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CONTEMPLATIVOS ACTIVOS CONTEMPLATIVOS ACTIVOS El Sermón del Montaña según el Evangelio de Mateo, cap. 5º al 7º (V/X) La justicia mayor y el prójimo (Mt 5,21-48) Introducción Dentro del cuerpo central del Sermón de la Montaña los versículos 5,21-48 forman una unidad; es la primera de las tres partes en que se puede dividir el mensaje central del Sermón. En esta revelación de Jesús supera interpretación de la Torá y la proyecta desde nosotros hacia los otros, hacia nuestros hermanos. Está compuesta por seis perícopas en forma de antítesis. Donde Jesús contrapone dos actitudes u opciones: la interpretación antigua, con «habéis oído» y la nueva interpretación que Jesús hace, con «yo os digo». Las tres primeras perícopas están en relación con el Decálogo deuteronómico (Ex 20,1-17; Dt 5,7-21), las tres siguientes se refieren a otros mandatos tomados del Levítico. En las tres primeras el mandato de Jesús comienza con «todo aquel que», en las tres siguientes Jesús hace una exhortación directa en forma de prohibición u obligación. Solo en la primera y en la cuarta perícopa está completa la fórmula introductoria: «Habéis oído que se dijo a los antepasados».La segunda y tercera perícopa tratan del adulterio. La quinta y la sexta de la relación del discípulo con los enemigos. La sexta perícopa es una recopilación y síntesis de todas ellas. 1

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CONTEMPLATIVOS ACTIVOSCONTEMPLATIVOS ACTIVOS

El Sermón del Montaña según el Evangelio de Mateo, cap. 5º al 7º (V/X)

La justicia mayor y el prójimo (Mt 5,21-48)

Introducción

Dentro del cuerpo central del Sermón de la Montaña los versículos 5,21-48 forman una unidad; es la primera de las tres partes en que se puede dividir el mensaje central del Sermón. En esta revelación de Jesús supera interpretación de la Torá y la proyecta desde nosotros hacia los otros, hacia nuestros hermanos. Está compuesta por seis perícopas en forma de antítesis. Donde Jesús contrapone dos actitudes u opciones: la interpretación antigua, con «habéis oído» y la nueva interpretación que Jesús hace, con «yo os digo».

Las tres primeras perícopas están en relación con el Decálogo deuteronómico (Ex 20,1-17; Dt 5,7-21), las tres siguientes se refieren a otros mandatos tomados del Levítico. En las tres primeras el mandato de Jesús comienza con «todo aquel que», en las tres siguientes Jesús hace una exhortación directa en forma de prohibición u obligación. Solo en la primera y en la cuarta perícopa está completa la fórmula introductoria: «Habéis oído que se dijo a los antepasados».La segunda y tercera perícopa tratan del adulterio. La quinta y la sexta de la relación del discípulo con los enemigos. La sexta perícopa es una recopilación y síntesis de todas ellas.

Es preciso observar la progresión que hay en ellas. Se pasa del homicidio, en la primera perícopa, como máximo acto negativo del hombre, al adulterio y al perjuro, para terminar en el máximo acto positivo del hombre, el amor al enemigo, en la sexta perícopa. Es una progresión continua en la cual Jesús nos muestra su camino, que va desde la pobreza de la realidad actual del hombre, hacia el bien supremo deseado por el Padre, que es vivir por amor.

Aclarar que la fórmula «se dijo» se denomina pasivo divino y es equivalente a «Dios dijo». Es decir, Jesús nos llama a recordar los mandatos de Yahvé que están escritos en el Antiguo Testamento. Aclarar, también, que la referencia a «los antiguos» alude a los israelitas del desierto y, solidariamente, todo el pueblo judío. Y que los mensajes están dirigidos específicamente al auditorio, a nosotros que leemos el texto. La introducción

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que hace Jesús con la indicación «habéis oído» u «oísteis» nos llama a que concentremos nuestra atención las indicaciones que nos va a dar, a las normas que nos pide que cumplamos. La conjunción de ambas fórmulas hace referencia directa a la necesidad que tenemos, que tiene el discípulo, de estar en escucha atenta y creyente para percibir la Palabra de Dios. Estas antítesis son exclusivas del Evangelio de Mateo, solo con algunos paralelismos menores aparecen en el Evangelio de Lucas. Las antítesis mantienen plena vigencia.

Homicidio e ira y perdón (5,21-26)

Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás, pues el que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo que todo aquel que se encolerice contra su hermano será reo ante el tribunal; el que llame a su hermano ´imbécil` será reo ante el sanedrín; y el que le llame ´renegado` será reo de la Gehenna de fuego. Entonces, si al momento de presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano. Luego vuelves y presentas tu ofrenda. Ponte en seguida a buenas con tu adversario mientras vas con él de camino, no sea que tu adversario t entregue al juez, y el juez a la guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo (5,21-26)

Esta primera antítesis la forman, propiamente dicho, los versículos 5,21-22. Que va seguida de una advertencia o consecuencia práctica, versículos 5,23-24: la necesidad de reconciliarse con el otro antes de ofrecer un sacrificio, y de un mandato, con consecuencias jurídicas si no se obra como sugiere Jesús, versículos 5,25-26.

Versículo 5,21: Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás, pues el que mate será reo ante el tribunal. La afirmación: «No matarás» (Ex 20,13) remite a los mandatos directos de Yahvé en el Decálogo. Se debe tener en cuenta que el Decálogo es parte fundamental de la Ley, que fue revelada directamente por Dios al pueblo a través de Moisés, a la que «nada más se añadió» (Dt 5,22). Quitar la vida es la mayor agresión que se le puede hacer a un ser humano, porque impide que esa persona tenga derechos, pues para ejercer cualquier derecho es preciso tener vida. Por eso matar es el pecado por antonomasia. Solo los Obispos, y personas por ellos delegadas, pueden perdonar este pecado; no lo puede hacer un sacerdote sin autorización. En la JMJ de Madrid 2012 el arzobispo de Madrid emitió una bula especial que autorizaba a los sacerdotes que participaban en el encuentro pudieran perdonar el aborto, una de las formas actuales que tiene el homicidio. «No matarás» impone un respeto absoluto y total de toda vida humana inocente, que ha de ser preservada en toda circunstancia y ante todo riesgo por

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todos. Por eso afirma Jesús que «el que mate será reo ante el tribunal». Es decir, quien mate deliberadamente no podrá sustraerse a la responsabilidad de su acto: «si alguien se excita contra su prójimo y lo mata con alevosía, lo arrancarás de mi altar para matarlo» (Ex 21,14). «Tribunal» se refiere, de forma genérica, tanto al juicio ante la sociedad como al juicio escatológico al final de los tiempos. Porque toda acción opuesta al mandato de amor del Señor afecta tanto a las relaciones de la persona con los otros como a su relación con Dios, sin olvidar las implicaciones y remordimientos que la persona sufre en su conciencia.

Versículo 5,22: Pues yo os digo que todo aquel que se encolerice contra su hermano será reo ante el tribunal; el que llame a su hermano “imbécil” será reo ante el sanedrín; y el que le llame “renegado” será reo de la Gehenna de fuego. Comienza con una afirmación: «Pues yo os digo». Jesús habla con autoridad, está por encima de los sacerdotes judíos y de los profetas. La plenitud a la que Jesús lleva a la Ley, dada por Yahvé a Moisés y los profetas, muestra que su palabra es Palabra de Dios, que su acción está en sintonía y comunión con Dios. Capacidad que proviene de la especial relación y única que Jesús mantiene con el Padre: «Mi Padre me ha entregado todo, y nadie conoce al Hijo sino el Padre; ni al Padre le conoce nadie, sino el Hijo» (Mt 11,27). El versículo termina con tres paralelismos. «Quien se encolerice […] será reo», «quien llame imbécil […] será reo» y «quien llame renegado […] será reo». Jesús afirma que la cólera, entendiéndola como reacción interior desproporcionada a la injustica recibida, el insulto y el desprecio, cuando salen del corazón con malicia, son formas menores de homicidio y, por lo tanto, son igualmente condenables que el homicidio; que son dimensiones diferentes o diferentes grados de un mismo pecado. Gehenna es el nombre que los judíos dan al Infierno. Por lo tanto, quien actúa contra el hermano de la forma anterior es reo de condenación. Cuidemos, por lo tanto, nuestro vocabulario y nuestros pensamientos: Quizás agredamos a los demás más de lo que nos damos cuenta y quisiéramos.

Versículos 5,23-24: Entonces, si al momento de presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano. Luego vuelves y presentas tu ofrenda. Los versículos anteriores están en plural, estos en singular; se dirigen expresamente al lector. Presentar las ofrendas al altar es el momento más solemne del sacrificio. Jesús afirma que no es lógico realizar el sacrificio estando enemistado con alguna persona. No hacerlo sería profanar la ofrenda con una injusticia; los tres paralelismos del versículo 5,22 lo confirman. Tengamos en cuenta que, leyendo bien el versículo, Jesús nos llama tanto a que nos pongamos a bien con quienes hemos ofendido, como con quienes nos han ofendido: «te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti». Es decir, nos llama también

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a perdonar al agresor; dando por hecho que, además, hemos pedido perdón y hemos reparado el daño que nosotros hayamos hecho a los demás. Esta figura de ofrecer el perdón al agresor se denomina en el Antiguo Testamento rîb. Es un tipo de juicio donde no hay juez, solo hay relación entre el agresor y el agredido, donde el agredido ofrece su perdón al agresor aunque este no lo haya solicitado. La acción conlleva, en sí misma, el máximo amor: amar a los enemigos. El objetivo fundamental del rîb es la conversión del agresor. Debemos, por lo tanto, reconciliarnos con quienes estemos enemistados y recomponer nuestras desavenencias con todos antes de acudir a la Eucaristía, pues el altar no debe ser profanado con forma alguna de injusticia: «Misericordia quiero, no sacrificios» (Mt 9,13 citando a Os 6,6)

Versículos 5,25-26: Ponte en seguida a buenas con tu adversario mientras vas con él de camino, no sea que tu adversario t entregue al juez, y el juez a la guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo. Muestran las consecuencias de no proceder con amor a los otros. Promueve el diálogo, el encuentro y el acuerdo como actitud preferible a toda confrontación. Ceder un punto de nuestro derecho en pro de la paz y la justicia está bien visto por Jesús, porque el amor oblativo debe primar sobre toda otra consideración, deber o derecho. La parábola del siervo inmisericorde (Mt 18,23-35) muestra el riesgo de las exigencias estrictas y sin amor, «¿no debías tú también haberte compadecido de tu compañero, del mismo modo en que yo me compadecí de ti?» (Mt 18,33)

Como resumen de esta perícopa, Jesús nos llama a que desterremos en las relaciones entre los hombres la ira, el rencor, y el odio que lleva a desear o infligir la muerte. Es decir, Jesús radicaliza la idea veterotestamentaria sobre el homicidio y nos llama a ser comunidad de amor.

Adulterio y pureza de corazón. Divorcio (5,27-30)

Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo os digo que todo el que mira con deseo a una mujer ya cometió adulterio con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de tropiezo, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehenna. Y si tu mano derecha te es ocasión de tropiezo, córatela y arrójala lejos de ti; te conviene que se pierda uno de tus miembros, antes que todo tu cuerpo vaya a la Gehenna (5,27-30)

Los versículos 5,27-28 conforman la 2ª antítesis: Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo os digo que todo el que mira con deseo a una mujer ya cometió adulterio con ella en su corazón. Jesús enlaza el sexto mandamiento: «No cometerás adulterio» (Ex 20,14) con el noveno mandamiento: “No codiciarás a la mujer

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de tu prójimo» (Ex 20,17). El matrimonio es para el pueblo judío una realidad sagrada creada por Dios: «Macho y hembra los creó» (Gn 1,27), «por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, Y se hacen una sola carne» (Gn 2,23). Por eso, el libro de la Sabiduría lo presenta en paralelo con el homicidio: «Celebrando iniciaciones infanticidas, misteriosos secretos o delirantes orgías de ritos extravagantes, ya no se mantienen puros ni vidas ni matrimonios, sino que se matan a traición unos a otros o se humillan con adulterios» (Sb 14,23-24). En el Antiguo Testamento se pueden ver citas en las que el pueblo de Israel infiel es considerado como adúltero: «Venid acá, hijos de bruja, semilla de ramera, fornicarios» (Is 57,3), «¿has visto lo que hizo Israel, la apóstata, Ha recorrido cualquier monte elevado y bajo cualquier árbol frondoso se ha prostituido?» (Jr 3,6-13, parábola de las hermanas). En las historias de David con Betsabé, la mujer de Urías, (2S 11) y de los jueces ancianos con Susana (Dn 13) podemos ver cómo el adulterio lleva al homicidio. Son faltas que destruyen al pecador: «El adúltero es un insensato, quien así actúa arruina su vida» (Pr 6,32) y le llevan a la condenación. Por eso Jesús afirma que: «El que mira con deseo a una mujer ya cometió adulterio con ella en su corazón». No solo condena el acto en sí, también condena el deseo desmedido, la intención. Además, el adulterio lleva con facilidad a cometer otros pecados más graves.

Versículos 5,29-30: Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de tropiezo, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehenna. Y si tu mano derecha te es ocasión de tropiezo, córatela y arrójala lejos de ti; te conviene que se pierda uno de tus miembros, antes que todo tu cuerpo vaya a la Gehenna. Son medidas traumáticas, pero alegóricas, que Jesús utiliza para indicar simbólicamente el riesgo que tenemos de caer en estos pecados. El «ojo» por la actitud de mirar y deseo, la «mano» como elemento de hacer y ejecución; ambos elementos o miembros conducen al pecado. Jesús nos llama y nos advierte que debemos erradicar fulminantemente cualquier inclinación que nos lleve a ellos. Son medidas que instan a mantenerse en la pureza de corazón, aunque se requiera realizar esfuerzos muy importantes. Por eso afirma san Pablo: «No permitáis que el pecado reine en vuestro cuerpo mortal; de ese modo no acataréis sus deseos. No convirtáis vuestros miembros en instrumentos de injusticia al servicio del pecado» (Rm 6,12-13). En Mt 18,8 Jesús hace una llamada al esfuerzo, a la resistencia al pecado, a no caer en él: «Si tu mano o tu pie te es ocasión de tropiezo, córtatelo y arrójalo de ti; más te vale entrar en la Vida manco o cojo que ser arrojado al fuego eterno con las dos manos o los dos pie». Romper o desear romper un matrimonio por desear a uno de los conyugues es un acto siempre grave y condenable con la máxima pena, como en la antítesis primera: con la Gehenna.

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Adulterio (5,31-32)

También se dijo: El que repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio. Pero yo os digo que todo aquel que repudia a su mujer –excepto en caso de fornicación– la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada comete adulterio (5,31-32)

La 3ª antítesis está formada por los versículos 5,31-32. Es una antítesis breve, sin las extensiones de las dos anteriores, que se limita a exponer la ampliación que propone Jesús. Trata el adulterio desde el divorcio, como extensión de lo dicho en la antítesis anterior. Jesús corrige y rechaza el acta de repudio de Dt 24,1: «Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, y resulta que esta mujer no acaba de caerle bien, porque descubre en ella algo que le desagrada, le escribirá un acta de divorcio, se la pondrá en la mano y la despedirá de su casa»; y con ello el divorcio. Pero no utiliza, como en los casos anteriores palabras del Antiguo Testamento, sino propias. Palabras que suponen, en sí mismas, una reducción y simplificación de la norma veterotestamentaria, que es mucho más compleja (ver Dt 24,1-4). La controversia sobre el divorcio volverá a presentarse en Mt 19,7. «Pero yo os digo que todo aquel que repudia a su mujer la hace adúltera; y el que se case con una repudiada comete adulterio» (Mt 5,32). El mandato del Señor establece una prohibición, en negación, radical y taxativa; rechaza radicalmente el divorcio. El divorcio, en el Antiguo Testamento tenía la finalidad de permitir una nueva unión, un nuevo matrimonio. Con ello, Jesús afirma la línea de Mal 2,16: «Yo odio el repudio, dice Yahvé», que afirma la inviolabilidad e indisolubilidad del matrimonio. Mateo, más adelante remarcará esta situación: «De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que unió Dios que no lo separe el hombre» (Mt 19,6). La unidad indivisible del matrimonio procede de la voluntad creadora de Dios: «Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios los creó, macho y hembra los creó» (Gn 1,27) y, por esa misma voluntad, de la naturaleza misma de la unión matrimonial: «Por eso deja en hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne» (Gn 2,24). El divorcio que permitió Moisés fue a causa «de vuestra cerrazón de mente. Pero al principio no fue así» (Mt 19,8). En resumen, esta antítesis ahonda en el sentido que tiene que tener el cumplimiento del sexto mandamiento que, en la práctica fue tan novedoso, y que desde entonces es discutido. Su interpretación es clara: El divorciado que se vuelve a casar, y su pareja, cometen adulterio. Excepto si por causa justificada un tribunal eclesiástico considera inválido el matrimonio anterior, pues en tal caso no existe ni matrimonio, ni divorcio, sino que se les considera solteros. No obstante, bajo la misericordia y el amor de Dios, puede haber otras circunstancias atenuantes para las nupcias de divorciados, pero cada caso es específico y particular y por ello debe ser

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estudiado con detenimiento en todas sus facetas y circunstancias por quien, dentro de la Iglesia, tenga la potestad para discernir.

Juramento y veracidad (5,33-37)

Los versículos 5,33-37 conforman la 4ª antítesis: Habéis oído también que se dijo a los antepasados: No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos. Pues yo os digo que no juréis de modo alguno: ni por el Cielo, porque es el trono de Dios; ni por la Tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del gran rey. Ni tampoco jures por tu cabeza, porque ni a uno solo de tus cabellos puedes hacerlo blanco o negro. Limitaos a decir: ´Sí, sí`, ´no, no`, pues lo que pasa de ahí proviene del Maligno (5,33-37)

El versículo 5,33 hace referencia a Lv 19,12: «No juraréis en falso por mi nombre: profanarías el nombre de tu Dios». Para los judíos el acto de jurar, de poner a Dios como testigo de una afirmación, era de gran importancia. Por ello, quien jura a la ligera o de forma falsa, debe ofrecer un gran sacrificio para reparar su pecado: «Supongamos que uno peca y comete una prevaricación contra Yahvé mintiendo a su prójimo […] o jura en falso acerca de cualquiera de las cosas en que el hombre suele pecar. Si peca así y se hace culpable, devolverá lo robado […] o todo aquello sobre lo que juró en falso. Lo restituirá íntegramente añadiendo un quinto más y lo devolverá a su dueño el día de su sacrificio de reparación. Entregará para Yahvé su sacrificio de reparación: un carnero del rebaño» (Lv 5,22-25). Prototipo del valor que se le concede a un juramento es el voto que hizo Jefté: «Si entregas en mis manos a los amonitas, el primero que salga de las puertas de mi casa a mi encuentro cuando vuelva victorioso de los amonitas, será para Yahvé y se lo ofreceré en holocausto […] Cuando Jefté volvió a su casa, su hija salió a su encuentro bailando […] Padre mío, has abierto tu boca ante Yahvé, haz conmigo lo que salió de tu boca» (Jue 11,30-36). Otro ejemplo de las consecuencias negativas que tiene realizar juramentos como hábito, sin profundizar en el contenido de lo que se jura, está en el juramento que Herodes hizo a la hija de Herodías: «Tanto gustó a Herodes que este prometió bajo juramento darle lo que pidiese […] Tráeme aquí, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista […] El rey se entristeció, pero a causa del juramento y de los comensales, ordenó que se le trajese […] Su cabeza fue traída en una bandeja y entregada a la muchacha» (Mt 14,3-11). La consecuencia de estos juramentos llevó a cometer homicidios a quienes habían jurado a la ligera, sin obtener, en cambio, beneficio alguno. Por eso Dios, a través del profeta Zacarías dijo: «No maquinar el mal entre vosotros, y no aficionaros a jurar en falso [o a la ligera], porque odio todas esas cosas –oráculo de Yahvé-» (Za 8,17). Los juramentos en falso son siempre perniciosos, así le pasó a Pedro cuando juró: «Yo no conozco a ese hombre» (Mt 26,72.74), y que le supuso el arrepentimiento de por vida: “Y saliendo fuera lloró amargamente» (Mt 26,75)

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Jesús se apoya en Ex 20,7: «No pronunciarás el nombre de Yahvé, tu Dios, en vano», para elevar y proyectar la adoración y el respeto a Dios en todo momento: “Pues yo os digo que no juréis en modo alguno» (Mt 5,34). Jesús eleva a la exquisitez el segundo mandamiento: «No tomarás en falso el nombre de Yahvé, tu Dios» (Dt 5,11). Pues, jurar en falso, lleva al pecado de idolatría y al perjurio. Así lo indica Sb 14,25-31: «Todo es caos de sangre y muerte, robo y fraude, corrupción, deslealtad, desorden […] adulterio y libertinaje. Porque el culto a los ídolos es principio, causa y fin de todos los males […] Como confían en ídolos sin vida, no temen que el jurar en falso les pueda perjudicar. Pero un doble castigo les aguarda: por hacerse una idea falsa de Dios, al entregarse a los ídolos, y por jurar injustamente y con engaño, despreciando la santidad». Jesús amplia la prohibición afirmando que todo tipo de juramento viene del maligno: «lo que pasa de ahí proviene del Maligno» (Mt 5,37). Esta imposibilidad de jurar se completa en Mt 23,16-22 (jurar por el templo): «¿Qué es más importante, la ofrenda o el altar que hace sagrada la ofrenda? [...] Quien jura por el Santuario, jura por él y por Aquel que lo habita» (Mt 23,19.21) y se sustenta en Is 66,1-2: «Esto dice Yahvé: los cielos son mi trono y la tierra la alfombra de mis pies. Pues, ¿qué casa me vais a edificar o qué lugar de reposo, si el universo lo hizo mi mano y todo vino al ser?», es decir, todo es de Dios. El buen discípulo no debe jurar por cosa alguna («ni por el Cielo, porque es el trono de Dios, ni por la Tierra, que es el estrado de sus pies, ni por Jerusalén […] ni por tu cabeza» (Mt 5,34-35), pues todo proviene de Dios, sería como jurar por Dios. Es decir, no hay juramento vano, todos llevan en sí la impiedad hacia Dios. Por ello, jurar es siempre falsedad, pues el hombre «ni a uno solo de sus cabellos puede hacerlo blanco o negro» (Mt 5,36). El fundamento de la antítesis de Jesús es que toda la creación hace referencia necesaria a Dios, y que el hombre no tiene dominio sobre ella.

Por eso es importante la advertencia que Jesús hace al final de la antítesis: «Limitaros a decir: ´Sí, sí` ´no, no`; pues lo que pasa de ahí proviene del Maligno» (5,37). Contiene dos mensajes implícitos. Por un lado que la palabra de la persona debe ser creída por sí misma; es decir, es el testimonio de vida que dé la persona la que hace válida su aserción; no precisa apoyarse en nada más para aumentar su credibilidad. Por otro lado, la acción del Diablo, que siempre está presente en la toma de decisiones y que tiende a desvirtuar la correcta argumentación que podamos hacer para justificar nuestra decisión; cuantas más explicaciones demos sobre un tema más posibilidades hay que se deslicen subjetividades y falsedades que desvirtúen la validez de nuestra decisión. Es decir, justificaciones: las justas y ni una palabra más; la certidumbre de la postura adoptada debe recaer sobre el valor y testimonio que la persona dé por ella misma. La justicia del discípulo, nunca jurando, es superior la justicia de los escribas y fariseos, pues actúa con una sinceridad sin fisuras que hace innecesario el recurso al juramento. Así debe ser nuestra verdad: afianzada sobre el testimonio de nuestra vida.

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Venganza y magnanimidad (5,38-42)

La 5ª antítesis, versículos 5,38-42: Habéis oído que se dijo: Ojo por ojos y diente por diente. Pues yo os digo que resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra; al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y no vuelvas la espalda al que desee que le prestes algo (5,38-42)

Jesús rechaza la Ley de Talión (del latín talis, igualdad1) que imperaba: «Pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, cardenal por cardenal» (Ex 21,23-25), la cual había superado los abusos de revancha existentes anteriormente: «Mujeres de Lamec, escuchar mi palabra: Yo maté a un hombre por una herida que me hizo y a un muchacho por un cardenal que recibí. Caín será vengado siete veces, mas Lamec lo será setenta y siete» (Gn 4,23-24). Jesús pide «no resistirse al mal», que no es dejarse manipular y envilecer por el mal ajeno, sino evitar responder al mal con el mal. Jesús propone confiar en Dios, al abandono en Él, lo que lleva a devolver bien por mal: «No digas: vengaré mi daño; confía en Yahvé y te salvará» (Pr 20,22). Jesús nos llama a no dejarnos guiar por inquinas personales, a superar las enemistades: «No digas: le haré lo mismo que él me ha hecho, me las tendrá que pagar» (Pr 24,29); porque, «Si un hombre alimenta la ira contra otro, ¿cómo puede esperar la curación del Señor?» (Sir 28,3)

Pero no lo entendamos mal, Jesús no nos llama a la pasividad ante el mal, sino que nos insta a la acción, a que devolvamos bien por mal. Por ello, en la antítesis aparecen tres verbos de acción: ofrecer, dar y andar. Tres verbos que indican la disposición de servicio, de oferta en apertura hacia el otro que hemos de tener ante el mal. Aunque ello conlleve inevitablemente a una situación de sufrimiento y humillación; situación que puede ser revertida por la generosidad del amor. Jesús, abriendo el abanico de generosidad y servicio que el discípulo, el cristiano, debe tener, afirma que: «A quien te pide dale» (Mt 5,42), y añade que demos también el manto o caminemos dos millas con él. Por eso termina la antítesis pidiendo que: «No vuelvas la espalda al que desee que le prestes algo» (5, 42). Es decir, Jesús llama a que no nos desentendamos del ofensor, sino que tengamos una colaboración activa con quien nos ha producido el daño. Nos llama a que elijamos libremente renunciar a nuestros derechos y a comportarnos bienaventuradamente: con pobreza de espíritu, mansedumbre, misericordia, paz y

1 La ley de Talión ya estaba promulgada en el Código de Hammurabi, hacia el 1800 a. C., y en la jurisdicción romana, como Lex talionis. Su objeto era, en principio, detener los desmanes y venganzas desorbitadas que se producían, buscando que la venganza o represión fueran proporcionales al daño causado y, fundamentalmente potenciando la responsabilidad personal, que llevase a que no se cometiera el acto violento por miedo a que se le aplicase a él su devolución.

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aceptación de la persecución. Jesús nos llama a adoptar actitudes morales, que no necesariamente coincidirán con las actitudes legales o de la sociedad. En resumen, Jesús nos llama a vivir las Bienaventuranzas en todo momento.

Este pasaje anticipa la Pasión de Jesús, que encarna la abnegación total. Así, cuando unos de sus acompañantes sacó la espada para defenderle, le ordenó que volviera a envainarla: «En esto, uno de los que estaban con Jesús echó mano de su espada, la sacó e, hiriendo al siervo del Sumo Sacerdote, le llevó la oreja. Le dijo entonces Jesús: Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñen la espada perecerán a espada» (Mt 26,51-53). Y se dejó despojar del manto y la túnica: «Los soldados, después de crucificar a Jesús, tomaron sus vestidos e hicieron con ellos cuatro lotes, uno para cada soldado. Tomaron también la túnica, que no tenía costura; estaba tejida de una sola pieza de arriba abajo […] Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica» (Jn 19,23-24). Y cuando le abofetearon, Jesús no presentó la otra mejilla, pero murió en la cruz por los agresores… y por todos, sacrificio inmensamente mayor. Porque la caridad todo lo soporta: «La caridad es paciente y bondadosa; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa ni orgullosa; es decorosa; no busca su interés; no se irrita, no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta» (1 Cor 13,5)

El amor al prójimo y al enemigo (5,43-48)

La 6ª antítesis está formada por los versículos 5,43-48: Habéis oído que se dijo: Amarás al prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también lo paganos? Vosotros, pues, ser perfectos como es perfecto vuestro Padre del cielo (5,43-48)

Esta antítesis cierra la unidad de la justicia mayor y el prójimo. Es como una recopilación y fundamentación de las antítesis anteriores, en especial de la 5º, de la que es una continuación. En esta antítesis, Jesús eleva el mandato de amar al prójimo, presente en la Ley de santidad del Levítico: “amar al prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18) al rango de mandato fundamental, semejante al mandato de amar a Dios: «Maestro, ¿Cuál es el mandamiento mayor de la Ley? Él le dijo: amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas. Este es el mayor y primer mandamiento. El segundo es semejante a este: Amarás al prójimo como a ti mismo» (Mt

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22,39). Jesús confirma el mandamiento fundamental y el monoteísmo: «Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,5). Llevando al máximo nivel la benevolencia con el enemigo expresada en el Éxodo: «Si encuentras el buey o su asno de tu enemigo extraviado, se lo llevarás. Si ves el asno del que te aborrece, caído bajo la carga, no te desentiendas de él; préstale ayuda» (Ex 23,4-5). Mandato que, en el fondo está coordinada con la 1ª antítesis de no matar; porque así como matar es el acto negativo hacia el hermano por excelencia, amar al enemigo es el mayor acto positivo que se puede hacer hacia el prójimo.

Jesús nos demanda: «Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial» (5,44-45). Nos invita a no imitar a los publicanos: «Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo los publicanos?» (v. 46) ni a los gentiles: «Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también lo paganos?» (v. 47), que aman a los que les aman. Jesús no nos pide que ante el enemigo vivamos con indiferencia o que tengamos una postura pasiva de aceptación de la situación o de tolerancia, no. Nos pide que ante el enemigo tomemos la iniciativa y nos acerquemos a él para amarlo, y que intercedamos por él ante Dios. Porque, el perseguidor está llamado a convertirse en virtud del amor y la oración del discípulo a quien persigue. El amor al enemigo y al perseguidor es la manifestación suprema de la justicia, como perfección. Una justicia que tiene como clave el amor, no la verdad del hombre. Porque, las buenas obras del discípulo tienen como objetivo fundamental que todos las personas «alaben a nuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,16). Jesús nos llama a amar a todos por igual, siguiendo el ejemplo de nuestro «Padre celestial que hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos» (Mt 5,45).Hemos de tener en cuenta que la luz del sol y el gua de la lluvia son los elementos básicos para la vida en la creación. La benevolencia del Padre es una invitación al discípulo, a todos nosotros, a que sigamos su ejemplo. A que mostremos una benevolencia igual con el enemigo, con quien nos odia o persigue. Mediante esta acción amorosa es cuando comenzaremos a caminar hacia la perfección, plenitud o santidad a la que nos invita Cristo: «Vosotros ser perfectos, como es perfecto vuestro Padre del Cielo» (Mt 5,48). Esta perfección supone el cumplimiento de todos los mandamientos y todas las bienaventuranzas; entonces seremos «grandes en el Reino de los Cielos» (Mt 5,19). La Pasión de Jesús es ejemplo supremo de amor a todos los hombres, también a los enemigos; manifestando y revelando de esa manera la verdadera dimensión del amor que el Padre tiene por todas sus criaturas, por todos sus hijos, por nosotros.

Amar al enemigo no es una perfección inalcanzable. Es una capacidad donada por el Padre a sus hijos que contiene una fuerza transformadora enorme para el discípulo que

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es bienaventurado; es decir, para quien cumple el mandato de Jesús de amar. Porque la justicia mayor está llamada a imitar la perfección divina. La naturalidad con la que Jesús afirma esta exigencia muestra su convicción de que es alcanzable, que no es imposible. Porque, para quien ama a Dios, no hay nada que no pueda alcanzar, por el amor recibido de Dios. Vivir en Dios es no solo la clave de toda esta unidad de texto, sino el fundamento de toda la moral predicada por Jesús. Es el gozne sobre el que gira la puerta que abre Jesús para que nos hagamos partícipes de su Resurrección.

Conclusión

Esta sección es única en toda la Sagrada Escritura por la forma en que se introducen las antítesis, por la expresión «oísteis que se dijo». Es importante porque Jesús no utiliza la expresión «está escrito», como lo que fue dicho por Dios, sino que el «oísteis» que indica la interpretación que los fariseos y levitas hacen de la Palabra de Dios. Es contra esta interpretación ante la cual Jesús hace su proclamación. Una proclamación realizada con la autoridad plena, su «yo os digo» es de absoluta autoridad. Jesús se otorga la única y verdadera interpretación de la Escritura. Con ello deroga e inhabilita todas las anteriores interpretaciones realizadas por escribas y fariseos, que con sus interpretaciones se fijaron más en la letra de la Escritura que en su contenido, desvirtuando absolutamente el sentido de la Palabra de Dios recogido en la Escritura.

Las seis antítesis de esta sección hacen una constante referencia sobre cómo ha de ser el comportamiento del discípulo con el prójimo, con los demás. Porque, para el evangelista y en palabras de Jesús, «justicia» significa lo que el discípulo tiene que hacer, lo debe cumplir, de su tarea o misión. La 6ª antítesis es la culminación de toda la sección: La llamada, petición y mandato de Jesús de amar a todos, incluso a los enemigos. Esta sección indica cual debe ser la práctica que el discípulo debe tener en la vida social y en las relaciones entre personas: Una justicia grande, mayor, basada en la entrega generosa a los demás por amor hacia ellos. No obstante, estos seis mandatos no son sino unos trazos fuertes de toda una amplia gama de circunstancias y situaciones a las que se puede ver sometido el discípulo, nosotros, durante su vida. En todas estas circunstancias, sean cuales fueren, debemos seguir los criterios generales marcadas por estas seis antítesis.

En estos mandatos de Jesús el objetivo final, transcendente, no es el amor a los demás, sino el amor a Dios. Es reconocer a Dios como Dios verdadero y, de esa manera, poder optar a alcanzar el Reino de Dios. Por ello, dice Jesús que la forma en que podemos manifestar el amor al Padre es amando a sus hijos, a nuestro prójimo. Esta dimensión transcendente es la sutil y, al mismo tiempo, enorme diferencia que existe

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entre una persona que actúa moralmente con los demás, por su conciencia ética, y quien lo hace por sentirse co-creador con Dios de la creación; por el sentido escatológico de su amor. Con ello no se intenta desprestigiar el amor entre humanos, sino que se quiere mostrar que el amor de un cristiano hacia los demás no termina en el hermano, a quien se ama, sino en Dios; El amor de Dios es la causa primera que nos mueva, por ser cristianos, a volcarnos en amor hacia los demás. No entenderlo así sería caer de un nuevo formalismo de interpretación de la ley de Jesús. La nueva Alianza de Cristo nos encamina a que nuestra vida y nuestro ser pasa por Cristo, por el Espíritu con el que amemos a los demás, para llegar al Padre. Vivir, actuar y sentirnos parte de la vida trinitaria junto a Dios, nos hará sentirnos partícipes de su perdón. Nos transformará interiormente, iluminando nuestro camino, viviendo en el Reino de Dios durante nuestra vida terrenal.

Por otro lado, hay que decirlo con total claridad, la oferta que hace Jesús no es optativa, no la deja a nuestra capacidad de discreción o discernimiento, sino que es imperativa, mandatoria. Sus propuestas son de obligado cumplimiento para todo cristiano bautizado, y por extensión a toda persona, que quiera ser auténtico discípulo suyo. Muestran cómo ha de ser, en verdad, el obrar cristiano. Estos mandatos tienen, por ello tienen cuatro facetas importantes:

Valor declarativo. Declaran y concretan el bien que el discípulo debe realizar y el mal que debe omitir.

Carácter paraclético. Tienden a mover la voluntad del discípulo, lo exhortan, hacia el bien.

Finalidad pedagógica. Ponen al discípulo ante el bien que debe realizar, enseñándole a comprenderlo y desearlo, transformando su corazón

Significado transcendente. Cumplir los mandatos es para el discípulo expresión de su deseo de agradar al Padre. No se puede ser justo sin amar al Padre.

No obstante todo lo anterior, hemos de ver estos mandatos del Señor como líneas maestras a seguir, como indicadores del camino por el que hemos de transitar. Son orientaciones para un viaje que comienza ahora, mientras lees estas líneas, que arrastra el peso de la historia de cada uno de nosotros y que nos impele hacia delante por el don de Dios que continuamente estamos recibiendo. No se quiere decir con esto que el planteamiento de Jesús sea inalcanzable, sino que se precisa mucho tiempo, esfuerzo y dedicación para acercarnos a su pleno cumplimiento. Cristo no nos plantea estas directrices para que las alcancemos, so pena condenación, sino para que busquemos con corazón ardiente caminar hacia su realización. Por el camino vendrán las caídas, los intento de abandono, la fatiga, el cansancio… la cruz. Jesús nos pide, eso sí, de forma

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imperiosa, que nos levantemos y que superemos nuestras debilidades. Que sacudiéndonos el polvo del camino alcemos la vista del corazón al Cielo y, pidiéndole ayuda al Padre, nos pongamos nuevamente en camino… tantas veces como nos dejemos llevar por las tentaciones. Jesús nos pide que nunca cesemos en el deseo de caminar hacia el Padre.

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