configuraciones formativas - autonomía y formación - iii

Upload: yani-ta

Post on 05-Oct-2015

26 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

Pedagogía

TRANSCRIPT

  • Configuraciones Formativas IIIAutonoma y formacin

  • Configuraciones Formativas III

    Autonoma y formacin

  • Director de la coleccin Configuraciones Formativas:

    Dr. Jos Ezcurdia.

    Consejo de Redaccin:

    Dr. Carlos Manuel Garca Gonzlez, Dr. Abel Rubn Hernndez Ulloa,

    Dr. Jos Ezcurdia, Dra. Anel Gonzlez Ontiveros.

    Consejo Externo:

    Dr. Rodolfo Corts de Moral (U. de Gto.), Dra. Paloma Olivares

    (U. de Gto.), Lic. Mara Josefina Menndez (fai Mxico), Dr. Rodrigo

    Bazn Bonfil (uaem-Morelos), Dr. Javier Corona (U. de Gto.), Dr. Rodrigo

    Garca de la Sienra (U. Veracruzana), Dr. Jos Amozurrutia (unam),

    Dr. Bernardo Bolaos Guerra (uam-Cuajimalpa),

    Dr. Axel Cherniavsky (uba Argentina).

    Comit Editorial del Instituto de Investigaciones

    en Educacin de la Universidad de Guanajuato:

    Presidenta:

    Dra. Cirila Cervera Delgado.

    Miembros del Comit Editorial:

    Dra. Cirila Cervera Delgado, Dr. Abel Hernndez Ulloa,

    Dra. Mireya Mart Reyes, Mtra. Sylvia Guadalupe Ordaz Corts,

    Dr. Javier Gonzlez Garca, Mtra. Marta Eugenia Valtierra Mata,

    Dr. Jos Ezcurdia.

    ConfiguraCiones formativas, es una Publi CaCin semestral

    del seminario del CuerPo aCadmiCo, ConfiguraCiones

    formativas del instituto de investi gaCio nes en eduCaCin

    de la universidad de guanajuato.

  • Configuraciones Formativas III

    Autonoma y formacin

    Universidad de Guanajuato

    Instituto de Investigaciones en Educacin

  • Imagen de portada: Rufino Tamayo, Mujer en gris, 1959 (detalle),

    leo / lienzo, 195 129.5 cm.

    Diseo de coleccin: Margarita Pizarro Ortega

    Primera edicin, 2008

    D.R. universidad de guanajuato

    Lascurain de Retana 5

    36ooo, Guanajuato, Gto.

    ISBN: 968-864-399-8 (Obra completa)

    ISBN: 978-607-441-000-6 (Tomo III)

    Impreso y hecho en Mxico

    Printed and made in Mexico

    Dr. Arturo Lara LpezRector de la Universidad de Guanajuato

    Dr. Jos Manuel Cabrera SixtoDirector de Investigacin y Postgrado

    Dra. Cirila Cervera DelgadoDirectora del Instituto de Investigaciones en Educacin

  • 7

    ndiCe

    Prlogo 9 Jos Ezcurdia

    emPlazamientos ConCePtuales y soCiologa reflexiva

    el valor formativo de la Pregunta: tradiCin Cultural, aPertura y dilogo 15 Ramn Brcenas

    reflexiones sobre la ProPuesta PedaggiCo-formativa de Paulo freire y la noCin de autonoma Cultural 31 Jos Ezcurdia los estudiantes mexiCanos y la autonoma universitaria 1910-1930 61 Carlos M. Garca G.

    autonoma y Praxis. situaCiones y Contextos la no-violenCia aCtiva, una esCuela Para la autonoma Cultural. el Caso de la luCha Por el agua de las mujeres mazahuas 103 Magali Iris Tirel

  • 8

    la autonoma del eduCando Como logro eduCativo, a la luz de los Planteamientos de Paulo freire 125 Sylvia van Dijk

    la autonoma en los ProCesos de leCtura/ el desarrollo de la autonoma CognosCitiva y vital a Partir de exPerienCias narrativas 143 Javier Gonzlez Garca

    ConferenCias y entrevistas

    el lenguaje, la esCritura y la leCtura Como ConfiguraCiones formativas emanCiPatorias 183 Aureliano Ortega Esquivel

    entrevista a diego tatin 201 Jos Ezcurdia Francisco Lara

    ConClusiones 219 Abel Rubn Hernndez Ulloa

  • 9

    Prlogo

    Jos Ezcurdia

    En esta tercer entrega de Configuraciones Formativas abordamos la cuestin de la autonoma. Autonoma en qu sentido? Tras las reflexiones cultivadas en Configuraciones Formativas I y II, relati-vas a la crtica de la figura de la formacin y a la nocin de praxis en tanto elemento fundamental de su determinacin, el concepto de autonoma se nos ha revelado asimismo, como una dimensin sin la cual es imposible pensar a la formacin misma: la praxis, al constituirse como momento necesario de todo proceso formativo, nos parece que ha de conducir, de manera necesaria, a una con-quista de autonoma. Acaso podemos pensar en un proceso de formacin que no apunte a la satisfaccin de la forma del hombre en tanto una conciencia reflexiva, capaz de relacionarse consi go misma, para darse activamente su propia ley y su propia for ma? Concebir a la formacin sin la autonoma equivaldra, desde nuestro punto de vista, a hacer de la propia formacin mero adiestramiento o domesticacin en el sentido peyorativo del tr-mino. Sustraer a la formacin su sentido como una conquista de autonoma, implicara cancelar el ncleo gentico en el que la for-macin misma se articula, a saber, el cumplimiento de la dimen-sin humana del hombre, aquella dimensin que lo aparta tanto de su propia animalidad, como de la animalidad a la que muchas veces se ve reducido por el propio contexto social y poltico en el que se desenvuelve. Autonoma y praxis se imbrican en este sentido, haciendo de la formacin un proceso creativo, un um-bral que no se atraviesa nunca por completo y que reclama siem-pre ser rebasado; la bsqueda sostenida del hombre por ganar justo su forma humana, por construir una identidad y una socie-dad en la que efectivamente pueda escapar, aun momentnea-mente, de las ilimitadas y diversas formas de la esclavitud y la barbarie que lo atormentan, de la caverna misma que tristemente, es su morada.

  • 10 jos ezCurdia

    Autonoma y praxis, creemos, resultan conceptos interiores entre s y fundamentales en la determinacin de una nocin de formacin que supone una antropologa en la que el hombre y la sociedad se constituyen no como una cosa hecha un nmero, materia prima para la industria, mano de obra barata, sino como seres dinmicos, como un devenir activo y un dar fruto: el fruto de la conciencia misma, del conocimiento de s y de la capacidad de autogobierno, en los que radica el misterio en el que nos pare-ce que se constituye lo humano.

    Este tercer volumen de Configuraciones Formativas lo hemos dividido en tres apartados: Emplazamientos conceptuales y So-ciologa reflexiva, Autonoma y Praxis. Situaciones y contextos y Conferencias y entrevistas. Los textos que se ordenan en estos apartados abordan la propias nociones de formacin y autonoma desde diversas perspectivas, dando lugar a una red conceptual, a partir de la cual es posible delimitar diversos recorridos interpre-tativos. Nuestra clasificacin y ordenamiento son uno entre los mltiples recorridos posibles. En ltima instancia, queda en el lector recoger los textos, y los vnculos entre stos que le pa rez can ms adecuados, para profundizar en la significacin de dichas nociones o, en todo caso, para debatir con ellos, quiz rebatirlos, y enri quecer la discusin sobre la mencionada significacin.

    En el primer apartado: Emplazamientos conceptuales y So-ciologa reflexiva, hemos incluido el texto de Ramn Brcenas, El valor formativo de la pregunta: tradicin cultural, apertura y dilogo que muestra algunos aspectos de la concepcin gadame-riana respecto a la cultura y sus procesos formativos. De igual modo incluimos en este apartado el texto de un servidor: Refle-xiones sobre la propuesta pedaggico-formativa de Paulo Freire y la nocin de autonoma cultural, donde se pone de relieve la perspectiva antropolgico-filosfica y la filosofa de la cultura freiriana para mostrar el papel que juega en la misma la nocin de autonoma cultural. Asimismo recogemos el trabajo de Carlos Garca Gonzlez: Los estudiantes mexicanos y la autonoma universitaria 1910-1930, que aborda la problemtica de la con-quista de la autonoma en las universidades de nuestro pas, en tanto muestra representativa de diversos procesos constitutivos de la idiosincrasia nacional y sus vaivenes y contradicciones.

  • reflexiones sobre la ProPuesta PedaggiCa-formativa 11

    Estos tres textos, a pesar de su aparente diversidad de sentido, constituyen una primera aproximacin a la nocin de autonoma, en la medida que sientan el carcter procesual de su articulacin, siempre en el horizonte de la problemtica relacin sujeto-socie-dad o sujeto-cultura. Este carcter procesual de la autonoma y su vertebracin en el juego de los desenvolvimientos histricos y culturales ser, entonces, el recuadro general donde se ordenar la temtica de los textos que hemos colocado en la seccin Auto-noma y Praxis. Situaciones y contextos. El primero de los textos ubicados en esta seccin: La no-violencia activa, una escuela para la autonoma cultural. El caso de la lucha por el agua de las mujeres mazahuas, de Magali Iris Tirel, da cuenta, justo, de la lucha por el agua que lleva a cabo la propia etnia mazahua, en tanto una verdadera escuela comunitaria que desarrolla diversos pro-cesos formativos y que encuentra precisamente en la conquista de la autonoma cultural su meta ms elevada. El texto de Sylvia van Dijk: La autonoma del educando como logro educativo, a la luz de los planteamientos de Paulo Freire, lleva a cabo una apli-cacin de diversas categoras de la pedagoga freiriana al trabajo que los educadores realizan en el nivel preescolar, para sealar algunos derroteros que stos podran seguir para restituir a la autonoma su lugar central en los procesos educativos de los pe-queos. El texto que presenta Javier Gonzlez Garca: La auto-noma en los procesos de lectura. El desarrollo de la autonoma cognoscitiva y vital a partir de experiencias narrativas, analiza el trabajo pedaggico-docente realizado en el aula, sobre todo a ni vel primaria, para hacer expreso el valor y las ricas modalidades que presentan la lectura y la narracin, en tanto dispositivos para generar un refinamiento cognoscitivo que, desde la perspectiva del propio autor, es condicin del desenvolvimiento de una auto-noma vital.

    Los tres textos que presentamos en la seccin Autonoma y Praxis. Situaciones y contextos, vienen a completar y desarrollar las propias consideraciones asentadas en los textos del apartado Emplazamientos conceptuales y Sociologa reflexiva, toda vez que hacen expreso el carcter procesual, productivo y polmico caracterstico de la nocin de autonoma, en el sentido de que sta se construye siempre en el tejido mvil de las tensiones en las que

  • 12 jos ezCurdia

    se determinan tanto la propia conciencia del sujeto, como la re-lacin entre ste y la sociedad.

    En el ltimo apartado: Conferencias y entrevistas, recu-peramos sendos debates y conferencias que, bajo el umbral expre-sivo de la palabra viva, abordan el tema del binomio autonoma/formacin. En este sentido, el texto de Aureliano Ortega: El lenguaje, la escritura y la lectura como configuraciones formativas emanci patorias, nos muestra la importancia decisiva del desa-rrollo del lenguaje, en sus diferentes modalidades como elemento fun da mental en la formacin del hombre y la cultura. La entre-vista realizada a Diego Tatin, por Francisco Lara y un servidor, sobre la nocin de autonoma cultural, viene de alguna manera a cerrar mltiples de los planteamientos abordados a lo largo de este libro, en la medida que el formato mismo de entrevista da lugar a diversas aperturas tericas que se encadenan en un debate espontneo desde una perspectiva netamente filosfica.

    Los textos que hemos reseado brevemente, repetimos, tejen una red de la cual es posible extraer diversos caminos de inter-pretacin. Los apartados Emplazamientos conceptuales y Socio-loga reflexiva, Autonoma y Praxis. Situaciones y contextos y Conferencias y entrevistas, son una retcula para otorgarle una va de inteligibilidad, entre las muchas posibles, al libro que presentamos en esta ocasin. En realidad el tema de la autonoma nos desafa, pues se presenta como rasgo a la vez definitorio e in-constante de la compleja naturaleza humana y la organizacin social. En este sentido, el trabajo interdisciplinario realizado en estas pginas, es una invitacin a pensar y debatir en torno a la nocin de autonoma justo como elemento constitutivo y formativo del hombre y la cultura, sobre todo en nuestro mundo contem-porneo, que se caracteriza no slo por un agudo despliegue tec-nolgico, sino por la propia barbarie y la injusticia a la que nos enfrentamos cada da, y a la que hacamos referencia al principio de esta introduccin.

    Queda pues, en el lector prolongar y enriquecer la reflexin sobre la nocin de autonoma en torno a la cual este libro, en l ti-ma instancia, es un primer paso y, esperamos tambin un espacio para pensar la propia nocin de formacin que es objeto de nues-tro trabajo interdisciplinario.

  • emPlazamientos ConCePtuales y soCiologa reflexiva

  • 15

    * Profesor-investigador de la Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad de Guanajuato.

    el valor formativo de la Pregunta: tradiCin Cultural, aPertura y dilogo

    Ramn Brcenas*

    Una conversacin que quiera llegar a explicar una cosa tiene que empezar por quebrantar esta cosa a travs de una pregunta.

    gadamer

    Herder define la formacin (Bildung) como el ascenso a la humanidad, en el sentido de una participacin de la generalidad. Un requisito indispensable de Bildung consiste en irrumpir con nuestra tradicin cultural, es decir, sacrificar la particularidad, para abrirse a formas culturales ms generales. A travs de la pregunta tiene lugar la cuestionabilidad del marco cultural propio, esto es, se interroga por la validez de la perspectiva particular, posibilitando, as, dicha apertura a la generalidad. En este sentido la pregunta se constituye en una condicin de formacin.

    i

    En el dilogo Menn, Platn exhibe la estrecha relacin existen-te entre conocimiento y enseanza. Menn, el personaje que da nombre al dilogo, pregunta a Scrates de qu manera se obtiene la virtud (aret), si es mediante la enseanza, si est presente en el alma humana por naturaleza, o se logra a travs de algn otro medio, como el ejercicio. Ante esta pregunta Scrates sugiere que, antes que nada, habr que definir qu es la virtud, pues no es posible saber si sta es enseable o no sin antes averiguar su naturaleza. Un punto central de la obra ser la de discernir si la virtud es conocimiento o no, pues si es conocimiento entonces la vir-tud es enseable, en caso contrario no. En palabras de Scrates: no es evidente para cualquiera que no otra cosa se ensea a los hombres sino el conocimiento?... Si la virtud fuese algn

  • 16 ramn brCenas

    conocimiento, evidentemente sera enseable (Platn, 2004: 315). Una conclusin a la que llega la obra es que la virtud no parece ser enseable, pues si lo fuera habra maestros de la vir-tud, pero dado el caso de que no hay ni maestros ni alumnos, entonces no es un tema de enseanza. De lo anterior se sigue que la virtud no es conocimiento, pues slo el conocimiento es ense-able. En este punto cabe preguntarse qu es el conocimiento? Antes que nada es importante no confundir el conocimiento con la creencia verdadera; ya en el mismo Menn, Platn traza una distincin importante entre ambos. Cierto que, tanto la creencia verdadera como el conocimiento nos permiten resolver cuestio-nes prcticas de una manera muy eficiente. Recordemos aqu el ejemplo del camino a Larisa: un hombre que conoce el camino a Larisa guiar igualmente bien que un hombre que slo tiene una opinin correcta respecto a cul sea el camino. Sin embargo, tener una creencia verdadera no es lo mismo que tener conocimien to, pues la opinin verdadera no tiene la firmeza del conocimiento. A menudo tenemos creencias verdaderas sin saber por qu son tales, como cuando simplemente las intuimos. Sin embargo, tener conocimiento es estar seguro de algo. En este sentido es que Scrates compara las opiniones verdaderas con las estatuas de Ddalo y sostiene que tambin ellas, si no estn sujetas, huyen y andan vagabundeando, mientras que si lo estn, permanecen (Platn, 2004: 332). Las creencias verdaderas, en cuanto que no estn afianzadas son muy voltiles, hace falta sujetarlas, y esto se logra mediante una discriminacin de la causa. Las creencias verdaderas por s mismas no constituyen al conocimiento, pero si esas creencias verdaderas adems son fijadas mediante un ra-zonamiento de causa entonces devienen en conocimiento. Esta ltima condicin se refiere al tema clsico de la justificacin y es lo que complementa la definicin platnica de conocimiento: creencia verdadera y justificada. Esta caracterizacin es conocida en los tratados de epistemologa contempornea como el anlisis tripartito del conocimiento.1 Lo que este estudio, bsicamente, nos presenta, es una caracterizacin del conocimiento proposicional, es decir, es una exposicin de las condiciones bajo las cuales un

    1 Vase, por ejemplo, Luis Villoro, 2004: 11-19.

  • el valor formativo de la Pregunta 17

    discurso califica como conocimiento.2 En relacin a la primera condicin, creer algo es asumir un enunciado como verdadero, sin tener pruebas suficientes de ello. La segunda condicin exige que tal enunciado sea efectivamente verdadero; un juicio es ver-dadero cuando su decir se adecua a aquello de lo que habla.3 Por ltimo, hace falta asegurarnos de que nuestras creencias no carez-can de fundamento, es decir, tenemos que estar en condiciones de mostrar las razones sobre las cuales basamos nuestras creencias. Esto ltimo es la cuestin de la justificacin, la cual tiene que ver con aquellas razones que nos llevan a aceptar tal o cual creencia. La justificacin es lo que liga y da firmeza a las creencias verda-deras, de forma que tenga lugar el conocimiento.

    ii

    Todo este asunto acerca de la naturaleza del conocimiento es im-portante para este ensayo porque no debemos olvidar la firme conexin entre conocimiento y educacin. Ya vimos que, a raz de la pregunta de Menn, Scrates aborda la delicada cuestin de averiguar si la virtud es conocimiento o no, y la conclusin a la que llega el dilogo es que la virtud no es conocimiento y, por ende, no puede ser enseada. La cuestin es que si aceptamos la tesis platnica de que slo el conocimiento puede ser enseado, entonces tenemos que la transmisin de saberes tiene que ver principalmente con la forma enunciativa del discurso pues, como ya hemos visto, el conocimiento se articula en proposiciones. A la luz de estas consideraciones, cabe una observacin acerca del ttulo de este ensayo: el valor formativo de la pregunta?; acaso no hemos visto que slo el conocimiento es enseable y que ste, adems, se articula en proposiciones?; en qu sentido entonces, puede la pregunta tener una funcin formativa? Comencemos por reflexionar un poco acerca de la naturaleza de la pregunta. La pregunta, a diferencia del juicio, no tiene la finalidad de enunciar

    2 Estas condiciones son generalmente representadas de las siguiente manera: a) S cree que P; b) P es verdadera; c) S est justificado en creer que P.

    3 Recordemos aqu la definicin clsica de verdad: veritas est adequatio intellectus ad rem.

  • 18 ramn brCenas

    algo acerca del mundo; el juicio es la forma discursiva mediante la cual se pretende describir lo real; a travs de l se busca revelar la cosa tal como es. La pregunta, por el contrario, no busca mos-trar al ser sino, ms bien, generar una ruptura en el ser de lo preguntado (Gadamer, 2001: 439). Generar una ruptura en el ser de lo preguntado quiere decir que el sentido de lo cuestionado queda en suspenso respecto a cualquier afirmacin definitiva. El enunciado tiene la capacidad de delimitar, cerrar posibilidades, al predicar de un sujeto ciertas propiedades. La pregunta, por otro lado, abre posibilidades. Ella tiene el poder de mostrar la cuestionabilidad de lo que se pregunta. En este sentido, la pre-gunta nos introduce de lo determinado a la posibilidad; en virtud de ella pasamos del as es al puede ser as o de otro modo. Cuando Scrates pregunta a su interlocutor, Menn, qu es la virtud?, la naturaleza de la virtud se desarticula y su sentido queda abierto; invitando a Menn a reconsiderar su particular nocin acerca de la misma. Con esta interrogante Scrates pone en tela de juicio la definicin pblica de virtud. Es decir, se pone en cuestin la validez de la concepcin general de lo que los griegos entendan por virtud. En este sentido es que se dice que la pregunta es apertura, pues el preguntar nos invita a considerar la posibilidad de que la respuesta a lo preguntado no est fijada.

    iii

    Asumiendo que la pregunta es en efecto apertura, an no es claro en qu sentido, la pregunta en cuanto apertura, puede tener una funcin formativa. Me gustara comenzar aqu por considerar bajo qu condiciones surge un inters genuino por el interrogar. La capacidad de generar preguntas la encontramos, sobre todo en los nios. Una peculiaridad de ellos es su deseo de saber, y una manera de aprender es preguntando. Con toda seguridad puedo asumir que todo mundo hemos tenido la experiencia de vernos en aprietos por las preguntas inocentes de los nios. Sus inquie-tudes, a menudo revelan la poca claridad de ciertos conceptos cuyo sentido damos por sentado. Ahora bien, qu es lo que nos lleva a cuestionar? Siguiendo a Platn, podemos afirmar que la

  • el valor formativo de la Pregunta 19

    pregunta surge cuando se tienen deseos de saber y para querer saber es necesario, en principio, tomar conciencia de la igno-rancia propia, es decir, se debe admitir que no se sabe. Saber que no se sabe es la clebre docta ignorancia de la que habla Scra-tes en la Apologa, la cual dio direccin a su quehacer filosfico.

    Es probable, atenienses, que el dios sea en realidad sabio y que, en este orculo, diga que la sabidura humana es digna de poco o nada de ella. Y parece que ste habla de Scrates se sirve de mi nombre ponindome como ejemplo, como si dijera: Es el ms sabio, el que, de entre vosotros, hombres, conoce, como Scrates, que en verdad es digno de nada respecto a la sabidura. As pues, incluso ahora, voy de un lado a otro investigando y averiguando en el sentido del dios, si creo que alguno de los ciudadanos o de los forasteros es sabio. Y cuando me parece que no lo es, prestando mi auxilio al dios, le demuestro que no es sabio (Platn, 2006: 157).

    Es de esta forma que nos encontramos con un Scrates que se pasa la vida lanzando preguntas incmodas a sus contemporneos. Dado que l slo sabe que no sabe nada y sus conciudadanos se ufa nan de ser sabios, l no se cansa de formularles preguntas, las cules no son respondidas satisfactoriamente. En general, los in-terlocutores de Scrates creen saber la respuesta correcta a sus preguntas, pero a travs de un implacable examen Scrates pone gradualmente en entredicho la validez de ese supuesto saber. Platn ha mostrado en sus dilogos cmo Scrates tena que crear las condiciones para que el deseo de saber y el preguntar tuvieran lugar. l tena que llevar a su interlocutor a un estado de con-fusin mediante el ejercicio del lenchos: un tipo de examen cruzado, que consiste en someter al oponente a una serie de pre-guntas y respuestas que lo conduzcan a inferir por s mismo una conclusin que contradiga su posicin inicial.4 El estado de con-fusin surge cuando se toma conciencia de la apora en que se ha cado; en esta condicin es en la que se encuentra Menn, al admitir que antes haba pronunciado un sinnmero de discursos sobre la virtud, pero en ese momento, tras haber sido vctima del

    4 Al respecto, Cfr., M. Aguilar, Dilogo y alteridad. 2005: 67-9.

  • 20 ramn brCenas

    lenchos socrtico, ya no tiene idea de qu pueda ser aquella. Y ter-mina por comparar a Scrates con ese pez marino, el torpedo, que aturde a todo aquel que se le acerca y lo toca:

    Haba odo yo, aun antes de encontrarme contigo, que no haces t otra cosa que problematizarte y problematizar a los dems. Y aho ra, segn me parece, me ests hechizando, embrujando y hasta encantando por completo al punto que me has reducido a una madeja de confusiones. Y si se me permite hacer una pe-quea broma, dira que eres parecidsimo, por su figura como por lo dems, a ese chato pez marino, el torpedo. Tambin l, en efecto, entorpece al que se le acerca y lo toca, y me parece que t ahora has producido en m un resultado semejante. Pues, en verdad, es toy entorpecido de alma y boca, y no s qu res-ponderte. Sin embargo, miles de veces he pronunciado innume-rables discursos sobre la virtud, tambin delante de muchas personas, y lo he hecho bien, por lo menos as me pareca. Pero ahora, por el contrario, ni siquiera puedo decir qu es (Platn, 2006: 229-300).

    De esta forma, es como Scrates orillaba a sus oponentes al reconocimiento de su ignorancia. Estamos aqu ante un proce-dimiento que gradualmente va desarticulando la firmeza de las opiniones asumidas, hasta que dichas creencias se muestran con-tradictorias o falsas. La aceptacin de la propia ignorancia es un arduo y doloroso proceso porque presupone la suspensin de la va-lidez de nuestras creencias ms ntimas y arraigadas. En el fondo, dicho procedimiento nos lleva a poner en tela de juicio todo aquello que hasta entonces haba configurado nuestro propio sen-tido de realidad y de identidad; a saber, la opinin general. Pero la opinin general, como veremos ms delante, no es otra cosa que nuestra tradicin cultural particular.

    iv

    En contraposicin a la actitud de apertura derivada de la docta ignorancia, aquel que cree saberlo todo no tiene necesidad de

  • el valor formativo de la Pregunta 21

    apren der nada ms. En este caso la persona no muestra capa-cidad de apertura, es decir, no presta atencin a la voz de los otros. De las personas que creen tener la verdad absoluta, deci-mos que son dogmticos y cerrados. Este tipo de mentalidad es la ms propensa a cerrarse, y por esta razn, es la que ms de-testa las preguntas. Seguramente, todos hemos tenido una expe-riencia en la que una figura de autoridad, como un sacerdote o un educador, nos ha prohibido tajantemente la formulacin de preguntas molestas. Para estas figuras el discpulo debe ceirse a escuchar y a obedecer sin cuestionar la autoridad del que habla. Pero estas situaciones son particularmente desfavorables para la formacin. Esto, como sabemos, no es educar sino adoc-trinar. Ante una actitud dogmtica, la posibilidad de la forma-cin se anula, pues no existe el inters de atender a la voz del otro. Como seala Gadamer, la incapacidad para el dilogo es uno de los peligros ms comunes en los cuales cae el educador. El que tiene que ensear cree que debe y puede hablar, y cuanto ms consistente y slido sea su discurso tanto mejor cree poder comunicar su doctrina. ste es el peligro de la ctedra que todos conocemos (Gadamer, 2002: 207). Gadamer nos narra la sorprendente ancdota de sus tiempos de estudiante cuan do, en un seminario que se supone promovera el dilogo pedaggico, el maestro Husserl formul, al inicio, una pregunta. Hubo una breve respuesta y Husserl se pas las dos horas siguientes ana-lizando tal respuesta en un monlogo ininterrumpido. Al ter-minar la sesin Husserl coment a M. Heidegger, su entonces asistente: Hoy ha habido un debate muy animado. En tales cir -cunstancias el discurso educativo se reduce a ser un mero mo-nlogo por parte del catedrtico, en el que no se atiende a la voz del educando. En cambio, en aquellos casos en que el educador busca entablar un verdadero dilogo, estar siempre dispues-to a escuchar la voz del otro. La verdadera formacin, entonces, acontece bajo la forma de la apertura, pues cuando hay apertura hay disposicin para atender la voz del otro. La formacin (Bildung), siguiendo a Hegel, reside en el sacrificio de la parti-cularidad a favor de la generalidad; es decir, consiste en un ascenso a la generalidad, en el que se busca participar de pun-tos de vista ms generales de aprehender las cosas (Gadamer,

  • 22 ramn brCenas

    2002: 41). En este sentido, la formacin es, para Gadamer, apertura:

    Y esto es precisamente lo que, siguiendo a Hegel, habamos destacado como caracterstica general de la formacin, este man-tenerse abierto hacia lo otro, hacia puntos de vista distintos y ms generales. La formacin comprende un sentido general de la mesura y de la distancia respecto a s mismo, y en esta misma medida un elevarse por encima de s mismo hacia la generalidad (Gadamer, 2002: 46).

    La apertura es as, una condicin necesaria de la for macin, en cuanto que ella posibilita el ascenso a la generalidad. En esto, precisamente, reside el valor formativo de la pregunta, pues la pe-culiaridad central de la pregunta es generar apertura. La pregunta entonces nos permite irrumpir con una visin estrecha del mun-do para participar de concepciones ms generales y correctas. Pero en tonces, qu es lo que imposibilita la apertura?; es decir, qu es lo que reprime el ejercicio de la pregunta? En relacin a este punto, Platn ha mostrado que nada inhibe la pregunta tanto como el dominio de la opinin pblica. La opinin general no es otra cosa que nuestros prejuicios, y en esta medida nos remite a nuestra tradicin cultural particular. Cuando alguien se aferra obstinadamente a las ideas adquiridas por su herencia cultural y se niega a considerar otras concepciones diferentes, decimos de l que es un prejuicioso. Ser prejuicioso es estar bajo el dominio de los prejuicios; esto nos lleva a considerar la naturaleza de los prejuicios.

    v

    La modernidad nos ha heredado una nocin negativa del prejui-cio. Los dos tipos ms comunes de prejuicio, el de autoridad y el de precipitacin, eran considerados como fuente de error, de ah que fuera necesario desarrollar una metodologa que permitiera eliminarlos. Por esta razn, una de las exigencias metodolgicas resida en comenzar toda investigacin libre de prejuicios, esto

  • el valor formativo de la Pregunta 23

    es, libre de opiniones errneas. Para los filsofos modernos, los prejuicios no son otra cosa que meras creencias falsas, surgidas de la ignorancia y la supersticin. Una vez que los hombres fueran educados en el correcto uso de la razn, tales creencias errneas seran erradicadas. Esta es la concepcin negativa del prejuicio por parte de la modernidad. Sin embargo, no hay ninguna vincu-lacin necesaria entre prejuicio y error. El prejuicio no es pura fuente de error; prejuicio, como su nombre mismo lo dice, sig-nifica juicio previo. En el proceso jurdico un prejuicio es una predecisin formulada antes del fallo de una sentencia definitiva. En s mismo prejuicio quiere decir un juicio que se forma antes de la convalidacin definitiva de todos los momentos que son ob jetivamente determinantes (Gadamer, 2002: 337). En este sen tido, un prejuicio puede ser valorado de manera positiva o negativa. En nuestra terminologa pre-juicio equivaldra a hi-ptesis, esto es, a un planteamiento conjetural. Y de la misma manera que una hiptesis no es una nocin falsa, sino solamen-te alude a una posibilidad, de igual forma el pre-juicio es slo una pre-suposicin. No hay nada en el concepto de prejuicio que conlleve necesariamente la idea de falsedad. La relacin entre prejuicio y falsedad es una interpretacin heredada de la modernidad. Por otro lado, los prejuicios, ms que ser mera mente nociones errneas, son aquellas ideas fundamentales que hemos heredado de nuestra tradicin particular; ellos configuran lo que podramos llamar nuestra memoria cultural: lenguaje, mitos, teoras, valores, etc. Los prejuicios son entonces, ese trasfondo comn, que Dilthey ha llamado espritu objetivo, en el cual se ha configurado nuestra propio ser. Por esta razn, exigir que nos libremos de todos nuestros prejuicios implica la posibilidad de borrar toda nuestra memoria cultural, lo cual es absurdo. Lo que la metodologa moderna demanda, es alcanzar una actitud seme-jante a una tabula rasa, una mente en blanco. Pero nosotros no somos y no podemos ser una tabula rasa, somos ms bien; una tabula plena; somos una conciencia plena de lenguaje, mitos, teo-ras, valores, etc. Afirmar que no se pueden erradicar los prejui-cios quiere decir que no podemos librarnos de nuestra propia tra-dicin cultural. De hecho, los prejuicios, en cuanto conforman nuestra memoria cultural, constituyen aquello que define nuestro

  • 24 ramn brCenas

    propio sentido de identidad. Lo que nosotros somos y lo que valo-ramos est estrechamente vinculado con nuestros prejuicios o, mejor an, con nuestro propio marco cultural; en este sentido, los prejuicios, ms que nuestros juicios, configuran la realidad his-trica de nuestro ser (Gadamer, 2002: 345). Desde esta pers-pectiva, los prejuicios mismos es lo que condiciona y posibilita todo acto hermenutico. En palabras del propio Gadamer: una situacin hermenutica est determinada por los prejuicios que nosotros aportamos. Estos forman as el horizonte de un presente, pues representan aquello ms all de lo cual ya no se alcanza a ver (Gadamer, 2002: 376). As, cuando estudiamos una obra no podemos hacerlo de manera neutral y objetiva sino que nos acer-camos siempre con prejuicios, es decir, lo hacemos siempre desde nuestra situacin hermenutica.

    vi

    Se ha sealado que en nuestro trato con un texto, nos acercamos a ste no como una tabula rasa sino como una mente llena de expectativas de sentido. Tambin se mencion que los prejuicios constituyen esas ideas elementales que configuran nuestro propio horizonte hermenutico. Sin embargo, del hecho de reconocer que los prejuicios condicionan la comprensin, no se sigue que el valor de verdad de los mismos deba ser asumido de manera acrtica. La tarea constante del hermeneuta consiste en no permi-tir que las nociones previas se impongan de forma arbitraria so-bre el sentido del texto. El asunto es que, si bien los prejuicios son una condicin necesaria de toda tentativa hermenutica, lo cierto es que asumir su validez de forma irreflexiva puede termi-nar suprimiendo la voz del otro; lo cual significa anular la posibi-lidad de la comprensin. De esta forma, un buen hermeneuta ser aquel que evite la imposicin directa de sus expectativas de sen-tido sobre la obra; pues si hacemos valer ciegamente nuestras presuposiciones, terminaremos por invalidar el sentido del texto. El pun to es que la posibilidad del encuentro con el otro es una condicin necesaria de la comprensin, pues sta, segn Ga-damer, acontece en la forma del dilogo. Por lo tanto, debemos

  • el valor formativo de la Pregunta 25

    preguntarnos de qu manera es posible generar una especie de distanciamiento, es decir, un desbordamiento de los lmites de nuestro propio marco cultural, con la finalidad de que tenga lugar el encuentro con la alteridad. Con el objetivo de evadir la auto-proyeccin de sentido, que implica subsumir al otro en nuestro horizonte de sentido, es necesario atender a la voz del otro. El otro es un texto, una obra de arte o un horizonte histrico y cultu-ral diferente al nuestro que nos sale al encuentro y nos interpela. Para evitar la imposicin de nuestra perspectiva, esto es, para impedir que nuestros prejuicios terminen por acallar lo que el otro quiere decirnos, se requiere generar posibilidades de apertu-ra; habr que tomar distancia de lo propio; de suprimir el dominio que los prejuicios ejercen sobre nosotros. Se trata entonces de la posibilidad de traspasar los lmites de nuestra propia tradicin cultural, ya que hacer valer exclusivamente lo cercano es como una miopa que no nos permite ver ms all de un reducido cam-po de visin. Se trata, pues, de ensanchar nuestro horizonte cul-tural para participar de la verdad de nuevas perspectivas, ya que aquel que no tiene horizontes es un hombre que no ve sufi-ciente y que en consecuencia supervalora lo que le cae ms cerca. En cambio tener horizontes significa no estar limitado a lo ms cercano sino poder ver por encima de ello (Gadamer, 2002: 373). De lo que se trata no es tanto de erradicar la presencia de todo prejuicio, lo cual es imposible, sino slo de poner en sus-penso el dominio que ejercen sobre nosotros. Y esto ltimo, se lo-gra cuando nos preguntarnos por el origen y validez de nuestras presuposiciones, o lo que es lo mismo: cuando nos interroga-mos por la legitimacin de nuestra propia perspectiva.

    vii

    La pregunta, entonces, es aquello que permite la apertura hacia la diferencia en la medida en que a travs de ella nos interrogamos por la validez de nuestro propio marco cultural. Ya hemos visto que los prejuicios en s mismos no son pura fuente de error; slo son juicios previos cuyo valor debe an ser determinado. Algunos de ellos resultarn ser validados por el sentido del texto, mientras

  • 26 ramn brCenas

    que otros no. En relacin a este punto, Gadamer sugiere lo si-guiente: es importante que el intrprete no se dirija hacia los textos directamente, desde las opiniones previas que le sub yacen, sino que examine tales opiniones en cuanto a su legitimacin, esto es, en cuanto a su origen y validez (Gadamer, 2002: 334). Sin em-bargo, no existe una forma de distinguir a priori las presuposi-ciones que sern productivas y nos llevarn a la comprensin de aquellas que darn lugar al malentendido, pues nuestros prejui-cios no son algo de lo que podamos desvincularnos por completo y ponerlos ante nosotros cual si fueran objetos. Al contrario, los prejuicios constituyen aquello que configura nuestra propia si-tuacin hermenutica, y la situacin es algo en lo que se est. As, la cuestin no reside tanto en librarnos de todo prejuicio sino slo en tomar conciencia de su presencia y de la fuerza que ellos ejercen sobre nosotros; pues son los prejuicios inconscientes los que nos vuelven sordos a la voz del otro. En consecuencia, la exi-gencia hermenutica ser la de poner entre parntesis el dominio de los propios prejuicios; y esto tiene lugar a travs de la pre-gunta, ya que la suspensin de todo juicio, y, a fortiori, la de todo prejuicio, tiene la estructura lgica de la pregunta (Gada-mer, 2002: 369). El valor de la pregunta reside en que ella exhibe la cuestionabilidad de lo considerado. A diferencia de la ase-veracin, la cual fija un determinado sentido, la pregunta abre alternativas, pues en ella la respuesta a lo preguntado queda en el aire. La interrogacin da lugar a la apertura porque a travs de ella se toma conciencia de que una cosa puede ser as o de otro modo; como fue el caso especfico de Menn, al interrogarse por la naturaleza de la virtud. Mediante la pregunta, entonces, tie-ne lugar la suspensin de los prejuicios, esto es, de la validez de la opinin general, porque a travs de ella caemos en la cuenta de que algo puede ser como siempre habamos credo o ser de manera diferente. De esta forma es que la pregunta facilita la aper tura al punto de vista de otras tradiciones culturales. Al ad-mitir que existen otras formas posibles de considerar las cosas, se pone en suspenso el dominio que sobre nosotros ejercen nuestros h bitos mentales desapercibidos, posibilitando as una actitud de escucha hacia la voz de los otros. El que quiere comprender un texto tiene que estar en principio dispuesto a dejarse decir algo

  • el valor formativo de la Pregunta 27

    por l. Una conciencia formada hermenuticamente tiene que mostrarse receptiva desde el principio para la alteridad del texto (Gadamer, 2002: 335). La pregunta, como hemos visto, es una manera importante en que tal actitud de escucha puede tener lugar.

    viii

    El valor formativo de la pregunta reside, entonces, en que ella pone en suspenso la validez de nuestro marco cultural, ponindo-nos, as, frente a una pluralidad de alternativas de sentido. A travs del arte de preguntar es como tiene lugar la apertura hacia otros horizontes culturales que nos salen al encuentro; pero este arte no slo posibilita la actitud de escucha sino que adems, facilita el fortalecimiento de la opinin del otro: El que posee este arte ser el primero que busque todo lo que pueda hablar a favor de una opinin. Pues la dialctica consiste no en el intento de buscar el punto dbil de lo dicho, sino ms bien en encontrar su verdadera fuerza (Gadamer, 2002: 347). Es importante resal-tar que lo que se busca reforzar en la opinin del otro es su propia perspectiva desde la que nos habla para que sta se torne signifi-cativa. Lo que se fortalece en el otro no es un discurso ni tampoco un conocimiento, sino la capacidad de interpelarnos, es decir, de formularnos preguntas. Pues no slo nosotros, en cuanto intr-pretes, planteamos inquietudes al texto desde nuestra tradicin parti cular, sino tambin la obra pregunta por nuestro propio mar-co de interpretacin. Aquello por lo que el texto interroga es, entonces, por la posicin desde la cual nosotros, en calidad de lectores, le planteamos preguntas. Cuando la obra nos interpela, termina por situarnos, por posicionarnos; y nos obliga a tomar conciencia de nuestra propia alteridad y, por ende, de nuestra fi-nitud. Esta dialctica entre lo propio y lo ajeno, nos conduce al reconocimiento de los alcances y limitaciones de nuestra tradi-cin particular. As lo que se persigue fortalecer en el otro a tra-vs de la actitud de escucha es su capacidad de interpelarnos, de situarnos en nuestro propio marco cultural. Pues cuando se con-solida el horizonte cultural del otro, que es la posicin especfica

  • 28 ramn brCenas

    desde la cual nos habla, tiene lugar una dialctica en la que se resalta tanto lo propio como lo extrao. Dicho en otros trminos, la pregunta, entonces se presenta como una condicin de alteri-dad cultural tanto de la propia como de la ajena.

    ix

    El reconocimiento de la alteridad es central en el pensamiento gadameriano, pues en ste la comprensin tiene la forma del di-logo. El dialogar es una actividad que involucra el encuentro de mltiples voces; as, siempre presupone el encuentro con la otredad, sea sta una persona, un texto o una cultura. El pro ble-ma reside en que, si se invalida la voz del otro entonces se imposi-bilita el dilogo y no puede haber comprensin. Toda tentativa hermenutica presupone siempre un encuentro con la diferencia, y en dicho encuentro se busca alcanzar un entendimiento comn. El dilogo no es un monlogo disfrazado en el que se ignore la voz del otro y se imponga obstinadamente el propio marco cultural. Esto es exactamente lo que sucede cuando se permite que nues-tros prejuicios inconscientes acallen la voz de las otras tradicio-nes culturales, en cuyo caso nos quedamos enmarcados en la estrechez de nuestra tradicin particular. Tampoco tiene la forma del debate en el que a cada argumento presentado se opone un con-tra-argumento y cuyo objetivo final es rebatir la posicin del contrario. En este caso la apertura tampoco tiene lugar, pues slo se busca imponer el punto de vista particular sobre todos los de-ms. El dilogo tiene la forma de un esfuerzo compartido, la unin de dos partes, que buscan alcanzar algo en comn: a saber, el entendimiento. Se busca pensarse el uno al otro, se persigue com-prender la diferencia desde la identidad al igual que sta ltima desde la primera. Cuando la comprensin realmente tiene lugar, cuando el dilogo efectivamente emerge, se logra participar de con cepciones ms generales y apropiadas. Acontece lo que Ga-da mer caracteriza como fusin de horizontes, en la cual uno siempre aprende a ver ms all de lo propio, sin anularlo, sino integrndolo en un todo ms grande y en patrones ms correc-tos. (Gadamer, 2002: 375). En este sentido, la formacin, en

  • el valor formativo de la Pregunta 29

    cuanto participacin de formas ms adecuadas y generales, tiene lugar bajo la forma de la comprensin, la cual, consiste en poder traspasar los lmites de nuestra herencia cultural particular, per-mitiendo que sta tenga apertura y participacin en las mltiples voces de la gran tradicin, entendida aqu sta, como ese gran horizonte que sustenta y posibilita el encuentro y el dilogo de los diversos marcos culturales. La pregunta, como hemos visto, tiene una funcin formativa en la medida en que, a travs del ejercicio de la misma, tiene lugar dicha apertura, posibilitando as ese ascenso a la humanidad del que habla Herder.

  • 30 ramn brCenas

    bibliografa

    Aguilar, M. Dilogo y alteridad. Trazos de la hermenutica de Gadamer. Mxico: unam, 2005.

    Aristteles. Metafsica. Madrid: Gredos, 2004.Aristteles. Tratados de lgica I. Madrid: Gredos, 1988.Dancy, J. Introduccin a la epistemologa contempornea. Madrid:

    Tecnos, 1993.Dilthey, W. Dos escritos sobre hermenutica. Madrid: Ediciones

    Istmo, 2000.Gadamer, H-G. Arte y verdad de la palabra. Barcelona: Ediciones

    Paids, 1988.Gadamer, H-G. El problema de la conciencia histrica. Madrid: Tec-

    nos, 2000.Gadamer, H-G. Verdad y mtodo. Salamanca: Ediciones Sgueme,

    2001.Gadamer, H-G. Verdad y mtodo II. Salamanca: Ediciones Sgueme,

    2002.Nietzsche, F. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Madrid:

    Tecnos, 1990. Platn. Dilogos I. Madrid: Gredos, 2006. Platn Dilogos II. Madrid: Gredos, 2004.Villoro, L. Creer, saber, conocer. Mxico: Siglo xxi, 2004.

  • 31

    reflexiones sobre la ProPuesta PedaggiCo-formativa de Paulo freire

    y la noCin de autonoma Cultural

    Jos Ezcurdia*

    Este texto tiene como objeto llevar a cabo una recuperacin de los planteamientos fundamentales relativos a la filosofa de la cultura y a la antropologa filosfica de Paulo Freire, con el fin de extraer de los mismos diversas nociones que abonan el terreno de una comprensin del concepto de autonoma cultural como faro que orienta todo proceso formativo. En este sentido, se revisan nociones como sujeto integrado y sujeto ajustado, educacin bancaria y liberadora, sociedad cerrada y sociedad en transicin, cmo estas nociones abrevan de las tradiciones del cristianismo, del humanismo y del marxismo y cmo, en ltima instancia, stas bien pueden encontrar en la propia nocin de autonoma cultural un principio vertebrador que les otorgue coherencia y organicidad.

    El pensamiento de Paulo Freire, como es bien sabido por todo aquel que se haya acercado a su obra, es mucho ms que una mera pedagoga en el sentido escolar del trmino, pues se cons-tituye como una antropologa filosfica y una filosofa de la cultu-ra. En efecto, una idea del hombre y una reflexin sobre la cultura misma, articulan la pedagoga freiriana abrindola, desde nues-tro punto de vista, a una teora de la formacin en la que el bino-mio individuo/sociedad juega un papel funda mental.1 Mltiples son las parejas de conceptos en los que Freire for mula sus re-flexiones antropolgicas y filosficas. Trminos como educacin

    * Facultad de Filosofa y Letras, Universida de Guanajuato.1 En relacin a la dimensin filosfica y antropolgica de la pedagoga freiriana,

    Cfr., Torres, 1992: 10. Pero convengamos finalmente que, si bien esta crisis no es so-lamente de la educacin sino que es parte de la crisis que viven las ciencias en un continente dependiente, la preocupacin de Freire sobrepas, holgadamente, el cam-po de lo estrictamente educativo (pedaggico-didctico) para llegar a campos muy diversos tales como la filosofa, la sociologa, la lingstica e incluso la teologa.

  • 32 jos ezCurdia

    bancaria y educacin liberadora; hombre de contactos y hombre de relaciones; sujeto ajustado y sujeto integrado; sociedad cerra-da y sociedad en transicin; entre otros, aparecen como el anda-miaje terico a partir del cual Freire levanta una nocin de hom-bre y una nocin de sociedad en la que el proceso de formacin se identifica con una conquista de autonoma. La nocin de auto-noma, en este sentido, dota de contenido y se coloca como motor interior de todo proceso formativo. La idea de autonoma es fun-damental en el pensamiento freiriano, pues se determina como horizonte en el cual tanto el hombre individual, como una cultu-ra determinada la cultura latinoamericana en sentido amplio, pueden gozar de una orientacin que los sustraiga, digmoslo as, de una doble esclavitud o una enajenacin voluntaria e im-puesta, producto de presiones colonialistas, para dar el fruto justo de una cultura propia en la que la obtencin y la reproduccin de una vida digna sean posibles.

    Para Paulo Freire, la autonoma cultural es connatural a un pro ceso formativo en el que los individuos y las sociedades, no sin esfuerzo, se sacuden el yugo de una clase dominante y extran-jerizante que, con base en un verticalismo y un mandonismo que resultan principios de gobierno y organizacin social, introyecta en stos valores y formas de conducta que son el principio de su propia enajenacin.

    Paulo Freire nos dice en La pedagoga del oprimido:

    Los oprimidos, que introyectando la sombra de los opresores siguen sus pautas, temen a la libertad, en la medida en que sta, implicando la expulsin de la sombra, exigira de ellos que llenaran el vaco dejado por la expulsin con contenido di ferente: el de su autonoma. El de su responsabilidad, sin la cual no seran libres. La libertad, que es una conquista y no una donacin, exige una bsqueda permanente. Bsqueda que slo existe en el acto responsable de quien la lleva a cabo. Nadie tie ne libertad para ser libre, sino que al no ser libre lucha por conseguir su libertad (Freire, 1983: 37).

    Freire vincula estrechamente las nociones de libertad y au-tonoma, en la medida que la libertad misma no se concibe sino

  • reflexiones sobre la ProPuesta PedaggiCo-formativa 33

    como un proceso emancipatorio por el cual el pobre o el oprimi-do recupera o adquiere una capacidad de gobierno sobre s mismo y su propia sociedad: la autonoma cultural para Freire, en este sentido, es manifestacin de un individuo que deja a un lado la asuncin pasiva de una esclavitud impuesta, haciendo de su conciencia misma y la construccin de su comunidad, el frente de batalla contra una lite gobernante que reduce su forma a mera fuerza de trabajo, mera fuerza mecnica que carece de rostro vivo y toda dimensin humana.

    La autonoma cultural en tanto proceso formativo, de este modo, supone el reconocimiento de la condicin de pueblo marginado y excluido, que tiene por delante el reto en primer trmino, no la oposicin al rgimen o la ideologa dominante, sino la rearticu-lacin de la propia conciencia en trminos de responsabilidad y anlisis de la propia experiencia histrica efectiva. Ser revo-lucionario, en este contexto, implica, de manera fundamental reor-denar de manera crtica y vital al interior de la comunidad el tejido de las relaciones intersubjetivas, de modo de que stas no reproduzcan los patrones alienantes y esclavizantes impues-tos por la clase gobernante.

    Paulo Freire apunta al respecto:

    A fin de que los oprimidos se unan entre s, es necesario que corten el cordn umbilical de carcter mgico o mtico, a travs del cual se encuentran ligados al mundo de la opresin. La unin entre ellos no puede tener la misma naturaleza que sus relaciones con ese mundo. Por eso la unin de los oprimidos es realmente indispensable al proceso revolucionario y sta le exige al proceso que sea, desde su comienzo, lo que debe ser: accin cultural. Accin cultural cuya prctica, para conseguir la unidad de los oprimidos, va a depender de la experiencia histrica y existencial que ellos estn teniendo, en sta o en aquella estructura (Freire, 1983: 226).

    Desde la perspectiva freiriana, toda transformacin social que refleje un proceso emancipatorio, ha de pasar por una praxis for-mativa en la que la conquista de autonoma se constituye como nota fundamental. Esta autonoma ha de ser entendida, en primer

  • 34 jos ezCurdia

    lugar, como la refundacin de la propia conciencia, de acuerdo al anlisis de la experiencia histrico-social vivida en vistas del establecimiento de una serie de vnculos sociales que hagan po-sible la reproduccin y, como decimos, la dignificacin de la vida. Toda accin poltica que ponga en entredicho un orden social enajenante, ha de partir de un autoexamen y una autotransfor ma-cin de la propia conciencia individual y social, de modo que sta deje de reproducir ciegamente los patrones que son el prin-cipio de la negacin de su forma. Autonoma cultural, es en este sentido, anlisis capaz de refundar los vnculos del sujeto consigo mismo, y el entramado intersubjetivo de la sociedad en la que se desenvuelve y se constituye como tal.2

    Es en este marco que resulta inteligible el concepto freiriano de problematizacin. Paulo Freire articula una perspectiva te-rica eminentemente problematizadora, como va para des montar una con ciencia ingenua o mgica, que repite de manera refleja e incons ciente los contenidos dados por un sistema pol tico-simblico opresor. El planteamiento de los problemas emplaza al sujeto a colocar entre signos de interrogacin las relaciones que establece consigo mismo y con su sociedad, preparando el terreno para cultivar una dialogicidad que es inherente al proceso forma-tivo y a la propia construccin de la autonoma cultural.

    Paulo Freire nos dice al respecto:

    La problematizacin no es (sealmoslo una vez ms) un entre -te nimiento intelectual, alienado y alienante, una fuga de la ac-cin, un modo de disfrazar la negacin de lo real.

    2 Cfr. Ana P. De Quiroga, 1997: 19, donde seala la necesaria refundacin de la conciencia individual del sujeto como momento de la refundacin del todo social: Lo caracterstico del pensamiento creador es su carcter divergente en relacin a lo ya instituido. Por eso es instituyente. En un doble movimiento la tarea creadora aso cia e integra lo que hasta all apareca como fragmentado y va desocultando nexos, va descubriendo relaciones y a la vez desestructura formas previamente articuladas en vista a una nueva organizacin.

    Decamos que era fundamental tener en cuenta que el sujeto real de la produccin cultural es un sujeto colectivo, es un grupo social, un conjunto de hombres articu lados por relaciones y religados por intereses comunes. Estos intereses y relaciones se expresan en la obra, y es en ese contexto social e histrico, en ese contexto de inte-reses que es pertinente indagar el lugar del portavoz, de ese conjunto particular que es el autor.

  • reflexiones sobre la ProPuesta PedaggiCo-formativa 35

    Inseparable del acto cognoscente, la problematizacin es, como ste, inseparable de las situaciones concretas. sta es la razn por la cual, partiendo de stas ltimas, cuyo anlisis lleva a los su-jetos a revisarse en su confrontacin con ellas, a rehacer esta confrontacin, la problematizacin implica un retorno, crtico, a la accin. Parte de ella, y a ella vuelve (Freire, 1985: 95).

    Desde el punto de vista freriano, todo proceso formativo que se traduce en la gnesis de una autonoma cultural ha de presentar un momento problematizador por el que la conciencia, al refundar y crear paradigmas y marcos tericos diversos, gane una duc ti-lidad que le permita enfrentarse a una situacin existen cial dada. El proceso formativo es para Freire un sostenido ejercicio problematizador en el que el sujeto y la sociedad se sacuden aquellos prejuicios que limitan su comprensin de las condiciones simblicas y materiales que son fuente de su exclusin. La pro-blematizacin es el principio de una accin genuina, que refleja una capacidad crtica que se resuelve como voluntaria autodeter-minacin.

    Nuestro autor hace nfasis en que el propio proceso de proble-matizacin tiene como centro de gravedad la transformacin del contexto. La problematizacion, para Paulo Freire, es el detonador de una praxis de autotransformacin que se despliega en la medida en que el sujeto mismo modifica su medio socio-poltico, pues este medio se constituye como espejo que relanza las preguntas que el propio sujeto formula acerca de s, y del propio mbito social que le es dado transformar, para adquirir justo una auto noma cultural: la circularidad de la frmula problematizacin-transformacin-pro-blematizacin-autotransformacin, da cuenta de la relacin dia-lctica y productiva de un sujeto que asume un talante crtico, que se ende reza como dimensin fundamental de una conciencia libre.

    Freire seala en este punto:

    El hombre es un cuerpo consciente. Su conciencia, intencio-nada hacia el mundo, es siempre conciencia de, en permanente movimiento hacia la realidad. Es propio del hombre, por tanto, estar en constante relacin con el mundo. Relacin donde la subjetividad, que toma cuerpo en la objetividad, constituye, con

  • 36 jos ezCurdia

    sta, una unidad dialctica, en la cual se genera un conocer so-lidario en el actuar, y viceversa (Freire, 1985: 85).

    La problematizacin, para Freire, es el resorte de una praxis de transformacin, en la que el hombre cultiva su propia forma hu-mana, liberndose de una dimensin meramente instintiva en la que su cosificacin es expresin, justo, de su sometimiento a los dictados de una clase social esclavizante. El circuito problema-tizacin-transformacin-problematizacin-autotransformacin se condensa en un talante crtico y reflexivo por el que el su jeto cultiva un proceso emancipatorio que aparece como condicin de posibilidad y a la vez, como resultado de toda reivindicacin po-ltica y social. Praxis y emancipacin son para Freire el derecho y el revs de la conquista de la autonoma cultural.

    Es justamente la nocin de crtica el fundamento del humanis-mo freiriano. Paulo Freire inscribe su doctrina en un humanismo en el que la crtica, al suponer una reflexin a la vez problemati-zadora y transformadora, abre al sujeto a una valoracin y a una construccin de s y de su entorno, frente al abismo de la asuncin pasiva de una cultura moderno-colonialista que no reconoce y no da cuenta de la profunda injusticia que la atraviesa. El humanis-mo freiriano emplaza al sujeto a asumir el reto de la construccin de su propia forma humana, brindndole a ste la posibilidad de cosechar el fruto que dicho reto supone: una vida digna, que posee a la libertad como dimensin fundamental.

    Freire apunta al respecto:

    A pesar de su disfraz de iniciativa y optimismo, el hombre mo-derno est oprimido por un profundo sentimiento de impotencia que lo mantiene como paralizado, frente a las catstrofes que se avecinan. Por eso, selase la necesidad de una permanente ac-titud crtica, nico medio por el cual el hombre realizar su voca-cin natural de integrarse, superando la actitud del simple ajuste o acomodamiento, comprendiendo los temas y las tareas de su poca (Freire, 1985: 96).

    En la capacidad transformadora de s mismo y de su entorno es que Freire sita su concepcin antropolgica: el hombre no es

  • reflexiones sobre la ProPuesta PedaggiCo-formativa 37

    una cosa idntica a s misma, sino un proyecto, que ha de ser colmado con el concurso de una praxis de transformacin que, precisamente en la crtica, encuentra uno de sus resortes inte-riores. Para nuestro autor, la humanizacin supone la puesta en marcha de un actitud crtica, sin la cual el hombre permanece en una esfera instintiva y refleja, que lo hace vulnerable a la mani-pulacin y el sometimiento a las lites gobernantes.

    La crtica para Freire, de este modo, es la va para dar a luz justo una autonoma cultural, que al reconocer los propios desa-fos y tareas que impone un contexto socio-histrico determinado, le brinda al hombre los derroteros por los cuales ha de transcurrir su propia praxis de autotransformacin. El humanismo de Freire, al demandar al sujeto una responsabilidad frente a s mismo y a su contexto, le devuelve a ste una dignidad desde donde ha de vincularse activamente con su sociedad. Freire, al reinvindicar los valores del propio humanismo, invita al hombre a en carar la orientacin alienante de una modernidad colonialista, que a par-tir de la propaganda y la publicidad, niega la capacidad de auto-determinacin del sujeto.

    En este sentido nuestro autor subraya:

    Una de las grandes, si no la mayor, tragedias del hombre moder-no es que hoy, dominado por la fuerza de los mitos y dirigido por la publicidad organizada, ideolgica o no, renuncia cada vez ms, sin saberlo, a su capacidad de decidir. El hombre simple no capta las tareas propias de su poca, le son presentadas por una lite que las interpreta y se las entrega en forma de receta, de prescripcin a ser seguida. Y cuando juzga que se salva siguien-do estas prescripciones, se ahoga en el anonimato, ndice de la masificacin, sin esperanza y sin fe, domesticado y acomodado: ya no es sujeto. Se rebaja a ser puro objeto (Freire, 1986: 33).

    Como hemos sealado, los planteamientos pedaggicos frei-rianos distan mucho de encerrarse en una lista de estrategias de enseanza que pretendan asegurar la transmisin del conocimien-to. Por el contrario, stos suponen una antropologa filosfica y a una filosofa de la cultura, en la que la nocin de autonoma jue-ga un papel capital: es la propia conquista de autonoma cultural

  • 38 jos ezCurdia

    el horizonte en el que ha de desarrollarse todo proceso forma-ti vo, en tanto puesta en marcha de una praxis de transforma-cin.3 El hombre como proyecto abierto o proceso, y no como cosa hecha, y la cultura como expresin de una toma de conciencia de la dimensin humana del sujeto mismo, expresan la forma de un huma nismo crtico por el cual el hombre ha de plantar cara a aque- llas lites opresoras que impide todo proceso de humanizacin.

    La propia pedagoga de Freire, en este sentido, aparece como expresin de los planteamientos antropolgicos y filosficos arriba sealados, constituyndose como uno de los momentos capitales y decisivos de la edificacin de una conciencia que se ha hecho responsable de su articulacin. La reflexin pedaggica de nues-tro autor, toda vez que es caja de resonancia de sus concepciones filosficas y antropolgicas, se constituye como un espacio privi-legiado de la toma de conciencia de un sujeto que se sacude la visin del mundo impuesta por la lite gobernante.

    La clsica concepcin freiriana de la educacin liberadora, que presenta justo un amplio dispositivo problematizador, es ilustra-tiva al respecto. El planteamiento de los problemas que recoge Freire en su pedagoga, sita a los polos del binomio educador/educando en un proceso dialgico en el que la interpretacin y transformacin del mundo se colocan como tema fundamental, posibilitando a los participantes de dicho binomio llevar adelante la satisfaccin de un talante crtico, que tiene como objeto la de-terminacin de su propia forma: educar, en ltima instancia, es sinnimo de abrir un proceso dialctico, como mbito de desarro-llo de una praxis de autotransformacin.4

    3 Cfr., Torres, 1992: 10: Digamos en principio que el humanismo pedaggico de Freire da un salto, por el cual, la pedagoga se hace antropologa. Nuevamente nos cercioramos que la causa eficiente de la preocupacin de Freire, supera lo es-trictamente pedaggico y se introduce en la problemtica antropolgica. Por qu? Porque Freire necesit elaborar los supuestos filosficos que faciliten la identidad de una teora de la accin cultural que se propone contribuir a la educacin del hombre.

    4 Al respecto Cfr., Sawyer, 1992: 82: La concientizacin es la etapa siguiente del proceso del esquema de educacin liberadora que propone Freire. Por medio del proceso de la problematizacin se ha alcanzado una mayor claridad de la percepcin de la realidad y ese cambio perceptual comienza a inducir un cambio en el auto-concepto de quienes entran en el dilogo. El hecho bsico de haber comenzado a dialogar en una forma concreta con otros sujetos impacta el modo normal de ser que

  • reflexiones sobre la ProPuesta PedaggiCo-formativa 39

    Freire seala al respecto:

    La tarea del educador, entonces, es la de problematizar a los educandos, el contenido que los mediatiza, y no, la de disertar sobre l, darlo, extenderlo, entregarlo, como si se tratase de algo ya hecho, elaborado, acabado, terminado. En este acto de pro-blematizar a los educandos, l se encuentra, igualmente, proble-matizado. La problematizacin es a tal punto dialctica, que sera imposible que alguien la estableciera, sin comprometerse con su proceso. Nadie, en verdad, problematiza algo a alguien, y per manece, al mis mo tiempo, como mero espectador. Aun cuando, metodolgicamente, prefiera mantenerse en silencio al presentar el hecho-problema, en cuanto los educandos lo captan, lo ana-lizan, lo comprenden, estar siendo, tambin, problematizado (Frei-re, 1985: 94).

    Paulo Freire plantea una educacin liberadora, en la medida que sta refleja la orientacin esencial de su humanismo, y dicho humanismo, a su vez, encuentra en la esfera educativa un marco esencial del establecimiento de un orden de relaciones y vnculos dialcticos que satisfacen sus postulados fundamentales. El bi-nomio problematizacin-dialctica que se despliega en el proceso educativo, tiene un rendimiento formativo cabal, en la medida que el sujeto es emplazado no a repetir una serie de contenidos prees-ta blecidos, ni estructuras pseudodialgicas castrantes, sino a afrontar la afirmacin de su forma propiamente humana, en tanto capacidad genuinamente crtica y de autodeterminacin. Educa-cin es exigencia del ejercicio de la libertad, en la medida que supone necesariamente una praxis sobre el mundo, que de nin- gu na manera deja indiferente al sujeto, sino que lo arroja a la edificacin de su propia naturaleza inacabada.

    El vnculo con el otro se determina en este sentido no de una manera mecnica, en forma de contactos repetibles, sino de relaciones que implican una diferencia, una creacin. La oposicin contactos/relaciones es la oposicin esclavitud/desobediencia,

    se caracteriza por su pasividad y sumisin ya que las posibilidades preceptuales son amplificadas a lo largo del proceso.

  • 40 jos ezCurdia

    pues las relaciones mismas suponen un plus del sujeto que des-borda el orden simblico que dicta el poder y colma, aun mo men-tneamente, el espacio de indeterminacin que implica su propia praxis de autotransformacin. La humanizacin que plantea Frei-re pasa de este modo, por un proceso de indisciplina y reconsti-tucin social ante la tirana interna de una conciencia re fleja que ve en el otro una cosa, y slo se reconoce como cosa ante el otro y ante s mismo.

    En este sentido Freire acota:

    Entendemos que para el hombre, el mundo es una realidad obje-tiva, independiente de l, posible de ser conocida. Sin embargo, es fundamental partir de la idea de que el hombre es un ser de relaciones y no slo de contactos, no slo est en el mundo sino con el mundo. De su apertura a la realidad, de donde surge el ser de relaciones que es, resulta esto que llamamos estar con el mundo (Freire, 1986: 28).

    El estar con el mundo es para Freire la creacin del mundo, la creacin de un yo que reverdece como comunidad, comunidad del yo con el otro y con el mundo, pues se libera del abandono de un hombre que aparece meramente como ser de contactos, de vnculos estriles dictados por el poder establecido. El ser de re-laciones, que est con el mundo, escapa al aislamiento y a la soledad, pues lleva en s mismo justo a la comunidad, al mundo mismo que ha renacido como el otro en el sujeto, como sujeto capaz de alcanzar y tocar al otro.

    As, para Freire, el ser de relaciones tiene como corazn un amor que es fuente y se contagia, un amor a la comunidad. Tras la transgresin del orden impuesto y asumido de manera refleja, viene un amor que busca al mundo y encuentra en l al otro, res-tituyndole una vida digna. Plemos engendra a Dik, la justicia, y con ella una forma ms alta del ser, que roza por un momento un hombre total y perfecto, un hombre dialogante con rostro hu-mano. El eje de la doctrina Freiriana se encuentra en el amor que es capaz de crear. En una indisciplina poltica y social capaz de propagar la justicia, al tener el valor de amar.

  • reflexiones sobre la ProPuesta PedaggiCo-formativa 41

    Freire nos dice en La educacin como prctica de la libertad:

    Toda relacin de dominacin, de explotacin, de opresin ya es en s violencia. No importa que se haga a travs de medios drs-ticos o no. Es, a un tiempo, desamor y un impedimento para el amor. Obstculo para el amor en la medida en que el dominador y el dominado, deshumanizndose el primero por exceso y el se-gundo por falta de poder, se transforman en cosas. Y las cosas no aman. Pero, generalmente, cuando el oprimido se rebela legtima-mente contra el opresor, en quien identifica la opresin, se le cali-fica de violento, brbaro, inhumano, fro (Freire, 1986: 41).

    Aun a costa de no ser comprendido y perseguido, el amor del humanismo de Freire retoa como praxis comunicativa, como un estar con el mundo, pues es un amor del hombre por el hombre, un amor al hombre que como negatividad es constitutivo de la trans-formacin del sujeto mismo y la cultura: la propia indisciplina poltica no es la sustitucin de un poder alienante por otro, sino justo, una praxis de autotransformacin que retoa como comu-nidad fraterna fundada en el amor como caridad (gape).5 Freire no busca desatar una praxis poltica y social que repita los patrones simblicos de la clase dominante, sino crear una espiral de di-logo en el que la propia oposicin tirana-servidumbre se despla-ce a una sinergia que d lugar a la novedad y a una recuperacin del otro, articu lada en la propia figura de la justicia y en la con-sumacin, precisamente, de un proceso de humanizacin.

    Freire no ve en la rebelin ante el sistema simblico imperante la satisfaccin de una crtica meramente destructiva sino, ms

    5 Cfr., Franco, 1992: 43, donde se pone de relieve la influencia del personalismo cristiano en el pensamiento de Freire: Me parece importante indicar aqu algo que llama poderosamente la atencin en el conjunto de la obra de Freire. A medida que se van leyendo sus escritos da la impresin de que por todas partes se escuchan sonidos conocidos; pero al mismo tiempo se experimenta vivamente que la armona de conjunto resulta nueva. Al estudiar, por ejemplo, los rasgos antropolgicos, que forman la base de su pedagoga, nos damos cuenta de que los elementos que van apareciendo son patrimonio comn del movimiento personalista cristiano, y herencia de la corriente humanista, que se han ido depurando a lo largo de la historia del pensamiento; y, no obstante, los cables que Freire va arrojando desde esos pre-supuestos hacia las situaciones concretas de cara a la educacin, tienen toda la fuerza de hallazgos evocadores.

  • 42 jos ezCurdia

    bien, el fundamento de la dialctica, en tanto que sta tiene como ncleo un problema u obstculo, justo una negatividad que, por la resistencia que representa, produce cuando se le salva por el es fuerzo e intensificacin que suscita, una sntesis que es una sorpresa y que, no obstante, recupera aspectos diversos del ma-terial mismo en el que se constituye. Freire no niega al pasado por ser pasado, sino lo incluye en un presente crtico, que anima un futuro esencialmente creativo y esperanzador. Nuestro autor su bra ya estos planteamientos al abordar la transitividad crtica, fruto del propio proceso educativo:

    La transitividad crtica, a que llegaramos con una educacin dia logal y activa, orientada hacia la responsabilidad social y poltica, se caracteriza por la profundidad en la interpretacin de los problemas. Por la prctica del dilogo y no de la polmica. Por la receptividad de lo nuevo, no slo por nuevo, y por la no-negacin de lo viejo, slo por viejo, sino por la aceptacin de ambos, en cuanto a su validez (Freire, 1986: 54).

    Paulo Freire hace del reconocimiento del otro como otro, el principio para desatar un proceso dialctico que se constituye en una serie de transmutaciones en los registros simblicos que tutelan la conciencia del sujeto. Amo y esclavo, patrn y obrero, cacique y campesino, se transforman en polos en tensin de un proceso creativo. Eros se sobrepone a Tnatos de modo que el hom bre se humaniza, justamente en la medida que encarna no un ser en el mundo, sino estar con el mundo, un estar con el mundo que aparece como motor interno de la construccin de la co-munidad.

    De este modo, la figura misma de la educacin se afirma sos-tenidamente como el mbito de expresin fundamental de una antropologa y una filosofa de la cultura, que son hijas del huma-nismo freiriano. Andreia, la valenta, impulsa un proceso educa-tivo que le devuelve al hombre la posibilidad de ser hombre, pues lo emplaza a colocarse como problema de s, llamndolo a ir ms all de s mismo. En la medida en que el proceso pedaggico tiene el coraje de invitar al hombre a salvar la resistencia que implica su servidumbre voluntaria, es que conquista su esencia como

  • reflexiones sobre la ProPuesta PedaggiCo-formativa 43

    educacin. La pedagoga atrae para s y desarrolla el carcter crtico-poblemtico de la propia filosofa de la cultura freiriana. As, Scrates mismo acompaa a Freire, pues la educacin, la danza entre mayutica y dialctica, engendra un grito, una pro-testa, un reclamo que es libertad.

    Nuestro autor nos dice:

    [Buscamos] una educacin que posibilite al hombre para la discu-sin va liente de su problemtica, que lo advierta de los peligros de su tiempo para que, consciente de ellos, gane la fuerza y el valor para luchar, en lugar de ser arrastrado a la perdicin de su propio yo, sometido a las prescripciones ajenas. Educacin que lo coloque en dilogo constante con el otro, que lo predisponga a constantes revisiones, a anlisis crticos de sus descubrimientos, a una cierta rebelda, en el sentido ms humano de la expresin (Freire, 1986: 86).

    Paulo Freire hace de la educacin un espacio en el que el planteamiento de los problemas, en tanto causa eficiente de la crtica, encuentra aplicacin y satisfaccin. La relacin educador-educando da lugar a un proceso de transformacin y autotransfor-macin que precipita el contenido de las tesis antropolgicas y filosficas freirianas, en la medida en que el sujeto encuentra en la propia praxis educativa el marco en el que ha de ganar una autonoma tica y poltica.6 Educar, para Frerie, en el sentido clsico del trmino, es parir a un individuo capaz de hacerse car-go de s y su propia sociedad. La autonoma cultural, en este sentido, tiene su fuente en los propios planteamientos educativos freirianos, anclados en su humanismo militante.7

    6 Cfr., Torres, 1992: 11: Si la pedagoga necesita, para ser tal, de la antropologa, mientras sta se enfrente, como con su espejo, con lo poltico dentro del mismo dis-curso, la causa eficiente de ese creciente inters por dialogar con la obra de Freire es claramente perceptible; tanto en sus races tericas como en su mtodos psico-sociales de la alfabetizacin de adultos. Paulo Freire procura contribuir al procedi-miento de liberacin integral del hombre latinoamericano, cuya dimensin crucial se mediatiza en una poltica de liberacin.

    7 Al respecto, Cfr., Darsy y Dominice, 1992: 71: En efecto, segn Freire slo una pedagoga revolucionaria puede asegurar en el curso de un proceso de cambio radical, la autonoma y la participacin creadora de las masas populares, en tanto que los sujetos y objetos a la vez del proceso revolucionario y de su propia liberacin.

  • 44 jos ezCurdia

    De esta forma, la ddiva de una palabra verdadera, aparece co mo corolario de la propia praxis de transformacin freiriana. La recuperacin de una palabra que nombre al mundo, y al nom-brarlo lo transforme, es principio y consecuencia natural de una pedagoga que se determina como un proceso de humanizacin: el hombre al nombrar al mundo y nombrarse a s mismo, resig nifica el universo simblico en el que se constituye, abriendo un espacio para ser y existir por cuenta propia, haciendo de este modo ejericio de su propia capacidad de autodeterminacin.8

    Freirie en este punto seala:

    Aqu se hallan las races de nuestras tan comunes soluciones pa-ternalistas. Tambin all se hallan las races del mutismo. Las sociedades a las cuales se les niega el dilogo y la comunicacin y en su lugar se les ofrecen comunicados se hacen preponde-rantemente mudas. El mutismo no es propiamente inexistencia de respuesta. Es una respuesta a la que le falta un tenor marcada-mente crtico (Freire, 1986: 63).

    Para Paulo Freire la autonoma cultural tiene como ncleo un desarrollo lingstico que libera al sujeto de un mandonismo y una obediencia refleja que son el principo de su servidumbre, brindndole la posibilidad de experiementar una apertura hacia s mismo y hacia el mundo. La cultura nace en el seno del hombre que se deshace del lastre de la tutela simblica de una clase do-minante, y puede comunicarse consigo mismo y con el mundo. La autonoma cultural es expresin de una autonoma moral y epis-temolgica fincada en una conquista expresiva y dialgica.9

    8 En relacin a la dimensin filosfico-teolgica que Freire otorga a la palabra, Cfr., Torres, 1992: 31: Slo en la supresin de la alienacin humana y en la es-tructuracin de un mundo justo, la Palabra puede instalar su carpa en medio de los hom bres, porque la Palabra es la voz dbil e inaudible del pobre. Freire es consciente que colaborando en la pronunciacin de la palabra, el hombre no slo pronuncia el mundo (Palabra-Mundo) sino que reconoce al Creador.

    9 Cfr., Darsy y Dominice, 1992: 65: El programa se hace con y no para el pueblo. Las palabras que sirven de base en el proceso de alfabetizacin no se han escogido de manera abstracta. Se desprenden de dos criterios: su grado de implicacin en la vida del analfabeto y la complejidad fontica que contiene. Estas palabras claves identificadas despus de una bsqueda en el universo temtico en el grupo social que es alfabetizado, son siempre de uso comn en la vida del pueblo y contienen una

  • reflexiones sobre la ProPuesta PedaggiCo-formativa 45

    Ahora bien, en la medida que la transformacin del sujeto tiene como obstculo el mundo que se le opone, ste, el mundo, al formar una sinergia con el sujeto, expresa las huellas de dicha praxis. As, el mundo, la cultura, las cosas, las instituciones, el lenguaje, los sentimientos y los deseos, que son el mundo mismo, reflejan el rostro del sujeto. Tierra, techo, salud, educacin, ali-mentacin, trabajo, democracia, son la expresin feliz de una cultura viva, compuesta por hombres que se relacionan con su propia interioridad y entre s, que se vinculan dialgica y frater-nalmente, creando las condiciones materiales de una vida digna, y no slo reproducen puntualmente los mandatos tanto de una clase social que detenta el poder, como de una conciencia escla-vizante. La autonoma cultural es una meta del humanismo, pues permite la reproduccin de la vida.

    Freire nos dice al respecto:

    Al hablar de proyecto global de la sociedad no lo hago como si estuviera viendo en l una idea abstracta, un diseo arbitrario, algo ya concluido en la imaginacin de los lderes. A lo que me refiero es a cierto nmero de metas, solidarias entre s y coheren-tes con un objetivo determinado en el campo de la organizacin econmica y social; en el de la distribucin interna y el comercio exterior; en el de las comunicaciones y transportes; en el de la cultura; en el de la salubridad y en el de la educacin en general, que debe servir a ese objetivo. Metas realizables en etapas y que suponen una poltica de planeacin global y polticas especficas para su realizacin (Freire, 1988: 136).

    Paulo Frerie es latinoamericano, y no cierra los ojos ante la rea-lidad de una regin pobre, colonial, racista. Nuestro autor es consciente de la precaria condicin social y econmica del Brasil que, como la de Mxico, es producto de una historia que ha des-pojado al pueblo de sus medios de produccin y, con ellos, de las condiciones para generar una estructura cultural y simblica autosuficiente para garantizar la reproduccin, como hemos sea-

    experiencia vivida. Esto permite que el analfabeto al discutirlas, no slo adquiera progresivamente el dominio del lenguaje sino adems se comprometa en una reflexin sobre su realidad cotidiana.

  • 46 jos ezCurdia

    lado, de una vida digna. Es ante esta sociedad injusta y pauperiza-da que se reduce a materia prima para la industria de las metrpo-lis extranjeras, que Freire levanta nociones como praxis de trans-formacin y conciencia crtica, nociones stas, que se resuelven como momento fundamental tanto de su antropologa filosfica, como de su filosofa misma de la cultura.10

    Freire busca restituir a Amrica Latina una autonoma cultural que le es sistemticamente escamoteada por las lites gobernantes y las potencias colonialistas:

    La sociedad crece teniendo el centro de decisin de su economa fuera de ella, que, por eso mismo, est guiada por un mercado externo. Es exportadora de materias primas, crece hacia fuera, es depredatoria; sociedad refleja en su economa, en su cultura, por lo tanto alienada, objeto y no sujeto de s misma. Sin pueblo. Antidialogal; dificulta la movilidad social vertical ascendente, no tiene vida urbana o, si la tiene, es precaria, con alarmantes n-dices de analfabetismo, an hoy persistentes, es atrasada y est guiada por una lite superpuesta a su mundo sin integrarse en l (Freire, 1988: 39).

    Freire hace de la realidad latinoamericana el objeto de anlisis y el espoln del despligue de una antropologa filosfica y una filosofa de la cultura, que no se ven limitados por el enfoque eurocentrista. La determinacin de la realidad latinoamericana en su estructural injusticia, se constituye, a la vez, como objeto de estudio y cmo brjula que orienta la construccin de una re-

    10 En relacin al papel del marxismo en la obra de Freire, Cfr., Torres, 1992: 17: Adems esta etapa permite apreciar el inicio de la utilizacin terica por parte del autor del concepto de lucha de clases como categora interpretativa bsica, en el marco de la teora del conflicto ya mencionada, que haba sido asumida por la dialctica opresores-oprimidos, aunque desde una perspectiva ms hegeliana. Esta utilizacin conceptual, no significa que Freire, en este momento, se identifique to-talmente con el materialismo histrico. Por el contrario, un ejemplo nos puede per-mitir apreciar la diferencia. Para Marx el hombre se define por su relacin con la naturaleza mediante el trabajo. La esencia del hombre es fuerza de trabajo. En cambio Freire introduce, consecuente con la lnea personalista, dos elementos ms que junto con la mediacin del trabajo, constituyen los aspectos esenciales de ser hu-mano, stos son: la relacin interpersonal (la alteridad) que facilita el reconocimiento del ser, y la conciencia de s, dentro de la sociedad por parte del hombre.

  • reflexiones sobre la ProPuesta PedaggiCo-formativa 47

    flexin filosfica sobre la cultura, que no se conforma con los c-nones del discurso moderno, en el que la modernidad misma es sinnimo de progreso, entendido ste como progreso europeo o norteamericano y exclusin de Amrica Latina y el Tercer Mundo: Paulo Freire hace el esfuerzo por pensar el contexto latinoameri-cano, y este contexto moviliza y nutre su pensamiento mismo. En este sentido, el humanismo de Paulo Freire goza no slo de un aliento socrtico, sino de la asimilacin y articulacin de un cris-tianismo marxista en el que, precisamante, la construccin de una sociedad justa aparece como meta y mbito de la satisfaccin de todo proceso poltico y reflexivo. Esta orientacin doctrinal no obs-tante, dista mucho de aparecer como resultado de la mera apli-cacin mecnica de una serie de dogmas de ninguna ndole. La apropiacin del marxismo11 y el cristianismo12, as como de la ilus-trada nocin de democracia a la que aspira la autonoma cultural freiriana, parte de un reconocimiento de la propia condicin y el propio contexto latinoamericano, para detonar un proceso crea tivo genuino y original. Autonoma cultural, en este sentido es auten-ticidad. Freire busca hacer de su filosofa de la cultura expresin de un esfuerzo crtico y reflexivo, y no la simple calca de doctrinas preestablecidas, por ms loables que stas sean.

    Freire apunta al respecto:

    Importamos la estructura de un estado nacional democrtico, sin previa consideracin de nuestro propio contexto. Tpica y normal posicin de alineacin cultural. Volveremos mesinicamente a las matrices formadoras o a otras consideradas superiores en bsqueda

    11 Asimismo, Cfr., Franco, 1992: 46: Por otra parte y aun pareciendo imposible de conciliarse con los influjos anteriores, es necesario apuntar aqu la huella defini-tiva que el marxismo deja en los escritos de Freire y que sin duda va en aumento. Bajando a mayores concreciones se puede afirmar que los rasgos ms sobresalientes del materialismo histrico marcan los anlisis de la realidad hechos por Paulo Freire principalmente a partir de 1970.

    12 Cfr. Torres, 1992: 13: Paulo Freire no poda ser interpretado y comprendido cabalmente por este libro, de all que aos despus tuviera que rectificar el sentido atribuido a sus escritos. Finalmente otro de los elementos que se sumaban para incrementar esa difusin e inters por La educacin como prctica de la libertad, era su dimensin religiosa explcita y la similitud ideolgica y terminolgica respecto de un texto posterior que produjo un verdadero impacto en los ambiente religiosos del continente.

  • 48 jos ezCurdia

    de soluciones de problemas particulares, sin saber que no existen soluciones prefabricadas y rotuladas para tal o cual problema, dentro de tal o cual condicin especial de tiempo y es pacio cul-tural. Cualquier accin que se superponga al problema implica inautenticidad, y por lo tanto el fracaso del intento (Freire, 1988: 136).

    Para Freire, la autonoma cultural parte de un anlisis de las pro pias condiciones histricas y sociales para, a partir de las mis-mas, desatar la creacin de aquellos conceptos que posibiliten fundar un proceso de transformacin. Toda transformacin, en este sentido, implica un autoconocimiento por el cual la sociedad ha de dejar de imitar modelos externos, que no responden a ninguna singularidad y especificidad cultural vivida.

    As, nuestro autor vuelve a retomar a la educacin justo como paradigma de una sociedad libre, en la que la creacin del cono-cimiento es la creacin de la propia cultura. La educacin, nue-vamente, muestra la dimensin humanista de una antropologa y una filosofa de la cultura en las que la crtica como fuente de la autonoma cultural es principio articulador.

    Freire subraya al respecto:

    Estamos convencidos de que la contribucin del educador a su sociedad en nacimiento, frente a los economistas, los socilogos, como todos los especialistas que buscan mejorar sus pautas, habra de ser la de un educacin crtica y criticista. De una educacin que intentase el pasaje de la transitividad ingenua a la transitividad crtica, ampliando y profundizando la capacidad de captar los desafos del tiempo, colocando al hombre en condi-ciones de resistir a los poderes de la emocionalidad de la propia transicin (Freire, 1986: 81).

    Educar, para Paulo Freire, es sinnimo de otorgar al sujeto un sentido crtico que le ha sido negado por la cultura del dominador. Este sentido crtico permite situar y salvar los desafos que pre-senta una sociedad excluida, y que tiene, justo, como reto inicial, pensarse a s misma en su propia situacin especfica para desatar un doble proceso de autoconocimiento y autotransformacin. El

  • reflexiones sobre la ProPuesta PedaggiCo-formativa 49

    crculo virtuoso entre el reconocimiento de los temas y las tareas de una sociedad, y los procesos de la transformacin de la misma que plantean nuevos retos y desafos al pensamiento, se constitu-ye como eje de un proceso educativo en el que la construccin de saberes, tiene siempre como punto de gravedad la consideracin y la experiencia de un contexto social e histrico peculiar, que no acepta como criterio, para ser pensada, patrones esquemticos e importados por una alteridad cultural o poltica dominante y alie-nante.

    En este marco, subraya Freire, una educacin que no apunta a la transformacin de un contexto, de ninguna manera rinde el fruto de la promocin de un sujeto que adquiere una dimensin crtica y activa. Contexto y binomio educador/educando, se ar-ticulan en una relacin dialctica, que expresa una autonoma cultural en la que el hombre encuentra el espacio de la cons-truccin de su propia identidad y su propio carcter.

    Freire subraya en este punto:

    La educacin importada, manifestacin de la forma de ser de una cultura alienada, es una mera superposicin a la realidad de la sociedad importadora. Esta educacin, que deja de ser porque no est siendo, en relacin dialctica con su contexto, no tiene fuerza de transformacin sobre la realidad. Como estamos viendo, la educacin, en cuanto una situacin gnoseolgica, que soli-dariza educador y educando como sujetos cognoscentes, abre a stos, mltiples e indispensables caminos para su afirmacin como seres de praxis (Freire, 1985: 81).

    La praxis educativa es una praxis de autotransformacin que aparece como expresin de una autonoma cultural que busca resitituirle al hombre su dimensin humana, en tanto ser capaz de darse forma a s mismo y a su sociedad. La cultura es concebida por Freire, a nuestro modo de ver, precisamente como un campo de cultivo, en el que la semilla frtil es un hombre que, a pesar de su situacin de objeto marginado y oprimido, no pierde la es-peranza de ganar su forma en tanto sujeto activo, dnamo de la transformacin de su situacin histrica y social. De esta manera, el humanismo freireiano, al aparecer como marco de la construc-

  • 50 jos ezCurdia

    cin de una autonoma cultural, se constituye como un humanismo de la esperaza, pues sta, la esperanza misma, resulta el aliento primero que moviliza al hombre hacia la bsqueda de su libe-racin, aun frente a las duras condiciones de alienacin que lo cosifican.

    La esperanz