cosas que pasan filosofia sentimental
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Cosas que pasan filosofía sentimentalRafael Priego GarcíaTRANSCRIPT
cosas que pasan
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© 2008 Privado Publishing S.L.
1ª edición
ISBN: XXXXXXXXXXXX
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Impreso en España / Printed in Spain
Portada: Manden med tolv hjerter / El hombre con doce corazones” Dibujo hecho por mi hijo Mathias a la edad de 6 años.
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a mi familia fuente de inspiración y de vida
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A modo de introducción: El taburete (sobre la Humanidad)
El ser humano es un taburete con tres patas: la Existencia, el Conocimiento y la
Ética. Cada pata se compone de múltiples elementos, divisiones y subdivisiones
que la hacen ser lo que es, una pata parte de un taburete. La Existencia humana
se compone entre muchas otras cosas de la percepción del tiempo y del espacio,
de la belleza, de la realidad, del sentimiento de amor, de amistad, religioso,
etcétera y la lista queda cortísima. El Conocimiento humano nos viene dado por el
lenguaje que llena de significación todo lo que nos rodea por dentro y por fuera.
La Ética trata de la esencialidad humana de la libertad y de la responsabilidad, de
la voluntad, de la moral, del bien y del mal, de la felicidad, otra vez etcétera.
Pero las tres patas no se pueden sostener por sí solas, les hace falta una
plataforma, el asiento que las une entre sí: la Política. Las leyes convenidas que
rigen y regulan las relaciones entre los hombres, los derechos y las obligaciones
que hacen posible la convivencia y coexistencia social; también las normas, las
costumbres, las convenciones que nos permiten vivir mejor...
Ocurre que al taburete –asiento con tres patas, le añadimos un respaldo y se
convierte en silla, a la silla se le agregan un par de brazos y es un sillón, al sillón
se le amplía el asiento y ya se llama sofá o se le añade un panel para posar los
pies y ya es una hamaca. Y a las patas del taburete se le pueden dar forma curva
y es una mecedora. Y a cualquiera de estos asientos le acompaña, además de
otros asientos, una mesa y un parasol o una sombrilla o un toldo o una terraza
cubierta. Y la terraza es la prolongación de una casa con habitaciones y otros
muebles y cacharros caseros. Y esta casa tiene como vecina a otra casa y a
otras viviendas y todas ellas forman barrios con calles y alumbrado y
alcantarillado que en su conjunto se llama aldea o pueblo o ciudad. Y la ciudad
tiene caminos y carreteras y autopistas que las comunican con paisajes y campos
y otras poblaciones cercanas y menos cercanas del país o continente. Y el
continente está rodeado de mares y océanos que nos une con otros continentes
donde hay otras poblaciones compuestas de carreteras y casas y taburetes. A
todo esto se le llama Diversidad. Y todo esto es La Humanidad.
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Cuando un taburete se sube a un tren o a un avión ve pasar delante o debajo
suyo un trozo de humanidad que lleva consigo y reconoce. Y si el mismo taburete
se sube a un cohete y llega a la Luna para mirar hacia el Planeta Azul verá que
hay una palabra estampada en sus pupilas: Humanidad. Y mire desde la Tierra o
desde la Luna, hacia el Sol o hacia las estrellas o hacia el Universo limitado por
nuestros ojos verá siempre la misma palabra: Humanidad. Y si haciendo un
esfuerzo el mismo taburete mira concentrado en un punto de la Humanidad que
tiene en frente verá a otro taburete como él: un asiento con tres patas.
Homo Sentimentalis
Homo Sapiensus
Homo Libertus
Homo Apalabradus
Homo Amorosus
Homo Fraternatus
Homo Creativus
Homo Conciencius
Homo Igualitarius
Homo Poéticus
Homo Políticus
Homo Religiosus
Homo Éticus
Homo Estéticus
Homo Filosóficus
Homo Humanus
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Palabras previas
Las anécdotas literarias que a continuación presento abren la puerta a una
reflexión sobre un tema filosófico clásico y de actualidad que trato siguiendo una
lógica argumentativa. Aunque la lógica, como anticipara el poeta, es la libertad de
ordenar el mundo según tu propio sentimiento.
Quisiera puntualizar que en última instancia no es tan importante alcanzar las
razones profundas de cada tema que abordo –aunque dudo que ello fuera
posible, como el acto mismo de discurrir sobre hechos que llenan de significado la
vida diaria.
Por último, estoy convencido que lo verdaderamente necesario y esencial está en
la superficie de las cosas, disfrutar de los reflejos y no cegarse con la luz directa.
Valorar más los detalles pequeños que las grandes acciones. ¡La punta del
iceberg es el iceberg para mí! Primero, porque no creo que el iceberg sea la suma
de sus partes y sí que una parte contiene lo esencial del todo. Segundo, porque lo
que aflora a la superficie es el todo que quiero honestamente conocer.
Días, pasos, caras,
caricias de la brisa que pasa.
¿Y yo por qué justifico el acto de escribir, si así también estoy condicionando la
libertad de la lectura? ¡Empecemos por el principio!
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El sótano (sobre el Principio)
Manos a la obra, me dije pletórico de fuerzas, de hoy no pasa. El sótano ha sido
en los últimos años el refugio de objetos desclasados y cachivaches a reparar
que, sin necesitarlos, no hemos sido capaces de deshacernos de ellos. Así ha
ocurrido que el agujero negro es un taller de proyectos olvidados, un Rastro de
artilugios rotos e inservibles. Había que poner orden en tal caos donde ya casi ni
se podía respirar. ¿Pero por dónde empezar? Pues, como bien dice la expresión
popular, por el principio.
En la casa ha caído una bomba o dos.
Juguetes esparcidos,
cachivaches variados,
piezas desconocidas,
anuncios desfechados,
apuntes de trabajo,
periódicos atrasados,
catálogos de arte.
La entrada un muestrario
de hojas otoñales,
piedras rodadas,
conchas marinas,
zapatos embarrados
y más juguetes.
La leña crepita en el fogón...
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El jardín está preñado
de musgo y manzanas maduras
que se ofrecen a los pájaros
listos para el crudo invierno.
La casa está desordenada -no sucia-
(y nos creemos la mentira piadosa).
Las camas se airean todo el día
y se estiran justo antes de dormir.
Mathias afirma que en su caída
el torpe elefante arrastró
a los juguetes de la estantería
María nos dice traviesa
que lo ha heredado de su madre.
La mamá sostiene que sus montones
son un caos bajo control.
Yo no encuentro lo que busco
en mi meditado sistema
de carpetas bien ordenadas.
En la casa no ha caído ninguna bomba.
Los dos somos profesores de instituto.
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Como escapismo comprensible me quedo pensando sobre el Principio... porque
anterior al acto de ponerme en movimiento y recoger febrilmente ha habido otro
principio: por ejemplo, el hecho de decidir de una vez por todas en vaciar el
sótano. Y aún antes han existido otros principios que han consistido en las veces
que hemos bajado enseres diversos hasta llenar el sótano. Y todavía antes ha
habido otros principios como el construir el sótano, montar el taller y... Como
podréis adivinar la cadena es cansina porque hay muchos momentos anteriores al
principio de ponerme “manos a la obra”.
Es siguiendo esta reflexión anodina cuando podría afirmar que el Principio
original, causa eficiente no sólo de mi acción, sino de todas las acciones habidas
anteriormente y de las acciones por haber, no existe porque me es
desconocido..., es decir, yo no alcanzo a conocerlo.
Dicho esto y dando otra vuelta de tuerca, puedo contradecirme y defender que el
Principio fundamental existió, solamente que con nuestra mera inteligencia no
somos capaces de verlo. O sea, que no tenemos la facultad de aprehender el
Principio Universal. De igual modo tampoco podemos llegar a conocer la causa
final de este primer principio.
Un silencio:
quieto en mitad del camino
para recordar lo que dejé atrás
y no llevaré conmigo...
¿Existe el camino?
¿No será un círculo
donde el principio
y el final convergen
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en un mismo punto?
Un silencio:
quieto en cualquier punto del círculo.
Y dando otra vuelta a la tuerca, se puede sostener que en un acto intuitivo –de
razón, de fe, de sentimiento puedo perfectamente llegar a comprender que el
Principio existió e imaginármelo como un primer motor que puso en marcha todo
el cosmos. Llámesele como se le llame y con los atributos que se quiera: Amor,
Bien, Justicia, Ser, Dios, Energía, Todo, Uno, Big bang¸ etc. Igualmente podría
imaginarme un Principio compuesto por varios principios o primeros motores, ¡Por
qué no!
Tras toda esta labor de fresador lo que sí puedo sostener es que yo
honestamente no puedo negar ni afirmar categóricamente la existencia del
Principio original, me remito solamente a constatar mi limitación y eso ya es
bastante.
Otra cuestión más honrosa y actual, a mi parecer, es preguntarse ¿qué
importancia tiene el filosofar sobre el Principio en mayúscula? ¿Qué tiene esto
que ver con mis principios: los momentos puntuales que conforman mi vida?
Mi principio de ordenar en el sótano existe indistintamente de que conozca o no la
causa original de mi decisión y de todos los principios del mundo entero. Pues mi
principio, insisto, existe sin mayor discusión porque ya he empezado a vaciar el
sótano, porque ya estoy clasificando trastos y cacharros en sacos de plásticos.
Esto es incontradecible porque ya estoy haciéndolo y viviéndolo: presiento que el
Principio existe y ha existido siempre en el presente.
Sabemos que las cosas de palacio van despacio y que mi noble labor de orden y
recogida no la termino en un día porque cada elección hay que pensarla con
calma y sentirla sin pudor. ¿Pero... qué pasa si continúo mañana donde dejo el
tajo hoy? ¿no empiezo igualmente por el principio de lo que me queda por hacer?
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Voz en Silencio
Desde un Principio supe
que cuando te conociera
te reconocería.
A veces la duda rompía
el hechizo de amarte
sin conocerte.
Mas el impulso sobrevive
a la tempestad implacable
del Tiempo.
El Fin es el Principio,
beber la vida en tus labios y en tus ojos.
El Fin es el AmoR
que aletea en el Futuro presentido.
El Principio y el Devenir
es el torbellino de la historia
sin Fin.
Ayer comprendí cuanto
te he amado en otros amores.
Ayer comprendí que no supe
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amarte Nunca sin medida ni locura.
Ayer comprendí cuanto AmoR
tengo en el puño cerrado del corazón.
Sé que tú estás conmigo
en este secreto silencio compartido.
Sé que tú tienes el mismo
presentimiento latiendo en tu frente.
Sé que a ti también el pecho
te golpea la sien con fuego y deseo.
Sé, desde Ayer,
que el Fin comienza
Hoy.
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La hora inadecuada (sobre el Tiempo)
Fui a recoger a mi hijo al colegio, eran las tres de la tarde pero al parecer era la
hora inadecuada. Mi hijo estaba de camino al gimnasio para jugar con un amigo.
Se me quejó preguntándome ¿por qué no le había dado más tiempo? Y yo, que
tenía un océano de tiempo porque estaba de baja, le propuse que se podía
quedar y que le podía recoger más tarde. Él se apresuró en ordenar que tenía que
ser a las cuatro. Asentí con un gesto y le dije que regresaría dentro de una hora.
Justo cuando le estaba diciendo adiós se le saltaron las lágrimas y puso cara de
circunstancias, por un momento me recriminé mi exceso de pedagogía.
Nos sentamos un ratito en un banco bajo el sol reluciente de un día primaveral en
mitad del otoño danés. Le pregunté por qué lloraba y él me contestó con otra
pregunta: ¿papá cuánto es una hora? Yo, tras un instante de duda, le aclaré que
una hora era un rato largo y, para no aumentar más su angustia, le dije que iría a
buscarle pasada media hora: dentro de un rato corto. Este momento corto de
tiempo le pareció más palpable y armándose de valor se secó las lágrimas y me
dio un abrazo que duró una eternidad y me iluminó todo el día.
Desde el silencio escucho una voz
de trueno que se aleja,
una voz agitada y elocuente.
Desde el silencio escucho una voz
sencilla que se acerca,
una voz espontánea y transparente.
Desde el silencio escucho,
sabedor del tiempo,
paciente, paciente.
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De camino para casa y sabiendo que en cuanto llegara tenía que regresar de
nuevo al colegio, sonreía consolándome bajo el mismo sol primaveral de otoño y
me preguntaba por enésima vez ¿Qué será el tiempo? ¿Es algo universal o
individual? ¿Es algo que existe en la realidad o es una construcción humana? ¿Es
algo que se aprende o que se vive? ¿Perciben los animales y las cosas el
tiempo? etc.
Cuando mi hijo me pregunta lastimosamente ¿papá cuánto es una hora? Le podía
haber respondido que una hora es 1/24 parte de un día, o 1/168 parte de una
semana o... una infinita parte de la eternidad. No le habría ayudado nada más que
para sentirse aún más desolado en el soleado patio del recreo –y posiblemente
habría pensado que su padre no es de este mundo, sino que es un tonto o un
cobarde o un traidor a su sangre. Mi hijo se queda tranquilo tan sólo cuando le
hablo en un lenguaje a su nivel: ratos cortos y ratos largos. Y esa es la pura
verdad.
Tal vez, para mi propia satisfacción intelectual, podría aplicar el mismo método, es
decir, no perderme en abstracciones universales y encontrar una explicación
tangible a la cíclica pregunta ¿qué es el tiempo? En castellano tuyo y mío.
Mientras más me meta en profundidades más a oscuras voy a encontrarme.
¿Recuerdan lo de la superficie de las cosas?
Que el tiempo sea absoluto y uniforme independientemente del movimiento y del
observador que lo mide o que el tiempo sea relativo en función de la velocidad y
de la fuerza de la gravedad y, por supuesto, del observador siempre presente,
pues sencillamente no me vale para calmar mi hambre. Que el tiempo tan sólo lo
pueda percibir el alma o la psique o que sea una intuición a priori tampoco me da
de comer. Que el tiempo se explique como dos temporalidades: una exterior
donde las realidades se suceden atemporalmente y otra interior donde la
conciencia del sujeto psíquico cambia y este cambio es irreversible. Pues
tampoco me alimenta lo suficiente. Que el tiempo nos valga para medir las causas
que en sucesión o simultaneidad obran en el mundo o que sea la otra cara del
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espacio y sea valorable y divisible en nociones temporales, a saber: pasado-
presente-futuro, ayer-hoy-mañana, antes-ahora-después. Pues tan sólo me
engaña el hambre y necesito encontrar algo más nutritivo.
Me viene a la memoria ahora que se acerca la Navidad: tiempo de reflexión e
inventario, un poema grandilocuente que escribí el año pasado ¿o tal vez fue el
anterior?
En acordes imprevisibles
Cada año tiene 365 días
-salvo los bisiestos,
repartidos en semanas
meses y estaciones.
Hace frío o calor.
Las flores reverdecen
el paisaje o las hojas
mustias abonan la tierra.
El tiempo se sucede
en acordes imprevisibles.
El ayer de nuestra memoria
cimenta el presente
que se presenta tan real
que el sueño incierto
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del futuro palidece.
Cada año comprobamos
que los 365 días
-incluido los bisiestos-
repartidos en semanas
meses y estaciones,
helaron y ardieron
en nuestra piel.
Las flores reverdecieron
el paisaje y las hojas
mustias abonaron la tierra.
Nosotros nos sucedemos
en acordes imprevisibles.
Insisto pues, ¿Qué es el tiempo? ¿Siento yo el tiempo de distintas maneras según
se me explique como un hilo, una cadena o unas motas de polvo? Claro que no.
El tiempo, para mí como para Mathias, son momentos que vivimos y los habrá
largos y cortos, profundos y banales, dulces y amargos, para recordar o reprimir...
La percepción del tiempo dependerá de nuestra propia noción del mismo y ésta
vendrá dada tanto por nuestra vivencia individual del tiempo como por la cultura
que nos arropa. Ejemplizo: En la cultura occidental el tiempo pasa y nosotros con
él, en ciertas culturas africanas el tiempo viene y se le espera...
Resumiendo de un tirón largo: El tiempo lo sentiremos y lo entenderemos según
sea nuestra experiencia diaria, según sea la realidad de cada momento, según
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sea el nivel de actividad emocional e intelectual, según sea nuestro carácter,
nuestra paciencia, nuestra... en fin, según nos vaya en la feria.
El rato que tardo en ir del colegio a casa y de casa al colegio puede ser una lápida
pesada si sólo pienso en “hacer tiempo”. Al igual que ese mismo rato para mi hijo
puede ser un suspiro si él en vez de esperarme parado en el patio pensando
¿cuándo viene mi padre? se marcha al gimnasio y no deja de correr y saltar y
sudar. Seguro que cuando llegue a recogerle me recriminará de nuevo
diciéndome ¿por qué no me has dado más tiempo? Porque yo, sin remedio, voy a
buscarle a la hora inadecuada.
Llevo todo el tiempo
del mundo en mi muñeca
y cada día que pasa
más me pesa.
No son los recuerdos
ni las vivencias,
sino mis manos,
que no descubren
caricias nuevas.
Tacto que toca tu piel, morena,
susurros que el espacio llena
una vez de vez en vez
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cuando la noche tiembla.
¡Te diera el sol
y dejarlo en tu puerta!
(o en la reja de tu ventana
si andaluza fueras).
¡Te diera la luna,
un millón de estrellas
y un beso mojado!
Todo todito cuanto quisieras.
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El calamar frito (sobre la Realidad: Ser y Parecer)
Era el último calamar frito que me quedaba en el plato. Lo había ido dejando
hasta el final por la apariencia tan curiosa e inusual que tenía. Lo pinché con el
tenedor y les pregunté a los niños qué parecía aunque la forma era obvia. Los dos
contestaron al unísono quitándose la palabra de la boca: ¡Un corazón!
Seguidamente pregunté qué podemos hacer con él. Mi señora esposa, supongo
que adivinando lo que iba a suceder, exclamó: Mientras no le hagas una foto.
María sugiere que me lo coma y Mathias robándole la idea a su madre dice que le
haga una foto. Yo lo celebro y le doy las gracias ante la idea genial que ha tenido
y me apresuro a coger la digital para inmortalizar el calamar frito.
Tras vencer el contratiempo de que las pilas de la cámara estaban gastadas y
cambiarlas por las del Game Boy, cuál no sería mi decepción cuando observo que
el calamar no se mantenía en pie en el tenedor que lo sujetaba porque la calor
que asola el levante español no respeta a persona ni a calamar frito... María
insiste en que me lo coma de una vez y yo tras cambiarlo de posición y pincharlo
de frente y de costado termino por sujetarlo con la mano porque se estaba
quedando hecho un churro churrigueresco.
Mi mujer muy a su pesar suyo se ve obligada a interrumpir su comida para
fotografiar el objeto en cuestión porque yo hasta hoy no he logrado fotografiar mi
propia mano sin que ésta no salga movida. La fotógrafa hace tres kliks y da por
terminada su faena. ¡Ahora si puedo comerme a gusto el trozo manoseado de
goma empanada y aceitosa!
Mientras mastico y mastico pregunto con la boca llena (cosa que no se debe
hacer y que se me recrimina puntualmente en estéreo: madre e hija al compás)
qué título le pondríamos a la foto. Mi hijo tomando la parte por el todo lo llama
Corazón. Mi hija realista como ella sola va dos palabras más lejos Corazón de
calamar (título que tiene una aliteración y un ritmo gracioso que todo hay que
decirlo) y mi mujer lo titula Coñazo. Seguro que me delató una mueca mínima
ante el título irreverente de mi señora esposa ante un tema tan serio y grave
porque luego más tarde en la cocina me ilustraba que la palabra Coñazo casaba
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bien porque contenía las mismas vocales –y en el mismo orden, que la palabra
corazón. Hasta me terminó gustando la ocurrencia por lo transgresor del título. ¡Si
al final mi mujer iba a tener hasta razón!
Bueno, continúo. Yo lo titulé El corazón en la mano. Ni que decir que a nadie le
gustó. Mathias dio la callada por respuesta. María miró hacia el cielo en un
ademán adolescente que cada día es más acusado y cómico. Mi mujer que se
supone me tiene que ayudar en los momentos difíciles remata diciendo que eso
suena a cliché gastado y yo, intentando mejorar lo inmejorable, justifico que
precisamente cuando el cliché se utiliza en un contexto absurdo e inesperado es
cuando se crean reacciones de todos los colores como a la vista estaba.
Ser y parecer:
Formas de tener.
Y aparece la pregunta típica: ¿Engañan las apariencias o son las apariencias
parte de la realidad que percibimos y vivimos? Es la eterna disputa entre los que
mantienen que una cosa, el ser: un objeto físico, un estado, situación, proceso o
fenómeno, cuando se manifiesta se presenta de un modo distinto al que en
realidad es cuando se la examina con exactitud y al detalle. Y aquellos que opinan
lo contrario, exactamente que las apariencias son parte de la realidad y, como
mínimo, punto de partida para conocer en su amplitud el ser.
Mientras unos enfocan en que la verdadera realidad del ser se halla en el interior
del mismo, los otros no desdeñan lo exterior como parte consustancial al ser.
Mientras unos piensan que solamente lo inmutable es real y que todos los
cambios son declarados aparentes, es decir falsos y falaces; los otros identifican
cambio con realidad.
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En conclusión: Mientras unos admiten que la realidad del ser trasciende
absolutamente a la apariencia, los otros defienden que la apariencia de una cosa
es lo mismo que su realidad.
Así pues que aquí tenemos a nuestro calamar frito que para los que piensan que
la realidad engaña, la realidad primera, última y verdadera será, supongo, su
estructura molecular, atómica, cuántica por ser la naturaleza “original” del
calamar. Y para los adeptos a la opinión contraria, el calamar aceitoso con
apariencia de corazón ya es una realidad en sí misma y con sentido propio porque
se puede comer y masticar, fotografiar y admirar y hasta escribir un artículo
tomándolo como punto de partida.
A mi parecer más importante que saber qué es el ser en sí mismo o en apariencia
es qué representan y significan las cosas para mí cuando estoy en contacto con
ellas y las vivo. Y es más, qué representan en el aquí y ahora porque la realidad
es dinámica y cambiante como nosotros.
Las apariencias y las realidades, es decir, las “apariencias de una realidad” y
“esta misma realidad”, son representaciones complementarias que adquieren
significación en el momento que las estamos viviendo y cobran consistencia
únicamente cuando interactúan con nosotros.
Así pues, la realidad no es ni única ni objetiva aunque el ser parezca que lo es. Y
subrayo “parezca” porque intuyo que nuestros pensamientos y actitudes influyen
sobre aquello que observamos y cambian tanto el orden oculto como visible de lo
que vemos y vivimos.
Dios, que existes en cada infierno,
hazme dudar de la vida y la muerte,
de lo santo profano y lo divino,
pero nunca de mis sentidos cautivos.
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Estoy acordándome de un puding de chocolate que nos dieron unos amigos
dueños del “mejor” restaurante de la ciudad... Disfrutamos toda la familia
comiendo postre de lujo durante un par de días, al tercer día había que tirarlo
porque ya se estaba quedando viejo. Justo en el momento en que lo estaba
tirando entró mi hijo al cuarto de baño y me pilló infraganti cuchara en mano
vertiendo el chocolate en el váter. Cuál no fue el gesto de asco que mi hijo hizo y
la exclamación que soltó antes de escaparse del lugar corriendo: ¡Parece mierda!
Con este ejemplo dulce y asqueroso parece que la discusión entre el ser y el
parecer se asemeja a la discusión anodina entre los que opinan que la botella
está medio llena o medio vacía.
El mismo calamar frito con forma de corazón es distinta realidad para cada uno de
mis hijos, para mi mujer y para mí por significarnos cosas distintas. A saber, para
mi hija es un bocado exquisito con unas gotas de limón y un trozo de pan, para mi
hijo es un manjar exótico y atractivo que ninguno de sus amigos come en
Dinamarca, para la fotógrafa es una típica tapa española que en realidad se llama
calamar a la romana y es de origen italiano; y para mí es un mundo de
sensaciones que me trae diversas asociaciones a cual más placentera: Los
bocatas de calamares en la Plaza Mayor de Madrid, la situación rocambolesca
que se creó el pasado verano mientras comíamos, el calor y la luz Mediterránea
que añoro en este diciembre nevado y bajo cero, el corazón que se refleja en las
cosas mundanas y familiares...
El Rey estaba sorprendido, preocupado.
¿Por qué no amanecerá por el este?
¡Es que el Sol ya no respeta mi voluntad!
se decía mesándose las barbas.
La Reina se levantaba cada mañana
cantándole con dulzura al Sol,
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y lo acunaba entre sus brazos
y le daba el pecho de leche tibia.
El Rey, tonto como ninguno, tardó
en comprender que el Sol siempre
sale y se pone de este a oeste,
sólo se trataba de tener bien abierto
el corazón.
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La piedra de los cien agujeros (sobre la Existencia y la Consciencia)
Mi hijo y yo tenemos la agradable costumbre de pasear cogidos de la mano muy a
menudo. Mientras paseamos vamos conversando de lo que surge, según sopla el
viento. Una cosa que se ha convertido en ley es que en nuestro caminar vamos
recogiendo tesoros que el suelo ha olvidado: hojas multicolores, frutos de la
época, nueces, moras, ramas orgánicas, también objetos metálicos como
tornillos, puntillas, tuercas, etc. El tesoro que más alegría nos da encontrar son
piedras y máxime si éstas tienen agujeros. Estamos convencidos que traen suerte
a la casa, así nuestra familia es una suertuda porque en la entrada se apiñan
todas las piedras encontradas en nuestros paseos diarios.
Esta mañana, de camino al colegio, se quejaba mi hijo porque había visto una
piedra con cien agujeros en el cole y no la había traído a casa. Yo le dije que
nunca había visto una piedra así y que por tanto no creía que existiera tal piedra.
El niño irritado con el escepticismo paterno continuó hablando cada vez con
mayor enojo para convencerme de que sí la había visto en el colegio y, por
consiguiente, que la famosa piedra sí existía en realidad. En este juego de tira y
afloja al final llegué a darle la razón a mi hijo y admití como cierto, que en el patio
del colegio él había visto una piedra de cien agujeros, solamente que se le había
olvidado cogerla. ¡Mala suerte! Es curioso como una cosa que puede traer buena
suerte de pronto es la causa de precisamente lo contrario...
¡Oh, me falta un poema bello!
Hermosas tus manos
dibujan efímeras
siluetas en mi espalda.
Tus dedos,
ondas que insinúan
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látigos en mi piel.
Tus uñas,
desvelan el secreto
de mi carne.
Tú, bella tú,
tan real como yo
que sólo existimos
en este papel.
Bueno, a lo que iba, de regreso a casa especulaba sobre la existencia... ¿Qué es
la existencia? Y para no traicionarme con definiciones gratuitas me complicaba
aún más la vida con otras preguntas ¿No será la existencia vivir consciente de
que se está viviendo? ¿Y qué es vivir? ¿Y qué es ser consciente? ¿Se puede
existir sin consciencia: sin sentir ni pensar? ¿Entonces quien no siente ni piensa
no existe? ¿Los animales, las plantas, las cosas y otros entes indeterminados no
existen por no ser conscientes...? ¿Y es cierto que los animales y las plantas ni
sienten ni padecen? ¿Y que las cosas no están vivas? Y... y yo inflándome los
pulmones en un arrebato de optimismo respondo al unísono: Indistintamente de
que lo otro sienta o no, sea consciente de sí mismo o no, yo sí siento y pienso con
plena consciencia y por eso mismo reconozco la existencia de los animales, las
plantas y las cosas. Escribí hace unos años un poemita que de pronto es actual
en este texto.
Secretitos a voces
En realidad hay pocos tigres. Tan sólo un puñado desperdigado que nadie
se topa por la jungla... Me temo que alguien nos está jugando una mala
pasada porque yo vivo, como, respiro, duermo y sueño creyendo en tigres
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de Bengala. ¿Dónde andarán los unicornios, los dragones, los pegasos?
¿Quién los hizo invisibles como a los tigres a rayas?
Se rumorea que ha habido elecciones en la Luna. Cráteres, Montículos,
Puñaditos de arena han decidido, por unanimidad, seguir haciéndonos creer
que nadie por aquellos lares habita.
Retomando el hilo del “principio” de esta anécdota ¿Existe o no la piedra de los
cien agujeros que mi hijo postula haber visto? Aunque mi corazón quiere creerlo,
mi razón desconfía de tal hallazgo. Primero, porque yo no he visto ni palpado la
piedra; segundo, cómo produce la naturaleza una piedra fugaz de cien agujeros;
tercero, cómo ha ido a parar al colegio; cuarto, por qué no la cogió mi hijo; quinto,
porqué yo no había oído antes hablar de una piedra así y, sexto, es que además
es imposible que exista y punto.
Ahora me calmo e intento utilizar mi sentido común ¿Existe solamente aquello
que yo puedo constatar directamente a través de mis sentidos corporales por muy
engañosos que estos sean?
Entonces mi realidad quedaría reducida a dos metros cuadrados porque el
universo que capto a través de los medios de comunicación, audiovisuales,
internet, libros, etc. no sería válido porque me llega de lejos y sin garantía de
origen. O sea, que tendría que excluir toda constatación de la realidad que no
fuera directa, empírica y científica. ¡Qué mundo más pobre el mío! No,
obviamente mi sentido común pone las cosas en su lugar: la Realidad es lo que
vivimos a diario por muchos filtros y capas con que se presente.
¿Qué ocurriría pues con el ornitorrinco? ¿No existiría? Porque si me cuentan que
hay un animal mamífero que pone huevos, que tiene por boca un pico en forma
de paleta como los patos, un cuerpo voluminoso cubierto por un pelaje “parecido”
al del castor y las patas acaban con unos dedos largos con potentes uñas unidos
por una membrana palmar. Pienso que es un ser de ciencia-ficción porque yo
nunca he visto uno en persona. Pero tal engendro existe en realidad, si me creo
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los libros de fauna australiana. Y sé que existe porque aun siendo un animal
endémico –propio de Australia oriental y de Tasmania, es parte del saber común:
mi hijo juega con un libro de animales “fantásticos” donde en la primera hoja
aparece este prodigio.
En fin, que la realidad no es la suma de lo que constato directa e indirectamente a
través de los sentidos. Lo que imagino y es producto de mi abstracción e intuición
también existe en la medida que lo he inventado y, por tanto, forma parte de mi
realidad. La piedra de los cien agujeros de mi hijo ya existe con pleno derecho en
mi realidad como el ornitorrinco, como las teclas que estoy pulsando, como los
unicornios, los pegasos, los Puñaditos de arena de la Luna que nunca hemos
pisado.
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La nariz (sobre la Belleza)
Smuk dijo el otorrinolaringólogo con brevedad aséptica mientras me examinaba la
nariz por dentro. Yo sonreí entre admirado y confundido. Porque indistintamente
de que la palabra danesa smuk, pueda significar bonito o bello en español,
beautiful o wonderful en inglés, etc.; e indistintamente de que el calificativo se
refiriera al estado interior de mi nariz o al éxito de la operación que, valga la
aclaración, no era estética sino funcional, ¿cómo se puede llamar smuk a la parte
peluda y mucosa de una nariz recién operada? ¿y qué es en realidad lo bello? ¿y
cómo percibimos la belleza?
Te miro mientras duermes
y no tienes cara de ángel
porque te llamas María
con dos apellidos enamorados.
Me acerco cerquita y te respiro.
Me columpio en tus pestañas
y me paseo por los surcos que dibujan
las venitas de tus párpados.
Me entretengo subiendo a tus cejas
y se me resbala la mirada hacia tus sienes.
Silencioso me aparto para mejor ver de lejos
tu bello rostro que transita un sueño sereno.
Puede que la belleza sea más una percepción subjetiva: lo que a mí me parece
bello; que un juicio objetivo: una especie de atributo inmanente que las cosas
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bellas tienen en sí. Puede que la belleza sea un asunto más de sentimiento: la
causa de mi placer y de mi admiración, que de pensamiento: lo que agrada
universalmente. Puede que la belleza sea más una realidad abstracta perceptible
mediante un sentido especial que no requiere explicación racional, que una
realidad absoluta y armoniosa. Puede que la belleza sea más una sensación
individual e intransferible –un estado de ánimo que varía según el pie con que te
levantes... que una norma social, una categoría cultural e histórica. Y, siguiendo
con el juego de los contrarios o complementarios según se mire, puede que la
belleza sea más un asunto de amor que de razón.
Háblenme de cultura
Que me suena muy bien
Cultura por aquí
Cultura por acá
Cultura del derecho
Cultura del revés
Cultura con “k”
Cultura con “q” con “c”
Mil actos culturales
Cultura para todos
Todo por la cultura
Por un oído me entra
Por el otro me sale
Un paréntesis poético:
Cultura, de tanto nombrarte
Has perdido tu desnudez
No me gasten la palabra
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Que ni es culto ni es basura
Ni un póster en la pared
Hagamos todos cultura:
Un garabato con los pies
Está claro que el Sr. Especialista ama su profesión, me lo ha demostrado
repetidamente en lo que llevamos de trato durante mi operación y convalecencia.
Está igualmente claro que él es todo un profesional en la materia y, posiblemente
por eso, es su satisfacción doble cuando la operación que, según sus propias
palabras, había sido todo un reto, sale a todas luces smuk.
Puede ser que la expresión tan sólo se refiera a la parte física de todo el proceso
de reparación nasal. También puede ser que la expresión esté ensalzando la
creatividad que exige arreglar una nariz atrofiada. Puede ser, sencillamente, que
smuk sea algo que se dice sin pensarlo dos veces...
En definitivas cuentas, que lo que el Especialista dijo ni lo opinaba, ni lo creía ni lo
quiso decir. Puede... Pero una cosa saco en claro de toda esta divagación vasta y
banal: para llamar smuk al interior de una nariz en carne viva es necesario tener
como mínimo tantas fibras en el músculo del corazón como trillones de células en
el cerebro.
Sin remedio ni cura
Con norte y estrella fija
Patea inocente su andadura
Provocando a la razón canija
¿Dígame a qué quijote me refiero?
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El monito (sobre el Amor)
Mi hijo, todo corazón y listeza, se levantó hoy con el cariño subido. Se enganchó a
su madre como si de un monito se tratara y no dejaba de refregarse y acariciarla
exigiendo a su vez una buena porción de lo mismo.
La madre más feliz y dichosa que si le hubiera tocado la lotería gorda, le
correspondía con besos y abrazos maternales mientras yo ajeno a la escena
preparaba el almuerzo diario porque no solamente de besos y achuchones vive el
hombre.
La mañana se presentaba calurosa y radiante de luz de amor que no es necesario
describir aquí porque esto no es un pastiche sentimental.
Los besuqueos y los mimos llegaron a ser empalagosos y el tiempo apremiaba
porque había que vestirse y desayunar y partir a la escuela, donde unos vamos a
enseñar y otros a aprender. La madre de la criatura tras explicarle
pedagógicamente las razones de porqué había que dejar las carantoñas, remató
los argumentos con ironía y humor: “Este niño no quiere a su madre”. El niño
comprendiendo la indirecta y sin querer soltar al tesoro de su madre le respondió
exigente: “Yo tengo el derecho de quererte”.
Aligeramos la prisa y llegamos cada uno a su trabajo puntual. Ahora, mientras
escribo estas letras, se me dibuja una sonrisa boba de oreja a oreja al recordar la
frase sabia de nuestro hijo que es todo corazón y listeza.
Desde la libertad
encadeno palabras
y engarzo sentidos:
dos más dos son cinco
y el corazón me tiembla
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cuando te miro, cariño.
Desde la libertad.
Desde el amor
engarzo palabras
y trueco sentidos:
dos más dos
tu vientre divino.
Desde el amor.
Y aparece la gran pregunta ¿Qué es el Amor? A poco que investiguemos nos
encontramos sumergidos en un maremagno de significados parecidos u opuestos
que justificarlos si pudiera llenaría toda una biblioteca. La anécdota muestra que
el Amor es un sentimiento sencillo y privado entre personas, es decir: humano.
Ya desde la antigüedad clásica se entendía el Amor como el Principio vital que
gobernaba la unión de los elementos naturales y la relación entre las personas.
Así de un brochazo queda zanjada la cuestión de si el Amor es estricta y
exclusivamente humano o es una fuerza natural que impregna a todo ser
existente: Animal, vegetal y cosa. Aquí paz y después gloria pero el tema da para
más de una batalla.
Aceptar la idea superior del Amor es como imaginarse que el Amor es la
sustancia original que aúna el Bien, lo Bello, lo Justo, la Perfección, es decir, que
el Amor es Dios. No a la manera que lo pintan los numerosos libros santos que
son la piedra de toque de las numerosas religiones instituidas, de esos dioses,
con sincero respeto y con la mano en el pecho, mi dios me guarde...
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ALUMNO: Maestro, ¿es usted ateo?
MAESTRO: ¿Atequé?
ALUMNO: Ateo.
MAESTRO: ¡No, no, Dios me libre!
El Amor sería como la energía que ni se crea ni se destruye sino que se
transforma, pero como ésta puede activamente unir como separar, o quedarse en
estado latente, una especie de Amor potencial. El Amor estaría presente en todo
lo que existe perceptible o no por nosotros. Incluyendo la esperanza humana,
inquebrantable como el Amor.
Puestos a aceptar la idea del Amor como principio y final de la Realidad..., se
podría sin lugar a engaños sostener que el Amor pregna y preña cada rincón de
nuestra casa, que es la Existencia; por eso es difícil definir qué es el Amor como
es difícil definir qué es la Existencia o... la Vida.
Reconozcamos que todo hasta ahora han sido suposiciones bien intencionadas
porque sobre el Amor Universal sólo sé que no sé nada. Pero mi intuición y mi
creencia en el género humano me llevan por otros derroteros existenciales más
palpables y gratificantes. Me explico. A mí lo que de veras me interesa es
comprender qué es el amor cuando se manifiesta en la relación entre personas: El
amor humano. El amor que hace que un monito se cuelgue a su madre cariñoso y
exigente. El que sé que existe porque lo respiro a diario y me da vida y razón de
ser.
El amor nuestro es muy corriente y mundano –humano, demasiado humano, es
consustancial a la propia naturaleza humana... y por eso mismo de carne y
huesos.
¿Qué quiero decir con esto? Principalmente dos cosas: La primera: que todos y
cada uno de nosotros ama y tiene capacidad de amar en mayor o menor medida,
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supongo que en función de cuanto amor hemos recibido desde la misma cuna. La
segunda: que este amor a veces puede ser benéfico, bueno; y otras pernicioso,
malo; como podemos ser bueno o malo cualquier hijo de esta vecindad llamada
humanidad. En fin, que el amor es como la energía ya mencionada que puede
curar si se emplea con fines terapéuticos o exterminar si se cometiera la locura
nuclear.
Londres mío
Londres gris,
como un tomate
podrido por el estrés
y la traición;
como un corazón
que revienta calcinado
de alquitrán y ruido.
Londres mío,
antaño, hasta ayer,
hoy mismo,
dicha al viento
en movimiento
de unos pasos enfebrecidos:
Cierta demencia llamada Amor.
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Londres muerto,
como yo,
fantasma incierto,
espectro que danza
el baile postrero
de la locura y la nada.
Un vacío entre vacíos.
Londres mío,
lloremos juntos
la pena de no ser
y saber que fuimos,
pasemos cada uno
en quieto letargo
y olvido...
Insisto, amar es una característica sui géneris de la especie agraciada: Homo
Amorosus. El amor es un sentimiento que no se rige por leyes físicas o biológicas
¡No hay una fórmula única para amar, como no puede haber un gen o una
hormona del amor! El sentimiento de amor es un misterio que permite amar a
varias personas a la vez. El monito ama a su madre amorosa –más que al Game
Boy, según sus propias palabras, y ama a su padre querido y superman, y a su
hermana compañera y rival de juegos y otros menesteres, y a sus abuelos
daneses y españoles, y a sus amigos y, en cierto modo, ama también –aunque
menos, a sus enemigos si es que los tiene, y ama a las piedras que recogemos
en nuestros paseos y... y con seguridad, que ama a la Sabiduría porque cada día
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que pasa vive amando y haciéndose más sabio, más sociable, más humano:
Homo Sapiensus, Homo Politicus, Homo Amorosus.
El AmoR es una curva senoidal equigenerativo pregenerativo extragenerativo regenerativo protogenerativo agenerativo degenerativo regenerativo ingenerativo nerativo rergenerativo antigenerativo negativo hecgenerativo digenerativo gativo supergenerativo degenerativo tivo archigenerativo exgenerativo vo ultragenerativo pretegenerativo v paragenerativo resgenerativo o metagenerativo abgenerativo … equigenerativo
El amor no es restringivo sino generativo: Engrandece tanto a quien lo da como a
quien lo recibe. Un gran pensador medieval dijo ama y haz lo que quieras
refiriéndose al amor del hombre por Dios y viceversa. La misma genial frase se
puede emplear –con más justificación, si cabe, al amor entre personas: Ama bien
y haz lo que quieras. O... Acostúmbrate a amar bien y cada vez lo harás mejor.
El amor es una declaración a la vida, la mejor muestra de convivencia y
reconocimiento por encima de convencionalismos o supersticiones: razas,
religiones, nacionalismos y otros engaños ilusorios. Y que se me perdone la
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inocencia y el optimismo pero recuerden lo que dijo el protagonista de nuestra
historia: Tengo el derecho de querer.
En definitiva, creo que el amor de verdad genera amor... Está por encima de
todas las trabas y las trampas que queramos imponerle. El amor es en realidad el
complemento de nuestra libertad.
Y termino de una vez por todas porque me ha salido un discurso-sermón, un
artículo sentimental ¡y además larguísimo! Prometo controlarme en adelante,
valga como excusa y razón que he disfrutado de mil amores.
Esclavo del orden y de tu mirada
no puedo mover un dedo
sin que consientas con los ojos.
El orden es divino,
tu gesto, carnal;
y yo, algo que se mueve
entre dos mundos.
(Pero que sepas que ni tú ni yo
somos quienes conocemos
ni la divinidad quien ordena).
Las flores se marchan al parque
y el poeta se queda venas abiertas
de tanto gritar para adentro
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y tanto callar para afuera.
Descansar el pensamiento
y dormir sin sueños.
¡Qué envidia de descanso
que tienen los muertos!
Descansar…
Marcharme sin prisas
para regresar en silencio
y susurrarte al oído:
Me moría de ganas por veros.
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La tela de araña (sobre el Pensamiento)
La tela de araña era magnífica, con tan sólo cuatro puntos de amarre se extendía
entre dos setos que mediaban más de dos metros. Había helado y las gotitas de
rocío colgaban minúsculas en la red formando un velo de perlas transparentes. La
vista era sobrecogedora y la obra de arte estaba ahí, en el jardín del vecino, tensa
arpa para disfrute de cualquier transeúnte que tuviera los ojos bien abiertos a la
luz de la mañana.
Llamé a los niños que ya me habían dejado atrás, para que se deleitasen con el
cuadro que la naturaleza exhibía gratuitamente.
¿Cómo habrá hecho la araña una red tan grande? Me pregunté en voz alta. María
me responde que eso nunca lo sabremos a menos que un hada nos convierta en
araña y así podamos pasear por los hilos y descubrir el misterio. Yo, aceptando la
benevolencia del hada, alego quisquillosamente que al convertimos en araña no
podremos explicarles después a los hombres tal misterio. Mi hija contesta
resignada por el desconocimiento de su padre en cuestiones de aventuras: ...a los
dos días la misma hada nos vuelve a convertir en persona a menos que un
gigante nos pise y aplaste.
Al día siguiente de camino para el colegio iba pensando en ver de nuevo la tela de
araña y cual no fue mi desilusión cuando constaté que ésta ya no estaba. Me salió
una queja lastimosa e infantil ¡Con lo bonita que era! Mathias me consuela
diciéndome: Así son las arañas, cambian de jardín cada día. Y agrega
seguidamente ¿sabes por qué? Yo respondo negativamente y el malabarista de
seis años saca una explicación de la chistera y me enseña cómo funciona el
mundo: A las arañas les gusta ayudar a todas las personas y por eso se mudan
de casa para matar a los insectos que molestan en los jardines. Yo agrego que de
todos modos la casa que había hecho la araña era preciosa y que si yo hubiera
sido la araña me habría quedado a vivir en ella para siempre. Mathias me
responde en un tono académico y cansino: Pero papi..., a las arañas les gusta
mucho viajar y ver mundo.
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¡Vamos a contar cuentos tralará...!
Los dioses se reunieron
para decidir quién iba
a gobernar el mundo
y sus criaturas extrañas.
La más enana de todas
alzó la mirada y traicionó
a la propia naturaleza
inventando unos dioses
que se reunieron para decidir...
Los dioses se volvieron a reunir
para determinar quién iba
a gobernar el mundo
y sus criaturas extrañas.
La más enana de ellas
señaló con el dedo índice
y los dioses cayeron fulminados.
Desde entonces hay lugar
para todas las criaturas
y todos los dioses.
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Yo podría decir que el polvo estelar
son los restos de los dioses calcinados,
y seguro que algún astrónomo me diría
que tengo toda la razón del mundo.
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El Gigante (sobre la Fantasía)
No había prisa ninguna pero no sé porque deformación genética íbamos camino
de la escuela a pasos agigantados. Mi hijo, que tiene la habilidad de dar tres
pasos por cada uno mío, respirando y hablando al mismo tiempo, me impetra con
una pregunta típicamente suya de principio de día: ¿Sabes quién puede llegar
desde la casa al colegio de un sólo paso? Yo respondo que no, claro está y el me
sorprende contestando que un Gigante.
Yo le correspondo con otra pregunta ¿Tú conoces a algún gigante que pueda dar
tales zancadas? Él me contesta sin mayor énfasis que sí y yo me froto las manos
del pensamiento porque estamos haciendo camino.
A ver hijo, ¿Cómo se llama, dónde vive y qué come ese gigante que dices
conocer? Se llama Børge y vive en el jardín de la piscina municipal debajo de la
tierra y solamente se le puede ver la mano gigante. Entonces empezó a
cuadrarme las cosas pues en la entrada de la piscina municipal hay una mano
escultural gigante que emerge del fondo de la tierra.
¡Ah, ahí vive el Gigante! ¿Y es bueno o malo ese tal Børge? Es bueno porque
enseñaba a nadar a los niños cuando era de carne y hueso, pero ahora es un
gigante dormilón porque es muy viejo y está muy cansado. ¿Entonces ya no
enseña a nadie? No papi, pero antes de dormirse para siempre le enseñó a nadar
a todos los profesores de natación que hay en la piscina y nos enseñan a los
niños cuando vamos a natación... Pero el gigante ya no vive allí –continuó la
maquinita de fabricar sueños, la mano es de piedra porque cuando los gigantes
se echan a dormir se convierten en piedra y viven en el cielo. ¿Bueno, entonces
es ahora el cielo su casa? Sí, vive en un champiñón. ¿Pues será un champiñón
más grande que una plaza de toros? Claro que sí, papi, porque es el mundo de la
fantasía.
Mientras mi hija busca su fantasía
entre la montaña de juguetes y colores
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que perfilan formas de plástico y madera,
escucho a Allan Olsen:
”a b c var det først´ jæ lært´
jæ sto´ mæ´ billetten da mit tog var kørt
jæ´ sku´ vær´ sømand & sejl´ på en sort fregat
men der var al´ for mange bølger & mit land var for fladt
å å å gajoverden gajoværd
å å å gajoverden gajoværd.”
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La pizza (sobre el Conocimiento)
La mesa epicúrea era un deleite a los sentidos y eso que sólo (ese “sólo” habría
que haberlo escrito todo en mayúsculas) había dos platos: una pizza y una
ensalada de la temporada. La pizza estaba tan rica que casi hacía daño al paladar
y la ensalada sencilla era un derroche de sabores: tres verdes distintos por tres
tipos de lechuga, tomates y pimientos rojos troceados, cebolla picada y queso feta
desmenuzado. Todo bien condimentado con sal, vinagre de vino tinto y un
chorreón y medio de aceite virgen de oliva, con olor a la tierra andaluza de mi
infancia pequeñita. No faltaba la bebida adecuada: una gaseosa a repartir para
los niños y una botella de vino español, ¡Por supuesto! Así de chovinista nos ha
convertido los años y la vida.
En un arrebato de felicidad hedonista se me ocurre afirmar en tonos mayores: la
pizza que mamá ha hecho es la mejor de la ciudad. María replica de inmediato
que eso no lo puedo saber porque no he probado todas las pizzas de Fredericia.
Mathias responde por mí diciendo en voz baja que es la mejor de todas las que he
probado y la madre me mira cómplice y orgullosa porque sabe que su pizza de
amor está alimentando el cuerpo y el alma.
Yo, para más inri, repito la sentencia radicalizando mi absolutismo: ¡Esta pizza es
la más rica del mundo entero y punto! Ahora se miran unos a otros pensando que
ya estoy haciendo el payaso y... que entonces tengo toda la razón del mundo.
a mi compae Lucas Ruiz Fernández
por las tapitas que compartimos
Diálogo entre compáis:
-Yo sólo te digo una cosa compae,
salud, salud, mucho amor
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y una miaja de dinero.
-Eso son tres cosas compae.
-Porque estás contando con los dedos.
La razón la tendré pero ¿qué razón? Porque es obvio que no he probado todas
las pizzas ni quiero sacrificarme en probarlas “todas” en honor a la verdad de mi
afirmación feliz. Pero también es cierto que no es necesario convertirse en tortuga
ninja para estar en posesión de un conocimiento “verdadero” sobre las pizzas en
general. Mi aseveración absolutista no tiene nada que ver con un dogmatismo
prejuicioso ni con la Verdad en sí misma. Es sencillamente la expresión de un
estado anímico. Esta “razón del mundo” es sentimental y, por tanto, estoy
opinando desde el corazón. Podría argumentarlo de mil maneras: Porque es fin
de semana recién estrenado, porque el calorcito de la cocina calienta por dentro y
por fuera, porque los niños están bulliciosos y besucones, porque la mujer que
tengo enfrente de mí comparte conmigo el mismo trago de vida, porque, en
definitiva, así lo siento en el momento que lo estoy diciendo y, además, no
necesito razonarlo ni explicarlo.
Cuando mi hija, mi hijo y la cocinera asienten o difieren en darme la razón sobre
mi apreciación superlativa de la pizza lo están haciendo en función de otras
razones igualmente sentimentales que no necesariamente tienen que coincidir
con las mías.
Desde la libertad
encadeno palabras
y engarzo sentidos:
dos más dos son cinco
y el corazón me tiembla
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cuando te miro, cariño.
Desde la libertad.
La libertad de que gozamos nos hace descubrir un mundo de condimentos y una
infinidad de combinaciones para aliñar la vida pero, como es obvio, no existe una
receta única. El saber popular nos lo dice en una línea: para gusto... las especias.
Es una ilusión legítima pretender alcanzar la Verdad Capital, para eso y para más
somos libres y poseemos un lenguaje y nos erguimos sobre dos piernas y nos
quedan dos manos libres. Aunque la Verdad más que un fin que nos ilumina el
camino es una suma de conocimientos puntuales que nos alumbra paso a paso,
opino.
Es más, debemos presumir la veracidad de nuestros conocimientos hasta que se
demuestre lo contrario. No pocos descubrimientos que hoy tildamos de falsos
fueron tierra firme en un principio y hoy los declaramos inválidos porque no se
adecuan a la realidad actual... Y pienso en las leyes del señor Newton y su
manzana que sistematizó el mundo y le dio una armonía matemática pero... que
son erróneas a escala minúscula. Ya es del saber popular que fue otro gran
genio, Einstein y su Teoría general de la Relatividad que describe la gravedad y el
macrocosmo, quien redujo a una mera aproximación las leyes clásicas de Newton
que imperaban en la época y que todavía hoy se siguen enseñando en los
colegios precisamente porque se aproximan de maravilla a la realidad cotidiana.
Agrego por defecto profesional que la fabulosa Teoría de la física de Einstein
tiene vigencia cuando se aplica a fenómenos en que intervienen velocidades
aproximadas a la de la luz o una fuerza de la gravedad muy intensa. Y ahora rizo
el rizo y añado que la genial Teoría de la Relatividad no se puede aplicar al
micromundo –entiéndase el mundo de las partículas subatómicas: protones,
neutrones, electrones, fotones y demás “ones”, y que aquí la teoría que manda
es la Mecánica Cuántica y fue precisamente un danés, el ingenioso Niels Bohr, el
primero que desarrolló una idea sobre la realidad del mundo cuántico –
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subatómico, manteniendo posiciones opuestas a los fundamentos relativistas de
Einstein.
Concluyo este paseo histórico a vuelo de pájaro que todavía no se ha conseguido
unificar ambas teorías y que cuando se logre seguro que algunos de los
postulados científicos que hoy damos como tierra firme van a quedar huérfanos
de padre, madre y padrinos.
Entre aguas tierra firme,
el horizonte de tu mirada:
llama que las cuatro esquinas
del globo que gira alcanza.
Entre aguas un punto fijo:
El ombligo de mi panza.
Insisto pues, nos engañamos engreídamente si creemos en la perpetuidad de
nuestro conocimiento, pues el caudal del saber humano es cierto pero preventivo,
auténtico pero transitorio, necesario pero temporal, enorme pero limitado. En
definitiva: dinámico como el río de vida del viejo Heráclito, que discurre en un
constante devenir.
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La apuesta (sobre el Idioma)
María y yo disentimos en una cosa tan nimia que ni la recuerdo. Yo la provoco
preguntándola qué se apuesta. Ella responde que no apuesta nunca.
Seguidamente agrega en danés con una chispa de inteligencia que solamente
apuesta los días que no terminan por “g” (en danés todos los días terminan por “g”
pues los días de la semana incluyen el vocablo “dag”, “día”). Entonces yo le digo
en castellano precioso que hoy es “lunes” y no termina en “g”. Me saca la lengua
con un mohín pícaro e irreverente y se marcha dejándome en la cocina gastando
neuronas ante la falta de un compañero de juegos.
Nana de la nena que sueña
con una yegua blanca
que vuela por las estrellas
La nena duerme
duerme la nena
sueña que sueña
con una yegua
blanca que vuela
desde la luna
por las estrellas
de una en una
vuela que vuela
hasta la cuna
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donde la nena
sueña que sueña
con una yegua
blanca que vuela
de cuna en cuna
por las estrellas
mientras la nena
sueña que duerme
sueña que sueña...
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La pregunta (sobre el Lenguaje)
Una lenta mañana mientras mi hijo desayunaba parsimoniosamente de sopetón le
pregunta a su madre: ¿Mamá, cómo pudieron los que inventaron el lenguaje
entenderse entre ellos si no sabían hablar? No sabe bien el filósofo enano en los
apuros que pone a sus padres con preguntas y dilemas que no tienen una sola
respuesta: ¿Qué fue antes el huevo o la gallina?
La madre generosa escribe la ocurrencia y me regala la pregunta en una notita
sujeta con una chincheta en el tablón de mi oficina. Así el padre del pensador se
estrujará las últimas neuronas que le quedan a la vuelta del trabajo para contar un
cuento que ojalá solamente le valga para dormirse una noche.
Poético
En el principio fue el Kaos
todo el Kosmo.
la Naturaleza el único
orden donde el Hombre,
(si es que existía),
era un enigma que transitaba
de un extremo hacia el otro
de una misma incógnita.
Y recuerdo que entonces
ya se hablaba aquel lenguaje.
Despacio y torpemente
balbuceamos nuevos sonidos
y pusimos nombres a las cosas.
Entre herméticos ritos
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creamos hieráticos dioses
para explicarnos la Inmensidad.
Y el Hombre quedó señalado
como un punto en el espacio.
En el miedo y la ignorancia
proyectamos nuevos tronos y dioses
en una simbiosis extraña:
la obra superó a su autor,
asignándole diferente perfil
en cada equinoccio de la historia.
Y el Hombre ya nunca más
ha vuelto a ser Hombre.
El Mito y la Razón fueron
protagonistas de un mismo cuento,
hasta que apareció el Dios moderno:
loa a la Diversidad que transforma
todo el orden en una jungla
de asfalto y desconcierto.
Ha llegado el tiempo de hablar
aquel ancestral lenguaje de nuevo.
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El pájaro que dice “pío” (sobre el Lenguaje)
Mathias me cuenta que ayer estuvo en el jardín y un pájaro le miró, le dijo “pío” y
se echó a volar. Él me pregunta qué le dijo el pájaro en el lenguaje de los pájaros
antes de marcharse. Yo le contesto, que tal vez le dijo “hola” y se fue... O mejor y
más lógico, le dijo “adiós”. Él me contradice de inmediato y me dice que el pájaro
dijo “tak” (“gracias” en danés). Yo le sigo el juego seriamente y le pregunto si él le
había dado algo al pájaro para que éste le diera las gracias. Mathias me dice que
sí, una lombriz... Yo continúo erre que erre y le vuelvo a preguntar si el pájaro dijo
“pío” o “piiío” que son dos cosas distintas. Él me contesta tajante que el pájaro dijo
“tak”, es decir “gracias”.
Digamos uno, dos y tres
y que eso quiera decir
verde, rojo y blanco.
Digamos verde, rojo y blanco
y que eso quiera decir
un kilo de patatas
mondas y lirondas.
Digamos mondas y lirondas
y estemos diciendo
el calor que emana
de sus ojos cuando llora.
Digamos lo que digamos
hay un mundo que se escapa
y otro que no atrapamos.
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Está claro que a mi hijo lo que le interesa es la función comunicativa del lenguaje,
él quiere saber qué le está diciendo el pájaro y no conoce –en principio, el código
de los pájaros. Digo en principio porque una vez que yo le sugiero “adiós”, de
pronto sabe que el pájaro le dijo “tak”. Este súbito conocimiento puede ser bien
lúdica iluminación, bien argumento lógico de causa-efecto: Le he dado una
lombriz, él me da las gracias (yo también pensé racionalmente pues mi pájaro
dice “adiós” antes de marcharse). Tampoco hay que descartar que mi hijo supiera
qué significaba “pío” por pura cabezonería de llevarle la contraria a su querido y
paciente padre.
Toma mis palabras, pequeña,
sin importarte ya su contenido.
Múdalas de lugar y canturrea
como el jilguero pío, pío, pío...
La manifestación del lenguaje humano es a través de la palabra y lo que el animal
“apalabrado”, mi hijo, intenta es hablar con el animal emplumado que tiene la
desfachatez y pocas luces de dirigirse a él en un “lenguaje” que le es ajeno.
Aceptemos que intentan hablar pero es como hacer un pastel juntos y cuando uno
dice “pásame la harina” el otro no sabe lo que significa “pásame”, ni “la”, ni
“harina”. Posiblemente ambos saben que es la materia “harina” y la acción de
“pasar” pero las barajas no son las mismas.
Para que la comunicación sea viable, además de que haya intención
comunicativa, es necesario que ambos, emisor y receptor, estén en posesión del
mismo código. Es decir, hayan convenido el lenguaje. Esto es lo que a mi hijo le
preocupa: Que no entiende el código de los pájaros porque aun presuponiendo
intención no hay acuerdo. Hay comunicación non-verbal en la acción de dar una
lombriz, tomarla y comérsela pero no hay interacción verbal entre ambos por la
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sencilla razón de que el único animal que posee un lenguaje es el ser humano.
Esto es lo que está descubriendo mi hijo mientras el pájaro le dice adiós con la
cola...
Por cierto, se me escapó preguntarle a mi hijo si el pájaro podía hablar con otros
“pájaros”. Me explico, con un jilguero, con un cuervo, con una paloma, con una
gaviota o con una gallina. Para averiguar si existen varios idiomas entre las aves
como existen entre los humanos. Se lo preguntaré mañana.
Cuando de idiomas se trata hay que apuntar que para Mathias la manera de
comprender lo que el animalito le ha dicho –tras previa invención de lo que
significa “pío”, es traduciéndolo al idioma que le es más natural y yo cuando lo
cuento lo estoy igualmente traduciendo al mío. El pájaro dijo “pío”, para él dijo
“tak” y para mí “gracias”.
Parece ser que la mejor manera para entender un mensaje es transportarlo a tu
propio idioma. El tema es si en este viaje el mensaje original necesariamente ha
perdido contenido. O si lo ha ganado. Lo que es muy posible es que el mensaje
no sea el mismo. Partiendo del presupuesto de que “pío” pueda significar “tak” no
podemos estar seguros de que el vocablo “pío” en el lenguaje de los pájaros
conlleve un matiz extra que el vocablo danés “tak” no incluye; a saber: “pío” se
dice solamente a los animales de estatura mayor a la mía o a niños rubios con los
ojos color del cielo.
En esta noche de amor
las palabras son agujeros negros
que conectan mundos dispersos:
Tu cuerpo y mi cuerpo.
Mientras más me alejo,
más cerca te tengo.
¿Te estaré perdiendo?
���
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Silencio... pasa la palabra.
La palabra es un espacio
de tiempo indeterminado.
Silencio mi novia descansa:
Libro donde las hojas saltan
al tacto de mis dedos en su espalda.
¿Adónde hemos llegado? ¿A la imposibilidad de comunicar verbalmente ante la
imposibilidad de un lenguaje fiel? No, obviamente no, porque comunicamos. Esto
es irrefutable por muchas deficiencias y lagunas que encontremos en el lenguaje
humano.
Se podría poner en duda tanto si lo que transmitimos con palabras se ajusta y
expresa las opiniones y los sentimientos que llevamos dentro, como si lo que
capta el receptor es precisamente el mismo mensaje que acabamos de enviar.
Sabemos que sin la inapreciable ayuda de la voz y sus tonos, y sin un cuerpo que
dramatice y gesticule lo que se estamos diciendo la comunicación verbal sería un
bebé en pañales. Que hay situaciones donde las palabras sobran. Contextos
donde las palabras ocultan, callan y engañan. Y aún más, ¿quién no ha sentido la
angustia o el deleite de no encontrar palabras ante una vivencia profunda e
inexplicable? Conocido es el dicho un silencio (o una caricia) vale más que mil
palabras.
Pero el que las palabras puedan ser mal utilizadas, por exceso o por defecto,
queriendo o sin querer, por carencia o abundancia –demagogias y parquedades;
ello no desacredita al lenguaje verbal como la base insustituible para la
comunicación humana y social. Hasta los malentendidos y la confusión de lo que
dije y quise decir... o entendiste y debiste entender pueden ser el principio de
entendimiento –de convivencia, si hay voluntad para comunicar de verdad.
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De todos modos, la función más importante del lenguaje no es cumplir con su
misión comunicativa sino la de hacernos persona, humanizarnos y, por simpatía,
humanizar la realidad que nos circunda. Me explico por partes porque los
argumentos están bien entrelazados y de lo que se trata es del Hombre como
unidad compleja e indivisible.
Primera: Gracias al lenguaje soy consciente de mi existencia como individuo,
cobrando identidad como ser genuino e irrepetible que soy porque nadie puede
usar el lenguaje como yo lo hago, según mi manera de ser. Se puede imitar y
aprender a hablar hasta la perfección, como la cacatúa trepadora de Oceanía,
pero eso será tan sólo una copia. El empleo del idioma, el habla, es tan personal y
privado como el código genético o las veces que te lavas las manos al día...
En definitiva, la palabra me descubre y reafirma como individuo y ser humano que
piensa y siente: Homo Apalabradus.
Dejemos que la palabra
crezca en su curso
espacio tiempo
y que el hombre
se frote los ojos
para mirarse al espejo.
El espejo refleja mi imagen torcida.
Claro que mi simétrico pensará
que el torcido soy yo.
Este espejo es transparente:
Alguien desde el otro lado
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me mira y se ve a sí mismo.
En este instante presiento
que entre ambos media un abismo.
Palabra, tiempo y espacio
y el libro se abre
al tacto de mis manos.
Segunda: El lenguaje me realiza como individuo cívico que no puede existir
humanamente si no es en sociedad, homo políticus como ya anticipara un filósofo
hace mil años. El lenguaje es el espacio común donde convivo con mis
semejantes, es la base de toda cultura y permite la coexistencia con el otro. Este
otro está en parte en mí como yo lo estoy en él, porque ambos poseemos la
palabra, somos parte de una sociedad y de una determinada cultura que nos
humaniza, perdóneseme la insistencia.
La importancia de ser palabra en el tiempo y en el espacio no debería de
extrañarnos porque el mundo en el que vivimos y conocemos es un mundo
lingüístico –para bien y para mal, bueno honestamente, para bien... que tampoco
vamos a renegar de lo que somos. Un mundo hecho de leyes y símbolos que
solamente a través de la Palabra podemos descifrar su significación y, después
con nuestra razón y nuestra sentimentalidad, vivirlo y disfrutarlo que de eso se
trata, perdóneseme la coletilla moral.
El lenguaje –aunque no solamente gracias a él, ya hemos mencionado el amor y
la libertad entre otras esencialidades humanas, da sentido y conforman nuestra
existencia. Y, verdad que se muerde la cola, nuestra existencia solamente puede
ser humana, porque en caso contrario no existiríamos como especie: Homo
Humanus.
Concluyo la reflexión regresando al pájaro que dice pío. Mi hijo se asombra ante
el piar del pájaro porque posee la palabra y el entendimiento que ésta le
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proporciona del mundo. Por eso mi hijo humaniza el sonido que suelta el animal y
al animal mismo, y por eso mismo le desconcierta e irrita no comprender el
“lenguaje” del pájaro que mi hijo le supone que tiene. Precisamente al ser él
palabra no puede por menos que verbalizar lo que vive y frustrarse cuando la
realidad exterior no casa con el mundo que él imagina y representa...
La lástima es que el lenguaje verbal al ser únicamente una cualidad humana nos
engrandece y limita a la vez porque qué rico sería nuestro mundo si además
comprendiéramos al pájaro cuando nos dice “pío, pío”.
Dijo el poeta:
El llanto de un niño
es el canto de un pájaro
que ondea en el viento.
Para mí que el poeta
ni tenía niños
ni sabía qué era un pájaro.
Tenerte, niña mía, es
-entre otras alegrías-
leerte cincuenta veces
el mismo libro,
repetir cincuenta veces
los mismos nombres
y entre nombre y nombre
soltarte un besito.
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El pan (sobre el Discurrir)
Mi hija me acompaña de buena voluntad a comprar el pan. Es viernes y bien sabe
ella que el fin de semana ha empezado: chucherías y televisión hasta entrada la
noche. Pero hoy sin motivo aparente no consiento que se salga con las suyas y
no compramos ninguna golosina exquisita de las muchas que hay expuestas en
las vitrinas de la panadería. Aceptando de mala gana el capricho de su padre
regresamos a casa dando un rodeo para hacer más placentero el paseo.
Por el camino me pide un pellizco del tierno manjar. Mala costumbre que tenemos
de despitonar el pan en los cinco minutos que dura el paseíllo de regreso a casa.
Esta vez le digo que no porque no quiero darle en su gusto interesado y porque la
verdad estoy en plan provocador.
Ella insiste repetidamente argumentando con lógica aplastante que por qué no
hoy, si solemos hacerlo siempre... Ya se sabe, la costumbre es ley... cuando
interesa.
Yo cansado de dar negativas y evasivas pero sin querer dar el brazo a torcer por
pura cabezonería mía, le digo medio en broma que si quiere se lo repito en chino.
Mi hija descarada me coge la mano tiernamente y me dice que sí. Yo, con perdón
de este idioma milenario que media humanidad vive, digo “chan chin li lu chin” o
algo parecido. María no puede evitar una sonrisa ni un tirón del brazo que casi me
disloca el hombro y se queja diciéndome que eso no es chino. Yo le pregunto
¿cómo puede ella saber que eso no es chino cuando ella no sabe chino? Ella me
contrarréplica con maestría tautológica ¿cómo se yo que ella no sabe chino
cuando soy yo quien no sabe chino..? Y yo me quedo dubitativo sin saber cómo
salir del atolladero.
Al final le doy un piquillo del pan a la pesada y yo me como el otro para que así ambos seamos cómplice en el mismo crimen de comerse medio pan de camino a casa.
Ser padre significa visitar a diario
la oficina de objetos perdidos.
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Ser padre es comprar pan
y pagar con un chupete.
Ser padre es dejar la palabra
colgada en el teléfono.
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El ramo de flores (sobre la Libertad)
Mis sorprendentes colegas de español del instituto donde trabajo me han enviado
un ramo de flores como medicina para que me reponga pronto de la operación
que he sufrido hace cuatro días. Me desean lo mejor: que me cure pronto para
que regrese al trabajo...
El ramo es una manifestación viva de lo hermoso que son los colores del otoño.
Verdes, amarillos, marrones en una gama variable que, plenamente convencido,
ni la paleta utópica de todos los pintores del mundo juntos, podría humildemente
emular. Y sé que exagero, pero es mi derecho y mi libertad. La casa se rebulle
con el evento: ¡Un ramo de flores para papá!
María me quita la tarjeta de las manos y la recrimino de inmediato con la mirada;
ella sonríe porque sabe que eso no se hace, ¿pero lo hace porque le da la gana o
no puede evitarlo?
Leo la tarjeta en voz alta y descubrimos que el señor que ha entregado las flores y
se marchó en un gesto apático, poco tiene que ver con quienes con alegría
tomaron la iniciativa. Mientras tanto, María ya ha traído un florero que a mí me
parece pequeño para un ramo tan hermoso. No lo quiero y me quejo medio
enfadado ¡que ni yo puedo elegir dónde poner mis flores!
Mi hija justifica su elección argumentando que no había otro florero libre. Busco
precipitadamente uno mayor y la verdad es que desafortunadamente todos los
floreros de la casa están cumpliendo con su misión: Embellecer la vida. Me
disculpo ante mi hija que tan sólo ha querido hacer las cosas lo mejor posible,
aunque, eso sí, limitando mi libertad y mi capacidad de decisión.
Al final, no me queda más remedio que poner las flores en el florero que mi hija
eligió salvo que en un arrebato de cabezonería tire al contenedor ecológico, bien
las otras flores que están en un florero grande, bien las flores que me han enviado
mis colegas (en ambos caso lo único que mostraría son los residuos cromañoides
que aún me quedan). Al final, sin pensármelo dos veces, digo infantilmente:
¡Estaba claro que yo no podía poner el ramo a mi gusto!
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Mi hijo de seis años comenta entre labios que dibujan una sonrisa atrevida: ¡Así
es la vida! Mi hija mantiene su mutismo prudente. Mi mujer se ríe cínicamente (en
el sentido filosófico) y yo pienso y me muerdo orgulloso la lengua ¿a quién habrá
escuchado este enano la máxima estoicista?
Decía el más bruto:
Caminamos con nuestra libertad
Pegadita al aliento
-Brazo a brazo partido,
Y no la perdemos por más
Que amaguemos el paso.
Somos luz y hay una sombra
Invisible que nos persigue...
La piedra, la piedra del camino.
Hay que seguir con la libertad
Pegada a los huesos.
Seguir... pues cortarse la venas
Sería un fatal suicidio.
Pero mi reflexión no se queda meramente en el asombro paterno. ¿Tengo
realmente libertad? ¿Es decir, elijo yo cómo y dónde poner las flores? ¿Es mi hija
quien antepone su libertad a la mía? ¿O hay algo superior a nuestras voluntades
que determina el florero a emplear? En otras palabras ¿soy dueño de mis actos y,
por tanto, responsable de ellos?
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La respuesta es única: Yo soy libre en primera y última instancia de poner las
flores tal como me plazca. Las acciones de mis colegas, del mensajero, de mi
hija, de mi hijo y de mi mujer tan sólo demuestran que ellos también tienen
libertad –son libres, y por tanto su libertad entra o puede entrar en conflicto o
armonía con la mía. Es más, ni los propios condicionamientos “naturales”
determinan sobre mi libertad. Aún en el supuesto de que no hubiera floreros ni en
mi casa, ni en la del vecino, ¡ni en el mundo entero! Ya inventaría yo dónde y
cómo poner las flores... si quisiera. Y si no me envían flores y yo quiero poner
flores en un florero pues las compraría en la floristería o las cojo del jardín. Y si no
hay floristerías ni tengo jardín pues las pinto o las recorto de una revista. Y si no...
como veis siempre hay una solución entre varias a elegir. ¡En esto radica nuestra
libertad hermosa!
Es un hecho constatable e inapelable que desde que abrimos los ojos hasta que
los cerramos, estamos constantemente tomando decisiones que dirigen nuestra
vida. Y si nuestra voluntad enflaquece por pereza o indolencia, y si nuestra
voluntad perece ante otra más poderosa seguiremos inevitablemente siendo
responsables de cuanto nos acontezca por una sencilla razón de sentido común:
se trata de nuestra vida que nadie vive ni puede vivir por nosotros. ¡Como nuestra
libertad!
Vivir no puede ser tan duro
como para no levantar cabeza
después de tantas patadas.
El tiempo nos empuja al vacío
de la muerte y la nada,
pero vivimos un aplauso de días
y quien se para no deja de moverse
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aunque la cabeza y el corazón
ni palpiten ni piensen...
Se dice que nadie
escarmienta en cabeza ajena
y que la palabra y el amor
son un instrumento de chantaje.
¿Quién no se ve obligado a ser
un ejemplo de lo que no quiere ser:
la mejor manzana del paraíso?
Cuando mi hija de buena voluntad me arranca la tarjeta de las manos está
demostrando, además de mala educación, que se está realizando a sí misma
viviendo su libertad. Ella decide hacer lo que hizo sabiendo bien lo que hacía (y
aun no sabiéndolo, también ha sido su decisión). Ella, como tú y como yo, como
persona, es fundamentalmente libre: Homo Libertus.
Es más, mi hija está “obligada” a ser libre pues la libertad no es un ropaje que
poseemos como un atributo externo que nos lo quitamos o nos lo pueden quitar,
sino que es esencia que nos nutre hasta la médula aunque nos quedemos
desnudos. La libertad nos distingue como especie. Antes de ser “ser humano”,
con las implicaciones psicológicas y sociales que conlleva, tenemos forzosamente
que ser “animal libre”. La libertad empieza y termina en nuestro cuerpo, es la
energía que carga cada célula y nos lleva a la humanidad como el amor,
¿recuerdan?
La libertad es una de las características esenciales –aunque no es la única como
ya hemos visto con el Amor y el Lenguaje, para ser Humano. Una piedra que
tuviera la capacidad de ser libre, elegir y ser consciente de la elección ya no sería
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una piedra sino una piedra-persona. Por el contrario, una persona que se
comportara lo más cercano a una piedra –sin sentimientos ni raciocinio, sin hacer
uso de su libertad, seguiría siendo una persona, una persona-piedra, pero ser
humano al fin y al cabo porque, tal como dije más arriba, la libertad vive en el
mismo centro de cada célula de nuestro cuerpo divino y carnal.
Recapitulando: No tenemos libertad por ser humano, sino que al ser libertad
somos humanos. El mito bíblico de Adán y Eva lo ilustra magistralmente. La fruta
prohibida del Paraíso Terrenal no fue más que la “primera” muestra de que
siempre hemos sido libres, de que somos libertad. ¡Amén!
al obispo de Aarhus Kjeld Holm
hombre bueno en el buen sentido de la palabra
«Dios es más listo que nosotros»
Cualquier otro axioma en contra
es una herejía malintencionada.
Tal vez Dios, cansado de tomar
decisiones por nosotros,
nos hizo creer que pecábamos
en un tal Edén y nos abrió
las puertas a la libertad.
Ya lo dijo el profeta:
entre el Cielo y la Tierra
crece el Verbo
sin que nadie lo sepa...
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Los huevos y la tortilla (sobre la Contingencia y las Circunstancias)
Al coger el cartón de huevos se me cayó –afortunadamente sobre la mesa y
semicerrado, pero me cargué exactamente nueve huevos de los quince que había
dentro. Podía haber no ocurrido pero ocurrió. Es más, podía haber sido aún
peor... o mejor, que se cayera al suelo y no se hubiera roto ni un solo huevo.
Ahora me toca a mí decidir si quiero hacer una tortilla española o si dejo indolente
que los huevos se pudran. Pero la tortilla la haré si de verdad me lo propongo y si
no se queda todo en el mero mundillo de las buenas intenciones y de la
palabrería. Claro que la suculenta tortilla la podré hacer si tengo el resto de los
ingredientes necesarios: una despensa en orden o la tienda de la esquina abierta.
Y, sobre todo, si tengo el si a mi favor.
ocurrencias de paso
¿Cómo decirlo sin torcerle
el gaznate a la palabra?
Las flores caídas lo están
profiriendo voz en cuello:
mira del revés las cosas
sin que se te suba
la sangre a la cabeza.
¿Qué intento decir con este revuelto de síes? Sencillamente que en la vida diaria
hay muchos factores que mandan sobre nosotros y que mediatizan nuestras
decisiones. Pero de todos modos podemos elegir e idear una salida: La que mejor
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nos parezca entre las posibles y se nos ocurran. Aunque nos equivoquemos en la
elección en una cosa hemos acertado: Estamos haciendo uso de nuestra libertad
seamos o no conscientes de ello, es decir, querámoslo o no.
Un ejemplito con el “conejillo de indias” de mi hijo: está claro que él no puede
volar por mucho que se empeñe en mover los brazos para seguir al pájaro que le
dijo pío... perdón “tak”. La naturaleza le ha limitado y a la vez le ha dotado con
otras facultades aún mayores: ¡Puede planear cómo volar física o mentalmente!
Es decir, puede decidir qué hacer ante el hecho incuestionable de que con la
mera fuerza muscular de sus brazos no va a levantarse ni un palmo del suelo...
Ahora estampemos en el ejemplo en vez del nombre de mi hijo –inventor de siete
años, el del primer hombre moderno que voló sin necesidad de hacer aspavientos
con los brazos, en realidad fueron dos: los hermanos estadounidenses Wilbur y
Orville Wright. Así ocurre que desde entonces hasta ahora la humanidad ha
progresado tanto que, tras muchos intentos y batacazos, ahora la Luna de los
montoncitos de arena se nos va a quedar para viajes turísticos.
Sigamos con los huevos y la tortilla que nos traen aires del Sur. Insisto, yo no
puedo prever ni evitar que el cartón se me caiga a menos que ni lo toque. Si yo
decido sacar los huevos del frigorífico hay, pongamos que una posibilidad entre
un millón de que se me caiga, y yo no puedo impedir que la desgracia ocurra si
toca que ocurra. Yo solamente puedo obrar en consecuencia sobre lo que me
pase... ¿hago una tortillita salerosa o no?
Vamos, en resumidas cuentas, que la vida es un cúmulo de hechos contingentes:
Situaciones concretas que pueden darse o no y sobre las cuales yo, como
individuo, soy inocente en gran parte y medida de que me ocurran. Sabemos sin
lugar a dudas, porque las vivimos a diario, que hay circunstancias que nos
mediatizan e impiden en mayor o menor grado la libertad de acción. Que hay
fuerzas superiores a nuestra voluntad: el tsunami asesino, el cartón de huevos
mal cerrado, la piel de plátano en la acera...
Una vez dicho esto parece que está claro que no decidimos lo que nos pasa...
¿Pero entonces en dónde radica nuestra flamante libertad? En nuestra capacidad
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de decisión ante lo que nos pasa y cuanto más conscientes seamos de la elección
que estamos tomando mayor es nuestra libertad. Esta afirmación aunque parezca
gratuita es tan obvia como que respiramos por las narices y por la boca y por
cada poro de la piel.
De todos modos, estoy convencido que las contingencias y las circunstancias de
la vida –naturales o culturales, que nos encontramos a cada paso, lejos de
cautivar nuestra libertad la cultivan porque para eso tenemos la curiosidad
intelectual latente y la inventiva que nos permite encontrar una salida entre
muchas.
La contingencia es lo contrario de la necesidad y casa inevitablemente con la
propia idiosincrasia de la libertad, nuestra libertad. Aclaro, lo que nos ocurre en
nuestra vida no son accidentes predestinados, necesarios, sino casuales y, por
tanto, contingentes, así se nos abre un universo de elecciones. En esto radica
nuestra existencia en hacer camino al andar y... ser consciente de que estamos
andando.
Por eso en realidad los accidentes no mandan sobre nosotros sino que
verdaderamente nosotros terminamos arbitrando sobre nuestra vida y nuestros
días por encima o junto con las circunstancias que nos toque en suerte. Y bien
pensado muchas de las circunstancias que nos toca no es por suerte sino por
nuestra cabeza buena o mala y las decisiones que tomamos a cada paso seamos
o no consciente de ellas (y aquí se podría volver a leer el poema: Vivir no puede
ser tan duro / como para no levantar cabeza / después de tantas patadas...).
En resumen. La vida no mengua sino que crece y precisamente en la dirección
que nosotros la emprendemos porque somos en gran parte dueños de nosotros
mismo, por la sencilla razón de que no nacemos determinados, preprogramados,
predestinados, realizados, acabados y otros “ados” similares, sino que nos vamos
haciendo en libertad sobre la marcha paso a paso, verso a verso, como canta el
maestre Joan Serrat.
Y termino reafirmando lo dicho y no por puro optimismo enfermizo sino por
convicción profunda en la especie de la cual formo parte y me responsabilizo: El
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hombre vive mejor, más humanamente por ser más libre, hoy que hace 200 años
y no digamos que hace 2000 o que en el neolítico... Somos agua libre que fluye y
crece y preña de humanidad lo que roza y empapa.
El poeta en el puente
El poeta en el puente
contempla la corriente.
Un gentío de jóvenes:
El futuro desbordante
que queremos encauzar.
Un puñado se apiña
pesando golosinas.
Otros cuentan teclas
comunicando en clave.
Una música sabor
al plato del día
navega entre mesas
en la cantina del cole:
Comen, gritan y ríen.
El poeta disfruta,
distante y presente,
como los ríos crecientes
continúan sus cauces
indiferentes a los puentes.
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El to-to (sobre el Dilema moral)
¡Estoy muy orgulloso de ti, papá! Me dijo mi hijo el día que le ayudé a coger el
primer to-to en el patio del colegio. Para los no iniciados en el tema, explico que
los to-tos son unas figuritas feas y amorfas del mismo tamaño que el dedo gordo
del pie. Se agrupan en variedades comprensible solamente por mi hijo y su
generación. Para mí lo único que distingue dichas figurillas de plástico además de
la numeración en la parte posterior y el símbolo del copy right es lo caro que son.
Los to-tos se han puesto de moda y los niños juegan con ellos y los coleccionan
obsesivamente para bien de todos menos para los bolsillos de los padres.
El juego consiste en tirar por turno tu to-to contra el del compañero de juego y si
tienes la puntería de golpearlo lo has ganado –y el compañero perdido,
tristemente.
La suerte de mi hijo es que él siempre gana porque ya se ha cansado de perder
to-tos jugándolos; lo que ahora hace es mirar en las rejillas que hay en el patio del
colegio y después acude a mí cuando a alguien se le ha caído un to-to durante el
recreo. Así yo me veo desde el primer día que me dijo feliz ¡Estoy muy orgulloso
de ti, papá!, obligado a levantar las rejillas del patio cada día que voy a buscarle y,
por suerte para mi hijo y mala para otro niño, hay una o dos figurillas
esperándome.
La ilusión como la ambición no tiene límites, ahora miramos y cogemos to-tos
mañanas, mediodías y hasta algún que otro fin de semana, debajo de las rejillas o
por los tejados... Es más, el niño no se queda muy conforme cuando es la madre
quien le acompaña al cole o lo recoge por la tarde (y la madre del niño recrimina
al padre por la brillante idea de coger to-tos perdidos donde los haya). Confiemos
en que pronto se pase la fiebre y cambie la moda para darnos un respiro hasta...
que el año que viene vuelva de nuevo.
La otra mañana, sin ir más lejos, encontramos un flamante to-to verde que, según
el entendido de mi hijo, era muy “sjælden” que, en cristiano significa “raro” es
decir, singular por ser poco frecuente y no haber muchos de ese tipo. Pero ahí no
queda la cosa. Mientras se quitaba el mono y las botas antes de entrar a clase mi
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hijo todo excitado por el feliz hallazgo le comentaba y mostraba a un compañero
de clase el to-to tan excepcional que tenía y, además, era verde, su color favorito.
Su amigo Simón dijo sorprendido que precisamente uno igual había él perdido
entre los agujeros de una rejilla el día anterior. ¡Exactamente la misma rejilla que
yo minutos antes había forzosamente levantado! Mathias me miró con la mirada
cómplice de quien comparte un crimen y no lo confiesa, hasta me pareció verle
dibujada una media sonrisilla pícara. Yo, en el papel de padre y mentor, le digo en
nuestro idioma privado que ese to-to es del niño y que si yo fuera él le devolvería
el to-to a su dueño. El consejo no calló en tierra abonada y mi hijo soltó un “no”
español con eco a la vez que la frente se le arrugó cazurramente. Yo con
precaución pedagógica repetí el mensaje esta vez subrayando aún más lo de si
yo fuera él porque... yo no tenía ningún to-to y el niño era su amigo y no mío... Así
que, antes de marcharme con el beso que acostumbro –aunque esta vez me
pareció el de Judas, le dejé con la pesada responsabilidad de solucionarse el
problema moral que el dichoso to-to le estaba ocasionando.
Tiempo, espacio y palabra
donde crecemos
a lo profundo, extenso y humano.
Alto, ancho y largo
y en medio un punto menudo
que no para de dar pasos,
hacia adelante y hacia atrás
para arriba y para abajo
y, a veces, sin proponérselo
se sale del cuadro.
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Los tres deseos (sobre la Voluntad)
El niño Mathias se lía la manta del sofá al cuerpo, se sienta en la mecedora de la
abuela y se pone a especular al ritmo del vaivén. Mientras yo echado en el sofá
miro y admiro la estampa de un rubiales con hoyitos en las mejillas y presiento
que llega la anécdota del día.
Papi, sabes que mientras respiramos se está muriendo una persona... Yo fruño el
entrecejo y él matiza que en alguna parte del mundo alguien se está muriendo
ahora. Yo le contesto que también ahora mismo está naciendo alguien. Y, para
poner más madera a la conversación, añado que si nadie muriera no cabríamos
en la Tierra, que seríamos demasiados y no habría sitio para todos. El niño
argumenta que sí habría sitio, porque, por ejemplo, en vez de tener un jardín tan
grande como el nuestro se podría construir una casa para que viva otra familia.
Yo enredo la madeja del pensamiento y agrego que tarde o temprano no habría
espacio para tantas personas y, sin darle tiempo a réplicas, añado que para qué
vivir siempre si cuando uno está ya muy viejo y arrugado no puede uno ni
moverse ni respirar ni decir esta boca es mía.
Mi hijo se queda en silencio un instante al ritmo del vaivén de la mecedora de la
abuela y yo continúo echado en el sofá y vacilo y recelo de haber hablado tanto y
de seguido.
¿Papi, sabes qué es lo que más deseo en el mundo? Yo respiro aliviado y le
contesto que no pero que seguro que me lo quiere contar. Lo que deseo es...
bueno, son una, dos, tres, cuatro cosas dice y cuenta con los dedos de una mano.
Lo primero que deseo es que cada uno pueda elegir si quiere o no morirse. Lo
segundo es que no exista la guerra. Lo tercero es que no exista el robar. Y el
cuarto, es tener todos los juegos “Sly” del playStation 2. Yo le digo sabiondo que
los tres primeros deseos me parecen interesantes pero no el cuarto. El niño
Mathias cierra la conversación tajante y concluyente diciéndome que son sus
deseos y no los míos.
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“Verde que te quiero verde”
Verde tomillo verde aceituna.
Verde romero de verde luna.
Verde es el poeta de la verde tristeza.
Verde la madera y la buena mesa.
Verde el color de las moscas titireteras.
Verde el aliento de dios cuando se cabrea.
Verde el fondo del mar en su turbia belleza.
Verde estos versos oxidados de cantinela.
Verde la esperanza y hasta la verguenza.
Verde las raíces del árbol de mi tierra.
Verde el bostezo y la tumba abierta.
Verde la noche absurda y serena.
Verde el viento del poema que no llega.
Me ofende este semáforo en rojo
Que insulta mi verde voluntad.
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Las gafas (sobre el Bien y el Mal)
La sirenita de la casa estaba preparando la mochila para ir a natación cuando
descubrió que se había olvidado las gafas en la piscina la última vez que estuvo.
Me vino triste y compungida pidiéndome una solución a la desgracia deportiva. Yo
le sugiero que pregunte en la piscina, que seguro que tienen una sección de
objetos perdidos. Agrego con ligereza y sin escrúpulos que si no están sus gafas
pues que coja otras... La sonrisa pícara y viva que de inmediato se le dibujó al
delfín de la casa fue la muestra patente de que había metido la pata hasta el
corvejón. Para remendar el roto parcheé atropelladamente: “Seguramente alguien
ha cogido tus gafas creyendo que eran las suyas”.
No sé si le convenció del todo el sofisma pero se marchó afirmando con la cabeza
y ese movimiento casi imperceptible me pareció el martillazo inapelable que me
condenaba a mantener la mirada cabizbaja todo el día por haber malaconsejado a
mi hija y por tener las espaldas demasiado anchas.
Cuando me encontré con la sirenita ya por la tarde, le pregunté qué tal en la
piscina y ella me contestó con desenfado y frescura que muy bien, que había
estado buscando sus gafas por todas partes y que no las encontró pero que había
cogido otras parecidas. Yo le dije impasible que eso estaba mal hecho. Ella me
respondió con igual cinismo que era mi culpa porque yo se lo había dicho. Insistí
con descaro que ella bien sabía que lo que le dije estaba mal. La nadadora de la
casa lavándose las manos y la frente cerró la conversación con una frase evasiva
y acusadora: “Tú me lo has dicho así que...”
Que el gallo cacaree hasta desgañitarse,
yo me voy ahora a dormir.
Que la bolsa siga maquinando miserias,
yo me voy a dormir.
Que la casa críe pelusas y arañas,
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yo voy a dormir.
Que las plantas crezcan torcidas,
yo a dormir.
Que el gallo nos reviente los tímpanos,
a dormir.
“Entre el bien y el mal hay infinitos puntos
donde el bien y el mal permutan sus máscaras.”
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La gaseosa (sobre la Justicia y la Ley)
Por todos los lectores es sabido a estas alturas que tengo dos hijos –ya me
encargo yo de proclamarlo a los cuatro vientos, aún a riesgo de parecer el tonto
feliz o un pesado o un pedante. El deporte favorito de estos dos personajes es
competir entre ellos: competir y arbitrar a la vez. Me recuerda el frisbee o ultimate
donde los jugadores no solamente son competidores sino que también son
árbitros. Al igual que los dos jugadores que protagonizan la jugada son los que
pleitean si ha habido infracción según las reglas del juego, mis hijos se vigilan
atentamente para que no se escape ninguna injusticia. Solamente que en vez de
gritar ¡Falta!, dicen ¡Trampa!
Valga por ejemplo lo que ocurrió ayer a la hora de la cena. Los viernes por la
tarde empieza el fin de semana. Es cuando el trabajo está prohibido –al menos
hasta el día siguiente y el tiempo se disfruta en familia con una buena cena y una
botella de vino descorchada (así de sibarita nos ha convertido los años y la vida).
Los niños tienen la costumbre de compartir una gaseosa que es todo un ritual
festivo. Para que no haya engaño, ni trampa ni tentación, uno reparte en dos
vasos y el otro elige. Regla que tuvimos que implantar porque los niños en su
ingenua candidez ya cometían la injusticia típica que ocurre cuando quien ostenta
el poder es a la vez juez y parte. En otras palabras: para que no se cumpliera el
dicho de quien parte y reparte...
Lo anecdótico es que mi hija nunca se bebe un vaso completo en el transcurso de
toda la cena y, por el contrario, mi hijo empieza a comer bebiéndose toda la
gaseosa de un trago. De tal manera que se ha convertido en hábito obligado que
María generosamente le da parte de su gaseosa a su hermano y éste agradecido
y todavía sediento quiere a su rival tanto como si fuera un compañero de su
propio equipo.
-“JUEZ: Antecedente criminal.
-FISCAL: Los siete pecados capitales:
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Inquietudes, Soliloquios, Nieve,
Dorias, Jirones de piel,
Poemas profunsos
y Voz en silencio.
Todo reunido bajo la cobertura:
“Mil años haciendo historia.
La historia de un segundo”
con un epílogo suicida.
Y no contento con el engaño,
reincide con nocturnidad y alevosía.
-JUEZ: Culpable de ser torero.
Le condeno a cuarenta años
de expiación y a que nazca de nuevo.
-CONDENADO: Pero... Señor Juez,
si yo, si yo sólo quiero ser torero.
-JUEZ: Nada, nada, que le den café.”
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Las cartas de Pokemón (sobre las Reglas y La Costumbre)
Las cartas de Pokemón es un universo variopinto al cual solamente tengo acceso
a través de las explicaciones de mi hijo. Es nuestra costumbre echar una partida
de vez en cuando y así el pequeñajo de la casa tiene la oportunidad de dirigir la
partida y... de vencer a su padre porque este juego me está chafado desde un
principio por imperativo categórico: Las reglas son relativas porque el valor de
cada carta depende directa y únicamente de quién la tiene.
¡A ver cómo aclaro esto! Una misma carta en manos de mi hijo es un triunfo fijo y
en las mías es irremediablemente una carta perdedora. La explicación es la
siguiente: Como desconozco por completo los distintos palos que existen en la
baraja, la puntuación de cada carta y la relación que hay entre cada Pokemón...
pues estoy vendido a las ocurrencias de mi hijo, que es juez y parte en el juego,
cada vez que me instruye sobre qué carta es mejor y quién ha ganado.
Los argumentos por los que su carta casi siempre es la vencedora y la mía la
perdedora son más o menos metafísicos por revesados, subjetivos y fantasiosos.
A veces le pongo en aprietos con preguntas punzantes e insinuando que no me
convence tal o cual razón y me permite ganar la mano. Pero ganar la partida
hasta la presente no ha sido generoso.
Solemos empezar más o menos con justicia democrática. Este “más o menos” no
es fortuito porque aunque repartimos las cartas a partes iguales, algunas veces mi
hijo me pide con desfachatez e inocencia pasmosa que cambiemos un par de
cartas. Yo, como buen novicio acepto y así pierdo las pocas cartas de valor que
me tocaron en suerte. ¡De todos modos de poco me habría valido conservarlas!
Haciendo honor a la verdad, nuestra costumbre de jugar a las cartas de Pokemón
no sería la misma fiesta si no cumpliéramos con las reglas y los pasos que
aceptados de antemano nuestro ritual requiere y exige.
Hoy al final de la partida le digo a mi hijo que cómo se nota que conoce las cartas
del derecho y del revés porque menuda paliza me ha dado ya que me dejó con
tan sólo dos cartas. Él se ríe sin tapujos ni cortapisas y me dice y consuela que
para tratarse de un principiante yo también soy bastante bueno.
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Siempre la misma cantinela.
¡Si no hay un dios que se lo crea!
Siempre buscando versos y juegos
de algo que no tiene ni pies ni cabeza;
y uno dale que dale que más vale
ancho y patancho que manco y tuerto.
a la poeta Gloria Fuertes
Trilogía rima con día.
María con poesía.
Coche con noche,
con troche y moche.
Pero no manda la rima,
sino la voz y la fantasía,
o mejor, el gusto y la imaginación.
Y si no, que le pregunten a Gloria,
que nos saque de la inopia
que de rimas entiende un montón.
Y de poesía y de noches y días
y de calimoches y sandías.
Ya se sabe, al buen entendedor...
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Los soldaditos de plomo (sobre la Guerra)
Repetidas veces les he contado a los niños la historia incompleta de mis
soldaditos de plomo abandonados en un ático de un bloque de pisos que ya no sé
si existe; en una calle lionense cuyo nombre tan sólo recuerdo miméticamente y
sin número “Deux rue du Deux Place”. La aventura es triste pero con esperanza
de tener un final feliz.
Cuando tenía la inocente edad de ocho años vivimos mi hermano y yo un curso
completo en Lyon con mis padres emigrantes de la miseria franquista. Aquel
mundo de luces y libertad nos supo a poco pues nos mudamos justo al año
siguiente a España para siempre. Regresamos pues, mis padres con los ahorros
y la piel curtida de años de sacrificio y nosotros con la triple tristeza de quien
pierde una novia francesa, unos amigos franceses y el precioso idioma francés
que ya dominábamos.
El Renault 10 estaba lleno hasta los topes y hasta la baca seguramente por eso
mis padres “olvidaron” llevarse una caja de zapatos con todos nuestros
soldaditos de plomo. Aquellos soldaditos mágicos tenían la particularidad que no
morían definitivamente cuando caían en acto de servicio, sino que revivían al
momento y pasaban a engrosar la lista del ejército contrario. Así pues nuestra
guerra lejos de ser cruel y sangrienta era fantástica e interminable.
Mi hijo piensa que esa era una guerra divertida porque no moría nadie como
ocurre en las guerras de verdad con armas y bombas “y cosas así”. Remata su
reflexión con una sentencia moralista y sabia: La guerra es el peor invento que se
ha inventado... la guerra y el robar.
Un par de veces les he contado a mis hijos, espectadores atentos a las fábulas y
fabulaciones de su padre, que un buen día regresaré a esa calle que sólo
recuerdo fonéticamente y subiré al ático de ese bloque de mi infancia francesa y
recogeré a mis soldaditos olvidados en el tiempo para jugar con ellos de nuevo.
Mi hija me pregunta retóricamente si ellos también irán conmigo en mi viaje en
busca de la caja perdida y el niño Mathias más impaciente me sugiere que
vayamos mañana mismo a recoger los soldaditos de plomo, que Francia queda a
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la vuelta de la esquina y él no puede esperar a jugar a la guerra divertida donde
no muere nadie.
En esta guerra perdió mi niña un zapato.
Papá caníbal se la comía de arriba abajo:
ñam, ñam, ñam.
Que en todas las guerras
sólo se pierda un zapato
y que todo caníbal se coma
a su niña de arriba a abajo:
ñam, ñam, ñam...
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Penúltimas palabras...
La Filosofía tiene fama de ser impopular por aburrida y aterrenal. Fama de
trastear temas difíciles en un idioma seco y con un discurso abstracto... ¡La
Filosofía tiene... para qué engañarnos, mala fama!
Pero cuando la Filosofía en primera y última instancia trata de la vida y de las
cosas diarias que nos rodean e incumben. Y cuando todos en mayor o menor
medida somos filósofos porque todos somos personas que sentimos y pensamos.
¿A qué se debe pues, este desinterés popular por la Filosofía?
¿No será que la Filosofía debería presentar lo cotidiano además de con seria
reflexión y crítica, con una buena dosis de sentimiento y poesía, con humor y arte,
con juego e ironía y hasta con una atrevida porción de sencillez e inocencia?
... a modo de pregunta
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Índice
Dedicatoria, 3
A modo de introducción: El taburete (sobre la Humanidad), 5
Palabras previas, 7
El sótano (sobre el Principio), 9
La hora inadecuada (sobre el Tiempo), 15
El calamar frito (sobre la Realidad: Ser y Parecer), 21
La piedra de los cien agujeros (sobre la Existencia y la Consciencia), 26
La nariz (sobre la Belleza), 30
El monito (sobre el Amor), 33
La tela de araña (sobre el Pensamiento), 41
El Gigante (sobre la Fantasía), 44
La pizza (sobre el Conocimiento), 46
La apuesta (sobre el Idioma), 50
La pregunta (sobre el Lenguaje), 52
El pájaro que dice “pío” (sobre el Lenguaje), 54
El pan (sobre el Discurrir), 61
El ramo de flores (sobre la Libertad), 63
Los huevos y la tortilla (sobre la Contingencia y las Circunstancias), 68
El to-to (sobre el Dilema moral), 72
Los tres deseos (sobre la Voluntad), 74
Las gafas (sobre el Bien y el Mal), 76
La gaseosa (sobre la Justicia y la Ley), 78
Las cartas de Pokemón (sobre las Reglas y La Costumbre), 80
Los soldaditos de plomo (sobre la Guerra), 82
Penúltimas palabras... a modo de pregunta, 85
Currículo Poético, 89
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Datos personales
Nombre Rafael Priego García
Mail [email protected]
Currículo poético
No soy dueño de mis versos, Esbjerg, 2012.
Trilogía: Parrafadas, Esbjerg, 2012:
+ parrafadas y 1 mail, Esbjerg, 2012
otras parrafadas y otra letanía, Esbjerg, 2011.
Parrafadas y una letanía, Esbjerg, 2007.
Trilogía: Voces, Aarhus 1999:
Entre aguas (Versos a pie de página), Aarhus 1999.
Desde el Génesis (Ocurrencias de paso), Aarhus, 1997.
Sabedor del tiempo (Poemas de lo cotidiano), Aarhus, 1995.
Voz en silencio, Londres 1991.
Poemas profunsos, Madrid, 1989.
Trozos de piel, Madrid, 1988.
Dorias, Madrid, 1987.
Nieve (El libro blanco), Madrid, 1985.
Soliloquios, Madrid, 1984.
Inquietudes, Madrid, 1981.
Filosofía literaria
cosas que pasan (filosofía sentimental), Esbjerg, 2008
Blog
http://lacomunidad.elpais.com/rafael-priego/posts
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