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Comentar ios en torno a la lengua ibr ica
Por L. MICHELENA
1.El estudio de las lenguas hispnicas antiguas que durante unos aos ha
llevado una vida ms bien lnguida, si se deja de lado lo indoeuropeo, ha entrado
de nuevo en una fase de actividad con la aparicin en sucesin rpida de varios
trabajos importantes. Ulrich Schmoll, bien conocido ya en este campo por distintos
artculos y sobre todo por su libro Die Sprachen der vorkeltischen Indogerm anen
Hispaniens und das Keltiberische
(1959), que se coment aqu mismo
\
ha atacado
en
Die sdlusitanischen Inschriften
(Wiesbaden, 1961) el difcil problema del
desciframiento de las inscripciones del Algarve portugus, problema que aborda
tambin don Manuel Gmez-Moreno, el primero que asent sobre cimientos firmes
estos estudios, en un trabajo publicado slo recientemente
2
, aunque con una mayor
amplitud, ya que examina adems el conjunto de las inscripciones andaluzas y aun
las del sudeste de Espaa.
Sera prematuro discutir detenidamente esta cuestin, adems de que para ello
se precisara una competencia que no poseo. Bastar, pues, con decir que la misma
coincidencia en lo esencial de los sistemas de lectura propuestos por Gmez-Moreno
y Schmoll coincidencia que no excluye muy sealadas divergencias en el valor
atribuido a algunos de los signos, detalle en cuyo examen no vamos a entrar aqu,
aparte de otras razones, permite asegurar qu e nos hallamos al fin en buen cam ino :
puede darse por razonablemente seguro que esta escritura la ms antigua de las
hispnicas, segn autores de gran autoridad se compona, como sabemos de la
ibrica en sentido estricto despus del descubrimiento de Gmez-Moreno, de una
combinacin de signos monofonmticos y de otros que representaban grupos de
oclusiva ms vocal.
1
Zephyrus
11 (1960), 245-248. J.
COROMI
NAS, ZRPh 11
(1961), 345-374, lo valora muy
positivamente en un extenso comentario-
2
La escritura bstulo-turdetana (primitiva
hispnica), Revista de Archivos, Bibliotecas y
Museos,
69 (1961), 879-950.
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6 L . M I C H E L E N A
Hay tambin un notable acuerdo, por ms que sea puramente negativo, sobre
la lengua que ahora empieza a revelar esta escritura. Esta lengua, segn Schmoll
(p . 43), no era ni indoeurop ea ni semtica, ni ibrica, ni vasca y tamp oco tiene nada
que ver con el etrusco . Para G mez-M oreno (p. 914): nada suyo concierta con
las inscripciones ibero-grecas, ni con lo ibrico transcrito sobre su escritura propia,
ni con el vascuence, etrusco y oriental conocido, como tampoco se vislumbran acci
dentes gram aticales . Difcilmente po dr bo rra r esta impresin de extraeza u na
mayor aproximacin en la lectura. Desde la posicin de Cortsen y Schulten, la
investigacin nos ha llevado en este campo de la presunta posesin de un saber a
un reconocimiento de ignorancia, lo cual, a pesar de las apariencias, no deja de
ser un valioso progreso.
Entre las novedades se cuenta tambin el breve pero enjundioso libro de Jrgen
Unte rmann,
Sprachraume und Sprachbewegungen im vorromischen Hispanien
(Wiesbaden, 1961), en el que por la superposicin de distintos mapas se obtiene
una imagen grfica y, lo que es ms importante, cambiante de los lmites lin
gsticos de la Hispnia prerromana y de sus modificaciones con el correr del
t iempo
3
. Y, sin mencionar a colaboradores asiduos en estos estudios como Po
Beltrn o R. Lafon, M. Lejeune ha publicado, fuera del campo indoeuropeo que le
es ms familiar, un estudio muy completo y preciso de la totalidad de los plomos
ibricos inscritos
i
que en nada desmerece al lado de su Celtibrica de 1955.
2.Pero en las consideraciones que aqu se van a presentar, y que se cien en
la esencial a lo ibrico en sentido lingstico en la medida en que esto puede
delimitarse, habr que referirse continuamente a las dos exposiciones de conjunto
debidas a Antonio Tovar: Enciclopedia Lingstica Hispnica I (Madrid,
1960),
p. 5-26 y 101-126, y la versin ampliada en algunos extremos que forma el
libro The Ancient Languages of Spain and Portugal (N ueva Yo rk, 1961). Es cierto
que, com o advierte el mismo autor, se comp onen en buena parte de una serie de
observaciones de detalle ms o menos seguras y ms o menos discutibles , defecto
que en mod o algun o le es impu table al expo sitor, en vez de ser un a exposicin
ms sinttica , pero es que el estado actual de estos estudios difcilmente permite
otra cosa. En todo caso, es lo ms comprensivo y lo ms avanzado que la inves
tigacin ha producido hasta ahora en este terreno. Y, precisamente por el estado
de fluidez en que se encuentran las cosas, pienso que un rpido examen de con
junto del alcance de nuestros conocimientos y de nuestra ignorancia^ acerca
del ibrico no resulta innecesario, aunque no quepa tampoco esperar de l ningn
progreso importante.
En cuanto a los lmites de la lengua ibrica, resulta convincente la demostra
cin de Tovar
5
de que las inscripciones del sur-sudeste (las m eridio nales o sud-
ibricas ) son muestras, a pesar de las diferencias en la escritura, de la misma len
gua que revelan en forma ms accesible las inscripciones del este o ibricas en
sentido estricto. Que en una parte de esta zona, sin embargo, subsistan elementos de
(3) En esta suerte de ma pas es difcil siem
pre saber si estn todos los que son y si son
todos los que estn. Es, por ejemplo, seguro
que el actual Segorbe, cuyo testimonio pesa
tanto aqu, es continuador de un ant.
Sego-
briga
1
Vid , M, S A N H I S Q U A R N E R , Introduc
cin a la historia lingstica de Valencia 40,
n. 14, con referencia a
M E N N D E Z P I D A L , His
toria de Espaa 1, I , p . LXIX.
4
A propos d'un plomb inscrit d'Elne, Re
vue des Etudes Anciennes 62 (1960), 62-79.
5
ELH
10 ss.,
The Ane, Lang.
50 ss,
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LENG UA IBERICA 7
aspecto muy diferente nos lo ensea el mapa 16 de Untermann (nombres de po
blacin en -ip(p)o y -uba) que delimita un rea muy clara que se extiende a Por
t uga l
6
: me parecen decisivos en este punto los nombres en
-ip(p)o,
porque la
presencia de
-p (p)-
constituye un rasgo nada ibrico, como es bien sabido.
Con todo, el testimonio de los nombres de lugar y el de las inscripciones no
tienen por qu ser considerados contradictorios ni incompatibles entre s. Es evi
dente que sabemos muy poco y datos indirectos como stos son los que nos en
sean algo acerca de los avances y retrocesos de lenguas en contacto en la His
pnia prerromana y todava menos de la posible coexistencia, en superposicin, de
lenguas locales, habladas, y lenguas comunes, escritas. Sea de ello lo que fuere, lo
cierto es que el material ibrico del sur-sudeste sigue siendo en parte de muy difcil
manejo por la inseguridad en que aparece envuelto todava el valor de algunos
signos.
3.Como es inevitable, es en la cara externa, significante, de la lengua donde
nos hallamos mejor informados. A los datos que nos proporciona la escritura ib
rica despus de su desciframiento por Gmez-Moreno se agregan los que nos fa
cilitan otros sistemas de escritura, ms familiares, en la medida en que han servido
de vehculo a un mismo material. Con todo ello podemos hacernos una idea, pro
bablemente no muy inexacta, del sistema fonolgico ibrico, aunque acaso se nos
escapen algunos contrastes distintivos por no haber hallado expresin en ninguna
de las escrituras. N uestro conocimiento se extiende a las combinaciones de fonemas
(grupos, configuracin de las slabas y de los morfemas) e incluso, en algn caso
afortunado, a detalles de realizacin fontica (posibles puntos de neutralizacin
por ejemplo)
7
. Esto no quiere decir, sin embargo, que no queden cuestiones dudosas
y oscuras, de poca entidad en parte, pero alguna vez de extrema importancia.
En primer lugar, para volver a un hecho bien conocido, la escritura indgena
no distingua dos series de oclusivas (por lo que aqu las transliteraremos unifor
memente por
b, t, c),
aunque en escritura griega y latina hay
d
y
t, g
y
k
(c). Por
consiguiente, como dice muy bien Lejeune
8
, o bien esas distinciones eran de natu
raleza fonolgica, es decir, significativas, y hay que pensar que la escritura era
insuficiente en ese aspecto (por razones histricas relacionadas con el carcter
del silabario del cual procede en parte), o bien se trata de diferencias puramente
fonticas , condiciona das p or el contexto, como en otro tiempo supuso To va r
9
.
Con los materiales de que ahora disponemos no es fcil llegar a una solucin
definitiva, pero me inclino a pensar que el ibrico distingua real y efectivamente
dos series de oclusivas, ya se tratara de sordas y sonoras o de otra oposicin cual
quiera, en todos los rdenes menos en el labial: b, d/1, g/c . Induce a pensar as
la constancia y consecuencia que se advierte en la transcripcin de ciertos elemen
tos ibricos en otras escrituras, sobre todo en posicin intervoclica:
Adin- -adin,
pero
sakar-, Sacal-.
Si los ejemplos de esta clase fueran ms numerosos, la deci-
6
Salduba
(Zaragoza), en un punto tan ale
jado de los otros nombres en
-uba,
constituye
una anomala que no pasa de ser aparente.
Como seala Schmoll,
Gioita
35 (1956), 304 s.,
la leccin
Salduuia
en Plinio, preferible a
Sal-
duba,
debe estar por
Sal(l)u(u)ia.
Una indica
cin fugaz de Azkue de que a Zaragoza hoy
mismo la llaman
Zaldu
personas mayores de
Salazar y R onca l tiene un valor muy proble
mtico. En vascuence, no he odo all nunca
otra cosa que
Zarakoza.
7 Cf. A.
T O V A R ,
Fonologa del ibrico, Mis
celnea homenaje a A. Martinet
I I I .
8
Art. cit.,
p. 76.
9
Estudios sobre las primitivas lenguas his
pnicas.
(Bu enos Aires , 1949), 209- s,
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sin no sera dudosa, pero, aun siendo escasos, constituyen un indicio nada des
preciable.
. En cuanta a las sibilantes, opino, a diferencia de Tovar, que no hay ms re
medio que admitir en ibrico la existencia de dos, fonolgicamente distintas. Es
cierto que en distintas lenguas y escrituras se pueden hallar casos seguros de dife
renciacin grfica excesiva (ms letras que fonemas), como tambin los hay de
subdiferenciacin. Por ello, cada caso debe ser estudiado en s, sin que los argu
mentos inducidos de otros valgan ms que como indicio. Ahora bien, ya se ha
mostrado que en ibrico un mismo morfema (es decir, un grupo de signos super-
ponibles, directamente o en transcripcin, obtenido en la segmentacin de distintos
textos) se escribe siempre con la misma sibilante, ya se trat de la escritura indge
na o de la griega
10
, lo que significa que no eran en modo alguno intercambiables.
Es ms, el hecho de que las correspondencias entre los signos ibricos y los grie-
dos sean cruzadas, es decir que, en contra de lo que indica la forma, tengamos
hace que subjetivamente, aunque esto no suponga la menor diferencia para la fra
razn, la correlacin que se establece entre trminos distintos parezca tener una
mayor fuerza persuasiva, como ocurre tambin con las correspondencias fonticas
extraas e inesperadas entre lenguas emparentadas. Y, como hay que apoyarse en
uno u otro sistema de escritura, transliteraremos en adelante, apoyndonos en el
ibrico, gr. san por
s,
reservando
s'
para gr. sigma.
N o hay por q u ocultar que para establecer estas correspondencias se ha ap ro
vechado aunque no ha sido decisivo, ni mucho menos el testimonio del se
gundo plomo de La Serreta (Alcoy)
u
, que en su da fu comentado luminosamente
junto con el del Cigarralejo por R. Lafon, Bulletin Hispanique 55 (1953), 233 ss., y
que ahora declara falso Gmez-Moreno (p. 945). Carezco de toda competencia ar
queolgica para poner en duda este juicio, por lo que me limitar a decir que desde
el punto de vista lingstico el fragmento no parece a primera vista sospechoso. Para
-ildun, el presunto falsificador contaba con el modelo de ildu n- en el primer
plomo de Alcoy; para
baldes-,
tendra que haber conocido el del, Cigarralejo, ha
llado en el verano de 1948, lo que significa que no poda andar sobrado de tiempo
ya que su obra se iba a descubrir el 28 de marzo del ao siguiente. Pero, para es
cribir correctamente vamos a decirlo as hilos-, tuvo que tener o mucha suerte
o un agudo sentido filolgico.
10 Si hay vacilaciones (Lejeune, p . 75), son
escassimas. Me parece claro, en cambio, que
la lengua celtibrica
no
distingua dos sibilan
t e s : cf. el uso de -s y -s ' en nominativos y
dativos de pl.
11 C. ViSEDO, Un nuevo plomo escrito de
La Serreta (Alcoy), Archivo Esp. de Arqueo
loga, 23 (1950), 211 s.
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LEN GUA IBER ICA 9
4.N o mu y dist into del caso de las sibilantes es el de las vibrantes, puesto que
la distincin de dos tipos de r en la escritura indgena, a los cuales corresponden
otros dos en la griega el segundo formado del primero, rho, ms un rasgo diacr
t ico,
parecen suponer dos fonemas dist intos aunque de sustancia semejante, dis
t incin que tambin admite Tovar. Alguna menor fi jeza en las correspondencias
no es probablemente suficiente para quitar valor a la regularidad general en el uso
de cada uno de los signos que se observa al menos dentro de la escri tura ibrica:
parece haber con todo, dentro de esta misma, sacar y sacar, por ejemplo. Es du
doso que la modificacin que ahora introduce Gmez-Moreno en la lectura de los
textos en letras griegas represente un progreso: en el plomo por antonomasia de
Alcoy, pongamos por caso, e l grupo ri (en irike, sabaridar) tiene un aspecto bas
tante dist into del que ofrece el complejo grfico formado por r ms una especie
de
iota
elevada y pegada, o casi pegada, a la letra anterior, aparte de que en
bi-
r'inar r'
va seguida de
i.
En cuanto a las posibil idades combinatorias de los signos r y r' , me veo preci
sado a confesar que no puedo l legar, despus de un rpido recuento, a las mismas
conclusiones que Tovar
12
, s i no es en su aspecto dubitat ivo. Descontado el plomo
de Mogente, cuya lectura no est suficientemente asegurada en el aspecto que
ahora interesa, el de Castelln presenta la curiosa anomala de que emplea casi
exclusivamente r' (16 veces, contra una sola de r) , aproximndose as a l plomo
celt ibrico de Luzaga, en que r' es el signo ms frecuente
13
, cuando en el conjunto
de los plomos en escritura griega la frecuencia de r es mucho ms elevada
:
35 con
tra 17, segn Lejeune, p. 74. Cabe, pues, preguntarse hasta qu punto pueden ser
debidas exclusivamente al azar dos distribuciones tan dist intas. Comprese esto
con el relat ivo acuerdo que presentan con respecto a s y s' : 15 ejemplos de s
contra 1 de s' en el plomo de Castelln por 41 de s (san) y 13 de s' (sigma) en los
griegos.
El final de palabra no es una posicin fcil de reconocer, porque palabra para
nosotros no puede ser una cosa muy dist inta de un grupo de signos sin espacios en
blanco o marcas de separacin, y depende por lo tanto del descuido o esmero con
que se hubieran escrito los letreros. Ms accesible a la observacin es el final de
morfema, en el sentido en que arriba ha quedado definida esta palabra, y aqu en
ibrico poda haber tanto
r
c om o
r.
Baste con citar dos casos frecuentes:
seltar
se escribe siempre con r y Y bar', por el contrario, s iempre con r . Luego es lcito
inferir que en esa posicin no se neutralizaba la oposicin rr.
n
.
5.Un
viejo problema, el del carcter y destino del grupo grfico //, en escri
tura griega Id , que en lat n aparece representado por / / en algn epgrafe
y generalmente por / no geminada, ha sido replanteado por Schmoll en Gioita
35 (1956), 304-311. N o es necesario ace ptar to dos los detalles de la solucin que
p r opone
(It,
etc. , representaba una / retroflexa, cacuminal) para creer que puede
12
Fonol. del ibrico,
24.
13 En Luzaga, r ocupa el primer puesto,
seguido de i (12 y 11 veces, respectivamente);
en Castelln, va en segundo, detrs de
i
(16 y
22).
Pero en celtibrico se haba abandonado
la distincin grfica en favor de
r .
14 En las inscripciones del sur-sudeste la
expresin grfica de la oposicin
r
/
r ',
si es
que se hace normalmente, no est clara. Para
las del Algarve, tanto Gmez-Moreno como
Schmoll operan con una vibrante. En cuanto
a las sibilantes, la diferencia principal consiste
en que Gmez-Moreno lee
m
lo que paraSchmoll es una especie de shin.
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estar en lo cierto en cuanto a lo esencial: que
It,
etc. era la expresin grfica de
un sonido monofonemtico, no de un grupo de consonantes. Al menos a partir de
una poca difcil de determinar, porque la grafia uniforme It en los textos en es
critura ibrica puede muy bien estar condicionado histricamente. Esto podra re
lacionarse, sin pecar de temeridad, con la frecuencia de otra letra geminada, nn,
en la transcripcin latina de nombres ibricos
(Tanne-
en cuatro nombres distintos:
Albennes, Belennes, Bennabels, etc., en el bronce de Ascoli), que ha retenido la
atencin del mism o Schmoll en su imp ortante artculo Die iberischen und keltiber-
ischen N asalzeichen , Kuhn's Zeitschrift 76 (1960), 280-295. El hecho de que
nn no tenga correspondencia precisa en la escritura ibrica
15
debe mantenernos
alerta sobre la posibilidad, siempre presente, de deficiencias en los sistemas de
escritura. Al inferir los fonemas de una lengua a partir de los signos usados para
representarlos, lo mismo exactamente que al establecer los fonemas de una proto
lengua por comparacin de dos o ms lenguas emparentadas entre s, toda conclusin
debiera llevar la coletilla, expresa o tcita, de que la lengua, o la proto-lengua,
tena
por lo menos
tantas o cuantas unidades distintivas.
Esto nos lleva como de la mano a la
uexata quaestio
del valor de los signos que
de una manera general se supone que representan nasales y especialmente al pro
blema del signo
Y,
qu e aqu se traslitera as a ttulo de simple reprodu ccin. N o
sin razn lo sigue llamando enigmtico don Manuel Gmez-Moreno (p. 890).
En cuanto a lo celtibrico, estoy de completo acuerdo con la explicacin pro
puesta por Schmoll en el artculo que se acaba de citar, y que puede llamarse
opuesta a las que dan Tovar y Lejeune. El uso de tres signos para nasales es en
esa regin un fenmeno puramente grfico, con lo que se hace el ahorro nada des
preciable de toda una serie de complicaciones fonolgicas o fonticas: en Cel
tiberia se establecieron dos ortografas distintas, cada una de las cuales eligi dos
signos ibricos para representar los dos fonemas nasales de su lengua, /m/ y /n/, de
forma que slo el signo ib.
n
fu comn a las dos. La complicacin est en que
el signo comn no fu empleado con el mismo valor en ambos sistemas, sino que
tenemos de una parte
m
= / m / y
n =
/n/, y de la otra
n
= / m/ e
Y
= /n /
3fi
Esto no es por hoy ms que una hiptesis que la escasez del material no permite
probar adecuadamente en todos sus extremos, pero es en todo caso una hiptesis
simple, coherente y conform a los datos.
Schmoll, al pasar al ibrico donde se encuentra el verdadero nudo de la cues
tin, procede con una lgica impecable: puesto que
Y
se conduce como una so
nante (o sea que parece a veces representar una vocal y otras una consonante), y
sta es un especie fontica que no se espera hallar en ibrico, tiene que ser vocal
y consonante a la vez o, en otras palabras, un signo que, como otros, representa
la secuencia consonante (oclusiva) ms vocal. Y, puesto a buscar una casilla vaca,
la halla en la correspondiente a la secuencia
bu ,
que est casi desocupada.
Y, sin embargo, a pesar del rigor de la argumentacin, esta propuesta no acaba
de resultar convincente. Como el mismo Schmoll advierte, la adopcin de
Y
para
15 A no ser que Tanne- sea igual al seg
mento tane que aparece en varios letreros so
bre cermica en Liria
: toli.Jane, o cumbeta-
ne ,
etc.
16 En YouaYticum, aun que la lectura fue
ra segura y el nombre se relacionara efectiva
mente con Numa ntia, N omanta, /nouanticum/
podra ser fruto de una disimilacin de nasa
lidad, como itl. novero nm ero , etc.
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L E N G U A I B E R I C A 11
representar una nasal celtibrica puede muy bien tener, aunque no sea estricta
mente necesario que la tenga, una razn histrica y es obvio que la razn ms sen
cilla es el uso ibrico: si
Y
aqu representaba un sonido o sonidos que tenan
algo de nasal, es natural que algunos celtberos lo tomaran con una valor seme
jante en vez del signo
m,
mucho menos frecuente en ibrico. Claro que, en todo
caso,
la rareza de ib.
bu
exige una explicacin.
Sobre todo, a mi modo de ver, hay un indicio que apunta directamente a ese
componente nasal de
Y,
y es la ecuacin ib.
Ybar'
= lat.
Vmar-,
que se remonta
hasta don Jos Vallejo, y de cuya correccin me parece difcil dudar. Es, al menos,
uno de los pocos puntos de referencia relativamente firmes de que disponemos para
orientarnos en un paisaje tan poco familiar.
Para Tovar,
Y
puede muy bien ser la expresin de un fonema de tipo ms bien
extrao para nosotros: la oclusiva labial con implosin nasal que A. Martinet,
por razones enteramente independientes, postul para el vasco antiguo. La solu
cin es tan ingeniosa como elegante, pero no da razn, a mi entender, de todos
los empleos del signo: si representaba una consonante, ciertas posiciones deberan
estarle vedadas. Da en cierto modo la impresin de que se trataba de algo complejo
que,
excepto en el caso tan frecuente de la final
-Y i
sobre todo, necesitaba apoyarse
en los signos vecinos.
Es importantsimo, por lo tanto, cualquier indicio de vacilacin que se pudiera
descubrir a este respecto en la escritura ibrica, sobre todo en la transcripcin de
la final -Y i que a causa de su elevada frecuencia tanto papel parece haber tenido
en la economa de la lengua. Don Manuel Gmez-Moreno
(Miscelneas,
p. 280)
cree que -Y i aparece una vez escrito -m i en un vaso de Liria: bass'umi-
11
. Cabe
adems la posibilidad de que no sea otra cosa el final del letrero que acompaa a
una escena de danza, tambin en Liria
:
abartanban balceuni
18
. El morfema balee,
no hay necesidad de decirlo, se infiere con toda limpieza de varias segmentaciones
irreprochables, y presenta la forma
Baici-
en dos nombres del bronce de Ascoli.
Estos indicios, si algo valen, tienden a confirmar el carcter en cierto modo na
sal de
Y,
ya que
-Y i
poda escribirse, siquiera sea excepcionalmente,
-m i
o
-uni.
En textos latinos, Vmar- por Ybar' habla tambin en favor de ello. Los textos en
escritura griega no han sido hasta ahora aducidos en la discusin, aunque es na
tural pensar, como sugiere Lejeune, p. 76, que su notacin acaso est confundida
con la de algn otro fonema. Ms abajo ( 6), apunto la posibilidad de que -ui- en
el plomo del Cigarralejo no sea otra cosa que el ib. -Yi.
6.Al
pasar del plano de la expresin al plano del contenido pasamos tambin
de una geografa bastante bien descrita a una tierra casi del todo desconocida.
N o es, en efecto, ningn secreto que los textos ibricos, segn la expresin fami
liar e insustituible, no se entienden . Gm ez-Mo reno
19
resume as, con pesimis
mo,
el estado actual de nuestros conocimien tos: Ininteligibles todos ellos... Es,
17 Ef.
FLETCHER VALLS, Inscripciones ib
ricas del Miseo de Prehistoria de Valencia,
p.
16, lee tambin
bassumi.
El grupo
ss '
resul
ta extrao.
18 Ibid., p. 17.
19 Art. cit., p. 882 s. Vase tambin su
conclu sin.(p . 947) sobre el habla meridional
espa ola ; El resultado, sin embargo, es una
absoluta ignorancia de la tal lengua o lenguas:
ni una sola palabra alcanzamos a descifrar, y
tampoco su fontica descubre el entronque lin
gstico que corresponda, fuera de la flexivo,
segn indicios. El fracaso resulta completo en
ese orden
;
no tanto en lo respectivo a su es^
critura .
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pues,
lcito persuadirnos de que, sean una o ms las lenguas expresadas en nuestra
primitiva y peculiar escritura, hemos de renunciar, hoy por hoy, a su traduccin y
con tentarn os con la simple lectura . Con tod o, com o entre saber (perfectamente)
y no saber (nada en absoluto) caben muchos trminos medios, vale la pena de que
hagamos una digresin acerca de lo que sabemos, o de lo que creemos adivinar,
de la lengua ibrica.
Pero es conveniente hacer aqu un breve parntesis sobre cuestiones de principio.
En contra de la opinin general, es un hecho que es posible construir, en
teora, la gramtica de una lengua basndose exclusivamente en la forma
:
oral o
escrita y en la distribucin de las formas, sin tener en cuenta el sentido. Es ms:
segn los distribucionalistas radicales, sta sera la mejor clase posible de gra
mtica, la nica que cumple todos los requisitos exigibles a una descripcin cien
tfica que no recurre a supuestos imposibles de controlar. Sin embargo, sera una
tarea tan extremadamente larga y penosa la de establecer una gramtica de ese
gnero, aun llevada a cabo con toda la minuciosidad deseable, dara lugar a tal
cantidad de equvocos de todas clases aparte de que tendra poco o ningn pa
recido con lo que usualmente, tal vez sin mucha razn, se entiende por gram
tica, que en la prctica nadie se ha decidido a construirla
20
. En la prctica, ade
ms,
las descripciones que tienden a ajustarse a este ideal formalista se apoyan en
el contro l del sentido se trata de lenguas que se entienden , aunque la gra-
maticalidad de las frases sea compatible con los enunciados ms absurdos.
En el caso del ibrico, tal gramtica formalista y distribucionalista es, por
ahora, la nica posible, pero no sern muchos los que se sientan tentados a darle
forma. Esto no quiere decir que no haya una serie de reglas, de recetas prcticas
basi, que permiten decidir punios dudosos
21
. El primer paso, el que hemos dado
cuantos hemos dedicado alguna atencin al ibrico, es el de la segmentacin del
texto en unidades significativas, aunque para nosotros no signifiquen nada todava:
esto,
naturalmente, se consigue observando regularidades, es decir, grupos de sig
nos recurrentes que se repiten en un mismo texto o en textos distintos, y cuya rea
lidad e individualidad quedarn tanto ms aseguradas cuanto ms frecuente sea
la reiteracin. Estas unidades no tienen que ser unidades fnicas, o en nuestro
caso grficas (alias, ms o menos vagamente, palabras), aunque los espacios en
blanco y los signos de separacin aumenten el valor del anlisis. La mayor garan
ta de acierto est en que la segmen'acin no deje residuo, es decir, que cada uno
de los segmentos pueda ser identificado con otro ya individualizado en operacio
nes anlogas.
R esulta evidente, sin otro bagaje m atemtico que la intuicin de los diversos
rdenes de probabilidad que tiene un jugador habitual de poker, que la seguridad
en la correccin de estas operaciones crece rpidamente con la longitud del seg
mento recurrente. En nuestro caso, slo puede tenerse alguna confianza cuando los
grupos separados cuentan por lo menos cuatro letras en nuestra transcripcin,
porque la reiteracin de grupos ms breves, de tres y de dos letras, puede sin di-
20 Cf. A.
MARTINET, Elments de linguis
tique gnrale
(Pars, 1960), 40 ss.
21 R I C H A R D S. P ITTMAN, Language, 24
(1948), 287-292, por ejemplo, sealaba crite
rios de distribucin y forma para distinguir
constituyentes centrales y laterales. Si nada se
conoce de dos imm ediate constituents excep
to su forma, establece una de las premisas, el
ms largo se clasificar como central y el ms
corto como satlite,
-
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L E N G U A I B E R I C A 13
ficultad atribuirse a simple azar, excepto en ocasiones especiales en que, como
ocurre con -Yi, la posicin est tan bien delimitada que disipa toda duda. Para
la primera pa rte de la ltima lnea del plom o del Cigarralejo, por ejemplo, R . La-
fon, en el artculo ya citado, propone como posible una segmentacin
ik-baide-sutse-bar'-tas'
'-...
donde
ik
se destaca por la improbabilidad de que un grupo de oclusivas pueda
aparecer en el interior de un morfema, balde coincidira con -balte en un vaso de
Liria, etc. (que, sin embargo, podra estar tambin por
-bait,
dada la imposibilidad
de representar inequvocam ente una oclusiva final en la escritura ibrica), y
sulsebar tas sera un nombre propio: cf., para suise, Suise-tar-ten en el bronce de
Ascoli (igual a lat.
Suessetanus,
como quera Schuchardt?) y, para la terminacin,
el sufijo
-tas',
documentado en otros epgrafes (en nombres propios, al parecer) y
en este mismo. Sin embargo, como seala el mismo Lafon, hay tambin un seg
mento
baites-,
bien individualizado en otras inscripciones, aunque se rechace como
espurio
baldes-
en el segundo plomo de Alcoy junto con este mismo.
En igualdad de condiciones, a mi juicio, hay que inclinarse siempre, en prin
cipio, por los segmentos ms largos posibles, lo que da prioridad a
baldes-
sobre
balde-.
En los tres ejemplos conocidos aparte de ste,
-tas'
se agrega a un morfema
de dos slabas, con lo que llegamos a sebaf-tas, con un primer elemento dudoso
por no estar documentado, que yo sepa, en otra parte
22
. Y, el residuo que nos
queda,
-ul-,
no podra ser el ibrico
-YP"
vestido a la griega?
7.Si en el campo de la forma la incertidumbre inherente a muchos anlisis es
tanta el ejemplo que se acaba de mencionar no es ms que uno entre cien, no
es ,
sin embargo, comparable con las cerradas tinieblas que nos rodean en cuanto
intentamos saber algo del sentido. Porque, mientras los mtodos formales se han
ido precisando y afinando, el sentido contina siendo algo evasivo, difcil de su
jetar a un tratamiento objetivo: el que la conciencia sea fuente de certezas prima
rias e inconmovibles, para volver a un concepto cartesiano, no debe hacernos ol
vidar que la ciencia se ha edificado sobre datos compartibles, susceptibles en prin
cipio de ser comprobados por distintos observadores, y no sobre la introspeccin.
Y no debemos olvidar, sobre todo, que los puentes que pueden llevarnos a entender
los textos de una lengua desconocida siguen siendo tan escasos, tan frgiles y de
trnsito tan penoso como en el siglo pasado cuando faltan los intrpretes, que en
el caso de los textos escritos son naturalmente las inscripciones bilinges. Ciertas
concepciones que se estn extendiendo en estos ltimos tiempos acerca de la traduc
cin automtica, nacidas de noticias desorbitadas en la prensa diaria o en revistas
populares, son fundamentalmente errneas: una mquina, por perfecta que sea,
slo traduce prescindamos de si traduce con cierta correccin o con una tosque
dad rudimentaria gracias a un diccionario que nosotros mismos hemos puesto
22 Aunque hay
sabar-
en el plomo de Al-
coy y en este mismo. Una de las quiebras del
criterio que he defendido para la divisin de
segmentos es que, a veces, como todo anlisis
exclusivamente formal, conduce a resultados
absurdos. En latn, lo mismo que ded-erunt,
tul-erunt, em-erunt, i-erunt, obtendramos j-e-
ru t g-erunt, s-erunt.
23 N o puedo exponer con claridad mis
ideas sobre el valor de
Y
porque ya ellas de
por s no son claras. Pienso, sin embargo, que
entraban en l: (a) un componente labial (vo
clico o semivoclico) y (b) un componente
nasal (consonantico?).
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14 L . M I C H E L N A
en su m em ori a y a unas reglas operativas, una gram tica, que le hemos enseado
a seguir. Pero , si no le facilitamos ese diccionario y esa gram tica,. la m quin a es
sorda y ciega y, si disponemos del diccionario y de la gramtica, nosotros mismos
podemos traducir los textos mucho mejor que ella, aunque eso nos exija tiempo y
trabajo.
N o quiere esto decir, con todo, que no sepamos absolutamen te nada del con
tenido de los textos ibricos. Ciertos datos, o al menos ciertos indicios, nos son
proporcionados por lo que, usando de una metfora, podramos llamar la conducta
o el comportamiento de los epgrafes: materia en que estn grabados (piedra,
plomo, cermica), caractersticas formales del objeto (recurdese el crecido grupo
de las piedras que con razn se creen estelas sepulcrales), etc. Ciertos detalles de
los letreros saltan tamb in a la vista, sin necesidad siquiera de que pue dan ser ledos :
algunos de nuestros plomos pueden muy bien contener
defixiones,
pero el de Gdor,
segn el consenso general, no tiene seguramente este carcter por los trazos ver
ticales que en nmero variable van al final de sus lneas.
Hay incluso toda una clase de elementos que creemos reconocer en estos textos,
aunque el reconocimiento es algunas veces ms seguro que otras, por razones de
posicin, porque seleccionan con frecuencia determinados morfemas, etc.: es el
grupo de los nombres de persona. Tenemos, en efecto, bastante informacin pro
cedente de fuentes independientes, la ms importante de las cuales es la lista de
los soldados de la Turma Salluitana, estudiada ya por Schuchardt en 1909, acerca
de la conformacin de los antropnimos ibricos. Un subgrupo, en particular,
resulta muy caracterstico: el de los nombres compuestos formados por dos mor
femas de dos slabas cada uno, del tipo de
Bilustibas
o
Sosinaden.
N o es, por
tanto, demasiado aventurado suponer que
nabar sosin
en un plomo de Ampurias
24
,
por su configuracin simplemente, pertenezca a l.
8.El
mtodo comparativo ha dado muy poca luz, si alguna, para la com
prensin de los textos ibricos, lo que no deja de constituir una circunstancia des
favorable. N o es que la comparacin resuelva, ni mucho menos, todos los proble
mas filolgicos que plantean los textos de una lengua recin descubierta
25
, pero
puede facilitar una primera aproximacin cuyo margen de incertidumbre depende
del grado de semejanza de la nueva lengua con las ya conocidas que vayan a servir
de instrumento. Tenemos, sin salir de Espaa, un excelente ejemplo de esto: aunque
los textos celtibricos son mucho ms escasos y breves que los ibricos, sabemos
de aquella lengua con un saber muy especial, es cierto mucho ms que de sta.
Es especial este saber, porque a pesar de los valiosos esfuerzos de Tovar, Le-
jeune y otros no tenemos una traduccin del bronce de Luzaga comparable, por
ejemplo, a las que se han propuesto de las Tablas Iguvinas, con todo lo que hay
de impreciso en stas. Pero, a diferencia de lo que ocurre con un texto ibrico,
podemos saber en celtibrico, con gran probabilidad de acierto, que tal forma
es un nombre en nominativo o acusativo sing, o en genitivo o dativo pi., una
24 M A R T I N A LM A GR O ,
Las inscripciones am-
puritanas griegas, ibricas y latinas,
p. 71 ss.
(Y
Zephyrus, 2
(1961), 103-106).
25 Las innovaciones, la proliferacin en
una lengua de formaciones productivas aun
que tengan un germen antiguo, si ocupan
escaso lugar en las gramticas comparadas del
grupo, juegan, sin embargo, un papel de pri
mer orden en el funcionamiento de cada una
de las lenguas emparentadas. Cf. gr.
-k-,
lat.
-u-, ose.
-tt-,
etc., en la formacin del perfecto.
-
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LENGUA IBERICA
15
part cula (cf. -cue), un verbo en 3.
a
pers . Dentro de lo menos o rgan izado de la
lengua incluso,
en el
lxico,
se
adivina algo
del
significado
de
var ias palabras .
Puesto
que el
mtodo compara t ivo
ha
resul tado hasta ahora impotente ,
no
que
da otro camino abier to
que el
largo
y
pesado
del
mtodo comb ina to r io , l l eno
de
t an teos ,
de
vacilaciones
y de
regresos infructuosos
al
p u n t o
de
par t ida .
Y,
dentro
de
lo
combina to r io ,
lo ms
accesible
y lo ms
preciso
es, por lo
menos para a lgu
nos epgrafes
de
cuyo carcter g eneral podem os estar razonablem ente seguros
por
razones externas ,
el
m t o d o
de los
textos paralelos
26
.
A
falta
de
bilinges,
lo ms
parecido
a una
t raducc in
es un
texto
de
carc te r an logo :
un
epi taf io ,
por
ejem
plo, en una
lengua conocida,
lo ms
cercana posible
en el
t i empo
y en el
espacio.
Las frmulas ,
en
efecto, pueden
ser
iguales
o
semejantes
por ms que la
lengua
sea distinta.
Es notor io el ampl io margen de indeterminacin quedeja es te m tod o, no slo
p o r q u e la var iacin en las frmulas de un carcter anlogo puede ser muy grande
den t ro de una misma lengua y mayor todava en lenguas distintas, sino adems
porque pueden buscarse muydiferentes p aralelos exteriores sin disponer al mismo
t iempo
de
criterios dignos
de
confianza pa ra decidir cul
es el que
mejor
se
ajusta
al caso. Algunos ejemplos aclararn esto mejor que cualquier general idad.
Tres lpidas, sepulcrales
por las
apariencias ,
van
encabezadas
por la
frmula
ar'e tace p a r a
la
cua l ,
a
pesar
de su
simplicidad,
se han
propuesto vers iones
tan
divergentes como
hie
situs (sita)
est, (hoc)
sepulcrum,
Dis
Manibus,
in
memoriam
o sacrum.
La
decisin
es en
este caso relativamente sencilla, aunque
de
ningn
modo segura
:
h a b r
que
pensar ,
con
T o v a r ,
que es
preferible
la
pr imera ,
ya que
en
una
inscr ipcin perdida,
la
nica
que
podemos l l amar
con
a lguna razn
bi
l inge,
afe
teci (?, la lectura de los dos l t imos s ignos, y sobre todo la del pen
l t imo, es y seguir s iendo dudosa)
2 7
, va precedido de HEIC
EST
SIT...
28
.
O t r a s , que parecen tambin del mism o c arcter , comienzan por dos nombres
prop ios , el segundo de los cuales va seguido por eban (ebanen, etc . ) . Podra pen
sarse , pues,
y se ha
p e n s a d o ,
que la
traduccin, conforme
a una
frmula bien
co
noc ida , esN. hijo de N., lo que deja el valor hi jo para eban. Pero Tovar cree,
por razones comparat ivas y combina to r ias , que significa pied ra (sep ulcral) . En
esta ocasin hay tradiciones diversas en que pueden buscarse paralelos tambin
diversos
2 9
.
9 .Tovar
ha
presen tado ,
sin
recurr i r
a la
comparac in
ms que muy en se
gundo lugar , como sumamente verosmil
la
hiptesis
de que la
frecuente desinencia
-en
(cf.
ebanen arr iba) expresa,
sin
entrar
en
detalles sintcticos,
la
misma idea
que
de de
posesin
o
per tenencia . Esta hiptesis ,
que no ha
encon t rado con t ra -
26
M.
PALLOTTINO, Archiv Orientln,
18
(1950), 164: Sitrattava in sostanza di accos
tare fra loro testi etruschi e testi latini (o ita
lici o greci),di cuipoteva estrinsecamente pre
su p p o n i un contenuto affine, quasi si tratasse
di bilingui .
27 Cf. GMEZ-M O R EN O , Miscelneas
281
:
"E l ar etegi
ultimo ser
su
variante,
y
algo
as
tambin el ar'etaunin abagontiein de la estela
valenciana...
28
Aun
aceptando esto,
no se
sigue
de
aqu
que el
orden
de las
palabras
sea el
mismo
del latn
(o del
vasco
(h)emen datza),
porque
como
en
irlands
o en
varias lenguas semticas
podra ser el verbo el queencabezara la frase.
Pero, si se acepta la existencia de variantes
(v. la nota anterior), la constante
ar e
sera
ms bien el adverbio demostrativo.
29 O T TO R S S LE R ,
Die
Sprache Numidiens,
Sybaris. Festschrift
H.
Krahe,
94-120, sostiene
que deben distinguirse
en las
inscripciones
lib.
bn
piedra
y bn
Haus, Hausstand, Gemah-
lin , cuyo vocalismo
era
distinto.
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16 L . M I C H L N A
diccin, se enlaza, sin embargo, con una de las cuestiones disputadas desde antiguo
de la filologa ibrica en mantillas.
N o tengo el men or inters en renov ar viejas discusiones, y slo paso a expo
nerla rpidamente porque resulta un ejemplo ilustrativo de cmo pueden divi
dirse los pareceres sobre cuestiones aparentemente sencillas. Se trata de la desi
nencia
-cen, -(e)scen,
que se repite en monedas de distintas ciudades, en un rea
muy extensa.
Teniendo en cuenta el modelo de las monedas griegas de Ampurias y Rosas
que llevan como leyenda un genitivo de plural
EMFOP1TQN, POAHTQN
se salt a suponer que las monedas que llevan el letrero ibrico
unticescen
se ins
piraron en aqullas ( Im itantur hi numm os Em poritanos aper te , deca H bne r)
tambin p ara la inscripcin, que significara p or lo tanto algo as com o de los de
Un tica, I ndica . N o obstante, Tovar ve en ella un simple tnico (con o sin m arca
expresa de plural?), cuya traduccin latina sera
Indigetes.
Pesado todo, a m me sigue pareciendo que, si alguna vez podemos pensar
que dos textos son paralelos, es en un caso como ste. Por otro lado, si la parte
final de esta desinencia,
-en,
es exactamente igual a un sufijo que se descubre in
dependientemente en otras partes y la traduccin que a ste se asigna por razones
combinatorias no est muy lejana de lo que sugiere para aquella su presunto
modelo griego, cuesta trabajo creer que ambos no estn relacionados entre s.
Esto, naturalmente, no pasa de ser una hiptesis y Tovar tiene plena razn al
mostrar que quienes la hemos defendido en una u otra forma hemos dado por
sentados toda una serie de supuestos que nadie ha probado hasta ahora. En pri
mer lugar, aunque casi resulta ocioso decirlo, una traduccin responde siempre
no slo al modelo propuesto, sino tambin al molde, muchas veces inflexible, que
impone la lengua a la que se vierte. Hablar, por tanto, de genitivos ibricos de
plural, supone que el ibrico tena un paradigma casual, uno de cuyos trminos
era el genitivo y que el plural era uno de los miembros de la categora expresa
( overt , dira Hymes) de nmero en los nombres. Ahora bien, todo esto exista
tal vez en ibrico, pero nadie lo ha descubierto todava, por lo cual sigue siendo
perfectamente lcito pensar lo contrario. Por lo que se refiere al nmero, Tovar,
siguiendo a Lafon, menciona acertadamente el ejemplo (hipottico, pero muy ve
rosmil) del vasco prehistrico, en el cual es de sospechar que el nmero no tena
una expresin necesaria en los nombres, aunque pudiese precisarse ocasionalmente
por distintos medios
30
.
Por otra parte, esto sigue siendo una cuestin un tanto acadmica, que re
sulta ms bien ociosa en tanto que la desinencia -cen, -{e)scen, no se descubra en
textos distintos de las leyendas monetales.
10.Por mucho que queramos apoyarnos exclusivamente en consideraciones
combinatorias, es un hecho que la comparacin con otras lenguas no ha dejado de
pesar en los estudios ibricos, aunque haya perdido el primer rango que ocup con
30 Es lo que H Y M E S , Word 11 (1955), 10-
23 ,
denomina
optional category.
En los nom
bres vascos, el nmero no se expresa ms
que solidariamente con la determinacin, cu
ya extensin en la lengua moderna parece
ser reciente y paralela a la del artculo en las
lenguas
romn icas germnicas etc. H. V O G T
Norsk Tdsskrift for Sprogvidenskap 14 (1947),
126,
piensa que el georgiano histrico deja en
trever un estadio anterior en el que la catego
ra de nmero era desconocida en el sistema
nominal, al paso que exista con seguridad en
el verbo,
-
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LENGUA IBERICA
17
Schuchardt, para citar un nombre ilustre. Esto no deja de ser muy natural, ya que
toda ayuda sera preciosa en el estado precario en que nos encontramos, venga
de donde viniere, con tal de que se mantengan cuidadosamente separados los ar
gumentos de distinto origen sin caer en crculos viciosos.
Como el ibrico no es una lengua indoeuropea, y este es uno de los pocos he
chos que han quedado bien establecidos, la comparacin, a falta de algo mejor,
ha tenido que recurrir a dos lenguas distintas que por razones obvias de proxi
midad caan a mano como trminos de comparacin: e l l b ico, de una par te , en
su forma ant igua (en la medida en que est documentada) o en la moderna de los
dialectos bereberes, y el vasco, de otra.
Que entre estas dos lenguas, l bico y vasco, exista un parentesco en sentido
genealgico, como quera Schuchardt, o siquiera una afinidad relativamente es
trecha, es algo que me parece falto de prueba suficiente hasta el da de hoy. Si
bien ambas lenguas comparten algunos rasgos estructurales, cosa que no puede
menos de ocurrir entre dos lenguas cualesquiera elegidas al azar, me parecen tipo
lgicamente lo bastante diferentes para que ninguna de las coincidencias resulte
sorprendente. Basta con introducir como trmino de referencia el georgiano, por
citar la lengua caucsica ms conocida, para precisar lo que digo, y conste que
no creo que el parentesco lingstico vasco-caucsico est demostrado ni siquiera
que sea demostrable por ahora.
Dentro de lo puramente formal, el nico aspecto de la lengua en que las dudas
pueden ser desechadas, el ibrico es una lengua de morfemas rgidos, invariables,
cuyo vocal ismo es tan constante como el consonat ismo : esto , que me parece de
cisivo, nos aparta claramente del l bico y nos acerca al vasco y tambin, claro es,
a incontables otras lenguas. Por otra parte, y esto tambin es dirimente, en un
texto escrito en una lengua camito-semtica antigua tienen que reconocerse nece
sariamente varios ndices gramaticales, prefijos y sujijos sobre todo, que en ib
rico se echan de menos. Lo ms parecido a esto son los dos ejemplos de
teban
(en comienzo de lnea), tebanen, ambos en Sagunto, frente al usual eban, ebanen.
N o es t .n ad a claro , s in emb argo, cmo debe expl icarse esto: acaso no sean otra
cosa que casos de scriptio continua en que se ha enlazado la oclusiva final de
un morfema con la inicial voclica de otro.
Dando por buena la t raduccin general de ib . -en propuesta por Tovar , y no
hay motivo para no aceptar la mientras no se presenten argumentos de peso en
su contra, l legamos con todo a dos concepciones profundamente divergentes se
gn pensemos en un ndice gramatical de tipo vasco, aunque sea muy otro por el
origen, o de tipo lbico. En vascuence, -en (junto a -ko, en oposicin al cual cons
tituye el trmino no caracterizado) no es una desinencia de genitivo en sentido
indoeuropeo o semt ico, s ino ms exactamente , como ha vis to Mart inet
3 1
, un
sufijo de derivacin que se agrega a un tema nominal indeterminado, sing, o pl.
para formar un nuevo tema que a su vez, como en georgiano, puede recibir cual
quier sufijo de declinacin, incluido el mismo -en.
En l bico, n es, entre varias otras cosas, no ta gene tiui , que en berber al
terna (ante sustantivos masculinos) con cero acompaado de modificacin de la
31 Cf.
Bol. R. Soc. Vase, de Amigos del
Pas,
17 (1961), 351.
Z e p h y r u s X I I - 2
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18 L . M I C H E L E N A
inicial voclica del
rectum.
Porque, y esto no es un mero hecho de posicin, el
regens
precede al nombre regido (determinante), con
n
intercalada eventualmente
entre ambos. Por ello, la construccin vasca y la lbica no tienen entre s ms que
una remotsima semejanza, la presencia de una n comn, que muy bien puede
ser engaosa
3 2
: si alguna cosa ha enseado la lingstica comparada, es que nun
ca hay que fiarse de las apariencias. Pero si se piensa en un posesivo, en un
pro-
nomen suffixum,
nada hay en la construccin vasca que sugiera un origen de
esa clase
33
.
Hay otro orden de fenmenos sintcticos, estrechamente relacionado con ste,
puesto que se trata de procedimientos que, en determinadas circunstancias, sirven
pa ra exp resar la relacin de genitivo . Tam bin stos exigeai un exam en p orqu e
revelan la misma contraposicin difcilmente conciliable dentro de la hiptesis de
un origen comn, ya sea por va de tradicin o de prstamo. La composicin sigue
siendo muy productiva hoy mismo en vascuence, y los compuestos para limi
tarnos al subgrupo formado por yuxtaposicin de dos nombres son muy pare
cidos a los que encontramos en las lenguas germnicas o en las clticas, por no
citar ms que lenguas occidentales. En lbico, por el contrario, como en las len
guas emparentadas con l, encontramos los compuestos ocasionales representados
por el status constructus, el orden de cuyos miembros es el mismo que acaba de
indicarse arriba.
Tal vez
aw-adem
M enschenk ind , ejemplo que tomo de E. Zyh larz
34
, y vasc.
giza-seme
no sean tan opuestos como parecen. Son, sin embargo, lo bastante di
vergentes para que tengamos que preguntarnos si los compuestos ibricos eran del
tipo de aqul o del de ste. N ada podem os afirmar con seguridad, excepto que
muchos nombres propios son compuestos de dos miembros, pero tienen todo el
aspecto de pertenecer, y Tovar lo acepta
35
, al tipo indoeuropeo o vasco. Este
rasgo sugiere, como otros, que el ibrico, por decirlo de una manera grfica,
era una lengua ms europea que africana.
Sealar antes de agotar este punto que nadie ha descubierto en los antrop-
nimos ibricos el menor rastro de los Satzn am en tan frecuentes en las lenguas
semticas y tambin en libio antiguo. Los nombres teforos, a veces elpticos, for
mados p or oraciones nominales o verbales, parecen faltar entre nosotros. N o obs
tante, se trata de un rasgo cultural que muy bien pudo haberse difundido de una
lengua a otra muy distinta de haber existido una comunidad de civilizacin que
es el primer supuesto de una alian za o unin de lenguas , com o distinta de la
familia .
Esto no excluye que procedentes de frica penetraran en el ibrico prstamos
lxicos y con mucha mayor dificultad morfolgicos como el posible nombre
de la pie dr a , ya sea el lbico
bn
a su vez un prstamos del semtico, donde la
voz es casi comn
36
, o bien un elemento tradicional conservado.
32 Algunos atribuyen gran importancia a
unos elementos
d
y
n,
que reaparecen en ir
lands. V., en ltimo lugar, H. W A G N E R ,
Das
Verbum in den Sprachen der Britischen Inseln
(Tubingen, 1959), 169 ss.
33 La misma disparidad en los procedi
mientos, ya sealada, se encuentra entre lib.
Ymzkl bn-s
mujer (o piedra, aqu da lo mis
mo) de Y. , lit. Y. su mujer (R ssler), y
vasc.
Y. -en emaztea,
cercano casi al tipo la
tino
erilis filius.
34
Das Kanarische Berberisch in seinem
Sprachgeschichtlichen Milieu, ZDMG,
100
(1950),
403-460.
35 Cuando traduce
calun seltar
por tum
ba o pira de Calun
(ELH
16).
36 Incluso al subarbigo antiguo y repre
sentado acaso en la toponimia rabe.
-
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L E N G U A I B E R I C A 19
11.Lo que antecede, lejos de estar inspirado en un estrii afn de discusin,
nace de la conviccin de que los pocos puntos en que parece revelarse algo del
carcter de la lengua, todava tan envuelto en misterios, deben ser sometidos a
un examen ms minucioso en la pobre medida en que la escasez y la deficiencia
del material lo permkan. Mi desacuerdo con Tovar, a quien tanto deben estos
estudios, se reduce adems en la mayor parte de los casos, como puede observarse,
a las consecuencias de orden comparativo que se pueden deducir de sus interpreta
ciones y no a las interpretaciones mismas.
Una de stas es la hiptesis, que ya apunt como posibilidad Gmez-Moreno,
de que la frecuente terminacin
-Yi,
que figura sobre objetos muy variados, no
sea otra cosa que el pron om bre personal de primera persona yo , hiptesis que
ha sabido presentar de la manera ms convincente sin necesidad de ocultar las
dificultades que an quedan. En otras palabras, como recordarn los lectores de
textos clsicos, se trata de letreros semejantes a los que Herodoto (V, 59 ss.) cuenta
haber visto escritos sobre tres trpodes en el santuario de Apolo Ismenio, en Te-
bas,
en los cuales el objeto inscrito habla en primera persona. Es sabido que esta
costumbre tuvo vigencia en Grecia e Italia durante varios siglos
37
y bien pudo
haber sido conocida en nuestra Pennsula.
Su combinacin con el genitivo
-en
tiene buenos paralelos en oseo
Sepes
Heleviies sm Seppii Heluii sum , Herenates sm Veneris sum , etc. Aho ra
bien, si
sacar'bea/n Yi
(estela de Benasal) es yo (soy) S. , tend ram os un epgrafe
en el que habla el propietario (el difunto en este caso) y no el objeto, lo cual co
rresponde ms bien a los que se leen muchos siglos despus en tumbas vizcanas,
estudiadas tambin por Tovar en otra parte: f
ego Lehoari et Maria, In Dei no
mine ego Legoar, etc. Puede suponerse, desde luego, que la estela de Benasal est in
completa, que es lo que en realidad ocurre, pero parece haber otras inscripciones
semejantes.
Un indicio corroborativo de esta interpretacin podra buscarse en el hecho de
que -Y i no parece figurar en los ttulos sepulcrales encabezados por are tace
(teci).
Pero estos son muy pocos y estn mal conservados para que pueda ponerse
mucha confianza en este detalle que correspondera a la incompatibilidad entre
una frmula en 3.
a
persona y otra en 1.
a
.
12.Como -en, la terminacin -Yi, descontada la incertidumbre inherente a
su primer signo, nos conduce a una curiosa proximidad al vasco, donde yo es
ni. Tovar seala tambin, es cierto, el paralelo del berber, que no parece tan
preciso. En los pronombres personales semticos,
an-
es un elemento comn aun
que esto quede oscurecido en alguna lengua por la asimilacin de nt en tt que
difcilmente puede ser el elemento individualizador de ninguno de ellos. En cuanto
a los datos bereberes, no se sabe muy bien qu hacer con ellos en tanto que al
guien no los ofrezca ordenados en una perspectiva diacrnica.
Esto nos recuerda que el problema de las relaciones entre ibrico y vasco si
gue pesando de una manera molesta sobre la investigacin, ya que no acaba de
resolverse en uno u otro sentido. Es cierto, por un lado, que el vasco se ha mos
trado singularmente ineficaz para la interpretacin de los textos hispnicos anti-
37 Un a lista de ejemplos en varias lenguas Language (Berkeley-Los Angeles, 1949), 5, no-
puede verse en M. S. BEELER, The Venetic ta 1.
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2
L . M I C H E L E N A
guos en general y de los ibricos en particular, lo que se compadece mal con la
idea de un parentesco relativamente cercano. Los reparos que a esto oponen
quienesno son lingistas
3S
no valen tanto como aparentan. N adie exigira que los
significantes emparentados ocurran
en
ambas lenguas
en
forma idntica
o muy
semejante: bastara
con que
pudiera n h allarse correspon dencias precisas, sonido
a sonido
a ser
posible, entre unos significantes
y
otros,
por
distintos
que
stos
fueran. Sucede, en cambio, de un modo extrao, que las coincidencias que to
pamos son casi demasiado perfectas, al mismo tiempo que escasas y poco infor
mativas.
Lo que podemos saber o imaginar de la forma prehistrica del vasco por
aquellas fechas
no es tan
poco como algunos piensan. Segn
un
clculo moderado,
una mitad
por lo
menos
del
lxico bsico
de
entonces
ha
llegado hasta nosotros
en
la
lengua hablada
o en los
textos. Como
no es
poco
lo que se
sabe acerca
de
los cambios que han sufrido los sonidos del protovasco, la forma antigua de pa
labras y elementos gramaticales puede ser reconstruida muchas veces con bastante
aproximacin, salvadas algunas inseguridades, especialmente en posicin inicial.
Mayores
han
debido
de ser las
modificaciones
que ha
experimentado
la
estructura
gramatical
de la
lengua, pero
an
stas pueden
en
parte
ser
adivinadas
y
pre
vistas,
en el sentido de previsin retrospectiva.
En otras palabras, si dispusiramos de documentos escritos en vasco prehist
rico del siglo primero antes de nuestra era o en alguna lengua estrechamente
emparentada
con l,
cuesta adm itir
que no
furamos capaces
de
penetrar
el
sentido general
de
textos sencillos como tienen
que
serlo muchos
de los
ibri
cos y de reconocer bastantes de sus componentes. Esto, por desgracia, no es
m s que una conviccin que no puede ser adecuadamente co mp robada mientras
la suerte bastante improbable por otra parte no nos depare alguna sorpresa.
Pero, ya que
hablamos
de
convicciones
y de
indicios, conviene recordar
que son
precisamente
las
formaciones vascas
ms
caractersticas,
las
formas personales
del
verbo,
las que no han
encontrado ningn paralelo preciso
en
ibrico.
Y
suponer
que ste tena una abierta preferencia por las frases nominales parece excesivo.
13.Pero
la
fuerza
de
este argumento
de
orden general
no
basta para
que
echemos
en
olvido
las
semejanzas observadas.
En los
sonidos,
en
primer lugar,
pues el ibrico parece haber tenido como el vasco,y tambin como el castellano
moderno un sistema fonolgico muy simple, con cinco vocales y un nmero
reducido de consonantes. Y, no obstante esto, distingua segn las apariencias,al
igual
que el
vasco
39
,
dos
sibilantes
y dos
clases distintas
de
r.
La
semejanza
se
extiende
a las
posibilidades combinatorias
de los
fonemas,
que
estaban sometidas
a graves restricciones: falta
de
r inicial, ausencia
de
grupos consonanticos
en esa
posicin,
de
grupos formados
por muta + liquida en
general,
etc. De
esto
y del
notable parecido en lo quepodemos llamar forma cannica de morfemas que pa
recen haber sido nominales(cf. ib.alof, balee, bilos, iltif, sacar, salir, seltar, sosin,
tibas'
con
vasc. alor, gibel, zakar, zaldi, zuzen,
etc.) se
sigue
el
curioso aire
de fa
milia
que
presentan para
un
vasco algunos textos ibricos.
38 As D. FLETCHER VALLS, Problemas
de
distintos, espirante y africado, en cada uno
la cultura ibrica (Valencia, 1960), 40 s. de los rdenes.
39 El vasco tiene en realidad dos fonemas
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L E N G U A I B E R I C A 21
N o tod o es igual, como era de esperar, aun en este mismo cam po : todo indica
que al ibrico le faltaba /h/, que hay que postular para el protovasco
i 0
. Pero estas
discrepancias quedan abundantemente compensadas por rasgos comunes. Adanse
a los ya citados la falta de /p/ y lo que se barrunta de la posicin especial de /m/ en
ambas lenguas.
Pasando ahora a las unidades significativas, varias veces se ha hecho un re
cuento de concordancias, el ltimo probablemente por Tovar
a
.
Dentro del sistema
ms rgido de correspondencias fonticas
42
, se pueden presentar listas como la si
guiente, con ecuaciones formalmente irreprochables, sin que por ello quede agotado
el material: ib . abar' : vasc. abar
43
rama , etc. ; adin : vasc. adin edad ; anal- :
vasc. anaie, -ia he rmano ; arci- : vasc. argi luz, claro (acaso de origen indo
europeo); beles, -bels : vasc. beliz negro ; bios-
u
: vasc. bi(h)oz corazn ;
biur : vasc. bi(h)ur (re)torcido ; -cais
45
: vasc. gaitz mal, malo, grande ; cutu-
: vasc. gudu combate ; -ildun, -illun : vasc. il(h)un oscuro (contrapuesto a
argi claro , arriba); iscer, -escer' : vasc. ezker (mano) izquierda ; kide- : vasc.
ide
igual, coetneo ,
-(k)ide
co-
; lacun
: vasc.
lagun
compaero
; nabar :
vasc.
nabar
vario, abigarrado , etc. Junto a ib.
lacun
puede ponerse ahora
tagli
eri lagutas'
(Cigarralejo), segn la proporcin
iltun
:
il(t)utas'
: :
lacun : la-
guas,
con una prdida de
-n
en composicin o derivacin que tambin se da
en vasc, aunque sus causas permanezcan oscuras. Si se acepta la mediacin del
aquitano, resulta extraordinariamente sugestiva la coincidencia sealada por Lafon,
de aquit.
Talsco
(que parece hay que analizar
als-c)
con ib.
-ialsco, alscu-,
etc.
Las coincidencias son, repito, meramente formales, porque muy poco o nada
sabemos del sentido de los morfemas ibricos: si supiramos algo ms de ste,
estos y oirs aproximaciones quedaran automticamente descartadas o aceptadas
como firmes. Pero la coincidencia, aun meramente formal, no deja de ser chocante.
La primera parte de
os'aba-obar'enYi
(Ensrune) es igual, dentro del sistema de
correspondencias que hemos adoptado, a vasc. osaba to (cf. anai- arriba, pro
cedente tambin de Ensrune)
4l i
. Un clculo prudente nos dice que la probabilidad
de que dos secuencias de este tipo (VCVCV) se repitan en las dos lenguas es del or
den de
1/8.000
47
.
El nmero de coincidencias es proporcionalmente mucho menor y
de carcter mucho menos sistemtico, como advierte Tovar, que el que se descubre
entre el vasco y un puado de nombres propios aquitanos, pero, con todo, es bas-
40 La lengua atestiguada en fecha ms an
tigua no tiene por qu ser la ms arcaica en
todos los aspectos. El rabe, como es bien sa
bido,
ha conservado mucha ms informacin
sobre los fonemas del protosemtico que el
acadio, a pesar del enorme espacio de tiempo
que separa los primeros textos en ambas len
guas.
41
El euskera y sus parientes
(Madrid,
1959),
38 ss.
42 A ttulo de prueba se han elegido las
siguientes, sin mencionar las que resultan ob
vias
:
ib. ,v : vasc.
z, tz
(predorsales)
;
ib .
s' :
vasc.
s, ts
(apicales); ib.
r
: vasc.
r;
ib .
r' :
vasc.
rr.
43 En este y en los siguientes ejemplos,
vasc.
-r
es siempre fuerte
(rr)
ante sufijo que
empiece por vocal.
44 En el segundo plomo de Alcoy
:
quede,
pues,
en entredicho.
45 En un caso aislado
(Azaila), pero de
segmentacin clara
: bos-balcar-cais.
46 TOVAR, EL E 19, n. 45.
47 El punto dbil de este clculo est en
que no podemos tener la certeza de que haya
que cortar precisamente
os'aba-:
hay tambin
os'aon
en Ensrune. A ttulo de simple con
jetura, me atrevo a sugerir que
-obar-
podra
ser aqu una variante de
-Ybar'-,
pues hay
pruebas de vacilacin, estudiadas por Schmoll,
en la notacin del timbre de las vocales,
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L M I C H E L E N A
tante la semejanza de los sistemas fonolgicos del ibrico y del vasco antiguo
para explicar por s sola, como efecto del azar, las concordancias observadas?
14.N o es sta mala ocasin pa ra consign ar qu e algunas de las ecuacione s vas
co-ibricas que se han defendido con ms o menos insistencia tropiezan con obs
tculos. Una es la de ib. nere- en ner'eildun, seguramente nombre de persona, con
vasc.
nere
m o . Es un hecho que hasta hace poco el trmino vasco com n p ara
m o ha sido ene. La forma nere no es otra cosa que una variante reducida del
intensivo neure, ore, etc. de m mismo , que viene de algo as como *ni-aur-e, lit.
de este yo .
O tra, que procede de don Po Beltrn, es la de ib. seltar con vasc. seldor haz o
pila de lea para hacer carbn , segn se dice, lo que dara para la palabra ibrica
el valor aproximado de pira o tum ba . El mayor obstculo no es aqu formal
(el equivalente vasco de seltar, dentro del sistema de correspondencias aqu seguido,
sera
*zelar, *zelhar),
sino semntico. Abreviando una larga historia, la traduccin
de vasc. seldor por Azkue, consignada arriba, no es correcta. En Azkue procede
de la versin de los Evangelios por Haraneder, editada por Harriet (1855) con notas
del editor: en una de sas seldor est alineado con varios sinnimos vascos que
significan car ga a secas. H arrie t tom la pa labr a del Suplem ento al
Diccionario
de Larramendi, quien a su vez lo sac probablemente de una de las pginas per
didas de los Refranes y Sentencias de 1596: tambin Larramendi lo da como equi
valente de carga . Y el auto r del llamado m s. de O chand iano, a comienzos del XI X,
anota que en su tiempo se dice en Vizcaya sendor por carga (adems de seldor
o exclusivamente?). Hoy, en O ate, por ejemplo
48
, sendor sigue vivo con el signi
ficado de carg a , cualquiera que sea la naturale za de sta (lea, hierb a, etc.), e
incluso de ramillete . Es trmino que convive con
txondar, txondor
pira de lea
pa ra hacer carb n y debe tener, por lo tanto , un origen completamen te distinto
del de ste, por ms que la semejanza entre las dos palabras haya inducido a Azkue
a error.
15.Queda por explicar la razn de las coincidencias vasco-ibricas, ya que pa
recen ser mayores de lo que cabra atribuir a la casualidad pura y simple. La natu
raleza misma de los textos podra explicar el fracaso del vasco como llave del ib
rico si, como sostuvo en una ocasin Vallejo, constan en su casi totalidad de nom
bres propios.
Como quiera que sea, si las coincidencias ibero-vascas se limitaran a los nombres
propios, de persona o de lugar, no ofreceran tampoco dificultades, porque no seran
ms que nombres de una lengua de sustrato engarzados en un texto ibrico, tal co
mo los aquitanos
Andere, Cison o Nescato
comparecen en epgrafes latinos. Pero,
si admitimos la posibilidad de un origen comn para ib. y vasc. -en o para ib. -Yi,
vasc. ni, estamos evidentemente muy lejos de la esfera de los nombres propios.
To var, como se sabe, parte pa ra la explicacin de un parentesco de tipo p roto -
histrico profund ame nte diverso al genealgico de muc has familias lingsticas.
Me resisto a admitir esto, porque cuesta creer que el ibrico tuviera un influjo ms
48 Dato que agradezco al P. Luis Villa-
cante.
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LENGUA IBERICA 23
profundo sobre el vasco (o viceversa, o mutuamente) del que han ejercido sobre
ste durante dos milenios el latn y los romances vecinos, cuya superioridad social
difcilmente pudo alcanzar el ibrico. Y, sin embargo, las numerossimas trazas de
esta influencia han quedado restringidas a esferas muy bien delimitadas en conjunto.
Una observacin final, que deba haber dado comienzo a estas lneas. Lo que
aqu se dice, muy poco categrico por otra parte, tiene un alcance estrictamente
lingstico. Aunque la lengua sea un elemento cultural de suma importancia, no
tiene ms que una relacin extrnseca con otros rasgos culturales, incluso con la
misma escritura. Las conclusiones a que se llegue en un campo, por consiguiente,-
no tienen por qu ser vlidas sin ms en el otro.