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Título

del

origina

l en ingl

és:

Routes:

Travel

and

Translat ion in

the

Late

Twent

i

eth

Century

Publicado por H

arva

rd U

niversity

Press

© 1997

by

H

arvard

U

ni

ve

rsity Press

Traducción: Mireya

Reilly de Fayard

Di s

eño

de cu bier ta : a n Guasch

Primera edición   mayo 1999, Barcelona

Derechos r

eservados

para

todas la

s ediciones en

castellano

© by Editorial

Gedisa S.A.

Muntaner

460, entlo . 1ª

Te

l.

20

1

60

00

08006

- Barcelona, España

e mail

 

[email protected]

http:/ www.gedisa.com

ISBN: 84-7432-647

-8

Depósito lega

l

B-22391 11999

Impreso en: Limpergraf

e/.

Mogoda,

29-31. 082

1O

Barbera

del

Valles

Impreso

en

Espai ia

Printed

in

Spain

Queda prohibida

la reproduc

ción lola

l o parcial

por cual

qu ier

me d

io

de impresión

 

en

forma idé

nli

ca. c

xl

r

ac lada

o modificada,

en

castellano

o

cualquie

r

otro

idioma .

ara udith

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Prólogo

n

medias

res

El

relato autobiográfico de Amitav Ghosh, El

imán

y el

hindú , es

una parábola

que

refl

eja muchos de los problem

as

que

tr ato en e.

ste

libr

o

Narra el encuentro

entre

un etnógrafo de campo

y algunos vecinos desconcertantes de

una

aldea egipcia.

Cuando llegué

por

primera vez a

ese tran

quilo rincón del d

elta

d

el

Nilo,

esperaba

e

ncontrar

,

en

ese

suelo

tan

antiguo

y

asenta

do,

un pu

eb

lo

establecido y pacífico .Mi error no pudo haber sidom

ás

grande. Todos los

hombres de la aldea tenían el aspecto

inq

uieto de esos pasajeros que

suelen

ve

rse

en las salas de t

rán

sito de los aeropuer tos. Muchos de ellos

habían trabajado y viajado por las tierras de losjeques del Golfo P érsico;

otros habían estado en Libia, Jordania y Siria; algunos

habían

ido al

Yem

en

como soldados, otros a Arabia

Sa

udita como peregrinos,

unos

pocos habían visitado Europa:

var

ios

de

ellos tenían pa

sapor

tes

tan

abultados que se abrían como acordeones ennegrecidos con tinta.

La aldea rural

tradicional,

vista

como

sala

de

tránsi

to.

Es

difícil

dar

con una imagen mejor para describir la posmodernidad,

el nuevo orden

mundial

de movil

idad,

de

historias

de

desarrai

go.

Pero no vayamos tan rápido ..

Y

nada

de esto era nuevo: sus abuelos, antepasados y pa rientes ta mbién

habían viajado y migrado, de modo muy pa recido a como lo hicieron los

míos en el subcontinente hindú: a raíz de las

guerras

, o en busca de

trabajo y dinero, o ta l vez s

implemente

porque

se

habían cansado

de vivir siempre en el mismo lugar. Se podría leer la historia de este

espíritu

inq

uieto en los apellidos de los aldeanos, provenien

tes

de

ciudades del Levante, de Turquía, de pueblos lejanos de Nubia .

Er

a

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como si la gente

se hubi

era dado cita aq

desde todos los rincones del

Med io

Or

ien te. La pasión

de

sus fundadores por viajar había prendido

en

el suelo de la aldea: a veces

me pa r

ec

ía

que cada uno de

sus

hombr

es

era un

viajer

o. (Gho

sh,

1986: 135)

Amitav Ghosh - un nati

vo

de la India educado en una anti

gua universidad inglesa , autor de varios trabajos antropológico s

de campo

en

Egipto-:- alude

aquí

a

una

situación

cada

vez

s

familiar. Este etnógrafo no es ya un viaj ero del mundo que,

partiendo de un centro metropoli

ta

no, visita a los nativos (locales)

para es

tudiar

en una periferia rural. Por el contrario, este suelo

ant iguo y asentado se halla abierto a complejas historias de

residencia y viajes, a experiencias cosmopoli tas. Desde las genera

ciones de Malinowski y Mead, la etnografía profesional se había

basado en la residencia intensiva , aunque más no fuera tempora

ria, dentro de campos  delimitados. Pero, en la versión de Ghosh,

el trabajo de campo no aparece tanto como residencia localizada

sino como una serie de encuentros en viaje. Todos están

en

movi

miento, y eso ha ocurrido

durante

siglos: una residencia en viaje .

ntin

erarios transculturales comien

za

con

esta

premisa

de

movimiento, y sostiene que los viajes y los contactos son situa

ciones cruciales pa

ra

una modernidad que aún no ha terminado de

configurarse. El tópico general, si

así

se

lo pu

ede llamar, es muy

vasto: una imagen de la ubicación humana, constituida tanto por

el desplazamiento como

por la

inmovilidad. Los ensayos aquí

reunidos buscan una explicación (ova rias) al h echo de que la ge

nt

e

vaya a diversos lugares . ¿

Qu

é

aptitud

es

mund

an

as

de superviven

cia e in teracción pueden reconoc

erse

en

este

ir, y venir? ¿Qué

recursos para un futuro diferente? En estos ensayos apenas se

proponen algunos esbozos y tentativas de

tr a

zar viejos y nuevos

mapas

e

historias

de person

as

en

tr

áns

ito , a la vez fortalecidos y

limit

ados

por

esa circunstancia. Se refieren a la diferencia huma

na establecida en el desplazamiento, a la abiga rrada mezcla de

expe

ri

enci

as

cul t

ur

ales, a las estru

ct

ur

as

y posibilidades de un

mundo cada vez má s cónectado pero no homogéneo .

En este libro se confirma una postura previa con respecto al

concepto de

cultura. En

obras a

nt

eriores, especialme

nt

e en ile-

mas de

la

cultura

(1988), me preocupaba la propensión de este

concepto a afirmar el holismo

y

la forma estética, su tendencia a

pr ivilegiar el va lor , la j

era

rquía y la continuidad histórica en

12

nociones de la vida  corriente. Allísostuve que estas inclinaciones

descuidaban, y a veces reprimían

ac t

ivamente, muchos procesos

impuros, ingobernables, de invención y supervivencia colectivas.

Al mismo tiempo, los conceptos de cultura resultaban necesarios,

si es que habí

an

de reconocerse y confirmarse los sistemas hu

manos de significado y di ferencia. Los re

cl

amos de identidad

co

herente no podían omitirse, en todo caso, en un

mundo

contem

poráneo de

sgarrado por

abso

luti

smo s étnicos. La cu

ltu

ra

parecía

una bendición profundamente ambigua. Me esforcé por

hac

er

menos rígida su constelación de

sent

idos comunes, concentrán

dome en los procesos de representación etnográfica. Mis

in

stru

mentos p

ara

revisar la idea de c

ultur

a fueron los conceptos

abarcadores de

escritura

y collage; la primera, vista como intera c

tiva, con final abierto y con carácter de proceso; el segundo, como

un modo de abrir espacios a la h eterogeneidad, a las yuxtaposi

ciones

históricas

y políticas, no simpl

eme

n

te

estéticas.

Ana

licé las

prácticas etnográficas de construir y desconstruir significados

culturales en un contexto histórico de expansión co lonial euro

americana, teniendo en cuenta

o

s debates

n vi

gentes

que, desde

1945,

se

conocen con el nombre de descolonización

  .

Amedida que escrib ía

este

libro, el concepto de viaje comenzó

a incluir una gama cada vez m

ás

compleja de experiencias: prác

ticas de cruce e interacción

qu

e perturbaron el localismo de

muchas premisas tradicionales acerca de la cultura. Según esas

premi

sas,

la existencia social a

ut

é

ntica está,

o debiera estar,

circunscripta a lugares cerrados, como los jardines de los cuales

derivó sus significados europeos la

palabra cultur

a . Se concebía

la re sidencia como la base local de la v ida colectiva, el viaje como

un suplemento; l

as

raíces siemp re preceden a l

as

rutas. Pero ¿qué

pasaría, comencé a

pr

egun

tarme,

si el viaje fuera vist o sin trabas,

co

mo

un

es

p

ectr

o complejo y ab

arcador

de l

as exper

iencias

hu-

mana

s? Las prácticas de desplazamiento

podrían aparecer

como

constitutivas de sign ifica

do

s culturales, en lugar de ser su simple

extensión o transfe rencia. Los efectos cul

tura

les del expansionis

mo

europeo, por ejemplo,

ya

no podrían celebrarse o deplorarse

como una simple exp

or t

ación (de civilización, industria, cienc ia o

capital). Pues la región llamada Europa ha sido constantemente

rcformulada y atravesada por influenci

as

provenientes de más

a

 

á de sus

fronteras

(Blaut, 1993; Menocal, 1987). ¿Y no es

::;ignificativo en diversos grados este proceso de inte racción para

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cualquier esfe

ra

local, nacional o regional? De h echo, hacia donde

mir

emos, los procesos de movimiento y encue

ntro

s humanos son

com?lej?s y ~ r g da ta. Los centros culturales, las regiones y

terntonos dehm1tados, no son anteriores a los contactos, sino que

se

afianzan por su

intermed

io y,

en

ese proceso,

se

apropian de los

movimientos incansables de personas y cosas, y los disciplinan.

En

cuanto empecé a consid

erar

as diversasformas del viaje

el

té r

mino se convirtió

en

un

a

imagen

de los

itinerarios

atraviesan una modernidad

hete

rogénea. En

Dilemas de la cul

 

-

r escribí sobre los indios

ma

shpee de Cape Cod, Massachusett s,

y sobre el proceso en el que intentaron probar su identidad tribal 

en un tribunalde

ju

sticia. Sostuve que su posición se vio debil

itada

por s upuestos de arraigo y continuidad local, nociones de autenti

~ i d a d que paradójica

mente

les

negaban una

participación comple-

Ja en una historia colonial interactiva y persistente. El hechicero

mashpee

había

pasado varios años en Hawaii; muchos miembros

de la tribu vivían fuera del poblado tradicional; el movimiento de

id

as

y ven idas era continuo; William Apess, dirigente de una

rebelión mashpee en re

cl

amo de

lo

s derechos indios en 1833 había

sido

un

predicador metodi

sta

itinerante

de ascendencia ; equot.

Co

mencé a ver que

tales

movimientos no e

ran

la excepción en

la

i d ~

tribal . Pensé que los arponeros de Moby

Dick

Tashtego el

md10 ?eGay

Head

, Queequeg el isleño del

Mar

del

Sur,

y Daggoo

el afnc

an

o eran figuras literarias que encarnaban experiencias

hi

stóricas reales. Tales viajes representaban sin

duda

algo

más

que reacciones ante la expansión europea. ¿Acaso Queequeg, el

que co

mpar

te su cama con Ishmael, no es claramente el más

cosmopo

li t

a de los dos?

Cada hombre (de la aldea] era un viajero , escribe Ghosh. Y

el párrafo continúa: Es decir, todos, sa lvo Khamees la Rata,

aunque incluso su apodo, según descubrí más tarde, significaba 'de

S

udán'

. Khamees es un ·personaje poco c

omún

, por su

falta

de

interés en los viajes (afirma no h aber visitado ni siquiera Alejan-

dría

, la gran ciudad más cercana) y por su opinión burlona sobre

casi todo: la r eligión, s u familia , sus mayores y, en especial , los

antr opólogos que lo visitan. Pero

al

final, tras una serie de arduos

Y

bulliciosos in tercambios con respecto a las bárba

ra

s costumbres

14

hindúes de la cremacióny de la veneración por las vacas, Khamees

y quien escribe se convirtieron en amigos. A

pesar

de su obstinada

condición hogareña, Khamees imagina incluso, en su estilo burlón

y serio a

la

vez, una posible visita a la India. Probablemente no la

ha r á. Pero nos damos cuenta de que esta visión doméstica del

mundo

está

le

jo

s de ser limitada. El viaje liter

al

no es un prerre-

quisito para la ironía, la crítica o la distancia con respecto a la

propia cultura. Khamees es un nativo complicado.

Ghosh considera

qu

e cada hombre de

la

aldea

es

un viajero y

llama la atención sobre experiencias específicas (en su mayoría

masculinas) de mundanid ad, de raíces y

ruta

s entrelazadas. Pero

en su histori a de fines del siglo

xx,

las localizaciones y desplazamien-

tos

esta

blecidos

hace

tiempo se dan dentro de un campo de fuerzas

cada vez má s poderoso: el Occidente . El clímax de la narración

coincide con un desagradable intercambio de gritos

entre

el inves-

tigador y un imán tradiciona

l: un

sanad

or

a

quien

d

eseaba en t

r

e-

vistar. ·Se encrespan todos los comentarios hirientes sobre la

cremación

hindú

y la veneración por

las

vacas y,

antes

de

darse

cuenta, el estudioso visitante se ha enredado en una discusión con

el

imán.

Rod

ead

os por

un

gentío creciente, los dos

hombres

se

confrontan, disputando a

gr

itos cuál de los dos per tenece a un país

mejor,

un

país

más

avanzado  .Ambos

terminan

reivindicando un

segundo puesto sólo por debajo de O

cc

iden te , en lo que se refiere

a la posesión de los mejores fusiles, tanques y bombas. De pronto,

el

narrador

comprende que a pesar de

la

gran brecha que nos

separaba, ambos nos entendíamos perfectame

nt

e. Ambos estába-

mos viajando, él y

yo: es

tábamos via

jando

por Occidente .

La narración citada ofrece

una

aguda crítica de

una

búsqueda

clásica

-exot

izante, antropológica, orientalis t de tr adiciones

puras y de claras diferencias cultu

ra

les. La conexión in tercultura l

es

la

normay loha sidodu rante mucho tiempo.Es m

ás

,hay fuerzas

globales poderosas que

canalizan

estas conexiones.

El

etnógrafo y

el nativo, el imány el hindú,

está

n ambos viajando porOc cidente ,

revelación s

in duda

deprimente para el an tropólogo anticolonia-

lista. Pues, como nos dice el libro 1992) del cual se extrajo la

narración, Ghosh

bu

sca tr

azar

el mapa de su propio viaje etnográ-

fi

co sobre la base de las conexiones más antiguas entre la India y

Egipto: re laciones comerciales y de viajes que preceden y evitan en

parte la polarización violenta del mundo en Occiden te y Oriente,

imperio y colonia, países desarrollados y subdesarrollados. Esta

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expectativa

se

desploma cuando comprende que el único terreno

quepuedecompartir con el imán está en Occidente . Pero Khamees

la Rat

a

lu

cha contra esta teleología esté

ri

l, con su localismo crític

o,

su humor y su afable tolerancia hacia un vis

itante

que proviene de

una tierra donde, seg

ún

afirma, todo

está

pa tas a

rriba

 . Incluso

esta oferta, a medias seria, de vis

it

ar al

narrador

en la India

sugiere la posibilidad de viajar al Oriente . Esta trayectoria de un

cosmopolitismo

di f

ere

nt

e

está pr

efigurada

en una re

ferencia,

hecha al pasar al africano Ibn Battouta qu ien visitó el subconti

nente

hindú en el siglo XIV. Ahora bien, cuando los viejos esquemas

de conexión a

trav

és del Océano Indico,

Mrica

y Asia Occidental se

ven realineados según los polos binarios de

la

modernización

occidental, ¿existen aún posibilidades de un movimiento discre

pante? Ghosh plantea pero no clausura, esta cuestión crítica.

Por otra parte cuando el viaje, como ocurre en su relato, se

convierte en una suerte de norma, la residencia exige una expli

cación. ¿Por qué, con qué grados de l

ibertad

,

la

gent e

se

queda en

su te rruño? Las nociones comunes sobre el arraigo local no alcan

zan para dar

cuenta

de una figura como

Kh

amees la Rata. En

rea

l

idad

,

su

decisión consciente de no

viajar

en

un

contexto de

desasosiego impulsado por las

instit

uciones occidentales y por los

símbolos seductores del poder- bien puede ser

una

forma de

resistencia, no una limitación; una forma

particular

de abrirs e al

mundo más que un localismo

es t

recho.

¿Y

qué sucede con

aq

uellos

que no están incluidos de modo alguno en la afirmación de que

cada hombre [de la aldea] era un viajero ?

Es

poco lo que nos dicen

las muj eres en este relato: apenas algunas exclamaciones, en

general ato londradas. La historia de Ghosh

se

t r a visible

mente, en las relaciones

en t

r e hombres no en los tipos culturales,

aldeanos o nativos. Y

la parc

ial idad misma de su relato plantea

algunas pr

eg

un tas

generales

importantes

acerca de hombres y

mujeres, de sus experienci

as

específicas, culturalmente pautadas

en cuanto a la residencia y el viaje.

L

as

mujeres tienen sus propias historias de migración labo

ral

peregrinaje emigración, exploración, tur ismo e incluso

desplazamientos militares: historias vinculadas con las de los

hombres y distintas de ell

as

. Por ejemplo,

la

práctica cotidiana de

conducir

un

automóvil (una tecnología de viaje relativamente

nueva para montones de mujeres en Estados Unidos y Europa) les

está

prohibida a l

as mujeres en

Arabia

Saudita. Este

fue un hecho

16

significativo en l

as

experiencias de viaje de l

as

mujeres comba

tientes estadounidenses

durante

la Guerra del Golfo Pérsico, en

1991. Una mujer

al

vol

ante

de

un

jeep

en

público era

un

símbolo

e

fi

caz, una experi encia controvertida. Otro ejemplo propio de la

región: considérense l

as

muy diferentes hi

stor

i

as

de viaje (aquí

el térm ino empieza a desmoronarse) de las miles de trabajadoras

domésticas que llega ron a Medio Oriente desde el sud asiático, las

Filipinas y Mal

as

ia

para

limpiar, cocinar y cuid

ar

de los niños.

Su

desplazamiento y contratación

han

incluido la rutina del sexo

forzado. Estos

br

eves ejemplos empiezan a sugerir cómo l

as

historias específicas de liber tad y peligro que se dan con el

movimiento h an de ser establecid

as

tomando en consideración los

géneros.

¿Viajan l

as

mujeres en las aldeas-salas de tránsito de Ghosh?

Si no lo hacen, ¿por

qué

no? ¿Cuál es el

gr a

do de opción y com

pulsión la movilidad diferente de hombres y mujeres? ¿Existen

factores significativos de clase, raza, et

nia

o religión que m

arquen

un corte según el género? ¿Cualquier enfoque del viaje pr ivilegia

inevitablemente la s exp

er

iencias mascu

lina

s? ¿

Qu

é se entiende

por viaje en el caso de los

hombr

es y de l

as

mujeres, teniendo

en

cuenta los contextos di ferentes? ¿El peregrinaje? ¿L

as

vi

sitas

a

la

familia? ¿Manejar un puesto en

un

mercado? Y en los casos -co

munes pero no

un i

versal

e s

en que l

as

mujeres permanecen en el

hogar y los

hombres

van a t rab

ajar

afuera, ¿de

qu

é modo se conci

be el hogar y cómo se vive este en relación con las prácticas de ir

y

venir? ¿De qué modo, en tales circunstancias,

la

residencia (de

las mujeres) se articula, política y cul

tu

ralmente, con el viaje 

(de los hombres)? ¿En relaciones de índole complementaria? ¿De

antagonismo? ¿De ambos? La narración de Ghosh no enc

ara

estas

cuestiones. Pero las hace ineludibles al describir experiencias

complejas de residencia y viajes, al

mostrar

l

as

raíc

es

y

la

s

rutas

que conviven en una pequeña aldea . Muchas preguntas mpíricas

y teóricas,

hi

stóricas y políticas- s

urgen

de

la

afirmación cada

hombre .. era un viajero  .

El presente libro explora algunas de estas preguntas. Sigue

lns huellas de la s ru tas mundanas e históricas que a la vez l

imitan

y for

ta

lecen los mov imi

en

tos a t r avés de fronteras y entre culturas.

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Su

preocupación son l

as

diversas pr

ác t

icas de cruces, l

as

tácticas

de la traducción, l

as

experiencias del apego doble o múltiple. Estos

ejemplos de cruces reflejan complejas historias regionales y trans

regionales que, d

es

de 1900, se han visto poderosa

ment

e acen

tua

das por

tr

es fuerzas globales interconectadas: los legados conti

nuos del imperio, los efectos de

guerras

mundiales s

in

precedentes

y las consecuencias globales de la actividad destructiva y reestruc

turadora del capitalismo industrial. En el siglo xx, las cultu r

as

e

identidades tienen que

habér

selas, en

un

gra

do

sin precedentes,

con fue

rza

s

tanto

locales como transnacionales. En realidad, la

circulación de la cultur a y la ide

ntidad

como actos efectivos

pueden

rastrearse hasta la estructur ación de las p

at

rias, esos espacios

seguros que

permiten

co

ntrolar

el tráfico a tr avés de

la

s fronteras.

Tales actos de control, que garantizan el deslinde ent re un interior

y un exterior cohe

rent

es, son siempre

táct

icos.

La

acción cultur al,

la configuración y reconfiguración de identidades, se realiza en las

zonas de contact

o,

siguiendo las fronteras intercul turales (a la vez

controladas y transgresoras) de naciones, pueblos, lugares. La

permanencia y la

pu r

eza se afirman -creativa y

violentamente

contra

fuerzas h i

stór

icas de movimiento y contaminación.

Cuando las fro

nteras

adquieren un

pa r

adójico protagonismo,

los márgenes, bordes y

lín

eas de comunicación surgen como

mapas

e historias complejos. Pa

ra

explicar estas formaciones, me baso en

concepciones actuales de cultura

tran

slocal (no global ni

un i

ver

sal). En

an t

ropología,

por

ejemplo, los nuevos paradigmas teóricos

articulan explícitamente los procesos locales y globales ut ilizando

relaciones, no teleologías. Los términos má s viejos r

esult

an com

plicados: por ejemplo, aculturación  (con su trayectoria demasia

do

linea

l: de la cultura A a la cultu ra B) o sincretismo  (con su

imagen de

do

s sistemas constantes sobrepuestos). Los nuevos

paradigmas comienzan conlos contactos históricos, con las compli

caciones en el nivel de las

inter

secciones regionales, nacionales y

transnacionales. Los enfoques basados en el contacto no pre

suponen totalidades sociocultura les

qu

e

lu

ego

se

relacionan, sino

más bien sistemas ya .const it uidos de ese modo, que pasan a

in t

egrar nuevas relaciones a

través

de procesos

hi

stóricos de

desplazamiento.Algunos aportes recientes: Lee Drummond(1981)

considera a l

as

sociedades caribeñas como in tersistemas criolli

za

nt

es; Jean-Loup Amselle (1989), en su infor me sobre

Mrica

Occidental, tradicionalmente cosmopolit a, postula un sincretis-

18

mo

originario  ; Arjun

Appadurai

(1990) sigue las hu ellas de lo.s

flujos culturales a través de cinco visiones no homólogas: etnovl

s iones, vision

es

mediáticas, tecnovisiones, visiones financieras e

ideovisiones; Néstor García Canclini (1990) describe la s culturas

híbridas de Tijuana como estr

ate

gias para entrar en y salir de la

modernidad  ; la idea de Anna Lowenhaupt Tsing (1993) de un

lugar fuera del camino y la etnografía de

Kathl

een Stewart (1996)

rd c

rida

a

un

espacio

al

costado de

la

ru t

a ponen en entredicho

las

nociones establecidas de orilla y centro, map

as

del desarrollo.

I :H Los son

apenas

alg

uno

s signos de nuestro tiempo,

limitad

os a la

Lopología académica. En los capítulos que siguen aparecen

rnu

chos más.

El libro comienza con una diser tación titulada C ul turas

y con

la

s discusiones que provocó en una Conferencia de

1:1 1Ludios Culturales re alizada en 1990. La disertación presenta y

rrl>

ic

a mi práctica académica

en

la frontera entre una antropología

r•n cri sis y uno s

est

udios cultura les

tr

an

snac

ionales en gestación.

No presenta un tópico ya de limitado, sino un a t ransición a partir

dtd Lrabajo previo:

un

proceso de interpret ación, un

nue

vo com

ien

-

1.11,

co

ntinu

ación. Los capítulos s

ub

si

guientes

prolongan, Y

rlt •H plazan, mi libro Dilem s de la cultura  continuidad

particul?r

'' ' Lc clara en

do

s áreas principales: el interés por la práctlca

'' ' 11 gráfica y la exhibición del arte y la

cultur

a

en

los museos.

A

n1b

os inter eses se agrupan en las dos primeras partes del libro.

Lanto crítico hi stórico de la antropología, me he abocado

11

11L1• Lodo al trabajo de campo

et

no

grá

fico, ese conjunto de prácti

I'IIM di Hc iplinarias a través de las cuales se representan los mundos

, 1lt.ura les. En la primera

parte

del libro, la investigación de

l'l ltnpo se describe como

parte

de

un

a larga y hoy cuestionada

h HIoria del viaje occidental. Allí donde la antropología profesional

11 11

11rig

ido

un

confín, yo describo una frontera,

una

zona de

111

11

t c

Lo

s, bloqueados y permitidos, controlados y transgresores.

l

•: ll1<

•cho de considerar el trabajo de campo como una práctica de

vil

p

pone de re lieve ac tividades realizadas por personas en

d 'in

Lo

s lugares, hi

stór

ica y políticamente definidos.

Este

énfasis

''  t•l tnundo favorece un a apertura de las posibilidades

actua

les,

111111

ext ensión y complicación de los senderos etnográficos.

Pues

' c·umo cambian los viajeros y los lugares de investigación de la

unt ropología en respuesta a los cambios geopolíticos, así también

tlr

t

ht

• cumbiar la disciplina.

19

Page 9: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 9/66

La

segunda

parte

del libro desarrolla

un

temprano in terés

en

las estrategias que permiten la exhibición

de

creaciones

no

occi

dent

ales, minoritari

as

y tribales. Aquí me concentro de modo

particular en el mu seo como un lugar donde se in t

ercamb

ian

visiones cul

tura

les e intereses comunitarios diferentes. Varios

ensayos exploran ejemplos

de la actual

proliferación global de los

museos: desde la región montañosa de Nueva

Guin

ea al Canadá

nativo

o

hasta

los

barrios urbanos de

la

diáspora. Está en

juego

algo más

que

la sim

pl

e extensión de una

institución

occidental. De

acuerdo con el

en

foque general del libro, los

museos

y otros

espacios de realización cultural no apar

ecen

como centros o desti

nos sino más bi

en

como zonas de contacto donde

se

cruzan perso

nas y cosas.

Esto

es, a la vez, una descripción y una

esperanza

, un

alegato en favor

de

la participación más variada en

un

"mundo de

museos

que

proli feran .

Mi acercamiento a los museos y a todos los espacios

de

realización y

exhi

bición cultural- cuestiona

esas

vision

es

de la

cultura global, tr ans nacional o posmoderna que dan por sentado

un proceso s

in

gula r y homogeneizante. "Cuestiona señala

en

este

caso

una

auténtica incertidumbre,

una

sostenida amb

i

güedad.

Resulta imposible evitar el alcance global

de

las

institucione

s

occidentales

aliadas

con los mercados

capitalista

s y con los pro

yectos de las e

li t

es nacionales. ¿Y no es acaso la proliferación

de

museos el

sím

bolo más claro de esta

hegemonía

global? ¿Qué

institución

podría

ser más

bu r

guesa, conservadora y europea?

¿Quién

más implacabl

e coleccionista y consumidor de cul t

ur

a ?

Sin dej ar de reconocer la

fuerza

persistente de estos lega dos, mi

descripción del mundo actual de los museos proRone

una

deter

minación global

que

trabaje tanto en favor como en

contra de

las

diferencias locales. La realización de la cultura incluye procesos

de identificación y

antagonismo que

no

pueden ser totalmente

controlados,

que

s

obr

epasan las

estr

u

ct

ur as nacionales y

trans

nacionales.

Este interés por las posibilidades de

resistencia

e innovación

que existen dentro y err contra de l

as determinaciones

globales se

profundiza en la tercera parte del lib

ro

, titulada Futuros . Allí

paso revista a las articulaciones contemporáneas

de

la "diáspora  ,

ent

end

i

das

como

subv

ersion

es

potenciales

de

la nacionalidad:

modos de mantener conexiones con más de un lugar al tiempo que

se

practican

formas no

ab

so

lu

tis tas de

ciudadanía. La histo

r ia

de

20

l

as di

versas di

ásporas

se vuelve a

configurar

como una "prehisto-

ria del posco lonialismo , un fu turo

que

se halla lejos de

es t

ar

garantizado. Reflexionando aun más sob

re

los itinerarios de in ter

sección, invoco el

gesto

de Susa n Hiller, al reabrir el acopio

de

una

vida y sus posesiones,

en

su

reciente

instalación en el hogar

lo

ndinense de Sigmund

Freud:

el

Museo

Freud.

Y termino - em

piezo de nuevo- con una meditación escrita desde mi actual

r

es

idencia

en el norte de

California:

un

ensayo

sobre los contactos

transpacíficos y una yuxtaposición

de

las diferentes visiones

hi

s

tór

icas en Fort Ross, el

puesto de avanzada

más lejano del

1mperio ru so en

América

del Norte. En

estos

capítulos, los viajes

y los contactos transnacionales

d e

personas , cosas y

medio

s de

co

municación-

no

señalan una dirección

histórica

única.

El (des)

orde

n del mundo no prefigura, con

claridad

, por

qjcmplo, un

mundo

posnacional. El capitalismo contemporá

ne

o

trnbaja

en

forma flexible,

despareja,

tanto para reforzar como para

borr ar las

hegemonías

nacionales. Como nos lo

recuer

da Stuart

l lnll (1991), la economía política global avanza sobre t

er r

e

no

s

¡·on

tr

adictorios, a veces reforzando, a veces borrando

difer

e

nci

as

t ld

tu

ra

les

,

regionales

y religiosas, divisiones

por género

y de

rm ác ter étnico. Los flujos de inmigrantes, de medios de comuni

l tlción, de tecnología y

de

mercancías

produc

en efectos

igualm

ente

dcHparejos. Así, anunciar en forma reiterada la obsolescencia de

loH es

tado

s nacionales en un ga

ll

ardo

mundo

nuevo

de

libre

tercambio o cultura

ransnacional

resulta claramenteprematuro.

1 ro, al mismo tiempo -desde

la Indi

a a Nigeria, a México , a

C  nadá, a la actual

Unión

Europea-, la estabilidad

de

las un i

dnd

es

nacionales dista

mucho

de hallarse asegurada.

Esas

comu

llidndes imaginadas que

llamamos

"naciones  requieren un ma n

ln

•li

miento constante, a menudo violento. Es

s,

en un

mundo de

nli

graciones y

satéli t

es

de

te

levisión , el control

de

l

as fron

t

eras

y

tl

olns esencias colectivas nunca pue

de

ser absoluto ni

du r

ar mucho

ti<

m

po.

Los nacionalismos establecen

sus tiempos

y espacios

pnrc

nt

emente homogéneos

de

un modo selectivo, en relación con

IIII IVOS flujos transnacionales y

formas

culturales,

tanto

domi-

  1\tcs como subalternos. Las

identidades

diaspóricas e h íbridas

pt·oducidas por estos movimientos pueden

ser

tanto restrictivas

10 li

be

radoras.

Unen idiomas, tradiciones y lugares

de

ma ner a

¡•onctiva y creativa, articulando patrias

en co

mbate, fuerzas de la

llll lmoria,

esti

los de

transgresión,

en am

bi

gua re lación con l

as

21

Page 10: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 10/66

estructuras nacionales y transnacionales. Es difícil evaluar inclu-

so percibir, toda la

gama

de prácticas que

así

surgen. '

En

1996, estamos familiarizados con la vigencia virulenta de

los nacionalismos. Si bien en estos ensayos enfatizo los procesos

culturales que complican, cruzan e

ignoran

las fronteras y las

comunidades nacionales, no pretendo sugerir con ello que tales

procesos existen

fuera

de los órdenes dominantes de

la

naciona

lid

ad

y

la transnacionalidad (a

mpliamente capitalista).

Y,

si bien

es posible encontrar

un

optimismo cauteloso

en

las experiencias

transculturales subalternas y no occidentales (aunque más no sea

como posibles alternativas al sentido único de viajar hacia Occi

dente ), no

hay

razón para suponerque las prácticas de pasar de

un

lado a otrosean siempre liberadoras ni que organizar una identidad

autónoma o una

cultura

nacional

sea

siempre

una actitud

reaccio

naria. La política de la hibridez es coyuntural y no puede deducirse

de principios teóricos. En

la

mayoría de los casos, lo que importa

políticamentees quién despliega la nacionalidad o la transnaciona

lidad.'

la

autenticidad o

la

hibridez, contra quién, con qué poder

relativo y con qué habilidad

para

sostener

una

hegemonía.

Escribí estos ensayos bajo el signo de

la

ambivalencia, con

una

esperanza

siempre

tenaz. Ellos ponen de manifiesto, una y otra

vez, que las buenas y las malas noticias se presuponen recíproca

mente. No se puede pensar en l

as

posibilidades

transnac

ionales

sin reconocer

lo

s violentos desgarramientos que trae aparejada la

modernización con

sus

mercados, ejércitos, tecnologías y medios

de c o m ~ n i c c i ó n cada vez más amplios. Todos los avances y

alternativas que pueden surgir se proyectan sobre este oscuro

telón de fondo. Es

más,

a diferencia de Marx, para quien el posible

bien del socialismo dependía hi stóricamente del mal' necesario del

capitalismo, yo no preveo

ninguna

forma

futura

de resolver

la

tensión,

ninguna

revolución

ni

negación dialéctica de

la

negación.

El concepto creciente y cambiante de la guerra de posiciones de

Gramsci, su idea de una política de conexiones y alianzas parcia

les,

resu

ltan más elocuentes. Siguiendo la tradición de la crítica

cu

ltural de Wal

ter

Benjaniin, estos ensayos rastreanel surgimien

to de nuevos órdenes de diferencia. ¿De qué modos la gente

conforma redes, mundos complejos que a

la

vez presuponen y

exceden a las culturas y a las naciones? ¿Q ué formas del transna

~ i o n a ~ x i s t e

n t e

en

la

actualidad favorecen

la

democracia y

la

JUSticia social? ¿Qué aptitudes de supervivencia, comunicación y

22

tolerancia se improvisan

en

las experiencias cosmopolitas de h oy?

¿De qué

manera

encara la gente las alternativas represoras del

universalismo y del separatis mo? Al plantearnos tales preguntas,

en

las postrimerías del que, sin duda, será el último milenio

occidental , nos vemos acosados por problemas no tanto de atraso

como de anticipación. El búho de Minerva

de

Hegel emprendió su

vuelo al atardecer. ¿En qué lugar de la

tierra

que rota? ¿Qué puede

conocerse al amanecer? ¿Quién puede conocerlo?

Pensar históricamente implica s

ituar

se uno mismo en el

espacio y

en

el tiempo. Y una ubicación,

en

la perspectiva de

este

bro, es un itinerario antes que un espacio con fronteras: una serie

de encuentros y traducciones. Los ensayos que siguen intentan

dar

cuenta de sus propias ru tas , sus espacios y tiempos de producción.

Por

sup

uesto,

asumir

una responsabilidad total es algo esquivo,

co

mo ocurre con el sueño del autoconocimiento.

El

tipo de análisis

localizado que p ropongo es

más

contingente, y en sí mismo parcial.

l)a por se

ntado

que todos los conceptos significativos,

in

cluido el

tórmino viaje

  ,

son traducciones construidas a partir de equiva

lencias imperfectas. Uti l

izar

conceptos comparativos en forma

lo

calizada significa tomar conciencia, siempre tardía, de los límites,

lus significaciones sedimentadas, la s tendencias a pulir l

as

diver

Hdades. Los conceptos comparativos -términos de traducción

HOn aproximaciones que privilegian ciertos originales y que están

pensados

para

audiencias específicas. Así, los significados amplios

que posibilitan proyectos como el mío fracasan necesariamente

co

mo

consecuencia del alcance mismo que logran. Esta mezcla

•x

ito y fracaso es

un

dilema común para quienes

intentan pensar

en forma global-suficientemente global- s

in aspirar

a

la

vis ión

panorámica

ni

a

la úl tima

palabra. Mi uso dilatado del término

v

iaje avanza hasta cierta distancia y luego se desarma en

('xperienci

as yuxtapuestas

y no equivalentes, a las que aludo

ut ilizando otros términos de traducción: diáspora  , frontera ,

inmigración , migración , turismo , peregrinación , exilio .

No cubro esta gama de experiencias. Y en realidad, dada la

contingencia histórica de l

as

traducciones, no existe una localiza

ción única a

partir

de la cual pudiera producirse

una

explicación

comparativa total.

23

Page 11: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 11/66

Los ensayos aquí recogidos son caminos, no un mapa. Como

tales siguen el contorno de un paisaje intelectual e institucional

específico, un terreno que he

tratado

de evocar con la yuxtaposición

de textos referidos a ocasiones diferentes y sin unificar la forma y

el

est

ilo de mi escritura. El libro contiene extensos artículos

académicos, basados y discutidos según caminos convencionales.

También incluye una conferencia, la reseña de un libro y varios

ensayos que

responden

a contextos específicos de exhibición cul-

tural-museos

y espacios de patrimonios he redados- escritos en

un tono directo, a veces

francamente

subjetivo. Algunos experi-

mentos en escritura de viajes y collages poéticos se entremezclan

con ensayos formales. Al combinar géneros, registro y comienzo a·

historizar la composición del libro, sus diferentes audiencias y

ocasiones. La cuestión no es dejar de lado el rigor académico.

La

s

secciones del libro

escritas

en un estilo analítico

serán

uzgadas de

acuerdo con los estándares de la crítica actual. Pero el discurso

académico, ese c onjunto evolutivode convenciones cuyos apremios

respeto, condensa procesos de pensamientoy sentimientos que se

pueden experimentar

en

formas diversas. La mezcla de estilos

evoca

estas

prácticas múltiples y d

espa

r ejas de investigación,

haci

en

do visibles los límites del trabajo académico.

El propósitode mi collage no es opacar sino más bienyuxtaponer

distintas formas de evocación y análisis. El método del collage afirma

una

relación

entre

elementos

heterogéneos en

un

conjunto

significativo. Une sus partes sin dejar de sostener la tensión entre

ellas. El presenteconjunto desafia a

lo

s lectores a comprometerse con

sus distintas partes de modos diferentes, a la vez que permite a las

piezas interactuar en estructuras

más

amplias de illterferencia y

complementariedad. La estrateg ia no es só

lo

formal

o

estética. A

lo

largo del libro,he buscado un métodopara marcary cruzarfronteras

(en este caso, aquellas vinculadas con la expresión académica).

Mi

intención ha sido mostrar que los dominios discursivos, tanto como

la s culturas

se constituyen

en

sus

márgenes controlados y

transgredidos. El capítulo 3, por ejemplo, describe la configuración y

reconfiguración históricas

de la nvestigaciónantropológica objetiva ,

en

una

relación de diálogo y conflicto con las prácticas

s

ubjet ivas

de los viajes y

su

escritura. Los géneros académicos son pasibles de

relaciones, transacciones y cambios.

n medias res es obvio que este libro no se encuentra termi-

nado. Las exp

lor

aciones personales

dispersas

a

lo

largo de

sus

24

páginas no constituyen revelaciones de

una

autobiografía sino

at isbos de algún sendero específico entre otros. Las incluyo en el

convencimiento de que cierto grado de autoubicación es posible y

valioso, en particular cuando se apunta más allá del individuo,

hacia redes persistentes de relaciones.

Por

eso, la lucha por

p

er

cibir ciertos márgenes de

mi

propia perspectiva no resulta

un

fin en sí misma sino una

pr

econdición para los esfuerzos de

atención,

interpretación

y alianza. No acepto que cualqui er perso-

na deba permanecer inmovilizada en función de su identidad  ;

pero tampoco

puede

uno desprenderse de estruct

uras

específicas

de raza y cultura clase y casta, género y sexualidad, medio

ambie

nte

e historia. Entiendo a estos, y a otros

determinante

s

transversales, no como patrias, elegidas o forzadas, sino como

1 gares en los viajes por el mundo, encuen tros difíciles y ocasiones

para el diálogo. Se sigue de esto que no cabe busc

ar

remedio para

los problemas de la política cultural en alguna vie

ja

onueva visión

de consenso o de valores un iversales.

Lo

único que existe es más

traducción.

Los ensayos recogidos aquí

trabajan

con este dilema. ¿Es

po

sible

ubicarse históricament

e,

para transmitir un

relato

global

coherente, cuando se entiende la realidad hi stórica como una serie

inconclusa de encuentros?

¿Q

actitudes

de tacto, receptividad y

nutoironía pueden conducir a entendimientos no reduccionistas?

¡,Qué condiciones se

requieren

para

una

traducción seria entre

di versas

rutas

en una modernidad interconectada pero no ho-

mo

génea? ¿Podemos reconocer a

lt

ernativas viables

para

el viaje

Occidente , viejos y nuevos caminos?

Frente

a semejantes pre-

¡runtas, los escritos recogidos

en

tin erarios transculturales luchan

por sostener alguna esperanza y

una

incertidumbre lúcida.

25

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8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

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VI JES

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Mapa de barras construido con madera, fibras, conchas y coral, circa

1890. Estos mapas eran utilizados por los

nat

ivos de las islas Marshall

para encarar la navegación de larga distancia.

Mu

estran la ubicación

de las islas y las pautas del oleaje creadas por la interacción de las

masas de tierra con las corrientes y embates del océano. (Cortesía del

Museo Peabody de Arqueología y Etnología, Universidad de Harvard,

Catálogo N

2

00-8-70/55587. )

ulturas viajeras

Notas de un Conferencia titulada Estudios culturales, en el presente y

en

el

futuro , Champaign-Urbana, Illinois, 6 de abril de 1990.

Para comenzar,

una cita

de C. L R. J am

es en B

eyond

a

lou

nd ry [Más

allá

de una frontera]: El tiempo pasaba, los viejos

i perios caían y otros nuevos tomaban su lugar. Las relaciones

de

clases habrí

an

de

ca

mbiar an

tes

de

que

yo descubriera que lo

i

portante

no

es

la

cali

dad

de l

as

mercancías

ni l a

obtenc

ión

de

ltLilidades sino el movimient

o;

no el l

uga

r donde

uno

es tá o lo que

t  see, sino

de

dónde v

iene

uno, adónde va y el ritmo

según

el cual

cgará allí .

O comenzar otra vez, con los hoteles. J oseph Conrad, en las

t>rimeras páginas de Victoria: La

era

en que somos alojados, como

viajeros confundidos, en un hotel

de

mal

gusto

y bullicioso . En

'l'ristes trópicos, Lévi-

Strauss

evoca

un

cubo de

ho

r migón fuera

de

escala colocado en

el

centro de la

nueva ciudad

br asi leña

de

C:oia

nia, en 1937. Es,

para

él, el símbolo de la barbarie de la

civilización, un l

ugar de

tráns ito, no de residencia .

Tanto el hotel

como la

estac

ión , la terminal aérea o el

hospita

l,

son

lugares por los

uales

se

p

asa,

donde los e

ncuentro

s

tienen car

ác

ter

fugaz, arbi

trario

Una mani festación más

reciente

del hotel como imagen

de

lo

posmoderno,

en el nue

vo centro de Los Angeles: el Bonaventure

11 tel de J ohn Portman que evoca FredricJ am eson en su

difun

dido

en

say

o Po

stmodern

ism, or the

Cultural

Logic of

Late Capi

ta

lism .

Los farallones de vidrio del

Bona

venture se niegan a inte-

ractuar,

devol

viendo

el reflejo de los alrededores; no h

ay

una

upertura ,

no

hay una entrada principal. Adentro, un

laberinto

29

Page 14: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 14/66

confuso de nivel

es

frustra la continuidad,

ob

staculiza la caminata

narrativa

de un flcmeur modernista.

O bien comenzar con el Informe desde

la

s

Bahama

s de

June

Jordan, que narra su es tadía en un lugar llamado Hotel Sheraton

British Colonial. Una mujer negra de los Estados Unidos, de

vacaciones .. frente a su privilegio y riqueza, encuentros incómo-

dos con el o n a l que tiende

la

s camas y s irve la comida

en

el

hotel. .. reflexiones sobre las condiciones p

ara

la comunicación

humana

y l

as alianza

s que cortan

transversa

l

ment

e clase, raza,

género y pertenencias nacional

es

.

Comenzar de nuevo con una pensión lond inense. La esce-

nografía

para

Mimic Men de V. S.

Naipaul:

un

lu

gar diferente de

inauten ticidad, exilio, transitoriedad, desarraigo .

O los hoteles par isienses, hogares lejos del hogar para los su-

rrealistas , puntos de despegue

para

viajes ur banos extraños y ma-

ravillosos: Nadia Paysan de Paris . Lugares de recolección, yuxta-

posición, encuentr

os apasionados: l'Hotel des Grands Hommes .

Comenzar una vez más con la papelería de hotel y

lo

s menúes

de restaurante (con guías que

asignan estre

llas) a

lin

eándose

en

l

as

cajas mágicas de Joseph Cornell. Sin título: Hotel du Midi, Hotel

du Sud, Hotel de l'Etoile, English Hotel,

Grand

Hotel de l'Univers.

Belleza encerrada de encuentros fortuitos:

una

pluma, cojinetes,

Lauren Bacall. Hotel/autel [altar], que hac e pensar en ellos pero no

s

igual a

los maravillosos altares

reale

s improvi

sado

s a

partir

de

los objetos reunidos, en las religiones populares latinoamericanas,

o los

a

ltares domésticos, ofrendas construidas por

ar t

istas chi-

canos contemporáneos. Una

gr

ieta local/global abriéndose en el

sótano de Cornell, lleno de souveni rs de

Parí

s, el

lu

gar que

nu

nca

visitó. París, el Un iverso, sótano de una casa co{hún en Queens,

Nueva York, 3708 Utopía

Parkwa

y.

Este, como decimos a menudo, es un trabajo en

prepar

ación  ,

trabajo que entra en

un

.dominio muy amplio de es tudios cultur ales

comparativos: historias diversas e in terconectadas de viajes y

desplazamientos en las pos

trim

e

rí a

s del siglo

x x

. Dicha entrada

está marcada , fortalec

ida

y limitada,

por

trabajos previos: los

míos, entre otros. Y así voy a trabajar, hoy, a partir de mi

inves

t i

gación histórica acerca de la

pr

áctica etnográfica en sus

30

f(H·mas

antropológic

as

y exotizan tes del siglo xx. Pero el trabajo

hacia l que voy

en lu

gar

de apoyarse en mi trabajo previo,

lo

ubica

.Y

desplaza.

Tal vez podría empezar con

una

coyuntura de viaje que ha

ll egado a ocupar, en mi pensamiento al menos, un lugar

pa r

adig-

tiHlLi

co.

Llamémosle el efecto Squanto . Squanto fue el indio que

dio la bienvenida a los peregrinos de 1620 en

Pl

ymouth, Massachu-

c • U s que los ayudó a

atravesa

r

un

duro

in

vi

ern

o, y que hablaba

buen inglés. Para

imaginar

el efecto ca

bal

de

ese

encuentro,

hay

que recordar cómo era el Nuevo Mundo  en 1620: se podía oler los

pinos en el mar, a noventa kilómetros de la costa.

Pi

é

nsese

en lo

que fue llegar a un nuevo lugar como ese y tener la pavorosa

t•xpe riencia de toparse con

un

patuxet que acababa de

regresar

de

l•:ul'opa.

Un

na tivo que desconciert a por lo híbrido, encontrado

en

los

l'

onfines de la tierra, ex trañamente familiar y distinto , por esa

iHma famil

iaridad

no procesada. El t ropo se vuelve cada vez

mñs común en

lo

s escri tos de viajes y organiza implícitamente

l01;

informes posmodernos como el Video ight in Kathmandu

dP

P

ico

I

ye r

. Y

me

recu

erda

mi

propia

invest

igación

históri

ca de

u n t r o s específicamente antropológicos, en los cuales siem

pre

1 11oco

contra una figura problemát ica, el informante  .Muchos de

t•

Hos in terlocutores, individuos complejosrutinariamente pre

para

-

doH para hablar en consideración

al

conocimiento cultural  , re -

 

'

tan

tener

sus propias inclinaciones etnográficas e intere-

hi stori

as

de viaje . la vez de adentro y de afuera, buenos

tmductores y explicadores,

saben

lo que

es

vi

aja

r. L

as

personas

t•HLudiad

as

por los antropólogos ra ra vez han sido hogareñas.

Algunos de ellos, por lo menos, fueron viajeros: trabajadores,

¡wl'egrinos, exploradores, conversos religiosos u otros especialis-

t IHde l

arga

di

stan

cia  tradicionales (Helms, 1988). En

la

h

istor

ia

clt•

la antropología del siglo

xx,

los informa

nt

es

aparecen prim

ero

r•nmo nativos y luego surgen como viajeros. En r ealidad, como

pt'opondré, son mezcla s específicas de ambos.

La etnografía del siglo una práctica del viaje moderno,en

c•Htado de

evolución- se

ha vuelto cada vez

más

cautelosa con

•••Hpec to a ciertas estrategias localizadoras, en el proceso de

t•onstrucción y representación de l

as

culturas . Me detendré

en

ulgunos de estos movimientos localizadores en la primera parte de

icharla. Pero debería aclarar de inmediato que voy a hablar aquí

31

Page 15: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

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de

un

tipo ideal de antropología disciplinaria correspondiente a

mediados del siglo x:x. Han existido excepciones, y también es

cierto que si

empre

se h an cuestionado

esas es t

rategias normati

vas .Mi objetivo, al criticar

un

conjunto de

práct

ic

as

de algún modo

hipersimplificadas, no consiste primari

amente

en decir que h an

sido erróneas, mendaces o políticamente incorrectas. Cualquier

enfoque es, en definitiva, excluyente; no h

ay

metodologías políti-

camente

inocentes en

materia

de

in terpretac

ión

in t

ercultural.

Es

in

evi

tabl

e a

lguna

es t

rategia

de localización si

es qu

e

van

a

re

-

pr

ese

ntarse

modos de vida significat i

vame

nte di

st

intos. Pero,

cuando decimos local , ¿en los términos de quién lo hacemos? ¿De

qué modo se

articu

la y cuestiona políticamente

una

diferencia

significativa? ¿Quién determina dónde (y cuándo)

un

a comunidad

traza

sus límites, da nombre a sus miembros y excluye a los no

miembros? E

stas son

cuestiones de

importancia es tra t

égica. Mi

objetivo, en

primera inst a

ncia, es plantear la cuestión de cómo el

anál

isis c

ultural

con

st

it uye

sus

objetos

-socieda

des, tradiciones,

comunidades, identidad

  s

en términos espaciales y a tr avés de

prác t

icas de

in

vestigación espaciales especí

fi

cas.

1

Concentrémonos

por

un

mome

nto en

dos fotografías

que

fi

g

ur

an casi

al

comienzo de

Los argonautas del Pacífico occidental

de Malinowski , probablemente uno de los textos fundamentales

que establecieron la

norma

disciplinaria moderna de

un

tipo de

observación participativa. Ese trabajo de campo rec

hazaba

cierto

est

ilo de investigación: vivir ent re otros blancos, convocar a infor-

mante

s

para ha b

lar sobre

la cultura nativa

en

un campam

e

nto

adyace

nte

o en una veranda, salir oc

as

ionalmente para visitar la

a

ldea

. El

trabajo

de campo que proponía Malinowski r eque

a, en

cambio, que uno viviera todo el tiempo en la aprendiera la

lengua de sus habitantes y se

transformara

de modo activo en

un

pa

rticipant

e-obse

rvador se

rio. L

as

fotografías

que

figur

an

al

comienzo de Los argonautas

la

s

tomas

I y II,

representan la carpa

del

et

n

ógraf

o  , e

mplazada

en medio de

las

chozas de los tro bri

an

d.

Una

de ellas muestra a un pequeño grupo en una playa,

pr

eparán

do se para

iniciar l

as

actividades mar

in

eras de cuya crónica

se

ocupa el libro: el ciclo del in tercambio kula . La otra mue

stra

la

choza personal del je fe en l a

aldea omarakana

y, muy próxi

ma

a

ella, la carpa del inves tigador. En el texto, Malinowski defiende

este

es tilo de residencia/investigación como

un

modo (relativa -

mente) no

intru

sivo de compartir la

vida

de quienes

están

bajo

32

observación.

En

realidad, cuando comprendieron que

yo

pondría

mis narices en todo, incluso

en

aquello que ningún nativo educado

H

atrever

ía a

husmear, terminaron

por consi

derarme

como

uña

y

carne de su propia vida, como

un

mal o una molestia necesarios,

mitigados por donaciones de tabaco.

También

propuso

una

espe-

cie de panóptica. No había necesidad de buscar los acontecimientos

importantes

en la

vida de los trobriand:

ri t

uales, desacuerdos,

curas, hechizos o

muer

tes. Todo suced ía

ante

mis propios ojos,

en

< 1

umbral de

mi carpa, por así

decirlo.  (

Ma

linowski, 1922:8). (Y

<n este

senti

do,

sería in teresan

te analizar la imagen/tecnologíade

l

carpa

de inv

es t

igación: su movilidad; sus lon

as

delgadas que

proveen

un

interior donde pueden

guar

d

arse

cuadernos de notas,

com id

as

especiales, una máquina de escribir; su función como una

hu

so de opera ciones

separadas en gra

do mínimo de la acción .)

2

Hoy en día, cuando vemos

estas

imágenes de

carpas en las

rddcas, nos formulamos diversas preguntas: ¿Quién, exactamente,

< H

el observado? ¿Q

uién está

localizado cuando

se permite

que

la

l n

rpa del etnógrafo se ubique

en

el centro de la aldea? A menudo,

lw; observadores

cult

ur ales, los

antro

pólogos,

se

encuentran ellos

rni

smos

en la

pecera, bajo vigilanc ia y como objetos de observación

por ejemplo, por

parte

de los niños omnipresentes, que no los dejan

t•n paz). ¿Cómo in tervienen los espacios políticos? Es importante

quo la

carpa

de Malinowski se encu

entre

al lado de la casa deljefe.

PtlrO ¿cuál jefe? ¿Cuáles son

la

s relaciones de poder? ¿Qué

apro

-

pia

cio

nes opuestas pued

en

estar ocur riendo? Todas

estas

son

pr

·cg

untas

poscoloniales

qu

e

-podemos

suponerlo-

la

fotografía

rto

provocó en 1921. En ese entonces, la imagen r epresen

taba

una

l

trc

rt

e estrategia

de

localización:

centra

r

la cultura

en

tor

no de

un

·us particular , la

aldea

y en torno de una práctica espacial de

i d e n c i a investigación que en

sí misma

dependía de una loca-

n c i ó n

complementar

ia:

la

del

campo.

Las

aldeas,

habitadas

por nativos,

son

sitios limitados,

par-

1

k ularmente

aptos para la

visita

intensiva

de los antropólogos.

1

11· ante mucho tiempo, han servido como centros

ha b

itables,

tl

nlinibles como

mapas

de la comunidad y, por extensión, de

la

t• ultura . Después de Malinowski, el trabajo de campo entre los

tivos tendió a definirse como

una

práctica de ca

-r

esidencia

más

qu

e de viaje, o incluso de visit a . Y ¿qué lugar más natural que

su

pi Opia aldea para vivir con la gente? (Podría agregarse que

la

lm

:nl

iz

ación en

la

aldea

era

po

rtáti

l:

en

l

as gr and

es feri

as mun-

33

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fundamental para superar el enfoque etnográfico sobre culturas

separadas e

in t

egrales. Más que

pensar en

alineamientos sociales

como autodeterminantes , escribe Wolf, necesitamos - desde el

inicio de nuestras investigaciones- visualizarlos en sus múltiples

conexiones

externas

  (1982:387). O, siguiendo

otra

corriente

antropológica actual, consideremos una frase en el inicio del

intrincado trabajo de entrecruzamiento etnológico de James

Boon, ffinities and Extremes [Afinidades y extremos]: Lo que se

denomina comúnmente

cultura

bali es una invención de múltiples

autores, una formación histórica, una promulgación, una cons

trucción política, una paradoja cambiante, una traducción conti

nu a

,

un

emblema,

una

marca, una negociación

sin

consenso de

identidades contrastantes y muchas cosas más (1990:ix). La

cu

ltur

a antropológica no

es

hoy lo que era antes. Y una vez que

se percibe el desafio de la representación, como el retrato y la

comprensión de encuentros históricos locales/globales, coproduc

ciones, dominaciones y resistencias, es necesario concentrarse

tanto

en experiencias híbridas, cosmopolitas, como

en

otras en

raizadas, nativas. En la problemática que me interesa ahora , el

objetivo no

es

reemplaz

ar la

figura

cultural

del

na t

ivo por

la

figura

intercultural

del viajero .

La tarea,

más bien, es observar

las mediaciones concretas entre ambos, en casos específicos de

tensión y relación histórica.

En

diversos grados, los dos son

constitutivos de lo que contará como experiencia cultural. No

propongo que hagamos del margen un nuevo centro ( nosotros

somos todos viajeros) sino que las dinámicas específicas de resi

dencia/viaje

sean

comprendidas comparativamente.

l inclinar

la

bal

an

za hacia

el viaje, como lo.estoy haciendo

aquí, el cronotopo de la cultura (un conjunto o escena que

organiza el tiempo y el espacio en

una

forma

tota

l representable)

viene a parecerse tanto a un sitio de encuentros de viaje como a

una residencia; es menos una carpa en una aldea o

un

laboratorio

controlado o un lugar de iniciación o habitación que un hall de

hotel, un café de ciudad, un barco o un autobús. Si repensamos

la cultura

y

su

ciencia;

la

antropología,

en

términos de viaje,

la

tendencia orgánica,

naturalizant

e, del término cultura -vista

como un cuerpo enraizado que crece, vive y muere- queda cues

tionada. Se ponen de relieve y se ven con mayor claridad las

historicidades construidas y disputadas, los sitios de desplazamien

to, interferencia e interacción.

7

38

Para

insis

tir

en este punto: ¿Por qué no concentrarse en el

alcance más lejano a que puede llegar el viaje en una cultura y,

la z  observar sus centros, s

us

aldeas, sus

lu

gares de campo

intensivos? ¿De qué modo negocian los grupos mismos al estable

cer relaciones extern

as

y cómo una cultura puede ser también un

Htio de viaje para otros? ¿De qué modo son atravesados los

t•spacios desde afuera? ¿Hasta qué punto el núcleo de un grupo es

In periferia de otro? De

an a

lizar el

tema

de este modo, no cabría

ninguna posibilidad de

relegar

a los

márgene

s a

una

l

arga

li

sta

de

tores: misioneros, conversos, informantes alfabetizados oeduca

dos, mestizos, traductores, funcionarios de gobierno, policías,

mercaderes, exploradores, turistas, viajeros, etnógrafos, peregri

nos, sirvientes, anfitriones, trabajadores

migrantes

,

inmigrantes

rocientes. Se necesitan nuevas estrategias representacionales y

t•ll

as

es

tán

emergiendo bajo presión.

Permítanme

evocar rápida

nt

cnte varios ejemplos, a modo de notas para analizar la cultura

(junto con

la

tr adición y

la

identidad)

en

términos de relaciones de

viajes.

Nativos excéntricos. El caso más extremo que conozco de

ll

nc

edores viajeros de

la cultura

indígena es

una

historia

que

t

•M

ruché contar a Bob Brosman, un músico e historiador no acadé

nti

co de

la mú

sica ,

que

por varios años

se

dedicó a traer música

t

t'lldicional de Hawaii al continente. Brosman se había compene

¡,

·ndo mucho con la familia Moe (pronúnciese Moay ), un grupo de

tttlérpretes veteranos que tocaban la

guitarra

hawaiana, canta

lutn y-bailaban. El trabajo de

la

familia Moe

representa la

versión

ntH

S auténtica de los es tilos vocales y de

guitarra

hawaiana de

t•wn ienzos del siglo xx. Pero acercarse a la música tradicional

lt

nwaiana a

través

de los Mo e

trae

aparejados algunos resultados

uorprendentes, ya que su experiencia ha estado íntimamente

t•on

¡ ¡

ustanciada con una práctica de viaje casi permanente .

Por

vnt·

in

s razones, los Moe

pasaron

a

lr

ededor de cincuenta y

se

is años

movimiento , casi sin volver a Hawaii. Tocaban música hawa

innn en shows exóticos por todo el Lejano Oriente, Sudasia, el

Mt•d

o Oriente, Africa del Norte, Europa oriental y occidental y los

J  KUU. Y tocaban,

también

,

toda la gama

de la música

popen

lou circuitos hoteleros. Ahora, con sus ochenta años, los Moe han

tt•grcsado recientemente a Hawaii donde, impulsados por reviva-

f lll   s como Brosman, están componiendo música auténtica  de la

pt mera y segunda décadas del siglo.

39

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Bob

Brosman

trabaja en un filme sobre los Mo e que promete

ser muy

interesa

nte, en parte gracias a l

as

filmaciones que hizo

uno de los integrantes del

gr

upo, Tal Moe, de las actuaciones que

ofrecía el conjunto en dist

in

tos lugares. Así, la película de Brosman

puede presentar la visión del mundo de un

via

jero de H

awa

ii y, al

mismo tiempo , plantear la cuestión de cómo la familia Moe man

tenía

un senti

do de identidad en Calcuta,

Estambu

l, Alejandría,

Bucarest, Berlín, París, Hong Kong. ¿De qué modo resguardaban

su condición de

hawaianos

en

co

n

stante

interacción

co

n diferent

es

culturas, músicas y tradiciones de danza (influencias que ellos

incorporaban en sus actuaciones si les resu ltaba necesario ? ¿Cómo

preservaron

e inventaron un sentido de hogar hawaiano

durante

cincuenta y seis años en ambientes t r ansitorios, híbridos?Y¿cómo,

en la actualidad, se recicla

su

música

en

la continua invención de

la autenticidad hawaiana?

Esta

historia de residencia-en-viaje es

un caso extr emo, no cabe duda. Pero la experiencia de los Moe

resuena de una manera

ext

raña. (E

nt r

e paréntesis, también supe

por la

in

vestigación de Brosman que la guitarra de acero nacional,

un

instrumento popular en todo Est ados Unidos en las décadas de

1920 y 1930 y a menudo llamada la g

uitarr

a hawaiana , fue

inventada en realidad

por

un

inmi

g

rant

e checo res idente de

Cal ifornia.) .

Veamos otros eje.mplos de una

etnograf

ía

qu

e

se

ocupa de l

as

relaciones de la cultura-como-viaje. Uno bueno es

una

película de

Bob Connolly y Robín Anderson,

Joe Leahy s Neighbors

[Los

vecinos de

Jo

e Leahy]. (La acción, en

su

antecesora :más conocida

First Contact

[Primer contacto],

transcurre

a.comienzos del siglo

xx

en Nueva Guinea.) J oe Leahy, producto del mestizaje

co

lonial,

es un empres ario exitoso: tiene hijos en escuel

as

australianas, una

a

nt

ena

sa

tel

ital en

el patio de

su casa

en las tie

rras

a

lt

as de Nueva

Guinea . Connolly y Anderson incluyen los viajes de Leahy a Port

Moresby y a

Austra

lia,

sin

dejar

de

mostrar

sus

re

laciones ambi

guas con los habitantes locales, sus parientes. El empresario pa

rece estar explotando a sus vecinos , que se resienten por su

riqueza. A veces, el filme lo

mue

str a como un individualis

ta

des

controlado, indiferente a sus demandas; en otras ocasiones, dis

tribuye regalos, ac tuando

co

mo un

gran homb

re dentro de una

economía tradicional.

Jo

e Leahy parece moverse dentro y fuera de

una

cult

ur

a melanesia reconocible. Malinowski no habría elegido

nunca este tipo de enfoque. Aquí , no sólo el na tivo es un viaj

er

o en

40

el

i ~ t e m a

mundia l sino que el e

nf

oque se centra en un personaje

a tipico,. unayersona fuera de lugar pero no del todo: una persona

la h i s t o . n Joe Leahy es el tipo de

figura

que

aparece

en los

lt.bros de v ~ a J e , a pesar de estar ausente de las etnografías tradi

CIOna les.

Sm

embargo, no es simplemente un individuo excéntrico

o aculturado. Mirando el filme de Connolly y Anderson no sabe-

. . .

a n c i a cierta si Joe Leahy es un melanesio capitalista o un

capltahs

ta

melanesio,

un

nuevo tipo de

gran

hombre, todavía

ntado de

maneras

complejas a sus vecinos celosos y más tradicio

nales. El pertenece y no

pertenec

e a la cult

ura

local.

. En el dominio de l

as

películas etnográficas,

habría

quemen

n a r

a Jean Rouch como

un

prec

ur

sor .

Su fi

lme Jaguar,

por

OJe mplo, es

una

historia de viaje ma ravillosa (real) que transcurre

C n

A f r i c ~ _ ü c c i d e n ~ a l

a comienzos de 1950. Rouch sigue a tres

hombresJovenes mientras se dirigen desde Mali hacia las ciudades

de lo que entonces se llamaba la Costa Dorada, en busca de

nventura, d_versión, prestigio, dote matrimonial. En una especie

de

etnografw verdad,

los

tres actúan

su propio personaje para las

c ~ n : a

r a s ; ~ s u comentario grabado/su hi sto ria de viaje/ su mito del

VIaJe

termma

al

mi

smo tiempo que la

banda

sonora.

Podría

decirse

sob

re

el realismo peculiarmente se ductor, problemático y

l o g ¡ c o de Jaguar

.

Baste decir que la actuación cultural del

l1l es un encuentro entre viajeros. Rouch incluido. Y los perso

ll f\jes en esta

~ l í c

casera se representan  a sí mismos, para la

fÍ mara, como mdividuos y como tipos alegóricos.

Otros ejemplos : la muy compleja

lo

calización del libro de

Michael Tauss ig Shamanism

Colonialism

and

the Wild

Man

C h a m a n i s m ~ :

colonialismo y el hombre

sa

lvaje].

Su

campo

1 la reg¡on del Putumayo en Co lombia y Amazonia, la región

( ~ n . t l g u a de

~ o s

Andes, los cha

mane

s

indígenas

migrantes, los

~ l a J e

m e s t ~ z o s

en

bu

sca de c

ur

ación,

un

antropólogo e

rr

ante,

l

as

IITupcwnes VIO lentas del comercio mundial

durante

el boom del

mucho en 1890, determinados actualmente

por

las políticas de

e s a r r o l ~ del Banc?

Mun?

ial. La extensa etnog¡·afía de Taussig

(de a

mbiCIOn

es casi melvilleanas) describe una región en rela

t·iones ~ l i s t ó r i c de viaje (que incluyen la conquista, la cura, el

t•omercw

Y

la

mutua

apropiación ideológica). Como

han

destacado

<

eorge Marcus y Michael Fischer , se necesitarán formas innova

de etnografía multilocal

para

hacer

justici

a a las fuerzas

políticas, económicas y culturales transnacionales que

atra

viesan

41

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8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 20/66

y const ituyen los mundos locales o regionales (1986: 94-95). Así,

también, las historias específicas de movimiento poblacional,

exilio y migración laboral requieren nuevos enfoques para poder

representar las "c

ulturas

de la diáspora

  . El trabajo

multifacético

de crítica cultural etnográfica de Michael Fischer y Mehdi Abedi,

DebatingMuslims

[Deb

at

iendo en tornode

lo

s mu sul manes], es

un

caso paradigmático en este

sent

ido. Subtitulado "Diálogos cul

turales en la posmodernidad y la tradición", el trabajo (des )loca

liza la cultura islámica

iraní

en

un

a historia de relaciones naciona

les y tr ansnacionales. Un capítulo

transcurre

en Houston, Texas.

Culturas viajeras. Se podrían citar muchos m

ás

ejemplos,

abriendoun campo comparativo intrincado. Hastaahora, he hablado

de

lo

s modos en que la gente deja el ho

gar

y regresa, representando

mundosdiferentementecentrados, cosmopolitismosinterconectados.

A esto debería agregar: si tios at ravesados por turistas, por tubería s

de petróleo, por mercancías occidentales, por señales de radio y

televisión. Por ejempl

o,

la etnografía de Hugh Brody Maps and

Dreams

[Mapas y sueños] se concentra en prácticas espaciales

conflictivas

-modos

de ocupar, moverse,usar, trazar mapas- de los

cazadores

atapas

cas y de l

as

compañías de petróleo que

están

instalando tuberías a través de sus territorios. Pero aquí cierto

concepto normativo y la historia in-corporada a la palabra "viaje"

comienzan a pesar con fuerza. (¿Puedo

yo,

sin vacilaciones serias,

traducir la caza atapasca co-mo viaje? ¿Con qué violencia y con qué

pérdida de especificidad?)

La antropóloga Christina Turner me ha llamado la atención

sobre

este

punto. ¿Squanto

como norma

emergente? ¿Los infor

mantes etnográficos como viajeros? Sin embargo, los informantes

no son todos viajeros

ni

tampoco son todos nati

vos'.

Muchas perso

na

s eligen limitar su movilidad, e incluso muchas son mantenidas

"en su

lu

gar" por fuerzas represivas.

Turner

realizó un trabajo

etnográfico con muchas trabajadoras de fábricas japonesas, muje

res que no han "viajado", en el sentido convenciona l del té rmino.

Ellas mir

an

televisión; no tienen

un sent

ido de

lo

loca1/global;

cont radicen las tipificaciones de la antro póloga y no representan

sencillamente

una

cultura. Pero

sería un er ror

, me dijo Turner,

insistir en el "viaje" li

tera

l.

Este

plantea demasiadas preguntas y

sobre todo restringe la cuestión de cómo los sujetos

está

n cultural

mente "localizados". Sería mejor subrayar difere

nt

es modalidades

de conexión adentro-afuera, r ecord

an

do que el viaje, o el desplaza-

42

nlicnto, pueden incluir fuerzas que atraviesan espac

io

s: la tele

vi  ; ión, la radio, los turistas, l

as

mercancías, los ejércitos.

8

El an álisis de Turner me conduce a mi último ejemplo et

nográfico, el libro de

Smadar

Lavie, The Poetics of Military Occu-

¡wtion [La poética de la ocupación militar]. La etnografía de Lavie

Hobre los beduinos

transcurre

en el s

ur

del S

inaí

, una tierra

in

memorial atravesada

por

todo tipo de personas, recie

nt

emente

por una ocupación israelí que fue seguida ipso facto por una

orupación egipcia.

La

etnografía

muestra

a los beduinos

en sus

l'llrpas contando historias, haciendo chistes, r iéndose de los tur is

l ns

quejándose del dominio militar, orando y haciendo tod a clase

d<' cosas tr adicionales"... pero con la radio encendida, con el

HPrvicio Mundial de la BBC (en versión

ára

be). En la etnografía de

1

nv ie,

se

escuch a el mu

rm

ullo de

esa

radio.

"Shgetef, ¿podrías servir

un

poco de té?" El

Ga

lid lo pide

lánguidam

e

nt

e

al Tonto local. Shgetef entra en el ma g'ad y por enésima vez sirve más

tazas de du lce té

ca

liente.

"Entonces, ¿qué dicen

la

s noticias?" pregunta el Galid al hombre

que

t iene la oreja pegada a la radio de

tran

sistores, pero sin esp

erar

respuesta.

"Lo

dir

é", dice el otro con

un

a expresión

entre seria

y

divertida.

Na

die resolverá los probl

emas entre Ru

sia y

EE.UU.

Sólo los

chinos

encontrarán

tal vez

una

salida. Y cuando ll

eg

ue ese dí a,

en

que

conquisten el Sinaí, terminará la historia."

Es un buen retruécano - la palabra árabe para "Sinaí" es Sina para

chino

  ,

ini y nos reímos

de

buena gana. Pero Shgetef, traicionando

quizá su profunda

sa

biduría de tonto, nos observa con los ojos bien

abiertos.

El Galid continúa. "Los griegos

estuvieron aquí

y dejaron el Monasterio

(Santa

Katarina),

los turcos estuvieron aquí

y

dejaron el Castillo (en

Nuweb'at Tarabin),

y

los ingleses trazaron mapas,

y

los egipcios tra

jeronel ejércitoru so y algunos pozos de pet róleo),y los israelíes trajeron

a los

norteamericanos

que

hi

cieron películ

as

con l

as montañas,

y

turistas de Francia y J apón, y buceadores de Suecia y Australia,y confía

en que Alá te sal

ve

del demonio, nosotros los Mzeina no somos sino los

peones en

manos

de todos ellos . Somos como

guijarros

y como la s gota s

de la shiza."

Todos

sa

lvo Shgetef vuelven a reírse a carcajadas. El coordinador me

señala con su la rgo dedoíndice, diciendo con voz

de mando

"Pon todo esto

por escrito, ¡Tú que nos Escribes "

Di

Illi Tuktubna

uno de

mis dos

apodos mzeini ). (1990:291)

43

Page 21: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 21/66

Antes de pasar a la seg

unda parte

de

mi

charla, debería decir

que he restringido deliberadamente este an álisis a ejemplos de

etnografía/antropología exótica.

Por

supuesto, el campo de

la

práctica etnográfica es mucho

más

amplio y diverso. El regreso

reciente de la antropología a las metrópolis, la creciente práctica

de lo que se llama

en

el oficio estudio de elites (estudio de

instituciones de elite), estos y otros desar rollos han sugerido y

vuelto a sugerir múltiples conexiones: con

la

etnografía sociológi

ca, con

la

hi

storia

sociocultural, con

la

s comunicaciones y con

la

crítica cultural. Los antropólogos

ahora

se e

ncuentran en

una

posición mucho mejor

pa r

a contribuir a los es tudios culturales

genuina

ment

e comparativos y no teleológicos, un campo que ya no

está

limitado a

las

sociedades avanzadas ,

tardíamen

te capita

listas . Es necesario que diversos enfoques etnográfico/históricos

trabajen

conjuntamente en l

as

complejidades de la localización

cultural en situaciones poscoloniales o neocoloniales, en la mi

gración,la inmigración y

la

diáspora,

en

los diferentes caminos que

atraviesan la modernidad (véase el capítulo 3).

Estas

son algu

nas de l

as áreas en las

cuales puede participar una etnografía

antropológica reconstru ida, aportan do

su

enfoque

inh

erentemen

te bifocal, s

us

prácticas de investigación intensiva, sus formas

distintivas y

cambiantes

de viaje y enunciación.

9

Comencemos

otra

vez con

esa extraña

evocación de hoteles.

La escribí al retomar

un

ensayo anterior sobre el surrealismo y el

París

de

las

décadas de 1920 y 1930.

Estaba

apapullado por la

cantidad de

surrealistas

que vivían

en ho t

eles o

lugares

transito

rios semejantesa hoteles,y pasaban su tiempo entrandoy sa liendo

de París. Comencé a

ver

que el movimiento no

estaba

necesa

ri a

mente

centrado

en Parí

s,

ni

s

iquiera en Europa

. (

París

puede

haber

sido la capital del sigloXIX de Walter Benjamín .. pero ¿era

la capital del siglo xx?) Todo dependía de cómo (y dónde) uno viera

los

productos históricos

del momento modernista.

Releyendo ese ensayo temprano,

que

entonces

titulé

Sobre el

surrealismo etnográfico y que fue reeditado en mi libro

Dilemas

de

l

cultura, me

e

ncontr

é,

un

poco perturbado, con una nota a pie

de página que terminaba así: y Alejo Carpentier, que era un

colaborador en el periódico

cuments .

Este cabo sue lto de pronto

44

me pareció crucial. ¿Podía yo revi

sar

mi visión de París, tirando

de ese hilo y volver a tejerlo? ¿Podía hacer lo mismo con otros ca

llos sueltos parecidos a él? Comencé a imaginar la reescritura de

un

París de

lo

s veinte y los

treinta

como encuentros de viaje

incluyendo desvíos del Nuevo Mundo hacia el Viejo-, un

lugar

de partidas, llegadas,

tránsitos (C

lifford, 1990b). Los

grandes

rentros urbanos podían comprenderse como sitios específicos,

poderosos, de residencia/viaje.

Me encontré

trabajando en historias

de

inter

sección: desvíos

diHcrepantes y regresos. Las nociones de

desvío

y

regreso

fueron

propuestas por Edouard Gli

ssa

nt en Le Discours Antillais [El

discurso antillano], y desarrolladas en forma productiva en una

ll'oría del habitus poscolonial por Vivek Dhareshwar (1989a,

1H89b). París como un sitio de creación cultural inclu ía el desvío y

r<

Lorno

de gente como

Carpent

ier. El

se

mudó de

Cuba

a

París

y

ltrogo volvió al Caribe y a Sudamérica, para nombrar

Lo real

maravilloso,

el realismo mágico, elsurrealismo con una diferencia.

•:

1

surrealismo viajó y fue traducido en el transcurso de esos viajes.

l'nrís incluyó también el desvío y regreso de Leopold Senghor,

Aimé Césaire y

Ousmane

Socé, que se

encontraron en

el Liceo

ou is le Grand, y

lu

ego regresaron a lugares diferentes llevando

t•onsigo

la

política cultural de

la

negritud .

París era

el chileno

Vicente Huidobro cuestionando las genealogías modernistas, pro

dnmando

que

la

poesía contemporánea comienza conmigo .

En la

Meada de 1930, estaba Luis Buñ uel moviéndose, de algún modo,

t1ntre l

as

reuniones surrealistas de Montparnasse, la

guerra

civil

t Hpañola, México y ... Hollywood. París incluía el salón de la

martiniquense

Paulette

Nardal y de

sus hermanas. Nardal

fundó

In

Revue

du

Monde Noir

[Revista del mundo negro],

un lugar

de

t·on tacto

entre

el Renacimiento de Harlem y los escritores de la

rwgritud.

En

mi

invocación de difer

entes

hoteles, los sitios

relevantes

de

r'ncuentro cultural e imaginación comenzaron a desplazarse fuera

de los centros metropolitanos como París. Al mismo tiempo, apare

t·ioron niveles de ambivalencia en el cronotopo del hotel. Al prin

ripio, concebí

mi tarea

como

búsqueda

de

un

marco para l

as

visiones positivas y negativas del viaje: el viaje, visto negativa

mente como transitoriedad, superficialidad, turismo, exilio y de

H

 

rraigo (la evocación de Lévi-Strauss de la fea estructura de

Uoiania,

la casa

de pensión lond

in

ense de

Na

ipaul); el viaje visto

45

Page 22: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 22/66

porHI

ivu•ll\'ltlt• corno exploración, investigación, escape, encuentro

y LrarHJf'ormación (el Hotel des Grands Hommes de Breton, la

epifanía

turística

de June Jordan).

El

ejercicio

también

apuntaba

hacia esa agenda má s amplia a la que he estado buscando aquí:

repensar

l

as culturas

como sitios de residencia y viaje, tomar en

serio

lo

s conocimientos de viaje. Así, la escenografía ambivalente

del hotel apareció como un suplemento del campo (la carpa y

la

aldea). Constituía el marco, al menos, de encuentros entre perso

nas

que

se hall

a

ban

de algún modo lejos del hogar.

Pero

casi inmediatamente la

imagen

organizadora, el crono

topo, comenzó a fallar. Y ahora me encuentro embarcado en un

proyecto de inves tigación,

en

el cual es cuestionable cualquier

epítome o lugar condensado de observación. La perspectiva com

parativa que me interesa no es una forma de mirada panorámica.

Más

bien, busco

una

noción de conocimiento c omparativo produci

da a través de un

itinerario,

siempre marcado por una e ntrada ,

una

hi

storia de localizaciones y

una

localización de historias:

teorías de viaj e parcia les y compuestas , para tomar prestada una

expresión de

Mary

John (1989, 1996). La metáfora del viaje, para

mí,

ha

sido

un

sueño

muy

serio de

trazar un

mapa

sin

perder

contacto con la tierra .

Tal como lo

he

reciclado en esta charla,

en t

onces, el hotel

resume un

modo de abordaje

específico de hi

stor

ias complejas de

culturas viajeras (y culturas de via

je

)a fines del sigloxx. Como dije,

el tema se ha vuelto muy problemático, en varios sentidos, inclu

yendo cuestiones de clase, género,

raza,

localización

cultural/

histórica y privilegio. Por otra parte, la imagen del hotel sugiere

una forma m

ás antigua

del viaje occidental caballeresco, cuando

las nociones de la patria y el extranjero, la ciudad y el campo, el

Oriente y el Occidente, la metrópolis y las antípodas, se

hallaban

más claramente definidas. La determi nación del viaje

según

el

género, la clase,

la raza

y

la

cultura

es,

por

su pa

rte, muy

clara.

E

l buen

via

je (heroico, e

ducati

vo, científico, aventurero,

ennoblecedor) es algo que los hombres hacen (deberían hacer). Las

mujeres se

encuentran imp

edidas de reali

zar

viajes serios. Algu

nas de ellas

van

a lugares distantes, pero en general como com

pañeras o como excepciones : figuras como Mary Kingsley, Freya

Stark o Flora Tristán, mujeres ahora

redescubiertas

en volúme

nes con títulos como

The Blessings

of

a Good Thick

Skirt o

Victorian

ady

Travellers [Las bendiciones de una

bu

ena falda

46

¡:ruesa o Las damas victoriana s viajeras] (Russell, 1986; Middle-

1 n, 1982). Las

damas

viajeras (burguesas, blancas)son inusuales,

y

HC as califica de especial

es

en los discursos y prácticas dominan

 

H Apesarde que la investigación recie nte muestra que eran más

f'rocuentes de lo que se reconocía con

anterior

idad, las mujeres

vinjcras se veían forzadas a

prestar

conformidad, a disfrazarse, o

11

rebelarse discretamente dentro de un conjunto de definiciones y

p o r i e n c i a s

normativamente

mascu

l

inas.

10

Uno piensa en la

f'11mosa

George

Sand

vistiéndose como

un

hombre

a fin de poder

r11overse

libremente por

la

ciudad, a fin de poder experimentar la

libertad de género del flaneur. O en la envidia que sentía Lady

Mnry Montague frente a la movilidad anónima de l

as

mujeres con

vt•

lo

en Estambul. ¿Y qué formas de desplazamiento, íntimamente

1\HOciadas con la vida de las mujeres, no son tomadas

en

cuenta

t'

t)lno viajes valederos? ¿Las visitas? ¿El peregrinaje? Necesita

tilOS conocer mucho más sobre cómo han viajado y viajan en la

lll'Lltalidad las mujeres,

en

diferentes tradiciones e

histor

ias. Este

I H

un tema ampliamente comparativo que sólo ahora está comen

w ndo a desplegarse: por ejemplo, en el trabajo de

Sara

Mills

(1

9 0 , 1 9 9 1 ,

Caren Ka plan

(1986,1996) y

Mary

Louise

Pratt

11992, caps. 5 y 7). Las topografías discursivas/imaginarias del

occidental se

revelan

como determinadas de modo sistemáti

ro por el sexo: escenificac iones simbólic

as

del yo y el otro que están

fu

e

rtemente

institucionalizadas, desde el

trabajo

de investigación

r·icntífica (Haraway, 1989a)al turismo transnacional(Enloe, 1990).

\

pes

ar

de

que hay ciertas

excepciones,

particularmente

en el

área

dt•l peregrinaje, es claro un amplio predominio de las experiencias

rnnsculinas

en

l

as

instituciones y discursos vinculados con el

v iaje (en Occidente y, en diferentes grados, también en otras

p11

rtes).

Pero es difícil

generalizar

con tal confianza, dado que todavía

11

es

bien desarrollado el estudio

verdaderamente

ser

io del via

l

basado

en

el cruce cultural. Lo que propongo

aquí

son pregun

l.ns .para la investigación, no conclusiones. Podría señalar, al

pnsar, dos

buenas

fuentes:

Ulysses Sail

[El viaje de Ulises] de

Mary Helms,

un

amplio estudio comparativo de los usos culturales

de la distancia geográfica y del poder/conocimiento obtenido

en

el

v

iaj

e (estudio concentrado en experiencias masculinas); y Mus

lim

l rauelers

[Viajeros musulmanes ], compilado por Dale Eickelman

,Y

James Piscatori, una colección interdisciplinaria destinada a

47

Page 23: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

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subrayur la complejidad y diversidad de las prácticas espaciales

religioso/económic

as

.

Otro problema con la imagen del ho tel: su tendencia nostálgi

ca. Pu es en aquellas

partes

de la sociedad contemporánea que

podemos

llamar

legítimament

e posmoderna (no creo, a pesar de

J ameson, que el posmodernismo sea un fenómeno cultural domi

nante, ni

siqui

era

en el "

Primer

Mundo"), el

motel

ofrecería

seguramente un mejor cronotopo. El motel carece de un verdadero

ha

ll de e

ntrad

a y

está

vinculado a

una

red de autopistas:

un lugar

tr a

nsitoriopara descansar más que un sitio de encuentroe

ntre

dos

sujetos

cultura

les coherentes. Meaghan Morris

ut i

lizó con efica

cia el cronotopo del motel pa ra

organizar

su ens ayo "At He

nr

y

Parkes Motel". Me res

ulta

imposible otorgarle a sus aportes en

torno del problema de la

nac

ionalidad, el género, los espacios y sus

posibles narrativas, la atención que, sin

duda

,

me r

ecen. Cito su

trabajo

aquí

como

un

desplazamiento del cronotopo del hotel d e

viaje, pues, como dice Morris, "los moteles, a diferencia de los

hoteles, derrumban el

sen

tido de

lu

gar , lo local y la

histor

ia.

Conmemoran sólo movimiento, velocidad y circulación perpetua"

(1988a: 3). El cronotopo del hotel

y

con él toda la m

etá

fora de

viaje- se

vuelve

tambi

én problemático cuando

se

lo confron ta con

la cuestión de clase, ra za y "ubicación" sociocultural. ¿Qué sucede

con todos esos viajes

qu

e e

vitan en

gran medida el

hot

el, el motel

o

lo

s circuitos? Los encuentros de viaje de alguien que se mueve

desde l

as áreas

rurales de

Guatema

la o México hac ia la frontera

con los Est ados Unidos son de orden muy difere

nt

e; y

un

africano

occidental puede llegar a un suburbio de París sin quedarse

siquiera en un hotel. ¿Cuáles son los escenario:; que podrían

configurar de un modo realista las re laciones culturales de estos

"viajeros"? A med

ida

que abandono el escenario del hotel

burgués

pa

ra

concentrarme en los encuentros

entre

viajeros, los s it

io

s de

conocimi

en

to

in t

e

rcultural

, lucho, a

unqu

e

nunca

con sufici

ente

éxito, por liberar al término "viaje" de una histo ria de significados

y prácticas europeas, lite ra

ri

as, masculinas,

burgu

esas, científi

cas, heroicas, recreativas (Wo lff, 1993).

Los viajeros

burgu

eses victorianos, hombres y mujeres, eran

acompañados en general por sirvientes, en muchos casos gente de

color. Estos individuos nunca alcanzaron la condición de "via

jeros". Sus exp

er

iencias, los vínculos de cruce

cultural que traba

ron, su acceso di ferente a las sociedades visitadas : tales encuen-

48

1 ·o

s

rara

vez obtien

en una

representaciónseria

en

la literatura de

viaje. El racismo, s

in

duda, tiene mucho que ver con esto.

Pue

s en

los relatos de viaje dominantes, una persona no blanca no puede

como explorador heroico, intérprete estético o autoridad

l'icntífica. Un

buen

ejemplo es

la

l

arga

lucha por incorp

orar

a

atthew Henson, el norteamericano negro que lle

al Polo Norte

t•on Robert Peary,

en

un pie de igua

ld

ad dentro de la historia de

t

  aha

z

aña

famosa,

ta

l comofueconstruidaporPeary, unahueste

d

<

hi

stor

iadores, periodi

stas, hombr

es de Estado,

burócratas

e

i

nsl

itucion

es

especiali

za

das como la revista

National Geographic

Counter, 1988). Y esto es no ha ber dicho nada aún sobre los

vinjeros esquimales que hicieron posible la expedición.

11

Todos los

Hrvie

nt

es, ayudantes, acompañ a

nt

es, guías y acarreadores que

dnron excluidos del papel de viajeros propiamente dichos, a

causa

tk su

raza

y clase, y debido a su condición dependiente, en relación

" la

sup

uesta independencia del viajero individualista, burgués .

1u independencia era , claro,

un

mito. A medida que los europeos

H< movían a través de te

rr i

to rios no familiares, una infraestructu

rn bien desarrollada de guías, asistentes,proveedores,traductores

,Y

acarreadores

aseguraba su

confort

rela

tivo y su

segur

i

dad

( 'abian, 1986).

¿El tr abajo de esta ge

nt

e cuenta como viaje"? Obviamente,

un

es t

udio cultural comparativo debería incluirlos a ellos y a sus

puntos de vista cosmopolitas específicos. Pero para hacer eso,

debería transformar por completq al "viaje" como discurso y como

rrénei-

o.

Lo cierto

es

que muchas clases di

stin t

as de personas

viajan, adquiriendo conocimientos complejos, historias, percep

t•iones políticas e

intercultura

les, sin producir "escritura de via

  t•s". Algunos informes de estas experiencias h an encont rado una

vía de publicación en las lenguas occidentales: por ejemplo, los

di ar

io

s de viaje del s iglo

xrx

del misionero raro tongan Ta 'unga, o

los registros del siglo

xrv

de

Ib

n

Battouta

(C rocombe y Crocombe,

1968; Ibn Battouta, 1972). Pero estos registros son apenas

puntas

de icebergs perdidos.

Avanzando en una

veta

histórica,

se

podría acceder a algo de

I'Stas diversas experiencias de viaje a través de cartas, diarios,

histori

as ora

les,

sica y tradiciones de actuación. Marcus Redi

kcr

brinda un buen ejemplo de reconstrucción de una cultura

viajera de la clase trabajadora en su historia de los marinos

mercantes (y piratas angloamericanos del siglo

XVIII,

etween the

49

Page 24: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 24/66

Deuil

and

the D

 

p

lu

e S ea

lEntre el demonio y el hondo mar

azul]. Ese libro revela una cultura cosmopolita,

radical

y política,

justificando plenamente las diversas resonancias que provoca el

título de su capítulo final "El mar ino como trabajador del mundo".

La investigación que llevan a cabo por Rediker y

Peter

Linebaugh

(1990)

permite

destacar con mayor

agudeza

el papel de los traba-

jadores y viajeros africanos en ese mundo capitalista marítimo (a

menudo insurrecciona ) del Atlántico Norte. Las

conexiones con la

actual

investigación de

Paul

Gilroy sobre la diáspora

negra

del

Atlántico son evidentes (Gilroy, 1993a).12

Al llamar "viajeros" a los trabajadores

migrantes,

marítimos

descriptos por Redicker y Linebaugh, se atribuye a su experiencia

cierta

autonomía y cierto cosmopolitismo. Sin embargo, se corre el

riesgo de no tomar en cuenta hasta qué punto esa movilidad está

forzada, organizada dentro de regímenes de trabajo a

lt

amente

disciplinados y dependientes. En una técnica contemporánea,

considerara los trabajadores cosmopo

lita

s, y en especial a la mano

de obra migrante utilizando metáforas de "viaje", plantea varios

problemas complejos. La disciplina políticay las presiones económi

cas que controlan los regímenes de trabajo migrante ofrecen una

fuerte oposición a cualquier visión demasiado optimista con res

pecto a la movilidad de la

gente

pobre,

por

lo general no blanca, que

debe abandonar el hogar a fin de sobrevivir. El viajero es por

definición alguien que tiene la seguridad y el privilegio de mo

verse con relativa libertad. En todo caso, este es el mito del viaje.

De hecho, según lo han revelado

est

udios como el de Mary Louise

Pratt, la mayoría de

lo

s viajeros burgueses, científicos, comercia

les, estéticos se mueven dentro de circuitos altam.ente determi

nados. Pero incluso si estos viajeros

burgueses

pueden

ser

"lo

calizados" en itinerarios específicos dictados por las relaciones

globales políticas, económicas e interculturale

s

a menudo

de

naturaleza

colonial, poscoloni

al

o neocolonial),

tales limit

aciones

no ofrecen una equivalencia simple

co

n otros trabajadores inmi

gra

nt

es y

migrantes.

Alexandre von

Humboldt

no llegó obvia

mente a la costa del Orinoco por las mismas razones que pueden

mover a un trabajador asiático contratado.

Pero a

pesar

de que no existe un terreno de equivalencia entre

ambos "viajeros", se cuenta por lo menos con una base

para

la

comparación y la traducción (problemática). Von Humboldt se

transformó

en

un viajero canónico de viaje. El conocimi

en

to (pre-

50

dominan tement e científico y

estét

i

co

obtenido

durante sus

explo

raciones americanas tuvo una enorme influencia. La visión del

"Nuevo Mundo" de los trabajadores asiáticos, derivada del des

plazamiento, fue sin duda bastante difere

nt

e. No tengo acceso a

ella ahora y probablemente no lo tenga nunca. Pero los estudios

culturales comparativos deberían interesarse en

esa

visióny en

lo

s

modos en que seguramente complementaría o criticaría la de Von

umboldt. Dado el prestigio de las experiencias de viaje como

fuentes de poder y

sab

iduría

en

muchas

sociedades occidentales y

no

occidentales (Helms, 1988), el proyecto de comparar y traducir

diferentes culturas viajeras no necesita centrarse en una clase o

c

Lnia.

Ju stin-Daniel Gandoulou describe una moderna cultura

vi

ajera

africana

en su Entre Paris

et

Bacongo,

un

estudio fasci

nante de los

auenturiers aventureros)

congoleños que viven como

abajadores migrantes en

París. Compara su cu ltur

a específica

(preocupada por el "buen vestir") con la tradición europea del

dandy,

así como

también

con la de los "rastas", otro grupo de

personas negras que visitan a París.

El proyecto de comparación debería tener en cuenta el hecho

'vidente de que los viajeros se mueven bajo compulsiones cul

Lurales, políticas y económicas muy fuertes y que ciertos viajeros

H

On

materialmente privilegiadosy otros oprimidos.

Estas

circuns

tancias específicas constituyen determinaciones cruciales del via

je en cuestión: movimientos

en circuitos coloniales, neocoloniales

y poscolonialesespecíficos, difere

nt

es diá sporas, frontera s, exilios,

desvíos y regresos. El viaje, desde

esta

perspectiva, denota una

nmplia gama de prácticas materiales y espaciales que producen

<·onocimientos, historias, tradiciones, comportamientos, músicas,

1

bros, diarios y otras expresiones cult

ur

ales. Incluso las condi

ciones

más duras

de viaje, los regímenes más explotadores, no

reprimen enteramente la resistencia o la emergencia de c

ultur

as

diaspóricas o

mi

gra

ntes.

La hi

s

toria

de

la

esclavit

ud

transatlánti-

ca, para mencionar sólo un ejemplo

particularmente

violento , una

ex

periencia que incluía la deportación, el desarraigo, el trasplante

y el renacimiento ha desembocado en una variedad de cultur

as

neg

ra

s interconectadas: afroamericanas, afrocaribeñas,

británi-

cas y sudamericanas.

Nos

hace

falta

una

mejor conciencia

comparativa

de estas y

un número creciente de otras "culturas de la diáspora" (Mercer,

1988). Como sostuvo

Stuart

Hall en una es timulante se rie de

51

Page 25: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 25/66

a rt ícu los ( 1987b, 1988a, 1990b), las coyu

ntura

s diaspóricas ob li

gan a una rcconceptualización -

tanto

teórica como política- de

las nociones familiares de etnicidad e identidad. Los diálogos

históricos no resueltos entre continuidad e interrupción, esencia y

posición, homogeneidad y diferencias (en trecruzán dose entre "no

sotros" y "ellos  ), caracterizan a las articulaciones diaspóricas

(

véa

se el cap. 10). Tales culturas de desplazamiento y

trasp

lante

son inseparables de las historias específicas, a menudo violentas,

de interacci

ón

económica, política y

cultura

l,

historia

s que gene

ran lo que podría llamarse cosm  litismos discrepantes. Con este

subrayado evitamos, al menos, el excesivo localismo del relativis

mo cultural

part

icularista, así como también la visión amp lia

mente global de una monocultura capi

ta

lista o tecnocrática. Y, en

esta pe rspectiva, la noción de que ci

ertas

clases de person

as

son

cosmopolitas (v iajeras) mientras que el resto son locales (nativas)

aparece como la ideología de

una

(

muy

poderosa) cultura

via

jera.

Mi objetivo, una vez más, no es simplemente invertir las

estrate

gias de la localización

cultura

l, de la fabricación de "na tivos", que

critiqué al comienzo. No estoy diciendo que no existen locales en

hogares, que todos son - o debieran s r viajeros, cosmopolitas o

desterritori

alizados. No

se trata

de u

na

nomadología. Lo que

está

en juego es más bien un acercamiento de los est udios culturales

comparativos a

las

h istori

as

específicas,

las tácticas

y las

prác

t icas

cotidianas de residencia y viaje: viaje-en-residencia, residencia

en-viaje .

Co

n

cl

uiré con una

ser

ie de exhortaciones.

Necesitamos pensar comparativamente en las distintas ru

tas/raíces de las tr ibus, barrios , favellas vecindarios de inmi

grantes: histor i

as

de fortalezas con "interiores" o m ~ n i t r cru

ciales y con "exteriores", de

via

jes

re

gulados. ¿Qué significa definir

y defender una t ierra

nata

l? ¿Cuáles son los intereses políticos que

mueven

el reclamo de un hogar

o,

a veces, el relegamiento a un

"hogar  )?.Como dije, es preciso saber

más

sobre los lugares por los

que se viaja, los lugares que

las

fuerzas de dominación mant ienen

reducidos, locales y faltos de poder. A

mall

Place [Un sitio

pequeño], la vigorosa descripción que Jamaica Kincaid hace del

turismo y la dependencia económica

en

Antigua ,

cr

itica una

historia neocolonia

l l

ocal en una forma que resuena globalmente.

(¡Una crítica de

An t

igua es

crita

desde Vermont )¿De qué modo los

"interiores" y "exteriores" nacionales, étnicos y com

un

itarios, y

52

los "extraños" son sostenidos, controlados, subvertidos y atravesa

dos por sujetos históricos diferentes

para sus

propios fines y con

diferentes grados de poder y libertad?

Necesitamos traer a

la

palestra nuevas localizaciones, tales

c-omo

la "frontera".En tanto lugar específico de hibridez y lucha, de

t·ontrol y transgresión, la frontera e

nt

re México y los EE.UU. ha

nlcanzado recienteme

nt

e un esta

u

s "teórico", gracias al

trabajo

de

oHcritores, activistas e

in

vestigadores chicanos: Américo Pa redes,

lt

cna

to Ro

sa

ldo, T

eresa

McKenna,

Jo

Da

vid

Sa

ldívar, Gloria

Anzaldúa, Guillermo Gómez-Pe ña, Emily Hicks, y el Proyecto de

Artes de

Frontera

de San Diegotrijuana. La experiencia de la

fron

tera

produce poderosas visiones polít icas:

una

subversión de

los

binar

ismos, la proyección de una "esfera pública multicultural

(opuesta al pluralismo hegemónico)" (Flores y Yúdice, 1990).

;,

l l

as ta qué punto es traducible este lu

gar/

metáfora de cruce? ¿De

(1

uémodo se

parecen

y no se parecen las zonas fronterizas

his

tóricas

H

íLios de viaje regulado y subversivo, de pai

sa

jes naturales y

HOciales) a las diásporas?

Evoquemos ahora a "culturas", como Haití, que pueden ser

tiHLudiadas etnográficam ente

ta

nto

en

el Caribe como en Brook

lyn.13 A

menudo

necesitamos considerar circuitos, no

un

lugar

tuüco. Tal vez alguno de u

ste

des conozca un extraordinario cuento

de Luis

Ra

fael Sánchez. "The Airbus" (bellamente t raducido

por

l) iana Vé lez). Algo de la cultura" puertorriqueña irrumpe en un

nlboroto de

risa

y conversación desbordada

durante

un vuelo

nocturno de rutina entre San Juan y NuevaYork. Todos están

más

o menos permane

ntem

ente

en

t

rá n

sito ..

La pregunta

no es tanto

¿De dónde es usted?" sino "¿En tre dónde y dónde está usted? Los

puertorriqueños que no pueden soportar la idea de permanecer en

Nueva York.

Que

atesoran

su

pasaje de regreso. Los puertorri

queños afixiados "acá", revividos "allá". "Los puertorriqueños que

os

tán instalados permanentemente

en el

vagab

und

eo e

nt r

e

aquí

y

nll

á,

y que deben por ende informalizar el viaje, para que se

parezca a

un

simp lev

ia

je en autobús,

aunque sea

poraire , que flota

Ho

bre el riachuelo en que los puertorriqueños han transformado al

oc

éano Atlántico" (1984:43).

Al

tratar

la emigración y la inmigración, la atención que

HC

presta

al género y la raza cuestiona ciertos enfoques clásicos,

en particular los modelos abiertamente lineales de as imilación.

Aihwa Ong, una antropóloga de Berkeley, es

estudiando en la

53

Page 26: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 26/66

actualidad la situación de los inmigrantes camboyanos en Califor

nia del Norte.

Su in

ves tigación gira en torno de

lo

s di

stintos

(e

incompletos) modos de pertenecer a los EE.UU., que utilizan los

hombres y mujeres camboyanos al momento de negociar

sus

identidades en la

nu

eva cult ura nacional. El estudio de Sherri

Grasmuck y Patr icia Pessar sobre

la

emigración in tern acional

dominicana, Between Two Islands [Entre dos islas], se ocupa,

ent re

otras

cosas, de las

di f

erencias ent re las actitudes femeninas

y

ma

scul

inas

en

r elación con la

ad

aptación, el

regr

esoy la l

ucha por

los luga res de tr abajo. Julie Matthaeli y Teresa Amott (1990)han

escrito con mucha agudeza sobre las luchas y l

as barreras

especí

ficas re lacionada s conla raza, el género y el trabajo, que enfrentan

las mujeres

as i

áticas y asiático-americanas

en

los EE.UU.

Ya mencioné el papel crucial que de

sem

peñan los tironeos

político-económicos

en

tales movimientos poblacionales. (Ello es

primordial en los estudios camboyanos, dominicanos y asiático

norteamericanos que acabo de citar.) Robin Cohen propuso una

teoría abarcadora de la emigración y los regímenes de

trabajo

capitalistas

en

The New H  ots  Migra

nt

s in the

nt

ernational

Divisan

of Lab

or

[Los nuevos esclavos:

Migrantes

en la división

internacional del trabajo],

un

trabajo

qu

e deja espacio p

ara la

res istencia político/cultural dentro de una consideración global

fuertemente d

ete

rminista. En un análisis orientado hacia lo re

gional, El sistema emergente del Atlántico Occidental  , Orlando

Patterson sigu e el desarrollo de

un

ambiente posnacional centra

do

en Miami , Florida. Tres corrientes poderosas , escribe, están

min

ando la in t

egridad

de las fronteras nacionales.

La primera es

una la

rga

historia de intervención militar, económica y política de

los EE.UU. más allá de sus fronteras. La segunda es el crecien te

carácter

tran

snacional del capitalis

mo

, su necesidad de organizar

mercados en un nivel regional. La

tercera

corriente que está

socavando el

estado

-nación es el de

la

emigración : Luego de

haber violado militar, económica, política y culturalmente

la

s

f

ront

eras nacionales de la región

durant

e más de un siglo y medio,

el cent ro aho

ra

se descupre incapaz de defender la violación de sus

propias fronteras nacionales. Los costos que entrañaríaesa defen

sa son administr

at

iva, política y, sobre todo, económicamente,

demas iado altos. El in tercambio y la división in tern acional del

trabajo siguen la bander a . Pero

ta

mbién ponen en movimiento

vientos que la desgarr an  (1987; 260). Las consecuencias cul-

54

¡

 

·a

les de

una

l

at

in ización de importantes regiones dentro del

c

t•nLro

político-económico carecen, según P a t t e r s ~ n d_e _prece

d •n

Les. Seguramente difieren de otras estructur

as

mas

_ I C ~ s

de

1

11m¡gración (eu ropea y asiática) que no se basan en la proximi?ad

¡¡Pográfica y la intimid

ad

co-histórica (259). Estamos presenci_an

do

el surgimiento de nuevos mapas: áreas de

t ~ r a f r o n t e i ~

pobladas por etnias fuertes y diaspóricas, despareJamente asiml

ludns a las naciones-estados dominantes.

si l

as

poblacion

es emigrantes

c o n t e m p o r á ~ e a

no

h ~ n .

de

upnrecer como briznas mudas y pasivas v_1entos

? ~ h ~ I C O -

t•ronómicos, necesitamos escuchar muchas his to

na

s de viaJe (no

lilcratur a de viaje , en el sentido burgués). Estoy

pen

sando, por

I\Jt'mplo, en la s hi storias ora les de las_ muj eres

i n ~ i g r ~ n t e s

que

n·unió y an ali

el Centro de Estudios Puertornquenos

de

la

t•iudad de Nueva York (Be

nm a

yor

et

al. , 1987).

Y,

por supuesto, no

podemos ignorar la gama completa de la cultura expresiva,

en

1

cular la música,

un

a rica historia de hacedo

res

de c

ul tura

via

ft•ros y de influencias transnacionales (Gilroy, 1987, 1992, 1993a).

Sufici

ente

. Demas

ia

do. La noción de viaje , tal como

la

he

clofinido, no puede cubrir todos los diferentes

p l a z ~ m i e n t o s

e

¡

 

L racciones que he invocado. Sin embargo, me ha traido a

estas

f'nmleras.

Insisto en el viaje como término de comparación cultural,

clt•bido precisamente

a su

color

ación hi

st

órica,

sus

asociacionesc_on

l'tt crpos raciales y de distinto género, privilegios de clase, medios

t•HpcCíficos de

traspaso

, caminos t r i l l a ~ o s agentes, fron

tera

:',

documentos, etc . Lo prefiero a otros térmm os apa_entemente mas

1

wulra

l

es

y teóricos , como desplazamiento ,

que

domasiado fáciles l

as

equivalencias

entre

diferentes expenencias

i ~ ; t ó r i c a s (La ecuación poscoloniallposmoderna, por ejemplo.) Y

lo

prefiero a

térmi

nos

ta

les como nomadismo , a

m n u ~ o n e r a

l i ; ~ a d o

sin

resistencia

aparente por

parte

de

las expenencias

no

o c c i d e ~ t a l e s . (Nomadología:

¿una

forma del primitivismo posmo

d<•rno?)

El peregrinaje me parece

un

término comparativo

1

nLeresante para

trabajar.

Incluye una amplia gama de expenen

t•ins occi

dentales y no occidentales, y recibe menos influencia del

~ t é n e y la clase que el viaje . Además, tiene una manera

gradable de sub

vertir

la oposición

co

n

st

itutiva moderna

entre

viajero y

tu r

is

ta.

Pero

sus

significados sagrados tiend_n pre

dominar, incluso cuando la gente se su

ma

al peregrmaJe

por

55

Page 27: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 27/66

razones tanto sec

ulares

como religio

sas

.Y al final, probablemente

por razones de parcialidad cultural, encuentro más difícil extender

el c.oncepto de p e r ~ g r i n a j e para incluir al viaje que proceder a

;,a

v e ~ ~ a (

Lo

mismo se aplica a otros términos, tales como

m i g r a ~ w n

.) Como sea, hay

térm

inos o conceptos neutrales, no

c o n t a n ; I ~ a d o s

Un

estudiO cu

ltural

comparativo necesita

traba

jar,

a u t o c n t   e ~ t ~ ,

con herramientas comprometidas, provistas de

un

bagaJe histonco.

Hoy

tr a

bajado, sobr

et

rabajado, el viaje como

un

t

ér

mino

de traducción

.

término de t

raduc

ción  , quiero decir una

palabra aphcacwn

apa

rentemente general, utilizada

para

la

c o m ~ a r a ~ w n un o d o estratégico y contingente.

El

viaje tiene

un tmte m

extmgu

ible de localización

por

clase género raza y

c ~ e r t ~ carácter

li t

erar

io.

Es

un

bu

en

recordatori;

de que todos ios

termmo

s de traducción utilizados

en

comparaciones globales

tales como cult

ur

a , arte , sociedad  agricultor  m d d '

d . , , ' ,

o o e

pro uccwn , hombre , mujer , modernidad , etnografía , nos

lleva.n durante un trecho y luego se desmoronan. raduttore

tradlttore. En el tipo de traducción que

más

me in teresa

u n ~

n d e mucho sobre los pueblos, las

culturas

y l

as historia

s

distmtas d_e la ~ o p i a

lo

sufici

ente

para emp

ezar

a percibir lo

qu

e

uno se esta perdiendo.

iscusión

enny h a r p Coincido con usted cuando describe el campo

de la

. ~ n t r o p o l o g i a

como

una

ficción

constituida

sólo como

excluswn de los

m?vimientos

de

antro

pólogos y de

cultura

s.

Pero

me pregunto SI

esa

noción misma del

campd todavía existe

en

la

antropo

l_ogía. Pienso en el h echo de que los antropólogos

no

Ir al

campo del modo como lo

hacían

, debido a los

s ~ u r b w s

políticos.

Pienso

también

en los cambios

recientes

r ~ g i s t

en

noción misma de campo

(pa

ra

incluir, por

eJ.em plo, el trabaJo de los antropó

lo

gos en los guetos

urbano

s de

F l l a d ~ l f i a trabajo que const

ruye

a

es

os

guetos

como

comunida

des m1

grantes trasp la

nt adas desde países del Tercer

Mundo

)

d

e.

modo que ya no tenemos un campo que se parezca a los

e s ~

cntos

~ o r

Malinow

s

ki

y otros que u

st e

d mencionó.

. Chfford: Lo que

usted

dice alude a cuestiones políticas

mu

y

Importa n

tes

li

ga

das a los in tentos

actuale

s de redefinir los cam-

56

J  H  de

la

antropología.Concuerdo con usted: los disturbios po

lí t

i

l tlfl han hecho

qu

e el traba

jo

de campo t a l como lo defi

ni

e

ron

M

1

nowski, Mead y su generación- se vuelva más y más difícil.

\' , como usted sabe, no es

qu

e las cosas de pronto se h

ay

an

poliLizado

  ,

o que antes la investigación fuera de algún modo

IICi tt Lal. Una de las vent a

jas

de mirar a

la

etnografía como

una

lttt'ma de viaje es que no se pueden ev

itar

ciertas cuestiones que

l111n pre aparecen en los relatos de viajes, pero muy rara vez en los

tll

h

nnes

sociales científicos. Mencioné algunos de ellos. Pero no

1111 detuve en uno, el tema de la seguridad física. Aquí el género y

11 raza del v

iajero en tie

rras

ext

r anjera s i

mporta

mucho. Los

11

11Óg

rafos en el campo , por supuesto, han enf rentado riesgos.

All(unos murieron por enfermedades y accid

entes

. Pero pocos,

I11U

  La donde yo sé, fueron

realmente

asesinados por

sus

anfitri

IHH H. ¿Por qué, para

tomar

un caso bastante ríspido, no fue

IIH

OHnado

Evans

-

Pritchard,

o al menosh

eri

do por los

nuer,

cuando

l11vuntó su carpa en medio de la aldea, pisándole los

ta

lones a una

lll\

I

Cdición militar?

(Pr

i

tc

ha

rd

lo dice

claramente

en

su

libro , Los

/1( :

ellos no lo querían allí.) Pero su seguridad, y la de toda una

\I('He de otros antropólogos, misioneros y viajeros, estabag

aran-

lt

w da

por

una

hi

st

oria previa de conflicto violento.

En

todo el

ul ltndo, los nativos a

pre

ndieron, a

la

fuerza, a no ma tar a los

hluncos.

El

costo

qu

e debían

pagar por

ello, a m

en

udo una expe-

  k ión pu nitiva contra su gente, era demasiado alto. La mayoría de

loHnntropólogos, ciertamente

en

la época de Malinowski, llegaron

11 lus lugares decampo después de alguna versión de estahistoria

violenta .

Por

cierto, algunos pocos investigadores audaces

traba

ll

on

en áreas

aún

no pacificadas, volviéndose, a medida que lo

lt

ucían, parte del proceso de contacto y pacificación. Pero ya

en

el

M¡flo xx

existían

relat

i

vamente

pocos casos así. Lo

qu

e señalo es

lmplemente

qu

e la

segur

idad del campo como lugar de residencia

v

L1abajo,

un

lugar

abierto a

la

ciencia soc

ial

neu

tral,

no política,

l'

tH

'

en

misma una creación hi

st

órica y política .

Su

pregunt a presupone esto, porque la reciente fal ta de

tu

guridad (al menos, de seguridad política)

para

los tr abajadores

d1 campo en muchos lugar

es

marca el colapso de un mundo

ltiHLórico que cont

en

ía campos de investigación

habitabl

es. Sólo

d IH ear ía agregar que el colapso del que hablamos es un colapso

1

11uy

desparejo, con mucho lu

ga

r

pa r

a

la va r

iación loc

al

y

la

nogociación. Hay todavía muchos

lugar

es a los cuales los an tropó-

57

Page 28: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 28/66

logos

pueden ir

con

impunidad

.

En

otros sitios,

pued

en

realizar

trabajo de

campo, a veces, con restricciones. En otros, está básica

mente fuera

de

los límites. Puesto que no estoy entre qui enes

piensan que

los etnógrafos poscoloniales

deben quedarse

en

casa

(¡dondequiera que eso esté ),

me

interesan particularmente las

situaciones en que una

etnografía

de iniciació n cede

el paso

a una

negociación, dond e el vínculo

se

redefi ne comoa

lianza.

Por supues

to, esto sólo vuelve explícitamente político algo que

ya estaba

sucediendo en l

as

relaciones soc

ia l

es

de

la

"residencia" etnográfi

ca. (

Traté

este punto al hablar de las cuestiones relacionadas con

la

carpa

de

Malinowski vecina a la

casa

del jefe, es decir, el

tema

de apropiaciones

inversas.) Pero

hay un

nuevo

contexto, y la

balanza

del

poder se ha

movido, en muchos lu

gares

. Hoy,

si

los

etnógrafos quieren trabajar en comunidades norteamericanas

nativas,

o

en muchas

regiones

de

América

latina

,

la pregunta que

suelen formularles

es: "¿En

qué no

s beneficia

su trabajo

a no

sotros?". Muchas veces,

se

le solicita a l investigador que

capacite

a estudiantes lo

ca

les.

Otras,

que preste testimonio en un juicio

por

reclamo de tierras, oque trabaje sobre un gramática pedagógica de

la

lengua,

o

que ayude

con proyectos históricos locales, o

que

apoye

la

repatriación de objetos

ancestrales

que

se encuentran en

los

museos metropolitanos. No

todas

las

comunidades pueden

formu

lar

este

tipo

de ex

igencias,

por

supuesto. Y existe el peligro de

que

una antropología que desee preservar su neutralidad política

(también su objetividad y

autoridad

)

simplemente se

de

se

ntienda

de esos lugares y se incline a otras poblaciones, donde el trabajo de

campo

sea menos

"comprometido", donde l.a gente

pueda

ser

estructurada según la vieja fórmula exoti zante.

El tema de reconstituir prácticas disciplinarias en torno de un

nuevo "primitivo" que ya no se encuentra en

el

así

llam

ado

Tercer

Mundo, es

muy

s

ug

erente.

Usted

mencionó a

las

comunidades

inmigrantes trasplantadas

del

Tercer

Mundo a Filadelfia. No creo

que sea

cuestión

de volver, digamos, a la noción del "primitivo",

anterior

la d

écada

de 1950.

Pero

las

nuevas

condiciones

es t

án

reinventando

aspectos de esa figura. Por

ejemp

lo, dije que

nec

esi

tamos

ser

muy cautos ante un "primit i

vismo posmoderno"

que

,

de

modo afirmativo,

descubre

viajeros

no

occidentales ("nómades")

con

culturas híbrida

s,

sincrétic

as y,

en

el proceso, proyecta una

exper

iencia

homogénea

(

históricam

e

nte "ava

nt-garde")sobre dife

rentes histori

as

de contacto cultural, migración e desigualdad.

58

Creo

que

el "posmodernismo"

puede servir co

mo un

término

1

 

• Lraducción para ayudar a hacer visible y válido algo extraño (tal

1

nmo hizo el

modernismo

con los

primitivistas de

comienzos del

uig lo xx,

que de

scubrían

el

arte africano y de Oceanía); pero ~ i e r o

ttiH

stir

en

el

decisivo tradittore o en el traduttore; la

falta de

signos

"nq u valentes", la realidad

de

lo

que se

pi

erde

y distorsio

na

en el

ll

t'LO mismo de entender, apreciar , describir. Uno sigue acercán

do

HC

y alejándose de

la

verdad de

los diversos

dilemas culturales/

1t

iHóricos.

Esto

refleja

un

proceso histórico

por

el

cua

l lo global

11

pm

pre

se

localiza,

su

margen

de

equivalencias se

~ d p t al ta

-

11111110

necesario. Es un proceso que

puede

ser contemdo - tempo-

111 1ia, viol

entamente-

pero no detenido. Creo

que continuarán

ll

lll'¡. ricndo nuevos sujetos políticos exigiendo que

se

reconozca su

h1

Horia excluida .

No

bien de

qué modo

se desarrolla

la dialéctica inevitable-

1111•n Le política de comprensión y

cuestionamiento,

en os barrios

l

tludelfia que usted mencionó.

Usted

su

gería un

proceso

de

obJe

l t v i ~ c i ó n

de las nuevas poblaciones

de

inmigra

nt

es del

Tercer

Mundo.

¿Un gusto por

la

otredad, sin

tener

que viajar

muy lejos?

1.11 nntropolo

gía podría

verse

así

como

el reencuentro

con una

de

ll

uH aíces olvidadas: el

estudio

de l

as

comuni

dad

es

"primitiva

s"

en

lttH

áreas urbanas del capitalismo.

Estoy pensando en

los

precur

ltll'OS del siglo XIX de Mayhew, Booth y

compañía

haciendo inves-

1 JCIICión

en

la

Inglaterra más osc

ura. La eq u

ival

encia

los

,.

1

dvojes "allá" y "en nuestro medio", del viaje por el

Impeno

el

u ~ j o

dentro

de la

ciudad, era explícitó en

su trabajo

.

Usted sug¡ere

q111

esa equi

vale

nci a

podría

estar rearticulándose en

nuevo

••tttmento

hi

stórico.

Me

gustaría saber

exactamente

como los

1

¡

ógrafos en

cuestión

están

trabajando

en los

barrios

de inmi

fll ll nLes, de qué

modo negocian

políticamente

sus "campos".

Homi Bhabha Realmente, me

gu

staría

que

u

sted

h

ab

lara

1

11

hrc el

lugar que

ocupa

la

falta

de

movimiento y

la

fijación

en una

política de movimiento y un a

teoría del

viaje. Los

e f u g i d o ~ Y

los

t•x iliados son, por s

upuesto

, una parte de es

ta

economia

del

dn

Hplazamiento y el viaje; pero

también

, una vez qu_e

están.

en_ n

io

particular, necesitan, casi para

su

supervivencia, eleg¡r cier-

1oH H

m bolos. A me nud o, el proceso de

hibrid

ación

que se desarrolla

111

•de representarse con una suerte

de

imposibil idad de movimien

tu y con

una

suerte

de

supervivencia, identificadas en el aferrarse

11 ;d

go

que entonces no

permite realmente

la circulación

Y

el

59

Page 29: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 29/66

movimiento. Otro ámbito para explorar esto, que en

rea

lidad no

se

analiza lo suficiente, está constituido por el proletar iado y las

cl

a

ses medi

as

bajas

en

el llamado el Tercer Mundo, que reciben l

as

camisetas de Urbana, Illinois oHarvard que puedenverse en las ca

lles de Bombay, o de cierto tipo de

ante

ojos, o de dete

rm

inados

programas de televisión o incluso de un tipo particular de música.

Se plantea otro problema del viaje y fijación cuando en un sentido

s

imilar

al que utiliza Fa

non

, se

aferran

entonces a ciertos símbolos

d.el

otro lado, del viaje, y elaboran en torno de ellos

un

texto

qu

e

tiene

qu

e ver, no con el movimiento y el desplazamiento, sino con

un tipo de fetichización de otras culturas, del otro lado, o de la

imagen y figura del viaje. Y es justamente ese elemento de

la

gente

atrapada en los

márg

enes del no movimiento dentro de

un

a

economía de movimiento lo que me gustaría

qu

e u

ste

d e

ncara

se.

Clifford

Lo que usted dice es

mu

y intere

sa

nte y de

bo

confesar

que no tengo mucho que decir sobre eso en esta

etapa

de mis

reflexiones. Supongo que no me he concentrado en el exilio

debido al privilegio de que goza en cierta cultura modernis

ta

:

Joyce, Beckett, Pound, Conrad, Auerbach, y su especial d

esa

rrai-

go,

do

lor, autoría. Y

pa r

a mí, Conrad es el ejemplo primordial de

la

especie de fijación que usted menciona: su delibe

rada

limi

tación de hori

zo

nt es, la

ficc

ión laboriosa de su anglicidad , ese

personaje del viejo autor inglés favorito de todos que produjo en

l

as nota

s de autor de sus libros (co mo lo mostró Edward Said), la

fijación en ciertos símbolos de lo inglés porque necesitaba quedarse

allí, no

había ningún

otro sitio para él. Y paradójicamente, como

usted sabe, la extraordinaria experiencia de viaje y cosmopolitis

de Conrad halla expresión sólo cuando es limitada , cuando

está

hgada a una lengua,

un

lugar, una audiencia, por más violento y

arbitrario que sea el proceso. Pero ta l vez

esta

es la paradoja a la

que

usted

llega cuando apunta al deseo del exilioy

la

necesidad de

la

fij

ación.

Porqu

e

en

su pl

ante

o la residencia parece la figu

ra

artificial, lograda,

híbrida

contra el fondo  del viaje, el movimien

to y la circulación . Esto invierte, me pa rece, la relación usua l ent re

quietud y movimiento, y presupone la problemática que yo estoy

trab.ajando mediante

un

a crítica de la antropología exotizante y

sus Ideas sobre la cultura. Un enfoque comparativo so

br

e el viaje

plantea, en efecto,

la

cuestión de la residencia, vi

sta

no como un

te rreno o sitio de

partid

a sino como una práctica de fijación

artificial, constr eñida. ¿A eso se refiere?

60

En esa óptica, podrí

am

os comparar, por ejemplo,

la

experien

t· io/práctica del exilio con la de la di

ás

pora  ,y con la de esa gente

que se inmoviliza

en

Bombay, por medio de

la

s cami

set

as de la

Universidad de Illinois. Pero me gustaría preguntar: ¿Qué dialéc

tica o mediación (no sé cómo teorizar la relación) o fijación y

movimiento, de residencia y viaje, de localismo y globalización, se

r icula en esas camisetas? Recuerdo haber visto,h ace más de una

década, camisetas de la UCLA

en

toda

la

zona del Pacífico. ¿Qué

que

rían

decir? No lo sé. O el

militant

e ka

nak

de

Nu

eva Caledonia

que también vi, con una camiseta de Tarzán . O los milicianos

libanes es de quienes oí hablar hace poco, que u

sa

n una con el

nom

br

e de Rambo . ¿Es esto una fetichización de otras

cultura

s

t•omo usted sugie

re

, o es

un

modo de localización de los símbolos

globales con fines de acción? Una vez más, no lo sé. Creo que ambos

procesos deb

en estar en

juego de

al

g

ún

modo.

(Y,

por

sup

uesto, se

filbrican camisetas en casi todos los luga res del mundo para

promocionar f

estiva

l

es

, ba

nd

as locales, toda su

erte

de

in

stitu

l'

iones y producciones.) Me gustaría que algún

estu

dio cultural

rnmparativo diera cuenta de

la

camiseta, esa hoja en blanco, ese

í

stico block de papel para escribir , tan próximo al cuerpo . .

StuartHall Unad e

las

cosas

qu

e a

pr

ecié en su trabajo fue

qu

e

uHLed llevaba lejos la metáfora del viaje has

ta

tan lejos como podía

ll egar , y

lu

ego nos mostró adónde no podía llegar. De ese modo,

ll

HLed se separó de

la

noción posmodernista

en

boga, de nomado

logía: el vuelco de todo en todo. Pero si uno no quiere qu e se adopte

In simple formulación de que ahora todos van a todos lados ,

t'nLonces también ha y que conceptualizar

lo

que significa la resi

dencia . Así, la cami

seta

no es

un bu

en ejemplo porque la camiseta

algo que viaja bien . La pregu

nt

a es: ¿Qué es lo que permanece

i¡(ual, aun cuando uno viaja? Y usted nos ofreció un ejemplo

1nagnífico de eso con los mús

ico

s

ha w

aianos que

habían

vivido

la

ma

yo

r

pa r

te

de

su

vida lejos de su h ogar , viaj ando alrededor del

mu ndo.

Usted

dijo que llevaban, s

in

emba rgo, algo hawaiano que

los acompañaba . ¿Qué es?

Clifford Coincido con lo que le he oído decir y con lo que sólo

a medias , en la pregun

ta

de Homi. Una vez que el viaje es

presentado como una práctica cultural, también es necesario

reconcebir la residencia, no

ya

simpleme nte como el t

er

reno del

cual se parte y al cual se regresa. Reconozco que todavía no he ido

de

ma

siado lejos

en

la reconceptualización de las variedades, his -

61

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8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

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torias, culturas , limitaciones y prácticas de residencia

en

los

contextos transnacionalesaquí esbozadas. Hasta ahora, clarifiqué

más

el viaje-en-residencia que la residencia-en-viaje. Usted pre

gunta: ¿Qué permanece igual aun cuando se viaja? Mucho. Pero su

significación puede di f

er

ir con cada nueva coyuntur a. ¿De qué

modo se mantuvo el carácter hawaiano de los Moe durante los

cincuenta y seis

os que no estuvieron en ruta? (¿Y de qué modo

se reconstituyó eso como a

utenti

cidad" a su regreso?) ¿Debemos

pensar en

un

núcl

eo o meollo de ide

ntidad

que lle

vaban

consigo a

todos lados? ¿O se trata de algo

más pluri

significativo, algo m

ás

parecido a un habitus, a un conjunto de práct icas y disposiciones,

par tes de

la

s cuales podrían recordarse, articularse en contextos

específicos? Me inclino por esto último, pero debo reconocer que no

sé realmente bast ante sobre los Moe para estar del todo seguro. Mi

aprendizaje sobre ellos recién comienza.

Obviamente, este tema es crucial para analizar las culturas

de

la

diáspora. ¿Qué se trae de un si tio previo?

¿Y

cómo lo

mantiene

y transforma el nuevo ambiente? La memoria se vuelve un elemen

to fund

amental para

el mantenimiento de un sentido de

inte

gridad, memoria que es siempre constructiva. Pero no conviene

avanzar

demasiado lejos por

la

vía de la invención-de-la-tradición,

ciertamente no en todos

lo

s casos. La tradición oral puede ser muy

precisa, transmitiendo una sustancia cultural re lativamente con

tinua, aunque

rearticulada,

du

ra nte

varias

generaciones. Esto es

particularmente cierto cuando hay una base territorial para orga

nizar

el recu

er

do, tal como sucede con las sociedades norteameri

canas nativas, las melanesianas, o las aborígenes. Pero las expe

riencias afroamericana, afrocarib

eña

y

otras

exp

er

ienc ias dias

póricas ta mbién

mu estran

diversos grados de continuidad, diver

sos grados de algo parecido a una memoria co lectiva (que no es, por

supuesto, igual a una memoria individual escrita con mayúscu

l

as

). ¡Usted podría decirme mucho

más

sobre esto Sólo quiero

afirmar

lo que entiendo como sentido gener

al de

su pr

egunta

y

repetir que, en mis términos, la residencia cultural no puede

considerarse, como no

sea

en sus relaciones

hi

stóricas específicas

con el viaje cultural, y viceversa.

Keya Ganguly

Quisiera comenzar diciendo que encuentro

muy

in t

eresante su i d

ea

de la bifocalidad. Creo que se parece de

algún modo a la noción de Stuart Hall de la doble visión contras

tante de lo

extra

ño familiar. Cuando usted ex

ti en

de

la

metáfora de

62

n

bifocalidad para reclamar un estudio comparativo entre, por

r n p l o los

haitianos

de Hait í y los

haitianos

que viv

en

en

llt·ooklyn, Nueva York, ¿no es

usted haciendo esa espe

ci

e de

0v

imiento reificador que critica Appadurai en

tanto

al

er i

zación

tlt

• los otros? Al ubicarlos como

ha i

t ianos en

un

espacio cont

inu

o

t•11t rc

Haití

y Nueva York, hindúes en la India e hindúes en Nueva

York, ¿no

está usted

reinscribiendo

una

ideología de diferencia

t•tdlural? Siendo un hijo de inmigrantes hindúes, me resulta muy

di

f t

cil

iden

t ific

arme

con

este

tipo de ideología de

la

diferencia,

PHpccialmente teniendo en cu

enta

que la iden tificación puede

tH' liiTir en otro nivel. Por ejempl

o,

prefieroque me identifiquen con

loHoriundos de Filadelfia y no con los hindúes de Bombay.

Clifford  

Una

pregunta

de

gran

alcance. Puedo decir algunas

t'

II

HHS.

Pr i

mero, el

ti

po de

in f

orme comparativo que yo propongo

llt. • tüa ser sensible a las diferencias entre, digamos, los hindúes

' ''' Nueva

Yorky

loshaitianos

en

NuevaYork, ala vez que reclama

11 t O

mparabilidad. La proximidad, las e

structuras

de inmigración

•·t•greso, el mero peso político y económico de la relación

entr

e los

doH

u

gares puede

hacer

que sea más útil hablar de

un

tipo de eje

ln li'rcul

tura

l

en

el caso haitiano que en el caso hindú. No e stoy

u r o

Pero

quiero

mostrar mi

vacilación

antes

de

generalizar

lo que escuché por primera vez de Vivek Dhareshwar: el término

"ltllnigritud". Y habiendo dicho esto,

admitiré

que existe una

on di zación específica de la diferencia "ha it iana cuando hablo de

llnil( simul

táneame

nte en Brooklyn y en el Caribe. Desearía que

Ptt

l.o

no

reinscrib iera

una

ideología de diferencia cult

ural

absoluta.

' l  t  1bién

querría

aferrarme a

la

noción de que existen culturas

que

están

en ciertos lu

gares

, no en todo el mapa.

Es mu

y

tl lfh:il ca

minar

sobre esa línea, como usted bien sugiere. ¿Por qué

ll nilí Brooklyn, y no Haití/París, u otros sitios a los

qu

e los

ludtia

no

s viajan y emigran? Aquí yo volvería a la investigación de

t

•lnndo

Patterson.

Patter

s

on

ve al Caribe encerrado

en

relacion

es

pu

lí tico-económicas de un "dualismo periférico", vinculado des

ltu (·Livamente con un "centro" estadounidense.

li:

ste dualismo explicaría por qué la relación transnacional con

t•l

No

rte desdibuja otras conexiones históricas: con Francia, ·por

''1'

mp

o.

Y podría ustificarla localizaciónde

un

"Haití" in ercul ural

l¡pt cndo ese eje, pero no es mi intención exotizar a los haitianos

" " I'HC espacio cultural al equiparar su identidad con al

gún

tipo de

lll

ll

ncia (el vudú, por ejemplo, sin negar su importancia).

63

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pasajes de l

as cartas

que Deacon le escribió desde el campo.

Las

rodea con un re lato inte ligente de la vida en Cambridge a princi

pios de la década de 1920, de sus primeros encue

ntro

s con Deacon,

los

antecedentes

famili

ares

de

este

(la infancia

en Ru

sia, donde

su

padre ocupaba un cargo consular) y la

extraña

metamorfosis de

su

ami

st a

d

en

a

mor

y finalmen

te en un

a especie de

pr

omesa. (

Ella

se proponía reunírsele en Australia, a pesar de que só lo habían

pasado

juntos

alguno s días y

nunca

se

habí

an comprometido.)

Segu

im

os

una

s

util

inte

nsificación amorosa

en

l

as cartas

de

Deacon,que ocupan el centro de

la

escena en la memoria. El parece

má s enamorado a medida que escribe; sus

pira

por es

tar

con su

interlocutora; luego la escritura se detiene. La última

carta

de

Deacon llegó

más

de

un mes

después de que

Gardiner

se enter

ara

de su muerte por medio de un telegrama .

Cuenta

el momento muy

parcamente, casi s

in

comentarios, dejándonos -como quedó ella

por más de medio sigl  con la he rida , el silencio y la posibilidad

abiertos. odrían h aber vivido felices

para

sie

mpr

e?) La memo

ria concluye con una breve narración de observadora que Gardiner

escrib e acerca de su propia visita a Malekula

en

1983. Cincu

enta

y cinco años después,

lo

s melanesios (

una cultura

y

un

pueblo que,

en realidad, no se extinguió , como parecía

in

evitable en 1926)

recuerdan

y

honr

an apropiad

amente

a Deacon.

La lápida de Bernard

era una

sencilla losa rectangular grabada con las

palabras A. B. Deacon, Antropólogo. 1903-1927 . Ahora

estaba

rodeada

de

cuencos

y

de l

atas

con flores,

y adornad

a con peq ueñas gu

irn

aldas,

conmovedores tr ibutos

de

los aldeanos

para esta

ocasión especial.

Agreguémi cuenco y, al darme vue lta,

mir

é hacia la ladera de una colina

del otro lado donde a través de los árboles, podía verse el mar. De pronto,

por alguna

razón

inexplicable

y

a pesar de

creer

l

as

tumbas son

ir relevantes, me alegré de que Be

rnard hub

iera sido enterradoa la vista

del

mar.

A Deacon lo consumió su trabajo

et

nográfico. A veces -como

todos los

trabajadores

de campo- se se

ntía ais

lado, atrapado por

la dificultad de su tarea-

interpretat

iva (la pr ofu

nd

a complejidad de

l

as

costumb

res

melanesias) y por el ambi

ente

de la is

la

(su belleza

intensa y su clima apla

st a

nte, satu rado de malar ia). Escribe a su

compañera distante - pues tal

es

la f

un

ción de ella en las cartas

con una mezcla de anhelo amoroso, autoconciencia lúcida, y a veces

un

a búsqueda (literalment e) afiebr

ada

de alg

un

a visión o per-

 

t'

< pció

n de una

real

idad ilu

sor

iamente "total . Las

cartas

editadas

preservan la

rareza

irreductibley la origin alidad de

su maner

a de

prnsar. Dotado de

una

inteligencia suprema, se permite estar

¡·on

fundido.

Deacon

habí

a llegado a Malekula

entrena

do en la antropología

dt

•Cambridge y,

en

particular,

en

la obra de W. H.

R

Rivers. Hacia

In mitad de su estadía, las guías explicativas comenzaron a

llttufragar. En las cartas, se lo ve

ab rum

ado por todo lo que

ha

quedado fu

era

de l

as

fórmulas excesivamente

nítidas

de

sus

IIH\estros, y también por la incompatibilidad de los informes

I

nteriores sobre

la

s Nuevas Hébridas,

entre sí

y con

su

propia

r1vestigación. Como buen observador, escribe en un período de su

lrnbajo de campo

en

el cual

ya ha

aprendido lo suficiente para

Nl tber cuán vastos y a ntes insospechados son los niveles de igno

r•nncia que persisten.

La

visión sintética es evasiva; carece de

un

p11norama teórico o de la distancia nece

sa r

ia para ver estructuras

11111p lias. Deacon confronta

esta

experiencia con honestidad y sin

llf t•

r rarse a claves

prematuras para entender la

c

ultura"

(como si

1 11ora

una

sola cosa). Hace algunas observacionesagud

as

y desilu

Nonadas sobre el rapport

en

el trabajo de campo, sobre

las

idas

v

venidas, la simpatía y la impaciencia, la vulnerabilidad y el

ni Hamiento del trabajo etnográfico. La única privacidad, el único

111manente de Eu ropa aquí, es el pensamiento. Y luchando con su

pupel de observador

cultura

l, anota: mi interés en los nativos es

dt masiado

genera

l

  e n rea

lidad, lo

es mi in terés

en la

gente

como

to

do-;

no reacciono espontáneamente frente a ellos como

una

p11r

sona, sa lvo raras excepciones. Sólo

la

comprensión de que algo

fiiiC conozco en mí es sabido por otro puede de repente

¿qué?-

clt•Hpertarme hacia él. No lo sé. De otro modo, puedo conocerlo pero

uolo me interesa en re lación con los demás. Lo siento, todo esto es

11111y insulso ..

Está

lejos de

ser

insulso.

Hiere profundamente. Si bien en sus

1  rtas Deacon cuestionó seriamente las relaciones etnográficas

llttorper sonales y

la

posibilidad de d

erivar

teorías antropológicas

I IIIY abarcadoras, y si bien sintió a veces una enorme brecha que

In Hepa

raba de

la

gente compl

eja al

alcance de su mano , esto no

hnHa pa ra inferir que tenía constantemente una sensación de

trxtrañamiento

en las

Nuevas Hébridas.

Hay

momentos de

in tensa

tlirha, de cercanía con la gente y el luga r . Aparentemente sus

nrllitriones lo apreciaban mucho. Y

hay

momentos de claridad

67

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3

Prácticas espaciales:

el

trabajo

e

campo el

viaje la disciplina

de

la antropología

Al día siguiente del terremoto de Los Angeles

en

1994, vi por

l11lnvisión

una entrevista

a un especialista

en

suelos. Manifestó

qtll l había estado en el campo esa mañana buscando nuevas

fullnH. Sólo después

de

uno o dos minutos de conversación, corn-

Il'

nndí

que

el científico

había

estado todo el tiempo sobrevolando

,,¡

li i'Oa en

un

helicóptero. ¿Pod ía considerarse esto un trabajo de

tlt

ttlpo?

Me intrigaba su concepto de campo, y me sentí de algún

tundo insatisfecho.

Mi

diccionario comienza

su

larga li

sta

de definiciones de

1 111l1po con una que describe un espacio abierto y

otra

que remi te

1111 11 espacio desbrozado. Un espacio donde la

mirada

no

encuentra

lu tpcdimentos y se halla libre para vagar. En antropo

lo

gía, Maree}

1:1

ln

ule fue pionero

en

el uso de la fotografía aérea,

un

método que

r

 

O

continuaron utilizando de tanto en tanto. Pero si bien la

i ó n

panorámica, real oimaginada, ha sido durante mucho

n p o

parte

del

trabajo

de campo, el campo

que

el especialista

Huclos

transporta

por aire no deja de ser un choque contradic-

' ''

io, un

oxímoron. En

particular

en geología ero

también en

l•ttltls

las cienciasque valoran el trabajo de campo-, la práctica de

ti VOHLigación en el terreno , observando detalles minúsculos , ha

1do

una condiciónsinequ non.

El

equivalente francés, terrain es

II iquívoco. Se suponía que los caballeros

naturalistas

debían usar

ltut.ns embarradas. El trabajo de campo está ligado a la tierra,

lltl.imamente comprometido con el paisaje natural y social.

71

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8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

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No siempre fue así. Henrika Kuklick (1997) nos recuerda que

el movimiento

hacia la

investigación de campo profesional

en una

amplia

gama

de disciplinas, incluyendo la antropología, se dio en

un

momento histórico particular: a fines del siglo

XIX. En ese

momento, se adoptó rápidamente la presunción de que el trabajo

profesional debía

ser

circunscripto, empírico e

interacti

vo.

El

trabajo de campo pondría a prueba la teoría; daría pie a la

interpretación.

En

este

contexto, el hecho de sobrevolar

la

zona

afectada

en un

helicóptero me parecía

un tanto

abstracto. Sin embargo, tras re

flexionar

un

poco, debí

admitir

que el especiali

sta en

suelos

realizara su práctica de ir al campo , aunque nunca lo pisara . De

algún modo, su uso del término

era

pertinente. Lo que importaba

no

era

sólo la adquisición de datos empíricos frescos.

Una

fo-

tografía

satelita

l podía aportarlos. Lo que

daba

validez a

trabajo de campo

era

el acto de salir físicamente hacia un espacw

desbrozado de trabajo 

Salir presupone

una

distinción espacial

entre una base

conocida y

un lugar

exteriorde descubrimiento.

Un

espacio desbrozado de trabajo significa que es posible

mantener

a

raya la

s influencias distractoras.

Un

campo, por definición,no

está

invadido

por la

maleza. El especia

lista

no

podr

ía haber

hecho

su

t

rabajo de campo en helicóptero en

un

día brumoso, del mismo

modo que un arqueólogo no puede excavar adecuadamente un sitio

habitado o sobre el que

hay

construcciones. Así,

un

antropólogo

puede considerar

que

es necesario limpiar

su

campo, al menos

conceptualmente, de

turistas,

misioneros o tropas gubernamen

tales.

Salir

a

un

espacio de trabajo presupone.prácticas específicas

de desplazamiento y una atención concentrada, qisciplinada.

En este

ensayo, espero

aclarar un

legado antropológico cru

cial y ambivalente: el papel del viaje, del desp lazamiento físico y de

la

residencia

temporaria

lejos del hogar, en la constitución del

trabajo

de campo.

Analizaré

el

trabajo

de campo y el viaje

en

tres

secciones. La

primera pasa

revista a algunas producciones re

cientes

en la

antropología socioc

ultural

, señalando los aspectos

en

que se

hallan

cuestionadas las prácticas clásicas de investigación.

Mi intención

es

develar por qué el trabajo de campo sigue siendo

un

ra sgo central de la autodefinición disciplinaria. La segunda

sección

se

concentra en el trabajo de campo como

una

práctica

espacial corporizada, mostrando cómo, desde los comienzos de este

siglo, fue estructurándose

un

cuerpo profesional disciplinado, a lo

72

lurgo de

una

frontera cambiante con

las

prácticas de viaje litera

' ias y periodísticas. En oposición a estas formas de conocimiento

1 < ndenciosas,

super

ficiales y subjetivas,

la

investigación antro-

1 O

ógica se orientóhacia la producción de un conocimiento cultural

profundo. Sostengo que la frontera

entre

ambas es inestable y que

•w renegocia constantemente. La terce

ra

sección pasa revista a las

l'

l'fticas actuales relativas a

las

historias normativas de viaje

'uroamericanas que

durante mucho tiempo

han estructurado las

wácticas de investigación de

la

antropología.

Las

nociones de

t•omuni

dad

interiores y exteriores,

patria

y

ext

ranjero, campo y

•n

otrópoli, se ven cuestionadas cada vez más por tendencias

poHexóticas y descolonizadoras. Es mucho menos claro qué

cuenta

hoy como

trabajo

de campo aceptable,

cuál

es la gama de prácticas

nt-t

paciales desbrozadas por

la

disciplina.

Tomo

prestada la

frase práctica espacial del libro de Michel

d r t e ~ u The Practice ofEveryday ife (1984). Para De Certeau,

¡;1 espacio

nunca es

algo ontológicamente dado.

Surge de un

mnpa discursivo y de una práctica corporal.

Un

barrio urbano, por

PÍI'mplo, puede establecer

se

físicamente de acuerdo con

un

plano

t

i

calles. Pero

no

es un espacio hasta que se da una práctica de

fi('Upación activa por

part

e de

la

gente, hasta que se producen los

IIH

>v

imientos a

través

de él y a su alrededor. Desde

esta

perspec-

1 vn,

nada

está dado en lo que se refiere a

un

campo .

Este

debe

ser

ll'llbajado,

transformado en un

espacio soci

al

distinto, por

las

prncticas corporizadas del viaje interactivo. Tendré algo m

ás

que

docir, ·a medida que avancemos, sob

re

el sentido extenso y las

lrmitaciones del término viaje , tal como yo lo utilizo . Y me

llt'llparé, sobre todo, de

las

normas y tipos ideales. En la introduc

l't  ln a

una

importante compilación de ensayos sobre el campo  en

l

 

nntropología, Gupta y Ferguson (1996) sostienen que la práctica

t•omún rec

urre

potencialmente a

una amplia gama

de actividades

l

nográficas,

algunas

de ell

as no

ortodoxas

según

los cánones

nwd ernos. Pero

también

confirman

qu

e, desde

la

década de 1920,

hll prevalecido una norma reconocible en los centros académicos

tlt• Europa y

Estados

Unidos.

1

El trabajo de campo antropológico

lln representado algo específico dentro de los métodos sociológicos

v •Lnográficos que muchas veces se superponen:

un

encuentro de

l

tl

vcstigación especialmente profundo, extenso e interactivo. Esto,

por supuesto, es el ideal. En

la

práctica, los criterios de profun

dida

d en

el

trabajo

de campo (duración de

la estadía,

modo de

7

Page 36: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 36/66

inl.ot'lll'

t'i

6rl ,

vi

Hla:; repelidas , aprendizaje de lenguas),

han

varia

do, Lll ÜO como lo han hecho las experi

encias concretas

de

inv

es ti

gación.

Esta multiplicidad de prácticas desdibuja

cualquier

significa

do nítido y referencial del "trabajo de campo". ¿De qué

estamos

hablando cuando invocamos el

trabajo

de campo antropológico?

Antes de proseguir, debo detenerme

un

momento en este problema

de

la

definición. La semántica el

emental

distingue

varias formas

en

que se

sostienen

los significados:

grosso modo

por

referencia,

concepto y uso. Voy a partir

primeramente

de las dos últimas ,

comúnmente calificadas como "mentalistas" (Akmajian et al. ,

1993: 198-201).

Las

definiciones

conceptua

l

es

usan un prototipo,

a menudo una

imagen

visual,

para

definir un centro con referencia

al

cual

se evalúan

las

variantes

. Una famosa fotografía de la

carpa

de Malinowski clavada

en

medio de una ald

ea

trobriandesa ha

servido durante

mucho

tiempo como una

potent

e imagen

mental

del trabajo de campo antropológico. (Todo el mundo la "conoce",

pero ¿cuántos

podrían

describir la escena concreta?) Ha habido

otras imágenes: visiones de interacción personal;

por

ejemplo,

fotografías de

Margaret

Mead, i

nclinada atentamente hacia

una

madre balinesa y

su

bebé. Además, como ya lo he sugerid

o,

la

misma p

alabra

"campo" evoca imágenes mentales de espacio

desbrozado, cultivo, trabajo, territorio. Cuando

hablamo

s de tr a

bajar

en el campo, o r al campo,

nos basamos en

imág

enes

me

ntales

de un lugar específico, con un

adentro

y un afuera, al que

se

llega

mediante prácticas de movimiento físico.

Estas

imágenes

mentales enfocan y limitan

las

definiciones.

Por

ejemplo,

hacen

que

resulte extraño decir que un

antropólogo,

cuando habla

por

teléfono

en

su

oficina,

está

haciendo trabajo de

campo

in

cluso si lo

que

en re alid

ad

hace es recoger datos etno

gráficos de manera disciplinada e in teractiva. Las imágenes

ma

terializan

conceptos, produciendo

un

campo semántico que parece

claro en el "centro" y desdibujadoen los "bordes".

La misma

función

es servida por más conceptos abstractos. Varios fenómenos se

reúnen a

lr

ededor de prototipos.

Hablaré, por

deferencia a Kuhn

(1970: 187), de

ejemplares .

Del mismo modo que

un

petirrojo se

considera un pájaro más típico que un pingüino,

ayudando

as í a

defini r el concepto "pájar

o ,

ciertos casos

ejemplares

de

traba

jo de

campo si

rven

de anclaje a experiencias heterogéneas. El trabajo

74

d ' campo "exótico", realizado a lo largo de un período continuo de

por lo menos un

año, ha

fijado d

es

de

hace

algún tiempo, la norma

t•nn refe

rencia

a la cu al se juzgan otras prácticas. A

pa

r

tir

de este

c

uc

mpla

r,

las

diferentes prácticas

de investigación de cruce cultu

r•

nl

se

parecen

menos a un

trabajo

de campo "real" (Weston, 1997).

¿Real para q

uién?

El significado de

una expresión es

de

termi

nndo en última instancia

por

una comunidad de lenguaje. Este

t•t•itcrio de uso

abre

espacio para una

historia

y

una

sociología

de

luH ignificados.

Pero,

en el

presente

caso,

se ve

complicado,

por

la

t•i

rc

unstancia

de que aquellas pe

rsonas

reconocidas como an t ropó

ltrf OS (la comunidad

relevante

) son definidas

críticamente por

el

hecho de haber aceptado y realizado algo cercano (o lo suficiente

tllcnte cercano) al "trabajo de campo re al

  .

Las

fronteras

de la

t•

om unidad relevan

te

han

sido establecid

as

(y lo son,

cada

vez

má s

)

0diante lu

chas

en

torno de los posibles significados aptos del

1"·mino. Esta complicación

se halla

presente, hasta cierto punto,

11

11

todos los criterios de uso comunitario para definir el significado,

tt

ll

pccialmente cuando

están en

juego "conceptos esencialme nte

t'liOStio

nados

" (Gallie, 1964). Pero

en

el caso de los antropólogos y

td"t rabajo

de

campo", el vínculo

de

constitución

mutua

es

desacos

~ t m b r d m e n t e

estrecho. La comunidad no

usa

(define) simple

II  nte

el

término "trabajo de campo"; es materialmente u tilizada

Id< inida)

por

él. Una serie diferente de significados configuraría

ttr

lt\ comunidad

di f

erente de antropólogos y viceversa. Los riesgos

ttociop.olíticos que

suponen

estas definiciones roblemas de in

 'iu

f;

ión y exclusión, de centro y

periferia- deben

permanecer

X

pl

ícitos.

ll r·onteras disciplin ri s

Considérese el proyecto de Karen

McCarthy

Brown, que

I H

t.

udió a

una

sacerdoti

sa

vudú

en Brookl

yn

(y la

acompañó

en

una

vlH

ta

a Haití). Brown viaja ba

por

el campo en auto, o en el

metro

dt Nueva York, desde

su

hogar en Manhattan.

Su

etnografía e

ra

Jlll nos una

práctica

de residencia

intensiva

(la "carpa

en

la aldea")

una cuestión de visitas repetidas y de trabajo colaborativo.

O

1 1vez, su

trabajo

incluía lo

que Renato

Ro

sa l

do llamó a

lgu

na vez,

r nlizando qué es lo que distingue a la etnografía antropológica ,

"l'r

c

cuentación

profunda  .

2

Antes de

trabajar con Alourdes , su

75

Page 37: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 37/66

tema

de estudio, Brown

habí

a realizado viajes de investigación a

Haití. Pero cuando visitó a Alourdes por prime

ra

vez experimentó

un nuevo tipo de desplazamiento:

Nue

st

r

as fosas

n

asa

l

es se

llenaron con olores a carbón de le

ña y carne

as ada y

nuestros oídos con trozos sobrepuestos de salsa, reggae

y

la

cadenciosa monotonía de lo

que

los hai

ti ano

s llamanjazz. Se podían oír

a

nimada

s conversacion

es

en el francés criollo de Hai tí,

en

español y

en

más de un dialecto lírico del

in

glés. La calle

era

un alucinado tapiz de

tiendas: Chicka-Licka, el Bazar Ashan ti , una iglesia cristi ana con una

tienda

en su frente, de nombre improbableme

nt

e

la r

go

y

especí

fico,

un

restaurante

haitiano,

y

Botánica Shango: una de

la

s bot

icaria

s de

las

religiones africanas del Nuevo Mundo que ofrecía polvos para la buena

suerte y para enriquecer

se

r ápid amente , raíces del

Eminente

Juan el

Conquistador

y

velas votivas marcadas

por

los Siete Poderes Africa

nos. Me hallaba só

lo

a unos pocos kilómetros de mi casa en el Bajo

Manhattan, pero

sen

tí como si hubiera tomado un desvío equivocado,

me hubi

era resbalado

por

una grie

ta

e

nt r

e mundos y

reap

arecido en la

calle princip

al

de una ciudad tropical. (Brown, 1991: 1)

Podemos com

pa r

ar es

ta

escena de llegada (Pratt, 1986) con

la famosa frase de Malinowski:

Imagíne

se

usted in

s

talado

en

la

playa de una isla trobriandesa (Malinowski ,

1961

). Ambas cons

tr uy

en

retóricamente un lugar tropical, muy diferente, un topos

y un tópico para el trabajo que seguirá. Pero la versión contem

poránea de Brown es presentada con cierto grado de ironía: su

ciudad tro pic

al

en Brooklyn es

se

nsorialmente

real e

imaginaria:

una ilusión , así sigue llamándola, proyectada por una viajera

et nográfica

en

una ciudad del mundo j m ~ n t híbrida. El

suyo no es un

estu

dio de vecindario (aldea urbana). Si tiene un

locus microcósmico, este es la casa de tres pisos en que vive

Alourdes a la sombra de la a utopista de Brooklyn-Queens: ho

gar

de

la

única

familia

haitiana

en

un

barrio

negro norteamericano. El

Hait í

  de

la

diáspora, en esta

etnograf

ía,

ti

e

ne un

a localización

múltiple. La etnografía de Brown no se sitúa tanto por un lugar

concreto, un campo en·el cual entra y que habita

durante

algún

tiempo, como por una relación in terpersonal na mezcla de

observación, diálogo, aprendizaje y amis t d con Alourdes. Des

de esta relación que funciona como centro, se evoca

un

mundo

cultural de individuos, lugares, memorias y prácticas. Brown

visita, frecuenta

es

te mundo,

tanto en la casa

de Alourdes, donde

76

tienen lugar las ceremonias y la socialización, como

en

otros sitios.

1:1

campo  de

Brown

está allí donde ella

se encuentra

con Alour

dcs. Vuelve, por supuesto, a dormir, reflexionar, escribir sus notas

.Ydesarrollar su vida hogareña en el Bajo

Manhattan.

Siguiendo la práctica establecida del t r abajo de campo, la

ntnografía de Brown contiene muy pocos detalles sobre

la

vida

t·otidianaen Manhattanen tremezclada con sus visitas a Brooklyn.

u campo p

erma

nece

separa

do, afuera . Y si bi

en

la relación

t'

tl

lt ura/objeto de estudio no

puede

ser

es

pacializada con nitidez, lo

,•ior to es que se visita intensamente un lugar dis tinto. Hay una

in cracción física,

interpersona

l, con

un

mundo definido, a menud o

tlxó tico, que conduce a una experiencia de iniciación. Si bien no se

observa la práctica espacial de

la

r esidencia, el hecho de vivir en

na

co

munidad, el movimiento de la etnógraf a adentro y afuera

tlol

campo, sus

idas

y ven idas, son sistemáticos. Uno se

pregunta

quóefectos tienen estas proximidades y dist ancias en el modo como

llt·own concibe y presenta su investigación. ¿De qué modo, por

m p l o retrocede en sus vínculos de

invest

igación a fin de escribir

tlllb re ellos? Esta toma de distancia se ha concebido de modo típico

l'omo

un

abandon

o

del campo, ese lugar clarament e alejado del

hogar (Cra

pan

zano,

1977) .

¿Qué diferencia aparece cuando nues-

  0 informante nos ll

ama

a casa ru t

inariamente

para pedirnos

ny uda con una ceremonia, apoyo en una crisis, un favor? Las

pnícticas espaciales del viaje y las prácticas temporales de la

nHcri

tura han

sido crucial

es para la

definición y representación de

1 tópico  la traducción de la experiencia en

marcha

y de la

rincada relación

en

algo distanciado y rep

resentab

le (Clifford,

1

1)9

0). ¿De qué modo manejó Brown esta traducción en un campo

l'uyas fronteras eran

tan

lábiles?

David Edwards pl

antea

un desafío similar, aunque

más

PXrcmo para la definición del trabajo de campo real , en

su

Afganistán, etnografía y Nuevo Orden

Mund

ial

  .

Ingre-

 

1ldO en la an tropología con la esperanza de volver a Afganistán

¡utra llevar a cabo

un

estudio de aldea de tipo tradicional

en

nlguna comunidad montañosa , Edwards confrontó un campo 

diHperso, desgarrado por la guerra: Desde 1982

,

he realizado

1

•nba

jo de campo en lugares variados, incluyendo la ciudad de

l'oHhawar,

Pakistán,

y varios campos de refugiados dispersos

en la

l't·ovincia de la Frontera Noroccidental.

Un

verano, también viajé

por el interior de Afganistán para observar

las

operaciones de un

77

Page 38: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 38/66

grupo

de mujahadin

y he ·

pasado

bastante tiempo entre los

refugiados afganos

en

el área

de Washington

, D.C.

Por

último,

me

dediqué a

monitorear

las actividades de un grupo afgano de prensa

en

el ordenador

(Edwar

ds, 1994: 343).

La etnografía

multilocal (Marcus y

Fischer,

1986) es

cada

vez

más

famil

iar;

el

trabajo de campo mu

l

ti

local

es una

conjunción de

incongruencias.

¿Cuántos

sit ios

pueden estudiarse intensamen

te

sin que

queden

comprometidos los criterios

de

profundidad ?

3

El

trabajo de

campo

de

Roger Rouse

en

dos l

ugares

vinculados entre

retiene

la noción de una

comunidad

única, aunque móvil (Rouse,

1991).

Karen McCarthy

Brown

permanece dentro

del

mundo

 

de

un individuo.

Pero

la

práctica

de

David

Edwards

es más

desperdi

gada

.

En

realidad,

cuando él comienza a unir

sus instancia

s

dispersas

de

la cultura

afgana , debe

apoyarse

en

resonancia

s

temáticas bastante déb iles y en el sentimiento común de ambi

güedad

que

producen, al

menos para

él.

Cualesqu

iera

sean la

s

fronteras

del objeto cultural con

l

tiples modu

laciones de

Edwards

(

Harding,

1994

), la lista de prácticas

espaciales

que

adopta

para explorarlas es ejempl

ar.

Escribe

que ha

realizado

trabajo de

campo en

una

ciudad

y

en

campos

de

refugiados;

ha

viajado

para

observar

los

mujahadin;

ha

pasado

bastante tiem

po (¿concurriendo a algún si tio?

¿profundamente?)

con afganos en

Washington, D.C. y

ha estado

monitoreando

el ordenador de un

grupo de prensa afgano en el exilio. Esta última ac tividad

etnográ

fica

es

la

menos

cómoda

para Edwards

(349). A la

hora

de escribir,

sólo ha

estado

acechando ,

no

produciendo sus propios mensajes.

Su

investigación

en

Internet no

es todavía interactiva.

Pero

es

muy informativa.

Edwards

escucha intensamente allí a un grupo

\

de

exiliados afganos -hombres, relativamente ,neos-

que se

preocupan juntos por

la política y

las prácticas

religiosas, p

or la

naturaleza y

las

fronteras

de

su comunidad.

Las

exper

iencias

de Karen McCart

hy

Brown

y

Dav

id Ed

wards sugieren

algunas de las presiones

corrientes

sobre el

trabajo

de

campo

antropo

lógico, visto como una

práctica

espacial de

residencia intensiva. El. campo

en la

antropología sociocultural

ha

estado

constituido por una

gama

históricamente específica

de

di

stan

cias,

fronteras

y modos

de

viaje (Clifford, 1990: 64).

Estos

el

ementos

están cambiando, a medida

que

la geografía de la

distancia

y la diferencia

cambia en las situaciones

poscoloniales/

neocoloniales, a m e

dida

que las relaciones

de poder

de la

investig

a-

78

c

n

se

reconfiguran, a

medida que se

despliegan las

nuevas

t

'cnologías

de

transporte y comunicación, y a

medida

que los

ntüivos

son

reconocidos

por

sus experienc

ia

s mundanas especí

licas y sus

historias de residencia

y viaje (

Appadurai,

1988a;

C

lif

ford, 1992; Teaiwa, 199

3; Narayan,

1993). ¿Qué

queda

de

la

s

w ácticas antropológicas clásicas en estas

nuevas

situaciones? ¿De

qué modo la antropología

contemporánea

está

cuestionando

y

l

ml

l

abora

do l

as

nocion

es

de viaje,

frontera,

ca-residencia,

interac

c•

ión,

adentro

y

afuera que

han

definido el campo, y el propio

1 '' lb

a

jo

de campo?

Antes

de

atender a estas

preguntas,

es necesario contar con

idea

clara

acerca

de

cuáles

son

las

prácticas dominantes

del

cumpo

que

están en juego,

qué

aspectos de

la

definición discipli

ll lria limitan las controversias actuales. En

general,

el trabajo

de

111 111

po

entraña

el

hecho

de dejar

físicamente el hogar  (

cua

l

qui

era

fu1 11 la definición que demos a

este término)

para

viajar,

ent

rando

v

Huliendo

de

algún escenar

io bien

diferente

Hoy, el escenario

P111'de ser las montañas de Nu

eva

Guinea; o un barrio, una casa,

111111 oficina, un hospital, una iglesia o un laboratorio. Puede

dofinírselo como

una

soci

edad

móvil,

la

de los camioneros

de

larga

IIIHLnnc

ia,

por

ejemplo, con tal

de

que

uno pase

largas ho ras en la

111

hina, conversando (Agar, 1985).

Se requiere una

interacción

1

11 1 nsa, profu

nda

, algo

canónicamente garantizado por

la prác

  m espacial

de

una

residencia

prolongada, aunque temporaria, en

11111

1

comunidad.

El trabajo de

campo

puede

tam

bién comprender

n v s

vis it as

repetidas,

como en el caso

de

la tradición

norteame

' H ll na

de

la

etnología

en la

s

reservas. El trabajo

de

equipo y

la

l

 

vostigación a

largo

plazo (Foster

et

a

l.

, 1979)

se han

practicado

' '' •di versas maneras

en diferentestradicion

es locales y nacionales.

t•r·o

en

todos los casos, el

trabajo de

campo

antropo

lógico

ha

' i11 ido

que uno

haga algo más

que

atravesar el

luga

r.

Es

preciso

·d111

más que

realizar entrevistas, hacer encuestas

o componer

IIIICI Itnes periodísticos. Este

requisito

pe rsiste hoy,

encarnado

en

111111

amplia

gama de actividades,

desde

la ca-residencia hasta

,¡¡Y'I

Sa

s formas de colaboración e

in t

ercesión. El egado

del trabajo

ti,

,

cumpo intensivo define los estilos antropológicos

de

investiga

'

111

11 ,

es tilos

críticamente importantes para

el (auto)reconocimi

en

-

111

d fic

iplinario.

4

79

Page 39: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 39/66

No

exis ten discipli

na

s naturales o intrínsecas. Todo cono

cimiento es interdisciplinario. Por ende, l

as

disciplinas se definen

y redefinen interactiva y competitivamente. Lo hacen al inve

nt

ar

tradiciones y cánones, al consagrar normas metodológic

as

y prác

ticas de investigación; al apropiarse,

trad

ucir, silenc

iar

y descar

tar

perspectivas adyacentes. Los procesos ac tivos de

discipli-

namiento operan

en varios niveles, definiendo dominios fríos y

calientes de la cultura disciplinar ia, ciertas áreas que cambian

co

n rapidez y

otras qu

e son r el

at

i

va

m

ente

esta

bles. Articulan, de

modos tácticame

nt

e cambiantes, el núcl

eo

sólido y el borde mane

jable de un dominio de conocimiento y de práctica de

in

vestigación

que es posible reconocer. La instit ucionalizac ión canaliza y retar

da, pero no puede detener estos procesos de redefinición, excepto

bajo am

enaza

de esclerosis.

Consideremos la s opciones que hoy enfrenta alguien que es

tá planificando su programa de un se

min

ario para graduados in

troductorio a la antropología socioculturai.5 Teniendo en cuenta

que el

seminar

io du rará apenas al

gunas

semanas, ¿has

ta

qué

punto es importanteque

lo

s futuros antropólogos lean a Radcliffe

Brown? ¿A Robert Lowie? ¿No sería mejor incluir a Meyer Fortes

o

Kenneth Burke?

A Lévi

-Stra

uss,

segu

r ame

nt

e .. pero ¿por

qu

é

no ta mbién a Simone de Beauvoir? Franz Boas, por supuesto .. ¿y

Frantz

Fanon? ¿Margaret

Mead

o

Marx

o E.

P.

Thompson, o Zora

Neale Hu rston, o Michel Foucau

lt

? Melville Herskovitz tal vez ..

¿y W. E. B. Du Bois? ¿St. Clair Drake? ¿Sería

importan

te trabajar

sobre fotogr afías y medios de información? El pare

nt

esco, que

alguna vez fue un núcleo disciplinario, es hoy activa

ment

e olv

id

a

do en algun as fac

ultad

es. La lin

í

st

ica antropológica,

toda

vía

invocada como uno de los cu

at

ro campos canónicos, rec ibe hoy

una

atención desigual. En algunos

programas, es má

s probable

que se lea teoría li teraria, hi storia colonial o teoría del cono

cimiento .. Ci

ertas

nociones s

in t

éticas del

hombre

el a

nim

al

portador de cul t

ur

a , que alguna vez sirvi

eron

de elemento de

cohesión en la disciplina, hoy parecen an ticuadas o perversas.

¿Puede mantenerse el centro disciplinario? Al final, en el pro

grama

in

troductorio, se h

ará

un a selección híbrida, aten

ta

tanto

a las tradiciones locales como a las exigencias comunes,

co

n

autores reconocidamente antropológicos en el centro. (A veces ,

el

lin

eamiento disciplinar io puro  será acordonado en un curso

de Historia de la Antropología, obligatorio o no .) La antropología

80

1

111 reproduce a sí mis

ma

a la vez que se compromete selectiva

relente con in ter locutores relevantes que provienen de la historia

ocial, de

lo

s estudios culturales, de

la

biología, de la

teoría

del

c•onocimiento , de las inves tigaciones sobre minorías y feminismo,

clt la

cr

ítica al discurso colonial, de la semiótica y los

es t

udios

uob re

lo

s medios, del an álisis literario y discursivo, de la socio

lo¡{ía, de la psicología, de la

lin

güística, de la ecología, de la

cc•onomía política; de ..

La

antropología sociocultural ha sido sie

mpre

una

disciplina

ll

uida,

re

a ivamen

e

abierta. Se ha enorgullecido de su capacidad

1

1

ra provocar, en riquecer y sin tetizar otros campos de estudio. En

1064,

Eric Wolf definió con optimismo a la antropolog ía como

una

di

Hciplina entre disciplinas  (Wolf, 1964:x). Pero esta apertura

pluntea problemas

recurrent

es de autodefinición. Y,

en parte

,

tlt

bi

do

a que su extensión teórica ha seguido siendo tan abierta e

l11l.erdisciplinaria, a pesar de los intentos repetidos de limitarla en

maño, la disciplina ha enc

ara

do las

pr

ác ticas de investigación

c•omo elementos definitorios esencia les. El trabajo de campo ha

dt'Hempeñado

y ontinúa

haciénd

olo

-

una

función disciplinaria

t•t1n ra l. En la presente coyuntura, la cantidad de tópicosque puede

la antropología y el

co

njun

to de perspectivas teóricas que

puede desplegar son inmensos. En estas áreas, la disciplina es

rnliente : cambia constantemente, se

hac

e híbrida. En el dominio

c ás frío  del trabajo de campo aceptable, el cambio también se da,

ptro con mayor lentitud. En la mayorí a de los medios antropológi

t'OH, se sigue defendiendo

activamente

el trabajo de campo real 

contra otros

es t

ilos etnográficos.

El eje

mpl

ar exótico

-co-

residencia por períodos extensos

lc \ios del hoga r, la carpa en l a a ldea - mantiene una autoridad

r

on

siderable. Pero

en realidad

ha perdido el centro.

Las

diversas

prácticas espaciales que autorizaba, tanto como los criterios rele

vuntes

pa

ra

eva

luar

la profundidad  y la

intensidad

  ,

han cam

hindo y siguen cambiando. Las condiciones políticas, culturales y

n('

onómicas co

nt

emporáneas aportan nuevas presiones y opor

hc

nidades a la antropología. La gama de posibles jurisdicciones

llltra el estudioetnográfico se ha

in

creme

nt

ado en forma dramática

v

' l caudal potencial de

mi

embros de la disciplina es m

ás

diverso.

H  cuestiona su ubicación geopolítica (ya no tan firme en el centro 

\II O americano). En este contexto de cambio y cuestionamiento,

la

ll cllropología académica lucha por r e

inv

e

ntar

sus tradiciones en

81

do on cuenta las

identidades inst

itucionales bastante firm

es

,

por

Page 40: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 40/66

nuevas·circunstancias. Como las sociedades cambiantes que

estu

dia, la

di

sc

iplina

se

sost

iene en

fronteras desdibujadas

y controla

da

s, uti lizando estrategias de hibridación y rea utentificación,

asimilación y exclusión. .

Algunos problemas interesantes

so

br

e las

fronteras

su

rgen

del curioso trabajo de David Edwa

rd

s en la In t

ernet

afgana. ¿Qué

ocurriría si alguien estudiara la cultura

de

los es

pías

  hackers)

de

ordenadores

(un proyecto de antropología perfec

tament

e acep

tab

le

en mucha

s,

si

no

en

todas, l

as

f

ac

ul t

ad

es de

Antropología) y

en el proceso nunca entrara en contacto físico con

un

solo espía?

¿Los

mes

es, incluso años, pasados en la Red

se r

ían considerados

trabajo

de campo? La inv

es t

igación

bi

en

podría aprobar la exigen

cia de estadía

prolongada

y el examen de profundidad /interacti

vidad. (Sabemos que en la R

ed pued

en

ocurrir

a

lguna

s conversa

ciones e

xtrañas

e inten

sas

.) Y el viaje electrónico es, después de

todo, un a especie

de

dépaysement.

Podría

incremen ta r la obser

vación participante

in t

en

sa en un

a comunidad diferente, y ello sin

la exigencia de tener

que

de

jar

físicamente el hogar.

Cuando

pregun

a varios antropólogos si les parecía

qu

e esto podía

cons

ider

arse

trabajo

de campo,

por

lo

genera

l r

es

pondieron tal

vez ; incluso, en

un

caso,

por

supuesto .

Pero

cuando insistí,

preguntándoles si supervisarían

un

a tesis doctoral

en

Filosofía

que se basara

principalm

ente en

este

tipo de

inv

es tigación

de

scor

porizada, dudaron o dijeron que no: tales experienci

as

no podr

ían

aceptarse

en

la

actualidad como

trabajo de

campo. De modo

que

según las tradiciones

de

la disci

plina,

se desaconse

jaría

al

gr a

du

ado que pensara

tomar semejante cur

so. Nos

enfrentamos

con

las limitaciones institucionales e

histórica

s que 1;e

fuerzan

la dis

tinción

entre

el trabajo de campo y

otras actividades

et

nogr

áfic

as

m

ás

amplias. El

trabajo de

campo en la antropología tiene el

se

dim

ento de una historia disciplinaria y

continúa

funcionando

como rito de

pasaje

y como

marca

de profesionalismo.

.

Una

frontera que actualm

ente

preocupa a la antropología

sociOcultural

es

la

que

la separa de un conjunto heterogéneo

de

prácticas

académicas a

menudo

llamadas estudios culturales .6

Esta

frontera

está

volviendo a organizar,

en

un nuevo contexto,

algunas de las divisiones y cruces

de

la sociolo

gía

y la antropología

establecidas hace mucho tiempo. La sociología cualitativa, al

menos, cuenta con sus

propia

s tradiciones etnográficas,

cada

v

ez

más r elevantes para

una

antropologi a posexoticista.

7

Pero

tenien-

82

Inmenos en los Estados Unidos, la frontera con la sociología no es

lun ingobernabl e como la

que

se esta

bl

ece con los

estud i

os cul

lllmles . Este nuevo lugar

de

cruce y cont rol

de fronteras

r

epi

t e en

purte

una

relación constante, tensa, con el textualismo  o la

r 1t.ica literaria . El movimiento para recuperar  la antropología

manifestado en los rechazos de la recopil ación

Writing Culture

11 liflord y Marcus,

19

86) y en tiempos más cercanos, a menudo

de

11 11 modo incoherente , en

un

a contundente falta de aceptación

de

l11 nntropolo

gía

posmodern a - constituye,

al día

de

ho

y, una

111 l.ina en a lgunos sectores. Pero la frontera con los

estudios

1

111

Lu

ra

les

pu

ede sermenos

man

ejable, pues es más fácil m

antener

11 1111

separación clara

cuando

el otro

di

sciplinario, ya sea la

teoría

li11

1

1 nrio-retórica o la semiótica textualista, carece de a l

gún

com

lil trl<'nte de

trabajo de

campo y, lo

que

es

más, de

una mirada

••l•1ográfica anecdóti

ca

frente los fenómenos

culturales.

Los

' 1Ludios culturales , tanto

en

la tradición

de Birmin

gh am como

lgunas de

sus

vetas sociológicas,

poseen

una tr adición etno-

1•

u

fi

ca desarrollada

mucho

más cercana al trabajo de campo

an

ll

upológico. La distinción Nosotros hacemos

trabajo

de campo,

• l

lo

H

hacen

análisis

d

el

discurso

es

más

difícil de

sostener.

\1¡: 11nos antropólogos h an buscado inspir

ac

ión en

la etnogra

fía

de

lu

t H

Ludi

os culturales (

Lav

e et a l. , 1992)y, en r

ea

lidad, hay

mucho

•111

11 11prender de sus

ar

tic

ul

aciones

cada

vez más complejas entre

1l11m , género,

raza

y sexualidad. Es más, lo que hizo

Paul

Willis

11111 los. muchachos de cla

se

obrera de

Learning to Lab  ur

(

197

7)

n<

ompañá

ndolos

en

la escuela, hab lando con los padres , traba

l in

do

a su lado en el piso del tal ler- es comparable a un bu

en

11

du0o

de

campo. La

profundidad de

su interacción social fue sin

dudn mayor que, digamos, la que logró Evans-Pritchard

durante

l11 diez meses

que

pasó con los nuer hostiles y

mal

dispuestos.

Muchos proyectos antropológicos contemporáneos son difíciles

l

it di

HLinguir del t

ra b

ajo en los

estud

ios

culturales.

Por

ejemplo,

Hard

in

g está escribiendo una

etnografía

del fundament a

l

11111

cristiano en los Estados Unidos. Ha rea lizado una obser

u ton par ticipativa muy extensa en Lynchburg, Virginia, en el

lt

tftll

ior y en los

alrededores

de la iglesia de J erry

Fa l

well. Y, por

lfiiii  'H

Lo,

el

min

isterio

te

levisivo de

Falwell

y de

ot

ros como él le

11

11

1tiL

u n de gr an interés: constituyen

su

campo . En verdad, no

lit interesada tanto en

una

com

unidad es

pacialmente

de

finida

83

como en lo que ella

denomina

el discurso

de

los nuevos

fundamen-

dc

ntidad

en

lugares y

momentos

estratégicos. Estos

incluyen

el

Page 41: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 41/66

talismos.8

Le preocupan

los

programas de

TV, los

sermones,

las

novelas, los medios

de

información

de

todo tipo, así como también

las conversacion es y los comportamientos cotidianos. La mezclade

observación

participante,

crítica

cultura

l y

de

los medios, y

análi-

sis del discurso que practica Harding es característica del trabajo

que hoy se

realiza

en las zonas etnográficas fronterizas. ¿Hasta

qué punto

dicho

trabajo

es antropológico ?

¿En qué

se diferencia

la

frecuentación

de los

evangé

licos de

Lynchburg de

los

estudios

de

Willis o

de

Angela McRobbie sobre la cultura

juvenil

en Gran

Bretaña

o de los trabajos anteriores de los sociólogos pertenecien-

tes a la

Escuela

de Chicago? Hay diferencias, sin

duda,

pero estas

no se unifican como método distinto y existen considerables super-

posiciones.

Una diferencia importanteestá en

que

Harding

insiste

en que

una parte

fundamental de

su

trabajo

etnográfico debe

incluir

la

convivenci con

una

famila

cristianoevangélica. En realidad, e

ll

a

informa que cuando dicha

convivencia

tuvo

lugar, sintió

que había

realmente

penetrado en

el campo .

Antes

se había alojado en un

motel. Podría pensarse que esto

constituye

una articulación clási

ca

del

trabajo de

campo, desplegado

en

un

nuevo

escenario.

Y,

en

cierto sentido, lo es.

Pero

forma

parte

de un

descentramiento

potencialmente esenc

ial

, puesto

que

no

cabe considerar al

período

de co-residencia intensiva en

Lynchburg

como la esencia o núcleo

del proyecto,

para

el

cual

el mirar

televisión

y l

eer fueran

s

ub

si

diarios. En el proyecto

de Harding,

el trabajo

de

campo era una

manera importante

de

descubrir

cómo

se vivía el

nuevo

fundamen

talismo

en

términos cotidianos. Y si

bien

le ayudó

por

cierto a

definir

como

antropo

lógico

su

proyecto híbrido, fue un enclave

privilegiado

de profundidad

in te

ractiva

o iniciación.

El trabajo

de

Harding es un ejemplo

de

la investigaciónque se

nutre

de

los

estudios

culturales, el an áli

sis

del disc

urso

y los

estudios

de género

y medios, sin abandonar los rasgos antropoló

gicos

centrales

.

Señala

una dirección

actual

p

ara

la disciplina,

según

la cual el

trabajo

de campo sigue siendo necesario, pero ya

no se lo ve como un método privilegiado. ¿Significa esto que se h a

abierto

la

frontera institucional

entre la antropología, los

estudios

culturales y otras tradiciones emparentadas? De ningún modo.

Precisamente porque

los cruces

son

tan

promi

scuos y las super

posiciones tan frecuentes, se

estab

lecen acciones

para

reafirmar la

84

roces

oiniciativo

de

los certificados

de

graduación, y los

momentos

11  que la gente debe enfrentarse con

negativa

s

de trabajo,

financia

¡·ión o autorización. En el disciplinamiento cotidiano que forma

tropólogos y no especialistas

en

estudios culturales, se

reafirma

u frontera,

de

un modo rutinario . Tal vez en una forma más

¡Htblica,

cuando

se aprueban los proyectos

de

campo

de

los

l H

t.udiantes

graduados,

las prácticas espaciales distintivas que

ht

tn

definido a la antropología

tienden

a

reafirmarse

a

menudo sin

¡toHbilidades

de

negociación.

El concepto del campo y

la

s

prácticas

discipl

inarias

asociadas

t•

on

61 constituyen

un legado

fundamental

y

amb

iguo para la

t•ntropología. El trabajo de campo se ha convertido en un proble

lllu

 , debido a sus asociaciones

históricas

positivistas y colonialis

lttH el campo como laboratorio , el campo como lugar

de

descu

ln·inliento para transeúntes privilegiados).

También

se

ha

vuelto

difícil

de

circunscribir, dada la proliferación

de

tópicos et-

nográficos y

las

condensaciones

de

tiempo-espacio (

Harvey,

1989

 ,

l'llt'acterísticas

de

las situaciones posmodernas, poscoloniales/

•oc

oloniales. ¿Qué va a

hacer la

antropología con

este

problema?

..iempo

lo

dirá. El trabajo de

campo,

una

práctica

de investiga

l i(m

fundada en la

profundidad

interactiva y en la diferencia

nH paciali

zada, se

está

retrabajando

  (según el

término utili

zado

po1·Gupta y Ferguson), pues

constituye

una

de

las

escasas

marcas

IOIAtivamente

claras de la

di

stinc

ión disciplinaria

que aún

quedan.

1Yoro-

qué

am p

li

tud puede tener la gama de

prácticas aprobadas?

cuán

desce

nt r

ado

(Gupta

y

Ferguson

)

puede

volverse el

ll'llbajo

de

campo sin

transformarse simplemente

en

uno de

los

n ótodos etnográficos e históricos utilizados por la disciplina, en

l'llncierto con otras disciplinas?

La

antropo

lo

gía

ha sido siempremás que un trabajo

de

campo,

p t ~ r o el

trabajo de

campo era algo

que

un antropólogo tení que

h11ber

hecho, con

mayor

o

menor

eficiencia,

por

lo menos una vez

Hu

vida

profesional.

9

¿Cambiará

esto?

Quizás ocurra. Tal

vez el

lr·ubajo

de

campo se

transforme en

una mera herramienta de

Investigación y deje

de

ser un requisito esencial o

un

calificador

wofesional.

El

tiempo lo dirá. Al

día de

hoy,

sin

embargo, el

trabajo

dt campo sigue siendo

críticamente importante:

un proceso

de

di Hciplinamiento y un legado ambiguo.

85

  l

habitus del trabajo de campo

cs. En los primeros años de v

id

a de la ant ropolo

gía

moderna,

Page 42: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 42/66

La institucio

nali

zación del

trab

ajo de campo a fin es del siglo

XIX

y comienzos del xx puede e

nt

end er

se

de

ntro de

una

hi

storia más

ampli

a del v

iaj

e . (Uso el t é

rmino

en un se

ntido

amplio; volver é

sobre es

te

punto enseguida.) El trabajador de campo antropológico

fue el

último

en

llegar

ent re los occidentales

que

v

iajab

an y

resid ían fuera de su país. Exploradores, misioneros, funcionarios

coloniales , c

om

erc ia

nt

es , colonizadores e

in

ves

ti

g

ador

es de cien

cias naturales eran

figura

s bien es t ablecidas antes de que sur giera

el

profesional

antropológico en-el-teiTeno.

Ante

s de Boas, Mali

nowski, Me

ad,

Firth

y otros, el es tudioso de an tropología per

manecía usualmente en su

patria

, procesando información etno

gráfica

que

le env

iab

an hombres que

es

taban en el lu

ga

r  y

que

se

reclutaban e

ntre

los transeúntes antes mencionados.

Si

los es tu

diosos metropolitanos se a

venturab

an a sa li r, lo

hacían

en expedi

ciones

de

r econocimiento o destinadas a la recolección

de

piezas

para los

muse

os.

Se

an

cu

a

les

fuer en

la

s excepcion

es

a e

st

a regla

que pueden ha ber existido, la hondura in teractiva y la ca-res iden

cia no eran

todav

ía r equisitos profes ionales.

Cu

a

ndo

los s

eguidores

de Bo

as

y Ma

linows

ki

comen

za

ron

a

abogar

por el tr abajo

de

campo intensivo, se requirió un esfuerzo

par a difere

nciar

el tipo de conocimie

nto antropol

ógico producido

con este método, del adquirido por otros residentes de la rga

da t

a

en l

as

áreas

es

tudiad

as

.

Otro

s disciplinarios , por lo menos

tr

es,

fue

ron

mantenidos a distancia prudencia

l:

el

mi

sionero , el funcio

nario colonial y el esc

ri

tor de viaj

es

(periodista o exótico literario

).

Podría decirse mucho

de

las compl

ejas

relacionM de la a

ntrop

ología

con es tos tr

es a

lt

er egos

profesionales cuyos informes s ustancial

mente amateurs in te

rv

encionista s y subj e

ti

vos de la vida

indí

ge

na serían d

es t

ruido

s por la ciencia ,

seg

ún la exp res ión de Mali

nowski.10 Vo y a concentr arm e a

qu

í en la front

er

a con el viaje

li

terarioy periodístico. Como principio metodológico,

no

pres

upon

go

las au todefiniciones de la disciplina, ya sean positivas

(

tenemos

un a prácti

ca

de inv

es

tigación y un a comprensión de la cultur a

hu man a especial es ) o negativas (

no

somos misione

ro

s, ni funcio

narios coloniales

ni es

critor

es

de viajes ). An t

es bi

en , afirmo que

estas definic

ion

es deben se r producidas, negociadas y ren

eg

ocia

das activame

nt

e a tr avés de relaciones

hi

stóricas

ca

mbiantes. A

menudo es más fácil decir con claridad lo que

uno no

es, que lo que

86

1

ndo

la

disciplina

tod

a

a se ocupa

ba

de

es

t a

bl

ecer su

tr

adición

tii

ii

Lntiva de inves tigación y sus ejemplos de aut

oridad

,

la

s defini

o

n

es ne

ga tivas eran de s

um

a

import

ancia . Y en

ti

e

mpo

s de

ltlnnLidad incie

rt

a (t ales como el prese nte), se puede logr

ar

un a

tl

nfin ición más efect i

va

con la designación de

af

ue

ras

claros más

t¡I

I con el in te

nto

de

reducir

entr

os

siemp re

di

ver sos e híbridos

a unidad es ta

bl

e. Un

pr

oceso má s o m enos pe

rm

anen

te

de

tii

Hc

i

plinamiento

en

la

s orillas afianza

front

era s reconocibles en

11111 enmarañadas zonas fronter izas.

Los via

jero

s

de

la

investig

ación antropológica

dep

e

nd i

e

ron

en

v n ncra l, por sup ues to, de los misioneros (para la gramáti

ca

, el

lt'll llSporte, las pr esentaciones y,

en

ciert os casos,

para un

a

tr

a

tlu ·ción de

la

le

ngu

a y las cos tumbr

es

má s

profunda

que la

qu

e

IH •t-de adquirirse en una visit a de

uno

o dos años). La di fer enci a

I'

IIL

re el

tr

a

baj

a

dor

de c

ampo prof

esional y

el mi

sionero,basada en

reales

de

propósitos y acti tud, debió ser afir mada,

1

u 1

c

ontra

ste con

ár

eas

igu

alme

nt

e reales de s

uperpo

sición

Y

Lo

mi

smo ocurrió c

on

los regímenes coloniales (y

111\0C

oloniales):por lo gene

ra l

, los etnógrafos afirmaron su objetivo

ti•

com

prender

, no de gobe

rn

ar ; de cola

borar

, no de ex

plot

ar . Pero

no les impidió nav

ega

r en la sociedad

domin

a

nt e

,

di

sfrutando

,, menudo

de

los privilegios otorgados

por la pi

el

blanc

a

Y

de

un

a

IIIIJ{uridad fís

ica

en el campo garantizada por una

hi

storia de

pn

•vi

as

ex

pedi

cion

es puniti

vas y de contr ol (

Schn

e

ider

, 1995:

1 \9 . 'El trabajo de

campo

cient ífico se separó de los regímenes

t•t

ll

onial

es

al

proclam

ar

se

apolítico. Est a

di

stinción

es ho

y cu

es

ltonada y renegociada an te el surgi

mi

e

nto

de movimientos ant ico

lun

iales que han tendido a no reconocer la distan cia reclamada por

loH

an tropólogos c

on

r

es

pecto a los

cont

extos de dominación

Y

pt·ivilegio.

La

perspec

ti

va li t

erari

a y

tr

ans

itoria

del esc

ritor

de viajes,

II'Ch

aza

da con fuer za por el disciplinamiento del tr abajo de

ca

mpo,

1

·ontinúa te

nt

ando y contaminando las

pr

ác ticas científicas de

d(•Hcripción

cultural.

Los antropólogos s

on

,

por

lo general, gen

te

qu

e se

va

y esc

rib

e. Visto en un a

la r

ga perspecti

va hi

stórica, el

lrnbajo de ca

mp

o

es un

conjunto

di

s

tint

ivo d e prá cticas de

via

je

(umplia, pero no exclusivamente, occidentales) .El viaje y el discur

uo de viaje

no

debieran

reducirse

a la tr adición relat

iva

mente

rociente del viaje li terario, concepción estrecha

qu

e sur gió a fin es

87

del sigloXIX y comienzos del xx.

Esta

noción de viaj e

se

estructuró

udores de campo:un cambio compartidoconotras ciencias(Kuklick,

Page 43: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 43/66

en contraste

con una

etnografía naciente

(y otras formas

de

investigación

de

campo científicas ) por un lado, y con el turismo

(una

práctica

definida como

incapaz de producir

un conocimiento

serio) por el otro. Las

prácticas espacia

les y textuales de lo que hoy

podría

llamarse

el viaje sofisticado una

frase tomada

de los

su

plementos del

New York

im

es para

at

raer

al viajero indepen-

d

.

t

11

f .

d

1en e - unc10nan entro de una elite y

un

sector

turístico

altamente

diferenciado,

que

se

definen

por

la

sigu

iente

declaración:

No

somos turistas . (Jean-Didi

er

Urbain, en

L'idiot du voyage,

(1991) ha

analizado

a fondo esta formación discursiva. Véase

también Buzzard, 1993, y el cap. 8, más adelante.) La tradición

literaria

del

viaje sofisticado , cuya desaparición

han lamentado,

entre otros, críticos como Daniel Boorstin y Paul

Fussell

es

.

'

remventada por una larga lista de

escritores contemporáneos:

Paul Theroux,

Shirley Hazzar

d,

Bruce Chatwin,

Jan Morris,

Ronald Wright y otros.l2

El 'viaje , tal como utilizo el

término,

abarca un a

variedad de

prácticas

más o menos voluntaristas

de

abandonar el hogar

para

ir a otro lugar.

El

d

esplazamiento ocurre

con un propósito de

ga

nancia:

material,

espiritual,

científica.

Entraña

obtener

cono

cimiento y/o tener una experiencia  (excitante, edificante,

pla

centera,

de

extrañamiento o

de

ampliaciónde

horizont

es). La larga

historia del viaje que incluye l

as

prácticas

espaciales

del

trab

a

jo

de campo es sobre todo occidental, fuertemente

masculina

y

propia de la

clase

media

alta

. Actualmente

está

n apareciendo

muchos buenos

trabajo

s críticos e históricos en este

terreno co

m

parativo, que prestan atención a los contextos políticos, económi

cos y regionales, así como a las de terminaciones y subversiones

de

nero

, clase,

cu

ltura, ra za y psicología

individual

(Hulme, 1986;

Porter, 1991; Mills, 1991;

Pratt,

1992).

Antes de

la separación

de los géneros,

vinculada

con el

surgimiento del trabajo de campo mod erno, el viaje y la escritura

de

viajes c

ubrí

an un amplio espectro. En la Europa del siglo xvm

un récit de voyage

o libro

de

viaje podía incluir la exploración,

aventura ,

la

ciencia natural , el espionaje,

la situación

comercial, el

evangelismo, la cosmología, la filosofía y la etnografía. Hacia 1920,

sin embargo ,

las práctica

s

de inv

estigación y los inform

es

escritos

de losantropólogos estaban mucho más diferenciados.

Ya

no se los

definía como viajeros científicos o exploradores, sino como

traba

-

88

11)96). El campo

era un

conjunto distintivo de

práctica

s de

inves

ll¡:ación académica, tradiciones y

regla

s

de

pr esentación. Pero si

ltiPn las prácticas y

retórica

s pertinentes se

mantenían ac t

iva

nlcnte a raya en el proceso, el espacio disciplinar así clarificado

11\tnca logró verse enteramente libre de contaminación. Había que

l'i

1

COnstruir,

cambiar

y

redefinir

sus

fronteras. En realidad

, un

1110do de comprender el ex

perimentalismo

actual

de

la escritura

c1 nográfica es verla como

una

renegociación

de

la frontera, agóni

t•nmente definida a fines del siglo XIX con la escritura de viaje .

El

carácter literario , mantenido a distancia

en

la figura del

IIH(Titor de viaje,

ha

vuelto a la

etnografía

bajo la forma

de fuertes

til

'l'lcnsiones en

torno

del prototipo y la comunicación retórica de

loH

datos . Los hechos no hablan por sí solos; son envueltos en una

ll 'llma a

ntes

que recogidos, producidos en relaciones mundanas

lÁS

que

obs

erva

dos en contextos controlados.

13

Esta conciencia

1 11cien

te

de

la contingencia poética y política del trabajo

de

campo

una

conciencia impuesta a los antropólogos por los

de

safíos

r1nticoloniales

de

la posguerra a la

centralidad euronorteameri-

1

 

na-

se

refleja en un

sentido

textual más concreto de la ubicación

tl

l

et

nógrafo.

Elementos

de

la

narrativa literaria

del viaje

que

IIHa ban excluidos de las etnografías (o marginados en los prefa

l'

iw.¡

ocupan

ahora un lugar más

prominente. Estos incluyen

las

111las del investigador dentro y a

trav

és del campo ; el tiempo

en

la ciudad

capital, el

registro

del contexto nacional/

t

•nnsnacional; las tecnologías

de

transporte (llegar

allí

tanto como

II

Har allí); las

in t

eracciones con individuos dotados de

un nombre

una idiosincrasia, más que con

informantes

anónimos y repre

rwnlativos.

En

el

capítulo 1, traté de

de

scent

rar el

campo como

prác

tica

nuluralizada de

residencia,

proponiendo una metáfora transver

MHI:

el

trabajo de

campo como encuentros de viaje.

Descentr

ar o

ltllcrrumpir

el

trabajo

de

campo como res

id

encia no significa

l'

ilc

h

az

arlo ni refutarlo. El trabajo de campo ha sido siempre una

' •zcla

de práctica

s institucionalizadas de residencia y viaje.

Pero

111 la idealización

disciplinaria

del campo se ha

tendido

a subsu

  'ir las

prácticas

espaciales

de

mover se desde y hacia,

dentro

y

f'uora -

de

atravesar- , en las

de

residir (vínculo, iniciación,

lhmiliaridad).

Esto

está cambiando.

Irónicament

e, ahora

que

lllucho del trabajo antropológico

de

campo se realiza (como en

el

89

caso de Karen McCarthy Brown) cerca del hogar, la materialidad

H• bien preserva las prácticas disciplinarias de interacción local

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del viaje, para en trar

y

salir del campo, se vuelve

más

clara y

realmente consLitutiva del objeto/lugar de estudio. El trabajo de

campo en l

as

ciudades debe distinguirse

de otras

formas de

apreciación y viaje entre clases y

entre

razas, marcando una

diferencia con respecto a

otras

tradiciones establecid

as

del trabajo

social urbano y de la actividad liberal en los barrios marginales. El

hogar del viajero investigador exi

ste

en una relación previa politi

zada con el de la gente que se es tudia (o, para usar una expresión

contemporánea, la gente con

la

que se trabaja ). Esta

última

puede, a su vez, viajar regularmente,

hacia la

casa

base

del

in

vestigador, o desde ella, aunque más no sea en busca de emp leo.

(

El

conocimiento etnográfico , intercultural, de una

mucama

o

trabajadora doméstica es considerable.) Estas relaciones parale-

las, espacio-políticas a veces intersectadas, también

han

estado

presentes en la investigación antropológica exótica , particular

mente cuando l

as

afluencias coloniales o neocoloniales de ejércitos,

mercaderías, trabajo o educación vinculan materialmente los

polos del viaje para el trabajo de campo. Pero

las

imágenes de

distancia, m

ás

que

la

s de

in t

erconexión y contacto,

tienden

a

naturalizar

el campo como otro

lugar.

Las

rutas

socialmente

esta

blecidas, constitutivas de las

relaciones en

el campo, son

más

difíciles de ignorar cuando la investigación se realiza cerca, o

cuando los aviones y teléfonos achican la distancia.

Por ende, el trabajo de campo tiene lugar en relaciones

mundanas

y contingentes de viaje, no

en

sitios controlados de

invest

igación. Decir esto no disuelve simplemente la front

era

entre el trabajo de campo contemporáneo y el trabajo de viaje (o

periodístico). Existen importantes distinciones ge'néricas e insti

tucionales. El mandato de residir intensiva

ment

e, de aprender las ·

lenguas locales, de producir una

in t

erpretación profunda , es una

diferencia que crea una diferencia. Pero la frontera entre las dos

tradiciones relativamente recientes del viaje literario y el trabajo

de campo académico

está rep

lanteándose.

En

verdad, el ejemplo

ofrecido más arriba de los múltiples lugares de encuentro de David

Edwards acerca (peligrosamente,

dirían

algunos) el trabajo de

campo al viaje.Este acercamiento toma otra forma en la etnografía

innovadora de

Anna

Tsing In the R

e lm

of

the

Di mond Queen

(1993). Tsing realiza el trabajo de campo en un sitio exótico

clásico, l

as

montañas Meratus de Kilimantan del Sur, Indonesia.

90

t11l ' nsiva, su escritura cruza sistemáticamente

las

fronteras

entre

ul ~ n á l i s i s etnográfico y la narración de viaje. Su informe historiza

111 , to s

us

prácticas de residencia y viaje como

las

de sus sujetos,

dt rivando su conocimiento de encuentros específicos entre indivi

dtloa con diferentes grados de cosmopolitismo y género, no tipos

t•trlturales. (Véase,

en

particular,

la Parte

Dos: U

na

ciencia del

~ j e ) Su lugar del campo, en lo que ella llama un lugar fuera

t l ~ l camino ,

nunca se

da por sentado como un ambiente natural o

l•

ltd

icional.

Es un

espacio de contacto producido

por

fuerzas

lnc:nl.es, nacionales y tr ansnacionales, de las cuales su viaje de

vestigación form a parte.

Edwards y Tsing son un ejemplo de trabajo de campo exótico

11  los l

ím

it

es de una

práctica académica cambiante. En ambos,

tllf rentemente espacializados, observamos la prominencia cre

t

it'nte de prácticas y tropos asociados por lo ge

neral

con el viaje y

l11 •scr

it

ura de viaje_l4 Estos son hallables actualmente en mucha

ni nografía antropológica, configurando versiones diferentes del

lt1vestigador en ruta/enraizado  ,del sujeto posicionado (Rosal

do , 1989: 7). Los signos de nuestro tiempo incluyen una tendencia

hncia el uso del pronombre de la

primera per

so

na

del

singular

en

loH nformes de trabajos de campo, presentados como relatos, más

,

1

ue como observaciones e interpretaciones. A menudo, el

diar

io de

1

11   po

(p rivado, y más cerca de los informes subjetivos  de la

nttcrit

ura

de viaje)

se

cuela en los datos de campo

o

bjetivos . No

nH

OY' describiendo

un

movimiento lineal desde la recolección a la

nurración, desde lo objetivo a lo subjetivo, desde lo impersonal a lo

1

wrsonal, desde la co-residencia al encuentr o de viaje.

No

es

un

lltltmto de progresión, desde la etnografía hasta la escritura de via

  ·  sino

más bien

de un equilibrio movedizo y de un

replant

eo de

t r•laciones clave que han constituido las dos prácticas y discursos .

Al seguir las

huellas entre la

s relaciones cambiantes de

la

n tropología y el viaje, puede ser útil pensar en el campo como un

hnbitus

más que

como

un

lugar, un conjunto de disposiciones y

prácticas corporizadas. El trabajo de las estudiosas feministas ha

t •sempeñado un

pa p

el crucial

en

la especificación del cuerpo

uocial del etnóirafo, al criticar las limitaciones de un trabajo

91

androcéntrico de género neutro  y al

abrir

nuevas áreas

mayores

l ~ t t h i l u s

profesional

incluyen

los t r abajos de Leir is (1934, escrito

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8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

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de comprensión .

15

De modo simila r,

las presion

es anticoloniales, el

análisis del discurso

co

lonial y la teoría racial crítica han desplaza-

do

del centro

al

trabajador

de campo

tradicional

,

predominant

e-

mente occidental y

bl

anco. Visto a la

lu

z de estas in tervenciones

el

habitu

s del trabajo de campo correspondiente a la generación de

Malinowski aparece como la articulación de prácticas específicas,

disciplinadas.

Este cuerpo 

normativo no

era el de un

via

je

ro

. Al nutrirse

de

tradiciones

más

viejas del viaje científico, lo hacía en aguda

oposición a las ori en taciones

románticas,

literarias o

sub

jet ivas.

El cuerpo

legitimado

por el tr abajo de campo moderno no era un

aparato

se

nsorial que se movía a través de

es

p

ac

ios extensos,

cr

uzando

fronteras.

No estaba en una expedición o en un recon

o-

cimiento. Más bien,

era

un cuerpo que circulaba y trabajaba (

casi

podría

decirse

conmutaba

  )

dentro

de un

espac

io de

limit

ado. El

ma pa local predominaba sobre la excursión o el itinerario como

tecnología de ubicación física.

Estar

a

llí

era más

import

ante

que

llegar allí (o irse de allí). El trabajador de campo era un hombre

de

su casa en el extranjero , no un visitante cosmopoli ta . Estoy, por

s

upuesto,

hablando

en

términos generales de normas

disciplina-

ri a

s y figuras te

xtual

es, no de expe

riencias

históricas concretas de

los antropólogos

de

campo. En dive rsos gr ados, estas diver

gía

n

de las normas y, a la vez, se hallaban limitadas por ellas .

No se concedió una expresión primaria a las emociones, parte

nec esaria de la empatía controlada

de

la observaciónparticipante.

No

podían ser

la

fuent

e pr incipal de juicios. públicos sobr e las

co

munidades en observación. Esto se daba particularmente en el

caso de

las

a

firm

aciones ne

ga t

ivas. Los juicios ~ o r a l e s y l

as

ma ldiciones del escritor

de

viaje, basadas

en

fru s

tracion

es socia-

les,

in

comodidades físicas y prejuicios, así como en la

crítica

funda

da

en

principios, fueron excluidos o mitigados.

Se

favoreció,

en cambio,

un

víncu

lo co

mpren

sivo y

un

af

ec t

o

mesurad

o.

Se

circunscribie

ron

las expresion

es

de entusiasmo y

amor

público .

El

enojo, la frustración, los juicios sobre individuos, el deseo y la

ambivalencia fueron a p

ar a

r a los

diarios privado

s.

El

escándalo

qu

e provocó, en

alguno

s sectores, la publicación del diario

ínti-

mo de Malinowski (1967) estuvo rel

ac

ionado con lo que dejó

e

ntrever

de un sujeto/cuerpomenos

mesurado

, racial y sex

ualm

ente

consciente,

en

el campo. Las primeras transgresiones públicas del

92

,

on\ diar io de campo), Bowen (1954, en

forma

de

novela

) y Jean

l t i¡ms (1970, en el

cual

las emociones

persona

les ocuparon,

quizá

ptll' primera vez, el centro de una monografía etnográfica).

Si

bien

se tendía a marginar las emociones, lo m

ism

o

ocurr

ió,

11 n m

ay

oría

de

los casos, con las experie

ncias

del in

vestigador

en

11111Le

ria

de

género, raza

y

se

x

o. El

género, al

que

ocasionalm

ente

n 111;ignaba importancia (en especial,

en

el caso de las mujere s

dt iH Lacadas ), no era públicamente reconocido como

elemento

•lu

l('

má t

ico

constitutivo

del proceso

de

in

vestigació

n. Margaret

Mt111d, por ejemplo, rea lizó varias

ve

ces su investigación y escribió

, umo una mujer , cruzando las

esferas

definidas

de

mujer

es

y

lwmbres, pero su persona

di

sciplinaria era la de una observadora

111ltural científicamente auto

rizada,

de un género sin ma rcar y,

pu t·omisión , masculino . Sus experim

entos

es tilísticos má s sub-

lt ¡

ivos , blandos , y sus escritos populares no le aportaron recono-

l tlllie

nto

dentro

de

la fraternidad

di

sci

plin

aria, donde

ella

adoptó

111111 voz m

ás

objetiva y dura .

Lu

tkehaus (1995) brinda

un

lttfbrme

co

n textual de estas ubicaciones h

istó

ri

camente

marcadas

por el géner o y

del

pers onaje cambiante

de

Mead. Los inv estiga-

dores

hombres

de la

ge

n

eración de Mead no investigaba

n como

hombres en tre mujeres y hombres definidos localmente. Muchos

tllft>rmes culturales s

up u

estamenteholísticos

estaba n

, de hecho,

ltw;ados

en

el

trabajo

intensivo con hombres solam ente. En suma,

I

  H

limi taciones y posibilidades v

in

culadas

co

n el género del

nves

tigador no

eran

rasgos

sa lientes del habitus del campo.

Lo mismo

ocurrí

a con la ra za. En este caso la importante

l' t'Ílica

empírica

y teórica

de

las

ese

nci

as

raciales, por parte

de la

1111Lropología socioc

ul t

ural, sin duda

influ

yó sobre el habitus pro-

li tH

io

nal. La

raza

no era

la

formación social/hi

stó

ri ca

de

los

t•rfticos teóricos contemporáneos

de

ese concepto (por ejemp lo, Omi

y

Winant, 1986; Gilroy, 1987) s ino

una ese

ncia biológica,

cuyas

drtermin

acion

es

n

at ur

ales

se

veían

c

uestion

a

da

s

por las deter

-

nlinaciones contextuales de la cultura . Los an tropólogos, los

nHLudiosos

portador

es de

cultura,

neces

it

aban descentrar y sal

tar

por encima

de

líneas raciales presuntamente esenci ales. Su com-

prensión

in

te ractiva e intensiva

de

las f

orma

ci

ones culturale

s les

proporcionó una podero

sa

herr

am

ienta

contra

las reducciones

I II

Cales. Pero al

atacar un

fenómeno n tur l no co

nf rontaban

la

t•nza comouna formación históric

qu

e

ubicaba

políticamente a sus

93

~ u j e t o ~

Y ~ ~ e simu táneamente limitaba y fortalecía su propia

nHc proceso, la "s

up

erficialidad" del viajero y del escritor de

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8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

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mveshgacwn ~ a ~ ; 1 9 ~ 1 : 3 Ocasionalmente, pudo vislum

b r ~ r esta posicwn: por eJemplo,

en

la introducción de Evans

P n t : ~ a r d

a

Los r:uer

(1940

);

pero no formaba parte del cuerpo

explicito, del habitus profesional del trabajador de campo.

. Como contraste, los escritores de viaje repararon con frecuen-

Cia en el color y hablaron desde una posición racializada.

Por

supuesto, _no

er a

n necesariamente críticos de

las

relaciones

qu

e

ello supoma, ¡a menudo, todo

lo

contrario El asunto no es celebrar

una

o ~ c i e n c i a r ~ l ~ t i v ~ m e n t e

mayor

de la

raza

y

el gén

  ro

en

la escntura de VIaJe, smo mostrar cómo, por cont raste el habitus

del etnógrafo mitig.aba estas determ

in

aciones t ó r i c ~ s .

Por mu

y

marcada que estuviera porel género, la raza, la casta o el

pri

vilegio

de clase, l.a etnografía neces

itaba

trascender tales ubicaciones a

fin .de a r ~ I C un e

nten

dimi

ento

má s profundo, cultural Es ta

articulación ?asaba en técnicas potentes, incluyendo por

lo

m e n ~ l

as  

e n t e s : co-r

esid

encia

exte

nsa; ob

serva

ción sis

temahca Y reg¡stro de datos; in terlocución efectiva en, por lo

una

.l

engua

local; u

na

mez

cl

a específica de alianza, com

p l ~ ~ a d a d

coerción y tolerancia irónicaqueconduce

al

rapport

;.

una

he

rmené

utica a

es t

ructuras

y significados

profundos oImpllCltos:Estas técnicas

esta

ban dest

inadas

a producir

(y a menudo, ~ r ~ d u J e r o n dentro de los horizontes que estoy

tratando

de de

limitar),

entendimientos

s contextuales, menos

r e d u c t o r ~ s de los modos de vida locales, que los logr ado s por las

observaciOnes de paso del viajero.

A l g u ~ o escritores que podrían clasificarse como viaj eros

pe

rm

anecieron

u r a n t

largos períodos en el t r ~ n j e r o hablaron

locales y tuvieron complejas perspectivas de la vida

md igena (así como también de la criolla/colonial). Algunos cl

as

ifi

cados como etnógra

fo

s

perman

ecieron por tiempos re lati

va

ment e

?reves.' hablaron mal las lenguas y no interactuaron de modo

La

v ~ r i e ? a d

de l

as

relaciones social

es

co

nc r

e

ta

s,

la

s

tecmcas c a t i v a ~ y las prác ticas espaciales desplegadas

ent re los polos del trabaJo de campo y el viaje es

un

continuo no

un

a

frontera

es tricta. Ha exist ido un a considerable superpo;ición.17

P

er

oa pesar de, o

s bien debido a, esta complejidad de fronteras

líneas

discursi

vas/in

stitucionales debieron

trazarse

con

Esto exigi? sostenidas que, a lo largo del tiempo,

r e

um

eron expenenci

as

empíricas

más

cercanas a

lo

s dos polos.

94

11

q1 • HC opuso a la "profundidad" del trabajador

de

campo. Pero

1 hi n se podría d

ecir

, provocativame

nt

e,

qu

e la "promiscuidad"

¡

le

1primero fue disciplinada en favor de los "valores de familia",

\

11\' \dos a me

nudo

en los prefacios et

no

gr áficos: el tr abajo de

1111p0 como un proceso de convivencia con otros, de adopción,

l

ttll••ttción y aprendizaje de normas locales (

muy

parecido al

apr

en

dt ,,

jo

de

un

niño).

habitus del tr

aba

jo de campo moderno, definido en oposi

1111

ni del viaje,

ha

proscripto modos interactivos asociados

du

t l

ltll.(

muchotiempoconla expe

ri

encia deviaje.

Tal

vez el tabú

s

tdttwlu tamente vigente sea el que rige las re laciones

sex

ua les. Los

lt llhujadores de campo podían amar pero no desear a los "objetos"

tlt

l

HU

ate

nción.

En

el continuo de l

as

relaciones posibles, los

1 ,,,•

pelos

sexuales se definían como peligrosos, de

ma

siado cercanos.

1.

  observación

participant

e,

un

manejo delicado de

la

di

stanc

ia y

1

1 woximidad, no debía incluir complicaciones que hicieran tam-

lt

ltlt•nr la ca

pa

ci

dad

de manten

er

la perspecti

va

. Las re laciones

wx uales

no

podían considerarse fuentes del conocimiento de

lttV  Sligación. Como tampoco podía ocurrir con el caer en

tranc

e o

un

H

umir

alucinógenos, a

unqu

e en

este

caso el ta

ha

sido

un

poco

lllt•

no

s es tricto: a veces, en nombre de la observación participante,

w ha justificado cierta dosis de "experim

entac

ión". La exp

er i-

  ntación sexual

er a

, en cambio, totalmente inaceptable.

Un

t'

ll

tll"po disciplinado, de observación participante, "acompañó" se

lnt'livame

nt

e la vida indígena.

En

su comienzo, s

in

embargo, el tabú impuesto al sexo

pu

ede

hubcrse dado menos

contra el

hecho de "vol

verse

nativo" o perder

tlil;tancia crítica que contra el de "irse de viaje", violan

do

un

l

l lb

itus profesiona l.

En

l

as pr

ácticas y textos de viaje,

era

común

lt•ncr re laciones de sexo con la gen te del lugar, fueran ell

as

lwtcro

sexua

les u homosexuales. De hecho, en ciertos circuitos de

vi{ie,

tales

como el voyage

n

Orient del siglo

XIX,

era

cuasi

oh ligatorio.IS

Un

escritor popular como Pi

erre

Loti consagró su

pl

uma

y logró el acceso al misterioso y feminizado Otro, a través

ti •historias de encuentros sexuales.

En

los informes de trabajo de

t·nmpo,

sin embargo, estas

histo

rias han s

id

o virtualmente inexis

l.cntes. Sólo en tiempos recie

nt

es, y a

un

así en contados casos, se

ha roto el

tabú

(Ra

bin

ow, 1977; Cesara, 1982). ¿Por qué ha de

se

r

menos apropiado compartir la cama que compartir la comida, como

95

fuente

de conocimiento para el trabajo de campo? Pueden exist

ir

,

por supuesto,

mucha

s ra zones

prácticas

para la restricción

sexua

l

t.nves

timenta

habría de

convertirse

en sólo uno entre

muchos

1

h•nl 'ntos en

una taxonomía de

observaciones que

realizaron

los

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8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

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en el campo, así como cie

rtos

lugares y

actividades

pueden

estar

fuera

de los

límite

s p

ara

el viajero con

tacto

(y loca

lm

ente dep

en

diente). Pero

esto no

se da en todo tiempo y lu

ga

r. Las limitaciones

prácticas,

qu

e varían ampliame

nte,

no pu eden dar

cuenta del

tabú

disciplinario que pesa so

br

e el

sex

o en el tr abajo

de

campo.19

Se

ha dicho b

asta

nte,

tal

vez,

para

dej

ar en cl

aro el

punto

central: la formación de un habitus disciplinario en to

rno de

la

ac

ti

v

idad

corporizada del

tr

abajo de campo; es dec

ir

,

un

sujeto

sin

ne

ro

, sin raza,

sex

ualmente inactivo, interactúa in tensam

ente

(en ni

ve

les científico/hermenéutico s, por lo menos) con sus inter

locutores .

Si

bien

la

s

ex

periencias

concretas

en el campo han

divergido de la norma, s i a veces

se rompieron

los tabúes, y

si

el

habitu

s

di

sci

plinario se cuestiona

hoy

públicamente

, su pod

er

normativo se mantiene.

Otra

pr

áctica

de

viaje

común

antes de 1900, el

cruzamiento

en la

forma de

ves t

ir

se, se s

uprimió

o canalizó al di

sciplin

arse del

"cuerpo" prof

esional

del trabajo

de

campo

modern

o. Este

es un

tema

de

vasto alcance, y debo limitarme sólo a observaciones

preliminar

es.

Dani

el

Defert

(1984) escribió s

uge

s

tiv

ame

nte

s

obr

e

la

histori

a del "ves

ti r

"

segú

n códigos de observación del viaje

europeo anteriores al siglo

XIX.

Alguna vez

se

es tableció

un

víncu

lo su

stancial

, in tegral , entre

la

p

erso

na y su apariencia

ex

ter ior,

habitus, según

el

uso premoder no que le da Defert . 2o En un

se

ntido profundo,

se

sobree

nt

e

ndía qu

e "la

ropa

h ace

al hombr

e"

("El hábito hace al monje"). Las interp retac

ion

es d

el

habitus, qu e

no

debe

confundirse

con el

habits

(ropa) o con el concepto má s

t

ar

dío

de

cultura, eran un a parte n

ecesar

ia de las

interaccione

s

del viaje. E

st

o

incluí

a

la

manipulaci

ón

comun

ic

at

i

va

de l

as

apa

ri

encias: lo que

podrí

a

ll

amarse, de un modo

un

poco anacróni

co, cruce vestimentario cultural. En el siglo XIX,

seg

ún la visión de

Def

er t, el

h bitus

ya había sido reducido a los

habits,

a los a dor

nos y coberturas

de

la superficie; el vestido costume) había apa

recido

co

mo

un

a deformación del

término

más amplio

coustume

(un

término que combinaba

las ideas

de costume

y

custom/

[costumbre]).

96

11

\ ltii'OS científicos, componentes de una nueva explicación cultu-

,

,¡ 1

fe

rt

percibe esta

transición

en el consejo científico de

1

u 1nndo a los viajeros y exploradores,

publica

do en 1800. A

1111

1

1\tldO es

ribió- los exploradores se han

limit

ado a desc

ribi

r

¡

1

 _

r•opas de los pueblos

indígen

as. Deberían avanzar más le

jo

s Y

JII IIJi

trn

tar por

qué

(o

por

qu

é no) estarían

dispue

stos a

cambiar

1

1t1ndicional

forma de ve

stir

por

la nuestra y cómo conciben su

1

w

n (Defe

r t

, 1984:39).

Aquí

la

red interpretativa

del

habitus

es

1

1"

  'p l

azada (y convertida en superficial)

por una

concepción má s

¡uut'unda de la identidad y la diferencia. Las relaciones de viaje

111111'0  organizadas

durante mucho tiempo

por

protocolos comple-

111

y altamente codificados, la

se

miótica "de s u p e r f i c i ~ Y la s

11

1

, r\ Ha cc

iones. La

in t

erp r

etac

ión y

manipulación

de

la vestimenta,

lm• l( 'stos y la

apariencia formaban

parte integral

de

s t ~

prácti

, ,,,. , Visto como el

re

sultado de

esta

tradición, el cruce vestimenta

' 11 t•

ultural

del sigloXIX era algo más

que

una forma

de vestirse.

Se

l rll tnba de un juego serio, comunicativo, con las apariencias, Yde

Htio

de

cruce,

por

lo cual

articulaba una

noción

de la

diferencia

,nos absoluta o ese

ncial que

la instituida

por

las nociones

1

  d Li

vistas

de

cultura

con

sus

conceptos

de

lo

nativo inscripto

s

en

, 1 lenguaje, la

tradición

, el lugar, la ecología y - más o menos

p

lícitamente- la

raza. Las

experiencias

de un Richard Burton

una Isa

bell

e Eberh a

rdt

h aciéndose pasar

por

ori

en

tales  , e

lnl'luso la forma

de

vestir más

esca

nd

alo

sa

mente

te

atr al de

Fl

au

hn

rL

en

Egipto

o

de

Loti como m

ar

inero en

ti

e

rr

a, forman parte de

1

u1n

co

mpl

eja

tradición

de

práctica

s de viaj e

qu

e una et

nogr

afía

1110dcrnizante

ha mant

enido a dis

tancia

prudente.

21

Vista des

de

la

persp

ectiva del

trabajo de

campo (intensivo,

Lcr

ac t

ivo

basado

en el

aprendizaje de la

le

ngua),

el cruce

voHLiment;rio

podría

apa recer sólo como una manera superficial

dt

vestir se,

una

especie de vis

ita

turística

a los barrios bajos .

1) •sde

es

t a ó

ptic

a, las

prácticas de

un

etnógraf

o como Frank

ll umi

lton Cushing, quien

adoptó la vestimenta zuni (e incluso,

l'

omo

se

ha

sugerido

, produjo a

rt

efactos

indíg

enas

auténticos

"

),

podrían resultar un t a

nto

embarazosa s. Su investigación in tensi

v

11 interactiva no

pa

rt i

c

ipaba ba

stante del "

tr

abajo de campo

Un

sentido

similar d e incomodidad

experim

entan

ho

y

rnuchos

espectadores

de la película de Timothy Asche an

97

CalledBee [Un

hombre

llamad o Abeja],

dedicada

a la investigación

lun es

en

niveles

más

profundos y

herm

enéuticos,

entendimientos

Page 48: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 48/66

de Napoleón

Chagnon

entre los

yanomami. Pienso

sobre todo

en

la

escena inicial

de

la película, que acerca lentamente la cámara a

una figura pintada, apenas vestida,

en una pose de

lucha

y

que

a la larga resulta ser el antropólogo. Sea

cual fuere

la intención

de

este

comienzo,

satírico

o no (no es del todo claro

), queda la

impresión de que

este no

es

un modo profesional

de presentarse.

Se

percibe cierto exceso,

ta

l vez

demasiado

fácilmente

descartado

como egol

atría.

El libro

de

Liza Dalby Geisha (1983),

que

incluye

fotografías

de

la

antropóloga

transformada

por el

maquillaje

y

vestida

con

atavío

compl

eto de geisha, es más

aceptable,

por

cuanto

la adopción

de

un habitus

de geisha

(en el viejo

sentido

de

Defert:

un

modo

de ser, manifestado en la vestimenta,

los gestos

y la

apariencia)

es un tema centr al en

su

observación partici

pante

y

en su etnografía

escrita.

Sin

embargo,

las

fotografías de

Dalby

en

las

que aparece

casi

exactamente

como

una geisha

real

rompen

co n l

as

convenciones etnográficas

estab

lecidas.

En

otro extremo, están las fotografías

publ

i

cadas por

Mali

nowski (en

Coral Gardens

and

Their Magic

1935) [Los jardines

de

coral y

su magia

] donde

se

lo

ve en

el campo.

Está

vestido

completamentede

blanco, rodeado

de

cuerpos negros,

de

los cuales

se

diferencia

nítidamente por su postura

y

actitud.

Este no es,

en modo alguno, un

hombre que

esté a pu

nto de transformarse en

na t

ivo .

Ta

l

presentación tiene afinidad

con los gestos

de

los

europeos coloniales

que se vestían formalmente

para

cenar

en

climas abrasadores, a fin de no tener la

sensación

de traspasar el

límite . (Los cuellos

mi

l

agrosamente

al

midonados de

l

tenedor de

libros que describe

Conrad

en l

corazón de las tinieblas

son

un

caso

paradigmático en

la literatura co l

onia

l. )

e ~ o

los etnógrafos

no han sido,

por

lo

general,

tan formales y yo sugeriría que el

habitu

s

para su trabajo

de

campo

estaba más

cerca

de

una

formación

intermedia,

ma

nifestada en

la actitud de no

sobresalir

teatra

l

mente

en

la

vida

local

(a

l no

afirmar

su

difer

enc

ia o

autoridad

con

el

uso de un iformes

mi

litares, cascos de ceremonia

o cosas

por

el

esti

lo), . al tiempo

que

permanecían claramente

marcados por la pie

l blanca,

la

proximidad

de

l

as cámaras

fotográ

ficas, los an

otadores

y otros utensili os no

nativos

.

22

La mayoría

de

los

trabajadore

s

de

campo

prof

esionales

no

trataron

de

desapare

cer en

el campo

mediante

el uso

de prácticas

superficiales de

viaje, como el disfraz.

Su

distinción corporizada

sugería

cone-

98

llu

:jndos a

través

del lenguaje, la co-residencia y el conocimiento

' ural.

En su libro Tristes trópicos (1973), Lévi-Str auss proporciona

lllt;unas percepciones

reveladoras

sobre

el

habitus del antropó

lolfo,

s

uperpuesto

y

distinto

del

habitus

del viajero.

En

se

pt iembre

,1,

1 1950

-escri

  e ll

egué

a una

aldea

mogh

en

las colinas

de

1 1

t,t,agong .

Despué

s de

varios

días, asciende

al

templo local, cuyo

¡¡wlg ha marcado sus

días, junto con el sonido

de

las voces

nf

i1nWes

que

entonan

el

alfabeto

birmano

  .

Todo es inocencia y

ltt

'd

•n.

Nos

habíamos quitado

los

zapatos para subir la loma

y

u• tlt,íamos la blandura de la arcilla fina, húmeda, bajo nuestros

¡thiH

descalzos

.

A

la

entrada del bello y

simple

templo, construido

utllt'c pilotes como las

casas de

la aldea, los visitantes

realizan las

•thluciones

prescriptas

  ,

que

luego

de

la subida por el

fango

lllll  cen bastante naturales y desprovistas

de cualquier

significa

do t

·c

ligioso .

Una atmósfera pacífica, como

de gra

nero,

penetraba

el

lugar

y en el aire

flotaba el olor a heno.

El ambiente

si

mp

le y espacioso,

que era

como

un

pajar vacío; el compor tamiento cordial de los dos sacerdotes de pie unto

a s us camas con colchones de paja, el cuidado conmovedor con el

que

habían reunido

ofabricado los

inst

rumentos del culto:

todas estas

cosas

me ayudaron a acercarme mucho más de lo que nunca había hecho a la

idea de cómo debía

ser un

santuario. Usted no necesita

hacer

lo que

hago yo ,

me

dijo mi compañero al p

ost

rarse

cuatro

veces

en

el suelo,

a

nte

el

altar,

y yo seguí

su

consejo.

Sin

embargo,

actué así

menos

por

autoconciencia que por discreción: él

sabía

que yo no compartía sus

creencias, y

temía qu

e, si

imitaba sus

gestos

ri tuales,

pensara

qu

e los

es

t

aba

desvalorizando como meras convenciones; pero,

por una

vez,

realizar esos gestos no me hubiera causado

ningún

embarazo. Entre

esta

forma de religiónyyo, no

había

posibilidadesde malentendidos. No

e

ra

cuestión

de hacer

reverencias

frente

a ídolos o

de adora

r

un

orden

supuestamente sobrenatural, sino sólo

de rendir

hom enaje a la sabi

duría decisiva

qu

e

un

p

ensador

, o la sociedad creadora de

su

leyenda,

había desarrollado veinticinco siglos

antes,

y a la

cua

l mi civilización

sólo podía contribuir confirmándola. (410-411)

El hecho de

ir de

scalzo mal

podía

ser un gesto cas ual para

l.t vi-

Strauss;

pero

aquí,

junto con la limpieza ritual

previa al

lljp Cso en

el

santuario,

parece sencillamente

natural. Todo lo

99

lleva a

la simpatía

y a

la particip

ación. Pe

ro marca una línea frente

ltcorient ndo el c mpo

Page 49: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 49/66

al acto físico

de

la postración. La línea expresa una discreción

específica, la de un visitante que

mira más

allá de l

as

meras

convenciones o

acepta

las

apariencias

con un

respeto

más profun

do basado en el conocimiento hi stórico y la comprensión cultural.

La auténtica

rever

e

ncia

del antropólogo ante el budismo es

de

índole mental.

Lévi-Strauss

se

ve

tentado, retrospectivament

e

al

menos, a

postrarse

en el

templo de la

co l

ina. Otro

antropólogo

bien podría

haberlo hecho. Mi intención, al subrayar esta

nea

entre

los actos

físicos y hermenéuticos

de

conexión, no es afirmar

qu

e Lévi

Strauss

la traza en un ugar típico

de

los antropólogos. No pretendo

sugeri r, sin embargo,

que una

línea similar

será

trazada

en algún

lado, alguna vez, para el mantenimiento

de

l h abitus

de

un t

raba

jador de

campo profesional.

Lévi-Stra

uss no es,

clarament

e, uno de

esos viajeros espirituales

de

Occidente

que

resi

den en

templos

budistas

,

afeitando

sus cabezas y

usando túnica

s

de

color

azafrán

.

Y

en esto

representa la norma etnográficatradicional. Uno

podría

,

por supues

to

, imaginar a un antropólogo budista volviéndo

se

casi

ind

i

stinguib

le de

otros

adeptos, tanto en la

práctica

como en la

apar

i

enc

ia,

durante

un

período de

trabajo

de campo

en un temp

l

o.

Y

este

sería un caso

límite para la

discipl

ina. Se

lo t r

ataría

con

desconfianza, en au

senc

ia

de

otros signos claramente visibles de

discreción profes

ional

(etimológicamente:

separac

ión).

23

Hoy

, en

muchos

lugares, los i

ndígenas,

los etnógrafos y los

t u

rista

s

usan

por igual remeras y shorts. En otros, l

as

diferencias

de

vestimenta son visibles. En las montañas

de

Guatemala

pued

e

ser

una

necesidad de decoro, un signo de respeto osolidaridad, usar

una

falda larga o

una cami

sa

bordada en

público. Pero esto no llega

a represe

ntar

un cruce vestimentario.

¿P

uede, debiera, un antropó

logo usa r turbante , yarmulke jallabeyya huipil o

ve

lo? Las con

venciones locales varían. Pero

cualesqu

iera sean las

tácti

cas

qu

e

se adopten, se l

as

emplea desde una posición supuesta de discre

ción cultural.

Además,

a

medi

da

qu

e los etnógrafos trabajan cada

vez más en

sus

propias. sociedades, las cuestiones que he estado

analizando

en un marco exotizante

se vue

l

ven

confusas y las lín

ea

s

de separación,

menos

autoevidentes. Marcadas por género, ra za,

localizaciones

se x

u

al

i

zadas

y cruces, formas

de autopresentación

,

y estructura s reguladas de acceso, partida y

retorno

, las prácticas

profesionales

de

l campo 

se replantean.

100

He t r

atado de id

e

ntificaralgunas

de las prác ticas ya

sedim

en

lll

das a través de las cuales (y contra las cuales) los

nu

evos y

tliv rsos proyectos etnográficos luchan

para

conseguir un recono-

l'l

.niento dentro de la antropología. Las prácticas

establecid

as se

vnn s

ometidas

a tensiones, a

medida

que se

multiplican

los sit ios

I JII   pueden tratarse

etnográficamente

(la frontera académica con

loH es

tud

ios

culturales

) y a

medida

que

es t

udiosos

de di f

e

rentes

poHciones,

co mpr

ometidos políticame

nt

e, ingresan en el campo (el

de

una antropología poscolonial ). Es te

úl tim

o

desa

rr ollo

111ne imp licancias de largo alcance para la reinvención de la

tii

Hc

iplina. El trabajo

de

campo, definido

por

las

prácticas

es

pac

ia

lt iH ele viaje y r esidencia , por las interacciones disciplinadas,

l'orporizadas,

de

la observación part ic

ipan

te, está

reorient

ándose

1

rnc ias a los es tudiosqs

indíg

enas , poscoloniales , diaspóricos ,

<  fro

ntera , de minorías ,

act

i

vistas

y

comunitario

s . Los

lt

lf'minos se superponen, designando

ámbi t

os complejos de identi-

1

l'ttción, no

identidades

diferenciadas.

Kirin

Narayan

(1993) cuestiona la oposición entre antropó

lnlfO n

at

ivo y

no

na tivo, de adentro y de

afuera.

Ella sost i

ene

que

t in te rp retación binaria surge

de

un a estruc tura colonial

jt lt

'nr:quica

desacreditada.

Inspirá

ndos

e en

su

propia

etnografía

en

diferentes

partes de la India, donde

experim

enta

di ve rsos

grados

de afiliación y

di

stancia, Narayan muestra

de

qué

nwdo los inves tigadores n ativos

se ubican

en

forma

compleja y

ttlldtiple fr

en

te a sus lu

gares

de

trabajo

y a sus in

terlocutor

es . Las

hlontificaciones

se

cruzan,

compl

eme

ntan y perturban en tr e sí.

l.oH

ant

ropólogos n

at

ivos - como todos los

antropó

logos, según

Nnrayan-   pertenecen simultáneamente a varias

comun

ida des

(11ntre las

qu

e

ocupan

un lugar importante

la

comunidad

en

que

ci mosy la comunidad profesional académica) 

(Narayan

1993:24).

1 n

vez

que la

oposición estructuran e ent re antropólogo na tivo 

v de afuera  se desplaza , las relaciones entre

el

interior y el

••xLcrior cultu

ral,

ent re el hogar y el ex tranjero, lo igual y lo

tld'orente, que han organizado las prácticas es

pacia

les del trabajo

tl  

campo, deben

repensarse.

¿De qué modo el

mandato

disciplina

' lo de que el

trabajo de

campo s

upon

e algún tipo de viaje  una

p ' IÍctica

de

d

esplazamie

nto físico que define un sitio u obje

to de

10

1

investigación i

ntensiva-

limita

la gama

de p

rácticas ab

i

erta por

Narayan y otros?

' I

Hmpo profesional,

reelaborar

el "campo"

ti

e

ne que

significar la

llttdtiplicación

de

l espectro de rutas y

práctica

s aceptables.

Page 50: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

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En

el análisis

de

Narayan, el tr abajo de campo empieza y

termina con

el desp

lazamiento, llevado a la práctica

mediante

el

cruce de fronteras

constit

utivas: or illas henchidas, apas ionadas.

No hay

un

a posición nativa simple, indivisa. Una vez

que

se

reconoce esto, sin embargo, la hibridez

que

adopta r

equiere

espe

cificaciones: ¿cuáles son sus

mites y co

nd

icio

nes

de movimien to?

Uno puede ser más o menos híbrido, nativo o "diaspórico" (un

término que, ta l vez, capte mejor las propias ub icaciones complejas

de Narayan ) p

or

d

ete

r

mi

nadas razones hist

ór

icas. En re

al i

dad, el

rótulo

de

antropólogo "nativo" o "indígena

podría

reservarse para

designar

a una

persona

cuyo viaje

de

investigación la conduce

fuera del h ogar y la regresa a él, ente

ndi

énd ose por "viaje" un

desvío a

través de un

a u ni

versida

d u otro

si t

io q

ue

provea

perspec

tivas

analíticas o co

mp

arativas sobre el lugar de residencia/

investigación. Aquí se inver t ir ía la espac ialización usual del hogar

y el extranjero. Además, para

muc

h os

tr a

baj

adores

de

ca

mpo, ni

la

universidad ni

el

campo proveen una base es table; más

bien

,

ambos si

rve

n como si tios yu

xtap

uestos en un proyecto comparati

vo móvil. Un

contin

uo, no

una

oposición,

separa

l

as

exploraciones,

desvíos y

regresos

del es t

udi

oso nativo o indígena, con respecto a

los de

su

co l

ega

diaspórico o poscolonial.

24

Así, el r

eq

uisito de que

el

trabajo

de

cam

po

antropo

lógico

incluya algún

tipo de viaje no

necesita ma rginar a aq

uell

os an tes

ll

am ados "nativos". Las raíces

y las ru tas, las

va r

iedades del "viaje", deben

en

t e

nd

erse de modo

más amplio.

El

traba

jo recien

te

de

Ma

ry Helms (

19

88), Dctvid Scott (1989),

Am

i

tav Gh

osh (1992), Epe

li

Hau'ofa

et

a l. (1993), Te r

esia

Teaiwa

(1993), Ben Finney (1994) y Aihwa Ong (1995), entre otros, ha

reforzado un a conciencia

cada

vez

ma y

or de las ru

tas de

viaje

di

screpan

es : t rad iciones de movi

miento

e interconexi

ón

no defini

tivamente orientadas por

el "Occidente", y

un

si

stema mundial

económico y c ultura l en

ex

pansión . Estas ru

tas

siguen senderos

tradicionales" y modernos", dentro y a través

de

circu

itos

tran

s

nacionales e

interregio

nal

es

contemporáneos . Un reconocimiento

de estos send eros deja lugar para el viaje (y el trabajo de campo)

que no se

origina en las metrópol

is de

Europa y

Estados Un

idos o

sus

avanzadas.

Si, como es probable, cier ta forma del viaje o del

d

esplazamiento

si

gue

siendo un elem

en t

o c

onst

itutivo del

trabajo

102

Presta r atención a las variedades del "viaje" ayuda también

' ul'lnrar

de qué

modo, en

el pasado

, los espacios despejados del

u ~ o científico se constituyeron sobre la base de

una supr

es ión

dt• lm;

exper

iencias cosmopolitas, especial

mente

las

de

las pers

o-

1111

11

<s

tudiadas.

En

términos

generales, la localización de los

llt

lt.ivos" significó

que la

investigación

intensiva

e i

nteractiva

se

,, ,,

,¡i

zara en campos

espacialmente

delimitados y

no

,

por

ejemplo,

r "

hoteles o ciudades capitales, barcos, escuelas de misioneros o

tltllvorsidades, cocinas y fáb r icas, campos

de refugia

dos,

barrios

tl

lu

fl

póricos, autobuses de peregrinos u otros lugares

de

encuentro

tllllll.iculturai.25

En

tanto

práctica de

viaje occidental, el

trabajo de

t ltltlpO estaba

basado

en

u

na

visión

histórica

(lo

que Ga

y

atri

lptvn k llama

una mund

ialización") en

la cual

una parte de

la

lturnnnidadera inquieta y expansiva, y la otra arraigada e inm óvil.

1

 

<xpertos

indíge

n

as

estaban

reduc

idos a

informantes na

tivos.

l¡lt marginación de las

prácticas

de viaje, las

de

los

investigador

es

tlfitriones,

co

ntr ibuyó a una domestic ción del trabajo

de

t ll lllpo, un

ideal de res

idencia

interactiva

que,

por temporaria

que

I

II

PH

<'

,

no

podía ve

r

se

como

un

mero atravesar. El

hecho

de qu

e los

r l o u t o r e s

de

la

antropo

logía a

menudo vieran las

cos

as

en

lnt 11\tl diferente no

pertur

bó, hasta tiempos recientes, la

autoim

a-

1

1 11 de la disci

plina

.

26

Las formas alternativas de viaje/trabajo de campo, ya sean

udígc

nas

o diaspóricas,

tienen que vérselas

con muchos proble

' ' ' ' Hmilares a los de la investigación convencional: problem

as de

, l.ntñamiento, pr ivilegio, malentendidos, uso

de

estereotipos y

tll•

HOc

iación política del encuentro.

Ghosh

es

muy

tajante en lo que

1

1  \e a los

malentendidos

y estereotipos potencialmente viole

nto

s

lt ltt•rentes a su investigación como

un doktor al indi

en

tr

e

lllltHd

manes. Epel

i Hau'ofa ha bla a favor

de

una Oceanía" in te

r-

1

iiH

'cLada, pero lo hace como

un

tonga que vive

en

Fiji,

una

tthi<•nción que

no

ol

vi

dan

sus diversas audiencias

de

isleñ

os. Al

llti tlmo tiempo, las rutas y encuentros

de

etnógraf os como Ghosh o

11 , ,,•

a son diferentes de las r utas y

encuentro

s

de

los transeún tes

1

lld

icionales

de

l t rabajo

de

campo. Sus comparaciones culturales

1111

necesitan

presuponer

un

hogar

universitario/occidental ,

un

ltt¡(nr "central"

de

acumulación teórica. Y si

bien

sus e

ncuentro

s de

l

tt

v

os

Ligación

pueden ncluir

relaciones erárquicas, no

presuponen

103

privilegios "blancos  . Su trabajo puede o no depender fundamen-

talmente de los circuitos de información, acceso y poder coloniales

'

'

l.ud

io

so de la Diáspora, el "regreso" puede

ser

a un lugar nunca

ronocido personalmente pero al cual ella o él, de un modo ambi-

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8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

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y neocoloniales. Por ejempl

o,

Hau'ofa publica en Tonga y Fiji y

quiere articul

ar una

"Oceanía" vieja/nueva. En esto se diferen-

cia de Ghosh, que publica, sobre todo pero no en forma exclusiva,

en Occidente. La(s) lengua(s) que

usa

la etnografía, las audiencias

a las que se dirige, los circuitos de prestigio académico/medios a

los que apela, pueden discrepar, aunque es

muy

raro que estén

desconectados, de las estructuras comunicativas de la economía

política global.

Un

caso: A New Oceanía Una nueva Oceanía

 ,

de

Hau'ofa et al., me fue entregado en mano.

27

Publicado en Suva el

libro no me habría llegado a través de mis redes de material de

lectura regulares.

¿Puede un trabajo

centrado y enviado

en

esta

forma intervenir en los contextos antropológicos euronorteamer i-

canos? ¿Cuál

es

son las barreras institucionales? El poder

para

determinar audiencias, publicaciones y traducciones está distri-

buido

en

forma muy desparej a, comoTalal Asad nos lo ha recorda-

do a menudo (Asad, 1986).

El término incongruente "antropólogo indígena", acuñado en

los comienzos del

recentramiento

actual poscolonial/neocolonial

de

la

disciplina,

ya

no es adecuado

para

caracterizar

a

una

amplia

lista de investigadores que

están estudiando

en sus sociedades de

origen. Surgen cuestiones difíciles. ¿De qué modo se definirá con

exactitud el concepto de "origen"? Si, como yo creo, no

pued

e

otorgarse ninguna autoridad inherente a las etnografías e histo-

rias "nativas", ¿qué es lo que constituye su autoridad

diferencial?

¿En qué forma suplementan y critican perspectivas hace tiempo

establecidas? ¿Y bajo qué condiciones el conocimi,ento local enun-

ciado por los individuos locales se reconocerá como "conocimiento

antropológico"? ¿Qué tipos de desplazamiento, comparación o

toma de "distancia"

se

requieren

para que el centro disciplinar

io

reconozca el conocimiento familiar y la historia popular como

etnografía

seria

o

teoría

cultural?

La antropología incluye potencialmente

una

serie de diversos

viajeros y residentes, cuyo desplazamiento o viaje en el "trabajo

de campo" difiere de la práctica espacial tradicio nal del campo. El

propio Occidente se convierte en un objeto de estudiodesde lugares

variadamente

distantes

y enmarañados. "Ir"

al

campo hoy signifi-

ca, a veces, "volver", en tanto la etnografía se transforma en un

"cuaderno de notas del regreso a la tierra natal". En el caso dol

104

VI

tlonte, "pertenecen". Volver a

un

campo no

será

lo mismo que

r

11 un campo. Están en

ju

ego diferentes distancias y afiliaciones

1

11h

jctivas.

Durante las décadas recientes, una conciencia creciente de

ntll.ns diferencias ha surgido dentro de la antropología euronortea-

lllllricana. En un importante análisis, David Scott enunció algunas

tl11 lus ubicaciones históricas que limitan una "poscolonialidad"

Pllll'

rgente en la antropología.

Al

plantear

de diversos modos el problema del "lugar" y del antropólogo

no occidental,

tanto

Tala Asad (1982) como

Aljun

Appadurai (1988b)

han seña

lado que,

para

socavar

la

asi metría en la

prác

tica antropológi-

ca, debería

ser

mucho mayor el número de antropólogos que estudiaran

las sociedades occidentales. Este sería sin

duda

un paso en la dirección

co

rrecta, en la

medida en

que

subvierte

la noción predominan

te de que

el sujeto no occidental

pu

ede

ha blar

sólo

dentro de

los

términ

os

de su

propia cultura. Además, privilegia en algún grado la posibilidad de

poner

en

relación diversos espacios

cultu

r

ales

. Al mismo tiempo, pare-

ce

ría fijar

y repetir

las

fronteras t

erritor

ia

le

s

esta

blec

id

as

en la

época

colonial, dentro de las cuales se da impulso al movimiento de lo

poscolonial: centro/periferia (de un modo especial, el ce

ntro

del gobierno

neocolonial y la p

er

if

eria

del origen). Los antropólogos europeos y

norteamericanos siguen yendo adonde les place, mientras que el posco-

lo

nial se

queda

en

casa

o bien va al Occidente. Uno se pregunta si no

podría

existir

una problemática

más in

teresante en

el

caso

de que

el

intelectual poscolonial de Papúa

Nueva Guinea,

en

lu

gar de ir

a

l.i'ilade lfia, se dirigiera a Bombay o a Kingston o a Acera. (Scott, 1989:80)

Sa

lir del campo de fuerzas

históricamente

pol

arizador

de

k cidente" no es tarea fácil, tal como lo pone en evidencia el

11111 lisis que posteriormente hace Scott de Ghosh. Pero Scott

1

11mbién planteaque el "cruce" in tercultural de los antropólogos no

dnbicra reducirse a movimientos

entre

centros y periferias en un

II

IH

 

ma mundial. La etnografía contemporánea, incluyendo la del

wopio Scott desde Jamaica (vía Nueva York) hasta Sri Lanka

1

II

J)r

csenta el "viaje a Occidente" (Ghosh, citado

por

Scott , 82).

' l

1

11mbién está viajando en y contra, a través del Occiden

te

.

La

etnografía

ya

no

es una práctica normativa

de

persona

s de

111 ora que visitan/estudian a las de adentro sino, con palabras

105

de Narayan, una práctica para prestar atención a las

id

entidades

cambiantes en relación con la gente y l

as

temáticas que

un

lrH·orpór

ea,

y

no

como una norma eme rgente. No hay formas

1111 rra

tivas ni

modos

de

escr

ibir aprop

iados en sí mismos para

una

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8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

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antropólogo

busca

repre

senta

(Naraya

n, 1993:30).

El

modo como

se negocian las identidades a través

de

relaciones, en determina

dos co

ntexto

s

hi

stóricos, es

pues

un proceso

que constituye

tanto

a los sujetos como a los objetos de la etnografía. Una

bu

ena par te

de los trabajos que se

están

produciendo han vuelto explícitos

estos

complejos procesos relaciona les. Paula Ebron (1994, 1996),

por

e

jemplo

, realiza una investigación sobre los cantantes de alaban

zas

mandinka tanto enMrica

Occidental comoen E

st a

dos Unidos,

donde encuentran audiencias que los aprecian.

Su

etnografía tiene

una localización

múltiple

y - como e

lla

o demues tra clar amente-

está enredada con los circuitos de cultura viajera vinculados con la

mús

ica y el

turismo mundi

ales.

También tr

aba

ja

en

un

a his

tori

a

de l

as

invenciones occidentales sobre Mrica ita a Mudimbe

(1988 y de las proyecciones afronor

teamer

ican

as

más o menos

romantizadas, formadas

como reacción a las hi

storias de

racismo.

Ebron se mueve ent re estos contextos

inter

sectados. Mrica no

puede ser mantenida afuera   .

Es una

parte problemáti

ca

y forta

lecedora de su propia tradición afronorteamericana,

así

como

también

una

pa

rada

- no

un origen-

en

una

co

nt

inu

a

hi

s

tori

a

diaspórica de tránsitos y regresos (véase el

ca

p. 10).

Esta

hi

sto

ria

embrolla

su

etnografía académica, cuyo

lugar

es la negociación de

relaciones

de

sujetos

en

di fer encia , un espacio donde los ca n

tante

s de alaba

nz a

s, los turista s y los a

ntropó

logos reclaman y

replantea n significados cultu

rale

s .Su campo

inclu

ye los

aeropu

er

tos dond e se cruzan estos viajeros.

Los rótulos

indí

gena , poscolonial  , di

aspór

ico o

minori

tario están con frecuencia en dis

pu t

a cuando negocian los

campos antropológicos. Investigadores como Ro

sa

ldo (1989),

Kondo (1990), Behar (1993) y Limón (1994), para citar sólo a unos

pocos, definen las prácticas espaciales de su

traba

jo de campo en

términos

de

un

a política de ubic

acion

es,

de adentros

y de

afuera

s,

de afiliaciones y

di

stancias tácticamente

cambiantes.

Su

di

st an

cia

antropo

lógica es de continuo

desafia

da, borrada, reconstruida

en

términos

de relaciones . A

menudo

, ellos expresan sus cono

cimientos complej am

ente

sit uados por medio de

es t

ra tegias tex

tu ales en las que tiene preminencia el pa pel del inves ti

gad

or/

teórico na

rrador

, encarnado, viajero. Pero

esta

opción debería

verse

como un a intervención crítica contra la autoridad neutral,

106

po lítica

de

localiz ación.

Otro

s

que

trabajan dentro y

en

contra de

t

tt

lll antropología aún

pr

edominan temente occiden

ta

l pueden optar

por

un

a r

etó

rica más impersonal, desmitificadora, incluso objeti

' 11 . David Scott y Talal Asad son ejemplos importantes .

Sus

sin embargo, aparecen con claridad como los de invest i-

1

11dores políticamente comprometidos, ubicados, no como los de

neutra

le

s. Una muy amplia

gama de retóricas

y

tll

ll'l'a

tivas

-persona

l

es

e

imp

ersonales, obj

et

i

vas

y subj

et

i

vas,

l'lll'porizadas y no corporizada

s

están a disposición del viajero

Inves tigador localizado. La

únic

a

táctica

excluida, como

ha

dicho

1 on na Haraway, es la Trampa de Dios (Haraway, 1988).

Muchos

de

los antropólogos citados en la sección

precedent

e

h11

n hecho algo

semejanteal trabajo de

campo tradiciona

l:

es tudiar

In que está afuera  o abajo .Esto ha contribuido a su

su

perviven-

1111, y por cierto a su éxito, den tr o del ámbito

aca

démico,

inclu

so

111n

ndo t

rabaj

an p

ara

criticarlo o h

acer

lo accesible.

La

función de

l1n nciatura que cumple el h ab

er

hecho trabajo de campo real 

intensivo y alejado de la un i

versid

a d sigue siendo

firm

e. En

, tl tlidad, la etnografía

qu

e se ubica den t

ro

de afiliaciones dias-

¡ul 'icas puede aceptarse con mayor facilidad que la inves tigación

llt,YOS ·component es son indígenas on t vos,

por

más amb iva lentes

111< se an. (Recordar que es

ta

s localizaciones se

dan

en

un

continuo

111 pcrpues to,

no

a cada lado de un a oposición binaria.) Las

ltloHlocalizaciones diaspóricas comprenden en sí mism

as

el viaje

v1

  distancia,

incluyen

do

por

lo

genera

l espacios metropolitanos.

1 1 1 (re)loca

li

zaciones

nati

vas, si

bi

en incluyen el viaje, se hallan

tradas

de

un

mod

o que conviertea la m

et

rópoliy la

univ

ers

idad

,,.. el

emento

s pe

ri f

éricos.

He

sugerido

qu

e el d

espla

za

mi

ento,

la

pttt•

sta

en relación de Scott

entre

di

ve

rsos espacios cult

ur

ales,

i n u siendo un r

asg

o constitutivo del trabajo de campo

an t

ropológi

IU . ¿Puede exte

nd

er se es te desplazamiento

para

incluir el viaje

ltncia y a

través

de la

univer

s

idad?

¿P

ued

e la

univ

ers

id

ad

mi

sma

v tii '

HO

como una suerte de espacio de campo: un lugar

de

y

ux t

a

p o t - ~ i c i ó

cultural,

extr

añamie

nto

,

rito

de

pa

saje, un

lu

gar de

lt•

\

nsi o y

aprendizaje?

MaryJ ohn (1989) ab

re

t al posibilidad en su

107

aná

lisis premonitorio de una antropología al revés emergente,

comprometida, para las feminist as poscolonia les:

un

viaje forzado y

1

tl

iz.ac

ión. Mantiene una distinción estilística en tr e escribir para

111

di

sciplina y escribir como intervención política y como ficción

Page 53: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

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deseadohacia Occidente y una coexi

ste

ncia

in

estable de roles: el de

la

antropóloga y el del (la)

in

formante nat ivos. ¿De qué mo do el viaje

a través de la universidad reubica el lugar nat ivo  , donde la

antropólo

ga

mantiene

co

nexiones de residencia,parentesco o afiliación

política que exceden las visitas, por más in tensivas que estas sean?

Angie Chab

ram

explora esta reubicación en su provocativo esbozo de

una

etnografía de oposición  chicana (Chabram, 1990). Aquí, las

trayectorias minoritarias y nativas pued

en

superponerse: enrai

zadas

en la

comu

ni

dad (no impo

rta

cómo se la defina) y encauzadas

a través de la academia.

Cuando la etnografía ha servido primariamen

te

a los inte re-

ses de la memoria comunitaria y la movilización, y sólo en forma

secu

ndaria

a l

as

necesidades de un conocimiento o ciencia compa

ra tivos, se ha tendid o a relegarla a las categorías menos prestigio

sas de antropología aplicada , histo

ri

a oral  ,

fo

lklore , perio

dismo político o historia

local  . Pero a medid a que el campo de

trabajo se arraiga de un modo diferente y se encauza en alguna

de l

as di recciones

que he rastreado , puede q

ue

much os

investigadores

muestren

un

inte

r

és

renovado en l a investigación

aplicada, la histor ia

ora

l y el fo lklore, despo

ja d

os ahora

de

sus

tradiciones a veces paternalistas. El

trab

ajo de movilización oral

de la

hi

storia de la comunidad en el Proyecto El Ba

rr i

o r

ea

lizado

por el Centro de

Est

udios Puertorriqueños de Nueva Yo rk es un

ejemplo citado con frecuencia (véanse Benmayor 1991· Gordon

1993). El l ibro de Dara C

ulhane

Speck, n Error

in

Judgement

[Un error de

ju

icio] (1987), fusiona cuidadosamente la memoria

comuni

taria,

la

invest

igación

hi

stó rica y la reivindicación política

actual. La

su t

il ar ticulación de los márgenes que realiza Esther

Newton, en tanto l

ea

lparticipante-observadora lesbiana, personaje

de afuera/de adentro en una comunidad predominantemente

masculi

na

gay, produce

una

fusión ejemp

lar

de

histor

ia local y

crítica cultura l (Newton, 1993a). La

in

ves

ti

gación de Epeli Hau'ofa

en Tonga es otro ejemplo (en tanto se diferencia de su trabajo

exotista en T

ri

nidad o de sus es tudi os en Papúa N ueva G

uin

ea,

donde él era un tipo diferente de extranjero del Pacífico ). De

regreso a su Tonga na

tiva

para hacer

in

vestigación, Hau'ofa

escribe en

más

de

una

lengua y estilo tanto para analizar como

para ejercer

in

fluencia en l

as respu

estas locales a la occiden-

108

mtl.frica (Hau'ofa, 1982). Pero los discursos están claramente

lt tJ\Cctados en su

punto

de vista, y otros podrían verse

más

inclina

do ¡ ¡ que él a desdi

bujad

os.

Para hacer antropología profesional  , uno debe mantener

rwlcxiones con los centros universitarios y con sus circuitos de

pub licación y sociabilidad. ¿Hasta qué punto han de ser estrechas

t•11L

HS conexiones? ¿H

asta

qué

pun

to centrales? ¿Cuá

nd

o comienza

1

10

a

perder dentidad disciplinaria

en

os márgenes?

Estas

preguntas

' ' sido siempre acuciantes para los académicos que trabajaron

JU

II

'U gobiernos, corporaciones, organizaciones soc iales activistas y

I'Omunidades locales. Y hoy continúan pertur

ba n

do y disciplinando

,,¡

Lrabajo de los antropólogos diversamente localizados que

he

1

11111

1 zado. Además la universidad misma no esun si io único. A pesar

tlt

1quepuede tener raíces occidentales,estáhibridaday transculturada

11ugares nooccidentales. Susvínculos con la nación, el desarrollo ,

lu

I

Cgión, las políticas post-, neoy anticoloniales pueden h acer de ella

111111 base significativamente diferente de operaciones antropológicas,

1111

como

lo pone en evidencia la colección pionera de Hussein Fahim,

i

genous Anthropology

in Non

 Western Countries

[Antropología

ltHiígena en países no occidentales] (1982). En principio, por lo

1111

nos, l

as

universidades son lu

ga

r

es

de teoría comparativa, de

ro

municación y discusiones críticas

entre

investigadores. Las

l l l ~ O

  p r e t a c i o etnográficas o etnohistóricas de autoridades no

tt1livetsitarias rara vez se reconocen como discurso plenamente

11n1démico; más bien existela tendencia a considerarlas conocimien-

1

o

oca

l,amate

ur

.

En

a antropología, la investigación que produce tal

conocimiento, por más intensivo einteractivo que sea,nose considera

1

mbajo

de

campo

.

El Otro disciplinario que

ta

l vez resume mejor la frontera

rutuí analizada es la figura del historiador local. Este cronista

1

1

1

uestamente

pa

r cial y conservador de los archivos comunitarios

IIH

incluso más difícil de

integrar al

t rabajo de campo convencional

lt l

iC

la nueva figura del investigador diaspórico poscolonial, la

11\ inoría que se opone o incluso el nativo viajero. Teñido por una

tnrpuesta inmovilidad y por presunciones de amateurismo y pro-

11\0C

ión, el hi

stor

iador local, tanto como el activista o el t rabajador

c•uiLural, carece de

la

distancia profesional

requerida

. Como

hornos visto, esta distancia se

ha

aclimatado en las prácticas

109

espacia

l

es

del "campo", un lu

ga

r circunscripto en el

que uno

entra

y d

el

cual se va. El movimiento hacia adentro y hacia afuera se ha

'Pdores) y

raza/cu

ltura (los occidentales modernos, sin raíces,

, III'HUS los "nativos" tradicionales, arraigados).

El

mandato del

Page 54: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 54/66

considerado ese

ncial para

el proceso

interpretativo, la admini

s

tración

de

la

profundidad

y la discreción, la

ab

sorción y la "visión

desde lejos" (Lévi-Strauss, 1985).

La

frontera

disciplinaria que mantiene a las

autoridades

con

base local

en

la posición de informantes se está reestructurando,

sin embargo.

Queda por verse

dónde y cómo se

vue

lve a trazar esta

frontera ,

qué

prácticas espaciales se

rán

acomodadas por la tradición

evol

utiv

a del

tr a

bajo

de

campo

an t

ropológi

co

y

cuá

l

es

se excluirán.

Pero

en este contexto puede se r útil

pre

gun tar se de

qué

modo el

legado del

trabajo

de campo-como-viaje

ayuda

a

dar cuenta

de

un

a

cuestión planteada durante las recientes sesiones presidencia

le

s

sobre la diversidad,

en

la Asociación Antropológica Nor tea merica

na: el hec

ho de

que las

minorí

as

norteamericana

s es tén ingresando

en el campo

en

número re la tivamente pequeño. La antropología

tiene dificultades para reconcili

ar

os objetivos

de

dis tancia

analíti

ca

con las aspiraciones

de

los "

intelectuales

or

nicos" gramscianos.

¿La disciplina

ha

e

nf r

en

tado

en forma

adecuada

el p

ro

bl

ema

de

efectuar trabajo de

campo "real ", sancionado, en una comunidad

que uno

no

quiere abandon

ar? Partir,

tomar distancia han

sido

fundamenta

les durante mucho tiempo para la

práctica

espacial

del t rabajo

de

campo. ¿De qué modo puede la disciplin a abrir

un

espacio para una investigación

qu

e

tiene que ver

fundam

ental

mente con el regreso, la

re t

erritorialización, la pert enencia: lazos

que

van

más allá de lograr

el

rapport

como

estrategia

de investi

gación?

RobertAlvarez

(1994) ofrece un anális.is reve

lador de

estas

cuestiones,

mo

s

trando

de

qu

é modo la

disciplina

va lori

za

y desva

loriza diversos tipos de co

mpromi

so comun

itario

el transcurso

de la inves tigac ión, por caminos que tienden a reproducir

un

a

heg

e

monía blanca.

La definición de "hogar" está en la base de este

an á

lisis. En

s

itu

aciones locales/global

es

donde el des

plazamient

o

aparece cada

vez más como la

norma,

¿de qué modo se mantiene y se reinventa

la residencia

colectiva?. (Véase

Bammer

, 1992.) L

as

oposicion

es

bin

arias entre el hogar y el exterior, entre

qu

eda rse y mudarse,

exigen

un

cuestionamiento

profundo (

Kaplan,

1994). Estas oposi

ciones

han

sido a

menudo encaminadas segú

n líneas de género

(espacio femenino, doméstico, versus v iaj e ma sculino), cla se (la

burguesía

ac tiva ,

alienada,

versus los pobr

es

estancados, conmo-

110

1

de

campo,

de

ir a otro lado,

construye

el "

hogar

como un

ult io de origen, de semejanza. La teo

ría

feminista y los

estudios

¡¡ny/lcsbianos han mos tr ado, de modo quizá más incisivo, al

hogar

rno un sitio de

di f

erencias no pacíficas . Además, frente a las

t

li' rzas global

es

que res tri ngen el d

esp

l

azamiento

y

el

viaje,

t¡tu•darse en el hogar oconstruirlo

puede constit

uirun acto político,

tt•l n forma

de

resistencia.

El hogar no

es,

en cualquier

caso, un sitio

dn inmovilidad.

Esta

s po

cas

indicaciones, de l

as cuales

podría

dnt'i rse mucho más, debieran se r suficientes

para

cuestionar las

ptt'Hunciones antropológicas del tr abajo

de

campo como viaje, la

l   on

de

irse en bu

sca de la

diferencia.

En cierto grado, estas

pt'

PH

unciones

continúan aplicán

dose en

la

s

pr

ácticas del

trabajo

de

t•umpo repatriado" (Marcus y Fisch

er,

1986) y

de

es tudio" (Na

dn•

,

1972).

El

campo sigue estando en otro lugar aunque

esté

dt•türo d

el

propio contexto nacional o lingüístico.

Un

aná

lisi

s

perturb

a

dor

del "hog

ar

" con r

eferencia

a

la prác

-

1

w

antropológica

es el

que ofrece

Kamela Visweswaran

(1994).

~ 4 o g ella, la etnografía feminista, parte

de

una lucha continuada

pura descolonizar la antropología, necesi

ta

reco

no

cer el fracaso"

ti\'V ab lemen

te

ligado al proyecto de

traducción del

cruce cultural

' ''' si

tuac

iones preñadas

de

poder.

Pr

e

cisamen

te en "esos momen

loHen que un

pro

yecto se enfrenta con su p

ro

p

ia

imposibilidad"

( )

8), la

etnografía pued

e

luchar por

su r

esponsab

ilidad,

por

el

1 ntido de su

propia

posición. Apoyándose en la formulación de

( 1\yatri Spivak de "las

ignorancias

sancionada s"

propias de

todo

político/cultural,

Visweswaran

plantea que, al

confrontar

bicrtamente el fracaso, la etnografía

feminista descubre

tanto

limite s como posibilidades . Entre estas

últimas, se

e

ncu

entran los

.novimientos críticos "hac ia casa". En una sección titulada"

Traba

lo

del ho

gar, no

trabajo de campo",

de

s

arrolla

un concepto de

l l

abajo

etn

o

grá

fico

qu

e no

está basado en

la

dicot

omía hogar

/

t•n mpo. El tr abajo del hogar no se define

co

mo lo opuesto al

t.t·abajo

de cam

po exoti

sta;

no se t

ra t

a de

quedarse

li tera lmente en

hogar o

de

es t

ud iar la

pr

opia comunidad. El

ho

ga r'', pa ra

Vi sweswa

ran, es la

localización de

una

p

ersona en

discursos e

ins tituciones determinantes y atraviesa localizaciones de raza,

clase,

sexualidad

,

cultura. El traba

jo

de

l

hogar

"

es una

t'onfrontación crítica con los procesos a

menudo

invisibles

de

111

aprendizaje (

la palabra

francesa

formación resulta

apropiada

aquí) que nos plasman como sujetos. Jugando con los sentidos

nes

cambiantes sólo presupondría que

las

fronteras que se nego

cian y se cruzan son primordiales para

un

proyecto co-construido

Page 55: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

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pedagógicos del término, Visweswaran propone el trabajo del

hogar como una disciplina a

la

vez de des-aprendizaje y de

aprendizaje. El hogar es un

locus

de lucha crítica que fortalece y

limita

a un tiempo,

al

sujeto que lleva a cabo

una

investigación

formal.

Al

desconstruir la oposición hogar/campo, Visweswaran

abre el espacio

para as

rutas no ortodoxas y los e

nraizam

ientos del

trabajo etnográfico.

Siguiendo

una

veta

relacionada,

aunque

no idéntica,

Gupta

y Ferguson (1997) reclaman una antropología concentrada en

localizaciones cambiantes

más que en

campos delimitados .

El

suyo es

un

proyecto reformista,

antes

que desconstructivo. Si

bien rechazan la tradición de una investigación restringida espa

cialmente,

pr

eservan ciertas prácticas asociadas durante mu-

cho tiempo al trabajo de campo. La antropología todavía estudia

a los Otros intensiva e interactivamente. Provee, nos recuerdan

los autores, uno de los ámbitos académicos occidentales donde se

considera seriamente a los pueblos desconocidos y marginados.

La

absorción de largo plazo, el interés en el conocimiento informal y

las

pr

ácticas corporizadas,

así

como el

mandato

de escucha

r

son

todos elementos de

la

tradición del trabajo de campo que ellos

valoran y desearían preservar. Es más, la noción de

localizaciones

cambiantes

de

Gupta

y Ferguson sugiere que (a

un

cuando el

etnógrafo está ubicado como algui en de aden tro, como nativo de

su comunidad) la investigación, el análisis y

la

escritura exigirán

alguna toma de distancia y traducción de diferencias. N adie puede

ser parte de todos los sectores de una comunidad. qué modo se

manejan

las localizaciones cambiantes, cómo

se

so

stienen la

afi

liación, la diferencia y las perspectivas críticas: estos han sido y

seguirán

siendo

temas

de improvisación táctica

tanto

como de

metodología formal. Por lo tanto, al margen de lo que en el futuro

llegue a reconocer se como

trabajo

de campo reformado ,

este deberá

tomar en cuenta la relación entre espacios cultural es de David

Scott, aunque no necesaria oúnicamente siguiendo ejes coloniales

o neocoloniales de centro y periferia.

Además, no es preciso que los desplazamien tos constitutivos

se produzcan entre espacios culturales  ,

al

menos no del modo

como se define convencionalmente dicho concepto, es decir en

términos espaciales. Una etnografía concentrada en

localizacio-

112

en una zona de contacto específica (Pratt, 1992). Esto no signifi

ca

ría

que

las

fronteras

en

cuestión hayan sido

inventadas

o

irreales, sino sólo que no serían absolutas y que podrían ser

ntravesa

das

por

otras

fronteras o afiliaciones

también

potencial

mente relevantes para el proyecto. Esas otras localizaciones cons

t i tu i

vas

podrían resultar primordiales

en

coyunturashistóricas y

políticas diferentes o en un proyecto con distint o enfoque. No es

po

sible

representar en

profundidad todas

la

s notorias diferen

cias y afinidades. Por ejemplo,

un

investigador de clase media que

r·caliza un estudio

entre

obreros puede considerar que la clase es

una localización crítica, incluso si su tópico de

in

vestigación

gira

•specíficamente en torno de otro aspecto, por ejemplo, las rela

ciones de género

en las

escuelas secundarias. En

este

caso,

la

raza

pod

ría ser o no un sitio de diferencia o afinidad crucial.

Un ·proyecto siempre tendrá éxito según ciertos ejes y

fr

acasará (en el sentido constitutivo de Visweswaran) según

ot,ros.

Por

ende, no debiéramos confundir una estrategia de inves

tigación más o menos consciente de

localizaciones cambiantes

con

•1 star localizado

(a

menudo antagonísticamente)

en

el encuentro

etnográfico.

Para

un

hindú

que

trabaja

en Egipto, la religiónpuede

imponerse como un factor principal de diferenciación, afir mando

U importancia

para un

proyecto de investigación sobre técnicas

ngrícolas, a pesar de los deseos del autor (Ghosh, 1992). Además,

olproyecto no tiene por qué ser antagónico. Alguien que estudia su

propia comunidad puede ubicarse, firme y amorosamente, como

familia , imponiendo así restricciones reales con respecto a lo que

puede expl

orarse

y revelarse. Un etnógrafo gay o

una

etnógrafa

lesbiana pueden verse limitados/as en lo que hace a subrayar o

pasar por alto la ubicación sexual,

según

el contexto político de la

inves tigación. O bien, un antropólogo del Perú puede sorprenderse

negociando

una

frontera

nacional cuando

traba

ja

en

Méxi

co

y, en

cambio, una frontera racial si lo hace en los Estados Unidos. Los

ejemplos podrían multiplicarse.

Ninguna

de

estas

localizaciones

es

optativa.

Ellas

son im

puestas por circunstancias históricas y políticas. Y dado qu e las

localizaciones son múltiples, coyunturales y cruzadas, no ha y

garantía posible de una perspectiva, experiencia o solidaridad

compartidas. Me apoyo aquí sobre una crítica que no

descarta

la

113

política de identidad y que ha sido expuesta convincente

ment

e por

June

Jordan

(1985) y desarrollada por muchos otros (por ejemplo,

Estos son sólo algunos de los dile

ma

s que enfrenta la et

nografía antropológica a medida que sus raíces y rutas, sus

Page 56: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

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Reagon, 1983;

Mo

hanty, 1987). En et

no

grafía, lo

que

an tes se

e

nt

endía en términos de rapport una suerte de am i

st a

d,

parentesco y empatía lo

grados- aparece

ahora como algo m

ás

cercano a la

construcción de un alianza.

La pregunta relevante no

es tanto ¿qué es lo que fundame

ntalmente

nos

une

o nos separa?

sino ¿

qué

podemos hacer el uno por el otro en la presente

coyuntura? ¿Qué podemos

anudar

, conectar, art icular, a partir de

nu

es

tras

s

imilitude

s y diferencias? (Véanse Hall, 1986; 52-55;

Haraway, 1992: 306-315.) Y cuando la identificación se vuelve

demasiado

in t

ensa, ¿de qué modo puede gestionarse

una

d

esa

rtic

ulación de propósitos, en el contexto de la

alianza, sin

apelar a los

reclamos de distancia objetiva y tácticas de una partida definí iva?

(Para

un

informe sensible de

estas

cues tiones

en

el contexto de la

etnografía lesbiana, véase Lewin , 1995.)

Al enfatizar las localizaciones cambi

antes

y

la

s afiliaciones

táctic

as,

se reconocen en forma explícita las dimensiones polít icas

de la etnografía, dimensiones que pueden

esta

r ocultas por l

as

pre

sunciones de neut ralidad científica y de vínculo humano. Pero

¿ políticas en qué sentido? No existen posiciones garantizadas o

moralm

ente

in

ex

pugn

a

bl

es.

En

el

prese

nte

contexto -

un

cambio

que

va del vínculo a la ali

anza,

de la

representación

a la articu

lación- tienden a aparecer algunas prescripciones rígidas de

reivindicación. Puede simplemente

invertir

se

una

política más

antigua de neutralidad, con su objetivo de liberación final: una

binaridad

muy

evidente

en

la yuxtaposición de los elocuentes y

opuestos ensayos de Roy d'Andrade y

Nancy

Schepper-Hughes,

presentados en un foro de

Current A

nthropo o¡

y

en 1995. El

espacio

para una

política de

es

cepticismo y crítica - que no debe

confundirse con falta de pasió n o conneutralidad- con respecto a

una deslealtad comprometida o a lo que Richard

Handler

(1985,

siguiendo a Sapir) llama análisis destructivo

parece

ha

llarse

en peligro.

Un

modelo de alianza deja poco espacio

para

trabajar

en una situación politizadaque no

sea

del gusto de ninguno de los

participantes . No estoy sugiriendo

que

tal investigación sea sup e

rior y más objetiva. También ella es parcial y localizada. Y no

debiera

ser excluida de la variedad de

práctica

s de investigación

localizadas que hoy se disputan el nombre de antropología .

114

e u t u r

diferentes

de afiliación y desplazamiento, vuelven a

olaborarse en

lo

s contextos de fines del siglo xx. ¿Qué qu

eda

del

trabajo de campo? ¿Qué queda, si queda algo, del imperativo de

viajar, salir de casa, i

ngr

esar en el campo, residir, interactuar con

lr)te

nsidad en un

contexto (relativamen te) no familiar?

Un

a prác

t,ica de inves tigación definida por localizaciones cambiantes , sin

11na prescripción de despl

aza

miento físico, de un amplio encuen

t.r

o

ca

ra

a

cara,

podría, d

es

pu

és

de todo, describir

la

tarea,

hoy fre

e•

uente, de un crítico li terario atento como muchos lo están hoy

on día a los contextos políticos y culturales de diferen tes lecturas

1 xtuales. Obien, una vez libera

do

de la noción de un campo  como

ámbito espacializado de investigación, ¿

podría

un an tropól

ogo

Investigar l

as

locali

za

ciones cambiantes de su propia vida? ¿Po

dda

el

t

r abajo en el

hogar

  cons

tituir una

autobiografía?

Aquí cruzamos

un

a fronte

ra

confusa que la disciplina está

l.ratan

do

de definir. La autobiografía puede, por s

upue

sto ,

ser

hns

tant

e s

oc

iológica ;

puede

moverse

siste

máticamente entre la

xperiencia

pe r

sonal y l

as

preocupaciones gene

ra l

es. Hoy se acep

ln a

mpliamente

cierto gr ado de autobiografía, considerándola

r•olevante para los proyectos auto críticas de análisis

cultura

l. Pero

1

n qué medida? ¿Dónde se traza la línea? ¿C uándo se des

carta

el

uuLoa

nálisis como mera autobiografía? (A veces, uno oye decir

que ciert as dosis

más

bien modestas de revelación personal

en

las

ntnografías son solipsismo o contemplación del propio ombli

go .

)

lr:Hcribir una etnografía del propio espacio subjetivo como

una

1liCrte de comunidad compleja, un sitio de localizaciones

cambian

o ~ : ~ podría defenderse como una contribución válida al trabajo

1

1nLropo

lógico.

Sin

embargo, no creo que en general

pudiera

recono-

1( rse esa actividad como total o típicamente

antropológica

ta

l como

1odavía

lo

es el tr abajo

en un campo

exteriorizado.

Sería

imposible

r•

oc

ibir

un

doctorado, o enco

ntrar

un trabajo

en

una

facultad de

Antropolog

ía

, por

una

investigación autobiográfica. La herencia

d  l campo en la antropología

requi

ere,

por

lo menos,

que

la in

ves

t

tfac

ión de primera mano incluya

in

teracciones exten

sas

cara a

(

li

ra

co

n miembros de

una

comunidad. L

as

prácticas de desplaza

mi ento y encuentro todavía desempeñan una función definitoria.

Hin

ellas, lo que se somete a análisis no son

nu

evas versiones del

·abajo de campo sino una serie de prácticas bastante diferentes .

115

  :  Ho nsuyo, he tratado

de

mostrar cómo las

prácticas

i t t l definidas, las estructuras de residencia y viaje, han

cons

lituido

el

trabajo de

campo en la

antropo

lo

gía

. He sostenido

los), no es un accidente

que el

campo haya sido llamado muchas

voces el laboratorio de la antropología. Los medios académicos y

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8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

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que el disciplinamiento del trabajo de campo, de

sus

emplazamien-

tos, rutas,

temporalidades

y

prácticas

corporizadas, ha sido funda-

mental para mantener la identidad

de

la antropología sociocultu -

ral.

Generalmente

cuestionado y sometido a renegociación, el

trabajo

de campo

sigue

siendo una marca

de

distinción disciplinar

ia. Los elementos

más

discutidos del trabajo de campo

trad

icional

son,

ta

l vez,

su imperativo

de

dejar

el

hogar

y

su

inscripción

dentro

de relaciones de viaje dependientes de definiciones coloniales

(basadas

en la

raza,

la cl

ase

y el género) del

centro

y la periferia,

lo cosmopolita y lo local. El requisito

de

que el trabajo de campo

antropológico

debe ser

intenso

e interactivo es menos controver

tido, a

pesar

de

que los criterios para medir la profun

did

ad son

hoy más discutibles que nunca. ¿Por qué no

purgar

simplemente

a la disciplina

del

legado del viaje exotista, sin dejar de apoyar el

estilo intensivo/interactivo de investigación?De un modo utópico,

podría defenderse

tal solución, y en rea

lidad,

las cosas parecen

encaminarse

en

esta dirección general. Deborah D'Amico-Sa

muels

impulsa un

ritmo

extremo en un

ensayo que an t

icipa

muchas de las críticas que acabo

de

mencionar. Ella

cuestiona

las

definiciones tradicionales

espaciales

y metodológicas del cam

po , concluyendo en forma rigurosa

que

el campo está en

todas

partes (1991:83) . Pero si el campo está en

to

d

as

partes, no

está

en

ninguna.

No debería

sor

prend

ernos que

las

tradiciones

e in tere

ses institucionales res istan disoluciones

tan

radicales del tr abajo

de

campo. Por

ende, es

probable

que

algunas forll1as

de

viaje,

de

desplazamiento disciplinado dentro y fuera

de

la propia comu

nidad

  (rara vez

un

espacio único,

de

todos modos) sigan siendo la

norma.

Y este viaje disciplinario requerirá,

por

lo menos, una

estadía seria en la

universidad.

Concluyo, provocativamente, en

este

azaroso

tiempo

futuro.

El viaje, redefinido y ampliado, seguirá siendo

parte

constitu

tiva

del

trabajo

de campo, al menos en el fu

turo

cercano. Ello será

n

ecesar

ioporrazones institucionalesy materiales. La

antropo

lo

gía

debe preservar no sólo su

identidad

disciplinaria sino también su

credibilidad

frente

a las instituciones científicas y las

fuentes de

financiación.

Teniendo en

cuenta su

genealogía

compartida con

otras prácticas

de investigación de las ci

encias

naturales (y socia-

116

Jf

ubernamentales que

controlan los recursos

suelen

sostener crite

rio

s de objetividad asociados con una perspectiva distanciada y

t•onstruida

desde afuera.

Por ello, sin

duda,

la antropología socio

ntltural seguirá viéndose apremiada

para

certificar las creden

t•ia les científicas de

una

metodología

interactiva, intersubjetiva.

1os investigadores se verán obligados a mantener cierta

di

stan-

t•ia

co

n respecto a las

comunidades que

estudien. Por

supuesto

, la

di

s

tancia

crítica

pu

ede defe

nderse sin ape

l

ar

a los

fundamentos

Limos

de la autoridaden objetividad científica. Lo que

se

discute

o de qué modo se

manifiesta

la

di

stancia en las

prácticas

de

1

v

estigación.

En

el pasado, dejar físicamente el campo  para

escribir los

resultados

de la investigación

en el

ámbito

presu-

miblemente más crítico, objetivo o por lo menos comparativo

de

la

nive

rsidad

se cons

id

eraba

un

a garantía

importante de indepen-

dencia académica. Como

hemos

visto,

esta

espacialización de las

localizaciones de adentro y afuera

ya

no goza de la credibilidad

que tenía entonces. ¿Encontrará la

antropo

logía modos de adoptar

tl •riamente nuevas formas de investigación de campo que difie

··nn

de

los

anteriores

modelos del viaje

centrado

en la universid

ad,

In discontinuid

ad

espacia

l y la desvinculación final?

A

medida que

la

antropo

logía se mueve, con

vacil

aciones,

en

direcciones posexotistas, poscoloniales, comienza a producirse

t.na diversificación de las normas profesionales.

El

proceso, acele

··ndo

por críticas

políticas e intel

ect

uales, se ve reforzado

por

limitaciones materiales. En muchos contextos, habida cuenta de

los niveles

cada

vez más bajos de financiación, el trabajo

de

campo

HOc iocultural

tendrá

que

ser

realizado cada vez más a lo barato .

1

ara

los estudiantes

graduados,

las estadías

de

largo plazo en

el

1

xlranjero, relativamente costosas, re s

ultan

sencillamente im

po

sibles, e incluso un año de investigación de

tiempo

completo

en

na

comunidad

norteamericana pu

ede

se

r

muy

costoso.

Si bien

el

t

·abajo de campo tradicional

mantendrá si

n duda

su

pres tigio, la

disciplina

podrá alcanzar

paulatinamente un gran parecido con

ln

s antropologías nacionales de muchos países europeos y no

occidentales, cuya

norma

son las

visitas breves

y

repetidas

y

es

1ara la investigación totalmente

financiada

de muchos años. Es

importante recordar que

el

trabajo de

campo profesional en el

modelo

malinowskiano dependía

materialmente de la moviliza-

117

ción de fondos para una nueva práctica científica (Stockin

g,

1984a

).

La etnografía del metro , como

la

de

Karen

McCarthy

Brown (analizada más arriba), será cada vez más común. Pero aun

vnl oso en l

as

tradiciones vinculadas/distintivas del viaje y la

1no

grafía.

El trabajo

de campo intensivo no

garantiza

compren

Ili

ones privilegiadas o completas. Tampoco lo hace el conocimiento

Page 58: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

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cuando a medida que

las

visitas y

la

frecuentación profunda 

reemplacen la co-residencia extensa y el modelo de carpa en la

aldea, los legados del trabajo de campo exotista influyen

en

el

habitus profesional del cam

po

 , concebido ahora menos como un

lugar diferente y separado que como un conjunto de prácticas de

investigación corporizadas, de

pautas

de separación, de distancia

profesional, de

ir

y venir.

He

ubicado el trabajo de campo

en una larga

tradición,

cada

vez más cuestionada, de prácticas de viaje occidentales. También

he indicado que

otras

tradiciones de viaje y

otras

rutas diaspóricas

pueden ayudar a renovar las metodologías del despl azamiento,

produciendo metamorfosis del campo . El viaje denota prácticas

más o menos voluntarias de abandono del terreno familiar en

busca de la diferencia, la

sab

iduría, el poder, la

aventura

o una

perspectiva modificada. Estas experiencias y deseos no pueden

limitarse a hombres occidentales privilegiados, aunque esa elite

haya definido en gran parte los términos del viaje que

orientan

a

la antropología moderna. Es necesario repensarel viaje en diferen

tes tradiciones y circunstancias históric

as

. Además,

al

criticar los

legados específicos del viaje, sería bueno no descansar en un

localismo no crítico, rev erso de lo exótico. Es válido el lugar común

de el viaje

ensanc

h a .

28

Por

supuesto, la experiencia no ofrece

resultados garantizados . Pero, a menudo, sa lir del

lu

gar habitual

permite que se produzcan cosas inesperadas , incontrolables (Tsing,

1994).

Una

amiga antropóloga,Joan Larcom, me dijo una vez, con

pesar

y agradecimiento: El trabajo de campo

mehrindó

algunas

experiencias que

yo

no creía merecer . Recuerdo haber pensado

que una disciplina capaz de dar esto a quienes la practican ha de

tener

sentido. ¿Es posible validar

tales

experiencias de desplaza

miento

sin

hacer

referencia a

un

rito de pasaje profesional,

desconcertante?

Vivir en otro lado, aprender una lengua, ponerse en sit ua

ciones

extrañas

y tratar de resolverlas puede ser

un

buen modo de

aprender algo nuevo, sobre uno mismo y, simultáneamente, sobre

la

gente y los lugares que uno visita. Esta verdad común estimuló

por mucho tiempo a la gente a entrar en contacto con culturas

diferentes de la propia. Enfatiza lo que aún parece ser lo má s

118

t•ttllural de los expertos indígenas, de los

qu

e viven adentro  .

I:Htamos situados de diversos modos, como residentes y como

r o s

en

nuestros campos despejados de conocimiento. ¿Es

t

Ln

multiplicidad de localizaciones un mero síntoma

más

de la

1 1 1\gmentación posmoderna? ¿Puede ser transformada colectiva

  H

t1t

e

en

algo más sustancial? ¿Puede

la

antropología ser reinven-

1

nda como

un

foro

que

dé cabida a trabajos de campo

diversamente

orientados: un sitio donde diferentes conocimientos contextuales

rtoHengan un diálogo crítico y una polémica respetuosa? ¿Puede la

ttrllropología alentar una crítica de la dominación

cultura

l que

ulmrque

sus

propios protocolos de investigación? La respuesta no

,, clara: siguen existiendo fuerzas poderosas, dotadas de una

1,ueva flexibilidad, centralizadoras. Los legados del campo

tienen

vll(or en la disciplina y son profunda,

ta

l vez productivamente,

1unbiguos. Me he concentrado en

algunas

prácticas espaciales

d1

1finitorias que deben desviarse hacia nuevos objetivos, si es que

hu de surgir una antropología con centros múltiples.

119

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8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

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con

una parada

hacia Sheridan Square). Empujó

una

pe

sada

puerta

giratoria y subió

para salir

al ''Village".

IMn con

gran

cantidad de municiones y dos o tr es docenas de

lr

·nmpas. Para

construir cabañas,

reparar botes y hacer

frente

a

ut.r·as exigencias, disponemos

de

hachas, martillos, sierras y otras

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Subimos

la cuesta con dificultad, pasando

por

el Salón Star

dust,

la

peluquería

Micky

-P

l

anchado

en

calient

e y

en

frío , el Salón

Harlem Bop, el Café Dream, la barbería Freedom y la cigarrería

Optimo, que en aquellos

años parecía

ser el decorado de

toda

s las

esquinas importantes. Allí esta

ba

la

ca

sa de comidas

de

la tía May,

la

tienda de ropa para mujeres

y niños

de

Sadie. Estaba

el

Bar de

Chop

Suey

de

Lum

y

la

Iglesia

de

la

Misión

Bauti

s

ta

de

Shiloh

pintada

de blanco con coloridas ventanas

en

la fachada, la dis

quería con su gran

radio encadenada

afuera poniendo un

ritmo

a

la tibia acera matinal. Y en la esquina de la Séptima Avenida,

mientras

esperábamos

la

luz verde

tomadas

del

brazo,

el

olor

ligeroy sugestivamente mi

ster

ioso que salía de la fresca oscuridad

tras las puertas vaivén del

Salón

Noon.**

En

Greenwich Village, descubrió la

música

folk, y la

Izqui

er

da. Estaba el Gerde's

Folk

City y el Village Gate.

Había

muchos

discos rayados de Woody Guthrie, Leadbelly y Pete Seeger, graba

ciones vanguardistas de Odetta, J

oan

Baez. En la

librería de la

calle

8:

Genet, Sartre, Pirandello,Brecht, Beckett,Albee: el teatro

del absurdo". Y todos los domingos

desenfundaba

un banjo

de

la rgo

puente en la fuente

de Washington Square:

"This

Little

Light of

Mine", "Will

the

Circle Be Unbroken?" "Ain 't Gonna Study

War

No

More". Era un enamorado

de

la

música

folk.

Primero (un

oscuro

secreto) estaba el Trío Kingston ,

lu

ego

Joan

Baez y los Weavers.

Un arreglo

de Seegers

(Pet, Peggy, Penny y

Mik

e), lo condujo a la

música countryde otros tiempos e, inexorablemente, según parece,

al

bluegrass

Subió al me

tro en

la

ca

lle 116 y viajó, un

as

cien calles

más al sur , hacia Kentucky.

Tenemos raciones

que

consideramos

suficientes

para

diez

meses; pues

es

peramos,

cuando

venga el

in

vierno y el río

se

llene

de

hielo,

de

scansar en algún lado has ta

que

llegue la

primavera;

de

modo que llevamos abundante provisión de ropa. Contamos tam-

 

Audre

Lorde,

Zami:ANew Spelling o MyName

[Una

nu

eva escritura

de mi nombre],

Truman

s

bur

g

NY:

Cross

in

g

Pr

ess, 1992. Todas

la

s próximas

citas tomadas de es

ta

fuente aparecerán

marcada

s con un doble asteris

co.

122

hl ' tTa

mientas

así como

también de

clavos y tornillos. Para el

lr·nbajo científico,

tenemo

s dos sextantes,

cuatro

cronómetros,

vnrios barómetros, termómetros, compases y

otros in

s

trumento

s.*

Hablamos de abandonar Nueva York, de establecer un hogar

algún sitio

del Oeste

donde

una

mujer negra y

una

mujer

blanca

pudieran vivir

juntas

en

paz.

El sueño

de

Muriel

era

vivir

en una

wun

ja y

la idea

me

gustaba. Saqué unos

folletos de la biblioteca y

I'Hcribimos a

todas

las oficinas gubernamentales

apropia

da s para

nvoriguar si

todavía quedaba alguna

tierra

disponible

para

es

lnblecerse en algún lugar

de

los

Estados

Unidos

continentales.

**

De camino a su

hogar desde

Greenwich Village (y a menudo,

ti •Hde la escuela), pasaba por la estación

de

la calle 96, plataforma

dirección Norte. Aquí los trenes locales y expresos de

la Séptima

\ve

nida

divergían. El

tren

local continuaba

hasta

la parada

de

la

1 niversidad de

Columbia en

Morningside Heights. El expreso

lomaba otra ruta. Los turistas que

vie

n

en

desde el

centro

reciben

n

a adve

rtencia:

si usted comete un error, saldrá a la superficie en

"calle 116 equivocada". A él

siempre

le había perturbado la

rtx is tencia

de

otra

estación con el mismo número, del otro lado

de

Morningside Park, ubicada en ese

mundo

peligroso y fuera

de

los

limites al que nunca había visto,

llamado

Harlem. Se acordaba

de

que una vez (¿o fue

una

fantasía?) había olvidado

abandonar

el

ll'cn expreso

en

la 96 y había bajado en un lu

ga

r donde

toda

s las

pl•r

s

ona

s y todas las cosas, incluyendo el número "116" en los

nzu lejos de los

pilares (exactamente

como en nuestra

parada ),

le

pnrecieron

extraños.

Con los ojos bajos, se dirigió rápidamente

hn sta la

plataforma opuest

a y esperó, expuesto en su

blancura

, a

que

llegara

el

tren de regre

s

o.

Tiempo d

es

pué

s,

reconoció

la

calle

1)()

en

la

película Brother from Another Planet [Hermano de otro

pla

net

a]. El metro entra

en

una estación y un

niño

blanco anuncia

ni ex

traterrestre negro

que

va

a realizar un truco de magia. ¡Voy

hacer que

toda la gente blanca de

saparezca " La s puertas se

b ren y todos los blancos se apean, incluso el mago que dice adiós

mi

entras se cierran las puertas del expreso de

Harlem.

123

El

racismo norteamericano era una realidad nueva y abruma-

dora que mis padres

habían

tenido que

enfrentar

cada día de sus

vidas desde que llegaron a este pa ís. Lo manejaban como si fuera

El río es muy profundo, el cañón

muy

angosto y además

está

ultHLruido, de modo que no hay un flujo firme de la corriente; pero

luHnguas ruedan se agitan bullen y apenas estamos en condi-

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8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

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un infortunio privado. Mi madre y mi padre creían que para

proteger mejor a sus hijos de

las realidades

raciales

en

los

Estados

Unidos, del hecho del racismo norteamericano,

lo

mejor

era

no

mencionarlo nunca ni mucho menos disc

utir su naturaleza.

Se nos

decía que amás debíamos confiaren los blancos, pero nunca se nos

explicabaporqué ni tampoco se nos explicaba

la

índole de su mala

voluntad. Como

ocurría en mi

infancia con

otras

piezas vitales de

información, se suponía que

yo

debía saber sin que me lo dijeran.**

En los días de semana cuandoya

era

suficientemente grande,

tomaba

el

metro

o el

autobús

de la

avenida Amsterdam

para

ir

a

la escuela en el centro. Disfrutaba de su independencia; y al volver

a casa, solía demora rse con su mejor amigo, Chung, haciendo una

parada en

Broadway

para comer

una

porción de pizza. Pero

siempre caminaba rápidamente las dos cuadras que lo separaban

de la escuela, Amsterdam y la calle 94. En primave

ra

y en otoño se

veía a la gente en las ventanas abiertas de los edificios, o afuera en

las escalinatas, hablando, riendo, discutiendo: mirándolo. Había

un

olor

acre

a

basura

y a cocina.

En

invierno,

las aceras eran

traicioneras.

Tenía

que cuidarse de las bolas

de

nieve. Las voces en

español: ¡Mira ¡Mira (El esc ucha ba "Meeda Meeda " .. y no

levantaba la vista.) Su único deseo era atravesar esas dos cuadras

sin llamar la atención. ¿Le estaban hablando a él? ¿Oía la música

caribeña que más tarde

habría

de parecerle tan interesante? No

esc

uchaba

ninguna música.

Cada mañana

las puertas de la

escuela se cerraban tras él; adentro todo estaba tranquilo. Leía en

viejas

mesa

s, rodeado de

plantas en

macetas de bronce.

Me senté

en

el piso con la espalda apoyada en un aparato de

radio de

mad

e

ra

con el libro

The

l

ue Fairy ook

[El libro

azu

l

de l

as

hadas] en mi regazo. Me gustaba lee r y escuchar la radio a

la vez, sintiendo las vibraciones del sonido en mi

espalda

como

un

telón de fondo activador de las imágenes que fluían en mi cabeza

naci

da

s de

lo

s cuentos de hadas. Leva

nt

é la vista,

por un o m n t ~

confundida y desorientada, como solía ocurrirme cuando deja ba de

leer repentinamente. ¿Los gnomos habían atacado realmente un

puerto donde estaba enterrado

un

tesoro de perlas?

**

124

1 u  cs de determinar hacia dónde podemos ir. Ahora la embar

IIII ÍÓn vira a la derecha,

tal

vez cerca del muro; luego, se dispara

luu·ia la corriente y tal vez es arrastrada al lado opuesto, donde,

td rnpada en un remolino, gira sin cesar. No podemos desembarcar

11 nvanzar como nos plazca. Los botes son

totalmente inmane-

ju

hlcs;no es posible

mantener

ningún orden en su carrera; ora uno,

oLo ll

eva

la

delantera mientras cada

tripulación

se esfuerza

por garantizar su propia preservación.*

De niño,

siempre

quería viajar en el primer vagón. Allí, podía

prctarse contra el vidrio de la puer ta delantera apoyando sus

11111nos a cada lado del rostro

para

bloquear la luz reflejada desde

11 interior del t ren. Esto le permitía ver las vías como si fuera el

l'llllductor (a quien podía oír moviéndose tras

la puerta

cerrada a

1

11

derecha). A medida que el metro se apresuraba en la oscuridad,

1111recían excitantes atisbos de escaleras y pasadizos. ¿Quiénes

1hnn allí? Y ocasionalmente, tocando la bocina y haciendo ruido

t'tlll las ruedas

pasaban

al lado de cuadrillas de trabajadores

t•prctados contra

la pared

o apoyados

tranquilamente en sus

hMramienta s .. casi rozando el mortal tercer riel. A veces, una luz

1

njn los detenía

durant

e largos

minutos

en la oscuridad. Entonces,

r•pnrecía de nuevo la energía. Se encendían lámparas sucias y el

0Lro ·se balanceaba ruido

samente

sobre s

us

rieles. Cuando se

IIJ)I'Oximaba una estación (el anillo brillante de luces que corría a

11 1encuentro) él temía por un instante que el conductor se hubiera

ulvidado de frenar, o hubiera

muerto

entre dos estaciones. Apre

lnba su cuerpo contra el vidrio con un sentimiento mezcla de

t

iXC

itación y miedo.

En

esa

colocación, llegamos a otro rápi do.

Do

s de los botes

se

deslizan forzosamente. Uno logra detenerse pero no hay tierra fir

modesde la cual acarreado y es empujado de nuevo a la corriente.

l

:n

el próximo minuto,

una gran

ola de reflujo llena el comparti

miento abierto; el bote está anegado y va de un lado a otro, inma

llcjable. Las ol

as

giran sobre él hasta que

una lo

hace

zo

zobrar. Los

tripulantes son despedidos, pero se aferr an al bote y este avanza

(

Ícrta distancia, al costado de nosotros y podemos

atraparlo.

*

125

A medida que seguía moliendo el condimento, parecía es

tablecerse una conexión vital entre los músculos de mis dedos

fuertemente encorvados alrededor de la suave mano del mortero

II

Hhijos que pusieran un pie en cualquier comercio de golosinas .

N

se nos

permitía

siquiera comprar gomas de

mascar

de

un

l'tu tav o en las máquinas del metro. Además de ser una forma de

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8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

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en su

in

siste

nt

e movimientohacia abajo, y la esencia fundida de mi

cuerpo, cuya fuente emanaba de

un

a

nueva plenitud

madura justo

bajo la boca de mi estómago. Ese hilo invisible, tenso y sensible

como

un

clítoris expuesto,

se

es tiraba por mis encorvados dedos

hacia ar riba ,

su

biendo desde mi redondo brazo moreno hasta la

realidad húmeda de mis axilas, cuyo olor tibio y

pu

nzan te con una

extraña

nueva capa

se mezclaba con los olores a ajo en sazón

qu

e

ven

ían

del mortero y los aromas generales de la pesada trans

piración del pleno verano.**

Su

pase

del metro le brindaba la

libertad

de moverse

en

la

ciudad. Podía subirse y cabalgar .. Tres r u

tas

básicas: una de

exploración, una de ansiedad cotidiana, una prohibida .

La

prime

ra, hacia el centro , estaba definida por la línea IRT de la Séptima

Avenida. (Ciertas paradas: la lib

ertad

del metro es la facultad de

za

mbullir

se

por

debajo de ciertos lugares desagradables .) Por lo

general, el té rmino del viaje era el Village. En los días de semana,

seguía

el

segun

do

itinerario:

iba a su escu

ela

en un bar rio en vías

de cambio .

Esta

ruta

era

segura

y familiar, a

pesar

de

estar

teñi

da de ansiedad en l

as

dos cua

dras entre

Broadway y Co

lu

mbus.

(Esto ocurría en

lo

s años cincuenta, cuando un a tercera

ol

eada

la mayor- de inmigración

pu

ertorriqu

eña

transformó al

guna

s

zonas de la ciudad.)

Su

terce

ra

ru ta estaba marcada

por

el truco de

magia que pudiera tener lugar en la plataforma del tren hacia

afuera en la calle 96: era el

tr e

n expreso a Harlem, que

nunc

a

tomó. Su libertad, su ciudad . Rutas y raíces. ,'

Pero no

había

olmos negros en Harlem, no había hojas de roble

negro

en

la ciudad de Nuev a York. Ma-Mariah, su abuela

matern

a

que

sa

bía de raíces, le había

enseña

do bi

en

bajo los árboles de

Noel's Hill en Grenville, Grenada, que

miraba

al mar. La tía Anni

y Ma-Liz, la madre de .Linda,

habían

continuado la tarea. Pero

ahora nohabía dem anda de este conocimiento; y a su esposo Byron

no le gustaba hablar del terruño porque se ponía tr iste, y eso

debilitaba su resolución de construir un reino propio en este nuevo

mundo ..

Ella

gnoraba si las hi stori

as

sobre los esclavistas blancos

que leía en el

Daily

ews

eran

ciertas o no, pero sab ía prohibir a

126

lgas tar el precioso dinero,

las máquina

s

tenían

ranuras y por

111  de

eran demoníacas o, por lo menos, sospechosas de estar

IOncc

tadas

con la esclavitud blanca (del tipo más vicioso, hab

ía

tl

lc

ho

ella

ominosamente)

.

**

Su tío, que h a

bía

sido

un vaga

bundo,

rasgueab

a

la

guitarra y

1

 

n a

ba

MountainDew o

Mama

Don't Allow N o

Guitar

Pla

y

in

  .

H  

pa

dre , profesor de literatura inglesa,

cantaba sentim

enta les

ludadas de vaqueros. Había sido educado con Verdi y con Gilbert

v Bullivan.

Durante

los viajes al centro que hacía los fines de

1wma

na

, se convirtió e n fanático de los Weavers. La voz melodiosa

do Pete Seeger y, en especial, su

ban

jo gangoso, lo excitaban .

Aprendió a tocar y a cantar como Pete. Los Weavers toc

aban

nli sceláneas: Songs around the World . Una melodía irl

an

desa

pn

ra violín, una d

anza

de Virginia, un cántico africano,

un

negro

npirit

ual

 

una

hora

israelí, una canciónjaponesa sobre la bomba de

11

roshima. Todas las canciones y tradiciones eran accesibles,

nobles, progresistas. Toda música folk .

Fue

en la ciudad de México,

durante

esas primeras semanas ,

t·uando empecé a quebrar el hábito de

mirarm

e los pies al caminar

por

la

calle.

Había

siempre tanto que ver y tantas

caras in

ter e

HHntes y abiertas para leer, que practic aba cómo

mantener

a

lt

a mi

·ubeza al cami

nar,

y el sol

se

dejaba sentir caluroso y bueno en

rn

rostro. Dondequiera que fuese, había rostros morenos de todos

los matices encontránd ose con el mío, y ver mi propio color refle

jado en

la

s call

es en tal

cantidadconstituíapara

una

afirma

ción

de que todo lo que veía era nuevo y

muy

excitante. Nunca me había

Hc

ntido visible

hasta

entonces,

ni siquiera había

sabido que

es

o me

f n

ltaba.

**

En la ciudad, estaba rodeado de ritmos negros y blues , música

gospel y soul música caribeña, rock'n'roll. Aprendió a bailar con

esos

ritmo

s

más

tarde, en la un iv

er

sidad. Entró en el

metr

o en la

Universidad de Columbia, y salió a la superficie a un as cien

cua

dras

más al s

ur, en un

village global.

La

música folk incluía a

lo

do tipo de gente y cultura, mientras no se hubieran comercia-

127

lizado . ( A todos,

en

todo el mundo, tiendo mi mano. Estrecho su

mano  .)En

su

village no h abía antagonismos incómodos. ( Tiene

todo el mundo en sus manos. )

La

ra za significaba que la supe-

t1

1\

bajadoras, usábamos pantalones sueltos y llenábamos con

1

om

d

a

nuestras

portaviandas con tapa de metal y

nos atá

bamos

1 11\uclos rojos a la garganta. Subíamos y bajábamos por la Quinta

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8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

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raríamos; la clase, solidarida d para siempre; el género, significaba

amor oh amor sin cuidado; ¿la sexualidad...? Mostró su desaproba

ción cuando Bob Dyl

an

se vendió  al tocar una guitarra eléétrica .

Chuck Berry y Little Richard eran seres extraterrestres.

La

fi

s

ura

es angosta y

yo

trato de trepar al banco, que está

aproximadamente

doce m

et

ros m

ás arriba.

Tengo

un

barómetro

sobre mi espalda, que más bien impide mi subida. Los muros de la

fisura son de una piedra caliza suave, que no ofrece ningún apoyo

al pie ni a la mano. De modo que me sostengo presionando mi

espalda contra una pared y mis rodillas contra la

otra

y, de este

modo,

ha

go que

mi

cuerpo

suba

con dificultad, unos pocos cen

tímetros por vez,

hast

a que quizá recorro unos ocho metros de la

distancia, cuando la

grieta

se ensancha un poco, y ya no puedo

presionar mis rodillas contra la roca que está enfrente con sufi

ciente fuerza para darme apoyo en la subida de mi cuerpo y, por

eso, trato de volver.

Esto

no puedo hacerlo

sin

caer.*

Tenía una

pe

sa

dilla

recurr

e

nt

e sobre la ciudad. Estaba oscuro

y él corría a toda carrera alrededor de la manzana de su casa ..

perseguido por pan

dillas . Ellos teníannavaja s y anchos c

inturon

es

con hebillas puntiagudas. El sueño solía terminar con él buscando

frenéticamente

las

llaves

en

la

puerta

de su edificio. Los miembros

de la pandilla llevaban cazadoras de

cu

ero negro. Los vigilantes, en

el Village, usaban el negro. L

as

chicas blancas de cabello largo que

salían del

metro

en Sheridan

Square

llevab

an pantalon

es ajusta

dos y jerseys de cuello alto negros. (El usaba vaqueros y camisa a

cuadros.)

¿Q

ué signific

aba

el negro? A él le

hubiera

gustado nacer

con cabello oscuro, como

un

verdadero  neoyorquino (¿quería decir

judí

o?).

Le

hubi

e

ra

gustado p

einar hacia

atrás su

cabello oscuro con

un

largo peine guardado en el bolsillo trasero del pantalón (¿quería

decir Elvis?) . El o c k n ~ o era para los que vestían de cuero negro.

¿Qué significaba el negro

para

él? Hubiera des ea

do

tocar mejor su

guitarra

par

a blues (pero nunca se decidió a aprender.)

Ese verano toda NuevaYork,incluyendo sus museos yparques

y avenidas, era nuestro patio tr asero .. Cuando deci

amos se r

1

28

\

vl'

nida en

lo

s viejos

autobuses

abiertos de doble piso, grita ndo y

l'fl lltando canciones sindicales a todo pulmón .. Cuando decidía

IIIOH

hacer picardías nos poníamos faldas apretadasy tacones altos

l(ll l' dolían, y seguíamos a los tipos con pinta de abogados, buenos

y con aspecto respetable,

por

la Quinta Avenida y Park,

lt lt(·icndo en voz al

ta lo

que nosotras considerábamos comentarios

1

11t1ndanos

la

scivos so

br

e sus an

atomías

.. Cuando

éra

mos afri

l l lllas, nos envolvíamos la cabeza con faldas de

esta

mpados al

e-

I ' IIH y hablábamos nues tro propio lenguaje en el metro mientras

ll utmos al Village. Cuando

éra

mos mexicanas, llevábamos faldas

ll t•tp lias y blusas de campesinay huaraches y comíamos tacos, que

1

 

prábamos en un pequeño pu

es

to

frente

a

lo

de Fred Leighton,

11

  In

calle MacDouga l.

Una

vez cambiamos la palabra fuck

er

  por

111other  en una conversación de un día entero, y el airado

tllllductor nos

ob

li

a b

ajar

del autobús número 5.**

Sus padres, nacidos y criados en Evansville, Indiana , se

uwdaron a Nueva York cuando él tenía

tres

meses. Su padre pasó

111 111

vez varios

os en Arizona, enseñando en

una

escuela-r

anc

ho

11\ niños; allí ap rendió a hacer girar

una

cuerda y a sa

lt

ar sobre

11 

. Su sombrero olía a s

udor

y era increíblemente pesado.

Una

\

t

•i

cerca de Tucson, as í se contaba la historia , su p adr e trepó la

t HCt Encantada, con espe

lu

znante riesgo, ya que se columpiaba

tohrc

escar

pados riscos.

En

Evansville, sus abuelos eran consi

tl lwndos pilares de la comunidad, gente de iglesia, fundadores del

t ol<'g

io

del lugar. Formaban p

arte,

junto con otros, de

un

club de

nhHcmios, los Pink Poppers,  que organizaba picnics los domin-

1oHpor la

tarde

en los bancos de

arena

del río Ohio. (La lín

ea

de

lt•

t'I'Ocarr

iles Mason-Dixon corría a

lo

la r

go

del río en ese lugar .)

N

 

Ca

cr

uzaron a Ke

ntucky

,

sa

lvo

en

oc

as

ión de

un

viaje a

M mmoth Cave.

Su

nieto

entró

en el metro de la Séptima Avenida

11

 

la calle 116 y regresó a casa canta ndo música del otro lado del

11o,

la

misma mú

sica rústica que los hacía ap

aga

r sus radios

• l

tt

ndo la escuchaban.

En las tardes de sábad

o,

a veces, cuando mi madre terminaba

tl•• limpiar la casa, sa líamos en

bu

sca de algún

parque

donde

129

sentarnos

y mirar los árboles. A veces, íbamos a

la

orilla del río

Harlem en la calle 142 paracontemplar el agua. Otras, tomábamos

el tren D e íbamos

al

mar. Siempre que estábamos cerca del

agua

,

I

ICcía, el

hogar

seguía siendo aquel dulce sitio que quedaba

en

otro

Indo

y que nadie había logrado

captar

aún sobre el papel.... '''*

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8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

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mi madre se tranquilizaba y se volvía dulce y distraída. Luego nos

contaba historias maravillosas sobre Carriacou, donde había na

cido, en medio del pesado

aroma

de

las lima

s. Nos contaba histo

rias sobre plantas que curaban y plantas que provocaban la locura,

y ninguna de ellas

tenía

mucho sentido para nosotros, los niños,

porque nunca habíamos visto ninguna de esas plantas.**

Su abuela disponía de un cuarto en el departamento de ellos,

en Nueva York, cuando contaba

más

de ochenta años y él tenía

cinco. Había ido allí a morir. Con el pelo blanco y casi ciega,

caminaba con un bastón; él era sus ojos, cuando cruzaban

la

calle

en

su caminata

diaria.

Ella

le

hablaba

como

si fuera

un adulto,

sobre la Guerra de Corea (era pacifista) y sobre el fantástico viaje

que

habí

a hecho alrededor del mundo. Cuando

tenía

veinte años,

había acompañado a una amiga del colegio, hija de

un

diplomático

famoso,

en

una misión semioficial a Europa, Egipto,

la

India y

China.

Su

habitación

en

el

departamento

era

di ferente

de las

demás, estaba amueblada con sus antigüedades favoritas, que

había

traído desde

Indiana. Había

una

cama

gra

nde con

cuatr

o

columnas, donde entretenía a

sus

nietos contándoles cuentos a la

mañana temprano. Había un alfombra oriental, una cómoda ma

ciza y

lustra

da, una

me

sa

pa r

a esc

ribir

con muchos casilleros, un

globo terráqueo, y un baúl que con tenía papeles grandes foto

grafías marrones: l

as

pirámides, el Ganges, el TaJ

Maha

l. En el

cuarto de su abuela, él vio

una

lámina del Monte Everest. (Ella

I

CI

contó cómo había visto que l

as

nubes se e v n ~ b n milagrosa

mente

para descubrir la cumbre.) Y un ladrillo gigante de

la Gr

an

Muralla China.

Carriacou

no figuraba en el índice del

Goode s School Atlas ni

en la

Junior

múicana

World Gazette,

ni aparecía en

ningún

mapa que me fuera posible encontrar y, por eso, cuando buscaba <

sitio mágico dura

nte lá

clase de geografía o

en

el tiempo libre de lu

biblioteca, nunca pude hallarlo y llegué a creer que la geografí.a d1 1

mi madre era una

fantasía

o una locura, o

al

menos demasiado

pasada de moda, y en realidad es posible que estuvi

era

hablan

do del lugar que otra gente ll

amaba

Curac;ao, una posesión ho

land

esa

del otro lado de l

as

Antillas. Pero, con todo,

mientra

s yo

130

Los muros, ahora, tienen más de un kilómetroy medio de alto,

11 na distancia vertical difícil de apreciar .Ubíquese en los escalones

1 ur

del edificio del Tesoro en Washington, y mire

hacia

abajo por

In Avenida Pennsylvania hacia el Capitol Park, y mida esta

diHt

ancia sobre su cabeza, e imagine que los acantilados

se

ex-

  l'nden a esta altura, y comprenderá lo que quiero decir; o bien

tab

(quese

en Canal

Street en

Nueva

York y

mire por

Broadway

ltw;

t,a Grace Church, y tendrá aprox

imadamente esa dist

ancia; o

hi <• n ubíquese en el puente de Lake Street en Chicago y mire para

rt

bn

jo hacia

el Depósito

Central

y la tendrá bajo sus ojos

otra

vez.*

Su

abuela despreciaba a

la

familia

Carter,

a los

Flatt

y los

Hr

ruggs, a Bill Monroe. Eran gente de clase baja, música de

l  sura-blanca que venía del otro lado del río. El

sentía

lo mismo

l  tcia Elvis. Pero el bluegrass, con sus raíces en la música c

ount

ry

lr•ndicional, lo emocionaba. (Más tarde, descubriría que el

blu

 

11/

<;s

nunca

provino simplemente del otro lado del río, del coun

l•.v . Prosperaba con fuerza en centros industriales como Gary o

1 otroit, y era llevada a los proletarios desplazados, no por los

lumjos acústicos y las mandolinas, sino por las ondas de radio. ) El

11t11ndo en el que él creció

estaba

construido sobre la oposición

t•nmpo-c

iud

ad: escuela en Nueva York, largos meses de verano en

Vormont. Allí, sus compañeros de juegos eran hijos de granjeros.

Hn suponía que el campo

era

distinto de la ciudad; había que

'I

•Hca

parse de Nueva York en el verano. (Pero tenía otros amigos

Ve

rmont que también

eran hijos de veraneantes ,

en su

tll llyoría ex comunistas del Village.) El viajaba al campo en la

1 rdad y viceversa.

El

río

Co

lorado

nunca es

una

corriente

clara

pero

en

lo

s

ltimos tres o

cuatro

días estuvo lloviendo

la

mayor pa rte del

l   11npo y los diluvios que caen sobre los muros arrastraron grandes

tll ntidades de barro, por lo que

ahora está

excesi

vamente

turbio.

1 1pequeño afluente, que descubrimos aquí, es un riachuelo claro

vhe lio, o un río, como

se

lo habría denominado

en

esta región del

donde las corrientes no abundan. Hemos dado nombre a una

t

ur

·ricnte, mucho

más

arriba,

en

honor del

gran

jefe de los Bad

131

Angels  (Angeles malvados) y, puesto que esta contrasta bella

mente con aquella, decidimos

nombrarla Bright

Angel  (Angel

brillante ).'''

wnnito; pero,

al

ll

egar

a

este

punto, abajo sólo puedo

ver

un

lnl1erinto de hondas garga

nt

as.*

Page 65: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 65/66

Pearl Primus, la bailarina afronorteamericana , vino un día a

mi escuela secundaria y habló después de clase sobre las mujeres

africanas y sobre la belleza y naturalidad de sus cabellos, cuando

se ensortij

aban

al sol, y

mientras

yo estaba

sentada

allí escuchan

do

(una de

las

catorce niñas negras en la Escuela Secundaria de

Hunter

)

pens

é:

así

debe de

haber

sido la

madr

e de Dios y yo

tambi

én

quiero ser

as í

, ayúdame, Dios.

En

esos días,

yo

encontraba

natural el peinado de esas mujeres y seguía llamándolo natural

aun

cuando todos los de

más

lo consideraran extravagante. Fue un

trabajo estrictamente casero que realizaba un musulmán sufí de

la calle

125,

cortado con tijeras de oficina y bastante desprolijo.

Cuando ese día

vo

lví del co legio a

casa

, mi madre me pegó en el

trasero y lloró durante una semana.**

Rodeado de la cultura latina y negra,viajaba al Village, donde

descubría una

mús

ica blanca pura. (Mucho

más

tarde leyó acerca

de las in terconexiones entre el bluegra

ss

y la cantoría negra .) A su

a

lr

ededor, Nueva York

estaba

cambiando,

era un

lugar

de

raíc

es

cruzadas. La música rock -blanca, negra y l

at

ina- s

ur

gía por

todas partes. En torno de él, la ciudad se caribeñizaba . Pero 61

apenas distinguía a Barbados oJamaica de Haití. Y

Puerto

Rico 

significaba sólo

una

pandilla de delincuentes juveniles en

W

 

/

id

e

tor

y  

Leyó sobre todo esto

más

tarde.

Me trepo

tan

alto que los hombres y los botes se pie

rden

abajo

en las negras profundidades, y el brioso río es

un

arroyuelo

ondulante; y aún

qu

eda

más

cañón arriba que

aba

jo. Todo lo qu(l

me rodea son interesantes registros geológicos. El

libr

o es t u

abierto y puedo leerlo

mientras

s

ub

o.

Todo a

mi

alrededor son

grandiosas

vistas

,

pues

las nubes están

jugando

de nuevo

en

laH

gargantas. Pero, de algún modo, pienso en las r aciones paranu

cw

días, y en el río ma ligno, y

en

la lección de las rocas, y sólo veo u

medias la gloria de la escena. Empujo hacia

un

ángulo, desde ol

cual espero obtener una vistadel campo a

la

distancia, para ver qu11

posibilidades tenemos de atravesar pronto esta meseta, o por lo

menos, de hallar al

gún

cambio geológico que nos

permita

salir d(d

132

Tirado en la cama, escuchaba los ruidos del patio. Podía

¡wnas oír cómo su m

adre

hablaba por teléfono del otro lado del

111

rrcdor,

mientras qu

e el dis

co

de 78 de

Burl

Yves

giraba en una

hubitación cercana. El patio .. el patio era un acumulador de

IH

Ili.dos

u

rba

nos,

una gra

n caracola fuera de su dormi

tor

io

en

el

uxto piso. A través de la ventana semiabierta oía fragmentos de

111

1lv

ersaciones,

una puerta

que

se

cerraba,

sirenas

,

un

avión, jazz,

11

1,

ncendido de un coche, no tas de bajo, un ruido chirriante risas

ullfOque chocaba,produciendoun eco sobre el pavimento,

aba

jo.Su

nido adormecido coleccionaba todos esos fragmentos separados de

111 complejo zumbido que nunca cesaba, ni de día ni de noche.

1 unocidas y desconocidas Nueva Yorks.

Cuando m

ás tarde

bajamos de la azotea, caímos en

la

media

lltll'he sofocante de un verano en el oeste de Harlem, con música

vAs

ada

en l

as

calles y gemidos d

esagra

dables de niños

hi

percan-

 

o

s e hiperacalorados. En las cercanías, mad res y padres esta

luln sent ados en l

as

escal

inatas

o en los canastos p

ara

leche y en

l

ll

ns de

jardín

rayadas abanicándose de

un

modo

distraído

o bien

ll

 

hlando o p

ensan

do sobre el trabajo que los esperaba, como

•u•mpre, al día sigui

ente

y sin

haber

dormido

bastante

.. No fue en

lt iH

pálidas

arenas

de Whyd

ah

, ni en las playas de Winneba o

\ nn amabu, con cocoteros que

se

golpeaban suave

ment

e y grillos

1111 marcaban el compás al latido de un mar alquitranado, trai

tlonero, bello. Fue en l a calle 113 donde descendimos después de

IIIIOBtro encuentro bajo la

lun

a del pleno verano, y l

as

madres y los

p11 dres nos sonreían

mientras

caminábamos bajando hacia la

l l¡•tuva Avenida

co

n l

as

manos en trelazadas.

**

Blanche: él reco

rdaba

una

piel

muy negra

, anteojos y

un

a voz.

1h

 

·ante mucho tiempo, cuando él tenía cinco o seis años, iba a su

llnpnrtamento dos veces por semana hacía

la

limpieza y lavaba la

¡ n.

Era distante circunspecta,

un

poco intimidante. (Mucho

dnHpués, le

pa r

eció reconocer a Blanche en un ensayo de Paule

sobre

las

mujeres de Barbados

que

vinieron a Nu

eva

\ •trk en los años de entl'eguerras: mujeres que trabajaban duro

1  'A est ablec

er un

hogar en

este pa í

s de hombres  ,

sin perd

er

1

33

cierta distancia . Su

manera

de

hablar

, el espeso inglés caribeño ,

lo fastidiaba. Blanche era vieja. Recordaba

su

delantal gastado,

planchado, sus medias marrones floj as, sus

an t

eojos (¿sin arm a·

zón?) y sus fuertes pero delgados brazos y dedos negros . El perro

lttl tiHlS (como los ladridos prolongados del perro) que Blanche

1 11n vinculadas con su color. En esas ocasiones, se indignaba y los

11

111\0neaba

por su mal compor tamiento.

Page 66: Clifford - Itinerarios Transculturales

8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales

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ladra

ba

y

ladraba

cada vez que ella aparecía en la puer

ta

do

entrada. Se dirigía

pre

suro

sa

hacia un rincón privado de

In

despensa, donde colgaba su abrigo y se cambiaba pa ra trabajar.

Nues

tras

r aciones siguen echándose a perder : el tocino estn

en

tan

ma

las

condiciones que nos vemos obli

ga

dos a tirarlo.Debido

a un accidente que ocurrió esta

mañ

a

na,

el bicarbon

at

o se perdió

por la borda . Ahora sólo tenemos harina rancia suficiente p

ara

dici'.

días ,

un a

s pocas ma

nzanas

secas, pero mucho café. DebemoH

apresurarnos lo

s posible. Si tropezamos con dificultades, como

nos sucedió

en

el cañón de más arriba, podríamos vernos obligadoH

a abandonar la expedición, y a tr

ata

r de alcanzar los estable·

cimientos mormones del norte.

Nuestra

es

pe r

anza se r educe

u

pen

sa

r que

ya han pasa

do los peores lug

ar

es, pero

nuestroH

barómetros están todos tan maltrechos que ya son

inút

iles,

dt

l

modo

qu

e hemos perdido

nuestro

registro en altura y no sabemoH

cuánto le queda aún al río por descender.*

Llegó de Barbados, pasando por Canadá, y vivió sola en algún

lugar de Harlem. Más tarde, él supo

otra

s cosas, por su madre, qu  1

admiraba a

Bl

anche y lamentaba no haber hecho más que pagar

l l

el salario habitual mínimo y enviar regularmente s us contribu

ciones al seguro social. ( Se pasó toda la vida limpiando las ca

saH

sucias de otra gente. Y cuando se ubiló y volvió a Barbados, estabn

orgullosa de h aber ahorrado lo suficiente

para

pagar su entierro.

Eso es

tan

importante para la ge

nt

e como ella. ) Blanche ay

ud

ó

1\

su madre , quien se esforz

aba

por organizar una familia numerosa,

aconsejándola sobre l

as tareas

domésticas. Se lleva

ba

bien

co

n su

a

bu

ela.

Tenían

casi la misma e

dad

y

co

mp

a

rt í

an

un

a cor

tes

ía un

poco

pasada

de moda y

un

a

act

itud cristiana. Su abuela si

empr

o

había tenido ayuda de color , cuando vivía en Evansville. Blanc ht'

pedía respeto y lo obtenía de esta dama de cabellos blancos. (Tal

vez compa

rt i

eran, también,

un

sentimie

nt

o de marginalidad en

ol

departamento de Nueva York, el hecho de venir de otro tiempo y

de otro lugar .)

No

podía dec

ir

se lo mismo de los niños. El y su

hermana le faltaban a menudo el respeto, eran incluso crueles, en

134

Y recuerdo aAfrikete, que se me aparecía en un sueño, siempre

(111 1 1< y real como los cabellos de fuego debajo de :i ombligo. M_e

,, tt f

 l

cosas vivas de los arbustos y de su granja, ublcada

en

medw

rocos

y

mandioca,

esos frutos mágicos que Kitty compraba en los

1rcados de la

India

occidental ubicados en la

Av

enida Lenox a la

tll

11ra de la calle 140 o en l

as

bode

gas

puer

torriqueñas,

den

tro

del

111

tll ic oso mercado de Park Avenue ycalle 116, bajo

la

s estru

cturas

,¡,

11 • crrocarril Central.**

Blanche trabajaba l

enta

mente en el d

epartamento.

A veces,

lwblaba consigo misma. Y pedía simplemente una cosa especial:

111

110r siempre un almuerzo caliente, con carne:

una

hamburgue

sa,

bl

an

co , pastel de pollo, algo. Sólo después de ver su c ~ ~ r t o

lt•• lndo con

un

a sola

horn

alla, la

madre

de él comprend10 la

'

tpor

tancia

que Blanche les daba a estos almuerzos como

~ c n t e Hizo el viaje a Harlem sólo una vez, cuando Blanche se

111ormó y estuvo en cama. ¿Tom ó el expre so en la 96 o fue en el

tlltLobús que cruza la ciudad de oeste a este por la calle 125?_Su

u111dre no podía recordar

dem

as iado el viaje

sa

lvo las calles sucias,

edificio escuálido y la pequeña vivienda limpia de Blanche.

Las paredes del cañón, durante ochocientos o novecientos

lli

OLros, son muy r egulares, se levantan casi perpendicularmente,

ptii'O

aquí y allá

está

n

dispu

estas en escalones estrechos y, oca-

II IOnalmente, podemos ver los acantilados distantes, sobre la

¡¡nc

ha te

rraza.*

135