentas

Mérida - VenezuelaLa edición consta de 500 ejemplares

impresos en papel Bond 75gr

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Donato Sasso (Mérida, 1934)Venezolano nacido en Italia. Emigró a Venezuela en 1934. Instructor de electromecánica del INCE, 1965. Ha representado a Venezuela en eventos nacionales e internacionanales en el ramo profesional. Desde 1990 se establece en Mérida, donde se ha dedicado a escribir e ilustrar cuentos históricos regionales.

Conocer nuestro pasado es valorar más nuestro presente y futuro

Cuentos y leyendas de Mérida, es una estupenda descripción de fábulas donde el maravilloso imaginario juega un gran papel. Donato Sasso mediante siete cuentos de interesante adaptación, nos suscita a la reflexión ecológica, a la meditación del saber coexistir entre incalculable número de personas, a no discriminar a las personas discapacitadas sino aceptarlas tal y como son. Es este libro, una gran demostración de la importancia que debe dársele a los animales. Sasso intenta motivarnos a aprender a respetar y a valorar la vida, tanto animal como propiamente humana, sin ninguna distinción de razas o colores, sabiendo que somos habitantes de un mismo planeta al cual debemos proteger y preservar para que no aparezca la desalmada extinción. En esta obra se propone una aplicación didáctica, con dibujos a colorear, alegóricos a la naturaleza que van de la mano con los cuentos allí narrados.

Yeritza Márquez