conflicto político, demografía y modo de producción en la
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Conflicto político, demografía y modo de producción en la Antigua Roma, siglos II-I a. C.Marcelo Emiliano Perelman FajardoSociedades Precapitalistas , vol. 3, nº 2, julio 2014. ISSN 2250-5121http://sociedadesprecapitalistas.fahce.unlp.edu.ar/
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Conflicto político, demografía y modo de producción en la Antigua Roma, siglos II-I a. C.
Marcelo Emiliano Perelman Fajardo
Universidad de Buenos [email protected]
Cita sugerida: Perelman Fajardo, M. (2014). Conflicto político, demografía y modo de producción en la Antigua Roma, siglos II-I a. C. Sociedades Precapitalistas, 3 (2). Recuperado de: http://www.sociedadesprecapitalistas.fahce.unlp.edu.ar/article/view/4651
ResumenEste trabajo se propone analizar críticamente algunas teorías recientes sobre las consecuencias sociales de la Segunda Guerra Púnica (218-201 a. C.) en la antigua sociedad romana. Mientras que la interpretación clásica había subrayado el efecto dañino que las guerras de expansión supusieron para el campesinado romano, los nuevos enfoques en boga se caracterizan por dejar de lado las contradicciones del proceso histórico, adoptando una interpretación malthusiana en la cual la población simplemente habría crecido mucho más que los recursos para sostenerla. Considerando que la demografía no es una variable independiente sino que se encuentra enmarcada en un modo de producción específico, se propone estudiar algunas limitaciones de los enfoques mencionados para luego abordar el problema desde una óptica que enfatice en la dinámica contradictoria de la sociedad romana.
Palabras clave: Segunda Guerra Púnica; Campesinado romano; Demografía; modo de producción
Political conflict, demography and mode of production in Ancient Rome, II-I century B. C.
AbstractThis paper intends to critically analyze some recent theories on the social consequences of the Second Punic War (218-201 BC) in ancient Roman society. While the classical interpretation had stressed the damaging effect that wars of expansion accounted for the Roman peasantry, new approaches in vogue are characterized by neglecting the contradictions of the historical process, adopting a Malthusian interpretation in which the population simply would have grown much more than the resources to sustain it. Whereas demographics is not an independent variable but is framed in a specific mode of production, it will address some limitations of such approaches and then address the problem from a perspective that emphasized the contradictory dynamics of Roman society.
Key words: Second Punic War; Roman peasantry; Demographics; mode of production
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.Centro de Estudios de Historia Social Europea
Esta obra está bajo licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 2.5 Argentina
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En diversos pasajes de El Capital aludo al destino que les cupo a los plebeyos de la antigua Roma. En su origen habían sido campesinos libres, cultivando cada cual su propia fracción de tierra. En el curso de la historia romana fueron expropiados. El mismo movimiento que los divorció de sus medios de producción y subsistencia trajo consigo la formación, no sólo de la gran propiedad fundiaria, sino también del gran capital financiero. Y así fue que una linda mañana se encontraron con que, por una parte, había hombres libres despojados de todo a excepción de su fuerza de trabajo, y por la otra, para que explotasen este trabajo, quienes poseían toda la riqueza adquirida. ¿Qué ocurrió? Los proletarios romanos se transformaron, no en trabajadores asalariados, sino en una chusma de desocupados más abyectos que los "pobres blancos" que hubo en el Sur de los Estados Unidos, y junto con ello se desarrolló un modo de producción que no era capitalista sino que dependía de la esclavitud. Así, pues, sucesos notablemente análogos pero que tienen lugar en medios históricos diferentes conducen a resultados totalmente distintos. Estudiando por separado cada una de estas formas de evolución y comparándolas luego, se puede encontrar fácilmente la clave de este fenómeno, pero nunca se llegará a ello mediante el pasaporte universal de una teoría histórico-filosófica general cuya suprema virtud consiste en ser suprahistórica.
Karl Marx
Carta al director de Otiechéstvennie Zapiski (fines de 1877)
1. Introducción
La cuestión demográfica en la Antigüedad ha suscitado en los últimos tiempos un relevante
debate entre los académicos, especialmente entre aquellos dedicados a la antigua Roma. El
principal foco de discusión atañe a la cantidad de población existente en los últimos dos
siglos de la República, particularmente en la Península Itálica. Las posiciones se han
dividido generalmente en torno a dos posturas: quienes estiman un bajo o casi nulo
crecimiento de la población libre entre el final de la Segunda Guerra Púnica y el Principado
de Augusto, y quienes al contrario deducen un importante crecimiento poblacional para la
misma época. Nuestro interés se dirige a analizar primordialmente las construcciones
teóricas de algunos autores de la segunda corriente mencionada, tales como Neville Morley
y Nathan Rosenstein. Sus trabajos son ejemplo de un estilo académico muy en boga en los
últimos tiempos: un acrítico recurso a la comparación con otros contextos históricos, el
armado de modelos de “economía campesina” y la recurrencia a leyes demográficas
abstractas y ahistóricas. Las consecuencias de un enfoque semejante se expresan con
claridad en la interpretación que hacen del conflicto político, cuyo caso más emblemático es
el movimiento de reforma de los hermanos Graco, a finales del siglo II1. Mientras que la
historiografía clásica había entendido este episodio como una lucha del campesinado libre
desposeído contra el avance de la clase terrateniente romana, el nuevo enfoque permite
dejar de lado las contradicciones del proceso histórico para entender el conflicto como el
desgraciado resultado de una población campesina que había crecido de forma
desmesurada, superando así los recursos disponibles para su reproducción.
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Se propone entonces estudiar ciertas limitaciones del enfoque mencionado para luego tratar
de abordar la cuestión desde una óptica diferente, recuperando las expresiones de violencia
colectiva que trajo aparejado el conflicto por la tierra entre los diferentes sectores sociales, y
así finalmente poder delinear algunos caminos posibles para la investigación del tema. Por
consiguiente, se concebirá la demografía no como una variable independiente desligada de
un contexto particular, sino que se tratará de ubicarla en el marco más amplio de un modo
de producción históricamente determinado, cuya dinámica contradictoria entre el principio de
propiedad comunal y el principio de propiedad privada determinaron un uso y ejercicio
específico de la violencia en la Antigua Roma.
2. La tesis clásica y las nuevas teorías revisionistas
Un largo derrotero intelectual que parte desde los escritores antiguos y llega hasta los
historiadores del siglo XX establece lo que podemos denominar la tesis clásica sobre las
consecuencias sociales de la Segunda Guerra Púnica. Esta tesis explicaba la crisis del
campesinado libre, base fundamental del ejército romano en su etapa no profesionalizada,
como resultado de las largas campañas militares afrontadas durante el conflicto con Cartago
y en la expansión posterior sobre el Mediterráneo oriental. Autores clásicos como Apiano
(Guerras Civiles, 1.7) y Plutarco (Tiberio Graco, 9) señalaban la creciente disputa sobre la
tierra entre un campesinado que apenas podía reproducirse, y los terratenientes deseosos
de expandir sus posesiones. Las largas ausencias en campaña habrían dejado a merced de
los grandes propietarios las tierras de los soldados, generando un proceso de expropiación y
proletarización de grandes sectores del campesinado itálico, junto a una gran propagación
de la esclavitud como consecuencia de las conquistas. En base a este esquema y
retomando las investigaciones en demografía antigua del historiador alemán Julius Beloch
en el siglo XIX, Peter Brunt (2001: 121-130) elaboró una teoría que relacionaba la
declinación poblacional del campesinado romano con el aumento correlativo de la cantidad
de esclavos. Según Brunt (2001: 121), la cantidad de habitantes en Italia y Cisalpina en el
año 225 era de 5 millones, mientras que en la época de Augusto esta cifra había ascendido
a los 7 millones y medio. El aumento en un 50% no se explicaba por la población libre, que
se reducía, sino debido al aumento de la población servil y a las manumisiones. En sus
propias palabras, “la población libre no lograba aumentar, porque la esclava se multiplicaba”
(Brunt, 1973: 37).
Una de las primeras críticas a los cálculos de Beloch provino del historiador norteamericano
Tenney Frank (1924: 329-341). La cuestión residía principalmente en la interpretación de los
censos romanos. Mientras que el último censo realizado en la etapa republicana, en el año
70, indicaba un total de 900.000 habitantes, los censos impulsados por Augusto en los años
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28 y 8 y en el 14 d.C. señalaban respectivamente 4.063.000, 4.233.000 y 4.937.000. Este
fenomenal salto fue interpretado por Beloch (1886: 370-378) y posteriormente por Brunt
(2001: 113-120) como resultado de un cambio en la elaboración de los censos: mientras que
durante la República se habrían registrado solamente a los ciudadanos varones adultos
mayores de 17 años, durante el Principado de Augusto se habría incluido también a las
mujeres y a los niños libres. Esta teoría fue criticada por Frank (1924: 329) al sostener la
improbabilidad de que haya habido algún cambio en la elaboración de los censos, optando
por explicar las causas del salto al subregistro crónico de los censos republicanos. De esta
forma, la población libre en tiempos de Augusto debía ascender alrededor de los 10
millones, teniendo en cuenta los altos niveles de manumisiones y los masivos
asentamientos de veteranos en las provincias.
La publicación en 1971 de la monumental obra de Brunt, Italian Manpower inclinó la balanza
en el mundo académico hacia quienes sostenían la teoría del decrecimiento poblacional, o lo
que se denominó la “cuenta baja”. Sin embargo, en la última década adquirió relevancia toda
una corriente de autores críticos con esta postura, quienes pasaron a defender la posibilidad
de una “cuenta alta”, esto es, la existencia de una población numéricamente mucho mayor
que la sostenida tradicionalmente. Elio Lo Cascio (1994: 23-40) reflotó las críticas a la
interpretación de los censos del modelo “Beloch-Brunt” en términos similares a los de Frank,
y posteriormente un artículo de Neville Morley (2001: 50-62) estableció un escenario
alternativo en el cual, acorde a este autor, habría razones para creer que la población
italiana en la época de Augusto habría oscilado entre los 12 y 14 millones de habitantes.
Para justificar su postura, Morley no se detenía ya solamente en argumentos de tipo
filológicos sino que ensayaba una explicación en términos sociales y económicos al
comparar los efectos devastadores de la Segunda Guerra Púnica con los de la Gran Peste
Negra del siglo XIV. Las tierras disponibles y la escasez de trabajadores habrían alentado a
los supervivientes a expandir sus explotaciones y a casarse tempranamente, generándose
un altísimo crecimiento demográfico. Así, la causa de la reforma de los Graco no habría sido
la expropiación del campesinado, sino el hecho de que había demasiada gente para muy
poca tierra. Sin embargo, Morley se lamentaba de la existencia, por un lado, de un modelo
coherente y conciso representado por las tesis de Beloch y Brunt, y la existencia, por el otro,
de una serie de dudas y objeciones no sistematizadas.
Poco tiempo después, la aparición en el año 2004 de Rome at war de Nathan Rosenstein
puso fin a esa situación. El libro ofreció a los historiadores escépticos de la explicación
tradicional un nuevo modelo al cual asirse. El objetivo principal de Rosenstein (2004: 3-25)
era cuestionar la concepción tradicional que consideraba el servicio militar como un
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obstáculo para la producción de las granjas. Según Rosenstein (2004: 20) el año agrícola no
era uniformemente intensivo en trabajo, e incluso las familias campesinas gozarían de un
excedente de fuerza de trabajo, cuya disponibilidad podía reemplazar la pérdida de un
integrante. Además, los requerimientos de la guerra contra Aníbal no habrían sido distintos a
los de las guerras anteriores, con lo cual no habría existido un punto de inflexión a partir del
siglo II. De hecho, la instalación de los grandes latifundios esclavistas no se habría
producido durante este siglo, sino durante la época de Sila (siglo I), a causa de las
proscripciones y expropiaciones a sus enemigos.
A su vez, para explicar el éxito de la expansión imperial, Rosenstein (2004: 22) descartaba
que éste se hallara en la generalización del trabajo esclavo, como postulaban las viejas
teorías, sino que se encontraría en un aspecto hasta el momento poco abordado: en la
explotación de las pautas de matrimonio romanas con fines militares. Tomando la teoría de
Richard Saller (1994: 25-41) sobre el predominio del matrimonio tardío entre los romanos,
Rosenstein (2004: 82) supuso que la elevada edad de casamiento de los hombres,
alrededor de los 30 años, habría permitido enrolarlos en las legiones antes de que se
casaran. Acorde a esta teoría, quienes iban a la guerra eran hombres solteros, cuyos padres
quedaban a cargo de la administración de las tierras. En línea con los planteos de Morley,
Rosenstein (2004: 154) concluía que la combinación entre la mortalidad ocasionada por las
guerras, las epidemias rurales y la migración a áreas urbanas produjo las condiciones
favorables para un cambio en las costumbres reproductivas de los campesinos, lo que
condujo a una rapidísima expansión poblacional.
Cabe aclarar que estas teorías dependen de un altísimo grado de especulación. Ningún
autor antiguo sostuvo que el problema principal del acceso a la tierra fuera la
sobrepoblación, y resulta bastante inverosímil que los Graco hayan errado su diagnóstico de
la situación de forma tan obvia. Pero las consecuencias de este gran escollo son sorteadas
por estos autores mediante el artificio de negar las condiciones de falsabilidad de sus
postulados. Así, Rosenstein (2004: 105) señala que si bien todo lo que sostuvo en su libro
no puede ser ni confirmado ni refutado debido a la inexistencia de pruebas suficientes, al
menos ha probado “in theory” que la agricultura de subsistencia pudo haber coexistido
exitosamente con la masiva movilización militar. A su vez, Morley (2001: 52) apela a las
teorías del “giro lingüístico” para observar que la mayor aceptación de la tesis clásica se
debe menos a sus méritos científicos que a su estructura narrativa, más acorde a la
concepción tradicional y trágica de la crisis de la República.
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3. Los supuestos de las teorías revisionistas
El callejón sin salida al que llevan las posturas relativistas puede ser desandado si se
recuerdan las contradicciones propias de todo relativismo. Para sostener que la verdad no
depende de su correspondencia con la realidad sino que es interior al texto, como dicen los
relativistas, es necesario conocer primero cómo es la realidad efectivamente. Pero si se
niega de entrada que sea posible conocer la realidad, se cae entonces en una falacia de
inconsecuencia autorreferencial: extraer una consecuencia basada en una premisa que se
ha comenzado por negar. A menos que creamos que todas las teorías son relativas a
excepción de la propia teoría relativista, es necesario comprender que toda teoría que
intente describir o explicar un proceso histórico debe atenerse a algún parámetro de
realidad. Las teorías de Morley y Rosenstein no son la excepción a esto, a pesar de sus
intenciones. Y se basan en ciertos supuestos de la realidad histórica que es necesario
analizar.
Una de las principales críticas hacia el modelo de Brunt ha sido la de su supuesta
circularidad argumental. Rosenstein (2004: 10) y Morley (2002: 49) observan que la
explicación de Brunt se basa en deducir el gran número de esclavos que había en Roma a
partir del bajo número de la población libre, y viceversa. Para salir de este escollo,
Rosenstein (2004: 11-2) nos aclara que la población esclava jamás podría haber alcanzado
un número tan alto por la sencilla razón de que era incapaz de autoreproducirse. Su número
sería cada vez menor con el paso del tiempo. Por consiguiente, la población libre debía ser
mucho mayor. Lamentablemente Rosenstein no profundizó aún más en las consecuencias
lógicas de su argumento, ya que le hubiera servido para demostrar que nunca existió
ninguna sociedad esclavista en la historia, por la sencilla razón de que todo sistema
esclavista estaría, por definición, en estado de perpetua extinción. Sin embargo, la creencia
de que la población esclava no podía reproducirse es un postulado ya muy cuestionado que
se remonta a las concepciones de Max Weber (1989: 45) sobre el matrimonio como la
mejor, y única, forma de crianza de niños. Keith Bradley (1998: 50-1) ha demostrado que los
propietarios alentaban la reproducción natural entre su plantel de esclavos. Los vernae,
esclavos nacidos en cautiverio, eran muy apreciados ya que se los consideraban menos
rebeldes. La gran cantidad de problemas jurídicos que ocasionaban los nacimientos de
bebés esclavos respecto a su propiedad o a sus posibilidades de manumisión, reflejados en
distintas partes del Digesto, señalan la extensión de la reproducción natural de los esclavos.
El propio ejemplo de la esclavitud en el sur de los EE.UU., capaz de mantenerse únicamente
por medio del aumento natural, es revelador al respecto.
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Tras haber concluido erróneamente que los esclavos no podían autoreproducirse,
Rosenstein justifica la mayor cantidad de población libre en base al trabajo de Morley sobre
la economía de la ciudad de Roma, Metropolis and Hinterland (1996). Este libro consiste en
un impresionante ejercicio de formalismo económico aplicado a la historia, tratando de
demostrar que la demanda de los mercados de Roma transformó el entorno rural de la
ciudad, generando un crecimiento económico sin precedentes. Para Morley (2002: 26), el
mercado de Roma se habría desincrustado de la esfera política.
Metropolis and Hinterland se encuentra largamente inspirado en el estudio de E. A. Wrigley,
People, Cities and Wealth, el cual analiza el surgimiento del capitalismo a partir de la gran
influencia que el crecimiento demográfico de Londres y su demanda de alimentos y servicios
ejercieron sobre el desarrollo agrícola inglés. Para aplicar el mismo esquema a la Roma
antigua, Morley (2002: 39-40) establece la suprahistórica tesis de que todas las ciudades
preindustriales experimentan tasas negativas de crecimiento poblacional natural, afirmada
también por Lo Cascio (1994: 39). De esta forma, el crecimiento de la población urbana en
las sociedades preindustriales sería posible sólo si con anterioridad se producía un
crecimiento de la población agrícola, que luego migraría a las ciudades. Según los cálculos
de Morley (2002: 46), durante los últimos dos siglos de la República, una corriente anual de
7.000 emigrantes del campo a la ciudad explicaría el fenomenal crecimiento que la ciudad
de Roma conoció en los comienzos del Principado de Augusto. Acorde al modelo de Morley
(1996: 50), esta corriente de emigrados se explicaría más por los altos salarios que ofrecía
la capital del imperio, necesitada de trabajadores, que por un supuesto proceso de
expropiación del campesinado.
En realidad, estas suposiciones son tan generales que no tienen ninguna validez histórica.
Incluso se contradicen notoriamente con la investigación de Wrigley (1992: 263): entre 1600
y 1750 Londres, todavía preindustrial, experimentó un crecimiento poblacional del 260 por
ciento, mientras que la población rural aumentó apenas en un 20 por ciento en el mismo
lapso de tiempo. Por otra parte, son las propias características de Roma como tipo
paradigmático de ciudad antigua las que pueden explicar mejor su fenomenal crecimiento.
De acuerdo al clásico modelo de Moses Finley (2008: 35-59), la ciudad antigua era una
ciudad consumidora que se mantenía a través de la exacción de tributos sobre su área
circundante. Esta condición se cumplía con creces en el caso de Roma, cuyo fabuloso
tamaño se debía a su condición de capital imperial. Su hinterland estaba constituido más por
Sicilia, Cerdeña y el norte de África que por el Valle del Po. La pretensión de Morley y Lo
Cascio de deducir la cantidad de población existente en Italia de acuerdo a las
características de una supuesta economía urbana de Roma se vuelve de esta manera muy
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discutible. Por estas mismas razones, Walter Scheidel (2008: 33) concluyó con atino que el
crecimiento urbano en la Italia romana difícilmente pueda constituir un certero indicador del
crecimiento poblacional neto de toda la región.
Otros autores también elaboraron razonamientos del mismo tenor, pero esta vez en relación
a las pautas de consumo. Willem Jongman (2008: 604-605) adujo que el consumo de carne
podría ser un buen indicador de un nivel de prosperidad media, lo que justificaría la
posibilidad de un incremento demográfico hacia finales de la República. Como las pruebas
arqueológicas demuestran un incremento en la cantidad de restos óseos animales, se sigue
que el consumo de carne habría aumentado, reflejando la prosperidad alcanzada en un nivel
ligeramente superior al de la subsistencia. Si para los que estaban por debajo de ese nivel el
consumo de carne era imposible, y si los que estaban muy por encima del nivel de
subsistencia no podían aumentar dicho consumo de manera proporcional, se trataría
entonces de un indicador de quienes alcanzaron una prosperidad media. Partiendo también
de este tipo de evidencias arqueológicas, Geoffrey Kron (2008: 71-119) llegó aún más lejos
al postular la extraordinaria productividad del campesino romano, sólo comparable con la de
los farmers ingleses y holandeses de los siglos XVII y XVIII. Para Kron los mercados
romanos habrían estado atiborrados de carne, permitiendo abaratar su precio y así mejorar
la dieta de los campesinos. El crecimiento del mercado habría alentado este fenómeno y los
pequeños campesinos se habrían beneficiado mucho más de este proceso que los grandes
terratenientes.
Sin embargo, tomar pautas de consumo propias de la sociedad capitalista y aplicarlas de
forma acrítica a sociedades pretéritas como hacen Jongman y Kron resulta bastante
problemático. Todas estas deducciones no consisten más que en una aplicación de la
famosa “ley psicológica general de la propensión a consumir” formulada por John Maynard
Keynes en su General Theory (2007: 94-101). Keynes sostenía que la naturaleza humana
se comportaba de forma tal que a medida que aumentaban los ingresos de los sujetos,
éstos incrementaban también su consumo, pero no de manera proporcional al aumento de
sus ingresos. De esta forma, una redistribución del ingreso progresista de los más ricos a los
más pobres haría crecer el consumo y alentaría la actividad económica. La pertinencia o no
de las teorías de Keynes para una economía capitalista constituye un debate razonable,
pero su aplicación a otros contextos históricos claramente no lo es. Nadie puede creer
seriamente que en los banquetes romanos, al estilo del Satiricón de Petronio, los invitados
pudieran comerse todos los platos servidos. Lo que había allí era algo similar a un potlach,
un derroche de riquezas. Basta con tomar el concepto de “consumo ostensible” de Thorstein
Veblen en su Teoría de la clase ociosa (2004: 90-119) para apreciar que en las sociedades
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precapitalistas el poder se construye a partir de la circulación y destrucción de la riqueza, no
de su acumulación. Los requerimientos de status propios de estas sociedades no encajan
bien con las teorías keynesianas de consumo. Por ende, indicios de un mayor consumo en
una época determinada no significan necesariamente que haya aumentado la población,
sino que ciertos sectores sociales de elite pueden haber visto acrecentadas sus
necesidades derivadas de su posición social. Y no era sino ésta la situación generada por la
expansión mediterránea del poder romano en el siglo II, que puso a disposición de la clase
dominante amplios recursos para ser explotados.
4. La economía campesina
La teoría de Rosenstein ha adquirido en los últimos tiempos una relevancia cada vez mayor
desde su aparición. Su interpretación alternativa ya ha sido recogida por varios autores en
múltiples tipos de publicaciones: libros de introducción y divulgación (Campbell, 2011: 57),
obras de consulta sobre historia de la esclavitud (Bradley y Cartledge, 2010: 263) e incluso
simposios realizados exclusivamente para analizar los alcances de las nuevas teorías (de
Ligt y Northwood, 2008). Autores identificados con esta nueva corriente colocan su trabajo
como confirmación de anteriores inquietudes (Rich, 2007: 161) o como piedra basal de sus
elaboraciones (Kron, 2008: 108, Roselaar, 2008: 183-4). Si todos estos hechos son indicios
del advenimiento de una nueva ortodoxia en este campo, se vuelve absolutamente
pertinente un análisis detenido de los alcances y limitaciones de la teoría de Rosenstein en
las siguientes páginas.
Para probar su tesis acerca de la compatibilidad entre la existencia de la unidad campesina
y la movilización militar, Rosenstein construye un modelo económico de familia campesina.
Se coloca de ese modo dentro de una corriente teórica que otorga un lugar primordial al
carácter campesino de las sociedades pretéritas. El concepto denota por sí mismo su
objetivo: la descripción de un modelo estrictamente económico en lugar de un análisis de la
dinámica histórica de las relaciones sociales. Para armar su modelo, Rosenstein (2004: 77)
supone que las fincas de los ricos eran trabajadas exclusivamente con mano de obra
esclava, debido a la abolición del nexum en el 326. Esta noción de una economía esclavista
y otra economía campesina que no tienen ninguna relación entre sí es un derivado de la
influencia de Alexander Chayanov (1966: 1-28), quien se esmeraba por delinear distintos
tipos de economías en términos modélicos abstractos, como la esclavista, la feudal o la
campesina. Sin embargo, se trata de una simplificación de la realidad histórica. Carlos
García Mac Gaw (2007: 87-124) ha enfatizado la importancia de la mano de obra libre en la
administración de las uillae, rechazando la existencia de una fase exclusivamente
“esclavista” en la historia de Roma. La presencia del colonato, que para García Mac Gaw no
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se reduce sólo a la etapa bajoimperial sino que se extiende incluso a la etapa republicana,
marca un escenario social más complejo que el imaginado por Rosenstein.
Además, incluso es dudoso que la abolición del nexum haya conseguido cabalmente su
objetivo. Según Finley (2003: 109) la servidumbre por deudas continuó existiendo,
oficialmente en las provincias y extra oficialmente en la propia Italia. La cosecha era el punto
crítico de la temporada, al precisarse más trabajadores de los que el plantel de esclavos
permanentes podía abastecer. Francisco Pina Polo (1986: 812-813) señala que era vital
para los terratenientes poseer en los alrededores de sus fincas mano de obra disponible
para aquellas faenas, la cual podía ser contratada como jornalera, como recomienda Catón
(De agricultura, 138), o directamente coaccionada, como señala Varrón (De las cosas del
campo, 1.17.2) en su alusión a los obaerati (colonos deudores). De esta forma, la supuesta
autonomía de la unidad campesina se ve seriamente cuestionada.
Otro tanto ocurre con la pretensión de considerar el ager publicus como de libre disposición
para el campesinado. Según los cálculos de Rosenstein (2004: 67-68), una familia tipo
formada por dos adultos y tres hijos necesitaba para su reproducción entre 20,8 y 23,9
iugera (1 iugera = 0,25 ha) de tierra. Esta cantidad está muy lejos de los 7 iugera que según
Brunt (1973: 60-1) generalmente se reconocía como tierra propia de los campesinos, y que
en el mejor de los casos podía llegar hasta los 10 iugera que César asignaba a sus
veteranos. Al negar Rosenstein (2004: 181-2) la existencia de contratos de aparcería,
arrendamiento o tenencia durante el período republicano, la única manera de justificar la
reproducción de la familia campesina recae en el acceso a las tierras públicas. Pero lo que
esta interpretación olvida es que el régimen del ager publicus era deliberadamente ambiguo,
tal como señaló Claude Nicolet (1982: 44-8). La clave estaba en el sistema de occupatio,
forma de ocupación de tierras que nunca habían sido cultivadas. Según Apiano (Guerras
Civiles, 1.7), estas tierras podían ser cultivadas por quien quisiera a cambio del pago de un
canon. El resultado fue la apropiación masiva de las tierras por los grandes terratenientes,
que al poseer grandes cantidades de esclavos (y disponer de los métodos recién
mencionados para beneficiarse del trabajo de los libres) podían explotar más tierras que los
pequeños propietarios. Esto explicaba en el clásico análisis de Matthias Gelzer (1969: 18-
21) la antigua tradición de conflictos por el acceso a la tierra pública. La sanción de la Lex
Licinia Sextia en el 367 que limitaba la cantidad de tierra ocupada y los litigios de la década
del 290 por la superación de ese límite, relatados por Tito Livio (6.36; 10.13; 10.23; 10.47),
confirman que la tierra del ager publicus fue siempre un terreno de disputa.
Del mismo modo que no resulta plausible la idea de una economía campesina aislada y
autosuficiente, tampoco lo es la noción de que la expansión latifundista de la clase
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terrateniente se produjera recién durante el siglo I. La tradición literaria marca el inicio de
este proceso mucho antes. La disputa por el ager Gallicus Picenus en el 232 narrada por
Polibio (2.21) y la sanción de la Lex Claudia en el 218, que según Livio (21.63) ponía límites
a la capacidad de comercialización de los senadores, son antecedentes importantes del
proceso de expansión latifundista, iniciado aún antes de la guerra contra Aníbal. Es
importante aclarar sin embargo que no se puede hablar de la existencia de una estructura
agrícola uniforme en la Península Itálica (Pina Polo, 1987: 159-170). Las regiones del sur
(Lucania, Apulia y Calabria) presentan grandes explotaciones trabajadas por esclavos y
dedicadas a la ganadería extensiva, mientras que en zonas como Campania, Etruria o el
Lacio se produce una complementación entre las explotaciones de tipo catonianas y las
pequeñas propiedades campesinas mediante los mecanismos descriptos anteriormente.
Solamente en las regiones más montañosas como Umbría, Piceno o Samnio se puede
apreciar una continuidad importante de la pequeña propiedad.
Otro argumento usado para probar la supervivencia de la pequeña propiedad campesina
durante el siglo II es la investigación arqueológica. En base a las excavaciones de la British
School at Rome en el sur de Etruria, Martin W. Frederiksen (1971: 344-6) indicó que las
mismas demostraban un incremento en el número de asentamientos y, por lo tanto, también
de la población en Veyes, Capena y Sutri durante este período. Rosenstein (2004: 17-8) se
apoya en esta teoría para argumentar la inexistencia de un proceso de expropiación debido
a la presencia de una gran cantidad de sitios republicanos. Sin embargo, la fiabilidad de
estos resultados fue posteriormente cuestionada. Un reexamen de la evidencia utilizada,
básicamente cerámica, arrojó resultados totalmente contrarios: mientras que el 80% de los
restos pertenecía a los siglos IV y III a.C., apenas un 20% correspondía a los últimos dos
siglos de la República (de Ligt, 2006: 597-8). Cualquier aseveración extraída de la
arqueología requiere especial cuidado. No deja de ser llamativo el hecho señalado por
Robert Witcher (2007: 275) de que los investigadores más entusiasmados en las
conclusiones de las excavaciones arqueológicas en Etruria hayan sido historiadores,
mientras que los más escépticos fuesen los propios arqueólogos. Witcher (2007: 280)
concluye que los resultados de los estudios en el sur de Etruria difícilmente puedan
contribuir de forma directa a establecer una cronología específica del ritmo de
asentamientos, a menos que puedan enlazarse de forma coherente con otro tipo de
evidencias.
Pero aún si se comprobase la existencia de pequeñas propiedades, esto no significaría
automáticamente que pertenecieran a campesinos libres e independientes. Podrían tratarse
tanto de tenentes como de esclavos que cultivaban las granjas de campesinos expropiados.
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Como señala Brunt (1988: 247), no hay nada en los restos materiales que nos indique el
status social de los habitantes. La condición de esclavo no siempre implicaba la vida en los
ergastula (prisiones de esclavos). Bradley (1998: 110-1) describe que muchos esclavos,
tanto pastores como también labradores y pescadores, vivían en simples cabañas y granjas
alejadas de la residencia principal. Este tipo de construcciones apenas debían diferenciarse
de aquellas habitadas por los campesinos pobres. Del mismo modo, tampoco es válido
resaltar la continuidad inalterada del paisaje agrícola italiano hasta el siglo I en base a la
inexistencia de grandes concentraciones latifundistas durante este período (Rosenstein,
2004: 17). En realidad, el proceso de concentración de tierras no era continuo, como advirtió
Richard Duncan-Jones (2002: 121-42), sino disperso y a través de la absorción de pequeñas
y medianas propiedades. Una de las razones fundamentales de este comportamiento era
evitar las crisis por irregularidad de las cosechas, buscando tener propiedades bajo distintos
climas. Por ende, no es un argumento necesariamente conclusivo alegar la inexistencia de
un proceso de acumulación de tierras en base a la ausencia de grandes propiedades
continuas.
5. La familia campesina
Detengámonos ahora en la principal unidad analítica del modelo de Rosenstein: la familia
campesina. En su análisis, Chayanov (1966: 53-7) colocaba a la familia nuclear de
campesinos como la principal unidad de producción agrícola. Esta familia poseía una cierta
cantidad de tierra trabajada con su propia mano de obra y con el objetivo de satisfacer sus
necesidades de consumo. Rosenstein (2004: 66) adopta la misma estructura para la familia
romana: padre, madre y tres hijos.
Sin embargo, la noción de familia nuclear para la Antigua Roma es bastante problemática.
De hecho, no había un término específico en latín que designara una familia nuclear. El
concepto de familia englobaba a todos aquellos que vivieran bajo un mismo techo,
incluyendo a los esclavos. En base a esto, los especialistas habían considerado
tradicionalmente que la familia tipo en la Roma arcaica era una familia extensa. Pero la
investigación sobre inscripciones funerarias paganas emprendida por Richard Saller (1994:
95-101) vino supuestamente a derribar el mito de la familia extensa: del total de
inscripciones analizadas, el 80% mostraba que el fallecido era conmemorado por la esposa,
el padre, el hijo o un hermano, mientras que rara vez lo era por un tío o su abuelo.
Luego de un cierto entusiasmo inicial, algunas dudas surgieron sobre la veracidad de la
nueva teoría. Leonard Curchin (2001: 536-7) señala la dificultad de sostener la presencia de
una familia nuclear en base a la conmemoración entre hermanos, sobre todo en el caso de
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que éstos sean adultos. Además, el hecho de que la naturaleza de la conmemoración fuera
nuclear, no implicaba que otros parientes no pudieran estar viviendo bajo el mismo techo.
Incluso la ausencia mayoritaria de abuelos que conmemoraran podía deberse más bien a la
baja esperanza de vida que a un supuesto predominio de la familia nuclear. Otra severa
impugnación al modelo de Saller provino de una investigación de Dale Martin (1996: 40-60)
sobre inscripciones funerarias en Asia Menor, quien utilizando un método distinto arribó a
conclusiones opuestas.
El caso del Egipto romano también resulta revelador al respecto. En la investigación de
trescientos censos realizada por Roger Bagnall y Bruce Frier (1994: 57-64), se puede
apreciar un alto porcentaje de familias extensas y múltiples conviviendo en una sola casa.
Acorde a la clásica teoría de Jack Goody (1986: 17-58), formas similares de organización
basadas en el clan existieron en ambas orillas del Mediterráneo en la época de las
civilizaciones clásicas. La divergencia en cuanto a las prácticas se produciría recién en la
época posromana, en gran medida por la influencia de la Iglesia, que iría eliminando las
prácticas de los grupos gentilicios, ocasionando el predominio de la familia nuclear. Manuel
Vial (2010: 316) advierte que la concepción de Saller está influida por las fuentes de
escritores estoicos que utilizó, escuela que exaltaba la importancia del matrimonio, pero que
no se correspondía con la situación en las épocas anteriores, cuando la familia se asentaba
en la herencia y en el grupo extenso.
Dentro de las fuentes literarias, hay indicios en Plutarco (Marco Catón, 24; César, 9; Paulo
Emilio, 5; Craso, 1) y en Cicerón (Sobre la vejez, 37) acerca de familias extensas y de
hermanos casados que conviven bajo un mismo techo. Ésta bien podría ser la situación de
muchas familias campesinas pobres. Según Suzanne Dixon (1992: 7), mientras en las
familias ricas los abuelos podían vivir apartados de la familia de sus hijos, difícilmente los
más pobres pudieran hacer lo mismo. Bajo esta luz, la elección metodológica de Rosenstein
se vuelve bastante arbitraria. Una familia con sus abuelos vivos necesitaría más tierras para
poder sobrevivir. Resulta claro que a efectos de demostrar su tesis de la viabilidad de la
unidad campesina, le convenga a Rosenstein adoptar el supuesto de una familia nuclear. No
obstante, el problema se agrava cuando el propio Rosenstein (2004: 165) incluye
subrepticiamente luego la existencia de familias extensas, afectadas por la escasez de tierra
y capital, para de este modo explicar la denuncia de Tiberio Graco acerca de la existencia
de campesinos sin hogar que deambulaban erráticamente por los campos. Se trata de un
claro uso selectivo de la evidencia por parte de Rosenstein, ya que adopta un esquema de
familia según sea más conveniente para demostrar sus hipótesis.
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Ligado al tema anterior, algunos problemas surgen también en relación al supuesto de la
edad de matrimonio. Era éste uno de los núcleos fundamentales del modelo de Rosenstein,
al basarse en la teoría de Saller (1994: 37-8) sobre el predominio del matrimonio tardío entre
los romanos. Como la mayor parte de los epitafios analizados por Saller demostraban que
los varones muertos antes de los 28 años eran conmemorados por sus padres, mientras que
aquellos que morían después de esa edad eran conmemorados por sus esposas, Saller
(1994: 37-8) interpretó este corte como la edad en la cual los hombres se casaban. Pero
esta teoría fue criticada por subestimar tanto la alta mortalidad de la época como la potestad
del paterfamilias. Según Arnold Lelis, William Percy y Beert Verstraete (2003: 15-20), la
causa por la cual no hay epitafios de hombres fallecidos a una edad mayor a los 28 años
erigidos por sus padres, es que justamente sus padres ya habían fallecido. En vida y en la
medida de sus posibilidades, el padre siempre conmemoraba a su hijo, aunque éste ya se
hubiese casado antes. Según estos autores, los hombres se casaban entre los 19 y 20
años, y las mujeres entre los 13 y 14 años. El casamiento temprano era una forma lógica de
estabilizar la cantidad de población debido a la alta mortalidad de la época. De esta forma, la
derivación de la edad de casamiento que efectúa Rosenstein es falsa. Los soldados que
peleaban en las guerras de Roma eran, mayoritariamente, hombres casados y con hijos, tal
como la tradición literaria siempre ha afirmado, desde Livio (27.28), Polibio (11.28), Salustio
(La guerra de Yugurta, 42) y Cicerón (Filípicas, 14.38) hasta Plutarco (Tiberio Graco, 9) y
Dión Casio (38.9). De aquí que la clave del poderío militar romano difícilmente pueda haber
sido la tardía edad de casamiento.
Pero aún dando por cierta la creencia de que todos los soldados romanos eran solteros, las
evidencias existentes tampoco habilitarían la teoría de Rosenstein. Con una esperanza de
vida tan corta, propia de las sociedades preindustriales, había muchas posibilidades de que
el padre muriera antes que reclutaran a su hijo. Rosenstein (2004: 84-9) argumenta a esto
que el sistema de reclutamiento estatal requeriría de aquellos hombres cuyos padres
estuviesen vivos o que tuviesen parientes que pudieran ayudarlos en las faenas del campo.
En vista de la elemental organización estatal romana, esta suposición es insostenible.
Según Garnsey y Saller (1991: 32-54), el estado romano no se caracterizaba precisamente
por poseer una compleja estructura burocrática, lo cual hubiera sido indispensable para
efectuar un reclutamiento selectivo que atendiera las condiciones de reproducción de cada
familia singular. Cualquier intento de ver una compleja administración del estado romano en
su etapa republicana es poco creíble.
Incluso la noción de Rosenstein (2004: 95-100) de que una granja pudiese ser llevada
adelante solamente por una madre y su hija es completamente inverosímil, y demuestra con
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ello una visión obsoleta de las características históricas del trabajo campesino. Rosenstein
se detiene únicamente en el trabajo de la cosecha, dejando de lado otras actividades que el
campesino realizaba en la granja y que eran igualmente importantes, como las tareas de
reparación y mantenimiento de los instrumentos a lo largo del año. En su investigación sobre
las comunidades campesinas peruanas, Stephen B. Brush (1977: 60-78) refutó la
concepción habitual acerca del subempleo crónico de las unidades campesinas al distinguir
entre las actividades estrictamente agrícolas y otro tipo de trabajos que el campesino
realizaba en el seno de su hogar, que abarcaban tanto la producción de alimentos como la
de indumentaria o de herramientas. Tampoco hay que descartar la realización de trabajos
no agrícolas. Paul Erdkamp (1999: 556-72) enfatizó la estrecha conexión entre el trabajo
agrícola y otros ámbitos en los cuales el campesino romano también participaba como el
comercio, el transporte o las artesanías. Con lo cual, la ausencia del padre de familia no se
sentía únicamente en las labores del campo, sino en todo un variado conjunto de
actividades vitales para la vida campesina.
6. La desigualdad social
En su artículo crítico sobre la teoría de Chayanov, Utsa Patnaik (1981: 28-31) señala que el
concepto de “economía campesina” consiste en una agregación atomística de unidades de
producción –las familias campesinas– todas ellas idénticas a sí mismas. No se trata de una
categoría analítica, sino de un concepto descriptivo que relega a un segundo plano la
existencia de relaciones sociales específicas. Esto no significa desconocer los beneficios
que tuvo la escuela de Chayanov para los estudios agrarios. Gran parte de los
malentendidos alrededor de ella se deben a lo que Teodor Shanin (1971: 291) caracterizó
como una verdad trivial, pero a menudo olvidada, de que las generalizaciones sociológicas
no implican una homogeneidad ni un intento de uniformidad. La condición campesina de las
sociedades antiguas es un dato insoslayable, y como tal, debe servir de punto de partida
para abordar las características específicas que adquirieron cada una de ellas a lo largo de
la historia. Pero justamente por esta misma razón, es necesario analizar críticamente
algunos conceptos de la teoría de Chayanov que por poseer este carácter descriptivo y
abstracto, podrían dificultar el entendimiento de los procesos reales de transformación y
cambio. Tal como ha señalado Josefina Liendo (2013: 23), la renuncia metodológica de
Chayanov a tomar la historicidad como punto de partida limita profundamente su análisis, al
partir de rasgos tentativos muy generales y sin definir determinantes absolutos.
Ejemplo de lo anterior es el concepto de equilibrio subjetivo entre las necesidades familiares
de consumo y el carácter penoso del trabajo. Rosenstein (2004: 92) recurre a este concepto
para enfatizar la viabilidad de la economía campesina, sin tener en cuenta su determinada
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inserción en el marco de específicas relaciones sociales. Patnaik (1981: 41-8) afirma que
este concepto contiene una estructura tautológica, porque implica una racionalización de lo
observado en términos exclusivamente subjetivos. Afirmar que alguien trabaja hasta que el
factor penoso del trabajo deja de compensar lo que se añade de producto marginal, no
explica nada. Sólo es una descripción que bien podría resumirse en el hecho de que alguien
trabaja hasta que deja de trabajar. Por ende, como ha señalado Pierre Vilar (1982: 284-5),
es necesario establecer de manera objetiva cuándo acaba la elasticidad y cuándo comienza
la insuficiencia de la unidad campesina. Aparece entonces el problema de la desigualdad de
las cosechas.
Cuestión sumamente importante, Rosenstein (2004: 67-8) prácticamente la ignora al
considerar en sus cálculos de productividad una relación constante entre simiente y cosecha
de trigo de 1:3, en base a un breve pasaje de Columela (La labranza, 3.3). La elección de
este número es sumamente arbitraria, debido a la escasa información existente sobre el
régimen agrario antiguo y sus variaciones regionales. Pero más problemático aún es
considerar esta proporción constante, ya que si hay algo que ha diferenciado a la agricultura
antigua de la moderna no es tanto la insuficiencia, sino la variabilidad de sus cosechas. Vilar
(1982: 285) afirma que el campesino ignora el concepto de productividad, ya que todos los
años invierte en mayor o menor medida el mismo trabajo, pero sí le preocupa mucho el
rendimiento, lo que la tierra da en relación a lo que se le da. Y las evidencias de J. K. Evans
(1981: 429) de que en el mundo romano eran recurrentes las crisis de alimentos y las
hambrunas debido a las malas cosechas, constatadas hasta en las zonas más productivas
como el norte de África o Egipto, hacen pensar que en áreas menos favorecidas las crisis
debieran de ocurrir en mayor medida. Cualquier teorización que no tome en cuenta este
fenómeno se ve seriamente limitada.
Si bien las crisis de subsistencia son fenómenos singulares y anómalos, su comprensión
requiere que se las inscriba en un contexto histórico más general, acorde a una perspectiva
de la totalidad por sobre un desarrollo lineal (Colombo, 2012: 197-198). En este sentido, la
diferenciación social del campesinado encuentra una causa en este factor, pues quienes
puedan almacenar su cosecha se verán más favorecidos que quienes no cuenten con los
medios para hacerlo. Según el estudio de Peter Garnsey (1988: 53-56), los medios de
almacenamiento eran muy costosos, obviamente inaccesibles para los pequeños
campesinos. Si a esto se le suma que la célula campesina estalla con ocasión de cualquier
accidente individual como las enfermedades, la muerte o la ausencia prolongada del jefe de
familia, las condiciones para la pérdida de la propiedad están dadas. Y mucho más en el
caso de la comunidad antigua, en la cual según el análisis de Karl Marx (2004: 92) se da ya
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la separación de sus miembros como propietarios privados con respecto a sí mismos como
comunidad urbana y como propietarios de territorio urbano. Esto implica una relación más
libre del individuo respecto a la comunidad, ya que puede perder su nexo objetivo,
económico, con ella.
La máxima expresión de este proceso se encuentra en las necesidades monetarias, en el
endeudamiento del campesinado pobre para poder enfrentar un nuevo ciclo agrícola. Está
constatado que la expansión de los medios monetarios en los últimos tiempos de la
República fue un factor determinante en el sostenido declive del campesinado (Banaji, 2010:
7). Esta incidencia del intercambio y del dinero se expresó plenamente en la lucha política
de la reforma de los Graco, a partir de un elemento totalmente nuevo que apareció en la
redacción de la Lex Sempronia (133-111): la inalienabilidad de las tierras repartidas a los
pobres. El proyecto de Tiberio Graco contemplaba reactivar las antiguas e incumplidas
disposiciones que limitaban la cantidad de tierras públicas poseídas por un solo propietario:
quienes tuviesen más tierras del límite permitido (alrededor de 125 ha) se les expropiaría el
excedente, repartiéndose éste entre campesinos pobres mediante lotes inalienables de 7 a 8
ha y con el pago de un impuesto. Apiano (Guerras Civiles, I, 27) señala que esta cláusula de
inalienabilidad fue sin dudas la más polémica. Su anulación significaba la posibilidad para
los ricos de arrebatarles las tierras a los pobres, y esto fue lo que efectivamente sucedió.
Según Nicolet (1982: 54-66), leyes posteriores de reforma agraria como la Lex Cornelia (81)
y la Lex Iulia (59) fallaron por la misma razón: al derogarse la cláusula de inalienabilidad de
los nuevos lotes, estos quedaban en poco tiempo en manos de los ricos.
Este proceso de compra y venta de tierras fue apreciado por Dominic Rathbone (2003: 135-
78) al relacionarlo con la crisis del campesinado itálico. Sin embargo, Rathbone,
ateniéndose a una concepción abstracto-formal de la propiedad, explica que este proceso
no se debió a que los ricos monopolizaran el ager publicus sino a que los propios ocupantes
vendían sus lotes y a que el Estado romano dejó de regular la cantidad máxima de tierras
permitidas para poseer desde mediados del siglo II. Rathbone afirma que en general los
estudiosos han confundido el régimen de ager publicus con el régimen de tierras comunales
de la Europa medieval y moderna: los campesinos romanos poseerían tierras del ager
publicus de forma privada como consecuencia del gran desarrollo jurídico de la propiedad
privada. No obstante, si bien es pertinente la diferenciación de Rathbone entre el contexto
antiguo y el medieval, las relaciones de apropiación del espacio en las sociedades
precapitalistas se encuentran sometidas a regulaciones que no pueden ser comprendidas
dentro de los márgenes de un sistema jurídico (Luchía, 2004). La misma comunidad antigua
era un supuesto de la propiedad del suelo: en tanto se era miembro de ella, el individuo era
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un propietario privado, y su mantenimiento como miembro era al mismo tiempo la
reproducción de toda la comunidad (Marx, 2004: 72-73). El supuesto para la perduración
comunitaria era la igualdad entre sus integrantes, en tanto fuesen campesinos
autosuficientes. Con lo cual, la categoría de propiedad no puede ser presentada en una
relación de exterioridad con un objeto ya previamente definido, sino que debe ser
comprendida en el marco de la actividad vital de los sujetos. Las relaciones de propiedad se
definen en una dinámica de cambiantes intervenciones, punto de partida para conformar una
perspectiva relacional no cosificada de las mismas.
Por ende, no es sino el mismo proceso de lucha lo que define el período en cuestión,
acompañado de formas de violencia armada sin precedentes en Roma, tal como Apiano lo
resalta al comienzo de su historia (Guerras civiles, 1.1). Los alborotos durante las
asambleas y los enfrentamientos entre las facciones fueron una nota permanente de esta
época. La misma aplicación de las leyes de reforma significaron un caos de
transformaciones y de transferencias de propiedades, según la descripción de Apiano
(Guerras civiles, 1.18). Lo que estaba en disputa no era solamente la condición legal o no de
determinadas tierras, sino la definición misma de ciudadanía, entendida ésta en su sentido
más cabal: como relación de producción. “Relaciones de producción” y “Propiedad” son
sustancialmente sinónimos, dividirlos de forma tajante constituye lo que Derek Sayer (1987:
69-77) denominó “una abstracción violenta”. Las relaciones de producción son relaciones
entre personas, sin las cuales éstas no pueden reproducir su modo de vida particular.
Permitir la existencia de ciudadanos sin tierra era una contradicción en los términos para la
mentalidad de los antiguos romanos. El ager publicus se convertía así en el campo de
disputa entre el principio de apropiación privada y el principio de apropiación comunal.
7. La demografía antigua
Sin embargo, Rosenstein (2004: 167) afirma que su libro ha exonerado a los líderes políticos
y a la clase terrateniente de la acusación de haber arruinado al campesinado. Para ello
recurre a la teoría de la población de Malthus. La ley según la cual la población no
restringida tiene una tendencia constante a igualar y superar los medios de subsistencia
existentes se vería confirmada por la historia romana. Ante las continuas guerras, los frenos
preventivos sobre el crecimiento de la población se relajaron. Para Rosenstein (2004: 152-
153) la alta mortalidad que ocasionó la guerra contra Aníbal dejó libre una gran cantidad de
tierras, las cuales fueron ocupadas por la población restante, que procedió a reproducirse y
multiplicarse de forma astronómica, generando un “postwar baby boom”. Pronto la población
superó los recursos existentes, ateniéndose a la infaltable teoría ricardiana de los
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rendimientos decrecientes de la tierra. Así, el conflicto político por la tierra se explica por una
inevitable tragedia de la naturaleza humana.
La pretensión de esta hipótesis es deducir una lógica estructural a partir de
comportamientos individuales. Pero la dinámica objetiva no puede ser resuelta directamente
en términos de conciencia individual. Al tomar como unidad de análisis únicamente a la
familia campesina, se pierde de vista la existencia de clases sociales que se disputan el
acceso a la tierra. Por eso la asimilación entre la situación del campo romano luego de la
Segunda Guerra Púnica con el contexto posterior a la Gran Peste Negra del siglo XIV es
errónea. Se trata de dos modos de producción diferentes con dinámicas distintas. En el caso
de la crisis del siglo XIV, Georges Duby (1999: 375-460) señalaba que entre los factores que
ayudaron a la recuperación demográfica del campesinado, jugó un papel fundamental la
crisis de la economía señorial. El retroceso de la explotación directa y la rebaja de las
cargas señoriales habían aliviado la presión que sufría el campesinado. Esta situación crítica
de los señores feudales es totalmente contraria a la de la nobilitas romana, cuyo poder e
ingresos no cesaban de aumentar a la par que el estado romano se expandía. Acorde a su
condición de clase estamental, contrajo hábitos y lujos muy costosos, un grado de consumo
ostensible que no haría más que crecer luego del triunfo sobre Aníbal. El factor que aumentó
de forma geométrica no fue entonces la población, sino la capacidad de apropiación de
excedentes y el consumo suntuario de la aristocracia romana.
La cuestión demográfica no es exterior al modo de producción, sino un factor endógeno al
mismo. Finley (1989: 158) advertía que una epidemia severa o una gran guerra pueden
ocasionar una reducción de la población, así como una sanidad mejorada o un mayor
conocimiento médico pueden cambiar la edad de los fallecimientos, pero estos hechos en sí
no dicen nada acerca de las tendencias a largo plazo. Al igual que Malthus, Rosenstein y
Morley parecen creer que la población se comporta siempre de la misma manera, obviando
la existencia histórica de relaciones sociales de producción.
Esto no significa dejar de lado las condiciones subjetivas en una explicación de corte
estructural, sino marcar que éstas se encuentran determinadas y, a su vez, determinan los
procesos históricos. Tal como ha advertido Finley (2003: 151), la profunda paradoja del
campesino antiguo es que cuanto más libre era en el sentido político, más precaria era su
situación social. El campesino libre no tenía protección contra las malas cosechas, el
servicio militar o las guerras civiles. Ante esta precariedad, el abandono de niños, el
infanticidio y las prácticas abortivas eran medios muy extendidos de mantener limitadas a
las familias. Así se paliaba la escasez y se evitaba la división de la propiedad. En las obras
de Terencio (El atormentado, 627) y de Plauto (Cásina, 41; Los cautivos, 124) ya se
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encuentran referencias a lo extendido de este fenómeno. Su importancia era tal que los
niños expósitos constituían uno de los principales medios de abastecimiento de esclavos en
la sociedad romana, como atestiguan Plinio el Joven (Cartas, 10.65) y Tertuliano (Apología,
9.7). Bajo estas condiciones, resulta muy difícil creer que el campesinado se hubiese
reproducido geométricamente hasta el punto que la cantidad de tierras que disponía se
volviera insuficiente. Incluso algunos escritores se sorprendían al encontrar otros pueblos
que criaran a todos sus hijos, como Tácito con los judíos y los germanos (Historias, 5.5;
Germania, 19) o Estrabón con los egipcios (Geografía, 17.824). En su extensa investigación
histórica sobre el abandono de niños en Europa occidental, John Boswell (1988: 132-133)
señala la dificultad de encontrar una familia romana con muchos hijos en las fuentes legales,
históricas o literarias. Según Boswell (1988: 109-110), es sorprendente la cantidad de
alusiones en la literatura clásica al hecho de que las familias no querían tener hijos durante
tiempos convulsionados, ya sea por malas cosechas, desastres naturales o conflictos
militares. La famosa máxima de Hesíodo (Trabajos y días, 376-80) que aconsejaba tener un
solo hijo para mantener la propiedad, se aplica a toda la historia antigua de Grecia y Roma.
8. La base empírica
Por último, es necesario detenernos en la propia base empírica del libro de Rosenstein: su
análisis de los fasti triumphales. Los fasti son un monumento erigido en tiempos de Augusto
consignando el censo completo de los generales que alguna vez habían obtenido un triunfo
en la guerra. La lista comienza con el propio Rómulo y registra un total de más de 200
triunfos en los cuales se consigna el nombre completo del general, el cargo oficial que
desempeñaba, el pueblo que había derrotado y, lo más importante de todo, la fecha de la
ceremonia por día, mes y año. Rosenstein (2004: x) declara en el prefacio del libro que
concibió su teoría al percatarse que los fasti podrían permitir la reconstrucción de los ritmos
estacionales de las guerras republicanas en el siglo III a. C. De esta forma, elabora un
cuadro en el cual considera el día del triunfo como el fin de la guerra, obteniendo como
resultado que el 70 % de los triunfos durante esta etapa corresponden a los meses de
enero, febrero, marzo y abril, o sea, en pleno invierno y a comienzos de la primavera. La
conclusión que Rosenstein extrae de estos datos es que los soldados romanos permanecían
movilizados pasada la etapa de plantación del otoño, en contradicción con las necesidades
de las unidades campesinas. De este modo, la segunda guerra púnica no implicaba ningún
cambio trascendental en la forma de movilización de los ejércitos.
Varios problemas surgen de la metodología de Rosenstein. En primer lugar, destaca la
cuestión de la confiabilidad de las fechas. El análisis de Rosenstein se apoya en
considerarlas objetivas, pero la realidad pareciera indicar lo contrario. Lejos de ser un
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recuento objetivo, los fasti eran manipulados con intenciones políticas. En su reciente
investigación sobre los triunfos romanos, Mary Beard (2007: 75-80) observa la extrema
dificultad en poder discernir una clara divisoria entre los triunfos de carácter mítico y los
propiamente históricos. Se suma a esto la influencia manipuladora de las principales familias
y los seguros retoques de época republicana durante la construcción del monumento. Entre
los ejemplos que menciona, se destaca la gran cantidad de triunfos fechados en marzo,
hecho que se refleja ampliamente en la estadística de Rosenstein. Beard (2007: 77) explica
las razones de este fenómeno en el deseo de los generales de hacer coincidir la fecha de
sus victorias con el triunfo de Rómulo, el primero de marzo, que inicia la serie. De hecho, el
primero de marzo es la fecha más mencionada por las claras connotaciones que tenía.
Según la autora es probable que en el proceso de investigación erudita de los autores de los
fasti se eligiera esta fecha para llenar las lagunas existentes en los registros. Cabe destacar
también que marzo es el mes de Marte, dios romano de la guerra, lo cual puede explicar
mejor la gran cantidad de triunfos que fueron datados ese mes que la teoría de Rosenstein
sobre la supuesta desconexión entre las necesidades del trabajo campesino y la
movilización militar. Todos estos problemas inducen a Beard (2007: 80) a concluir que la
tarea de los historiadores actuales debiera ser el cuestionamiento de la versión de la historia
ofrecida por los fasti, exponiendo los mitos de legitimación que contienen. No parece ser ése
el camino elegido por Rosenstein.
Pero no sólo el trabajo empírico de Rosenstein es endeble, sino también su interpretación
metodológica. Rosenstein (2004: 52) concluye que la segunda guerra púnica no implicó una
carga “qualitatively different” para el campesinado, ya que éste habría combatido siempre
durante los meses de cosecha. El cambio entonces habría sido sólo de carácter cuantitativo,
por la larga duración de la guerra. Las implicancias teóricas de esta posición desnudan el
formalismo que conllevan, al considerar que la cantidad es una característica externa al ser.
En realidad, la cantidad también es una cualidad del ser, ya que cambios cuantitativos
implican también cambios cualitativos. Esta cuestión atañe al concepto mismo de historia y
su relación con la ontología: los problemas de la historia son los problemas de la filosofía en
estado práctico. Por ende, si se busca establecer un acceso no mediado por modelos al
devenir contradictorio del pasado, se está recurriendo a Hegel (Astarita, 2008: 85). La
famosa ley de Hegel sobre el pasaje de la cantidad a la cualidad apuntaba contra la visión
ordinaria que entiende los procesos de transformación y cambio de manera gradual
(Marcuse, 1999: 140-141). Es la propia reproducción de la comunidad antigua y de su modo
de producción la que la lleva a su disolución, no factores externos a la misma: “Hasta cierto
punto reproducción. Luego se trastrueca en disolución” (Marx, 2004: 93). La expansión de la
comunidad antigua con vistas a reproducir su cuerpo de ciudadanos campesinos
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autosuficientes fue precisamente el factor que la terminó socavando en sus bases. La
importancia del análisis de Marx radica en su concepción del cambio como una condición
esencial del ser. Las estructuras sociales se modifican a través de su propia reproducción,
siendo ésta inescindible de los momentos de transformación. El siglo II implicó un punto de
inflexión fundamental al dar inicio a un proceso de deterioro del campesinado, lo que
ocasionó la decadencia misma de la ciudadanía. El significado del ejército romano se
modificó también, tal como afirmaba Keith Hopkins (1981: 52), al dejar de ser una expresión
de poder de la ciudadanía para convertirse en un instrumento de control. El pasaje de polis a
imperio será el resultado final de este proceso.
9. Conclusiones
El proceso de expansión de Roma luego de la victoria sobre Cartago abrió una etapa de
profundas transformaciones sociales y económicas. La concentración de la tierra se basó en
la explotación de diversas formas de trabajo como la esclavitud, el colonato y el trabajo a
jornal. García Mac Gaw (2011: 336) ha señalado que la presencia de una gran cantidad de
campesinos sin tierra debió haber sido seguramente una fuente de mano de obra explotada
por los terratenientes. La tesis clásica había descuidado esta cuestión al afirmar de manera
simplista que los esclavos constituían los únicos trabajadores de los latifundios. Lo que
hemos tratado de analizar en este trabajo es el origen estructural de esta situación, pero en
base al contenido de verdad que poseía la tesis clásica en lo referente a la expropiación y
subordinación del campesinado libre, y a las formas del conflicto político que este proceso
trajo aparejado. En este sentido, sería relevante profundizar el estudio de las relaciones
sociales en el campo para complejizar y matizar el viejo esquema tradicional, en el cual los
campesinos expropiados pasaban a formar parte automáticamente de la plebe urbana de
Roma. Es probable que la dificultad cada vez mayor de los campesinos para acceder a las
tierras públicas haya implicado su gradual sometimiento a formas de explotación
aprovechadas por los grandes propietarios. Continuar las investigaciones en este sentido es
una de las tareas que confiamos poder realizar en el futuro.
Notas
1 A excepción de que se aclare lo contrario, todas las fechas harán referencia a siglos anteriores a Cristo.
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Recibido: 12-02-2014Aceptado: 19-05-2014Publicado: 15-07-2014