cuentos de la alhambra washington irving

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Washington Irving Cuentos de la Alhambra El Palacio de la Alhambra En mayo de 1829, acompañado por un amigo, miembro de la Embajada rusa en Madrid, capital de España, inicio el viaje que había de llevarme a conocer las hermosas regiones de Andalucía. Las amenas incidencias que matizaron el camino se pierden ante el espectáculo que ofrece la región más montañosa de España, y que comprende el antiguo reino de Granada, último baluarte de los creyentes de Mahoma. En un elevado cerro, cerca de la ciudad, se ha construido la antigua fortaleza rodeada de gruesas murallas y con capacidad para albergar una guarnición de cuarenta mil guerreros. Dentro de ese recinto se levantaba la residencia de los reyes: el magnífico palacio de la Alhambra., Su nombre deriva del término Aljamra, la roja, porque, la primitiva fortaleza llamábase Cala- al- hamra, es decir, castillo o fortaleza roja. Sobre sus orígenes no están de acuerdo los investigadores. Para unos la fortaleza fue construida por los romanos; para otros, por los pueblos ibéricos de la comarca y luego ocupada por los árabes al conquistar el territorio de la península. Expulsados los moros de España, los reyes cristianos residían en ella por breves temporadas. Después de la visita de Felipe V, el palacio cayó en el más completo abandono. La fortaleza quedó a cargo de un gobernador con numerosa fuerza militar y atribuciones especiales e independiente de la autoridad del capitán general de Granada. Para llegar a la Alhambra es necesario atravesar la ciudad y subir por un accidentado camino llamado la "Cuesta de Gomeres", famosa por ser citada en cuantos romances y coplas corren por España. Al llegar a la entrada de la fortaleza, llama la atención una grandiosa puerta de estilo griego, mandada construir por el emperador Carlos V. Ante ella, en banco de piedra, dormitaban dos viejos y mal uniformados soldados, mientras que el centinela (por su edad debía ser una verdadera reliquia militar) conversaba con un zaparrastroso individuo que al punto se me ofreció como guía y buen conocedor de la Alhambra. Con cierto recelo acepté sus servicios, los que más tarde resultaron de mucha utilidad. Seguimos por un camino cubierto por frondosos árboles, pudiendo ver a nuestra izquierda las cúpulas del palacio, y a la derecha, las célebres Torres Bermejas, cuyo color rojo herían los rayos del sol. Subiendo la sombreada cuesta, llegamos a una fortificación construida para defender la entrada de los fuertes y que recibe el nombre de barbacana. Ella guarnecía la "Puerta de la justicia" porque en aquel lugar solían reunirse los jueces para atender pequeños asuntos. www.PDF2012.blogspot.com www.GRATIS2.com www.librospdf1.blogspot.com

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Las mil y una noches en Granada

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  • Washington Irving

    Cuentos de la Alhambra

    El Palacio de la Alhambra En mayo de 1829, acompaado por un amigo, miembro de la Embajada rusa en Madrid, capital de Espaa, inicio el viaje que haba de llevarme a conocer las hermosas regiones de Andaluca. Las amenas incidencias que matizaron el camino se pierden ante el espectculo que ofrece la regin ms montaosa de Espaa, y que comprende el antiguo reino de Granada, ltimo baluarte de los creyentes de Mahoma. En un elevado cerro, cerca de la ciudad, se ha construido la antigua fortaleza rodeada de gruesas murallas y con capacidad para albergar una guarnicin de cuarenta mil guerreros. Dentro de ese recinto se levantaba la residencia de los reyes: el magnfico palacio de la Alhambra., Su nombre deriva del trmino Aljamra, la roja, porque, la primitiva fortaleza llambase Cala- al- hamra, es decir, castillo o fortaleza roja. Sobre sus orgenes no estn de acuerdo los investigadores. Para unos la fortaleza fue construida por los romanos; para otros, por los pueblos ibricos de la comarca y luego ocupada por los rabes al conquistar el territorio de la pennsula. Expulsados los moros de Espaa, los reyes cristianos residan en ella por breves temporadas. Despus de la visita de Felipe V, el palacio cay en el ms completo abandono. La fortaleza qued a cargo de un gobernador con numerosa fuerza militar y atribuciones especiales e independiente de la autoridad del capitn general de Granada. Para llegar a la Alhambra es necesario atravesar la ciudad y subir por un accidentado camino llamado la "Cuesta de Gomeres", famosa por ser citada en cuantos romances y coplas corren por Espaa. Al llegar a la entrada de la fortaleza, llama la atencin una grandiosa puerta de estilo griego, mandada construir por el emperador Carlos V. Ante ella, en banco de piedra, dormitaban dos viejos y mal uniformados soldados, mientras que el centinela (por su edad deba ser una verdadera reliquia militar) conversaba con un zaparrastroso individuo que al punto se me ofreci como gua y buen conocedor de la Alhambra. Con cierto recelo acept sus servicios, los que ms tarde resultaron de mucha utilidad. Seguimos por un camino cubierto por frondosos rboles, pudiendo ver a nuestra izquierda las cpulas del palacio, y a la derecha, las clebres Torres Bermejas, cuyo color rojo heran los rayos del sol. Subiendo la sombreada cuesta, llegamos a una fortificacin construida para defender la entrada de los fuertes y que recibe el nombre de barbacana. Ella guarneca la "Puerta de la justicia" porque en aquel lugar solan reunirse los jueces para atender pequeos asuntos.

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  • Atravesando esta torre se observa la "Plaza de los Aljibes", donde los moros han perforado profundos pozos que surten a la fortaleza de agua fresca y cristalina. Frente a la plaza se encuentra, a medio construir, el palacio que, segn Carlos V, deba eclipsar en belleza todas las artes rabes. Pasando por l, entramos con cierta emocin al palacio de la Alhambra. Nos cremos elevados a lejanos tiempos y rodeados de personajes de leyenda. Con suma curiosidad examinamos el gran patio cubierto por lajas de mrmol, denominado el "Patio de la Alberca", en cuyo centro luce un estanque de cuarenta metros de largo por diez de ancho, lleno de pececillos de colores y rodeado de hermosas flores. En uno de los extremos del patio se encuentra la Torre de Comares, mientras que por su frente, despus de atravesar un artstico arco, se entra en el clebre "Patio de los Leones". En su centro, la famosa fuente, apoyada en doce leones, arroja tenues hilos de agua, que magnifican las hermosas filigranas sostenidas por delicadas columnas de mrmol blanco. Sobre el patio da la maravillosa "Sala de las Dos Hermanas", cuyas paredes cubre un zcalo de vistosos azulejos, en los que estn pintados los escudos de los reyes y que contribuye a destacar los artsticos relieves y vvidos colores que adornan las paredes. Frente a esta cmara se encuentra la "Sala de los Abencerrajes", donde, segn la leyenda, encontraron la muerte los miembros de esa familia, rival de los Zegres. La Torre de Comares y un original deporte volvimos sobre nuestros pasos para visitar la clebre torre que lleva el nombre de su constructor, donde se encuentra la renombrada "Sala de los Embajadores", artsticamente decorada, y el "Tocador de la Reina"', especie de minarete donde las bellas princesas se distraan en la contemplacin del paisaje que rodea la fortaleza. Un fresco amanecer resolvimos ascender a la elevada torre para admirar desde ella la hermosa vista de Granada y sus frtiles caronpias. Debimos subir por una larga, oscura y peligrosa escalera en caracol que nos impuso varios descansos hasta conseguir llegar a lo alto. Desde all bamos contemplando los lugares ms renombrados de la Alhambra. A nuestros pies se abra paso entre las montaas el "Valle del ro Darro", cuyas arenas arrastran partculas de oro. Al frente se elevaba, en lo alto de una colina, "El Geeneralife", soberbio palacio donde los reyes moros, pasaban los meses de verano. Luego fijamos nuestra vista en el concurrido paso que lleva el nombre de "Alameda de la Carrera de Darro" y en "La Fuente del Avellano". Luego, en un desfiladero conocido peor el "Paso de Lope" y el "Puente de los Pinos", famoso, no tanto por los sangrientos combates que libraron cristianos y moros, sino porque all Cristbal Coln, descubridor de Amrica, fue alcanzado por un enviado de la reina Isabel, cuando, convencido de que nada poda hacer Espaa, se diriga a Francia para someter a consideracin del rey de ese pas su magnfico proyecto. Despus de admirar el paisaje, cuando el sol haca imposible nuestra permanencia en aquel lugar, nos disponamos a descender; observamos, con gran sorpresa, que en una de las torres de la Alhambra dos o tres muchachos agitaban largas caas, como si quisieran pescar en el aire. Nuestro asombro creci al ver -que en otros lugares ocurra lo mismo. No haba muralla o torre a la que no se hubiesen encaramado los singulares pescadores. Preocupados y haciendo toda clase de suposiciones, llegamos al "Patio de los Leones", desde donde buscamos a nuestro sapiente gua. No tardamos en dar con l, y con ello desapareci el misterio que tanto nos daba que pensar. Las abandonadas ruinas de la Alhambra se haban convertido en un prodigioso criadero de golondrinas y alondras, que revoloteaban en cantidad sobre las torres. Qu mejor pasatiempo que el de cazarlas por medio de anzuelos encebados con apetitosas carnadas? Pescar en el cielo! He aqu el grato y productivo deporte inventado por los habitantes de la Alhambra.

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  • Leyenda del albail y el tesoro escondido

    Hace muchos aos, vivi en Granada un maese albail, tan buen creyente, que nunca dejaba de cumplir con los preceptos y festividades sealados por la religin cristiana. Pero su fe sufra una ruda prueba. Sus esfuerzos para conseguir trabajo slo eran recompensados por un aumento de la pobreza y el hambre que pasaba, habitualmente, su numerosa familia. Una noche, en uno de los pocos momentos que disfrutaba de felices sueos, fuertes golpes dados en la puerta de la msera casucha lo arrancaron del camastro. Encendi un candil y corri la tranca que aseguraba la entrada. Como por encanto, su mal humor se transform en asombro y luego en terror. Frente a l tena a un monje que le pareci altsimo, cuyo rostro delgado y de una extrema palidez no alcanzaba a cubrir la oscura capucha. -Vengo en tu busca -dijo el monje con voz cavernosa-, sabiendo que eres buen cristiano y que no te negars a efectuar una tarea que no admite demora. -Estoy a tus rdenes, buen padre -contest el maese, algo repuesto de la impresin-, siempre que me pagues de acuerdo con el trabajo. -Sers bien recompensado. No tendrs quejas, pero como el asunto requiere cierto secreto, me acompaars con los ojos vendados. Nada opuso a esta condicin el albail, ansioso como estaba de ganar algunos cntimos. Largo fue el andar por tortuosos caminos, hasta que el monje se detuvo ante la puerta de un sombro casern. Rechin, la cerradura al abrir y gimieron los goznes al cerrar. Un intenso escalofro sacudi el cuerpo del maese albail cuando una mano lo tom del brazo guindolo a travs de un silencioso pasaje. Al quitarle la venda se encontr en un gran patio, escasamente alumbrado. -Aqu -dijo el monje sealando una fuente morisca- hars el trabajo. A tu lado estn los materiales necesarios. -Qu he de hacer, buen padre? -Una pequea bveda, que tratars de terminar esta noche. La impresin aceleraba el ritmo de su tarea, pero ella requera ms tiempo del calculado. El canto de los gallos anunciaba la cercana del alba, cuando el monje, que no se haba apartado de su lado, interrumpi la labor. -Por esta noche es suficiente -dijo-; toma tu paga y deja que te vende los ojos. Te guiar hasta tu casa. El maese albail no opuso reparo. Durante el camino de regreso no dej de apretar la moneda de oro que le entregara el monje. Al llegar, ste le pregunt si al da siguiente estaba dispuesto a finalizar el trabajo. -Vivo para eso, buen padre, pero espero que el pago sea igual al de hoy. -Estar aqu maana a medianoche. Y sin decir ms, se perdi en la semioscuridad del amanecer. La impaciencia abrum todo el da al albail. La curiosidad atormentaba a su buena mujer. Pero de estas preocupaciones no participaba su numerosa prole, que no haca otra cosa que comer, desquitndose del hambre de muchos meses. Llegada la hora convenida y tomando las mismas precauciones de la noche anterior, volvi el albail a continuar su obra. Al poner trmino al trabajo, el monje, cuya voz sonaba ms cavernosa, dijo: -Slo falta que me ayudes a traer los bultos que has de enterrar en esta bveda. Un nuevo escalofro sacudi al albail. La sospecha de que su trabajo se relacionaba con algn asunto macabro lo inmoviliz unos instantes. Sinti erizrsele los cabellos. Gruesas gotas de sudor perlaron su frente.

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  • Fue necesario un nuevo pedido del religioso para que sus piernas, sacudidas por violentos temblores, pudieran arrastrarlo hasta la ltima habitacin de la casa. All, recin el aliento volvi a su alma. Contra lo que esperaba, slo vio en un rincn cuatro cofres destinados a guardar dinero. Grandes fueron los esfuerzos que debieron realizar para arrastrarlos hasta la bveda. Una vez depositados all, fcil result cerrarla, cuidando de borrar las seales que delataran su trabajo. Despus de entregarle dos monedas de oro, vendarle los ojos y conducirlo por un camino mucho ms largo que las veces anteriores, el monje, antes de desaparecer, murmur a su odo: -Detente aqu y espera a que suenen las campanas de la Catedral. Una terrible desgracia caer sobre ti y sobre tu familia si antes te vence la curiosidad. Para que ello no ocurriera, grato entretenimiento se proporcion el albail con el alegre tintinear de las monedas de oro. Una vez que sonaron las campanas y pudo arrancarse la venda, se encontr a orillas de un ra, desde donde le era fcil volver a su casa. La alegra del buen comer slo alcanz a durar dos semanas. Falto nuevamente de dinero y trabajo, su familia volvi a caer en el ms msero estado. Pasaron as algunos meses. Un atardecer estaba sentado frente a su destartalada casa reflexionando sobre su mala suerte, cuando una discreta tosecilla lo trajo a la realidad. Reconoci en el que interrumpa sus meditaciones a uno de los viejos ms ricos y avaros que habitaban en la ciudad. -Parece, maese albail, que no te sonre la fortuna -dijo el anciano con voz chillona. -As es, seor; malos son los tiempos que corren. -Entonces, tomars a bien que te ayude con un trabajillo, siempre est, que me cobres barato. -En cuanto a eso, no tenga temor, no hay en Granada quien trabaje por menos precio. -Por eso te busco, buen hombre. Necesito que me remiendes una casa en forma suficiente como para que no se venga abajo. -Quedo a sus rdenes, seor. -Maana al amanecer, te vendr a buscar y empezars tu trabajo. Al da siguiente, el viejo avaro llev al albail a un casern al que apenas sostenan las paredes. Despus de recorrer las habitaciones fijando las reparaciones necesarias, llegaron a un patio cuyo centro adornaba una fuente morisca. El albail se detuvo, meditando, al parecer, sobre el precio que deba cobrar por su trabajo. -Quien habit aqu -dijo a modo de comentario- se contentaba con bien poco. -Era suficiente para mi inquilino, un viejo y msero clrigo, muerto hace algunos meses -explic el avaro-. Se le crea dueo de una gran fortuna, pero, como sabrs, las apariencias engaan. Lo mismo dicen de m, porque tengo dos arruinadas fincas. -Mucho es lo que hay que hacer y largo el tiempo a emplear. Creo haber encontrado una solucin. -Siempre que ella no aumente el precio.. . -Por el contrario. Lo mejor ser que habite esta casa mientras la reparo: yo me ahorro el alquiler y usted la mano de obra. La alegra del propietario no tuvo lmites. El arreglo le resultaba en esa forma mucho ms barato de lo calculado. Al da siguiente los viejos y escasos muebles del albail fueron trasladados al derrudo casern. Con la mudanza pareci cambiar la suerte de la familia. El hambre huy de la casa. A la antigua pobreza la reemplaz un bienestar que aumentaba con el tiempo. Tal situacin convirti al maese albail en propietario de varias fincas, entre las que se inclua el viejo casern. La Iglesia recibi importantes donaciones. Los pobres, generosa ayuda. Por largos aos goz de sus riquezas y el aprecio de los habitantes de Granada. Un da, sintiendo que la vida lo abandonaba, llam a su hijo mayor.

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  • -Eres mi heredero -dijo- y por lo tanto depositario del secreto de nuestra fortuna. -Si es tu deseo, padre mo -respondi el hijo, cuya pena no alcanzaba a borrar la visin del dinero-, te escucho. Y con voz que pareca un murmullo, el antiguo albail cont a su primognito cmo la casualidad lo haba llevado al sitio en que haba enterrado un tesoro, y del cual solamente haba gastado una tercera parte.

    Leyenda del mago y la princesa hechicera Hace muchos aos, ocupaba el trono de Granada el famoso rey moro Aben-Habuz. Sus hazaas, tal como las relatan las viejas crnicas, no se inspiraban, por cierto, en nobles y honrados propsitos. Amargas lgrimas costaban a sus dbiles vecinos los atropellos a que lo impulsaba su rapacidad. De acuerdo con el viejo refrn "el que siembra vientos recoge tempestades", el avaro rey, al llegar a una edad en que las energas abandonan el cuerpo y el espritu pide paz y tranquilidad, slo cosech continuos sobresaltos y angustiosos temores. Los prncipes vecinos, a quienes haba despojado de bienes y dominios, enterados de que la vejez abata sus fuerzas, no tardaron en sublevarse y llevar ataques que aumentaban su zozobra y su miedo. La ubicacin de la capital del reino no era, por cierto, muy estratgica. Las altas montaas que la rodeaban, hacan casi imposible establecer la proximidad de un ejrcito. Este favor que dispensaba la naturaleza a sus enemigos, oblig a Aben-Habuz a tomar extremas medidas de vigilancia. Estableci guardias en los picos ms altos y senderos practicables. Deban sealar por medio de hogueras la proximidad de los atacantes, para poder enviar inmediatamente los refuerzos necesarios. Pero tales precauciones no vencan la audacia de los prncipes. Cuando l reciba un aviso, sus adversarios, que haban avanzado por algn oculto paso, huan cargados de botn y prisioneros. Esta situacin agriaba da a da el fiero carcter de Aben-Habuz. Un atardecer, mientras examinaba el horizonte esperando ver surgir una de las tantas columnas de humo que sealaban la proximidad de enemigos, le fue anunciada la llegada a la corte de un sabio y viejo mdico rabe, que crea proporcionarle algn remedio a sus males. Llevado a su presencia, el visitante le caus honda impresin. Una larga barba blanca le bajaba hasta la cintura. Los aos no haban vencido su alta osamenta. Vena caminando desde tierras lejanas sin ms arma y sostn que un grueso bastn en el que haba grabado misteriosos smbolos. Al decir llamarse Ibrahim Eben Abu Ajib, murmullos de admiracin y respeto certificaron la fama que le preceda. No ignoraba el rey y sus cortesanos la existencia de este hijo de Abu Ajib, nada menos que compaero del gran Profeta. Desde nio vivi en Egipto, estudiando, aun por ms difciles que ellas resultaran, todas las ciencias y artes que se transmitan desde la ms remota antigedad. La astrologa no escapaba a su vasto saber, y dominaba la magia en todos los colores del arco iris, porque, segn l explicaba, la blanca y la negra slo era cosa de principiantes. Como un aserto a su vasto saber, la corte comentaba que haba hallado el ansiado y muy buscado secreto de prolongar la vida. Que su edad era de ms de doscientos aos, pero que haba hecho su descubrimiento un poco tarde, cuando no haba tiempo de borrar canas y arrugas. Como su personalidad y antecedentes daban brillo a la corte y sus achaques necesitaban atencin, Aben-Habuz no vacil en dispensarle los ms gratos honores. Hizo amueblar

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  • suntuosas habitaciones, pero el mago no se avena con el bullicio del palacio y decidi habitar en una caverna situada en la montaa sobre la que se levantaba el real albergue. Dispuestos los arreglos convenientes, entre ellos perforar la roca en tal forma que le permitiera observar las estrellas a toda hora, grab en las paredes misteriosos smbolos, desconocidos jeroglficos egipcios y rbitas de estrellas y planetas. Hizo construir singulares instrumentos, raros mecanismos que causaron la admiracin de los artfices de Granada, pero nunca lograron conocer su aplicacin: el sabio guardaba profundo secreto. Los consejos de un mdico resultan indispensables cuando a cierta edad tienden a aparecer males ignorados. Esa necesidad llev al docto Ibrahim Eben Abu Ajib al puesto de consejero favorito del rey de Granada. En una de sus visitas, Aben-Habuz renov sus quejas contra la continua vigilancia que deba ejercer sobre sus vecinos y el dao que le causaban sus correras, cuando el mago, despus de escucharlo en silencio y meditar un largo tiempo, dijo: -En Egipto, poderoso rey, vi y estudi un prodigioso invento. Se halla colocado en una montaa que domina el valle en que se encuentra la ciudad de Borza, cerca del ro Nilo. Est compuesto de dos figuras de bronce: un gallo y un carnero, que giran independientemente sobre un mismo eje. Si algn peligro se cierne sobre la ciudad, el gallo empieza a cantar, mientras que el carnero seala la direccin por donde avanza el enemigo. De esta forma los laboriosos habitantes estaban siempre a cubierto (le una sorpresa. -Mahoma me ilumine! -implor el rey-. Es eso lo que necesito! Un carnero y un gallo centinelas. Dejara de temer los asaltos de mis enemigos. Allah Akbar! Es la tranquilidad para mis ltimos aos. Con suma paciencia esper el mago a que el rey diera rienda suelta a sus deseos; luego, con voz grave, de quien hace profundas revelaciones, agreg: -Conocis ya mi viaje a las lejanas tierras de los faraones, siguiendo a los victoriosos ejrcitos de Amrou, y cmo trab conocimiento con la flor de la sabidura. Un da, paseaba con un respetable sacerdote a orillas del Nilo, cuando interrumpi en forma extraa nuestra discusin sobre un elevado tema astrolgico. -All es -dijo solemne, al tiempo que me sealaba las grandiosas pirmides- donde se encuentra la verdadera y nica fuente del conocimiento. De las tres, la que est en el medio guarda la momia del Supremo Sacerdote a cuyos esfuerzos se deben estos maravillosos monumentos. A su lado se encuentra el excelso libro de la Sabidura, que encierra los preciados secretos de la ciencia que ensea a Hacer cosas extraordinarias y admirables: la magia. Ese libro lo recibi Adn al ser expulsado del Paraso; gracias a su ayuda, el rey Salomn pudo construir el templo de Jerusaln y luego, el Supremo Sacerdote, las Pirmides. Saber que exista tal obra y enloquecer por el deseo de poseerla fue una sola cosa. Con los soldados que tena a mis rdenes y cientos de esclavos egipcios taladr la pirmide hasta dar con uno de los mltiples pasadizos. A riesgo de perder mi vida segu sus vericuetos y logr encontrar la cmara que guardaba desde haca siglos la momia del Supremo Sacerdote. Fcil me fue entonces apoderarme del libro y abandonar con gran alegra el impresionante monumento. . . " -Pero, de qu me sirve, sabio Ibrahim -interrumpi impaciente Aben-Habuz-, el hecho de que te hayas apoderado del libro de la Sabidura? -Pronto lo sabrs, poderoso seor; l me ha instrudo en preciadas cosas. Gracias a l no slo obligo a un gento a que venga en mi ayuda, sino que puedo construir un aparato muy superior al que te he descripto. -Sabio Eben Abu Ajib -implor el-rey-, hazlo. Consigue la tranquilidad de mis ltimos aos, y todos mis tesoros sern tuyos! -Allah Akbarl Lo que es, es! Lo que ha de ser, ser! -contest el mago, dando trmino a la entrevista.

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  • Y sin perder tiempo se dispuso a cumplir los anhelos del rey. Comenz a construir sobre la parte ms alta del palacio una elevada torre, sobre la cual fij un eje, en el que giraban, en vez de un gallo y un carnero, un moro a caballo armado de escudo y una lanza, que agitaba en la direccin en que avanzaba el enemigo. Debajo de la figura se abra una sala circular con aberturas que dominaban los cuatro puntos cardinales. Frente a cada una de esas extraas ventanas, situ mesas sobre las que coloc diminutas figuras de guerreros, alineadas en posicin de dos ejrcitos prontos a darse batalla y separados por una pequea lanza grabada con misteriosos smbolos. La sala era guardada por una gruesa puerta de bronce con cerradura de acero, cuya nica llave guardaba el rey celosamente. La terminacin del mgico aparato coincidi con la falta de actividad de sus enemigos. La impaciencia empez a consumir al viejo rey. -Antes -deca con voz quejumbrosa a sus consejeros- me molestaban con una invasin diaria; ahora parece que estos bandidos no existen. -Ya vendrn -sola repetir muchas veces al da Eben Ajib. Pronto estas palabras tuvieron confirmacin. Un amanecer, el guarda de la torre dio la voz de alarma. La figura del moro haba girado hacia la Sierra Elvira y su lanza se agitaba en direccin al Paso de Lope. Aben-Habuz salt del lecho, gritando alborozado: -Que las trompetas llamen a las armas! Pero el mago, que haba seguido en silencio al oficial portador de la noticia, exclam: -De nada tienes necesidad, oh rey! Dejad las armas tranquilas y a vuestros guerreros en el descanso. Slo pido que os dignis subir a la torre. Con gran trabajo y gracias a la ayuda del bicentenario Ibrahim, consigui el viejo rey ascender por la larga escalera. Abierta la pesada puerta, vio con asombro que la ventana que dominaba la direccin por donde se sealaba la presencia del enemigo estaba abierta. Eben Ajib, despus de observar un instante la montaa, habl al rey: -Ya sabe por dnde avanza el enemigo, pero ten a bien observar lo que ocurre en esta mesa. El asombro de Aben-Abuz no tuvo lmites. Las pequeas figuras de madera estaban en movimiento. Los caballos caracoleaban, los jinetes agitaban sus lanzas, como el zumbido de un lejano mosquito se escuchaba el sonido de trompetas, choques de armas, gritos y relinchos. -Esto prueba que tus enemigos siguen avanzando. Pero no te inquietes, poderoso rey! -agreg el mago-. Si quieres que se retiren sin causarles dao, toca las figuras con el asta de esta pequea lanza, pero si deseas destrozarlas, hirelas con la punta. Aben-Habuz luch un instante con su conciencia. La ira agit la larga barba. Su cara tom un color violceo. Demasiado dao le haba causado la rebelda de sus vecinos como para olvidarlos y otorgar clemencia. -Debe haber algn escarmiento -exclam trmulo, y tomando la lanza mgica hiri a unas y toc a otras figuras, las que sin tardanza se trababan en ruda pelea. Grandes esfuerzos tuvo que hacer el mago para dominar el entusiasmo del rey, impedir la muerte de todos sus enemigos y convencerlo de que ya era tiempo de abandonar la torre y enviar tropas en averiguacin de lo ocurrido. Pronto retornaron los emisarios con una grata noticia. Un poderoso ejrcito llegado hasta cerca de Granada, se haba retirado al producirse entre sus jefes una agria discusin, finalizada en sangrienta lucha. Al demostrarse las fantsticas virtudes del aparato, Aben-Habuz orden se celebraran grandes fiestas, en las que el mago ocupaba el sitio de honor. -Como has conseguido -djole un da- mi tranquilidad y supremaca, pdeme, sabio Ibrahim Eben Abu Ajib, la recompensa a que tienes derecho.

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  • -Qu puedo pedirte, oh rey? Los estudiosos nos contentamos con bien poco. Faciltame los medios para mejorar en algo mi humilde habitacin. -As ser -contest Aben-Habuz sin poder contener una sonrisa, pensando qu ingenuos y fciles de contentar eran los verdaderos filsofos. Y sin perder un instante dio orden al tesorero para que entregara al sabio las cantidades requeridas para poner en condiciones la caverna que habitaba. Las humildes necesidades de Ibrahim Eben Abu Ajib consistieron en hacer abrir habitaciones contiguas a la primitiva sala; cubrir las paredes con delicados y maravillosos tapices de seda de Damasco, los pisos con ricas alfombras de Esmirna, sobre las cuales lucan valiosas otomanas y preciados divanes. -Los huesos se resienten despus de tanto dormir sobre un duro lecho, y a mi edad -agregaba- tampoco se poda sufrir la humedad que destilaban estas paredes. En una de las salas hizo construir un regio bao de mrmol verde con delicadas fuentes que vertan, adems de exticos perfumes, aceites balsmicos y aromticos. -Esto -explicaba cada vez que se sumerga en el tibio compuesto- devuelve al cuerpo la agilidad que pierde en tantas horas de meditacin y estudio. Como la luz que llegaba por la abertura de la sala era insuficiente, orden colocar en todos los aposentos costosas lmparas de oro y fino cristal, que llen con un aceite especial cuya frmula estaba en el Excelso Libro de la Sabidura y que daba una luz ms suave y delicada que la del ms hermoso da. Era la nica, segn l, que no fatigaba sus ojos en la lectura de los misteriosos papiros. Estos arreglos que parecan no tener fin, - alarmaron al celoso tesorero. Un da, despus de sumar las cantidades gastadas en la decoracin del retiro del mago, dio un grito de asombro y corri a informar al rey de tal derroche. -No desesperes -aconsejle Aben-Habuz-; estos sabios tienen sus caprichos y hay que respetarlos; ya terminar por cansarse de amueblar su vivienda. El tiempo dio razn al rey. A poco finalizaron los trabajos de lo que el sabio llamaba su humilde morada, y que era, para los dems, un lujoso y confortable palacio subterrneo. -Estis contento? -preguntle un da el tesorero. -As..., as! -contest Abu Ajib-. Mi aposento est completo; slo me resta encerrarme y consagrar mi tiempo al estudio, pero algo falta para entretener o alegrar mis fatigas mentales. -Poderoso mago, tus deseos son rdenes! -Es una pequeez, cosa sin mayor importancia: algunas bailarinas y cantantes. -Bai ... la... rinas ... -tartamude asombrado el tesorero. -Qu tiene de particular? -replic el sabio con cierta gravedad-; mi espritu, aunque de alguna edad, necesita recrearse. Sencillos son mis gustos, pero, de cumplirse mi deseo, quiero que stas estn en la flor de la juventud y posean exquisita belleza. Slo as puede encontrar distraccin un filsofo. Satisfechos sus deseos, los das comenzaron a transcurrir con suma placidez. Ibrahim Eben Abu Ajib, encerrado en su caverna, alternaba sus estudios con las gracias y melodiosos cantos de las danzarinas. El rey entretena sus ocios encerrado en la torre, disponiendo cruentas batallas y destrozando imaginarios ejrcitos. Como el juego lleg a cansarlo, le dio realidad provocando en toda forma a sus adversarios. Los ataques de stos no se hicieron esperar, pero las continuas derrotas calmaron sus odios y los llevaron a proclamar la invencibilidad del viejo rey y a pasar por alto sus insultos. Falto de actividad, volvi Aben-Habuz a caer en nuevo aburrimiento. Bulliciosas fiestas, magnficos torneos o hermosas doncellas slo despertaban momentneo inters. Pasaron algunos meses. Convencido de que aquel hasto no llevaba miras de terminar, resolvi, despus de una noche de cruel insomnio, llamar al mago y ordenarle buscara una nueva distraccin.

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  • Pero su resolucin no lleg a cumplirse. Un jadeante oficial irrumpi en sus aposentos para informarle que el moro de bronce, inmvil durante tanto tiempo, haba girado y agitaba su lanza hacia una de las montaas de Guadix. A medio vestir y sofocado por la rapidez, lleg Aben-Habuz a la sala de la torre. La ventana situad: en aquella direccin permaneca cerrada y las pequeas figuras guardaban extraa quietud. Venciendo su asombro orden que varios destacamentos, exploraran cuidadosamente las montaas vecinas. La curiosidad lo mantuvo en suspenso durante tres das. Cuando sus ojos fatigados por la vigilancia en la torre se cerraban para descansar, el bullicio de la tropa que regresaba de la inspeccin lo alter nuevamente. -Majestad -inform el oficial que mandaba los guerreros-, podis estar tranquilo en absoluto. El enemigo no se ha atrevido a asomar por el reino de Granada. Slo os puedo anunciar la captura de una bellsima joven cristiana que descansaba cerca de una vertiente. La sorpresa abri los semicerrados ojos de Aben Habuz. Atusndose la barba dijo: -Una joven habis dicho? Bella para ms? Traedla inmediatamente! Cumpliendo con la real orden fue llevada a su presencia una doncella de prodigiosa belleza. Un ah! de asombro recorri la sala del trono. Nunca hablase visto tan esbelto cuerpo ni tan gracioso y exquisito andar. Su cabellera, recogida en trenzas y adornada con joyas, palideca al ms oscuro negro mate. Sus facciones tenan rara simetra; sus rosados labios dejaban entrever dos hileras de dientes capaces de ruborizar a una perla. Dos delicadas rosas eran sus mejillas, y su cuello una alhaja, rodeada por una cadena de oro con una lira de plata. Los fulgores de sus ojos, que apagaban los de los brillantes que adornaban su frente, produjeron tal incendio en el viejo corazn de Aben-Habuz, que casi lleg a perder los sentidos. Dominando aquella extraa pasin, alcanz a preguntarle: -Oh maravillosa joven! Cuntame cmo has llegado a mi reino. Una voz dulce y melodiosa que lo turb ms an, contest: -Huyendo de los enemigos de mi padre, un prncipe cristiano cado en desgracia y prisionero ... -No te dejes engaar -interrumpi el mago Ibrahim al odo de Aben-Habuz-. Ella es el enemigo sealado por el moro de la torre. En sus ojos leo algo malfico. En su rostro advierto cosas que me hacen sospechar que es alguna cruel hechicera transformada en hermosa doncella para dominarte. -Sabio Abu Ajib -respondi el rey con enojo-. Tu ciencia ser profunda, pero en cuanto al conocimiento de estas cuestiones femeninas, lo desafo al mismsimo rey Salomn. Esta joven en quien crees ver una malfica hechicera, es una bella e inocente paloma, que da recreo a mis ojos y amor a mi corazn. -Ten presente, poderoso rey -insisti Ibrahim-,' que mi proceder ha sido desinteresado. He contribudo a destrozar a tus enemigos; en cambio ahora te solicito me cedas a esta joven, que al par que entretenga mis momentos de descanso, la estudiar por si encuentro en ella una hbil hechicera y poder as destruir sus malas artes. -Tus pretensiones -repuso con voz agriada Aben Nabuz- no tienen lmites; para qu quieres ms bailarinas? -Ninguna de ellas toca la lira de plata, y un rato de msica es agradable cuando la mente se halla fatigada. -Pues bscate otra msica! -grit el rey en el colmo de la ira-. Esta joven es ma y nadie en el mundo me la arrebatar. Siento tanto cario por ella como David, padre de Salomn, sinti por la sulamita Abisag. Los presagios y ruegos de Ibrahim terminaron en borrascosa discusin. El mago ofendido por las palabras del rey, se retir a sus aposentos. Aben-Habuz, rindose de sus

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  • profecas, se dedic a hacerle la corte a la bella princesa. Crea suplir su falta de juventud y atractivos fsicos con esplndidos regalos. Los mercaderes de Granada deban venderle las joyas ms preciadas, las ms raras y delicadas esencias, sedas y encajes que llegaban de Asia y frica. La ciudad viva de fiesta en fiesta. Bailes, torneos, corridas de toros se daban en alegre continuidad. Nada conmova a la princesa. Regalos y fiestas los reciba como cumplidos, ms que a su alcurnia, a su belleza, de la que estaba muy envanecida. Su conducta pareca guiada por el propsito de arruinar a su viejo admirador, hacindole gastar sumas fabulosas en innecesarios objetos. Nada de lo que ideaba Aben-Habuz venca la amable reserva de la princesa. No lo desairaba ni le sonrea. Cada vez que, incontenible, le declaraba su amor, ella, como respuesta, pulsaba la lira de plata. Sus melodiosas notas parecan estar acompaadas del misterioso poder de sumir al viejo rey en un sueo irresistible, del que despertaba horas despus con mayor vigor, pero curado por varios das de su avasalladora pasin. Mientras Aben-Habuz viva en este ensueo olvidaba da a da los deberes para con su reino. Los cortesanos, y luego el pueblo, empezaron a murmurar lamentndose del estado de idiotez de su soberano y del derroche a que lo conduca su favorita. La situacin lleg a agravarse cuando el pueblo, perdiendo todo respeto, intent asaltar el palacio y matar a la princesa cristiana. El temperamento guerrero volvi a renacer en el pecho del rey. Al frente de sus tropas atac a los sublevados, derrotndolos y ahogando toda posibilidad de nueva insurreccin. Al reinar la tranquilidad, Aben-Habuz hizo llamar al mago Ibrahim, que permaneca en sus aposentos sin olvidar las ofensas y el triste resultado de su pedido. Con voz amable y nimo de congraciarse, le dijo: -Debo confesarte, sabio Abu Ajib, que tus profecas sobre la hermosa cristiana se han cumplido. Espero de ti los consejos que me libren de futuros peligros. -Solamente puedo darte uno -replic solemne Ibrahim-, que alejes cuanto antes de tu lado a esa joven que causar tu ruina. -Eso es imposible -gimi dolorido Aben-Habuz-. Preferira en este caso perder mi reino! -Es que perders ambas cosas -vaticin el mago. -No me abandones en esta cruel situacin -implor el rey-. Ten piedad de mis sentimientos y busca la forma de evitar mayores riesgos, y cumplir mi anhelo de hallar, lejos de las obligaciones e hipocresas de la corte, un retiro pleno de amor y placidez. Ibrahim medit unos instantes, luego examin con atencin el arrugado rostro del rey. -En qu forma me recompensaras si te suministro lo que anhelas? -Conceder lo que pidas! Palabra de rey! -Habis escuchado, magno soberano, algn relato del asombroso jardn del Irn, maravilla (le la Arabia Feliz? -Como buen creyente conozco lo que a su respecto dice el Libro del Corn, en el captulo "La Aurora del da". Adems he odo de labios de peregrinos relatos increbles y portentosas descripciones de ese lugar. Pero los he considerado como exageraciones de viajeros para deslumbrar a sus oyentes... -Tu incredulidad es inexacta. Lo dicho por ellos es verdad -interrumpi Abu Ajib-. Tuve la suerte de ver el jardn y el palacio del Irn y si tu paciencia es grande, ten a bien de escuchar mi relato, en el que hallars algo semejante a tus deseos: Siendo joven erraba por el desierto cuidando los camellos de mi padre, cuando un da uno de ellos se extravi en las dunas de Aden. La larga bsqueda agot mis fuerzas. Alcanc a llegar a un pequeo oasis, donde me tumb a dormir. Grato fue mi despertar frente a las puertas de una hermosa ciudad, rodeada de jardines de incomparable belleza, que recorr con asombro y temor. Sus palacios, calles, plazas y mercados estaban desiertos. Ni un solo ser viviente habitaba en ella. Impresionado por el silencio, resolv volver al oasis, y cuando alcanc a cruzar la

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  • puerta por donde haba entrado, me volv a admirar sus bellos monumentos, pero la ciudad haba desaparecido en las arenas del desierto. Preocupado por lo que crea un sueo, me orient tratando de dar con la caravana. En el camino tuve la fortuna de encontrar a un viejo sacerdote mahometano, de mucho saber y conocimiento en leyendas y tradiciones. Despus de orme me explic que haba visitado el maravilloso jardn del Irn, que sola aparecer de vez en cuando a los viajeros del desierto. Su origen se remontaba a la antigua poca en que la tribu de los Additos poblaba esas tierras. El rey Sheddad, hijo de Ad y bisnieto de No, tuvo la idea de fundar una hermosa ciudad. Cuando se termin de construir era tan extraordinaria y magnfica, que el rey resolvi edificar un palacio con jardines que superaran a los que, segn el Libro del Corn, existen en el paraso celestial. Pero su soberbia fue severamente castigada por Al. El rey y sus sbditos desaparecieron misteriosa-mente. Un velo cay sobre la ciudad, ocultndola a la vista humana, y suele descubrirse de vez en cuando, como un ejemplo del castigo que merece la vanidad. Esta leyenda unida al recuerdo de la maravillosa ciudad no alcanz a borrarse de mi mente. Al conseguir el Libro de la Sabidura, resolv, como una de las primeras cosas, visitar nuevamente el jardn del Irn. Fcil me fue hallarlo, e instalndome en el palacio del rey Sheddad, goc durante algn tiempo de las delicias de aquel edn. Mi poder oblig al genio que cuidaba la ciudad a informarme cmo se haca invisible tanta belleza. As es como puedo construir, si lo deseas, un palacio y un jardn que superen en magnificencia a los del Irn. Mi poder es mayor del que requiere esa empresa. Acurdate que poseo el Libro de la Excelsa Sabidura, anterior al gran Salomn." -Abu Ajib -implor Aben-Habuz-. Demasiado conozco tu saber y poder para que me atreva a ponerlos en duda. Slo te pido que me hagas un palacio semejante al que me has descripto y te recompensar hasta con la mitad de mi reino. -Bah! -contest despectivo el mago-. Nosotros los que consagramos nuestra vida al estudio consideramos las riquezas como producto del egosmo, pero para conformarte, te pedir que me regales el primer animal cargado que cruce la puerta del encantado palacio. El rey no ocult su alegra y apresur la respuesta a tan poco pedir. Ibrahim, demostrando una actividad insospechada, empez a construir sobre sus habitaciones subterrneas, en el centro de un patio rodeado de gruesos muros, una torre con slidas puertas, en torno a la cual, con la ayuda de un cincel y una maza, labr dos misteriosos smbolos; una gran llave y una mano gigantesca. Pronunciando algunas palabras cabalsticas, dio fin a su trabajo. Finalizada la obra, despus de permanecer dos das en sus aposentos haciendo misteriosas experiencias, subi a lo alto de la montaa. Pasada la medianoche fue a despertar a Aben-Habuz y le dijo: -Poderoso rey, mi obra est concluda. En lo alto de la montaa se encuentran a tu disposicin el palacio y los jardines de la belleza ms fantstica que pueda concebir la imaginacin del hombre. Cuenta con las propiedades del jardn del Irn, que queda oculto a todo el que no posea la clave secreta que enuncia el Libro de la Suprema Sabidura. -Oh! -exclam asombrado el rey-. En cuanto amanezca me instalar en ese palacio. Las pocas horas que faltaban para nacer el nuevo da, transcurrieron para Aben-Habuz con una lentitud desesperante. Antes que el sol iluminara los picos de Sierra Nevada, ya estaba a caballo dispuesto para la partida. A su lado, sobre un hermoso animal, cuya blancura podra rivalizar con la nieve, iba la princesa cristiana, ms hermosa que nunca, luciendo un maravilloso vestido adornado con brillantes y esmeraldas. El mago Ibrahim, que no gustaba de los ejercicios ecuestres, caminaba al otro lado del rey ayudndose con su bastn y sin dejar de observar a la joven y a la lira de plata que conservaba sujeta a la cadena de oro que rodeaba su cuello. La curiosidad impacientaba a Aben-Habuz. Estaban por llegar y no divisaba las torres del monumental palacio ni los deliciosos jardines prometidos. -Ya te previne -explic Abu Ajib- que guarda los mismos hechizos que el del Irn. Nada has de ver hasta pasar por la puerta mgica.

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  • Cuando llegaron al patio amurallado Ibrahim indic al rey fijara su atencin en la llave y la gigantesca mano labrada sobre y a cada uno de los lados de la enorme puerta. -Estos son -dijo- los smbolos que protegen la entrada al maravilloso retiro. Hasta que esa mano suba y tome la llave no habr en el mundo quien pueda atentar contra la tranquilidad del dueo de estas montaas. El asombro que le produjo cosa tan notable distrajo tanto a Aben-Habuz, que ni siquiera not que el caballo de la princesa pasaba por la puerta hasta llegar al centro del patio. Un grito del mago lo trajo a la realidad. -Ah!, rey de Granada -dijo alborozado-, he aqu mi recompensa: el primer animal con su carga que atravesara la puerta encantada. Aben-Habuz aument su buen humor. No esperaba por cierto una broma semejante, pero cuando la insistencia del mago le indic que aquello era cosa seria, el enojo turb su mente y sosteniendo la barba que se sacuda al son de su ira, exclam: -Ibrahim Abu Ajib, no tolero bromas de mal gusto ni torcidas interpretaciones a mi promesa. Ella era de entregarte el primer animal cargado que atravesara esa puerta; toma, pues, la ms robusta mula y crgala con mis mejores joyas, pero no pretendas, ni aun en broma, quedarte con la duea de mi corazn. -De sobra sabes -contest el mago- que desprecio los tesoros. Me basta para poseerlos el Libro de la Excelsa Sabidura, as que no niegues lo que en buena ley prometiste; entrgame la cautiva como cosa ma. A todo esto la princesa segua, con despectiva sonrisa y desde su cabalgadura, la discusin de aquellos dos ancianos sobre la propiedad de su belleza. Aben-Habuz, despus de girar la cabeza como buscando nuevas fuerzas, estall indignado: -Ratn del desierto! Guarda tu saber y rinde respeto a tu seor y a tu rey! -Ja!... ja! -ri irnico Abud Ajib-, no saba que tus pretensiones llegaban a tanto, iluso mueco que ordena obediencia a un monarca de la sabidura. Contntate, Aben-Habuz, en manejar tu pobre estado y gozar en ese paraso de locos, mientras yo me divierto a tu costa en mi humilde retiro. Acompaando sus ltimas palabras con un gesto (le desdeosa superioridad, tom la brida del caballo que montaba la bella princesa y golpe con su bastn la superficie del patio. Un suave temblor agit la montaa, el mago y la cautiva desaparecieron tragados por la tierra, la que volvi a unirse sin dejar la ms pequea seal de lo ocurrido. Largo tiempo qued Aben-Habuz sin habla. Pero al fin, consigui salir de su aturdimiento y, venciendo el dolor de su corazn, dio frenticas rdenes de que se cavase en el lugar en que se haba ocultado el testarudo mago. Todos los esfuerzos realizados para descubrir su retiro fueron intiles. Al llegar a cierta profundidad la tierra volva a unirse tapando los pozos cavados. La entrada a los aposentos de Ibrahim haba desaparecido tras una pared de roca en la que se destrozaban las herramientas que pretendan taladrarla. La desesperacin del rey no tena lmites. A la prdida de la amada se aada la ineficacia del apa-rato construdo por Abu Ajib. La figura del moro haba girado y su lanza permaneca inmvil despus de sealar el lugar por donde se haba hundido el mago. Para mayor tortura, cuando apenas la calma volva a su corazn llegaban, al parecer del interior de la montaa, e invadan los aposentos del castillo, melodiosas canciones que acompaaban las dulces notas de la lira de plata. Un da un pobre pastor pidi ver al rey. Despus de mucho insistir fue llevado a su presencia. Buen rato permaneci de rodillas antes de que el mal humor del monarca le otorgara permiso de hablar. -Perdname, rey mo -dijo el pastor-, si no te traigo una buena noticia. Hoy, al amanecer, mientras buscaba una cabra extraviada encontr un pasaje que pareca atravesar la montaa. Venciendo mi temor lo segu hasta llegar, con gran sorpresa, a los aposentos del mago.

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  • -Al fin -exclam frentico el rey- podr acabar con ese miserable! -Fcil te ser -agreg el pastor- porque cuando lo vi, Ibrahim Eben Abu Ajib descansaba sobre un lujoso divn adormecido por una mgica meloda que arrancaba de la lira de plata la princesa hechicera. El rey, guiado por el pastor y seguido por los cortesanos, corri a buscar el pasaje descubierto, pero fue intil, ste haba desaparecido. Orden efectuar nuevas excavaciones que resultaron vanas. Los smbolos mgicos representados por la llave y la gigantesca mano protegan poderosamente al seor de aquellas montaas. Aben-Habuz alcanz a vivir unos pocos aos ms, de los cuales no goz un solo da de la ansiada tranquilidad. El recuerdo de su bella cautiva, las continuas luchas con los prncipes vecinos y las intrigas de la corte, amargaban de sobra su corazn. El lugar en que Ibrahim dijo o simul construir el famoso palacio y jardn fue llamado por los habitantes de Granada "La locura del rey" o "El paraso de los locos". All se construy muchos aos despus la Alhambra, y sus guardianes, generalmente invlidos o ancianos, caen repentinamente, ya de da o de noche, en un profundo y dulce sueo. La leyenda dice que eso suceder hasta que la mano alcance la llave y destruya al genio que mantiene encantada a aquella montaa, guardiana de un poderoso mago hechizado por una hermosa princesa.

    Leyenda del prncipe Ahmed Al Kamel Haba una vez en Granada, un rey moro que no tena ms que un hijo llamado Ahmed. La servidumbre del palacio no tard en llamar al pequeo prncipe Al Kamel o El Perfecto, a causa de las excepcionales cualidades morales y fsicas que revelaban sus pocos aos. Los astrlogos, hombres que se dedicaban a observar el estado del cielo, pronosticando de acuerdo con la hora del nacimiento los sucesos que ocurriran en su vida, no sealaban ms que hechos favorables. Pero estos horscopos o estudios sobre su destino admitan una sombra, sin decir por ello que le fuera perjudicial. sta lo representaba como "un gran amor que lo arrastrara a grandes peligros. La nica forma de salvarlo era evitar que se enamorara hasta llegar a la mayora de edad. Para prevenir esta contingencia, resolvi el rey, sabiamente, recluir al prncipe en un lugar donde jams pudiese ver el rostro de una mujer ni llegase a sus odos la palabra amor. Con este objeto hizo construir un magnfico palacio en la cima de una colina que se eleva detrs de la Alhambra, en medio de jardines deliciosos, pero rodeado de elevadas murallas (palacio conocido en la actualidad con el nombre de "El Generalife". El joven prncipe fue encerrado en este palacio y confiado a la vigilancia y a los cuidados de Eben Bonabben, uno de los filsofos rabes ms sabios y austeros.. Haba pasado la mayor parte de su vida en Egipto, estudiando los jeroglficos y examinando las tumbas y las pirmides, y encontraba ms encanto en una momia egipcia que en la ms seductora de las bellezas vivas. El sabio recibi la orden de instruir al prn-cipe en toda clase de ciencias, con excepcin de una sola cosa: deba ignorar por completo lo que era el amor. -Emplead, con este objeto todas las precauciones que creis convenientes -dijo el rey- pero acordaos, Eben Bonabben, que si mi hijo aprende algo de esa ciencia prohibida, vuestra cabeza responder por vuestra negligencia. Una grave sonrisa apareci en la apergaminada cara de Eben Bonabben. -Vuestra Majestad puede estar tranquilo con respecto a su hijo, como yo lo estoy con respecto a mi cabeza. Soy el hombre capaz de dar lecciones de esa funesta pasin? Encerrado en el palacio y jardines creci el prncipe bajo los atentos cuidados del filsofo. Era servido por esclavos negros; mudos, ignorantes del amor, o, al menos, privados de

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  • la palabra para poderlo explicar. Su educacin intelectual fue el objeto particular de los cuidados de Eben Bonabben, que se esforzaba en iniciarlo en las ciencias ocultas del Egipto. Pero el prncipe hizo pocos progresos, demostrando bien pronto que no era dado a la filosofa, ciencia que estudia las propiedades y efectos de las cosas naturales. Sin embargo, mostrbase asombrosamente dcil, siguiendo los consejos que le daban. Escuchaba con paciencia, reprimiendo su fastidio, las sabias y pesadas explicaciones de Eben Bonabben, del cual recibi las nociones de todas las ciencias, y de esta forma cumpli dichosamente sus veinte aos, dotado de un saber prodigioso, pero totalmente ignorante de las cosas del amor. Pero llegado este tiempo se efectu un cambio completo en la conducta del prncipe. Abandon por entero sus estudios y se dedic a asear por los jardines y a meditar al lado de las fuentes. Entre sus conocimientos se le haba enseado un poco de msica, y ella absorba ahora una gran parte del tiempo, y a la vez se iba desarrollando en l el gusto de la poesa. El sabio Eben Bonabben se alarm y trat de combatir estas dulces inclinaciones explicndole un severo curso de lgebra, pero el prncipe se apart de este estudio con horror: "No puedo sufrir el lgebra! -dijo-, la aborrezco! Necesito alguna cosa que hable ms al corazn!" El sabio Eben Bonabben movi la cabeza al or estas palabras. "Se acab la filosofa -pens-, el prncipe ha descubierto que tiene un corazn". Desde entonces ejerci sobre su discpulo una inquieta vigilancia y dise cuenta de que la ternura de su naturaleza estaba en efervescencia, y que slo necesitaba un objeto. Vagaba por los jardines del Generalife; lleno de una dulce embriaguez, cuya causa desconoca; otras veces se suma en deliciosos sueos; o tomaba su lad sacndole los sones ms conmovedores y en seguida lo arrojaba, deshacindose en suspiros y quejas. Pronto esa predisposicin al amor se manifest aun con los objetos inanimados; prodigaba tiernos cuidados a las flores que cultivaba; despus hizo objeto de sus predilecciones a ciertos rboles y entre ellos uno en particular, de forma graciosa y delicado ramaje, al que renda un culto apasionado; grab su nombre en la corteza, adorn sus ramas con guirnaldas y cantaba dulces melodas en honor suyo, acompandose de su lad. El sabio Eben Bonabben se alarm de la exaltacin de su discpulo, a quien vea aprender lo que se le ocultaba, pues la menor alusin poda ser suficiente para revelarle el secreto fatal. Temblando por la salvacin del prncipe y por su propia cabeza, se apresur a arrancarle de las seducciones del jardn y lo encerr en la torre ms alta del Generalife. Esta torre contena soberbios departamentos y gozbase desde ella una hermosa vista, pero se elevaba muy por encima de la atmsfera de perfumes y de los bosquecillos encantadores, tan peligrosos para la vivsima sensibilidad de Ahmed. Pero qu hacer para hacerle aceptable esta violencia y para alegrar en algo las largas horas de fastidio? Haba agotado ya toda clase de conocimientos agradables y, en cuanto al lgebra, no era posible ni hablarle de ella. Por fortuna, Eben Bonabben, durante su estancia en Egipto, haba aprendido el lenguaje de los pjaros, que le ense un rabino judo, en cuya familia este conocimiento se trasmita de padres a hijos, desde el gran Salomn, a quien se lo haba enseado la reina de Saba. A la primera palabra que le dirigi al prncipe sobre esta cuestin, sus ojos brillaron de placer, y se aplic con tal ardor al estudio 'de esta ciencia, que al poco tiempo era an mas sabio en ella que su maestro. La torre del Generalife dej de ser un sitio solitario, pues encontr compaeros con los que poder conversar. La primera amistad que hizo fue la de un cuervo que haba construdo el nido en una grieta en lo alto de las murallas, desde donde lanzbase al espacio en busca de su presa. Pero el prncipe le encontr poco digno de amistad y estima, pues no era ms que un pirata del aire, necio y fanfarrn, que no hablaba ms que de rapia, valenta y acciones feroces.

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  • Trab despus conocimiento con un bho, pjaro de aspecto importante y grave, enorme cabeza y ojos redondos, que pasaba todo el da dormitando en un agujero del muro y lanzbase a merodear por la noche. Mostraba grandes pretensiones de sabidura, hablaba de astrologa y conoca algo de magia, pero era terriblemente dado a la metafsica y el prncipe encontr sus discursos todava ms pesados y fastidiosos que los del sabio Eben Bonabben. Hizo despus amistad con un murcilago que permaneca todo el da colgado por las patas en un oscuro rincn de la bveda y slo sala, furtivamente, cuando llegaba el crepsculo. No tena de las cosas ms que conocimientos borrosos e incompletos y se mofaba de todo lo que ignoraba o apenas conoca, pareciendo no encontrar placer en nada. Despus de estos tres pjaros, fue de una golondrina de quien el prncipe se prend al poco tiempo. Era sumamente habladora, pero inquieta, revoltosa, siempre en el aire, incapaz de seguir mucho tiempo una conversacin. Al fin se convenci de que era una charlatana que se contentaba con revolotear por la superficie de las cosas sin profundizar en nada y que, con sus pretensiones de saberlo todo, no conoca nada a fondo. Tales eran los nicos plumferos compaeros con quienes el prncipe tuvo ocasin de ejercitarse en el lenguaje que acababa de aprender; la torre era demasiado elevada para que otros pjaros pudieran frecuentarla. Se cans bien pronto de sus nuevas amistades, cuyas conversaciones decan tan poco al espritu y nada al corazn, y poco a poco fue cayendo otra vez en su aburrimiento. Pas el invierno y reapareci la primavera con sus flores, sus verdores, sus brisas perfumadas y volvi para los pjaros el tiempo dichoso de amarse y construir sus nidos. fue una explosin casi repentina de conciertos y melodas en los bosques y jardines del Generalife, que llegaban a los odos del prncipe, encerrado en su torre solitaria. Por todas partes se oa un solo tema invariable: "Amor!, amor!, amor!", cantado en los aires y repetido por todas las voces y en todos los tonos: El prncipe, perplejo, escuchaba en silencio: "Qu es este amor -preguntbase- del cual parece estar lleno el universo y que yo no conozco?" Entonces interrog a su amigo el cuervo, pero el impetuoso pjaro le respondi con desdn: "Dirigos a la turba de pacficos pjaros de la tierra que han nacido para servirnos de presa a los prncipes del aire. Mi ocupacin es la guerra, y mis placeres los combates. En una palabra: yo soy un guerrero y no s nada de esa cosa que llaman amor". El prncipe separse de l con disgusto y fue a buscar al bho a su retiro. "Esta es un ave de costumbres pacficas -se dijo- y podr resolverme el enigma." Y pidi al bho que le dijera qu era ese amor que todos los pjaros cantaban all abajo, en el bosque. El bho tom un aire de dignidad ofendida y contest: "Mis noches se consumen en el estudio y mis das en reflexionar en mi celda sobre lo que he aprendido. En cuanto a esos pjaros de que me hablis no los oigo nunca; los desprecio, a ellos y al objeto de sus canciones. Gracias a Al, no s cantar! Soy un filsofo y no s nada de eso que llaman amor!" Entonces el prncipe hizo a su amigo el murcilago, que segua pendiente de las patas, la misma pregunta. El murcilago, frunciendo el hocico, tom un aire ceudo: "No vale la pena -dijo agriamente- venir a turbar mi sueo matinal para hacerme una pregunta tan frvola. Yo no salgo hasta que oscurece, cuando duermen todos los pjaros, y no me ocupo jams de sus negocios. Yo no soy ni cuadrpedo ni pjaro, gracias al cielo. Conozco la perfidia de todo el mundo y los aborrezco a todos en general y a cada uno en particular. En una palabra: soy misntropo y no s nada de lo que llaman amor". El prncipe fue entonces a ver a la golondrina, a quien detuvo cuando pasaba volando alrededor de la torre. La golondrina, como de costumbre, tenia mucha prisa y apenas tuvo tiempo de responderle. "A fe ma -dijo-, tengo tantos asuntos, tantas ocupaciones, que no he tenido nunca tiempo de pensar en ello. Todos los das debo hacer mil visitas, tengo mil negocios de

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  • importancia que examinar, y no me queda un momento libre para ocuparme de esas tonteras. En una palabra: soy una ciudadana del mundo y no s una palabra de eso que llaman amor." Y diciendo esto vol sobre el valle y se perdi de vista en un momento. Quedse el prncipe contrariado y perplejo, pero la misma dificultad de satisfacerla, estimulaba an su curiosidad. Hallndose de este humor, entr en la torre su viejo guardin; el prncipe dirigise vivamente a su encuentro: -Oh, sabio Eben Bonabben! -exclam-, t me has enseado casi toda la sabidura de la tierra, queda una cosa que ignoro por completo y en la que quisiera ser instrudo. -El prncipe no tiene ms que preguntar: todo lo que encierra la limitada inteligencia de su servidor est a ,su disposicin. -Dime, pues, oh profundsimo sabio!, qu es esa cosa que llaman amor? El sabio Eben Bonabben se qued como herido por un rayo. Empez a temblar y cambi de color, sintiendo que su cabeza vacilaba ya sobre sus hombros. -Qu ha podido sugerir a mi prncipe semejante pregunta? Dnde puede haber aprendido esa vana palabra? El prncipe le condujo a la ventana de la torre. -Escuchad, oh Eben Bonabben! -dijo. El sabio escuch. El ruiseor, posado en el ramaje debajo de la torre, cantaba a su bienamada la rosa; de todas las ramas floridas y de los espesos matorrales se elevaba un concierto; y el amor, el amor, el amor, era el tema invariable. -Allah Akbarl Dios es grande! -exclam el sabio Bonabben-, quin puede pretender ocultar ese misterio al corazn del hombre cuando hasta los mismos pjaros conspiran a revelarlo? Y volvindose hacia Ahmed, le dijo: -Oh prncipe mo!, cierra tus odos a estos cantos seductores e impide que llegue a tu inteligencia esta peligrosa ciencia. Sabe que el amor es la causa de la mitad de los males que sufren los desdichados mortales. El es el que enciende el odio y la discordia entre los amigos y los hermanos, el que causa las sangrientas traiciones y el estrago de la guerra. Las inquietudes y las penas, los das sin alegras y las noches de insomnio, forman su cortejo. Marchita la flor y destruye los placeres de la juventud y lleva consigo los males y las tristezas de una vejez prematura. Al te conserve, oh prncipe mo, en una completa ignorancia de lo que es amor! Retirse, el sabio Eben Bonabben dejando al prncipe en mayor perplejidad. En vano intent alejar de su espritu esta preocupacin; no por eso dej de ser menos seora de sus pensamientos, forzndolo a consumirse en vanas conjeturas. "Con toda seguridad -decase a s mismo escuchando los cantos melodiosos de los pjaros- que estos acentos no son los del dolor, sino que expresan, por el contrario, la ternura y la alegra. Si el amor es una cosa tan grande de desgracia y de discordia, por qu estos pjaros no languidecen en la soledad y por qu no se les ve despedazarse en lugar de revolotear alegremente entre los rboles o juguetear reunidos entre las flores?" Reposaba una maana sobre su lecho, meditando en este enigma. La ventana de su cuarto, abierta de par en par, dejaba entrar la suave brisa que vena del valle del Darro, saturada del perfume de los naranjos en flor; oanse dbilmente los trinos del ruiseor, que cantaba siempre su eterna cancin. Cuando el prncipe escuchaba suspirando, oy de pronto en el aire un ruido de alas: un bello palomo, perseguido por un gaviln, refugise en la habitacin y cay jadeante al suelo, mientras que su perseguidor, escapada la presa, emprendi otra vez su vuelo hacia las montaas. El prncipe recogi al ave fatigada, que respiraba agitadamente, y despus de haberla calmado con sus caricias, la meti en una jaula de oro y le dio con su propia mano el trigo ms blanco y el agua ms pura. Pero el ave rehus todo alimento y permaneci triste y abatida, exhalando dolorosos gemidos. -Por qu te quejas? -le dijo Ahmed-, no tienes todo lo que tu corazn puede desear?

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  • -Ay, no! -respondi el palomo-. !Me veo separado de la compaera de mi corazn y en la dichosa poca de la primavera, la del amor! -Del amor! -exclam Ahmed-. Te ruego, hermosa ave, que me digas lo que es el amor. -Muy bien puedo hacerlo, prncipe. El amor es el tormento de uno solo, la felicidad de dos y la discordia y la enemistad de tres; es un encanto que aproxima, atrayndoles, a dos seres y los une con lazos de una dulce simpata, que los hace felices cuando estn juntos y desgraciados cuando se separan. No existe acaso ninguna criatura a quien estis ligado con los nudos de este tierno afecto? -Amo a mi viejo maestro Eben Bonabben ms que a ninguna otra persona; con frecuencia me resulta fastidioso y algunas veces me siento ms feliz sin su presencia. -No es de esta clase de simpata de la que hablo. Me refiero al amor, al gran misterio y el principio de la vida, la alegra embriagadora de la juventud, el sabio placer de la edad madura. Mira a tu alrededor, prncipe, y vers cmo la naturaleza, en esta bendita estacin, est toda llena de amor. Cada criatura tiene su compaera; el pajarillo ms insignificante canta a su amada; hasta el mismo insecto, en el polvo, corteja a su dama, y esas mariposas que veis revolotear alrededor de la torre y jugando en el aire, son felices con sus amores. Ay, prncipe! Has mal-gastado tantos preciosos das de tu juventud sin saber nada del amor? No hay ninguna persona del otro sexo, alguna bella princesa o gentil damita que haya cautivado tu corazn y hecho nacer en tu pecho un dulce conjunto de penas agradables y tiernos deseos? -Empiezo a comprender -dijo el prncipe, con un suspiro-; he sentido ms de una vez esa inquietud pero sin conocer la causa.; pero, dnde encontrar en esta soledad un objeto como el que describes? Despus de algn rato ms de conversacin, la iniciacin del prncipe en la nueva ciencia fue completa. -Ay! -dijo-. Si verdaderamente el amor es tal delicia y su privacin hace tan desgraciado, Al me libre de turbar la alegra de los que aman! Y abriendo la jaula, sac al palomo y lo puso en la ventana, dicindole: -Vete, ave feliz; ve a gozar con la compaera de tu corazn estos das primaverales de tu juventud. Por qu te he de tener prisionero como yo, en esta horrorosa torre donde el amor no puede entrar jams? El palomo, transportado de jbilo, bati sus alas, describi un crculo en el espacio y despus vol rpidamente hacia las floridas alamedas del Darro. El prncipe siguile con la vista y se abandon despus a amargas reflexiones. El canto de los pjaros, que poco antes le deleitaba, haca ahora mayor su amargura. "Amor! amor!, amor!" Ay, pobre joven! Ahora comprenda el significado de sus cantos. Cuando volvi a ver al sabio Bonabben, sus ojos chispeaban de coraje. -Por qu -le dijo- me habis tenido en esta abyecta ignorancia? Por qu el haberme ocultado el gran misterio y el principio de la vida, que conoce hasta el ms vil insecto? Ved cmo toda la naturaleza est disfrutando de l y cada criatura se regocija con su compaera. Este, ste es el amor que yo quiero conocer. Por qu he de ser yo slo el que no goce de l? Por qu he perdido tantos aos de mi juventud sin conocer sus delicias? El sabio Bonabben comprendi que toda reserva haba de resultar intil, pues el prncipe conoca ya la ciencia peligrosa y prohibida. As es como le in- form de las predicciones hechas por los astrlogos y las precauciones que se haban tomado en su educacin para librarlo de los males que le amenazaban. -Y ahora, prncipe -agreg-, mi vida est en tus manos. Si el rey, tu padre, descubre que durante el tiempo que has estado confiado a mis cuidados has sabido lo que es el amor, pagar con mi cabeza. El prncipe se mostr ms razonable que la mayor parte de los jvenes de su edad y se rindi a las reflexiones de su maestro sin oponer nada contra ellas. Adems, senta un verdadero cario por el sabio Bonabben, y no habiendo sido instruido en el amor ms que tericamente,

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  • consinti en tener oculta en su pecho la ciencia que haba aprendido, antes de poner en peligro la cabeza del filsofo. Pero su discrecin tuvo que pasar por una prueba mayor. Algunos das despus, cuando meditaba acodado en las almenas de la torre, el palomo a quien haba dado libertad apareci cernindose en el aire y vino a posarse sin temor sobre sus hombros. El prncipe lo estrech tiernamente sobre su corazn y le dijo: -Ave feliz, t que puedes volar, por decirlo as, sobre las alas de la aurora hasta las extremidades del mundo, dnde has estado desde nuestra separacin? -En una tierra lejana, prncipe, de donde te traigo buenas noticias en premio de mi libertad. Durante mi caprichoso viaje a travs de llanuras y montaas, divis debajo de m un jardn delicioso, lleno de frutas y flores de todas clases. Estaba situado en una verde pradera, a la orilla de un ro caudaloso, y en el medio del jardn se elevaba un magnfico palacio. Descend sobre un rbol para reposar de mi viaje y vi sobre la verde orilla una bellsima princesa. Estaba rodeada de sus doncellas, tan jvenes como ella, que la adornaban con guirnaldas y coronas de flores, pero ninguna flor del campo ni del jardn poda compararse con su belleza. All transcurra su vida separada del mundo, pues el jardn estaba rodeado de altas murallas y ningn mortal poda entrar en l. Al ver esta jovencita tan tierna, tan inocente, tan pura, tan alejada de todo contacto con el mundo, pens: "He aqu el ser criado por el cielo para inspirar amor a mi prncipe". Al or este relato, el corazn de Ahmed se inflam; toda la hermosura latente de su naturaleza haba encontrado de pronto un objeto en que manifestarse y concibi por la princesa una vehemente pasin. Escribi una carta, redactada en los ms apasionados trminos, que respiraba el ms ardiente amor, pero al mismo tiempo quejndose de la desgraciada esclavitud de su persona, que le impeda ir a buscarla para arrojarse a sus plantas. Agregaba algunas poesas de una elocuencia tierna y conmovedora, pues, sobre ser naturalmente poeta, estaba inspirado por el amor. Despus escribi la direccin en esta forma: "A la bella desconocida, de parte del prncipe cautivo, Ahmed", y perfumndola con almizcle y esencia de rosa, la entreg al palomo. -Ve, fiel mensajero! -le dijo-, atraviesa montaas, valles, ros y llanuras; no te detengas en los rboles ni te poses en la tierra, hasta que no hayas entregado esta carta a la duea de mi corazn. El palomo se elev en el espacio, y tomando vuelo parti rpidamente en lnea recta. El prncipe le sigui con la vista hasta que no fue ms que un punto en el cielo y desapareci por ltimo tras una montaa. Largo tiempo esper la vuelta del mensajero y comenzaba a tacharlo de olvidadizo, cuando una tarde, a la puesta del sol, el palomo entr en su habitacin, y, cayendo a sus pies, expir. Algn arquero, cazando, le haba atravesado el pecho con una flecha, pero el pjaro fiel haba empleado el resto de vida que le quedaba en cumplir su misin. Inclinse el prncipe con dolor sobre este gentil mrtir de la fidelidad y vio que llevaba un collar de perlas del que estaba pendiente, y bajo un ala, una miniatura de esmalte que representaba a una encantadora princesa en la flor de la juventud. Sin duda alguna, era la bella desconocida del jardn; pero, cul era su nombre? Dnde viva? Cmo haba recibido su carta? Haba enviado ella este retrato para indicarle que aprobaba su pasin? Desgraciadamente, la muerte del fiel palomo dejaba todas estas cosas envueltas en la bruma de la duda y el misterio. El prncipe miraba, embebido, el retrato, hasta que sus ojos se baaron en lgrimas; lo besaba, estrechndolo contra su corazn, y permaneca horas enteras contemplndolo con desesperada ternura. "Bella imagen! -deca-. No eres, ay!, ms que una imagen; sin embargo, tus preciosos ojos me miran tiernamente; esos labios de rosa parecen querer hablar para infundirme valor. Vana ilusin! No han mirado del mismo modo a algn rival ms afortunado? En qu lugar de este vasto mundo puedo esperar descubrir el modelo? Quin sabe qu montaas, qu reinos nos

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  • separan, qu contratiempos pueden sobrevenir? Puede ser que en este instante, en este mismo instante, se halle rodeada de amantes mientras yo permanezco aqu, prisionero en una torre, consumiendo el tiempo en la adoracin de una vana pintura." Y el prncipe Ahmed tom una resolucin. "Voy -se dijo- a huir de este palacio, que es para m una odiosa, prisin, y, peregrino de amor, recorrer el mundo entero en busca de esa princesa desconocida." Escaparse durante el da, cuando todo el mundo estaba despierto, era cosa muy difcil; pero por la noche el palacio apenas estaba guardado, pues nadie esperaba una tentativa de esa clase, de parte del prncipe, que siempre haba parecido resignarse con su cautividad. Pero, quin le guiara en su huida en la oscuridad, no conociendo el pas? Entonces se acord del bho, que, acostumbrado a volar de noche, debera conocer todos los callejones y pasos ocultos. Habiendo ido, pues, a buscarle a su celda, le interrog sobre su conocimiento del pas. El bho, revistindose de un aire de importancia, le contest: -Has de saber, oh prncipe!, que nosotros los bhos somos de una familia muy antigua y numerosa, que aunque hayamos cado algo en decadencia, poseemos castillos y palacios en ruinas en todas partes de Espaa. No hay torre en las montaas, fortaleza en las llanuras, ni ciudadela en las poblaciones, donde no habite alguno de nuestros hermanos, tos o primos. Y durante los viajes que he hecho para visitar a mi numerosa parentela, he explorado los rincones y escondrijos y estoy perfectamente instruido de los sitios secretos del pas. El prncipe, loco de contento de encontrar al bho tan profundamente versado en topografa, le inform entonces, en confianza, de su tierna pasin y de la evasin -que proyectaba, rogndole que le acompaase y fuese su consejero. -Qu me propones? -le contest el bho con aire de dignidad ofendida-; soy yo ave para intervenir en asuntos de amores; yo, que he empleado mi vida en la meditacin y el estudio de los astros? -No te ofendas, severo bho- replic el prncipe-; deja por algn tiempo tus meditaciones y la luna y aydame en mi huida; te prometo que recibirs cuanto pueda desear tu corazn. -Yo poseo ya cuanto puedo desear -contest el bho-; algunos ratones bastan para mi frugal sustento y este agujero del muro es suficientemente espacioso para mis estudios; qu ms puede desear un filsofo como yo? -Acurdate, oh sabio bho!, de que mientras ests en la soledad de tu celda contemplando la luna, tu talento se pierde para el mundo. Algn da ser prncipe soberano, y entonces podr cubrirte de honores y dignidades. El bho, aunque filsofo, y muy por encima de las necesidades ordinarias de la vida, no estaba libre de ambicin y decidise finalmente a partir con el prncipe para servirle de gua y consejero durante su peregrinacin. Un enamorado ejecuta pronto sus deseos. El prncipe reuni todas sus alhajas y las ocult en sus vestidos para los gastos del viaje, y aquella misma noche descolgse al jardn por medio de su faja, escal las murallas del Generalife y, guiado por el bho, salv felizmente la montaa antes de que amaneciera. Entonces deliber con su gua acerca del camino que deban seguir. -Si me es permitido darte un consejo -dijo el bho-, te recomendara que fueses a Sevilla. Has de saber que, hace muchos aos, fui a visitar all a uno de mis tos, bho de gran dignidad y podero, que habitaba en un ala arruinada del Alczar- Durante mis paseos nocturnos por la ciudad, observ con frecuencia una luz que brillaba en una torre solitaria. Al fin descend a posarme sobre la tronera y vi que la claridad provena de la lmpara de un mago rabe que se hallaba rodeado de sus libros de magia y sobre su hombro sostena un viejo cuervo, venido con l de Egipto. Conozco a este cuervo y le debo la mayor parte de los conocimientos que poseo. Muri despus el mago; pero el cuervo contina habitando la torre, pues estos pjaros llegan a hacerse prodigiosamente viejos. Me atrevera a aconsejarte, oh prncipe!, que fusemos a buscar al cuervo, pues es adivino y hechicero y muy versado en la magia, arte en que son renombrados todos los cuervos, especialmente los de Egipto.

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  • Qued el prncipe maravillado de la sabidura de este consejo, y tom por lo tanto el camino de Sevilla. No viajaba ms que de noche, para complacer a su compaero, y reposaba durante el da en alguna sombra caverna o buscaba una torre desmantelada, pues el bho conoca todos los escondrijos de esta clase y tena una verdadera pasin por la arqueologa, ciencia que estudia los monumentos antiguos. Al fin llegaron a Sevilla una maana al despuntar el alba. El bho, que aborreca la claridad del da y la animacin de las calles, se detuvo fuera de las puertas de la ciudad, alojndose en la cavidad de un rbol. El prncipe franque la puerta y encontr sin trabajo la torre mgica que se eleva por encima de las casas de la ciudad, como una palmera se alza por encima de los arbustos del desierto. Era la misma que existe an, conocida con el nombre de Giralda, la famosa torre construida en Sevilla por los moros. El prncipe subi por una larga escalera de caracol hasta lo alto, donde encontr al cuervo adivino, misterioso pjaro, viejo, calvo, desplumado y con una nube en un ojo, que le daba el aire de un espectro. Estaba sostenido slo sobre una pata, la cabeza inclinada a un lado, mirando con su nico ojo una misteriosa figura trazada en el suelo. El prncipe se acerc con todo el respeto y la deferencia que inspiraban su exterior venerable y su genio sobrenatural. -Perdname, oh anciansimo cuervo y sapientsimo mago! -le dijo-, si interrumpo por un momento los estudios que son la admiracin del mundo. Tienes delante de ti a un peregrino de amor que desea consultarte para saber cmo podr obtener la posesin del objeto de sus desvelos. -En otros trminos -dijo el cuervo con aire entendido-: vienes a poner a prueba mi habilidad en el arte de la quiromancia. Aproxmate, dame tus manos y djame descifrar las misteriosas lneas del destino. -Dispnsame -dijo el prncipe-, no vengo para escrutar los secretos del destino, que Al oculta a los ojos de los mortales. Soy un peregrino de amor y quiero simplemente encontrar un hilo que me conduzca hasta el objeto de mi peregrinacin. -Y es posible que no encontris el objeto de vuestra pasin en la amorosa Andaluca? -dijo el viejo cuervo, fijando en l su nico ojo-. Y sobre todo en la gallarda Sevilla, donde las gentiles bellezas de ojos negros bailan alegres zambras a la sombra de los naranjos? El prncipe enrojeci, algo contrariado al or hablar tan cnicamente a un pjaro tan viejo, que tena ya un pie en el sepulcro. -Creme -le dijo en tono grave-, no me he puesto en camino para tener tan poca constancia como supones. Las bellas andaluzas de ojos negros que danzan bajo los naranjos del Guadalquivir no tienen para m ningn inters. Yo voy en busca de una pursima beldad desconocida, que es el original de este retrato. Te suplico, pues, poderoso cuervo, suponiendo qu no est fuera del alcance de tu ciencia o del lmite de tu poder, que me digas dnde podr encontrarla. El viejo cuervo de cabeza calva sintise avergonzado de la severa gravedad del prncipe y respondi secamente: -Qu s yo de la juventud y de la belleza? Yo no visito ms que a las personas viejas y marchitas, no las que tienen juventud y belleza. Yo soy el adivinador del destino que lanza sus presagios desde lo alto de la chimenea y bate sus alas en la ventana del moribundo. Dirigos, pues, a otros para tener noticias de vuestra desconocida beldad. -Y a quin he de dirigirme si no es a los hijos de la sabidura, versados en los secretos del Libro del Destino? Yo soy prncipe real, sometido a la influencia de los astros y empeado 'en una misteriosa empresa de la que puede depender la suerte de los imperios.

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  • Al or que se trataba de un negocio de importancia en el que influan los astros, cambi el cuervo de tono y de actitud, y escuch la historia del prncipe con profunda atencin. Cuando hubo acabado, le dijo: -En lo que respecta a la princesa, no puedo darte noticias por m mismo, pues yo no frecuento los jardines ni las mansiones de las damas, pero vete sin tardanza a Crdoba y busca la palmera de Abderramn el Grande, que se eleva en el patio de la Mezquita principal: al pie del rbol encontrars un gran viajero que ha visitado todos los pases y todas las cortes y ha sido favorito de reinas y princesas. l te dar noticias del objeto de tus pesquisas. -Mil gracias por tus preciosas indicaciones -le dijo respetuosamente el prncipe-. Adis, venerable cuervo. -Adis, peregrino de amor -le contest secamente el cuervo. Y de nuevo torn a meditar sobre el diagrama. El prncipe sali de Sevilla, reunise con su compaero de viaje, el bho, que aun dormitaba en el hueco del rbol, y se pusieron en camino para Crdoba. Llegaron all despus de atravesar los jardines suspendidos, los bosques de naranjos y limoneros que dominan el encantador valle del Guadalquivir y al llegar a las puertas de la ciudad, el bho fuse a habitar a un oscuro agujero de la muralla, y el prncipe Ahmed parti en busca de la palmera plantada en tiempos lejanos por el gran Abderramn. Elevndose en medio del gran patio de la Mezquita, destacbase como una torre por encima de los naranjos y de los cipreses. Algunos derviches y faquires hallbanse sentados en grupos en las galeras del patio, y numerosos fieles hacan sus abluciones en las fuentes, antes de entrar en la Mezquita. Al pie del rbol, mucha gente reunida escuchaba los discursos de un personaje que pareca hablar con gran animacin. "He aqu, sin duda alguna -se dijo el prncipe Ahmed-, el gran viajero queme ha de dar noticias de la desconocida princesa". Y se mezcl con la muchedumbre, pero quedse enormemente admirado al ver que a quien escuchaban era a un papagayo que, con su plumaje de brillante verde, su mirar impertinente y su presumido penacho, tena el aspecto de un pjaro orgulloso de s mismo. -Es posible -pregunt el prncipe a uno de los que escuchaban- que tantas personas serias disfruten con la charla de ese pjaro parlanchn? -No sabis de quin estis hablando -le respondi el otro-; este papagayo desciende de aquel famoso papagayo de Persia, renombrado por su talento de cuentista. Lleva toda la ciencia de Oriente en la punta de su lengua y sabe de memoria a todos los poetas. Ha visitado algunas cortes extranjeras en las que ha sido considerado como un orculo de erudicin. Por todo esto ha sido el favorito del bello sexo, que admira a los sabios A papagayos que recitan poesas. -Muy bien -dijo el prncipe-, voy a pedirle una entrevista particular a este distinguido viajero. Obtuvo del pjaro la entrevista pedida y le explic su asunto. A la primera palabra que dijo, el papagayo fue presa de un acceso de risa, tan prolongado, que le hizo venir las lgrimas a los ojos. -Perdname esta alegra -le dijo-; slo nombrar el amor me hace rer a carcajadas. El prncipe se escandaliz de esta alegra intempestiva y le dijo: -Acaso no es el amor el gran misterio de la naturaleza, el principio secreto de la vida, el vnculo de la simpata universal? -Paparruchadas! -exclam el papagayo interrumpindole-. Dnde has aprendido, dime, esa jerga sentimental? Creme: el amor ha pasado ya de moda y no se oye hablar de l ni entre los espritus refinados ni entre la gente distinguida. El prncipe suspir acordndose del lenguaje tan diferente que empleaba su amigo el palomo. "Como este pjaro ha vivido en la corte -se deca- quiere echrselas de espritu superior y delicado gentilhombre, aparentando no saber nada del amor". No queriendo, pues, exponer de nuevo al ridculo el sentimiento que llenaba su corazn, fue directamente al objeto de su visita.

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  • -Dime, maravilloso papagayo, t que has sido en todas partes admitido, y conoces todas las mansiones, recuerdas haber visto el original de este retrato? El papagayo `tom con una de sus patas el medalln y moviendo la cabeza de un lado a otro, lo examin atentamente y exclam: -Palabra de honor que es una cara preciosa; pero ve uno tantas caras bonitas, que difcilmente. . ., pero espera. . ., mirndola despacio. . ., no cabe duda: sta es la princesa Aldegunda! Cmo he podido olvidar a una de mis mejores amigas? -La princesa Aldegunda! -repiti el prncipe-, y dnde podr encontrarla? -Poco a poco, poco a poco -contest el papagayo-. Es ms fcil encontrarla que poderla obtener. Es hija nica del rey cristiano de Toledo y se halla encerrada lejos del mundo hasta que cumpla los diecisiete aos, a causa de una prediccin de esos astrlogos intrigantes. No podrs verla, pues ningn mortal ha podido conseguirlo. Yo fui llevado a su presencia para distraerla y te juro, a fe de papagayo que ha visto el mundo, que no he hablado en mi vida con princesa ms discreta. -Una palabra, en confianza, mi querido papagayo -dijo el prncipe-: yo soy el heredero de un reino y algn da me sentar en el trono. Veo que sois un pjaro con talento y que conoce el mundo: ayudadme a obtener la posesin de esta princesa y os elevar, en mi corte, a una posicin distinguida. -Con todo mi corazn -dijo el papagayo-; pero deseara, si fuera posible, que fuese una renta fija, pues nosotros, espritus elevados, sentimos una gran repugnancia por el trabajo. Pronto se cerr el trato; el prncipe Ahmed sali de Crdoba por la misma puerta que haba entrado, llam al bho, que descendi del agujero del muro, le present a su nuevo compaero como un sabio colega y prosiguieron, reunidos, su viaje. Iban demasiado despacio para la impaciencia del prncipe, pero el papagayo estaba acostumbrado a la buena vida, y no le gustaba levantarse temprano. Por otra parte, el bho prefera dormir al medioda y haca perder mucho tiempo con sus largas siestas. Sus aficciones de arqueloga eran tambin causa de retraso, pues quera explorar todas las ruinas, contando largas leyendas a propsito de todas las torres derrudas y antiqusimos castillos del pas. El prncipe haba credo que el papagayo y el bho, siendo los dos sapientsimos pjaros, se haran fcilmente amigos uno de otro, pero se equivoc por completo. Continuamente estaban en disputa, pues el uno era de espritu superficial y el otro era filsofo. El papagayo recitaba versos, criticaba las ltimas obras y desplegaba toda su elocuencia a propsito de pequeos puntos de erudicin; por el contrario, el bho miraba estas cosas como ftiles y sin importancia y no disfrutaba ms que con la metafsica. Adems, si el papagayo cantaba cancionetas, repeta chistes, haca gracias a propsito de su grave compaero y rea inmoderadamente de sus propias ocurrencias, todo lo cual era considerado por el bho como graves atentados a su dignidad, tornbase sombro y de mal humor, refunfuaba y guardaba silencio todo el da. El prncipe no prestaba atencin a las peleas de sus compaeros, absorto en sus propios pensamientos y en la contemplacin de la bella princesa. De esta forma atravesaron los sombros desfiladeros de Sierra Morena, las ridas mesetas de la Mancha y de Castilla y bordearon las riberas doradas del ro Tajo. cuyos mgicos afluentes se extienden por una mitad de Espaa y Portugal. Al fin divisaron una ciudad fortificada, rodeada de torres y murallas, construida en la cima de un roquizo promontorio que baaban las impetuosas olas del Tajo. -He aqu la antigua y renombrada ciudad de Toledo -exclam el bho-, famosa por sus antigedades. He aqu las cpulas y torres clebres, revestidas de una legendaria grandeza en las cuales han meditado tantos antepasados mos! -Bah! -dijo el papagayo, cortando de repente su entusiasmo de arquelogo-. Qu nos importan vuestras antigedades, vuestras leyendas y vuestros antepasados? Ocupmonos, mejor, de que estamos ante la mansin de la juventud y de la belleza; mirad al fin, oh prncipe!, el lugar en que vive la princesa que desde hace tanto tiempo buscis.

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  • El prncipe mir en la direccin indicada por el papagayo y vio en una verde pradera, regada por las aguas del Tajo, un palacio magnfico que se elevaba en un delicioso jardn entre frondosos rboles. Era un lugar semejante en todo al que el palomo le haba descrito como morada de la princesa pintada en el medalln. Quedse mirndolo con el corazn palpitante de emocin. "Puede ser que en este momento -pensaba- la bella princesa Aldegunda juegue con sus compaeras en la sombra de aquellas; glorietas, o se pasee con leve paso a lo largo de esas magnficas terrazas, o repose bajo aquellos soberbios techos!" Mirando con ms atencin, vio que los muros del jardn eran muy altos, lo que haca imposible su acceso, y que hombres armados patrullaban a su alrededor. El prncipe volvise hacia el papagayo, dicindole: -Oh, t, la ms perfecta de todas las aves que poseen el don de la palabra humana, apresrate a introducirte en ese jardn; ve a encontrar el dolo, de mi alma y dile que el prncipe Ahmed, el peregrino del amor, guiado por las estrellas, acaba de llegar, en busca de ella, a las floridas mrgenes del Tajo! El papagayo, orgulloso de su embajada, vol hacia el jardn y franque sus altas murallas, y despus de haberse cernido un momento sobre los rboles y el csped, descendi a posarse en el balcn de un pabelln situado a la orilla del ro. Desde all pudo ver a la princesa tendida sobre un divn, con los ojos fijos en un papel y las lgrimas corriendo dulcemente por sus plidas mejillas. Despus de sacudir sus alas, arreglar su verde plumaje y levantar su penacho, el papagayo vino a posarse cerca de ella, con aire galante, dicindole tiernamente: -Seca tus lgrimas, encantadora princesa, pues vengo a traer el consuelo y la alegra a tu corazn. Sorprendise un poco la princesa de or una voz, pero habindose vuelto y no viendo ms que a un pajarillo de verde plumaje, que le hacia reverencias, dijo: -Ay! Qu alegra puedes traerme t, si no eres ms que un pjaro? Disgustse el papagayo de esta respuesta y le dijo: -A ms de una hermosa dama he consolado yo en mi vida; pero dejemos esto: Vengo de embajador de un prncipe real. Sabe que Ahmed, prncipe de Granada, acaba de llegar en tu busca y est acampado en este momento en las floridas mrgenes del Tajo. A estas palabras, los ojos de la bella princesa brillaron con un fulgor ms vivo que los diamantes de su diadema. -Ah, gentil papagayo! -exclam-. Tus noticias son agradables en verdad, pues me hallaba triste y enferma hasta la muerte por la duda en que estaba de la constancia de Ahmed. Apresrate a volver y dile que las palabras de su carta las tengo grabadas en el corazn y que su poesa ha sido el alimento de mi alma. Dile tambin que es preciso que se prepare a probarme su amor por medio de las armas; maana es el decimosptimo aniversario de mi nacimiento y el rey, mi padre, celebra un gran torneo. Muchos prncipes descendern a la liza y mi mano ser la recompensa del vencedor. El papagayo reanud su vuelo, atraves los jardines y volvi al lugar en que el prncipe esperaba su regreso. El jbilo que sinti el prncipe por haber encontrado el original de su querido retrato y de haberla hallado tierna y fiel, slo puede ser comprendido por los privilegiados mortales que han tenido la fortuna de realizar su sueo, cambiando lo anhelado por la realidad. Pero una cosa turbaba su alegra: el torneo que deba realizarse. Efectivamente, las riberas del Tajo relucan con el brillo de las armas y resonaba el ruido de las trompetas de los diferentes caballeros que, seguidos de sus soberbios cortejos, se encaminaban a Toledo para asistir a la ceremonia. La misma estrella que haba presidido los destinos del prncipe haba gobernado los de la princesa y hasta sus diecisiete aos se la haba tenido encerrada lejos del mundo, para preservarla del amor. Pero la fama de sus encantos haba ganado, en lugar de perder, con esta reclusin. Multitud de poderosos prncipes se disputaban su mano, y su padre, que era un rey de talento, para evitar crearse enemigos eligiendo a alguno de ellos, los haba remitido a la decisin de las armas. Entre los rivales, muchos eran clebres por su fuerza y

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  • bravura. Qu situacin la del infortunado Ahmed, desprovisto de armas como estaba, e inhbil, adems, para los ejercicios de la caballera! -Qu desgraciado prncipe soy -se dijo- por haber sido criado lejos del mundo bajo la vigilancia de un filsofo! De qu me sirven en amor el lgebra y la filosofa? Ay! Eben Bonabben, por qu no me has instruido en el manejo de las armas? Entonces el bho rompi el silencio, empezando su discurso con una exclamacin piadosa, como devoto mu