cuentos cortos chinos,,lin yutang

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  • BARBA RIZADA Y OTROS FAMOSOS RELATOS CHINOS

    Renarrados por LIN YUTANG

    Traduccin de Floreal Maza 2da edicin, Editorial Hermes, Mxico.

    CONTENIDO

    AVENTURAS Y MISTERIO 1. Barba Rizada 2. El Mono Blanco 3. La esquela del desconocido AMOR 4. La diosa de jade 5. Castidad 6. Pasin 7. Chienniang 8. La Seora D FANTASMAS 9. Celos 10. Joj JUVENILES 11. Cenicienta 12. El nio grillo STIRA 13. El Club de los Poetas 14. El ratn de biblioteca 15. El lobo de Chungshan CUENTOS DE FANTASA Y HUMORISMO 16. Un albergue nocturno 17. El hombre que se volvi pez 18. El tigre 19. La Posada del Matrimonio 20. El sueo del borracho

    INTRODUCCIN Los cuentos cortos de este volumen son algunos de los ms famosos relatos chinos jams narrados. Comprenden varios de los mejores, aunque no todos los mejores figuran aqu. La seleccin y renarracin de estos cuentos para lectores occidentales imponen una necesaria limitacin. Muchos famosos cuentos han sido omitidos, ya sea debido al tema, el material o las suposiciones bsicas de una sociedad o un perodo distintos, que hacen que la renarracin sea una empresa imposible o improductiva. He seleccionado los que considero que tienen un atractivo casi universal y responden ms al propsito de un cuento corto moderno. El propsito de un cuento corto es, creo, que el lector termine con la satisfactoria sensacin de que ha adquirido una especial visin interior de la ndole humana, o de que su conocimiento de la vida se ha ahondado, o de que la piedad, el amor o la simpata por

  • un ser humano han sido despertados en l. Ninguna de las suposiciones bsicas del lector debe constituir un obstculo ni exigir complicadas explicaciones a fin de alcanzar ese efecto deseado. He elegido relatos que no presentan semejantes dificultades y que hacen que la consecucin de ese efecto resulte fcil o posible, si bien reconozco que algunos de los cuentos sern atrayentes para el lector debido a la extraeza y al encanto extico de un ambiente y panorama remotos. El instinto de escuchar un buen relato es tan antiguo como la humanidad misma. En China se han hecho narraciones desde los comienzos de la historia. El Tsochuan (probablemente siglo III a. de C.) y ciertos captulos del Shiki (siglo II a. de C.) abundan en vividas descripciones del carcter humano y escenas inmediatas de conflictos humanos. Hubo tambin numerosas colecciones de breves, superficiales registros de extraos acontecimientos sobrenaturales, en los primeros siglos de la era cristiana. Pero el comienzo del cuento corto escrito, como forma artstica, puede ser decididamente ubicado en la dinasta Tang (especialmente en los siglos VIH y IX). Fueron los llamados ch'uan-ch'i. Generalmente cortos, llegando a menos de mil palabras, y escritos en el limitado medio clsico, estos cuentos artsticos tienen extraa vitalidad y poder de excitar la imaginacin. Son todava los mejores de su especie, y no tienen rival en las imitaciones posteriores; en los casos en que los cuentos fueron renarrados en las versiones vernculas ampliadas de un perodo posterior, resultaron muy poco mejorados por el refinamiento. El perodo Tang no fue solamente la poca de oro de la poesa; fue tambin el perodo clsico de la narracin literaria. La imaginacin de los hombres era ms audaz, como en la Inglaterra isabelina; su fantasa era un poco ms libre y vivaz y sus corazones un poco ms leves, ya que el realismo pedestre de generaciones posteriores no les impidi el vuelo alado de la fantasa. Para entonces, las narraciones budistas haban calado ya hondo en la sociedad china, el taosmo era oficialmente reverenciado y nada pareca extrao o imposible. Era un mundo de magia, caballerosidad, guerra y romanticismo. As como Sung fue el perodo racionalista, Tang fue, en un sentido amplio, el periodo romntico, imaginativo, de la literatura china. No haba an, propiamente hablando, un drama, y los otros medios, como la ficcin seria, no estaban todava al alcance; pero lo que esos escritores hicieron con las narraciones clsicas de prodigios y misterios no pudo ser superado por las dinastas posteriores. Descubro que la mitad de los cuentos seleccionados provienen de ese periodo. Los ch'uan-ch'i de Tang cedieron con el tiempo su lugar a los haupen de Sung, las copias de los narradores al vernculo. Esto fue un suceso completamente nuevo, tanto, que estas dos formas continuaron representando las dos clases principales de cuentos cortos chinos. La gran coleccin de narraciones clsicas, el T'aip'ing Kuangchi, publicado en 981, al comienzo de la dinasta Sung, es, puede decirse, un compendio final de cuentos narrados en el estilo literario durante mil aos, casi hasta el ao 1000 de la era cristiana. En cierto modo simbolizaba el final de un perodo. Todos los mejores relatos Tang se conservan en esa coleccin y no pueden ser encontrados en ninguna otra parte. Pero natural y silenciosamente, sin charanga literaria, una nueva forma de literatura hablada ha surgido en las casas de t como forma de diversin popular. Sabemos decididamente que en la capital Sung haba distintos tipos de narradores profesionales, algunos especializados en romances histricos, otros en relatos religiosos y otros en las hazaas de algn hroe popular. Su Tungpo, en el siglo XI, nos dijo, en sus Diarios, que ciertos padres, fastidiados por sus hijos en la casa, los enviaban a escuchar a los narradores profesionales. Tambin sabemos que el emperador Jentsung (1023-1063) sola pedir a sus cortesanos que le narraran un cuento por da. Dos colecciones de estas copias de narradores, llamadas haupen o hsiaoshuo, han visto recientemente la luz y son de sumo inters porque contienen algunas de las primeras y

  • hasta ahora mejores narraciones en vernculo. Los autores de estas copias de relatos son desconocidos, pero evidencias internas muestran que pertenecen al periodo Sung (siglos XI y XII). La coleccin conocida como Chingpen T'ungshu Hsiaoshuo es la fuente de La Diosa de Jade y Celos. Contiene ocho relatos, todos ellos excelentes, incluso dos narraciones de fantasmas, una de crmenes, y una altamente pornogrfica, habitualmente omitida de las ediciones corrientes. La otra coleccin, Ch'ingp'ingshan T'ang (la ms antigua edicin conocida actualmente es la publicada entre 1541-1551), es la fuente de La Esquela del Desconocido, el mejor relato de misterio con que me he topado en la literatura china, y muy bellamente narrado. La coleccin contiene asimismo algunas horripilantes historias de fantasmas. En una de stas un fantasma femenino sola hacer que le llevaran jvenes para su placer, y cuando le era presentado un nuevo joven el fantasma siempre ordenaba: "El nuevo ha llegado, llevaos al anterior", y el corazn de ste era arrancado para ser comido. Muchos de los relatos de estas dos colecciones fueron ms tarde ampliados e incorporados a las colecciones Ming de cuentos cortos. Los lectores familiarizados con la literatura china pueden sentirse sorprendidos de que no haya incluido nada de las muchas colecciones de relatos cortos del perodo Ming, como la Chinku Ch'ikuan. Haba por lo menos cinco o seis antologas bien conocidas de esa clase, de las que Chinku Ch'ikuan era la ms popular, siendo a su vez una seleccin de antologas anteriores como Chingshih T'ungyen. Desdichadamente, esos relatos son hechos en estilo narrativo y son clasificables entre los imaginativos y excitantes cuentos Tang y los cuentos cortos realmente modernos; sus temas son convencionales y sus narraciones pedestres y mediocres. Por cierto que suceden muchas cosas interesantes, pero pocos de ellos revelan visin interior de los personajes o tienen un significado hondo. Puede que los cuentos Tang y Sung anteriores sean ms cortos, pero con frecuencia nos dejan con una sensacin de asombro ante la vida y la conducta humana. He tratado de que varias clases de relatos cortos estuviesen ms o menos representadas en este volumen. En el grupo de historias de aventuras y crmenes he puesto en primer lugar Barba Rizada porque es considerado como uno de los mejores cuentos Tang; el dilogo es bueno, la caracterizacin y los incidentes vividos y nada est fabricado. El amor y lo sobrenatural parecen dominar el resto de las narraciones. Hay pocos relatos, de crmenes, de aventuras o incluso de lo sobrenatural, que no contengan un elemento amoroso, cosa que no hace ms que mostrar que, en Oriente o en Occidente, la manera ms segura de retener el inters del lector, de hacerle latir el pulso ms apresuradamente, es contar del amor entre el hombre y la mujer. Muchos relatos amorosos no han sido incluidos aqu porque, especialmente en las colecciones Ming, lo primero que hacen los enamorados en cuanto se les proporciona una oportunidad es meterse en la cama, cosa que resulta un tanto ridcula. Pasin, la historia de amor ms conocida que se ha incluido aqu, posee esa caracterstica, pero por lo menos existe en ella un elemento de intensidad emocional - una muchacha tranquila y digna, de noble cuna, buscando la experiencia sexual. Como este relato fue escrito por un poeta de primera clase, y como su dramatizacin, conocida con el nombre de Alcoba Occidental, fue escrita en el ms hermoso y potico lenguaje de que era capaz el medio chino, se ha convertido en el clsico cuento de amor. La popularidad de esta narracin es indicada por el hecho de que ocho distintas obras teatrales se basan en ella. Seora D., la historia del adulterio de una mujer casada, fue revivida, con muchas otras caractersticas y justificada por un matrimonio desdichado. El mejor cuento de amor juvenil puro es, creo, Chienniang; adems, ejemplifica una mezcla perfecta de los dos elementos del amor y de lo sobrenatural. No se duda de que tales cosas hayan ocurrido. Simplemente, ocurrieron. El lector que las pone en duda est fuera de toda redencin.

  • En la literatura china los fantasmas hacen una de dos cosas: o lo horrorizan a uno o lo encantan. Con frecuencia hacen lo ltimo, porque, como he dicho en otra parte, estos encantadores y seductores fantasmas femeninos son productos de una exteriorizacin de deseos del pobre erudito chino, casado o soltero, que, encerrado en su estudio, gustaba de evocar para compaera a una belleza de sueos. Nada puede ser ms delicioso para un hombre, cuando est sentado a solas, en la noche, que ver surgir una hermosa y sonriente aparicin a la suave luz de la lmpara, una aparicin que usa sus artimaas para seducirlo; luego, ms tarde, lo cuida cuando est enfermo y le da bellos hijos. Celos, una historia de dos fantasmas femeninos celosos, est destinada a cumplir la primera funcin de los relatos de fantasmas, y espero que realmente le ponga al lector la carne de gallina. Joj es tpica de la otra clase de amigas divertidas, juguetonas y empecinadamente fieles que son realmente fantasmas. Pu Sung-ling (1630-1715), autor de Joj, es el nico escritor de la Dinasta Ch'ing incluido en este volumen. Su Ratn de Biblioteca, una stira contra los polticos, nos cuenta cmo la imagen de una muchacha bordada en un marcador de libros surge de las pginas de un volumen de historia; hace el amor al hombre y le ensea a no esperar el triunfo en poltica por el solo hecho de ser un buen erudito. De los cientos de escritores de relatos de lo sobrenatural, slo Fu Sung-ling consigue una sutil caracterizacin y proporciona verosmiles incidentes de respaldo. Es ms afamado por sus cuentos de mujeres celosas y maridos intimidados, y tiene especial predileccin por los espritus-zorros (es decir, por las mujeres que arruinan a los hombres con su lascivia y belleza). Pero he incluido tres de los mejores de Pu, incluso el de lectura para jvenes, El Nio Grillo. Los relatos Tang de fantasa y humorismo parecen ubicarse en una categora separada y quedan mejor representados por las cuatro narraciones de Li Fu-yen. ste no es tan bien conocido como Li Kung-tso, autor de El Sueo del Borracho, pero confieso tener preferencia por l. Todos sus relatos se caracterizan por una leve fantasa caprichosa, tpica de los cuentos Tang. Vivi en la primera mitad del siglo IX, el perodo en que fueron producidos los ms grandes y mejores cuentos ch'uan-ch'i. Porque al repasar estas famosas narraciones Tang descubro que los cuatro quintos de ellas se ubican dentro de la primera mitad del siglo IX. Gran cantidad de estos narradores eran contemporneos de Li Fu-yen, como Tuan Ch'eng-shih (Cenicienta), Li Kun-tso (El Sueo del Borracho), Tsiang Fang, Hsueh Yungju, Ch'en Hung, Po Hsing-chien (hermano de Po Chu-yi, el poeta) y Yuan Chen, autor de Pasin, para nombrar slo a unos pocos. As como el siglo VIII fue el de la poesa Tang, as el IX fue el de los cuentos Tang. Esta forma de escribir se haba hecho tan popular que Niu Sengju, un primer ministro, fue autor de uno de los volmenes ms populares, con relatos de seres sobrenaturales, de diez centmetros de altura, trabados en combate, y otras aventuras. Li Fu-yen escribi sus narraciones sobrenaturales como una continuacin de las de Niu. Creo que sus cuentos son superiores a los de Niu en material y forma. Nos retrotraen dichosamente a un mundo de maravilla y magia en que todas las cosas son posibles, con un dejo del humorismo de Las Mil y Una Noches. El relato de Cenicienta, tambin producido en ese periodo, es la primera versin escrita de ese cuento. Tiene la perversa madrastra y hermana, el zapato perdido y todo, pero precede a la primera versin escrita europea de Des Perriers, de 1558, en siete siglos. No me disculpo por el hecho de que al traducir estas narraciones al ingls no haya limitado mis deberes a los de traductor. A veces la traduccin me result imposible. Las diferencias de idioma, de costumbres y prcticas que podan darse por sentadas, y las que tienen que ser explicadas, debido a la natural simpata del lector hacia tal o cual personaje, y, por sobre todo, debido al ritmo y la tcnica de la narrativa moderna - todo esto hace necesario que los cuentos sean renarrados en una nueva versin. En los relatos

  • de Fu Sung-ling y Li Fu-yen he hecho los menores cambios posibles. Si omit partes de narraciones y agregu otras a los fines del efecto, no me he tomado ms libertades que las que los narradores chinos se han tomado siempre en versiones anteriores. En mis agregados trat siempre de lograr autenticidad histrica. Los lectores interesados en las fuentes de los materiales pueden tomar como referencia las notas preliminares del comienzo de cada cuento. La Diosa de Jade y Castidad fueron publicados en Woman's Home Companion, y el relato de Cenicienta fue publicado por primera vez en The Wisdom o China and India (Random House).

    AVENTURAS Y MISTERIO 1. BARBA RIZADA

    Este es un relato Tang favorito, que se destaca por una caracterizacin y un dilogo agudos. Con toda probabilidad fue escrito por Tu Kwang-t'ing (850-933 de la era cristiana), un taosta sumamente distinguido y autor de muchas obras. Constituye el NC 193 del T'aip'ing Kwangchi, pero existen textos con leves variaciones, algunos de los cuales lo adscriben a cierto Chang Yueh. Historias legendarias han surgido en torno a la figura de Li Tsing, que tambin es protagonista de "Un Albergue Nocturno". Hubo dos aromatizaciones del relato. Yo he agregado algunos detalles en la escena de la Taiyuan.

    Era un mundo de caballerosidad, aventura y romanticismo, de arriesgadas batallas y lejanas conquistas, de extraas proezas de extraos hombres que colmaron la fundacin de la gran dinasta Tang. En cierto modo los hombres de ese gran perodo tenan mayor estatura; su imaginacin era ms aguda, sus corazones ms grandes y sus actividades ms especiales. Naturalmente, como el Imperio Sui se desmoronaba, el pas estaba tan lleno de soldados de fortuna como un bosque lo est de marmotas. En esos das los hombres se jugaban su fortuna en elevadas apuestas; oponan la astucia a la astucia y el ingenio al ingenio. Tenan sus creencias y supersticiones preferidas, sus odios virulentos y sus intensas fidelidades, y, de tanto en tanto, apareca un hombre de acero con un corazn de oro. Eran las nueve de la noche. Li Tsing, un joven de poco ms de treinta aos, haba terminado su cena y estaba acostado en la cama, aburrido, desconcertado, furioso contra algo. Era alto y musculoso, de cabello revuelto y una cabeza implantada en un cuello y hombros hermosos. Perezosamente, hizo brincar los bceps, porque posea una habilidad especial para hacer saltar esos msculos sin flexionar los brazos. Era ambicioso, estaba lleno de energa y no tena nada particular que hacer. Haba tenido una entrevista con el general Yang Su, esa maana, en la que present un plan para salvar el Imperio. Estaba convencido de que el gordo y viejo general no lo leera y lamentaba haberse tomado la molestia de ir a verlo. El general, que se hallaba encargado de la Capital Occidental mientras el Emperador se diverta con mujeres en Nankn, haba permanecido sentado, blando y satisfecho, en su lecho. Su cara era una masa de carne porcina, de labios bezudos, pesadas bolsas bajo los ojos, pliegues de grasa pendindole bajo la barbilla y una nariz de gruesas aletas extendidas de las que surgan regularmente bufidos y gruidos. Veinte bellas muchachas estaban alineadas a ambos lados de l, portadoras de tazas y platillos, golosinas, salivaderas y plumeros. Los plumeros, hechos de crines de caballo, de ms de treinta centmetros de largo y unidas a un mango de jade o de madera pintada de rojo, eran ms decorativos que tiles. Las sedosas y blancas crines se agitaban graciosa aunque perezosamente. No poda

  • existir un cuadro ms convincente de un inservible en un puesto encumbrado, ni un contraste ms acabado entre el lujoso ambiente y la degradada sensualidad que ya no era capaz de gozar de l. El atezado y marcial Li Tsing permaneci silencioso y alto, aparentemente alejado de la escena, como con un velo de pensamientos ante los ojos. El Imperio caera como una manzana demasiado madura, podrida, pensaba, y muy pronto, adems. Todo el pas estaba amotinado. Y he ah esa masa de carne de puerco rodeada por una cortina de carne de mujer. Se crea, y, por supuesto, era cierto, que los cuerpos de las muchachas ayudaban a mantener caldeada la habitacin. Yang Su mir la tarjeta del visitante y dijo con tono de aburrida fatiga: - Quin eres t? - Cualquiera. Pens que en tiempos como stos necesitaras un hombre con una idea y un plan de accin - y que seras ms corts. Habras podido invitarme a sentarme. - Sintate, me olvid. Perdn - dijo el general. Yang Su siempre reciba a sus visitantes sin levantarse del asiento, pero nadie se lo haba dicho nunca a la cara. Se oy el sonido de una respiracin entrecortada, como un jadeo. Un plumero cay al suelo y una joven alta y esbelta, vestida de rosa, lo recogi apresuradamente. Li Tsing levant la mirada y vio dos hermosos ojos negros, excitados y maravillados, contemplndolo. 'Se sent despaciosamente. - Qu quieres? - No quiero nada. Y t no quieres nada, Excelencia? - Yo? - barbot el general ante la impertinencia. - Quiero decir, no buscas algo? Quizs un plan para salvar el imperio y un hombre decidido... - Dej que las palabras murieran en sus labios; la frase qued trunca. - Un plan? - Ya veo que no. Me temo que te estoy haciendo perder el tiempo, general. Pero extrajo el plan del bolsillo cuando el general se lo pidi. Lo vio ponerlo sobre el taburete, a su derecha, en un esfuerzo por mostrarse corts, y luego le pregunt: - Esto es todo? - S - contest Li, y se levant y sali. Mientras hablaba, la joven de rosa continuaba mirndolo, y los ojos de los dos se encontraron. Cuando se volvi para salir de la habitacin, ella dej caer nuevamente el plumero. Esa fue la nica circunstancia agradable de la entrevista, y ahora, en la cama, ri mientras recordaba la forma en que ella lo haba contemplado. Oy un golpecito leve en la puerta de su dormitorio. Quin poda ir a visitarlo a esa hora? No poda ser que el general hubiese ledo su memorndum. Se levant y encontr en la puerta a un desconocido de capa color prpura y sombrero, que llevaba una maleta sobre un hombro, en el extremo de un bastn de paseo. - Quin es usted? - Soy la muchacha del plumero, de la casa del general Yang - susurr ella -. Puedo entrar? Li se puso apresuradamente una bata y la hizo pasar, excitado por su misteriosa visita y su disfraz. La joven, que tendra entre dieciocho y diecinueve aos, dej a un lado la capa y el sombrero, revelando un cuerpo grcil cubierto por una chaquetilla y unas faldas rojas con diseos de nubes. l contempl la hermosa visin turbada. Con el blanco rostro humillado, ella hizo una reverencia y explic: - Debes perdonarme. Te vi en la entrevista con el general, esta maana. Por tu tarjeta de visita me enter de tu direccin y vine a verte. - Ya lo creo!

  • La mirada de la joven lo sigui mientras l se anudaba el cinturn de la bata y atisbaba por la ventana. - Por favor, escchame, seor Li. He huido. - Huido! Tan sencillo... Ya sabes que te buscar la polica de toda la ciudad. - No te preocupes - respondi la muchacha con dulce y seductora sonrisa -. Tengo una amiga que quiere ocupar mi puesto, y esa carroa de general ni siquiera me echar de menos. El interior de esa casa es como el Imperio mismo. Nadie es leal para con el amo - en rigor lo odian y lo nico que quieren es aprovecharse de l todo lo posible. Li le pidi que se sentase en su mejor silla. La mirada de la joven segua fija en l. - Seor Li, he ledo tu memorndum. - S? Y qu opinas de l? - Creo que ests arrojndole perlas a ese cerdo. Li se sinti divertido. - Lo ley l? - No. Qu creas? Li vio la notable inteligencia que se lea en los ojos de la muchacha y le sonri. - De modo que piensas fugarte... - Djame que te explique - dijo la muchacha, sentndose slo entonces, lentamente, en la silla -. Todos saben que los das del Imperio estn contados, que se acerca el diluvio. Todos, menos la carroa ambulante. Nosotras las muchachas tambin lo sabemos, y tratamos de cuidarnos. - Hizo una pausa de un segundo y luego agreg: - Muchas han huido. Otro ao, o ms, y ya no habr general Yang. Cuando te vi esta maana

    pens que me gustara conocerte. Li observ a la joven. Se sinti conmovido, no tanto por la belleza de ella como por su plan para huir y por la inteligencia de su previsin. Saba demasiado bien lo que le ocurrira a una muchacha de su posicin, cuando la guerra llegara a la capital y el general huyese o fuera capturado. Sera apresada por los soldados y violada o vendida como esclava. Era alta y esbelta, con ojos separados y levemente ms largos que los comunes; sus pmulos un tanto prominentes completaban su rostro alargado. - Qu puede hacer una muchacha? Hablo en serio. Por favor, creme. El rastro de tristeza de su voz, la expresin seria de sus ojos, toda su conducta y su forma de hablar, lo fascinaron. - Cmo te llamas? - pregunt Li Tsing. - Chang. - Y qu jerarqua tienes? - Soy la nmero uno de mi familia. - La joven lo mir con firmeza. - Seor Li, he visto a cientos de personas que fueron a visitar al general, pero ninguna era como t. - Era evidente que tena la intencin de huir para siempre y que haba decidido ir a vivir con l. Y Li admiti para s que no se senta nada hostil a permitrselo. - Va a ser difcil, seorita Chang, compartir la vida de un soldado, un mes aqu, otro mes all, marchando y combatiendo, en la incertidumbre y el peligro. - Todo eso ya lo s de haber ledo tu memorndum. - Slo me viste esta maana. Que te hace pensar que soy el hombre adecuado para unirte a l? - Te vi cuando hiciste que el general se disculpara por sus malos modales. Ningn otro se haba atrevido a hacerlo. T hablaste sin temor. Este es el hombre, me dije. Si dices que s, volver y arreglar los ltimos detalles. Cuando la muchacha regres, una hora despus, Li apenas poda creerlo. Se sinti tan halagado y encantado como preocupado por las consecuencias, porque era pobre. A cada tantos minutos atisbaba por la ventana para ver si alguien la persegua.

  • Cosa curiosa, la joven pareca sumamente calma. Su mirada se posaba sobre l cariosamente y lo segua a todas partes. - No tienes parientes? - le pregunt Li Tsing. - No. De lo contrario no estara en esa casa... Soy feliz - dijo de pronto. Ese fue el nico indicio de la excitacin que acechaba durante todo el tiempo en la luz de sus ojos. - No tengo ningn trabajo; t lo sabes. - Pero eres ambicioso. Hars grandes cosas. - Cmo lo sabes? - El memorndum. - Ah, s, el memorndum - respondi l con una cnica sonrisa. No era que tuviera una opinin ligera de su propia composicin. Era un erudito de mucha lectura, talentoso, y su plan de accin estaba expresado clara, audaz e incisivamente -. Bromas aparte, quieres decirme que te enamoraste de ese trozo de papel? - S, as es; o ms bien del hombre que lo escribi. Es una lstima que el general lo haya pasado por alto. - Hasta mucho ms tarde no le dijo que lo que la haba fascinado era el hermoso porte de su cabeza sobre un cuello fuerte, bien moldeado, y sobre los anchos hombros orgullosos; sus ojos claros y todo su aspecto de ser un hombre y un soldado por todos los costados. Unos das despus Li oy el rumor de que la joven era buscada por los guardias del general. Aunque la bsqueda era superficial, como le haba dicho la muchacha que lo sera, Li la visti con un traje de hombre y parti con ella a caballo. - A dnde vamos? - pregunt ella. - Vamos a visitar a un amigo en Taiyuan. En esos das caticos, viajar estaba muy lejos de ser seguro, pero Li no tena temor alguno en lo referente a la autoproteccin fsica. Poda enfrentar a una docena de hombres a la vez, como no fuese en una emboscada cobarde. Perteneca a esa estirpe de guerreros valientes, ambiciosos, osados, que palpaba el terreno del tambaleante Imperio Sui, entablando amistades y estudiando la situacin poltica y geogrfica a fin de estar lista para alzarse en rebelda cuando la oportunidad lo exigiese. Haba muchos otros como l, hombres que viajaban disfrazados y trabajaban en secreto, buscando camaradas valerosos, ntegros y fieles. - Crees en el destino? - pregunt a la joven mientras cabalgaban. - Qu quieres decir? - En el destino. Hay un joven, el segundo hijo del comandante de Taiyuan. Mi amigo Liu Wentsing lo conoce bien y est tramando una rebelin sin el conocimiento de su padre. Liu tiene una fe enorme en el joven. Cree que es el Dragn Verdadero. - El Dragn Verdadero! - exclam la muchacha. - S - dijo Li, y su mirada se ensombreci -. Es probable que algn da suba al Trono del Dragn. Tiene un rostro extraordinario. Crees en la fisonoma? - Por supuesto que s. Por eso te eleg a ti. Qu hay de extraordinario en l? - No puedo decrtelo. Naturalmente, es hermoso, bien construido y todo lo dems. Pero no puedo describrtelo. Cuando entra en una habitacin, inmediatamente sientes su presencia. Algo emana de l, como de un conductor nato de hombres. Ojal pudieras verlo; entonces sabras lo que quiero decir. - Cmo se llama? - Li Shihmin. La gente lo llama "Erlang" porque es el segundo hijo del comandante. Li Shihmin, es claro, era el hombre que fundara el gran Imperio Tang, el que se convertira en el emperador ms amado de los ltimos mil aos, valiente, sabio y bondadoso; su reino marcara un perodo de oro de la historia. Era natural suponer que la belleza de carcter de semejante hombre encontrara expresin en su fisonoma. Debe

  • de haber sido extraordinario para hacer las cosas que hizo, y su rostro tiene que haberlo mostrado. En una pequea posada donde Li y la muchacha se hospedaban en Lingshih, la cama estaba tendida. En un rincn de la habitacin haba una pequea estufa de barro, con un buen fuego encendido, sobre la que burbujeaba un guisado. La joven, habindose quitado el disfraz, se peinaba el cabello extraordinariamente largo, sobre la cama, para que no tocase el suelo. Afuera, Li almohazaba al caballo. Un hombre de peso mediano, de roja barba y patillas rizadas, lleg a la posada en un asno huesudo. Sin ceremonia, y sin consideracin hacia la presencia de la joven, dej caer su morral de cuero a modo de almohada, se reclin en l y se tir en el suelo, mirando a la muchacha con sus potentes ojos. La impertinencia del desconocido enfureci a Li, pero continu cepillando a su caballo, sin dejar de mirar al recin llegado. La joven tambin lanzaba rpidas miradas al desconocido. El rostro de ste tena un tono rojo cobrizo, e iba vestido con una chaqueta de piel y pantalones. Una cuchillera le penda ostentosamente de la cintura. No pareca un hombre con quien se pudiera bromear. Ella se volvi de costado y, sostenindose el cabello con la mano izquierda, le hizo a Li con la derecha una seal de que no se enojase y dejara al hombre en paz. Cuando termin de peinarse, se acerc al desconocido y le pregunt cortsmente el nombre, para mostrarse amistosa. El hombre se incorpor lentamente y dijo que se llamaba Chang. - Y qu jerarqua tienes? - Soy el nmero tres de mi familia. - Yo tambin me llamo Chang - dijo ella con dulzura -. Entonces soy tu hermana de clan. - Cul es tu jerarqua? - pregunt el hombre. - Soy la mayor de mi familia - respondi la joven. - En ese caso te llamar "Imei" - hermana menor nmero uno -. Me alegro de conocer a una hermana de clan como t. Li apareci en la puerta. - Tsing - dijo la muchacha -, ven a que te presente a mi tercer hermano. El desconocido se mostr amistoso, pero sus palabras surgan bruscamente, en tono claro y enrgico. Tena el aire de un hombre que ha viajado mucho y que sabe lo que hace. Su mirada inspeccion a Li y a la mujer, y pareci haber extrado sus propias conclusiones acerca de la pareja. Li analiz los modales y la ropa del hombre, y decidi que era un soldado de fortuna como l. Siempre haba querido conocer a hombres como l mismo, hombres del camino abierto, de modales y habla cortantes, desdeosos de la vida convencional de los ciudadanos seguros, cautos y sumisos, hombres que se lanzaran a la accin cuando se presentase la oportunidad y que actuaran como hombres de acero, leales para sus amigos y mortferos para sus enemigos. - Qu se cuece en esa olla? - pregunt Barba Rizada. - Carnero. Est casi listo - repuso la joven. - Estoy muerto de hambre. Li sali y volvi con algunas tortas de trigo, para compartir la cena con el desconocido. Barba Rizada extrajo un filoso cuchillo para cortar el carnero y separar los cartlagos para su asno. Comi sin fijarse para nada en los modales, y termin con increble rapidez. - Ustedes dos forman una interesante pareja - declar, dirigindose a la joven -. Pobres y romnticos, eh? Cmo lo elegiste? A ti ya te he calado. No ests casada, y huyes de

  • algo. Me equivoco? No, no te asustes, Imei. - Haba cierta tibieza en su voz, cuando habl a la muchacha. La mirada de Li no vacil, pero se pregunt cmo poda saber ese hombre. Poda leer en los rostros? Quiz las largas uas de la joven delataron el secreto de que haba vivido en una mansin rica. - Me temo que has acertado - contest Li con una carcajada. Sus miradas se encontraron, la de Li tratando de sondear las intenciones del desconocido, y luego agreg, con una sonrisa -: Ella me ha elegido, como dices. No subestimes a las mujeres. Ella sabe que se acerca el diluvio. - El diluvio? - Los ojos de Barba Rizada tenan un brillo extraordinario. - Figurativamente, es claro. La mirada de Barba Rizada se pos en la joven con un chispazo de admiracin. - De dnde vienen? - pregunt. - De la capital - repuso Li con serenidad, mirndolo firmemente. - Hay un poco de vino? - Al lado hay una casa de vinos. Barba Rizada se levant y sali. - Por qu se lo dijiste? - inquiri la muchacha. - No te preocupes. Los hijos del bosque tienen un cdigo de honor ms estricto que los funcionarios. S reconocer a un espritu afn cuando lo tengo delante. - No me gust la manera en que cort el carnero cuando t no estabas, y la forma en que le dio los restos a su asno, sin pedirme permiso. Como si la carne fuese de l. - Eso es lo que ms me gusta en l. Si se mostrase corts y un tanto untuoso, me habra preocupado. Ten go la idea de que un hombre como l presta muy poca atencin a unos pocos trozos de carnero. Evidentemente le has gustado. - Ya lo he visto. Barba Rizada volvi con el vino. Tena el rostro radiante y rompi a hablar. Le sobresalan las venas de las sienes. Su voz era quebrada y baja, pero sus frases eran lentas, claras y deliberadas. Tena en muy baja opinin a todos esos generales que haban levantado los estandartes de la rebelin. Ninguno de ellos vala gran cosa. Mientras escuchaba, Li tuvo la seguridad de que Barba Rizada tena planeado algo grande. - Qu piensas de Yang Su? - pregunt Li, para sondearlo. Barba Rizada lanz su filoso cuchillo a la mesa y ri. La afilada hoja perfor la madera, centelleando de luz blanca y canturreando mientras vibraba antes de detenerse gradualmente. - Para qu hablar de l? - Quera conocer tu opinin. - Li le cont su entrevista con el general y cmo se haba escapado la joven. - A dnde van ahora? - A Taiyuan, donde podr mantener desconocida mi identidad durante un tiempo. - No creas que podrs hacerlo. Has odo hablar de una persona extraordinaria de Taiyuan? Li le habl de Li Shihmin, el que se supona que era el Dragn Verdadero. - Qu opinas de l? - Es sumamente extraordinario. El rostro de Barba Rizada se puso serio. - Puedo verlo? - pregunt al cabo de un rato. - Mi amigo Liu Wentsing lo conoce muy bien. Le pedir que te lo presente. Para qu quieres verlo? - S juzgar a las personas por el rostro.

  • Li no tena idea alguna de que estaba prometiendo una entrevista fatal. Convinieron encontrarse en el puente Fenyang, al alba del da siguiente a su llegada a Taiyuan. Barba Rizada se ofreci a pagar por la habitacin, e incluso insisti, diciendo que lo haca por su Imei. Parti al trote, en su flaco asno, y desapareci. - Estoy seguro de que quiere ver al Dragn Verdadero porque tiene algn buen motivo para ello - dijo Li cuando volvieron a entrar en la posada -. Qu hombre extrao! Li Tsing y Barba Rizada se encontraron en el momento fijado, dos negras figuras en la entrada del puente Fenyang, en las primeras horas del brumoso amanecer. Li tom a su amigo del brazo y, despus de un ligero desayuno, camin con l hasta la casa de Liu

    30 Famosos relatos chinos Wentsing. Los dos hombres guardaban silencio, invadidos por la sensacin de algo ms hondo que la amistad: un propsito comn. Li era el ms alto de los dos, una figura elevada, robusta, marcial. Barba Rizada caminaba con un porte desenvuelto, oscilante, como un veterano con abundancia de energa en las rodillas y que no asignaba ninguna importancia a un paseo de ciento cincuenta kilmetros. - Crees en la lectura del rostro? - pregunt Li Tsing, pensando en el Dragn Verdadero. - La fisonoma de un hombre es el registro y la expresin de su carcter. Los ojos, los labios, la nariz, la barbilla, las orejas, el color y el tinte de su rostro y su tez: todo ello habla con tanta claridad como un libro, si se sabe leer. Si un hombre es fuerte o dbil, taimado u honrado, decidido y cruel o sensual y marrullero: todo eso est en su cara. Es el libro ms complicado, porque el carcter humano es la cosa ms compleja que existe sobre la tierra, y todas las combinaciones son posibles. - De modo que el destino de un hombre queda determinado desde su nacimiento? - Casi. No puede escapar a su sino, as como no puede escapar a su propio carcter. No hay dos rostros iguales. El rostro de un hombre registra exacta, infaliblemente, todos sus pensamientos. Segn como un hombre viva le sucedern las cosas, y no importa tanto lo que le sucede como la forma en que lo toma. Cuando llegaban a la casa de Liu, Li advirti el tenue rastro de excitacin en la respiracin apresurada de Barba Rizada. Al llegar Li entr el primero y dijo: - Hay un amigo a quien le gustara conocer a Li Erlang. Es un buen juez de rostros. Est afuera. - Hazlo pasar, por supuesto - fue la respuesta, y Li sali apresuradamente para dar la bienvenida a Barba Rizada. Liu haba estado planeando un levantamiento con Li Erlang, o Li Shihmin, como era su verdadero nombre, y cuando oy hablar de uno que poda leer el destino de un hombre en su rostro se sinti encantado. Barba Rizada entr y se les invit a quedarse para el almuerzo, mientras Liu Wentsing enviaba una nota a Li Shihmin para que fuese a la casa. Pronto Barba Rizada vio que un joven entraba en la habitacin, con una chaqueta de pieles, desabotonada, echada sobre los hombros, la cabeza erguida, una figura de elevada estatura, alegre, cordial y confiado. Hermoso no era la palabra que le cuadraba. Al entrar en el cuarto pareca resplandecer. Sus ojos, sin moverse, parecieron captar todo lo que suceda en la habitacin. Por debajo de su afilada, puntiaguda nariz, que tena un puente notablemente recto y prominente, rojos bigotes rgidos se curvaban hacia arriba como si se pudiera colgar un arco en ellos. Li vio que Barba Rizada inspeccionaba la elevada figura con los ojos de un guila. - Ojal mi amigo el taosta estuviese aqu para verlo - susurr a Li despus del almuerzo.

  • Quiz no lo crean, pero cuando se fueron haba en el rostro de Barba Rizada una expresin como si alguien le hubiese asestado un golpe de muerte. Caminaba con la cabeza gacha, el rostro ensombrecido, incierto, turbado. Su respiracin era rpida y audible. - Qu piensas de Li Shihmin? - pregunt Li Tsing. Como no recibi respuesta, repiti la pregunta -. Qu opinas de l? Lentamente, Barba Rizada mascull, casi para s: - Estoy un ochenta o noventa por ciento seguro de ello. Puede ser el Dragn Verdadero. Pero me habra gustado que mi amigo taosta lo viese por s mismo. Dnde te hospedas? Li le contest que se hospedaba en una posada. - Eso est bien para unos pocos das. Ven conmigo. Barba Rizada lo llev a una sedera. Al cabo de un rato sali y entreg a Li un paquete envuelto en papel que contena unos trozos de plata rota, unas treinta o cuarenta onzas, dicindole: - Toma esto y consigue un buen albergue para Imei. Li se mostr asombrado. - No importa. Tmalo. - As obraban esos hroes aventureros. - Robaste la tienda? Barba Rizada ri. - No, el dueo es un amigo mo. Necesitas ms? Puedo dejrselo dicho. Ven y toma lo que necesites. Tengo la idea de que no tienes mucho dinero, y me molestara que mi hermana tuviera que sufrir incomodidades. No creo que debas quedarte aqu mucho tiempo. Ven a Loyang y hospdate conmigo. Ven dentro de un mes. - Levant la cabeza y cont con los dedos. - El tres de febrero regresar. Ven a una taberna que est al este de las caballerizas de la Puerta Oriental. Cuando veas este asno y un mulo negro atados afuera, sabrs que yo y mi amigo taosta estamos arriba. Sube directamente. Llegaron a la posada donde se hospedaba Li, pero Barba Rizada no estaba dispuesto a despedirse y sigui a Li al interior. Trat a la muchacha como si fuese su verdadera hermana, y a Li como a su hermano. Pidi una gran cena para ellos, esa noche, y pareca no querer irse. Se quedaron sentados, conversando, hasta altas horas de la noche. - Por favor, no te ocupes de m, hermana. Retrate t primero. - Pero l se qued en la habitacin. Aparentemente no tena nada de sueo. La seora Li se acost porque no poda mantener los ojos abiertos. Se senta turbada, pero divertida. Barba Rizada tena una vitalidad sobrehumana. En las primeras horas de la maana Li se adormil, mientras el otro continuaba hablando. A la maana Li fue despertado por el extrao invitado. - Dnde dormiste? - Aqu mismo, en el suelo. - Por qu, creste que necesitaba un guardaespaldas? Barba Rizada pareca tan fresco como siempre. - Parto hacia el monte Wutai. Tengo ciertas cosas que hacer. Estar de regreso en Loyang el tres de febrero. No te olvides, y, naturalmente, quiero que tambin venga mi hermana. Quizs era esa la conducta de esos hroes que vagaban por el pas, que viajaban rpidamente y entablaban amistades con rapidez, llevando el corazn al descubierto, generosos en exceso. Cuando un hombre insiste en tratarlo a uno como a un hermano y a la esposa como si fuera su hermana, es imposible dejar de quererlo. Li y su esposa llegaron a Loyang de acuerdo con lo convenido con Barba Rizada. Encontraron la posada tal como l la haba descrito, y cuando vieron los dos animales atados afuera, entraron y subieron.

  • - Saba que vendran - dijo Barba Rizada ponindose de pie para recibirlos. Les present al taosta, estudiante de magia, astrologa, fisonoma, de todo lo que tuviese que ver con ch'ishu, "las fuerzas y los nmeros", de todo lo que decide nuestra vida por medio de esas influencias invisibles. El taosta era un hombre de voz suave, y no pronunciaba muchas palabras. Si observ a Li Tsing y a su esposa, stos no se dieron cuenta especialmente de ello, y se mostr cordial, a su modo, serenamente. - De modo que prefieres la espada a la pluma - dijo de pronto a Li Tsing. Li se sinti maravillado ante la exactitud de las observaciones del taosta. Era un hombre instruido, y dijo que, cuando tena diecisis o diecisiete aos, la cuestin de decidir si deba ser un estudiante o un soldado haba significado una lucha para l. Barba Rizada les hizo pasar a una habitacin. - Pueden quedarse aqu, si quieren. Estarn seguros. No se preocupen. Ya s lo que estn pensando. La posada es ma. Toma dinero de abajo y cmprale algo bonito a mi hermana. De modo que se quedaron en la taberna, y Barba Rizada apareca a menudo y se quedaba a conversar con ellos hasta muy avanzada la noche, discutiendo de estrategia militar. Li Tsing tena mucho que aprender de l. Era la tctica que ms tarde puso en prctica y que le result tan ventajosa. No era una cuestin de valor fsico, como muchos imaginaban. Se trataba de conocer al enemigo, de buscar sus puntos vitales, el lugar en que un buen golpe valiese por cien. Cuando se golpea a una serpiente, se la golpea en la cabeza. No se combate a un enemigo, se combate en torno a l. Y as sucesivamente. Tales discusiones siempre duraban hasta despus de la medianoche. El astrlogo estaba frecuentemente ocupado contemplando el cielo en direccin de Taiyuan, buscando conjunciones de estrellas y auras y fenmenos nebulosos que Li y Barba Rizada no entendan. Al cabo de unas semanas el taosta dijo que le gustara ver a Li Shihmin. - Presentars mi amigo a Li Shihmin - dijo Barba Rizada a Li -. Me gustara que me dijera si es el Dragn Verdadero. Eso ser crucial. Todo quedar decidido entonces. - Y qu hars si es el Dragn Verdadero? Luchar contra l o unir tus fuerzas a las suyas? - No lucho contra el Destino. - Con l, entonces. - No seas tonto. - Barba Rizada cort la discusin con una carcajada. Citando un proverbio, dijo que prefera ser cabeza de ratn antes que cola de len. Partieron rumbo a Taiyuan. El taosta fue presentado a Liu como un gran astrlogo que poda predecir el futuro. Liu jugaba al ajedrez con algunos de sus amigos, y pidi al taosta que se sentara y jugara una partida con l, mientras enviaba una nota a Li Shihmin para que fuese a presenciar el juego. Barba Rizada y Li Tsing se sentaron cerca para mirar. Li Shihmin entr y se sent en silencio junto a la mesa de ajedrez. No pronunci una palabra, que ese es el comportamiento correcto de todos los espectadores del juego. Barba Rizada code a Li en silencio. El mundo estaba lleno de valientes soldados y de hroes de tintineantes sables, pero un Dragn Verdadero perteneca a una clase distinta. El taosta, aparentemente absorto en el juego, vigilaba la respiracin del Dragn, senta sus irradiaciones, las probaba, las evaluaba. Li Shihmin estaba sentado perfectamente erguido, con los hombros rectos, las manos colocadas firmemente sobre las rodillas abiertas. De tanto en tanto sus negras cejas se movan un poco mientras contemplaba el juego, y en el fondo de sus ojos negros brillaba una luz, como si lo viera y lo entendiera todo. Cinco minutos ms tarde el taosta apart el tablero y dijo a Liu Wentsing:

  • - El juego est definitivamente perdido. No hay forma de salvarlo. Hiciste una esplndida movida con ese pen, realmente esplndida. Me rindo. Por lo que los espectadores podan ver, el juego no estaba tan irremediablemente perdido como aseguraba el taosta. Pero ste, aparentemente, haba decidido ahorrarse una lucha intil. Se levant de su asiento y suspir. Como el juego haba terminado, los tres amigos agradecieron al dueo de casa y salieron. Cuando estuvieron afuera, el taosta se volvi hacia Barba Rizada y le dijo: - Tu juego est perdido. El Hombre del Destino est adentro. Es intil intentarlo. Pero puedes buscar alguna otra tierra que conquistar. Por primera vez Li vio que la espalda de Barba Rizada se encorvaba y que todo su cuerpo pareca aflojarse. Algo le haba sucedido interiormente. - La situacin ha cambiado, y me temo que debo cambiar mis planes. Esprame en Lo-Yang. Volver dentro de dos semanas - dijo Barba Rizada, y parti solo. A Li no le gustaba hacer preguntas. Volvi a Lo-Yang con el taosta. Cuando Barba Rizada regres, dijo a la seora Li: - Quiero que vengas a conocer a mi esposa, hermana. Y tengo algo muy importante que hacerles ver, a ti y al seor Li. Li Tsing nunca haba sabido dnde viva Barba Rizada. El hombre lo asombraba continuamente. Lo condujo a una entrada consistente en una puertecita de un solo tablero. Pero al entrar en el primer patio vieron un vestbulo magnficamente amoblado. Haba docenas de sirvientes y criadas cerca. Fueron introducidos en la habitacin oriental, donde los invitados deban higienizarse. La mesa de tocador, los espejos antiguos, las jofainas de bronce, las lmparas de cristal, las mesas, los armarios y los biombos eran de la ms fina calidad, y, algunos de ellos, evidentemente inapreciables. Barba Rizada apareci muy pronto con su esposa y la present ante ellos. Era una mujer de unos veintiocho o treinta aos, de notable belleza. Li y su esposa se sintieron abrumados por la franca, resuelta hospitalidad, que les hizo sentir que eran huspedes sumamente distinguidos. Durante la cena hubo muchachas que ejecutaron una extraa msica de encantadora meloda, una msica como Li nunca haba escuchado. Cuando la cena casi haba concluido, entraron criados llevando diez bandejas de madera dura, todas cubiertas con telas de seda, y las colocaron en banquillos, contra la pared del este. Cuando todo qued preparado, Barba Rizada dijo a Li: - Quiero mostrarte algo. Los trozos de seda fueron levantados y Li vio que en las bandejas haba documentos, escrituras, actas y manojos de grandes llaves. - En todo esto hay unos cien mil dlares - dijo -, incluso algunas joyas y otros valores. Quiero regalrtelo. Qu me dices? Haba hecho planes, lo haba reunido todo, esperando que llegara el momento en que podra organizar un ejrcito y comprar tropas, armas y municiones. Tena la esperanza de hacer grandes cosas. Ahora ya no me sirve para nada. Ese joven Li de Taiyuan, estoy convencido, es el Dragn Verdadero. Toma esto y aydalo a cumplir lo que est destinado a hacer. l es tu hombre, y no te olvides de la estrategia que te he enseado. Dentro de cinco o diez aos Li Shihmin podr conquistar a toda China. Srvele lealmente y el poder y la fortuna sern tu recompensa. Yo tengo mis propios asuntos que atender. Dentro de una docena de aos, cuando oigas que ms all de las fronteras de China alguien ha conquistado un pas extranjero y establecido un nuevo reino, sabrs que se trata de tu viejo amigo. Entonces t y mi hermana podrn volver el rostro hacia el sudeste y beber una copa a mi salud. A continuacin se volvi y dijo a todos los criados y miembros de la casa:

  • - De ahora en adelante el seor Li ser vuestro amo y el dueo de todo lo que poseo, y mi hermana ser vuestra seora. Habiendo dado las instrucciones adecuadas, sali y, vestido con ropas de viaje, parti a caballo con su esposa, seguido de un solo sirviente. Jams volvieron a verlo. En los aos siguientes Li estuvo atareado ganando batallas en las largas campaas que unieron a China bajo el gran Imperio Tang; Li Shihmin se convirti en el gran emperador que gobern el pas en la paz y Li fue su amigo ms fiel y el comandante en jefe de los ejrcitos de Tang. Un da Li ley en un informe del ejrcito que alguien, cuyo nombre no se mencionaba, haba desembarcado en Fuyu con una fuerza de treinta o cincuenta hombres, al otro lado de la frontera sur de China, y que la haba conquistado y se haba erigido en rey de la regin. Li se sinti seguro que se trataba de su viejo amigo, el que los haba ayudado, a l y a su esposa, en su mocedad. Resultaba casi increble que el hombre hubiese elegido el olvido y se hubiera desterrado voluntariamente antes que ser el subordinado de nadie. Haba resuelto ser rey en alguna parte, y ahora era rey. Esa noche, cuando Li volvi a su casa, le cont a su esposa lo referente al informe. - E1 bueno y viejo Barba Rizada! - exclam ella, grandemente conmovida. - S, el bueno y viejo Barba Rizada. Ahora tiene lo que quera. Recordando las ltimas palabras que les haba dirigido el amigo, encendieron dos velas rojas, despus de la cena, y salieron al patio. All, de cara hacia el sudeste, bebieron a la salud del viejo amigo. - No puedes hacer nada por l? Quiz pedirle al emperador que lo condecore? - La voz de su esposa sonaba extraamente gutural. - Djalo en paz. Las recompensas y los honores del emperador no harn ms que molestarlo. Tiene que ser soberano y seor, segundo de nadie, dondequiera se encuentre. Un hombre maravilloso - afirm Li Tsing, y agreg con un suspiro - : Un gran hombre!

    2. EL MONO BLANCO

    El relato es el nmero 444 de T'aip'ing Kwangchi, de autor desconocido. Lleva el curioso ttulo de "Suplemento a la Historia del Mono Blanco, de Chiang Tsung"; Chiang Tsung (519-594) es la persona que, al ocultarlo, salv al hijo del Mono Blanco. Se dice que fue escrito para burlarse de Ouyang Hsun (557-594), uno de los ms grandes calgrafos de China, que era feo como un mono. Se supona que Ouyang Hsun era el hijo del Mono Blanco. Por lo tanto, el cuento fue probablemente redactado en la primera parte del siglo sptimo. He cambiado el relato a fin de hacer, de la humillacin del general chino por la prdida de su esposa a manos del Mono Blanco, el tema principal. Las fuentes para materiales adicionales en cuanto a las costumbres de los aborgenes estn tomadas de un documento Tang y dos Sung: el Peihulu de Tuan Kung-lu, el Kweihai Yuheng de Fan Cheng-ta y el Ch'iman Ts' ungshia de Chu Fu. Una historia similar, acerca de un general chino que pierde a su esposa en las montaas Kwantung, puede encontrarse en la coleccin Ch'ing-p'ingshan T'ang (El Comandante Chen Pierde a su Esposa en las Montaas Mei).

    Todos han odo hablar, por supuesto, de cmo el general Ouyang fue apresado en el combate, decapitado, y su familia exterminada, en el ao 569, cuando uni su destino a los rebeldes. Las opiniones difieren. Algunos creen que el general se lo mereca porque su familia haba gozado, durante generaciones, del favor y la confianza del emperador;

  • slo lamentan el hecho - de que la ilustre foja de servicios de un general tan grande y de su padre haya terminado en el deshonor y el desastre. Otros, como Chiang Tsung, simpatizan con l y creen que se le tendi una trampa y se vio obligado a rebelarse porque el emperador se haba vuelto suspicaz del poder que posea en el sur. Pero esto no viene al caso. Cuando tena menos de cuarenta aos sucedi algo que cambi el carcter del hombre. Su sensibilidad fue herida. El joven Pacificacin General de las Provincias Meridionales se convirti en un hombre spero, desdichado. Su amigo Chiang Tsung, que pudo salvar a su hijo y ocultarlo, dijo algo acerca de ello en su historia de "El Mono Blanco", pero segn el ayudante del general, cierto seor Le de Kwantung, que era un antiguo miembro del estado mayor del general, no cont toda la historia. El general no pudo sobrevivir a su desgracia. Lo que sigue es la historia narrada por el seor Lei, que ahora es un hombre de sesenta aos. l lo presenci todo. Estuve al servicio del general desde que hered su rango y su puesto, cuando muri su padre. Como antiguo miembro del estado mayor de su padre, yo gozaba de su confianza. El general tena una esposa joven. Era hermosa y provena de una familia encumbrada. Un da fue raptada. Todos sabamos - todos lo dbamos por sentado - que el Mono Blanco haba vuelto a hacerlo. No me gust ver la cara del general mientras se desayunaba a solas. En esa poca nos encontrbamos en Changlo. Se le haba advertido al general que no llevara a su joven y bella esposa consigo, durante la campaa en la regin de los aborgenes del sur. En seiscientos kilmetros a la redonda, en esa regin, el Mono Blanco tena la costumbre de capturar a mujeres chinas, que desaparecan por completo, sin dejar rastros. Se haban apostado guardias, noche y da, en torno a la casa, y, como precaucin extraordinaria, una cantidad de doncellas durmieron en la alcoba de la mujer y algunos criados en la antecmara. En las primeras horas de la maana, cuando una de las criadas despert y oy un ruido, la esposa del general haba desaparecido. Nadie saba cmo entr el raptor, porque las puertas tenan la llave echada. Fui despertado por el grito de la doncella de la dama, que corra de un lado a otro, con el vestido desabotonado, gritando que su ama haba desaparecido. Iniciamos la bsqueda. La casa, que era un puesto militar situado en una conocidsima ruta montaesa, se encontraba a treinta metros de altura, en un risco escarpado, sobre una saliente, al borde de una honda sima. Al otro lado del precipicio se ergua un risco musgoso, que haca frente a la puerta a slo quince metros de distancia, al mismo nivel. Una espesa neblina haca imposible la visin ms all de cinco metros, en las primeras horas del alba. Buscar al raptor por esos despeaderos cubiertos por la niebla resultaba sumamente peligroso. Un resbaln del pie o un error en un recodo del camino significaran una zambullida directa en la sima de abajo y la muerte instantnea. Despus de media hora de bsqueda intil, nos rendimos. El general estaba furioso cuando volvi con nosotros e interrog a la doncella para enterarse de los detalles. Aferr a la mujer del hombro y la sacudi. - Qu viste? - pregunt. La criada lloraba. - No vi nada. Cuando o un ruido y despert, la seora haba desaparecido. Por primera vez vi al general perder los estribos. Golpe a la muchacha en la cabeza. Jams lo habamos visto tan fuera de s. Haba sido un hombre justiciero y nosotros, los miembros ms antiguos del estado mayor, lo admiramos grandemente cuando vimos cmo haba dirigido la campaa de Shih-hsing. - Alguno de ustedes ha visto alguna vez al Mono Blanco? - pregunt. Ninguno de nosotros lo haba visto nunca. Pero yo le dije que el Mono Blanco haba sido visto por muchas personas en ciudades muy separadas entre s, en cien kilmetros a la redonda. Haba sido observado desde lejos, por gente que juntaba lea, y pareca una

  • figura blanca trepando empinadas laderas sembradas de enredaderas y desapareciendo en los picachos cubiertos por las nubes. - Crees que es uno de los aborgenes? Y ser esto una venganza? - me pregunt el general. En sus recientes campaas haba embotellado a las distintas tribus aborgenes en sus poblados montaeses llamados "cuevas". - No s. La gente del pueblo dice que de tanto en tanto llegaba por asuntos perfectamente legtimos, llevando un ciervo, unas pocas pieles de castor o colmillos de jabal, y quizs una o dos glndulas secas de almizcle, cambindolos por cuchillos de cocina, de carnicero, herramientas de carpintero y sal. Hablaba el chino de corrido y haca trueques honrados, pero que nadie se atreviese a intentar engaarlo, porque al da siguiente, o a la semana siguiente, el hombre sera encontrado muerto, con una flecha clavada en la espalda. - Qu aspecto tiene? El teniente Wang, que haba nacido en la regin, dijo que era distinto de los Miaos, los Yaos o los Halaos, porque los hombres de esas tribus eran generalmente morenos y de pequea estatura, de rostro arrugado incluso en la juventud. Gente que lo haba visto deca que el Mono Blanco tena un metro ochenta de altura, que era robusto, de hombros redondos y brazos potentes, y que, aparentemente, no tena cuello. La caracterstica ms turbadora era la blancura de sus cejas, sus pestaas y el pelo que le creca por todo el pecho y los brazos y piernas. Cuando corra, las plantas de sus pies tocaban siempre el suelo, lo que le daba un porte peculiar, simiesco, bamboleante. No sabemos si eso haba nacido de su costumbre de trepar por pedregosos caminos de montaa; pero esa forma de andar, junto con los grandes dedos de los pies, ampliamente separados, y el sedoso vello blanco de sus piernas relativamente delgadas, le daban un aspecto horrible, grotesco. - Slo quera muchachas y mujeres muy jvenes, - agreg Wang. El general estaba sentado, con la barbilla cada sobre el pecho, respirando audiblemente. - Han encontrado alguna vez a las mujeres que rapt, o a los cadveres? - No, y ese es el misterio - dijo el teniente Wang -. Si las hubiera violado y abandonado luego para que murieran, algunas de ellas habran regresado, o sus cadveres hubiesen sido hallados. - Ha raptado tambin nios? - No. Las madres slo gritan "Mono Blanco" para asustarlos. Hemos odo que slo captura a muchachas entre las edades de dieciocho y veintids aos. - El teniente Wang vacil un instante. - Y, general, muy pocas veces toma a mujeres con hijos. No puedo explicarlo, pero aqu, en este vecindario, ha surgido una curiosa tradicin que afirma que las madres estn a salvo de l, y algunas madres dicen que ama a los nios. El general se sinti humillado e impotente. No podamos saber si el Mono Blanco haba hecho eso por venganza o como una broma contra el general chino. Aparte de perder a la esposa que amaba, senta que estaban en juego su honor y el nombre del Ejrcito Chino. El general se vea ante un enemigo singular. El problema de buscar a semejante raptor solitario, que, segn todos los informes, tena una energa sobrenatural, astucia y resistencia, no se pareca en modo alguno al de planear una campaa corriente. Se enviaron soldados a quince y treinta kilmetros a la redonda, riscos arriba y precipicios abajo, a buscar rastros de su esposa y cualquier clave que pudiese conducir a su rescate. Unas dos semanas despus uno de nuestros hombres inform que haba encontrado un zapato bordado, rojo, de mujer, en la rama de un rbol, a unos cincuenta kilmetros del lugar. Era seguro que la seora Ouyang no poda haber hecho todo el camino a pie y que

  • el raptor la haba llevado en brazos. El zapato fue entregado, blando y descolorido, empapado por la lluvia. Fue identificado por la doncella y por el propio general. La probabilidad era que la seora estuviese viva y cautiva, pero dnde encontrar al Mono Blanco? Nos sentimos apenados por el general. Estaba sentado a solas toda la tarde, y un ayudante dijo que apart de s la comida despus de sentarse a cenar. Ese da nadie se atrevi a hablarle. A la maana siguiente el general me llam temprano, antes del desayuno. - Le - dijo -, hoy salimos a buscar a mi esposa. He decidido postergar la campaa. Elige dos docenas de hombres para que nos acompaen. Lleva todas las provisiones necesarias. Puede que estemos afuera durante un mes... quin sabe? Naturalmente, quiero que venga tambin el teniente Wang. Hice lo que se me deca. Escog a dos docenas de jvenes; algunos de ellos eran los mejores arqueros del pas y todos sumamente hbiles en el manejo de lanzas y cuchillos. No necesitbamos llevar muchas provisiones. La fruta abundaba, las naranjas amargas crecan silvestres en las montaas, y nuestros hombres saban desenterrar taros silvestres y asarlos en las cenizas de una hoguera. As armados y aprovisionados, no tenamos nada que temer. El propio general era un soberbio espadachn, y poda partir una naranja, con una flecha, a treinta metros de distancia. En rigor gozamos con la expedicin, viajando por esas alturas. El paisaje era esplndido. Pasbamos por montaas y selvas vrgenes y cataratas y campia boscosa llena de gigantescas enredaderas, abetos y bambes "lacrimosos" que crecan hasta una altura de treinta metros. Tambin haba buena caza. No tenamos nada que temer, en el camino, de hombre o animal. Los hombres de las tribus con quienes nos encontrbamos saban quines ramos. Estos hombres eran, en rigor, la gente ms hospitalaria del mundo, cuando se les permita vivir en paz con los chinos. Es cierto que no les resulta molesto clavarle a uno una lanza en la espalda, si se trata de una cuestin de venganza, pero viven de la caza y del cultivo del arroz, y no quieren rias con gente que se muestre justa en sus tratos con ellos. Pero era intil tratar de que nos dieran alguna informacin sobre el Mono Blanco. Todos ellos "no saban". El general sospechaba que el Mono Blanco, no slo viva en relaciones amistosas con esas tribus, sino que incluso era para ellas una especie de hroe. Habamos estado marchando en direccin sudoeste, hacia una regin en la que el general no haba estado anteriormente. El paisaje se abra sobre el lecho seco de un amplio ro. Como por una divisin arbitraria, la lujuriosa selva se detena y un vasto terreno de rocosas colinas desnudas se extenda ante nosotros, suavizado slo por manchones de recias malezas achaparradas. Grandes peascos atestiguaban que eso haba sido otrora un frtil valle atravesado por un gran torrente de montaa. La naturaleza pareca haber cambiado de idea y dirigido el curso del ro hacia otra parte. En el horizonte, al oeste, se elevaba una formidable formacin rocosa de columnas, como ojos humanos haban visto raramente. Es correcto hablar de ellas llamndolas columnas, porque esas colinas de caliza haban sido tan corrodas por la lluvia, el viento y la humedad de millones de aos, que ahora tenan la forma de torres o pilares perpendiculares y formaban un fantstico contorno aserrado contra el horizonte. Todo rastro de existencia humana haba desaparecido. El sol, ponindose detrs de las ptreas columnas, lanzaba largas sombras extraas de negro y blanco alternados sobre el ancho valle abierto. Habra resultado difcil encontrar agua en un erial semejante. Adems, nos habamos alejado ciento cincuenta kilmetros de nuestro puesto. El desierto pareca indicar el fin adecuado de nuestro viaje, completamente intil por lo que concerna a nuestro objetivo.

  • Pero el general se sinti atrado por la curiosa topografa del lugar. Al otro lado del lecho del ro la tierra ascenda en declive, y cuatro o cinco kilmetros ms lejos reapareca y se espesaba nuevamente la vegetacin. Un poco hacia el sudoeste el contorno aserrado de las colinas se interrumpa y era reemplazado por un largo y majestuoso muro de impenetrables montaas. Sus picos rocosos captaban la gloria de los rayos del sol y rebrillaban en un resplandor dorado, como una misteriosa ciudad en las alturas. Una bandada de garzas, volando muy alto, hacia la montaa, indicaba que sus nidos estaban all. El general tuvo tambin la idea de recorrer el ro seco hasta sus fuentes. An tena esperanzas, y nos orden dirigirnos hacia la montaa. El da era largo, y si marchbamos continuamente, sin detenernos, podramos encontrar un lugar para acampar poco despus de la puesta del sol. Al cabo de una hora de marcha a lo largo de la orilla no hollada -hasta entonces, llena de delicados guijarros desgastados por el agua, llegamos a la herbosa falda de la montaa. - Miren! - grit Lo, que era un vivaz joven de veinte aos, uno de los ayudantes del general. Vimos un montculo de piedras chamuscadas, rodeadas de cenizas. Alguien, sin duda, haba acampado all, encendido un fuego y cocinado. En torno yacan cscaras resecas de naranjas y bananas. Haca dos das que no veamos a un ser humano, y la visin de las cenizas del fuego nos proporcion una vez ms una consoladora sensacin de contacto con el mundo humano. El joven Lo fue de un lado al otro, examinando el suelo, y de pronto volvi a exclamar "Miren!" Todos nos precipitamos hacia l. Lo nos mostr un trozo de cinta negra como la que usan las damas para recogerse el cabello mientras se visten. - Debe de ser de la seora Ouyang - dijo el joven Lo. Gustosos le habramos credo, pero no haba motivos para suponer que una cinta de mujer debiese pertenecer necesariamente a la esposa del general. El general, es claro, no poda decir si era de ella o no. No hizo ms que mirar el trozo de cinta y suspirar. Pero es muy humano introducir nuestros deseos en nuestros pensamientos cuando una bsqueda es intil y las perspectivas resultan desesperantes. El ambiente se torn tenso. Todos gozaramos encontrando a nuestra presa y entrando en accin. Sabamos que nos encontraramos con un enemigo peligroso, pero el tumulto del combate era mejor que esa montona marcha. Acampamos, para pasar la noche, bajo el cielo estrellado. Caminar en un bochornoso da de junio, por el calcinado lecho de un ro, resultaba penoso, incluso para veteranos, y nos quedamos profundamente dormidos. A la maana siguiente proseguimos nuestro viaje. Era todo ascendente. Debemos de haber subido unos cien metros en dos horas. Slo un pequeo hilo de agua corra y se escurra en el fondo del barranco y desapareca nuevamente en el suelo. Los blancos peascos gigantescos de abajo reflejaban el intenso calor, y una columna de vapor ascenda de ellos. La boscosa cuesta abundaba en faisanes, y a menudo entreveamos el brillante plumaje de las aves arrastrndose por entre las ramas. Por todas partes se extendan enredaderas del tamao de palmeras, proporcionando un conveniente asidero. Una vez ms nos encontrbamos a gran altura. Cuando llegamos a la cima vimos un sorprendente espectculo. Un dique haba sido construido en la parte superior de la serrana, con grandes peas y piedras desbastadas. Cundo, cmo y por quin haba sido levantado, resultaba difcil imaginarlo, porque las piedras eran tan grandes, que, sin herramientas adecuadas, slo habran podido ser movidas por una raza de gigantes sobrehumanos. Era claro que haba sido construido por la gente que viva al otro lado, para desviar la corriente, porque un veloz y hondo

  • torrente corra por la izquierda y caa en un profundo estanque, abajo. Una vieja losa se levantaba en ngulo, semienterrada, con la extraa escritura de los Man. Un soldado que provena de los Man nos dijo que deca "Lugar Protegido de los Grandes Cielos Altos". Aparte de la solitaria losa cada, estbamos tan lejos como antes de todo signo de morada humana. Luego de una inspeccin qued establecido que la rpida corriente montaesa que caa en la profunda sima constitua una barrera infranqueable entre el lugar en que nos encontrbamos y el otro lado. Contorneaba la montaa a lo largo de varios kilmetros, y no se vea puente alguno - de madera o de cuerdas. La orilla opuesta era un risco tan empinado, que, de todos modos, un puente no habra servido de nada. Pareca que los habitantes de la montaa haban construido el dique para desviar la corriente, ms como defensa militar que con fines agrcolas, convirtiendo la montaa en una fortaleza invulnerable. Sin embargo, deba de existir algn lugar de acceso desde el norte. Doblamos hacia la derecha, torrente arriba. Durante un corto trecho las zarzas eran tan espesas y abundantes, que perdimos de vista la corriente. Cuando salimos vimos que a ciento cincuenta metros de nosotros se levantaba un muro de slido granito, con la forma de la muralla natural de una ciudad situada en una colina. A lo largo de una fisura existente entre las rocas se vean a intervalos peldaos de piedra que terminaban, empero, en las sombras de los peascos. Sin duda habamos encontrado la entrada, pero el acceso era tan difcil, que durante un instante nos miramos los unos a los otros. - Bien - dijo el general -, esto parece una locura. Es imposible saber qu hay al otro lado. Se necesita ms que msculos para lograr entrar en ese castillo natural. Somos iguales a cualquiera, por lo que respecta a lanzas y flechas, pero sin un lugar de salida estaramos luchando en un terreno ciego. A la gente que vive all no le agrada la visita de los desconocidos entremetidos, pueden estar seguros de ello. Aun as, me gustara explorar. Si el Mono Blanco est ah, habr una lucha animada. Si no, es posible que la tribu sea amistosa. Qu opinan? Todos nos declaramos partidarios de entrar a investigar. Cuando llegamos a la cima, descubrimos que era una trampa mortfera. Haba un espacio nivelado de unos diez metros de dimetro, vulnerable desde arriba a las lanzas y flechas. Nuestra nica proteccin seran unos cuantos metros de roca saliente. Un estrecho pasaje zigzagueaba unos tres metros por entre dos rocas y conduca a una pesada puerta construida con alguna madera dura, firmemente asegurada por el otro lado. Slo una persona por vez poda pasar por el corredor. Ni una fortaleza habra sido mejor construida o concebida. Golpeamos vanamente contra la puerta. Escuchando de cerca omos, a lo lejos, las voces y las risas de mujeres y nios. Aporreamos la puerta y gritamos. Al cabo de unos veinte minutos apareci sobre las rocas una cabeza para preguntar quines ramos. El teniente Wang, que hablaba el dialecto de ellos, dijo que ramos un grupo de cazadores que buscbamos un paso hacia el sur. La cabeza desapareci y pronto se escuch adentro un gran alboroto de evidente excitacin. Cuando volvimos a mirar vimos que nos apuntaba una docena de flechas. El general les asegur de nuestras intenciones pacficas y les pidi que abrieran la puerta. Era una situacin desesperada. Cuando la puerta se abri, Wang entr el primero en el pasaje. Lanz una mirada en torno. Veinte flechas, en dos hileras, estaban apuntadas contra la entrada, la primera fila de hombres arrodillados y la segunda de pie. Wang descubri que era un blanco perfecto. Ms cerca, a ambos lados de la puerta, haba cinco o seis hombres con sus cortos puales levantados. La cabeza de cada intruso inoportuno poda ser rebanada convenientemente en cuanto se asomara por la entrada de

  • la cueva. En tal situacin la discrecin constitua la mayor parte del valor. Wang avanz con una sonrisa y los hombres de los cuchillos lo rodearon. Wang trat de hablar. Le sacaron el pual de la vaina. En ese instante el segundo y el tercer hombres salieron corriendo. Los cuchillos tintinearon y las flechas zumbaron. Tres o cuatro personas yacan ya por tierra. De pronto la lucha fue detenida por una voz. Levantamos la mirada y vimos al Mono Blanco cerca, de pie sobre la cima de un peasco, a unos cinco metros de altura. El general Ouyang se adelant y el Mono Blanco baj para salirle al encuentro. - Todo esto es un error - dijo el general Ouyang -. Estamos viajando hacia el sur y nos agradara pedirle permiso para pasar. - Se present. - Me siento grandemente honrado - respondi el Mono Blanco. Cualquier otro caudillo habra mostrado el mayor respeto hacia la autoridad del general, pero el Mono Blanco actuaba como si simplemente fuese el orgulloso anfitrin de un viajero. Tena el cabello peinado en un rodete, y, como los dems miembros de la tribu, estaba descalzo. A despecho de sus terrorficas cejas blancas, tena cierta calma y dignidad -. Como son ustedes mis huspedes, le pedir que ordene a sus hombres que bajen las armas. Como ve, estoy desarmado - dijo, y lanz una amplia y estrepitosa carcajada. El general nos orden que nos desarmramos. Viendo eso, el Mono Blanco se mostr grandemente satisfecho y se torn cordial. Ayudamos a los heridos a ponerse de pie. Es difcil describir la sensacin que experiment cuando examin el paisaje. Una ancha planicie, rodeada de altos picachos por todos los costados, sombreada por naranjos y palmeras enanas y salpicada de arrozales, pareca un reino encantado. El aire era balsmico y agradable, en marcado contraste con el calor de afuera. Haba en la luz del soleado valle y en los frescos colores de flores y frutas y hojas algo que provocaba un sentimiento de jbilo, como si repentinamente hubisemos sido trasportados a otro mundo. Aqu y all se levantaban cabaas de troncos, cubiertas de hojas secas, con los pisos a unos centmetros por sobre el suelo. Mujeres y nios semidesnudos jugaban y rean al sol. Periquitos de un blanco nveo y de un bermelln increble volaban de rbol en rbol. Resultaba casi imposible albergar malos pensamientos en semejante regin encantada. - Qu hermosa tierra tienen! - exclam el general, corts y sinceramente -. Me da envidia. - Y bien vigilada, no? - replic el Mono Blanco con una rpida carcajada. El Mono Blanco viva en una choza construida con gruesos troncos. El piso estaba cubierto de toscas tablas. Apenas haba muebles, aparte de algunos tablones que servan de bancos, y de una tabla de madera de teca, sostenida por trozos de tronco, que haca las veces de la nica mesa de la casa. Un gran gento, curioso y feliz, se haba apiado para contemplar a los visitantes, y entre sus componentes pudimos ver a algunas mujeres chinas. Era el medioda, y nos sirvieron arroz y un plato de sabor punzante, oloroso, que pareca ser un guiso consistente en vegetales, especias y entraas de cerdo. El Mono Blanco tena varias esposas, llamadas mei-niang. Las mujeres no estaban recluidas como en la sociedad china. El general no mencion a su esposa desaparecida, pero pude ver que estaba tenso mientras hablaba y bromeaba con su anfitrin, durante el almuerzo. El Mono Blanco le propuso al general llevarlo a ver su pas despus de almorzar. Quizs el Mono Blanco quera demostrarles a sus invitados (o cautivos, no sabamos cul de las dos cosas) cuan intil sera cualquier tentativa de fuga. Esa extraa criatura caminaba con pasos rpidos y vivos, a despecho de sus casi cien kilos de peso. Su cuerpo, tan robusto por arriba y de piernas relativamente delgadas, pareca especialmente adaptado para marchar por la selva y para trepar. Aparentemente

  • armonizaba con el lugar. En cierto modo los colores y la luz del valle hacan que sus cejas blancas, en su tez cobriza, resultaran menos formidables de lo que yo haba imaginado. Las profundas arrugas que le enmarcaban la boca y las mejillas, los nervudos brazos, la enorme espalda y los robustos hombros hablaban de gran fuerza y destreza musculares. Estaba orgulloso y feliz, y pareca como que no le debiese nada a nadie - y por cierto que no tena el aspecto de haber secuestrado a la esposa de su invitado. El caudillo y el general caminaban adelante, seguidos de Wang, de m mismo y de algunos otros. El general vio a una mujer china de unos treinta aos, con un nio, a la puerta de su cabaa, y dijo a su anfitrin: - Me parece que es china. - S, hay muchas de ellas. A usted le agradan las mujeres hermosas, verdad? - pregunt el Mono Blanco con negligencia. La mujer nos contempl en silencio, y nosotros pasamos de largo. - Los nios tambin son ms bellos - dijo el caudillo, un tanto incoherentemente, siguiendo sus propios pensamientos -. Es que nada hace ms felices a mis hombres que tener mujeres hermosas como esposas. Y yo quiero que mi gente sea dichosa. En este pas lo tenemos todo: peces, caza, aves, arroz. No necesitamos dinero, y yo no cobro impuestos a mi gente. Si pescan un gran pez, se lo comen, y si pescan un pez pequeo se comen el pez pequeo. Si quiere quedarse hasta maana le mostrar dnde pescamos. Slo nos faltan sal y mujeres... y cuchillos, por supuesto. - Qu quiere decir con eso de que les faltan mujeres? Aqu he visto a muchas. - Vi que el general diriga cuidadosamente la conversacin. - No son bastantes. Tenemos ms de trescientos hombres y apenas un poco ms de doscientas mujeres. Esta rica meseta puede alimentar por lo menos a mil ms. Quiero ver todo este reino - dijo, con un amplio movimiento de la mano - lleno de gente, de gente hermosa, de gente vigorosa. No disponemos de suficientes mujeres. - Cmo es eso? - inquiri el general, sorprendido. - Hay unas trescientas mujeres, si quiere contar a las ancianas. Yo no las cuento. Slo las mujeres entre los dieciocho y los cuarenta y cinco aos dan hijos. Las mujeres chinas dan muchos hijos. Hay aqu una que traje hace diez aos y que ha dado a luz siete nios en sucesin, y todos bellos. No s por qu, pero por lo general nuestras mujeres slo tienen dos o tres hijos. Prefiero a las mujeres de la raza de usted. - Qu hizo? Las rapt? - La conversacin se acercaba al tema. - No. Las traje aqu. Si otros pudieran, tambin se llevaran las nuestras. Pero que lo intenten. - El Mono Blanco se interrumpi con una carcajada, y luego agreg: - Su gente es rara. Perdneme por decirlo. No entiendo cmo conciertan matrimonios entre los padres del chico y los de la nia. Yo no llevara a una novia a mi casa, a menos de que pudiese pasarla en brazos por sobre el umbral. - Y le parece que es mejor de ese modo? El Mono Blanco lo observ con curiosidad. - De esa manera nos divertimos y excitamos ms. Usted ha visto a una muchacha. Le gusta. Le pide a los padres que dispongan las cosas de modo que ella vaya a su casa. El novio no hace nada. Dnde est la excitacin? El general se sinti deprimido. Pens que sera intil discutir con el Mono Blanco en cuanto a la "excitacin" de secuestrar muchachas para esposas. - Trajo aqu a las mujeres chinas por la fuerza? Mi gobierno no lo aprueba, sabe? El Mono Blanco ri, sugiriendo que no le importaba que el gobierno chino lo aprobase o no. Llegamos a la cima de una loma, donde pudimos ver toda la meseta. Una diferencia en el tono de la vegetacin de la ribera opuesta nos permiti seguir con la mirada el curso

  • del ro, que la circundaba por el sur y el este hasta detenerse ante un risco, en el que comenzaba la montaa rocosa, por el oeste y el norte. Si la intencin del Mono Blanco era impresionarnos con la fortaleza de su posicin y lo desesperado de cualquier intento de invadir su pas, obtuvo pleno xito en ello. Esa noche el caudillo nos ofreci una gran cena de gallina de guinea y faisn, terminando con tortuga. El caudillo lo convirti en un acontecimiento. Se puso una tnica color canela y sobre ella un chaleco de piel de elefante pintado de rojo. Unas cuantas piezas menores estaban atadas en torno a sus brazos. El conjunto tena la forma de una armadura, cosa que en realidad era, impenetrable a las armas. Una docena de hombres de la tribu, armados de lanzas, estaban de pie a lo largo de la pared. Las mujeres del Mono Blanco iban y venan, sirviendo comida a la mesa. No nos habamos atrevido a preguntar a la gente de la aldea por la esposa del general, por temor de que nuestra misin fuese descubierta. Pero el Mono Blanco debe de haber sabido para qu estbamos all, aunque sigui siendo el ms cordial de los anfitriones. Durante toda la cena el general se mostr preocupado. El Mono Blanco haba admitido, prcticamente, que la haba secuestrado. De pronto omos adentro un grito de mujer. El general reconoci la voz de su esposa y se puso de pie. Ella haba visto una oportunidad para huir, mientras las otras mujeres se hallaban atareadas, e irrumpi en la habitacin. Cuando vio a su esposo, cay sobre los hombros de l y llor lastimosamente. El Mono Blanco la contemplaba, mientras el general trataba de consolarla. - Esta dama es mi esposa - dijo el general Ouyang, esperando que sucediese lo peor. - Oh, no! - exclam el Mono Blanco con fingida sorpresa -. Eso lo hace todo difcil, verdad? - Jefe, he venido aqu como amigo y me ir como amigo. Debes permitirme que me lleve a mi esposa. - No devuelvo lo que tomo. Ella es ma hasta que me la quites. No devuelvo. Trae mala suerte. De pronto el rostro del Mono Blanco se volvi terrorfico. Tena la mano sobre la vaina del cuchillo. - Guardias! - grit, y los hombres de la tribu extrajeron sus puales. - Acurdate de que soy tu invitado - dijo el general con firmeza, mirando a su rival. Saba que la tribu tena un estricto cdigo de hospitalidad. El Mono Blanco dej que la mano le cayera al costado. Se acerc al general y dijo: - Lamento que haya sucedido esto. Pero yo gobierno en mi territorio como t en el tuyo. No te aconsejara que trates de llevrtela de aqu. Empero, eres un buen arquero, no es cierto? - Tolerable - repuso el general con orgullo. - Bien, entonces maana decidiremos honorablemente la cuestin, segn nuestras costumbres. - Se acerc a la mujer y dijo: - Hasta entonces es ma. La esposa tembl de miedo y no supo qu iba a suceder. - Quiz las cosas no estn tan mal como parecen - le dijo el general -. Estoy seguro de que lograr arreglarlo todo de modo de llevarte a casa. Y ahora vulvete. La esposa permiti que las otras mujeres la llevaran adentro. La atmsfera estaba tensa y la conversacin era torpe. Pero el Mono Blanco no pareca tener nada sobre la conciencia y actuaba como si fuese el ms honrado de los hombres. Nosotros conocamos, por supuesto, la costumbre aborigen del tuoch'in o rapto de esposas. - Yo mismo traje aqu a estas mujeres - explic l -. Si al cabo de un ao una mujer no me da un hijo, la entrego a uno de mis hombres. T conoces nuestras costumbres, general.

  • Sigui explicando. Entre esas tribus, una muchacha escoge a un hombre en el baile anual de cortejo, va con l a la montaa y vive con l desde entonces. Si al cabo de un ao nace un hijo, va con l a visitar a sus propios padres. Y desde ese momento se la considera casada. De lo contrario, la unin es disuelta y al ao siguiente elige a otro hombre en el baile de Ao Nuevo. Y esto sigue hasta que ha concebido o hasta que es madre. - Yo hago lo mismo cuando una mujer no tiene un hijo conmigo - agreg el Mono Blanco -. La entrego. Otros tienen que hacer el intento. El general ahog una exclamacin. - Y qu pasa si alguna mujer no puede tener hijos? - Sucede muy raras veces, si se las cambia continuamente. Si no pueden, quedan deshonradas. Por otra parte, sera criminal separar a las madres de sus hijos. Los hijos son el verdadero motivo del matrimonio, y los esposos son la excusa. Como pueden ver - concluy -, todas ellas llegan a ser madres y son muy dichosas aqu. Al da siguiente se anunci una justa de enamorados, que sera precedida por un baile de cortejo que el Mono Blanco haba ordenado para esa ocasin especial. Hombres, mujeres y nios se pusieron sus mejores atavos. Por la maana, los jvenes y las muchachas, felices ante la perspectiva del baile, abandonaron sus tareas y se pasearon con sus trajes festivos. Un baile de galanteo duraba generalmente hasta la noche, momento en que los amantes, habiendo elegido a sus compaeros, se iban al bosque. Las muchachas, por lo comn alegres, se paseaban en grupos, mirando en torno y sonriendo a los jvenes, tratando de decidir a cules les gustara escoger para amantes de la noche. El baile no comenz hasta las cuatro de la tarde. El Mono Blanco apareci entonces con sus esposas e hijos, y la seora Ouyang, con aspecto desconcertado, estaba entre ellos. El Mono Blanco estaba vestido con su atavo de guerra, orgulloso de su peto de piel de elefante. Las profundas arrugas de su curtido rostro se vean claramente al sol. De la cintura le penda una vaina por la que asomaban los mangos pulidos, gastados, de dos puales, envueltos con finos hilos de plata. Pareca tan feliz y orgulloso como un rey. El baile comenz nada formalmente y en no muy buen orden. Los tamborileros, que tocaban en tambores de piel de serpiente, estaban sentados en torno a una estaca, de quince metros de altura, que se ergua en el centro del terreno, en tanto que dos hombres tocaban en largos cuernos. Los instrumentos eran de ms de un metro y medio de largo, tenan forma de trompetas y emitan notas largas, bajas, que podan ser escuchadas a un kilmetro de distancia. Mientras los ancianos golpeaban con sus lanzas en el suelo, las muchachas se tomaron de las manos y bailaron en crculo en torno al poste, y sus cintas matrimoniales rojas, bellamente bordadas, aleteaban y ondeaban delante de ellas. Todas las muchachas tenan una cinta matrimonial, en la que haban trabajado con el mayor cuidado y habilidad. Las madres observaban, en tanto que los jvenes permanecan en torno a ellas y gritaban y aplaudan. Cuando una muchacha vea a un hombre que le gustaba, agitaba su cinta hacia l cuando pasaba a su lado. Si ella le gustaba al hombre, ste tomaba el otro extremo de la cinta y se una a ella. Esto continu con gran cantidad de coqueteos, bromas, risas y canciones. Pronto se formaron ms y ms parejas, los hombres bailando afuera del crculo y sosteniendo las largas cintas rojas de sus respectivas compaeras. La seora Ouyang contemplaba, fascinada. El general se impacientaba, pero el Mono Blanco gozaba del espectculo y rea y beba con absoluta despreocupacin. En el peor de los casos slo perdera a una de sus esposas.

  • - Bien - dijo a su invitado -, s que eres un gran general y no me gustara ser injusto contigo. Seguiremos nuestra antigua costumbre, y que gane el mejor de los dos. Pidi prestada a una de sus esposas la cinta matrimonial, y explic en qu consistira la prueba, que era el mtodo usado cuando dos hombres pretendan a la misma muchacha. La cinta tena de doce a quince centmetros de ancho y en ella se vea bordada una serpiente. Sera izada a la punta del poste y quien llegara con su flecha ms cerca del ojo de la serpiente sera el que ganara a la mujer. La cinta bordada fue subida y alete perezosamente al viento. Todos los hombres, mujeres y nios se agruparon en torno y contemplaron el espectculo, llenos de excitacin. Muy pocas veces se llevaba a cabo semejante competencia de enamorados. - Cmo quieres hacerlo? Digamos a cien pasos de distancia? - pregunt el Mono Blanco. El general Ouyang vacil durante un segundo, pero acept. Era un blanco pequeo que se mova irregularmente, y acertar en l era tanto cuestin de suerte como de habilidad. Le fueron llevados su mejor arco y flechas. La muchedumbre se apart, los tambores resonaron y el ambiente qued tenso de excitacin. La seora Ouyang comprendi entonces que su libertad dependa de la puntera de su esposo. ste poda lanzar tres flechas. El general era un experto arquero. Haba matado aves en vuelo a mayores distancias. Pero por lo general un pjaro vuela en lnea recta. Apunt a la cabeza de la serpiente que estaba ms cercana al poste... zum! Le err debido al retozn ondular del pendn, y la flecha se perdi a lo lejos. - No tuviste en cuenta el viento - hizo observar el Mono Blanco, que evidentemente estaba del mejor talante. Con la segunda flecha el general tuvo mejor suerte, porque perfor la cinta cerca del cuello de la serpiente. - Bravo! - exclam el Mono Blanco -. Te queda otro disparo. La ltima flecha err por completo. Entonces se adelant el Mono Blanco. Puls su potente arco como si fuese un juguete, complacido por la oportunidad de enfrentar su habilidad a la del general chino. Se qued inmvil. En cualquier momento su flecha abandonara la cuerda. Inclin la cabeza y por un instante pareci vivir en su mirada fija en el blanco. En una fraccin de segundo, cuando percibi un movimiento ondulante de la cinta, lanz su flecha, que atraves la cabeza de la serpiente. Un gran grito surgi del gento. El tamborilero bati el tambor como si quisiera romperlo. Las flechas haban sido marcadas y no era posible ninguna disputa al respecto. El general Ouyang trag saliva penosamente, y su esposa solloz. Haba sido una prueba equitativa, y el general tuvo que aceptar la decisin. - Lo siento muchsimo - dijo el Mono Blanco -. Pero te portaste muy bien. La seora Ouyang se desmoron y rompi a llorar. Era una despedida tristsima y dura. El general se mordi el labio y trat de no demostrar lo que senta. Las armas haban sido dejadas fuera de la entrada de la cueva, para que las recogiramos al salir. El Mono Blanco nos acompa hasta la entrada y regal al general un antiguo tambor de cobre. - Que no queden resquemores, general. El ao prximo, si quieres venir a visitarme, sers bienvenido. Si para entonces mi esposa no me da un hijo, te la devolver. Al ao siguiente sucedi una cosa extraa. El general fue a ver a su esposa y descubri que haba dado a luz un nio. Para su sorpresa, estaba vestida como una mujer aborigen y, con una expresin de dicha, meca al nio en los brazos, exhibindoselo orgullosamente. El general perdi la paciencia.

  • - Creo que todava puedo convencer al caudillo de que te deje regresar conmigo - le dijo. Pero la esposa se mostr firme. - No - respondi -, vete sin m. No puedo dejar a mi hijo aqu. Soy su madre. - Qu, quieres decir que prefieres quedarte? No amas al caudillo, verdad? - No s. Es el padre de mi hijo. Vete solo. Yo soy feliz aqu. El general se tambale, literalmente, cuando oy las palabras de su esposa. Necesit muy poco tiempo para darse cuenta de que las costumbres del Mono Blanco no eran tan estpidas como haba credo. El Mono Blanco haba triunfado sobre l inexorablemente, y el general saba por qu. Esta ltima humillacin fue un golpe demasiado grande para l. En adelante fue un hombre vencido.

    3. LA ESQUELA DEL DESCONOCIDO

    De la coleccin Ch'ingp'ingshan T'ang, nmero 2. Ch'ingp'ingshan T'ang era el nombre de la casa editorial. Estas huapen, o copias de narradores de cuentos, podan, en apariencia, ser vendidas por separado, porque no haba un ttulo general para el libro, en el que se encuentran narraciones tanto literarias como vernculas. Como de costumbre, no se da el nombre del autor. El original de este relato lleva tres ttulos: "El Monje que envi la esquela", "Tita Hu" y "Una Carta Errneamente Entregada", y el subttulo "Kungan ch'uan-ch'i", que significa que era una narracin de crimen y misterio. Era, por lo tanto, un cuento de casa de t popular, que circulaba bajo varios nombres. El mismo relato se encuentra en otra coleccin, Kuchin Shiaoshuo. Aparte de sta, la mejor narracin de crimen que he encontrado es "Tsui Ning Equivocadamente Ejecutado", en las otras copias de narradores Sung, el Chingpen T'ungsu Hsiaosho. El original muestra al "desconocido" como un petardista y bribn de siete suelas disfrazado de monje. Adems de omitir y proporcionar algunos detalles, he trasladado la simpata del lector hacia el desconocido, y hecho que la esposa se aferrara a ste en lugar de