cristo centro de la historia humana

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CRISTO COMO CENTRO DE LA HISTORIA HUMANA (Una reflexión a partir del Sermo 24. Denis de S. Agustín) CLAUDIO BASEVI 1. Los interrogantes Muy recientemente, en su primera Enciclica Redemptor Ho- minis, Juan Pablo II volvla a plantearse los interrogantes fun- damentales del hombre, aquellos que surgen de la contemplación de la historia y de la constatación de que la nuestra es, como todas, una época de "crisis", es decir, de transformación rápida; una época que requiere ser examinada a la luz de Cristo y que necesita volver a adquirir el sabor cristiano. El Papa dice en tono apremiante: -"¿este progreso, cuyo autor y fautor es el hombre, hace la vida del hombre sobre la tierra, en todos sus aspectos, más humana? ¿La hace más digna del hombre? .. ¿Pre- valece entre los hombres, en el mundo del hombre, que es en sI mismo un mundo de bien y de mal moral, el bien sobre el mal?" 1. Estas palabras vuelven a repetir lo que la Iglesia reunida en Concilio se preguntaba hace casi quince años: -" ... ante la actual evolución del mundo, son cada dla más numerosos los que se plantean o los que acometen con 1. JUAN PABLO n, Enc. Redemptor homtnis, n. 15; citada según L'Osserv. Rom., ed. esp. 529 34

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EXEGESIS

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  • CRISTO COMO CENTRO DE LA HISTORIA HUMANA

    (Una reflexin a partir del Sermo 24. Denis de S. Agustn)

    CLAUDIO BASEVI

    1. Los interrogantes

    Muy recientemente, en su primera Enciclica Redemptor Ho-minis, Juan Pablo II volvla a plantearse los interrogantes fun-damentales del hombre, aquellos que surgen de la contemplacin de la historia y de la constatacin de que la nuestra es, como todas, una poca de "crisis", es decir, de transformacin rpida; una poca que requiere ser examinada a la luz de Cristo y que necesita volver a adquirir el sabor cristiano. El Papa dice en tono apremiante:

    -"este progreso, cuyo autor y fautor es el hombre, hace la vida del hombre sobre la tierra, en todos sus aspectos, ms humana? La hace ms digna del hombre? .. Pre-valece entre los hombres, en el mundo del hombre, que es en sI mismo un mundo de bien y de mal moral, el bien sobre el mal?" 1.

    Estas palabras vuelven a repetir lo que la Iglesia reunida en Concilio se preguntaba hace casi quince aos:

    -" ... ante la actual evolucin del mundo, son cada dla ms numerosos los que se plantean o los que acometen con

    1. JUAN PABLO n, Enc. Redemptor homtnis, n. 15; citada segn L'Osserv. Rom., ed. esp.

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    nueva penetracin las cuestiones ms fundamentales: Qu es el hombre? Cul es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsis-ten todava?" 2.

    No estamos, sin embargo, ante unas preguntas sin respuesta, en un callejn sin salida. La contestacin es bien conocida: las vicisitudes, las crisis, los anhelos y los problemas del hombre y de la sociedad en la poca contempornea encuentran su res-puesta en Cristo, porque Cristo nos trae la salvacin y la santi-ficacin:

    -"Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado (cfr. 2 Cor 5, 15) por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espritu Santo a fin de que pueda responder a su m-xima vocacin y que no ha sido dado bajo el cielo a la hu-manidad otro nombre en el que sea necesario salvarse (cfr. Act 4, 12). Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Seor y Maestro" 3.

    Pero si esta contestacin devuelve la paz y la serenidad a to-dos los fieles, no deja de plantear nuevos interrogantes. Quere-mos escoger uno de ellos como tema de esta comunicacin: qu significa exactamente decir que Cristo es el centro de toda la his-toria humana?; y sobre todo qu quiere decir que Cristo es el centro de toda la historia, cuando parece que estamos viviendo en una poca de "crisis", en la que aparentemente el asalto del mal es ms brutal, hasta llegar a hacer pensar que se est dan-do una involucin en el progreso de la cultura?

    No son, por otro lado, preguntas nuevas; todo lo contrario. Se trata de algo que el hombre de todos los tiempos ha adver-tido siempre frente al espectculo del mal, del dolor y del su-frimiento. Son unos interrogantes que coinciden con la pregun-ta por el sentido de los acontecimientos histricos. El salmista se preguntaba ya con asombro: "Por qu se amotinan las gen-tes y los pueblos piensan cosas vanas?" (Ps 2, 2). No todo, en efecto, en la historia es desarrollo constante, por lo menos en lo aparente e inmediato: a fases de progreso pueden seguir pocas ms difciles y oscuras. Son stas las que plantean con ms agu-

    2. CONC. VAT. II, Consto Pasto Gaudium et Spes, n. 10. 3. CONC. VAT. II, [bid., n. 10.

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    deza el problema: los "tiempos de prueba", los tiempos de desa-fio, los tiempos de purificacin. Se hace entonces todava ms necesario escudriarlos y descifrar los signos de la Redencin. Ya dijo a este propsito Pablo VI:

    -" ... viviendo en la historia, ella debe (la Iglesia) escru-tar a fondo los signos de los tiempo~ e interpretarlos a la luz del Evangelio (Conc. Vat. n, ibid., n. 4). Tomando par-te en las mejores aspiraciones de los hombres y sufriendo al no verlas satisfechas, desea ayudarles a conseguir su pleno desarrollo, y esto precisamente porque ella les pro-pone lo que ella posee como propio: una visin global del hombre y de la humanidad" 4.

    Queremos escoger como guia, en este rpido anlisis, a San Agustin. Dos motivos nos mueven: San Agustin fue el primero en elaborar de un modo ms o menos estructurado una "Teologa de la Historia", es decir, una reflexin, a la luz de la fe y con los datos de la Revolucin, sobre los acontecimientos humanos, y fue tambin un pensador que se encontr en una circunstancia privilegiada desde el punto de vista histrico. San Agustin, po-dramos decir repitiendo una idea de H. 1. Marrou 5, se sita en una "encrucijada" de la historia: ve desaparecer la civilizacin romana, sumergida progresivamente por las oleadas de los br-baros, e intuye el surgir de otra civilizacin, que l espera que sea sencillamente "cristiana", porque corresponde a la manifes-tacin terrena del Reino de Cristo. Al mismo tiempo el Obispo de Hipona es consciente de que los valores cristianos no perte-necen a ninguna civilizacin en concreto, sino que son de todos los tiempos. Estas ideas aparecen en concreto en un conocido Sermn agustiniano, el Sermo Denis 24. Al examinarlo, sin em-bargo, conviene ampliar su contenido mediante el examen de otras obras del Santo Doctor.

    2. El Sermo Denis 24

    Se trata de un Sermn que Morin fecha en el ao 410; a poca distancia del tiempo, pues, de la conquista y saqueo de Roma por obra de los Visigodos de Alarico. Este episodio, como sabemos,

    4. PABLO VI, Ene. Populorum progressio, n. 13. 5. Esta es la idea dominante de Saint Augustin et la fin de la culture

    antique, Paris 1958.

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    movi a San Agustn a escribir, o por lo menos a empezar la redaccin de la Ciudad de Dios, que se transform poco a poco en una exposicin general de la Teologa de la historia, e in-fluy tambin en la redaccin de numerosos otros sermones 6. Casi se podra decir que la cada de Roma fue tema frecuente en la meditacin del Santo Doctor y le sirvi como ocasin para levantar el corazn a Dios. En particular en el Sermn 24 de la coleccin de Denis, que el obispo de Hipona empieza con el co-mentario de la parbola del Evangelio: la anttesis entre el rico Epuln y el pobre Lzaro (Lc 16, 19-31). La actitud de los her-manos de Epuln, que no creen en Moiss y en los profetas, es comparada por Agustn con la actitud religiosa de los judos. Es-tos ltimos no creen en las Escrituras ni en el cumplimiento de una de las principales profecas que en ellas se contienen: la difusin universal de la Iglesia. Despus de haber tratado de la fe y de la vida eterna, el obispo de Hipona pasa a la aplicacin moral de la parbola, afirmando que el contenido de ella se ci-fra todo l en demostrar el valor del sufrimiento en la tierra. San Agustn pondera en particular los siguientes temas:

    1.0 Que Dios, a travs de sus amenazas y avisos, quiere el arrepentimiento del pecador; para esto puede ser-virse tambin de los sufrimientos que le enva (aZi-quod fZageZlum, aut emendatorium, aut probatorium est) ;

    2. que Dios cumple siempre sus profecas; hay algunas que hablan de los padecimientos de Cristo y de las persecuciones a las cuales se vera sometida la Igle-sia; todo esto se cumpli para que tengamos fe en los bienes futuros (venerunt ante maZa, ut credamus fu-tura bona);

    3. que, por medio de las tribulaciones, Dios separa los buenos de los malos, as como, en un lagar, se sepa-ra el aceite del alpechn o como, en un crisol o en el horno, se aquilata el oro con el fuego de la paja;

    4. que Dios acta como un buen mdico que, para sal-var a todo el cuerpo no duda en amputar un miem-

    6. Citamos, entre otros, los Sermones 81, 105, 296 Y el Sermo de Urbis excidio, publicado en CoChr, n. 46; cfr. A. TRAPE, Introduzione -Teologia en Opere di Sant'Agostino. La CittlL di Dio, vol. 1, libri J-X, Citta Nuova Edi-trice, Roma 1978.

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    bro; as est haciendo con el mundo pagano: destru-ye los templos, para que se edifiquen las iglesias.

    Por eso nuestra respuesta ante los sufrimientos tiene que ser la de una fe confiada en Dios, como la de Abraham, la paciencia y el amor. Teneamus ergo salutare eius et non fugiamus fla-gellum ipsius. Y el salutare Dei es Cristo que nos dio ejemplo y fuerza mediante su paciencia en la pasin.

    " ... nuestra Cabeza nos precedi en el Cielo, como si di-jera: He aqu por donde ir. Venid a travs de los sufri-mientos, con paciencia. He aqu el camino que os ense. Pero a dnde conduce este camino que me vsteis reco-rrer? Al Cielo. Quien rehuya entrar por esta senda, no quiere llegar al Cielo. Si alguien quiere llegar a m, entre por el camino que le mostr. Pero no podris llegar sin pasar por molestias, tribulaciones, dolores y angustias. As llegars al descanso que nadie te podr quitar" 7.

    En definitiva la vida cristiana es progresiva conformacin con Cristo: en primer lugar porque Dios puso su imagen en nosotros al crearnos (es el tema del hombre imago Dei); despus, porque tenemos que asemejarnos cada vez ms a Cristo paciente; y, en tercer lugar, porque, en el Cielo nos reuniremos con El. La his-toria, el mundo, no son sino el sitio (el la.gar, el horno) donde se lleva a cabo esta transformacin.

    Los acontecimientos de la historia tienen en este Sermn, pues, un sentido apologtico: son una ayuda para nuestra fe, porque nos hacen ver el cumplimiento de las profecas y de la accin de Cristo.

    Pero cabe preguntarse si el sentido de las dificultades es slo un sentido de salvacin individual, a travs de la fe, la esperan-za y la paciencia, que producen en cada uno: como veremos a continuacin,hay algo ms en ellas. Y tambin es posible inte-rrogarse sobre cul es exactamente el sentido de la "presencia" de Cristo en la historia.

    3. La8 imgenes bblicas

    En el Sermn Denis 24 todo el peso de la argumentacin va dirigido a la conversin individual, al acto de fe de cada uno. Es

    7. S. AGUSTN, Sermo Denis 24, 14.

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    la dimensin "personal" de la salvacin. San Agustn describe cul debe ser la disposicin personal frente al dolor, al sufri-miento, a las catstrofes de la historia: la aceptacin, la fe, la seguridad, el tender a la vida eterna. Todo esto est resumido en la categora del "martirio". El cristiano debe ser "estrujado", debe ser perseguido, debe sufrir contradicciones para ser puri-ficado 8.

    Sin embargo la historia humana, dirigida por la Providencia, tiene tambin un sentido csmico, misterioso y oculto, pero real. En ella, a travs de retrocesos e involuciones, y gracias a la vo-luntad salvfica de Dios, se da una cierta "teofana" divina, que slo los ojos de la fe pueden percibir. Es en la historia donde tiene lugar, con delicada pedagoga, la revelacin progresiva del plan de salvacin. No se trata de que la historia tenga sin ms un desarrollo necesario (sera una postura hegeliana), sino que Dios realiza su plan a travs de la libertad humana y sabe sacar el bien hasta del error y del pecado.

    La Sagrada Escritura manifiesta todo esto con particular evi-dencia. Dos imgenes bblicas despertaron, en este sentido, el inters de San Agustn: los siete das de la Creacin 9 y las seis hidrias o tinajas que, en las bodas de Can, los siervos llenaron de agua 1\).

    La interpretacin alegrica que de las dos imgenes da San Agustn, no slo no excluye, sino que se apoya en la interpreta-cin literal y a su vez parte de la comparacin entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, cuya armona est de alguna manera representada en aquellos episodios. As, por ejemplo, la lectura de los das de la Creacin se lleva a cabo a partir de las genea-logas de Cristo, particularmente de la referida por S. Mateo, la que segn el Santo obispo, hace ms hincapi en el carcter re-gio de Cristo. La genealoga de Cristo y, ms en general, "todo el texto de las divinas Escrituras" 11 nos hablan de seis edades del mundo. Como bien se sabe, la primera edad va de la Creacin hasta No, la segunda de No hasta Abraham, la tercera llega hasta David, la cuarta incluye los avatares de la monarqua de

    8. Cfr. tambin el sentido que San Agustn da a la expresin "pro Tor-cularibus" que aparece en los ttulos de varios salmos: Enarr. in Ps 8, 1 Y Enarr. in Ps 80, l.

    9. El Santo los coment en De Gen. c. man 1, 23 SS.; De Doctr. chr. 11, 7, 9-10; De cons. Evang. 11, 4, 12-12; De civ. Dei XV-XVII.

    10. In Ioann. Ev. Tr. 9. 11. De Gen. C. mano 1, 23, 35.

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    Israel y de Jud hasta el destierro de Babilonia, la quinta abar-ca la vida del pueblo elegido desde la vuelta del destierro hasta la venida del Redentor, la sexta -en la que estamos- es el tiempo de Cristo y de la Iglesia, que nos llevar a la sptima y ltima que es la del descanso eterno. No es intil subrayar que esta sub-divisin, a pesar de ser algo artificiosa, se apoya sin embargo en una profunda intuicin: las edades del mundo corresponden a las distintas fases de la "alianza" entre Dios y los hombres. Casi podramos decir que San Agustn desarrolla una hermenutica de la alianza, cuyos hitos son Adn, No, Abraham, David, el nuevo templo, Cristo, la Gloria final. En el centro de toda la historia de la alianza est Cristo, que es el punto de llegada de las genea-logias: el misterio de Cristo ilumina y da sentido a los dos Tes-tamentos; sobre todo porque Cristo mismo, viniendo a perfeccio-nar la Ley, y no a abrogarla, quiso situarse en continuidad con la linea espiritual del pueblo elegido que se remontaba a Moi-ss; tambin porque todo el Antiguo Testamento es una figura del Redentor, y la Nueva Alianza se apoya nicamente en El. El milagro de las bodas de Can sirve de confirmacin: cuando lle-ga la "hora" de Cristo, el Antiguo Testamento se transforma en Nuevo, como el agua se cambia en vino y llena las seis hidrias, que representan las seis edades del mundo.

    La fe en Cristo, fe que se alcanza a travs de la contempla-cin de la historia, dir el Santo Doctor 12, es el comienzo de nuestra "vuelta" a Dios. Nuestra inteligencia, herida por el pe-cado, necesita ser atravesada y purificada por la fe, no slo para unirse con gozo a la luz inmutable, sino para ser capaz de sopor-tarla, de modo que, renovada y curada de da en da, llegue a poseer la bienaventuranza final. Precisamente sta es la misin que lleva a cabo Cristo, Verbo y Sabidura de Dios y al mismo tiempo Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Je-ss: Mediador en cuanto hombre y por tanto tambin camino para. ir a Dios. Cristo Jess es el que nos habl profticamente en los Salmos y los cumpli en Si, porque su vida y su persona son la realizacin de toda profeca. Dos expresiones caracterizan y presentan de forma sinttica la visin de San Agustn. La pri-mera es la explicacin del ttulo de algunos salmos que llevan la inscripcin "in finem". El obispo de Hipona relaciona este t-tulo con un versculo de Rom (10,4): "el fin de la leyes Cristo en orden a la justicia para todo creyente". Agustn pone las palabras

    12. De civ. Dei XI, 2.

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    del salmo directamente en boca de Cristo, como si Cristo habla-ra al Padre o se dirigiera a los cristianos; tambin a veces lee aquellas palabras como algo que hace referencia al Cristo esca-tOlgico, es decir, al Cristo glorioso O a su cuerpo que es la Igle-sia. En cualquier caso Cristo es siempre el "fin" de la Ley, es decir, el centro de gravedad del Antiguo Testamento, que est orientado hacia El. La segunda expresin caracterstica es otro texto (1 Cor 10,1-11) que a veces Agustn cita de modo incomple-to limitndose a los versculos 6, 10 Y 11. Segn el Obispo de Hi-pona, este texto paulino afirma que todos los acontecimientos his-tricos del pueblo de Israel son figura de los que ahora nosotros estamos viviendo, porque "en nosotros se cumple el fin de los si-glos". La centralidad de Cristo en la historia es, pues, en primer lugar una fuerza impulsora y que atrae, a la vez que preside, to-do el movimiento de los siglos que va desde Adn hasta la Encar-nacin. Pero el dinamismo de la historia no se detiene en la En-carnacin. En la Nueva Alianza se manifiesta una nueva fuerza, un nuevo impulso de Cristo, que enva a los Apstoles para so-meter a todas las gentes. As Cristo prepara su Reino a travs de la historia, hasta que l mismo, una vez que le estn someti-das todas las cosas, las entregue al Padre -Agustn utiliza aqu una cita de S. Pablo (1 Cor 15,28)- y se someta al Padre, para que Dios sea todo en todas las cosas.

    Hemos dicho que Cristo es fuerza de "atraccin" de la histo-ria (es el "fin de la ley") pero tambin fuerza "motora". Por qu? La misma comparacin entre la Creacin y las seis eda-des del mundo nos lo explica. Cristo, Mediador entre Dios y los hombres, es tambin el Verbo eterno, la Sabidura, per que m om-nia facta sunt. Corresponde por tanto a su caracterstica de Pa-labra y Sabidura ordenar y revelar. Ordenar y revelar en la Creacin y por medio de la Creacin, ordenar y revelar en la historia y por medio de la historia.

    Hay, si se puede decir as, como tres "niveles" de profundidad en el misterio de Cristo:

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    1.0 Cristo es eterno, es el Verbo consustancial e idntico al Padre: - In principio erat Verbum, et Verbum erat apud

    Deum, et Deus erat verbum;

    estas palabras manifiestan la "presencia" de Cristo antes de los tiempos coeternamente con el Padre

  • CRISTO COMO CENTRO DE LA HISTORIA HUMANA

    (es el versculo que Agustn cita ms veces: casi un millar de veces).

    2. Cristo intervino como Verbo en la creacin: -omnia per ipsum lacta sunt et sine ipsum factum

    est nihil; -verbo Domini coeli firmatt sunt (Ps 32,6); - ... y dijo Dios: hgase ... y as fue hecho (Gen 1); - ... t hiciste todas las cosas con medida, nmero y

    peso (Sap 11, 21); stas ltimas palabras hacen re-ferencia a la Trinidad: la mesura indica al Padre; el numerus o norma, regla, ley, indica a la Sabidu-ra; el pondus o amor, atraccin, indica al Espritu Santo;

    3. Cristo se hace presente de modo vivifican te y reden-tor, mediante la Encarnacin: es la mediacin de Cristo: -quod lactum est, in lpso vita erat; -et Verbum caro factum est et habitavit in nobis; -humiliavit semetipsum lormam servi accipiens (Phil

    2, 6); -uno solo es el Mediador de Dios y de los hombres,

    el hombre Cristo Jess (1 Tim 2, 5).

    Ahora bien, tanto la "mediacin" en la Creacin (per ipsum todo fue creado; in principio hizo Dios el cielo y la tierra, etc.), como la mediacin en el orden redentor (in ipso vita erat...; et de plenitudine eius nos omnes accepimus) , explican por qu se pueda ha.blar de .cristo como fuerza "propulsora" de la historia. Cristo, el Redentor, es el mismo Verbo creador; y es el Verbo creador porque es el Verbo eternamente subsistente. Con lo cual Cristo es el centro de la historia porque la historia no es sino un "retorno" del hombre pecador a la casa del Padre, es una "recapitulacin" de todas las cosas en el Verbo encarnado, para que, con El y por El, vuelvan a la unin con el Padre. La visin escatolgica de San Agustn, en su aspecto csmico, se mani-fiesta a travs del repetido comentario al cap. 15 de 1 Coro Este comentario va dirigido, en el C. Faustum, contra los maniqueos para demostrar que Dios glorificar todas las realidades humanas, an las materiales, as como glorific el cuerpo de Cristo; y este mismo comentario, en el De Trinitate, va dirigido contra los arria-

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    nos, para decir que la "subordinacin" o "sometimiento" de Cris-to, Rey del mundo, al Padre no implica inferioridad, precisamen-te porque Cristo as como es Cabeza de la humanidad (yen este sentido "se somete" al Padre) as es tambin Verbo eternamente subsistente al cual el Padre dio todo poder.

    Pero hay todava algo ms. Cristo no est presente slo en el comienzo de la historia y al final de ella (en unin con el Padre y el Espritu Santo): est presente en toda ella, constantemente. Es lo que un estudioso agustiniano 13 ha llamado la Prasenzsme-taphysik. Por esto Agustn rompe, no slo el molde del mito de los "ciclos" de la historia (el eterno retorno), sino la visin "mi-len arista" 14, en el sentido de que ya aqu y ahora se ha dado una primera resurreccin y una verdadera vida 15, aunque sean slo un anticipo de la vida eterna.

    En este sentido, y para volver a la alegora de las seis edades, Cristo est presente en cada una de ellas en Adn, en No, en Abraham, en David, en el templo. Todo es figura de Cristo, y, al mismo tiempo, Cristo est presente tambin en los das de la Creacin. Ante todo, como Verbo eterno, por el cual fueron crea-das todas las cosas, tal como lo manifiestan las palabras in prin-cipio, que nos revelan que las cosas creadas existan idealmente en el Verbo antes de los tiempos. Esta expresin se vuelve toda-va ms clara si acudimos a su significacin alegrica, porque el "principio" es el Verbo mismo, as que in principio es lo mismo que decir in verbo. En segundo lugar, los "das" de que nos habla el relato de la creacin, segn San Agustin 16, pueden ser tambin los actos del conocimiento anglico, mediante los cuales los n-geles contemplan en la Sabidura las ideas correspondientes a las cosas creadas; asi que cada "da" es un nuevo descubrimien-to de la inagotable riqueza del Verbo subsistente de Dios. Y, en tercer lugar, la misma creacin, una vez hecha, se desenvuelve mediante la separacin radical entre la luz (la Gracia comuni-cada por la Sabidura) y las tinieblas (el mundo que se opone a Dios aunque haya sido creado por El); es el primer acto del dra-ma de las "dos ciudades", la de Dios y la de los demonios 17, dra-

    13. V. CAPNAGA, en Introduccin a La Ciudad de Dios, vol. 1, 3.& ed., Ed. Catlica, Madrid 1977, pp. 48s. y 64s.

    14. Cfr. De civ. Dei XII, 20, 4. 15. Cfr. los comentarios a Ioh 5, 24 en In Ioann, Ev. tr. 19, 8. 16. De civ. Dei XI, 7 Y XI, 29. 17. Agustn, por supuesto, rechaza el dualismo maniqueo, pero no recha-

    za el dualismo "tico" de los dos amores: el amor de si mismo hasta el des-precio de Dios, y el amor de Dios hasta el desprecio de si (De civ. Dei XIV,

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    ma universal cuyo inicio corresponde al momento en que la Luz de la Sabidura se comunica a las criaturas.

    "En efecto al decir Dios: Que exista la luz, y la luz exis-ti, si en esta luz se entiende rectamente la creacin de los ngeles, bien claro es que fueron hechos prncipes de la luz eterna, que es la misma inmutable Sabidura de Dios, por la cual fueron hechas todas las cosas, Y a quien lla-mamos Hijo unignito de Dios. . .. La luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (loh l, 9) ilumina tambin a todo ngel puro a fin de que sea luz, no en s mismo, sino en Dios. Si se aparta de l, se hace inmundo; como lo son todos los lla-mados espritus inmundos, no siendo ya luz en el Seor, sino tinieblas en s mismos, habiendo sido privados de la participacin de la luz eterna" 18.

    En conclusin, San Agustn nos dice que efectivamente la historia del mundo tiene un sentido global del progreso, pero con algunas importantes precisiones.

    1.0 Este progreso no es inmanente sino transcendente res-pecto al desarrollo histrico mismo: Cristo como fin de la histo-ria est fuera de la historia, porque est en la Trinidad eterna. En este sentido es de importancia fundamental distinguir en Cristo el aspecto de "camino" del aspecto de "verdad" y de "vi-da"; Cristo es el camino y es el Mediador, pero no lo es de modo idntico a como es el Verbo subsistente; es camino y mediador en cuanto se encarna y "habita entre nosotros", y esto lo hace precisamente para que nosotros podamos llegar a la Trinidad, con lo cual el verdadero fin ltimo de la historia es la Trinidad 19.

    28). La lucha entre estos dos amores se remonta al comienzo del mundo, no a la creacin misma (porque slo hay un principio bueno y Dios todo lo hizo bueno), sino a la elevacin de las criaturas inteligentes y racionales (ngeles y hombres) a un fin sobrenatural. Esta elevacin sigue inmediata-mente, segn San Agustn, a la creacin de todas las cosas.

    18. De civ. Dei XI, 9. 19. Hay que tener presente la dialctica entre el uti y el fTUi expuesta

    en el De aoctr. christ.: Cristo es el objeto fundamental del uti en cuanto instrumento, camino, mdico y medicina; la Trinidad, en cambio, es el ob-jeto final del fTUi. Cfr. De civ. Dei IX,15: "Non tamen ob hoc mediator, quia Verbum: maxime quippe immortale et maxime beatum Verbum longe est a mortalibus miseris; sed mediator per quod homo ... Ideo quando in forma ser-vi (PhU 2, 7), ut mediator esset, infra Angelos esse voluit, in forma Dei su-pra Angelos mansit".

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    2. Este progreso no es necesario ni absoluto. Si, en efecto, las pocas anteriores a Cristo han preparado su venida, la po-ca actual se presenta como una situacin de espera en la cual la perfeccin, de algn modo, ya se ha dado, aunque no perfec-tamente. Aunque los acontecimientos vayan acercando la ve-nida del Reino de Cristo, no por esto son todos positivos: las persecuciones, los cismas, las herejas son acontecimientos pro-videnciales pero no se puede decir que sean buenos en si; en la historia se pueden dar paradas y retrocesos objetivos, aunque siga siendo verdad que "omnia cooperantur in bonum"; lo que obra esta transformacin (sacar bien del mal) es la fe y la pa-ciencia, que producen la esperanza y el amor 20.

    4. La evolucin espiritual

    Todo lo que decimos est contenido en otras dos comparacio-nes desarrolladas tambin por San Agustn, y con las que vuelve a establecer una conexin entre la escatologa csmica y la esca-tologa individual.

    La primera comparacin consiste en considerar las edades del mundo como un fenmeno paralelo a las edades del hombre 21: infancia, puericia, adolescentia, juventud, ancianidad 22, y la l-tima edad, que termina con la muerte. San Agustn quiere des-cribir el destino del vetus homo, que permanece en el pecado y que est necesariamente condenado a la muerte pero que Cristo ha rescatado. La comparacin tiene un marcado sentido tico: cada hombre, individualmente, va adquiriendo progresivamente el dominio de sus facultades operativas hasta llegar a la madurez, con la cual alcanza tambin la fecundidad, es decir, la posibili-dad de perpetuar la especie; al mismo tiempo, sin embargo, ca-da hombre, en cuanto individuo, est condenado a la caducidad. La muerte, la corrupcin (que en el curso de la. historia corres-ponde a la cada de las civilizaciones y reinos del pasado) se-alan el lmite que tiene todo lo humano y, por contraste, abren el paso a la consideracin de lo divino y de lo permanente. En el fondo, la. vida de cada hombre es una cierta representacin de lo que se desarrolla a lo largo de los siglos; y tambin en la vida de cada uno Cristo resume en s, da sentido y produce el

    20. Cfr. De agone chr. 7, 8; Rom 5, 3-5. 21. De vera religo 26-27. 22. Agustn la llama gravitas en el De doctr. christ. n, 7, 9-10 Y senectus

    en De vera religo

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    dinamismo de cada edad humana. As que al hombre viejo se opone el hombre nuevo, re-creado en Cristo. Y mientras el hom-bre viejo, recorriendo su trayectoria vital, se encamina inevita-blemente hacia la muerte, el nuevo se renueva de da en da. El esquema de las siete edades sirve, entonces, para explicar la pro-gresiva elevacin del cristiano en la vida sobrenatural mediante los dones del Espritu Santo. Es el dinamismo de la vida esp-ritual, que el Obispo de Hipona describe utilizando tambin las figuras bblicas de La y Raquel, que compara con la vida acti-va y la vida contemplativa.

    La infancia del hombre es la edad espiritual que correspon-de al don del temor de Dios, porque el temor de Dios se alimen-ta de cosas materiales, es decir, de los hechos de la historia, as como un recin nacido necesita alimentarse del pecho de su ma-dre. La puericia corresponde al don de piedad, en cuanto que, olvidadas ya las razones humanas, empieza a tomar gusto por las cosas celestiales. La ciencia, que cierra el primer ciclo de la vida espiritual, demuestra la contingencia de todo lo creado, y es comparable, por tanto, con la edad en la cual el alma se abre al amor y descubre la presencia en su cuerpo de la facultad de engendrar. La cuarta edad, la juventud, que para los romanos iba de los 20 a los 30 aos, bien puede servir como imagen del don de la fortaleza, con el cual nos deshacemos de todo empa-cho y tendemos a Dios con una decisin definitiva: la juventud es la edad en la cual nos "prometemos" a Dios, como novios que quieren casarse. La quinta edad del hombre espiritual est ca-racterizada por la paz y la serenidad en la fecundidad de las buenas obras y es prOducto del don de consejo que nos ayuda a ser justos. La sexta edad es la edad de la "muerte" espiritual a este mundo, porque el entendimiento del cristiano apunta ya slo a la verdad inconmutable. As, en la ltima edad, llegamos a la paz y a la bienaventuranza perfecta de la sabidura que es par-ticipar ya de la dicha de la gloria.

    Esta larga alegora de las siete edades del hombre y de las siete pocas de la historia sirve para poner de relieve que la his-toria de la humanidad puede ser "leda" en paralelo con la evo-lucin espiritual personal. En ambos casos -la vida del indivi-duo y el curso de la historia- el proceso no es univoco: el hom-bre viejo convive con el nuevo, as como, en la historia, al lado de los grandes progresos y hazaas espirituales, hay pocas y fe-nmenos de alteracin y corrupcin.

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    Una vez ms -repetir San Agustn en el De Catechizandis rudibus y en De vera religione- es slo a la luz de la fe como se puede descubrir el sentido providencial oculto de los aconteci-mientos. La historia, iluminada por el Evangelio, se transforma en un gran argumento apologtico que demuestra la divinidad, la santidad, la perennidad de la Iglesia Catlica. Se cumple, en la historia, la parbola del trigo y de la cizafta, que simbolizan las dos ciudades de Babilonia y Jerusaln. Estas dos ciudades conviven y estn entremezcladas (lo que demuestra que no hay una evolucin necesaria), hasta que, al fin del mundo, sern se-paradas: los elegidos, como los granos de trigo, entrarn en los graneros del Sefior; los condenados, en cambio, sern quemados como la paja. Las tribulaciones presentes, luchas, herejas, gue-rras, divisiones, muertes, son como el viento que sopla sobre la era y separa el trigo de la paja: estas tribulaciones, pues, son provechosas porque ensefian a mirar a los verdaderos bienes. El que acepta el martirio o el sufrimiento por amor de Cristo, as como el que abraza la condicin de virginidad para seguir al Cor-dero Inmaculado, son los que han entendido el verdadero sen-tido de la historia.

    Y, recprocamente, la tendencia personal y universai a la paz y a la felicidad nos hace descubrir la existencia de un orden ins-crito por ley en todas las cosas y que apunta a un fin transcen-dente. Con estas palabras de San Agustin acerca de la paz como fin del universo puede, por tanto, concluir nuestra comunicacin.

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    "Nada hay que pueda sustraerse de las leyes del Supremo Creador y ordenador, que regula la paz del universo ... Dios, el autor sapientisimo, y el justisimo regulador de todo ser, ha puesto a este mortal gnero humano como el ms bello ornato de toda la tierra. El ha otorgado al hombre deter-minados bienes apropiados para esta vida: la paz temporal a la medida de la vida mortal en su mismo bienestar y se-guridad, as como en la vida social con sus semejantes, y, adems, todo aquello que es necesario para la proteccin o la recuperacin de esta paz, como es todo lo que de una manera adecuada y conveniente est al alcance de nues-tros sentidos: la luz, la oscuridad, el aire puro, las aguas limpias y cuanto nos sirve para alimentar, cubrir, cuidar y adornar nuestro cuerpo. Pero todo ello con una condicin justisima: que todo el mortal que haga recto uso de tales bienes, de acuerdo con la paz de los mortales, recibir bie-

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    nes ms abundantes y mejores, a saber: la paz misma de la inmortalidad, con una gloria y un honor de acuerdo con ella en la vida eterna con el fin de gozar de Dios y del prjimo en Dios. En cambio, el que abuse de tales bienes no recibir aquellos, y stos los perder" 23.

    Los dolores, el mal, la misma condenacin de los demonios y de los hombres, no son sino una prueba, por contraste, de la existencia del ordo maravilloso establecido por Dios.

    5. Conclusiones

    Al concluir esta reflexin sobre el sentido de la historia al hilo de los textos agustinianos, podemos resumir as el sentido de la presencia de Cristo en los acontecimientos humanos. Cris-to est presente en la historia: personalmente, como fin, en la historia del pueblo elegido y de la sabidura pagana; con su cuerpo que es la IgleSia en la poca actual, puesto que la Iglesia se va extendiendo hasta los ltimos confines del mundo. Cristo est presente, como Verbo subsistente, en el comienzo mismo de la historia, en el instante de la creacin. Estar presente por l-timo, al final de la historia, cuando establecer su Reino y lo so-meter al Padre. Y, sin embargo, Cristo no es el fin del universo como Mediador, sino que lo es como Segunda Persona de la Tri-nidad Beatisima, en cuya contemplacin el mundo encuentra su paz. El fin de la historia es, pues, transcendente a la historia mis-ma. Los acontecimientos humanos, en efecto, slo encuentran su explicacin definitiva en su dimensin transcendente, en una es-catologa que no es proyeCCin en un futuro vaco, sino revela-cin del plan que Dios ya imprimi en la creacin. La dialctica que se establece no es por tanto entre el hoy y el despus (visin heracl1tea), sino entre el tiempo (ya) y la eternidad (todava no, pero ya presente). Cristo marca la presencia de la eternidad en el tiempo. No hay lugar, por tanto, a un desarrollo progresivo -una "evolucin"- del mundo hacia una "cristificacin", en el sentido de que el mundo puede transformarse en Dios; as como es imposible que el tiempo se transforme en eternidad, porque muchos instantes no dan lo eterno. Lo que hay es una presenCia constante de Dios en el mundo, pero "desde fuera" y "metido en l", atrayndolo a si. Pero esta dimensin "divina" del mun-

    23. De civ. Dei XIX, 12 Y 13.

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  • CLAUDIO BASEVI

    do, esta presencia de Cristo en los aconteceres histricos, es ocul-ta, es misteriosa, en el sentido profundo de la palabra, y slo la mirada amorosa de la fe sabe descubrirla. San Agustin defiende la existencia del mal, del desorden, del alejamiento del plan ori-ginal de Dios, pero a la vez afirma que Dios, por medio de la fe, de la gracia, de la gloria, hace que el desorden contribuya al mantenimiento y defensa del orden. De esta manera, utilizando las acciones libres de los hombres, Dios lleva todas las cosas al Fin universal.

    Las pocas de crisis son, por tanto, momentos en los cuales, lejos de dejarse arrastrar, hay que saber dar un testimonio cris-tiano. Son los momentos del "martirio" en sentido pleno. Son un poderoso llamamiento a la fe personal, a despertar en noso-tros todos los resortes intelectuales y afectivos, de cabeza y de corazn, para volver a recomponer, sin cansancio, la unidad y la paz entre los hombres, y sobre todo entre los hombres y Dios. Son momentos en los cuales hay que trabajar por la justicia ver-dadera: la justicia del Reino de Cristo.

    El cristiano no vive de espaldas a la historia, refugindose en un futuro trascendente para olvidarse de las tareas concretas que debe llevar a cabo. Tampoco vive sumido en la historia, ence-rrando en ella todo su horizonte vital. El cristiano sabe que la historia, el tiempo, ha sido "redimido" por Cristo. Con Cristo, la historia adquiere un sentido: es el "lugar" en el cual se prepa-ra la salvacin, es el "teatro" donde Dios representa y ensefia sus planes y sus designios, es la "semilla" de la futura transfor-macin csmica que dar lugar a los "cielos nuevos y a la tierra nueva". La tarea cristiana en la historia se cifra, por tanto, en la respuesta a una llamada a la santidad en y a travs de los acontecimientos corrientes y diarios. El cristiano, trabajando codo a codo con sus hermanos los hombres, sufriendo con ellos, com-partiendo con ellos sus alegras, procurando llenarlo todo de la luz y de la sal de Cristo, amando apasionadamente este mundo, que Dios cre y Cristo redimi, contribuye a que Dios sea, al fi-nal, todo en todas las cosas.

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