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Coordinadora editorialGraciela Di Marco

Coordinadora técnicaEleonor Faur

AutorasGraciela Di MarcoEleonor FaurSusana Méndez

Diseño de tapaJuan Pablo Fernández Bussi

Diseño de interiorGuadalupe de Zavalía

ISBN: 950-511-940-2

Coordinación editorialÁrea de Comunicación. UNICEF. Oficina de ArgentinaJunín 1940, PB (C1113AAX), Ciudad de Buenos AiresMayo de 2005

Índice

Prólogo ......................................................................................... 7Acerca de este libro...................................................................... 11Introducción.................................................................................. 13

1. Las familiasGraciela Di Marco .................................................................... 25

2. Relaciones de género y de autoridadGraciela Di Marco .................................................................... 53

3. Niñez y adolescencia Susana Méndez ....................................................................... 69

4. Masculinidades y familiasEleonor Faur............................................................................. 91

5. Conflicto y transformaciónGraciela Di Marco .................................................................... 111

6. Políticas sociales y democratizaciónGraciela Di Marco .................................................................... 139

Prólogo

Durante la última década, las ciencias sociales argentinas han ofrecidoi m p o r tantes estudios sobre las familias y fueron evidenciando algunoscambios significativos operados en ese ámbito. Entre otros hallazgos,se evidenció la diversidad de estru c turas familiares contemporáneas, sec o n s t ruyó una historia de la familia en la Argentina del siglo X X, y se visi-bilizaron las nuevas intersecciones entre el mundo de la familia y el mun-do del trabajo, y su impacto en la transformación de las relaciones entrelos géneros.

Los estudios fueron mostrando de distintas formas cómo las fami-lias cambian y también cómo las familias se reacomodan y sobrevivena los cambios, denotando en su interior nuevos perfiles y dinámicas.Hoy por hoy, incluso con todas las alteraciones que esta institución es-tá atravesado, la mayor parte de la población argentina vive en familias.

Uno de los cambios más importantes que están atravesando las fa-milias se relaciona con la creciente incorporación de las mujeres al em-pleo remunerado. La importante afluencia femenina en el espacio pú-blico redefine el marco de las relaciones en el espacio privado. Y estaredefinición no necesariamente implica un déficit en las familias sinoque, por el contrario, puede contribuir a la construcción de relacionesmás democráticas entre hombres y mujeres y entre adultos y niños.

Las familias son los primeros espacios donde los niños y las niñasse vinculan con otros. Son también los ámbitos donde se incorporannormas de relaciones interpersonales y representaciones sobre la equi-dad en esas relaciones. Por estas razones, la familia es un territorio pri-vilegiado para el aprendizaje de niños, niñas y mujeres sobre los dere-chos humanos.

Sin embargo, las familias no siempre disponen de las condicionesque determinan el ansiado “calor de hogar”. En ocasiones, las dificulta-des son de índole económica, pero otras veces, aun teniendo o no cu-biertas las necesidades materiales para una vida digna, las familias atra-viesan problemáticas que se arraigan más en cómo se desarrollan lasrelaciones de poder y autoridad dentro del espacio familiar.

Las familias constituyen campos donde se producen los más diver-sos intercambios entre generaciones y géneros. Afectos, bienes eco-nómicos, decisiones que afectan la vida de los integrantes, responsa-

bilidades por el cuidado de otros, resquemores y alegrías son algunasde las dimensiones que dan vida a las relaciones familiares. Y, en esteconstante intercambio, se ponen en juego las posiciones relativas delos distintos integrantes: hombres, mujeres, niños y niñas.

En este contexto, muchas familias se encuentran impregnadas porsituaciones de violencia física y psicológica, que afectan en una propor-ción significativa a las mujeres y a los niños y niñas.

Conscientes de la complejidad que atraviesan las relaciones familia-res, los tratados de derechos humanos ofrecen una serie de orientacio-nes que permiten regular las relaciones entre géneros y generaciones,a la vez que legitiman el papel de los Estados en esta regulación. Deeste modo, la Convención sobre los Derechos del Niño, la Convenciónsobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra laMujer, y la Convención para Prevenir, Sancionar y Eliminar la Violenciacontra las Mujeres redefinen la relación históricamente existente en elsistema jurídico entre “lo público” y “lo privado”, según la cual las mu-jeres y los niños eran considerados como poblaciones cuyo reconoci -miento se realizaba a través del “padre de familia”. Este concepto, queveía a la infancia y a las mujeres adultas como dependientes del hom-bre adulto, se plasmó durante siglos en la legislación mediante las le-yes de “potestad marital” y de “patria potestad”.

Sin embargo, a partir de las convenciones, y de la adecuación de laslegislaciones nacionales, tanto las mujeres como los niños, niñas y ado-lescentes son reconocidos como sujetos con derecho propio. Y, en con-secuencia, la violencia en el espacio familiar pasó a constituirse en unproblema de política pública.

En efecto, las convenciones sobre derechos de niños, niñas y muje-res nos indican, por un lado, que los niños tienen el derecho de vivir enfamilias, y que éstas “deben recibir la protección y la asistencia nece-sarias para poder asumir plenamente sus responsabilidades dentro dela comunidad”.1 Pero, también, sostienen que las mujeres y los niñostienen el derecho de vivir sin violencia, y que “la educación de los ni-ños exige la responsabilidad compartida entre hombres y mujeres y lasociedad en su conjunto”.2

De distintos modos, los marcos jurídicos internacionales han gene-rado respuestas para las situaciones de violencia que se producen enestos ámbitos, y que durante siglos fueron invisibilizadas en función de

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1 Convención sobre los Derechos del Niño , Preámbulo.2 Convención sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación con -

tra la Mujer, Preámbulo.

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apelar a la “privacidad” de las relaciones familiares. De distintos modostambién, los tratados de derechos humanos han sentado las bases parala democratización de las relaciones familiares.

En otras palabras, los tratados internacionales de derechos humanosllaman a prestar atención a las familias no sólo en su papel de beneficia-rias de políticas sociales, sino también en su configuración como espa-cios donde comienzan a construirse los valores de justicia y democracia.

UNICEF se complace en ofrecer, a través de La democratización delas familias, un material para reflexionar sobre las dinámicas familiaresy para promocionar ideas y herramientas destinadas a la consolidaciónde este proceso. El libro constituye un aporte para decisores de políti-cas y programas sociales, para académicos/as e investigadores/as so-ciales, pero también para lectores y lectoras interesados en repensarsus propias prácticas familiares.

Este libro se complementa con una guía de recursos para organizartalleres destinados a familias, líderes comunitarios y efectores de polí-ticas públicas. Ambos materiales se dirigen, sobre todo, a las personasque deseen comprometerse con la consolidación de una cultura de re-laciones familiares basada en el respeto de los derechos de todos susmiembros, para así contribuir, aunque sea modestamente, a la demo-cratización de la sociedad en la que vivimos.

Jorge Rivera PizarroRepresentante

UNICEF - Oficina de Argentina

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Acerca de este libro

La elaboración de este libro contó con los valiosos aportes de Alejan-dra Brener, Susana Méndez, Marcela Altschul, Javier Moro, Gabriela Iniy Stella Maris Muiños de Britos, quienes enriquecieron las ideas pre-sentadas.

Muchos de los conceptos surgieron de los estudios que realizamoscon Beatriz Schmuckler a lo largo de una década de trabajo conjunto.Actualmente, ambas estamos comprometidas en implementar Progra-mas de Democratización de las Relaciones Familiares en la Argentina yMéxico.

Beatriz Schmuckler colaboró en la fase inicial del proyecto de este li-bro aportando sus elaboraciones en los temas de familia, relaciones degénero y autoridad y conflicto.

Mónica Tarducci leyó y comentó los borradores del libro, contribuye n-do con su visión crítica, lo que permitió repensar algunos conceptos.

Es muy grato que en este libro presentemos el capítulo sobre “Fa-milia y masculinidades” que elaboró Eleonor Faur, producto de sus in-vestigaciones sobre el tema.

Profesionales de las áreas sociales nacionales, de la Ciudad de Bue-nos Aires, de las provincias de Chaco, Buenos Aires, Tucumán, Jujuy yMisiones, docentes, operadores sociales, miembros de los movimien-tos sociales y de la comunidad han participado en nuestro programadurante los últimos años. Sus reflexiones, que agradecemos profunda-mente, permitieron enriquecer y contextualizar nuestra mirada.

Los conceptos, análisis e ideas aquí presentados son de la exclusi-va responsabilidad de sus autoras y pueden no coincidir total o parcial-mente con los de UNICEF.

Graciela Di Marco

Introducción

“¿Cómo se convierten, pues, la libertady la democracia no sólo en forma de go-bierno, sino también en forma de vida?”

Ultrich Beck, Hijos de la libertad , 1999.

Este libro está escrito con el propósito de reflexionar sobre algunos te-mas vinculados con la democratización de las relaciones familiares,considerada ésta como una perspectiva compleja que se encuentra enconstrucción. Los contenidos son producto de las sistematizacionesque hemos realizado, enriquecidas por aportes de los participantes delos talleres-laboratorio de reflexión que realizamos en el marco del Pro-grama de Democratización de las Relaciones Familiares.1

El propósito de este programa es la construcción de aportes para eld e s a rrollo de nuevas políticas públicas que contribuyan a la democra-tización de las relaciones familiares, mediante la redefinición de las re-laciones de autoridad y poder entre mujeres y varones, y mediante elreconocimiento y puesta en práctica de los derechos de la infa n c i a ,trabajando desde dos ejes fundamentales de intervención y análisis si-multáneos: la equidad de género y los derechos de la niñez y adoles-cencia, en un marco que promueve la articulación entre una ética delcuidado y una ética de los derechos.

Partimos de la necesidad de buscar estrategias para ev i tar o mitigarla incidencia y reproducción del autoritarismo y la violencia, tanto den-tro de la familia como en las relaciones sociales en general, promo-viendo una conv i vencia basada en el respeto de los derechos y en elcumplimiento de responsabilidades, en un marco de cuidado y de in-t e r d e p e n d e n c i a mutuos.

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1 Hemos trabajado en la Ciudad de Buenos Aires (2000-2001) y en la Provinciade Chaco (2002-2003) en áreas de los respectivos gobiernos. También hemos desa-rrollado acciones con diferentes grupos de actores: docentes, trabajadores sociales,miembros de movimientos sociales.

Para ello, ponemos el acento en la dimensión política de las relacio-nes de género y en la necesidad de establecer una reflexión crítica so-bre los valores y las costumbres culturalmente arraigados y sostenidosdurante siglos desde el sistema patriarcal.2 Se trata de reconocer la im-portancia de un sistema de autoridad democrático, revisando las rela-ciones de autoridad entre hombres y mujeres y entre adultos y niños,con el fin de estimular el respeto por los derechos de las mujeres y delos niños, niñas y adolescentes. Esto supone, a la vez, favorecer unmarco de protección y cuidado en el ámbito de las familias y promoverla autonomía progresiva de niños y niñas, mediante su socialización.Con este propósito buscamos que el ejercicio de la autoridad de adul-tos y adultas se desarrolle en un contexto de seguridad y confianza pa-ra todos los miembros de las familias.

La familia ha sido la institución patriarcal clave a la hora de generarrelaciones autoritarias y desiguales. Por este motivo, las políticas públi-cas que se replantean a cada uno de sus miembros, como sujetos dederechos, se proponen promover las posibilidades de igualdad de opor-tunidades entre hombres y mujeres y el fortalecimiento de los vínculosde los integrantes de cada familia basados en la autonomía de cada unode ellos.

Por estas razones, el programa que desarrollamos puede contribuira las transformaciones en varios niveles:

• en las relaciones familiares, para el desarrollo de relaciones másdemocráticas, que favorezcan la igualdad de oportunidades paramujeres y para varones y la elaboración pacífica de los conflictos,que contribuyan al descenso de la violencia ejercida hacia las mu-jeres, niños y niñas;

• en el Estado, para la construcción e implementación de políticasintegrales desde una perspectiva de democratización, basadas enla ética de los derechos y la ética del cuidado;3

• en las diversas acciones que realizan los profesionales en lasáreas sociales del Estado, para la profundización de las prácticasque permiten la convergencia de los derechos, en especial, de lasmujeres, los niños y las niñas.

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2 Sistema que permite la reproducción del poder paterno-masculino y la subordi-nación de las niñas-mujeres-esposas-madres.

3 Estos dos temas se desarrollarán en el capítulo “Políticas sociales y democra-tización” de Graciela Di Marco.

La base teórica del programa está constituida por el conjunto de las in-vestigaciones que estamos realizando en la Argentina desde 19 8 9 .4 C o-mo resultado de éstas, hemos hallado dos prácticas que tienen un po-tencial transformador del autoritarismo en las familias: la acción colectivade las mujeres, en el caso de que se trate de un espacio genuino de de-s a rrollo de capacidades sociales y personales –y no cualquier tipo de par-ticipación– y las prácticas de negociaciones democratizadoras en el inte-rior del grupo fa m i l i a r, las que permiten insta l a r, mediante un discurso ded e r e ch o s, nuevas formas de ejercer la autoridad familiar entre varones ymujeres, teniendo en cuenta el desarrollo hacia la autonomía de los ni-ños, niñas y jóve n e s .

Las negociaciones de las mujeres sustentadas en el discurso de dere-chos producen modificaciones en los sistemas de autoridad fa m i l i a r, re-definiendo nuevas modalidades para ejercer esta autoridad y ampliandoel espacio para la interacción de los derechos de los diferentes miem-bros. A través de estas negociaciones, las mujeres intentan elaborar losconflictos, más que negarlos, y desde ese enfoque alteran las relacionesde poder tradicionales.

Estas prácticas pueden ser impulsadas –tanto desde el nivel de losdecisores políticos y de los agentes de las áreas sociales, como desdela misma población– a través de propuestas elaboradas desde un enfo-que que considere las relaciones entre hombres y mujeres como rela-ciones de poder asimétricas.

Este programa se basa en la perspectiva de ampliación de la ciuda-danía y propone promover activa y simultáneamente los derechos de lasmujeres y de los niños, niñas y jóvenes en los grupos familiares. Nos re-ferimos al concepto de c i u d a d a n í a como “el derecho a tener derech o s ”,asumiendo una conceptualización que no considera a la ciudadanía co-mo una propiedad de las personas, sino como una construcción históri-ca y social, que depende de una sinergia entre la participación y la con-ciencia social.

Cuando aludimos a la ciudadanía hacemos referencia a relaciones depoder, que facilitan o dificultan la participación en los asuntos públicos,más allá de la participación en elecciones. Si aquellas relaciones no semodifican, la ciudadanía se convierte en un discurso retórico. Para queel derecho a tener a derechos se pueda concretar, es necesario elimi-nar tanto las condiciones ideológicas y materiales que promueven va-rias formas de subordinación y marginalidad (de género y de edad, declase, de raza, de preferencias sexuales, etc.), como potenciar los sa-

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4 Di Marco, 1992; Schmukler y Di Marco, 1997; Di Marco y Colombo, 2001 y DiMarco, 2002.

beres sociales para actuar en los espacios privados y públicos, para re-conocer las necesidades de grupos sociales diversos y para negociarlas relaciones en diversos ámbitos.

En la base del desarrollo de la concepción de ciudadanía subyace elenfoque universal que implica que todas las personas son iguales pornaturaleza. Pero la realidad muestra que la postulación de los derechosuniversales implica una concepción de ciudadanía que no tiene encuenta las diferencias o desigualdades de género5 ni las diferencias ét-nicas o religiosas, entre otras. Cuanto más se predica la igualdad, secorre el riesgo de no reconocer las diferentes identidades. El no reco-nocimiento de las diferencias genera desigualdad y asimetrías de po-der, por lo tanto, facilita el camino hacia la negación de los derechos delas personas y de los grupos que no se adecuan al “ideal” del ciudada-no universal, pues viven y expresan sus necesidades materiales y sim-bólicas en circunstancias culturales y sociales específicas.

El enfoque de la ciudadanía universal considera al ciudadano como unindividuo libre, sujeto de derechos y obligaciones. La idea subyacente esla de un ciudadano varón, favorecido por las normas sociales y la posibi-lidad de acceder a recursos, y cuyas obligaciones domésticas no son ba-rrera para su participación en elecciones, en los partidos políticos y enotras organizaciones. Esta conceptualización pretende ser neutral entérminos de género, pero en realidad es implícitamente masculina, yaque la ciudadanía femenina es ignorada e invisible en la esfera pública.

El aporte del “enfoque de ciudadanías diferenciadas”, en cambio, per-mite captar las diferencias socioculturales de muchos grupos, enfati-zando los derechos de las comunidades a ser reconocidos por su pro-pia identidad, al mismo tiempo que por su pertenencia al conjuntosocial. Así aparecen en escena los derechos de las mujeres y los de va-rios colectivos sociales, los niños y las niñas, los ancianos, y otros co-lectivos específicos de la población que tradicionalmente han sido pos-tergados y marginados.

Esta perspectiva incluye entonces la concepción integral de los de-rechos de niños, niñas y adolescentes y de otros miembros de la fami-lia, como ancianos, ancianas, discapacitados y discapacitadas,6 ademásde las nuevas concepciones que se van construyendo acerca de las

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5 La mitad de la población –es decir, las mujeres– debe aún en muchas socieda-des luchar por sus derechos, aunque se extiende cada vez más el discurso de su re-conocimiento.

6 Desde este enfoque de derechos se contemplan todas las diferencias que ge-neran desigualdades, aunque desde el programa que desarrollamos nos centremosestratégicamente en los derechos de las mujeres y de la infancia y adolescencia.

masculinidades, dimensiones necesarias para promover una transfor-mación democrática de las relaciones de autoridad en las familias. Laincorporación de las reflexiones acerca de las construcciones de lamasculinidad que proponemos se sustenta en la necesidad de promo-ver vínculos entre hombres y mujeres, en los que se respeten las dife-rencias de cada uno o cada una, para que estas diferencias no se con-viertan en motivos que justifiquen la desigualdad y la subordinación y,por lo tanto, no interfieran en la construcción de la ciudadanía plena pa-ra hombres y mujeres.

El papel de las familias en la socialización de las generaciones jóve-nes puede ser considerado como el de simple reproductor de los pa-trones de jerarquía por sexo y edad, de la desigualdad y el autoritaris-mo, o como el lugar donde se configuran y recrean sistemas decreencias y prácticas acerca de varias dimensiones centrales de la vidacotidiana, entre ellos, los relacionados con los modelos (convenciona-les o no) de género y autoridad. En las interacciones familiares, es po-sible que se expresen acuerdos, desacuerdos o prácticas contradicto-rias en relación con esos patrones culturales. Las familias, entonces,pueden ser comprendidas como los sitios de la reproducción de valo-res y normas culturalmente tan arraigados que se los considera “natu-rales” o bien como aquellos sitios donde se cuestionan y se cambianlas reglas, es decir, donde se producen procesos de transformación.

La posibilidad de repensar los modos autoritarios de relación fami-liar, que someten a niños, niñas y mujeres a situaciones de violencia(verbal, emocional, física) y facilitan el desarrollo de más violencia enuna escalada en la que todos y todas se involucran, es una forma de co-menzar a plantear el desarrollo de otras relaciones autoritarias. La de-mocratización de las relaciones de familia puede retroalimentar la de-mocratización de las instituciones próximas a la vida cotidiana.

Por estas razones, se formula una estrategia de trabajo que apuntaa las causas profundas del autoritarismo y la violencia, y no meramen-te a sus efectos más visibles e inmediatos. Las hipótesis desde las quese parte consideran que la democratización social comienza por supráctica en los ámbitos donde transcurre la vida de la gente: la familia,la vecindad, la escuela, el hospital, el centro de salud, la asociación co-munitaria.

Para que las formas de convivencia más democráticas se transfor-men en estilos de vida se requiere un cambio cultural en los modelosde género, de autoridad, y en la concepción de los derechos de la in-fancia, junto con una concepción del cuidado mutuo entre todos losmiembros del grupo familiar.

Las elaboraciones teóricas y las discusiones conceptuales que plan-teamos en este libro pretenden dar cuenta de una situación histórica yculturalmente creada de desigualdad entre hombres y mujeres (desi-

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gualdad que asume diferentes formas: descalificación, desvalorización,sometimiento afectivo y/o sexual, disciplinamiento, violencia física),que se produce y luego reproduce en todas las instituciones sociales.Consideramos que la familia es un núcleo indispensable de socializa-ción donde se tejen las relaciones básicas para el desarrollo de la vidasocial y al mismo tiempo el lugar donde se gestan y se desarrollan conmás claridad las relaciones de desigualdad. Nuestro objetivo es repen-sar la organización desigual de las relaciones familiares de manera talque hombres y mujeres puedan tomar conciencia de sus posibilidadesde transformarlas, cada vez que sea necesario, para favorecer el ejerci-cio de una autoridad democrática

Somos conscientes de la multiplicidad y de la diversidad de com-p o r tamientos y conductas que asumen las personas en sus relacionescotidianas, pero es cierto que esta multiplicidad permanece enmarca-da en un sistema de relaciones de género que privilegia a un género(el masculino) sobre otro (el femenino). Por esta razón, consideramosindispensable trabajar desde el “ c o l e c t i vo” mujeres, ya que su impul-so ha permitido transformar muchos aspectos de la realidad en los úl-timos años.

La incorporación en los últimos treinta años de las mujeres en elmercado laboral, acompañada por una creciente conciencia de su situa-ción desigual, sumada a su papel activo y protagónico en las luchas so-ciales, permite corroborar una mayor afirmación de sus derechos, loque se confirma en cambios visibles y en los diferentes instrumentosde regulación jurídica que se han generado en el nivel internacional, re-gional y nacional.7 Sin embargo, la desigualdad, la discriminación, elmaltrato y la violencia no han desaparecido.

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7 En el nivel internacional: Conferencias Mundiales sobre la Mujer, impulsadaspor las Naciones Unidas, la Convención sobre la Eliminación de todas las formas deDiscriminación contra la Mujer (Naciones Unidas, 1979), la Convención Interameri-cana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer (Belem do Pará,OEA, 1994).

En el nivel nacional: La reforma de la Constitución de la Nación de 1994, en el ca-p í tulo cuarto, artículo 75, inciso 22, establece que los tratados de derechos humanostienen jerarquía constitucional: la Convención sobre la Eliminación de todas las fo r-mas de Discriminación contra la Mujer (aprobada por la Asamblea General de las Na-ciones Unidas. Ratificada por Ley Nº 23.179 del año 1985); la Convención sobre losD e r e chos del Niño (Naciones Unidas, 1990); el Pacto de San José de Costa Rica.

Las leyes sancionadas en estos veinte años de democracia son las siguientes:ley que otorga el derecho a pensión del/de la concubino/a; divorcio vincular (1987);

Manuel Castells (1999: 160) afirma:

“En los países industrializados, una gran mayoría de mujeres se consideraigual a los hombres, con sus mismos derechos y, además, el control sobresus cuerpos y sus vidas. Esta conciencia se está extendiendo rápidamen-te por todo el planeta. Es la revolución más importante porque llega a la raízde la sociedad y al núcleo de lo que somos y es irr eversible. Decir esto nosignifica que los problemas de discriminación, opresión y maltrato de lasmujeres y sus hijos hayan desaparecido o ni siquiera disminuido en inten-sidad de forma sustancial. De hecho, aunque se ha reducido algo la discri-minación legal, y el mercado de trabajo muestra tendencias igualadoras amedida que aumenta la educación de las mujeres, la violencia interperso-nal y el maltrato psicológico se generalizan, debido precisamente a la ira delos hombres, individual y colectiva, por su pérdida de poder (...). No obsta n-te, para la mayoría de los hombres, la solución a largo plazo más acepta b l ey estable es renegociar el contrato de la familia heterosexual. Ello incluyecompartir las tareas domésticas, la participación económica, la participa-ción sexual y, sobre todo, compartir plenamente la paternidad”.

Como señala Ana María Fernández (1993:17):

“Esta nueva realidad social produce una “crisis” (ruptura de un equilibrioanterior y búsqueda de uno nuevo) de los pactos y contratos que regíanlas relaciones familiares y extrafamiliares entre hombres y mujeres. Cri-sis de los contratos explícitos e implícitos, de lo dicho y lo no dicho, quehabían delimitado lo legítimo en las relaciones entre los géneros en losúltimos tiempos”.

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r e forma el Régimen de Patria Po t e s tad y Filiación del Código Civil; Cuota mínima departicipación de mujeres; aprobación de la Convención sobre la Eliminación de todaslas formas de Discriminación contra la Mujer; decreto sobre acoso sexual en la Ad m i-nistración Pública Nacional; Protección contra la violencia familiar; aprobación de laC o nvención Interamericana para preve n i r, sancionar y erradicar la violencia contra laM u j e r, Convención de Belem do Pará; institución del Día Nacional de los Derechos Po-líticos de las Mujeres; Decreto Igualdad de Trato entre Agentes de la Ad m i n i s t r a c i ó nPública Nacional; Decreto Plan para la Igualdad de Oportunidades entre Varones y Mu-jeres en el Mundo Laboral; Re forma laboral: introducción de la figura de despido dis-criminatorio por razón de raza, sexo o religión; delitos contra la integridad sexual, mo-dificación del Código Penal; Régimen Especial de Seguridad Social para Empleados/asdel Servicio Doméstico; Re forma laboral: Estímulo al Empleo Estable: incorporación dedos incentivos para el empleo de mujeres; creación de un Sistema de InasistenciasJustificadas por razones de Gravidez; Participación Femenina en las Unidades de Ne-gociación Colectiva de las Condiciones Laborales (Cupo Sindical Fe m e n i n o ) .

Las tendencias actuales muestran las profundas modificaciones que seestán produciendo en las familias: retraso en la formación de parejas yvida en común sin matrimonio; divorcios, separaciones, nuevas uniones,familias ensambladas, familias con un solo progenitor, varios grupos fa-miliares emparentados que deciden compartir una vivienda por deterio-ro de las condiciones económicas. Las formas familiares emergentesmuestran diferentes relaciones de afecto, de sostén y de reproducción.E s tas nuevas formas, lejos de sugerir la destrucción de la familia, mues-tran cómo los lazos familiares se crean y recrean continuamente.

Para aproximarnos a la democratización de las relaciones en los gru-pos familiares, la transformación de las relaciones sociales entre los gé-neros requiere de un enfoque complejo que trabaje, según metodolo-gías apropiadas, tanto la construcción de las subjetividades femeninascomo la de las masculinas. Por eso, para abordar la problemática de lademocratización de las relaciones familiares y para desarrollar herra-mientas adecuadas que la lleven adelante, consideramos que es con-veniente reflexionar sobre algunos conceptos teóricos clave, una tareaque desarrollaremos a lo largo de los capítulos de esta obra.

En el capítulo 1 se presenta un análisis de la familia como instituciónsocial, la conformación de los modelos hegemónicos de relaciones fa-miliares y las modificaciones del sistema patriarcal en la sociedad occi-dental. Esta presentación no está indicando que los grupos familiaresde los diversos países occidentales se ajustaron al modelo patriarcal enforma homogénea, sino que estos modelos son aquellos sobre los cua-les se realiza la interpretación y valoración de la normalidad o no de lasfamilias concretas. Asimismo, se analizan la familia y la maternidad enla Argentina, considerando las relaciones existentes entre feminidad ymaternidad, destacando la centralidad de la experiencia de la materni-dad en las vidas de muchas mujeres, así como las implicaciones queésta tiene en la construcción de ciudadanía, en la medida que la mater-nidad es resignificada por las mujeres. Para concluir, se presenta unperfil actualizado de los indicadores más relevantes que describen a losgrupos familiares en la Argentina.

En el capítulo 2 se examinan los debates sobre el concepto de rela-ciones de género. Se explica la construcción de las identidades de gé-nero como parte de un aprendizaje familiar y social de pautas y va l o r e sasociados a cada género, en el cual los sujetos no son entes pasivo sque absorben estas normas sin contradicciones. En este capítulo ta m-bién se analizan los sistemas de poder y autoridad dentro de la familia ylas jerarquías implícitas en las relaciones de poder entre sus miembros.

En el capítulo 3, Susana Méndez analiza la construcción social de laniñez y de la adolescencia. A partir de una revisión histórica y crítica delas concepciones sobre estas categorías, llega hasta la aprobación de laC o nvención sobre los Derechos del Niño, donde se pone en ev i d e n c i a

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la aparición de un nuevo paradigma, desde el cual se considera a niñosy adolescentes como sujetos únicos de derechos y se deja de conside-rarlos como objetos pasivos de intervención por parte de las familias, laescuela y el Estado para reconocerlos como portadores de derechos es-peciales según las etapas de desarrollo que estén transitando. Desde elanálisis de este instrumento legal y su aplicación, se examina la situ a-ción de la infancia y la adolescencia en los ámbitos en que se desenv u e l-ven los niños, niñas y adolescentes argentinos, teniendo en cuenta lasd i ferencias y similitudes según el género y de acuerdo con su ubicaciónen la estru c tura social. Teniendo en cuenta la influencia de los modelosque la sociedad ofrece a la infancia y la adolescencia, en el pasaje porc i e r tas instituciones, rituales, tradiciones y espacios de socialización queperpetúan desigualdades y comportamientos autoritarios.

En el capítulo 4, Eleonor Faur aborda la relación entre la construcciónde masculinidades y las relaciones que los hombres establecen dentrode sus familias. Desde la definición y desde las características centra-les de las masculinidades, se analiza la ubicación de privilegio de loshombres dentro de las relaciones de género y la manera en que éstase inserta en la familia, identificando rupturas y continuidades del mo-delo patriarcal. Allí se reconocen las identidades masculinas –y las fe-meninas– como construcciones culturales que se reproducen social-mente, a través de distintas instituciones: familia, escuela, Estado,iglesias, etc., que vehiculizan modos de pensar y actuar, a la vez queestablecen lugares de jerarquía de la masculinidad dentro de las rela-ciones de género mediante mandatos que subyacen en los comporta-mientos, actitudes, afectos y relaciones vinculares.

En el capítulo 5 se analizan las situaciones conflictivas que sucedenen el ámbito familiar: las vinculadas con las relaciones de pareja yaquéllas relacionadas con hijos e hijas. Además se señalan las fo r m a sv i o l e n tas de resolver conflictos y se considera la relación entre conflic-to, poder y autoridad. Se plantea la democratización de las relacionesfamiliares, se proponen procesos de negociación que cuestionen lasrelaciones de poder y autoridad y se diferencian las negociaciones tra-dicionales de las democratizadoras, haciendo especial referencia alconcepto de “discurso de derech o s”.

En el capítulo 6 se retoman algunos de los temas planteados en es-ta introducción, con el fin de reflexionar acerca de las políticas socialesy de las bases teóricas e ideológicas de aquellos discursos sobre losque se asientan los programas y las prácticas de intervención. Se anali-zan los discursos de tres perspectivas relevantes en el análisis de géne-ro, ex a c tamente aquellas que tienen efectos a la hora de ser utilizadaspara la fundamentación de políticas y programas. Por último, en este ca-p í tulo se analiza el concepto de e m p o d e r a m i e n t o, muy usado en estosdiscursos, y se propone el concepto de d e m o c r a t i z a c i ó n para presenta r

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una concepción de la política social que concibe a los sujetos en su in-tegridad, vinculando en forma interdependiente la redistribución, el re-conocimiento, el cuidado y el respeto por la integridad corporal.

Finalmente, consideramos indispensable para contribuir a la demo-cratización de las relaciones familiares, en particular, y de las relacionessociales en general, reconocer que ambas se construyen sobre relacio-nes desiguales de género y que éstas son relaciones políticas que seproducen y se expresan tanto en la vida social como en la estructura-ción de la subjetividad.

La democratización de las relaciones familiares requiere respuestascolectivas que consideren la “politicidad” de la vida cotidiana, en lascuales ciertos “cambios de roles” que se mencionan frecuentementetodavía no constituyen indicadores de una profundización de las prácti-cas democráticas.

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Bibliografía

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I N T RO D U C C I Ó N 23

1. Las familiasGraciela Di Marco

Introducción

La institución “familia” ha adoptado formas muy diversas a lo largo dela historia y a través de las diferentes culturas, así como disímiles sig-nificados y valoraciones. Sin embargo, la sociedad occidental construy óun modelo de familia que pronto se impuso como “ideal” aun cuando larealidad histórica y las prácticas de los sujetos no fueran uniformes. Poreste motivo no puede hablarse de “familia” sin tener en cuenta que setrata de un concepto normatizador cargado de ideología: la idea de “fa-milia” se instala como universal y establece modelos, legítima roles yregula comportamientos. En este capítulo intentaremos recorrer el iti-nerario de los discursos sociales acerca de las familias, más que cen-trarnos en reseñas históricas.

Para analizar las familias en la Argentina hemos recortado tres temasentre los muchos posibles: la información que proviene de investigacio-nes realizadas sobre expedientes judiciales de los siglos XVIII y XIX enla Ciudad de Buenos Aires, porque contribuye a comprender la diversi-dad de prácticas concretas de las personas, bajo una superficial homo-geneidad; las prácticas de la maternidad, puesto que éstas permitenobservar el potencial transformador que pueden desarrollar las mismasy, finalmente, la información cuantitativa comparada de los últimos diezaños, desagregada por regiones y por quintiles de ingresos, que nospermite contar con un perfil de los cambios en las familias.

Las relaciones familiares en la sociedad preindustrial

A partir de un proceso comenzado a fines del siglo XVIII y que se con-solida a mediados del siglo XIX, se construye la noción de familia nu-clear, organizada alrededor de una pareja conyugal matrimonial y sus hi-jos. A esta familia, que se extiende como modelo familiar en algunospaíses occidentales, se la ha denominado familia moderna.

En los siglos precedentes predominaban las familias en las que lasactividades de producción para la supervivencia del grupo ocupaban a

todos los miembros, bajo la autoridad del padre. Varias generacionestrabajaban dentro de esas familias y las tareas de reproducción biológi-ca (tener hijos), vida cotidiana (las tareas domésticas para la subsisten-cia) y social (socialización y educación) se realizaban a la par de las pro-ductivas, basadas en la agricultura y el artesanado.

El trabajo de las mujeres se confundía con el trabajo familiar. A lavez, su dependencia de las familias extensas y de sus normas le ase-guraba a la mujer protección económica y seguridad social (su susten-to material era el resultado del trabajo organizado por el “pater familia”y al mismo tiempo era protegida por éste). Esta dependencia de la mu-jer comenzaba en su familia de origen, donde la autoridad era el padre,y continuaba en su matrimonio, donde la autoridad era el marido.

Desde el punto de vista de la organización y los valores, las familiaseran unidades económicas, sociales y políticas, que subordinaban losintereses individuales a los colectivos, y los de los hijos y mujeres a losdel padre. A su vez, cada familia servía a los intereses de grupos de pa-rentesco más amplios, controlados por el patriarca. Las uniones dehombres y mujeres dependían de la decisión de éste, quien fomenta-ba uniones vinculadas con la continuidad del linaje o de la producción yno con la atracción o el afecto.

Los niños y niñas tenían muy poco espacio como sujetos, pues for-maban parte de la propiedad patriarcal. Las altas tasas de mortalidad in-fantil y la corta esperanza de vida adulta generaban lazos débiles entremadres e hijos. La infancia, según las investigaciones históricas, noaparecía delimitada como un estadio específico.1

Estas familias, que podemos denominar premodernas, en las que lavida laboral y la vida familiar estaban integradas, presentaban el tipo derelación patriarcal clásica: los hombres mandaban, con un poder indis-cutido, y las mujeres aceptaban la subordinación a cambio de protec-ción y estatus social seguro. Este vínculo incluía el control sobre suscuerpos, sus emociones, sus hijos y su trabajo.

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1 Siguiendo a La Play, Cicchelli-Pugeauth y Cicchelli (1999: 51) señalan que en al-gunas sociedades la garantía de la continuidad familiar, de la tradición y conserva-ción del patrimonio se obtenía en algunas sociedades de occidente por la designa-ción de un heredero primogénito. La estabilización de la familia y la eliminación delos conflictos se lograban mediante el sometimiento de los integrantes del grupo ala figura paterna y luego, cuando el padre fallecía, al hermano mayor, quien se con-vertía en jefe de la familia. Los hermanos menores, mientras eran solteros y sin des-cendencia, podían permanecer en la casa familiar, respetando la autoridad del jefede la familia. En cambio, a los hermanos varones que preferían emigrar o a las hijasque se casaban, se los dotaba de acuerdo con los ingresos del grupo.

En síntesis, se trataba de familias bastante estables en sus vínculospor una suma de factores:

• el trabajo de los hombres y de las mujeres era económicamenteinterdependiente, bajo el mando del varón;

• el hogar servía como unidad de producción, reproducción y control;• los individuos no tenían alternativas de vida económica, sex u a l

y social fuera de las familias y estaban inmersos en un conjun-to amplio de lazos de parentesco, comunidad y religión (Sta c ey,19 9 6 : 4 9 ) .

La familia moderna

La familia moderna acompaña el desarrollo de la sociedad industrial, enla cual se disocian de la vida doméstica tanto los medios de produccióncomo la fuerza laboral. La producción y la reproducción se van a desa-rrollar en ámbitos separados: los hombres comienzan a trabajar en ma-yor medida en las actividades fabriles, dejando de lado la producción ru-ral familiar, mientras que las mujeres se van a ocupar mayoritariamentede la vida doméstica.2

Las categorías producción y reproducción tienen mucha importanciaen la constitución de las familias de mediados del siglo XIX: a partir desus actividades productivas, los hombres pasan a ubicarse en el mun-do público y las mujeres, ocupándose de la reproducción biológica, co-tidiana y social, en el mundo privado. Sin embargo, estas tareas, al noser consideradas con un valor monetario en el mercado y al permane-cer fuera del mundo público, quedarán “invisibilizadas”.

La autoridad masculina se institucionaliza en la familia nuclear. Laproducción de los medios económicos para la obtención de comida yabrigo corre por cuenta del varón, mientras que la elaboración de estosproductos para ser consumidos en la familia forma parte de la labor so-

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2 Por ejemplo, antes de la mecanización, la economía del tejido se apoyaba enuna división del trabajo interna al grupo doméstico, se adaptaba a las capacidadesindividuales a la vez que estaba al servicio de la fuerza de trabajo del hogar. El pa-dre tejía y, una vez realizadas las tareas domésticas, lo secundaba su esposa y am-bos recibían progresivamente la ayuda de sus hijos e hijas, de modo que ningunode los miembros de la familia estaba desempleado. El trabajo se organizaba en fun-ción de una vida familiar comunitaria. El surgimiento de las fábricas de tejido mecá-nico sacude desde la década de 1830 esta economía familiar, al hacer que el traba-jo manual pierda competitividad (Cicchelli-Pugeauth y Cicchelli, 1999: 18).

cialmente invisible de la mujer, quien, además, asume la responsabili-dad ante la crianza y la socialización de las jóvenes generaciones. El rolde la mujer se consolida bajo el título de “ama de casa”, nominación car-gada de ambigüedad, que le otorga el poder de decisión en todo lo re-lativo a la actividad doméstica siempre y cuando la mujer reconozca susubordinación al varón proveedor. Ivonne Knibiehler (2000: 62) afirma:

“Cuando el progreso del capitalismo volvió raras las empresas fa m i l i a-res, el padre tuvo que abandonar el hogar para ir a la oficina o a la fábri-ca. Disoció su vida profesional de su vida fa m i l i a r, se habituó a superv i-sar a sus hijos sólo de lejos. La madre, teóricamente sin la carga deltrabajo productivo, se dedicó de lleno a la vida doméstica y asumió unaresponsabilidad educativa cada vez más amplia, incluso con respecto asus hijos varones. El centro de gravedad de la vida familiar se desplazóhacia su lado”.

Surge además una nueva manera de ver la infancia, ya que los niños,especialmente los varones, se transforman en una inversión que es ne-cesario cuidar, pues se constituirán en la mano de obra industrial del fu-turo. Jacques Donzelot (1998) analiza el desarrollo del “complejo tute-lar”, por el cual el Estado comienza a intervenir en las vidas de lasfamilias, para asegurar las mejores condiciones de crianza de la niñez.El Estado delega esta tarea explícita pero no formalmente a las ma-dres, quienes quedan así investidas con la responsabilidad de velar porla salud y el bienestar del grupo familiar, siguiendo las instrucciones delos “expertos”, agentes de las áreas sociales del Estado (médicos, en-fermeras, asistentes sociales, maestras, psicólogos). Sin embargo, alconsiderar estas actividades como parte del destino natural de las mu-jeres, ellas no serán reconocidas socialmente por realizarlas.

Parentesco y familia

La industrialización requirió de núcleos familiares móviles y capaces dea d a p tarse a las nuevas necesidades de la expansión capita l i s ta. En loscentros industriales, el grupo de parentesco ampliado fue perdiendo sucarácter de proveedor de identidad. Por el contrario, la pareja unida enmatrimonio, comenzó a desprenderse de diversas maneras del gru p ode parentesco y se instaló en una unidad doméstica separada de sus pa-rientes y comenzó a vender su fuerza de trabajo en el mercado. Simul-táneamente con la desaparición de la unidad de producción común, o eloficio familiar como única fuente de subsistencia, las parejas dejaron devivir en las tierras comunes con sus parientes (Sch m u k l e r, 2000 ) .

En las familias premodernas las relaciones entre varias generacio-nes brindaban identidad a cada miembro del grupo familiar. La coope-

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ración y el apoyo que brindaban las relaciones entre varias generacio-nes fueron reemplazados en las familias modernas por las relacionesde la pareja conyugal y de padres e hijos. El grupo de parentesco per-dió el carácter de proceso continuo y lineal que existía, precedía y con-tinuaba la vida individual. Se fortalecieron las relaciones entre cónyu-ges, entre hermanos y cuñados y con parientes cercanos del padre yde la madre. La nueva estructura de parentesco que se creó fue unaunidad atomizada cuyos lazos de descendencia se resquebrajaron ydonde la estabilidad de cada núcleo familiar pasó a depender de los la-zos afectivos, nuevos cohesionantes y estabilizadores de las familias.La dependencia afectiva pasó a constituirse en la principal articulacióndel núcleo familiar al mismo tiempo que crecieron las posibilidades dedesarrollo individual fuera de la vida familiar. La familia moderna quedóentonces conformada por hombres ganadores del sustento, mujeresamas de casa e hijos dependientes. A mediados del siglo XX el grupofamiliar se estableció en el imaginario de la sociedad como núcleo dereproducción biológica, lugar de estabilidad afectiva para individuos quebuscan y desarrollan su crecimiento personal con diferencias de desti-nos posibles para varones y mujeres, y como centro de seguridad eco-nómica y de protección para la infancia y la tercera edad, con las ma-dres a cargo de las tareas necesarias, más allá de las posibilidadesconcretas de los sujetos para realizar este ideal (Schmukler, 2000).

Junto con la nueva organización familiar quedan divididos los ámbi-tos sociales: el mundo público pertenecerá a los hombres y el privado-doméstico a las mujeres-madres encargadas del cuidado afectivo de to-dos los miembros de la familia. Cuidado directamente vinculado con lapostergación de los propios deseos en función de la atención familiar.Dentro de este nuevo orden familiar, se preferirá que las mujeres notengan un trabajo y un salario, sino que se queden en la casa, para quelos hombres proveedores tengan resueltas las cuestiones relacionadascon el cuidado, la comida y la crianza de los hijos. Para ello, los Estadosmás avanzados tratarán de dar al hombre proveedor un salario familiar,que contemple la carga extra de mujeres e hijos y que proteja la orga-nización patriarcal para que continúe siendo funcional a las necesidadesde las industrias.

En síntesis, el discurso sobre la familia moderna se establecerá so-bre las siguientes características:

• el trabajo familiar y el trabajo reproductivo se separan, haciéndo-se invisible el trabajo femenino. Las mujeres se convierten en de-pendientes de los hombres;

• el amor y el compañerismo pasan a ser el ideal del matrimonio;• la vida familiar queda alejada de la observación pública. Se enfati-

za la experiencia de la privacidad;

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• las mujeres comienzan a tener menos hijos y la maternidad co-mienza a ser exaltada como una vocación natural y demandante.

La valoración de la condición de madre de la mujer, que la llevó a situar-se, al lado del jefe del hogar, como la reina de la casa, por su dominioaltruista sobre los aspectos de la vida cotidiana de sus seres queridos,es parte constitutiva de este nuevo modelo de familia. Las esferas deacción separadas (el mundo público para los varones, el hogar para lasmujeres), el amor como base de formación de las parejas y el casa-miento voluntario, ya no por orden del patriarca (aspectos constitutivosde lo que se denomina “el amor romántico”) van a marcar en adelantelas relaciones, en las cuales seguirá existiendo la subordinación feme-nina, ahora disfrazada por este lugar de poder desde los afectos, en unproceso que significó darle el lugar de “reinas” afectivas a las madres,a cambio de sacrificio y amor incondicional hacia sus esposos, sus hi-jos e hijas y, también, hacia las personas mayores y los enfermos.

“El culto de la maternidad encontró su apoteosis con la segunda revolu-ción industrial, que tendió a aumentar los salarios de los hombres con elsalario familiar y a excluir a las mujeres y niños del lugar de trabajo, y con-ducir a una división del trabajo más radical entre el hombre, el ganadordel sustento, y la mujer, la cuidadora. El maternaje, criar más que engen-drar los niños y niñas, fue visto como una vocación a tiempo completo,sin duda, la vocación superior, con los padres marginados de la escenadoméstica a través de su ausencia por estar en el trabajo. Por supuesto,muchas mujeres continuaron en el trabajo pago pero su contribución de -vino en menos visible debido al énfasis en la crianza” (Mitchell y Goody,en Oakley y Mitchell, 1997: 219).

Al poder y autoridad masculinos, basados en la condición de ser elhombre el único proveedor y jefe del hogar, se contrapone ahora elengañoso “poder fe m e n i n o” sobre los afectos, centrado en la mater-nidad. Las mujeres se convierten en las cohesionantes del grupo fa-m i l i a r, pero… a cambio de subordinarse al “ j e fe del hogar”, no conta rcon dinero propio, no desarrollar su autonomía, ni ser reconocidas co-mo autoridad. El poder de la esposa y madre en el hogar se conv i e r-te en un poder “entre bambalinas”, poder sin autoridad y sin legitimi-dad dentro del grupo fa m i l i a r. Durante este proceso, las mujeres y losniños se hacen cada vez más dependientes de los hombres, ya quesu sustento y la representación de los asuntos familiares quedó a car-go de ellos.

La normativa hacia la maternidad es una construcción cultural –natu-ralizada– que opera por violencia simbólica, ya que a través de su me-canismo de totalización se apropia, invisibilizando y negando, de las di-versidades de sentido que diferentes mujeres han dado al concepto y

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a la práctica de la maternidad (Fernández, 1993). Si se pretende cues -tionar el orden patriarcal y las desigualdades de género y democratizarel orden familiar, será necesario deconstruir el concepto de maternidady pluralizarlo.

Si bien la maternidad pudo ser resignificada en algunos contextoshistóricos particulares (la aparición de las Madres de Plaza de Mayo enla Argentina puede servir de ejemplo) y la maternalidad y la ética delcuidado pudieron ser formas de revalorizar la conducta maternal asig-nada culturalmente a las mujeres (y naturalizada por las instituciones,los medios de comunicación y las mismas mujeres), la reproducción dela familia está íntimamente relacionada con la normativa cultural acercade lo que una “verdadera” mujer debe ser y hacer. En nombre de la ins-titución maternal, las mujeres han quedado durante siglos relegadas alámbito doméstico y a actividades que van más allá del cuidado de loshijos, extendiéndose sus tareas hasta responsabilizarlas del cuidado detodos los miembros de la familia en desmedro de su propio cuidado.3

Hacia la mitad del siglo XX, el complejo de pautas que describe alas familias modernas de occidente (desde el nacimiento, el nov i a z g o ,el matrimonio, el trabajo, la crianza, la separación de los hijos y lamuerte) se convirtió en un imperativo tan fuerte, que aun cuando mu-chas familias vivían de una manera diferente, este conjunto de carac-terísticas se impuso como “la fa m i l i a ”, que pasó a ser pensada comoúnica forma natural y universal, mientras toda modalidad familiar dife-rente pasó a ser considerada una desviación. El amor romántico y lasobrevaloración de la maternidad se transformaron en ideologías rep r o-ductoras de las desigualdades, a la vez constitu t i vas y producidas porel patriarcado.

El sociólogo Talcott Parsons (1953) contribuyó desde la teoría sociala darle legitimidad a la familia moderna, a través de sus análisis de lafamilia estadounidense de los sectores medios, de los años cincuenta.De allí se deriva una concepción de la familia nuclear armoniosa, y és-ta se considerará como la institución universal. La diferenciación y es-pecialización de tareas que ya se habían establecido en buena parte de

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3 Las transformaciones contemporáneas en el ámbito de la sexualidad y la anti-concepción han sido evidentes avances en relación con la situación de las mujeres ycon la posibilidad de elegir cuándo ser madres. Sin embargo, la anticoncepción siguesiendo una ve n taja determinada por la cuestión de clase y el acceso a la educación(la educación sexual, por ejemplo, sigue siendo una asignatura pendiente y los em-b a r a zos adolescentes o no deseados continúan creciendo), además de una proble-mática compleja en términos culturales, ya que estos avances sociales no han encon-trado eco en las normas y valores que las instituciones y los medios reproducen.

las familias de los EE.UU., blancas, de los sectores medios, pasaron aser las características de la familia.

El apogeo de las familias modernas acompaña al de la sociedad ca-pitalista, con su reorganización social, espacial y temporal del trabajo yde la vida doméstica. Pocas familias trabajadoras se apropian de esteideal hasta bien entrado el siglo XIX, ya que existían grandes núcleosde empleo subordinado de hijos e hijas solteros y también trabajo in-fantil. Sólo después de la Segunda Guerra Mundial, en los países capi-talistas avanzados, un número importante de hogares vive de acuerdocon el modelo de la familia moderna.

Estructura de la familia nuclear,

según el sociólogo estadounidense T. Parsons

Líder Seguidora

Hombre adulto Mujer adulta(padre) (madre)

instrumental expresiva

(ideas, disciplina, control) (afecto, cuidados, calidez, emoción)Niño (hijo) Niña (hija)

El análisis de Parsons confiere gran importancia a las funciones en laestructura social, desde allí aborda los roles de hombres y mujeres: alos primeros les corresponde el rol “instrumental” –el sostenimientoeconómico de la familia, la representación de la familia en el mundo pú-blico y la supervisión y control de los hijos e hijas–, a las segundas, elrol denominado “expresivo”, vinculado con la maternidad y, por lo tanto,con la crianza, el afecto y el cuidado, no sólo de los hijos e hijas sino delas personas necesitadas del grupo familiar, como enfermos y ancia-nos. La ciencia social legitimiza y universaliza de este modo la nociónde la complementariedad de los roles en la pareja adulta.

Prácticas familiares contemporáneas

La debilidad de las familias modernas estaba presente en su propiaconstitución, basada en un compromiso que se concebía como inamo-vible y eterno y en la complementariedad de la pareja. Por eso, algunos

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académicos sostienen que el momento de esplendor de la familia mo-derna tenía cerca su inminente declinación. Durante los años sesentay setenta, la brecha entre la ideología cultural dominante y los compor-tamientos discordantes generó desafíos a las familias de la modernidady provocó crisis que condujeron a nuevos acuerdos o rupturas, las que–crecientemente– culminaron en separaciones y divorcios.

Algunos factores que incidieron en los cambios en las familias fueron:

• al extenderse la esperanza de vida, las personas adultas comen-zaron a disponer de un tiempo en el que ya no estaban criando asus hijos, lo que en muchos casos las enfrentó con la imposibili-dad de continuar manteniendo un vínculo que se apoyaba en laconvivencia con ellos;

• las mujeres progresivamente ingresaron en el mundo del trabajo;• los empleos se desplazaron desde los industriales tradicionales a

nuevos sectores industriales y de servicios;• los empleadores recurrieron a la mano de obra de mujeres, más

barata y no sindicalizada;• aparecieron las píldoras anticonceptivas, lo que permitió a las mu-

jeres decidir cuándo, cómo y cuántos hijos tener;• el amor romántico, que era la base de la familia moderna, no pu-

do asegurar el amor para toda la vida. Aparecieron así cada vezmás divorcios y nuevas uniones;

• el movimiento de mujeres impactó fuertemente en los modos derelación entre mujeres y hombres, en la sexualidad y la reproduc-ción, en el avance de la legislación (leyes de divorcio, de patria po-testad compartida, etc.).

Sobre el estereotipo de las familias modernas se están construyendonuevos arreglos, que incluyen nuevas estrategias en las relaciones degénero y de crianza que rehacen las familias desde otros enfoques yprácticas. Algunos autores comienzan a denominar a las nuevas fami-lias como familias posmodernas, para caracterizar la fluidez de los vín-culos y las diversas estrategias familiares que combinan viejas y nue-vas formas de relaciones.

Algunas características de las familias posmodernas son:

• se separan los ámbitos de la sexualidad, la gestación, el matrimo-nio, la crianza y las relaciones familiares;

• los adultos divorciados y vueltos a casar, así como la convivenciade hijos de diferentes matrimonios, se han transformado en unfenómeno cotidiano;

• muchos hijos viven con sus madres más que con ambos padres;• los conflictos familiares reciben nuevas y diversas respuestas;

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• los hijos e hijas comienzan a ser considerados como ciudadanos,se revisan las concepciones acerca de la infancia y del poder delos adultos sobre ella.

En estas familias, las mujeres:

• tienen más acceso a la educación y al empleo;• son menos dependientes de lo que ganan los maridos;• tienen más cargas, ya que desarrollan una doble jornada laboral,

sumando el trabajo doméstico y el extradoméstico. Además, aveces tienen algún grado de participación comunitaria, lo que lasenfrenta a una triple jornada de trabajo;

• pueden alejarse de relaciones abusivas o violentas.

En amplios sectores de las sociedades occidentales, la familia moder-na no existe más, sin embargo, en el imaginario social y cultural aúnpersiste la idea de ésta como la familia.

Las familias ¿reproducen o recrean las pautas sociales?

Para los enfoques más tradicionales, las familias se encargan de repro-ducir los procesos de la sociedad o de socialización. En este sentido,los grupos familiares son considerados como los ámbitos en los cualeslas nuevas generaciones se socializan en las normas y los valores de lacomunidad en la que están viviendo. La familia es vista como una ins-titución reguladora y transmisora de las prácticas valoradas por cadacultura, como agente social que contribuye a que una comunidad de-terminada normatice las conductas de sus miembros. Estos enfoquesno tienen en cuenta la posibilidad de protagonismo, de agencia, de lasfamilias y sus integrantes, como creadores de cultura. Si bien es ciertoque las familias son las encargadas de reproducir los patrones cultura-les vigentes, como la jerarquía por sexo y edad, la desigualdad y el au-toritarismo, también es cierto que el grupo familiar puede ser el lugardesde donde se cuestionan y se cambian reglas, desde donde se ges-tan procesos de transformación.

Es en el grupo familiar donde a menudo se inician procesos quecuestionan el orden jerárquico, que plantean disconformidad con el au-toritarismo y que buscan nuevos modos de relación. Las formas fami-liares emergentes presentan diferentes dinámicas de relaciones fami-liares, algunas producidas por elecciones; otras, por el imperio de lascircunstancias (familiares de desaparecidos, por ejemplo); otras comorespuestas innovadoras a situaciones conflictivas.

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Las familias en la Argentina

Relaciones familiares durante los siglos XVIII y XIX en Buenos Aires

La familia en la Argentina se desarrolló (excluyendo para este abor-daje los patrones de conducta de los pueblos precolombinos) según lasnormas que el patriarcado impuso en occidente, es decir, reproducién-dose sobre las desigualdades de género. La familia nuclear se estable-ció bajo la autoridad del padre, encargado del bienestar económico apartir de su participación en el mundo público. La figura de la mujer seconservó en segundo plano como “reina del hogar”; como dijimos an-teriormente, se trató de un reinado ideológicamente peligroso ya quebajo esa denominación se ocultaba su falta de autoridad en el ámbitodoméstico, su dependencia económica del marido, su obligado lugarde madre sacrificada y servicial, su renuncia sexual y pasional y, por sifuera poco, se invisibilizaba su actividad productiva.

En este apartado seguiremos las observaciones de Ricardo Cicer-chia (1998), basadas en sus investigaciones sobre las dinámicas fami-liares de los sectores populares urbanos en la Ciudad de Buenos Aires(estos sectores constituían el 85% de su población). En la historia ar-gentina, la familia fue una preocupación del Estado (léase de la monar-quía española y luego de los gobiernos independientes) desde la colo-nización de nuestro territorio. Desde el punto de vista legal esimportante señalar la preexistencia del control de la Iglesia Católica so-bre el matrimonio y la vida familiar, un control que el Estado intentó li-mitar ya desde la época de la colonia –impulsado por las ideas del ilu-minismo– pretendiendo, entre otras cosas, restar poder al discursoeclesiástico, primero en Europa y luego en América. Al mismo tiempo,esta secularización de las relaciones familiares se apoyó en la figura del“pater” como autoridad absoluta dentro del ámbito doméstico. Un po-co más tarde, con la revolución de Mayo, las únicas transformacionesfueron la prohibición de matrimonios entre españoles-europeos y ame-ricanas en 1817 y un proyecto de ley no sancionado de 1824 sobre di-vorcio y separaciones voluntarias.

El mismo autor considera que si bien los valores oficiales y las repre-sentaciones culturales en torno a lo familiar penetraron todo el cuerposocial, existían conductas familiares como el amancebamiento, la en-trega de hijos y la presencia de mujeres como cabeza de familia, querepresentaban hábitos consagrados por la costumbre y que formabanparte de un”sentido común” popular.

Una vez alejado el control exclusivo de la Iglesia, los desórdenes fa-miliares comenzaron a convertirse en “cuestiones de Estado”. Cuandoesto ocurrió, las mujeres empezaron a aparecer como protagonistas de

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reclamos judiciales, lo que las ubicó como sujetos de derechos. Así seconsolidaron sistemas institucionales de protección del orden socialque redefinieron no sólo el espacio público sino también las relacionesintrafamiliares. Sobre las mujeres descansaba el edificio del sistema fa-miliar, pilar indispensable para el mantenimiento del orden social, por lotanto, sus reclamos podían ser escuchados si éstos se apoyaban en laidea de cierta cohesión familiar, con o sin esposo de por medio. Losconflictos del ámbito familiar que hoy nos preocupamos por analizar yaexistían en la época colonial y en el siglo XIX. Un riguroso análisis delas causas judiciales y de las denuncias policiales de las mujeres y deotros grupos subalternos permite señalar, en primer lugar, la marca di-fusa que existía en esa época entre lo público y lo privado y, en segun-do lugar, resaltar la importancia del análisis de las crisis familiares co-mo el mejor vehículo de comprensión de la “normalidad familiar”(Cicerchia, 1998: 67).

Ya en el siglo XIX, las mujeres se presentaban como demandantesen causas vinculadas con la tenencia de los hijos, el reclamo de alimen-tos y buenos modales por parte de los maridos. Las separaciones (di-vorcios eclesiásticos) incluían disputas sobre las propiedades o cuotasde alimentos. Asimismo, las demandas por maltratos implicaban unaeventual sanción penal para el acusado hallado culpable. Los juicios dedivorcio reconocían en los maltratos una de las figuras que habilitaba alas mujeres a solicitar la separación. Y aunque muchas preferían callar,otras “hacían público” su malestar.4

El autor expresa esta reflexión:

“… a pesar de que el sistema judicial se constituía sobre los prejuiciosy las desigualdades de las asimétricas relaciones de género, las mujeressintieron que encontraban allí una posibilidad para resolver situ a c i o n e sde injusticia doméstica, presentando discursos pragmáticos sobre la fa-milia, negando la indiferencia afe c t i va, confesando actos fo rzados por sus i tuación y modelando así la rígida lógica del honor familiar” (Cicerch i a ,1994: 72).

Resulta interesante reflexionar acerca del rol del Estado y la justicia enla instauración y defensa de los derechos de las mujeres –esposas y

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4 “En los juicios por desórdenes familiares registrados entre 1776 y 1850, la pri-mera constatación es que las mujeres de diferente condición y estado constituye-ron sujetos de derecho. Sobre 365 demandantes individuales, el 60% fueron muje-res. De éstas, el 70% eran porteñas, 44% pertenecían a los grupos “no blancos” ycerca del 30% carecían de estado legítimo” (Cicerchia, 1994: 55).

madres– ya que, a pesar de los beneficios que las mujeres pudieron ob-tener cuando se presentaron ante las instituciones sociales, frecuente-mente lograron la clemencia de la justicia o el reconocimiento de susreclamos sólo si se comportaban dentro de los modelos que la socie-dad y las relaciones desiguales de género establecían para ellas.

Maternidad en la Argentina

El pensamiento hegemónico que superpone “mujer” a familia, median-te el nexo representado por la maternidad, también está presente enlas concepciones de la maternidad en la Argentina. Si bien esta nociónde feminidad ligada casi exclusivamente a la capacidad femenina de en-gendrar y cuidar la vida humana es una construcción cultural que hacontribuido a la subordinación histórica de las mujeres, consideramosque la experiencia de la maternidad es central en la vida de muchas mu-jeres, como punto de anclaje de identidad y de reconocimiento y comoejercicio que tiene profundas implicaciones en las relaciones familiaresy en la construcción de ciudadanía.

Carole Pateman denomina a la maternidad la diferencia par exc e l l e n c e:

“La maternidad y la crianza han simbolizado las capacidades naturalesque apartan a las mujeres de la política y de la ciudadanía; maternidad yciudadanía, en esta perspectiva, al igual que diferencia e igualdad, sonmutuamente excluyentes. Pero si la maternidad representa todo aquelloque excluye a las mujeres de la ciudadanía, la maternidad ha sido cons-truida también como un estatus político. La maternidad, como las femi-nistas la han entendido por mucho tiempo, existe como un mecanismocentral a través del cual las mujeres han sido incorporadas al orden polí-tico moderno” (Pateman, 1992: 19,28).

La maternidad puede ser una experiencia “privada”, aislada en el hogar,subordinada al varón en la esfera doméstica, a la que se le reconoceúnicamente su poder afectivo sobre los hijos. O, por el contrario, pue-de ser considerada una experiencia social y política (maternidad social)cuyas prácticas vinculan las preocupaciones por los propios hijos tam-bién con cuestiones colectivas, como ha sucedido, por ejemplo, con lasmadres de desaparecidos, en la defensa de los derechos de sus seresqueridos y de otros en situaciones semejantes.

Esta redefinición de la maternidad presenta aspectos contradicto-rios con la imagen tradicional de la madre, ocupada solamente por elbienestar de su marido y de sus hijos, y genera las condiciones para laconstrucción de una ciudadanía femenina, en la medida en que se re-conoce a las mujeres –y ellas a sí mismas– como un colectivo que des-de la maternidad define intereses y necesidades y se convierte en su-

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jeto político (Di Marco, 1997). La maternidad así considerada es unapráctica que interpela al poder de diversas maneras, ya sea por el recla-mo frente a la violación de los derechos y los ejercicios abusivos del po-der, ya sea por la ampliación y calidad de los servicios, ya sea por susderechos a una vida sexual y procreativa plena, o por el derecho al tra-bajo (Schmukler,1997).

Es conveniente entonces detenerse en el carácter dual de la mater-nidad como proceso creativo y como parte de una relación de domina-ción y subordinación, y pensar en un concepto de ciudadanía que pue-da dar cuenta de las diferentes experiencias de las mujeres y de lasmadres.

En la historia argentina podemos encontrar ejemplos de las ambi-güedades que encierra lo maternal y de las diferentes formas que pue-de asumir al incorporarse a la discusión y a las prácticas políticas. Co-mo explica Marcela Nari (2000), a principios del siglo XX, y en el marcode la lucha por el derecho al voto femenino, el feminismo defendía la“cuestión maternal” y sostenía que el ámbito “natural” de las mujeresy, por lo tanto, el espacio para ejercer su poder, era el doméstico. Perotambién, desde el Estado, la Iglesia y los medios de comunicación (re-vistas y periódicos) se ensalzaba la maternidad como práctica sagraday se destacaba su importancia para el desarrollo del país.

“La ‘cuestión maternal’ en la época fue tan rica y compleja precisamen-te por esta superposición de intenciones contradictorias, por sus límitesdifusos. La maternidad, convertida en cuestión pública, se politizó. Y lasfeministas participaron de ese debate. Aceptaron la maternidad comoclave de la feminidad. Todas las mujeres, más allá de las diferencias so-ciales, compartían la capacidad y la experiencia de la maternidad. Era loque las acercaba y las volvía idénticas” (Nari, 2000: 204).

Los conceptos de maternidad que se enfrentaban en los discursos y enlas prácticas sociales eran diferentes; para algunas instituciones la ma-ternidad era la garantía del orden social, mientras que para otras, en ellaradicaba la posibilidad del cambio social.

Continuando con las reflexiones de Nari (2000: 205,209):

“Las fe m i n i s tas intentaron reformular la maternidad. No cuestionaron quec o n s t i tuyera una misión natural para las mujeres, pero fundamenta l m e n t ela consideraron una función social y, para algunas, incluso una posición po-lítica: el ejercicio de la maternidad era una forma de hacer política. Al im-plicar una función social y política tan importante para la especie, la socie-dad y la nación, la maternidad debía ser recompensada por el Estado y lacomunidad. Dios, o la Naturaleza, había asignado a las mujeres determina-dos deberes con respecto a la reproducción y ellas los asumían honrosa-mente en diversas situaciones sociales. Pero de estas c a r g a s debían ema-

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nar derechos. Derechos que el Estado y la sociedad les habían, hasta en-tonces, negado: derechos civiles, económicos y también políticos”.

El doble carácter de la maternidad continuó vigente y no permitió gran-des transformaciones en la vida política de las mujeres. Las feministasno lograron imponer sus posturas y el voto femenino llegó en 1947 dela mano de Eva Perón y desde una ideología tradicional en torno a lacuestión maternal.

Recién a fines del siglo XX, la organización de las Madres y Abuelasde Plaza de Mayo y las organizaciones de madres en las comunidadespara generar servicios sociales (por la crisis económica de los añosochenta en la Argentina) pudieron reapropiarse y resignificar los conte-nidos de la maternidad extendiendo en principio su preocupación porlos propios hijos a “los hijos de todas” y participando en la vida públicay política desde la maternidad social.

Lo “maternal” atraviesa la experiencia de lo femenino y la organiza-ción de la vida familiar desde la consolidación de las relaciones de gé-nero. Como parte de ellas, parece tener una forma y un contenido in-mutables y eternos, que resulta dificultoso revisar y reconstruir. Sinembargo, las prácticas que hemos presentado muestran otras cons-trucciones posibles de la maternidad.

Los procesos de redefinición de la maternidad involucran tener enc u e n ta las ambigüedades de la práctica maternal y los peligros de con-vertir a las mujeres en entidades ahistóricas, universalizadas y superiores“ m o r a l m e n t e” a los hombres (Sch m u k l e r, 1997). Asimismo, debe esta ra t e n ta a la compleja “ideología del afe c t o” que, en situación de desigual-dad, puede convertirse en el eje de la dominación y la subordinación.

Cambios recientes en las familias y los hogares5

Los cambios en la formación de las familias y en los procesos de repro-ducción social, económica, biológica y cultural se asocian con cambiosen la condición social de la mujer. Todas estas mutaciones –que empe-zaron en Europa occidental desde mitad de los años cincuenta– dieronlugar al surgimiento del concepto de segunda transición demográfica.6

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. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

5 Esta sección del capítulo fue elaborada por Andrea Federico.6 Este concepto, introducido por Van de Kaa y Lesthaegue en 1986, busca expli-

car las tendencias demográficas observadas en Europa central desde mediados delos años cincuenta en relación con la fecundidad, mortalidad, movilidad y dinámicafamiliar (Solsona, 1996).

Las razones que se encuentran en la base de esas transformacionesestán en la revolución sexual, la revolución contraceptiva, la posición delos hijos y la motivación de los padres respecto de la calidad de vida delos hijos (Lesthaeghe, 1996).

Como ya se ha señalado, uno de los factores centrales en los cam-bios en la dinámica familiar es la condición de las mujeres vinculadacon el mundo del trabajo. Si bien la inserción de las mujeres en elmercado de trabajo no es un hecho novedoso, se ha producido un im-p o r tante crecimiento de la participación económica femenina a eda-des centrales. Evidentemente, las transformaciones en el ámbito dela familia, en la situación social de la mujer y en el trabajo fe m e n i n ose ligan de manera tal, que uno no es posible al margen del otro. Y,por otra parte cada vez más, la estabilidad de las familias y sus fun-ciones sociales dependen de la ampliación de oportunidades de par-ticipación de las mujeres en diversos ámbitos de la vida pública (Sa-lles y Tuirán, 19 9 9 ) .

Para dar cuenta de las transformaciones acontecidas en nuestro país,se analizan los cambios que en la última década se produjeron en lacomposición de los hogares, la jefa tura del hogar y la conyugalidad. Lai n formación que a continuación se presenta proviene de la EncuestaPermanente de Hogares (INDEC) de octubre de 1991, 1995, 1998, 2000y 200 2 .

Composición del hogar

El modelo nuclear, representado por la pareja y sus hijos solteros, es eltipo más frecuente de organización fa m i l i a r. Sin embargo, este modeloc o nv i ve con otras formas de organización familiar cada vez más habitu a-les (véase cuadro 1 en la próxima página), como los hogares monoparen-tales (integrados por el jefe del hogar, generalmente una mujer, con sushijos) y monoparentales extendidos (monoparentales a los que se sumanotros familiares o no familiares). Este tipo de hogares (monoparentales ym o n o p a r e n tales extendidos) han mostrado un importante crecimientodesde 19 9 1. En efecto, entre ambos concentraban el 12% del total de ho-gares en 1991 y en la actualidad son más del 17%, lo que da cuenta deun crecimiento relativo del 42%. Por otra parte, los hogares unipersona-les representan aproximadamente el 15% del total de hogares y, si bienno han tenido un crecimiento tan destacable como en el caso de los mo-n o p a r e n tales, no puede dejar de resaltarse su importa n c i a .

En estrecha relación con el crecimiento de los hogares monoparen-tales, se produce el aumento del porcentaje de personas menores de18 años que no viven con ambos padres. Tal como se muestra en elcuadro 2 que se presenta a continuación, en la última década ha crecido

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el porcentaje de los niños o jóvenes que viven con un solo progenitor,especialmente con la madre, ellos son aproximadamente el 15% del to-tal en 2002.7

Cuadro 2. Hogares con hijos menores de 18 años con un solo progenitor.

Porcentaje de hogares con presencia de un solo progenitor: madre o padre

Total país, octubre 1991, 1995, 1998, 2000 y 2002

Año Sólo madre Sólo padre

2002 14,7 2,62000 14,0 1,81998 13,2 2,11995 11,3 1,81991 8,9 1,6

Fuente: elaboración propia sobre la base de EPH-INDEC.

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. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

7 En relación a este punto es preciso destacar que la fuente de información conque se ha trabajado no permite identificar claramente las situaciones de personasmenores que viven con ambos progenitores. A partir de los datos de la EPH, es po-sible determinar si los niños viven con una pareja (integrada por jefe y cónyuge), pe-ro no es posible determinar si esa pareja está compuesta por ambos padres o esuna pareja integrada por uno de los padres y su nuevo cónyuge, en lo que se deno-mina un hogar ensamblado.

Cuadro 1. Hogares particulares. Distribución porcentual por composición

de parentesco

Total país, octubre 1991, 1995, 1998, 2000 y 2002

Año Composición de parentesco

Pareja Pareja Pareja Pareja Monopa- Monopa- Uniper- No familiar Totalsin hijos con hijos sin hijos con hijos rental rental sonal multi-

+ otros + otros extendido personal

2002 12,5 41,0 1,4 7,9 11,7 5,5 14,8 5,1 100,02000 12,9 42,1 1,4 7,8 10,8 4,8 14,7 5,4 100,01998 13,0 42,5 1,3 7,8 10,4 4,7 14,9 5,3 100,01995 13,6 44,1 1,6 8,5 9,1 4,3 13,9 4,9 100,01991 14,1 46,0 1,6 8,7 8,2 3,9 12,5 5,0 100,0

Fuente: elaboración propia sobre la base de EPH-INDEC.

H a s ta aquí, las referencias presentadas han sido para el total del país.Sin embargo, es posible detectar diferencias regionales que son produc-to de los distintos patrones sociales y culturales y de estru c turas demo-gráficas distintas. En tal sentido, se encuentra que los hogares uniper-sonales son más frecuentes en el GBA y en la región pampeana (estose debe a la estru c tura por edad más envejecida, particularmente en elcaso de las mujeres).

Las parejas sin hijos prevalecen en mayor medida en la región delGBA, en tanto que en el noroeste y el nordeste este tipo de arreglo esmucho menos habitual. Paralelamente, los hogares monoparentales ymonoparentales extendidos considerados en conjunto son más fre-cuentes en las regiones mencionadas, donde concentran a más de laquinta parte de los hogares.

Jefatura del hogar

El jefe del hogar es, en las encuestas de hogares, la persona a la queel resto de los integrantes define como tal. De manera que los criteriosque subyacen a la definición del jefe o la jefa pueden ser múltiples y es-tán anclados en determinantes sociales, culturales, generacionales yeconómicas, entre otras.

En los últimos años, ha crecido la jefa tura femenina del hogar. Ta lc omo lo muestra el siguiente gráfico, el porcentaje de hogares que tie-ne a una mujer como jefa registra un crecimiento del 6% entre 1991 y

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Cuadro 3. Hogares particulares. Distribución porcentual por composición

de parentesco

Total país, octubre 2002

Región Composición de parentesco

Pareja Pareja Pareja Pareja Monopa- Monopa- Uniper- No familiar Totalsin hijos con hijos sin hijos con hijos rental rental sonal multi-

+ otros + otros extendido personal

GBA 14,1 41,7 1,8 7,2 11,0 5,0 15,3 3,9 100,0Noroeste 6,0 39,0 1,2 14,1 13,4 8,5 11,4 6,4 100,0Nordeste 7,9 41,8 1,9 9,9 13,5 7,2 11,9 5,9 100,0Cuyo 10,4 42,5 1,2 9,8 12,3 6,6 11,7 5,6 100,0Pampeana 12,9 39,2 ,9 6,7 12,1 5,1 16,0 7,2 100,0Patagonia 10,6 44,7 1,0 6,7 14,0 4,7 14,7 3,6 100,0Total urbano 12,5 41,0 1,4 7,9 11,7 5,5 14,8 5,1 100,0

Fuente: elaboración propia sobre la base de EPH-INDEC.

2002, lo que implica un crecimiento relativo de más del 25%. Eviden-temente, las razones que están detrás de este crecimiento son diver-sas y dan cuenta del cambio de la posición social de las mujeres en elámbito de las familias residenciales.

Gráfico 1. Incidencia de la jefatura femenina

En porcentajes sobre el total de hogaresOctubre 1991, 1995, 1998, 2000 y 2002

Fuente: elaboración propia sobre la base de EPH (INDEC).

La jefatura femenina es más frecuente en los hogares monoparen-tales, unipersonales y no familiares. En los primeros se trata de muje-res que viven solas con sus hijos o con otras personas (familiares o nofamiliares) y que no tienen cónyuge. En el caso de los hogares uniper-sonales, casi dos tercios están integrados por mujeres solas, en su ma-yoría viudas o separadas y de más de 60 años.

Si bien la prevalencia de jefas mujeres es poco frecuente en arreglosfamiliares en los que está presente el cónyuge, tal el caso de las pare-jas (con o sin hijos, con o sin otras personas), sí es destacable el creci-miento relativo que registra. En efecto, y tal como muestra el cuadro 4que a continuación se presenta, el porcentajes de hogares integradospor parejas en los que la jefa es la mujer se ha duplicado y en algunoscasos casi triplicado. Es evidente que no se trata de una tendencia im-portante desde el punto de vista cuantitativo (los porcentajes son ba-jos), sin embargo, merece ser destacada en cuanto a que sugiere uncambio en los patrones de conformación de las relaciones familiares.

L AS FA M I L I AS 43

Cambios en la conyugalidad

En el plazo considerado (1991-2002) se destaca un aumento en la pro-porción de población unida consensualmente –que se duplicó en por-centaje– y de la población separada y/o divorciada.

El crecimiento de las personas unidas de hecho se produjo paralela-mente a la menor presencia de casados, lo que muestra que se tratade un cambio en la forma de las uniones y no de la disminución de és-tas. Como muchos otros trabajos ponen de manifiesto: la población seune, aunque prefiere –más que en otras épocas– la unión consensualal matrimonio civil.

El aumento en la proporción de población unida se produjo de mane-ra importante y con igual intensidad en mujeres y varones, tomando va-lores extremos de 6% en 1991 y de 12% en 2002. Los mayores nive l e sde “ u n i ó n” se producen en la población de 25 a 34 años, para alcanzarvalores más bajos en los mayores de 35 años. Si se compara la estru c-tura conyugal de mujeres y varones, se advierte la mayor presencia depersonas unidas después de los 30 años en el caso de los va r o n e s .

Las uniones consensuales tuvieron un crecimiento mayor en la po-blación más joven. Entre las mujeres, creció el porcentaje de unidas amenor edad, mientras que en los varones cobra importancia mayor apartir de los 30 años. La proporción de separados/ divorciados es ma-yor en las mujeres y su incidencia es más importante en el tramo de40 a 59 años.

La proporción de casados es mayor entre los varones y en el grupode 35 años y más. Esto sugiere un cambio en las opciones entre coha-bitación y matrimonio, ya que se produce paralelamente al aumento de

D E M O C R AT I Z ACIÓN DE LAS FA M I L I AS44

C u a d ro 4. Incidencia de la jefa tu ra femenina por composición de pare n te s c o

del hogar

En porcentajes sobre el total de hogares, octubre 1991, 1995, 1998, 2000 y 200 2

2002 2000 1998 1995 1991

Pareja sin hijos 4,3 5,9 4,5 2,6 2,0Pareja con hijos 3,2 3,1 2,2 1,6 1,2Pareja sin hijos + otros componentes 6,4 7,7 4,6 5,1 3,4Pareja con hijos + otros componentes 3,8 4,8 3,6 3,4 1,8Monoparental 81,3 85,9 83,6 84,6 84,7Monoparental extendido 81,0 80,9 84,0 78,1 82,8Unipersonal 64,9 61,3 61,3 65,5 66,6No familiar multipersonal 54,5 55,1 57,2 54,4 60,9

Fuente: elaboración propia sobre la base de EPH (INDEC).

las personas unidas, en estos grupos de edad. La disminución relativade los casados se registra en el caso de varones y mujeres, aunque enéstas se produce en paralelo con el crecimiento de las divorciadas y se-paradas. Estos datos sugieren que las mujeres muestran una menorpropensión a volver a casarse luego de un divorcio. Por el contrario, losvarones tienen un comportamiento más tradicional, que se manifiestaen una mayor tendencia a casarse en segundas nupcias.

La viudez es un fenómeno mayoritariamente femenino, asociada a lamayor mortalidad masculina en todas las edades y a la mayor esperan-za de vida de las mujeres.

Algunos de los cambios más importantes observados en el estadoconyugal han sido:

• crecimiento de las uniones entre los jóvenes;• aumento de los divorcios o separaciones, más entre las mujeres

que presentan una menor propensión a volver a casarse o a unir-se luego de un divorcio;

• crecimiento de la población soltera más joven, puesto que los jó-venes tienden a retrasar su ingreso a la unión;

• disminución de la población casada, simultánea al crecimiento deuniones en los jóvenes y de divorcios a mayores edades;

• estabilidad de la viudez en general.

L AS FA M I L I AS 45

Cuadro 5. Distribución de la población masculina y femenina de 14 años

y más por estado conyugal según edad

En porcentajes. Total país, octubre 2002

Varones 14-19 20-24 25-29 30-34 35-39 40-44 45-49 50-54 55-59 60-64 65-69 70 y + Total

Solteros 98,7 80,0 51,1 28,2 13,9 10,2 6,7 9,6 6,0 6,2 2,6 2,8 37,5Unidos 1,2 13,3 24,6 24,6 19,0 14,9 14,1 10,0 10,2 9,4 8,9 4,8 12,8Casados ,0 6,5 23,2 44,8 64,4 69,3 71,6 69,3 73,1 75,1 74,0 70,1 44,0Sep./div. ,0 ,1 1,1 2,4 2,7 4,5 7,1 8,0 7,1 4,9 5,7 1,9 3,0Viudos ,0 ,0 ,0 ,1 1,1 ,5 3,0 3,5 4,4 8,7 20,5 2,6

Total 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0

Mujeres 14-19 20-24 25-29 30-34 35-39 40-44 45-49 50-54 55-59 60-64 65-69 70 y + Total

Solteras 94,6 71,4 40,3 21,7 15,3 12,6 8,7 7,9 6,5 6,4 8,0 9,0 33,1Unidas 4,7 16,1 26,3 20,8 14,6 7,3 10,1 11,1 6,4 5,6 2,8 2,4 11,2Casadas 0,7 11,0 29,3 50,5 61,6 61,6 64,4 63,2 58,1 55,3 47,1 27,0 38,3Sep./div. 0,0 1,4 3,8 6,7 7,6 15,7 12,9 12,7 16,1 10,9 6,9 3,7 6,9Viudas 0,0 0,0 0,4 0,3 0,8 2,8 3,9 5,0 12,9 21,8 35,2 57,9 10,4

Total 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0

Fuente: elaboración propia sobre la base de EPH (INDEC).

Se observan algunas diferencias en el estado conyugal asociadas ala región de residencia. La proporción de solteros es menor en GBA ymás alta en las regiones noroeste y nordeste. Esto se debe a las dife-rentes estructuras por edad y sexo presentes en cada región; mientrasque en la primera se trata de una población más envejecida, con me-nos presencia de personas menores, en las otras dos regiones hay másparticipación de personas menores que aumentan el peso de la cate-goría solteros.

Respecto de las uniones, se registran más altos niveles (a través delporcentaje de población unida) en la región nordeste y en la patagonia.Paralelamente, el porcentaje de casados es más bajo, lo que da cuen-ta de pautas culturales diferentes en el tipo de unión.

La viudez es un fenómeno esencialmente femenino (por la mayor es-p e r a n z a de vida de las mujeres), que alcanza valores más bajos en po-blaciones más jóvenes y donde la presencia de personas de más edades menor.

C u a d ro 6. Población de 14 años y más. Estado cony u gal

por sexo y re g i ó n

En porcentajes. Total país, octubre 2002

Estado

conyugal Región

GBA Noroeste Nordeste Cuyo Pampeana Patagonia Total urbano

Varón Mujer Varón Mujer Varón Mujer Varón Mujer Varón Mujer Varón Mujer Varón Mujer

Solteros 35,5 30,4 42,9 40,4 43,1 39,6 38,2 35,1 38,3 34,5 38,4 34,0 37,5 33,1Unidos 13,1 11,5 13,4 11,6 15,3 13,8 9,4 8,1 12,1 10,3 15,2 14,4 12,8 11,2Casados 45,6 40,0 38,2 33,3 36,1 32,5 47,3 40,1 44,0 37,3 40,6 37,8 44,0 38,3Sep./div. 2,8 7,3 3,1 6,0 3,2 6,8 3,2 6,2 3,3 6,6 4,0 6,5 3,0 6,9Viudos 3,0 10,8 2,3 8,7 2,3 7,3 2,0 10,5 2,3 11,3 1,8 7,3 2,6 10,4

Total 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0

Fuente: elaboración propia sobre la base de EPH (INDEC).

El estado conyugal también está asociado con la educación alcanza-da. En tal sentido, se observa que el porcentaje de solteros es más ele-vado entre mujeres y varones que tienen nivel secundario y superior/u-niversitario incompleto. Evidentemente, se trata de la población que seencuentra asistiendo a la educación formal. En el caso de los de nivelsecundario, se trata de población más joven; en el caso de los que se

D E M O C R AT I Z ACIÓN DE LAS FA M I L I AS46

encuentran en el nivel superior/universitario, es sabido que la perma-nencia en el sistema educativo retrasa el ingreso a las uniones.

El porcentaje de población unida es más alto entre los que tienenprimario incompleto o completo. Esto sugiere que “la consensualidad”continúa siendo una forma de ingreso a la unión más habitual en lossectores de menores recursos.

La proporción de casados –menor entre las mujeres que entre losvarones– es más baja entre quienes se encuentran en los niveles se-cundario y superior/universitario incompleto. Este dato es coherentecon el que se expresó en relación a la población soltera y sugiere el re-traso en la unión por parte de quienes se encuentran insertos en la edu-cación formal.

La situación de los separados/divorciados sigue tendencias diferen-tes para mujeres y varones. Entre los varones, hay más divorciados enlos niveles primario incompleto y completo y, en el otro extremo, supe-rior/universitario completo. En tanto que en el caso de las mujeres di-vorciadas, la presencia de estas últimas es mayor cuando se trata deniveles secundario y superior/universitario completo.

Otra variable que da cuenta de comportamientos diferenciales es elnivel de ingreso per cápita familiar.8 En este sentido se observa:

• mayor proporción de solteros en el primer quintil de ingresos,proporción que desciende a partir del segundo quintil (una vezmás, se trata del efecto de la estructura por edad más joven enlos sectores de menores ingresos);

• mayor porcentaje de unidos en el primer quintil de ingresos, quedecrece a partir del segundo quintil. Como ya se ha visto a travésde la educación, también a partir del ingreso es posible detectarque las uniones consensuales siguen siendo más frecuentes enlos sectores de menores recursos, pese al crecimiento experi-mentado entre los sectores medios durante los últimos años.

Respecto de las personas separadas/divorciadas, su distribución es di-ferencial por nivel de ingresos familiares y sexo. Así, se observa que,entre los varones, los divorciados son relativamente más en el quintoquintil (el quintil de mayores ingresos). En cambio, en el caso de las

L AS FA M I L I AS 47

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

8 El ingreso per cápita familiar es la suma total de ingresos de un hogar divididoentre todos sus integrantes. Cuando se incluye esta variable como indicador de con-diciones de vida es frecuente que se la agrupe en “quintiles de ingresos”, los que di-viden al conjunto de los hogares en cinco partes iguales. De manera que en el primerquintil se encuentran los de menores ingresos y en el quinto los de mayores ingresos.

mujeres la proporción de divorciadas es mayor en los quintiles de me-nores ingresos (primero y segundo).

La viudez, como ya se ha dicho, es un hecho mayoritariamente fe-menino. Sin embargo, su incidencia es menor en el primer quintil, de-bido a la estructura por edad más joven.

Como síntesis, se advierte que en la Argentina la formación de fami-lias y los procesos de reproducción que la acompañan han experimen-tado importantes cambios. Entre los cambios recientes que se obser-van en la dinámica familiar cabe destacar:

• reducción en el tamaño medio de los hogares, debido al descen-so de la fecundidad;

• mayor número de hogares encabezados por mujeres, entre loscuales predominan los unipersonales y los monoparentales;

• mayor número de parejas que conviven sin vínculos legales;• aumento de la población divorciada;• menor proporción de hogares integrados exclusivamente por la

pareja con sus hijos solteros, hogares nucleares.

Comentarios finales

En la primera parte de este capítulo, hemos desarrollado el proceso deconfiguración ideológica de “la familia”, que moldea, aún hoy, los valo-res, percepciones y prácticas acerca de las relaciones familiares en mu-chos sectores sociales. No hemos pretendido presentar una descrip-ción histórica, sino más bien recorrer hitos en la construcción delmodelo de familia que se impuso socialmente, más allá de las prácti-cas concretas en cada región y país.

La dificultad para abordar en forma unívoca el tema de las familiasya ha sido tema de debate entre los historiadores sociales. Por ejem-plo, dos de los más importantes historiadores de la familia, como Mi-chael Anderson (1980) y Peter Laslett (1972),9 difieren en sus conside-raciones acerca de las organizaciones familiares. Mientras que para elprimero no ha habido nunca un solo sistema familiar; para el segundo,la organización familiar fue siempre e invariablemente nuclear. Posible-mente la ambigüedad del concepto de familia sea una de las razonesde las discrepancias, ya que, según sea el que se considere (lo cual noes neutro), difieren los análisis de los hogares, el parentesco, la sexua-lidad, los lazos de afecto y los procesos de socialización, interpretadosen los discursos según los contextos históricos y culturales. Otra de las

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. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

9 Citados por Barret y McIntosh (1982).

posibles razones está vinculada con los sectores sociales que se anali-zan. Así, por ejemplo, Ricardo Cicerchia (1994) describe en las fa m i l i a slatinoamericanas de los siglos XVIII y XIX uniones consensuales e inter-étnicas, familias encabezadas por mujeres, grupos familiares pequeñosy redes de parentesco, es decir, un conjunto de prácticas que poco tie-nen que ver con el modelo universalizado de familia, especialmentecuando se investigan los modos de vivir y convivir de los sectores popu-lares. El análisis de las dinámicas de las relaciones familiares en estosmismos siglos en la Ciudad de Buenos Aires, abordado por este autor,especifica algunos de los argumentos citados en este capítu l o .

En el discurso hegemónico, tal como hemos desarrollado hastaaquí, familia y maternidad aparecen mutuamente implicadas. Además,la maternidad es una experiencia singular en la vida concreta de mu-chas mujeres. Por lo tanto, nos hemos referido a ella en su doble as-pecto: el de reproductora de los valores dominantes (aun a costa de lasmismas mujeres-madres) y el de deconstructora de estos mismos va-lores, como nos presentan las prácticas de la maternidad social, quetan bien nos enseñaran las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.

Finalmente, el análisis de la información para los últimos diez añosde la Argentina, década de profundas transformaciones en lo económi-co, social y cultural, nos sugiere que las familias están progresivamen-te transformándose: reducción en el tamaño medio de los hogares, ma-yor número de parejas que conviven sin vínculos legales; aumento dela población divorciada, crecimiento relativo de más del 25% de los ho-gares que tienen a una mujer como jefa.

También se observan distintos patrones sociales y culturales y es-tructuras demográficas, según las regiones del país y los niveles de in-gresos: mayores niveles de uniones en la región nordeste y en la pata-gonia y un porcentaje de casados menor; más frecuencia de hogaresunipersonales en el GBA y en la región pampeana (por la estructura poredad más envejecida, particularmente en el caso de las mujeres); pre-valencia de las parejas sin hijos en la región del GBA, mientras que es-ta forma familiar es menos frecuente en el noroeste y el nordeste; ma-yor proporción de solteros y de personas unidas de hecho en lossectores de menores ingresos. Esta descripción permite dar cuenta deprocesos comunes, y de otros diferentes, que nos aproximan a la rea-lidad de los arreglos familiares en la Argentina contemporánea.

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2. Relaciones de géneroy de autoridadGraciela Di Marco

Introducción

En este capítulo presentamos algunas reflexiones sobre las relacionesde género dentro de las familias, las construcciones de identidades fe-meninas y masculinas, y los sistemas de autoridad familiares. Más ade-lante, en el capítulo 4 “Masculinidades y familias”, nos referiremos es-pecíficamente a la construcción de las identidades masculinas, puesexiste un corpus de resultados de investigación y desarrollos teóricospara repensarlas, a la luz de los desafíos que presenta el proyecto deconstruir relaciones sociales más igualitarias.

En los últimos treinta años el concepto de “ g é n e r o” se ha difundidoen varios espacios, especialmente en el mundo académico y en el mo-vimiento social de mujeres. Empujado por las movilizaciones que procu-ran el reconocimiento de los derechos de las mujeres, el tema ha ingre-sado en las arenas políticas, tanto nacionales como de los organismosinternacionales. La creciente aceptación de este término también hagenerado su banalización, la que se expresa en su utilización como si-nónimo de sexo, apelando a diferencias binarias basadas en la hetero-sexualidad y en la dupla naturaleza-cultura, o como una “variable” o“conjunto de roles”. Por otra parte, la asimilación del concepto de géne-ro a la categoría “mujer”, paralelamente a la extensión de su uso, si bienha contribuido a “visibilizar” a las mujeres como colectivo social subor-dinado, también ha conllevado, en algunas ocasiones, a desconocer laconstrucción de las relaciones de género, naturalizando las desigualda-des entre hombres y mujeres –así como entre otras identidades gené-ricas– sin tomar en cuenta el conjunto de prácticas, valores y normassocioculturales que constituyen el sustrato de tal relación.

Las teorías de género presentan una gran riqueza conceptual, des-de las diversas vertientes del pensamiento feminista. Sin embargo,nuestro propósito en este capítulo no es pasar exhaustiva revista sobrecada una de ellas, sino tomar algunos puntos centrales, invitando a suprofundización desde los aportes de diversas autoras, algunas de lascuales presentamos en la bibliografía de este capítulo.

En el Segundo sexo, Simone de Beauvoir (1949) afirma que “unamujer no nace sino que se hace”, refiriéndose al sexo no como hecho

biológico sino como una experiencia cultural, de este modo cuestionalos supuestos de que la biología es destino, y su reflexión teórica seconvierte en hito fundamental de la teoría feminista.

La socióloga británica Ann Oakley (1972: 158) en el libro Sexo, géne -ro y sociedad, publicado en 1972, introduce el término género en el dis-curso de la ciencia social, distinguiendo “el sexo” como un término bio-lógico y “el género” como un término psicológico y cultural; allí señalaque ser masculino o femenino es algo bastante independiente del se-xo biológico.1 En escritos recientes, Oakley (1997: 32) considera que elsexo tiene un referente biológico en los términos “hembra” o “macho”,basado en la diferenciación cromosómica, mientras que el concepto degénero se refiere a las múltiples diferenciaciones de los cuerpos queocurren en el espacio sociocultural.

Desarrollos teóricos del concepto de género

La noción de género como categoría social se refiere a las relacionessociales desde el punto de vista de las relaciones de poder y subordi-nación que se establecen entre hombres y mujeres a partir de las ela-boraciones culturales sobre lo que se supone que es ser hombre o sermujer. Elaboraciones estructuradas a partir de las diferencias biológicasentre los sexos, que se conciben como naturales, ahistóricas, inmuta-bles y determinantes de los comportamientos y que, precisamente, sir-ven para reproducir y sostener las desigualdades.

Joan Scott (en Amelang y Nash, 1990: 45) establece una definiciónde género en dos partes interrelacionadas: a) el género es un elemen-to constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias quedistinguen los sexos y b) el género es una forma primaria de relacionessignificantes de poder.2 La primera parte de la definición está constitui-da por cuatro elementos interrelacionados:

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. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1 Ann Oakley toma este concepto de Robert Stoller, profesor de psiquiatría enla Escuela de Medicina de la UCLA, quien había publicado un libro llamado Sexo ygénero, en 1968. Según Stoller, el género se refiere a “grandes áreas de comporta-mientos, sentimientos, pensamientos y fantasías que están relacionados con los se-xos y, sin embargo, no tienen connotaciones biológicas primarias”.

2 S c o o tt, Joan (1986), “Gender: A Useful Category of Historical A n á l i s i s ”, enAmerican Historical Review, Nº 91, en Amelang, James y Nash, Mary (eds.), (1990),Historia y género: las mujeres en la Europa moderna y contemporánea, A l fons ElM a gnanin, Valencia.

• los sistemas simbólicos, es decir, cómo las sociedades represen-tan el género;

• los conceptos normativos que manifiestan las interpretacionesde los significados de los símbolos. Estos conceptos se expresanen doctrinas religiosas, educativas, científicas, legales y políticas,que se instalan como las únicas posibles;

• las instituciones y organizaciones de género: el sistema de paren-tesco, la familia, el mercado de trabajo segregado por sexos, lasinstituciones educativas, la política;

• los procesos de construcción de la identidad de género en orga-nizaciones sociales y representaciones culturales históricamenteespecíficas.

La segunda parte alude al género como campo primario, dentro delcual o por medio del cual se articula el poder. Sin ser el único campo,es una forma persistente y recurrente de facilitar la significación del po-der en las tradiciones occidental, judeo-cristiana e islámica (Scott, enAmelang y Nash, 1990: 47).

Judith Butler, desde una perspectiva crítica de la distinción entre sexoy género como dos categorías dicotómicas, argumenta que “en un prin-cipio esta distinción pretendía disputar la fórmula biología es destino, es-ta distinción entre sexo y género sirve al argumento de que no importacuál sea la insolubilidad biológica que el sexo parezca tener, el género esun constructo cultural: por tanto no es ni el resultado causal del sexo nitan manifiestamente fijo como el sexo. La unidad del sujeto es de estamanera respondida potencialmente por la distinción que da lugar al gé-nero como una interpretación múltiple del sexo (Butler, 1999: 38).

La autora citada considera que si el género es el significado culturalque el cuerpo sexuado asume, entonces un género no puede decirseque sea el resultado de un sexo de manera única (Butler, 1999: 39). Apropósito del concepto de “cuerpo sexuado”, afirma que la distinciónentre sexo y género sugiere un corte radical entre los cuerpos sexua-dos y los géneros construidos sexualmente ya que no necesariamenteel constructo “los hombres” corresponde exclusivamente a los cuer-pos de varones y el constructo “las mujeres” se interpreta sólo como“cuerpos femeninos”. Por lo tanto, no hay razón para asumir que los gé-neros deberían ser dos.

De modo que, según Butler, en algunas versiones la noción de queel género se construye sugiere un cierto determinismo de significadosgenéricos inscriptos en cuerpos diferenciados anatómicamente, dondeaquellos cuerpos son entendidos como recipientes pasivos de una leycultural inexorable. Entendido de esta manera, parecería que el géneroestá tan determinado y fijado como lo estaba según la fórmula biologíaes destino.

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Considerando la identidad de género como una relación entre sexo,género, práctica sexual y deseo, la autora problematiza la noción de gé-nero preguntándose hasta qué punto aquella es el efecto de una prác-tica reguladora que puede ser identificada como una heterosexualidadobligatoria, en un esfuerzo por restringir la producción de identidadesde acuerdo con los ejes del deseo hetorosexual.

Por su parte, Marta Lamas (2000: 83) señala que el género se cons-truye a través de los deseos, discursos y prácticas alrededor de la dife-rencia sexual. La adquisición del género es un proceso complejo querealizan los sujetos, “cuerpos sexuados en una cultura”. “Mujeres yhombres son ‘producidos‘ por el lenguaje y las prácticas y representa-ciones simbólicas dentro de las formaciones sociales dadas, pero tam-bién por procesos inconscientes vinculados a la vivencia y simboliza-ción de la diferencia sexual” (Lamas, 2000: 67).

Las relaciones de género se refieren a relaciones de poder y de au-toridad, y no de género como sinónimo de “ m u j e r e s ”. Retomando lac o n c e p tualización de Scott con respecto al género como campo prima-rio de articulación del poder, un tema central en las relaciones entrehombres y mujeres es la posibilidad desigual de ser considerado/a co-mo autoridad. Generalmente este lugar le es otorgado al hombre, mien-tras que las mujeres suelen ejercer poder, sin ser reconocidas como au-toridad. Estas diferencias en la asignación de la autoridad remiten a queel sistema de género es una relación jerárquica entre hombres y muje-res cuyo ordenamiento está apoyado en discursos que lo legitiman y na-turalizan.

En la construcción social de las relaciones de género, el eje centralestá situado en la dominación masculina y la subordinación femenina.En términos de Michael Kaufman (1997): “… la clave del concepto degénero radica en que éste describe las verdaderas relaciones de poderentre hombres y mujeres y la interiorización de tales relaciones”.

El concepto de patriarcado –forma de autoridad basada en el hom-bre/padre como cabeza de familia, con la mujer y los hijos subordina-dos a su autoridad– resume las relaciones de género como asimétricasy jerárquicas, entre varones y mujeres. Como señala Joseph-VicentMarqués (1997): “... lo que define una sociedad patriarcal no es tantouna distribución arbitraria e injusta de los roles, como una posición ge-neral femenina de subordinación”.

El sistema patriarcal se encargará de tratar a las personas del mis-mo sexo como si fueran idénticas y como muy diferentes del sexoopuesto (Marqués, 1997). De este modo, se opacan las diferencias quelos sujetos, tanto varones como mujeres, pueden tener entre sí, enfa-tizando y homogenizando las diferencias individuales sobre la base deun modelo de sujeto femenino y masculino. Esta simplificación lleva ano tomar en consideración que, dentro del contexto general de domi-

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nación masculina y subordinación femenina, se inscriben otras formasde dominación entre mujeres y entre hombres de diferentes sectoressociales, grupos étnicos, nacionalidades. Aun cuando existen diferen-cias en la distribución del poder dentro del sexo masculino, aun cuan-do quizá unos pocos se ajusten al modelo normativo de masculinidadhegemónica, todos se benefician con lo que se denomina “el dividen-do patriarcal”: ventajas y privilegios que obtienen de la construcción so-cial de la dominación masculina. Un hecho asumido, naturalizado y con-vertido en “sentido común” por parte de hombres y mujeres.

El dividendo patriarcal es tanto simbólico como material y consisteen el honor, prestigio y derecho a mandar que se considera correspon-de a los hombres, así como en ocupar las posiciones de mayor influen-cia en los gobiernos, en las corporaciones, en las asociaciones, tal co-mo lo revelan las investigaciones que se han realizado acerca de laposición en el mundo del trabajo de hombres y mujeres, y los salarioscorrespondientes (Connell, 1997).

Identidades de género

La identidad es construida por el deseo y el inconsciente, la historiapersonal, las relaciones en la familia, la escuela y otros contextos so-ciales (y depende de las maneras en que las sociedades representa nal género y la articulación de las reglas que normativizan las relacioness o c i a l e s ) .

Gloria Bonder (2003) señala que:

“… habría que pensar el proceso de subjetivación en términos de una tra-ma de posiciones de sujeto, inscritas en relaciones de fuerza en perma-nente juego de complicidades y resistencias. Esto es diferente de supo-ner que existe una identidad de género definida, unitaria, que en formasucesiva o simultánea se articula con una identidad de clase o de raza,con las mismas características […] los sujetos se en-generan en y a tra-vés de una red compleja de discursos, prácticas e institucionalidades, his-tóricamente situadas, que le otorgan sentido y valor a la definición de símismos y de su realidad”.

En otro párrafo, considera “… que la subjetividad se construye en y através de un conjunto de relaciones con las condiciones materiales ysimbólicas mediadas por el lenguaje, lo cual requiere aceptar, entreotros aspectos, que toda relación social, incluida la de género, clase oraza, conlleva un componente imaginario”.

La identidad de género es un proceso de interpretación y de nego-ciación de significados –heterogéneos y contradictorios– que los sujetos

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hacen de los discursos disponibles. Las prácticas discursivas se asien-tan en el cuerpo, en el deseo, en las emociones, en las actividades de lavida diaria.

En la teoría de la socialización,3 la noción de aprendizaje de las pau-tas y valores asociados a cada género es analizada como resultado delos procesos de imitación, identificación e internalización de las estruc-turas sociales, a través de un canal privilegiado: los padres y en espe-cial la madre. Desde esta teoría, las personas son consideradas comodeterminadas por la sociedad, pasivas y maleables. Otros autores, con-sideran que los seres humanos “son agentes inteligentes que registranreflexivamente el fluir de la interacción recíproca”. Así, los actores re-crean permanentemente las prácticas sociales (Giddens, 1995: 40).

De allí se deriva que las feminidades y masculinidades son múlti-ples; algunas son hegemónicas dentro de un determinado contextocultural y otras no lo son (Connell, 1997). Desde esta perspectiva, losniños y niñas son considerados agentes activos en la construcción dela subjetividad. Las pautas y valores sociales pueden ser contradicto-rios, y cada sujeto, en su colectivo de pertenencia, continuamente ne-gocia con esa multiplicidad.

El género sólo es uno de los discursos que moldea la subjetividadhumana, junto con la clase social, el grupo étnico, los valores y creen-cias del grupo familiar y el significado que adquiere para cada uno o ca-da una el momento histórico y el contexto social en el que nació. Sinembargo, la diferencia de género constituye el aspecto fundante de lasubjetividad: todos los seres humanos son “genéricos” y no existe unsujeto neutral desde esta perspectiva. Pertenecer a un género es unaspecto básico de la experiencia humana, aunque esto suponga varia-ciones en las elecciones e identidades sexuales.

La identidad de género comienza a construirse tempranamente, pe-ro puede ir transformándose a lo largo de todo el ciclo vital. Este pro-ceso de construcción se realiza al principio en las relaciones primariasy luego es reforzado o transformado durante las experiencias que sedesarrollan en los grupos de pares, amigos, novios, en la escuela, el lu-gar de trabajo y otros espacios de pertenencia.

Tanto entre los hombres como entre las mujeres, la construcción dela identidad de género se desarrolla tempranamente en interacción conel cuidador o cuidadora. Parte de las imágenes internas del sí mismo seconstruyen sintiendo las emociones del otro y actuando sobre ellas, en

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3 Nos referimos a la teoría funcionalista de la socialización, en la cual se repre-senta a las personas como pasivas, maleables y determinadas por la sociedad (Par-sons, y Bales, R. eds.,1956).

la medida que ellas interjuegan con nuestras propias emociones, yaque la formación de la identidad es un proceso interaccional.

La formación del niño y de la niña como personas supone, durantelos primeros años de vida, un proceso de gestación cultural dentro deun contexto familiar caracterizado por un determinado tipo de vínculocon los modelos dominantes de género.

Las relaciones de género en la familia

La familia ocupa un lugar importante en la generación de discursos quer e i n t e r p r e tan los valores y las normas culturales. Estos discursos inte-ractúan con otros presentes en el contexto social continuamente modi-ficados por los actores. Desde esta perspectiva, es importante recono-cer cuáles son los caminos posibles, imposibles, vedados y permitidos,legítimos o ilegítimos de desarrollo personal para cada sexo .

La interacción entre los miembros del grupo familiar puede manifes-tar conflictos, ambigüedades o conformidad con los modelos conven-cionales de género. En el proceso de crecimiento, los niños y niñas rea-lizan su síntesis personal: no son entes pasivos que imitan a su padreo a su madre, sino que crecen aceptando, rechazando, resistiendo,adecuando comportamientos propios, o intentando transformar el mo-delo de sus padres.

El sistema de comunicación del grupo familiar, cuando no es repre-sivo, permite la expresión de los conflictos, tensiones y pluralidades.Esta diversidad que se extiende desde las situaciones problemáticas,las rupturas vinculares, hasta las negociaciones y los consensos, habi-lita a pensar que no hay modelos rígidos de ser mujer o de ser hombrey que los parámetros legitimados de masculinidad y feminidad son sus-ceptibles de ser modificados. Tal reconocimiento depende de los dis-cursos paternos y maternos en relación con el amor, la sexualidad, eltrabajo, el trato entre los géneros, las condiciones de desarrollo de ca-da uno o una, etc. (Schmukler, 2000).

En el discurso familiar típico de cada grupo está contenido un reper-torio de significados de género, que abarca tanto los que se hablan co-mo los que se callan. Este repertorio refleja las contradicciones y con-flictos que afloran en la conv i vencia cotidiana entre los miembros delg rupo sobre los significados que le atribuyen a las relaciones de género.

La identidad de género, cómo ya hemos dicho, supone construir unaimagen del sí mismo/a a partir de la diferencia sexual, moldeada pornormas culturales de género a los que uno y una adhiere o resiste, enforma consciente o no. Esa imagen y esas normas implican un deter-minado enlace entre los siguientes aspectos, que son interdependien-tes (Schmukler, 2000):

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• reconocimiento de un sistema de poder y autoridad, de las jerar-quías implícitas en las relaciones de poder;

• e s tablecimiento de una moralidad de género sobre las responsa-bilidades, obligaciones y derechos del género al que se pertenece;

• incorporación subjetiva del propio va l o r, que se construye de acuer-do con los valores atribuidos en cada cultura, en la interacción conlos otros y particularmente con las personas de otro género;

• capacidad de desarrollo de una voz propia que significa el recono-cimiento de los deseos de ese sujeto y la potencialidad legitima-da de expresarlos y realizarlos, lo que se evidencia en el discursode derechos de algunas mujeres que pueden discursivamenteafirmar sus necesidades y las razones de sus prácticas.

Las identidades de género de todos los miembros del grupo familiar, sugrado de ajuste o desajuste respecto de los valores hegemónicos (se-gún los cuales, entre otras cosas, el ejercicio del poder se encuentramás legitimado en los hombres que en las mujeres) y sus procesos detransformación resultan claves para analizar y resolver los conflictosque se producen en el interior de la familia. La identidad de género delos miembros de las parejas pesa en los contratos implícitos que éstoscrean para la convivencia cotidiana y tiene gran impacto sobre el tipode relación amorosa que crean y recrean cotidianamente.

Otro de los aspectos sustantivos está dado por las diferencias en elejercicio de la autoridad, que se relacionan con las creencias, valores yexpectativas en cuanto a las relaciones de género de la pareja conyu-gal y/o parental, los discursos y prácticas de género, la provisión de losrecursos, la distribución de tareas, responsabilidades, culpas y méritosentre los miembros de la familia. Consecuentemente, las diferencias degénero es probable que generen desigualdades y, por consiguiente, seconviertan en obstáculos para el ejercicio de la autoridad de parte delas mujeres, si las tareas vinculadas con la crianza y educación de los hi-jos e hijas, la generación de recursos, las decisiones y las áreas de con-trol y utilización de los mismos están delimitadas por criterios rígidos deatribución según se trate de actividades “apropiadas” para los hombreso para las mujeres.

Poder y autoridad

Anteriormente habíamos considerado que en el sistema de géneroexiste un eje central dado por la posibilidad desigual de ser considera-do/a como autoridad, es decir, una relación de poder de los hombressobre las mujeres, legitimada socialmente y convertida en autoridadmasculina.

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En este punto es necesario establecer desde qué concepciones semenciona el poder y la autoridad, para abrir senderos de reflexión quepermitan adentrarnos un poco más en las complejidades de las relacio-nes de género.

Lo entendemos, coincidiendo con Michel Foucault, como:

“… la multiplicidad de las relaciones de fuerza inmanentes y propias deldominio en que se ejercen y que son constitutivas de su organización; eljuego que por medio de luchas y enfrentamientos incesantes las trans-forma, las refuerza, las invierte; los apoyos que dichas relaciones de fuer-za encuentran las unas en las otras, de modo que formen cadena o sis-tema o, al contrario, las contradicciones que aíslan a unas de otras; lasestrategias, por último, que las tornan efectivas y cuyo dibujo general ocristalización institucional toma forma en los aparatos estatales, en la for-mulación de la ley, en las hegemonías sociales” (Foucault, 1986: 113).

El poder es un mecanismo que construye discursos,4 relaciones, y queproduce nuevas realidades sociales. “El poder consiste, en realidad, enunas relaciones, un haz más o menos organizado, más o menos pirami-dalizado, más o menos coordinado de relaciones“ (Foucault, 1983: 18 8 ) .

Cuando las relaciones de poder son piramidales, ocupar el vérticeproduce privilegios y discursos que son considerados como verdades(Foucault, 1983: 207). Para ejercer poder en esta posición, es necesa-rio hacerse reconocer. Los sistemas de dominación aspiran a ser con-siderados legítimos, para que tengan lugar la voluntad y el interés deobediencia al poder y no la imposición de obediencia. La legitimidad esel reconocimiento por parte del grupo hacia quien o quienes tienen po-der (Weber, 1964); si se identifica autoridad con legitimidad: la gente re-conoce y obedece voluntariamente a quienes la conducen. Se explicala legitimidad por la obediencia voluntaria, porque se reconoce el dere-cho de pedir obediencia. O, en palabras de Sennett (1980), la autoridadsignifica un proceso de interpretación y de reconocimiento del poder.

En los sistemas de autoridad tradicionales la relación entre el quemanda y el que obedece no se apoya en una razón común ni en el po-der del primero. Lo que tienen en común es el reconocimiento de lapertinencia y legitimidad de la jerarquía, en la que ambos ocupan un

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4 “El discurso es un conjunto de estrategias que forman parte de las prácticassociales, las cuales pueden ser instrumento y efecto del poder, pero también puntode resistencia y de partida para una estrategia opuesta. El discurso transporta y pro-duce poder, lo refuerza, pero también lo mina, lo expone, lo torna frágil y permitedetenerlo” (Foucault, 1983: 123).

puesto definido y estable (Arendt, 1954,1996: 103). De este modo, lafuente de autoridad trasciende al poder y a los que están en el poder.

Los discursos acerca del poder de hombres y mujeres se constru-yen sobre la desigualdad de la relaciones entre los géneros, de tal mo-do que la legitimidad del poder de las mujeres queda oscurecida, no re-conocida o confinada a ser un poder en el mundo de los afectos, eseámbito considerado como el lugar de la feminidad.

Construcción y reconstrucción de la autoridad

Cuando se enuncia la palabra autoridad pueden surgir ideas como lade proteger, juzgar, dar seguridades, dar garantías de que se puedeconfiar porque es el punto de referencia del conjunto. La autoridad esnecesaria, tanto para los niños y jóvenes, que necesitan autoridadesque los guíen y apoyen, como para la realización de una parte del desa-rrollo personal de los adultos, por la posibilidad de desplegar su aten-ción hacia otros, a través de ser guías, por la posibilidad de conferir con-fianza y seguridad (Sennett, 1980).

La autoridad es relacional, alguien tiene legitimidad porque es reco-nocido dentro de las normas y valores aceptados por el conjunto, lo queindica que, si se modifican las normas y los valores aceptados, los mo-delos de autoridad pueden cambiar según las redefiniciones que haganlos actores. En nuestra cultura, la autoridad se presenta como una posi-ción y, por lo tanto, se la desvincula del dinamismo de las relaciones dep o d e r, de las cuales debería ser una expresión. A menudo, no se la con-sidera como una relación transformable, sino como una relación rígida,n a turalizada, bajo el supuesto de que las “cosas siempre fueron así”,porque la autoridad se impone por la fuerza o porque se ejerce de unamanera alejada de la experiencia cotidiana y concreta de las personas.En estas situaciones, la autoridad produce temor o miedo.

En cambio, el acercamiento, la conversación, las preguntas acercade las razones de las reglas, permiten la desmitificación de la autoridad.Revisar la legitimidad de las autoridades naturalizadas o tradicionales eslo que permite construir otras autoridades. En otras palabras, se tratade tomar por dentro la autoridad. Para la transformación de la autoridad,es necesaria la experiencia colectiva a través del interjuego entre lasesferas privadas y públicas y el debate sobre las relaciones de poder ysu transformación, para que cada vez sea más visible y legible la auto-ridad (Sennett 1980: 151 y ss.).

Las reglas de juego que hacen a los actores sociales mutuamenteresponsables y que generan las coordinaciones necesarias para la vidasocial a cargo de la mayor cantidad de actores posibles constituyen otramanera, más democrática, de ejercer la autoridad. La búsqueda activa

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acerca de la validez de las normas y las consecuencias de éstas en lavida de cada persona, replantean el significado del poder y la autoridad,pero no los eliminan.

La autoridad puede convertirse en un proceso que implique cons-trucción, destrucción y reconstrucción de significados (Sennett, 1980:179). Puede ser legible y visible. La autoridad se hace visible mediantediscursos que develen los procesos decisorios: que permitan la discu-sión sobre las decisiones, la posibilidad de revisarlas y la reflexión so-bre los criterios para ejercer poder y autoridad. El autor mencionado se-ñala dos tipos de lenguajes vinculados con la autoridad: a) un lenguajedel rechazo, considerado como el de la desobediencia dependiente,pues implica rebelarse y desobedecer, pero dentro del mismo sistemade autoridad y b) un lenguaje de los derechos o la autonomía, por elcual se desmitifica la autoridad, se la hace “accesible y legible”, y sereinterpreta el poder mediante un proceso de reconocimiento del pro-pio valor (Sennet, 1980: 51).

En el segundo tipo de lenguaje, la autoridad, al quedar privada de laalteridad, puede ser redefinida (Sennett, 1980: 39). El acercamiento y ladesmitificación contribuyen a construir una nueva relación de autoridad,donde se puede respetar y confiar sin temer, ya que la autoridad se ha-ce accesible y legible al quedar privada de la alteridad.

Según Anthony Giddens (1992: 185), la autoridad es justificablecuando reconoce el principio de autonomía, de acuerdo con la defini-ción que toma de Held:

“Los individuos deben ser libres e iguales en la determinación de las con-diciones de sus propias vidas, esto es: ellos deben disfrutar iguales de-rechos (e iguales obligaciones), en la especificación del marco que gene-ra y limita las oportunidades disponibles para ellos, siempre y cuando nose nieguen los derechos de otros” (Held,1986).5

Giddens (1992: 191) considera que el principio de autonomía suminis-tra una guía para el proceso de democratización en la vida personal, yaque significa la condición de relacionarse con otros de una forma igua-litaria. Así como en la esfera política la democracia involucra la creaciónde una constitución y un foro de debate, en la vida privada, implica exa-minar los discursos tradicionales, naturalizados, para rever el poder di-ferencial en las relaciones e ir más allá del juego de poder inconscien-temente organizado. El dar explicaciones sobre las acciones y susfundamentos y el proveer de confianza en el accionar son aspectos

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5 Held, David (1986), “Models of Democracy”, Cambrige, en Po l i ty, p. 270, cita d oen Anthony Giddens (1992: 185).

constitutivos de la autoridad. La autoridad entre adultos existe comoespecialización, donde cada persona ha desarrollado especialmente lascapacidades que no tiene el otro. La autoridad como especialización(según gustos y habilidades de cada uno o de cada una) o situacional(según momentos precisos) está todavía en el camino hacia su redefi-nición, ya que para que esto exista, es necesario que todas las perso-nas, hombres y mujeres, tengan la misma posibilidad de desarrollo desus potencialidades en las mismas áreas.

Relaciones de género y relaciones de autoridad en las familias

Los significados que cada grupo familiar confiere a la relación mutu amantienen los lazos entre sus miembros. Éstos son de gran compleji-dad, puesto que las interacciones se sostienen en dinámicas cons-cientes e inconscientes. Las reglas en las que se basan las relacionesfamiliares comportan una definición de la relación como simétrica oc o m p l e m e n taria, jerárquica o igualitaria, en el contexto de la vive n c i ade profundos sentimientos, como el amor, el respeto, el odio, entrem u chos otros.

El modelo patriarcal de familia se funda en el supuesto de comple-mentariedad entre varones y mujeres, con una posición jerárquica dife-rente. La organización del poder está basada en la jerarquía masculinay, por lo tanto, legitima el poder de los varones. Un modelo familiar di-ferente, más democrático, se caracteriza por la simetría de las posicio-nes de los adultos en el grupo fa m i l i a r. Este modelo sostiene un criterioigualitario del poder y de la autoridad entre varón y mujer, y un enfoquedemocrático y consensual de la crianza de los hijos.

En las relaciones complementarias no se cuestiona la justicia o la in-justicia del acceso desigual de cada individuo al ejercicio del poder y laautoridad, ni se considera que generalmente quien adopta la jerarquía“superior” es el varón, complementado por su mujer, y no a la inversa.La relación complementaria parte de una situación de desigualdad quepuede manifestarse como relación jerárquica de dominio y hasta de ex-plotación. En este tipo de vínculo se inscriben ciertas formas de inter-cambio y reciprocidad, como el mantenimiento del hogar a cargo delvarón a cambio del cuidado de los hijos por parte de la mujer y la obe-diencia de éstos y la mujer a las decisiones del primero.

En las relaciones simétricas, tanto hombres como mujeres poseenlas mismas obligaciones, ninguno tiene específicamente prerrogativasy se puede establecer la interdependencia en la relación asociada a laautonomía de los sujetos, considerándolos en su integralidad. En las re-laciones jerárquicas se aplica una regla de asimetría y de complemen-

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tariedad, y las prerrogativas se marcan, tanto por el sexo, como por laedad, el estatus social, el prestigio.

Las familias modernas se organizaron en torno al poder y la auto-ridad del cabeza de familia, el varón, el cual no era sólo el prove e d o rsino la autoridad respetada por los miembros de la familia. Esto nosignifica que las mujeres no logren poder en sus familias, pero fre-c u e n t e m e n t e lo hacen sin obtener el reconocimiento acerca de su le-gitimidad para ejercerlo.

Consideraciones finales

Para concluir esta reflexión, veamos cómo se vinculan las relaciones degénero y las relaciones de poder y de autoridad familiar –que permi-ten–, con el propósito de considerar situaciones concretas en los gru-pos familiares. El concepto de autoridad es compartido por el grupo fa-miliar y comprende una serie de atribuciones para quienes ejercen laautoridad. Como se afirmaba anteriormente, las creencias patriarcalesfueron conformando la identidad masculina para el ejercicio de la auto-ridad, en un sistema jerárquico piramidal.

En la mayoría de los casos, el grupo familiar reconoce una autoridadprincipal y ésta es, en general, masculina y paterna. Esta autoridad ca-si siempre coincide con la autoridad masculina en las familias fo r m a-das por parejas heterosexuales o en aquellas donde hay otro hombreadulto presente, el hermano de la madre, el padre, etc. Se trata de unaautoridad moral, social y económica, por la capacidad que tiene esapersona de proveer económicamente al grupo, de proteger a susmiembros moral y físicamente de los posibles peligros del mundo ex t e r-no. Esta autoridad cumple una función importante de mediación ent r eel mundo familiar y el mundo externo: también por su papel de prot e c-c i ó n económica, por el conocimiento que tiene de ese mundo extrafa-miliar y por la posibilidad de manejarlo frente a crisis económicas, de-socupación de algún miembro, reducción de ingresos, problemas devivienda, etc.

Por otra parte, se reconocen diversos grados de poder a la madre oa alguna mujer adulta; generalmente se trata de aquella persona quevela por la unión del grupo, quien brinda afecto y cuidados, un rol con-siderado de importancia para el conjunto. El poder que asume la madreestá de tal modo naturalizado que no es considerado un tipo de poderreconocido por sus integrantes y no llega a constituirse como autori-dad. Cuando la madre es jefa de hogar puede ejercer esta autoridad osentirse presionada para aceptar que algún hombre de la familia se en-cargue de ejercerla. Si convive con un nuevo compañero, es muy fre-cuente que, si ha ejercido autoridad sobre hijos e hijas propios, conti-

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núe haciéndolo y, dado este caso, es probable que se produzcan pro-cesos de negociación con su compañero en relación a la autoridad so-bre los hijos de ambos.

El sistema de autoridad familiar que hasta aquí describimos es desa-fiado de múltiples maneras por algunas mujeres, sin embargo, todav í apredomina en nuestras sociedades. Las reflexiones que hemos desarr o-llado en este capítulo nos indican tanto la fuerza simbólica de los mode-los hegemónicos de relaciones entre los géneros, como las posibilida-des de transformación, las cuales se derivan de las prácticas concreta sde muchas mujeres que en sus relaciones resisten, cuestionan e inten-tan resignificar el estado actual de los vínculos entre los géneros.

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3. Niñez y adolescenciaSusana Méndez1

Introducción

Las relaciones de intimidad y amor familiares son indispensables parala construcción de la identidad y para el bienestar de cada uno comosujeto. Por lo tanto, es conveniente repensar la interdependencia y re-ciprocidad de las relaciones familiares, junto con la primacía de los ni-ños por ser protegidos.

La responsabilidad de la crianza y de la protección de la infancia; la bús-queda de la igualdad entre los géneros; el reconocimiento de la responsa-bilidad social y personal para generar y sostener familias que provean deseguridad y protección, intimidad y confianza, en las cuales tanto las mu-jeres como los hombres tengan igual acceso a oportunidades y recursos;el desarrollo de la autonomía de cada uno se sus miembros; el respetopor la diversidad de formas familiares son principios que deberían orienta rtanto las relaciones familiares como las políticas públicas y las leye s .

La igualdad de género practicada desde la infancia permitirá tanto amujeres como a varones establecer relaciones más simétricas en lossistemas de autoridad familiares, así como también el desarrollo de laresponsabilidad y el placer del cuidado y de la asistencia, los que hansido considerados, tradicionalmente, como tareas femeninas.

Una crianza que libere las energías creativas de chicas y muchachos,sin los condicionamientos estereotipados por las normas sociales paracada género, contribuye a la autonomía de los sujetos y al desarrollo deprocesos democratizadores en la sociedad. Para generar estas condi-ciones, se necesita de relaciones familiares más igualitarias, en las quese toman seriamente en cuenta las necesidades e intereses de todos,en las que las voces de las mujeres, niños, adolescentes y también lasde los hombres puedan ser pronunciadas, oídas y respetadas.

Necesitamos recorrer los discursos que se han construido acerca deesta época de la vida humana, para repensar creativamente las prácti-

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1 Este capítulo presenta aportes de documentos de trabajo elaborados por Mar-cela Alschul, María Laura Durandeu y Javier Moro.

cas de los adultos, en razón de que son ellos los garantes de la vida fa-miliar y la pública, así como de las prácticas que conviertan en realidadlos principios que hemos descrito someramente.

Por estas razones, en este capítulo abordaremos, en primer lugar,las concepciones de la infancia y, en segundo término, analizaremossintéticamente algunos datos de la situación heterogénea de la infan-cia y de la adolescencia en la Argentina, con el objetivo de reflexionarsobre la complejidad de esta situación, la que revela aquello que GarcíaMéndez (1998) llama “el paradigma de la ambigüedad”, es decir, la dis-crepancia entre los nuevos marcos normativos y la prácticas que repro-ducen viejas concepciones.

Concepciones sobre la infancia

Históricamente, la niñez y la adolescencia no fueron consideradas talcomo lo hacemos en la actualidad. Phillippe Ariès, historiador francés,sitúa el nacimiento de la concepción de la infancia en el siglo XVII(Ariès,1962: 25), momento en que se produce su presentación, comocategoría diferente de la de los adultos. Previamente, señala este au-tor, la infancia no era diferenciada como tal, “el niño no salía de una es-pecie de anonimato”, mientras que la adolescencia aparece confundidacon la niñez hasta el siglo XVIII. Sólo será considerada como una cate-goría separada de ésta y de la adultez, en el siglo XIX.

Si se recorren pinturas de las distintas épocas históricas, se puedeapreciar la representación que las distintas culturas daban a la infancia.Así, en los cuadros de la Edad media, los niños y las niñas iban vesti-dos de acuerdo con las corporaciones o los gremios a los que pertene-cían los adultos, según las jerarquías de las familias (Ariès: 1962: 50).De esto se deduce que no existía una identificación de la infancia co-mo perteneciente a una categoría diferente, sino que los niños eran re-presentados como adultos en miniatura.

Se esperaba que los niños y las niñas compartieran trabajos con losadultos y comenzaran actividades laborales tan pronto como sus habili-dades se lo permitieran, es así que aun los de muy corta edad, tres ocuatro años, ya tenían responsabilidades. La mayoría permanecía en sushogares hasta los ocho años, luego iban a convivir con otras familias co-mo aprendices de oficios o sirvientes. Este sistema de aprendizaje erala manera de formarse en un oficio, dado que la educación no era otor-gada por las escuelas sino que lo que se aprendía se hacía a través deltrabajo con los adultos. La disciplina era estricta. Se la imponía hasta concastigos corporales; en muchos casos, sangrientos, los aprendices erangolpeados fuertemente (McConville, 19 9 2 ) .

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Poco a poco, la sociedad occidental, en un largo proceso histórico,fue otorgando a la infancia un lugar, inscribiéndola en un espacio pro-pio, con características singulares y necesitada de cuidados exc l u s i-vos; esto definió nuevos vínculos y nuevos roles en el interior de lasfa m i l i a s .

Hacia el siglo XVII, la crianza de los niños y de las niñas va quedan-do en manos de la familia dentro del ámbito privado como un proyectode larga duración y de gran responsabilidad para los adultos. Se definea la niñez como dependiente y necesitada de protección y cuidado porparte de los adultos, esta concepción resulta de la idea de que la infan-cia es un producto inacabado y que requiere de tiempo de dedicaciónpara un pleno pasaje a la vida adulta. Los cuidados son transferidos, porla construcción de las relaciones de género, a las mujeres –madres onurses–, mientras que los hombres –padres o tutores– serán los encar-gados de las acciones de control y disciplinamiento.

La relación adultos-infancia coloca a esta última en una posición dedependencia, a partir de la paradoja de que debe ser “protegida” pe-ro a la vez, “ c o n t r o l a d a ”. Surge así, una clara diferenciación entre unmundo de “adultos” y otro de “niños y niñas”, que fue consolidada enlas relaciones entre padres e hijos e hijas, a través de las relacionesentre la infancia y las instituciones y por las regulaciones jurídicas queafirmaban estas diferencias entre mayores y menores de edad (Moro,2 003: 4).

Así, surge la necesidad de institucionalizar el espacio propio de la in-fancia, a través de la creación de una nueva organización, que colaborecon la familia en la formación de las nuevas generaciones. Esto da lu-gar a la creación de la institución escolar, la que poco a poco fue orga-nizando más sistemáticamente el aprendizaje de roles sociales y labo-rales, lo que antes se realizaba en forma doméstica.

De esta manera, se constituyó en la institución cuyo objetivo consis-tía en producir la inserción de los niños en la vida productiva adulta y, a lavez, en establecer para los niños y niñas un espacio separado de los adul-tos. La escuela, como organización institucional que coadyuvaba a la fo r-mación de los futuros adultos, fue transmisora de los valores morales ysociales imperantes, entre ellos, de la desigualdad entre los géneros

El sistema escolar, a pesar de definirse como unive r s a l i s ta, trajo c o n-sigo la paradoja de la desigualdad, en primer lugar entre géneros, a par-tir de su intervención en el proceso de socialización, de acuerdo con losideales de ser hombre o ser mujer. De esa manera, se preparaba a losvarones para tareas de producción y a las mujeres para las tareas do-mésticas y de cuidado de los otros. En segundo lugar, discriminó a aque-llos que eran diferentes (especialmente por condiciones socioeconómi-cas), expulsando del sistema a los que se encontraban en condicionesde vulnerabilidad o con dificultades de adaptación a las normas sociales.

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Lo expuesto significó una nueva lectura de la infancia a partir de lacual los niños comenzaron a ser considerados en relación con su sexoy con la situación socioeconómica familiar. Esta primera segregación seacentuó con la creación de un sistema tutelar para aquellos que no ha-bían podido socializarse a través de sus familias por cuestiones de po-breza, por ser abandonados o por haber sido excluidos del sistema es-colar. Así, el sistema produjo una fragmentación de la infancia.

El sistema tutelar surge en Inglaterra, en época de la revolución in-dustrial, cuando “la sociedad protectora de animales” llama la atenciónsobre el maltrato de niños en las minas inglesas y menciona la necesi-dad de “tutelarlos”. Posteriormente, a fines del siglo XIX se crea en Illi-nois, EE.UU., el primer tribunal tutelar de niños, que bajo un discursodiscriminatorio, pero aparentemente humanitario, los considera “infe-riores, vulnerables y necesitados de tutela” (Zaffaroni, 2003: 88). El sis-tema tutelar, entonces, intervino en aquella porción de la infancia con-siderada como “peligrosa”, por ser pobre o abandonada.

Este sistema controlaría y socializaría a los que denominó “meno-res” a través de mecanismos implementados por los aparatos adminis-trativos y judiciales. De esa manera, el Estado se hacía cargo ya no só-lo de la educación, sino también de la vida misma de un sector de lainfancia, convirtiendo a los niños en “sujetos tutelados” puestos a dis-posición de un juez hasta que llegaran a la edad en que la ley marcabasu entrada en la adultez. Asimismo, desde ese lugar la ley establecióuna autoridad masculina para hacerse cargo del “control de los hijos”,siempre con el objetivo de “protegerlos”.

En la Argentina, el Congreso Nacional sancionó en 1919 la Ley de Pa-tronato de Menores Nº 10.903, primera ley en América latina y modelopara las posteriores legislaciones de menores que culminaron con lasanción de la ley venezolana en 1939. La Ley de Patronato derivó encambios en el Código Civil, específicamente en la institución de la pa-tria potestad.

Esta ley, también llamada “Ley Agote”, en alusión al diputado nacio-nal que la propuso, estableció un poder compartido de los jueces y deun órgano administrativo específico –el Consejo Nacional del Menor,2

posteriormente creado– para todos las personas menores de 18 añosque se encontraren en “situación irregular”.

Mediante esta ley se otorgaban a los jueces amplios poderes paradisponer sobre la vida y la libertad de ese sector de la infancia, y estos

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2 El Consejo Nacional del Menor fue creado en 1957, por el decreto 5285/57, ycambió de denominación en 2001, cuando pasó a llamarse Consejo Nacional de Ni-ñez, Adolescencia y Familia, por el decreto 295/2001.

poderes se implementaban a través de la identificación de los niños, laseparación de sus respectivas familias y del ámbito social, y la realiza-ción de un tratamiento para controlar su presunta peligrosidad. Esta m o sasí frente a dos ideas que se complementaban y que orientaron la apli-cación selectiva de las normativas: la defensa de la sociedad, basada enel derecho penal que lleva a aislar la parte negativa o enferma de la co-munidad, y la prevención, que conlleva la idea de intervenir antes de queesos “menores” se convirtieran en delincuentes. Con este propósito see s tablecieron los tribunales de menores, como los encargados de aque-lla parte de la infancia que se debía salva g u a r d a r. Los niños y adolescen-tes eran separados de sus familias, educados en una estricta disciplinay se volvían carentes de toda autonomía; para cumplir estas condicio-nes, se crearon institutos especiales llamados de minoridad.

Los institutos de minoridad se asumían como instituciones totales,cerradas en sí mismas, con configuraciones relacionales que replicabandiscriminaciones y estigmatizaciones y cuyo proyecto a futuro, a pesarde proveer programas de educación y formación en oficios, sólo facili-taba que los niños continuaran institucionalizados. De este modo, solopodían construir subjetividades tuteladas e institucionalizadas sin con-tactos con el mundo externo.

Estas prácticas de apropiación, basadas en el modelo cultural pa-triarcal y autoritario, realizaban verdaderos “secuestros filantrópicos”,como los califica Hugh Cunningham (1997: 183), que consistían en arre-batar a los niños de sus familias “inadecuadas” alojándolos en los ins-titutos de minoridad, para otorgarles “una mejor condición de vida”.

Una extensión de estas metodologías es la que utilizó la dictaduramilitar sucedida en la Argentina entre 1976 y 1983, a partir de un plansistemático de apropiarse de los bebés de las detenidas –desapareci-das embarazadas– para suplantarles su identidad y su historia entre-gándolos a familias que pudieran darles “una educación y una ideolo-gía” diferente de la de sus padres, bajo la concepción de que la infanciaera una tabula rasa que se podía moldear según los intereses de unaclase dominante.

Esos niños y niñas, a los que se les cambiaba hasta la fecha de na-cimiento, atravesaron su infancia y su adolescencia construyendo suidentidad sobre la base de una historia inventada por sus apropiadores.La mayoría de ellos, hoy jóvenes, continúan en el desconocimiento desu origen y siguen siendo buscados intensamente por sus familias bio-lógicas y por las Abuelas de Plaza de Mayo.3

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3 Las consecuencias del autoritarismo reinante en el período dictatorial recaye r o nsobre todos los niños, las niñas y los adolescentes, quienes debieron completar su

La Convención sobre los Derechos del Niño

La Convención sobre los Derechos del Niño fue aprobada por la Asam-blea General de las Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1989. ElEstado argentino ratificó este pacto de derechos humanos específicosde la infancia en 1990 y, en el año 1994, le otorgó, junto a otros instru-mentos internacionales, la máxima jerarquía legal incorporándola en laConstitución de la Nación, en el artículo 75, inciso 22. A partir de esteotorgamiento, la Argentina debía adecuar la legislación y las políticaspúblicas de infancia y adolescencia, a fin de lograr el cumplimiento delos derechos civiles, económicos, sociales y culturales hasta el máximode recursos de que dispusiera.

A través de la ratificación realizada por casi todos los países del mun-do,4 la Convención sobre los Derechos del Niño significó un cambio deparadigma respecto del concepto de infancia, por el cual aquellos paí-ses –principalmente los de América latina– que necesitaban de nuevosinstrumentos para redefinir las instituciones democráticas comprendie-ron que el cambio implicaba tanto la reformulación de las políticas pú-blicas, como la intervención de la comunidad y el sistema de justicia.

La Convención reconoce a niñas, niños y adolescentes como suje-tos de derecho y esto marca un giro fundamental respecto de las tradi-ciones tutelaristas y paternalistas que primaron en el sistema de mino-ridad. Cuestiona los supuestos de la pedagogía moderna y, en general,reorienta las intervenciones de todas las instituciones sociales y esta-tales que se relacionan con la infancia, redefiniendo desde esa posiciónla concepción misma de ésta (Moro, 2003). Esto es:

• una sola infancia y una sola adolescencia. Contra la fragmenta-ción que operó de hecho, a lo largo del siglo XX, con políticas se-

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desarrollo evolutivo en un medio que obturaba premisas esenciales para el procesode socialización. Su maduración y su desarrollo infantil transcurrieron en una épocade crisis social, en la que los ataques que provenían del Estado se presentaban enlos planos políticos, sociales y económicos. De esta manera, el abuso represivo pu-so en tela de juicio el valor de las figuras de autoridad, desvirtuando los valores éti-cos de toda la población, con la consecuente influencia sobre la infancia y la adoles-cencia. Las políticas que devenían de estos ataques se vieron reflejadas enproyectos autoritarios de educación, empobrecimiento de clases y criminalizaciónde la participación, lo que marginalizó a gran parte de la población infantil y adoles-cente (Méndez, 1987).

4 Los únicos dos países que no han ratificado hasta la fecha la Convención sobrelos Derechos del Niño son los Estados Unidos y Somalia.

lectivas que generaron exclusión. Se interpela a los/as infantes ya los/as adolescentes como sujetos únicos;

• de objeto a sujeto. Los/as infantes y los/as adolescentes dejan deser considerados/as seres inacabados, tabula rasa y, por tanto,objetos de disciplinamiento, de protección, de beneficencia, decontrol, etc.;

• sujetos de derechos. Ya no se define a niños, niñas y adolescen-tes a partir de lo que les falta, de su déficit en relación con losadultos, sino como personas con iguales derechos, más una con-sideración especial de acuerdo con el momento de desarrollo enque se encuentran.

De este modo, la Convención reconoce a la infancia y a la adolescenciaa partir de su condición de sujetos de derecho. Esta equiparación fun-ciona en los mismos términos que el principio de igualdad ante la ley lohace para los adultos mayores en las democracias liberales y, a su vez,se hace explícito que no hay distinción relacionada con la posición eco-nómica, etnia, religión, entre otras (art. 2). Vemos así que se contraríanvarios de los aspectos centrales que caracterizaron las políticas públi-cas dirigidas a la infancia durante el siglo XX.

En el contenido de la Convención se pueden observar dos ejes:

• la consideración del niño, la niña y el adolescente como sujetosplenos de derecho, merecedores de respeto, dignidad y libertad.Con este enfoque se abandona el concepto del niño como obje-to pasivo de intervención por parte de la familia, el Estado y la so-ciedad;

• la consideración de los niños, las niñas y los adolescentes comopersonas con necesidad de cuidados especiales. Cuestión quesupone que, por su situación particular de desarrollo, además detodos los derechos de que disfrutan los adultos, ellos tienen de-rechos especiales.

La Convención marca entonces un nuevo lugar para las interve n c i o-nes de los adultos, sean éstos padres, madres, maestras, jueces,asistentes sociales, médicos, psicólogos, psicopedagogas, etc. Set r a ta de un nuevo posicionamiento que no anula las diferencias entrelos adultos y la infancia, de hecho se reconocen para esta última al-gunos derechos especiales y para los adultos que se asuman respon-sabilidades respecto de la infancia. Pero esas responsabilidades ya nose ejercen de manera indiscriminada, tutelar y paternalista, o dirigidaa una infancia ubicada en un papel pasivo, sino que se inscriben des-de un lugar de intervención y de vinculación distinto: ya no es el adul -to quien tiene todo el saber y todo el poder. Las niñas y niños, de

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acuerdo con su desarrollo evo l u t i vo, también piensan, entienden, opi-nan y eligen. La infancia como sujeto de derecho adquiere entidadn o r m a t i va en términos de reconocimiento y valoración, y promueveentonces que cada niña, niño y adolescente sea considerado en supropia singularidad.

A partir de este nuevo posicionamiento, la Convención otorga un pa-pel primordial a la familia en cuanto a la crianza, siendo reconocida co-mo el lugar propio de convivencia y pertenencia de los niños, las niñasy los adolescentes, en contraposición a las antiguas concepciones deminoridad. Además, establece responsabilidades por parte de los pa-dres, para fortalecer en los hijos los derechos que les otorga la catego-ría de ciudadanos.

En lo que se refiere al Estado, la Convención le adjudica dos respon-sabilidades. Por un lado, la de garantizar que las familias puedan de-sempeñar sus funciones brindándoles su apoyo, sin criminalizar ni judi-cializar las situaciones de pobreza. Por el otro, la de actuar en aquelloscasos excepcionales en los que exista la necesidad de separar al niñoo al adolescente de su familia (sólo entendiendo que se trate de unacausa justa); éste es el único caso en que el Estado puede interveniren la vida familiar, y sólo lo hará en función del “interés superior de lainfancia”, evaluando los derechos vulnerados y buscando la manera derestablecerlos.

En el caso específico de los niños, niñas y adolescentes que sonsospechosos de la comisión de un delito, la Convención prevé lo quese denomina un sistema de responsabilidad penal juvenil, cuyos pun-tos más importantes son los siguientes:

• los niños menores de 18 años de edad no pueden ser introduci-dos en el sistema penal de adultos, definiendo cada Estado unaedad, que no debe ser muy temprana, por debajo de la cual losniños no pueden ser perseguidos penalmente por el sistema;

• entre la edad fijada y los 18 años, los estados deben delinear unsistema específico de responsabilidad para los adolescentes, enel cual se deben respetar todas las garantías reconocidas para losadultos frente al proceso: seguimiento del mismo, defensa espe-cífica, revisión de las decisiones judiciales frente a un tribunal su-perior, aconsejándose la no persecución penal de ciertos actos yfomentando la conciliación del adolescente con la víctima u otrasformas de finalización anticipada del proceso;

• las sanciones, como respuesta del Estado a la conducta infracto-ra del adolescente, deben ser acordes al hecho cometido y juzga-do, priorizando en forma absoluta las sanciones no privativas delibertad, como la amonestación, la imposición de reglas de con-ducta, la realización de trabajos comunitarios, entre otros;

D E M O C R AT I Z ACIÓN DE LAS FA M I L I AS76

• la privación de libertad debe ser una sanción excepcional, en ca-sos específicos y graves, delimitada temporalmente y aplicadapor el menor tiempo posible.

Como síntesis, podemos distinguir que la nueva concepción de la infan-cia que la Convención sobre los Derechos del Niño introduce a partir delnuevo paradigma de protección integral, presenta diferencias con laconcepción tradicional de la situación irregular, algunas de las cualespueden apreciarse en el siguiente cuadro elaborado por UNICEF.

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Doctrina de Situación irregular

Sólo contempla a los niños, niñas y adoles-centes más vulnerables, a quienes denomina“menores”, intentando dar solución a las si-tuaciones críticas que atraviesan, medianteuna respuesta estrictamente judicial.

El niño o “menor” al que van dirigidas estasleyes no es titular de derechos, sino objetode abordaje por parte de la justicia.

El juez interviene cuando considera que hay“peligro material o moral”, concepto que nose define, y permite “disponer del niño, to-mando la medida que crea conveniente y deduración indeterminada”.

El Estado interviene frente a los problemaseconómico-sociales que atraviesa el niño a tra-vés del “ Pa t r o n a t o” ejercido por el sistema judi-cial, como un “patrón que dispone de su vida”.

El sistema judicial trata los problemas asis-tenciales o jurídicos, sean civiles o penales, através de la figura del Juez de menores.

Considera abandono no sólo la fa l ta de pa-dres, sino también aquellas situaciones gene-

Doctrina de Protección integral

La infancia es una sola y su protección se ex-presa en la exigencia de formulación de políti-cas básicas universales para todos los niños.

El niño, más allá de su realidad económica ysocial, es sujeto de derechos y el respeto deéstos debe estar garantizado por el Estado.

El juez sólo interviene cuando se trata de pro-blemas jurídicos o conflictos con la ley penal;no puede tomar cualquier medida y si lo ha-ce debe tener duración determinada.

El Estado no es “patrón” sino promotor delbienestar de los niños. Interviene a través depolíticas sociales planificadas con participa-ción de los niños y la comunidad.

El sistema judicial trata los problemas jurídi-cos con jueces diferentes para lo civil (adop-ción, guarda, etc.) y lo penal. Los temasasistenciales son tratados por órganos des-centralizados en el nivel local, compuestosm u l t i s e c t o r i a l m e n t e .

La situación económico-social nunca puededar lugar a la separación del niño de su fami-

La situación de los niños, niñas y adolescentes en la Argentina, a partir de la Convención sobre los Derechos del Niño

Los gobiernos que adhirieron a la Convención sobre los Derechos delNiño, entre ellos la Argentina, asumieron un conjunto de compromisosrelacionados con la reformulación de la legislación y las políticas públi-cas, que pretendía eliminar la brecha entre los objetivos formulados ylas prácticas reales.

Si bien el gobierno argentino, al ratificarla, enfatizó la necesidad depriorizar la atención de los grupos más desfavorecidos, tendiendo conello a reducir las desigualdades sociales y geográficas, aún no se han

D E M O C R AT I Z ACIÓN DE LAS FA M I L I AS78

radas por la pobreza del grupo fa m i l i a r, lo quele permite separar al niño de sus fa m i l i a r e s .

El juez puede resolver el destino del niño endificultades sin oír su opinión y sin tener encuenta la voluntad de sus padres.

Se puede privar al niño de la libertad por tiem-po indeterminado o restringir sus derech o s ,sólo por la situación socioeconómica en la quese encuentra, aduciendo “peligro material om o r a l ”.

El niño que cometió un delito no es oído y notiene derecho a la defensa e incluso cuandosea declarado inocente puede ser privado desu libertad.

El niño que ha sido autor de un delito y el queha sido víctima de un delito reciben el mismotratamiento.

lia. Sin embargo, constituye un alerta que in-duce a apoyar a la familia en programas desalud, vivienda y educación.

El niño en dificultades no es competencia dela justicia. Los organismos encargados de laprotección especial están obligados a oír alniño y a sus padres para incluir al grupo fami-liar en programas de apoyo.

Se puede privar de la libertad o restringir losderechos del niño, sólo si ha cometido infrac-ción grave y reiterada a la ley penal.

El juez tiene la obligación de oír al niño autorde delito, quien a su vez tiene derecho a te-ner un defensor y un debido proceso con to-das las garantías y no puede ser privado de lalibertad si no es culpable.

El niño que ha sido víctima de un delito nopuede ser objeto de tratamiento judicial. Lajusticia no puede victimizar ulteriormente a lavíctima, sino actuar sobre el victimario.

Doctrina de Situación irregular Doctrina de Protección integral

producido cambios significativos en ese sentido. La fragmentación so-cial y los elevados índices de pobreza en la población, continúan mar-cando discriminaciones y exclusiones sobre la niñez y adolescencia delpaís. Datos oficiales de fines del año 2001 indican que la pobreza afec-ta al 52,7% de los niños, niñas y adolescentes, quienes no alcanzan acubrir sus necesidades básicas y viven en condiciones de hacinamien-to crítico en los principales aglomerados urbanos. La presencia consi-derable de indigentes entre ellos da cuenta del deterioro de la calidadde vida en un sector importante de la población.

Esta fragmentación a la vez marca diferencias sustanciales en todoslos ámbitos en los que se desenvuelve la infancia y la adolescencia ar-gentina. En general, en los sectores más pobres, los niños y las niñasno tienen una percepción de sí mismos como protagonistas de sus pro-pios derechos, ni consideran que lo adultos tengan derechos y obliga-ciones hacia ellos. En cambio, en las clases medias y altas, toda la ac-tividad familiar aparece centrada sobre los chicos. Así, mientras que ungrupo de niños y niñas de sectores medios y altos señala diversas obli-gaciones de los adultos destinadas a ellos/as: cocinar y darles de co-mer; darles abrigo, como también jugar con ellos y ocuparse de su rit-mo escolar; el otro grupo habla de cocinar, limpiar la casa, encargarsede hermanos menores, sin incluirse como destinatarios de tales accio-nes (Altschul, 2002).

La socialización de género de niñas y niños también es diferente sise analiza desde cada contexto social. En los sectores de menores re-cursos sociales y económicos, se prioriza el desarrollo del varón en elmundo público y el de la mujer en el mundo privado. En tanto que, enlos sectores medios, estas divisiones no están tan rígidamente esta-blecidas, por lo cual, si bien existen patrones de comportamientos se-xistas, que influyen en el proceso de socialización, éstos están más in-visibilizados (Altschul, 2002).

En lo que se refiere a la educación, a pesar de que las políticas edu-cativas fueron expandiendo una concepción de derechos en el plano delos sistemas normativos, el empobrecimiento de los recursos socialesy los procesos de descentralización implementados en la década delnoventa plantearon contradicciones en cuanto a su aplicación. Investi-gaciones realizadas en este sentido coinciden en señalar que existendos factores que permiten comprender el problema de la desigualdaden todos los niveles de la educación de los niños, niñas y adolescen-tes. Por un lado, la segmentación social y, por el otro, el debilitamientoinstitucional de la oferta educativa. Así, la desigualdad en la adquisicióndel capital cultural se ve incrementada por el hecho de que aquellas fa-milias con mejor poder adquisitivo pueden invertir en mejores posibili-dades y calidades educativas, mientras que las familias con mayores di-ficultades económicas ni siquiera pueden satisfacer las condiciones

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básicas para proveer condiciones de educabilidad (Feijoo, 2002; Kess-ler, 2002).

Existen escuelas diferentes según los contextos de las poblacionesque asisten a ellas, se pueden determinar “escuelas ricas” donde seofrece mejor calidad de educación y “escuelas pobres” donde tanto lainstitución como sus docentes se sienten incapaces de compensar lapobreza social y cultural, y esta situación se agudiza a medida que losestablecimientos educativos se alejan de las grandes ciudades o estáninsertos en medios rurales.

El estado de exclusión en que viven las poblaciones bajo condicio-nes de pobreza se ve complejizado por altos porcentajes de niños, ni-ñas y adolescentes que directamente no asisten a establecimientoseducativos –situación agravada entre los 13 y 17 años–, lo que determi-na la futura inserción en el mercado de trabajo de estos niños, niñas yadolescentes, reafirmando situaciones que reproducirán el círculo de lapobreza. Esta población fue abandonando la escuela en distintos mo-mentos; parte de ella no completó el nivel primario, otra parte comple-tó el nivel primario pero no ingresó al secundario y, por último, existeuna parte importante que abandonó el secundario.

Más de la mitad de los niños de menos de 14 años del Gran BuenosAires era pobre en 2001. En la medición de mayo del 2002 surge que,sobre 2.324.910 niños y niñas de menos de 14 años en el conurbano,el 76,7% es pobre y el 39,8% es indigente.5 La deserción escolar deestos niños, niñas y adolescentes está asociada con la pobreza y, enmuchos casos, con su inserción en alguna actividad que les permita ob-tener ingresos y contribuir a satisfacer las necesidades familiares: ven-der objetos, limpiar los parabrisas o abrir las puertas de los autos en lavía pública, juntar cartones entre los residuos, pedir limosna. En el ca-so de las niñas, ellas tienden a dejar la escolaridad porque deben que-darse en sus casas a cuidar a sus hermanos menores mientras sus pa-dres (especialmente las madres) salen a trabajar, porque se empleancomo servicio doméstico o porque quedan embarazadas. Las condicio-nes laborales de alta vulnerabilidad que presentan niños, niñas y ado-lescentes se agrava en las zonas rurales, donde el trabajo de los chicosno es medido, porque ellos colaboran con sus padres en grupos de tra-bajo familiar, aunque estas tareas les insumen, desde muy pequeños,considerables esfuerzos (Feldman, 1997).

En condiciones de pobreza, las presiones familiares para dar inicio alas actividades laborales están teñidas por las construcciones que deri-van del modelo patriarcal de las relaciones de género. Por este motivo,

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5 INDEC. Pobreza e indigencia, septiembre de 2002, sobre la EPH, mayo de 200 2 .

son los varones quienes realizan actividades antes que las mujeres. Es-tas inserciones poseen un alto grado de vulnerabilidad e inestabilidad,generalmente son fluctuantes y de baja calificación y, por lo tanto, nofavorecen experiencias de aprendizaje significativas para el futuro labo-ral (Gallart, Jacinto y Suárez, 1996). En la actualidad, la situación laboralde estos adolescentes es problemática, pues la desocupación es críti-ca para los sectores pobres de la población. Y a esto se añade que serequieren altos niveles educativos para ocupar empleos precarios y malremunerados.

Por el contrario, los adolescentes y jóvenes de los sectores mediosy altos, que poseen un mayor capital social y cultural (que les permiti-ría acceder a posiciones más calificadas) retrasan el inicio de sus acti-vidades laborales debido a que, por un lado, no sufren presiones fami-liares y, por el otro, porque se prioriza la formación mediante el accesoa estudios superiores, los que en el futuro los habilitarían para obteneruna mejor calificación profesional.

En lo que atañe a las condiciones de salud de los adolescentes, exis-ten cuatro nudos problemáticos: la salud sexual y reproductiva, que in-cluye los embarazos adolescentes; el sida y las enfermedades de trans-misión sexual; el consumo de drogas y alcohol; y la exposición aepisodios de violencia, como violaciones, abusos sexuales, accidentes,homicidios y suicidios.

En lo que respecta a la sexualidad, tiene implicancia la temprana ini-ciación de la actividad sexual, unida a una total desinformación sobre eltema, lo que deja a las adolescentes en riesgo de embarazarse, por unlado, o de contraer VIH-sida y otras enfermedades de transmisión se-xual, por el otro. El desconocimiento de los métodos preventivos, losprejuicios sociales y las restricciones financieras hacen que las y los jó-venes no se protejan de embarazos o no consulten sobre la prevencióno el tratamiento de infecciones de transmisión sexual.

En líneas generales, los embarazos adolescentes de 15 a 18 años sepresentan a partir de relaciones entre pares. En cambio, los que corres-ponden a niñas de 10 a 14 años están asociados, la mayoría de las ve-ces, con situaciones de abuso sexual cometidos por hombres mayoresde 30 años quienes, muchas veces, pertenecen al entorno familiar.

El riesgo de infección de VIH-sida por transmisión sanguínea o se-xual es mayor en los niños que viven en grandes ciudades, donde losíndices de infección en general son más altos que en las zonas rurales.Además, son especialmente vulnerables los niños en situación de ca-lle, debido a que las condiciones riesgosas de vida (que entrañan el usode drogas y la promiscuidad) son factores que predisponen a contraerla infección.

Gran cantidad de niños y niñas se iniciaron en la prostitución antesde los 15 años, empujados por organizaciones con estructuras interna-

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cionales, proxenetas pequeños o explotadores familiares, y fueroncompelidos hacia múltiples modalidades, como la prostitución femeni-na, masculina, travesti y homosexual. Estos niños y niñas no sólo per-tenecen a los sectores más pobres, sino que poseen como denomina-dor común el sentimiento de desamparo ocasionado por haber sidoexpulsados de sus hogares. En general, pertenecen a familias violen-tas, desintegradas, autoritarias o explotadoras. La mayoría de ellos seinicia en el comercio sexual entre los 13 y 15 años, aunque se encon-traron inicios aun más tempranos, entre los 8 y 11 años. La explotaciónse lleva a cabo en los más diversos espacios, de todas las categorías yestatus, a través de avisos publicitarios o en las calles.

El tema del consumo de drogas es sumamente complejo, desde laincursión de los poderosos intereses movidos por el narcotráfico hastala estigmatización del tema, que confunde el uso ocasional con las adic-ciones. La situación de insatisfacción de necesidades básicas y la fa l tade oportunidades laborales hace que muchos adolescentes de los estra-tos empobrecidos, utilicen drogas y en algunos casos comercien conellas. Sin embargo, se ha observado que no son sólo los adolescentesde los sectores pobres los que ingresan al mundo de las drogas, tam-bién se ha podido apreciar que ingresan los de los sectores medios yaltos. Diversos fenómenos sociales, como la pérdida de confianza en elfuturo, el quiebre de los valores éticos de convivencia, las contradiccio-nes entre el reconocimiento social y los castigos, y el incremento delindividualismo, entre otros, condicionan la propagación de esta situa-ción (Paura, 1998: 120).

Una de las situaciones más sobrecogedoras de la infancia vulnera-ble que se observa en las grandes ciudades del país es el fenómeno deniños, niñas y adolescentes en situación de calle, deambulando y so-breviviendo, soportando frío, calor, lluvias, noches al desamparo, enfer-medades. Viven el presente, y la tensión que les crea la búsqueda dela supervivencia los lleva a no tener proyecciones futuras, sino másbien a buscar soluciones inmediatas para su alimentación y el cuidadoante situaciones de peligro.

La mayoría tiene familia y la frecuentan habitualmente, y muchos deellos vuelven a sus hogares a dormir. Esto significa que realmente sonmuy pocos los que hacen de la calle su hábitat sin ningún contacto consus grupos familiares. Estos últimos, en ocasiones migran de una ciu-dad a otra, escondidos en trenes, acompañados por compañeros de lamisma condición. En su mayoría, provienen de familias muy pobres,con lazos afectivos muy frágiles, que presentan altos niveles de violen-cia y baja o nula contención afectiva. En líneas generales, han interrum-pido la escolaridad.

Estos niños, niñas y adolescentes comparten características de vul-nerabilización dada la situación de marginación en la que viven. Lo que

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los caracteriza es la exposición al maltrato, a abusos, a la ex p l o tación porparte de los adultos y a la posibilidad de muerte temprana, ya sea pore n fermedades o por la violencia a la que se enfrentan cotidianamente.

La situación de las chicas que deambulan en la calle se encuentraatravesada además por las construcciones de género presentes en lasociedad. Esto significa que ellas son vistas en la calle desde su sexua-lidad, lo que facilita su exposición a la posibilidad de una violación, delabuso sexual o de prostituirse6 como un medio de subsistencia. Estacondición las humilla frente a los demás y, como consecuencia, algu-nas de ellas se muestran y actúan como varones, enfrentando situacio-nes de peleas y desafíos, de la misma manera o más violentamenteque los niños.

Niñez y adolescencia se encuentran hoy –más que nunca en nues-tro país– atravesadas por la violencia, como producto de la complejidadde las relaciones dentro de las instituciones sociales (familia, escuela,grupos de pertenencia, policía) que la permiten, la generan o la recrean.

El Informe sobre la Salud en las Américas de la Organización Pana-mericana de la Salud (OPS), del año 1998, pone especial énfasis en es-te tema, señalando elevadas tasas de mortalidad en varones de 10 a 18años debido a homicidios y actos de violencia, mientras es seis vecesmenor la incidencia en el caso de las mujeres dentro de la misma fran -ja etaria.

Si bien en ocasiones se recurre al simplismo de relacionar violenciacon pobreza, las investigaciones de la CEPA L7 indican que “las mayo r e sexpresiones de violencia no se concentran en las zonas más pobres, si-no en aquellos contextos donde se combinan perversamente dive r s a scondiciones económicas, políticas y sociales” (CEPAL, 2000: 18 2 ) .

De hecho, el incremento de violencia que se observa en las escuelassólo es explicable desde el análisis de fenómenos complejos, que dev i e-nen al menos de tres dimensiones: a) la realidad social que traspasó lasparedes de la escuela estallando dentro de sus aulas, a partir de los di-versos tipos y niveles de conflictos sociales: económicos, políticos, fa-miliares, laborales y de conv i vencia cotidiana; b) la vida dentro de la ins-t i tución educativa, atravesada por la violencia sistémica que aporta elsistema educativo y que emerge de prácticas y procedimientos que em-

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6 Al respecto, Eva Giberti (2001) señala que “si bien los varones en situacionesde mendicidad pueden ser víctimas de contagios de VIH y otras enfermedades detransmisión sexual, son las niñas y las adolescentes en estas situaciones las que co-rren mayores riesgos, a una edad más joven”.

7 La CEPAL es la Comisión Económica para América latina y el Caribe, organis-mo dependiente de las Naciones Unidas.

pobrecen el aprendizaje de los alumnos, dañando a niños, niñas, adoles-centes y docentes y c) la imposición de una cultura “oficial” que contra-dice y violenta la cultura de los estudiantes (Méndez, 2001 ) .

La relación entre los jóvenes y las instituciones sociales es ambiguay contradictoria, ya que pueden observarse discrepancias entre la ne-cesidad de los adolescentes de afirmar su identidad y los modelos quela sociedad les ofrece. Las instituciones sociales muchas veces los “in-visibilizan” o los registran como peligrosos y ejercen violencia sobreellos, la que abarca desde la carencia de políticas que les brinden igual-dad de oportunidades, hasta discriminaciones, violaciones y, en casosmás graves, la pérdida de la vida.

Este conjunto de factores vulnerabiliza a la población adolescente,pues la pertenencia a un grupo social se ve dificultada. Esto puede con-ducir al desarrollo de situaciones objetivas y subjetivas de exclusión ydesamparo, que llevan al adolescente a movilizar un caudal de agresiónhacia sí mismo o a traducir su inconformismo en violencia hacia losotros (Méndez, 1993).

Las barras o patotas violentas, comunes en los sectores margina-dos, son espacios en los cuales niños y adolescentes encuentran unapertenencia bajo la replicación de los modelos culturales de domina-ción y sometimiento que prevalecen en la sociedad. En estos grupos,los adolescentes reproducen las prácticas autoritarias sobre otros ado-lescentes o sobre la población en general.

A través de conductas violentas, sólo subsisten aquellos que puedenser agresivos (o por lo menos aparentarlo), cuyos procesos de socializa-ción fueron realizados marcadamente dentro del modelo hegemónicode la masculinidad. Durante estos procesos, la cultura les impone a losvarones patrones de competencia y de negación de sentimientos.

Vivir a diario situaciones violentas es fuente de tensiones verdade-ramente intolerables; así aparecen formas de evasión mediante el alco-hol y la droga. Los jóvenes comienzan con cerveza y pegamento, con-tinúan con marihuana y llegan, en algunos casos, a drogas “máspesadas”. Los niveles de agresión se acrecientan y conducen a nivelesdelictivos en los que es común el uso de armas.

Estos modelos de dominación y sometimiento, que la cultura pa-triarcal asigna a las relaciones de género, originan en las relacionesamorosas de los y las adolescentes episodios de violencia de va r i a d a smodalidades psicológicas, físicas y sexuales, en los que aparecenc o m p o r tamientos autoritarios de parte de los varones sobre las muje-res y que constituyen el germen de futuros modelos de conv i ve n c i av i o l e n ta para la adultez. A menudo, los adolescentes maltratadores ylas adolescentes maltratadas provienen de familias en las que prima-ron estas conductas violentas (donde ellos mismos fueron víctimas otestigos durante la infancia).

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Los niños y adolescentes en conflicto con la ley en su mayor parteposeen bajos niveles de integración social y educativa, ya sea porquehan abandonado la escuela o porque han pasado por ella con bajo ren-dimiento. En general pertenecen a familias con alto grado de vulnerabi-lización y presentan escasa integración con la comunidad en la que re-siden. De esto se deduce que las familias, la escuela y la comunidadno les han podido brindar marcos protectores, acarreando el conse-cuente desdibujamiento de los límites entre lo legal y lo ilegal.

Un tema central de esta problemática es la relación que este grupoestablece con la policía, la cual no es vista por ellos como parte del Es-tado sino como una amenaza constante, especialmente en los secto-res pobres, debido al fenómeno de “criminalización de la pobreza” queimpera en la sociedad. En este contexto, la policía es el contrincanteprincipal frente a quien temen perder, entre otras cosas, la propia vida,ya sea por los enfrentamientos violentos, ya sea porque, al ser deteni-dos, pueden sufrir apremios ilegales en comisarías, tal como lo de-muestran las numerosas denuncias en los juzgados.

En nuestro país, algunos sectores insisten en la penalización de ni-ños y adolescentes, en perfeccionar los sistemas represivos y en bajarla edad de la imputabilidad. En la Argentina, las leyes que están vigen-tes para el tratamiento de niños, niñas y adolescentes en comisión dedelito son: a) la Ley Nº 10.903, sancionada en 1919, que siempre cons-tituyó una herramienta para la internación de personas menores y paracriminalizar la pobreza y b) las leyes de regulación de penas: Ley Nº22.278 y Ley Nº 22.803, dictadas durante la dictadura militar (1976-1983), las que otorgan al juez la facultad de resolver la internación depersonas menores de 16 años sin llevar a cabo juicio alguno e, indistin-tamente, de que los niños o jóvenes hayan sido víctimas de un delito opresuntamente lo hayan cometido.

De esta manera, queda en manos de los jueces la fa c u l tad de deci-d i r, según su entender, cuáles niños, niñas o adolescentes son entrega-dos a sus familias y cuáles son institucionalizados. Esta situación deja alas personas menores, en primer lugar, con menores garantías que a losadultos en cuanto a un juicio justo, en segundo lugar, marca una divisiónentre infancias y adolescencias pobres y no pobres, dado que a aquellosque pertenecen a los sectores medios y altos y que presumiblementecometieron un delito se los considera, en su mayoría, en condiciones deregresar a sus familias para su reeducación (Zaffaroni, 2003: 90-91).

Consideraciones finales

En este capítulo hemos recorrido la consideraciones de la infancia y dela adolescencia a través de los siglos, señalando que dichas categorías

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fueron atravesadas por brechas de género y generación que la culturaimpuso en distintos momentos, provocando desigualdades significati-vas en el seno de la familia y de la sociedad.

La Convención sobre los Derechos del Niño fue aprobada un siglodespués por la Asamblea General de las Naciones Unidas y, a pesar deello, países como el nuestro mantienen contradicciones significativa srespecto de su aplicación. El cambio de paradigma en la concepción dela infancia y la adolescencia que produjo la Convención sobre los De-r echos del Niño todavía no se ha concretado completamente, mientrasque, en muchos casos, sólo ha tenido un impacto más declamatorio quede aplicación susta n t i va, tanto en los ámbitos privados como públicos.Se puede señalar, entonces, que en el país aún existen brechas impor-tantes en el logro de un tratamiento igualitario de niños, niñas y adoles-centes, tanto en los ámbitos privados como en los públicos.

Esta situación coloca a la infancia y a la adolescencia en un espacioatravesado por contradicciones. Así, un número importante de niños,niñas y adolescentes carecen de la contención necesaria para su creci-miento y desarrollo en la adquisición de una ciudadanía plena. Esta si-tuación conduce a niños, niñas y adolescentes a estar expuestos a lascondiciones referidas en este capítulo.

Finalmente, es importante mencionar que la concepción de las rela-ciones familiares que sustentamos tiene como base el cuidado de lasnuevas generaciones, desde la a igualdad de oportunidades, tanto degénero como de generaciones, por parte de la familia y de las organiza-ciones de la sociedad encargadas de su bienesta r. Para que esto puedamaterializarse, el Estado deberá propender a la instauración de políticaspúblicas, con el debido cumplimiento de las Convenciones internacio-nales, que respalden acciones propicias para acompañar la tarea socia-lizadora de la infancia y de la adolescencia. Esto implica, sustancialmen-te, considerar tanto a los grupos familiares como a las organizacionessociales como sistemas abiertos en constante interacción, con redesmás amplias que permitan construir identidades más complejas, a tra-vés de las cuales se puedan asumir compromisos de solidaridad y afec-tividad más amplios hacia el conjunto social.

La acción colectiva para el replanteo de los temas que hemos trata-do permite no sólo romper la fragmentación social que conduce al ais-lamiento, sino también forjar identidades de mujeres y varones más po-tentes y generadoras de acciones éticas, creativas y solidarias, que seamalgamen en la identidad de los niños, niñas y adolescentes para que,desde allí, se puedan producir procesos democratizadores que transfor-men las relaciones familiares y sociales.

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4. Masculinidades y familiasEleonor Faur

Una introducción

El chofer del taxi hizo mínimos gestos que indicaron que registró la di-rección solicitada y continuó manteniendo una conversación disimula-da por un imperceptible aparato de telefonía celular ajustado en su ore-ja. A los pocos minutos, se despidió de su interlocutora con palabrasamorosas y, con cierta gentileza me saludó, disculpándose, y comenzóa desahogar su angustiado relato.

Comentó que estaba hablando con su esposa, la madre de su hija decinco años. La niña acababa de tener un accidente y se encontraba hos-p i talizada, esperando una próxima intervención quirúrgica de su caderay su columna vertebral. Decía el hombre que el accidente se produjo porla caída de la niña desde la terraza. En medio del relato, abundante eni nvocaciones religiosas, el ta x i s ta intercaló una serie de info r m a c i o n e sdesordenadas. Contó cómo consiguió que un comerciante mayo r i s tadel Once, de nombre Simón, le regalara una muñeca que la niña quería( “esa muñeca nueva, que vale más de cien pesos y habla... hace de to-d o”) con sólo contarle la historia de la niña y su desesperación por nollegar a disponer del dinero que la operación requería.

Seguí atentamente su relato, apuntalándolo cada tanto con exclama-ciones del tipo “pobrecita”, “todo saldrá bien” y otras similares que sa-len casi sin el filtro del pensamiento al escuchar la angustia de un pa-dre luchando por su hija. A su vez, el buen hombre contó que llevaba30 horas encima del coche, prácticamente sin descansar (lo que gene-ró pánico en la pasajera, que imaginó el estado de los reflejos de unhombre angustiado y sin dormir). Esta maratón productiva se debía asu necesidad de juntar el dinero para la operación y para solventar elcosto de la prótesis que la niña necesitaba en su cadera. Ya había jun-tado bastante, no sólo trabajando, sino también vendiendo su radio ymediante préstamos que los amigos le facilitaron, pero aún le faltabancasi doscientos pesos.

Entre el cúmulo de anécdotas, el taxista incluyó meticulosamente ellistado completo, y con registro horario, de los cafés y los mates conaspirinas que ingirió para despertarse, así como los gestos solidariosque encontró en sus amigos. Entre estos últimos, contó una escena

única en la que él se presentó en la casa de un amigo a las seis y me-dia de la mañana para higienizarse. Este retrato incluía que el amigo leofreció un baño “de bañera” y le cebó unos mates sentado en el ino-doro mientras conversaban –ambos desnudos– y la esposa del amigole planchaba su remera en el cuarto contiguo.

Al hombre se lo veía auténticamente conmovido a través de su ex p e-riencia límite de paternidad y mi (¿femenina?) alma continente se dejabaestremecer por los cuentos y comenzaba a imaginar una estrategia dedonaciones en favor de la niña. Todo ello mientras un costado de mi men-te divagaba sobre el enorme esfuerzo que traía aparejada la responsabi-lidad del hombre prove e d o r, sobre la increíble conmoción que esta r í a na t r avesando familiarmente y sobre la suerte que tenía esa niñita de con-tar con un papá que tanto la quería y que tanto “se sacrificaba por ella”.

Antes de que alcanzara a proponerle la “vaquita solidaria”, me mos-tró una férula en su mano izquierda y anotó: “mire lo mal que estaréque ayer salí del hospital y le pegué tres piñas a un poste hasta que melastimé el brazo… de la bronca”.

Quedé paralizada ante el arrebato irracional, pero el señor, incólume,continuó su confesión: “… y no sabe cómo está la madre… Pobre, ellassí que sufren estas cosas. Nosotros podemos preocuparnos pero unaverdadera madre se desespera… imagínese que ayer estaba tan histé-rica que tuve que darle dos sopapos para que reaccionara”.

Ahora sí, se me cortó la respiración. Procuré abstenerme de hacerc o m e n tarios, pero no lo logré. Con suavidad, ahora orienté el “ p o b r e c i-ta” a su esposa, en plan de mostrar la situación de una madre angustia-da que –para colmo de males– se ve sometida a un episodio de violen-cia conyugal. Luego de hacerle una mínima observa c i ó n de principios,arribé al destino. Mis antiguos planes de solidaridad se vieron reduci-dos al hecho de ahorrarle una discusión adicional y pagarle el doble delo que marcaba el reloj.

Continué mi ruta según mis apurados planes, ahora con una nuevacerteza en mente: los estilos de masculinidad distan de ser puros o uni-laterales. Conviven en los hombres zonas de amor y zonas de violen-cia, expresiones de autoridad y rasgos de cuidado en variadas dosis.Pensar a los varones en esquemas polares o dicotómicos no puede lle-varnos muy lejos en la reflexión sobre las masculinidades tradicional-mente hegemónicas o sus contestaciones contemporáneas (extendi-damente conocidas como “nuevas masculinidades”).

En las páginas que siguen, nos proponemos presentar, muy sintéti-camente, una aproximación conceptual para abordar el estudio de lasmasculinidades. Con ello, procuramos ofrecer algunas dimensiones deanálisis para observar a los hombres dentro de sus familias y conjetu-rar acerca de la validez que tiene en la actualidad la referencia a la lla-mada “nueva masculinidad”.

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Masculinidades: elementos para su conceptualización

¿Es la masculinidad una condición biológica, un modo de ser, un con-junto de atributos, un mandato o una posición? David Gilmore conside-ra que es una construcción que parte de un ideal representado en lacultura colectiva (Gilmore, 1994). Diversos autores coinciden en seña-lar que esta representación varía de una cultura a otra e, incluso, den-tro de una misma cultura, en diferentes tiempos históricos, pertenen-cia étnica, clase social, religión y edad (entre ellos: Connell, 1995;Kimmel, 1997; Viveros, 2001; Olavarría, 2001).

No sólo varía la masculinidad, sino también la forma de pensar enella. Clatterbaugh (1997) ha distinguido ocho perspectivas de análisissobre las identidades masculinas. Todas ellas pretenden no sólo enten-der la masculinidad y las relaciones sociales entre hombres y mujeres,sino también contribuir a la transformación –o a la conservación– de lasmismas. Entre las que reconocen la existencia de jerarquías entre losgéneros y/o hacia el interior del género masculino, se encuentran lasperspectivas socialistas (Tolson, 1977; Connell, 1987 y 1995; Seidler,1991) que consideran que la llamada “dominación patriarcal” forma par-te de la lógica de jerarquización entre los seres humanos, que tambiéntiene expresión en el sistema de clases sociales, así como aquellos au-tores profeministas liberales (Kaufman, 1989; Kimmel, 1992), que seña-lan que la masculinidad ha sido una fuente de privilegios para los varo-nes y apuestan por su transformación. Asimismo, se pueden señalarperspectivas provenientes de la investigación sobre grupos específi-cos, las que reflejan la discriminación que atraviesan algunos varones,particularmente gays (Altman, 1972; Ellis, 1982, Thompson, 1987, cita-dos en Clatterbaugh, 1997) y afroamericanos (Gibbs, 1988; Majors yBillson, 1992, citados en Clatterbaugh, 1990).

Entre los enfoques que no incorporan una mirada crítica sobre las re-laciones sociales de género, se incluyen desde la desarrollada por el“movimiento mitopoético”, que busca un resurgimiento de la “masculi-nidad profunda” y se encuentra fuertemente inmersa en una lógicaesencialista (Bly, 1990; Keen, 1991; Kreimer, 1991), hasta las perspec-tivas claramente antifeministas, que se sostienen por defender los“Derechos del Hombre”, negando la existencia de privilegios en favorde los hombres y criticando la ampliación de derechos de las mujeres(Kimbrell, 1995; Haddad, 1993; Hayward, 1993). También en este cam-po, se ubican las perspectivas “conservadoras”, para las cuales sería nosólo natural sino también saludable mantener la dominación de loshombres en la esfera pública, ejerciendo su función de provisión y pro-tección, y la de las mujeres en la esfera privada, actuando como cuida-doras de los otros miembros de la familia.

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De estos varios autores, nos interesa recuperar la definición de Ro-bert Connell quien va más allá de la definición inicial de Gilmore, al ob-servar la construcción social de identidades masculinas en un marco derelaciones sociales de género. Según este autor, las masculinidadesresponderían a configuraciones de una práctica de género, lo que im-plica, al mismo tiempo: a) la adscripción a una posición dentro de lasrelaciones sociales de género, b) las prácticas por las cuales hombresy mujeres asumen esa posición y c) los efectos de estas prácticas enla personalidad, en la experiencia corporal y en la cultura. Todo ello seproduce a través de relaciones de poder, relaciones de producción yvínculos emocionales y sexuales, tres pilares presentes en distintas es-feras de la vida social (familiar, laboral, política, educativa, etc.) y que re-sultan de gran fertilidad para el análisis de la construcción social de lasidentidades de género (Connell,1995).

Partimos, entonces, de pensar la identidad masculina como unac o n s t rucción cultural que se reproduce socialmente y, por ello, queno puede definirse fuera del contexto en el cual se inscribe. Esa cons-t rucción se desarrolla a lo largo de toda la vida, con la intervención ded i s t i n tas instituciones (la familia, la escuela, el Estado, la Iglesia, etc.)que moldean modos de habitar el cuerpo, de sentir, de pensar y dea c tuar el género. Pero, a la vez, establecen posiciones institu c i o n a l e ssignadas por la pertenencia de género. Esto equivale a decir que ex i s-te un lugar privilegiado, una posición valorada positivamente –jerar-quizada– para estas identidades dentro del sistema de relaciones so-ciales de género.

Diversas investigaciones sobre la construcción social de la masculi-nidad plantean la existencia de un modelo hegemónico1 que hace par-te de las representaciones subjetivas tanto de hombres como de mu-jeres, y que se convierte en un elemento fuertemente orientador de lasidentidades individuales y colectivas. Este modelo hegemónico operaal mismo tiempo en dos niveles: en el nivel subjetivo, plasmándose enproyectos identitarios, a manera de actitudes, comportamientos y rela-ciones interpersonales, y a nivel social, afectando la manera en que sedistribuirán –en función del género– los trabajos y los recursos de losque dispone una sociedad.

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1 La noción gramsciana de “hegemonía” aplicada al estudio sobre masculinida-des fue desarrollada en 1985 por Connell y otros (citado en Connell, 1987). Con ellose señala un esquema que, aun tomando un lugar privilegiado en la sociedad, se en-cuentra en permanente estado de cuestionamiento. En la propia definición radica eldinamismo de esta categoría.

Entre los atributos de la masculinidad hegemónica contemporá-nea, estudios realizados en distintos países latinoamericanos coinci-den en resaltar componentes de productividad, iniciativa, heterose-xualidad, asunción de riesgos, capacidad para tomar decisiones,autonomía, racionalidad, disposición de mando y solapamiento deemociones –al menos, frente a otros hombres y en el mundo de lopúblico– (Vi veros, 2001; Valdés y Olava rría, 1998; Ramírez, 1993, yotros).

A partir de esta noción, los estudios sobre masculinidades surgi-dos en las últimas décadas abundan en referencias a los “ m a n d a t o s ”que los hombres reciben de su entorno, y esto está también presen-te en nuestros trabajos empíricos. A través de talleres y entrev i s ta srealizadas en Colombia, los hombres, independientemente de suedad o inserción social, mostraban haber recibido durante su infa n c i ala prescripción de actuar conforme con ciertas reglas ex p l í c i tas o im-p l í c i tas respecto a prácticas típicamente masculinas, entrenar suf u e rza física y ponerla a prueba a través de peleas en las escuelas, noser vagos (en sus versiones de ser buenos estudiantes o de dedicar-se al trabajo), no llorar, no jugar con muñecas, no vestirse con ropa“ fe m e n i n a ”, etc. (Fa u r, 2003).

Partiendo de esta consta tación, muchos de los discursos sobremasculinidades oscilan entre miradas acerca de los guiones de géne-ro como monolíticos, o con escasos puntos de fuga, y las propuesta sde transformación de identidades como proyectos para los que basta-ría con la vo l u n tad individual y la resistencia al modelo “ i m p u e s t o”. Yasí, tanto dentro de los análisis que sientan su mirada en la constru c-ción de subjetividades como en aquellos que analizan las posicionesde hombres y mujeres en el nivel macro-social, la referencia a las iden-tidades como “ c o n s t rucciones” zigzaguea entre nociones de liberta de ideas de coerción social. Pero hay aquí una mayor complejidad, pues-to que las identidades no responden meramente a elecciones perso-nales ni exc l u s i vamente a formatos construidos en el orden social.

Por otra parte, no todos los hombres viven ni valoran del mismomodo los esquemas de masculinidad hegemónica. Pero todos los co-nocen. Todos han sido, de uno u otro modo, socializados dentro deeste paradigma. Y las mujeres también los conocen. Y muchas espe-ran que los hombres realmente se comporten siguiendo este mode-lo, crían a sus hijos varones de acuerdo con este esquema y criticana sus compañeros si no alcanzan a cumplir con lo que se espera deellos. En una palabra: hombres y mujeres participan en la constru c-ción de la masculinidad como una posición privilegiada. Ellos y ellascolaboran en la creación de esta sensación generalizada que Jo s e p -Vicent Marqués sintetiza del siguiente modo: “ser varón es ser impor-ta n t e” (1997: 21).

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Características de la masculinidad

La definición de masculinidad a la que adscribimos permite enfatizarsobre algunas características, que hacen a la construcción de identida-des de género y que pueden ser útiles para pensar los vaivenes que seobservan en los vínculos familiares.

En primer lugar, se debe subrayar que la masculinidad no está dada,como un traje ya confeccionado que los sujetos machos de la especiehumana vestirán, sino que se construye, se aprende y se practica en eldevenir cultural, histórico y social. Desde este punto de vista, se en-cuentra vinculada al terreno de la acción y del movimiento, y no al es-cenario de lo estático y lo predeterminado.2 Esta postura nos aleja delas corrientes esencialistas para ubicarnos entre aquellas teorías queconsideran a la masculinidad como parte de relaciones social e históri-camente construidas y admiten su capacidad de transformación.

En segundo lugar, es importante enfatizar que la masculinidad seproduce, afirma y transforma dentro de un marco de relaciones socia -les. La identidad masculina no se construye a sí misma sino como par-te de una relación “masculino-femenino”. Los hombres construyen suidentidad masculina en dependencia de estos esquemas de oposicióny en referencia respecto de lo que es la no-feminidad. De tal modo, serun “verdadero hombre” es no ser mujer ni femenino (Badinter, 1993;Kimmel, 1997).

Ahora bien, en esta relación “masculino-femenino”, se encuentrauna serie de falacias o preconceptos. Por un lado, esta dicotomía sue-le asociarse a dos polos de características opuestas. Así, por ejemplo,puede observarse que mientras las representaciones acerca de lo mas-culino se relacionan con lo racional, fuerte, activo, productivo, valiente,responsable y conquistador (de territorios y de parejas ocasionales), lofemenino suele corresponderse con lo emotivo, débil, pasivo, asustadi -zo y dependiente. Por otro lado, este sistema de oposiciones binariaspresenta una doble particularidad: no sólo se considera que las carac-terísticas más valoradas en el mundo occidental moderno coincidencon lo socialmente atribuido a lo masculino, sino que además se sue-len crear estereotipos al considerar que hombres y mujeres efectiva-mente son así y no admiten rasgos del otro polo dentro de sí.

La tercera característica que queremos destacar es la importanteheterogeneidad que existe dentro de las prácticas y posiciones en las

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2 Al igual que la máxima acuñada por Simone de Beauvoir en 1946 y recuperadaen buena parte de los estudios feministas, donde se sostenía que: “no se nace mu-jer, se llega a serlo”.

que los hombres participan. En efecto, la masculinidad no es una sola,sino que se crean y recrean distintos tipos de masculinidades en fun-ción de características personales y también de los espacios que loshombres ocupan en su entorno social, económico y político. Hay mas-culinidades más y menos duras, más y menos competitivas, hay for-mas identitarias más tiernas y suaves o más violentas, hay hombresproductivos o estudiosos y otros más perezosos, existen los que hacende la seducción una estrategia continua y los que optan por la fidelidadde por vida. Obviamente, los hombres singulares también difieren enrasgos de personalidad y gustos, ya sea que consideremos que losmismos vienen conferidos por los genes, los patrones de crianza o porel signo del zodíaco bajo el cual nacieron. Así, el “tipo puro” de mascu-linidad hegemónica prácticamente no se presenta en los sujetos decarne y hueso, sino que existe una multiplicidad de rasgos que cabendentro de definiciones empíricas de masculinidad.

Vale decir que no hay una única manera de ser hombre, pero estacerteza va más allá de la constatación de que los hombres difieren porsus características singulares. Ellos participan de un abanico de alterna-tivas identitarias superpuestas que, además del género, incluyen la cla-se social, la edad, la etnia, la inserción socio-ocupacional y la opción se-xual. Todas estas alternativas, de algún modo, afectan sus modos de“ser hombres” en un mundo estructurado en torno a más de una víade dotación de privilegios.

Sin embargo, consideramos que participar en un modelo de mascu-linidad (y no en otro) no siempre constituye una elección que cada quienpuede hacer y sostener por el solo hecho de desearlo. Así, aunque nod e s a rrollaremos este punto en profundidad, pensamos que las prácticasy posiciones de la masculinidad se conforman a su vez mediante un con-junto de instituciones, entre las que participan tanto la educación, las fa-milias y las iglesias como el mercado y las políticas públicas.

Desde este punto de vista, si bien se puede identificar un tipo demasculinidad hegemónico, éste no necesariamente corresponde con elmayor número de hombres que viven en una sociedad. En el contextode América latina, más allá de diferencias entre distintos colectivos, es-ta hegemonía se asociaría con un hombre blanco, de edad mediana,heterosexual, padre de familia y con altos niveles de ingreso. Pero tam-bién existen –de acuerdo con la categorización de Connell (1995)– mas-culinidades subordinadas o marginales al modelo hegemónico y otrasque, aunque no alcancen los privilegios de la masculinidad hegemóni-ca son, de algún modo, “cómplices” de ésta. ¿Por qué cómplices? Por-que su condición de género les otorga lo que este autor denomina un“dividendo patriarcal”. Es decir que más allá de que sean pocos loshombres que participan en las posiciones más jerarquizadas del mun-do público, el hecho de ser hombre suele facilitar el acceso a algunos

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beneficios (personales e institucionales) frente a las mujeres de susmismos entornos.3

No obstante el heterogéneo universo de masculinidades existentes,puede establecerse como cuarta característica que las representacio-nes de la masculinidad, pero más aún su institucionalización en la vidasocial, hacen que la masculinidad se ubique en un lugar de privilegiorespecto de la feminidad. Así, las identidades de género participan derelaciones signadas jerárquicamente y, es a partir de ello, que Connellseñala que la masculinidad no es sólo una práctica sino también unaposición dentro del sistema de relaciones de género (Connell, 1995).

Esto significa que la masculinidad se produce dentro de un territoriode relaciones sociales de género, pero que también representa un lu-gar altamente valorado dentro de estas relaciones. Y todo ello no sóloconfigura definiciones acerca de los territorios y fronteras permitidaspara hombres y mujeres sino que, al mismo tiempo, filtra nuestra ex-periencia subjetiva, corporal y social y “naturaliza” las jerarquías cultu-ralmente producidas. Por ello, P. Bourdieu (1998) sostiene que los hilosde lo que él denomina “la dominación masculina” se inscriben en dis-posiciones inconscientes de hombres y mujeres, que en su accionarcotidiano recrean –casi siempre sin saberlo– las estructuras (institucio-nales y económicas) y las representaciones (simbólicas) de la domina-ción. Así, opera en el sistema de género una estructura de poder queno siempre se impone mediante el uso de la fuerza física, sino que enla mayor parte de los casos es sutil y se transmite mediante diversosdispositivos ideológicos. Su mayor éxito consiste en estar tan naturali-zada que, frecuentemente, resulta absurda o exagerada en el orden deldiscurso, no sólo para buena parte de los hombres sino también paramuchas mujeres.

Dolores y delicias en las identidades masculinas

El surgimiento de los estudios sobre masculinidades –que aparece co-mo un eco a partir de la proliferación del movimiento feminista– trae ala agenda académica un conjunto de temas que impiden conformarse

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3 Al sostener que en los mismos contextos hombres y mujeres suelen tener dis-tintos grados de acceso a los recursos, no se está señalando que no haya varonesexcluidos de múltiples recursos y beneficios de la sociedad, sino simplemente queen estos casos se están articulando las dimensiones de clase y género. Vale decirque aquellos hombres excluidos no lo son por ser hombres, sino por su pertenen-cia étnica o de clase.

con la visión simplista sobre el modo de vivir los privilegios por partede los hombres. Trabajos como los de Michael Kaufman en Canadá oBenno De Keijzer en México llegan a cuestionar el mundo de poder yprivilegio de los hombres como un mundo intrínsecamente relacionadocon el dolor. Kaufman (1997: 64) señala que “la combinación de podery dolor es la historia secreta de la vida de los hombres”. Desde un en-foque declaradamente profeminista, el autor señala que el precio quepagan los hombres para asumir una posición de poder social es la su-presión de toda una gama de reconocimiento y expresión de emocio-nes. Por otra parte, el modelo del varón y de su construcción de la mas-culinidad en torno a la consigna del “tener que ser importante” traesentimientos de angustia y continuo riesgo de impugnación de su au-toestima (Marqués, 1997).

De tal modo, comienza a circular la interesante idea de que los privi-legios masculinos revisten una paradoja intrínseca, pues los hombres,exigidos a crecer y a mostrarse frente a otros como seres protectores,p r oveedores y poderosos (como seres prácticamente invulnerables), sesumergen en una suerte de blindaje emocional, de repliegue de un uni-verso de sensaciones y se exponen continuamente a situaciones deriesgo que con frecuencia los ubican frente a escenas de violencia y dedolor (Kaufman, 19 8 7 ) .

Lo señalado hasta aquí nos lleva a preguntarnos: ¿cuáles son losefectos de las masculinidades dominantes en las vidas de hombres ymujeres? Pensar que los privilegios masculinos se condicen a todas lu-ces con padecimientos femeninos sería sin duda inverosímil no sólo pa-ra muchos hombres sino también para unas cuantas mujeres. Pero, porotra parte, pensar que la disponibilidad de recursos de poder y autono-mía relativamente superiores a los de las mujeres conduce a los hom-bres a una lastimosa situación de responsabilidades extremas y consi-guiente dolor, que enajena la capacidad de gozar de los beneficios deesta situación, no sería una hipótesis de mayor credibilidad.

Podemos decir entonces que los hombres transitan un universo po-blado de “dolores y delicias”.4 Y estos “dolores y delicias” varían en fun-ción de sus características de personalidad y de la posición que les to-ca desempeñar en las relaciones sociales del mundo público y delmundo privado. Así, los privilegios masculinos pueden operar en diver-sos sentidos tanto para las mujeres como para los mismos hombres.Ello dependerá, entre otras cosas, del tipo de privilegios que se consi-deren, de las relaciones que se observen, de las características perso-

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4 Tomado de Caetano Veloso: “Nao me venha falar da malicia de toda mulher, ca-da um sabe a dor e a delicia de ser o que é”, Dom de iludir.

nales y sociales de los sujetos analizados y, por supuesto, del contex-to en el cual se inscriban las relaciones observadas.

Es decir que difícilmente pueda afirmarse que las zonas de privile-gios –aquello que llamamos delicias– de uno de los géneros sean siem-pre compartidas por el otro, o siempre contrapuestas a las del otro. Amodo de ejemplo, se puede pensar que la afirmación de la masculini-dad a través de situaciones de uso de la violencia o de la conquista se-xual indiscriminada, no suele ser una delicia que pueda compartirse ale-gre y complementariamente entre ambos géneros. Pero a la vez, elcostado masculino que alimenta el modelo de protección de las muje-res y los niños y niñas puede resultar una fuente de tranquilidad paramuchas mujeres. A la inversa, la existencia de límites en el crecimien-to profesional de las mujeres por razones que articulan distintas presio-nes del mundo privado y la institucionalización de ciertos estilos de li-derazgo en el mundo público pueden resultar una incomodidad para lasmujeres pero una ventaja para los hombres cuya posición en la estruc-tura de relaciones sociales les habilita para acceder a los puestos demayor remuneración económica y valoración social.

Vale decir que, aun cuando asumamos que las definiciones sobre loque se espera de un hombre “masculino” puedan tener altos costospara los hombres de carne y hueso, consideramos que en nuestra cul-tura, la organización social de las relaciones de género perpetúa ciertosprivilegios que favorecen a los hombres, jerarquizando los espacios yactividades relativas a “lo masculino” y vulnerando derechos de las mu-jeres en función de una lógica de inequidad entre los géneros.

De tal modo, y recuperando la pregunta señalada en párr a fos anterio-res, esta construcción inconsciente, silenciosa, y a veces sutil de privile-gios masculinos, tiene costos diferenciales para hombres y para mujeres.Si para los varones implica, en algunos casos, la exposición a situ a c i o n e sde dolor y padecimiento físico o emocional (Kaufman, 19 8 7, 1997; De Ke i j-ze r, 1998b); en lo que respecta a las mujeres, se debe añadir, en el terr e-no personal, un grado de autonomía relativamente menor y un riesgo desometimiento que en ocasiones las lleva a sostener parejas con compa-ñeros golpeadores durante toda la vida y, en el terreno social, una persis-tente discriminación en sus relaciones sociales, políticas y laborales.

Con este marco conceptual, señalaremos algunos aspectos queconsideramos contribuyen a pensar las prácticas y posiciones de los va-rones contemporáneos en el contexto de sus familias.

Los hombres en sus familias

Hasta hace poco menos de tres décadas, la mayor parte de los hom-bres iniciaba su vida familiar con una certeza y también con una exigen-

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cia. La certeza era la de constituirse en la autoridad “natural” por el he-cho de ser “el hombre de la casa”. La exigencia era la de mantener dig-namente a su esposa, hijos e hijas con los ingresos percibidos exclusi-vamente por él. Por otra parte, casi todos los hombres podían confiaren que sus esposas proveerían el cuidado de los miembros de su fami-lia y de sus casas, motivadas por valores como el amor, la reciprocidady la obligación (Folbre, 2001).

Recuperando las tres dimensiones analíticas planteadas de modo di-verso en distintos estudios feministas y resumidas por Connell (1987,1995), podemos sostener que el papel y la posición de los varones ensus familias pueden ser pensados a partir de por lo menos tres tiposde relaciones que conforman el escenario en el cual se configuran so-cialmente las identidades masculinas. Nos referimos a:

1. las relaciones de poder: que se practican en los modos de ejercerautoridad y de definir reglas dentro de un ámbito determinado. Históri-camente se correspondían con modelos de dominación masculina y su-bordinación femenina legitimados, incluso, a través de figuras jurídicascomo la “patria potestad” y la “potestad marital”;

2. las relaciones de producción, que hacen a la división del trabajo yla distribución de los recursos entre los géneros. Se relacionan tantocon el mundo público como con el privado. En el hogar, incluyen –entanto trabajo– las actividades domésticas y de organización cotidiana,así como la crianza de hijos e hijas;

3. las relaciones de afecto y la sexualidad: constituyen el entramadode deseos, amores y resquemores en los que participan hombres ymujeres, así como su forma de expresarlos. También atraviesan el or-denamiento del deseo sexual en las relaciones entre los géneros.

A través de situaciones en las que cotidianamente se articulan estas di-mensiones, se van configurando las identidades masculinas (y fe m e n i-nas), que se ponen en práctica tanto en el espacio familiar como en otrase s feras de la vida social. A la vez, los afectos, el poder y el trabajo se im-brican entre sí de múltiples maneras. Las dinámicas de autoridad son fil-tradas por emociones y por afectos. Interjuegan en el mundo laboral y enla división del trabajo doméstico. También, hay ejercicio de poder en losvínculos emocionales y en la sexualidad. Y, particularmente en el terr e n ofa m i l i a r, los afectos resultan ser motivadores de la ejecución de una se-rie de trabajos vinculados con el cuidado de los otros. Vale decir que ladistinción presentada responde a una necesidad analítica pero, en la in-teracción cotidiana, las relaciones de poder, de trabajo y afe c t i vas se co-n e c tan entre sí, admitiendo variadas articulaciones unas con otras.

En el cruce de estas dimensiones analíticas se inscriben las tipolo-gías sobre familias que aparecen en la literatura contemporánea. Cata-

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lina Wainerman (2003), por ejemplo, ha definido tres modelos familia-res basados en la distribución del poder entre los miembros de la pare-ja. Los modelos serían: a) el patriarcal, con un varón proveedor y unamujer ama de casa, donde se espera que él sea quien disponga de ma-yor nivel de recursos, tales como la educación, nivel socioeconómico,ocupación o ingresos, b) el democrático o igualitario, con una parejaconstruida a partir del amor y no de la conveniencia, donde potencial-mente puede existir similitud en los recursos de ambos cónyuges, pe-ro “diferencias en las habilidades para desempeñar los roles domésti-cos debido al distinto entrenamiento que reciben ellas y ellos desde lacuna” (Wainerman, 2003: 86). Finalmente, c) el modelo posmodernosería aquel con fuerte valoración de la atracción sexual en la pareja,“con mujeres que salen a trabajar tengan o no hijos”, que se educantanto o más que los varones y que participan en el mundo público. Así,aparecen en la caracterización de Wainerman, elementos vinculadoscon el afecto, la sexualidad y la división sexual del trabajo.5

Por su parte, Benno De Keijzer, centrado en el tema de las “paterni-dades”, realiza una tipología respecto de las distintas formas en que és-ta “se ejerce, se impone, se huye o disfruta” (De Keijzer, 1998ª: 306).El autor remarca la importancia de entender que existen muchos mo-dos de ejercer la paternidad y que éstos no son estáticos, iguales fren-te a todos los hijos, ni puros a lo largo de la vida de cada hombre, entanto se trata de un campo “especialmente ambivalente y contradicto-rio”. Su tipología también presenta vínculos entre las relaciones mencio-nadas más arriba e incluye categorías como la de: a) padre patriarca tra -dicional, quien se ve a sí mismo como proveedor exclusivo de recursoseconómicos, no participa de la crianza de sus hijos y evita mostrar susafectos por temor a que ello le reste autoridad, b) padre ausente o fu -gitivo, que establece lazos muy ocasionales con sus hijos, c) padre neo -machista, que se diferencia del patriarca tradicional porque admite quesu esposa trabaje fuera de la casa, pero mantiene un encuadre tradicio-nal acerca de su propia posición de jerarquía dentro de la familia.6 Porúltimo, De Keijzer encuentra un estilo de paternidad en construcción,que sería la d) el padre doblante amoroso, que incluye a quienes tienenacercamientos más afectivos y empáticos con sus hijos e hijas.

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5 Asimismo, es interesante la referencia de Wainerman al tema de la educacióncomo parte de esta distribución de poder entre mujeres y hombres de una pareja.

6 Según De Keijzer, la versión más progresista de este tipo de padre se corres-ponde con lo que se ha dado en llamar “machista-leninista”, que combina un discur-so de género avanzado con una práctica muy rezagada.

Ninguna de estas tipologías cristaliza en modelos rígidos o imper-meables. Tal vez, lo más frecuente sea encontrar oscilaciones entreunos modelos y otros, en un tiempo en el cual las transformaciones enlas relaciones de género parecen altamente dinámicas. Así, si bien elmodelo patriarcal se encuentra parcialmente deslegitimado, no pareceaún totalmente erradicado. Presenta ciertas fisuras y convive con laemergencia de pautas y negociaciones novedosas que nos permiten ala vez: a) reconocer a ésta como una época de transformación en lasrelaciones de género y en las definiciones de masculinidad y feminidad,y b) subrayar que el ritmo de cambio no es parejo ni se extiende en elconjunto de la sociedad del mismo modo. En esencia, lo que se obser-va hoy en día es la conciencia de una mayor complejidad en las relacio-nes sociales de género y en la construcción de identidades masculinas:discursos y prácticas que no siempre coinciden, deseos y realidadesque se bifurcan, modelos difusos o híbridos.

Entonces, podría una preguntarse: ¿cómo se ubican los hombres enmedio de este proceso de transformaciones? Volviendo al caso presen-tado en la introducción, podemos deducir que el ch o fer del taxi parecíacumplir viejas pautas de relaciones familiares con algunos ingredientesalgo más novedosos. Aparecía como un padre presente y afe c tuoso, pe-ro todo eso se montaba sobre un esquema altamente tradicional de re-laciones familiares. Su esposa no trabajaba y él asumía la responsabili-dad de juntar el dinero que se requería para la operación de la hija. Elh e cho de ser el proveedor de recursos para su familia estaba completa-mente naturalizado en su discurso: no había en su relato ninguna refe-rencia al peso que sobre él recaía. El sacrificio (trabajar durante 30 ho-ras seguidas, la fa l ta de sueño, etc.) formaba parte de la situación límitede su vivencia como padre, y acompañaba dignamente su papel como“ h o m b r e” en la familia y en la sociedad. Y esto no se cuestionaba. Ta m-bién se naturalizaba el hecho de que fuera la madre quien permanecie-ra día y noche en el hospital cuidando a la niña e, incluso, que fuera ellaquien estuviera emocionalmente más afe c tada por el accidente de su hi-ja. Desde la perspectiva del ta x i s ta, aun el modo de a m a r a los hijos te-nía un sesgo de género y esto se percibía como un rasgo “o bv i o”, que le-gitimaba tanto la diferencia en el tipo de cuidado de él y de su esposa(él: trabajando; ella: acompañando a la niña), como la diferencia en lareacción emocional (él: “ p r e o c u p a d o”; ella: “ d e s e s p e r a d a ” ) .

Al mismo tiempo, el conductor daba por hecho su posición de auto-ridad, su función de “poner orden” cuando se requería. De este modo,cuando percibió que su esposa estaba demasiado tensa, la golpeó.Otra vez, esto fue expresado por el señor sin ningún tipo de cuestiona-miento sobre el acto. En su relato, el haber golpeado a su esposa eranarrado como un deber, casi como parte de la autoridad que se esperade los hombres. El hombre decía “tuve que darle dos sopapos”. Y en la

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elección de ese verbo, al mismo tiempo asumía el compromiso de laautoridad y se desligaba de la responsabilidad de discernir sobre su ac-to. El golpe tenía, en su discurso, una finalidad específica (calmar a suesposa) y, como tantas veces sucede, esa finalidad se argumentaba ennombre del deber, pero también de la compasión (“mire como estaríala pobre...”).7 En ese entramado de justificaciones y argumentos quetienden a naturalizar y esencializar lo históricamente construido, se per-petúa lo que Pierre Bourdieu caracteriza como “dominación masculina”(Bourdieu, 1998).

Pero nuestro personaje del taxi no es el típico botón de una muestrahomogénea de comportamientos masculinos. Es evidente que los hom-bres distan de ser todos iguales y, por ende, la “dominación masculina”no siempre adquiere la forma del áspero golpe ni se plasma en cada unade las relaciones interpersonales. La autoridad masculina dentro de lasfamilias puede tener diversas modalidades de presentación, llegando asutilezas que se perpetúan de un modo inconsciente e invisible, ta n t opara los hombres como para las mujeres. Además, hay muchos va r o n e sque buscan formas más igualitarias de relaciones familiares y que seubicarían entre los modelos de “ familias posmodernas” (según la tipo-logía de Wainerman) o de “padres doblantes amorosos” (de acuerdocon la de De Ke i j zer). Por otra parte, las mujeres también ejercen cuo-tas y zonas de poder dentro de sus familias y de sus parejas.

Hay entonces, para los hombres, muchos modos de ubicarse en elcontexto de las transformaciones familiares y sociales. En definitiva,hay una variedad de respuestas distintas por parte de hombres diferen-tes. Si algunos afirman que “todo cambió”, al tiempo que otros mues-tran continuidades asombrosas, si algunos dejan ver rasgos tradiciona-les conviviendo con esquemas novedosos de negociación con susparejas y de cercanía con los hijos e hijas, pareciera que nos encontra-mos frente a un grado de complejidad mayor a la que –décadas atrás–hegemonizaba la representación de las relaciones entre géneros. Estacomplejidad no permite todavía elaborar definiciones unívocas y secondice con la velocidad de los cambios atravesados. Hay contradiccio-nes, asombros, dudas y, también, hay resistencias, y todo ello coexis-te con formas novedosas en las relaciones familiares.

De este modo, si bien no podemos hablar de un cambio radical entérminos de la autoridad masculina en las familias –en tanto ruptura del“deber ser masculino”–, podemos sí encontrar distintas manifestacio-

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7 Quien desarrolla la idea de las atrocidades cometidas en nombre de la compa-sión –aunque en otro contexto y observando otro tipo de relaciones– es Emilio Gar-cía Méndez (2003).

nes o masculinidades que entran en tensión con la pasada. Y mientrastanto, aquellos que buscan un nuevo modelo, explicitan una suerte dedesorientación, que en ocasiones abre el camino para que se hable deuna “crisis de la masculinidad”. En definitiva, pareciera sobrevolar entrelos hombres una gran pregunta acerca de cómo será su lugar en estacambiante configuración.

Consideraciones finales

En el heterogéneo universo de hombres cuyas masculinidades se en-cuentran filtradas por experiencias sociales, económicas, históricas ytambién personales, se pueden identificar sujetos que procuran “aco-modarse” literalmente a una noción tradicional de masculinidad –talvez, como nuestro taxista– y otros que buscan redefinir su identidadcomo varón en función de ideas más modernas. En el medio, en un te-rritorio abundante en matices, se encuentran, seguramente, la mayoríade los hombres que actúan cotidianamente en los espacios familiares.De tal modo, el modelo tradicional convive con otros que pugnan porimponerse, muchas veces, de la mano de las mujeres.

En efecto, no puede obviarse que las transformaciones que estánoperándose en las masculinidades tienen un anclaje y una corr e s p o n-dencia con los producidos en el nivel de las relaciones genéricas, parti-cularmente a partir de la transformación de la posición de las mujeresen la vida social. Pero además, estas transformaciones se encuentranfuertemente atravesadas por los cambios acontecidos en el mercado la-boral y en los “regímenes de bienestar” (Esping-Andersen, 1990). Po rello, es importante subrayar que el señalar que la construcción de iden-tidades y relaciones de género consiste en un proceso dinámico noe q u i vale a decir que su modificación sea sencilla o que dependa exc l u-s i vamente de vo l u n tades individuales. Por el contrario, las razones de last r a n s formaciones de las relaciones de género pueden tener múltiplesp u e r tas de entrada. La caída de los ingresos masculinos, el aumento delos niveles educativos de las mujeres, la extensión del uso de métodosa n t i c o n c e p t i vos, e incluso períodos de recesión y crisis económica, enlos que se incrementa el desempleo masculino y se incorporan cada ve zmás mujeres al trabajo remunerado (aunque con altos grados de preca-riedad), constituyen algunos de los motivos presentes durante las últi-mas décadas, que han ido transformando las relaciones sociales de gé-nero en algunos sectores de América latina y que hacen que lamasculinidad se encuentre en un punto de interpelación.

El tiempo actual parece ser un punto de inflexión, de no retorno.Afecta la vida de los hombres y de las mujeres. Ellos comparten espa-cios que solían ser de su exclusivo dominio, aun cuando mantienen sus

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jerarquías en varios de ellos. Ellas incorporan responsabilidades en elmundo del trabajo que se suman a las que históricamente tenían en elmundo doméstico. Para los niños y niñas, para los y las adolescentes,esta alteración en las relaciones e identidades genéricas supone, encierta medida, modelos de socialización diferentes de los que primarondurante siglos.

Sin embargo, reconociendo a ésta como una época de grandes cam-bios en las relaciones de género y en las definiciones de masculinidady feminidad, es importante subrayar que el ritmo de cambio no es pa-rejo ni se extiende por el conjunto de cada sociedad del mismo modo.Pueden producirse cambios en algunas dimensiones o en algunos gru-pos más tempranamente que en otros, abriéndose, por ejemplo, reno-vados espacios para la expresión emocional de los varones en la esfe-ra privada, a la vez que persiste su posición jerarquizada en el mundolaboral e incluso en el ámbito comunitario. Y pueden convivir diversasdefiniciones y prácticas de la masculinidad en grupos y sociedades apa-rentemente homogéneos.

En este contexto, hablar de “nueva masculinidad” pareciera ser a lavez una tautología, pues la masculinidad en tanto categoría cultural haestado siempre reinventándose, y una falacia, pues sus transformacio-nes no alcanzan necesariamente a todas las dimensiones ni a todos loshombres al mismo tiempo, a modo de un “renacer unidireccional y co-lectivo”, entre otras cosas, porque tampoco surgen de un piso común.8

Tal vez, esta idea surja ligada a imágenes auspiciosas en las cuales losvarones se involucran más en la crianza y el juego con los hijos e hijas,pero todavía hay camino por recorrer en la flexibilización de las mascu-linidades.

Así, frente a escenas y escenarios aún desfasados entre el horizon-te de igualdad entre los géneros y el día a día de las mujeres y los hom-bres en sus prácticas de interacción, el cambio de siglo permite cons-truir hipótesis en diversos sentidos respecto de las condiciones paranuevas definiciones de masculinidad y feminidad, y también respectode la modificación de las relaciones de género. En este vaivén es difí-cil predecir cuál será la configuración de nuevos modelos de masculini-dad y, menos aún, cuál será su extensión real o cuánto tiempo demo-rará en filtrar no sólo los deseos de la mayoría de los hombres y lasmujeres sino la estructura de organización de las sociedades en las quevivimos. En países en los que los medios de comunicación se rego-

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8 A pesar de esta crítica al concepto de “nueva masculinidad”, entendemos queéste puede tener un objetivo político, al encerrar una utopía y una crítica a los patro-nes de masculinidad tradicionales y hegemónicos.

dean con datos sobre el incremento cuantitativo y cualitativo de las for-mas de violencia pública, la violencia de género –aquella que se presen-ta en vínculos que suelen construirse sobre la base del afecto o la atrac-ción sexual– no ha dejado de existir. Y mientras tanto, nuestro choferde taxi tal vez seguirá recorriendo calles y hospitales de la ciudad sinpreguntarse por qué golpeó a su esposa, por qué se lastimó a sí mis-mo, ni por qué cayó su niña desde la terraza.

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5. Conflicto y transformaciónGraciela Di Marco

Introducción

Como ya señalamos, vivimos en la actualidad en un mundo de para-dojas respecto de las relaciones de género: los enormes avances enlas legislaciones, que permiten la afirmación de los derechos de lasmujeres, su incorporación creciente en el mercado de trabajo,1 s up r o tagonismo en los niveles social y político. En general, los cambiosque han ido generando los movimientos de mujeres pueden ser utili-zados para refo rzar una concepción que minimiza la desigualdad, laviolencia y el maltrato que aún persisten y que, en algunos casos, sea c r e c i e n ta n .

Ulrich Beck (1998: 32) afirma que el plus de igualdad ganado por lasmujeres nos muestra más claramente los nudos críticos de las desi-gualdades que aún persisten:

“Queda la pregunta de si esta desigualdad entre hombres y mujeres,a todos los niveles, ha cambiado realmente durante las últimas décadas.Los números hablan un doble lenguaje. Por un lado, se han producidocambios memorables, sobre todo en los ámbitos de la sexualidad, el de-recho y la educación. De hecho, sin embargo, son más bien cambios enla conciencia y sobre el papel (con la excepción de la sexualidad). Frentea estos cambios se observa, por el otro lado, una constancia en el com-portamiento y las situaciones de hombres y mujeres (sobre todo en elmercado laboral, pero también en cuanto a la protección social). Eso tie-

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1 Sin embargo, esto no va acompañado por paridad en los ingresos. En un estu-dio realizado en la Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay, María Elena Valen-zuela (2000: 64) señala: “En todas las categorías ocupacionales las mujeres tieneningresos inferiores a los hombres, especialmente en los grupos de ingresos más al-tos: empleadores, profesionales y técnicos que se desempeñan por cuenta propia.Las menores diferencias se registran entre los trabajadores por cuenta propia noprofesionales y en el servicio doméstico, cuyos ingresos son los más bajos en la es-cala ocupacional y donde la presencia masculina es irrelevante”.

ne el efecto aparentemente paradójico de que el plus de igualdad nosconciencia todavía más sobre las desigualdades que persisten e inclusose están agudizando. [...]

“Los hombres, a la vez, han adquirido una retórica de igualdad, sinque sus palabras se traduzcan en actos. La capa de hielo de las ilusioneses cada vez más frágil: al tiempo que se equiparan las condiciones pre-vias (de formación y de derecho), las situaciones de los hombres y lasmujeres se tornan más desiguales, más conscientes y pierden más legi-timidad”.

Los conflictos familiares

Las familias enfrentan nuevos (y viejos) conflictos, que muy a menudono pueden resolverse; esto profundiza la intolerancia en la pareja y elmaltrato o abandono afectivo hacia los niños y las niñas. Algunos deellos se refieren a la relación de pareja, la sexualidad, la crianza de lo hi-jos, la realización de las tareas domésticas, los desacuerdos acerca dela distribución del dinero y la toma de decisiones referidas a su uso, ladificultad de conciliar la vida laboral y la familiar, especialmente en el ca-so de las mujeres. Además, existen procesos complejos de separacio -nes y divorcios, maltrato y abuso hacia niños, niñas y adolescentes, ladificultad de algunos adultos para establecerse como figuras de autori-dad durante la crianza, el abandono y soledad de los y las adolescenteso las personas mayores. En definitiva, un sinnúmero de reclamos deapoyo emocional, que coexisten con la necesidad de individuación yrespeto por la privacidad.

Los conflictos se definen como aquellas situaciones en las cuales losintereses de las personas o los grupos se encuentran en oposición, yasea en forma ex p l í c i ta o implícita. En la base de los conflictos se en-cuentran relaciones de dominación configuradas en el desigual ejerciciodel poder, pero en las familias, además, estas relaciones están compro-metidas por los vínculos entre las personas, es decir, por la inmersiónen un río de emociones y sentimientos.

Estas situaciones pueden asumir diferentes modalidades, según lascaracterísticas personales y la historia de cada individuo y de la relaciónen la que se presenta: algunas personas se sumergen en el conflictocomo en una “llamada de guerra”, otros prefieren reprimirlo o eludirlo yotros negociar. Las identidades de género de todos los miembros delgrupo, su grado de ajuste a las expectativas y valores dominantes, susprocesos de transformación participan fuertemente en los conflictosque se generan.

Los conflictos constituyen una faceta habitual en las relaciones en-tre personas y grupos. Si se los considera como anormalidades en los

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vínculos o se los acepta con resignación o se los reprime se pierde devista su potencial transformador de las relaciones sociales.

En el ámbito familiar los conflictos se deben a una multiplicidad decausas, pero una dimensión relevante está conformada por las prácticasde muchas mujeres que, aun de forma ambigua y contradictoria, ex i g e nel respeto de sus derechos y un lugar propio en el sistema de autoridadfa m i l i a r, lo que ocasiona frecuentes conflictos con sus compañeros va-rones, que sienten amenazadas sus concepciones y prácticas tradicio-nales, hasta tal punto “ n a tu r a l i z a d a s ”, que cualquier propuesta de modi-ficación resulta inconcebible y es contestada hasta con violencia.

Si precisamos aún más, obtendremos que los conflictos familiaresmás comunes son los vinculados con las relaciones de pareja y con loshijos e hijas. Algunas de las situaciones conflictivas están vinculadascon el trabajo remunerado de las mujeres, las prácticas de crianza, lasexualidad y el erotismo, la participación social, categorías que no sonexhaustivas y que se encuentran imbricadas en las relaciones entrehombres y mujeres dentro de los grupos familiares.

El contexto de deterioro salarial y crisis económica por el que atra-viesan muchos países, en especial la Argentina, genera en las familiasdiversas estrategias, que involucran frecuentemente una progresiva in-corporación de las mujeres al mercado de trabajo, lo cual puede produ-cir resistencias de parte de los cónyuges o agudizar sentimientos decelos y posesividad, que finalmente recaen en acusaciones y culpabili-zación hacia sus compañeras, o presentar conflictos entre los cónyu-ges por el control del dinero.

Algunas mujeres no sólo buscan un trabajo por necesidad, sino quelo hacen para desarrollar un oficio o una profesión; otras, desean enca-rar estudios de diversa índole, desde los vinculados con entrenamien-tos diversos, para mejorar su posicionamiento en el mercado laboral, o“solamente” para aumentar sus conocimientos. En algunos casos, es-tos intentos son frustrados por la imposibilidad de revertir formas tradi-cionales de organización doméstica basadas en estereotipos de géne-ro. Frecuentemente todos los integrantes del grupo familiar, incluidaslas mujeres, consideran que ellas deben ser las cuidadoras de todos ylas organizadoras de la vida doméstica, incluso si trabajan fuera todo eldía. El ideal de la mujer-madre dificulta a las mujeres reflexionar acercade sus deseos como personas, más allá de los mandatos sociales.

Este cuadro se agudiza cuando el hombre experimenta que se dete-riora o se pierde su capacidad de proteger económicamente a la fami-lia y, por lo tanto, ve disminuido su poder. Las mujeres también pro-mueven este cuadro de descalificación masculina pues colaboran enreproducir las exigencias patriarcales por las cuales se espera que loshombres sean los principales proveedores, un contrato implícito en lasrelaciones matrimoniales.

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Los conflictos –frecuentemente expresados en el plano de lo afecti-vo (“nos dejás solos”, “con quién se van a quedar los chicos”)–2 abar-can oposiciones de intereses donde subyacen relaciones de poder en-tre sus integrantes: el hecho de que las mujeres ganen dinero, enocasiones, produce “crisis” en los contratos de pareja precisamenteporque ellas podrían avanzar sobre ámbitos de decisión atribuidos al va-rón. Si sumamos a esto que muchas veces el sueldo de las mujerespuede ser el único recurso económico familiar o incluso, cuando ambostienen trabajo, que ellas tengan la posibilidad de obtener un ingresomás elevado que el del varón, se puede interpretar que detrás de losconflictos por la organización doméstica y el cuidado de los hijos tam-bién se esconde un auténtico temor a los cambios en las relaciones depoder y autoridad. Pues esta modificación podría generar el quebranta-miento de una pauta fuertemente arraigada: la del hombre proveedor,cuyo rol lo habilita para ser la autoridad familiar.

Los conflictos en el ámbito de la sexualidad y el erotismo frecuente-mente están ocultos. Existen situaciones por las cuales muchas muje-res no reciben la consideración y el respeto de sus compañeros haciasus necesidades y deseos. De hecho, muchas de ellas suelen acomo-darse a los requerimientos eróticos del varón, por ejemplo, frente a lademanda de sexo sin protección, como prueba de confianza o comotestimonio de fidelidad y recato. Prueba de ello es la epidemia de VIH-sida y el incremento en la proporción de mujeres infectadas.3

Ana María Fernández señala que el matrimonio monogámico –es de-cir, el derecho exclusivo del marido sobre la sexualidad de la esposa–

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2 Estos mecanismos ejercen violencia sobre los deseos personales (salir a traba-jar por el deseo de comunicación social más allá de las fronteras de la casa o paracapacitarse en una tarea de su agrado) mediante recriminaciones o reproches sus-tentados en patrones tradicionales, por ejemplo, en la acción de impedirle a la mu-jer la posibilidad de trabajar en función de que cumpla con su deber de madre atiempo completo (Fernández, 1993).

3 Si se toma como indicador la relación hombre-mujer de los enfermos/as notifi-cados de VIH-sida en la Argentina, puede observarse que el grupo de personas quepadecen la enfermedad ha ido variando. Lo que al principio parecía una epidemia su-frida casi exclusivamente por los varones se está expandiendo hacia las mujeres enforma creciente: en 1988 la relación hombre/mujer fue de 12.6; en 1993 descendióa 4.0 y en 2001 la razón hombre/mujer es de 3.2,1. Esta expansión se explica debi-do a las relaciones sexuales sin protección y además podría relacionarse con la difi-cultad para establecer relaciones de respeto hacia la integridad física y emocionalde las mujeres en las relaciones sexuales. Ministerio de Salud. Estadísticas de sa-lud (1998-94). Programa LUSIDA (2001).

sólo puede sostenerse a través de un proceso histórico social de pro-ducción de una particular forma de subjetividad: la pasividad femenina.Dice la autora: “La violencia simbólica inscribe a las mujeres en enla-ces contractuales y subjetivos donde se violenta su posibilidad de no-minarse y se las exilia de su cuerpo erótico, apretándolas en un para-digma de goce místico que –en verdad– nunca ha dejado de aburrirlas”(1993: 189).

Esta realidad violenta en las mujeres la posibilidad de elegir el mo-mento, el sujeto y la forma que adquiera el encuentro con los compa-ñeros sexuales elegidos. La posibilidad de relaciones más democráti-cas entre los sexos implica la paridad en la satisfacción del deseopropio y la búsqueda de una confianza mutua que permita el disfruteerótico en igualdad de condiciones.

La participación social de las mujeres está ligada en varios sectoresa la supervivencia del grupo familiar –debido a las situaciones críticasde pobreza que atraviesa más de la mitad de los hogares en nuestropaís–, ya sea sosteniendo comedores populares, emprendimientos so-lidarios, luchando en las organizaciones barriales o de trabajadores de-socupados. Si bien algunos hombres pueden aceptar que las mujeresse incorporen a estas actividades, lo hacen desde la misma lógica conla que aceptan que busquen un trabajo remunerado, es decir que la ac-tividad representa la obtención de recursos materiales para la subsis-tencia familiar. En cambio, algunas mujeres se involucran en la accióncolectiva, ya no sólo por la obtención de mejoras en la calidad de vidadel grupo familiar, sino por la posibilidad de opinar y decidir desde suspropias convicciones, con el fin de ampliar el horizonte de su ciudada-nía. La participación de las mujeres en el ámbito público favorece la to-ma de conciencia y el desarrollo de grados muy importantes de auto-nomía, lo que provoca la visibilización de los conflictos interpareja quefrecuentemente permanecían ocultos.

Los adultos, educados en sistemas de autoridad donde se desplega-ban relaciones asimétricas con respecto al saber –se puede pensar, porejemplo, en el supuesto de que los adultos, padres y maestros, ense-ñan a los más jóvenes–, actualmente se enfrentan con que en una par-te de la niñez y de la adolescencia se han instalado nuevos lenguajes,vinculados con los juegos de video, las redes informáticas, los video-clips. Y, por consiguiente, los adultos descubren nuevas fuentes de co-nocimientos y prácticas en las que no tienen un papel preponderante.De este modo, la relación asimétrica planteada por la modernidad en-tre adulto que sabe y niña o niño que no sabe hoy aparece invertida. Laexpresión “pequeños monstruos”, según Narodowski (1999: 47), des-nuda el hecho de que la infancia actual desborda las tradicionales repre-sentaciones a las que el mundo adulto estaba habituado.

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Para otros chicos, al contrario, este mundo de la posmodernidad es-tá considerablemente apartado de su experiencia cotidiana debido aimpedimentos económicos. Sin embargo, no por que esté alejado ellosignoran que existe. Los medios de comunicación, en especial la televi-sión, muestran esta realidad descarnadamente, interpelándolos con laincitación a un consumo del que están excluidos. Esta contradicciónmuchas veces origina sentimientos de humillación, los que se agravanpor la escasa presencia de políticas públicas redistributivas que gestio-nen las desigualdades.

La situación de unos y otros presenta nuevos conflictos y, por lo tan-to, desafíos a la crianza. El desconcierto de los padres y las madres serefleja en un ejercicio de la autoridad debilitado, ausente o represivo. Ladificultad del ejercicio de la autoridad se observa tanto en las prácticasde aquellos progenitores de niveles socioeconómicos medios o altos,que creen que deben responder a las demandas de sus hijos orienta-das al consumo, como en las de los padres de sectores empobrecidos,que se sienten frustrados en su tarea parental porque las circunstan-cias socioeconómicas que los afectan les impiden gratificar a sus hijosmaterialmente. En ambos casos, no se analiza críticamente la realidady la necesidad, sino que se actúa impulsado por el reclamo, ya sea quepueda satisfacerse o no, renunciando a reflexionar junto con los hijos oa establecer los límites que sean necesarios.

Deconstruir en la vida cotidiana la noción de órdenes-obediencia o lanoción de abandono para pasar a vínculos de autoridad paterna y ma-terna que permitan guiar a los niños y niñas en su proceso de creci-miento hacia niveles de mayor autonomía –con los límites necesariospara cada quien según la situación, y no fijados previamente por su se-xo o por su edad– permitiría a los niños y niñas disfrutar de la seguri-dad que confiere la autoridad, siempre que ésta se base en el amor, elapoyo y la orientación. Este vínculo de autoridad se sustenta en el ejer-cicio del derecho de los más chicos a escuchar y a ser escuchados y enque sus opiniones, sentimientos y deseos sean tenidos en cuenta.4

La falta de estrategias para enfrentar los cambios y la demanda pormayor autonomía de niños, niñas y adolescentes generan conflictos enlas relaciones familiares, al poner en crisis las prácticas de autoridad delos adultos, las que oscilan, como señalamos, dentro de un abanico de

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4 El artículo 12 de la Convención sobre los Derechos del Niño establece que ca-da niña, niño y adolescente tiene derecho a escuchar y ser escuchado en el ámbitode la familia, en distintos ámbitos sociales y explícitamente durante los procedi-mientos administrativos y judiciales que los afecten (también están vinculados losartículos 13 al 17).

alternativas: que van desde el dejar hacer hasta el controlar excesiva-mente. Esta conflictividad puede agudizarse en los casos en los que lacrianza de los niños y niñas se produce en hogares con mujeres al fren-te, sobrecargadas por la suma de responsabilidades vinculadas con lamanutención y la crianza.

Relacionado al complejo de pautas que rodean al ejercicio de la ma-ternidad, hemos observado cómo muchas mujeres se debaten entre elejercicio de sus derechos en la relación de pareja y la sensación de cul-pabilidad frente a sus divorcios o separaciones, pues estos hechos fre-cuentemente son evaluados como el resultado de los intentos de cam-bio por parte de la mujer y, a la vez, como la causa de los problemaspsicológicos y sociales de los hijos e hijas. Por el contrario, otras muje-res evalúan de manera positiva su situación, y consideran que están in-tentando organizar un contexto de crianza más seguro en términosemocionales y físicos, pues el no permanecer con un compañero ha si-do el resultado de decisiones vinculadas con el desamor o el maltrato.

Procesos comunicacionales y conflicto

Las situaciones comunicacionales en los grupos familiares pueden sercaracterizadas como constructoras de situaciones discursivas, genera-doras o no de situaciones conflictivas. En general, las situaciones con-flictivas en el ámbito de la familia tradicional se presentan en el marcode procesos comunicacionales unidireccionales, en los que el emisorproduce un mensaje y el receptor lo recibe en condiciones de asime-tría y en un contexto de imposibilidad de constituirse él mismo en nue-vo emisor. Esto significa que el emisor no requiere respuesta ni le pres-ta atención a su interlocutor en caso de que la hubiera. En síntesis, elemisor construye su mensaje en una situación comunicacional habilita-da por situaciones discursivas asimétricas acordadas explícita o implíci-tamente.

El discurso es un mensaje situado (Verón, 1995: 236), una situacióndiscursiva que se da en el marco de una relación –el que produce dis-curso y su destinatario– en la que se articulan diversos componentes,y se despliegan valores según las especificidades de las distintas ope-raciones. La construcción discursiva no es neutra, en ella se ponen enjuego poder y autoridad desde una dinámica particular; esta movilidadhace que la comunicación esté en permanente transformación.

Por otra parte, el discurso es una “forma textual” construida con dis-tintos códigos o lenguajes (el verbal, el no verbal: corporal, gestual, vi-sual, entre otros) que portan significados y definen sentidos en el mar-co de la relación. Se crean discursos a partir de la elección del códigoelegido y desde una determinada práctica de poder y autoridad.

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Asimismo, las operaciones productoras de sentido en el seno del dis-curso son al mismo tiempo prácticas sociales específicas. La noción deproceso de producción supone la noción de un sujeto productor y éstesólo puede ser definido en términos de su lugar social.5 En la constru c-ción discursiva, los actores tejen una “trama significante” a partir de unsistema de ida y vuelta permanente, de reenvíos múltiples e inesta b l e s ,un sistema complejo de producción de sentido.

En el marco de las relaciones familiares, los discursos que circulanson operaciones productoras de sentido y al mismo tiempo prácticassociales específicas que ponen en juego, en el contexto de lo que po-dría denominarse “el discurso familiar”, ciertas creencias y dogmas, na -turalizados, favorecedores y promotores de situaciones conflictivas, es-pecialmente vinculados con las relaciones de género.

En algunas familias, el discurso tradicional de género promueve unaserie de creencias que apoyan formas violentas de resolver conflictosy situaciones de abuso emocional en la comunicación, que se puedensintetizar en las siguientes:

• el padre y la madre son desiguales dentro de una jerarquía fija ynatural: “Alguien tiene que mandar, alguien tiene que tener la úl-tima palabra, el hombre sabe tomar decisiones mejor...”;

• las mujeres son incapaces de ocuparse de otras cosas que nosean las vinculadas directa o indirectamente con el hogar;

• las buenas madres se ocupan exclusivamente de los hijos;• la familia debe ser unida, monolítica y tratar de esconder los con-

flictos hacia fuera y hacia adentro;• los hijos no pueden participar en la toma de decisiones, a veces

ni siquiera son tomados en cuenta como sujetos aun cuando setrata de sus problemas (basado en Ravazzola, 1997).

En las familias autoritarias, el grupo debe delegar en la autoridad –gene-ralmente masculina– la resolución de los problemas que les atañen a to-dos. Esta autoridad debe decidir sobre permisos y prohibiciones y deter-minar qué está bien o qué está mal. Si algún miembro desafía ocuestiona esta autoridad es considerado como un peligro para los miem-bros. Las creencias autoritarias pueden derivar con facilidad en situ a c i o-nes de abuso y violencia hacia los más débiles, en general, mujeres y ni-ños. El abuso, es decir, el uso indebido y exc e s i vo del poder, tiene un

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5 “El conjunto de determinaciones que define el lugar social de los productoreses lo que podemos designar como las condiciones de producción de los discursos”(Verón, 1995: 241).

núcleo central: el desdibujamiento del otro como sujeto, por lo tanto, lapersona abusadora encubre sus acciones en mensajes que tienen quever con el bien de la persona afe c tada por su conducta abusiva.

Los discursos de algunos hombres tienen características como lasque aquí se detallan:

• sólo ellos tiene la capacidad para determinar lo que está bien y loque está mal;

• la mujer y los hijos carecen de aptitudes para disentir y tomar de-cisiones autónomas;

• no reconocen los riesgos de la violencia ni para sí mismos ni pa-ra sus familias, y minimizan las consecuencias de sus acciones;

• justifican sus acciones basándose en la necesidad de corregir oeducar;

• siempre se perciben a sí mismos como perjudicados;• atribuyen las causas de su conducta a factores externos o a emo-

ciones extremas (basado en Ravazzola, 1997).

Algunas mujeres que sufren maltrato y violencia en la familia participande algunas de estas creencias y sentimientos:

• no dan importancia a diversas formas de maltrato, se autoculpa-bilizan;

• no reconocen el abuso hacia ellas;• aunque se sientan incómodas frente al abuso no reconocen su

m a l e s ta r, creen que tienen que aguantar por la unión de la fa m i l i a ;• parten de la “mística” de la condición materna: altruismo y olvido

de sí mismas;• el amor hacia el o los abusadores las confunden, no reconocen

sus derechos porque el miedo a la pérdida y la soledad les hacecreer que no hay otros caminos de interacción (basado en Ravaz-zola, 1997).

En los discursos de género de algunas familias autoritarias, la comuni-cación incluye:

• frases descalificadoras de quienes se creen autoridad hacia losque no se suponen autoridad. Del esposo a la esposa, de la ma-dre hacia los hijos e hijas, algunas veces de éstos a su madre opadre, del hermano mayor a los menores;

• gestos de desprecio de unos hacia otros que reemplazan la com-prensión y la identificación con el otro;

• frases disciplinadoras: Es bueno que..., es malo que..., las muje -res..., los hombres... Son generalizaciones que no tienen en

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cuenta las particularidades de cada miembro y que ignoran las di-ferencias en el ejercicio de las prácticas de género. Refuerzan lanecesidad de adoptar los mandatos morales de los padres acer-ca de cómo debe ser un hombre o una mujer;

• preguntas tipo mesa examinadora. Son preguntas que escondenuna desvalorización de quien responde, donde una respuesta quese aparte de aquella esperada por la autoridad será concebida co-mo incorrecta (basado en Ravazzolla, 1997).

En ocasiones, en las relaciones familiares se construyen situacionesdiscursivas violentas, es decir que la violencia se configura como la for-ma de interacción. En las relaciones violentas entre hombres y muje-res hay un sistema de creencias compartido por ambos miembros dela pareja que apoya modos de control ejercidos por los maridos o com-pañeros. El hombre cree que la mujer tiene la obligación de aceptarlosy la mujer los acepta para continuar en esa pareja y se autoculpabilizasi no los acepta. Las mujeres toleran muchas veces los maltratos y laviolencia, tanto psicológica como físicamente, por varias razones quese retroalimentan: la autoculpabilización por su comportamiento feme-nino, el miedo al agresor, su dependencia económica y emocional y laesperanza de que el agresor cambie.

El miedo y la sensación de amar al agresor determinan el lamenta-blemente conocido ciclo de la violencia, en el que la agredida perdona,cada vez que el hombre pide perdón, se arrepiente y le jura amor. Ladependencia económica también ayuda a la reproducción de la violen-cia. La baja autoestima de las mujeres, construida por la mirada delotro, a quien se teme y se admira, con quien se convive y quien cons-tantemente pone en duda la capacidad, la inteligencia, la creatividad yla capacidad de gestión de su compañera son rasgos que contribuyena generar desconfianza en la capacidad para generar los propios ingre-sos, lo que se agrava cuando se carece de un oficio o formación, mien-tras se ahondan las dificultades para salir de la casa debido a los con-troles del marido y a que la mujer se culpa a sí misma porque abandonaa sus hijos. Todo esto se suma a las dificultades reales que viven mu-chísimas mujeres y que están vinculadas con la imposibilidad de acce-der a recursos económicos legítimos (Schmukler, 2000).

El individuo que ejerce algún grado de autoritarismo o maltrato –seaverbal, emocional o físico– mayormente es una persona adulta, maridoo padre. Connell (1995: 44) señala dos patrones de violencia masculina:a) el de la violencia ejercida por muchos hombres para sostener la do-minación hacia las mujeres y b) el de la violencia como eje de la políti-ca de género entre los hombres, en sus modos de vinculación y apro-piación del poder entre ellos. Quienes reciben el impacto de esasprácticas generalmente son mujeres, niños y niñas, ancianas y ancia-

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nos. María Cristina Ravazzolla (1997) considera que en las relacionesviolentas la persona violenta desarrolla sentimientos de apropiación,impunidad, centralidad de sus necesidades y deseos, control y abusodel poder, mientras la persona maltratada manifiesta sentimientos deincondicionalidad, culpa, disminución del propio valor, del registro de supropio malestar y sumisión.

Frecuentemente, los sujetos que no son ni víctimas ni victimariospueden ser considerados como espectadores o cómplices de los he-chos violentos. El concepto de espectador pone el énfasis en los queno son ni víctimas ni perpetradores. La víctima y el victimario formanuna figura relacionada entre sí, mientras que los espectadores formanel contexto en el cual el hecho de violencia puede llevarse a cabo o pre-venirse. El comportamiento de los espectadores es lo que determinacómo seguirá el hecho violento: si no hacen nada, se convierten encómplices de la situación de violencia.

Los individuos del contexto son los testigos: los que están allí.Abrir la escena del maltrato y de la violencia a los otros que “e s t á nallí”: parientes, vecinos, amigos permite reconstruir la trama de rela-ciones donde la violencia tiene lugar. En algún momento se conoceen la familia, en el grupo de amigos o en el barrio que una mujer es-tá siendo golpeada o que están maltratando a un niño. La orienta c i ó npara hacer la denuncia o para recibir tratamiento es una posibilidad deromper ese silencio, y de comprometerse con la situación, para apo-yar a los sujetos en la búsqueda de otro camino que les permita saliradelante sin tener que soportar más maltratos. Estas iniciativas per-miten crear alternativas comunitarias de protección, muchas ve c e sm uy útiles, si se las compara con las situaciones que sufren las mu-jeres golpeadas.

Es bastante común que las mujeres golpeadas deban abandonar sushogares para vivir en un refugio,6 lo que conlleva un gran sentimiento depérdida, por no vivir más en su ambiente doméstico, por no poder ver asus conocidos o conocidas, agravado algunas veces por el cambio deescuela de los hijos e hijas. Por este motivo, actualmente se piensa enestrategias comunitarias de contención, cuidado y apoyo a las víctimasde la violencia, ya sea que se trate de mujeres adultas, niños, niñas yadolescentes, ancianos y ancianas o personas discapacita d a s .

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6 Los refugios para mujeres golpeadas son alternativas de alojamiento y protec-ción para estas mujeres y sus hijos/as, cuando la situación que viven en sus hoga-res es evaluada por los profesionales intervinientes como de alto riesgo para sus vi-das o las de sus hijos.

Consecuencias de la resolución violenta de los conflictos

La resolución violenta de los conflictos genera situaciones desfavo-rables para el desarrollo humano de sus miembros, particularmente pa-ra los grupos familiares de menores recursos:

• genera en las mujeres, niños y niñas traumas físicos y psicológi-cos;

• en ocasiones, deja a niños, niñas y jóvenes fuera de la escueladebido a la falta de atención y protección saludable de sus proge-nitores;

• empuja a los niños y jóvenes a la calle, a trabajos en condicionesde explotación y a integrarse en bandas que reemplazan la perdi-da imagen de familia;

• ataca la autoestima de las mujeres, niños y niñas maltratados eimpide el desarrollo personal, debido al sufrimiento y la carenciaafectiva que experimentan (basado en Schmukler, 2000).

Los pedidos de ayuda de las mujeres, que cada vez se atreven más adenunciar situaciones de violencia fa m i l i a r, muestran, aunque en fo r m ai n c o m p l e ta ,7 la gravedad de esta realidad. Según Horacio Chita rr o n i( 2 001: 65 y ss.) en los últimos tres años el promedio de llamados al ser-vicio de atención telefónica de la Dirección General de la Mujer del Go-bierno de la Ciudad de Buenos Aires ha sido de alrededor de 25.000 ca-sos por año, una cifra que casi duplica las denuncias de los años 1995 y1996, posiblemente debido a la combinación de la mayor difusión esta-blecida para este servicio con un clima social que comienza a desnatu-ralizar y condenar la violencia contra las mujeres, con mayor intensidadque en los años anteriores. De un conjunto de 325 fichas seleccionadas,casi la totalidad de las denunciantes residen en el Gran Buenos A i r e s( C a p i tal Federal y Conurbano). En el 96% de los casos es la misma víc-tima quien hace la denuncia. Los casos se agrupan en dos segmentos:las mujeres que denuncian antes de los 5 años (51%) y las que lo hacenrecién cuando la situación ha superado los 10 años (40%). En el 93% delos casos el agresor es el cónyuge (esposo o concubino) y en el 3% elex cónyuge. Un 85% de las denunciantes conv i ven con el agresor.

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7 No existen registros confiables en el nivel nacional, debido a la dificultad paraobtener información sobre el problema. Por esta razón nos referiremos a los resul-tados de una investigación realizada en la Ciudad de Buenos Aires, donde se regis-traron y analizaron las situaciones de violencia detectadas a través de los serviciosde prevención de violencia “doméstica” de la ciudad.

En el 88% de los casos se trata de mujeres con hijos y éstos convi-ven con la pareja en el 77% de los casos. En un 43% de los casos de-nunciados, los niños y niñas también son víctimas de violencia. Las mu-jeres agredidas que tienen entre 26 y 45 años suman casi un 70%,mientras que en la población de referencia son menos del 50%. Encambio, están subrepresentadas las mayores de 45 años: el 20% fren-te a más del 40% en el total. La tasa de empleo de las mujeres denun-ciantes es alta y alcanza el 54%, cifra considerablemente mayor que enla población de referencia: 38%.8

En cuanto a la ocupación de las denunciantes, hay un 37% de pro-fesionales (asalariadas e independientes). En la población de referenciaesta proporción es considerablemente menor: el 10%. Sólo el 12% delas denunciantes trabajan en servicio doméstico, ocupación que as-ciende al 21% en el total de la población de referencia. La sobrerrepre-sentación de las mujeres que tienen entre 26 y 45 años y las profesio-nales puede estar indicando que ellas son quienes “deciden” hacer losllamados al servicio de ayuda.

Entre los golpeadores a quienes aluden las llamadas telefónicas noparece haber más desempleados que en el conjunto de la población to-mada como referencia. Su tasa de empleo es del 83%, mientras que lle-ga al 74% en la población de referencia. Los profesionales suman un14%, mientras que en la población de referencia son menos de un 10 % .El 17% es personal de fuerzas armadas o de seguridad y el 13% est r a n s p o r t i s ta: estas dos actividades suman aproximadamente el 30%en la población de referencia, de manera tal que no se hallan sobrerre-presentados entre los cónyuges golpeadores, como lo indicarían losprejuicios acerca de situaciones de violencia asociadas con este tipo deempleos y/o con la baja calificación ocupacional. Finalmente, en el 43%de los casos denunciados también se reportan agresiones hacia los hi-jos e hijas menores de 18 años.

Poder, autoritarismo y violencia

Como hemos señalado al principio de este capítulo, los conflictos siem-pre son acerca del poder y la autoridad, explícita o implícitamente. A.Arendt (1954, 1996: 101) distingue entre poder, autoridad y violencia.Concluye que la violencia es invocada cuando el poder está amenaza-do y señala que la autoridad siempre demanda obediencia, la que es

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8 Población de referencia: en comparación con el total de mujeres residentes dela ciudad.

aceptada en el grupo gracias a la legitimidad y la confianza que se leotorga a esa autoridad. No es adecuado, entonces, confundir obedien-cia con violencia.

Robert Connell (1995: 44) destaca que la violencia forma parte de unsistema de dominación, pero es al mismo tiempo, coincidiendo conArendt (1954,1996: 101), una medida de su imperfección, ya que una je-rarquía legítima no tendría que usarla. La violencia surge de la negacióndel otro u otra. No es cualquier relación de poder, es una relación paraanular al otro, para excluirlo, para ignorarlo.

La autoridad otorga seguridades, protege, confirma a los otros. Sec o n s t ruye con actos mutuos de delegación, de protección, lo cual im-plica el debate sobre los vínculos y la remodelación de los principiosen los que se basan. La posibilidad de generar en algunos ámbitosuna práctica de autoridad más flexible, donde el lugar de quien deci-de sea asumido a veces por un sujeto y a veces por otro, de acuerdocon las circunstancias, significa que no siempre la autoridad deba de-legarse en una sola persona. La promoción de un discurso abierto porel cual se pueda enunciar la propia voz permite revisar las decisionesque llegan desde arriba de la pirámide y dar poder a los de abajo. As ícomo se exige que en el ámbito público, las autoridades públicassean legibles y visibles, para construir valores como la confianza, lasolidaridad y la democracia, también esto debe exigirse en la vida co-tidiana. El conflicto puede ayudar a transformar la autoridad: en la me-dida que se cuestionan las normas, la autoridad es desmitificada porel mismo grupo social, que de este modo la hace visible en sus fa l e n-cias, tomándola por dentro, deconstruyéndola y construyendo nueva sa u t o r i d a d e s .

Democratización de las relaciones familiares

Cambios en las familias

Actualmente algunos grupos familiares están abriendo procesos de ne-gociaciones que cuestionan las relaciones de poder y autoridad, lo cualpuede indicar que estarían en crisis los “acuerdos” que legitiman la de-sigualdad entre hombres y mujeres y se estarían problematizando losdiscursos legitimados de las viejas prácticas patriarcales.

Si bien estos procesos, frecuentemente iniciados por las mujeres,están en marcha, en algunos grupos familiares aún predominan las fo r-mas tradicionales de acuerdos y la manera de dirimir los disensos, táci-tamente bajo el poder del padre u otro varón de la familia. Dada esta si-tuación, nos parece central para la democratización de las relacionesfamiliares dar a conocer elementos que faciliten la toma de conciencia

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sobre la posibilidad de enfrentar los conflictos a través de negociaciones–cuando sea posible hacerlas– tal como se propondrá más adelante.

En este capítulo nos pareció necesario trasladarnos a un nivel deanálisis de prácticas concretas que puedan servir como motivadoraspara la acción, como resultado de lo aprendido en la implementacióndel Programa de Democratización de las Relaciones Familiares en losúltimos años. No pretendemos dar menús de opciones ya elaborados,sino desplegar algunos temas que puedan ser utilizados incorporándo-los a estrategias de cambio más integrales.9

Están indicando procesos democratizadores: los procesos de cambiode las pautas de conv i vencia a través de la revisión de los patrones dedesigualdad existentes y de la inclusión de todos los miembros de la fa-milia en una nueva dinámica más flexible; el reconocimiento de las mu-jeres y de los hijos e hijas como sujetos de derechos en la dinámica fa-miliar y la fa c i l i tación del reconocimiento de las necesidades y deseosde cada integrante de la familia sin realizar discriminaciones en contrade las mujeres y de los niños y niñas. Estos cambios en las relacionesfamiliares involucran formas de conv i vencia donde se replantea la subor-dinación de género, donde tanto las madres como los hijos y las hijas–de acuerdo con la edad, el ciclo vital y los niveles de maduración– tie-nen el derecho a ser respetados, oídos, tenidos en cuenta, sin ningún ti-po de descalificación o maltrato, en virtud de su género o su edad.

Negociaciones tradicionales y democratizadoras

Muchos de los procesos democratizadores son el resultado de nego-ciaciones en la vida familiar. Las negociaciones son procesos de mutuacomunicación encaminados a lograr acuerdos con otros cuando hay al-gunos intereses compartidos y otros opuestos. Se refieren a discutirnormas, acordar con otros nuevas formas de interacción en algún as-pecto de la vida de relación y/o asignaciones de recursos simbólicos omateriales; mediante las negociaciones se intenta resolver un conflictoa través de un acuerdo mutuo. Son procedimientos de discusión quetienen como objetivo conciliar puntos de vista opuestos. Las negocia-ciones se realizan cuando el acuerdo no es evidente, y cuando los pro-tagonistas en desacuerdo intentan encontrarlo (Touzard, 1987).

Es importante comprender dentro de qué marcos culturales se pro-duce el proceso de negociación en el ámbito familiar. Cuando tiene lu-gar en condiciones tradicionales de complementariedad y asimetría de

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9 Con este propósito hemos editado una Guía de Recursos para Talleres de De-mocratización Familiar.

poder, a menudo lleva a una lucha en la que, por un lado, las mujerestratan de ejercer poder en alguna esfera de la vida cotidiana, a travésde múltiples formas (coerción, disimulación, persuasión, acomodación,etc.), mientras que los varones, al estar seguros de que ejercen el po-der no negocian, simplemente imponen (Di Marco, 1997). En casos derelaciones simétricas, donde cada uno es reconocido por el otro comoportador de legitimidad para iniciar el proceso para acordar posicionese intereses, se trata de construir acuerdos donde los negociadores tie-nen, desde ambos lados, la posibilidad de redefinir la situación para es-tablecer otra nueva situación que los beneficie a ambos.

En las negociaciones tradicionales no se cuestionan las condicionesde asimetría de poder y autoridad, que son las habituales dentro del sis-tema patriarcal. Las negociaciones se manifiestan como una confron-tación abierta sobre los espacios de poder o como una transacción in-directa, en la cual se cede algo para conseguir la meta deseada, perosin cuestionar la legitimidad del poder del otro ni aclarar necesidades yderechos de la parte que no tiene culturalmente legitimidad para deten-tar el poder.

La desigualdad de género dificulta la negociación por varias razones:

• las expectativas de género inciden negativamente en muchasmujeres para sostener sus deseos y objetivos y transformarlosen intereses;

• a muchos hombres les cuesta escuchar los deseos y los interesesde las mujeres;

• las diferencias de recursos entre hombres y mujeres pueden plan-tear una gran dependencia económica de algún miembro, gene-ralmente de las mujeres.

Muchas mujeres sienten que su condición “femenina” las aleja de laposibilidad de negociar y prefieren “ceder espacios y aspiraciones legí-timas”, “ceder antes que negociar para mantener la armonía del hogar”(Coria, 1998: 31). Entonces, se autoimponen silencio, disimulan, repri-men los enojos por miedo a provocar disgusto, malestar o incomodi-dad, se autopostergan en nombre del amor, por el bienestar de losotros, como un acto de abnegación que reproduce la falta de reciproci-dad. Toleran las dependencias, ceden espacios por miedo a no ser con-sideradas buenas mujeres, buenas madres.

Por todas estas razones, históricamente las mujeres han desarrolla-do múltiples formas para conseguir sus objetivos a través del “no de-cir”, del silencio, como disfraz de prácticas no autorizadas para el géne-ro femenino; “las tretas del débil”, que se han constituido en tácticas deresistencia –como señala Josefina Ludmer (1985)–, dejan a las mujeresmenos expuestas a la crítica en la lucha por sus necesidades, aunque

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simultáneamente les impiden lograr un reconocimiento explícito de susderechos. Consecuentemente, es posible que obtengan algunos logrospara ser más tenidas en cuenta, pero los demás no los evalúan comoconsecuencia de la negociación. O, por otra parte, pueden fracasar, loque implica volver a la situación inicial sin ninguna posibilidad de modi-ficar la situación.

En cambio, las negociaciones democratizadoras permiten la trans-formación del discurso familiar. Estas negociaciones son producto delas prácticas de las mujeres por adquirir reconocimiento y control enciertos aspectos de la vida familiar, y son acompañadas por argumen-taciones que sustentan sus deseos y sus derechos a iniciar algunoscambios. Estos argumentos constituyen el denominado discurso dederechos.

Los cambios en los modelos de género: impacto del discurso materno

En trabajos anteriores hemos definido el discurso de derechos comolas explicitaciones de las prácticas transformadoras que realizan lasmujeres en el proceso de constituirse como sujetos: las luchas para ad-quirir mayor estima de parte del marido y de los hijos, para que el tra-bajo doméstico que ellas realizan sea valorado, para que sus deseos desalir a trabajar o a participar en alguna actividad sean reconocidos, paraque sus decisiones sean respetadas (Di Marco, 1997).

Muchas mujeres constantemente realizan intentos de negociacio-nes en diversas áreas (algunas en aspectos de la crianza de los hijos;otras, en el manejo del dinero; otras, para salir a trabajar). Pero es ne-cesario que expresen las razones de estas negociaciones, o los bene-ficios que esperan obtener para ellas o los que han obtenido, para quese produzca una ruptura con las concepciones de género tradicionales.Las mujeres que explicitan por qué decidieron realizar determinados re-clamos a sus compañeros o por qué han elegido alternativas diferentesde las tradicionales de subordinación han pasado de la ambigüedad dis-cursiva a una reflexión consciente y racional sobre las motivaciones desus conductas de desafío de la autoridad masculina en el grupo fami-liar, proclamando su derecho a trabajar o a participar o a manejar el di-nero de una manera más igualitaria. Para que se produzcan cambios enel discurso familiar, además de lo que hacen las mujeres, es necesarioel argumento, la palabra de las mujeres. Es decir que expliquen por quéhacen lo que hacen, que se presenten como sujetos de derechos, auncuando este discurso verbal presente contradicciones. La contradiccióno ambigüedad materna, cuando es explicitada, abre un debate en eldiscurso familiar acerca de las conductas apropiadas para cada género.

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Cuando las mujeres ejercen poder como resultado de negociacionesdonde utilizan argumentos tradicionales, no cambian el discurso fami-liar. Por ejemplo, las mujeres que controlan los recursos económicosde todos los miembros de la unidad doméstica que tienen trabajo re-munerado, asignando las prioridades y los gastos, ejercen poder en elárea del presupuesto familiar, pero en sus discursos y en los de susmaridos e hijos se considera al padre como la autoridad en ése ámbitode la vida familiar. A medida que las mujeres rompen las argumentacio-nes tradicionales en algunas de las áreas en las que negocian, habilitana sus hijos, hijas y compañeros a la posibilidad de reconceptualizar susrepresentaciones de género. En general, la contradicción más frecuen-te surge sobre la posibilidad de sostener un argumento sobre el dere-cho al uso del dinero o a la realización compartida del trabajo domésti-co o a la salida para ir a trabajar, pero no ocurre lo mismo sobre laobligación femenina de criar a los hijos e hijas, más atada a la moral tra-dicional (Di Marco, 1997).

La voz de la mujer, que enuncia su verdad, diferente de la de los mo-delos tradicionales, con la que explica sus deseos y sus prácticas, pro-duce impacto en el discurso familiar, el que está compuesto de un re-pertorio de significados implícitos y explícitos acerca de las relacionesde género, de las expectativas mutuas, de lo que se espera de hijos ehijas, de la forma de comunicación entre los miembros del grupo fami-liar, de la expresión de los afectos, de quién tiene autoridad y en quéaspectos de la vida familiar. Este discurso familiar ha sido modelado porla historia de cada uno de los integrantes, de sus logros y dificultadesafectivas, económicas y laborales.

Autoridad y lenguaje de derechos

La autoridad se basa en el reconocimiento de que alguien está real-mente habilitado para ejercer el poder, ya sea desde la moral de la so-ciedad o desde un grupo familiar en particular. Al quedar el discurso tra-dicional intacto, los hijos saben que su madre tiene poder en algúnárea, sin embargo, no le dan el reconocimiento que ella debiera tenersi hubiera proclamado sus derechos. El discurso tradicional no es al-terado aunque las prácticas, al menos en parte, lo contradigan. La ex-posición de un discurso de derechos tiene el efecto de proclamar lalegitimidad de una conducta diferente del modelo sex i s ta. Esta ex p l i-c i ta c i ó n posibilita la construcción de una ideología de género en transi-ción hacia formas de convivencia más simétricas entre los géneros (DiMarco, 1997).

¿Cuáles son las mujeres que tienden a enunciar un discurso de de-rechos? Según nuestras investigaciones, son aquellas en cuya vida co-

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tidiana se encuentra presente la combinación de trabajo remuneradoextradoméstico y de participación comunitaria. La afirmación de las ma-dres de su derecho a trabajar y participar parece estar positivamenteconectada con las ideologías de género en transición de los hijos. El tra-bajo remunerado fuera de la casa y la participación pueden ser simultá-neos o sucederse en el tiempo, pero como veremos en la siguientesección, la participación comunitaria refuerza el proceso de cambio delas mujeres, al permitirles una experiencia en el mundo público dondeellas prueban sus fuerzas y los conocimientos adquiridos en el ámbitodoméstico.

El discurso de derechos es más frecuentemente elaborado por lasmujeres que realizan negociaciones acompañadas con argumentacio-nes presentadas desde sus intereses, que explicitan los motivos y pro-pósitos de sus acciones. Ejercen abiertamente el poder en algún áreade la vida familiar y son capaces de presentarse como sujetos, no sóloen su condición de madres. Esto puede suceder tanto entre aquellasmujeres que mantienen sus parejas y realizan cambios dentro de lasmismas como entre quienes se han separado. En este último caso, lasmujeres son capaces de poner en palabras su evaluación de la antiguasituación y de la presente, pueden transmitir una representación de lamadre como actora de un proceso de cambio.

El discurso, como acción comunicativa, produce realidades; en estesentido el discurso de derechos puede conducir al logro de una mayorautonomía a través de un cambio en el grado de conciencia, que se tra-duce en una búsqueda de más control sobre la propia vida y en el re-conocimiento del derecho a tomar decisiones y a hacer elecciones. Elresultado es el protagonismo que transforma a los sujetos en agentes(en el sentido de que se convierten en personas que configuran su pro-pio desarrollo). Agente es la persona que actúa y provoca cambios y cu-yos logros pueden juzgarse en función de sus propios valores y objeti-vos, independientemente de que éstos sean evaluados o no en funciónde algunos criterios externos (Sen, 2000: 233).

La equidad en la negociación

En el espacio de negociación cada persona es portadora de necesida-des, intereses y metas que están ligadas al problema en cuestión, tan-to como a situaciones previas, de su propia historia personal y familiar.Esta suma de elementos que las personas llevan consigo no sólo res-ponde a elecciones personales sino que muchas veces está modeladapor expectativas que van más allá de lo personal, que están vinculadasa posiciones que ese sujeto ocupa socialmente, ya sea en la esfera pri-vada como en la pública.

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Las negociaciones son complejas, más cuando se dan en un marco dedesigualdad y subordinación. Si algunos parten de verdades natu r a l i z a d a sacerca del sistema de género y de autoridad, la negociación tendrá lugaren situación de inequidad. Esas verdades naturalizadas que se manifies-tan a partir de la desigualdad en las relaciones de poder, hacen que lasmujeres y los niños se subordinen a las decisiones de los varones. Lasverdades en las que se ha sido socializado “se llevan adentro” y much a sveces se convierten en patrones muy asentados, de modo que no permi-ten abrir procesos de negociación por ev i tación o se resuelven en detri-mento de los intereses de quien está peor posicionado socialmente.

Los mecanismos de negociación entre varones y mujeres, para con-tribuir a superar la desigualdad, deben cuestionar la “naturalidad” de ladesigualdad de autoridad y de recursos. La dominación masculina se le-gitima a partir de prácticas y discursos que hombres y mujeres tomancomo naturales y reproducen en la vida social. El poder simbólico cons-truye a dominadores y dominadas, que se inclinan a respetar, admirary amar a los que tienen el poder. La ruptura de esta relación de autori-dad naturalizada, requiere “una acción política para el logro de la trans-formación de las relaciones entre los sexos y el ocaso del orden mas-culino” (Bourdieu, 2000). Esta acción política significa no reconocer yresistir la legitimidad del poder de dominación de género.

“La violencia simbólica se instituye a través de la adhesión que el domi-nado se siente obligado a conceder al dominador (por consiguiente, a ladominación), cuando no dispone, para imaginarla o para imaginarse a símismo o, mejor dicho, para imaginar la relación que tienen con él, de otroinstrumento de conocimiento que aquel que comparte con el dominadory que, al no ser más que la asimilada de la relación de dominación, hacenque ésta parezca natural o, en otras palabras, cuando los esquemas quepone en práctica para percibirse o apreciarse, o para percibir o apreciar alos dominadores (alto/bajo, masculino/femenino, blanco/negro) son elproducto de las clasificaciones, de ese modo naturalizadas, de las que suser social es el producto” (Bourdieu, 2000: 49-50).

Para construir formas de relación que no se sustenten sobre la base delsilencio, la aceptación de la imposición del otro u otra, o la falta de con-sideración por el punto de vista de una persona es necesario recono-cer la desigualdad. Sin embargo, esto no es tarea fácil. Es preciso unproceso de desenmascaramiento de situaciones donde uno se encuen-tra en ventaja o desventaja para poder actuar en función de ellas.

Beck Kritek (1998) señala prácticas que podrían contrabalancear si-tuaciones de desigualdad, entre otras:

• reconocer y definir los propios intereses, sabiendo que están co-nectados con los de los demás;

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• decir la propia verdad y reconocer las diferentes verdades de lasotras personas involucradas;

• poner sobre la mesa la desigualdad, desnaturalizarla, de acuerdocon el flujo de la comunicación;

• no aceptar las situaciones definidas por costumbre o tradición, yaque al enmascarar las injusticias, contribuyen a perpetuarlas;

• expandir la posibilidades de resolución del conflicto, cuando seaposible;

• cuestionar las respuestas que se reciben. Así se hacen más cla-ros el conflicto y el contexto en el que éste se desenvuelve;

• mantener el diálogo, pero darse respiros, esto es, dar tiempo pa-ra que se procesen los intereses y necesidades de las partes;

• saber cuándo y cómo dejar la negociación, cuando es imposiblellegar a acuerdos.

Las cuestiones a tener en cuenta en las negociaciones:

• los intereses, tratando de entender en qué está auténticamenteinteresada cada parte;

• las opciones, para ver si se pueden satisfacer cabalmente los in-tereses de ambas partes;

• las diferentes normas de equidad para conciliar las diferencias. In-tercambiar propuestas en un esfuerzo por lograr un acuerdo sa-tisfactorio para ambas partes que, en todo caso, sea mejor que elretirarse de la negociación o de la relación;

• las alternativas creativas para el individuo y para la relación. Es útilsaber qué alternativas se tienen, en caso de no poder seguir ade-lante con la negociación.

Básicamente, negociar es una manera de conseguir lo que se quiere ylo que quieren los otros, buscando la aceptación de ideas, propósitosy/o estrategias entre dos o más partes que pueden poseer algunos in-tereses comunes y otros opuestos. Intenta producir, siempre que seaposible, un acuerdo desde la búsqueda de resultados orientados a me-jorar constructivamente, sin herir, ni dañar las relaciones entre las per-sonas. La negociación sucede cuando ambas partes necesitan llegar aun acuerdo y existen objetivos enfrentados parcial o totalmente. En to-da negociación hay una franja de relaciones y límites, el reto es poderdetectar hasta dónde uno está dispuesto a negociar teniendo en cuen-ta sus propios intereses y los del otro. Los intereses son aquellas cues-tiones que motivan a actuar y que se relacionan con las necesidades delogro, de reconocimiento, de estatus social y de autorrealización. Sonlos resortes silenciosos detrás de todo el “ruido” de las posiciones yvarían de una persona a otra.

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Descifrar los propios intereses, objetivos u estados deseados e inten-tar defenderlos es un primer paso para poder negociar. Ponerse en el lu-gar del otro y tratar de entender los intereses subyacentes que lo pue-den estar motivando es el segundo. Y el tercero, crear opciones parai n t e n ta r, sin violentarnos, satisfacer a ambos. Una de las dificultades máscomunes que se presentan al negociar es sentir que contamos con unasola alternativa, lo que inhibe la creatividad para encontrar soluciones.

Formas de resolución de los conflictos

Eric Schuler (1998) presenta una tipología de comportamientos: la ma-nipulación, la huida, la agresividad y la asertividad, en un cuadro condos ejes: el vertical, que pone el énfasis en la conexión con los demásy el horizontal que representa la manifestación de lo que verdadera-mente se piensa y quiere.

AperturaEscucha

MANIPULACIÓN ASERTIVIDAD

disimulo franqueza

SUMISIÓN/HUIDA AGRESIVIDAD

Repliegue sobreuno mismo

El uso de la agresión para resolver un conflicto implica no prestar aten-ción al deseo del otro. Uno responde a los propios intereses. No exis-te escucha, ni empatía en relación con el otro. Las actitudes de agre-sión más frecuentes pueden ser: egoísmo, indiferencia, violencia físicao simbólica, resentimiento, frustración, temor.

La sumisión, la huida son conductas de repliegue sobre el sí mismo.La persona se paraliza y no puede decir lo que piensa y siente. Se nie-ga a enfrentar la situación, ya sea porque no tiene valor para afrontarlao por considerar, en algunos casos, que no vale la pena. Los comporta-mientos más frecuentes que genera la sumisión son: temor, negación,bloqueo, encierro, aislamiento, evitación.

A través de la manipulación se intenta controlar o influir sobre losotros por medios desleales e injustos para obtener los propios propósi-

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tos. Se escucha demasiado bien al otro y a partir de esa escucha se in-tenta manipular sus dichos o sus acciones. El conflicto puede perpe-tuarse o agravarse, no por el contenido del problema, sino por la per-sistencia de la manipulación, que genera sentimientos de rechazo ycontramanipulación. Las actitudes más frecuentes de quien manipula:adular, aparecer como víctima, mentir, seducir, ser cómplice, compla-ciente, engañar y realizar acuerdos secretos, exagerar la generosidadpara obtener beneficios del otro, alimentar el amor propio del otro.

Se entiende por conducta asertiva a la capacidad que cada personatiene para afirmarse a sí mismo, para hacer oír la propia voz, mantenien-do una actitud de escucha atenta a los otros, defendiendo los propiosd e r e chos sin agredir, violentar o manipular los derechos de los demás.E s ta práctica contribuye a realizar negociaciones a partir de las propiasnecesidades e intereses. El objetivo de la conducta asertiva “no es ga-narle al otro”, sino respetar el derecho que cada uno tiene a ser quien es,respetándose así mismo. Es manife s tar el derecho a pensar lo que sepiensa, a querer lo que se quiere y a disfru tar de lo que se disfru ta .Cuando se tiene una actitud asertiva, uno es uno mismo y acepta quelos otros puedan elegir gustar de nosotros, o no. La conducta asertivaes una alternativa más adecuada que la conducta agresiva, sumisa o ma-nipuladora, salvo en algunas situaciones muy particulares; por ejemplo,se recurre a la huida, porque se evalúa que con la conducta asertiva sec o rre algún riesgo que en esa situación no se desea asumir. O cuandola persona que generalmente se relaciona en forma asertiva se muestraa g r e s i va, su cambio deberá entenderse como su derecho a manife s ta rlas intensas emociones que la env u e l ven, sobre todo, si tiene como cau-sa el miedo por la propia seguridad o por la de los seres queridos.

Estas categorías intentan mostrar algunos de los comportamientosmás típicos, sabiendo que la realidad es mucho más compleja. El com-portamiento sumiso refuerza la subordinación y muchas veces es ne-cesario tomar distancia, si la persona que está enfrente es agresiva yviolenta y no está dispuesta a dialogar. Abandonar ese tipo de relaciónes en este caso una conducta asertiva.

La conducta manipuladora es la que más se valora en las mujeresdesde una perspectiva tradicional, pues las aleja de la agresividad, atri-buida a los varones. La cultura patriarcal premia a la mujer, que, con ”elpoder entre bambalinas”, consigue lo que quiere, sin hablar desde susderechos, intereses y necesidades con franqueza.

Los modelos de relaciones asertivas pueden promover nuevas for-mas de relacionarse, basadas en el respeto propio y en el de los otros,lo que podría generar, a largo plazo, modificaciones en las conductasaprendidas de respuestas agresivas y violentas. Las actitudes más fre-cuentes son: empatía, poder de escucha, equilibrio, afecto, concienciade los propios derechos y de los del otro.

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Desarrollar actitudes y comportamientos asertivos significa para lamujer ser responsable ante sí misma y ante los otros. Para esto, es ne-cesario desnaturalizar las situaciones de subordinación, poder hablardesde los derechos y no desde el ruego, teniendo en cuenta los inte-reses de los participantes involucrados en el vínculo. Una de las áreasdonde es más difícil sostener conductas asertivas en el caso de las mu-jeres es la relacionada con la sexualidad y el placer. Comunicar al com-pañero lo que se desea, disfrutar plenamente del sexo, cuidando la in -tegridad física y emocional, decidir si se va a tener hijos, cuántos hijostener y con qué intervalos, son cuestiones que parecen difíciles de co-municar en un plano de igualdad.

Consideraciones finales

En los capítulos anteriores de este libro, hemos seguido, guiados por laidea de la ampliación de la ciudadanía y la democratización, un hilo con-ductor que se refiere a procurar desentrañar los discursos hegemónicosde familias y de infancia, de relaciones de género y autoridad, de con-cepciones sobre la feminidad y la masculinidad, que generan desigual-dades. Como hemos afirmado al principio de este capítulo en particular,la diversidad de discursos que existen en la actualidad –teniendo enc u e n ta la fractura pero no la desaparición del discurso hegemónico– ge-nera el desarrollo de procesos conflictivos, que posibilitan el cuestiona-miento del autoritarismo en las relaciones fa m i l i a r e s .

Los conflictos son muy buenos analizadores de las relaciones degénero y autoridad, pues, aunque no sean explícitos, están deve l a n-do, a través de alguna estrategia discursiva, las oposiciones que, encasi todos los casos, están vinculadas con relaciones de dominación.E s tableciendo un continuo entre poder y autoridad, conflicto y cam-bio, es en este proceso donde pensamos que se pueden jugar alter-n a t i vas de negociaciones u otros mecanismos que favorezcan el diá-logo y el debate, y que conduzcan a desmantelar el autoritarismo y aejercer la autoridad.

Como ya explicamos, decidimos incorporar en este capítulo conteni-dos más orientadores de prácticas, para hacer más operacionales nues-tras propuestas. Como en su momento habíamos adelantado, estoscontenidos se organizan teniendo en cuenta los aprendizajes realizadospor nuestro equipo a partir de los encuentros de formación que gene-ra el Programa de Democratización de las Relaciones Familiares. En es-te proceso nos dimos cuenta de que el tema del conflicto permitía a laspersonas reapropiarse y resignificar los demás contenidos y nos encon-tramos con que, si bien aquellas no solicitaban “hojas de ruta”, sí expre-saban la necesidad de orientaciones concretas, toda vez que repensa-

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ban las negociaciones –u otros mecanismos– no como procesos neu-tros, sino ideológicos.

La promesa de las negociaciones democratizadoras, si se quiere, esla de transitar el camino aprendido por las experiencias de muchas mu-jeres, para que estas experiencias permitan en algún futuro construirvínculos amorosos en igualdad, con relaciones de autoridad que denconfianza y brinden un contexto seguro a los hijos e hijas, con progeni-tores –vivan juntos o no, sean o no los progenitores biológicos, sean ono del mismo sexo– que críen a sus hijos e hijas de un modo que su-pere la desigualdad en la que casi todos nosotros fuimos socializados.

De acuerdo con el hilo conductor que mencionamos más arriba –po-der/autoridad, conflictos, cambios– consideramos que la democratiza-ción de las familias a través del proceso de reconocimiento de las dife-rencias y de la construcción de la autoridad no finaliza con la familiademocratizada sino que, por el contrario, posibilita develar otras formade desigualdad y abrir nuevos conflictos, en una concepción dialécticade equivalencias entre las diferentes luchas democráticas, para articu-lar nuevas demandas en pos de la igualdad (Laclau y Mouffe, 1985).

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6. Políticas socialesy democratizaciónGraciela Di Marco

Introducción

En este capítulo presentaremos algunas reflexiones acerca de la fo r-mación de las políticas sociales, reconociendo que este campo esa t r avesado por múltiples intereses y lógicas diferentes, a veces inclu-so contradictorios. Los temas que nos interesan se vinculan con lac o n s t rucción de los problemas de los que se ocupa la política social, ycon el análisis de la justicia social como supuesto básico de las políti-cas sociales.

Finalmente, desde la perspectiva que desplegamos, deseamos pro-poner algunas reflexiones acerca del concepto de empoderamiento, yaque es habitualmente utilizado en los programas referidos a las muje-res y, además, porque este concepto junto con el de democratizaciónestán emparentados en la consideración de las relaciones de génerocomo relaciones de poder.

La perspectiva de democratización pretende ir todavía un poco másallá de la categoría de empoderamiento, poniendo en el centro de laatención las cuestiones referidas a la construcción de autoridad de lasmujeres en las relaciones de género, tanto en sus grupos familiares co-mo en el marco de las actividades colectivas. El reconocimiento de lasubordinación de las mujeres y la necesidad de lograr más poder y au-toridad se sustenta en la afirmación de que mientras el poder no es re-conocido, mientras no es legitimado por el grupo social en el que se loejerce, no se convierte en autoridad.

La justicia social como supuesto básico de las políticas sociales

Si se consideran las políticas sociales en su doble aspecto: comoconfiguradoras de las relaciones sociales y, a su vez, como estructura-das a partir de dichas relaciones (Adelantado y Noguera, 1998: 126), setiene que considerar que éstas deberían combatir la desigualdad (de

clase, de género, de etnia) y orientarse hacia la búsqueda de la justiciasocial. Las políticas sociales pueden influir tanto en la estructura e in-tensidad de las desigualdades como en el surgimiento de actores co-lectivos (Adelantado y Noguera, 1998: 141). Consideradas como dispo-sitivos gubernamentales que gestionan la desigualdad, las políticassociales determinan qué recursos se distribuyen, en qué proporción, dequé modo y entre quiénes.1

Teniendo en cuenta estas aproximaciones a la competencia de la po-lítica social, deseamos reflexionar acerca de la perspectiva de la justi-cia social, ya que según sea el enfoque de justicia que se sostenga se-rán diferentes las concepciones de las políticas que se adopten. En losdiscursos actuales es muy frecuente la consideración de las políticassociales en términos redistributivos, pero en su mínima expresión, co-mo subsidios o transferencias de dinero hacia los más pobres, sin queello necesariamente suponga la aplicación de políticas integrales basa-das en los derechos sociales.

Las consecuencias de la aplicación de las políticas neoliberales en laArgentina conforman una situación caracterizada por la agudización yextensión de la pobreza, disparada en proporciones alarmantes a partirdel año 2001. Algunas de la dimensiones centrales son: la masividad,es decir que una proporción inusualmente alta de la población está in-cluida en esta categoría; la concentración territorial;la intensidad y per-duración a través de la vida de las personas o las generaciones; la con-centración extrema de la riqueza, combinada con una expectativa deirreversibilidad y, por tanto, de impunidad (concentración de la propie-dad y el poder, reducción de las capas medias urbanas y creciente dis-tancia entre los extremos: del 10% con mayor ingreso y el 50% de me-nor ingreso), entre otras (Coraggio; 1998).2

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1 Adelantado y Noguera (1998: 129) sostienen una concepción compleja de la es-tructura social, siguiendo a Habermas (1986 ); Cohen y Arato (1992) y autoras femi-nistas. Consideran que las desigualdades sociales operan en cuatro esferas: mer-cantil, estatal, doméstico-familiar y relacional, y que cualquiera de estas esferaspuede proveer bienestar social a la población.

2 En la actualidad, el 10% más rico de los habitantes participa del 37,4% del in-greso total. Su ingreso promedio es 27,3 veces mayor que el de aquellos que inte-gran el 10% más pobre. Comparados estos valores con 1994, la brecha es 17,8 ve-ces superior. En 1998, el 23,9% de los hogares (32,6% de la población) caían bajola línea de pobreza, de ellos, el 6,4% (9,4% de la población) eran considerados indi-gentes. En la medición de octubre de 2002, 48,1% de los hogares era pobre y el21,2%, indigente.

Esta descripción de la situación coloca el énfasis en los indicadoressocioeconómicos, sin embargo, consideramos que el acento deberíaestar colocado en las condiciones para que las personas desarrollen ca-pacidades para elegir la vida que quieren vivir, reconociendo la diversi-dad y heterogeneidad de las necesidades, vinculadas con las diferen-cias personales –sexo, edad, incapacidad, enfermedad–, con el medioambiente, con las relaciones sociales en un contexto determinado, conla distribución del poder dentro de las fa m i l i a s .3 Además de la capacidadde participar en las decisiones que se tomen en el conjunto de la so-ciedad, se constituye en una medida de la calidad de vida de ese con-junto social (Sen, 2000: 94).

El derecho a un nivel de vida adecuado se vincula con la ciudadaníasocial, más allá de la posición económica del individuo, así como de sudesempeño en el trabajo o en cualquier otro ámbito de mercado. Setrata de una concepción de la solidaridad social amplia, colectiva y uni-versalista, que alcanza a la población entera, por contraposición al en-foque focalizador de la asistencia social, estigmatizador para los recep-tores. Nos referimos con esto a las políticas que focalizan en virtud dela asignación de recursos y no a aquellas que propician acciones afir-mativas (discriminación positiva) para ciertos colectivos en desventaja,con el fin de lograr una posterior igualación.

Otro enfoque, siguiendo a Fraser (1997), es repensar conjunta m e n-te dos aspectos de la justicia: la redistribución y el reconocimiento. Laautora citada aboga por un paradigma que pueda contener los recla-mos legítimos de ambos. Los reclamos redistributivos (producto de lainjusticia socioeconómica) se vinculan con un reparto más justo debienes y recursos; los reclamos de reconocimiento de las dife r e n c i a s(producto de la injusticia cultural) se vinculan con una aplicación másamplia de los derechos de las personas, que no esté ligada exc l u s i va-mente a las normas y valores culturales considerados “normales” on a turalizados.

Fraser puntualiza como núcleo normativo de su concepción la ideade “paridad en la participación”: la justicia requiere que todos los miem-

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3 “... El bienestar o la libertad de los miembros de una familia depende de cómose utilice la renta familiar para satisfacer los intereses y los objetivos de cada unode ellos. Así, la distribución de las rentas dentro de las familias es una variable fun-damental en la relación entre los logros y las oportunidades individuales y el nivel to-tal de la renta familiar. De las reglas de distribución que se utilicen dentro de la fa-milia (relacionadas, por ejemplo, con el sexo, la edad o las necesidades que se creaque tiene cada miembro) pueden depender los logros y las dificultades económicasde sus integrantes” (Amartya Sen, 2000: 99).

bros de la sociedad sean considerados como pares; para esto es nece-saria una distribución de bienes materiales que asegure la independen-cia y la “voz” de los participantes y que las pautas culturales de inter-pretación y valor aseguren la igualdad de oportunidades y el respetopor todos y todas. Se enlazan, entonces, la justicia social y económica,la identidad y el reconocimiento, la redistribución y la participación (Gar-cía y Lukes, 1999).

Este enfoque permite tender puentes entre las concepciones quesólo consideran políticas sociales a las de redistribución y aquellas queconsideran sólo las políticas de reconocimiento. La imbricación de am-bas permite trascender los enfoques que sólo ven diferencias haciaadentro de las políticas sociales redistributivas.4 Tomando la categoriza-ción que realiza Dagmar Raczynski (1998),5 es posible situar las políti-cas de reconocimiento en el conjunto de las políticas sociales.

E s ta autora presenta la siguiente tipología de políticas sociales: inve r-sión en servicios básicos de educación y salud, políticas y subsidios pa-ra vivienda, equipamiento comunitario e infraestru c tura sanitaria; políti-cas de apoyo a la organización social y de capacitación para proveer dei n formación, para tener “ voz” y participar en la toma de decisiones; po-líticas laborales y de remuneraciones y, por último, políticas asistencia-les, de empleo, de emergencia o de transferencias directas de dineroy/o bienes. Los programas que apuntan al reconocimiento se concreta nen el segundo tipo de políticas mencionadas, aquellas que contribuye na la igualdad de oportunidades, favoreciendo las organizaciones colecti-vas, y que intentan contribuir a la democratización de las relaciones so-ciales a través de promover la participación y la capacidad para tener“ voz” en los asuntos que competen a las personas.

La construcción de la agenda de las políticas sociales

Las políticas sociales construyen discursos y realidades en la definiciónde los problemas y en las modalidades para abordarlos. La definición de

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4 El Programa de Democratización de las Relaciones Familiares puede ser com-prendido dentro de las políticas de reconocimiento, pues pone el acento en las re-laciones de poder y subordinación entre los géneros y las generaciones dentro delos grupos familiares. La transformación de los contratos autoritarios, que naturali-zan la subordinación femenina y que no contemplan en toda su magnitud los dere-chos de la infancia, es el punto central del programa.

5 Si bien la autora se refiere a las políticas focalizadas, es interesante que aun enéstas se puedan considerar políticas de reconocimiento.

los problemas es una decisión política, en la que intervienen actores po-líticos y sociales estratégicos; a la vez, tiene consecuencias políticas, es-t ru c turando áreas de la sociedad. Para que las políticas sociales tenganéxito deben estar en correspondencia con algunas concepciones ideoló-gicas comunes, con representaciones sociales aceptadas como v á l i d a s(Moro, 2000: 12 7- 128). De la agenda sistémica (conjunto de problemasque preocupan a una sociedad), los decisores estratégicos confe c c i o n a nla agenda política, con aquellos problemas que se consideren priorita-rios. Las áreas de políticas sociales configuran los problemas y la fo r m ade expresarlos y abordarlos, la que permanece en el imaginario socialpor mucho tiempo, incluso si el programa social ya no se está imple-m e n tando.

Las concepciones actuales sobre planificación estratégica conside-ran que es conveniente entender la planificación como constru c c i ó nde políticas más que como formulación de las mismas. Esto significaque las políticas no deberían surgir de un solo sector (que general-mente es el Estado), sino desde la articulación de diferentes intere-ses y puntos de vista de la sociedad civil, lo que permitiría desarr o l l a rcursos de acción viables y sustentables. Para esto, se hace necesa-ria la participación ciudadana. El problema es que, a menudo, la parti-cipación queda reducida a alguna instancia formal y la actividad de losactores frecuentemente consiste en el aporte de algún tipo de traba-jo (para campañas de salud, autoconstrucción de viviendas, fe s t i va l e sde recaudación de fondos, manejo de comedores y roperos comuni-tarios, responder a encuestas). La participación ciudadana se confun-de así con la participación comunitaria y, por lo tanto, pocas veces sefavorece desde el Estado la posibilidad de la cogestión. Además, elllamado a este tipo de participación no promueve un análisis de cuá-les son los problemas y qué soluciones requieren formulado desde lamisma ciudadanía.

La participación ciudadana relaciona a las organizaciones de la socie-dad civil y al Estado, en tanto los individuos intervienen en actividadespúblicas como portadores de intereses sociales. Esto es central en laidea de la construcción de la ciudadanía, no ya como una instancia for-mal sino como un proceso que adquiere la posibilidad de ampliar susalcances, para incluir en forma concreta los diferentes intereses quedeben coexistir dentro de un pacto social que simultáneamente reco-nozca los derechos universales junto con las particularidades de colec-tivos y grupos.

La democracia pluralista se basa en este proceso conflictivo. Sinembargo, la participación en la esfera pública no supone que las desi-gualdades sociales están resueltas de antemano. Por el contrario, re-sulta frecuente constatar que el espacio discursivo no permite la igual-dad de acceso al debate, ya que muchos colectivos quedan fuera,

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atravesados como están por su lugar de subordinación.6 De allí que de-bería concebirse la esfera pública no como un espacio único sino comouna red múltiple de colectivos constituidos por grupos subordinados(desocupados, mujeres, trabajadores, personas de diferentes orienta-ciones sexuales, etnias), que establezcan un intercambio cultural eideológico en la diversidad. Se trata de espacios discursivos paralelosdonde los miembros de los grupos sociales subordinados inventan yhacen circular contradiscursos, lo que a su vez les permite formular in-terpretaciones opuestas a las hegemónicas acerca de sus identidades,intereses y necesidades. La proliferación de contrapúblicos subalternosimplica la ampliación de la confrontación discursiva (Fraser, 1997: 116).

En los últimos años en la Argentina hemos observado cómo los mo-vimientos sociales contribuyeron a modificar el discurso social y políti-co legitimado, colocando en la agenda pública nuevos temas y proble-mas, a partir de las reelaboraciones de las necesidades, que sepresentaban cristalizadas en explicaciones técnico-políticas cada vezmás alejadas de la propia experiencia de los colectivos subordinados, oconfinadas a los ámbitos privados. El discurso de los movimientos so-ciales inició un proceso de desplazamiento de las explicaciones técni-cas que prevalecían, casi como sentido común, para la justificación dedeterminados programas en las esferas del Estado. La política de inter -pretación de las necesidades (Fraser, 1989) se va instalando así “des-de abajo”, criticando la apelación al mercado como regulador, propio delenfoque neoliberal. La modificación del discurso es posible a partir dela voz que se constituye para hablar públicamente de necesidades y de-mandar al Estado por su satisfacción. El lenguaje de las necesidadesque se traduce en derechos, que enarbolan los movimientos, politizalos ámbitos del mercado del mismo modo que el movimiento feminis-ta politizó la vida privada familiar y convirtió en políticas las necesidadesde las mujeres de ver equiparada su condición con la de los hombres.7

El replanteo de las relaciones de poder y autoridad que se ha veni-do gestando en amplios sectores de la sociedad argentina ha posibili-

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6 Como dice Carol Pateman (1989): “El debate liberal no cuestiona la contradic-ción entre la igualdad política formal y la desigualdad social en las instituciones pú-blicas y privadas, por ejemplo, la marginación y subordinación de las mujeres, gru-pos étnicos y religiosos”.

7 Según Fraser, “Cuando se insiste en hablar públicamente de las, hasta enton-ces, necesidades despolitizadas, cuando se exige reclamar para estas necesidadesel estatus de temas políticos legítimos, se cuestionan, modifican y/o desplazan ele-mentos hegemónicos de los medios de interpretación y comunicación: se inventannuevas formas de discurso para interpretar sus necesidades” (Fraser, 1989: 20-21).

tado la construcción de una agenda de los actores sociales acerca delos intereses comunes, construidos por una parte de la sociedad civilpolitizada. En esta construcción se incorporan significados vinculadoscon la pobreza y la desocupación, que ya estaban presentes en los dis-cursos de los noventa acerca de las políticas sociales. Pero, a diferen-cia de aquellos, anclados en el asistencialismo, los nuevos discursos seorientan hacia una politización creciente de la esfera de la producción yla reproducción social. Incorporan el reconocimiento de las diferencias,la búsqueda de la dignidad, la desmitificación de las relaciones de po-der establecidas, la construcción de interdependencias entre actores yorganizaciones, todas articulaciones que son necesarias para un replan-teo profundo de la política.

El discurso de género en las políticas sociales

Las políticas de desarrollo y los programas de capacitación de génerohan atravesado por diferentes momentos en los últimos treinta años,con enfoques que los han ido enriqueciendo. Una nota distintiva de es-te proceso es que las políticas y programas de capacitación de génerocoexisten, por lo cual es necesario abordar los supuestos básicos sub-yacentes a ambos, ya que de éstos se derivan formas diversas de en-carar las políticas y los programas sociales.

La perspectiva de género analiza los impactos diferenciales de laspolíticas, programas y legislaciones sobre las mujeres y los hombres.Este análisis depende de las concepciones que se desarrollen acercade las relaciones de género, las relaciones de poder y de autoridad, latrama de poder de las instituciones, los enfoques acerca de la capaci-tación e impacto de las políticas públicas, de la macro y la microecono-mía (Miller, Razavi, 1998).

El análisis de género presenta tres enfoques principales: el Sistemade los Roles de Género (desarrollado por investigadoras del Instituto deDesarrollo Internacional en colaboración con la Oficina de Mujeres endesarrollo de USAID); el Modelo de Tres Roles (Universidad de Londres)y el Sistema de las Relaciones Sociales (Instituto para Estudios de De-sarrollo, Sussex, Gran Bretaña). Cada uno de ellos se sustenta en es-tructuras conceptuales usadas para el análisis de cuestiones de géne-ro dentro del contexto de desarrollo.

a. El Sistema de los Roles de Género

Esta perspectiva se basa en la teoría de los roles sexuales y en la con-cepción tradicional del hogar que concibe al hombre como proveedordel sustento y a la mujer como responsable del cuidado de los integran-

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tes de la familia, sin analizar las relaciones de género y la dominaciónmasculina. Deriva de las evaluaciones del enfoque de Mujeres en De-sarrollo que, hace treinta años, contribuyó a la toma de conciencia acer-ca de los problemas de las mujeres, tanto en organismos nacionalescomo internacionales. De estas evaluaciones se obtuvieron varias con-clusiones, entre ellas que no se habían tenido en cuenta las diferenciasmateriales de poder, recursos e intereses entre las propias mujeres, yque se había sostenido una visión acrítica del proceso de desarrollo ymodernización, sin cuestionar las estructuras económicas y políticasque subyacían, especialmente en los países del Tercer Mundo.

La perspectiva de los roles de género considera el hogar como unaunidad que no es indiferenciada en términos de producción y consumo.La equidad de género es definida en términos del acceso y el controlindividual sobre los recursos, ya que, según este enfoque, la equidadde género y la eficiencia económica se retroalimentan. Este enfoqueestudia las diferencias de género en el acceso y control de los recursosy analiza los incentivos y las restricciones que existen para mejorar laproductividad. Provee de información acerca de la distribución de rolesy recursos dentro del hogar y ha sido muy útil para ir más allá de los es-tereotipos que invisibilizan el trabajo de las mujeres.

Desde este enfoque se consideran las tareas que hacen las mujeresy los hombres, esto es la división de género del trabajo y el acceso ycontrol diferencial de los mismos al ingreso y los recursos, como vincu-ladas a los diseños de los proyectos, con el propósito de mejorar su pro-ductividad y eficiencia. Investiga sistemáticamente las actividades dehombres y mujeres, con el fin de visibilizar el trabajo de las mujeres, pe-ro no da cuenta de que la división de género de las tareas implica dife-rentes actividades y procesos tanto de cooperación como de conflicto.

Por otro lado, pone el acento en el control sobre recursos materia-les, tangibles (tierra, crédito, etc.), pero no tiene en cuenta el rol de losrecursos simbólicos (conexiones, información, relaciones políticas) quetambién impactan sobre las relaciones de poder. La equidad de géne-ro es considerada en términos de acceso individual a los recursos y,parcialmente, es tenida en cuenta la participación de las mujeres en or-ganizaciones, una actividad que podría aumentar su poder.

b. El Modelo de Tres Roles

Fue desarrollado por Caroline Moser (1989; 1995) en la Universidad deLondres. Avanza sobre la concepción centrada en el hogar que tiene elenfoque anteriormente considerado, para reconocer que las activida-des y estrategias de supervivencia se relacionan con la comunidad. Sedistingue por destacar tres roles principales de las mujeres e incorpo-rar el enfoque de necesidades prácticas y estratégicas de género (Mo-

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ser,1989). Pone la atención en la división del trabajo por sexo en térmi-nos del monto de demandas que deben atender las mujeres y la canti-dad de tiempo que utilizan para ello y cómo esto impacta en su capaci-dad para participar en las tareas comunitarias.

Examina los roles de las mujeres, en tres ámbitos: en la producción,la reproducción y en la participación en la comunidad, analizando las con-secuencias que tienen estas actividades para su acceso al desarrollo so-cioeconómico. Esto permite que al momento de planificar, los ex p e r t o si n c l uyan todo lo que las mujeres hacen, aun si la actividad es inv i s i b l eporque no es valuada en el mercado o porque no es cultu r a l m e n t e acep-tada. Entiende por “rol productivo” la producción para el mercado perotambién la de subsistencia en el hogar, a la cual considera que debeatribuirsele un valor de mercado. El rol reproductivo se refiere a las res-ponsabilidades de crianza y domésticas, mientras que el rol comunita-rio está dado por las actividades comunitarias de las mujeres, vincula-das con su rol reproductivo, para asegurar la provisión y mantenimientode los recursos colectivos (agua, cuidado de la salud, educación).

Según Carol Miller y Shahra Razavi (1998), al centrarse en los roles,esta perspectiva no alcanza a considerar en profundidad las relacionesde género, siendo débil en el reconocimiento de las relaciones de po-der y autoridad dentro de los hogares. El énfasis está puesto en lo quelas mujeres producen, y sólo cuando se adentran en los roles comuni-tarios, se les presta atención a los recursos simbólicos, como el podery la autoridad y las relaciones sociales mediante las cuales se producenesos recursos.

Con respecto a la distinción entre necesidades prácticas y estratégi-cas de género, Caroline Moser la deriva de la realizada por M. Moly-neux (1985) entre intereses prácticos y estratégicos de género. SegúnMoser, las necesidades prácticas surgen y son articuladas por las mu-jeres mismas en respuesta a las necesidades inmediatas percibidas,basadas en la división de género, para asuntos tales como alimento, te-cho, cuidado de la salud y agua. Éstos se vinculan a los triples roles delas mujeres (provisión de la comida, cuidado de los niños, gestión co-munitaria de los servicios básicos). Las necesidades estratégicas degénero, en cambio, se refieren tanto a las necesidades que se derivande un análisis de la subordinación y la formulación de una alternativa co-mo al proyecto de una organización de la sociedad más igualitaria.Ejemplos de ésta son: la abolición de la división sexual del trabajo, elestablecimiento de igualdad política y económica, la libertad de elec-ción acerca de la crianza y el fin de la violencia de los hombres sobrelas mujeres.

La preocupación está situada en la consideración de las actividadesde las mujeres en la casa, en el empleo y en la comunidad, y en las ne-cesidades prácticas y estratégicas, con poco énfasis en las relaciones

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de poder y autoridad, y en las instituciones a través de las cuales seperpetúan las desventajas. La discusión de las necesidades estratégi-cas dentro de las instituciones del Estado se limita a afirmar que el Es-tado ha fallado en responder a las necesidades estratégicas de las mu-jeres, sin embargo, no se realiza un análisis de la naturaleza de génerodel Estado ni de las instituciones de desarrollo.

No critica los métodos de planificación, a los que considera una he-rramienta racional, basada en información cuantitativa y cualitativa. Elanálisis de género utiliza la desagregación por sexo de la información(por ejemplo, tasas de ocupación, esperanza de vida, mortalidad infan-til, años de escolaridad, etc.) para observar sus consecuencias sobre eldesarrollo económico y el desarrollo de los recursos humanos. Comose trabaja con poblaciones pobres, se considera el ingreso para califi-carlas como tales. Teniendo en cuenta los roles triples y la distinción en-tre necesidades prácticas y estratégicas de género, es posible identifi-car, por ejemplo, las necesidades de las mujeres en varios sectores,como el transporte, el empleo y capacitación y la vivienda.

c. El Sistema de las Relaciones Sociales

Se refiere a un enfoque analítico derivado del análisis de las relacionessociales desarrollado durante un seminario sobre la subordinación delas mujeres realizado a mediados de los años setenta,8 en el cual sepuntualizaron críticas al enfoque Mujeres en Desarrollo, predominantehasta ese momento. La crítica estaba basada especialmente en los si-guientes puntos: el enfoque mencionado se constituyó a partir de unaconcepción liberal individual que tendió a aislar a las mujeres como unacategoría homogénea y separada, se basó en un enfoque principalmen-te descriptivo y no analítico, y no prestó suficiente atención a las rela-ciones de poder y autoridad presentes en la subordinación femenina.

A fines de los ochenta comienza a reelaborarse el marco conceptual,observando especialmente que el enfoque “centrado en la mujer” nocaptaba suficientemente las relaciones de poder presentes en las diná-micas familiares entre hombres y mujeres, entre diferentes grupos eta-rios, socioeconómicos y étnicos y, por lo tanto, cuando se realizaran in-tervenciones o prestaciones dirigidas a las mujeres podría suceder quelos hombres finalmente controlasen esos recursos mientras las muje-res y los niños continuarían en la misma pobreza que antes. También seindicaba que se generaba una especie de retaliación de las mujeres de-

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8 En el Instituto de Estudios de Desarrollo de la Universidad de Sussex, GranB r etaña.

bido al sometimiento padecido al no disponer de recursos ni de poderde decisión. Bajo esta modalidad, a partir de la generación o el controlde algún recurso, las mujeres podrían reproducir el autoritarismo de losvarones.

El enfoque alternativo se plasmó definitivamente en el marco con-c e p tual denominado Género y Desarrollo (1980). En este enfoque seconsideran las relaciones de género que se pueden encontrar en losprocesos de producción, reproducción, distribución y consumo y queoperan a través de las instituciones: los hogares, la comunidad, elmercado y el Estado (Kabeer, 1994). Las relaciones de género se re-fieren a las dimensiones de las relaciones sociales que crean y pro-ducen diferencias en el poder y autoridad de hombres y mujeres. To-man en cuenta también que las relaciones de género estána t r avesadas por la clase, etnicidad, edad, religión, etc., lo cual signifi-ca que en cada contexto los ejes de la desigualdad pueden ser consi-derados de manera dife r e n t e .

Este enfoque ubica las relaciones de género en los contextos de lavida cotidiana, por lo tanto, considera necesario observar cómo se pro-duce y reproduce la desigualdad en cada uno de ellos: la familia, la es-cuela, la comunidad, el Estado, el mercado. Comparte con el análisis delos roles el centrarse en los roles diferenciados por género y el accesoy control diferencial de hombres y mujeres respecto de los recursos,especialmente de los materiales. Pero también pone el acento en la in-terdependencia entre hombres y mujeres, señalando que si bien éstapuede basarse en la colaboración, al existir desigualdades entre hom-bres y mujeres también se producen conflictos.

Se alerta sobre el énfasis de la planificación económica convencio-nal que considera la producción y los recursos materiales, y que desca-lifica los recursos relacionales, como los derechos, las obligaciones ylos reclamos. Desde este enfoque se señala que las relaciones de gé-nero de la familia implican para las mujeres frecuentemente una nego-ciación entre la seguridad y la autonomía.

Asimismo, esta orientación considera que es necesario determinarcómo las mujeres perciben sus intereses y cómo ellos se vinculan consu posición dentro de la familia y el hogar. Y esto no puede ser leído dela simple desagregación de la división de roles de género, ya que se vuel-ve necesario observar los valores y normas que sustentan esa divisiónde tareas. Coloca en el centro la dimensión política de las relaciones degénero, considerándolas como de dominación masculina y subordinaciónfemenina. Esto significa que los hombres tienen más autoridad y controlque las mujeres y más capacidad para movilizar recursos sociales y eco-nómicos. Por este motivo, terminar con la subordinación de las mujereses algo más que un tema de reubicación de recursos, e involucra redis-tribuir el poder y reconsiderar la autoridad masculina.

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Finalmente, toma una visión dinámica de las relaciones de género,reconociendo que los aspectos conflictivos y de colaboración de las re-laciones de género involucran tanto a los hombres como a las mujeresen un constante proceso de negociación (Miller; Razavi, 1998).

Para esclarecer las formas mediante las cuales el género y otras de-sigualdades son creados y reproducidos, analiza las relaciones socialesdentro de la familia, el mercado, el Estado y la comunidad. Las autorasc i tadas señalan que este enfoque considera los roles de género y las di-ferencias de género en el acceso y control de los recursos y que presen-ta la red de relaciones sociales de manera compleja, incluyendo clase,etnicidad, edad, religión, entre otros grupos. En este enfoque se argu-m e n ta que las mujeres no son dejadas fuera del proceso de desarr o l l osino integradas a ese proceso en términos desiguales. Además, con-templa la infraestructura necesaria para que tenga lugar el proceso deempoderamiento 9 de las mujeres.

Este enfoque ofrece un marco referencial para interpretar las relacio-nes sociales de las mujeres en la vida cotidiana, más que para proveerrecetas para superar las desigualdades de género. Sus seguidores con-sideran que es necesario problematizar la concepción del desarrollo ylas formas cómo las mujeres son integradas en él, ya que se toma es-pecialmente en cuenta que las mujeres no son dejadas fuera de esteproceso, sino integradas en términos desiguales, remarcando que lasrelaciones de clase y de género son la base de esta situación.

La centralidad de las dimensiones de poder de las relaciones de gé-nero conduce en este enfoque a la promoción de procesos de e m p o d e -r a m i e n t o y a la necesidad de provisión de espacios, recursos y tiempopara que las mujeres puedan articular sus propios intereses, especialmen-te mediante la participación en movimientos y asociaciones de base, pa-ra superar la concepción que establece la identificación de las necesida-des por parte de los planificadores, y por eso estimulan las planificacionesp a r t i c i p a t i vas.

Como las relaciones de poder entre hombres y mujeres son concep-tualizadas como productos de prácticas institucionalizadas, superar lasdesigualdades de género involucra transformaciones institucionales entodos los niveles. Esta perspectiva considera el planeamiento como unproceso político, no solo técnico, y observa que frecuentemente las po-líticas y los programas sociales están implicados en la reproducción dela desigualdad de género.

Fomenta la reflexión acerca de la relación entre la esfera privada y lapública. Nayla Kabeer (1994: 280) señala:

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9 Sobre este concepto volveremos en este mismo capítulo.

“… la conciencia de género en la formulación de políticas y en la planifi-cación requiere un análisis preliminar de las relaciones de produccióndentro de instituciones relevantes como la familia, el mercado, el Estadoy la comunidad para comprender cómo el género y otras desigualdadesson creadas y reproducidas a través de sus interacciones separadas ycombinadas”.

Repensando los conceptos de poder y empoderamiento en los proyectos sociales

Las políticas de desarrollo y los programas de capacitación de génerohan atravesado diferentes momentos en los últimos treinta años, conenfoques que han enriquecido las perspectivas de género. Uno de losconceptos derivados de la superación del enfoque de mujeres en desa-rrollo ha sido el de empowerment o empoderamiento.10 Analizaremoseste concepto, ya que habitualmente el empoderamiento es citado co-mo el objetivo de numerosos programas dirigidos a las mujeres.

El enfoque del empoderamiento, que considera las transformacio-nes en relación al ejercicio del poder por parte de las mujeres, surge afinales de los sesenta como eje central en la agenda política de los mo-vimientos sociales de base en los EE.UU., especialmente de aquellosvinculados con los derechos de los afroamericanos. Sus bases están enla concepción de Paulo Freire (1986) acerca de la educación liberadoray la concientización (Sen y Grown, 1988). Como muchos conceptos, és-te ha ido perdiendo sus connotaciones originales, vinculadas con elanálisis feminista del poder. Es frecuente encontrar menciones sobreél tanto en proyectos sociales, sean gubernamentales o no, como enlos programas de entrenamiento de las empresas y grupos de autoayu-da, para referirse a cambios individuales, relacionados con el logro demayor autoestima y autonomía, pero ya descontextualizados de las re-laciones de poder y autoridad.

Según Magdalena León (1997: 20) los procesos de empoderamien-to representan un desafío a las relaciones de poder existentes ya quecon ellos se busca obtener mayor control sobre las fuentes de poder;

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10 Magdalena León (1997) explica al mundo de habla española las dificultadesque suscita este término: “la palabra empoderar denota acción por su prefijo. A es-te verbo se le ha dado como sinónimo ‘apoderar’, de uso antiguo, que se define co-mo “dar poder y hacerle dueño de una cosa”, “hacer poderoso”, ”hacerse poderoso”.Entre estas posibilidades que brinda la lengua, Vernier se inclina por usar el verbo‘apoderar’ y el sustantivo ‘apoderamiento’, aconsejando no usar una sola expresióne incluyendo el uso de la perífrasis “dar poder”.

logro de autonomía individual y estimulación de la resistencia, la orga-nización colectiva y la protesta, mediante la movilización. Por lo tanto,se entiende como un proceso de superación de la desigualdad de gé-nero. Las prácticas del empoderamiento representan:

“… un desafío para las relaciones familiares patriarcales o un desempo-deramiento de los hombres o pérdida de la posición privilegiada en quelos ha colocado el patriarcado. Lo que significa que se produce un cam-bio en la dominación tradicional de los hombres sobre las mujeres, encuanto al control de sus cuerpos, su sexualidad, su movilidad, el abuso fí-sico y la violación sin castigo, el abandono y las decisiones unilateralesmasculinas que afectan a toda la familia” (León, 1997: 21).

Las autoras que estudian estos procesos consideran que éstos rompenlos límites entre las esferas pública y privada, que van de lo personal alo social, que conectan el sentido de lo personal con lo comunitario ypermiten orientarse hacia cambios en la distribución del poder, ta n t oen las relaciones interpersonales como dentro de las instituciones dela sociedad (Stromquist, 1992; en León, 1997: 78 y 79). Un requisitop r evio para el empoderamiento es participar en alguna “ forma de em-presa colectiva que pueda ser exitosa y que, de esta manera, permitad e s a rrollar un sentido de independencia y competencia entre las mu-jeres” (Stromquist, 1992: 83). La organización y la movilización son uncamino clave mediante el cual las mujeres se pueden vincular a una lu-cha más global en busca de un desarrollo responsable y comenzar aimpugnar la asignación de recursos a nivel de políticas.

Poder, autoridad, comunidad

Existen por lo menos dos problemas en la extensión del uso del con-cepto de empoderamiento, uno referido a las relaciones de poder y elotro, a la noción de comunidad. Mencionar el empoderamiento es alu-dir al poder y a la desigualdad. Retomando lo argumentado en los capí-tulos anteriores acerca del carácter relacional del poder, una perspecti-va que pone foco en el ejercicio del poder por parte de los grupossubordinados tiene simultáneamente que dar cuenta del poder y de laresistencia, de formas conflictivas, tanto positivas como negativas, deproducción del poder.

Las relaciones de poder adquieren diversas estrategias, M. Foucaultmenciona entre ellas, las construidas por discursos que se privilegianpor estar en la pirámide de las jerarquías de valores admitidos por unasociedad. El patriarcado y la autoridad masculina participan de estas re-laciones de poder piramidales. Por lo tanto, es necesario construir dis-cursos que hagan reconocer el derecho de otras que no han sido reco-

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nocidas como autoridad. El nudo central es la construcción de nuevosdiscursos acerca del poder y la autoridad, no dentro de la lógica del pa-triarcado, donde sólo hay un vértice en la pirámide, sino con otra lógi-ca a construir, donde la autoridad pueda ejercerse situacionalmente yno dependa de jerarquías que otorgan privilegios basados en criteriostradicionales.

M u chos trabajos acerca del tema del empoderamiento toman la con-c e p tualización de Steven Lukes (19 74), quien distingue diferentes análi-sis del poder11 confiriendo importancia como categoría al poder social-mente estru c turado y configurado por los patrones culturales y por lasprácticas institucionales que moldean no sólo los intereses preva l e c i e n-tes sino también la forma en que los diferentes actores perciben sus in-tereses. Esta categoría se vincula con el concepto de “la violencia sim-bólica de los sistemas de dominación” de P. Bourdieu (2000: 49 y 50):

“Las relaciones de poder se mantienen porque varios actores: dominan-tes y subordinados, aceptan versiones de la realidad social que niegan laexistencia de la desigualdad o afirman que éstas son el resultado de ladesgracia personal y no de la injusticia social”.

Kabeer (1994) señala que el poder se despliega en la capacidad de loshombres para generar reglas de juego que proporcionan una idea deconsenso y complementariedad, ocultando la forma en que ese poderfunciona, y no sólo en la capacidad de los hombres para movilizar re-cursos. Por eso, la autora considera que es necesario construir las es-trategias para el empoderamiento de las mujeres teniendo en cuentael poder interior o poder desde dentro, para mejorar las capacidades decontrolar recursos y tomar decisiones. Considera que las reglas socia-

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11 Steven Lukes analiza las siguientes perspectivas: “unidimensional”, que focali-za sobre la toma de decisiones en temas donde hay conflictos de intereses obser-vables; “bidimensional”, que considera que no tomar decisiones es una forma de to-marlas y también que se evita tomar decisiones en asuntos sobre los que puedehaber un conflicto potencial. La tercera perspectiva, llamada “tridimensional” (quesegún él permite realizar un más profundo y satisfactorio análisis de las relacionesde poder) pone el acento en las fuerzas sociales y las prácticas institucionales queoperan sobre las decisiones de los individuos. El autor se pregunta: “¿No es una for-ma de ejercicio del poder más supremo e insidioso evitar que la gente tenga que-jas, por la modelación de sus percepciones, conocimientos y preferencias, de talmodo que ellos acepten su lugar en el orden existente, tanto si no pueden imaginaralternativas a éste, o lo ven como natural y no cambiable, o lo valoran como ordena-do divinamente y beneficioso?”. Steven (1976: 24).

les niegan a las mujeres el acceso al privilegio social, la autoridad y lavaloración de que gozan los hombres de una clase social equivalente.

El análisis feminista llama la atención sobre el hecho de que si bienel control sobre los recursos materiales sirve de palanca o influencia ya su vez sostiene las asimetrías de género, son los valores, reglas, nor-mas y prácticas sociales los que desempeñan un papel crucial en ocul-tar la realidad y el alcance de la dominación masculina y en reducir latensión relacionada con los conflictos de género (Kabeer, 1994: 241).

Los sistemas de dominación se instalan “sobre el poder que no seve”, por el cual se ocultan las reglas que le confieren la autoridad al va r ó ndetrás de un discurso naturalizado acerca de las relaciones entre hom-bres y mujeres. En la literatura sobre empoderamiento se observa quecuando se menciona el poder, se utiliza una tipología12 que sustenta unaidea de poder que no se da “ s o b r e”, sino “ c o n” y “ p a r a ”, intentando alu-dir a aspectos más “benignos” del poder, más altru i s tas, y alejados delas prácticas de resistencia sobre las que en realidad se construye.

Con respecto a la idea de comunidad que subyace en su uso, en al-gunas situaciones aparece a veces una imagen de un barrio o comuni-dad con un alto nivel de consenso, pero sustentada en la dificultad dereconocer la diversidad de intereses y de perspectivas presentes. Des-de este enfoque se hace difícil reconocer la existencia del conflicto enlas relaciones cotidianas, cuando en realidad, tras la idea de unión de lacomunidad, lo que muchas veces existe es la disolución de la diversi-dad, del debate y de las negociaciones. La unión se presenta como unabsoluto, que hace patente la imposibilidad de enfrentar la construc-ción de acuerdos negociados, lo que sería posible en la medida en que

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12 Por ejemplo, Jo Rowlands menciona los siguientes tipos de poder: “el podersobre”, como la habilidad de una persona para que otras actúen en contra de sus de-seos. Es la capacidad de un actor de afectar los resultados aun en contra de los in-tereses de los demás y suele manifestarse en la toma de decisiones en conflictosabiertos u observables aunque también puede estar presente en los conflictos quese suprimen para evitar el conflicto: aquello que no se toma en cuenta y ni siquieraentra en la decisión. El “poder para”: este poder sirve para incluir cambios por me-dio de una persona o grupo líder que estimula la actividad en otros e incrementa suánimo. Es un poder generativo o productivo, aunque puede haber resistencia y ma-nipulación. El “poder con” se aprecia cuando un grupo presenta una solución com-partida a sus problemas. El “poder desde dentro” es socialmente estructurado yconfigurado por los patrones culturales y por las prácticas institucionales que mol-dean no sólo los intereses prevalecientes sino también la forma en que los diferen-tes actores perciben sus intereses. Rowlands, “Empoderamiento y mujeres ruralesen Honduras: un modelo para el Desarrollo” (1995), en León, 1997.

se pudieran reconocer las diferencias existentes en el conjunto de loshabitantes del barrio o comunidad.

En este sentido, Nira Yuval-Davis (1997) argumenta que la ideologíadel empoderamiento percibe a la comunidad como una totalidad orgá-nica, como una unidad social ‘normal’, exterior a los individuos y homo-génea: “Está ‘allí afuera’ y uno puede pertenecer a ella o no. Cualquiernoción de diferencia interna dentro de la ‘comunidad’, por lo tanto, esincluida en esta construcción orgánica” (1997: 80).

La idea de una comunidad unida es producto y, a la vez, reproducela invisibilidad de las múltiples formas de dominación. La presencia delpoder en las relaciones sociales es pensada sólo en función de las lu-chas con representantes de los gobiernos, pero no en relación con losd i versos intereses que se juegan en el interior de las comunidades, en-tre sus mismos habitantes. La negación del conflicto, la fa l ta de debateacerca de las discrepancias, la no confrontación de los intereses gene-ran frecuentemente acciones comunitarias débiles, que por su fragilidadrápidamente se diluyen dejando la situación en el punto de partida y alos actores de la comunidad frustrados e inmovilizados.

La orientación totalizadora de las perspectivas que se refieren a lacomunidad unida e idealizada no deja margen para la diversidad. La par-ticipación comunitaria es un tipo de acción que se organiza en torno aintereses comunes, los miembros son iguales entre sí para los fines co-munes que se plantean (Pizzorno, 19 76). Esto genera una doble conse-cuencia: por un lado, los participantes de la comunidad se diferencian delo ajeno, de los intereses contrapuestos a los suyos y reconocen el con-flicto con aquellos y aquellas que sostienen intereses diferentes. Por elotro, frecuentemente se hace difícil visualizar las diferencias haciaadentro del grupo de base, formado éste por personas que sustentandiferentes enfoques para la resolución de los problemas y diferentescapacidades para la acción comunitaria; así como también es difícil re-conocer las múltiples redes de poder que recorren los espacios socia-les (Foucault, 1983) y las diferencias y alianzas que se generan (Di Mar-co y Colombo, 2000: 17).

Una concepción simplista del poder y del empoderamiento puedebasarse en la homogeneización de las diferentes categorías sociales,las diferencias internas de poder y los conflictos de intereses, lo quemarca un desconocimiento de la problemática del paso del poder indi-vidual al colectivo, ya que se asume la solidaridad entre los oprimidossin tener en cuenta que esto no siempre sucede.13

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13 Frente a las políticas de identidad homogeneizadoras, Nira Yuval-Davis (1997:98) propone políticas de transversalidad, en las que esta unidad y homogeneidad

Acción colectiva y democratización social

Consideramos que los procesos de democratización tienen lugar pri-mordialmente en los espacios colectivos. Son más difíciles en ausen-cia de espacios democráticos para el disenso, la lucha y el cambio (Ba-tliwala, en León, 1997: 209). La acción colectiva se encarna en la vidacotidiana, en las necesidades de subsistencia y en las vinculadas conla dignidad de mujeres y varones como sujetos de derechos. Si consi-deramos la imbricación del poder en todas las relaciones sociales, laparticipación en diversos sectores crea una acumulación de efectos po-sitivos en el avance hacia una sociedad más democrática. En este sen-tido, los procesos participativos y la democratización son mutuamenteinterdependientes.

En las investigaciones que hemos realizado, observamos que no es laparticipación en sí la que está relacionada con los cambios, sino “el tipode participación” en el que las mujeres están involucradas. Los discursosy las prácticas de las mujeres que participan en organizaciones de baseno son homogéneos; el origen de la organización y el tipo de inserciónque tienen en ellas no sólo varía entre las diferentes asociaciones, sinoque también varía “el timing” de las prácticas de las mujeres y los discur-sos sobre los cuales las fundamentan (Di Marco y Colombo, 2000 ) .

La mayor participación en un barrio o en un grupo no produce por símisma cambios en la distribución del poder, es necesario observar quétipo de participación es la que tiene lugar. Simplemente, puede crearsela ilusión de poder pero sin afectar su distribución (Rigel, 1993: 59). Sibien en las asociaciones comunitarias de mujeres está presente laafectividad, “la ética del cuidado y la atención” (Gilligan, 1969), tambiénexiste una acción racional de cálculo de costos y beneficios, entrelaza-da en el accionar cotidiano. Cómo se articulan estos aspectos, cuál pre-domina y cuándo, la definición de las necesidades e intereses de lasmujeres, de los porqué de las luchas y el lugar desde donde se luchason preguntas que pueden tener diferentes respuestas según los con-t extos de participación.14 El proceso de construcción de la identidad

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sean reemplazadas por diálogos que reconozcan las diferencias y los conocimientosen construcción, lo que denomina el “reconocimiento del saber no terminado de ca-da colectivo”. Estas políticas transversales deben tener presente que hay conflictosde intereses irreconciliables.

14 Un enfoque homogeneizante de la participación y de las organizaciones demujeres conduce muchas veces a visiones en cierto modo polarizadas; algunos laspresentan –especialmente a las de sectores populares– como heroínas de batallas

c omo colectivo subordinado no se observa sólo desde los discursos ex-plícitos, sino más bien desde el lenguaje de las emociones y de lasprácticas concretas de acción.

La construcción de la perspectiva de democratización de las relaciones familiares

En este último apartado mencionaremos algunas notas distintivas delos procesos de democratización social. Este concepto especifica losprocesos de cambio del autoritarismo y la desigualdad de poder, de losrecursos existentes en las instituciones públicas y privadas, y los me-canismos participativos que facilitan la incorporación a la ciudadanía deactores desplazados tanto en virtud de su género, como de su edad,religión y etnia. Nos referimos a un progresivo aunque contradictoriodesarrollo de una cultura democrática en el nivel macro y microsocial,con valores tales como la participación, el pluralismo, la desnaturaliza-ción de la dominación, la redefinición de la autoridad y el poder, y laconcepción de la vida cotidiana como lugar no sólo de las pequeñas co-sas sino como fermento de la historia (Hopenhayn, 1993; Heller, 1977).

Los procesos democratizadores se vinculan con la revisión de los su-puestos que sustentan las bases de la autoridad, con la explicitación dela desigualdad para los actores marginados o subordinados, y con ladistribución de los saberes y recursos de un colectivo social. La tomade conciencia de los actores institucionales acerca de los mecanismosque permiten la desigualdad social es parte incuestionable de la demo-cratización, ya que fomenta la ampliación de la ciudadanía.

Cuando los movimientos sociales se inscriben en una profundiza-ción de las prácticas democráticas, multiplicando los espacios en losque “las relaciones de poder están abiertas a la contestación democrá-tica”, contribuyen a estos procesos (Mouffe, 1999). La politización de lasociedad, al instalar nuevos intereses en la agenda pública, permite laampliación de la ciudadanía. El discurso de derechos hace visible y le-gible al poder, lo desmitifica y permite revisar y deconstruir los viejoscontratos y acuerdos autoritarios de la sociedad, en los niveles macroy micropolíticos. Estos discursos incorporan el reconocimiento de las

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casi legendarias. Y otros destacan sus logros en cuanto al aumento de la autoesti-ma y la capacidad de gestión, pero se duda seriamente acerca de las transformacio-nes que pueden estar atravesando respecto de los modelos de género o de la de-mocratización de las instituciones, la familia y las organizaciones barriales (Di Marco,1997).

diferencias, la búsqueda de la dignidad, la desmitificación de las relacio-nes de poder establecidas, la construcción de interdependencias entreactores y organizaciones, permitiendo la democratización de la demo -cracia (Giddens, 1992). En este sentido, las cualidades democráticas delos movimientos son las de abrir espacios para el diálogo público en re-lación con los problemas de la ciudadanía.

La democratización no se refiere únicamente a la dimensión política,sino que avanza hacia las diferentes esferas en las que se construye –ono– el discurso democrático; entre ellas, las relaciones familiares. Lasfamilias pueden ser los ámbitos del amor, la intimidad, la seguridad y,simultáneamente, los de la opresión y la desigualdad, tanto en las rela-ciones de género como en las relaciones de las generaciones, estabili-zando conflictos surgidos de la naturalización de las relaciones de su-bordinación (como la violencia y el abuso hacia mujeres, niños y niñaso personas mayores).

Desde el enfoque de democratización se pone el acento en que lasmujeres puedan posicionarse desde un lugar de autoridad y poder ensus relaciones, y que este proceso forme parte de una ampliación delreconocimiento de sus derechos. En consecuencia, más que refe r i r n o sa procesos de empoderamiento, preferimos considerar los procesos dereconocimiento del poder de las mujeres en diversos ámbitos, es decir,el reconocimiento de la legitimidad de ese poder (autoridad), siendo uneje central el proceso de reconocimiento de su autoridad en la fa m i l i a .

Al respecto, Magdalena León (1997) sostiene un enfoque que puedeconsiderarse similar al planteado: la democratización de las relacionesentre varones y mujeres y entre generaciones, basadas en nuevas con-cepciones del poder y la autoridad, que puedan ser compartidas y nego-ciadas, con mecanismos democráticos que tengan en cuenta el respe-to de los derechos, la responsabilidad y el cuidado de las personas:

“La idea de empoderamiento también se ha relacionado con una nuevanoción del poder, basado en relaciones sociales más democráticas y enel impulso del poder compartido [...] esta nueva noción de poder incluyeuna ética generacional que implica que el uso del poder mejore las rela-ciones sociales de las generaciones presentes y las haga posibles y gra-tificantes para las generaciones futuras” (León, 1997: 14).

Giddens (1992: 184 y ss.) considera que la ampliación de la democraciaen la esfera pública ha sido mayormente un proyecto masculino, mien-tras que en la democratización de la vida personal las mujeres han ju-gado el papel más importante. Según este autor, éste es un procesomenos visible, en parte porque no ocurre en la arena pública, sin em-bargo, sus implicaciones son muy profundas. Señala que las caracterís-ticas de la democratización de la vida privada se vinculan con el esta-blecimiento de relaciones libres e igualitarias entre los individuos y no

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con sistemas de autoridad ligados a contratos rígidos o basados en lacomplementariedad de roles, sino con sistemas de autoridad basadosen la especialización de cada persona de acuerdo con sus capacidades,teniendo en cuenta las posibilidades que cada persona tiene para desa-rrollarlas más allá de ser hombre o mujer, y promoviendo las negocia-ciones en la relaciones afectivas.

La democratización de las relaciones tiene en su centro la creaciónde circunstancias en las cuales la gente pueda desarrollar sus potencia-lidades y expresar sus cualidades. Un objetivo clave es que cada indivi-duo debe respetar las capacidades de los otros, tanto como su habili-dad para aprender y aumentar sus aptitudes.

Consideraciones finales

La perspectiva de democratización de las relaciones familiares es unproceso abierto, que se nutre de diversos aportes teóricos, articulándo-los en un marco conceptual que permita fundamentar políticas y accio-nes vinculadas con las familias, tal como lo hemos expresado duranteel desarrollo de este libro.

Para finalizar, proponemos la posibilidad de repensar la autoridad (yel poder) ya no dentro de la lógica del patriarcado, donde la pirámidepresenta un solo vértice, sino con otra lógica por construir, donde la au-toridad pueda ejercerse situacionalmente y no dependa de una jerar-quía que otorga privilegios basándose en criterios tradicionales.

Además, es necesario incorporar en las políticas sociales nuevas di-mensiones: las de la mutualidad o interdependencia, la asistencia, el cui-dado y las emociones (Tronto, 1994; Shakespeare, 2000; Shanley, 2001 ) .Los procesos de individualización (Be ck, 1999), entendidos como entra-mados discursivos nuevos, basados en la libertad y la decisión, en unhacer reflex i vo, en el despliegue de la pluralidad de posibilidades deelección también se enlazan con esas dimensiones.

Se trata de la elaboración de discursos que articulen la justicia y elcuidado –de uno mismo y de otros y otras– y los derechos de los quereciben asistencia a ser parte activa en la definición de sus necesidades(especialmente en el caso de ancianos y discapacitados), sin que aque-llos que los cuidan los subordinen. El aspecto del cuidado vinculado conla interdependencia existe como encuentro de sujetos autónomos: to-dos y todas necesitamos cuidar y ser cuidados, para que la vida socialtenga sentido. Esta tarea, que ha estado centralmente a cargo de lasmujeres, es así reconsiderada para convertirse en responsabilidad ta n t ode las mujeres como de los hombres. Vincular la ética de los derech o scon la ética del cuidado permite avanzar en una concepción de la políti-ca social que tiene presentes a los sujetos en su integralidad.

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La articulación interdependiente de la redistribución, el reconoci-miento, el cuidado, el respeto a la integridad corporal están íntimamen-te ligados a la democratización de las relaciones sociales y, especial-mente, a las de los grupos familiares.

Por estas razones, el enfoque de democratización familiar: a) poneel acento en las relaciones de poder y autoridad; b) considera que losdesafíos actuales se centran en la ampliación de las ciudadanías, conuna concepción de simultaneidad de derechos, los que no pueden serabordados por etapas. Los ejes centrales son la igualdad de género ylos derechos de la infancia. Los derechos de los niños y niñas son es-pecíficamente tomados en cuenta, especialmente en las relacionesdentro de los hogares, pero también en las escuelas y en otras institu-ciones; c) se ubica en la interacción entre políticas de distribución y re-conocimiento para acercarse al ideal emancipatorio de la justicia social;d) introduce la concepción critica de los enfoques de las masculinida-des para repensar la equidad de género;15 e) intenta dar mayor visibili-dad teórica y práctica a otras dimensiones de la convivencia y de las po-líticas sociales, como las emociones, el cuidado, la interdependencia yla mutualidad; y f) recupera la posibilidad del ejercicio de maternidadesno subordinadas a lo privado doméstico, es decir, el ejercicio de mater-nidades sociales, que convierten las necesidades vinculadas a los hijose hijas en acciones políticas.

Para las políticas sociales, esto significa el desafío de repensar a lasmujeres como actoras de transformaciones sustentadas en el inter-cambio entre los discursos que se reconstruyen en la experiencia co-lectiva. Cuando las mujeres se reúnen en asociaciones comienzan a vi-venciar las posibilidades de cambio y pueden reclamar su derecho aocupar un espacio público. Muchas de ellas pueden ocuparse de losproblemas de la comunidad como sujetos políticos, reflexionando so-bre los determinantes sociopolíticos que inciden sobre las vidas priva-das, en una ruptura de lo público y lo privado como ámbitos diferencia-dos del accionar de los géneros. En la acción colectiva de las mujeres16

se puede generar el desarrollo de una conciencia social crítica que per-

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15 Al elaborar políticas de equidad de género es conveniente tener en cuenta laconstitución de las identidades masculinas, y las relaciones de poder entre hombresy mujeres, así como las diferencias de poder tanto entre hombres como entre mu-jeres, no sólo por la clase, sino también por la pertenencia a grupos que cuestionanel modelo heterosexual dominante.

16 Como ya lo hemos mencionado, no podemos afirmar que se den estos procesosen acciones colectivas ligadas a asociaciones tradicionales o lideradas por hombres.

mita la revisión de sus derechos, como así también concretar logros pa-ra el mejoramiento de las condiciones de vida.

Éste es un proceso que hemos denominado político-transformadory se relaciona con el cambio desde una “conciencia en sí” (reproduc-ción del ser individual según la terminología que utilizara Heller, 1977,que se vincula con la satisfacción de necesidades personales) haciauna “conciencia para sí” (se actúa en un sentido no individual sino so-cial), por ejemplo, asumiendo activamente la respuesta a los problemasderivados de una posición desigual.

En este proceso de asumir una conciencia “nueva”, actuando efecti-vamente sobre la realidad y sintiendo que su práctica las incluye, lasmujeres pueden transformar su situación, constituirse en autoridad yreposicionarse en el campo de la ciudadanía.

Para completar una reflexión sobre la ciudadanía, es de central im-portancia examinar las diferencias de acceso al Estado que tienen lasdiferentes categorías de ciudadanos, cómo es la práctica de sus dere-chos y la implicancia que esto tiene sobre las relaciones de domina-ción. La violencia contra las mujeres (física o psicológica) es una prác-tica que desanima y aleja a las mujeres de la posibilidad de ejercer susderechos libremente. Otro de los condicionamientos está dado por losrecursos económicos y su utilización.

Finalmente, para ejercer la ciudadanía se requiere hablar desde lapropia voz y elaborar un discurso de derechos. Históricamente la vidasocial y política no significó para las mujeres un ámbito en el cual ex-presarse con autoridad, pues ese ámbito estaba reservado a los varo-nes de la familia. Con frecuencia, las mujeres tomaban sus decisionespolíticas aconsejadas por maridos e hijos varones, quienes eran consi-derados los “expertos“ en asuntos del afuera: afuera de la casa, de loshijos, de las preocupaciones cotidianas. Constituir una voz propia querecupere el mundo de la vida cotidiana en un movimiento que permitaincluirlo como ámbito de lo político es un proceso dificultoso que, sinembargo, va teniendo lugar. Las mujeres que se han unido a otras endiversas formas de colectivos han comenzado a escuchar sus propiasvoces y las de las demás y han aprendido a procurarse los medios pa-ra ser escuchadas en la sociedad.

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