cuento cuatro y canto uno de lucia piñango

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La narrativa de estas breves historias, tienen un matiz de profunda reflexión que quizás escapa al pensar de los muchachos de estos tiempos. La niña de cabellos de oro, nos recuerda a una niña albina que brilla con el amor de su entorno. Parchitos de felicidad nos lleva a los tiempos donde los juegos como las metras o pichas, el trompo, saltar la cuerda, garrufio, pisé, entre otros, nos exponían a romper los pantalones dejando en evidencia la pobreza disimulada entre zurcidos y remiendos que, en este cuento, adquieren un envidiable toque mágico. Los tres corronchitos, en su concepto de fealdad, nos da el recurso para la supervivencia, sin limitar la posibilidad de vivir aventuras y compartir un entorno de colores. Una navidad virtual, compara el mundo mágico vivido durante la recreación de los eventos decembrinos y lo que un niño logra desde sus juegos virtuales. Finalmente, La Noche de los duendecitos, un concepto de comedia musical infantil en cinco partes.

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Lucia Piñango Funes

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Ukumarito (voz quechua), representación indígena del

oso frontino, tomada de un petroglifo hallado en la Mesa

de San Isidro, en las proximidades de Santa Cruz de Mora.

Mérida – Venezuela.

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El Sistema Nacional de Imprentas es un proyecto impulsado por el Ministerio del Poder

Popular para la Cultura a través de la Fundación Editorial el perro y la rana, con el apoyo y la

participación de la Red Nacional de Escritores de Venezuela, tiene como objeto fundamental

brindar una herramienta esencial en la construcción de las ideas: el libro. Este sistema se

ramifica por todos los estados del país, donde funciona una pequeña imprenta que le da paso

a la publicación de autores, principalmente inéditos. A través de un Consejo Editorial Popular,

se realiza la selección de los títulos a publicar dentro de un plan de abierta participación.

Aprender—haciendo es el fin primordial de la colección Piedra, papel o tijera, buscando el encuentro de nuevos lectores, con historias, cuentos, poemas y dibujos, de una manera sencilla, lúdica, experimental y creativa, donde el lector pasa a ser parte de la obra literaria a través de la interpretación, la elaboración de juegos y la lectura creativa—participativa en el que se pueden colorear historias hechas para los más pequeños y curiosos creadores. Seguros de poder contribuir a crear el hábito de la lectura, la curiosidad y la capacidad de análisis para crear historias, entregamos a los más pequeños esta colección donde aprenderemos a crear nuestro nuevo mundo posible.

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Fundación Editorial el perro y la ranaRed Nacional de Escritores de Venezuela

Imprenta de Mérida. 2011Colección Piedra, papel o tijera

Lucia Piñango Funes

CUENTO CUATRO Y CANTO UNO

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© Lucía Piñango Funes© Fundación Editorial el perro y la rana, 2011

Ministerio del Poder Popular para la CulturaCentro Simón Bolívar, Torre Norte, Piso 21, El Silencio,

Caracas – Venezuela 1010Telfs.: (0212) 377.2811 / 808.4986

[email protected]@elperroylarana.gob.ve

http://www.elperroylarana.gob.ve

Ediciones Sistema Nacional de Imprentas, MéridaCalle 21, entre Av 2 y 3. Centro Cultural Tulio Febres Cordero, nivel sótano

Mérida – [email protected]

Red Nacional de Escritores de Venezuela

Gabinete Ministerial de Cultura – Mérida

Fundación para el Desarrollo Cultural del Estado Mérida – FUNDECEM

Consejo Editorial PopularDaniel ArellaEver Delgado

Hermes VargasGonzalo Fragui

José Gregorio GonzálezKarelyn Buenaño

Leiber LópezStephen Marsh Planchart

Diseño y diagramaciónYesYKa Quintero

Impresión Yesyka Quintero

PartiturasAlberto Torres

Ilustraciones© Miguel Villafañe

Depósito Legal: LF4022011800859 ISBN: 978-980-14-1591-6

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Lucia Piñango Funes

CUENTO CUATRO Y CANTO UNO

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agradecimiento aL ProFesor aLberto torres, director de Los niños cantores de mérida Por La revisión de Las Partituras

El grillito juguetónLira, lira, lira

hace pompas de jabónLira, lira la.

Alberto Torres

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Dedicado a Andrea Daniela

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San Juanin, era un pueblo muy tranquilo de pocos habitantes. Los pobladores eran personas muy sencillas que trabajaban en labores del cam-po, sembrando frutas y flores que luego vendían en el mercado. Los niños eran muy felices jugan-do por las calles empedradas y aprendiendo en la humilde escuela.

En San Juanin nació una niña muy especial. Era blanca y menudita, con las manos muy finas, de-dos largos y arrugaditos como espigas, su cabecita apenas tenía unas burusas de cabello. Por eso, sus padres Ana y Andrés, la llamaron Brizna. Cuando la niña creció, sus cabellos se fueron poniendo de un color amarillo muy raro. Por las tardes cuando jugaba en el patio, el sol hacia resplandecer su cabellera iluminando todo a su alrededor.

Cuando Brizna cumplió cinco años, sus pa-dres decidieron celebrar su cumpleaños e invi-taron a todos los habitantes del pueblo. En la plaza organizaron la fiesta adornándola con globos de colores, bambalinas y papelillos. To-dos los niños asistieron con sus padres llevando frutas y comida para compartir, como regalos le dieron a Brizna juguetes de artesanía hechos por ellos mismos. La piñata tenía forma de sol y estaba colgada en el centro de la plaza. La fiesta comenzó por la tarde con mucho entusiasmo. Los niños jugaban, bailaban y cantaban com-partiendo con los padres en cada actividad. Al-gunos ancianos amenizaron la fiesta con músi-

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ca interpretada por ellos mismos con sus viejos instrumentos y canciones que cantaba en coro. Todos estaban muy felices esa tarde.

El entusiasmo era tan grande, que los soni-dos de la música y los cantos llegaban hasta la cima de una montaña donde estaba el castillo del rey Rocco, un hombre ambicioso y cruel que sólo pensaba en el dinero que podía obtener del trabajo de la gente del pueblo. El rey dormía la siesta cuando escuchó la gran algarabía que ve-nía del pueblo. Muy molesto se levantó y llamó a uno de sus sirvientes.

—¡Yayum, Yayum! –gritó fuertemente con voz de enojo–. Yayum corrió hasta su cuarto asus-tado porque sabia del mal carácter de su amo.—¡Dígame Señor, en que puedo servirle!

El rey Rocco estaba aturdido por el ruido de la música y las risas de los niños y sus padres.

—¡Me puedes explicar qué está pasando! ¿Qué es todo ese ruido que se oye allá afuera?

Yayum no sabía qué contestar y rápidamente se asomó por la ventana y le comentó al rey lo que observaba.

—¡Creo que hay una fiesta en el pueblo, señor, pero no logro ver bien!

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El rey Rocco se molestó aún más y ponién-dose las pantuflas se asomó por la ventana para verificar lo que Yayum le decía.

—¡No puede ser, a mi no me invitaron!, ¿Qué estarán celebrando?

Y tomando un telescopio corrió hacia la to-rre más alta de su castillo para ver la fiesta. Des-de arriba pudo observar a la gente bailando y disfrutando de la música y de la comida que compartían con amabilidad. De pronto, logró-ver algo muy brillante que se movía de un lado a otro por entre la gente y de inmediato se ima-ginó lo que pasaba.

—¡Viste, Yayum, la gente está celebrando porque encontraron oro, oro puro, que están paseando por toda la fiesta!

Yayum no estaba muy convencido y con cierto respeto le refutó.

—No puede ser, en este pueblo no hay oro.—¡Mira Yayum, mira tú mismo y dime si eso que brilla no es puro oro, mira como ilumina toda la fiesta!

Yayum se asomó por la ventana y vio la gran luz que el rey Rocco le señalaba.

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De inmediato el rey ordenó que se forma-ra una tropa de su ejército para ir al pueblo a quitarles ese oro ya que él consideraba que le pertenecía. Y así fue como el rey bajó por la montaña con sus guardias a caballo. Al llegar al pueblo fueron hasta la plaza y rodearon a la gente de la fiesta. La música se detuvo y los ni-ños salieron despavoridos a esconderse en los patios y corrales de las casas cercanas.

—¿Dónde está el oro? –preguntó el rey Roc-co con su voz de ogro–.—No tenemos oro señor –contesto un hu-milde campesino sin saber qué hacer–. El rey se enfureció y amenazó a la gente con sus soldados.—¡Creen que no lo sé, he visto desde mi casti-llo cómo celebraban esta fiesta, con algo que resplandecía como sólo el oro puede hacerlo! Si no me dicen donde está, mis soldados se encargarán de ustedes.

De inmediato, los pobladores empezaron a protestar y a pelear con los guardias para evi-tar que atraparan a Brizna. Y aunque estaban asustados, trataban de convencer al rey de que no había oro, aunque éste no entraba en razón. De pronto, entre los matorrales, el rey miró algo que brillaba y le ordenó a Yayum que lo atrapara.

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—¡Atrápalo Yayum, corre y tráemelo que se lo llevan escondido! –decía el rey ambicioso mien-tras Yayum corria hasta donde estaba Brizna.

La niña, muy asustada, quiso escapar metién-dose por entre los animales del corral, lo que hizo que Yayum resbalara en el estiércol. La pequeña fue a esconderse detrás de un bebedero donde finalmente fue capturada por el sirviente del rey. Al verse atrapar se puso a llorar, hasta que Ya-yum, dulcemente, logró calmarla. Entre llantos, la niña le explicó que no tenían oro sino que era su cabello el que brillaba con el sol. Conmovido por la sinceridad de Brizna, Yayum entendió la situación, pero sabia que el ambicioso Rey Ro-cco, no la iba a aceptar fácilmente, por lo que tuvo una idea que le planteó en seguida.

—Oye Brizna, verás lo que haremos para salvar tu vida y la de toda tu gente. Cortaré tu cabello color de oro y se lo llevaré al rey, le diré que era un animal, y para que no te descubra llenaremos tu cabecita de barro para que se vea marrón. No te pre-ocupes que tu cabello volverá a crecer en poco tiempo.

La niña estuvo de acuerdo pues entendió que así ayudaría a sus amigos y el rey se iría contento, pero antes le advirtió al sirviente.

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—Cuando lo cortes no lo veas fijamente por-que causa dolor en los ojos.

Asintiendo, Yayum sacó un cuchillo de su cinturón y cortó el cabello largo y hermoso de Brizna. Luego llenó su cabeza de barro, con lo cual se vio como otra persona a la que el rey no podía reconocer. Llevó la cabellera al rey quien no quitó los ojos avaros de la muestra.

—¡Mire, señor! –dijo Yayum con miedo– solo es un raro animal al que he cortado la cola porque se me escapó.

Extendió la cabellera hasta el rey quien im-presionado por su brillo la alzo quedando de frente al sol. Esto hizo que un gran resplandor se reflejara en los cabellos de oro. Entonces, los ojos del rey se abrieron abismados no pudiendo contener su deseo de acercárselos para verlos mejor mientras le decía a Yayum.

—¡Mira, es mas brillante que el oro, Yayum!

El resplandor se hizo cada vez mayor, hacien-do que todos los cascos, armas y aperos metáli-cos del ejército brillaran, los animales comenza-ron a dar vueltas y a emitir sonidos como locos. La gente del pueblo tapó sus ojos para no mirar pero el rey miró fijamente aquella luz sin tomar

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precaución quedando ciego al instante. Preso del dolor en los ojos, soltó el cabello y las riendas, cayendo del caballo que relinchó asustado.

En el suelo quedó de rodillas tapando sus ojos con sus manos y llorando como un niño angus-tiado mientras Yayum trataba de ayudarlo a rees-tablecerse. Entonces Brizna, que no se afectaba por el resplandor de su propio cabello, se acercó y lo recogió quitándolo del sol. Lo envolvió en uno de los papeles de sus regalos y se lo entregó a Yayum, para que se lo diera al rey.

Muy perturbados, el rey y su tropa regresaron a su castillo donde permaneció escondido por mu-cho tiempo. En el pueblo todo volvió a la normali-dad. La gente siguió trabajando en sus labores del campo y los niños seguían yendo a su escuela y correteando por las calles sanamente y felices.

Mientras tanto, el rey Rocco ambicioso y malvado, aprendió la lección: “no todo lo que brilla es oro”. Desde entonces se refugió en su castillo, cuidado por el noble Yayum, quien se encargaba de administrar sus bienes. El cabello fue guardado en una caja de madera en un cuar-to oscuro con postigo por donde apenas entraba un rayito de luz. Así los visitantes y curiosos po-dían verlo sin ser afectados por su brillo.

Por largos meses el Rey sufrió por la cegue-ra causada por su ambición. Su dolor se aliviaba cuando Brizna se acercaba y suavemente coloca-ba sus manitas en sus ojos. Por eso, todo los fines

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de semana, el Rey ordenaba a sus guardias buscar a los niños del pueblo para hacerles una hermosa fiesta en los jardines del castillo, donde mandó a construir un parque para que jugaran. Entonces, Yayum lo llevaba hasta la torre donde él podía distinguir una luz que, correteando por el campo, iluminaba la oscuridad de sus ojos.

Pero una noche de cielo despejado, Brizna miraba las estrellas desde la ventana de su cuarto mientras Ana su madre, preparaba la cama para dormir. Inquieta, le pregunto con curiosidad:

—Mami, en el cielo hay miles de estrellas que parecen farolitos, pero todo es muy os-curo de noche.

La mamá distraída por el quehacer le contes-tó sin premura:

—Las estrellas son solecitos muy pequeños y están muy lejos que no llegan al corazón de la tierra.

Impactada por la respuesta la niña saltó hacia la madre y colgándose de su cuello la brazo y con mucha alegría le dijo acariciándole el cabello:

—Mami eres un genio, mañana quiero que me lleves al rey Rocco, creo que sé cómo ha-cer que vuelva a ver.

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Muy temprano la niña y su madre llegaron al castillo, Yayum las recibió y las hizo pasar hasta el gran balcón desde donde se ve todo el pueblo.

—Hola Brizna sabia que eras tú, vi una luce-cita cruzando el jardín, y pensé, hoy veré un rayito de sol.

La niña lo miró de frente y observó la gran tristeza que el rey tenia por no poder ver, pero también recordó lo mal que trataba a la gente del pueblo por su ambición.

—Señor Rey, usted no puede ver porque su corazón es muy oscuro, no tiene luz y las luces del sol no llegan para iluminarlo.

El rey bajó su mirada y abrumado le contestó:

—Sé lo que quieres decir, he sido muy malo y ambicioso y de nada me ha servido la riqueza para curar mi ceguera.—Yo te curaré si prometes no hacer mas daño a la gente del pueblo y ayudarnos siempre –dijo brizna–.—Está bien, has lo que quieras, que yo ya no soy el mismo.

Entraron al salón y la niña le pidió a Yayum el cabello que había cortado y éste lo trajo en su

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caja de madera de donde emanaban yayos de luz por la endijas. Rocco se recostó en el sillón y la niña colocó el cabello en su pecho a la al-tura del corazón haciendo que él lo sostuviera con sus manos, mientras que ella le tapaba los ojos con sus manitas.

Yayum y Ana que observaban silenciosamen-te taparon sus ojos cuando el cabello comenzó a brillar con el sol. El rey se puso a llorar como un niño y de sus ojos salieron ríos de lágrimas. También su cuerpo terminó empapado en sudor.

De pronto el cabello dejó de brillar y cambió su color a oscuro. Afuera el día se puso nubla-do, una pertinaz lluvia comenzaba a caer.

El Rey casi desmallado llamaba a su mamá y reía y lloraba como un niño. Cuando todo se calmó, Brizna quitó sus manitas de los ojos de Rocco quien al abrirlos lentamente comenzó a recuperar la visión.

Contento el rey se levantó del sillón y se puso a saltar y bailar y prometió hacer el bien y ayudar al pueblo en todas sus necesidades.

Desde entonces, la historia cuenta que el Rey Rocco hizo lo posible por estar feliz ya que cada vez que se ponía gruñón sus ojos se nublaban y su visión se hacia borrosa.

El pueblo prosperó porque el rey ya no mal-trataba a la gente y todos fueron muy felices.

Y colorín colorao este cuento ha terminado.

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Dedicado a todos mis sobrinos

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Si alguna vez pasas por el pueblo San Aquí, verás una casa a la orilla del camino que tiene de entrada un inmenso jardín cuyas plantas, sembra-das sin ningún orden, dan la sensación de maras-mos de colores donde, en las mañanas y de tarde-cita, salpican sobre las flores nubes de mariposas.

Como a cien pasos después, hay una casa de lo más sencilla, quizás de adobes y techos de carruci-llo y paja, pero con un gran corredor donde provo-ca echarse a dormir. Allí hace algún tiempo vivían Tomas y Matilda con sus dos niños Artu y Yesu y un perro peludo pastor ingles (ovejero) que llamaban Walter en honor a sus ancestros británicos.

Siendo jóvenes aún, estando recién casados, compraron ese trozo de terreno y lo fueron llenan-do de historias. Detrás de la casa las tierras fértiles dieron para hacer una granja de pocos animales y cultivos de hortalizas, con lo que podían ganar-se la vida tranquilamente. No muy lejos quedaba el río al que Matilda de vez en cuando iba con los niños a bañarse y a conversar con las hadas a las que llevaba como obsequio migajas de dulces que ella muy bien sabia preparar.

Allí se ponían a cantar y a retozar a su alrede-dor. Todo era un secreto que nunca le comentó ni a su marido ni a los niños, pero que ella refería como “las amigas”.

—Voy a visitar a las amigas –decía cuando salía hacia al río–.

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Cuando las cosechas estaban muy malas las hadas les obsequiaban peces, hongos y frutos de los alrededores.

Cierto día en que fue de visita, las hadas le advirtieron de la enfermedad de Tomas, le di-jeron que él trabajaba mucho y que debía des-cansar e ir al médico pronto, pero Tomas no hizo caso a Matilda cuando ésta le contó, y al poco tiempo enfermó hasta agravarse. Cuando fueron al pueblo en busca de un médico éste le diagnosticó un mal incurable y poco tiempo después murió.

Sintiéndose sola, Matilda se encargó junto con sus pequeños, de los quehaceres de la gran-ja y teniendo mucho trabajo, dejó de frecuen-tar el río. Una mañana de esas muy neblinosa, pudo observar a las hadas entre las flores del gran jardín volando con las mariposas.

—Hola amigas, me alegra mucho verlas.

Les dijo Matilda con alegría mientras les ser-vía un gran plato de migajas de dulces que las hadas devoraron con entusiasmo. Entonces una de ellas se acercó y le habló.

—Te estábamos extrañando, queremos decirte que debes prepararte porque el ejército y los milicianos pasarán y querrán llevarse a tus hi-jos para la frontera donde habrá una guerra.

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—Pero aún son muy niños –respondió Matil-da angustiada.—Se están llevando a todos los varones que consideren de suficiente tamaño, así que no te confíes.

Las hadas desaparecieron del jardín y la madre comenzó a pensar de qué manera podía ocultar a sus dos pequeños que pasaban las tardes corre-teando con el perro en el gran solar. Así, regis-trando en un viejo anaquel, encontró una gran pecera y comenzó a armarla con lo que tenía a su alcance. Finalmente tomó una olla y buscó a los niños para que la acompañaran al río. Allí llamo a las hadas amigas y les pidió que los con-virtieran en peces para ponerlos en su pecera y cuidarlos hasta que pasara la guerra.

Las hadas lo hicieron, los niños se metieron al río y con un conjuro extraño se convirtieron en peces de hermosas aletas y llamativos colo-res. A Walter también lo transformaron quedan-do como un extraño pez peludo. Matilda llenó la olla de agua y en ella entraron los nuevos pececitos que colocó en su pecera.

A los pocos días pasó una tropa del ejér-cito con sus uniformes de campaña y mucho armamento, el capitán preguntó por los hom-bres de la casa.

—Mi esposo murió, y los niños fueron en-viados a una escuela en otra ciudad –dijo la mujer con tranquilidad.

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El capitán miró la pecera porque el colorido de los peces llamo su atención.

—Estos peces están muy bonitos, pero ese peludo parece enfermo –dijo el militar–.—¡Ah si!, –contesto Matilda– ese tiene hon-go y lo estoy curando con hierbas.—Pues sáquelo antes de que contamine a los demás.

Los militares pidieron a la mujer que les re-galara algo de comer para la tropa, por lo que les dio dos cabras y tres gallinas, quedándose con unas pocas como provisión.

En pocas semanas la guerra había empezado y asustada Matilda corría al río a comentar con las hadas sobre los hechos que escuchaba en su vieja radio.

Días después pasó una tropa de milicianos y de manera brusca entraron en la casa.

—¡Donde están los hombres de la casa, ve-nimos a llevarlos al frente de lucha!

Muy nerviosa por la mala impresión que daban los hombres, sin uniformes y todos sucios, Matilda le contestó al igual que al grupo anterior.

—Mi esposo murió, y los niños fueron envia-dos a una escuela en otra ciudad.

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Uno que parecía el jefe miró la pecera por-que el colorido de los peces llamó su atención.

—Estos peces están muy bonitos, deberíamos comérnoslo, tenemos mucha hambre pero ese peludo parece enfermo –dijo el hombre–.—Ah sí, –contestó Matilda– ese tiene hon-go y el agua está contaminada, pero pueden tomar las gallinas que quedan en el patio y este trozo de queso y pan.

Los hombres fueron al gran solar y se lleva-ron todo lo que pudieron pero no dejaron de mirar los llamativos peces.

Finalmente Matilda los convenció de que es-taban enfermos y no se los comieron. Al salir, pasaron por entre el enmarañado jardín al que cortaron salvajemente dejándolo destrozado. Una vez que se perdieron de vista, la madre sacó los peces y de nuevo los colocó en una olla con agua y corrió hacia el río. Llamó a las hadas y les pidió que convirtieran a los niños en unos peces no tan llamativos porque se los querían comer.

—¿Quieres unos peces feos y repugnantes? Pues los convertiremos en corronchos, así a nadie le provocarán.

En efecto, los peces se transformaron en pe-queños corronchos chupapiedras y Walter quedó

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como un corronchito peludo. Todos entraron en la olla y de nuevo fueron colocados en la pecera.

Semanas después, aparecieron de nuevo los militares, al llegar a la casa se echaron en el co-rredor de la entrada porque habían estado toda la noche persiguiendo a unos bandidos saquea-dores de casas. El capitán reconoció a Matilda por su bondad de darle animales para su tropa. Pero esta vez le advirtió que no podía quedarse sola por el peligro que había con gente mala.

—Si, por aquí estuvieron y se llevaron todo, hasta destrozaron mi jardín.

El capitán mandó a un grupo de sus hom-bres a revisar los alrededores mientras obser-vaba la pecera.

—¿Que le paso a tus lindos peces?—Enfermaron señor, ahora me quedan estos que están feos.—Creo que ese peludo está enfermo, mírelo, no se le ven los ojos –decía de Walter que movía su aleta trasera con entusiasmo–. El capitán se diri-gió a Matilda y a su tropa con determinación.— Descansaremos esta noche y mañana par-tiremos, la llevaremos a un refugio donde es-tán las mujeres, niños y ancianos, allí podrá estar segura y colaborar con la gente, así que prepare sus cosas más necesarias.

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En vista de aquello, la mujer pensó en qué hacer con sus tres corronchitos ya que no po-dría llevarlos. Entonces, advirtiendo al capitán, colocó los peces en una olla y de nuevo fue al río con la excusa de liberarlos y traer pescado para la comida.

Así lo hizo, y esa tarde fue de nuevo al río y les contó a las hadas lo que pasaba, mientras que con lágrimas les pidió que cuidara de sus niños corronchitos hasta que ella regresara algún día a buscarlos, sino al terminar la guerra podrían vol-verlos a la normalidad y dejarlos libres.

—No te preocupes Matilda, déjalos en el río, nosotras nos encargaremos de ellos, regresa y ve al refugio.

Las hadas hicieron un conjuro extraño y apa-recieron muchos peces en la orilla que Matilda colocó en la olla –llévale estos pescados a los soldados para que no se acerquen al río–.

Así lo hizo Matilda y esa noche los soldados comieron el pescado que Matilda les preparó con tal gusto que al día siguiente amanecieron con mucha energía. Partieron hasta el refugio donde ella se quedó hasta el final de la guerra ayudando en labores de enfermería.

Mientras tanto en el río Artu, Yesu y Walter vivieron libremente sumergidos en un mundo mágico. En las aguas del río aparecían burbujas

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de colores y las piedras hacían grandes caver-nas donde podían esconderse. Walter no per-día la oportunidad de corretear alguna sardinita o de curiosear los caracoles. Olfateaba todo lo que encontraba a su paso y retozaba con todo lo que se movía a su alrededor.

De pronto un día, comenzaron a aparecer otros peces de distintas formas y colores y el río se llenó de algarabía. Eran los niños de la escuela que habían sido convertidos en peces por las hadas y lanzados al agua para proteger-los de los malvados. Entre ellos, apareció una linda corronchita llamada Ovi con unas largas clinejas en su cabeza atadas como trenzas.

Ella se acercó hacia donde estaban los co-rronchitos, al saludarse se reconocieron y re-cordaron los días en la escuela.

—Mira, aquí estamos muchos compañeritos, algunos son peces muy llamativos. A mi me dejaron como corronchita para no llamar la atención y no me comieran.

Así se encontraron todos viviendo libre-mente en el río de burbujas de colores. Ovi se encargó de que todos se conocieran de nuevo, ahora como peces. Mari, Fer, Andry, Juanchi, Eme, Fabi, Puly, Agus, Angi, Oski, Leo, Will, Dav, Shary y Franchy fueron del primer grupo en llegar. Luego otros de otras escuelas se fue-

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ron integrando a los juegos y diversiones que ellos mismos inventaban.

Los tres corronchitos y el corroncho peludo se mantuvieron unidos. No llamaban mucho la atención por no ser los más atractivos del grupo y se la pasaban explorando en las profundidades entre las rocas. Walter de vez en cuando seguía detrás de las sardinita, y cuando aparecieron otros perros, se volvió como loco y comenzaron a retozar nadando velozmente entre los demás chiquillos. Los niños llamaban pépez a todos los perros que aparecían convertidos en peces.

Una vez, por la superficie del río se vieron un par de ojos gigantes que generó gran susto en la muchachada. Era un oso que intentaba comer, entonces los corronchitos alertaron a los compañeros y los llamaron a esconder-se mientras que Walter y sus compañeros pe-pez comenzaron a mordisquear las patas del gran animal. Por la superficie del río, las hadas provocaron ventiscas, que hacían que palos y rocas golpearan al oso, que, desesperado, no pudo contener el ataque y se fue huyendo des-pavorido. Mientras en el agua todos aplaudían y celebraban con gracia cómo los pepezs de-fendieron a los niños.

Así transcurrió mucho tiempo. La guerra terminó y los niños volvieron a su normalidad, cumpliéndose la labor y promesa de las hadas de cuidarlos durante la guerra. Cada uno regre-

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só a su respectiva casa en busca de sus fami-liares. Artu y Yesu volvieron con Walter hasta su granja, donde con tristeza, notaron que su mamá no estaba. La humilde vivienda se en-contraba destrozada, no tenia indicio de vida y el jardín estaba destrozado. Entonces de en-tre las pocas ramas que quedaban aparecieron unas hadas como mariposas que alentaron a los chicos a buscar a su madre.

—¡Busca Walter, busca a mamá y tráela de nuevo a casa!

El perro ahora más lanudo que antes, comen-zó a olfatear por todos lados buscando señales de Matilda. Así emprendió rumbo por lugares donde nunca habían pasado los muchachos. Caminaron varios días por caminos y bosques hasta que llegaron a un gran portón donde el perro se detuvo y comenzó a ladrar con gran euforia. La puerta se abrió y de ella salio un se-ñor apuntando con una escopeta.

—¿Quiénes son y qué quieren?—Andamos buscando a nuestra madre Ma-tilda, debe estar aquí, dígale que somos sus hijos Artu, Yesu, y Walter.

Desde el fondo se escuchó la voz de una mujer que les respondió mientras llegaba al encuentro.

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—¡Son mis niños, están vivos y sanos!—¡Si mamá somos nosotros, Walter te en-contró y nos trajo hasta aquí!

Todos se abrazaron y lloraron de la alegría. Se dispusieron a regresar hasta su casa donde vivieron felices, agradecidos de las hadas que, al igual que a los otros niños, los había salvado de la guerra.

Y colorín colorao, este cuento ha terminado.

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Especialmente para Alejandro Jesús

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Miguelito era un niño muy inteligente y estudioso, siempre salía muy bien en la es-cuela. Vivía con su mamá llamada Juanita en una casa humilde con un modesto decorado. A Miguelito siempre lo molestan sus compa-ñeros del salón porque llevaba los pantalo-nes remendados con parchitos que le hacía su mamá, para tapar los rotitos que él se hacía cuando jugaba metras.

Un día llegó algo molesto a su casa porque los compañeritos se habían burlado de los par-ches de su pantalón.

—Mamá, ¿porqué tengo que llevar estos pantalones tan remendados?, mis compa-ñeros del salón se ríen de mi porque no ten-go pantalones enteros o nuevos. –dijo con tono preocupado–.

Juanita lo miró con ternura y lo sentó sobre sus piernas y muy dulcemente le fue narrando cada una de las historias de sus parchitos.

—Mira Miguelito, cada parchito de estos es especial porque tiene un cuento.

Y señalando uno que estaba en la rodilla le dijo ¿ves? este tiene forma de delfín. Este her-moso e inteligente animal ayuda a los barcos que naufragan y rescata a la gente, porque es

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muy valiente, los levanta por las piernas y los empuja hasta la orilla de la playa, cuando la gente llega sana y salva se siente muy feliz por tener a este delfín de amigo.

Señalando otro lugar en la pierna –agre-gó– este otro, parece un elefante, que es muy fuerte y ayuda a que los músculos sean muy robustos y los niños no se caigan tan fácil-mente, este es un elefante de felicidad que carga a los niños en su lomo y los pasea por todo el mundo.

Y así, Juanita fue creando un cuento para cada parchito que le ponía a los pantalones de Miguelito. El niño se sintió muy feliz, por la forma como su mamá compartía sus cuentos y juegos y en cada parchito ponía un toque má-gico que ella decía que “era de felicidad”.

Otro día durante el recreo de la escuela, los compañeros del salón quisieron burlarse de nue-vo de los pantalones remendados de Miguelito. Pero él con mucha astucia les hizo ver lo que su mamá le había dicho.

—Miren, yo cargo unos pantalones especia-les que no tienen ustedes, cada remiendo es un parchito de felicidad.—Ah si, ¿y que tienen de especial tus parches?—¡Tienen un cuento que mi mamá le pone, por eso son casi mágicos! –dijo con tono de misterio–.

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Y mostrando uno a uno los parchitos les fue narrando a sus compañeros los cuentos que Jua-nita creó con cada forma que les hizo.

Marcos, un compañero, observó en su pan-talón un hueco que se le había hecho en un bolsillo, al llegar a casa le dijo a su mamá, que quería que le pusieran un parchito de felicidad.

—¿De dónde saco yo esos parches, a caso los venden en la tienda de bisutería? –pre-guntó la madre sorprendida.—De la mamá de Miguelito, misia Juanita. Luisa aceptó y fue a visitar a Juanita. Al en-trar a la casa se sorprendió por la forma hu-milde como vivían. Su casa muy limpia y ordenada, con bellos tapetes bordados sobre la mesa y las cortinas decoradas con retazos de flores de distintas telas. Enseguida, Luisa se percató de que algo faltaba.—¿Dónde tienes la maquina con que coses todas estas maravillas? –preguntó inquieta.

Juanita le mostró sus manos y una cajita don-de guardaba los hilos y las agujas.

Luisa le mostró el pantalón de Marcos y le dijo que él quería un parche con forma de avión porque al llegar a grande quería ser piloto. Jua-nita aceptó hacerle el parchito de felicidad con la condición de que tenía que ir a buscarlo él mismo para oír el cuento. Cuando se estaban

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despidiendo, en un descuido de Juanita, Luisa puso una moneda en la caja de hilos y se mar-chó muy contenta con lo que había visto.

Al día siguiente, Marcos fue a buscar su pan-talón y quedo sorprendido con lo que Juanita le había hecho, muy contento se sentó a escuchar el cuento que la mamá de Miguelito había in-ventado sobre su avión. Como todo los demás cuentos, era un avión de felicidad que lo lleva-ba por todo el mundo haciendo feliz a las per-sonas que en él paseaban.

Al día siguiente, Marcos fue a la escuela con su pantalón remendado y les contó a los com-pañeros la experiencia con la mamá de Migue-lito. Poco a poco y de manera misteriosa, los niños procuraban romper sus pantalones para que los remendaran con parchitos de felicidad. Ramón quiso un barco, Rosita una muñeca, Ju-lián un bate de béisbol, Lola una taza de té y así, cada niño escogió un motivo diferente para su parchito, al cual Juanita con mucho cariño hizo acompañado de un cuento de felicidad.

Luisa también contó a sus amigas lo que ha-bía visto en casa de Juanita y a las otras seño-ras del pueblo quienes fueron a llevar los pan-talones de los niños como pretexto para ver el trabajo de costura, que de forma humilde pero magistral, había referido Luisa. Al ver la sencilla lencería comenzaron a encargarles tejidos, cor-tinas, manteles, así como parches para la ropa

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rota, ya no solo de los niños sino también de los adultos. Como Juanita no les cobraba mucho, al despedirse muy discretamente dejaban una mo-neda en la caja de los hilos, porque inventaron el mito de que les daría suerte y felicidad.

En poco tiempo, el pueblo entero vestía sus ropas con parches de felicidad, aún las perso-nas más ricas, podían vérseles vestidos elegantí-simos con aplicaciones de remiendos. Los niños muy pobres no podían diferenciarse de los otros con más recursos porque todos mostraban con alegría sus ropas remendadas.

Lo mejor de todo fue que la gente se reunía en las casas, o en cualquier café, a compartir los cuentos que empezaron a inventar sobre sus parches y hasta parecía extraño ver a alguien con la ropa entera o nueva.

Así fueron desapareciendo los prejuicios y todos sentían un toque infantil de felicidad en sus corazones.

Con los años, los niños del pueblo crecieron, fueron a estudiar en distintas partes y diferentes carreras, pero como se sentían felices, a todo le pusieron toques de felicidad.

Marcos se hizo piloto y viajó en su avión de felicidad. Raúl estudió arquitectura y diseñó sus casas de felicidad. Rosita se hizo decoradora y la gente decía que sus decoraciones, estaban car-gadas de alegría y atraían la felicidad. Ramón, se dedicó a la carpintería y hacia puertas y ventanas

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con tallados muy llamativos, él le decía a la gente que al abrirlas sentirían que entraba la felicidad.

Miguelito por su parte, estudió letras y se hizo un escritor famoso, haciendo libros de cuentos con las historias que su mamá le contaba desde niño, él los llamaba “los cuentos de felicidad.

Así, cada uno fue feliz e hizo feliz a otros con las cosas que hacían, porque habían sembrado en sus corazones la felicidad de aquellos cuen-tos mágicos de aquella humilde mujer que supo convertir las cosas sencillas en maravillosos ins-trumentos de alegrías para grandes y chicos.

Remiendo

Cierto día un vagabundo, amargado, cansa-do de caminar solitario por las calles de la gran ciudad, se sentó en el banco de un parque y comenzó a llorar mientras meditaba

—Cónchale Dios, mírame, estoy cansado de andar sin destino por la ciudad. De que los niños me miren con miedo y la gente me desprecie, de quedarme en las noches solo, en cualquier rincón sin amigos ni familia. No se qué hice, o qué no hice debidamente, a cuantos herí y cuantos me hirieron, aban-doné todo y aquí estoy en la nada.

El hombre guardó silencio unos segundos y cerro sus ojos. Una brisa suave acarició su ros-

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tro desgreñado mientras que una voz susurrante se dejó escuchar en su conciencia.

—Hijo, ponle parchitos de felicidad a tu co-razón y ¡vive!, ¡vive!

Confundido el hombre pregunto entrecortado y con ironía.

—Pero, ¿Con que le hago parches al corazón?Y de nuevo un breve silencio, la suave brisa

y la voz le contestó desde su pensamiento.—¡Con el perdón!

El hombre sorprendido, se quedó unos ins-tantes como paralizado. De pronto sus ojos abiertos brillaron y una sonrisa se dibujó en su rostro. Miró al cielo y desde lo mas profundo de su ser surgió una sola palabra

—¡Gracias! –dijo levantándose y saltando alegremente–.

Desde entonces anda feliz por la vida, son-riente, en paz,...

¡Es libre!

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La navidad es el momento anhelado por todos, en el que en poco tiempo, recibimos y damos con el corazón aquellas pequeñas cosas que nos nega-mos durante el año. Un toque de afecto, solidari-dad y hasta amor en cada gesto del compartir con los que no tienen y aún con los que tienen, pues muchas veces justamente lo que les falta, es eso que se derrocha en el breve tiempo que nos permi-te la navidad y que no vemos. Me refiero al amor.

Por eso, perder la navidad es como perder la oportunidad de sembrarnos la alegría que nos for-talece y que nos permite luchar con las adversida-des del año. Pues he aquí, como un niño dejó es-capar los maravillosos días de una navidad aunque al igual que las anteriores, se hizo inolvidable.

Ocurrió un diciembre. Como todos los años, mamá nos levanto el primero de diciembre ca-ceroliando con un sartén, pregonando por toda la casa la cantaleta de siempre.

—¡Bueno, bueno niños, hay que levantarse llegó diciembre, es hora de arreglar la casa y ponerla bella para que el niño Jesús, San Nicolás y los Reyes nos llenen de regalos y felicidad! –Decía con entusiasmo mientras recorría la casa.

Y del cuartito de chécheres sacó las bolsas, cajas y paquetes con el arbolito y esparció todos los adornos en la sala. Inmediatamente Dina se

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reencontró con sus patines y empezó a rodar por toda la casa llevando y trayendo los ador-nos de las puertas.

Jimmy también rebuscó entre las cajas en-contrándose con los viejos juguetes que el niño Jesús le había traído en años anteriores.

—¡Miren, aquí está mi Atari con el troglodi-ta del Pacman! –y mientras los revisaba se emocionaba y seguía con euforia mostrando las maravillas de sus juegos– ¡Miren, el gor-dito Mario está vestido de San Nicolás!

Pero aún no terminaba su asombro.

—¡Guau, aquí esta mi play station y el nin-tendo mis favoritos de antes!

Los tomó entre sus brazos como si fueran sus mascotitas y los llevó cargados, junto a la com-putadora que le regaló papá este año, con otros tantos videojuegos que coleccionaba en una caja de zapatos. De manera cuidadosa ordenó cada uno de los juguetes uno al lado del otro mostrando con orgullo su colección.

—¡Esta será una navidad divertida!

Dina seguía patinando por la casa con los adornos en las manos y no prestó atención a las

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palabras de Jimmy –Bueno, apenas tiene cinco años y no entiende nada de esto– pensó el niño al sentir su indiferencia

Desde lejos mamá respondía mientras des-tapaba los paquetes y desordenaba la casa con bambalinas y guirnaldas que trataba de ubicar en algún lugar. –¡Muy bien Jimmy, pero ven ayúdame a ensamblar el arbolito!–

Dina seguía patinando, tropezando con los objetos y cayéndose en cualquier lado a ries-go de lastimarse, llevando de un lado a otro los adornos que podía. De pronto como un tropel entró Raúl, el hermano mayor, con sus audífo-nos puestos, como siempre distraído por el rock en sus oídos, al ver el caos en casa se detuvo atónito en la puerta queriendo escapar, pero mamá como siempre lo pescó infraganti.

—Llegaste a tiempo hijo, ven, móntate en la escalera y colócale la punta al arbolito y la estrella, ah y de un vez las luces alrededor.

Inmediatamente Raúl se fijó en la colección de juegos que tenia Jimmy y se apresuró a tomarlos.

—¡Que bien Jimmy, tremenda colección, a ver, préstame uno! –dijo tomando el Atary dejando escuchar de inmediato los sonidos

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electrónicos del aparatito que hicieron re-cordar los días de tormentos con Jimmy ju-gando a toda hora.—¡Deja eso Raúl y ven a ayudarme con este arbolito tan grande que sola no puedo! –dijo mamá, desde el extremo de la sala–.

Y así comenzó esa navidad en casa de Ji-mmy quien, sin salir de su emoción, arregló una esquina de la sala junto al computador con todos sus equipos de video juegos debidamente conectados. Mamá se volvió loca, como siem-pre, arreglando la casa con los adornos viejos y nuevos y Dina seguía patinando con el pretexto de ayudar a adornar, Raúl, de vez en cuando se escapaba porque mamá no le daba descanso y papá llegaba en las tardes del trabajo y sólo se le escuchaba decir –¡que bonito esta quedando todo!– mientras recorría la casa como un ins-pector de obras.

En las calles comenzaban a aparecer una ciudad vestida de luces y adornos y de vez en cuando un mortero anunciaba un grupo de pa-rranderos que pasaban cantando.

Y mientras el rebullicio invadía el ambiente, Jimmy se instalaba en sus juegos pasándolos de uno en uno y superando cada día sus propios record. Así, mientras el arbolito reverdecía y flo-recía con bombillos y guirnaldas, el niño revivía los viejos juegos alcanzando los máximos pun-

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tajes, pero esta vez con menos dificultad que antes puesto que ahora tenía mayor destreza y rápidamente obtenía de aquellos aparatos los efectos especiales de triunfo con que celebraba ambos acontecimientos.

De igual forma ocurrió que, mientras Raúl se empeñaba en hacer el pesebre con grandes mon-tañas de papel con aserrín pintado de verde y pe-gaba las ovejitas, Jimmy subía riscos y cruzaba caminos escabrosos llenos de dificultades con su juego de alpinista, de modo que cuando final-mente su hermano encendió las luces del pesebre y la fuente se ilumino con un efecto especial en la cascada, Jimmy llego al pico más alto de su juego de nintendo, donde consiguió la laguna de agua cristalina con la que salvó su vida y obtuvo el te-soro que se encontraba en sus profundidades.

Jimmy logró ese diciembre ganar nuevamen-te, todos y cada uno de lo juegos de los viejos equipos y se dio banquete con los video juegos que le regaló papá. Para el año nuevo sus tropas habían alcanzado conquistar las colonias más ricas del Empire y justo cuando dieron las 12 y todos se dieron el feliz año, en su juego sonaron los cañones de triunfo de sus tropas, y como todo un rey se levantó de la silla y entre los abrazos de todos vivió la alegría del triunfo total.

Justo ese día, después de compartir la ale-gría del año nuevo entremezclado con su triun-fo virtual, fue hasta la mesa del comedor que

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vestía un especial decorado. Alcanzando a to-mar unas pocas uvas que quedaban, las botellas de ponche se había terminado y la cena ya se había servido. Sin embargo, consiguió un plato tapado con la comida que le había guardado mamá. Mientras comió observó a todos cele-brar y divertirse.

Por fin Dina se había quitado los patines y mostraba su vestido nuevo, sus zapatos de pa-tente dorados, y una muñeca gigante de tela. Raúl tenía corbata y chaqueta y cargaba un equipo de sonido conectado con audífonos mi-niatura que desaparecían en sus orejas. Papá parecía un muñeco de torta. Mamá vestida con un traje azul de bordados en el frente cantaba con los amigos y vecinos.

¡Ah, es una fiesta! –Pensó Jimmy y como era media noche sintió sueño y se fue a dormir.

Pasaron varios días en que el niño se levantaba solamente a comer y luego le venía esa sensación de cansancio que le hacía regresar a la cama. Una mañana despertó muy temprano y sintió un gran silencio en casa. Sigiloso salió del cuarto hasta la sala donde alguien curucuteaba. Para su sorpresa era mamá que arreglaba los corotos del pesebre. La saludó aún soñoliento y le preguntó

—¡Que!, ¿vas a cambiar el pesebre?—No, es tiempo de recoger todo –dijo la mamá mientras empaquetaba las piezas–.

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—¡Cómo! ¿Tan pronto? –dijo el niño alarmado–.—¡Cómo que pronto! estamos en enero del año naciente y hasta los Reyes magos cum-plieron su misión y se fueron.—¡No puede ser! ¿y el niño Jesús no vino? –preguntó atónito al observar que el arboli-to había desaparecido–.—Claro que sí –respondió mamá al observar al niño con cara de perdido en el tiempo–.—¿Y mi regalo?, ¡seguro me lo guardaste en alguna parte! —Búscalo junto a la carta que le escribiste, sabes que siempre lo coloca en el mismo lu-gar donde la dejan.

Desesperado corrió hasta donde antes ha-bían colocado el arbolito encontrando un sobre sin nombres.

—¡No puede ser! Olvidé escribir la carta del niño Jesús. También la de los Reyes. ¿Y mi tío Juan no vino disfrazado de San Nicolás?—Sí, y tampoco fuiste a las fiestas de com-partir de los vecinos ni a los intercambios del amigo secreto. Pero eso sí, al menos cele-braste el año nuevo.—¿Cuándo?, ¡no lo recuerdo!—¡Cómo que no!, si hasta nos abrazaste a to-dos y estabas tan feliz, que por primera vez te despegaste de los juegos y el computador.

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Abrumado por los acontecimientos, Jimmy lle-gó a la conclusión de que se había perdido la navi-dad y mientras Dina recibió juguetes y regalos, Raúl tuvo su mini compacto nuevo, Jimmy no se enteró de los momentos importantes de la navidad.

Eso sí, obtuvo grandes triunfos en sus jue-gos de videos, que lo mantuvieron aislado de la gente en un momento tan especial y breve como la navidad.

Finalmente, el aturdido niño abrió el sobre y encontró una tarjeta con una nota.

Adivinen ustedes lo que decía…

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Obra musical inspirada en Sanvador Arturo

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Esta es una obra musical creada para niños de primera etapa. En ella pueden participar todos los

niños del aula actuando, cantando en el coro o danzando.

Fue presentada por los niños de primera etapa del colegio Santa Marta en julio de 1996

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PersonajesCarlitos la mamá

El arlEquín (Fantochin principal)Grupo dE FantoChinEs (ayudantes)Coro narrador

JuGuEtEs (niños)

Escena 1

Música de intro

Acción: Entra Carlitos que regresa de la escuela, va a la habitación y arroja los útiles escolares en la cama. Enciende la televisión, luego se dirige al cajón de ju-guetes y los saca todos haciendo reguero por el sue-lo. Se pone a jugar.

CoRo naRRadoR (alegre)

Carlitos era un niñotravieso y juguetónle gustaba estar soloviendo televisión.Cuando estaba en la escuela no prestaba atenciónsiempre estaba soñandoMirando el pizarrón (bis)

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Carlitos era un niño que solo quería jugar no hacia las tareas ni se ponía a estudiar. Siempre tenia el cuartoa punto de explotary su mama decía, de forma singular.

La mamá entra la mamá al cuarto y le dice con tono de enfado.

La mamá: ¡Carlitos, hijito, ya deja de jugarllegaste de la escuela te tienes que cambiarve a lavarte las manosque tienes que almorzartienes que hacer tareate tienes que bañar! (bis)

Pero Carlitos atiende un segundo y al salir la mamá del cuarto vuelve a lo que estaba haciendo.

CoRo naRRadoR (pícaro)

Pero como era traviesoy no prestaba atenciónsólo se divertía con su imaginación.

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Y jugaba y jugaba y no paraba de jugary cuando estaba solo se ponía a cantar.

Carlitos se detiene frente al espejo y mirando sus juguetes medita.

CaRLitos Yo quisieraque el planetafuera todo de juguetesde colores y cancionesy alegría sin pararyo quisiera que los niñoscompartieran sin temoresen un mundo de juguetes para todos por igual.Y volar, volar, volaren aviones de papelnavegar por alta martodo un día y volvery girar, girar, girarcomo en un gran carrusely reir cantar, soñarcon amigos por doquier

Carlitos se va a la cama cansado y se queda dormi-do. Por la ventana de su cuarto se escuchan ruidos

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extraños. Suena un silvato, un trompetín, un tambor, y escucha que lo llaman sigilosamente.

Acción: Carlitos soñoliento se sienta en la cama mientras el Coro narrador describe la escena.

La mamá: Carlitooos!, Carlitos!

CoRo naRRadoR (dulce y suspicaz) Noche sin findonde estarántilín tilíntilín tilansuena un violín y un triquitranun trompetínparampampamnoche sin findonde estarán ,en el jardín de Sebastián.

De quienes son los pimpumpamde un fantochin (arlequin)que en el jardínsuena un violín y un trompetínnoche sin finquiere jugar

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Entra al cuarto El arlEquín con una barita mágica y mu-chos instrumentos ruidosos colgando de la ropa. Suena una trompetica y una matraca para despertar al niño.

eL aRLequín: ¡A jugar!CaRLitos: ¿A jugar? (pregunta impresionado)

Mientras que El arlEquín danza por la habitación con su barita, comienza a darle vida a los jugue-tes que también danzan y hacen ronda alrededor de Carlitos.

CoRo naRRadoR y Juguetes: (cantan alegre y agitado)A jugar a jugarvamos todos a jugarpelotitas saltarinassoldaditos a marcharlas muñecos turulecostodas van a desfilary motores de controles a rodar, rodar, rodar!!!Rancan racataca tancaracataca tanca tan tan tan

Las matracas traca tracalos silbatos a sonar chiquilines arlequines a saltar saltar, saltar.Rancan racataca tancaracataca tanca tan tan tan

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(Entra el Grupo dE FantoChinEs por la ventana y se unen a la algarabía danzando en la habitación mientras Carlitos, angustiado por el caos gira en-tre los compañeros y cae desmallado.

Escena 3 (lento y reflexivo)

Carlitos duerme en su cama placidamente, los ju-guetes en orden.

CoRo naRRadoR (lento y preocupante)Y el pobre Carlitosrendido quedóy al día siguientecuando despertóno supo decir si lo que pasó¿fue de verdad, verdad?¿o fue que lo soñó?

Y colorín, colorao Este cuento terminó.

Con la última frase musical salen todos al escenario y saludan.

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Car li tos e raun ni ño tra vie soy ju gue tón__ le gus ta baes tar so lo vien do

te le vi sión__ cuan does ta baen laes cue la no pres ta baa ten ción siem prees ta ba so

ñan do siem prees ta ba so ñan do mi ran doel pi za rrón !Car li tos hi ji to

ya de ja de ju gar lle gas te de laes cue la te tie nes que cam biar vea la var te

las ma nos que tie ne queal mor zar tie nes queha cer ta re as te tie nes que ba ñar!

Car li tos hi ji to te tie nes que ba ñar lle gas te de laes cue la te tie nes que

Car li tos e raun ni ño que que ri a ju gar__ noha cia las ta re as ni se po

nia es tu diar__ siem pre te nia el cuar to a pun to deex plo tar y su ma ma de

cia a su ma ma le de ci a de for ma sin gu lar

cam biar vea la var te las ma nos que tie nes queal mor zar tie nes queha cer ta re as

te tie nes que ba ñar

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Pe ro co moe ra tra vie so y no pres ta baa ten ción só lo se di ver

tía con su i ma gi na ción____ y ju ga ba y ju ga ba y no pa ra ba de ju

gar y cuan does ta ba so lo se po nía a can tar uh uh uhm... Bc...___________________

uhm uh uhm uhm uh...__ uh...___________ uhm...______________________

________________ yo qui sie ra queel pla ne ta fue ra to o do de

n pa rar_____ yo qui sie ra que los ni ños com par tie e ran sin

in te mo res en un mun do de ju gue tes pa ra to o dos po

e ju gue tes de co lo res y can cio nes ya le grí i a sin

or i gual al y vo la ar vo la ar vo la ar en a vio o nes de

e pa pel____ na ve ga ar por aa al ta ma ar to doel dí i a y

___ vol ver er y gi ra ar gi ra ar gi ra ar co moen un_____ gran ca

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a rru sel____ y re ir_____ can ta ar so ña ar con a mi gos por or

do qui er

No che sin fin don dees ta rán en el jar dinNo che sin fin don dees ta rá ti lín ti lín

ti lin ti lan sue naun vio lín yun tri qui tran un

trom pe tin pa ram pam pam yun naun vio lin yun trom pe tin

no che sin fin quie re ju gar

de se bas tian de quie nes son los pim pum pam deun

fan to chin queen el jar din sue naun vio lin yun tromp pe tin

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A ju gar a ju gar va mos to dos a ju gar pe lo ti tas sal ta ri nas sol da

di tos a mar char los mu ñe cos tu ru le cos to das van a des fi lar y mo to res de

con tro les a ro dar ro dar ro dar__________ Ran can ra ca ta ca tan ca ra ca ta ca

tan ca tan ca ta ran can ra ca ta ca tan ca ra ca ta ca tan ca tan ca ta las ma tra cas

tra ca tra ca los sil ba tos a so nar chi qui li nes ar le qui nes a sal tar sal tar sal tar_____

___ Ran can ra ca ta ca tan ca ra ca ta ca tan ca tan tan tan Ran can ra ca ta ca

tan ca ra ca ta ca tan ca tan tan tan

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Yel po bre Car li tos ren di do que do y al día si guien te cuan do des

per to no su po de cir si lo que pa so fue de ver dad ver dad____

o fue que lo so ñoo o y co lo rin co lo ra o es te cuen toa

ter mi na do co lo rin in co lo ra o es te cuen to ter mi

no

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ÍNDICE

Cuento uno La niña de cabellos de oro 7Cuento dos Los tres corronchitos 19Cuento tres Parchitos de felicidad 33Cuento cuatro Una navidad virtual 43Canto uno La noche de los duendecitos 53Partituras 61

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Se terminó de imprimir en de 2011en el Sistema Nacional de Imprentas

Mérida — VenezuelaLa edición consta de 500 ejemplares

impresos en mansocreamy 75gr

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Cuento cuatro y canto uno, recoge cuentos infantiles que la autora ha creado en principio, para sus hijos, luego para los sobrinos y niños amigos, quienes en muchos casos son los personajes y actores. Sin embargo, la narrativa de estas breves historias, tienen un matiz de profunda reflexión que quizás escapa al pensar de los muchachos de estos tiempos. La niña de cabellos de oro, nos recuerda a una niña albina que brilla con el amor de su entorno. Parchitos de felicidad nos lleva a los tiempos donde los juegos como las metras o pichas, el trompo, saltar la cuerda, garrufio, pisé, entre otros, nos exponían a romper los pantalones dejando en evidencia la pobreza disimulada entre zurcidos y remiendos que, en este cuento, adquieren un envidiable toque mágico. Los tres corronchitos, en su concepto de fealdad, nos da el recurso para la supervivencia, sin limitar la posibilidad de vivir aventuras y compartir un entorno de colores. Una navidad virtual, compara el mundo mágico vivido durante la recreación de los eventos decembrinos y lo que un niño logra desde sus juegos virtuales. Finalmente, La Noche de los duendecitos, creada desde un concepto de comedia musical infantil en cinco partes, nos invita a revisar los espacios de un niño solitario que extrema su fantasía entre los juguetes. Así la referida autora, deja momentos para que el lector en medio de la lectura sea partícipe y construya de la manera que mejor pueda el final de estas historias.

Lucia Piñango Funes (San Juan de los Morros)Nació en San Juan de los Morros, y como muchos llegó a Mérida a estudiar Biología en la Facultad de Ciencias de la ULA (1997), luego Postgrado en Educación Superior en la Univer-sidad Fermín Toro (2002), erradicándose en la ciudad y desarrollando a la par un conjunto de actividades en el entorno cultural donde se ha destacado principalmente como autora y compositora en temas de género popular. Ha recibido importantes reconocimientos por su participación en varios festivales de música venezolana y en particular la navideña, que-dando de ésta la producción del CD Tiempos de Pascua. De su quehacer como docente, ha publicado artículos sobre la metodología de la investigación asociada al campo educati-vo y el libro Metodología para trabajos y proyectos escolares como editora independiente (PIAMCU). Su incursión en el campo literario ha dejado los libros Entre rosas y lira, Llanto y neblina, Av. Pacífico y dos obras musicales infantiles puestas en escena La Noche de los duendecitos y El amaneces. Los libros infantiles La princesa Sherena y Albricias en proceso de imprenta. En esta oportunidad, presenta la compilación de cuatro cuentos infantiles de los cuales tres son narrados y uno como poesía cantada que recrean las fantasías de muchos niños, visto desde la reflexión de un adulto.