colectivo madrid - la ciudad y la génesis del consumo de masas

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La ciudad y la génesis del consumo de masas. Madrid, espacio del antagonismo social en la formación del capitalismo corporativo nacional Colectivo Madrid (Mario Ortí, Rafael Ibáñez y Daniel Albarracín) 1. En torno a la génesis de una sociedad de consumo (como casi todas) peculiar E ntre las referencias más difundidas en el terreno de una (potencial) so- ciología del consumo, es habitual encontrarse con la obra de Michel Aglietta Regulación y crisis del capitalismo. Más allá de su subtítulo, La experiencia de los Estados Unidos, y de una redacción con escasa volun- tad de hacerse accesible, el libro se convirtió, para ciertos círculos más o menos minoritarios de la teoría económica y sociológica europea, en la fuente de una definición fundante sobre la transformación que había sufrido la econo- mía-mundo capitalista; el capitalismo tardío pasó a ser visto como la sociedad estructura- da por una norma de consumo de masas. La traslación de esa interpretación desde la experiencia de los Estados Unidos hasta la to- talidad del capitalismo occidental era posible por el nuevo papel hegemónico que, tras la segunda guerra mundial venía a cobrar este polo imperialista; pero sin duda su uso contri- buía a denegar las diferencias entre los espa- cios y tiempos históricos que constituían el centro capitalista. Se convirtió en norma la re- lativa linealidad con que los Estados Unidos habían salido de la crisis del capitalismo li- beral miserabilista a través de una acumula- ción del capital basada no sólo en la transfor- mación del proceso de trabajo –en la dirección de su maximización y racionalización– sino también en la de la reproducción de la fuerza de trabajo –mediante su articulación más es- trecha dentro del proceso global de valoriza- ción– (en los propios términos de Aglietta). Esta transformación en la dinámica de acu- mulación del capital parecían emanar de una sucesión de cambios socioinstitucionales que arrancaban de la Organización Científica del Trabajo de Taylor, pasaban por la fórmula del paternalismo productivista de Ford y acababan en las regulaciones estatales de las condiciones de vida ligadas a la relación salarial generali- zadas por F. D. Roosevelt (declarado «Hombre del siglo» en la revista norteamericana Time «por haber salvado al mundo del desastre»). A pesar de que en el capitalismo global de principio del siglo XXI los Estados Unidos se 131 Título del artículo M. Ortí (UNED), R. Ibáñez (UAM) y D. Albarracín (CIREM), (Colectivo Madrid). Política y Sociedad, Vol 39 Núm. 1 (2002), Madrid (pp. 131-157)

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Ciudad y consumo

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  • La ciudad yla gnesisdel consumode masas. Madrid,espacio delantagonismo socialen la formacindel capitalismocorporativo nacional

    Colectivo Madrid(Mario Ort, RafaelIbez y Daniel Albarracn)

    1. En torno a la gnesis deuna sociedad de consumo

    (como casi todas) peculiar

    E ntre las referencias ms difundidasen el terreno de una (potencial) so-ciologa del consumo, es habitual

    encontrarse con la obra de Michel AgliettaRegulacin y crisis del capitalismo. Ms allde su subttulo, La experiencia de los EstadosUnidos, y de una redaccin con escasa volun-tad de hacerse accesible, el libro se convirti,para ciertos crculos ms o menos minoritariosde la teora econmica y sociolgica europea,en la fuente de una definicin fundante sobrela transformacin que haba sufrido la econo-ma-mundo capitalista; el capitalismo tardopas a ser visto como la sociedad estructura-da por una norma de consumo de masas.

    La traslacin de esa interpretacin desde laexperiencia de los Estados Unidos hasta la to-talidad del capitalismo occidental era posiblepor el nuevo papel hegemnico que, tras lasegunda guerra mundial vena a cobrar estepolo imperialista; pero sin duda su uso contri-bua a denegar las diferencias entre los espa-cios y tiempos histricos que constituan elcentro capitalista. Se convirti en norma la re-lativa linealidad con que los Estados Unidoshaban salido de la crisis del capitalismo li-beral miserabilista a travs de una acumula-cin del capital basada no slo en la transfor-macin del proceso de trabajo en la direccinde su maximizacin y racionalizacin sinotambin en la de la reproduccin de la fuerzade trabajo mediante su articulacin ms es-trecha dentro del proceso global de valoriza-cin (en los propios trminos de Aglietta).Esta transformacin en la dinmica de acu-mulacin del capital parecan emanar de unasucesin de cambios socioinstitucionales quearrancaban de la Organizacin Cientfica delTrabajo de Taylor, pasaban por la frmula delpaternalismo productivista de Ford y acababanen las regulaciones estatales de las condicionesde vida ligadas a la relacin salarial generali-zadas por F. D. Roosevelt (declarado Hombredel siglo en la revista norteamericana Timepor haber salvado al mundo del desastre).

    A pesar de que en el capitalismo global deprincipio del siglo XXI los Estados Unidos se

    131Ttulo del artculo

    M. Ort (UNED), R. Ibez (UAM) y D. Albarracn (CIREM), (Colectivo Madrid).Poltica y Sociedad, Vol 39 Nm. 1 (2002), Madrid (pp. 131-157)

  • hayan convertido hoy en el imperio que marcalas propias reglas del juego capitalista, durantelos aos 1920, las alternativas en Europa es-taban mucho ms abiertas de lo que la relecturahistrica finalista de las sociedades de consu-mo de masas apunta. Slo tras la segunda gue-rra mundial, condenada junto al nazismo por lahistoriografa dominante como periodo deruido y furia sin ninguna relacin con el estran-gulamiento del desarrollo capitalista, es posibleolvidar la incertidumbre de la poca inaugura-da por la Gran Guerra y el trienio bolchevique(1917-1920), como tambin se hace posibleque la revolucin sovitica deje de ser el fan-tasma que se cierne sobre Europa. Frente a tan-tas miradas vueltas hacia las expansivas d-cadas centrales del siglo XX, la crisis de las(llamadas) sociedades de consumo articuladasen torno a la regulacin de los Estados del bie-nestar, obliga a prestar una nueva atencin alviejo y cclico proceso de acumulacin y crisiscapitalista. Pero al mismo tiempo que expresael carcter estructuralmente conflictivo del sis-tema, esta crisis pone de manifiesto las propiasasimetras (histricas, territoriales, sociales)sobre las que se ha realizado el proceso de mo-dernizacin en cada espacio concreto del siste-ma-mundo capitalista.

    De forma especfica, nuestro artculo intentaaproximarse al desarrollo de la metrpolis ma-drilea durante el periodo de su formacin, enel cual distaba mucho de ser evidente su evo-lucin posterior hasta la situacin actual comocapital de una sociedad de consumo integradaen la semiperiferia del sistema capitalista. Ellosupone un esfuerzo por acercarse a la recons-truccin de una historia retrospectiva del con-sumo, entendido como un espacio articulante,reflejo de la estructura de clases y del sistemade valores dominante en un momento histricoconcreto 1. Desde su funcin de centro delestado-nacin Madrid atraviesa durante el l-timo tercio del siglo XIX y el primero del XXuna conflictiva modernizacin; revolucinburguesa sin burguesa (local) nacionalmentehegemnica; ciudad desamortizada sin unensanche urbano burgus culminado; espaciode expresin de la razn civil de una Rep-blica (y sin duda de lo ms crudo del conflictosocial) ...sin proletariado que la consolide, oescenario de las primeras medidas en materiade reforma social sin ms realidad que la de latinta y el papel con el que fueron redactadas.

    Finalmente, una existencia como metrpolis(dbilmente) industrial que se dar solamentea partir del primer tercio del siglo XX y delprimer gran salto adelante en la modernizacinque supuso la dictadura de Primo de Rivera.En este sentido, el presente artculo aborda enuna doble dimensin algunas de las relacionesentre constitucin de la norma de consumo demasas para el caso espaol y la propia his-toria social de la metrpolis madrilea: en pri-mer lugar, las vinculaciones entre el desarrollode los consumos colectivos urbanos (vivienda,equipamientos colectivos...) y las condicionesde la vida cotidiana; en segundo, las del pro-ceso de reforma social dentro del que estanorma de consumo urbana se desarrolla conla dinmica de conflicto social y lucha de cla-ses por la que se encuentra determinada.

    Por tanto se trata de volver sobre las para-dojas del origen histrico de un capitalismonacional que ha visto aadido a los dramticosavatares propios del proceso de reforma socialdel siglo XX y de sus primeros inicios du-rante el XIX las tensiones que su posicin enla semiperiferia del centro capitalista pro-vocan. Por lo tanto, un contraste con los re-latos desarrollistas, en los que la sociedad deconsumo espaola sera una realidad irrever-sible que ha carecido adems de toda forma deexistencia ms atrs de un punto de los aos1960 en el que algunas salas de estar comen-zaron a iluminarse con el nuevo resplandor delos televisores. As, los treinta aos largos queseparan la globalizada crisis de un capitalismocon consumo de comienzos del siglo XXI, conrespecto al momento del viraje tecnocrticodel Rgimen franquista en que el capitalismode consumo se prepara para su despegue de-finitivo, son un espacio que encierra, entrelos lmites de la sociedad de consumo, todo eltiempo de su historia. Si es que la idea denormalidad puede seguir jugando todava unpapel, es a partir de este punto de fundacinsimblica, cuando se abre una historia quesera ante todo la de una normalizacin pro-gresiva de la singularidad nacional, consoli-dada en torno al momento de la transicinpostfranquista como ruptura definitiva con lastendencias patolgicas hacia un atraso precon-sumista de nuestra sociedad. A partir de latransicin, la ruptura pactada desde arriba vaa conseguir, en palabras de Adolfo Surez,hacer normal en lo poltico lo que al nivel de

    132 Colectivo Madrid

  • la calle es simplemente normal. Una nuevanormalidad de la vida poltica que iba a culmi-nar sincrnicamente el proceso de moderniza-cin social obedeciendo a la poderosa lgicahistrica de que habiendo el franquismo con-seguido llevar a Espaa a la madurez indus-trial, ya era hora de terminar con el desfaseentre nuestra historia y la de Europa 2.

    Para la siempre fecunda exageracin deJess Ibez, se trata de un proceso de tran-sicin que tendra el carcter de una sincroni-zacin del milagro econmico (transicin a lasociedad de consumo) y el milagro poltico(transicin a la democracia): una transforma-cin normativizadora que nos habra condu-cido directamente hacia las puertas de accesoal infierno. Pues si en los tiempos de LpezRod la sociedad de consumo era una situa-cin slo de hecho: la democracia formal per-mite que la asumamos de derecho (...) Sloahora est todo atado y bien atado 3. Si nodeja completamente todo bien atado, la transi-cin va a otorgar al menos una nueva carta denaturaleza a las instituciones de la sociedad deconsumo bajo la forma de las libertades for-males propias de la democracia burguesa, ade-ms de suponer un momento decisivo en laincorporacin de Espaa a las instituciones delcapitalismo internacional. Pero en cualquiercaso, la configuracin desde los aos 1960 deuna sociedad de consumo que va a transformarradicalmente el pas y a agudizar las diferen-cias entre el medio rural y los centros metro-politanos que, como Madrid, ocupan el lugarde polos del desarrollo, supone una complejaarticulacin de procesos y niveles dentro de ladinmica del desarrollo capitalista.

    Una articulacin en la que las institucionesy procesos de regulacin social que en lassociedades del centro capitalista formabanparte de una profunda reforma social, parecenhaber dejado de formar parte de los requisitosnecesarios para que una sociedad sea conside-rada perteneciente al espacio del desarrollo. Elconsumo, como discurso y aspiracin, conti-na jugando un papel fundamental en tantoque forma ideolgica de reproduccin social apesar de la crisis de las instituciones que ha-can posible su propia extensin como vncu-lo; el mundo del capitalismo global es unespacio en el que la idea de sociedades o mo-delos sociales contrapuestos se proclama desa-parecida bajo el manto de una sociedad de

    consumo planetaria pero, al mismo tiempo,es un mundo en el que los lmites del desa-rrollo de este sistema alcanzan una visibilidadindita en los ltimos treinta aos.

    Como sealaba Marx en El 18 brumario deNapolen Bonaparte para el siglo XVIII, vuel-ve a hacerse presente la sombra de un viejofantasma como proceso histricamente recu-rrente: la conmocin ideolgica que acompaaa la crisis de la hegemona ideolgica consti-tuida en cada una de las fases del desarrollocapitalista. As, las revoluciones burguesas,como las del siglo XVIII, avanzan arrolladora-mente de xito en xito, sus efectos dramticosse atropellan, los hombres y las cosas pareceniluminados por fuegos diamantinos, el xtasises el estado permanente de la sociedad; peroestas revoluciones son de corta vida, llegan enseguida a su apogeo y una larga depresin seapodera de la sociedad, antes de haber apren-dido a asimilar serenamente los resultados desu periodo impetuoso y turbulento 4.

    2. Ciudad, modernizaciny conflicto: el lugar

    de la metrpolisen el medio plazo deldesarrollo capitalista

    H ace apenas unas dcadas que lasgrandes metrpolis, como nudos dela sociedad urbana surgida del pro-

    ceso de industrializacin, han adquirido lacentralidad que hoy en da las constituye enncleo de las modernas dinmicas de acumu-lacin capitalista y estructuracin social. Encambio, durante el ltimo cuarto del siglo XIXtan slo un pequeo conjunto de pases euro-peos, los de desarrollo capitalista ms antiguo,no tenan a la mayor parte de su poblacinactiva empleada en la agricultura y nicamen-te en Inglaterra el sector agrario ocupaba ya auna mnima parte de la fuerza de trabajo;pese a que con algunas excepciones, las ciu-dades eran ms numerosas y desempeaban unpapel ms importante en la economa del pri-mer mundo, lo cierto es que el mundo desa-rrollado continuaba siendo agrcola [Hobs-

    133La ciudad y la gnesis del consumo de masas. Madrid

  • bawm, E. J. (1990), La era del imperio (1875-1914), Barcelona, Labor, p. 20]. El agrarismoes por tanto una tendencia arraigada de laestructura social espaola dentro de su particu-lar va hacia el desarrollo; en la primeradcada del siglo XX el porcentaje de po-blacin activa ocupada en agricultura y pescase mantiene en un 66% y tan slo entre el 13 yel 15% de la poblacin espaola se concentra-ba en urbes de ms de cincuenta mil habitan-tes, mientras que casi un 70% se concentrabaen municipios de menos de 10.000 h, frente aseis urbes mayores de 100.000 habitantes quereunan un exiguo 9% [Martnez Cuadrado, M.(1976), La burguesa conservadora (1874-1931), Madrid, Alfaguara/Alianza Editorial, p.120 (sobre cifras de Juan Dez Nicols)].

    Cualquier relativizacin cuantitativa delfenmeno de urbanizacin/ industrializacin,pese a ser quiz un paso previo necesario, nocontradice la centralidad que, en tanto din-mica histrica, adquiere dicho proceso desdeel comienzo de la larga crisis del capitalismoiniciada en la dcada de 1870. Pero asumir esacentralidad no es tampoco asumir la natura-lidad desde la que hoy tendemos a observar elproceso de construccin de las grandes urbesdel mundo desarrollado, es decir, los trminosde un progresivo encuadramiento de los cen-tros urbanos en las dinmicas modernizadorasdel gran capitalismo corporativo del siglo XX.Ciertamente, la reconstruccin de estas di-nmicas urbanas de modernizacin es suscep-tible de ser interpretada dentro del procesogeneral de constitucin de una sociedad es-tructurada desde la lgica de la norma de con-sumo de masas hasta llegar a lo que Henri Le-febvre en La revolucin urbana denominabauna sociedad burocrtica de consumo diri-gido. Sin embargo, la construccin concretadel proceso de transformacin modernizadoraespaola y madrilea pasara por intentar irms all de una caracterizacin abstracta de suproceso de modernizacin como historia ur-bana recurrente de un desarrollo progresivo,que ms o menos lineal o tortuosamente seabre camino hacia el lugar comn de la demo-cracia occidental y de un estatus de consumoavanzado, ya sean relativamente positivaso negativas las consecuencias que se extrai-gan de la evolucin relativamente paralelaentre el cambio social (desarrollista) y la mo-dernizacin poltica (democrtico formal). In-

    dudablemente, en el proceso de urbanizacinmadrileo culmina en nuestros das con unaserie de fenmenos que pueden ser conside-rados como tpicamente urbanos: los fuertesincrementos iniciales de la poblacin a partirde las sucesivas migraciones rurales, el grancrecimiento del sector inmobiliario, la interna-cionalizacin dependiente de la economa, laterciarizacin de su actividad productiva, laestratificacin social jerarquizada del espacio,el desarrollo de clases urbanas de servicios, laaparicin de conflictos asimismo tpicamenteurbanos en torno al problema de la vivienda,la congestin, la aparicin de guettos de infra-viviendas, el trfico de drogas, los delitos con-tra la propiedad, etc.

    2.1. LAS CONDICIONES DE LA VASEMIPERIFRICA HACIALA URBANIZACIN

    Sin embargo, el propio fenmeno de su cre-cimiento urbano acelerado y a travs de suce-sivos saltos histricos y ulteriores frenazos,en su forma especfica de desarrollo, formaparte de una dinmica claramente semiperif-rica: esto es, atpicamente central pero tambinatpicamente perifrica 5. Mientras que la urba-nizacin de los pases del centro viene determi-nada por el fenmeno de la fuerte expansindel empleo industrial en torno a los ncleos ur-banos lo que se ha dado en llamar el pull, eltirn de la industria que provoca la inmigracinmasiva desde el medio rural, en cambio laeconoma dependiente de la Periferia, generatambin una urbanizacin dependiente en laque juega un importante papel, como marcoque condiciona y en el que se desarrolla el pro-ceso urbanizador la estructura de la propiedadde la tierra. El carcter, en general, extremada-mente latifundista de sta, especialmente en elcontinente americano, que ha tendido a hacercrecer an ms despus de la descolonizacin,expulsando a los pequeos propietarios, la pro-gresiva mecanizacin del campo, sobre todo enlos ltimos treinta aos, y la expansin de laagricultura para la exportacin, ha provocadoque, en relacin con el crecimiento de los prin-cipales ncleos urbanos, se hable de push em-pujn rural ms que de pull tirn urbano[Fernndez Durn, R. (1996), La explosin deldesorden, Madrid, Fundamentos, p. 39].

    134 Colectivo Madrid

  • La superposicin de ambas tendencias provo-ca en Madrid la concurrencia de procesosincluso articulados en ocasiones dentro de unmismo momento histrico en los que, porejemplo, la incipiente industrializacin de laciudad que se produce en las tres primeras dca-das del siglo XX en que la ciudad pasa de los580.000 habitantes a 950.000, coincide con unbalance de la emigracin al exterior desde elconjunto del pas de ms 800.000 personas,eminentemente provenientes del medio rural. Silos aos 1920 suponen junto a la dcada de lossesenta los momentos de crecimiento demogr-fico sostenido mayor de nuestra historia comonicos periodos en los que se supera el 1% decrecimiento anual a lo largo de un decenio, encambio la ruina de la economa rural que acom-paa a la modernizacin agraria previa al desa-rrollismo de los aos 1960, est directamenterelacionada con una oleada migratoria que llevadurante estos aos 60 a abandonar el pas a1.300.000 emigrantes, al tiempo que la pobla-cin de Madrid ha crecido en ms de 500.000habitantes durante la dcada de los 50 (de1.500.000 a superar los 2 millones) y en otromilln durante los 60, quedando ya por encimade los 3 millones de habitantes al alcanzar elfinal de la dcada prodigiosa. Las masas depequeos campesinos y jornaleros agrcolasobligados a la emigracin hacia una metrpolisque crece masivamente a travs de los nuevosbarrios perifricos pero tambin por los asen-tamientos de sus arrabales autoconstruidosconstituyen una buena parte del milagro es-paol: la capacidad de una sociedad paramodernizar su estructura productiva a travs dela destruccin de 1.300.000 puestos de trabajoagrcola en toda la dcada de los 60, o de ladesaparicin de nada menos que 319.000 explo-taciones agrarias en nmeros absolutos entre1962 y 1972. El proceso de urbanizacin/ pro-letarizacin puede por tanto sustentarse so-lamente a expensas de un proceso migratoriocampo-ciudad dentro del cual se produce la li-beracin en cantidades masivas de mano deobra campesina, que tal y como sugiere el eco-nomista J. L. Garca Delgado, sera podemosaadir que desde una perspectiva netamenteproductivista el rasgo ms sobresaliente de lasociedad espaola contempornea 6. Estesobresaliente rasgo va a provocar la aparicinde las infraviviendas autoconstruidas por losinmigrantes forzosos en la periferia madrilea

    como elemento recurrente de los procesosmodernizadores. Es el Madrid barojiano retrata-do en los arrabales de principios del siglo XXde La busca, o el descrito solamente algunosaos ms tarde por Arturo Barea en La forja deun rebelde como ese espacio liminar hasta elque navegaba la civilizacin, llegaba la ciu-dad. Y all se acababa. All empezaba el mundode las cosas y de los seres absurdos. La ciudadtiraba sus cenizas y su espuma all. La nacintambin. Era un reflujo de la coccin de Madriddel centro a la periferia y un reflujo de la coc-cin de Espaa, de la periferia al centro. Las dosolas se encontraban y formaban un anillo queabrazaba la ciudad. De la misma manera, elMadrid de la periferia no planificada, proletariay autoconstruida es tambin la forma de creci-miento de una buena parte de los barrios de laperiferia sur y este de la ciudad durante lamayora del franquismo; una larga postguerrava reproducir el clima social de las primerasdcadas de siglo, devolviendo a los trabajadoresa unas condiciones de vida semejantes o peoresa las de estos aos: en 1939 la mitad de los800.000 habitantes de la capital viven en cho-zas, cuevas o chabolas, expresin obligada enese momento para referirse al problema de la vi-vienda. Poco ms adelante, la proporcin de lastransformaciones, sociales, polticas y econmi-cas que tienen lugar desde la postguerra hasta elfinal de los aos 1970, dan al crecimiento de losarrabales de la ciudad una nueva proporcin ysignificacin. En este proceso de migracininterior, los obreros encontraban empleos malpagados, pero no vivienda eran demasiadoescasos y demasiado pobres para ser considera-dos como un mercado interesante. La industriade la construccin pblica edificaba viviendassubvencionadas, reservadas para funcionariospblicos de la clase media. Como los trabajado-res tenan que permanecer en la ciudad porquelos nicos empleos disponibles se encontrabanall, crearon su propio mercado de la vivienda:barriadas de chabolas esparcidas por toda laperiferia de la ciudad, y que, en 1956, totaliza-ban el 20 por ciento de la poblacin deMadrid 7.

    La relevancia de las transformaciones que seproducen en el escenario social madrileo es larelacin que guardan y que es posible recons-truir al menos parcialmente con las transfor-maciones que atraviesan el desarrollo y la cri-sis del capitalismo de consumo de masas. La

    135La ciudad y la gnesis del consumo de masas. Madrid

  • historia de Madrid en el medio plazo, desde suposicin como centro decisional de un Estadoque ejerce como semiperiferia de Europa omargen del centro sirve seguramente comoanalizador de unos conflictos y vas posiblesde transformacin social general que toman,necesariamente, una resolucin final singularen cada caso dentro de cada va nacional haciala modernizacin capitalista. La cuestin ur-bana madrilea, nos sita ante la existencia deun proceso general de urbanizacin/industria-lizacin (pero tambin de reforma/racionaliza-cin/conflicto) en tanto que fenmeno socialtotal en la historia de las sociedades de con-sumo; la articulacin de distintos tipos de rela-ciones entre clases sociales y sus procesos deestratificacin, distintas especializaciones pro-ductivas y de servicios, diversos papeles dentrode la economa transnacional, e incluso gradode conflictos o tipos generales de sociabilidad,etc. Desde este punto de vista, la frustracin yreinicio sucesivos de los procesos de la mo-dernizacin espaola (durante la Dictadura dePrimo de Rivera o en el desarrollismo fran-quista) o su inclusin tarda en las institucionesdel capitalismo transnacional a partir de la tran-sicin postfranquista se van a traducir en unasdinmicas de urbanizacin conflictiva, de-sordenada y especulativa, en la que no en vanoser el suelo el producto-mercanca preferidopor las actividades econmicas de una oligar-qua/ burguesa local centrada en las activi-dades especulativas, y ...ya en nuestros das, elfenmeno de la perenne congestin urbana ma-drilea, lejos de suponer un efecto no queridodel desarrollo urbano y la concentracin de ad-ministraciones y servicios, supone ms bienuna va necesaria para el cumplimiento de larevalorizacin permanente del suelo en la quese basa la economa especulativa local [Ort, A.(1990), Dominacin de clase y configuracinsocial del espacio: Madrid, de capital de la oli-garqua a capital del capital, Economa y so-ciedad, n. 4].

    2.2. TRES FUNCIONES HISTRICASY UN DESTINO: CORTE,CAPITAL DE LA OLIGARQUAY CAPITAL DEL CAPITAL

    Ms que cualquier otra ciudad del pas, porla posicin que ocupa dentro del Estado y den-

    tro del modelo nacional especfico de econo-ma capitalista, Madrid ha seguido un procesohistrico de construccin como metrpolis ycomo conjunto de relaciones sociales que pasaen el siglo XX por una brusca aceleracin desus transformaciones y la agudizacin de sucentralidad, dentro de la tensin general delmodelo nacional entre la Espaa agraria y larural. Desde su carcter de centro poltico ydecisional de un Estado para el que fue fun-dada, contenidas en el propio siglo XX, seencuentran presentes del alguna manera lastres grandes funciones histricas impuestaspor su centralidad poltica: la ciudad que re-cin empieza a dejar de ser corte y se estrenacomo capital de la oligarqua (tambin par-cialmente articulada en torno a la corte), la queasciende a principios de este siglo XX a unms o menos modesto centro industrial slorelativamente consolidado durante los aos1960 y la que culmina el siglo como metrpo-lis netamente financiera. Obviamente sus con-diciones como corte, capital de la oligarqua ycapital del capital, constituyen roles domi-nantes en momentos histricos bien determi-nados, cuya relevancia para explicar una situa-cin no hace que los mismos no coexistan encierta medida dentro de un periodo histricodeterminado.

    Aunque la nobleza de la corte se transformen oligarqua, ambas no dejaron de estar bienrepresentadas entre la alta burguesa local y, portanto, a participar de una determinada forma deconstruir la ciudad y de apropirsela. Por ejem-plo, el fuerte desarrollo del sector inmobiliarioen Espaa a partir de los aos 1950, como unade las seas de identidad del desarrollismo, nose produce solamente a travs de la superacinde la figura del empresario propietario, ni tam-poco de la del responsable poltico sinomediante la complejizacin del entramado derelaciones entre los mecanismos y regulacionespblicas en relacin a la vivienda y el urba-nismo y las grandes empresas inmobiliarias, enmuchas ocasiones dirigidas o participadas poraltos cargos del Rgimen. Ambos procesos vana darse por tanto de modo simultneo dentro dela dinmica modernizadora en marcha; la trans-formacin tendencial de un sistema regido porel conjunto de capitalistas-propietarios haciaotro de que lo est por el de capitalistas-ge-rentes y la resituacin de stos ltimos, biendirectamente, bien a travs de alianzas, en el

    136 Colectivo Madrid

  • seno del Rgimen, formando una particular tec-noestructura 8.

    Cuando el automvil y la vivienda en pro-piedad comienzan durante los aos 1960 aconfigurar una norma de consumo eminente-mente centrada en los bienes privados 9, el sec-tor inmobiliario madrileo, como el de tantosotros territorios del Estado, se haba conver-tido ya en un reducto de la burguesa nacionalfrente a la invasin de capital transnacional ala vez que la planificacin de su desarrollo yde su beneficio llega a confundirse con la pro-pia planificacin urbana. La consolidacin deun sector inmobiliario anticipa la estructurapoltica y financiera de la capital del capital apartir de los aos 1980 de la misma forma queel fracaso de los proyectos de urbanismo impe-rial del primer franquismo el espejo de la ciu-dad burguesa en la que Madrid quiere y nopuede mirarse reproduce el del ensanchedecimonnico. Si el Madrid del XIX habaintentado sin xito copiar el ensanche barce-lons para reducir la abismal distancia queseparaba a su modelo de orden burgus del de(por ejemplo) Pars, los mucho ms rotundosfracasos del urbanismo imperial de postguerracuando apenas llega a realizarse nada msall de los elementos singulares del Arco deTriunfo de la Moncloa y, junto a l, el Minis-terio del Aire mantienen a la capital de lasemiperiferia a una inmensa distancia de susnuevos modelos berlins o romano del fas-cismo, sin perjuicio de que el conflicto socialhaya sido integrado con idntico xito 10.

    La coherencia entre estas vas totalitariashacia la modernizacin capitalista no hace me-nores las enormes distancias del caso espaoltanto con el superdesarrollo alemn como conel modelo dual italiano. En cuanto a sus causasel tan filosofado por qu de la diferenciaespaola no tienen seguramente ninguna po-sibilidad de explicacin positiva o autnoma almargen de la articulacin concreta del propioproceso histrico. Siquiera la mnima propues-ta de un proyecto para su reconstruccin, esahistoria total que planteara F. Braudel, des-borda por completo estas pginas. A modo deprembulo, pudiera quizs servirle algunas in-terpretaciones ms en torno al primer fracasoen la constitucin de la ciudad burguesa; estees precisamente el centro emprico ms con-creto de nuestro artculo: los conflictos so-ciales y polticos en la gnesis de una ciudad

    capitalista dual durante el ltimo tercio delsiglo XIX y el primero del XX.

    3. La ciudad burguesa sedespereza: gnesis de una

    metrpolis dual en las ltimasdcadas del siglo XIX

    3.1. TRIUNFA LA REVOLUCINBURGUESA, FRACASA SUPROYECTO DE ENSANCHEURBANO

    L os proyectos del ensanche burgusdecimonnico fueron la expresinms clara de una nueva racionalidad y

    una nueva forma de entender y representar elorden social que va a trasladarse al proyecto delas grandes ciudades europeas. Pero mientrasque el Plan Cerd en el cual se inspira la ciudadburguesa madrilea culmina con la cons-truccin de un ensanche barcelons relativa-mente ajustada al plan trazado, las modificacio-nes y retrasos hacen del Plan Castro inspiradoen el de Cerd un relativo fracaso como mues-tra el hecho de que todava en el Madrid de1940 la burguesa no ha macizado an el en-sanche decimonnico. Una frustracin que noniega el carcter burgus del Madrid de fin desiglo, en el que tantos edificios emblemticosdel corazn de su pequea city financiera van aconstruirse ya; pero a pesar de que la ciudad del98 haya visto transformada la estructura de lapropiedad del suelo en las desamortizacin deMendizbal y Madoz y de que las bases delorden jurdico liberal estn plenamente asen-tadas, el fracaso de la tentativa burguesa de ra-cionalizacin urbana en Madrid, no es ms queun sntoma del propio carcter conflictivo delproceso de modernizacin nacional. Tendr queaguardar todava algunos aos el siguiente saltoadelante en ese camino de construccin de laciudad, para avanzar algo en la plasmacin de laidea, distinta claramente de las modas anterio-res de hacer ciudad, que equipara la tcnica a lahigiene, la razn a la tcnica y el orden a laigualdad, donde el mercado competitivo habade resolver las diferencias e integrar las inicia-

    137La ciudad y la gnesis del consumo de masas. Madrid

  • tivas individuales. Una ciudad donde la nece-sidad de representacin de la burguesa comogrupo dominante pudiese reflejarse a s mismacon la fuerza integradora necesaria para satis-facer sus contradicciones como clase [Sol-Morales, M. (1982), Ensanche y planeamientode las ciudades, en Vivienda y urbanismo enEspaa, Banco Hipotecario, Madrid, p. 171].La frustracin del ensanche, no implica que lapropia desamortizacin no suponga un pasofundamental en la construccin de la ciudadburguesa, s no desde el punto de vista de sutrama urbana, s desde el de una propiedad delsuelo redistribuida dentro de la naciente bur-guesa y para la que la incipiente planificacinurbanstica va a suponer un medio fabuloso deespecular con el mismo. Tras la desamortiza-cin de Mendizbal la oportunidad de efectuarnumerosas compras acelera el desarrollo y llevaa una acusada afirmacin de la burguesa. Com-pradores procedentes del ramo del comercio,profesiones liberales, terratenientes, personasvinculadas al movimiento poltico liberal, etc.,que aprovecharon la coyuntura poltica de ladesamortizacin, y gracias a la revalorizacinque sufrieron las fincas, se afirmaron desde elpunto de vista del poder econmico [SimnSegura, F. (1983), La Desamortizacin deMendizbal en Madrid, en Informacin Co-mercial Espaola, n. 402; citado en, Capel, H.,Capitalismo y morfologa urbana en Espaa,Barcelona, Los libros de la frontera, p. 100].

    No obstante, del carcter todava cortesanoy oligrquico del Madrid de la segunda mitaddel siglo XIX, tras las posibilidades abiertaspor la trada de aguas en 1858, da buena cuen-ta la propia estrechez de miras con que estabarealizado el proyecto de Ensanche del inge-niero (y empresario con intereses en el sectorde la construccin) Carlos Mara de Castro.Pese a aprobarse por Real Decreto en 1860, elPlan Castro no arranca hasta 1868, ao en elque por decisin del nuevo gobierno revolu-cionario se derribaron las tapias de la cerca,pero tambin momento en el que paradjica-mente es sustituido apenas durante un aopor el proyecto de Fernndez de los Ros;reinstaurada la Monarqua, el Plan volver atener vigencia. Este primer gran acto moder-nizador de la ciudad que constituye el proyec-to del Ensanche tiene lugar, como se despren-de de los estudios llevados a cabo por David R.Ringrose, en una ciudad recientemente to-

    mada, en los lugares centrales del poder pol-tico, por la burguesa terrateniente meridional.Sin que evidentemente se pueda pensar en unacausalidad lineal, s parece que el incrementoespectacular de la presencia en los altos car-gos polticos concentrados en la capital de laaristocracia y gran burguesa procedente delSur responda como proceso general del me-dio plazo a la necesidad de convertirse en laprincipal protagonista del propio proceso revo-lucionario. Es decir, a la necesidad de conduciry controlar los procesos de centralizacin, eli-minacin de privilegios, del mayorazgo, lasdesamortizaciones, etc., garantizando as lareproduccin de su propia posicin dominante[Ringrose, D.R. (1986), Ciudad, pas y re-volucin burguesa: Madrid, del siglo XVIII alsiglo XIX, en Mas, R., Madrid en la sociedaddel siglo XIX, Madrid, Comunidad deMadrid/Alfoz].

    En consecuencia, frente al carcter totali-zador e integrador de las propuestas de re-forma tales como las contenidas en el proyectode El futuro Madrid de Fernndez de los Ros,el Ensanche de Castro prevea un nuevo fosoen su frontera para contener el crecimiento dela ciudad y marcar los lmites con respecto alespacio rural. Se sustitua as el muro levan-tado por Felipe IV en 1625 por un foso querodeaba los lmites del Ensanche y que desatlas iras de los terratenientes de la zona a losque se dificult mucho el trfico de mercan-cas reduciendo los accesos a Madrid. Ence-rrada todava en un claro lmite exterior, lapequea burguesa del Ochocientos no fuecapaz de concebir la posibilidad de un creci-miento sin muros ni fronteras. Su ambicin nollega ms que a arreglar lo de dentro y a ade-centar lo de fuera del viejo casco. [...] Ya erabastante para los Mesonero y quienes compar-tan sus puntos de vista, con llevar adelante lasobras de un ensanche racionalizado, aunque dedimensiones y aliento tan recortado como elque resultara del Plan Castro [Juli, S.(1992), En los orgenes del Gran Madrid, enTun de Lara, M. (ed.), Las ciudades en lamodernizacin de Espaa. Los decenios inter-seculares, Madrid, Siglo XXI, pp. 418-9].

    El foso de la ciudad supona al mismo tiem-po el perfecto reflejo en la proyeccin urbanade la alianza defensiva formada por la viejanobleza de cuna y la gran burguesa reciente-mente ennoblecida en el Madrid de mediados

    138 Colectivo Madrid

  • del siglo XIX. Esta alianza defensiva no podrevitar la apertura del conflicto social que seexpresa en la situacin de apertura y rpidafrustracin de la experiencia de la I Repblicay, tal y como sealan ngel Bahamonde y LuisEnrique Otero [(1989), La sociedad madrileadurante la Restauracin 1876-1936, Madrid,Alfoz/Comunidad de Madrid, p. 23], slo sums profunda homogeneizacin social e iden-tificacin ideolgica en torno al sistemacanovista garantizar un periodo de continui-dad que hace posible la realizacin de unaparte de los principios del Ensanche de Castro.Como sealan Bahamonde y Otero, superadala crisis nobiliaria y culminado el ascenso so-cial y patrimonial burgus, los ltimos veinteaos del siglo XIX son testigos de la conver-gencia, que no simple cooptacin nobiliaria,de las diferentes fracciones que componen laelite madrilea: confluencia de intereses y depatrimonios y amortiguacin de las tensiones.Se trata de la constitucin de un bloque socialcompacto en un marco complejo de entron-ques endogmicos que da como resultado laconsolidacin y expansin patrimonial comobase para el ejercicio del poder (p.373).

    En la racionalidad de un proyecto de man-zanas cuadradas apenas distinguibles unas deotras no se pretende afrontar los desequilibriosestructurales que constituyen la ciudad y susrelaciones con el entorno rural. Inscrito en elpropio proyecto de Castro est el desarrollo deotra ciudad, desterrada en el ms all delEnsanche, donde sobrevivirn los encargadosde construir la ciudad burguesa desde los ba-rrios de Guindalera, Prosperidad, Tetun de lasVictorias, etc. La combinacin propuesta porlos intentos decimonnicos de ensanche es portanto la de una cuadrcula en la que se divideel interior de la ciudad, con un permetro apro-ximadamente hexagonal (cuyo cierre anularest sin embargo impedido por el ro) que de-limite claramente la extensin del casco ur-bano. Sin embargo, la prolongacin a lo largode este permetro, sin conseguir ampliar la fi-sonoma de un tpico ensanche burgus congrandes manzanas ms all de la escasa partedel barrio de Salamanca que es completada enesta poca, servir como forma de repro-duccin ms que de ordenacin del propio cre-cimiento real de la ciudad en una estructuraradial que tender a convertirse en dominanteen la expansin en mancha de aceite presi-

    dida por los ejes viales radiales de una suertede araa que se va extendiendo hacia los en-tonces pueblos limtrofes. Pese al carcter mo-derado de las reformas, el proyecto de Castrotendr por tanto que ir siendo adaptado a losintereses especulativos que limitarn an msel lugar de los espacios colectivos y buenaparte de sus trazados lineales 11. De la mismaforma, la frustracin de este planeamientoterritorial es tambin el de una divisin funcio-nal jerrquica del espacio,presidida si se quie-re por un cierto criterio de racionalidad globalde carcter instrumental, que se proponasituar el barrio aristocrticamente burgus entorno a ambos lados del Paseo del Prado y dela Castellana, ubicar a la clase media en losde Salamanca, Chamber y Argelles; el obre-ro residencial al sur de la calle de Alcal; elsector industrial en Embajadores y Pta. deToledo y el agrcola muy importante en laciudad todava por mucho tiempo junto alManzanares en la zona del Puente de Toledo.

    A finales de los aos 1850 parece estar yamuy clara para Castro la distincin entre elobrero y el empleado y oficinista y sus con-secuencias para la segregacin social de la ciu-dad y las prioridades urbanas que supondrtambin la gran divisoria de las clases traba-jadoras (en un sentido amplio) durante losaos siguientes; a Castro le preocupaba anms que el proletario el pequeo oficinista,esa multitud de empleados de pequeos suel-dos que encierran nuestras oficinas, clase la-boriosa en lo general, bien poco recompensadaa la verdad. No vamos a repetir aqu el cua-dro que traza de estos sufridos burcratas, pre-cisados por su profesin a vestir decente-mente, a vivir en una casa de regular aspecto,y a muchos otros gastos, que el obrero, mejorretribuido que l en muchos casos, evita porserle innecesarios [Bonet Correa, A. (1978),Estudio preliminar al Plan Castro, Madrid,Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (p.XXVIII de la introduccin, p. 134 en el textodel propio Castro)]. Esta organizacin delespacio estaba planificada sobre una ciudadcon 350.000 habitantes, lo que supona un in-cremento de 150.000 y una extensin de susuperficie desde las 800 Ha a unas 2.300 Ha,dedicando casi la cuarta parte a plazas, arbo-ledas y jardines pblicos. Tras el derribo de lasviejas murallas (1868) se construyen all lasrondas de circunvalacin de los barrios del

    139La ciudad y la gnesis del consumo de masas. Madrid

  • ensanche que marcaban el nuevo lmite ur-bano. Esta voluntad por dar forma a la ciu-dad, fijando en consecuencia un lmite segnse planteaba Pedro Bidagor y ha sido recogidopor los testimonios de sus colaboradores ycitado en Sambricio, C. (1999b) Madrid: Ciu-dad-Regin. De la Ciudad Ilustrada a la pri-mera mitad del siglo XX, Madrid, Comunidadde Madrid, p. 158 tuvo consecuencias desas-trosas para el posterior desarrollo de Madridpor cuanto que muchos, buscando escapar alas presiones fiscales del municipio, edificaronms all del lmite del Ensanche de forma ca-tica, dificultando o incluso malogrando cual-quier posible desarrollo de la ciudad ms allde dichas rondas.

    En cualquier caso, se trata de un proyecto deEnsanche que por sus ambiciones moderadasno puede compararse con los proyectos deHaussman en Pars o Cerd en Barcelona, peroque no deja de ser responsable (pese a las largasdcadas que tard en realizarse y las modifi-caciones que sufri) de la fisionoma actual delos barrios de Salamanca, Retiro, Chamber yArgelles. Igualmente, desde el principio de suaplicacin hubo muchos problemas con los pro-pietarios de zonas ya construidas como Cham-ber. Castro fue asistiendo a la degradacinconstante de su anteproyecto. Por ejemplo, atravs del Decreto Real de 1864 (impulsado porCnovas del Castillo) que redujo los espaciosverdes al 30 20% y permiti que los espacioslibres de las manzanas se convirtieran en callesparticulares. Ya en 1876 se cambian las Or-denanzas en materia de altura y masa de los edi-ficios y en 1893 se suprimen de un plumazotodos los artculos de las Ordenanzas referentesa la salubridad de los mismos. Igualmente, sefue reduciendo la anchura de las calles secun-darias de 30 a 20 15 metros y se permiticonstruir con ms de tres y cuatro pisos [BonetCorrea, A. (1978), Estudio preliminar al PlanCastro].

    3.2. DEL FRACASO DEL ENSANCHECOMO RACIONALIZACIN ALFIN DEL PRIMER REFORMISMOUTPICO PEQUEOBURGUS

    Si el Ensanche de Castro no pas de ser unareforma frustrada El futuro Madrid de Fer-nndez de los Ros quedara rpidamente con-

    denado al lugar de la utopa. Sin embargo,Antonio Bonet destaca en sus estudios intro-ductorios a la obra de Fernndez de los Ros ya la de Castro, el carcter coherente y tcnica-mente realizable del proyecto de ciudad con-tenido en El futuro Madrid, lo cual no implicanegar el profundo cambio social, probable-mente revolucionario, que su realizacin nece-sitaba. Uno de los ejes principales que es-tructuran las reformas de El futuro Madrid,indudablemente moderno y contrario a las ten-dencias que se consolidan a la actualidad, es laintencin de descongestionar el centro y con-vertir Madrid en una ciudad polifocal, con dis-tintos puntos de atraccin y obligatoriedadpara sus habitantes (p. XLVII), a travs decuatro barrios situados en torno a la ciudad: eldel Trabajo, de la Economa, de la Coopera-cin y de la Instruccin; formados por casasunifamiliares y en propiedad semejantes a lasque planeara tambin Arturo Soria para suproyecto de ciudad jardn. Desde la concienciadel carcter primero poltico y slo en segundolugar tcnico de las reformas de Madrid que nodejaba de plantearse Fernndez de los Ros,todo cambio hacia una mayor habitabilidad dela ciudad pasaba por continuar con las de-samortizaciones de las comunidades, insti-tutos y corporaciones que se supriman; y porla aprobacin de dos leyes: una ley de expro-piacin y apropiacin contra la especulacindel suelo; y una ley de inquilinato para ter-minar con el rgimen de servidumbre de losinquilinos. El fracaso de El futuro Madrid noes otra cosa que el fracaso del primer gran pro-yecto de reforma antioligrquica o ms mo-destamente no altoburguesa de la ciudad queforma parte de la gran frustracin que supusoel desarrollo de la I Repblica, en la que losplanes de Fernndez de los Ros pueden servistos como una expresin ms de la radicali-zacin ideolgica de la pequea burguesa enel contexto abierto por el proceso revoluciona-rio de 1868. Asimismo, pasan a formar partede una utopa posteriormente retomada y frus-trada de forma semejante, las diversas pro-puestas de construccin de casas para obreros;la utopa pequeo burguesa de progreso yracionalidad, es uno de los primeros espritusque nutre los proyectos de reforma.

    De cualquier forma, durante los escasosmeses que Fernndez de los Ros se mantuvocomo Concejal en la Presidencia de Obras ape-

    140 Colectivo Madrid

  • nas pudo hacer ms que derribos y, paradjica-mente, lo ms relevante fue en realidad elcomienzo de la aplicacin del Ensanche deCastro con la eliminacin de las murallas de laciudad en 1868. La frentica actividad en laelaboracin de proyectos de casas econmicaspara obreros que tiene lugar durante el sexeniorevolucionario pronto quedar igualmente pa-ralizada [Dez de Balden, C. (1986), Barriosobreros en el Madrid del siglo XIX: solucino amenaza para el orden burgus?, en Madriden la sociedad del siglo XIX (vol. 1), Madrid,Comunidad de Madrid/Alfoz]. Con la Restau-racin monrquica sus proyectos quedarn de-finitivamente enterrados y Fernndez de losRos pasar el resto de sus das en el exilio.Parecida suerte correra el otro gran proyectode urbanizacin progresista; la idea de la ciu-dad lineal de Arturo Soria se desvanece de-finitivamente con la quiebra de la empresa in-mobiliaria que se ve obligado a poner enmarcha como forma de promover el proyecto.Pero puede decirse que los aos de implemen-tacin del proyecto de Arturo Soria corres-ponden ya a una fase histrica bien distinta delmomento de apertura que significara el sexe-nio revolucionario (1868-1873). El fracaso delproyecto la Primera Repblica de 1873, va asuponer un punto de inflexin del proyectopopular-democrtico en la que los ideales de lareforma social pequeo burguesa quedan defi-nitivamente apartados del movimiento popu-lista democrtico de las masas campesinas ytrabajadoras heredero de las revoluciones de-mocrticas de 1868 12.

    3.3. LA RESTAURACIN, FINDE UNA CONVERGENCIAPOPULAR-DEMOCRTICA

    Cortadas ya de raz las posibilidades de unaconvergencia apenas ensayada e iniciada entrela pequea burguesa y las masas populares(en una alianza que todava pretenda ser he-gemonizada por los lderes intelectuales de lapequea burguesa ilustrada), la progresiva in-corporacin de los reformistas pequeo-bur-gueses a las nacientes instituciones de inter-vencin y reforma social va a realizarse ya (ydurante el largo perodo de la llamada cues-tin social) desde una posicin bien distinta.Como ya haba dejado claro Engels en la serie

    de artculos recopilados en El problema de lavivienda, los proyectos reformistas de las d-cadas de finales del siglo XIX y principios delXX van a mantener un objetivo de fondocomn en tanto proyectos de la burguesa ypequea burguesa: la integracin del obreroen el orden social y moral burgus a travs dela adquisicin de la vivienda individual en pro-piedad; La tarea asignada a la economa so-cial, esa nueva ciencia inventada por el seorSax, consiste, pues, en hallar los caminos ymedios, en un estado social fundado sobre laoposicin entre los capitalistas, propietarios detodas las materias primas, de todos los mediosde produccin y de existencia, de una parte, yde la otra los obreros asalariados, sin pro-piedad, que no poseen nada ms que su fuerzade trabajo; hallar, pues, los caminos y medios,en el marco de este estado social, para quetodos los trabajadores asalariados puedan sertransformados en capitalistas sin dejar de serasalariados. Pero tendra la bondad de indi-carnos como se podra transformar en maris-cales de campo a todos los soldados del ejr-cito francs cada uno de los cuales, desdeNapolen el viejo, lleva el bastn de mariscalen su mochila sin que dejasen por esto de sersimples soldados? O bien, cmo se podrahacer un emperador alemn de uno de los cua-renta millones de sbditos del Imperio Germ-nico? [Engels, F. (1976) [e.o.1887], El pro-blema de la vivienda, Barcelona, Akal, p. 55].

    De esta forma, frente al momento de apertu-ra que signific la I Repblica (capaz de con-tener proyectos totalizadores como el de Fer-nndez de los Ros, slo retomados a finales delos aos 1920) el largo perodo de la Restaura-cin es ms bien de simple adaptacin de laciudad a procesos e intereses particulares. Deah que las medidas de reforma no se hagandesde una posicin de redefinicin del futurode la ciudad, sino desde la plena subordinacina las estrategias de reproduccin social y acu-mulacin capitalista de las lites sociales re-sidentes en Madrid entre las cuales se produceen estos aos una gran efervescencia de la in-versin en suelo como nuevo valor. Esta nuevafase de crecimiento sin planificacin ir acom-paada de toda la retrica redentora en torno alos modos de vida de los obreros. Sern losaos durante los cuales emerge el discurso hi-gienista, que va a tener en la vivienda su espa-cio social de transformacin predilecto, dentro

    141La ciudad y la gnesis del consumo de masas. Madrid

  • de un proyecto de emancipacin tutelada delas masas populares.

    3.4. DE LA CRISIS DELREFORMISMO AL DESARROLLODEL MORALISMO HIGIENISTA

    Si en torno a 1900 las medidas de viviendasocial de titularidad pblica son absolutamenteinexistentes, no sucede lo mismo con los es-tudios empricos higienistas realizados desdepresupuestos mdico-psicologistas, y muchomenos con los discursos moralizantes acerca dela necesidad de mejorar las condiciones de vidade los trabajadores. Las viviendas insalubreshaban sido definidas por el mdico higienistaP. Hauser como casas habitadas por familiaspobres, ocupando una o ms piezas pequeas,sucias, con escasa cubicacin de aire y malaventilacin, situadas a lo largo de un corredor yteniendo todos o la mitad de los inquilinos deun piso un retrete en comn y sin agua. Estascasas representan el mefitismo urbano; asi-mismo, estableci en 1902 la existencia de15.267 de estas viviendas insalubres en el ba-rrio madrileo de Inclusa, 11.553 en el de Lati-na y 8.142 en el de Universidad. Por otra parte,desde el Instituto de Reformas Sociales, una delas primeras instituciones en ocuparse de lacuestin social, se adverta en la Cartilla Hi-ginica del obrero y su familia de la necesidadde hacer consciente al trabajador de la impor-tancia que tiene para l y su familia habitar unavivienda higinica 13.

    Las escassimas viviendas existentes quepudieran llevar el nombre de sociales for-maban parte de la asistencia patriarcal de lospatronos que estaba instituida en poblados-fac-toras, normalmente situadas fuera de las ciu-dades y dotadas de viviendas ms o menos pla-nificadas, condicin fcilmente racionalizablebajo la nocin de vivienda-modelo en lasque se vean obligados a residir los trabaja-dores. Quizs no desde lo ms moralista deldiscurso higienista, pero s desde el entusias-mo utpico de la pequea burguesa e influen-ciado por la experiencia de la vivienda obreraen Europa, un joven Joaqun Costa intenta en1867 transmitir a los lectores su firme entu-siasmo acerca de la conveniencia de este tipode habitaciones: D. Modesto Gosalvez, pro-pietario de una fbrica de papel situada en el

    pueblo de Villagordo del Jcar (provincia deAlbacete), ha levantado para sus operarios 34grupos de dos habitaciones cada uno. El seorGosalvez arrienda cada una de estas habitacio-nes a 13 reales mensuales () hasta que quedeamortizada la cantidad de 3.500 reales, valorde cada habitacin. Este resultado tan lison-jero, obtenido en una de las provincias msatrasadas de Espaa, debe alentar a todo elmundo para tomar en consideracin el proble-ma de la vivienda econmica que va tomandoentre nosotros proporciones de transcendencia(). Muy ciego debe ser el inters muy ciegadebe ser la codicia, que no ha dejado ver todasestas cosas a los propietarios, ni a los fabri-cantes, ni a los responsables de la salud p-blica Ojal no tarde en destruirse ese mal la-tente que nos mina! () Ojal que al fin sehaga de moda hablar de la suerte de las clasesproletarias como lo es discutir de poltica yque se construyan barrios obreros con tantafrecuencia como se decretan cesantas de em-pleados pblicos! 14.

    Incluso el bloque de la burguesa y pequeaburguesa urbana posicionada de forma ms omenos crtica con el rgimen de la Restaura-cin tiende a encuadrarse en la evolucin ide-olgica que sita, tras el desencanto repu-blicano, la secularizacin y educacin de lasmasas en el primer plano de su estrategia deintervencin social, desplazando a un segundomomento (siempre por llegar) la reforma delas condiciones materiales, ya inevitablementeunida al reconocimiento de la creciente auto-noma poltica del proletariado urbano y rural.En estas circunstancias, tal y como denun-ciara Engels en El problema de la vivienda,tienden a desdibujarse en sus implicacionesprcticas las diferencias entre los discursoshigienistas de carcter ms reformista o hastahumanista-utpico con la doble moral delpaternalismo burgus, que trata al tiempo deatajar el problema colectivo de salud pblicaen que se ha convertido la vivienda obrera yconseguir a la vez intervenir en este problemasaliendo al paso del creciente conflicto social.Con unas ciencias sociales fuertemente inspi-radas por la tradicin positivista del XIX, laperspectiva mdica se convierte en una de lasaproximaciones ms frecuentes tanto a la cues-tin social en su vertiente asistencial, como alpropio conflicto del orden social tendiendoadems a identificar ambas como una nica

    142 Colectivo Madrid

  • problemtica enfocada por el organicismosocial. Precisamente, el fundamento de la obrade Engels sobre la vivienda obrera, es la dis-cusin de los artculos publicados, en torno a1872, en el rgano de expresin del PartidoObrero Socialdemcrata de Alemania en laciudad de Leipzig, por A. Mllberger, doctoren medicina alemn y partidario de las tesis deProudhon, quien afirmaba con respecto de lanaturaleza del conflicto social cuyo sntomaeran las ciudades industriales, su origen ra-dical en la desposesin sufrida por los obrerosde la propiedad elemental de todo ser humano:no hay escarnio ms terrible para toda la cul-tura de nuestro famoso siglo que el hecho deque, en las grandes ciudades, el noventa porciento de la poblacin y an ms no disponende un lugar que pueda llamarse suyo. El ver-dadero centro de la existencia familiar y moral,la casa y el hogar, es arrastrado a la vorginesocial (). En este aspecto nos encontramosmuy por debajo de los salvajes. El trogloditatiene su caverna, el australiano su cabaa deadobe, el indio su propio hogar; el proletariomoderno est completamente en el aire. Ci-tado por Engels (Op., cit., p. 30)

    Frente a estos intentos de proporcionar unasalida tcnica al profundo conflicto social deforma fctica o simplemente buscando unaconciliacin ideolgica en el caso de la cues-tin urbana madrilea, a nivel del modelosocial nacional, es tambin fundamental otrode los resultados del fracaso de la I Repblica:el aplazamiento indefinido de cualquier atisbode reforma agraria. Lo que supone probable-mente el proceso estructural de fondo msrelevante para contextualizar los lmites y lasformas especficas de evolucin de la capitaldel reino; esa negacin de la cuestin socialagraria constituye evidentemente un pro-blema con una especificidad propia frente alde la construccin de su capital burguesa, elcual no resulta posible abordar aqu por ra-zones obvias. Sin embargo, toda esta largatransicin o quiz ms adecuadamente largaagona del viejo modelo de la villa y corte nopuede entenderse sin la calculada consuma-cin de la revolucin burguesa que supone laRestauracin de 1876. Consumacin que man-tiene la hegemona, como clase polticamentedominante, de la oligarqua terrateniente, perodentro de una renovacin de la alianza entrelas viejas clases reinantes (Corte, Iglesia y

    Milicia) y la burguesa en la que se ha inver-tido la relacin de dependencia.

    3.5. UNA CAPITALDEL CAPITAL PATRIMONIALCONSOLIDADA EN TORNOA LA RESTAURACIN

    En el medio plazo del modelo de desarrolloes el gran capital industrial y comercial (pri-mero casi exclusivamente extranjero luegonacional) el que integra dentro de un nuevobloque social a la oligarqua terrateniente (quepasa a constituirse en una fraccin ms). Deforma que el nuevo contexto poltico y socialinaugurado por la Constitucin de 1876 conde-na a la utopa el reformismo basado en un sim-ple proceso de promocin cuantitativa de todoslos factores de promocin social (nivel de vida,educacin, difusin de la pequea propiedad,etc.) [Ort, A. (1996), En torno a Costa, p.319]; reformismo en el que se encuadra sinduda el propio proyecto de Ciudad Lineal deArturo Soria, reflejo de la impotencia de estapequea burguesa, dramticamente retratadaen su incapacidad para financiar sus aventurasde reforma social en los pocos casos en los questas se llevaban a cabo, abandonando el c-modo mbito de la crtica retrica. Su compaainmobiliaria Compaa Madrilea de Urbani-zacin echa a andar en 1894 y entra en unasuspensin de pagos en 1914 despus de haberpasado por su momento de mximo auge en1909; por el camino se ha producido una degra-dacin paulatina que tiene que ir haciendo con-cesiones para sobrevivir financieramente: per-mitiendo viviendas colectivas en vez de lasunifamiliares, reduciendo la dimensin de lasparcelas y de las viviendas obreras, etc... Comoen muchos otros proyectos de casas baratascomo el de la propia colonia de los aos 1920El Viso, convertida en residencia de una parte dela beautiful people durante los aos 1980, lapequea parte del proyecto que iba a ser reali-zada se haba convertido, desde su condicin deproyecto residencial pretendidamente intercla-sista y cuya sobria racionalidad atraera tanto aricos como humildes, a un barrio de residenciasburguesas.

    En definitiva, Madrid cumple durante ellargo periodo de la Restauracin y de lacuestin social, el papel de capital del capi-

    143La ciudad y la gnesis del consumo de masas. Madrid

  • tal patrimonial y, por tanto, el papel de cen-tro de reproduccin del carcter antirural delmodelo de desarrollo espaol. Quiz lamanifestacin ms evidente de este procesosea la rpida concentracin de los centros dedecisin financiera en el tringulo financie-ro marcado por el Ministerio de Hacienda, elBanco de Espaa y el edificio de la Bolsa.Por ello se trata de un proceso que podemosconsiderar como previo a las nuevas pautasde industrializacin, de cambio demogrficoy de distribucin de la poblacin activa quese consolidan entre 1910 y 1930. Ya que,como seala Gabriel Tortella, en 1900, lascuentas corrientes de toda la banca madrile-a representaban el 12% de las del Banco deEspaa, el 81% de las de la banca catalana yel 155% de las de la vasca. En 1913, estasproporciones eran las siguientes: 31% conrespecto al Banco de Espaa, 333% con res-pecto a la banca catalana, y 192% con res-pecto a la vasca 15. Pero es tambin, a lavez, primero de forma subordinada perocada vez de forma ms dominante, un espa-cio social que hace posible la va intermediade la confluencia poltica de los viejos sindi-catos de oficios y la pequea y mediana bur-guesa a travs de la alianza republicano-socialista.

    En las elecciones a Cortes de 1903 losrepublicanos haban arrasado en los distritosdel Sur de la capital y eran la lista ms vota-da en todos, con una media del 60% de lossufragios, menos en el distrito de Palacio,mientras que los dos candidatos socialistasPablo Iglesias y Jaime Vera obtenan to-dava una votacin mnima. Estas elecciones,relativamente limpias en comparacin conlas de 1905 y 1907, mostraban (con un 58%de abstencin) la escasa representatividadsocialista en la poltica parlamentaria. Conindependencia de la difusin de las ideassocialistas y anarquistas entre las masas po-pulares de los barrios obreros de Madrid,difcil de conocer a principios de siglo dadolo dudoso de las cifras, los republicanos,entre los que se presentaba el propio JoaqunCosta, seguan apareciendo como el nicovoto posible para la oposicin antioligrqui-ca. Pero sern las elecciones de 1910, ya concandidatura unitaria republicano-socialista,las ltimas elecciones relevantes por el gradode participacin en las que siga dominando el

    voto republicano sobre el socialista. En cam-bio, los resultados de 1918, fiel reflejo de losconflictos desencadenados durante la GranGuerra, suponen la cada de las grandes fi-guras republicanas en este caso AlejandroLerroux y Melquades lvarez por debajode las socialistas Julin Besteiro y PabloIglesias. En estos aos Madrid vive una es-calada huelgustica por encima de la medianacional que continua el proceso de movili-zacin social de 1917, pasando de las 11huelgas de 1918 a las 26 de 1919 y, al mismotiempo, de 5.275 a ms de 60.000 el nmerode huelguistas; es tambin explosivo el incre-mento de las afiliaciones a la CNT y la UGT,si bien muy superior el de la CNT a nivelnacional. Las elecciones de 1920 en las que,con una elevada abstencin, vence en Madridla lista monrquica, coincidiendo con elpunto culminante del alza de precios despla-zan ya definitivamente la lista republicana aun modesto 8%. Mientras que los socialistas,que presentan una lista propia, obtienen por-centajes cercanos al 40% en los distritosobreros. Y, finalmente, en las ltimas elec-ciones previas al golpe de Primo de Rivera,celebradas en abril de 1923, resultar ven-cedora la candidatura socialista siendo elegi-dos cinco de los seis candidatos [Tusell, J.(1969), Sociologa electoral de Madrid1903-1931, Madrid, Cuadernos para el Di-logo, p. 127 y ss.]. Aunque la conflictividadsocial haba descendido ya en Madrid a par-tir de 1920, aquellos das del mes de sep-tiembre de 1923 en que el general Primo deRivera se proclam a s mismo dictador deEspaa por un golpe de Estado como tam-bin narra Barea en La forja de un rebelde(p.446) era un momento en que todos est-bamos esperando que pasara algo, muy gravey muy violento. El destronamiento del rey,una insurreccin militar, un levantamiento delos socialistas o de los anarquistas, en una pa-labra, una revolucin. Tena que pasar algo,porque la vida de la Nacin se encontraba enun callejn sin salida.

    Cuando entren en juego, primero la rege-neracin programada (adems de procapita-lista y antiparlamentaria) de la Dictadura dePrimo de Rivera, y ms tarde la relativa horade las masas con la II Repblica, el lugar deMadrid ser ya un espacio polarizado y radi-calmente distinto, como distinta es la din-

    144 Colectivo Madrid

  • mica abierta en las sociedades y economasdel centro capitalista. La radicalizacin ideo-lgica, militar y comercial de los proyectosdivergentes de desarrollo entre los fascis-mos, las democracias burguesas y el nacien-te bloque del colectivismo burocrtico sovi-tico, determinan a nivel global la dramticapolarizacin local de Espaa, donde desapa-recen las vas intermedias y no pueden repro-ducirse ya, si no es mediante la violencia, lasrelaciones sociales que sostienen a la bur-guesa patrimonial. La consecucin de lahegemona modernizadora burguesa que seencaminar en el futuro hacia la sociedad deconsumo como forma de reproduccin socialo el paso potencial a otra posible situa-cin, quedan ya slo pendientes del recursoa la guerra civil.

    3.6. MADRID EN LOS ALBORESDE LA REFORMA SOCIAL

    Pese a que en torno al cambio de siglo elcambio socioeconmico aparece ya como unatotalidad, de la misma forma que tiende a ha-cerlo la cuestin social, debido a las condi-ciones de desarrollo de la sociedad espaola(subdesarrollo rural, fragmentacin territorial,dependencia econmica, etc.) y a la propiafractura impuesta tras la I Repblica entre laslites polticas y sus instituciones pblicas porun lado, y la amalgama de grupos sociales ypopulares (algunos con portavoces minori-tarios, otros directamente inexistentes en cuan-to carecan de representacin social ninguna)por otra, cualquier intento de reforma socialdemocratizadora llevada a cabo desde el poderpoltico apenas poda atender a fragmentos deuna realidad social y material bsicamentedesconocida. Sin embargo, en ese momento decrisis a nivel mundial del capitalismo liberalaltoburgus que se une en el caso espaol conla crisis de la identidad nacional de la Espaaoficial bajo el sndrome noventayochistaemerge por vez primera de modo sistemticouna cierta teora sociolgica (que se pretendeno ideolgica) que aspira a tomar el relevo deuna teora poltica (definitivamente idealista),en la explicacin y transformacin del mundosocial. Pero pese a todo el despliegue de in-vestigacin emprica desarrollado por el Insti-tuto de Reformas Sociales como institucin

    que en Espaa es pionera en este terreno, lorelevante para pensar la reforma social posibleen el cambio de siglo es que en casi ningnmomento, la comn perspectiva regeneracio-nista consigue traspasar en sus proyectos dereforma la invisible, pero rgida frontera ideo-lgica pequeoburguesa, que separa en laEspaa anterior a la guerra civil de 1936 a lasfracciones ms progresistas del bloque de lasclases medias respecto de unas masas traba-jadoras sobreexplotadas, y poltica y social-mente oprimidas [Ort, A. (1984), De laguerra civil a la transicin democrtica: resur-gimiento y reinstitucionalizacin de la sociolo-ga en Espaa, en Anthropos, n. 36, pp. 37-38]. Entre las muchas contradicciones de unasmedidas que, para el caso espaol, difcil-mente pueden ejercer una accin de integra-cin cuando tanto tardaron en despegarse unmnimo de la retrica y la teorizacin, se cuen-tan situaciones como que la primera Comisinde Reformas Sociales, creada en 1883 conobjeto de estudiar todas las cuestiones que di-rectamente interesan a la mejora o bienestar delas clases obreras, tanto agrcolas como indus-triales y que afectan a las relaciones entre elcapital y el trabajo, estuviese presidida porCnovas del Castillo, para quien cualquier in-tervencin estatal favorecedora de una igua-lacin de condiciones sociales (enseanzageneral pblica y gratuita, servicio militarobligatorio, sufragio universal) era para ellder conservador asimilable al comunismo[Alvarez Junco, J. (1988), La Comisin deReformas Sociales: intentos y realizaciones,en Seminario de historia de la accin social,De la beneficencia al bienestar social: cuatrosiglos de accin social, Madrid, Siglo XXI, p.151].

    A pesar de estas contradicciones, todo uncuerpo de ingenieros sociales empieza aformar parte de una gran empresa nacionalque toma posicin sobre una cuestin socialelevada a cuestin de Estado y de la que losayuntamientos pronto son una pieza funda-mental. Aunque la figura del socilogo tengaque esperar muchos aos para convertirse enuna profesin (en la medida relativa en quese puede considerar como tal en la actuali-dad), s constituye un personaje con una rela-tiva proyeccin; por una parte la tendr enlos crculos intelectuales pero, al mismotiempo, comienza a estar ligada de forma

    145La ciudad y la gnesis del consumo de masas. Madrid

  • inseparable a lo social como ese espacio en elque a pesar de las barreras que no dejan deexistir entre la pequea burguesa y las clasestrabajadoras la movilizacin, o simplementelas formas ms primarias de conciencia obre-ra, crean un espacio de discurso sobre el quese posicionan los nuevos intelectuales. Segnse refleja vvidamente en la ltima de lasnovelas que componen la triloga La luchapor la vida de Po Baroja (Aurora Roja), elanarquismo se ha convertido en estos aos enla forma principal de expresin de una con-ciencia popular antioligrquica no organi-zada, pero tambin en una de las formas po-sibles de expresin de la (reprimida yambivalente) conciencia democrtico-po-pular pequeo burguesa, hasta el punto deconnotarse la adhesin a esta ideologa anar-quista y el rechazo de la moral catlica bur-guesa dominante bajo la expresin tenerideas avanzadas 16.

    En medio de todas estas contradicciones,sta no dejar de ser una poca de autnticaexperimentacin en materia de reformas so-ciales; el largo periodo en el que se configurala cuestin obrera del cambio de siglo, haceaparecer diferentes mecanismos de concer-tacin entre patronos y obreros, todo tipo deformas de aseguramiento y, en general, regu-laciones de la circulacin y uso de la mer-canca tan singular que constituye la fuerza detrabajo. An bajo una forma primitiva y con-tinuando su asincrona con respecto a Europa,aparecen en Espaa durante estos aos lamayor parte de las mltiples variantes conte-nidas en los diferentes mecanismos de inter-vencin social que supondrn los Estados delBienestar de la posguerra. Surgen as las pri-meras leyes orientadas hacia la proteccin deltrabajo de la mujer y los nios, el trabajo noc-turno, los trabajos peligrosos, la duracin dela jornada laboral, las medidas en la preven-cin de los accidentes de trabajo, las coopera-tivas de produccin, las escuelas elementales,las casas baratas, el control de las rentas dealquiler de fincas urbanas, etc..., con indepen-dencia de todo el conjunto de dispositivos deaseguramiento establecidos por los propioscolectivos obreros como proteccin (y que, enmuchos casos, el Estado del Bienestar se limi-tar a regular e institucionalizar). Tambin vaa ser el periodo en el que se crean las propiascategoras del parado y del empleado, las de

    poblacin activa e inactiva, y, en ese sentido,la concepcin moderna del mercado de traba-jo con todo el aparato estadstico estatal queconlleva.

    Es tambin un momento en que la discusinque se prolonga hasta la actualidad entreuna mayor o menor intervencin del Estado seplantea en unos trminos bastante semejantesa los que lo hacemos ahora. En 1902 JosCanalejas ministro de agricultura y ms tardesucesor de Sagasta al frente del partido liberal,participa a travs de una propuesta parlamen-taria de ley del proyecto creacin de un Insti-tuto del trabajo. La propuesta no lleg a pros-perar, entre otras cosas porque cay el propiogobierno liberal de Sagasta, pero contena yatodo un programa de reformas distinguiendolas medidas urgentes de otras a ms largoplazo. Entre las primeras se encontraban tresobjetivos: la regulacin, como ejemplo, de lascondiciones de trabajo en las actividades eco-nmicas que dependan directamente del Esta-do; la inspeccin de trabajo; y, en tercer lugar,las viviendas obreras, para las que tampocoproyectaba ninguna medida original ms allde las difcilmente viables y ensayadas medi-das de fomento de los patronatos y sociedadespara la construccin de barriadas obrerasmediante subvenciones o estmulos a las enti-dades municipales. Otros proyectos a medioplazo contemplaban la regulacin del contratode trabajo, fomentando el contrato colectivocon la fijacin en l de salarios, horarios y pro-cedimientos de conciliacin o arbitraje; mien-tras, a ms largo plazo se pensaba en un pro-grama de seguros sociales siguiendo elmodelo alemn. La cuestin agraria, uno delos temas predilectos de Canalejas, haba sidopospuesta una vez ms debido a los rechazosgenerados en el Parlamento ante cualquieratisbo de reforma por parte del bloque burgusoligrquico. De la misma forma, otros proyec-tos ms especficos de regulacin de la cues-tin obrera resultan tambin un rotundo fraca-so; as, por ejemplo, el Registro de Trabajodel Ayuntamiento de Madrid, es creado amodo de oficina de empleo en junio de 1899para regular las ofertas y demandas de trabajo.Sin embargo, no consta que durante su exis-tencia se registrase ninguna peticin de obre-ros por parte de los patronos ni de que se pro-porcionara trabajo a ninguno de los 631trabajadores inscritos 17.

    146 Colectivo Madrid

  • 4. Fracaso de la reformasocial y crisis de la

    hegemona burguesa en laformacin del capitalismo

    corporativo nacional

    4.1. LA DICTADURA DE PRIMODE RIVERA COMO PUNTO DEINFLEXIN MODERNIZADOR

    L a nueva sociedad madrilea quecomienza a transitar en los aos 1920entre su condicin de capital de la

    oligarqua y la de capital del capital, pareceencontrarse lejos de la Espaa que entra en elsiglo XX en medio de una crisis que suponeun estrangulamiento profundo del proceso demodernizacin. En otras palabras, Madridpareca haber presentado hasta entonces todoslos sntomas del problema y ahora todos losindicios de una solucin de la cuestin de lamodernizacin. Madrid va a pasar a conver-tirse, en unas pocas dcadas, en reflejo y cen-tro del conjunto de contradicciones que atra-viesan la sociedad espaola en su trnsitohacia el capitalismo corporativo y la pro-duccin en masa. Una transicin en la que,como seala Tun de Lara, Espaa tendrque vivir, quiera o no, a la hora de Europa ydel mundo. Las dinmicas de la Espaa ur-bana van a ser ya las de la luz elctrica, delMetro, de la radio, del cine, de los deportes,en la que, como espectculo, el ftbol ha des-bordado a la fiesta taurina. A pesar de su-poner un momento en el cual se acelera laeuropeizacin, o precisamente por ello, sonlos aos de una profunda crisis en la que ladistancia entre las nuevas formas de concerta-cin, de produccin, de intervencin estatal,etc. y las viejas formas de dominacin del blo-que burgus firmemente asentado durante laRestauracin al que ni la retrica moderniza-dora de Calvo Sotelo es capaz de debilitar a lolargo de la dictadura llegar a su punto cul-minante 18.

    Lo que se est jugando en esta crisis esentonces el cambio de fase en el modelo dedesarrollo capitalista mundial. Desde su posi-cin semiperifrica, el capitalismo corpora-

    tivo nacional, se vea obligado a hacer frente ala transformacin de la formacin histricosocial concreta del capitalismo liberal haciala dinmica del capitalismo corporativo en muydistintos planos. Mientras que en los pases delcentro capitalista se haba realizado ya prcti-camente la segunda revolucin industrial liga-da en general al Sector II de bienes de consu-mo e intermedios por contraposicin al SectorI (de la industria bsica pesada) as como almotor elctrico y la industria qumica, en Es-paa no se haba desarrollado plenamente laprimera ms que en escasas zonas del pas;cuando en Europa y Estados Unidos la crisisde la pequea empresa industrial dejaba paso ala gran corporacin, en Espaa todava semantena una estructura productiva funda-mentada sobre el latifundio; si en Europa co-menzaban a cobrar peso unas clases mediastodava minoritarias, la cuestin social se-gua marcada en Espaa por la lucha de clasesdesde la divisoria propietarios/ trabajadores ymuy especialmente latifundistas/ jornaleros,constituyendo una clase obrera en un sentidoamplio singularmente movilizada aunquetambin notablemente dividida. Por tanto,constitua tambin una tarea pendiente la pro-pia organizacin corporativa del Estado y lasociedad dentro del entramado de organiza-ciones empresariales bajo la forma del oli-gopolio y el monopolio; de instituciones de re-lacin entre organizaciones patronales ysindicales, etc 19.

    Las bases para un primer despegue indus-trial de Madrid haban comenzado a ser cons-truidas durante el ltimo tercio del siglo XIX,cuando el crecimiento de la red de ferrocarrilpermiti que su posicin central en una mesetatremendamente pobre, en comparacin con laEspaa industrial que se apuntaba en la costamediterrnea o vasca, se transformase en capa-cidad para ser un ncleo integrador de losmercados regionales. La mejora de las comu-nicaciones abaratar el coste de las mercancasy servir asimismo como elemento de poten-ciacin de la emigracin en los primeros aosdel siglo XX. Coincidiendo con la dictadura dePrimo de Rivera, Madrid empieza a conver-tirse en una metrpolis en la que se ensayannuevas formas de rearticulacin social, pol-tica y econmica; tal y como se expone en elartculo de J. M. Arribas ya citado, formanparte de una primera institucionalizacin de la

    147La ciudad y la gnesis del consumo de masas. Madrid

  • sociedad de consumo procesos como el desa-rrollo de una industria de bienes de consumo ode tipo intermedio, la expansin del sector fi-nanciero, la llegada de los grandes empresaspublicitarias y sus formas de comunicacin, lafinalizacin de la Gran Va como parte de unensanche decimonnico inacabado y la cons-truccin de diversos edificios emblemticos,una primera expansin de las clases medias, ola institucionalizacin de la lucha de clases atravs de la dinmica de pacto con la fraccinmoderada de las organizaciones obreras yuna escalada represiva de gran alcance hacia elresto de las mismas. La ciudad va a ver re-forzada su posicin en este perodo como cen-tro del poder nacional y nudo que concentra alas lites polticas en la medida en que va apasar sin apenas solucin de continuidad nibase consolidada de produccin industrial, asede de una pujante economa en expansin. Siel relativamente dbil peso de la produccinindustrial en Madrid haba hecho de ella unaciudad socialmente tradicional, las emergentesclases medias asalariadas que van a surgir aquen torno al sector terciario (fundamentalmente,la banca, los seguros y las oficinas) y a unaincipiente economa financiera, suponen laavanzadilla de otra forma de articulacinsocial.

    Dada la estructura raqutica que alcanzar laindustria madrilea fruto del lugar hegem-nico de la aristocracia y la burguesa rentista,la nueva mano de obra inmigrante ser orien-tada hacia el sector de la construccin y obli-gada a vivir en espacios urbanos segregados.De manera que, como volver a repetirse enlos aos 1960, el modelo de crecimiento ma-drileo reproduce la limitada capacidad de in-tegracin del conjunto de fuerzas y transfor-maciones sociales que el proceso de cambio yahaba desatado a nivel nacional al menos encuanto tendencias claramente definidas. Porello, las nuevas formas de segregacin delespacio en la ciudad, y las perspectivas de uncrecimiento ininterrumpido de la economanacional, obligaron a los ilustrados reformistasde 1920 y 30 a superar las perspectivas quepensaban todava la ciudad a travs de la urba-nizacin progresiva mediante sucesivos en-sanches. Ser este el momento en el que co-miencen a ser crebles, para las autoridadeslocales de la Dictadura y especialmente de laRepblica, los proyectos de un gran Madrid

    orientado hacia el norte. Se asiste por primeravez al surgimiento de una nueva concepcinde la ciudad ms propia del urbanismo inglsorientado a la planificacin regional antes quea una dinmica de ensanches por sucesivasagregaciones de su cintura exterior. La ciudadempieza a ser concebida desde el lugar de cen-tro regional que la conexin ferroviaria haceposible a la vez que la idea de la cerca, el l-mite o la frontera se debilita. De esta manera,la propia urbanizacin de la ciudad recogeigualmente el tipo de planificacin centrali-zada y programacin del crecimiento a medioplazo de carcter tanto pblico como pri-vado que, como ha destacado en sus estudiosya clsicos J. K. Galbraith, caracterizar a lanueva sociedad industrial de consumo demasas.

    Sin embargo, la agudizacin de los conflic-tos sociales que desemboca en la guerra civil,frustrar tanto los planes de la burguesa li-beral como los proyectos de transformacinsocial radical crecidos al calor de la polariza-cin social e ideolgica de la II Repblica, entanto que fase en que trata de ponerse en prc-tica el contenido social reformista de las trans-formaciones iniciadas ms bien como meraracionalizacin capitalista durante la dcadaanterior. Pese a no contar con un proletariadoindustrial de la magnitud del de Barcelona, lasituacin de la ciudad al llegar los aos treintaes la de la polarizacin radical de su estructurasocial; en Madrid se encontraban, por un lado,los latifundistas y aristcratas junto a una granburguesa impregnada de valores nobiliariosdedicada al comercio, el prstamo o la espe-culacin y, de otro lado, obreros de la cons-truccin y un relativamente pequeo proleta-riado ligado fundamentalmente a las industriasrelacionadas con el ferrocarril y los sectoresqumico y elctrico 20. En este contexto, demxima polarizacin no slo social sino tam-bin ideolgica, la nueva pequea burguesams progresista buscar frente al talante es-tamental de la vieja pequea burguesa, quepresentaba una tendencia frente a la crisis adeslizarse hacia una concepcin ideolgicaprefascista, una salida reformista. Esta salidaresultaba inviable en el medio plazo sin la rea-lizacin plena de una reforma agraria, ya quetodava eran los conflictos campo-ciudad de-terminantes del modo de desarrollo de la mo-dernizacin espaola. La forma social y pol-

    148 Colectivo Madrid

  • tica en que va tomar expresin concreta estacontradiccin en la ciudad, influir profunda-mente sobre la propia proclamacin de la IIRepblica y sobre los retos a los que deberenfrentarse la irrupcin de un pueblo urbanoque sostuvo, hacia 1930, el lenguaje de larevolucin popular y la movilizacin por laRepblica. Fue en Madrid, por el peso de susclases trabajadoras y medias, donde la monar-qua espaola se derrumb en el clamor de unafiesta que haba adoptado el lenguaje y lasmaneras de las revoluciones populares contrael rey [Juli, S. (1992), En los orgenes delGran Madrid..., pp. 415-416].

    4.2. LA DIFCIL INTEGRACIN ENLAS NORMAS DEL CONSUMODE MASAS

    As, el contexto socioeconmico espaolrene en estas dcadas, como resultado de suposicin en el marco del desarrollo capitalistamundial, tanto los sntomas de un profundoatraso en su proceso de industrializacin comola presencia de las fuerzas ms avanzadas de lamodernizacin poltica y social que recorren elcentro del sistema-mundo. Radicalizando pre-cisamente como haba venido ocurriendodesde los comienzos de la revolucin liberalburguesa la polarizacin y el conflicto socialque constitua el verdadero caldo de cultivo delas primeras experiencias de la reforma socialen el conjunto de Europa. Es en este caldo decultivo de la primera reforma social forzadapor el conflictivo clima poltico del momento,cuando aparece en 1909 en Gran Bretaa laobra del (entonces) modesto trabajador socialde un barrio de Londres, que ms tarde se sen-tara en la Cmara de los Lores y sera consi-derado a partir de los aos 1940 padrefundador del Estado de Bienestar ingls as-cendiendo al tratamiento de Lord Beveridge;su obra contiene la mayora de los principiosbsicos del programa que se va a desarrollardespus de la Segunda Guerra Mundial. Comoha sealado un crtico sistemtico de la regu-lacin del trabajo que se pone en prctica,Christian Topalov, el objetivo es transformar lacondicin de empleados intermitentes de unamayora de trabajadores que requieren laayuda de los mnimos servicios de beneficen-cia existentes en asalariados regulares o bien

    parados a secas; Beveridge est pensandoaqu especialmente en los descargadores delpuerto londinense, pero a travs de este casoconcreto, est contemplando a una parte muyimportante de la poblacin de las grandes ciu-dades. Esas gentes que sobreviven en plenametrpoli trabajando un da s y otro no; esoera lo que tena que desaparecer. Las palabrasdel propio William Beveridge permiten en-tender cules son los efectos de integracin,ms all de cualquier fin asistencial, del hechode realizar una clara separacin entre aquellostrabajadores ocupados y aquellos que formanparte del nuevo ejrcito de reserva del de-sempleo a tiempo completo; para el hombreque desea trabajar un da a la semana y que-darse en la cama el resto de la semana, el inter-cambio de trabajo hara irrealizable ese deseo.Para el hombre que desea encontrar un trabajoocasional ahora y en el futuro, el intercambiohar que su modo de vida sea imposible en elfuturo. Coger ese da a la semana que queraconseguir y se lo pasar a otra persona que yatrabaja cuatro das por semana, lo cual permi-tir a esa otra persona un modo de vida de-cente. Entonces, el primer hombre acudir enbusca de una mejor formacin y educacinprofesional 21.

    Si la coherencia interna final de este plante-amiento en relacin a lo que aos ms tardesupondr la norma de empleo estable surge dela mucho ms evolucionada situacin de In-glaterra, en cambio el hecho de que todos esoselementos estuvieran presentes en el universoideolgico de los intelectuales reformistas, noquiere decir en absoluto que las bases materia-les del Estado del Bienestar estuvieran asen-tadas en las sociedades europeas, porque lasprcticas de intervencin, que haban inten-tado llevarse a cabo, no haban sido capaces deintegrar en lo ms mnimo a la clase obrera y asus organizaciones. De hecho, si se examina lapuesta en prctica de algunas de las polticassociales fundamentales como es el caso de lapoltica de vivienda puede comprobarse quelos receptores principales de dichas polticasvan a ser estratos sociales muy especficos (ha-bitualmente ligados a corporaciones profesio-nales como militares, periodistas, artistas, etc.)separados de una forma ms o menos radicalde la condicin obrera 22. Frente a otras lec-turas en la lnea de Michel Foucault quetienden a presentar a las categoras de la cues-

    149La ciudad y la gnesis del consumo de masas. Madrid

  • tin social como una invencin arbitraria delpoder con puros efectos disciplinarios, hayque destacar el punto de vista de Topalov paraquien estos dispositivos lo que hacen es msbien traducir y mediar haciendo visibles yocultando a la vez unos mecanismos obrerosde solidaridad de clase como el seguro o unasreivindicaciones histricas obreras en materiade salarios directos o indirectos; por el mismomotivo si, en el caso espaol, las organizacio-nes obreras se haban venido haciendo presen-tes en las sesiones de informaciones comolas de la Comisin de Reformas Sociales, eramucho ms como forma de difundir sus rei-vindicaciones y existencia como organizacinque por ninguna confianza en la utilidad de susactividades 23.

    En estas primeras dcadas de siglo, la dis-tincin poltica, cultural e ideolgica que reco-ga el lenguaje al establecer una frontera toda-va ntida entre el obrero y el empleado,haca explcita precisamente la distancia y elconflicto que el desarrollo de la sociedad deconsumo de masas tender a suavizar en lasociedad salarial de la posguerra 24. El trminoempleado contina connotando una condi-cin especfica y distinta de la del obrero perono necesariamente porque siempre estos em-pleados disfrutasen de un sueldo ms elevado,unas mejores condiciones de trabajo o un nivelms alto de vida, ni siquiera porque el uno sededicase a un trabajo de naturaleza intelectualy el otro al trabajo manual o porque podamosnecesariamente adscribir a los obreros a untrabajo productivo en sentido marxista; dehecho, entre una parte de los trabajadores in-dustriales cualificados y sindicados y los em-pleados sobre todo jvenes del sector de ofi-cinas emergentes, la situacin salarial y en eldisfrute de derechos laborales comienza en esemomento a ser (tal y como sucede tambinhoy) la inversa. La diferencia entre ambos, seconstruye, como tambin nos recuerdan lasmemorias de Arturo Barea, como la diferenciaentre dos gneros de vida radicalmente sepa-rados; finalmente, el empleado no es obrerosi simplificamos las diferencias por su trajea medida, por sus botas brillantes y su som-brero: yo sera socialista de buena gana, perola cuestin es saber si soy un obrero o no. Estoparece muy sencillo, pero no lo es. Indudable-mente si cobro por trabajar, soy un obrero,pero no soy un obrero ms que en esto. Los

    mismos obreros nos llaman seoritos y noquieren nada con nosotros, Claro que tampocopodamos nosotros ir a la calle con los obreros,ellos con su blusa y sus alpargatas y nosotroscon nuestro traje a medida, las botas brillantesy el sombrero (op. cit., p. 20).

    En este sentido semejante al expresado porMichel Aglietta al definir la integracin en lanorma de consumo como una incorporacinde las condiciones de vida de la clase trabaja-dora al proceso de realizacin del valor, elempleado tiende a encontrarse integrado en elorden social no slo en su espacio de trabajo,sino tambin en su espacio de la vida privada;es decir, que utiliza en su vida privada losmecanismos de la burguesa, del acceso a lavivienda en propiedad como ms adelante lohar con el automvil, del ncleo familiar re-ducido estable, de la moral burguesa. Y es al-guien capaz de vivir peor y de aceptar con-diciones ms miserables por la necesidad deaparentar, de vivir en un barrio determinado,de llevar una determinada ropa y frecuentarunos cafs determinados. Sin embargo, elobrero est incorporado al orden social comofuerza de trabajo, como pura mercanca, estincorporado en el espacio de la fbrica de laforma ms instrumental que podamos ima-ginar, mientras que en su vida privada no loestaba, y en el mbito colectivo de la represen-tacin poltica no lo estaba en absoluto. Lacuestin social supone la irrupcin fuera de lafbrica del obrero como monstruo, comohombre de instintos que haba que domesticary tutelar.

    Esto no quiere decir tampoco que la consu-macin, en Espaa o en otros espacios del sis-tema-mundo capitalista, del proceso histricode modernizacin y desarrollo de la fase corpo-rativa del capitalismo, con la centralidad que enl ocupar la norma de consumo de masas, sig-nifique una victoria directa o ni siquiera inme-diata del objetivo explcito de tutela e integra-cin de las emergentes clases peligrosas. Sinembargo, la legislacin y regulacin en materiade trabajo, vivienda, educacin o sanidad p-blicas, supone un elemento racionalizador que,a pesar de que vaya a tardar todava muchotiempo en cobrar un papel regulador real de laestructura social y en ese sentido, reformista,ser la punta de lanza de otro proceso: losempleados, es decir, las nuevas clases mediasurbanas y en todo caso los obreros cualificados

    150 Colectivo Madrid

  • de oficio son los verdaderos receptores de lasprimeras polticas sociales y los destinatarios delos discursos y estrategias polticas que buscanla integracin corporativa de la organizacionespolticas obreras. Naturalmente, las contradic-ciones globales son tales que, a pesar que estasmedidas de escisin muestren su eficacia rela-tiva durante la dictadura de Primo de Riveraconsiguiendo, por ejemplo el apoyo y la partici-pacin en su gobierno de la UGT, estas medidasprovocan tambin la ms extrema polarizacinpoltica e ideolgica de una parte de los trabaja-dores al tiempo que su completa autonoma dela tutela pequeo-burguesa; solamente tras elpaso de la guerra civil y la prctica aniquilacinde toda forma de organizacin obrera, es po-sible a la burguesa reconstruir sus alianzas yrelanzar la forma de reorganizacin corporativade la sociedad durante el desarrollismo fran-quista. Una poca por supuesto tampoco des-provista del conflicto y con sus propias din-micas bien concretas de movilizacin social,pero eso s finalmente desposeda a lo largo delproceso amplio de transicin postfranquistade su carcter radical y, en ltimo trmino,capaz de luchar contra el rgimen sobre todo enel plano de la modernizacin poltica de laforma de representacin poltica (corporativay democrtico burguesa).

    La ausencia de una capacidad integradorade las medidas de racionalizacin sobre lacuestin social que son puestas en prctica aprincipios del siglo XX, no es patrimonio de ladbil modernizacin nacional, ni tampoco unaconsecuencia del limitado alcance materialcon que son puestas en prctica; seguramente,al nivel del sistema-mundo capitalista son ne-cesarios de la misma forma si bien con reso-luciones y tiempos de realizacin diferenteslos procesos de polarizacin y conflicto de lasdos guerras mundiales y sus efectos sobre lasorganizaciones obreras para que, a partir de lasegunda mitad del siglo XX, una nueva fase deacumulacin encabezada ahora por los Es-tados Unidos permita poner en prctica (estoes, financiar, organizar y, en un sentidomucho ms limi