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I.E.S. El Rincón CURSO: La Educación para el desarrollo desde el P.A.T. 4, 5, 6, 12 de Septiembre de 2007 Textos divertidos: Cuentos políticamente correctos Erase una vez una persona de corta edad llamada Caperucita Roja que vivía con su madre en la linde de un bosque. Un día, su madre le pidió que llevase una cesta con fruta fresca y agua mineral a casa de su abuela, pero no porque lo considerara una labor propia de mujeres, atención, sino porque ello representa un acto generoso que contribuía a afianzar la sensación de comunidad. Además, su abuela no estaba enferma; antes bien, gozaba de completa salud física y mental y era perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que era. Así, Caperucita Roja cogió su cesta y emprendió el camino a través del bosque. Muchas personas creían que el bosque era un lugar siniestro y peligroso, por lo que jamás se aventuraban en él. Caperucita Roja, por el contrario, poseía la suficiente confianza en su incipiente sexualidad como para evitar verse intimidada por una imaginería tan obviamente freudiana. De camino a casa de su abuela, Caperucita Roja se vio abordada por un lobo que le preguntó qué llevaba en la cesta. - Un saludable tentempié para mi abuela quien, sin duda alguna, es perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que es -respondió. - No sé si sabes, querida -dijo el lobo-, que es peligroso para una niña pequeña recorrer sola estos bosques. Respondió Caperucita: - Encuentro esa observación sexista y en extremo insultante, pero haré caso omiso de ella debido a tu tradicional condición de proscrito social y a la perspectiva existencial - en tu caso propia y globalmente válida- que la angustia que tal condición te produce te ha llevado a desarrollar. Y ahora, si me perdonas, debo continuar mi camino. Caperucita Roja enfiló nuevamente el sendero. Pero el lobo, liberado por su condición de segregado social de esa esclava dependencia del pensamiento lineal tan propia de Occidente, conocía una ruta más rápida para llegar a casa de la abuela. Tras irrumpir bruscamente en ella, devoró a la anciana, adoptando con ello una línea de conducta completamente válida para cualquier carnívoro. A continuación, inmune a las rígidas nociones tradicionales de lo masculino y lo femenino, se puso el camisón de la abuela y se acurrucó en el lecho. Caperucita Roja entró en la cabaña y dijo:

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I.E.S.

El Rincón

CURSO: La Educación para el desarrollo desde el P.A.T.

4, 5, 6, 12 de Septiembre de 2007

Textos divertidos: Cuentos políticamente correctos

Erase una vez una persona de corta edad llamada Caperucita Roja que vivía con su

madre en la linde de un bosque. Un día, su madre le pidió que llevase una cesta con

fruta fresca y agua mineral a casa de su abuela, pero no porque lo considerara una labor

propia de mujeres, atención, sino porque ello representa un acto generoso que

contribuía a afianzar la sensación de comunidad. Además, su abuela no estaba enferma;

antes bien, gozaba de completa salud física y mental y era perfectamente capaz de

cuidar de sí misma como persona adulta y madura que era.

Así, Caperucita Roja cogió su cesta y emprendió el camino a través del bosque. Muchas

personas creían que el bosque era un lugar siniestro y peligroso, por lo que jamás se

aventuraban en él. Caperucita Roja, por el contrario, poseía la suficiente confianza en su

incipiente sexualidad como para evitar verse intimidada por una imaginería tan

obviamente freudiana.

De camino a casa de su abuela, Caperucita Roja se vio abordada por un lobo que le

preguntó qué llevaba en la cesta.

- Un saludable tentempié para mi abuela quien, sin duda alguna, es perfectamente capaz

de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que es -respondió.

- No sé si sabes, querida -dijo el lobo-, que es peligroso para una niña pequeña recorrer

sola estos bosques.

Respondió Caperucita:

- Encuentro esa observación sexista y en extremo insultante, pero haré caso omiso de

ella debido a tu tradicional condición de proscrito social y a la perspectiva existencial -

en tu caso propia y globalmente válida- que la angustia que tal condición te produce te

ha llevado a desarrollar. Y ahora, si me perdonas, debo continuar mi camino.

Caperucita Roja enfiló nuevamente el sendero. Pero el lobo, liberado por su condición

de segregado social de esa esclava dependencia del pensamiento lineal tan propia de

Occidente, conocía una ruta más rápida para llegar a casa de la abuela. Tras irrumpir

bruscamente en ella, devoró a la anciana, adoptando con ello una línea de conducta

completamente válida para cualquier carnívoro. A continuación, inmune a las rígidas

nociones tradicionales de lo masculino y lo femenino, se puso el camisón de la abuela y

se acurrucó en el lecho.

Caperucita Roja entró en la cabaña y dijo:

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- Abuela, te he traído algunas chucherías bajas en calorías y en sodio en reconocimiento

a tu papel de sabia y generosa matriarca.

- Acércate más, criatura, para que pueda verte -dijo suavemente el lobo desde el lecho.

- ¡Oh! -repuso Caperucita-. Había olvidado que visualmente eres tan limitada como un

topo. Pero, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!

- Han visto mucho y han perdonado mucho, querida.

- Y, abuela, ¡qué nariz tan grande tienes!... relativamente hablando, claro está, y su

modo indudablemente atractiva.

- Ha olido mucho y ha perdonado mucho, querida.

- Y... ¡abuela, qué dientes tan grandes tienes!

Respondió el lobo: - Soy feliz de ser quien soy y lo que soy -y, saltando de la cama,

aferró a Caperucita Roja con sus garras, dispuesto a devorarla.

Caperucita gritó; no como resultado de la aparente tendencia del lobo hacia el

travestismo, sino por la deliberada invasión que había realizado de su espacio personal.

Sus gritos llegaron a oídos de un operario de la industria maderera (o técnicos en

combustibles vegetales, como él mismo prefería considerarse) que pasaba por allí. Al

entrar en la cabaña, advirtió el revuelo y trató de intervenir. Pero apenas había alzado su

hacha cuando tanto el lobo como Caperucita Roja se detuvieron simultáneamente.

- ¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo? -inquirió Caperucita.

El operario maderero parpadeó e intentó responder, pero las palabras no acudían a sus

labios.

- ¡Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un Neandertalense cualquiera y delegar

su capacidad de reflexión en el arma que lleva consigo! -prosiguió Caperucita-.

¡Sexista! ¡Racista! ¿Cómo se atreve a dar por hecho que las mujeres y los lobos no son

capaces de resolver sus propias diferencias sin la ayuda de un hombre?

Al oír el apasionado discurso de Caperucita, la abuela saltó de la panza del lobo,

arrebató el hacha al operario maderero y le cortó la cabeza. Concluida la odisea,

Caperucita, la abuela y el lobo creyeron experimentar cierta afinidad en sus objetivos,

decidieron instaurar una forma alternativa de comunidad basada en la cooperación y el

respeto mutuos y, juntos, vivieron felices en los bosques para siempre.

Autor James Finn Garner

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LA CENICIENTA

Hubo una vez una joven muy bella que no tenía padres, sino madrastra, una viuda

impertinente con dos hijas a cual más fea. Era ella quien hacía los trabajos más duros

de la casa y como sus vestidos estaban siempre tan manchados de ceniza, todos la

llamaban Cenicienta.

Un día el Rey de aquel país anunció que iba a dar una gran fiesta a la que invitaba a

todas las jóvenes casaderas del reino.

- Tú Cenicienta, no irás -dijo la madrastra-. Te quedarás en casa fregando el suelo y

preparando la cena para cuando volvamos.

Llegó el día del baile y Cenicienta apesadumbrada vio partir a sus hermanastras

hacia el Palacio Real. Cuando se encontró sola en la cocina no pudo reprimir sus

sollozos.

- ¿Por qué seré tan desgraciada? -exclamó-. De pronto se le apareció su Hada

Madrina.

- No te preocupes -exclamó el Hada-. Tu también podrás ir al baile, pero con una

condición, que cuando el reloj de Palacio dé las doce campanadas tendrás que regresar

sin falta. Y tocándola con su varita mágica la transformó en una maravillosa joven.

La llegada de Cenicienta al Palacio causó honda admiración. Al entrar en la sala de

baile, el Rey quedó tan prendado de su belleza que bailó con ella toda la noche. Sus

hermanastras no la reconocieron y se preguntaban quién sería aquella joven.

En medio de tanta felicidad Cenicienta oyó sonar en el reloj de Palacio las doce.

- ¡Oh, Dios mío! ¡Tengo que irme! -exclamó-.

Como una exhalación atravesó el salón y bajó la escalinata perdiendo en su huída un

zapato, que el Rey recogió asombrado.

Para encontrar a la bella joven, el Rey ideó un plan. Se casaría con aquella que

pudiera calzarse el zapato. Envió a sus heraldos a recorrer todo el Reino. Las

doncellas se lo probaban en vano, pues no había ni una a quien le fuera bien el

zapatito.

Al fin llegaron a casa de Cenicienta, y claro está que sus hermanastras no pudieron

calzar el zapato, pero cuando se lo puso Cenicienta vieron con estupor que le estaba

perfecto.

Y así sucedió que el Príncipe se casó con la joven y vivieron muy felices.

FIN

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BLANCANIEVES

En un país muy lejano vivía una bella princesita llamada Blancanieves, que tenía una

madrastra, la reina, muy vanidosa.

La madrastra preguntaba a su espejo mágico y éste respondía:

- Tú eres, oh reina, la más hermosa de todas las mujeres.

Y fueron pasando los años. Un día la reina preguntó como siempre a su espejo

mágico:

- ¿Quién es la más bella?

Pero esta vez el espejo contestó:

- La más bella es Blancanieves.

Entonces la reina, llena de ira y de envidia, ordenó a un cazador:

- Llévate a Blancanieves al bosque, mátala y como prueba de haber realizado mi

encargo, tráeme en este cofre su corazón.

Pero cuando llegaron al bosque el cazador sintió lástima de la inocente joven y

dejó que huyera, sustituyendo su corazón por el de un jabalí.

Blancanieves, al verse sola, sintió miedo y lloró. Llorando y andando pasó la

noche, hasta que, al amanecer llegó a un claro en el bosque y descubrió allí una

preciosa casita.

Entró sin dudarlo. Los muebles eran pequeñísimos y, sobre la mesa, había siete

platitos y siete cubiertos diminutos. Subió a la alcoba, que estaba ocupada por siete

camitas. La pobre Blancanieves, agotada tras caminar toda la noche por el bosque,

juntó todas las camitas y al momento se quedó dormida.

Por la tarde llegaron los dueños de la casa: siete enanitos que trabajaban en unas

minas y se admiraron al descubrir a Blancanieves.

Entonces ella les contó su triste historia. Los enanitos suplicaron a la niña que se

quedase con ellos y Blancanieves aceptó, se quedó a vivir con ellos y todos estaban

felices.

Mientras tanto, en el palacio, la reina volvió a preguntar al espejo:

- ¿Quién es ahora la más bella?

- Sigue siendo Blancanieves, que ahora vive en el bosque en la casa de los enanitos...

Furiosa y vengativa como era, la cruel madrastra se disfrazó de inocente viejecita y

partió hacia la casita del bosque.

Blancanieves estaba sola, pues los enanitos estaban trabajando en la mina. La

malvada reina ofreció a la niña una manzana envenenada y cuando Blancanieves dio

el primer bocado, cayó desmayada.

Al volver, ya de noche, los enanitos a la casa, encontraron a Blancanieves tendida

en el suelo, pálida y quieta, creyeron que había muerto y le construyeron una urna de

cristal para que todos los animalitos del bosque pudieran despedirse de ella.

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En ese momento apareció un príncipe a lomos de un brioso corcel y nada más

contemplar a Blancanieves quedó prendado de ella. Quiso despedirse besándola y de

repente, Blancanieves volvió a la vida, pues el beso de amor que le había dado el

príncipe rompió el hechizo de la malvada reina.

Blancanieves se casó con el príncipe y expulsaron a la cruel reina y desde entonces

todos vivieron felices.

FIN

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CAPERUCITA ROJA

Había una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja y la

muchachita la llevaba tan a menudo que todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.

Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro

lado del bosque, recomendándole que no se entretuviese por el camino, pues cruzar el

bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí el lobo.

Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña

tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la Abuelita, pero no le daba miedo

porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas...

De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.

- ¿A dónde vas, niña?- le preguntó el lobo con su voz ronca.

- A casa de mi Abuelita- le dijo Caperucita.

- No está lejos- pensó el lobo para sí, dándose media vuelta.

Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores: - El lobo se

ha ido -pensó-, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy contenta cuando le

lleve un hermoso ramo de flores además de los pasteles.

Mientras tanto, el lobo se fue a casa de la Abuelita, llamó suavemente a la puerta y

la anciana le abrió pensando que era Caperucita. Un cazador que pasaba por allí había

observado la llegada del lobo.

El lobo devoró a la Abuelita y se puso el gorro rosa de la desdichada, se metió en

la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues Caperucita Roja llegó

enseguida, toda contenta.

La niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.

- Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!

- Son para verte mejor- dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.

- Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!

- Son para oírte mejor- siguió diciendo el lobo.

- Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!

- Son para...¡comerte mejoooor!- y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzó sobre

la niñita y la devoró, lo mismo que había hecho con la abuelita.

Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las

malas intenciones del lobo, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa

de la Abuelita. Pidió ayuda a un segador y los dos juntos llegaron al lugar. Vieron la

puerta de la casa abierta y al lobo tumbado en la cama, dormido de tan harto que

estaba.

El cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La Abuelita y Caperucita

estaban allí, ¡vivas!.

Para castigar al lobo malo, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo

volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y

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se dirigió a un estanque próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó

en el estanque de cabeza y se ahogó.

En cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto, pero

Caperucita Roja había aprendido la lección. Prometió a su Abuelita no hablar con

ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora en adelante, seguiría

las juiciosas recomendaciones de su Abuelita y de su Mamá.

FIN

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RAPUNZEL

Habia una vez una pareja que hacía mucho tiempo deseaba tener un bebé. Un día, la

mujer sintió que su deseo ¡por fin! se iba a realizar. Su casa tenía una pequeña ventana

en la parte de atrás, desde donde se podía ver un jardín lleno de flores hermosas y de

toda clase de plantas. Estaba rodeado por una muralla alta y nadie se atrevía a entrar

porque allí vivía una bruja.Un día, mirando hacia el jardín, la mujer se fijó en un árbol

cargadito de espléndidas manzanas que se veían tan frescas que ansiaba comerlas. Su

deseo crecía día a día y como pensaba que nunca podría comerlas, comenzó a

debilitarse, a perder peso y se puso enferma. Su marido, preocupado, decidió realizar

los deseos de la mujer. En la oscuridad de la noche el hombre cruzó la muralla y entró

en el jardín de la bruja. Rápidamente cogió algunas de aquellas manzanas tan rojas y

corrió a entregárselas a su esposa. Inmediatemente la mujer empezó a comerlas y a

ponerse buena. Pero su deseo aumentó, y para mantenerla satisfecha, su marido decidió

volver al huerto para recoger mas manzanas. Pero cuando saltó la pared, se encontró

cara a cara con la bruja.

"¿Eres tu el ladrón de mís manzanas?" dijo la bruja furiosa.

Temblando de miedo, el hombre explicó a la bruja que tubo que hacerlo para salvar la

vida a su esposa.

Entonces la bruja dijo, "Si es verdad lo que me has dicho, permitiré que recojas cuantas

manzanas quieras, pero a cambio me tienes que dar el hijo que tu esposa va a tener. Yo

seré su madre."

El hombre estaba tan aterrorizado que aceptó. Cuando su esposa dio a luz una pequeña

niña, la bruja vino a su casa y se la llevó. Era hermosa y se llamaba Rapunzel.Cuando

cumplió doce años, la bruja la encerró en una torre en medio de un cerrado bosque. La

torre no tenía escaleras ni puertas, sólo una pequeña ventana en lo alto. Cada vez que la

bruja quería subir a lo alto de la torre, se paraba bajo la ventana y gritaba: "¡Rapunzel,

Rapunzel, lanza tu trenza!Rapunzel tenía un abundante cabello largo, dorado como el

sol. Siempre que escuchaba el llamado de la bruja se soltaba el cabello, lo ataba en

trenzas y lo dejaba caer al piso. Entonces la bruja trepaba por la trenza y se subía hasta

la ventana.Un día un príncipe, que cabalgaba por el bosque, pasó por la torre y escuchó

una canción tan gloriosa que se acercó para escuchar. Quien cantaba era Rapunzel.

Atraído por tan melodiosa voz, el príncipe buscó entrar en la torre pero todo fue en

vano. Sin embargo, la canción le había llegado tan profundo al corazón, que lo hizo

regresar al bosque todos los días para escucharla.Uno de esos días, vio a la bruja

acercarse a los pies de la torre. El príncipe se escondió detrás de un árbol para observar

y la escuchó decir:"!Rapunzel! ¡Rapunzel!, ¡lanza tu trenza!"Rapunzel dejó caer su

larga trenza y la bruja trepó hasta la ventana. Así, el principe supo como podría subir a

la torre.

Al día siguiente al oscurecer, fue a la torre y llamó: "¡Rapunzel!, ¡Rapunzel!, "¡lanza tu

trenza!"El cabello de Rapunzel cayó de inmediato y el príncipe subió.Al principio

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Rapunzel se asustó, pero el príncipe le dijo gentilmente que la había escuchado cantar y

que su dulce melodía le había robado el corazón. Entonces Rapunzel olvidó su temor.

El príncipe le preguntó si le gustaría ser su esposa a lo cual accedió de inmediato y sin

pensarlo mucho porque estaba enamorada del príncipe y porque estaba deseosa de salir

del dominio de esa mala bruja que la tenía presa en aquel tenebroso castillo. El príncipe

la venía a visitar todas las noches y la bruja, que venía sólo durante el día, no sabía

nada. Hasta que un día, cuando la bruja bajaba por la trenza oyó a Rapunzel decir que

ella pesaba mas que el príncipe. La bruja reaccionó gritando: "Así que ¿has estado

engañándome?" Furiosa, la bruja decidió cortar todo el cabello de Rapunzel,

abandonándola en un lugar lejano para que viviera en soledad.

Al volver a la torre, la bruja se escondió detrás de un árbol hasta que vió llegar al

príncipe y llamar a Rapunzel. Entonces enfurecida, la bruja salió del escondite y le dijo:

"Has perdido a Rapunzel para siempre. Jamas volverás a verla". Por lo que el principe

se quedó desolado. Además, la bruja le aplicó un hechizo dejando ciego al principe.

Incapacitado de volver a su castillo, el principe acabó viviendo durante muchos años en

el bosque hasta que un día por casualidad llegó al solitario lugar donde vivia Rapunzel.

Al escuchar la melodiosa voz, se dirigió hacia ella. Cuando estaba cerca, Rapunzel lo

reconoció.

Al verlo se volvió loca de alegría, pero se puso triste cuando se dio cuenta de su

ceguera. Lo abrazó tiernamente y lloró.Sus lágrimas cayeron sobre los ojos del príncipe

ciego y de inmediato los ojos de él se llenaron de luz y pudo voler a ver como antes.

Entonces, felizes por estaren reunido con su amor, los dos se casaron y vivieron muy

felices.

FIN

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LA BELLA DURMIENTE

Èrase una vez... una reina que dio a luz una niña muy hermosa. Al bautismo invitó a

todas las hadas de su reino, pero se olvidó, desgraciadamente, de invitar a la más

malvada. A pesar de ello, esta hada maligna se presentó igualmente al castillo y, al

pasar por delante de la cuna de la pequeña, dijo despechada: "¡A los dieciséis años te

pincharás con un huso y morirás!" Un hada buena que había cerca, al oír el maleficio,

pronunció un encantamiento a fin de mitigar la terrible condena: al pincharse en vez de

morir, la muchacha permanecería dormida durante cien años y solo el beso de un joven

príncipe la despertaría de su profundo sueño. Pasaron los años y la princesita se

convirtió en la muchacha más hermosa del reino. El rey había ordenado quemar todos

los husos del castillo para que la princesa no pudiera pincharse con ninguno. No

obstante, el día que cumplía los dieciséis años, la princesa acudió a un lugar del castillo

que todos creían deshabitado, y donde una vieja sirvienta, desconocedora de la

prohibición del rey, estaba hilando. Por curiosidad, la muchacha le pidió a la mujer que

le dejara probar. "No es fácil hilar la lana", le dijo la sirvienta. "Mas si tienes paciencia

te enseñaré." La maldición del hada malvada estaba a punto de concretarse. La princesa

se pinchó con un huso y cayó fulminada al suelo como muerta. Médicos y magos fueron

llamados a consulta. Sin embargo, ninguno logró vencer el maleficio. El hada buena

sabedora de lo ocurrido, corrió a palacio para consolar a su amiga la reina. La encontró

llorando junto a la cama llena de flores donde estaba tendida la princesa. "¡No morirá!

¡Puedes estar segura!" la consoló, "Solo que por cien años ella dormirá" La reina, hecha

un mar de lágrimas, exclamó: "¡Oh, si yo pudiera dormir!" Entonces, el hada buena

pensó: 'Si con un encantamiento se durmieran todos, la princesa, al despertar

encontraría a todos sus seres queridos a su entorno.' La varita dorada del hada se alzó y

trazó en el aire una espiral mágica. Al instante todos los habitantes del castillo se

durmieron. " ¡Dormid tranquilos! Volveré dentro de cien años para vuestro despertar."

dijo el hada echando un último vistazo al castillo, ahora inmerso en un profundo

sueño.En el castillo todo había enmudecido, nada se movía con vida. Péndulos y relojes

repiquetearon hasta que su cuerda se acabó. El tiempo parecía haberse detenido

realmente. Alrededor del castillo, sumergido en el sueño, empezó a crecer como por

encanto, un extraño y frondoso bosque con plantas trepadoras que lo rodeaban como

una barrera impenetrable. En el transcurso del tiempo, el castillo quedó oculto con la

maleza y fue olvidado de todo el mundo. Pero al término del siglo, un príncipe, que

perseguía a un jabalí, llegó hasta sus alrededores. El animal herido, para salvarse de su

perseguidor, no halló mejor escondite que la espesura de los zarzales que rodeaban el

castillo. El príncipe descendió de su caballo y, con su espada, intentó abrirse camino.

Avanzaba lentamente porque la maraña era muy densa. Descorazonado, estaba a punto

de retroceder cuando, al apartar una rama, vio... Siguió avanzando hasta llegar al

castillo. El puente levadizo estaba bajado. Llevando al caballo sujeto por las riendas,

entró, y cuando vio a todos los habitantes tendidos en las escaleras, en los pasillos, en el

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patio, pensó con horror que estaban muertos, Luego se tranquilizó al comprobar que

solo estaban dormidos. "¡Despertad! ¡Despertad!", chilló una y otra vez, pero en vano.

Cada vez más extrañado, se adentró en el castillo hasta llegar a la habitación donde

dormía la princesa. Durante mucho rato contempló aquel rostro sereno, lleno de paz y

belleza; sintió nacer en su corazón el amor que siempre había esperado en vano.

Emocionado, se acercó a ella, tomó la mano de la muchacha y delicadamente la besó...

Con aquel beso, de pronto la muchacha se desesperezó y abrió los ojos, despertando del

larguísimo sueño. Al ver frente a sí al príncipe, murmuró: ¡Por fin habéis llegado! En

mis sueños acariciaba este momento tanto tiempo esperado." El encantamiento se había

roto. La princesa se levantó y tendió su mano al príncipe. En aquel momento todo el

castillo despertó. Todos se levantaron, mirándose sorprendidos y diciéndose qué era lo

que había sucedido. Al darse cuenta, corrieron locos de alegría junto a la princesa, más

hermosa y feliz que nunca. Al cabo de unos días, el castillo, hasta entonces inmerso en

el silencio, se llenó de cantos, de música y de alegres risas con motivo de la boda.

FIN