clifford - itinerarios transculturales
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8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
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8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
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Título
del
origina
l en ingl
és:
Routes:
Travel
and
Translat ion in
the
Late
Twent
i
eth
Century
Publicado por H
arva
rd U
niversity
Press
© 1997
by
H
arvard
U
ni
ve
rsity Press
Traducción: Mireya
Reilly de Fayard
Di s
eño
de cu bier ta : a n Guasch
Primera edición mayo 1999, Barcelona
Derechos r
eservados
para
todas la
s ediciones en
castellano
© by Editorial
Gedisa S.A.
Muntaner
460, entlo . 1ª
Te
l.
20
1
60
00
08006
- Barcelona, España
e mail
http:/ www.gedisa.com
ISBN: 84-7432-647
-8
Depósito lega
l
B-22391 11999
Impreso en: Limpergraf
e/.
Mogoda,
29-31. 082
1O
Barbera
del
Valles
Impreso
en
Espai ia
Printed
in
Spain
Queda prohibida
la reproduc
ción lola
l o parcial
por cual
qu ier
me d
io
de impresión
en
forma idé
nli
ca. c
xl
r
ac lada
o modificada,
en
castellano
o
cualquie
r
otro
idioma .
ara udith
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Prólogo
n
medias
res
El
relato autobiográfico de Amitav Ghosh, El
imán
y el
hindú , es
una parábola
que
refl
eja muchos de los problem
as
que
tr ato en e.
ste
libr
o
Narra el encuentro
entre
un etnógrafo de campo
y algunos vecinos desconcertantes de
una
aldea egipcia.
Cuando llegué
por
primera vez a
ese tran
quilo rincón del d
elta
d
el
Nilo,
esperaba
e
ncontrar
,
en
ese
suelo
tan
antiguo
y
asenta
do,
un pu
eb
lo
establecido y pacífico .Mi error no pudo haber sidom
ás
grande. Todos los
hombres de la aldea tenían el aspecto
inq
uieto de esos pasajeros que
suelen
ve
rse
en las salas de t
rán
sito de los aeropuer tos. Muchos de ellos
habían trabajado y viajado por las tierras de losjeques del Golfo P érsico;
otros habían estado en Libia, Jordania y Siria; algunos
habían
ido al
Yem
en
como soldados, otros a Arabia
Sa
udita como peregrinos,
unos
pocos habían visitado Europa:
var
ios
de
ellos tenían pa
sapor
tes
tan
abultados que se abrían como acordeones ennegrecidos con tinta.
La aldea rural
tradicional,
vista
como
sala
de
tránsi
to.
Es
difícil
dar
con una imagen mejor para describir la posmodernidad,
el nuevo orden
mundial
de movil
idad,
de
historias
de
desarrai
go.
Pero no vayamos tan rápido ..
Y
nada
de esto era nuevo: sus abuelos, antepasados y pa rientes ta mbién
habían viajado y migrado, de modo muy pa recido a como lo hicieron los
míos en el subcontinente hindú: a raíz de las
guerras
, o en busca de
trabajo y dinero, o ta l vez s
implemente
porque
se
habían cansado
de vivir siempre en el mismo lugar. Se podría leer la historia de este
espíritu
inq
uieto en los apellidos de los aldeanos, provenien
tes
de
ciudades del Levante, de Turquía, de pueblos lejanos de Nubia .
Er
a
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como si la gente
se hubi
era dado cita aq
uí
desde todos los rincones del
Med io
Or
ien te. La pasión
de
sus fundadores por viajar había prendido
en
el suelo de la aldea: a veces
me pa r
ec
ía
que cada uno de
sus
hombr
es
era un
viajer
o. (Gho
sh,
1986: 135)
Amitav Ghosh - un nati
vo
de la India educado en una anti
gua universidad inglesa , autor de varios trabajos antropológico s
de campo
en
Egipto-:- alude
aquí
a
una
situación
cada
vez
má
s
familiar. Este etnógrafo no es ya un viaj ero del mundo que,
partiendo de un centro metropoli
ta
no, visita a los nativos (locales)
para es
tudiar
en una periferia rural. Por el contrario, este suelo
ant iguo y asentado se halla abierto a complejas historias de
residencia y viajes, a experiencias cosmopoli tas. Desde las genera
ciones de Malinowski y Mead, la etnografía profesional se había
basado en la residencia intensiva , aunque más no fuera tempora
ria, dentro de campos delimitados. Pero, en la versión de Ghosh,
el trabajo de campo no aparece tanto como residencia localizada
sino como una serie de encuentros en viaje. Todos están
en
movi
miento, y eso ha ocurrido
durante
siglos: una residencia en viaje .
ntin
erarios transculturales comien
za
con
esta
premisa
de
movimiento, y sostiene que los viajes y los contactos son situa
ciones cruciales pa
ra
una modernidad que aún no ha terminado de
configurarse. El tópico general, si
así
se
lo pu
ede llamar, es muy
vasto: una imagen de la ubicación humana, constituida tanto por
el desplazamiento como
por la
inmovilidad. Los ensayos aquí
reunidos buscan una explicación (ova rias) al h echo de que la ge
nt
e
vaya a diversos lugares . ¿
Qu
é
aptitud
es
mund
an
as
de superviven
cia e in teracción pueden reconoc
erse
en
este
ir, y venir? ¿Qué
recursos para un futuro diferente? En estos ensayos apenas se
proponen algunos esbozos y tentativas de
tr a
zar viejos y nuevos
mapas
e
historias
de person
as
en
tr
áns
ito , a la vez fortalecidos y
limit
ados
por
esa circunstancia. Se refieren a la diferencia huma
na establecida en el desplazamiento, a la abiga rrada mezcla de
expe
ri
enci
as
cul t
ur
ales, a las estru
ct
ur
as
y posibilidades de un
mundo cada vez má s cónectado pero no homogéneo .
En este libro se confirma una postura previa con respecto al
concepto de
cultura. En
obras a
nt
eriores, especialme
nt
e en ile-
mas de
la
cultura
(1988), me preocupaba la propensión de este
concepto a afirmar el holismo
y
la forma estética, su tendencia a
pr ivilegiar el va lor , la j
era
rquía y la continuidad histórica en
12
nociones de la vida corriente. Allísostuve que estas inclinaciones
descuidaban, y a veces reprimían
ac t
ivamente, muchos procesos
impuros, ingobernables, de invención y supervivencia colectivas.
Al mismo tiempo, los conceptos de cultura resultaban necesarios,
si es que habí
an
de reconocerse y confirmarse los sistemas hu
manos de significado y di ferencia. Los re
cl
amos de identidad
co
herente no podían omitirse, en todo caso, en un
mundo
contem
poráneo de
sgarrado por
abso
luti
smo s étnicos. La cu
ltu
ra
parecía
una bendición profundamente ambigua. Me esforcé por
hac
er
menos rígida su constelación de
sent
idos comunes, concentrán
dome en los procesos de representación etnográfica. Mis
in
stru
mentos p
ara
revisar la idea de c
ultur
a fueron los conceptos
abarcadores de
escritura
y collage; la primera, vista como intera c
tiva, con final abierto y con carácter de proceso; el segundo, como
un modo de abrir espacios a la h eterogeneidad, a las yuxtaposi
ciones
históricas
y políticas, no simpl
eme
n
te
estéticas.
Ana
licé las
prácticas etnográficas de construir y desconstruir significados
culturales en un contexto histórico de expansión co lonial euro
americana, teniendo en cuenta
o
s debates
aú
n vi
gentes
que, desde
1945,
se
conocen con el nombre de descolonización
.
Amedida que escrib ía
este
libro, el concepto de viaje comenzó
a incluir una gama cada vez m
ás
compleja de experiencias: prác
ticas de cruce e interacción
qu
e perturbaron el localismo de
muchas premisas tradicionales acerca de la cultura. Según esas
premi
sas,
la existencia social a
ut
é
ntica está,
o debiera estar,
circunscripta a lugares cerrados, como los jardines de los cuales
derivó sus significados europeos la
palabra cultur
a . Se concebía
la re sidencia como la base local de la v ida colectiva, el viaje como
un suplemento; l
as
raíces siemp re preceden a l
as
rutas. Pero ¿qué
pasaría, comencé a
pr
egun
tarme,
si el viaje fuera vist o sin trabas,
co
mo
un
es
p
ectr
o complejo y ab
arcador
de l
as exper
iencias
hu-
mana
s? Las prácticas de desplazamiento
podrían aparecer
como
constitutivas de sign ifica
do
s culturales, en lugar de ser su simple
extensión o transfe rencia. Los efectos cul
tura
les del expansionis
mo
europeo, por ejemplo,
ya
no podrían celebrarse o deplorarse
como una simple exp
or t
ación (de civilización, industria, cienc ia o
capital). Pues la región llamada Europa ha sido constantemente
rcformulada y atravesada por influenci
as
provenientes de más
a
á de sus
fronteras
(Blaut, 1993; Menocal, 1987). ¿Y no es
::;ignificativo en diversos grados este proceso de inte racción para
13
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cualquier esfe
ra
local, nacional o regional? De h echo, hacia donde
mir
emos, los procesos de movimiento y encue
ntro
s humanos son
com?lej?s y ~ r g da ta. Los centros culturales, las regiones y
terntonos dehm1tados, no son anteriores a los contactos, sino que
se
afianzan por su
intermed
io y,
en
ese proceso,
se
apropian de los
movimientos incansables de personas y cosas, y los disciplinan.
En
cuanto empecé a consid
erar
as diversasformas del viaje
el
té r
mino se convirtió
en
un
a
imagen
de los
itinerarios
atraviesan una modernidad
hete
rogénea. En
Dilemas de la cul
-
r escribí sobre los indios
ma
shpee de Cape Cod, Massachusett s,
y sobre el proceso en el que intentaron probar su identidad tribal
en un tribunalde
ju
sticia. Sostuve que su posición se vio debil
itada
por s upuestos de arraigo y continuidad local, nociones de autenti
~ i d a d que paradójica
mente
les
negaban una
participación comple-
Ja en una historia colonial interactiva y persistente. El hechicero
mashpee
había
pasado varios años en Hawaii; muchos miembros
de la tribu vivían fuera del poblado tradicional; el movimiento de
id
as
y ven idas era continuo; William Apess, dirigente de una
rebelión mashpee en re
cl
amo de
lo
s derechos indios en 1833 había
sido
un
predicador metodi
sta
itinerante
de ascendencia ; equot.
Co
mencé a ver que
tales
movimientos no e
ran
la excepción en
la
i d ~
tribal . Pensé que los arponeros de Moby
Dick
Tashtego el
md10 ?eGay
Head
, Queequeg el isleño del
Mar
del
Sur,
y Daggoo
el afnc
an
o eran figuras literarias que encarnaban experiencias
hi
stóricas reales. Tales viajes representaban sin
duda
algo
más
que reacciones ante la expansión europea. ¿Acaso Queequeg, el
que co
mpar
te su cama con Ishmael, no es claramente el más
cosmopo
li t
a de los dos?
Cada hombre (de la aldea] era un viajero , escribe Ghosh. Y
el párrafo continúa: Es decir, todos, sa lvo Khamees la Rata,
aunque incluso su apodo, según descubrí más tarde, significaba 'de
S
udán'
. Khamees es un ·personaje poco c
omún
, por su
falta
de
interés en los viajes (afirma no h aber visitado ni siquiera Alejan-
dría
, la gran ciudad más cercana) y por su opinión burlona sobre
casi todo: la r eligión, s u familia , sus mayores y, en especial , los
antr opólogos que lo visitan. Pero
al
final, tras una serie de arduos
Y
bulliciosos in tercambios con respecto a las bárba
ra
s costumbres
14
hindúes de la cremacióny de la veneración por las vacas, Khamees
y quien escribe se convirtieron en amigos. A
pesar
de su obstinada
condición hogareña, Khamees imagina incluso, en su estilo burlón
y serio a
la
vez, una posible visita a la India. Probablemente no la
ha r á. Pero nos damos cuenta de que esta visión doméstica del
mundo
está
le
jo
s de ser limitada. El viaje liter
al
no es un prerre-
quisito para la ironía, la crítica o la distancia con respecto a la
propia cultura. Khamees es un nativo complicado.
Ghosh considera
qu
e cada hombre de
la
aldea
es
un viajero y
llama la atención sobre experiencias específicas (en su mayoría
masculinas) de mundanid ad, de raíces y
ruta
s entrelazadas. Pero
en su histori a de fines del siglo
xx,
las localizaciones y desplazamien-
tos
esta
blecidos
hace
tiempo se dan dentro de un campo de fuerzas
cada vez má s poderoso: el Occidente . El clímax de la narración
coincide con un desagradable intercambio de gritos
entre
el inves-
tigador y un imán tradiciona
l: un
sanad
or
a
quien
d
eseaba en t
r
e-
vistar. ·Se encrespan todos los comentarios hirientes sobre la
cremación
hindú
y la veneración por
las
vacas y,
antes
de
darse
cuenta, el estudioso visitante se ha enredado en una discusión con
el
imán.
Rod
ead
os por
un
gentío creciente, los dos
hombres
se
confrontan, disputando a
gr
itos cuál de los dos per tenece a un país
mejor,
un
país
más
avanzado .Ambos
terminan
reivindicando un
segundo puesto sólo por debajo de O
cc
iden te , en lo que se refiere
a la posesión de los mejores fusiles, tanques y bombas. De pronto,
el
narrador
comprende que a pesar de
la
gran brecha que nos
separaba, ambos nos entendíamos perfectame
nt
e. Ambos estába-
mos viajando, él y
yo: es
tábamos via
jando
por Occidente .
La narración citada ofrece
una
aguda crítica de
una
búsqueda
clásica
-exot
izante, antropológica, orientalis t de tr adiciones
puras y de claras diferencias cultu
ra
les. La conexión in tercultura l
es
la
normay loha sidodu rante mucho tiempo.Es m
ás
,hay fuerzas
globales poderosas que
canalizan
estas conexiones.
El
etnógrafo y
el nativo, el imány el hindú,
está
n ambos viajando porOc cidente ,
revelación s
in duda
deprimente para el an tropólogo anticolonia-
lista. Pues, como nos dice el libro 1992) del cual se extrajo la
narración, Ghosh
bu
sca tr
azar
el mapa de su propio viaje etnográ-
fi
co sobre la base de las conexiones más antiguas entre la India y
Egipto: re laciones comerciales y de viajes que preceden y evitan en
parte la polarización violenta del mundo en Occiden te y Oriente,
imperio y colonia, países desarrollados y subdesarrollados. Esta
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expectativa
se
desploma cuando comprende que el único terreno
quepuedecompartir con el imán está en Occidente . Pero Khamees
la Rat
a
lu
cha contra esta teleología esté
ri
l, con su localismo crític
o,
su humor y su afable tolerancia hacia un vis
itante
que proviene de
una tierra donde, seg
ún
afirma, todo
está
pa tas a
rriba
. Incluso
esta oferta, a medias seria, de vis
it
ar al
narrador
en la India
sugiere la posibilidad de viajar al Oriente . Esta trayectoria de un
cosmopolitismo
di f
ere
nt
e
está pr
efigurada
en una re
ferencia,
hecha al pasar al africano Ibn Battouta qu ien visitó el subconti
nente
hindú en el siglo XIV. Ahora bien, cuando los viejos esquemas
de conexión a
trav
és del Océano Indico,
Mrica
y Asia Occidental se
ven realineados según los polos binarios de
la
modernización
occidental, ¿existen aún posibilidades de un movimiento discre
pante? Ghosh plantea pero no clausura, esta cuestión crítica.
Por otra parte cuando el viaje, como ocurre en su relato, se
convierte en una suerte de norma, la residencia exige una expli
cación. ¿Por qué, con qué grados de l
ibertad
,
la
gent e
se
queda en
su te rruño? Las nociones comunes sobre el arraigo local no alcan
zan para dar
cuenta
de una figura como
Kh
amees la Rata. En
rea
l
idad
,
su
decisión consciente de no
viajar
en
un
contexto de
desasosiego impulsado por las
instit
uciones occidentales y por los
símbolos seductores del poder- bien puede ser
una
forma de
resistencia, no una limitación; una forma
particular
de abrirs e al
mundo más que un localismo
es t
recho.
¿Y
qué sucede con
aq
uellos
que no están incluidos de modo alguno en la afirmación de que
cada hombre [de la aldea] era un viajero ?
Es
poco lo que nos dicen
las muj eres en este relato: apenas algunas exclamaciones, en
general ato londradas. La historia de Ghosh
se
t r a visible
mente, en las relaciones
en t
r e hombres no en los tipos culturales,
aldeanos o nativos. Y
la parc
ial idad misma de su relato plantea
algunas pr
eg
un tas
generales
importantes
acerca de hombres y
mujeres, de sus experienci
as
específicas, culturalmente pautadas
en cuanto a la residencia y el viaje.
L
as
mujeres tienen sus propias historias de migración labo
ral
peregrinaje emigración, exploración, tur ismo e incluso
desplazamientos militares: historias vinculadas con las de los
hombres y distintas de ell
as
. Por ejemplo,
la
práctica cotidiana de
conducir
un
automóvil (una tecnología de viaje relativamente
nueva para montones de mujeres en Estados Unidos y Europa) les
está
prohibida a l
as mujeres en
Arabia
Saudita. Este
fue un hecho
16
significativo en l
as
experiencias de viaje de l
as
mujeres comba
tientes estadounidenses
durante
la Guerra del Golfo Pérsico, en
1991. Una mujer
al
vol
ante
de
un
jeep
en
público era
un
símbolo
e
fi
caz, una experi encia controvertida. Otro ejemplo propio de la
región: considérense l
as
muy diferentes hi
stor
i
as
de viaje (aquí
el térm ino empieza a desmoronarse) de las miles de trabajadoras
domésticas que llega ron a Medio Oriente desde el sud asiático, las
Filipinas y Mal
as
ia
para
limpiar, cocinar y cuid
ar
de los niños.
Su
desplazamiento y contratación
han
incluido la rutina del sexo
forzado. Estos
br
eves ejemplos empiezan a sugerir cómo l
as
historias específicas de liber tad y peligro que se dan con el
movimiento h an de ser establecid
as
tomando en consideración los
géneros.
¿Viajan l
as
mujeres en las aldeas-salas de tránsito de Ghosh?
Si no lo hacen, ¿por
qué
no? ¿Cuál es el
gr a
do de opción y com
pulsión la movilidad diferente de hombres y mujeres? ¿Existen
factores significativos de clase, raza, et
nia
o religión que m
arquen
un corte según el género? ¿Cualquier enfoque del viaje pr ivilegia
inevitablemente la s exp
er
iencias mascu
lina
s? ¿
Qu
é se entiende
por viaje en el caso de los
hombr
es y de l
as
mujeres, teniendo
en
cuenta los contextos di ferentes? ¿El peregrinaje? ¿L
as
vi
sitas
a
la
familia? ¿Manejar un puesto en
un
mercado? Y en los casos -co
munes pero no
un i
versal
e s
en que l
as
mujeres permanecen en el
hogar y los
hombres
van a t rab
ajar
afuera, ¿de
qu
é modo se conci
be el hogar y cómo se vive este en relación con las prácticas de ir
y
venir? ¿De qué modo, en tales circunstancias,
la
residencia (de
las mujeres) se articula, política y cul
tu
ralmente, con el viaje
(de los hombres)? ¿En relaciones de índole complementaria? ¿De
antagonismo? ¿De ambos? La narración de Ghosh no enc
ara
estas
cuestiones. Pero las hace ineludibles al describir experiencias
complejas de residencia y viajes, al
mostrar
l
as
raíc
es
y
la
s
rutas
que conviven en una pequeña aldea . Muchas preguntas mpíricas
y teóricas,
hi
stóricas y políticas- s
urgen
de
la
afirmación cada
hombre .. era un viajero .
El presente libro explora algunas de estas preguntas. Sigue
lns huellas de la s ru tas mundanas e históricas que a la vez l
imitan
y for
ta
lecen los mov imi
en
tos a t r avés de fronteras y entre culturas.
17
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Su
preocupación son l
as
diversas pr
ác t
icas de cruces, l
as
tácticas
de la traducción, l
as
experiencias del apego doble o múltiple. Estos
ejemplos de cruces reflejan complejas historias regionales y trans
regionales que, d
es
de 1900, se han visto poderosa
ment
e acen
tua
das por
tr
es fuerzas globales interconectadas: los legados conti
nuos del imperio, los efectos de
guerras
mundiales s
in
precedentes
y las consecuencias globales de la actividad destructiva y reestruc
turadora del capitalismo industrial. En el siglo xx, las cultu r
as
e
identidades tienen que
habér
selas, en
un
gra
do
sin precedentes,
con fue
rza
s
tanto
locales como transnacionales. En realidad, la
circulación de la cultur a y la ide
ntidad
como actos efectivos
pueden
rastrearse hasta la estructur ación de las p
at
rias, esos espacios
seguros que
permiten
co
ntrolar
el tráfico a tr avés de
la
s fronteras.
Tales actos de control, que garantizan el deslinde ent re un interior
y un exterior cohe
rent
es, son siempre
táct
icos.
La
acción cultur al,
la configuración y reconfiguración de identidades, se realiza en las
zonas de contact
o,
siguiendo las fronteras intercul turales (a la vez
controladas y transgresoras) de naciones, pueblos, lugares. La
permanencia y la
pu r
eza se afirman -creativa y
violentamente
contra
fuerzas h i
stór
icas de movimiento y contaminación.
Cuando las fro
nteras
adquieren un
pa r
adójico protagonismo,
los márgenes, bordes y
lín
eas de comunicación surgen como
mapas
e historias complejos. Pa
ra
explicar estas formaciones, me baso en
concepciones actuales de cultura
tran
slocal (no global ni
un i
ver
sal). En
an t
ropología,
por
ejemplo, los nuevos paradigmas teóricos
articulan explícitamente los procesos locales y globales ut ilizando
relaciones, no teleologías. Los términos má s viejos r
esult
an com
plicados: por ejemplo, aculturación (con su trayectoria demasia
do
linea
l: de la cultura A a la cultu ra B) o sincretismo (con su
imagen de
do
s sistemas constantes sobrepuestos). Los nuevos
paradigmas comienzan conlos contactos históricos, con las compli
caciones en el nivel de las
inter
secciones regionales, nacionales y
transnacionales. Los enfoques basados en el contacto no pre
suponen totalidades sociocultura les
qu
e
lu
ego
se
relacionan, sino
más bien sistemas ya .const it uidos de ese modo, que pasan a
in t
egrar nuevas relaciones a
través
de procesos
hi
stóricos de
desplazamiento.Algunos aportes recientes: Lee Drummond(1981)
considera a l
as
sociedades caribeñas como in tersistemas criolli
za
nt
es; Jean-Loup Amselle (1989), en su infor me sobre
Mrica
Occidental, tradicionalmente cosmopolit a, postula un sincretis-
18
mo
originario ; Arjun
Appadurai
(1990) sigue las hu ellas de lo.s
flujos culturales a través de cinco visiones no homólogas: etnovl
s iones, vision
es
mediáticas, tecnovisiones, visiones financieras e
ideovisiones; Néstor García Canclini (1990) describe la s culturas
híbridas de Tijuana como estr
ate
gias para entrar en y salir de la
modernidad ; la idea de Anna Lowenhaupt Tsing (1993) de un
lugar fuera del camino y la etnografía de
Kathl
een Stewart (1996)
rd c
rida
a
un
espacio
al
costado de
la
ru t
a ponen en entredicho
las
nociones establecidas de orilla y centro, map
as
del desarrollo.
I :H Los son
apenas
alg
uno
s signos de nuestro tiempo,
limitad
os a la
Lopología académica. En los capítulos que siguen aparecen
rnu
chos más.
El libro comienza con una diser tación titulada C ul turas
y con
la
s discusiones que provocó en una Conferencia de
1:1 1Ludios Culturales re alizada en 1990. La disertación presenta y
rrl>
ic
a mi práctica académica
en
la frontera entre una antropología
r•n cri sis y uno s
est
udios cultura les
tr
an
snac
ionales en gestación.
No presenta un tópico ya de limitado, sino un a t ransición a partir
dtd Lrabajo previo:
un
proceso de interpret ación, un
nue
vo com
ien
-
1.11,
co
ntinu
ación. Los capítulos s
ub
si
guientes
prolongan, Y
rlt •H plazan, mi libro Dilem s de la cultura continuidad
particul?r
'' ' Lc clara en
do
s áreas principales: el interés por la práctlca
'' ' 11 gráfica y la exhibición del arte y la
cultur
a
en
los museos.
A
n1b
os inter eses se agrupan en las dos primeras partes del libro.
Lanto crítico hi stórico de la antropología, me he abocado
11
11L1• Lodo al trabajo de campo
et
no
grá
fico, ese conjunto de prácti
I'IIM di Hc iplinarias a través de las cuales se representan los mundos
, 1lt.ura les. En la primera
parte
del libro, la investigación de
l'l ltnpo se describe como
parte
de
un
a larga y hoy cuestionada
h HIoria del viaje occidental. Allí donde la antropología profesional
11 11
11rig
ido
un
confín, yo describo una frontera,
una
zona de
111
11
t c
Lo
s, bloqueados y permitidos, controlados y transgresores.
l
•: ll1<
•cho de considerar el trabajo de campo como una práctica de
vil
p
pone de re lieve ac tividades realizadas por personas en
d 'in
Lo
s lugares, hi
stór
ica y políticamente definidos.
Este
énfasis
'' t•l tnundo favorece un a apertura de las posibilidades
actua
les,
111111
ext ensión y complicación de los senderos etnográficos.
Pues
' c·umo cambian los viajeros y los lugares de investigación de la
unt ropología en respuesta a los cambios geopolíticos, así también
tlr
t
ht
• cumbiar la disciplina.
19
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 9/66
La
segunda
parte
del libro desarrolla
un
temprano in terés
en
las estrategias que permiten la exhibición
de
creaciones
no
occi
dent
ales, minoritari
as
y tribales. Aquí me concentro de modo
particular en el mu seo como un lugar donde se in t
ercamb
ian
visiones cul
tura
les e intereses comunitarios diferentes. Varios
ensayos exploran ejemplos
de la actual
proliferación global de los
museos: desde la región montañosa de Nueva
Guin
ea al Canadá
nativo
o
hasta
los
barrios urbanos de
la
diáspora. Está en
juego
algo más
que
la sim
pl
e extensión de una
institución
occidental. De
acuerdo con el
en
foque general del libro, los
museos
y otros
espacios de realización cultural no apar
ecen
como centros o desti
nos sino más bi
en
como zonas de contacto donde
se
cruzan perso
nas y cosas.
Esto
es, a la vez, una descripción y una
esperanza
, un
alegato en favor
de
la participación más variada en
un
"mundo de
museos
que
proli feran .
Mi acercamiento a los museos y a todos los espacios
de
realización y
exhi
bición cultural- cuestiona
esas
vision
es
de la
cultura global, tr ans nacional o posmoderna que dan por sentado
un proceso s
in
gula r y homogeneizante. "Cuestiona señala
en
este
caso
una
auténtica incertidumbre,
una
sostenida amb
i
güedad.
Resulta imposible evitar el alcance global
de
las
institucione
s
occidentales
aliadas
con los mercados
capitalista
s y con los pro
yectos de las e
li t
es nacionales. ¿Y no es acaso la proliferación
de
museos el
sím
bolo más claro de esta
hegemonía
global? ¿Qué
institución
podría
ser más
bu r
guesa, conservadora y europea?
¿Quién
más implacabl
e coleccionista y consumidor de cul t
ur
a ?
Sin dej ar de reconocer la
fuerza
persistente de estos lega dos, mi
descripción del mundo actual de los museos proRone
una
deter
minación global
que
trabaje tanto en favor como en
contra de
las
diferencias locales. La realización de la cultura incluye procesos
de identificación y
antagonismo que
no
pueden ser totalmente
controlados,
que
s
obr
epasan las
estr
u
ct
ur as nacionales y
trans
nacionales.
Este interés por las posibilidades de
resistencia
e innovación
que existen dentro y err contra de l
as determinaciones
globales se
profundiza en la tercera parte del lib
ro
, titulada Futuros . Allí
paso revista a las articulaciones contemporáneas
de
la "diáspora ,
ent
end
i
das
como
subv
ersion
es
potenciales
de
la nacionalidad:
modos de mantener conexiones con más de un lugar al tiempo que
se
practican
formas no
ab
so
lu
tis tas de
ciudadanía. La histo
r ia
de
20
l
as di
versas di
ásporas
se vuelve a
configurar
como una "prehisto-
ria del posco lonialismo , un fu turo
que
se halla lejos de
es t
ar
garantizado. Reflexionando aun más sob
re
los itinerarios de in ter
sección, invoco el
gesto
de Susa n Hiller, al reabrir el acopio
de
una
vida y sus posesiones,
en
su
reciente
instalación en el hogar
lo
ndinense de Sigmund
Freud:
el
Museo
Freud.
Y termino - em
piezo de nuevo- con una meditación escrita desde mi actual
r
es
idencia
en el norte de
California:
un
ensayo
sobre los contactos
transpacíficos y una yuxtaposición
de
las diferentes visiones
hi
s
tór
icas en Fort Ross, el
puesto de avanzada
más lejano del
1mperio ru so en
América
del Norte. En
estos
capítulos, los viajes
y los contactos transnacionales
d e
personas , cosas y
medio
s de
co
municación-
no
señalan una dirección
histórica
única.
El (des)
orde
n del mundo no prefigura, con
claridad
, por
qjcmplo, un
mundo
posnacional. El capitalismo contemporá
ne
o
trnbaja
en
forma flexible,
despareja,
tanto para reforzar como para
borr ar las
hegemonías
nacionales. Como nos lo
recuer
da Stuart
l lnll (1991), la economía política global avanza sobre t
er r
e
no
s
¡·on
tr
adictorios, a veces reforzando, a veces borrando
difer
e
nci
as
t ld
tu
ra
les
,
regionales
y religiosas, divisiones
por género
y de
rm ác ter étnico. Los flujos de inmigrantes, de medios de comuni
l tlción, de tecnología y
de
mercancías
produc
en efectos
igualm
ente
dcHparejos. Así, anunciar en forma reiterada la obsolescencia de
loH es
tado
s nacionales en un ga
ll
ardo
mundo
nuevo
de
libre
tercambio o cultura
ransnacional
resulta claramenteprematuro.
1 ro, al mismo tiempo -desde
la Indi
a a Nigeria, a México , a
C nadá, a la actual
Unión
Europea-, la estabilidad
de
las un i
dnd
es
nacionales dista
mucho
de hallarse asegurada.
Esas
comu
llidndes imaginadas que
llamamos
"naciones requieren un ma n
ln
•li
miento constante, a menudo violento. Es
má
s,
en un
mundo de
nli
graciones y
satéli t
es
de
te
levisión , el control
de
l
as fron
t
eras
y
tl
olns esencias colectivas nunca pue
de
ser absoluto ni
du r
ar mucho
ti<
m
po.
Los nacionalismos establecen
sus tiempos
y espacios
pnrc
nt
emente homogéneos
de
un modo selectivo, en relación con
IIII IVOS flujos transnacionales y
formas
culturales,
tanto
domi-
1\tcs como subalternos. Las
identidades
diaspóricas e h íbridas
pt·oducidas por estos movimientos pueden
ser
tanto restrictivas
<
10 li
be
radoras.
Unen idiomas, tradiciones y lugares
de
ma ner a
¡•onctiva y creativa, articulando patrias
en co
mbate, fuerzas de la
llll lmoria,
esti
los de
transgresión,
en am
bi
gua re lación con l
as
21
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 10/66
estructuras nacionales y transnacionales. Es difícil evaluar inclu-
so percibir, toda la
gama
de prácticas que
así
surgen. '
En
1996, estamos familiarizados con la vigencia virulenta de
los nacionalismos. Si bien en estos ensayos enfatizo los procesos
culturales que complican, cruzan e
ignoran
las fronteras y las
comunidades nacionales, no pretendo sugerir con ello que tales
procesos existen
fuera
de los órdenes dominantes de
la
naciona
lid
ad
y
la transnacionalidad (a
mpliamente capitalista).
Y,
si bien
es posible encontrar
un
optimismo cauteloso
en
las experiencias
transculturales subalternas y no occidentales (aunque más no sea
como posibles alternativas al sentido único de viajar hacia Occi
dente ), no
hay
razón para suponerque las prácticas de pasar de
un
lado a otrosean siempre liberadoras ni que organizar una identidad
autónoma o una
cultura
nacional
sea
siempre
una actitud
reaccio
naria. La política de la hibridez es coyuntural y no puede deducirse
de principios teóricos. En
la
mayoría de los casos, lo que importa
políticamentees quién despliega la nacionalidad o la transnaciona
lidad.'
la
autenticidad o
la
hibridez, contra quién, con qué poder
relativo y con qué habilidad
para
sostener
una
hegemonía.
Escribí estos ensayos bajo el signo de
la
ambivalencia, con
una
esperanza
siempre
tenaz. Ellos ponen de manifiesto, una y otra
vez, que las buenas y las malas noticias se presuponen recíproca
mente. No se puede pensar en l
as
posibilidades
transnac
ionales
sin reconocer
lo
s violentos desgarramientos que trae aparejada la
modernización con
sus
mercados, ejércitos, tecnologías y medios
de c o m ~ n i c c i ó n cada vez más amplios. Todos los avances y
alternativas que pueden surgir se proyectan sobre este oscuro
telón de fondo. Es
más,
a diferencia de Marx, para quien el posible
bien del socialismo dependía hi stóricamente del mal' necesario del
capitalismo, yo no preveo
ninguna
forma
futura
de resolver
la
tensión,
ninguna
revolución
ni
negación dialéctica de
la
negación.
El concepto creciente y cambiante de la guerra de posiciones de
Gramsci, su idea de una política de conexiones y alianzas parcia
les,
resu
ltan más elocuentes. Siguiendo la tradición de la crítica
cu
ltural de Wal
ter
Benjaniin, estos ensayos rastreanel surgimien
to de nuevos órdenes de diferencia. ¿De qué modos la gente
conforma redes, mundos complejos que a
la
vez presuponen y
exceden a las culturas y a las naciones? ¿Q ué formas del transna
~ i o n a ~ x i s t e
n t e
en
la
actualidad favorecen
la
democracia y
la
JUSticia social? ¿Qué aptitudes de supervivencia, comunicación y
22
tolerancia se improvisan
en
las experiencias cosmopolitas de h oy?
¿De qué
manera
encara la gente las alternativas represoras del
universalismo y del separatis mo? Al plantearnos tales preguntas,
en
las postrimerías del que, sin duda, será el último milenio
occidental , nos vemos acosados por problemas no tanto de atraso
como de anticipación. El búho de Minerva
de
Hegel emprendió su
vuelo al atardecer. ¿En qué lugar de la
tierra
que rota? ¿Qué puede
conocerse al amanecer? ¿Quién puede conocerlo?
Pensar históricamente implica s
ituar
se uno mismo en el
espacio y
en
el tiempo. Y una ubicación,
en
la perspectiva de
este
bro, es un itinerario antes que un espacio con fronteras: una serie
de encuentros y traducciones. Los ensayos que siguen intentan
dar
cuenta de sus propias ru tas , sus espacios y tiempos de producción.
Por
sup
uesto,
asumir
una responsabilidad total es algo esquivo,
co
mo ocurre con el sueño del autoconocimiento.
El
tipo de análisis
localizado que p ropongo es
más
contingente, y en sí mismo parcial.
l)a por se
ntado
que todos los conceptos significativos,
in
cluido el
tórmino viaje
,
son traducciones construidas a partir de equiva
lencias imperfectas. Uti l
izar
conceptos comparativos en forma
lo
calizada significa tomar conciencia, siempre tardía, de los límites,
lus significaciones sedimentadas, la s tendencias a pulir l
as
diver
Hdades. Los conceptos comparativos -términos de traducción
HOn aproximaciones que privilegian ciertos originales y que están
pensados
para
audiencias específicas. Así, los significados amplios
que posibilitan proyectos como el mío fracasan necesariamente
co
mo
consecuencia del alcance mismo que logran. Esta mezcla
•x
ito y fracaso es
un
dilema común para quienes
intentan pensar
en forma global-suficientemente global- s
in aspirar
a
la
vis ión
panorámica
ni
a
la úl tima
palabra. Mi uso dilatado del término
v
iaje avanza hasta cierta distancia y luego se desarma en
('xperienci
as yuxtapuestas
y no equivalentes, a las que aludo
ut ilizando otros términos de traducción: diáspora , frontera ,
inmigración , migración , turismo , peregrinación , exilio .
No cubro esta gama de experiencias. Y en realidad, dada la
contingencia histórica de l
as
traducciones, no existe una localiza
ción única a
partir
de la cual pudiera producirse
una
explicación
comparativa total.
23
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 11/66
Los ensayos aquí recogidos son caminos, no un mapa. Como
tales siguen el contorno de un paisaje intelectual e institucional
específico, un terreno que he
tratado
de evocar con la yuxtaposición
de textos referidos a ocasiones diferentes y sin unificar la forma y
el
est
ilo de mi escritura. El libro contiene extensos artículos
académicos, basados y discutidos según caminos convencionales.
También incluye una conferencia, la reseña de un libro y varios
ensayos que
responden
a contextos específicos de exhibición cul-
tural-museos
y espacios de patrimonios he redados- escritos en
un tono directo, a veces
francamente
subjetivo. Algunos experi-
mentos en escritura de viajes y collages poéticos se entremezclan
con ensayos formales. Al combinar géneros, registro y comienzo a·
historizar la composición del libro, sus diferentes audiencias y
ocasiones. La cuestión no es dejar de lado el rigor académico.
La
s
secciones del libro
escritas
en un estilo analítico
serán
uzgadas de
acuerdo con los estándares de la crítica actual. Pero el discurso
académico, ese c onjunto evolutivode convenciones cuyos apremios
respeto, condensa procesos de pensamientoy sentimientos que se
pueden experimentar
en
formas diversas. La mezcla de estilos
evoca
estas
prácticas múltiples y d
espa
r ejas de investigación,
haci
en
do visibles los límites del trabajo académico.
El propósitode mi collage no es opacar sino más bienyuxtaponer
distintas formas de evocación y análisis. El método del collage afirma
una
relación
entre
elementos
heterogéneos en
un
conjunto
significativo. Une sus partes sin dejar de sostener la tensión entre
ellas. El presenteconjunto desafia a
lo
s lectores a comprometerse con
sus distintas partes de modos diferentes, a la vez que permite a las
piezas interactuar en estructuras
más
amplias de illterferencia y
complementariedad. La estrateg ia no es só
lo
formal
o
estética. A
lo
largo del libro,he buscado un métodopara marcary cruzarfronteras
(en este caso, aquellas vinculadas con la expresión académica).
Mi
intención ha sido mostrar que los dominios discursivos, tanto como
la s culturas
se constituyen
en
sus
márgenes controlados y
transgredidos. El capítulo 3, por ejemplo, describe la configuración y
reconfiguración históricas
de la nvestigaciónantropológica objetiva ,
en
una
relación de diálogo y conflicto con las prácticas
s
ubjet ivas
de los viajes y
su
escritura. Los géneros académicos son pasibles de
relaciones, transacciones y cambios.
n medias res es obvio que este libro no se encuentra termi-
nado. Las exp
lor
aciones personales
dispersas
a
lo
largo de
sus
24
páginas no constituyen revelaciones de
una
autobiografía sino
at isbos de algún sendero específico entre otros. Las incluyo en el
convencimiento de que cierto grado de autoubicación es posible y
valioso, en particular cuando se apunta más allá del individuo,
hacia redes persistentes de relaciones.
Por
eso, la lucha por
p
er
cibir ciertos márgenes de
mi
propia perspectiva no resulta
un
fin en sí misma sino una
pr
econdición para los esfuerzos de
atención,
interpretación
y alianza. No acepto que cualqui er perso-
na deba permanecer inmovilizada en función de su identidad ;
pero tampoco
puede
uno desprenderse de estruct
uras
específicas
de raza y cultura clase y casta, género y sexualidad, medio
ambie
nte
e historia. Entiendo a estos, y a otros
determinante
s
transversales, no como patrias, elegidas o forzadas, sino como
1 gares en los viajes por el mundo, encuen tros difíciles y ocasiones
para el diálogo. Se sigue de esto que no cabe busc
ar
remedio para
los problemas de la política cultural en alguna vie
ja
onueva visión
de consenso o de valores un iversales.
Lo
único que existe es más
traducción.
Los ensayos recogidos aquí
trabajan
con este dilema. ¿Es
po
sible
ubicarse históricament
e,
para transmitir un
relato
global
coherente, cuando se entiende la realidad hi stórica como una serie
inconclusa de encuentros?
¿Q
ué
actitudes
de tacto, receptividad y
nutoironía pueden conducir a entendimientos no reduccionistas?
¡,Qué condiciones se
requieren
para
una
traducción seria entre
di versas
rutas
en una modernidad interconectada pero no ho-
mo
génea? ¿Podemos reconocer a
lt
ernativas viables
para
el viaje
Occidente , viejos y nuevos caminos?
Frente
a semejantes pre-
¡runtas, los escritos recogidos
en
tin erarios transculturales luchan
por sostener alguna esperanza y
una
incertidumbre lúcida.
25
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 12/66
VI JES
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 13/66
Mapa de barras construido con madera, fibras, conchas y coral, circa
1890. Estos mapas eran utilizados por los
nat
ivos de las islas Marshall
para encarar la navegación de larga distancia.
Mu
estran la ubicación
de las islas y las pautas del oleaje creadas por la interacción de las
masas de tierra con las corrientes y embates del océano. (Cortesía del
Museo Peabody de Arqueología y Etnología, Universidad de Harvard,
Catálogo N
2
00-8-70/55587. )
ulturas viajeras
Notas de un Conferencia titulada Estudios culturales, en el presente y
en
el
futuro , Champaign-Urbana, Illinois, 6 de abril de 1990.
Para comenzar,
una cita
de C. L R. J am
es en B
eyond
a
lou
nd ry [Más
allá
de una frontera]: El tiempo pasaba, los viejos
i perios caían y otros nuevos tomaban su lugar. Las relaciones
de
clases habrí
an
de
ca
mbiar an
tes
de
que
yo descubriera que lo
i
portante
no
es
la
cali
dad
de l
as
mercancías
ni l a
obtenc
ión
de
ltLilidades sino el movimient
o;
no el l
uga
r donde
uno
es tá o lo que
t see, sino
de
dónde v
iene
uno, adónde va y el ritmo
según
el cual
cgará allí .
O comenzar otra vez, con los hoteles. J oseph Conrad, en las
t>rimeras páginas de Victoria: La
era
en que somos alojados, como
viajeros confundidos, en un hotel
de
mal
gusto
y bullicioso . En
'l'ristes trópicos, Lévi-
Strauss
evoca
un
cubo de
ho
r migón fuera
de
escala colocado en
el
centro de la
nueva ciudad
br asi leña
de
C:oia
nia, en 1937. Es,
para
él, el símbolo de la barbarie de la
civilización, un l
ugar de
tráns ito, no de residencia .
Tanto el hotel
como la
estac
ión , la terminal aérea o el
hospita
l,
son
lugares por los
uales
se
p
asa,
donde los e
ncuentro
s
tienen car
ác
ter
fugaz, arbi
trario
Una mani festación más
reciente
del hotel como imagen
de
lo
posmoderno,
en el nue
vo centro de Los Angeles: el Bonaventure
11 tel de J ohn Portman que evoca FredricJ am eson en su
difun
dido
en
say
o Po
stmodern
ism, or the
Cultural
Logic of
Late Capi
ta
lism .
Los farallones de vidrio del
Bona
venture se niegan a inte-
ractuar,
devol
viendo
el reflejo de los alrededores; no h
ay
una
upertura ,
no
hay una entrada principal. Adentro, un
laberinto
29
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 14/66
confuso de nivel
es
frustra la continuidad,
ob
staculiza la caminata
narrativa
de un flcmeur modernista.
O bien comenzar con el Informe desde
la
s
Bahama
s de
June
Jordan, que narra su es tadía en un lugar llamado Hotel Sheraton
British Colonial. Una mujer negra de los Estados Unidos, de
vacaciones .. frente a su privilegio y riqueza, encuentros incómo-
dos con el o n a l que tiende
la
s camas y s irve la comida
en
el
hotel. .. reflexiones sobre las condiciones p
ara
la comunicación
humana
y l
as alianza
s que cortan
transversa
l
ment
e clase, raza,
género y pertenencias nacional
es
.
Comenzar de nuevo con una pensión lond inense. La esce-
nografía
para
Mimic Men de V. S.
Naipaul:
un
lu
gar diferente de
inauten ticidad, exilio, transitoriedad, desarraigo .
O los hoteles par isienses, hogares lejos del hogar para los su-
rrealistas , puntos de despegue
para
viajes ur banos extraños y ma-
ravillosos: Nadia Paysan de Paris . Lugares de recolección, yuxta-
posición, encuentr
os apasionados: l'Hotel des Grands Hommes .
Comenzar una vez más con la papelería de hotel y
lo
s menúes
de restaurante (con guías que
asignan estre
llas) a
lin
eándose
en
l
as
cajas mágicas de Joseph Cornell. Sin título: Hotel du Midi, Hotel
du Sud, Hotel de l'Etoile, English Hotel,
Grand
Hotel de l'Univers.
Belleza encerrada de encuentros fortuitos:
una
pluma, cojinetes,
Lauren Bacall. Hotel/autel [altar], que hac e pensar en ellos pero no
s
igual a
los maravillosos altares
reale
s improvi
sado
s a
partir
de
los objetos reunidos, en las religiones populares latinoamericanas,
o los
a
ltares domésticos, ofrendas construidas por
ar t
istas chi-
canos contemporáneos. Una
gr
ieta local/global abriéndose en el
sótano de Cornell, lleno de souveni rs de
Parí
s, el
lu
gar que
nu
nca
visitó. París, el Un iverso, sótano de una casa co{hún en Queens,
Nueva York, 3708 Utopía
Parkwa
y.
Este, como decimos a menudo, es un trabajo en
prepar
ación ,
trabajo que entra en
un
.dominio muy amplio de es tudios cultur ales
comparativos: historias diversas e in terconectadas de viajes y
desplazamientos en las pos
trim
e
rí a
s del siglo
x x
. Dicha entrada
está marcada , fortalec
ida
y limitada,
por
trabajos previos: los
míos, entre otros. Y así voy a trabajar, hoy, a partir de mi
inves
t i
gación histórica acerca de la
pr
áctica etnográfica en sus
30
f(H·mas
antropológic
as
y exotizan tes del siglo xx. Pero el trabajo
hacia l que voy
en lu
gar
de apoyarse en mi trabajo previo,
lo
ubica
.Y
desplaza.
Tal vez podría empezar con
una
coyuntura de viaje que ha
ll egado a ocupar, en mi pensamiento al menos, un lugar
pa r
adig-
tiHlLi
co.
Llamémosle el efecto Squanto . Squanto fue el indio que
dio la bienvenida a los peregrinos de 1620 en
Pl
ymouth, Massachu-
c • U s que los ayudó a
atravesa
r
un
duro
in
vi
ern
o, y que hablaba
buen inglés. Para
imaginar
el efecto ca
bal
de
ese
encuentro,
hay
que recordar cómo era el Nuevo Mundo en 1620: se podía oler los
pinos en el mar, a noventa kilómetros de la costa.
Pi
é
nsese
en lo
que fue llegar a un nuevo lugar como ese y tener la pavorosa
t•xpe riencia de toparse con
un
patuxet que acababa de
regresar
de
l•:ul'opa.
Un
na tivo que desconciert a por lo híbrido, encontrado
en
los
l'
onfines de la tierra, ex trañamente familiar y distinto , por esa
iHma famil
iaridad
no procesada. El t ropo se vuelve cada vez
mñs común en
lo
s escri tos de viajes y organiza implícitamente
l01;
informes posmodernos como el Video ight in Kathmandu
dP
P
ico
I
ye r
. Y
me
recu
erda
mi
propia
invest
igación
históri
ca de
u n t r o s específicamente antropológicos, en los cuales siem
pre
1 11oco
contra una figura problemát ica, el informante .Muchos de
t•
Hos in terlocutores, individuos complejosrutinariamente pre
para
-
doH para hablar en consideración
al
conocimiento cultural , re -
'
tan
tener
sus propias inclinaciones etnográficas e intere-
hi stori
as
de viaje . la vez de adentro y de afuera, buenos
tmductores y explicadores,
saben
lo que
es
vi
aja
r. L
as
personas
t•HLudiad
as
por los antropólogos ra ra vez han sido hogareñas.
Algunos de ellos, por lo menos, fueron viajeros: trabajadores,
¡wl'egrinos, exploradores, conversos religiosos u otros especialis-
t IHde l
arga
di
stan
cia tradicionales (Helms, 1988). En
la
h
istor
ia
clt•
la antropología del siglo
xx,
los informa
nt
es
aparecen prim
ero
r•nmo nativos y luego surgen como viajeros. En r ealidad, como
pt'opondré, son mezcla s específicas de ambos.
La etnografía del siglo una práctica del viaje moderno,en
c•Htado de
evolución- se
ha vuelto cada vez
más
cautelosa con
•••Hpec to a ciertas estrategias localizadoras, en el proceso de
t•onstrucción y representación de l
as
culturas . Me detendré
en
ulgunos de estos movimientos localizadores en la primera parte de
icharla. Pero debería aclarar de inmediato que voy a hablar aquí
31
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 15/66
de
un
tipo ideal de antropología disciplinaria correspondiente a
mediados del siglo x:x. Han existido excepciones, y también es
cierto que si
empre
se h an cuestionado
esas es t
rategias normati
vas .Mi objetivo, al criticar
un
conjunto de
práct
ic
as
de algún modo
hipersimplificadas, no consiste primari
amente
en decir que h an
sido erróneas, mendaces o políticamente incorrectas. Cualquier
enfoque es, en definitiva, excluyente; no h
ay
metodologías políti-
camente
inocentes en
materia
de
in terpretac
ión
in t
ercultural.
Es
in
evi
tabl
e a
lguna
es t
rategia
de localización si
es qu
e
van
a
re
-
pr
ese
ntarse
modos de vida significat i
vame
nte di
st
intos. Pero,
cuando decimos local , ¿en los términos de quién lo hacemos? ¿De
qué modo se
articu
la y cuestiona políticamente
una
diferencia
significativa? ¿Quién determina dónde (y cuándo)
un
a comunidad
traza
sus límites, da nombre a sus miembros y excluye a los no
miembros? E
stas son
cuestiones de
importancia es tra t
égica. Mi
objetivo, en
primera inst a
ncia, es plantear la cuestión de cómo el
anál
isis c
ultural
con
st
it uye
sus
objetos
-socieda
des, tradiciones,
comunidades, identidad
s
en términos espaciales y a tr avés de
prác t
icas de
in
vestigación espaciales especí
fi
cas.
1
Concentrémonos
por
un
mome
nto en
dos fotografías
que
fi
g
ur
an casi
al
comienzo de
Los argonautas del Pacífico occidental
de Malinowski , probablemente uno de los textos fundamentales
que establecieron la
norma
disciplinaria moderna de
un
tipo de
observación participativa. Ese trabajo de campo rec
hazaba
cierto
est
ilo de investigación: vivir ent re otros blancos, convocar a infor-
mante
s
para ha b
lar sobre
la cultura nativa
en
un campam
e
nto
adyace
nte
o en una veranda, salir oc
as
ionalmente para visitar la
a
ldea
. El
trabajo
de campo que proponía Malinowski r eque
rí
a, en
cambio, que uno viviera todo el tiempo en la aprendiera la
lengua de sus habitantes y se
transformara
de modo activo en
un
pa
rticipant
e-obse
rvador se
rio. L
as
fotografías
que
figur
an
al
comienzo de Los argonautas
la
s
tomas
I y II,
representan la carpa
del
et
n
ógraf
o , e
mplazada
en medio de
las
chozas de los tro bri
an
d.
Una
de ellas muestra a un pequeño grupo en una playa,
pr
eparán
do se para
iniciar l
as
actividades mar
in
eras de cuya crónica
se
ocupa el libro: el ciclo del in tercambio kula . La otra mue
stra
la
choza personal del je fe en l a
aldea omarakana
y, muy próxi
ma
a
ella, la carpa del inves tigador. En el texto, Malinowski defiende
este
es tilo de residencia/investigación como
un
modo (relativa -
mente) no
intru
sivo de compartir la
vida
de quienes
están
bajo
32
observación.
En
realidad, cuando comprendieron que
yo
pondría
mis narices en todo, incluso
en
aquello que ningún nativo educado
H
atrever
ía a
husmear, terminaron
por consi
derarme
como
uña
y
carne de su propia vida, como
un
mal o una molestia necesarios,
mitigados por donaciones de tabaco.
También
propuso
una
espe-
cie de panóptica. No había necesidad de buscar los acontecimientos
importantes
en la
vida de los trobriand:
ri t
uales, desacuerdos,
curas, hechizos o
muer
tes. Todo suced ía
ante
mis propios ojos,
en
< 1
umbral de
mi carpa, por así
decirlo. (
Ma
linowski, 1922:8). (Y
<n este
senti
do,
sería in teresan
te analizar la imagen/tecnologíade
l
carpa
de inv
es t
igación: su movilidad; sus lon
as
delgadas que
proveen
un
interior donde pueden
guar
d
arse
cuadernos de notas,
com id
as
especiales, una máquina de escribir; su función como una
hu
so de opera ciones
separadas en gra
do mínimo de la acción .)
2
Hoy en día, cuando vemos
estas
imágenes de
carpas en las
rddcas, nos formulamos diversas preguntas: ¿Quién, exactamente,
< H
el observado? ¿Q
uién está
localizado cuando
se permite
que
la
l n
rpa del etnógrafo se ubique
en
el centro de la aldea? A menudo,
lw; observadores
cult
ur ales, los
antro
pólogos,
se
encuentran ellos
rni
smos
en la
pecera, bajo vigilanc ia y como objetos de observación
por ejemplo, por
parte
de los niños omnipresentes, que no los dejan
t•n paz). ¿Cómo in tervienen los espacios políticos? Es importante
quo la
carpa
de Malinowski se encu
entre
al lado de la casa deljefe.
PtlrO ¿cuál jefe? ¿Cuáles son
la
s relaciones de poder? ¿Qué
apro
-
pia
cio
nes opuestas pued
en
estar ocur riendo? Todas
estas
son
pr
·cg
untas
poscoloniales
qu
e
-podemos
suponerlo-
la
fotografía
rto
provocó en 1921. En ese entonces, la imagen r epresen
taba
una
l
trc
rt
e estrategia
de
localización:
centra
r
la cultura
en
tor
no de
un
·us particular , la
aldea
y en torno de una práctica espacial de
i d e n c i a investigación que en
sí misma
dependía de una loca-
n c i ó n
complementar
ia:
la
del
campo.
Las
aldeas,
habitadas
por nativos,
son
sitios limitados,
par-
1
k ularmente
aptos para la
visita
intensiva
de los antropólogos.
1
11· ante mucho tiempo, han servido como centros
ha b
itables,
tl
nlinibles como
mapas
de la comunidad y, por extensión, de
la
t• ultura . Después de Malinowski, el trabajo de campo entre los
tivos tendió a definirse como
una
práctica de ca
-r
esidencia
más
qu
e de viaje, o incluso de visit a . Y ¿qué lugar más natural que
su
pi Opia aldea para vivir con la gente? (Podría agregarse que
la
lm
:nl
iz
ación en
la
aldea
era
po
rtáti
l:
en
l
as gr and
es feri
as mun-
33
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fundamental para superar el enfoque etnográfico sobre culturas
separadas e
in t
egrales. Más que
pensar en
alineamientos sociales
como autodeterminantes , escribe Wolf, necesitamos - desde el
inicio de nuestras investigaciones- visualizarlos en sus múltiples
conexiones
externas
(1982:387). O, siguiendo
otra
corriente
antropológica actual, consideremos una frase en el inicio del
intrincado trabajo de entrecruzamiento etnológico de James
Boon, ffinities and Extremes [Afinidades y extremos]: Lo que se
denomina comúnmente
cultura
bali es una invención de múltiples
autores, una formación histórica, una promulgación, una cons
trucción política, una paradoja cambiante, una traducción conti
nu a
,
un
emblema,
una
marca, una negociación
sin
consenso de
identidades contrastantes y muchas cosas más (1990:ix). La
cu
ltur
a antropológica no
es
hoy lo que era antes. Y una vez que
se percibe el desafio de la representación, como el retrato y la
comprensión de encuentros históricos locales/globales, coproduc
ciones, dominaciones y resistencias, es necesario concentrarse
tanto
en experiencias híbridas, cosmopolitas, como
en
otras en
raizadas, nativas. En la problemática que me interesa ahora , el
objetivo no
es
reemplaz
ar la
figura
cultural
del
na t
ivo por
la
figura
intercultural
del viajero .
La tarea,
más bien, es observar
las mediaciones concretas entre ambos, en casos específicos de
tensión y relación histórica.
En
diversos grados, los dos son
constitutivos de lo que contará como experiencia cultural. No
propongo que hagamos del margen un nuevo centro ( nosotros
somos todos viajeros) sino que las dinámicas específicas de resi
dencia/viaje
sean
comprendidas comparativamente.
l inclinar
la
bal
an
za hacia
el viaje, como lo.estoy haciendo
aquí, el cronotopo de la cultura (un conjunto o escena que
organiza el tiempo y el espacio en
una
forma
tota
l representable)
viene a parecerse tanto a un sitio de encuentros de viaje como a
una residencia; es menos una carpa en una aldea o
un
laboratorio
controlado o un lugar de iniciación o habitación que un hall de
hotel, un café de ciudad, un barco o un autobús. Si repensamos
la cultura
y
su
ciencia;
la
antropología,
en
términos de viaje,
la
tendencia orgánica,
naturalizant
e, del término cultura -vista
como un cuerpo enraizado que crece, vive y muere- queda cues
tionada. Se ponen de relieve y se ven con mayor claridad las
historicidades construidas y disputadas, los sitios de desplazamien
to, interferencia e interacción.
7
38
Para
insis
tir
en este punto: ¿Por qué no concentrarse en el
alcance más lejano a que puede llegar el viaje en una cultura y,
la z observar sus centros, s
us
aldeas, sus
lu
gares de campo
intensivos? ¿De qué modo negocian los grupos mismos al estable
cer relaciones extern
as
y cómo una cultura puede ser también un
Htio de viaje para otros? ¿De qué modo son atravesados los
t•spacios desde afuera? ¿Hasta qué punto el núcleo de un grupo es
In periferia de otro? De
an a
lizar el
tema
de este modo, no cabría
ninguna posibilidad de
relegar
a los
márgene
s a
una
l
arga
li
sta
de
tores: misioneros, conversos, informantes alfabetizados oeduca
dos, mestizos, traductores, funcionarios de gobierno, policías,
mercaderes, exploradores, turistas, viajeros, etnógrafos, peregri
nos, sirvientes, anfitriones, trabajadores
migrantes
,
inmigrantes
rocientes. Se necesitan nuevas estrategias representacionales y
t•ll
as
es
tán
emergiendo bajo presión.
Permítanme
evocar rápida
nt
cnte varios ejemplos, a modo de notas para analizar la cultura
(junto con
la
tr adición y
la
identidad)
en
términos de relaciones de
viajes.
Nativos excéntricos. El caso más extremo que conozco de
ll
nc
edores viajeros de
la cultura
indígena es
una
historia
que
t
•M
ruché contar a Bob Brosman, un músico e historiador no acadé
nti
co de
la mú
sica ,
que
por varios años
se
dedicó a traer música
t
t'lldicional de Hawaii al continente. Brosman se había compene
¡,
·ndo mucho con la familia Moe (pronúnciese Moay ), un grupo de
tttlérpretes veteranos que tocaban la
guitarra
hawaiana, canta
lutn y-bailaban. El trabajo de
la
familia Moe
representa la
versión
ntH
S auténtica de los es tilos vocales y de
guitarra
hawaiana de
t•wn ienzos del siglo xx. Pero acercarse a la música tradicional
lt
nwaiana a
través
de los Mo e
trae
aparejados algunos resultados
uorprendentes, ya que su experiencia ha estado íntimamente
t•on
¡ ¡
ustanciada con una práctica de viaje casi permanente .
Por
vnt·
in
s razones, los Moe
pasaron
a
lr
ededor de cincuenta y
se
is años
movimiento , casi sin volver a Hawaii. Tocaban música hawa
innn en shows exóticos por todo el Lejano Oriente, Sudasia, el
Mt•d
o Oriente, Africa del Norte, Europa oriental y occidental y los
J KUU. Y tocaban,
también
,
toda la gama
de la música
popen
lou circuitos hoteleros. Ahora, con sus ochenta años, los Moe han
tt•grcsado recientemente a Hawaii donde, impulsados por reviva-
f lll s como Brosman, están componiendo música auténtica de la
pt mera y segunda décadas del siglo.
39
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 19/66
Bob
Brosman
trabaja en un filme sobre los Mo e que promete
ser muy
interesa
nte, en parte gracias a l
as
filmaciones que hizo
uno de los integrantes del
gr
upo, Tal Moe, de las actuaciones que
ofrecía el conjunto en dist
in
tos lugares. Así, la película de Brosman
puede presentar la visión del mundo de un
via
jero de H
awa
ii y, al
mismo tiempo , plantear la cuestión de cómo la familia Moe man
tenía
un senti
do de identidad en Calcuta,
Estambu
l, Alejandría,
Bucarest, Berlín, París, Hong Kong. ¿De qué modo resguardaban
su condición de
hawaianos
en
co
n
stante
interacción
co
n diferent
es
culturas, músicas y tradiciones de danza (influencias que ellos
incorporaban en sus actuaciones si les resu ltaba necesario ? ¿Cómo
preservaron
e inventaron un sentido de hogar hawaiano
durante
cincuenta y seis años en ambientes t r ansitorios, híbridos?Y¿cómo,
en la actualidad, se recicla
su
música
en
la continua invención de
la autenticidad hawaiana?
Esta
historia de residencia-en-viaje es
un caso extr emo, no cabe duda. Pero la experiencia de los Moe
resuena de una manera
ext
raña. (E
nt r
e paréntesis, también supe
por la
in
vestigación de Brosman que la guitarra de acero nacional,
un
instrumento popular en todo Est ados Unidos en las décadas de
1920 y 1930 y a menudo llamada la g
uitarr
a hawaiana , fue
inventada en realidad
por
un
inmi
g
rant
e checo res idente de
Cal ifornia.) .
Veamos otros eje.mplos de una
etnograf
ía
qu
e
se
ocupa de l
as
relaciones de la cultura-como-viaje. Uno bueno es
una
película de
Bob Connolly y Robín Anderson,
Joe Leahy s Neighbors
[Los
vecinos de
Jo
e Leahy]. (La acción, en
su
antecesora :más conocida
First Contact
[Primer contacto],
transcurre
a.comienzos del siglo
xx
en Nueva Guinea.) J oe Leahy, producto del mestizaje
co
lonial,
es un empres ario exitoso: tiene hijos en escuel
as
australianas, una
a
nt
ena
sa
tel
ital en
el patio de
su casa
en las tie
rras
a
lt
as de Nueva
Guinea . Connolly y Anderson incluyen los viajes de Leahy a Port
Moresby y a
Austra
lia,
sin
dejar
de
mostrar
sus
re
laciones ambi
guas con los habitantes locales, sus parientes. El empresario pa
rece estar explotando a sus vecinos , que se resienten por su
riqueza. A veces, el filme lo
mue
str a como un individualis
ta
des
controlado, indiferente a sus demandas; en otras ocasiones, dis
tribuye regalos, ac tuando
co
mo un
gran homb
re dentro de una
economía tradicional.
Jo
e Leahy parece moverse dentro y fuera de
una
cult
ur
a melanesia reconocible. Malinowski no habría elegido
nunca este tipo de enfoque. Aquí , no sólo el na tivo es un viaj
er
o en
40
el
i ~ t e m a
mundia l sino que el e
nf
oque se centra en un personaje
a tipico,. unayersona fuera de lugar pero no del todo: una persona
la h i s t o . n Joe Leahy es el tipo de
figura
que
aparece
en los
lt.bros de v ~ a J e , a pesar de estar ausente de las etnografías tradi
CIOna les.
Sm
embargo, no es simplemente un individuo excéntrico
o aculturado. Mirando el filme de Connolly y Anderson no sabe-
. . .
a n c i a cierta si Joe Leahy es un melanesio capitalista o un
capltahs
ta
melanesio,
un
nuevo tipo de
gran
hombre, todavía
ntado de
maneras
complejas a sus vecinos celosos y más tradicio
nales. El pertenece y no
pertenec
e a la cult
ura
local.
. En el dominio de l
as
películas etnográficas,
habría
quemen
n a r
a Jean Rouch como
un
prec
ur
sor .
Su fi
lme Jaguar,
por
OJe mplo, es
una
historia de viaje ma ravillosa (real) que transcurre
C n
A f r i c ~ _ ü c c i d e n ~ a l
a comienzos de 1950. Rouch sigue a tres
hombresJovenes mientras se dirigen desde Mali hacia las ciudades
de lo que entonces se llamaba la Costa Dorada, en busca de
nventura, d_versión, prestigio, dote matrimonial. En una especie
de
etnografw verdad,
los
tres actúan
su propio personaje para las
c ~ n : a
r a s ; ~ s u comentario grabado/su hi sto ria de viaje/ su mito del
VIaJe
termma
al
mi
smo tiempo que la
banda
sonora.
Podría
decirse
sob
re
el realismo peculiarmente se ductor, problemático y
l o g ¡ c o de Jaguar
.
Baste decir que la actuación cultural del
l1l es un encuentro entre viajeros. Rouch incluido. Y los perso
ll f\jes en esta
~ l í c
casera se representan a sí mismos, para la
fÍ mara, como mdividuos y como tipos alegóricos.
Otros ejemplos : la muy compleja
lo
calización del libro de
Michael Tauss ig Shamanism
Colonialism
and
the Wild
Man
C h a m a n i s m ~ :
colonialismo y el hombre
sa
lvaje].
Su
campo
1 la reg¡on del Putumayo en Co lombia y Amazonia, la región
( ~ n . t l g u a de
~ o s
Andes, los cha
mane
s
indígenas
migrantes, los
~ l a J e
m e s t ~ z o s
en
bu
sca de c
ur
ación,
un
antropólogo e
rr
ante,
l
as
IITupcwnes VIO lentas del comercio mundial
durante
el boom del
mucho en 1890, determinados actualmente
por
las políticas de
e s a r r o l ~ del Banc?
Mun?
ial. La extensa etnog¡·afía de Taussig
(de a
mbiCIOn
es casi melvilleanas) describe una región en rela
t·iones ~ l i s t ó r i c de viaje (que incluyen la conquista, la cura, el
t•omercw
Y
la
mutua
apropiación ideológica). Como
han
destacado
<
eorge Marcus y Michael Fischer , se necesitarán formas innova
de etnografía multilocal
para
hacer
justici
a a las fuerzas
políticas, económicas y culturales transnacionales que
atra
viesan
41
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 20/66
y const ituyen los mundos locales o regionales (1986: 94-95). Así,
también, las historias específicas de movimiento poblacional,
exilio y migración laboral requieren nuevos enfoques para poder
representar las "c
ulturas
de la diáspora
. El trabajo
multifacético
de crítica cultural etnográfica de Michael Fischer y Mehdi Abedi,
DebatingMuslims
[Deb
at
iendo en tornode
lo
s mu sul manes], es
un
caso paradigmático en este
sent
ido. Subtitulado "Diálogos cul
turales en la posmodernidad y la tradición", el trabajo (des )loca
liza la cultura islámica
iraní
en
un
a historia de relaciones naciona
les y tr ansnacionales. Un capítulo
transcurre
en Houston, Texas.
Culturas viajeras. Se podrían citar muchos m
ás
ejemplos,
abriendoun campo comparativo intrincado. Hastaahora, he hablado
de
lo
s modos en que la gente deja el ho
gar
y regresa, representando
mundosdiferentementecentrados, cosmopolitismosinterconectados.
A esto debería agregar: si tios at ravesados por turistas, por tubería s
de petróleo, por mercancías occidentales, por señales de radio y
televisión. Por ejempl
o,
la etnografía de Hugh Brody Maps and
Dreams
[Mapas y sueños] se concentra en prácticas espaciales
conflictivas
-modos
de ocupar, moverse,usar, trazar mapas- de los
cazadores
atapas
cas y de l
as
compañías de petróleo que
están
instalando tuberías a través de sus territorios. Pero aquí cierto
concepto normativo y la historia in-corporada a la palabra "viaje"
comienzan a pesar con fuerza. (¿Puedo
yo,
sin vacilaciones serias,
traducir la caza atapasca co-mo viaje? ¿Con qué violencia y con qué
pérdida de especificidad?)
La antropóloga Christina Turner me ha llamado la atención
sobre
este
punto. ¿Squanto
como norma
emergente? ¿Los infor
mantes etnográficos como viajeros? Sin embargo, los informantes
no son todos viajeros
ni
tampoco son todos nati
vos'.
Muchas perso
na
s eligen limitar su movilidad, e incluso muchas son mantenidas
"en su
lu
gar" por fuerzas represivas.
Turner
realizó un trabajo
etnográfico con muchas trabajadoras de fábricas japonesas, muje
res que no han "viajado", en el sentido convenciona l del té rmino.
Ellas mir
an
televisión; no tienen
un sent
ido de
lo
loca1/global;
cont radicen las tipificaciones de la antro póloga y no representan
sencillamente
una
cultura. Pero
sería un er ror
, me dijo Turner,
insistir en el "viaje" li
tera
l.
Este
plantea demasiadas preguntas y
sobre todo restringe la cuestión de cómo los sujetos
está
n cultural
mente "localizados". Sería mejor subrayar difere
nt
es modalidades
de conexión adentro-afuera, r ecord
an
do que el viaje, o el desplaza-
42
nlicnto, pueden incluir fuerzas que atraviesan espac
io
s: la tele
vi ; ión, la radio, los turistas, l
as
mercancías, los ejércitos.
8
El an álisis de Turner me conduce a mi último ejemplo et
nográfico, el libro de
Smadar
Lavie, The Poetics of Military Occu-
¡wtion [La poética de la ocupación militar]. La etnografía de Lavie
Hobre los beduinos
transcurre
en el s
ur
del S
inaí
, una tierra
in
memorial atravesada
por
todo tipo de personas, recie
nt
emente
por una ocupación israelí que fue seguida ipso facto por una
orupación egipcia.
La
etnografía
muestra
a los beduinos
en sus
l'llrpas contando historias, haciendo chistes, r iéndose de los tur is
l ns
quejándose del dominio militar, orando y haciendo tod a clase
d<' cosas tr adicionales"... pero con la radio encendida, con el
HPrvicio Mundial de la BBC (en versión
ára
be). En la etnografía de
1
nv ie,
se
escuch a el mu
rm
ullo de
esa
radio.
"Shgetef, ¿podrías servir
un
poco de té?" El
Ga
lid lo pide
lánguidam
e
nt
e
al Tonto local. Shgetef entra en el ma g'ad y por enésima vez sirve más
tazas de du lce té
ca
liente.
"Entonces, ¿qué dicen
la
s noticias?" pregunta el Galid al hombre
que
t iene la oreja pegada a la radio de
tran
sistores, pero sin esp
erar
respuesta.
"Lo
dir
é", dice el otro con
un
a expresión
entre seria
y
divertida.
Na
die resolverá los probl
emas entre Ru
sia y
EE.UU.
Sólo los
chinos
encontrarán
tal vez
una
salida. Y cuando ll
eg
ue ese dí a,
en
que
conquisten el Sinaí, terminará la historia."
Es un buen retruécano - la palabra árabe para "Sinaí" es Sina para
chino
,
ini y nos reímos
de
buena gana. Pero Shgetef, traicionando
quizá su profunda
sa
biduría de tonto, nos observa con los ojos bien
abiertos.
El Galid continúa. "Los griegos
estuvieron aquí
y dejaron el Monasterio
(Santa
Katarina),
los turcos estuvieron aquí
y
dejaron el Castillo (en
Nuweb'at Tarabin),
y
los ingleses trazaron mapas,
y
los egipcios tra
jeronel ejércitoru so y algunos pozos de pet róleo),y los israelíes trajeron
a los
norteamericanos
que
hi
cieron películ
as
con l
as montañas,
y
turistas de Francia y J apón, y buceadores de Suecia y Australia,y confía
en que Alá te sal
ve
del demonio, nosotros los Mzeina no somos sino los
peones en
manos
de todos ellos . Somos como
guijarros
y como la s gota s
de la shiza."
Todos
sa
lvo Shgetef vuelven a reírse a carcajadas. El coordinador me
señala con su la rgo dedoíndice, diciendo con voz
de mando
"Pon todo esto
por escrito, ¡Tú que nos Escribes "
Di
Illi Tuktubna
uno de
mis dos
apodos mzeini ). (1990:291)
43
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 21/66
Antes de pasar a la seg
unda parte
de
mi
charla, debería decir
que he restringido deliberadamente este an álisis a ejemplos de
etnografía/antropología exótica.
Por
supuesto, el campo de
la
práctica etnográfica es mucho
más
amplio y diverso. El regreso
reciente de la antropología a las metrópolis, la creciente práctica
de lo que se llama
en
el oficio estudio de elites (estudio de
instituciones de elite), estos y otros desar rollos han sugerido y
vuelto a sugerir múltiples conexiones: con
la
etnografía sociológi
ca, con
la
hi
storia
sociocultural, con
la
s comunicaciones y con
la
crítica cultural. Los antropólogos
ahora
se e
ncuentran en
una
posición mucho mejor
pa r
a contribuir a los es tudios culturales
genuina
ment
e comparativos y no teleológicos, un campo que ya no
está
limitado a
las
sociedades avanzadas ,
tardíamen
te capita
listas . Es necesario que diversos enfoques etnográfico/históricos
trabajen
conjuntamente en l
as
complejidades de la localización
cultural en situaciones poscoloniales o neocoloniales, en la mi
gración,la inmigración y
la
diáspora,
en
los diferentes caminos que
atraviesan la modernidad (véase el capítulo 3).
Estas
son algu
nas de l
as áreas en las
cuales puede participar una etnografía
antropológica reconstru ida, aportan do
su
enfoque
inh
erentemen
te bifocal, s
us
prácticas de investigación intensiva, sus formas
distintivas y
cambiantes
de viaje y enunciación.
9
Comencemos
otra
vez con
esa extraña
evocación de hoteles.
La escribí al retomar
un
ensayo anterior sobre el surrealismo y el
París
de
las
décadas de 1920 y 1930.
Estaba
apapullado por la
cantidad de
surrealistas
que vivían
en ho t
eles o
lugares
transito
rios semejantesa hoteles,y pasaban su tiempo entrandoy sa liendo
de París. Comencé a
ver
que el movimiento no
estaba
necesa
ri a
mente
centrado
en Parí
s,
ni
s
iquiera en Europa
. (
París
puede
haber
sido la capital del sigloXIX de Walter Benjamín .. pero ¿era
la capital del siglo xx?) Todo dependía de cómo (y dónde) uno viera
los
productos históricos
del momento modernista.
Releyendo ese ensayo temprano,
que
entonces
titulé
Sobre el
surrealismo etnográfico y que fue reeditado en mi libro
Dilemas
de
l
cultura, me
e
ncontr
é,
un
poco perturbado, con una nota a pie
de página que terminaba así: y Alejo Carpentier, que era un
colaborador en el periódico
cuments .
Este cabo sue lto de pronto
44
me pareció crucial. ¿Podía yo revi
sar
mi visión de París, tirando
de ese hilo y volver a tejerlo? ¿Podía hacer lo mismo con otros ca
llos sueltos parecidos a él? Comencé a imaginar la reescritura de
un
París de
lo
s veinte y los
treinta
como encuentros de viaje
incluyendo desvíos del Nuevo Mundo hacia el Viejo-, un
lugar
de partidas, llegadas,
tránsitos (C
lifford, 1990b). Los
grandes
rentros urbanos podían comprenderse como sitios específicos,
poderosos, de residencia/viaje.
Me encontré
trabajando en historias
de
inter
sección: desvíos
diHcrepantes y regresos. Las nociones de
desvío
y
regreso
fueron
propuestas por Edouard Gli
ssa
nt en Le Discours Antillais [El
discurso antillano], y desarrolladas en forma productiva en una
ll'oría del habitus poscolonial por Vivek Dhareshwar (1989a,
1H89b). París como un sitio de creación cultural inclu ía el desvío y
r<
Lorno
de gente como
Carpent
ier. El
se
mudó de
Cuba
a
París
y
ltrogo volvió al Caribe y a Sudamérica, para nombrar
Lo real
maravilloso,
el realismo mágico, elsurrealismo con una diferencia.
•:
1
surrealismo viajó y fue traducido en el transcurso de esos viajes.
l'nrís incluyó también el desvío y regreso de Leopold Senghor,
Aimé Césaire y
Ousmane
Socé, que se
encontraron en
el Liceo
ou is le Grand, y
lu
ego regresaron a lugares diferentes llevando
t•onsigo
la
política cultural de
la
negritud .
París era
el chileno
Vicente Huidobro cuestionando las genealogías modernistas, pro
dnmando
que
la
poesía contemporánea comienza conmigo .
En la
Meada de 1930, estaba Luis Buñ uel moviéndose, de algún modo,
t1ntre l
as
reuniones surrealistas de Montparnasse, la
guerra
civil
t Hpañola, México y ... Hollywood. París incluía el salón de la
martiniquense
Paulette
Nardal y de
sus hermanas. Nardal
fundó
In
Revue
du
Monde Noir
[Revista del mundo negro],
un lugar
de
t·on tacto
entre
el Renacimiento de Harlem y los escritores de la
rwgritud.
En
mi
invocación de difer
entes
hoteles, los sitios
relevantes
de
r'ncuentro cultural e imaginación comenzaron a desplazarse fuera
de los centros metropolitanos como París. Al mismo tiempo, apare
t·ioron niveles de ambivalencia en el cronotopo del hotel. Al prin
ripio, concebí
mi tarea
como
búsqueda
de
un
marco para l
as
visiones positivas y negativas del viaje: el viaje, visto negativa
mente como transitoriedad, superficialidad, turismo, exilio y de
H
rraigo (la evocación de Lévi-Strauss de la fea estructura de
Uoiania,
la casa
de pensión lond
in
ense de
Na
ipaul); el viaje visto
45
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 22/66
porHI
ivu•ll\'ltlt• corno exploración, investigación, escape, encuentro
y LrarHJf'ormación (el Hotel des Grands Hommes de Breton, la
epifanía
turística
de June Jordan).
El
ejercicio
también
apuntaba
hacia esa agenda má s amplia a la que he estado buscando aquí:
repensar
l
as culturas
como sitios de residencia y viaje, tomar en
serio
lo
s conocimientos de viaje. Así, la escenografía ambivalente
del hotel apareció como un suplemento del campo (la carpa y
la
aldea). Constituía el marco, al menos, de encuentros entre perso
nas
que
se hall
a
ban
de algún modo lejos del hogar.
Pero
casi inmediatamente la
imagen
organizadora, el crono
topo, comenzó a fallar. Y ahora me encuentro embarcado en un
proyecto de inves tigación,
en
el cual es cuestionable cualquier
epítome o lugar condensado de observación. La perspectiva com
parativa que me interesa no es una forma de mirada panorámica.
Más
bien, busco
una
noción de conocimiento c omparativo produci
da a través de un
itinerario,
siempre marcado por una e ntrada ,
una
hi
storia de localizaciones y
una
localización de historias:
teorías de viaj e parcia les y compuestas , para tomar prestada una
expresión de
Mary
John (1989, 1996). La metáfora del viaje, para
mí,
ha
sido
un
sueño
muy
serio de
trazar un
mapa
sin
perder
contacto con la tierra .
Tal como lo
he
reciclado en esta charla,
en t
onces, el hotel
resume un
modo de abordaje
específico de hi
stor
ias complejas de
culturas viajeras (y culturas de via
je
)a fines del sigloxx. Como dije,
el tema se ha vuelto muy problemático, en varios sentidos, inclu
yendo cuestiones de clase, género,
raza,
localización
cultural/
histórica y privilegio. Por otra parte, la imagen del hotel sugiere
una forma m
ás antigua
del viaje occidental caballeresco, cuando
las nociones de la patria y el extranjero, la ciudad y el campo, el
Oriente y el Occidente, la metrópolis y las antípodas, se
hallaban
más claramente definidas. La determi nación del viaje
según
el
género, la clase,
la raza
y
la
cultura
es,
por
su pa
rte, muy
clara.
E
l buen
via
je (heroico, e
ducati
vo, científico, aventurero,
ennoblecedor) es algo que los hombres hacen (deberían hacer). Las
mujeres se
encuentran imp
edidas de reali
zar
viajes serios. Algu
nas de ellas
van
a lugares distantes, pero en general como com
pañeras o como excepciones : figuras como Mary Kingsley, Freya
Stark o Flora Tristán, mujeres ahora
redescubiertas
en volúme
nes con títulos como
The Blessings
of
a Good Thick
Skirt o
Victorian
ady
Travellers [Las bendiciones de una
bu
ena falda
46
¡:ruesa o Las damas victoriana s viajeras] (Russell, 1986; Middle-
1 n, 1982). Las
damas
viajeras (burguesas, blancas)son inusuales,
y
HC as califica de especial
es
en los discursos y prácticas dominan
•
H Apesarde que la investigación recie nte muestra que eran más
f'rocuentes de lo que se reconocía con
anterior
idad, las mujeres
vinjcras se veían forzadas a
prestar
conformidad, a disfrazarse, o
11
rebelarse discretamente dentro de un conjunto de definiciones y
p o r i e n c i a s
normativamente
mascu
l
inas.
10
Uno piensa en la
f'11mosa
George
Sand
vistiéndose como
un
hombre
a fin de poder
r11overse
libremente por
la
ciudad, a fin de poder experimentar la
libertad de género del flaneur. O en la envidia que sentía Lady
Mnry Montague frente a la movilidad anónima de l
as
mujeres con
vt•
lo
en Estambul. ¿Y qué formas de desplazamiento, íntimamente
1\HOciadas con la vida de las mujeres, no son tomadas
en
cuenta
t'
t)lno viajes valederos? ¿Las visitas? ¿El peregrinaje? Necesita
tilOS conocer mucho más sobre cómo han viajado y viajan en la
lll'Lltalidad las mujeres,
en
diferentes tradiciones e
histor
ias. Este
I H
un tema ampliamente comparativo que sólo ahora está comen
w ndo a desplegarse: por ejemplo, en el trabajo de
Sara
Mills
(1
9 0 , 1 9 9 1 ,
Caren Ka plan
(1986,1996) y
Mary
Louise
Pratt
11992, caps. 5 y 7). Las topografías discursivas/imaginarias del
occidental se
revelan
como determinadas de modo sistemáti
ro por el sexo: escenificac iones simbólic
as
del yo y el otro que están
fu
e
rtemente
institucionalizadas, desde el
trabajo
de investigación
r·icntífica (Haraway, 1989a)al turismo transnacional(Enloe, 1990).
\
pes
ar
de
que hay ciertas
excepciones,
particularmente
en el
área
dt•l peregrinaje, es claro un amplio predominio de las experiencias
rnnsculinas
en
l
as
instituciones y discursos vinculados con el
v iaje (en Occidente y, en diferentes grados, también en otras
p11
rtes).
Pero es difícil
generalizar
con tal confianza, dado que todavía
11
es
tá
bien desarrollado el estudio
verdaderamente
ser
io del via
l
basado
en
el cruce cultural. Lo que propongo
aquí
son pregun
l.ns .para la investigación, no conclusiones. Podría señalar, al
pnsar, dos
buenas
fuentes:
Ulysses Sail
[El viaje de Ulises] de
Mary Helms,
un
amplio estudio comparativo de los usos culturales
de la distancia geográfica y del poder/conocimiento obtenido
en
el
v
iaj
e (estudio concentrado en experiencias masculinas); y Mus
lim
l rauelers
[Viajeros musulmanes ], compilado por Dale Eickelman
,Y
James Piscatori, una colección interdisciplinaria destinada a
47
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
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subrayur la complejidad y diversidad de las prácticas espaciales
religioso/económic
as
.
Otro problema con la imagen del ho tel: su tendencia nostálgi
ca. Pu es en aquellas
partes
de la sociedad contemporánea que
podemos
llamar
legítimament
e posmoderna (no creo, a pesar de
J ameson, que el posmodernismo sea un fenómeno cultural domi
nante, ni
siqui
era
en el "
Primer
Mundo"), el
motel
ofrecería
seguramente un mejor cronotopo. El motel carece de un verdadero
ha
ll de e
ntrad
a y
está
vinculado a
una
red de autopistas:
un lugar
tr a
nsitoriopara descansar más que un sitio de encuentroe
ntre
dos
sujetos
cultura
les coherentes. Meaghan Morris
ut i
lizó con efica
cia el cronotopo del motel pa ra
organizar
su ens ayo "At He
nr
y
Parkes Motel". Me res
ulta
imposible otorgarle a sus aportes en
torno del problema de la
nac
ionalidad, el género, los espacios y sus
posibles narrativas, la atención que, sin
duda
,
me r
ecen. Cito su
trabajo
aquí
como
un
desplazamiento del cronotopo del hotel d e
viaje, pues, como dice Morris, "los moteles, a diferencia de los
hoteles, derrumban el
sen
tido de
lu
gar , lo local y la
histor
ia.
Conmemoran sólo movimiento, velocidad y circulación perpetua"
(1988a: 3). El cronotopo del hotel
y
con él toda la m
etá
fora de
viaje- se
vuelve
tambi
én problemático cuando
se
lo confron ta con
la cuestión de clase, ra za y "ubicación" sociocultural. ¿Qué sucede
con todos esos viajes
qu
e e
vitan en
gran medida el
hot
el, el motel
o
lo
s circuitos? Los encuentros de viaje de alguien que se mueve
desde l
as áreas
rurales de
Guatema
la o México hac ia la frontera
con los Est ados Unidos son de orden muy difere
nt
e; y
un
africano
occidental puede llegar a un suburbio de París sin quedarse
siquiera en un hotel. ¿Cuáles son los escenario:; que podrían
configurar de un modo realista las re laciones culturales de estos
"viajeros"? A med
ida
que abandono el escenario del hotel
burgués
pa
ra
concentrarme en los encuentros
entre
viajeros, los s it
io
s de
conocimi
en
to
in t
e
rcultural
, lucho, a
unqu
e
nunca
con sufici
ente
éxito, por liberar al término "viaje" de una histo ria de significados
y prácticas europeas, lite ra
ri
as, masculinas,
burgu
esas, científi
cas, heroicas, recreativas (Wo lff, 1993).
Los viajeros
burgu
eses victorianos, hombres y mujeres, eran
acompañados en general por sirvientes, en muchos casos gente de
color. Estos individuos nunca alcanzaron la condición de "via
jeros". Sus exp
er
iencias, los vínculos de cruce
cultural que traba
ron, su acceso di ferente a las sociedades visitadas : tales encuen-
48
1 ·o
s
rara
vez obtien
en una
representaciónseria
en
la literatura de
viaje. El racismo, s
in
duda, tiene mucho que ver con esto.
Pue
s en
los relatos de viaje dominantes, una persona no blanca no puede
como explorador heroico, intérprete estético o autoridad
l'icntífica. Un
buen
ejemplo es
la
l
arga
lucha por incorp
orar
a
atthew Henson, el norteamericano negro que lle
gó
al Polo Norte
t•on Robert Peary,
en
un pie de igua
ld
ad dentro de la historia de
t
aha
z
aña
famosa,
ta
l comofueconstruidaporPeary, unahueste
d
<
hi
stor
iadores, periodi
stas, hombr
es de Estado,
burócratas
e
i
nsl
itucion
es
especiali
za
das como la revista
National Geographic
Counter, 1988). Y esto es no ha ber dicho nada aún sobre los
vinjeros esquimales que hicieron posible la expedición.
11
Todos los
Hrvie
nt
es, ayudantes, acompañ a
nt
es, guías y acarreadores que
dnron excluidos del papel de viajeros propiamente dichos, a
causa
tk su
raza
y clase, y debido a su condición dependiente, en relación
" la
sup
uesta independencia del viajero individualista, burgués .
1u independencia era , claro,
un
mito. A medida que los europeos
H< movían a través de te
rr i
to rios no familiares, una infraestructu
rn bien desarrollada de guías, asistentes,proveedores,traductores
,Y
acarreadores
aseguraba su
confort
rela
tivo y su
segur
i
dad
( 'abian, 1986).
¿El tr abajo de esta ge
nt
e cuenta como viaje"? Obviamente,
un
es t
udio cultural comparativo debería incluirlos a ellos y a sus
puntos de vista cosmopolitas específicos. Pero para hacer eso,
debería transformar por completq al "viaje" como discurso y como
rrénei-
o.
Lo cierto
es
que muchas clases di
stin t
as de personas
viajan, adquiriendo conocimientos complejos, historias, percep
t•iones políticas e
intercultura
les, sin producir "escritura de via
t•s". Algunos informes de estas experiencias h an encont rado una
vía de publicación en las lenguas occidentales: por ejemplo, los
di ar
io
s de viaje del s iglo
xrx
del misionero raro tongan Ta 'unga, o
los registros del siglo
xrv
de
Ib
n
Battouta
(C rocombe y Crocombe,
1968; Ibn Battouta, 1972). Pero estos registros son apenas
puntas
de icebergs perdidos.
Avanzando en una
veta
histórica,
se
podría acceder a algo de
I'Stas diversas experiencias de viaje a través de cartas, diarios,
histori
as ora
les,
mú
sica y tradiciones de actuación. Marcus Redi
kcr
brinda un buen ejemplo de reconstrucción de una cultura
viajera de la clase trabajadora en su historia de los marinos
mercantes (y piratas angloamericanos del siglo
XVIII,
etween the
49
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 24/66
Deuil
and
the D
p
lu
e S ea
lEntre el demonio y el hondo mar
azul]. Ese libro revela una cultura cosmopolita,
radical
y política,
justificando plenamente las diversas resonancias que provoca el
título de su capítulo final "El mar ino como trabajador del mundo".
La investigación que llevan a cabo por Rediker y
Peter
Linebaugh
(1990)
permite
destacar con mayor
agudeza
el papel de los traba-
jadores y viajeros africanos en ese mundo capitalista marítimo (a
menudo insurrecciona ) del Atlántico Norte. Las
conexiones con la
actual
investigación de
Paul
Gilroy sobre la diáspora
negra
del
Atlántico son evidentes (Gilroy, 1993a).12
Al llamar "viajeros" a los trabajadores
migrantes,
marítimos
descriptos por Redicker y Linebaugh, se atribuye a su experiencia
cierta
autonomía y cierto cosmopolitismo. Sin embargo, se corre el
riesgo de no tomar en cuenta hasta qué punto esa movilidad está
forzada, organizada dentro de regímenes de trabajo a
lt
amente
disciplinados y dependientes. En una técnica contemporánea,
considerara los trabajadores cosmopo
lita
s, y en especial a la mano
de obra migrante utilizando metáforas de "viaje", plantea varios
problemas complejos. La disciplina políticay las presiones económi
cas que controlan los regímenes de trabajo migrante ofrecen una
fuerte oposición a cualquier visión demasiado optimista con res
pecto a la movilidad de la
gente
pobre,
por
lo general no blanca, que
debe abandonar el hogar a fin de sobrevivir. El viajero es por
definición alguien que tiene la seguridad y el privilegio de mo
verse con relativa libertad. En todo caso, este es el mito del viaje.
De hecho, según lo han revelado
est
udios como el de Mary Louise
Pratt, la mayoría de
lo
s viajeros burgueses, científicos, comercia
les, estéticos se mueven dentro de circuitos altam.ente determi
nados. Pero incluso si estos viajeros
burgueses
pueden
ser
"lo
calizados" en itinerarios específicos dictados por las relaciones
globales políticas, económicas e interculturale
s
a menudo
de
naturaleza
colonial, poscoloni
al
o neocolonial),
tales limit
aciones
no ofrecen una equivalencia simple
co
n otros trabajadores inmi
gra
nt
es y
migrantes.
Alexandre von
Humboldt
no llegó obvia
mente a la costa del Orinoco por las mismas razones que pueden
mover a un trabajador asiático contratado.
Pero a
pesar
de que no existe un terreno de equivalencia entre
ambos "viajeros", se cuenta por lo menos con una base
para
la
comparación y la traducción (problemática). Von Humboldt se
transformó
en
un viajero canónico de viaje. El conocimi
en
to (pre-
50
dominan tement e científico y
estét
i
co
obtenido
durante sus
explo
raciones americanas tuvo una enorme influencia. La visión del
"Nuevo Mundo" de los trabajadores asiáticos, derivada del des
plazamiento, fue sin duda bastante difere
nt
e. No tengo acceso a
ella ahora y probablemente no lo tenga nunca. Pero los estudios
culturales comparativos deberían interesarse en
esa
visióny en
lo
s
modos en que seguramente complementaría o criticaría la de Von
umboldt. Dado el prestigio de las experiencias de viaje como
fuentes de poder y
sab
iduría
en
muchas
sociedades occidentales y
no
occidentales (Helms, 1988), el proyecto de comparar y traducir
diferentes culturas viajeras no necesita centrarse en una clase o
c
Lnia.
Ju stin-Daniel Gandoulou describe una moderna cultura
vi
ajera
africana
en su Entre Paris
et
Bacongo,
un
estudio fasci
nante de los
auenturiers aventureros)
congoleños que viven como
abajadores migrantes en
París. Compara su cu ltur
a específica
(preocupada por el "buen vestir") con la tradición europea del
dandy,
así como
también
con la de los "rastas", otro grupo de
personas negras que visitan a París.
El proyecto de comparación debería tener en cuenta el hecho
'vidente de que los viajeros se mueven bajo compulsiones cul
Lurales, políticas y económicas muy fuertes y que ciertos viajeros
H
On
materialmente privilegiadosy otros oprimidos.
Estas
circuns
tancias específicas constituyen determinaciones cruciales del via
je en cuestión: movimientos
en circuitos coloniales, neocoloniales
y poscolonialesespecíficos, difere
nt
es diá sporas, frontera s, exilios,
desvíos y regresos. El viaje, desde
esta
perspectiva, denota una
nmplia gama de prácticas materiales y espaciales que producen
<·onocimientos, historias, tradiciones, comportamientos, músicas,
1
bros, diarios y otras expresiones cult
ur
ales. Incluso las condi
ciones
más duras
de viaje, los regímenes más explotadores, no
reprimen enteramente la resistencia o la emergencia de c
ultur
as
diaspóricas o
mi
gra
ntes.
La hi
s
toria
de
la
esclavit
ud
transatlánti-
ca, para mencionar sólo un ejemplo
particularmente
violento , una
ex
periencia que incluía la deportación, el desarraigo, el trasplante
y el renacimiento ha desembocado en una variedad de cultur
as
neg
ra
s interconectadas: afroamericanas, afrocaribeñas,
británi-
cas y sudamericanas.
Nos
hace
falta
una
mejor conciencia
comparativa
de estas y
un número creciente de otras "culturas de la diáspora" (Mercer,
1988). Como sostuvo
Stuart
Hall en una es timulante se rie de
51
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
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a rt ícu los ( 1987b, 1988a, 1990b), las coyu
ntura
s diaspóricas ob li
gan a una rcconceptualización -
tanto
teórica como política- de
las nociones familiares de etnicidad e identidad. Los diálogos
históricos no resueltos entre continuidad e interrupción, esencia y
posición, homogeneidad y diferencias (en trecruzán dose entre "no
sotros" y "ellos ), caracterizan a las articulaciones diaspóricas
(
véa
se el cap. 10). Tales culturas de desplazamiento y
trasp
lante
son inseparables de las historias específicas, a menudo violentas,
de interacci
ón
económica, política y
cultura
l,
historia
s que gene
ran lo que podría llamarse cosm litismos discrepantes. Con este
subrayado evitamos, al menos, el excesivo localismo del relativis
mo cultural
part
icularista, así como también la visión amp lia
mente global de una monocultura capi
ta
lista o tecnocrática. Y, en
esta pe rspectiva, la noción de que ci
ertas
clases de person
as
son
cosmopolitas (v iajeras) mientras que el resto son locales (nativas)
aparece como la ideología de
una
(
muy
poderosa) cultura
via
jera.
Mi objetivo, una vez más, no es simplemente invertir las
estrate
gias de la localización
cultura
l, de la fabricación de "na tivos", que
critiqué al comienzo. No estoy diciendo que no existen locales en
hogares, que todos son - o debieran s r viajeros, cosmopolitas o
desterritori
alizados. No
se trata
de u
na
nomadología. Lo que
está
en juego es más bien un acercamiento de los est udios culturales
comparativos a
las
h istori
as
específicas,
las tácticas
y las
prác
t icas
cotidianas de residencia y viaje: viaje-en-residencia, residencia
en-viaje .
Co
n
cl
uiré con una
ser
ie de exhortaciones.
Necesitamos pensar comparativamente en las distintas ru
tas/raíces de las tr ibus, barrios , favellas vecindarios de inmi
grantes: histor i
as
de fortalezas con "interiores" o m ~ n i t r cru
ciales y con "exteriores", de
via
jes
re
gulados. ¿Qué significa definir
y defender una t ierra
nata
l? ¿Cuáles son los intereses políticos que
mueven
el reclamo de un hogar
o,
a veces, el relegamiento a un
"hogar )?.Como dije, es preciso saber
más
sobre los lugares por los
que se viaja, los lugares que
las
fuerzas de dominación mant ienen
reducidos, locales y faltos de poder. A
mall
Place [Un sitio
pequeño], la vigorosa descripción que Jamaica Kincaid hace del
turismo y la dependencia económica
en
Antigua ,
cr
itica una
historia neocolonia
l l
ocal en una forma que resuena globalmente.
(¡Una crítica de
An t
igua es
crita
desde Vermont )¿De qué modo los
"interiores" y "exteriores" nacionales, étnicos y com
un
itarios, y
52
los "extraños" son sostenidos, controlados, subvertidos y atravesa
dos por sujetos históricos diferentes
para sus
propios fines y con
diferentes grados de poder y libertad?
Necesitamos traer a
la
palestra nuevas localizaciones, tales
c-omo
la "frontera".En tanto lugar específico de hibridez y lucha, de
t·ontrol y transgresión, la frontera e
nt
re México y los EE.UU. ha
nlcanzado recienteme
nt
e un esta
u
s "teórico", gracias al
trabajo
de
oHcritores, activistas e
in
vestigadores chicanos: Américo Pa redes,
lt
cna
to Ro
sa
ldo, T
eresa
McKenna,
Jo
sé
Da
vid
Sa
ldívar, Gloria
Anzaldúa, Guillermo Gómez-Pe ña, Emily Hicks, y el Proyecto de
Artes de
Frontera
de San Diegotrijuana. La experiencia de la
fron
tera
produce poderosas visiones polít icas:
una
subversión de
los
binar
ismos, la proyección de una "esfera pública multicultural
(opuesta al pluralismo hegemónico)" (Flores y Yúdice, 1990).
;,
l l
as ta qué punto es traducible este lu
gar/
metáfora de cruce? ¿De
(1
uémodo se
parecen
y no se parecen las zonas fronterizas
his
tóricas
H
íLios de viaje regulado y subversivo, de pai
sa
jes naturales y
HOciales) a las diásporas?
Evoquemos ahora a "culturas", como Haití, que pueden ser
tiHLudiadas etnográficam ente
ta
nto
en
el Caribe como en Brook
lyn.13 A
menudo
necesitamos considerar circuitos, no
un
lugar
tuüco. Tal vez alguno de u
ste
des conozca un extraordinario cuento
de Luis
Ra
fael Sánchez. "The Airbus" (bellamente t raducido
por
l) iana Vé lez). Algo de la cultura" puertorriqueña irrumpe en un
nlboroto de
risa
y conversación desbordada
durante
un vuelo
nocturno de rutina entre San Juan y NuevaYork. Todos están
más
o menos permane
ntem
ente
en
t
rá n
sito ..
La pregunta
no es tanto
¿De dónde es usted?" sino "¿En tre dónde y dónde está usted? Los
puertorriqueños que no pueden soportar la idea de permanecer en
Nueva York.
Que
atesoran
su
pasaje de regreso. Los puertorri
queños afixiados "acá", revividos "allá". "Los puertorriqueños que
os
tán instalados permanentemente
en el
vagab
und
eo e
nt r
e
aquí
y
nll
á,
y que deben por ende informalizar el viaje, para que se
parezca a
un
simp lev
ia
je en autobús,
aunque sea
poraire , que flota
Ho
bre el riachuelo en que los puertorriqueños han transformado al
oc
éano Atlántico" (1984:43).
Al
tratar
la emigración y la inmigración, la atención que
HC
presta
al género y la raza cuestiona ciertos enfoques clásicos,
en particular los modelos abiertamente lineales de as imilación.
Aihwa Ong, una antropóloga de Berkeley, es
tá
estudiando en la
53
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 26/66
actualidad la situación de los inmigrantes camboyanos en Califor
nia del Norte.
Su in
ves tigación gira en torno de
lo
s di
stintos
(e
incompletos) modos de pertenecer a los EE.UU., que utilizan los
hombres y mujeres camboyanos al momento de negociar
sus
identidades en la
nu
eva cult ura nacional. El estudio de Sherri
Grasmuck y Patr icia Pessar sobre
la
emigración in tern acional
dominicana, Between Two Islands [Entre dos islas], se ocupa,
ent re
otras
cosas, de las
di f
erencias ent re las actitudes femeninas
y
ma
scul
inas
en
r elación con la
ad
aptación, el
regr
esoy la l
ucha por
los luga res de tr abajo. Julie Matthaeli y Teresa Amott (1990)han
escrito con mucha agudeza sobre las luchas y l
as barreras
especí
ficas re lacionada s conla raza, el género y el trabajo, que enfrentan
las mujeres
as i
áticas y asiático-americanas
en
los EE.UU.
Ya mencioné el papel crucial que de
sem
peñan los tironeos
político-económicos
en
tales movimientos poblacionales. (Ello es
primordial en los estudios camboyanos, dominicanos y asiático
norteamericanos que acabo de citar.) Robin Cohen propuso una
teoría abarcadora de la emigración y los regímenes de
trabajo
capitalistas
en
The New H ots Migra
nt
s in the
nt
ernational
Divisan
of Lab
or
[Los nuevos esclavos:
Migrantes
en la división
internacional del trabajo],
un
trabajo
qu
e deja espacio p
ara la
res istencia político/cultural dentro de una consideración global
fuertemente d
ete
rminista. En un análisis orientado hacia lo re
gional, El sistema emergente del Atlántico Occidental , Orlando
Patterson sigu e el desarrollo de
un
ambiente posnacional centra
do
en Miami , Florida. Tres corrientes poderosas , escribe, están
min
ando la in t
egridad
de las fronteras nacionales.
La primera es
una la
rga
historia de intervención militar, económica y política de
los EE.UU. más allá de sus fronteras. La segunda es el crecien te
carácter
tran
snacional del capitalis
mo
, su necesidad de organizar
mercados en un nivel regional. La
tercera
corriente que está
socavando el
estado
-nación es el de
la
emigración : Luego de
haber violado militar, económica, política y culturalmente
la
s
f
ront
eras nacionales de la región
durant
e más de un siglo y medio,
el cent ro aho
ra
se descupre incapaz de defender la violación de sus
propias fronteras nacionales. Los costos que entrañaríaesa defen
sa son administr
at
iva, política y, sobre todo, económicamente,
demas iado altos. El in tercambio y la división in tern acional del
trabajo siguen la bander a . Pero
ta
mbién ponen en movimiento
vientos que la desgarr an (1987; 260). Las consecuencias cul-
54
¡
·a
les de
una
l
at
in ización de importantes regiones dentro del
c
t•nLro
político-económico carecen, según P a t t e r s ~ n d_e _prece
d •n
Les. Seguramente difieren de otras estructur
as
mas
_ I C ~ s
de
1
11m¡gración (eu ropea y asiática) que no se basan en la proximi?ad
¡¡Pográfica y la intimid
ad
co-histórica (259). Estamos presenci_an
do
el surgimiento de nuevos mapas: áreas de
t ~ r a f r o n t e i ~
pobladas por etnias fuertes y diaspóricas, despareJamente asiml
ludns a las naciones-estados dominantes.
si l
as
poblacion
es emigrantes
c o n t e m p o r á ~ e a
no
h ~ n .
de
upnrecer como briznas mudas y pasivas v_1entos
? ~ h ~ I C O -
t•ronómicos, necesitamos escuchar muchas his to
na
s de viaJe (no
lilcratur a de viaje , en el sentido burgués). Estoy
pen
sando, por
I\Jt'mplo, en la s hi storias ora les de las_ muj eres
i n ~ i g r ~ n t e s
que
n·unió y an ali
zó
el Centro de Estudios Puertornquenos
de
la
t•iudad de Nueva York (Be
nm a
yor
et
al. , 1987).
Y,
por supuesto, no
podemos ignorar la gama completa de la cultura expresiva,
en
1
cular la música,
un
a rica historia de hacedo
res
de c
ul tura
via
ft•ros y de influencias transnacionales (Gilroy, 1987, 1992, 1993a).
Sufici
ente
. Demas
ia
do. La noción de viaje , tal como
la
he
clofinido, no puede cubrir todos los diferentes
p l a z ~ m i e n t o s
e
¡
L racciones que he invocado. Sin embargo, me ha traido a
estas
f'nmleras.
Insisto en el viaje como término de comparación cultural,
clt•bido precisamente
a su
color
ación hi
st
órica,
sus
asociacionesc_on
l'tt crpos raciales y de distinto género, privilegios de clase, medios
t•HpcCíficos de
traspaso
, caminos t r i l l a ~ o s agentes, fron
tera
:',
documentos, etc . Lo prefiero a otros térmm os apa_entemente mas
1
wulra
l
es
y teóricos , como desplazamiento ,
que
domasiado fáciles l
as
equivalencias
entre
diferentes expenencias
i ~ ; t ó r i c a s (La ecuación poscoloniallposmoderna, por ejemplo.) Y
lo
prefiero a
térmi
nos
ta
les como nomadismo , a
m n u ~ o n e r a
l i ; ~ a d o
sin
resistencia
aparente por
parte
de
las expenencias
no
o c c i d e ~ t a l e s . (Nomadología:
¿una
forma del primitivismo posmo
d<•rno?)
El peregrinaje me parece
un
término comparativo
1
nLeresante para
trabajar.
Incluye una amplia gama de expenen
t•ins occi
dentales y no occidentales, y recibe menos influencia del
~ t é n e y la clase que el viaje . Además, tiene una manera
gradable de sub
vertir
la oposición
co
n
st
itutiva moderna
entre
viajero y
tu r
is
ta.
Pero
sus
significados sagrados tiend_n pre
dominar, incluso cuando la gente se su
ma
al peregrmaJe
por
55
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 27/66
razones tanto sec
ulares
como religio
sas
.Y al final, probablemente
por razones de parcialidad cultural, encuentro más difícil extender
el c.oncepto de p e r ~ g r i n a j e para incluir al viaje que proceder a
;,a
v e ~ ~ a (
Lo
mismo se aplica a otros términos, tales como
m i g r a ~ w n
.) Como sea, hay
térm
inos o conceptos neutrales, no
c o n t a n ; I ~ a d o s
Un
estudiO cu
ltural
comparativo necesita
traba
jar,
a u t o c n t e ~ t ~ ,
con herramientas comprometidas, provistas de
un
bagaJe histonco.
Hoy
tr a
bajado, sobr
et
rabajado, el viaje como
un
t
ér
mino
de traducción
.
término de t
raduc
ción , quiero decir una
palabra aphcacwn
apa
rentemente general, utilizada
para
la
c o m ~ a r a ~ w n un o d o estratégico y contingente.
El
viaje tiene
un tmte m
extmgu
ible de localización
por
clase género raza y
c ~ e r t ~ carácter
li t
erar
io.
Es
un
bu
en
recordatori;
de que todos ios
termmo
s de traducción utilizados
en
comparaciones globales
tales como cult
ur
a , arte , sociedad agricultor m d d '
d . , , ' ,
o o e
pro uccwn , hombre , mujer , modernidad , etnografía , nos
lleva.n durante un trecho y luego se desmoronan. raduttore
tradlttore. En el tipo de traducción que
más
me in teresa
u n ~
n d e mucho sobre los pueblos, las
culturas
y l
as historia
s
distmtas d_e la ~ o p i a
lo
sufici
ente
para emp
ezar
a percibir lo
qu
e
uno se esta perdiendo.
iscusión
enny h a r p Coincido con usted cuando describe el campo
de la
. ~ n t r o p o l o g i a
como
una
ficción
constituida
sólo como
excluswn de los
m?vimientos
de
antro
pólogos y de
cultura
s.
Pero
me pregunto SI
esa
noción misma del
campd todavía existe
en
la
antropo
l_ogía. Pienso en el h echo de que los antropólogos
no
Ir al
campo del modo como lo
hacían
, debido a los
s ~ u r b w s
políticos.
Pienso
también
en los cambios
recientes
r ~ g i s t
en
noción misma de campo
(pa
ra
incluir, por
eJ.em plo, el trabaJo de los antropó
lo
gos en los guetos
urbano
s de
F l l a d ~ l f i a trabajo que const
ruye
a
es
os
guetos
como
comunida
des m1
grantes trasp la
nt adas desde países del Tercer
Mundo
)
d
e.
modo que ya no tenemos un campo que se parezca a los
e s ~
cntos
~ o r
Malinow
s
ki
y otros que u
st e
d mencionó.
. Chfford: Lo que
usted
dice alude a cuestiones políticas
mu
y
Importa n
tes
li
ga
das a los in tentos
actuale
s de redefinir los cam-
56
J H de
la
antropología.Concuerdo con usted: los disturbios po
lí t
i
l tlfl han hecho
qu
e el traba
jo
de campo t a l como lo defi
ni
e
ron
M
1
nowski, Mead y su generación- se vuelva más y más difícil.
\' , como usted sabe, no es
qu
e las cosas de pronto se h
ay
an
poliLizado
,
o que antes la investigación fuera de algún modo
IICi tt Lal. Una de las vent a
jas
de mirar a
la
etnografía como
una
lttt'ma de viaje es que no se pueden ev
itar
ciertas cuestiones que
l111n pre aparecen en los relatos de viajes, pero muy rara vez en los
tll
h
nnes
sociales científicos. Mencioné algunos de ellos. Pero no
1111 detuve en uno, el tema de la seguridad física. Aquí el género y
11 raza del v
iajero en tie
rras
ext
r anjera s i
mporta
mucho. Los
11
11Óg
rafos en el campo , por supuesto, han enf rentado riesgos.
All(unos murieron por enfermedades y accid
entes
. Pero pocos,
I11U
La donde yo sé, fueron
realmente
asesinados por
sus
anfitri
IHH H. ¿Por qué, para
tomar
un caso bastante ríspido, no fue
IIH
OHnado
Evans
-
Pritchard,
o al menosh
eri
do por los
nuer,
cuando
l11vuntó su carpa en medio de la aldea, pisándole los
ta
lones a una
lll\
I
Cdición militar?
(Pr
i
tc
ha
rd
lo dice
claramente
en
su
libro , Los
/1( :
ellos no lo querían allí.) Pero su seguridad, y la de toda una
\I('He de otros antropólogos, misioneros y viajeros, estabag
aran-
lt
w da
por
una
hi
st
oria previa de conflicto violento.
En
todo el
ul ltndo, los nativos a
pre
ndieron, a
la
fuerza, a no ma tar a los
hluncos.
El
costo
qu
e debían
pagar por
ello, a m
en
udo una expe-
k ión pu nitiva contra su gente, era demasiado alto. La mayoría de
loHnntropólogos, ciertamente
en
la época de Malinowski, llegaron
11 lus lugares decampo después de alguna versión de estahistoria
violenta .
Por
cierto, algunos pocos investigadores audaces
traba
ll
u·
on
en áreas
aún
no pacificadas, volviéndose, a medida que lo
lt
ucían, parte del proceso de contacto y pacificación. Pero ya
en
el
M¡flo xx
existían
relat
i
vamente
pocos casos así. Lo
qu
e señalo es
lmplemente
qu
e la
segur
idad del campo como lugar de residencia
v
L1abajo,
un
lugar
abierto a
la
ciencia soc
ial
neu
tral,
no política,
l'
tH
'
en
sí
misma una creación hi
st
órica y política .
Su
pregunt a presupone esto, porque la reciente fal ta de
tu
guridad (al menos, de seguridad política)
para
los tr abajadores
d1 campo en muchos lugar
es
marca el colapso de un mundo
ltiHLórico que cont
en
ía campos de investigación
habitabl
es. Sólo
d IH ear ía agregar que el colapso del que hablamos es un colapso
1
11uy
desparejo, con mucho lu
ga
r
pa r
a
la va r
iación loc
al
y
la
nogociación. Hay todavía muchos
lugar
es a los cuales los an tropó-
57
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 28/66
logos
pueden ir
con
impunidad
.
En
otros sitios,
pued
en
realizar
trabajo de
campo, a veces, con restricciones. En otros, está básica
mente fuera
de
los límites. Puesto que no estoy entre qui enes
piensan que
los etnógrafos poscoloniales
deben quedarse
en
casa
(¡dondequiera que eso esté ),
me
interesan particularmente las
situaciones en que una
etnografía
de iniciació n cede
el paso
a una
negociación, dond e el vínculo
se
redefi ne comoa
lianza.
Por supues
to, esto sólo vuelve explícitamente político algo que
ya estaba
sucediendo en l
as
relaciones soc
ia l
es
de
la
"residencia" etnográfi
ca. (
Traté
este punto al hablar de las cuestiones relacionadas con
la
carpa
de
Malinowski vecina a la
casa
del jefe, es decir, el
tema
de apropiaciones
inversas.) Pero
hay un
nuevo
contexto, y la
balanza
del
poder se ha
movido, en muchos lu
gares
. Hoy,
si
los
etnógrafos quieren trabajar en comunidades norteamericanas
nativas,
o
en muchas
regiones
de
América
latina
,
la pregunta que
suelen formularles
es: "¿En
qué no
s beneficia
su trabajo
a no
sotros?". Muchas veces,
se
le solicita a l investigador que
capacite
a estudiantes lo
ca
les.
Otras,
que preste testimonio en un juicio
por
reclamo de tierras, oque trabaje sobre un gramática pedagógica de
la
lengua,
o
que ayude
con proyectos históricos locales, o
que
apoye
la
repatriación de objetos
ancestrales
que
se encuentran en
los
museos metropolitanos. No
todas
las
comunidades pueden
formu
lar
este
tipo
de ex
igencias,
por
supuesto. Y existe el peligro de
que
una antropología que desee preservar su neutralidad política
(también su objetividad y
autoridad
)
simplemente se
de
se
ntienda
de esos lugares y se incline a otras poblaciones, donde el trabajo de
campo
sea menos
"comprometido", donde l.a gente
pueda
ser
estructurada según la vieja fórmula exoti zante.
El tema de reconstituir prácticas disciplinarias en torno de un
nuevo "primitivo" que ya no se encuentra en
el
así
llam
ado
Tercer
Mundo, es
muy
s
ug
erente.
Usted
mencionó a
las
comunidades
inmigrantes trasplantadas
del
Tercer
Mundo a Filadelfia. No creo
que sea
cuestión
de volver, digamos, a la noción del "primitivo",
anterior
la d
écada
de 1950.
Pero
las
nuevas
condiciones
es t
án
reinventando
aspectos de esa figura. Por
ejemp
lo, dije que
nec
esi
tamos
ser
muy cautos ante un "primit i
vismo posmoderno"
que
,
de
modo afirmativo,
descubre
viajeros
no
occidentales ("nómades")
con
culturas híbrida
s,
sincrétic
as y,
en
el proceso, proyecta una
exper
iencia
homogénea
(
históricam
e
nte "ava
nt-garde")sobre dife
rentes histori
as
de contacto cultural, migración e desigualdad.
58
Creo
que
el "posmodernismo"
puede servir co
mo un
término
1
• Lraducción para ayudar a hacer visible y válido algo extraño (tal
1
nmo hizo el
modernismo
con los
primitivistas de
comienzos del
uig lo xx,
que de
scubrían
el
arte africano y de Oceanía); pero ~ i e r o
ttiH
stir
en
el
decisivo tradittore o en el traduttore; la
falta de
signos
"nq u valentes", la realidad
de
lo
que se
pi
erde
y distorsio
na
en el
ll
t'LO mismo de entender, apreciar , describir. Uno sigue acercán
do
HC
y alejándose de
la
verdad de
los diversos
dilemas culturales/
1t
iHóricos.
Esto
refleja
un
proceso histórico
por
el
cua
l lo global
11
pm
pre
se
localiza,
su
margen
de
equivalencias se
~ d p t al ta
-
11111110
necesario. Es un proceso que
puede
ser contemdo - tempo-
111 1ia, viol
entamente-
pero no detenido. Creo
que continuarán
ll
lll'¡. ricndo nuevos sujetos políticos exigiendo que
se
reconozca su
h1
Horia excluida .
No
sé
bien de
qué modo
se desarrolla
la dialéctica inevitable-
1111•n Le política de comprensión y
cuestionamiento,
en os barrios
l
•
tludelfia que usted mencionó.
Usted
su
gería un
proceso
de
obJe
l t v i ~ c i ó n
de las nuevas poblaciones
de
inmigra
nt
es del
Tercer
Mundo.
¿Un gusto por
la
otredad, sin
tener
que viajar
muy lejos?
1.11 nntropolo
gía podría
verse
así
como
el reencuentro
con una
de
ll
uH aíces olvidadas: el
estudio
de l
as
comuni
dad
es
"primitiva
s"
en
lttH
áreas urbanas del capitalismo.
Estoy pensando en
los
precur
ltll'OS del siglo XIX de Mayhew, Booth y
compañía
haciendo inves-
1 JCIICión
en
la
Inglaterra más osc
ura. La eq u
ival
encia
los
,.
1
dvojes "allá" y "en nuestro medio", del viaje por el
Impeno
el
u ~ j o
dentro
de la
ciudad, era explícitó en
su trabajo
.
Usted sug¡ere
q111
esa equi
vale
nci a
podría
estar rearticulándose en
nuevo
••tttmento
hi
stórico.
Me
gustaría saber
exactamente
como los
1
¡
ógrafos en
cuestión
están
trabajando
en los
barrios
de inmi
fll ll nLes, de qué
modo negocian
políticamente
sus "campos".
Homi Bhabha Realmente, me
gu
staría
que
u
sted
h
ab
lara
1
11
hrc el
lugar que
ocupa
la
falta
de
movimiento y
la
fijación
en una
política de movimiento y un a
teoría del
viaje. Los
e f u g i d o ~ Y
los
t•x iliados son, por s
upuesto
, una parte de es
ta
economia
del
dn
Hplazamiento y el viaje; pero
también
, una vez qu_e
están.
en_ n
io
particular, necesitan, casi para
su
supervivencia, eleg¡r cier-
1oH H
m bolos. A me nud o, el proceso de
hibrid
ación
que se desarrolla
111
•de representarse con una suerte
de
imposibil idad de movimien
tu y con
una
suerte
de
supervivencia, identificadas en el aferrarse
11 ;d
go
que entonces no
permite realmente
la circulación
Y
el
59
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 29/66
movimiento. Otro ámbito para explorar esto, que en
rea
lidad no
se
analiza lo suficiente, está constituido por el proletar iado y las
cl
a
ses medi
as
bajas
en
el llamado el Tercer Mundo, que reciben l
as
camisetas de Urbana, Illinois oHarvard que puedenverse en las ca
lles de Bombay, o de cierto tipo de
ante
ojos, o de dete
rm
inados
programas de televisión o incluso de un tipo particular de música.
Se plantea otro problema del viaje y fijación cuando en un sentido
s
imilar
al que utiliza Fa
non
, se
aferran
entonces a ciertos símbolos
d.el
otro lado, del viaje, y elaboran en torno de ellos
un
texto
qu
e
tiene
qu
e ver, no con el movimiento y el desplazamiento, sino con
un tipo de fetichización de otras culturas, del otro lado, o de la
imagen y figura del viaje. Y es justamente ese elemento de
la
gente
atrapada en los
márg
enes del no movimiento dentro de
un
a
economía de movimiento lo que me gustaría
qu
e u
ste
d e
ncara
se.
Clifford
Lo que usted dice es
mu
y intere
sa
nte y de
bo
confesar
que no tengo mucho que decir sobre eso en esta
etapa
de mis
reflexiones. Supongo que no me he concentrado en el exilio
debido al privilegio de que goza en cierta cultura modernis
ta
:
Joyce, Beckett, Pound, Conrad, Auerbach, y su especial d
esa
rrai-
go,
do
lor, autoría. Y
pa r
a mí, Conrad es el ejemplo primordial de
la
especie de fijación que usted menciona: su delibe
rada
limi
tación de hori
zo
nt es, la
ficc
ión laboriosa de su anglicidad , ese
personaje del viejo autor inglés favorito de todos que produjo en
l
as nota
s de autor de sus libros (co mo lo mostró Edward Said), la
fijación en ciertos símbolos de lo inglés porque necesitaba quedarse
allí, no
había ningún
otro sitio para él. Y paradójicamente, como
usted sabe, la extraordinaria experiencia de viaje y cosmopolitis
de Conrad halla expresión sólo cuando es limitada , cuando
está
hgada a una lengua,
un
lugar, una audiencia, por más violento y
arbitrario que sea el proceso. Pero ta l vez
esta
es la paradoja a la
que
usted
llega cuando apunta al deseo del exilioy
la
necesidad de
la
fij
ación.
Porqu
e
en
su pl
ante
o la residencia parece la figu
ra
artificial, lograda,
híbrida
contra el fondo del viaje, el movimien
to y la circulación . Esto invierte, me pa rece, la relación usua l ent re
quietud y movimiento, y presupone la problemática que yo estoy
trab.ajando mediante
un
a crítica de la antropología exotizante y
sus Ideas sobre la cultura. Un enfoque comparativo so
br
e el viaje
plantea, en efecto,
la
cuestión de la residencia, vi
sta
no como un
te rreno o sitio de
partid
a sino como una práctica de fijación
artificial, constr eñida. ¿A eso se refiere?
60
En esa óptica, podrí
am
os comparar, por ejemplo,
la
experien
t· io/práctica del exilio con la de la di
ás
pora ,y con la de esa gente
que se inmoviliza
en
Bombay, por medio de
la
s cami
set
as de la
Universidad de Illinois. Pero me gustaría preguntar: ¿Qué dialéc
tica o mediación (no sé cómo teorizar la relación) o fijación y
movimiento, de residencia y viaje, de localismo y globalización, se
r icula en esas camisetas? Recuerdo haber visto,h ace más de una
década, camisetas de la UCLA
en
toda
la
zona del Pacífico. ¿Qué
que
rían
decir? No lo sé. O el
militant
e ka
nak
de
Nu
eva Caledonia
que también vi, con una camiseta de Tarzán . O los milicianos
libanes es de quienes oí hablar hace poco, que u
sa
n una con el
nom
br
e de Rambo . ¿Es esto una fetichización de otras
cultura
s
t•omo usted sugie
re
, o es
un
modo de localización de los símbolos
globales con fines de acción? Una vez más, no lo sé. Creo que ambos
procesos deb
en estar en
juego de
al
g
ún
modo.
(Y,
por
sup
uesto, se
filbrican camisetas en casi todos los luga res del mundo para
promocionar f
estiva
l
es
, ba
nd
as locales, toda su
erte
de
in
stitu
l'
iones y producciones.) Me gustaría que algún
estu
dio cultural
rnmparativo diera cuenta de
la
camiseta, esa hoja en blanco, ese
í
stico block de papel para escribir , tan próximo al cuerpo . .
StuartHall Unad e
las
cosas
qu
e a
pr
ecié en su trabajo fue
qu
e
uHLed llevaba lejos la metáfora del viaje has
ta
tan lejos como podía
ll egar , y
lu
ego nos mostró adónde no podía llegar. De ese modo,
ll
HLed se separó de
la
noción posmodernista
en
boga, de nomado
logía: el vuelco de todo en todo. Pero si uno no quiere qu e se adopte
In simple formulación de que ahora todos van a todos lados ,
t'nLonces también ha y que conceptualizar
lo
que significa la resi
dencia . Así, la cami
seta
no es
un bu
en ejemplo porque la camiseta
algo que viaja bien . La pregu
nt
a es: ¿Qué es lo que permanece
i¡(ual, aun cuando uno viaja? Y usted nos ofreció un ejemplo
1nagnífico de eso con los mús
ico
s
ha w
aianos que
habían
vivido
la
ma
yo
r
pa r
te
de
su
vida lejos de su h ogar , viaj ando alrededor del
mu ndo.
Usted
dijo que llevaban, s
in
emba rgo, algo hawaiano que
los acompañaba . ¿Qué es?
Clifford Coincido con lo que le he oído decir y con lo que sólo
oí
a medias , en la pregun
ta
de Homi. Una vez que el viaje es
presentado como una práctica cultural, también es necesario
reconcebir la residencia, no
ya
simpleme nte como el t
er
reno del
cual se parte y al cual se regresa. Reconozco que todavía no he ido
de
ma
siado lejos
en
la reconceptualización de las variedades, his -
61
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 30/66
torias, culturas , limitaciones y prácticas de residencia
en
los
contextos transnacionalesaquí esbozadas. Hasta ahora, clarifiqué
más
el viaje-en-residencia que la residencia-en-viaje. Usted pre
gunta: ¿Qué permanece igual aun cuando se viaja? Mucho. Pero su
significación puede di f
er
ir con cada nueva coyuntur a. ¿De qué
modo se mantuvo el carácter hawaiano de los Moe durante los
cincuenta y seis
añ
os que no estuvieron en ruta? (¿Y de qué modo
se reconstituyó eso como a
utenti
cidad" a su regreso?) ¿Debemos
pensar en
un
núcl
eo o meollo de ide
ntidad
que lle
vaban
consigo a
todos lados? ¿O se trata de algo
más pluri
significativo, algo m
ás
parecido a un habitus, a un conjunto de práct icas y disposiciones,
par tes de
la
s cuales podrían recordarse, articularse en contextos
específicos? Me inclino por esto último, pero debo reconocer que no
sé realmente bast ante sobre los Moe para estar del todo seguro. Mi
aprendizaje sobre ellos recién comienza.
Obviamente, este tema es crucial para analizar las culturas
de
la
diáspora. ¿Qué se trae de un si tio previo?
¿Y
cómo lo
mantiene
y transforma el nuevo ambiente? La memoria se vuelve un elemen
to fund
amental para
el mantenimiento de un sentido de
inte
gridad, memoria que es siempre constructiva. Pero no conviene
avanzar
demasiado lejos por
la
vía de la invención-de-la-tradición,
ciertamente no en todos
lo
s casos. La tradición oral puede ser muy
precisa, transmitiendo una sustancia cultural re lativamente con
tinua, aunque
rearticulada,
du
ra nte
varias
generaciones. Esto es
particularmente cierto cuando hay una base territorial para orga
nizar
el recu
er
do, tal como sucede con las sociedades norteameri
canas nativas, las melanesianas, o las aborígenes. Pero las expe
riencias afroamericana, afrocarib
eña
y
otras
exp
er
ienc ias dias
póricas ta mbién
mu estran
diversos grados de continuidad, diver
sos grados de algo parecido a una memoria co lectiva (que no es, por
supuesto, igual a una memoria individual escrita con mayúscu
l
as
). ¡Usted podría decirme mucho
más
sobre esto Sólo quiero
afirmar
lo que entiendo como sentido gener
al de
su pr
egunta
y
repetir que, en mis términos, la residencia cultural no puede
considerarse, como no
sea
en sus relaciones
hi
stóricas específicas
con el viaje cultural, y viceversa.
Keya Ganguly
Quisiera comenzar diciendo que encuentro
muy
in t
eresante su i d
ea
de la bifocalidad. Creo que se parece de
algún modo a la noción de Stuart Hall de la doble visión contras
tante de lo
extra
ño familiar. Cuando usted ex
ti en
de
la
metáfora de
62
n
bifocalidad para reclamar un estudio comparativo entre, por
r n p l o los
haitianos
de Hait í y los
haitianos
que viv
en
en
llt·ooklyn, Nueva York, ¿no es
tá
usted haciendo esa espe
ci
e de
1
0v
imiento reificador que critica Appadurai en
tanto
al
er i
zación
tlt
• los otros? Al ubicarlos como
ha i
t ianos en
un
espacio cont
inu
o
t•11t rc
Haití
y Nueva York, hindúes en la India e hindúes en Nueva
York, ¿no
está usted
reinscribiendo
una
ideología de diferencia
t•tdlural? Siendo un hijo de inmigrantes hindúes, me resulta muy
di
f t
cil
iden
t ific
arme
con
este
tipo de ideología de
la
diferencia,
PHpccialmente teniendo en cu
enta
que la iden tificación puede
tH' liiTir en otro nivel. Por ejempl
o,
prefieroque me identifiquen con
loHoriundos de Filadelfia y no con los hindúes de Bombay.
Clifford
Una
pregunta
de
gran
alcance. Puedo decir algunas
t'
II
HHS.
Pr i
mero, el
ti
po de
in f
orme comparativo que yo propongo
llt. • tüa ser sensible a las diferencias entre, digamos, los hindúes
' ''' Nueva
Yorky
loshaitianos
en
NuevaYork, ala vez que reclama
11 t O
mparabilidad. La proximidad, las e
structuras
de inmigración
•·t•greso, el mero peso político y económico de la relación
entr
e los
doH
u
gares puede
hacer
que sea más útil hablar de
un
tipo de eje
ln li'rcul
tura
l
en
el caso haitiano que en el caso hindú. No e stoy
u r o
Pero
sí
quiero
mostrar mi
vacilación
antes
de
generalizar
lo que escuché por primera vez de Vivek Dhareshwar: el término
"ltllnigritud". Y habiendo dicho esto,
admitiré
que existe una
on di zación específica de la diferencia "ha it iana cuando hablo de
llnil( simul
táneame
nte en Brooklyn y en el Caribe. Desearía que
Ptt
l.o
no
reinscrib iera
una
ideología de diferencia cult
ural
absoluta.
' l t 1bién
querría
aferrarme a
la
noción de que existen culturas
que
están
en ciertos lu
gares
, no en todo el mapa.
Es mu
y
tl lfh:il ca
minar
sobre esa línea, como usted bien sugiere. ¿Por qué
ll nilí Brooklyn, y no Haití/París, u otros sitios a los
qu
e los
ludtia
no
s viajan y emigran? Aquí yo volvería a la investigación de
t
•lnndo
Patterson.
Patter
s
on
ve al Caribe encerrado
en
relacion
es
pu
lí tico-económicas de un "dualismo periférico", vinculado des
ltu (·Livamente con un "centro" estadounidense.
li:
ste dualismo explicaría por qué la relación transnacional con
t•l
No
rte desdibuja otras conexiones históricas: con Francia, ·por
''1'
mp
o.
Y podría ustificarla localizaciónde
un
"Haití" in ercul ural
l¡pt cndo ese eje, pero no es mi intención exotizar a los haitianos
" " I'HC espacio cultural al equiparar su identidad con al
gún
tipo de
lll
ll
ncia (el vudú, por ejemplo, sin negar su importancia).
63
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 31/66
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 32/66
pasajes de l
as cartas
que Deacon le escribió desde el campo.
Las
rodea con un re lato inte ligente de la vida en Cambridge a princi
pios de la década de 1920, de sus primeros encue
ntro
s con Deacon,
los
antecedentes
famili
ares
de
este
(la infancia
en Ru
sia, donde
su
padre ocupaba un cargo consular) y la
extraña
metamorfosis de
su
ami
st a
d
en
a
mor
y finalmen
te en un
a especie de
pr
omesa. (
Ella
se proponía reunírsele en Australia, a pesar de que só lo habían
pasado
juntos
alguno s días y
nunca
se
habí
an comprometido.)
Segu
im
os
una
s
util
inte
nsificación amorosa
en
l
as cartas
de
Deacon,que ocupan el centro de
la
escena en la memoria. El parece
má s enamorado a medida que escribe; sus
pira
por es
tar
con su
interlocutora; luego la escritura se detiene. La última
carta
de
Deacon llegó
más
de
un mes
después de que
Gardiner
se enter
ara
de su muerte por medio de un telegrama .
Cuenta
el momento muy
parcamente, casi s
in
comentarios, dejándonos -como quedó ella
por más de medio sigl con la he rida , el silencio y la posibilidad
abiertos. odrían h aber vivido felices
para
sie
mpr
e?) La memo
ria concluye con una breve narración de observadora que Gardiner
escrib e acerca de su propia visita a Malekula
en
1983. Cincu
enta
y cinco años después,
lo
s melanesios (
una cultura
y
un
pueblo que,
en realidad, no se extinguió , como parecía
in
evitable en 1926)
recuerdan
y
honr
an apropiad
amente
a Deacon.
La lápida de Bernard
era una
sencilla losa rectangular grabada con las
palabras A. B. Deacon, Antropólogo. 1903-1927 . Ahora
estaba
rodeada
de
cuencos
y
de l
atas
con flores,
y adornad
a con peq ueñas gu
irn
aldas,
conmovedores tr ibutos
de
los aldeanos
para esta
ocasión especial.
Agreguémi cuenco y, al darme vue lta,
mir
é hacia la ladera de una colina
del otro lado donde a través de los árboles, podía verse el mar. De pronto,
por alguna
razón
inexplicable
y
a pesar de
creer
l
as
tumbas son
ir relevantes, me alegré de que Be
rnard hub
iera sido enterradoa la vista
del
mar.
A Deacon lo consumió su trabajo
et
nográfico. A veces -como
todos los
trabajadores
de campo- se se
ntía ais
lado, atrapado por
la dificultad de su tarea-
interpretat
iva (la pr ofu
nd
a complejidad de
l
as
costumb
res
melanesias) y por el ambi
ente
de la is
la
(su belleza
intensa y su clima apla
st a
nte, satu rado de malar ia). Escribe a su
compañera distante - pues tal
es
la f
un
ción de ella en las cartas
con una mezcla de anhelo amoroso, autoconciencia lúcida, y a veces
un
a búsqueda (literalment e) afiebr
ada
de alg
un
a visión o per-
t'
< pció
n de una
real
idad ilu
sor
iamente "total . Las
cartas
editadas
preservan la
rareza
irreductibley la origin alidad de
su maner
a de
prnsar. Dotado de
una
inteligencia suprema, se permite estar
¡·on
fundido.
Deacon
habí
a llegado a Malekula
entrena
do en la antropología
dt
•Cambridge y,
en
particular,
en
la obra de W. H.
R
Rivers. Hacia
In mitad de su estadía, las guías explicativas comenzaron a
llttufragar. En las cartas, se lo ve
ab rum
ado por todo lo que
ha
quedado fu
era
de l
as
fórmulas excesivamente
nítidas
de
sus
IIH\estros, y también por la incompatibilidad de los informes
I
nteriores sobre
la
s Nuevas Hébridas,
entre sí
y con
su
propia
r1vestigación. Como buen observador, escribe en un período de su
lrnbajo de campo
en
el cual
ya ha
aprendido lo suficiente para
Nl tber cuán vastos y a ntes insospechados son los niveles de igno
r•nncia que persisten.
La
visión sintética es evasiva; carece de
un
p11norama teórico o de la distancia nece
sa r
ia para ver estructuras
11111p lias. Deacon confronta
esta
experiencia con honestidad y sin
llf t•
r rarse a claves
prematuras para entender la
c
ultura"
(como si
1 11ora
una
sola cosa). Hace algunas observacionesagud
as
y desilu
Nonadas sobre el rapport
en
el trabajo de campo, sobre
las
idas
v
venidas, la simpatía y la impaciencia, la vulnerabilidad y el
ni Hamiento del trabajo etnográfico. La única privacidad, el único
111manente de Eu ropa aquí, es el pensamiento. Y luchando con su
pupel de observador
cultura
l, anota: mi interés en los nativos es
dt masiado
genera
l
e n rea
lidad, lo
es mi in terés
en la
gente
como
to
do-;
no reacciono espontáneamente frente a ellos como
una
p11r
sona, sa lvo raras excepciones. Sólo
la
comprensión de que algo
fiiiC conozco en mí es sabido por otro puede de repente
¿qué?-
clt•Hpertarme hacia él. No lo sé. De otro modo, puedo conocerlo pero
uolo me interesa en re lación con los demás. Lo siento, todo esto es
11111y insulso ..
Está
lejos de
ser
insulso.
Hiere profundamente. Si bien en sus
1 rtas Deacon cuestionó seriamente las relaciones etnográficas
llttorper sonales y
la
posibilidad de d
erivar
teorías antropológicas
I IIIY abarcadoras, y si bien sintió a veces una enorme brecha que
In Hepa
raba de
la
gente compl
eja al
alcance de su mano , esto no
hnHa pa ra inferir que tenía constantemente una sensación de
trxtrañamiento
en las
Nuevas Hébridas.
Hay
momentos de
in tensa
tlirha, de cercanía con la gente y el luga r . Aparentemente sus
nrllitriones lo apreciaban mucho. Y
hay
momentos de claridad
67
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 33/66
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 34/66
3
Prácticas espaciales:
el
trabajo
e
campo el
viaje la disciplina
de
la antropología
Al día siguiente del terremoto de Los Angeles
en
1994, vi por
l11lnvisión
una entrevista
a un especialista
en
suelos. Manifestó
qtll l había estado en el campo esa mañana buscando nuevas
fullnH. Sólo después
de
uno o dos minutos de conversación, corn-
Il'
nndí
que
el científico
había
estado todo el tiempo sobrevolando
,,¡
li i'Oa en
un
helicóptero. ¿Pod ía considerarse esto un trabajo de
tlt
ttlpo?
Me intrigaba su concepto de campo, y me sentí de algún
tundo insatisfecho.
Mi
diccionario comienza
su
larga li
sta
de definiciones de
1 111l1po con una que describe un espacio abierto y
otra
que remi te
1111 11 espacio desbrozado. Un espacio donde la
mirada
no
encuentra
lu tpcdimentos y se halla libre para vagar. En antropo
lo
gía, Maree}
1:1
ln
ule fue pionero
en
el uso de la fotografía aérea,
un
método que
r
O
continuaron utilizando de tanto en tanto. Pero si bien la
i ó n
panorámica, real oimaginada, ha sido durante mucho
n p o
parte
del
trabajo
de campo, el campo
que
el especialista
Huclos
transporta
por aire no deja de ser un choque contradic-
' ''
io, un
oxímoron. En
particular
en geología ero
también en
l•ttltls
las cienciasque valoran el trabajo de campo-, la práctica de
ti VOHLigación en el terreno , observando detalles minúsculos , ha
1do
una condiciónsinequ non.
El
equivalente francés, terrain es
II iquívoco. Se suponía que los caballeros
naturalistas
debían usar
ltut.ns embarradas. El trabajo de campo está ligado a la tierra,
lltl.imamente comprometido con el paisaje natural y social.
71
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 35/66
No siempre fue así. Henrika Kuklick (1997) nos recuerda que
el movimiento
hacia la
investigación de campo profesional
en una
amplia
gama
de disciplinas, incluyendo la antropología, se dio en
un
momento histórico particular: a fines del siglo
XIX. En ese
momento, se adoptó rápidamente la presunción de que el trabajo
profesional debía
ser
circunscripto, empírico e
interacti
vo.
El
trabajo de campo pondría a prueba la teoría; daría pie a la
interpretación.
En
este
contexto, el hecho de sobrevolar
la
zona
afectada
en un
helicóptero me parecía
un tanto
abstracto. Sin embargo, tras re
flexionar
un
poco, debí
admitir
que el especiali
sta en
suelos
realizara su práctica de ir al campo , aunque nunca lo pisara . De
algún modo, su uso del término
era
pertinente. Lo que importaba
no
era
sólo la adquisición de datos empíricos frescos.
Una
fo-
tografía
satelita
l podía aportarlos. Lo que
daba
validez a
trabajo de campo
era
el acto de salir físicamente hacia un espacw
desbrozado de trabajo
Salir presupone
una
distinción espacial
entre una base
conocida y
un lugar
exteriorde descubrimiento.
Un
espacio desbrozado de trabajo significa que es posible
mantener
a
raya la
s influencias distractoras.
Un
campo, por definición,no
está
invadido
por la
maleza. El especia
lista
no
podr
ía haber
hecho
su
t
rabajo de campo en helicóptero en
un
día brumoso, del mismo
modo que un arqueólogo no puede excavar adecuadamente un sitio
habitado o sobre el que
hay
construcciones. Así,
un
antropólogo
puede considerar
que
es necesario limpiar
su
campo, al menos
conceptualmente, de
turistas,
misioneros o tropas gubernamen
tales.
Salir
a
un
espacio de trabajo presupone.prácticas específicas
de desplazamiento y una atención concentrada, qisciplinada.
En este
ensayo, espero
aclarar un
legado antropológico cru
cial y ambivalente: el papel del viaje, del desp lazamiento físico y de
la
residencia
temporaria
lejos del hogar, en la constitución del
trabajo
de campo.
Analizaré
el
trabajo
de campo y el viaje
en
tres
secciones. La
primera pasa
revista a algunas producciones re
cientes
en la
antropología socioc
ultural
, señalando los aspectos
en
que se
hallan
cuestionadas las prácticas clásicas de investigación.
Mi intención
es
develar por qué el trabajo de campo sigue siendo
un
ra sgo central de la autodefinición disciplinaria. La segunda
sección
se
concentra en el trabajo de campo como
una
práctica
espacial corporizada, mostrando cómo, desde los comienzos de este
siglo, fue estructurándose
un
cuerpo profesional disciplinado, a lo
72
lurgo de
una
frontera cambiante con
las
prácticas de viaje litera
' ias y periodísticas. En oposición a estas formas de conocimiento
1 < ndenciosas,
super
ficiales y subjetivas,
la
investigación antro-
1 O
ógica se orientóhacia la producción de un conocimiento cultural
profundo. Sostengo que la frontera
entre
ambas es inestable y que
•w renegocia constantemente. La terce
ra
sección pasa revista a las
l'
l'fticas actuales relativas a
las
historias normativas de viaje
'uroamericanas que
durante mucho tiempo
han estructurado las
wácticas de investigación de
la
antropología.
Las
nociones de
t•omuni
dad
interiores y exteriores,
patria
y
ext
ranjero, campo y
•n
otrópoli, se ven cuestionadas cada vez más por tendencias
poHexóticas y descolonizadoras. Es mucho menos claro qué
cuenta
hoy como
trabajo
de campo aceptable,
cuál
es la gama de prácticas
nt-t
paciales desbrozadas por
la
disciplina.
Tomo
prestada la
frase práctica espacial del libro de Michel
d r t e ~ u The Practice ofEveryday ife (1984). Para De Certeau,
¡;1 espacio
nunca es
algo ontológicamente dado.
Surge de un
mnpa discursivo y de una práctica corporal.
Un
barrio urbano, por
PÍI'mplo, puede establecer
se
físicamente de acuerdo con
un
plano
t
i
calles. Pero
no
es un espacio hasta que se da una práctica de
fi('Upación activa por
part
e de
la
gente, hasta que se producen los
IIH
>v
imientos a
través
de él y a su alrededor. Desde
esta
perspec-
1 vn,
nada
está dado en lo que se refiere a
un
campo .
Este
debe
ser
ll'llbajado,
transformado en un
espacio soci
al
distinto, por
las
prncticas corporizadas del viaje interactivo. Tendré algo m
ás
que
docir, ·a medida que avancemos, sob
re
el sentido extenso y las
lrmitaciones del término viaje , tal como yo lo utilizo . Y me
llt'llparé, sobre todo, de
las
normas y tipos ideales. En la introduc
l't ln a
una
importante compilación de ensayos sobre el campo en
l
nntropología, Gupta y Ferguson (1996) sostienen que la práctica
t•omún rec
urre
potencialmente a
una amplia gama
de actividades
l
nográficas,
algunas
de ell
as no
ortodoxas
según
los cánones
nwd ernos. Pero
también
confirman
qu
e, desde
la
década de 1920,
hll prevalecido una norma reconocible en los centros académicos
tlt• Europa y
Estados
Unidos.
1
El trabajo de campo antropológico
lln representado algo específico dentro de los métodos sociológicos
v •Lnográficos que muchas veces se superponen:
un
encuentro de
l
tl
vcstigación especialmente profundo, extenso e interactivo. Esto,
por supuesto, es el ideal. En
la
práctica, los criterios de profun
dida
d en
el
trabajo
de campo (duración de
la estadía,
modo de
7
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 36/66
inl.ot'lll'
t'i
6rl ,
vi
Hla:; repelidas , aprendizaje de lenguas),
han
varia
do, Lll ÜO como lo han hecho las experi
encias concretas
de
inv
es ti
gación.
Esta multiplicidad de prácticas desdibuja
cualquier
significa
do nítido y referencial del "trabajo de campo". ¿De qué
estamos
hablando cuando invocamos el
trabajo
de campo antropológico?
Antes de proseguir, debo detenerme
un
momento en este problema
de
la
definición. La semántica el
emental
distingue
varias formas
en
que se
sostienen
los significados:
grosso modo
por
referencia,
concepto y uso. Voy a partir
primeramente
de las dos últimas ,
comúnmente calificadas como "mentalistas" (Akmajian et al. ,
1993: 198-201).
Las
definiciones
conceptua
l
es
usan un prototipo,
a menudo una
imagen
visual,
para
definir un centro con referencia
al
cual
se evalúan
las
variantes
. Una famosa fotografía de la
carpa
de Malinowski clavada
en
medio de una ald
ea
trobriandesa ha
servido durante
mucho
tiempo como una
potent
e imagen
mental
del trabajo de campo antropológico. (Todo el mundo la "conoce",
pero ¿cuántos
podrían
describir la escena concreta?) Ha habido
otras imágenes: visiones de interacción personal;
por
ejemplo,
fotografías de
Margaret
Mead, i
nclinada atentamente hacia
una
madre balinesa y
su
bebé. Además, como ya lo he sugerid
o,
la
misma p
alabra
"campo" evoca imágenes mentales de espacio
desbrozado, cultivo, trabajo, territorio. Cuando
hablamo
s de tr a
bajar
en el campo, o r al campo,
nos basamos en
imág
enes
me
ntales
de un lugar específico, con un
adentro
y un afuera, al que
se
llega
mediante prácticas de movimiento físico.
Estas
imágenes
mentales enfocan y limitan
las
definiciones.
Por
ejemplo,
hacen
que
resulte extraño decir que un
antropólogo,
cuando habla
por
teléfono
en
su
oficina,
está
haciendo trabajo de
campo
in
cluso si lo
que
en re alid
ad
hace es recoger datos etno
gráficos de manera disciplinada e in teractiva. Las imágenes
ma
terializan
conceptos, produciendo
un
campo semántico que parece
claro en el "centro" y desdibujadoen los "bordes".
La misma
función
es servida por más conceptos abstractos. Varios fenómenos se
reúnen a
lr
ededor de prototipos.
Hablaré, por
deferencia a Kuhn
(1970: 187), de
ejemplares .
Del mismo modo que
un
petirrojo se
considera un pájaro más típico que un pingüino,
ayudando
as í a
defini r el concepto "pájar
o ,
ciertos casos
ejemplares
de
traba
jo de
campo si
rven
de anclaje a experiencias heterogéneas. El trabajo
74
d ' campo "exótico", realizado a lo largo de un período continuo de
por lo menos un
año, ha
fijado d
es
de
hace
algún tiempo, la norma
t•nn refe
rencia
a la cu al se juzgan otras prácticas. A
pa
r
tir
de este
c
uc
mpla
r,
las
diferentes prácticas
de investigación de cruce cultu
r•
nl
se
parecen
menos a un
trabajo
de campo "real" (Weston, 1997).
¿Real para q
uién?
El significado de
una expresión es
de
termi
nndo en última instancia
por
una comunidad de lenguaje. Este
t•t•itcrio de uso
abre
espacio para una
historia
y
una
sociología
de
luH ignificados.
Pero,
en el
presente
caso,
se ve
complicado,
por
la
t•i
rc
unstancia
de que aquellas pe
rsonas
reconocidas como an t ropó
ltrf OS (la comunidad
relevante
) son definidas
críticamente por
el
hecho de haber aceptado y realizado algo cercano (o lo suficiente
tllcnte cercano) al "trabajo de campo re al
.
Las
fronteras
de la
t•
om unidad relevan
te
han
sido establecid
as
(y lo son,
cada
vez
má s
)
0diante lu
chas
en
torno de los posibles significados aptos del
1"·mino. Esta complicación
se halla
presente, hasta cierto punto,
11
11
todos los criterios de uso comunitario para definir el significado,
tt
ll
pccialmente cuando
están en
juego "conceptos esencialme nte
t'liOStio
nados
" (Gallie, 1964). Pero
en
el caso de los antropólogos y
td"t rabajo
de
campo", el vínculo
de
constitución
mutua
es
desacos
~ t m b r d m e n t e
estrecho. La comunidad no
usa
(define) simple
II nte
el
término "trabajo de campo"; es materialmente u tilizada
Id< inida)
por
él. Una serie diferente de significados configuraría
ttr
lt\ comunidad
di f
erente de antropólogos y viceversa. Los riesgos
ttociop.olíticos que
suponen
estas definiciones roblemas de in
'iu
f;
ión y exclusión, de centro y
periferia- deben
permanecer
X
pl
ícitos.
ll r·onteras disciplin ri s
Considérese el proyecto de Karen
McCarthy
Brown, que
I H
t.
udió a
una
sacerdoti
sa
vudú
en Brookl
yn
(y la
acompañó
en
una
vlH
ta
a Haití). Brown viaja ba
por
el campo en auto, o en el
metro
dt Nueva York, desde
su
hogar en Manhattan.
Su
etnografía e
ra
Jlll nos una
práctica
de residencia
intensiva
(la "carpa
en
la aldea")
una cuestión de visitas repetidas y de trabajo colaborativo.
O
1 1vez, su
trabajo
incluía lo
que Renato
Ro
sa l
do llamó a
lgu
na vez,
r nlizando qué es lo que distingue a la etnografía antropológica ,
"l'r
c
cuentación
profunda .
2
Antes de
trabajar con Alourdes , su
75
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 37/66
tema
de estudio, Brown
habí
a realizado viajes de investigación a
Haití. Pero cuando visitó a Alourdes por prime
ra
vez experimentó
un nuevo tipo de desplazamiento:
Nue
st
r
as fosas
n
asa
l
es se
llenaron con olores a carbón de le
ña y carne
as ada y
nuestros oídos con trozos sobrepuestos de salsa, reggae
y
la
cadenciosa monotonía de lo
que
los hai
ti ano
s llamanjazz. Se podían oír
a
nimada
s conversacion
es
en el francés criollo de Hai tí,
en
español y
en
más de un dialecto lírico del
in
glés. La calle
era
un alucinado tapiz de
tiendas: Chicka-Licka, el Bazar Ashan ti , una iglesia cristi ana con una
tienda
en su frente, de nombre improbableme
nt
e
la r
go
y
especí
fico,
un
restaurante
haitiano,
y
Botánica Shango: una de
la
s bot
icaria
s de
las
religiones africanas del Nuevo Mundo que ofrecía polvos para la buena
suerte y para enriquecer
se
r ápid amente , raíces del
Eminente
Juan el
Conquistador
y
velas votivas marcadas
por
los Siete Poderes Africa
nos. Me hallaba só
lo
a unos pocos kilómetros de mi casa en el Bajo
Manhattan, pero
sen
tí como si hubiera tomado un desvío equivocado,
me hubi
era resbalado
por
una grie
ta
e
nt r
e mundos y
reap
arecido en la
calle princip
al
de una ciudad tropical. (Brown, 1991: 1)
Podemos com
pa r
ar es
ta
escena de llegada (Pratt, 1986) con
la famosa frase de Malinowski:
Imagíne
se
usted in
s
talado
en
la
playa de una isla trobriandesa (Malinowski ,
1961
). Ambas cons
tr uy
en
retóricamente un lugar tropical, muy diferente, un topos
y un tópico para el trabajo que seguirá. Pero la versión contem
poránea de Brown es presentada con cierto grado de ironía: su
ciudad tro pic
al
en Brooklyn es
se
nsorialmente
real e
imaginaria:
una ilusión , así sigue llamándola, proyectada por una viajera
et nográfica
en
una ciudad del mundo j m ~ n t híbrida. El
suyo no es un
estu
dio de vecindario (aldea urbana). Si tiene un
locus microcósmico, este es la casa de tres pisos en que vive
Alourdes a la sombra de la a utopista de Brooklyn-Queens: ho
gar
de
la
única
familia
haitiana
en
un
barrio
negro norteamericano. El
Hait í
de
la
diáspora, en esta
etnograf
ía,
ti
e
ne un
a localización
múltiple. La etnografía de Brown no se sitúa tanto por un lugar
concreto, un campo en·el cual entra y que habita
durante
algún
tiempo, como por una relación in terpersonal na mezcla de
observación, diálogo, aprendizaje y amis t d con Alourdes. Des
de esta relación que funciona como centro, se evoca
un
mundo
cultural de individuos, lugares, memorias y prácticas. Brown
visita, frecuenta
es
te mundo,
tanto en la casa
de Alourdes, donde
76
tienen lugar las ceremonias y la socialización, como
en
otros sitios.
1:1
campo de
Brown
está allí donde ella
se encuentra
con Alour
dcs. Vuelve, por supuesto, a dormir, reflexionar, escribir sus notas
.Ydesarrollar su vida hogareña en el Bajo
Manhattan.
Siguiendo la práctica establecida del t r abajo de campo, la
ntnografía de Brown contiene muy pocos detalles sobre
la
vida
t·otidianaen Manhattanen tremezclada con sus visitas a Brooklyn.
u campo p
erma
nece
separa
do, afuera . Y si bi
en
la relación
t'
tl
lt ura/objeto de estudio no
puede
ser
es
pacializada con nitidez, lo
,•ior to es que se visita intensamente un lugar dis tinto. Hay una
in cracción física,
interpersona
l, con
un
mundo definido, a menud o
tlxó tico, que conduce a una experiencia de iniciación. Si bien no se
observa la práctica espacial de
la
r esidencia, el hecho de vivir en
na
co
munidad, el movimiento de la etnógraf a adentro y afuera
tlol
campo, sus
idas
y ven idas, son sistemáticos. Uno se
pregunta
quóefectos tienen estas proximidades y dist ancias en el modo como
llt·own concibe y presenta su investigación. ¿De qué modo, por
m p l o retrocede en sus vínculos de
invest
igación a fin de escribir
tlllb re ellos? Esta toma de distancia se ha concebido de modo típico
l'omo
un
abandon
o
del campo, ese lugar clarament e alejado del
hogar (Cra
pan
zano,
1977) .
¿Qué diferencia aparece cuando nues-
0 informante nos ll
ama
a casa ru t
inariamente
para pedirnos
ny uda con una ceremonia, apoyo en una crisis, un favor? Las
pnícticas espaciales del viaje y las prácticas temporales de la
nHcri
tura han
sido crucial
es para la
definición y representación de
1 tópico la traducción de la experiencia en
marcha
y de la
rincada relación
en
algo distanciado y rep
resentab
le (Clifford,
1
1)9
0). ¿De qué modo manejó Brown esta traducción en un campo
l'uyas fronteras eran
tan
lábiles?
David Edwards pl
antea
un desafío similar, aunque
más
PXrcmo para la definición del trabajo de campo real , en
su
Afganistán, etnografía y Nuevo Orden
Mund
ial
.
Ingre-
1ldO en la an tropología con la esperanza de volver a Afganistán
¡utra llevar a cabo
un
estudio de aldea de tipo tradicional
en
nlguna comunidad montañosa , Edwards confrontó un campo
diHperso, desgarrado por la guerra: Desde 1982
,
he realizado
1
•nba
jo de campo en lugares variados, incluyendo la ciudad de
l'oHhawar,
Pakistán,
y varios campos de refugiados dispersos
en la
l't·ovincia de la Frontera Noroccidental.
Un
verano, también viajé
por el interior de Afganistán para observar
las
operaciones de un
77
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 38/66
grupo
de mujahadin
y he ·
pasado
bastante tiempo entre los
refugiados afganos
en
el área
de Washington
, D.C.
Por
último,
me
dediqué a
monitorear
las actividades de un grupo afgano de prensa
en
el ordenador
(Edwar
ds, 1994: 343).
La etnografía
multilocal (Marcus y
Fischer,
1986) es
cada
vez
más
famil
iar;
el
trabajo de campo mu
l
ti
local
es una
conjunción de
incongruencias.
¿Cuántos
sit ios
pueden estudiarse intensamen
te
sin que
queden
comprometidos los criterios
de
profundidad ?
3
El
trabajo de
campo
de
Roger Rouse
en
dos l
ugares
vinculados entre
sí
retiene
la noción de una
comunidad
única, aunque móvil (Rouse,
1991).
Karen McCarthy
Brown
permanece dentro
del
mundo
de
un individuo.
Pero
la
práctica
de
David
Edwards
es más
desperdi
gada
.
En
realidad,
cuando él comienza a unir
sus instancia
s
dispersas
de
la cultura
afgana , debe
apoyarse
en
resonancia
s
temáticas bastante déb iles y en el sentimiento común de ambi
güedad
que
producen, al
menos para
él.
Cualesqu
iera
sean la
s
fronteras
del objeto cultural con
mú
l
tiples modu
laciones de
Edwards
(
Harding,
1994
), la lista de prácticas
espaciales
que
adopta
para explorarlas es ejempl
ar.
Escribe
que ha
realizado
trabajo de
campo en
una
ciudad
y
en
campos
de
refugiados;
ha
viajado
para
observar
los
mujahadin;
ha
pasado
bastante tiem
po (¿concurriendo a algún si tio?
¿profundamente?)
con afganos en
Washington, D.C. y
ha estado
monitoreando
el ordenador de un
grupo de prensa afgano en el exilio. Esta última ac tividad
etnográ
fica
es
la
menos
cómoda
para Edwards
(349). A la
hora
de escribir,
sólo ha
estado
acechando ,
no
produciendo sus propios mensajes.
Su
investigación
en
Internet no
es todavía interactiva.
Pero
sí
es
muy informativa.
Edwards
escucha intensamente allí a un grupo
\
de
exiliados afganos -hombres, relativamente ,neos-
que se
preocupan juntos por
la política y
las prácticas
religiosas, p
or la
naturaleza y
las
fronteras
de
su comunidad.
Las
exper
iencias
de Karen McCart
hy
Brown
y
Dav
id Ed
wards sugieren
algunas de las presiones
corrientes
sobre el
trabajo
de
campo
antropo
lógico, visto como una
práctica
espacial de
residencia intensiva. El. campo
en la
antropología sociocultural
ha
estado
constituido por una
gama
históricamente específica
de
di
stan
cias,
fronteras
y modos
de
viaje (Clifford, 1990: 64).
Estos
el
ementos
están cambiando, a medida
que
la geografía de la
distancia
y la diferencia
cambia en las situaciones
poscoloniales/
neocoloniales, a m e
dida
que las relaciones
de poder
de la
investig
a-
78
c
ió
n
se
reconfiguran, a
medida que se
despliegan las
nuevas
t
'cnologías
de
transporte y comunicación, y a
medida
que los
ntüivos
son
reconocidos
por
sus experienc
ia
s mundanas especí
licas y sus
historias de residencia
y viaje (
Appadurai,
1988a;
C
lif
ford, 1992; Teaiwa, 199
3; Narayan,
1993). ¿Qué
queda
de
la
s
w ácticas antropológicas clásicas en estas
nuevas
situaciones? ¿De
qué modo la antropología
contemporánea
está
cuestionando
y
l
ml
l
abora
do l
as
nocion
es
de viaje,
frontera,
ca-residencia,
interac
c•
ión,
adentro
y
afuera que
han
definido el campo, y el propio
1 '' lb
a
jo
de campo?
Antes
de
atender a estas
preguntas,
es necesario contar con
idea
clara
acerca
de
cuáles
son
las
prácticas dominantes
del
cumpo
que
están en juego,
qué
aspectos de
la
definición discipli
ll lria limitan las controversias actuales. En
general,
el trabajo
de
111 111
po
entraña
el
hecho
de dejar
físicamente el hogar (
cua
l
qui
era
fu1 11 la definición que demos a
este término)
para
viajar,
ent
rando
v
Huliendo
de
algún escenar
io bien
diferente
Hoy, el escenario
P111'de ser las montañas de Nu
eva
Guinea; o un barrio, una casa,
111111 oficina, un hospital, una iglesia o un laboratorio. Puede
dofinírselo como
una
soci
edad
móvil,
la
de los camioneros
de
larga
IIIHLnnc
ia,
por
ejemplo, con tal
de
que
uno pase
largas ho ras en la
111
hina, conversando (Agar, 1985).
Se requiere una
interacción
1
11 1 nsa, profu
nda
, algo
canónicamente garantizado por
la prác
m espacial
de
una
residencia
prolongada, aunque temporaria, en
11111
1
comunidad.
El trabajo de
campo
puede
tam
bién comprender
n v s
vis it as
repetidas,
como en el caso
de
la tradición
norteame
' H ll na
de
la
etnología
en la
s
reservas. El trabajo
de
equipo y
la
l
vostigación a
largo
plazo (Foster
et
a
l.
, 1979)
se han
practicado
' '' •di versas maneras
en diferentestradicion
es locales y nacionales.
t•r·o
en
todos los casos, el
trabajo de
campo
antropo
lógico
ha
' i11 ido
que uno
haga algo más
que
atravesar el
luga
r.
Es
preciso
·d111
más que
realizar entrevistas, hacer encuestas
o componer
IIIICI Itnes periodísticos. Este
requisito
pe rsiste hoy,
encarnado
en
111111
amplia
gama de actividades,
desde
la ca-residencia hasta
,¡¡Y'I
Sa
s formas de colaboración e
in t
ercesión. El egado
del trabajo
ti,
,
cumpo intensivo define los estilos antropológicos
de
investiga
'
111
11 ,
es tilos
críticamente importantes para
el (auto)reconocimi
en
-
111
d fic
iplinario.
4
79
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 39/66
No
exis ten discipli
na
s naturales o intrínsecas. Todo cono
cimiento es interdisciplinario. Por ende, l
as
disciplinas se definen
y redefinen interactiva y competitivamente. Lo hacen al inve
nt
ar
tradiciones y cánones, al consagrar normas metodológic
as
y prác
ticas de investigación; al apropiarse,
trad
ucir, silenc
iar
y descar
tar
perspectivas adyacentes. Los procesos ac tivos de
discipli-
namiento operan
en varios niveles, definiendo dominios fríos y
calientes de la cultura disciplinar ia, ciertas áreas que cambian
co
n rapidez y
otras qu
e son r el
at
i
va
m
ente
esta
bles. Articulan, de
modos tácticame
nt
e cambiantes, el núcl
eo
sólido y el borde mane
jable de un dominio de conocimiento y de práctica de
in
vestigación
que es posible reconocer. La instit ucionalizac ión canaliza y retar
da, pero no puede detener estos procesos de redefinición, excepto
bajo am
enaza
de esclerosis.
Consideremos la s opciones que hoy enfrenta alguien que es
tá planificando su programa de un se
min
ario para graduados in
troductorio a la antropología socioculturai.5 Teniendo en cuenta
que el
seminar
io du rará apenas al
gunas
semanas, ¿has
ta
qué
punto es importanteque
lo
s futuros antropólogos lean a Radcliffe
Brown? ¿A Robert Lowie? ¿No sería mejor incluir a Meyer Fortes
o
Kenneth Burke?
A Lévi
-Stra
uss,
segu
r ame
nt
e .. pero ¿por
qu
é
no ta mbién a Simone de Beauvoir? Franz Boas, por supuesto .. ¿y
Frantz
Fanon? ¿Margaret
Mead
o
Marx
o E.
P.
Thompson, o Zora
Neale Hu rston, o Michel Foucau
lt
? Melville Herskovitz tal vez ..
¿y W. E. B. Du Bois? ¿St. Clair Drake? ¿Sería
importan
te trabajar
sobre fotogr afías y medios de información? El pare
nt
esco, que
alguna vez fue un núcleo disciplinario, es hoy activa
ment
e olv
id
a
do en algun as fac
ultad
es. La lin
gü
í
st
ica antropológica,
toda
vía
invocada como uno de los cu
at
ro campos canónicos, rec ibe hoy
una
atención desigual. En algunos
programas, es má
s probable
que se lea teoría li teraria, hi storia colonial o teoría del cono
cimiento .. Ci
ertas
nociones s
in t
éticas del
hombre
el a
nim
al
portador de cul t
ur
a , que alguna vez sirvi
eron
de elemento de
cohesión en la disciplina, hoy parecen an ticuadas o perversas.
¿Puede mantenerse el centro disciplinario? Al final, en el pro
grama
in
troductorio, se h
ará
un a selección híbrida, aten
ta
tanto
a las tradiciones locales como a las exigencias comunes,
co
n
autores reconocidamente antropológicos en el centro. (A veces ,
el
lin
eamiento disciplinar io puro será acordonado en un curso
de Historia de la Antropología, obligatorio o no .) La antropología
80
1
111 reproduce a sí mis
ma
a la vez que se compromete selectiva
relente con in ter locutores relevantes que provienen de la historia
ocial, de
lo
s estudios culturales, de
la
biología, de la
teoría
del
c•onocimiento , de las inves tigaciones sobre minorías y feminismo,
clt la
cr
ítica al discurso colonial, de la semiótica y los
es t
udios
uob re
lo
s medios, del an álisis literario y discursivo, de la socio
lo¡{ía, de la psicología, de la
lin
güística, de la ecología, de la
cc•onomía política; de ..
La
antropología sociocultural ha sido sie
mpre
una
disciplina
ll
uida,
re
a ivamen
e
abierta. Se ha enorgullecido de su capacidad
1
1
ra provocar, en riquecer y sin tetizar otros campos de estudio. En
1064,
Eric Wolf definió con optimismo a la antropolog ía como
una
di
Hciplina entre disciplinas (Wolf, 1964:x). Pero esta apertura
pluntea problemas
recurrent
es de autodefinición. Y,
en parte
,
tlt
bi
do
a que su extensión teórica ha seguido siendo tan abierta e
l11l.erdisciplinaria, a pesar de los intentos repetidos de limitarla en
maño, la disciplina ha enc
ara
do las
pr
ác ticas de investigación
c•omo elementos definitorios esencia les. El trabajo de campo ha
dt'Hempeñado
y ontinúa
haciénd
olo
-
una
función disciplinaria
t•t1n ra l. En la presente coyuntura, la cantidad de tópicosque puede
la antropología y el
co
njun
to de perspectivas teóricas que
puede desplegar son inmensos. En estas áreas, la disciplina es
rnliente : cambia constantemente, se
hac
e híbrida. En el dominio
c ás frío del trabajo de campo aceptable, el cambio también se da,
ptro con mayor lentitud. En la mayorí a de los medios antropológi
t'OH, se sigue defendiendo
activamente
el trabajo de campo real
contra otros
es t
ilos etnográficos.
El eje
mpl
ar exótico
-co-
residencia por períodos extensos
lc \ios del hoga r, la carpa en l a a ldea - mantiene una autoridad
r
on
siderable. Pero
en realidad
ha perdido el centro.
Las
diversas
prácticas espaciales que autorizaba, tanto como los criterios rele
vuntes
pa
ra
eva
luar
la profundidad y la
intensidad
,
han cam
hindo y siguen cambiando. Las condiciones políticas, culturales y
n('
onómicas co
nt
emporáneas aportan nuevas presiones y opor
hc
nidades a la antropología. La gama de posibles jurisdicciones
llltra el estudioetnográfico se ha
in
creme
nt
ado en forma dramática
v
' l caudal potencial de
mi
embros de la disciplina es m
ás
diverso.
H cuestiona su ubicación geopolítica (ya no tan firme en el centro
\II O americano). En este contexto de cambio y cuestionamiento,
la
ll cllropología académica lucha por r e
inv
e
ntar
sus tradiciones en
81
do on cuenta las
identidades inst
itucionales bastante firm
es
,
por
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 40/66
nuevas·circunstancias. Como las sociedades cambiantes que
estu
dia, la
di
sc
iplina
se
sost
iene en
fronteras desdibujadas
y controla
da
s, uti lizando estrategias de hibridación y rea utentificación,
asimilación y exclusión. .
Algunos problemas interesantes
so
br
e las
fronteras
su
rgen
del curioso trabajo de David Edwa
rd
s en la In t
ernet
afgana. ¿Qué
ocurriría si alguien estudiara la cultura
de
los es
pías
hackers)
de
ordenadores
(un proyecto de antropología perfec
tament
e acep
tab
le
en mucha
s,
si
no
en
todas, l
as
f
ac
ul t
ad
es de
Antropología) y
en el proceso nunca entrara en contacto físico con
un
solo espía?
¿Los
mes
es, incluso años, pasados en la Red
se r
ían considerados
trabajo
de campo? La inv
es t
igación
bi
en
podría aprobar la exigen
cia de estadía
prolongada
y el examen de profundidad /interacti
vidad. (Sabemos que en la R
ed pued
en
ocurrir
a
lguna
s conversa
ciones e
xtrañas
e inten
sas
.) Y el viaje electrónico es, después de
todo, un a especie
de
dépaysement.
Podría
incremen ta r la obser
vación participante
in t
en
sa en un
a comunidad diferente, y ello sin
la exigencia de tener
que
de
jar
físicamente el hogar.
Cuando
pregun
té
a varios antropólogos si les parecía
qu
e esto podía
cons
ider
arse
trabajo
de campo,
por
lo
genera
l r
es
pondieron tal
vez ; incluso, en
un
caso,
por
supuesto .
Pero
cuando insistí,
preguntándoles si supervisarían
un
a tesis doctoral
en
Filosofía
que se basara
principalm
ente en
este
tipo de
inv
es tigación
de
scor
porizada, dudaron o dijeron que no: tales experienci
as
no podr
ían
aceptarse
en
la
actualidad como
trabajo de
campo. De modo
que
según las tradiciones
de
la disci
plina,
se desaconse
jaría
al
gr a
du
ado que pensara
tomar semejante cur
so. Nos
enfrentamos
con
las limitaciones institucionales e
histórica
s que 1;e
fuerzan
la dis
tinción
entre
el trabajo de campo y
otras actividades
et
nogr
áfic
as
m
ás
amplias. El
trabajo de
campo en la antropología tiene el
se
dim
ento de una historia disciplinaria y
continúa
funcionando
como rito de
pasaje
y como
marca
de profesionalismo.
.
Una
frontera que actualm
ente
preocupa a la antropología
sociOcultural
es
la
que
la separa de un conjunto heterogéneo
de
prácticas
académicas a
menudo
llamadas estudios culturales .6
Esta
frontera
está
volviendo a organizar,
en
un nuevo contexto,
algunas de las divisiones y cruces
de
la sociolo
gía
y la antropología
establecidas hace mucho tiempo. La sociología cualitativa, al
menos, cuenta con sus
propia
s tradiciones etnográficas,
cada
v
ez
más r elevantes para
una
antropologi a posexoticista.
7
Pero
tenien-
82
Inmenos en los Estados Unidos, la frontera con la sociología no es
lun ingobernabl e como la
que
se esta
bl
ece con los
estud i
os cul
lllmles . Este nuevo lugar
de
cruce y cont rol
de fronteras
r
epi
t e en
purte
una
relación constante, tensa, con el textualismo o la
r 1t.ica literaria . El movimiento para recuperar la antropología
manifestado en los rechazos de la recopil ación
Writing Culture
11 liflord y Marcus,
19
86) y en tiempos más cercanos, a menudo
de
11 11 modo incoherente , en
un
a contundente falta de aceptación
de
l11 nntropolo
gía
posmodern a - constituye,
al día
de
ho
y, una
111 l.ina en a lgunos sectores. Pero la frontera con los
estudios
1
111
Lu
ra
les
pu
ede sermenos
man
ejable, pues es más fácil m
antener
11 1111
separación clara
cuando
el otro
di
sciplinario, ya sea la
teoría
li11
1
1 nrio-retórica o la semiótica textualista, carece de a l
gún
com
lil trl<'nte de
trabajo de
campo y, lo
que
es
más, de
una mirada
••l•1ográfica anecdóti
ca
frente los fenómenos
culturales.
Los
' 1Ludios culturales , tanto
en
la tradición
de Birmin
gh am como
lgunas de
sus
vetas sociológicas,
poseen
una tr adición etno-
1•
u
fi
ca desarrollada
mucho
más cercana al trabajo de campo
an
ll
upológico. La distinción Nosotros hacemos
trabajo
de campo,
• l
lo
H
hacen
análisis
d
el
discurso
es
más
difícil de
sostener.
\1¡: 11nos antropólogos h an buscado inspir
ac
ión en
la etnogra
fía
de
lu
t H
Ludi
os culturales (
Lav
e et a l. , 1992)y, en r
ea
lidad, hay
mucho
•111
11 11prender de sus
ar
tic
ul
aciones
cada
vez más complejas entre
1l11m , género,
raza
y sexualidad. Es más, lo que hizo
Paul
Willis
11111 los. muchachos de cla
se
obrera de
Learning to Lab ur
(
197
7)
n<
ompañá
ndolos
en
la escuela, hab lando con los padres , traba
l in
do
a su lado en el piso del tal ler- es comparable a un bu
en
11
du0o
de
campo. La
profundidad de
su interacción social fue sin
dudn mayor que, digamos, la que logró Evans-Pritchard
durante
l11 diez meses
que
pasó con los nuer hostiles y
mal
dispuestos.
Muchos proyectos antropológicos contemporáneos son difíciles
l
it di
HLinguir del t
ra b
ajo en los
estud
ios
culturales.
Por
ejemplo,
Hard
in
g está escribiendo una
etnografía
del fundament a
l
11111
cristiano en los Estados Unidos. Ha rea lizado una obser
u ton par ticipativa muy extensa en Lynchburg, Virginia, en el
lt
tftll
ior y en los
alrededores
de la iglesia de J erry
Fa l
well. Y, por
lfiiii 'H
Lo,
el
min
isterio
te
levisivo de
Falwell
y de
ot
ros como él le
11
11
1tiL
u n de gr an interés: constituyen
su
campo . En verdad, no
lit interesada tanto en
una
com
unidad es
pacialmente
de
finida
83
como en lo que ella
denomina
el discurso
de
los nuevos
fundamen-
dc
ntidad
en
lugares y
momentos
estratégicos. Estos
incluyen
el
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 41/66
talismos.8
Le preocupan
los
programas de
TV, los
sermones,
las
novelas, los medios
de
información
de
todo tipo, así como también
las conversacion es y los comportamientos cotidianos. La mezclade
observación
participante,
crítica
cultura
l y
de
los medios, y
análi-
sis del discurso que practica Harding es característica del trabajo
que hoy se
realiza
en las zonas etnográficas fronterizas. ¿Hasta
qué punto
dicho
trabajo
es antropológico ?
¿En qué
se diferencia
la
frecuentación
de los
evangé
licos de
Lynchburg de
los
estudios
de
Willis o
de
Angela McRobbie sobre la cultura
juvenil
en Gran
Bretaña
o de los trabajos anteriores de los sociólogos pertenecien-
tes a la
Escuela
de Chicago? Hay diferencias, sin
duda,
pero estas
no se unifican como método distinto y existen considerables super-
posiciones.
Una diferencia importanteestá en
que
Harding
insiste
en que
una parte
fundamental de
su
trabajo
etnográfico debe
incluir
la
convivenci con
una
famila
cristianoevangélica. En realidad, e
ll
a
informa que cuando dicha
convivencia
tuvo
lugar, sintió
que había
realmente
penetrado en
el campo .
Antes
se había alojado en un
motel. Podría pensarse que esto
constituye
una articulación clási
ca
del
trabajo de
campo, desplegado
en
un
nuevo
escenario.
Y,
en
cierto sentido, lo es.
Pero
forma
parte
de un
descentramiento
potencialmente esenc
ial
, puesto
que
no
cabe considerar al
período
de co-residencia intensiva en
Lynchburg
como la esencia o núcleo
del proyecto,
para
el
cual
el mirar
televisión
y l
eer fueran
s
ub
si
diarios. En el proyecto
de Harding,
el trabajo
de
campo era una
manera importante
de
descubrir
cómo
se vivía el
nuevo
fundamen
talismo
en
términos cotidianos. Y si
bien
le ayudó
por
cierto a
definir
como
antropo
lógico
su
proyecto híbrido, fue un enclave
privilegiado
de profundidad
in te
ractiva
o iniciación.
El trabajo
de
Harding es un ejemplo
de
la investigaciónque se
nutre
de
los
estudios
culturales, el an áli
sis
del disc
urso
y los
estudios
de género
y medios, sin abandonar los rasgos antropoló
gicos
centrales
.
Señala
una dirección
actual
p
ara
la disciplina,
según
la cual el
trabajo
de campo sigue siendo necesario, pero ya
no se lo ve como un método privilegiado. ¿Significa esto que se h a
abierto
la
frontera institucional
entre la antropología, los
estudios
culturales y otras tradiciones emparentadas? De ningún modo.
Precisamente porque
los cruces
son
tan
promi
scuos y las super
posiciones tan frecuentes, se
estab
lecen acciones
para
reafirmar la
84
roces
oiniciativo
de
los certificados
de
graduación, y los
momentos
11 que la gente debe enfrentarse con
negativa
s
de trabajo,
financia
¡·ión o autorización. En el disciplinamiento cotidiano que forma
tropólogos y no especialistas
en
estudios culturales, se
reafirma
u frontera,
de
un modo rutinario . Tal vez en una forma más
¡Htblica,
cuando
se aprueban los proyectos
de
campo
de
los
l H
t.udiantes
graduados,
las prácticas espaciales distintivas que
ht
tn
definido a la antropología
tienden
a
reafirmarse
a
menudo sin
¡toHbilidades
de
negociación.
El concepto del campo y
la
s
prácticas
discipl
inarias
asociadas
t•
on
61 constituyen
un legado
fundamental
y
amb
iguo para la
t•ntropología. El trabajo de campo se ha convertido en un proble
lllu
, debido a sus asociaciones
históricas
positivistas y colonialis
lttH el campo como laboratorio , el campo como lugar
de
descu
ln·inliento para transeúntes privilegiados).
También
se
ha
vuelto
difícil
de
circunscribir, dada la proliferación
de
tópicos et-
nográficos y
las
condensaciones
de
tiempo-espacio (
Harvey,
1989
,
l'llt'acterísticas
de
las situaciones posmodernas, poscoloniales/
•oc
oloniales. ¿Qué va a
hacer la
antropología con
este
problema?
..iempo
lo
dirá. El trabajo de
campo,
una
práctica
de investiga
l i(m
fundada en la
profundidad
interactiva y en la diferencia
nH paciali
zada, se
está
retrabajando
(según el
término utili
zado
po1·Gupta y Ferguson), pues
constituye
una
de
las
escasas
marcas
IOIAtivamente
claras de la
di
stinc
ión disciplinaria
que aún
quedan.
1Yoro-
qué
am p
li
tud puede tener la gama de
prácticas aprobadas?
cuán
desce
nt r
ado
(Gupta
y
Ferguson
)
puede
volverse el
ll'llbajo
de
campo sin
transformarse simplemente
en
uno de
los
n ótodos etnográficos e históricos utilizados por la disciplina, en
l'llncierto con otras disciplinas?
La
antropo
lo
gía
ha sido siempremás que un trabajo
de
campo,
p t ~ r o el
trabajo de
campo era algo
que
un antropólogo tení que
h11ber
hecho, con
mayor
o
menor
eficiencia,
por
lo menos una vez
Hu
vida
profesional.
9
¿Cambiará
esto?
Quizás ocurra. Tal
vez el
lr·ubajo
de
campo se
transforme en
una mera herramienta de
Investigación y deje
de
ser un requisito esencial o
un
calificador
wofesional.
El
tiempo lo dirá. Al
día de
hoy,
sin
embargo, el
trabajo
dt campo sigue siendo
críticamente importante:
un proceso
de
di Hciplinamiento y un legado ambiguo.
85
l
habitus del trabajo de campo
cs. En los primeros años de v
id
a de la ant ropolo
gía
moderna,
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 42/66
La institucio
nali
zación del
trab
ajo de campo a fin es del siglo
XIX
y comienzos del xx puede e
nt
end er
se
de
ntro de
una
hi
storia más
ampli
a del v
iaj
e . (Uso el t é
rmino
en un se
ntido
amplio; volver é
sobre es
te
punto enseguida.) El trabajador de campo antropológico
fue el
último
en
llegar
ent re los occidentales
que
v
iajab
an y
resid ían fuera de su país. Exploradores, misioneros, funcionarios
coloniales , c
om
erc ia
nt
es , colonizadores e
in
ves
ti
g
ador
es de cien
cias naturales eran
figura
s bien es t ablecidas antes de que sur giera
el
profesional
antropológico en-el-teiTeno.
Ante
s de Boas, Mali
nowski, Me
ad,
Firth
y otros, el es tudioso de an tropología per
manecía usualmente en su
patria
, procesando información etno
gráfica
que
le env
iab
an hombres que
es
taban en el lu
ga
r y
que
se
reclutaban e
ntre
los transeúntes antes mencionados.
Si
los es tu
diosos metropolitanos se a
venturab
an a sa li r, lo
hacían
en expedi
ciones
de
r econocimiento o destinadas a la recolección
de
piezas
para los
muse
os.
Se
an
cu
a
les
fuer en
la
s excepcion
es
a e
st
a regla
que pueden ha ber existido, la hondura in teractiva y la ca-res iden
cia no eran
todav
ía r equisitos profes ionales.
Cu
a
ndo
los s
eguidores
de Bo
as
y Ma
linows
ki
comen
za
ron
a
abogar
por el tr abajo
de
campo intensivo, se requirió un esfuerzo
par a difere
nciar
el tipo de conocimie
nto antropol
ógico producido
con este método, del adquirido por otros residentes de la rga
da t
a
en l
as
áreas
es
tudiad
as
.
Otro
s disciplinarios , por lo menos
tr
es,
fue
ron
mantenidos a distancia prudencia
l:
el
mi
sionero , el funcio
nario colonial y el esc
ri
tor de viaj
es
(periodista o exótico literario
).
Podría decirse mucho
de
las compl
ejas
relacionM de la a
ntrop
ología
con es tos tr
es a
lt
er egos
profesionales cuyos informes s ustancial
mente amateurs in te
rv
encionista s y subj e
ti
vos de la vida
indí
ge
na serían d
es t
ruido
s por la ciencia ,
seg
ún la exp res ión de Mali
nowski.10 Vo y a concentr arm e a
qu
í en la front
er
a con el viaje
li
terarioy periodístico. Como principio metodológico,
no
pres
upon
go
las au todefiniciones de la disciplina, ya sean positivas
(
tenemos
un a prácti
ca
de inv
es
tigación y un a comprensión de la cultur a
hu man a especial es ) o negativas (
no
somos misione
ro
s, ni funcio
narios coloniales
ni es
critor
es
de viajes ). An t
es bi
en , afirmo que
estas definic
ion
es deben se r producidas, negociadas y ren
eg
ocia
das activame
nt
e a tr avés de relaciones
hi
stóricas
ca
mbiantes. A
menudo es más fácil decir con claridad lo que
uno no
es, que lo que
86
1
ndo
la
disciplina
tod
a
ví
a se ocupa
ba
de
es
t a
bl
ecer su
tr
adición
tii
ii
Lntiva de inves tigación y sus ejemplos de aut
oridad
,
la
s defini
•
o
n
es ne
ga tivas eran de s
um
a
import
ancia . Y en
ti
e
mpo
s de
ltlnnLidad incie
rt
a (t ales como el prese nte), se puede logr
ar
un a
tl
nfin ición más efect i
va
con la designación de
af
ue
ras
claros más
t¡I
I con el in te
nto
de
reducir
entr
os
siemp re
di
ver sos e híbridos
a unidad es ta
bl
e. Un
pr
oceso má s o m enos pe
rm
anen
te
de
tii
Hc
i
plinamiento
en
la
s orillas afianza
front
era s reconocibles en
11111 enmarañadas zonas fronter izas.
Los via
jero
s
de
la
investig
ación antropológica
dep
e
nd i
e
ron
en
v n ncra l, por sup ues to, de los misioneros (para la gramáti
ca
, el
lt'll llSporte, las pr esentaciones y,
en
ciert os casos,
para un
a
tr
a
tlu ·ción de
la
le
ngu
a y las cos tumbr
es
má s
profunda
que la
qu
e
IH •t-de adquirirse en una visit a de
uno
o dos años). La di fer enci a
I'
IIL
re el
tr
a
baj
a
dor
de c
ampo prof
esional y
el mi
sionero,basada en
reales
de
propósitos y acti tud, debió ser afir mada,
1
u 1
c
ontra
ste con
ár
eas
igu
alme
nt
e reales de s
uperpo
sición
Y
Lo
mi
smo ocurrió c
on
los regímenes coloniales (y
111\0C
oloniales):por lo gene
ra l
, los etnógrafos afirmaron su objetivo
ti•
•
com
prender
, no de gobe
rn
ar ; de cola
borar
, no de ex
plot
ar . Pero
no les impidió nav
ega
r en la sociedad
domin
a
nt e
,
di
sfrutando
,, menudo
de
los privilegios otorgados
por la pi
el
blanc
a
Y
de
un
a
IIIIJ{uridad fís
ica
en el campo garantizada por una
hi
storia de
pn
•vi
as
ex
pedi
cion
es puniti
vas y de contr ol (
Schn
e
ider
, 1995:
1 \9 . 'El trabajo de
campo
cient ífico se separó de los regímenes
t•t
ll
onial
es
al
proclam
ar
se
apolítico. Est a
di
stinción
es ho
y cu
es
ltonada y renegociada an te el surgi
mi
e
nto
de movimientos ant ico
lun
iales que han tendido a no reconocer la distan cia reclamada por
loH
an tropólogos c
on
r
es
pecto a los
cont
extos de dominación
Y
pt·ivilegio.
La
perspec
ti
va li t
erari
a y
tr
ans
itoria
del esc
ritor
de viajes,
II'Ch
aza
da con fuer za por el disciplinamiento del tr abajo de
ca
mpo,
1
·ontinúa te
nt
ando y contaminando las
pr
ác ticas científicas de
d(•Hcripción
cultural.
Los antropólogos s
on
,
por
lo general, gen
te
qu
e se
va
y esc
rib
e. Visto en un a
la r
ga perspecti
va hi
stórica, el
lrnbajo de ca
mp
o
es un
conjunto
di
s
tint
ivo d e prá cticas de
via
je
(umplia, pero no exclusivamente, occidentales) .El viaje y el discur
uo de viaje
no
debieran
reducirse
a la tr adición relat
iva
mente
rociente del viaje li terario, concepción estrecha
qu
e sur gió a fin es
87
del sigloXIX y comienzos del xx.
Esta
noción de viaj e
se
estructuró
udores de campo:un cambio compartidoconotras ciencias(Kuklick,
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 43/66
en contraste
con una
etnografía naciente
(y otras formas
de
investigación
de
campo científicas ) por un lado, y con el turismo
(una
práctica
definida como
incapaz de producir
un conocimiento
serio) por el otro. Las
prácticas espacia
les y textuales de lo que hoy
podría
llamarse
el viaje sofisticado una
frase tomada
de los
su
plementos del
New York
im
es para
at
raer
al viajero indepen-
d
.
t
11
f .
d
1en e - unc10nan entro de una elite y
un
sector
turístico
altamente
diferenciado,
que
se
definen
por
la
sigu
iente
declaración:
No
somos turistas . (Jean-Didi
er
Urbain, en
L'idiot du voyage,
(1991) ha
analizado
a fondo esta formación discursiva. Véase
también Buzzard, 1993, y el cap. 8, más adelante.) La tradición
literaria
del
viaje sofisticado , cuya desaparición
han lamentado,
entre otros, críticos como Daniel Boorstin y Paul
Fussell
es
.
'
remventada por una larga lista de
escritores contemporáneos:
Paul Theroux,
Shirley Hazzar
d,
Bruce Chatwin,
Jan Morris,
Ronald Wright y otros.l2
El 'viaje , tal como utilizo el
término,
abarca un a
variedad de
prácticas
más o menos voluntaristas
de
abandonar el hogar
para
ir a otro lugar.
El
d
esplazamiento ocurre
con un propósito de
ga
nancia:
material,
espiritual,
científica.
Entraña
obtener
cono
cimiento y/o tener una experiencia (excitante, edificante,
pla
centera,
de
extrañamiento o
de
ampliaciónde
horizont
es). La larga
historia del viaje que incluye l
as
prácticas
espaciales
del
trab
a
jo
de campo es sobre todo occidental, fuertemente
masculina
y
propia de la
clase
media
alta
. Actualmente
está
n apareciendo
muchos buenos
trabajo
s críticos e históricos en este
terreno co
m
parativo, que prestan atención a los contextos políticos, económi
cos y regionales, así como a las de terminaciones y subversiones
de
gé
nero
, clase,
cu
ltura, ra za y psicología
individual
(Hulme, 1986;
Porter, 1991; Mills, 1991;
Pratt,
1992).
Antes de
la separación
de los géneros,
vinculada
con el
surgimiento del trabajo de campo mod erno, el viaje y la escritura
de
viajes c
ubrí
an un amplio espectro. En la Europa del siglo xvm
un récit de voyage
o libro
de
viaje podía incluir la exploración,
aventura ,
la
ciencia natural , el espionaje,
la situación
comercial, el
evangelismo, la cosmología, la filosofía y la etnografía. Hacia 1920,
sin embargo ,
las práctica
s
de inv
estigación y los inform
es
escritos
de losantropólogos estaban mucho más diferenciados.
Ya
no se los
definía como viajeros científicos o exploradores, sino como
traba
-
88
11)96). El campo
era un
conjunto distintivo de
práctica
s de
inves
ll¡:ación académica, tradiciones y
regla
s
de
pr esentación. Pero si
ltiPn las prácticas y
retórica
s pertinentes se
mantenían ac t
iva
nlcnte a raya en el proceso, el espacio disciplinar así clarificado
11\tnca logró verse enteramente libre de contaminación. Había que
l'i
1
COnstruir,
cambiar
y
redefinir
sus
fronteras. En realidad
, un
1110do de comprender el ex
perimentalismo
actual
de
la escritura
c1 nográfica es verla como
una
renegociación
de
la frontera, agóni
t•nmente definida a fines del siglo XIX con la escritura de viaje .
El
carácter literario , mantenido a distancia
en
la figura del
IIH(Titor de viaje,
ha
vuelto a la
etnografía
bajo la forma
de fuertes
til
'l'lcnsiones en
torno
del prototipo y la comunicación retórica de
loH
datos . Los hechos no hablan por sí solos; son envueltos en una
ll 'llma a
ntes
que recogidos, producidos en relaciones mundanas
lÁS
que
obs
erva
dos en contextos controlados.
13
Esta conciencia
1 11cien
te
de
la contingencia poética y política del trabajo
de
campo
una
conciencia impuesta a los antropólogos por los
de
safíos
r1nticoloniales
de
la posguerra a la
centralidad euronorteameri-
1
na-
se
refleja en un
sentido
textual más concreto de la ubicación
tl
l
et
nógrafo.
Elementos
de
la
narrativa literaria
del viaje
que
IIHa ban excluidos de las etnografías (o marginados en los prefa
l'
iw.¡
ocupan
ahora un lugar más
prominente. Estos incluyen
las
111las del investigador dentro y a
trav
és del campo ; el tiempo
en
la ciudad
capital, el
registro
del contexto nacional/
t
•nnsnacional; las tecnologías
de
transporte (llegar
allí
tanto como
II
Har allí); las
in t
eracciones con individuos dotados de
un nombre
una idiosincrasia, más que con
informantes
anónimos y repre
rwnlativos.
En
el
capítulo 1, traté de
de
scent
rar el
campo como
prác
tica
nuluralizada de
residencia,
proponiendo una metáfora transver
MHI:
el
trabajo de
campo como encuentros de viaje.
Descentr
ar o
ltllcrrumpir
el
trabajo
de
campo como res
id
encia no significa
l'
ilc
h
az
arlo ni refutarlo. El trabajo de campo ha sido siempre una
' •zcla
de práctica
s institucionalizadas de residencia y viaje.
Pero
111 la idealización
disciplinaria
del campo se ha
tendido
a subsu
'ir las
prácticas
espaciales
de
mover se desde y hacia,
dentro
y
f'uora -
de
atravesar- , en las
de
residir (vínculo, iniciación,
lhmiliaridad).
Esto
está cambiando.
Irónicament
e, ahora
que
lllucho del trabajo antropológico
de
campo se realiza (como en
el
89
caso de Karen McCarthy Brown) cerca del hogar, la materialidad
H• bien preserva las prácticas disciplinarias de interacción local
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 44/66
del viaje, para en trar
y
salir del campo, se vuelve
más
clara y
realmente consLitutiva del objeto/lugar de estudio. El trabajo de
campo en l
as
ciudades debe distinguirse
de otras
formas de
apreciación y viaje entre clases y
entre
razas, marcando una
diferencia con respecto a
otras
tradiciones establecid
as
del trabajo
social urbano y de la actividad liberal en los barrios marginales. El
hogar del viajero investigador exi
ste
en una relación previa politi
zada con el de la gente que se es tudia (o, para usar una expresión
contemporánea, la gente con
la
que se trabaja ). Esta
última
puede, a su vez, viajar regularmente,
hacia la
casa
base
del
in
vestigador, o desde ella, aunque más no sea en busca de emp leo.
(
El
conocimiento etnográfico , intercultural, de una
mucama
o
trabajadora doméstica es considerable.) Estas relaciones parale-
las, espacio-políticas a veces intersectadas, también
han
estado
presentes en la investigación antropológica exótica , particular
mente cuando l
as
afluencias coloniales o neocoloniales de ejércitos,
mercaderías, trabajo o educación vinculan materialmente los
polos del viaje para el trabajo de campo. Pero
las
imágenes de
distancia, m
ás
que
la
s de
in t
erconexión y contacto,
tienden
a
naturalizar
el campo como otro
lugar.
Las
rutas
socialmente
esta
blecidas, constitutivas de las
relaciones en
el campo, son
más
difíciles de ignorar cuando la investigación se realiza cerca, o
cuando los aviones y teléfonos achican la distancia.
Por ende, el trabajo de campo tiene lugar en relaciones
mundanas
y contingentes de viaje, no
en
sitios controlados de
invest
igación. Decir esto no disuelve simplemente la front
era
entre el trabajo de campo contemporáneo y el trabajo de viaje (o
periodístico). Existen importantes distinciones ge'néricas e insti
tucionales. El mandato de residir intensiva
ment
e, de aprender las ·
lenguas locales, de producir una
in t
erpretación profunda , es una
diferencia que crea una diferencia. Pero la frontera entre las dos
tradiciones relativamente recientes del viaje literario y el trabajo
de campo académico
está rep
lanteándose.
En
verdad, el ejemplo
ofrecido más arriba de los múltiples lugares de encuentro de David
Edwards acerca (peligrosamente,
dirían
algunos) el trabajo de
campo al viaje.Este acercamiento toma otra forma en la etnografía
innovadora de
Anna
Tsing In the R
e lm
of
the
Di mond Queen
(1993). Tsing realiza el trabajo de campo en un sitio exótico
clásico, l
as
montañas Meratus de Kilimantan del Sur, Indonesia.
90
t11l ' nsiva, su escritura cruza sistemáticamente
las
fronteras
entre
ul ~ n á l i s i s etnográfico y la narración de viaje. Su informe historiza
111 , to s
us
prácticas de residencia y viaje como
las
de sus sujetos,
dt rivando su conocimiento de encuentros específicos entre indivi
dtloa con diferentes grados de cosmopolitismo y género, no tipos
t•trlturales. (Véase,
en
particular,
la Parte
Dos: U
na
ciencia del
~ j e ) Su lugar del campo, en lo que ella llama un lugar fuera
t l ~ l camino ,
nunca se
da por sentado como un ambiente natural o
l•
ltd
icional.
Es un
espacio de contacto producido
por
fuerzas
lnc:nl.es, nacionales y tr ansnacionales, de las cuales su viaje de
vestigación form a parte.
Edwards y Tsing son un ejemplo de trabajo de campo exótico
11 los l
ím
it
es de una
práctica académica cambiante. En ambos,
tllf rentemente espacializados, observamos la prominencia cre
t
it'nte de prácticas y tropos asociados por lo ge
neral
con el viaje y
l11 •scr
it
ura de viaje_l4 Estos son hallables actualmente en mucha
ni nografía antropológica, configurando versiones diferentes del
lt1vestigador en ruta/enraizado ,del sujeto posicionado (Rosal
do , 1989: 7). Los signos de nuestro tiempo incluyen una tendencia
hncia el uso del pronombre de la
primera per
so
na
del
singular
en
loH nformes de trabajos de campo, presentados como relatos, más
,
1
ue como observaciones e interpretaciones. A menudo, el
diar
io de
1
11 po
(p rivado, y más cerca de los informes subjetivos de la
nttcrit
ura
de viaje)
se
cuela en los datos de campo
o
bjetivos . No
nH
OY' describiendo
un
movimiento lineal desde la recolección a la
nurración, desde lo objetivo a lo subjetivo, desde lo impersonal a lo
1
wrsonal, desde la co-residencia al encuentr o de viaje.
No
es
un
lltltmto de progresión, desde la etnografía hasta la escritura de via
· sino
más bien
de un equilibrio movedizo y de un
replant
eo de
t r•laciones clave que han constituido las dos prácticas y discursos .
Al seguir las
huellas entre la
s relaciones cambiantes de
la
n tropología y el viaje, puede ser útil pensar en el campo como un
hnbitus
más que
como
un
lugar, un conjunto de disposiciones y
prácticas corporizadas. El trabajo de las estudiosas feministas ha
t •sempeñado un
pa p
el crucial
en
la especificación del cuerpo
uocial del etnóirafo, al criticar las limitaciones de un trabajo
91
androcéntrico de género neutro y al
abrir
nuevas áreas
mayores
l ~ t t h i l u s
profesional
incluyen
los t r abajos de Leir is (1934, escrito
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 45/66
de comprensión .
15
De modo simila r,
las presion
es anticoloniales, el
análisis del discurso
co
lonial y la teoría racial crítica han desplaza-
do
del centro
al
trabajador
de campo
tradicional
,
predominant
e-
mente occidental y
bl
anco. Visto a la
lu
z de estas in tervenciones
el
habitu
s del trabajo de campo correspondiente a la generación de
Malinowski aparece como la articulación de prácticas específicas,
disciplinadas.
Este cuerpo
normativo no
era el de un
via
je
ro
. Al nutrirse
de
tradiciones
más
viejas del viaje científico, lo hacía en aguda
oposición a las ori en taciones
románticas,
literarias o
sub
jet ivas.
El cuerpo
legitimado
por el tr abajo de campo moderno no era un
aparato
se
nsorial que se movía a través de
es
p
ac
ios extensos,
cr
uzando
fronteras.
No estaba en una expedición o en un recon
o-
cimiento. Más bien,
era
un cuerpo que circulaba y trabajaba (
casi
podría
decirse
conmutaba
)
dentro
de un
espac
io de
limit
ado. El
ma pa local predominaba sobre la excursión o el itinerario como
tecnología de ubicación física.
Estar
a
llí
era más
import
ante
que
llegar allí (o irse de allí). El trabajador de campo era un hombre
de
su casa en el extranjero , no un visitante cosmopoli ta . Estoy, por
s
upuesto,
hablando
en
términos generales de normas
disciplina-
ri a
s y figuras te
xtual
es, no de expe
riencias
históricas concretas de
los antropólogos
de
campo. En dive rsos gr ados, estas diver
gía
n
de las normas y, a la vez, se hallaban limitadas por ellas .
No se concedió una expresión primaria a las emociones, parte
nec esaria de la empatía controlada
de
la observaciónparticipante.
No
podían ser
la
fuent
e pr incipal de juicios. públicos sobr e las
co
munidades en observación. Esto se daba particularmente en el
caso de
las
a
firm
aciones ne
ga t
ivas. Los juicios ~ o r a l e s y l
as
ma ldiciones del escritor
de
viaje, basadas
en
fru s
tracion
es socia-
les,
in
comodidades físicas y prejuicios, así como en la
crítica
funda
da
en
principios, fueron excluidos o mitigados.
Se
favoreció,
en cambio,
un
víncu
lo co
mpren
sivo y
un
af
ec t
o
mesurad
o.
Se
circunscribie
ron
las expresion
es
de entusiasmo y
amor
público .
El
enojo, la frustración, los juicios sobre individuos, el deseo y la
ambivalencia fueron a p
ar a
r a los
diarios privado
s.
El
escándalo
qu
e provocó, en
alguno
s sectores, la publicación del diario
ínti-
mo de Malinowski (1967) estuvo rel
ac
ionado con lo que dejó
e
ntrever
de un sujeto/cuerpomenos
mesurado
, racial y sex
ualm
ente
consciente,
en
el campo. Las primeras transgresiones públicas del
92
,
on\ diar io de campo), Bowen (1954, en
forma
de
novela
) y Jean
l t i¡ms (1970, en el
cual
las emociones
persona
les ocuparon,
quizá
ptll' primera vez, el centro de una monografía etnográfica).
Si
bien
se tendía a marginar las emociones, lo m
ism
o
ocurr
ió,
11 n m
ay
oría
de
los casos, con las experie
ncias
del in
vestigador
en
11111Le
ria
de
género, raza
y
se
x
o. El
género, al
que
ocasionalm
ente
n 111;ignaba importancia (en especial,
en
el caso de las mujere s
dt iH Lacadas ), no era públicamente reconocido como
elemento
•lu
l('
má t
ico
constitutivo
del proceso
de
in
vestigació
n. Margaret
Mt111d, por ejemplo, rea lizó varias
ve
ces su investigación y escribió
, umo una mujer , cruzando las
esferas
definidas
de
mujer
es
y
lwmbres, pero su persona
di
sciplinaria era la de una observadora
111ltural científicamente auto
rizada,
de un género sin ma rcar y,
pu t·omisión , masculino . Sus experim
entos
es tilísticos má s sub-
lt ¡
ivos , blandos , y sus escritos populares no le aportaron recono-
l tlllie
nto
dentro
de
la fraternidad
di
sci
plin
aria, donde
ella
adoptó
111111 voz m
ás
objetiva y dura .
Lu
tkehaus (1995) brinda
un
lttfbrme
co
n textual de estas ubicaciones h
istó
ri
camente
marcadas
por el géner o y
del
pers onaje cambiante
de
Mead. Los inv estiga-
dores
hombres
de la
ge
n
eración de Mead no investigaba
n como
hombres en tre mujeres y hombres definidos localmente. Muchos
tllft>rmes culturales s
up u
estamenteholísticos
estaba n
, de hecho,
ltw;ados
en
el
trabajo
intensivo con hombres solam ente. En suma,
I
H
limi taciones y posibilidades v
in
culadas
co
n el género del
nves
tigador no
eran
rasgos
sa lientes del habitus del campo.
Lo mismo
ocurrí
a con la ra za. En este caso la importante
l' t'Ílica
empírica
y teórica
de
las
ese
nci
as
raciales, por parte
de la
1111Lropología socioc
ul t
ural, sin duda
influ
yó sobre el habitus pro-
li tH
io
nal. La
raza
no era
la
formación social/hi
stó
ri ca
de
los
t•rfticos teóricos contemporáneos
de
ese concepto (por ejemp lo, Omi
y
Winant, 1986; Gilroy, 1987) s ino
una ese
ncia biológica,
cuyas
drtermin
acion
es
n
at ur
ales
se
veían
c
uestion
a
da
s
por las deter
-
nlinaciones contextuales de la cultura . Los an tropólogos, los
nHLudiosos
portador
es de
cultura,
neces
it
aban descentrar y sal
tar
por encima
de
líneas raciales presuntamente esenci ales. Su com-
prensión
in
te ractiva e intensiva
de
las f
orma
ci
ones culturale
s les
proporcionó una podero
sa
herr
am
ienta
contra
las reducciones
I II
Cales. Pero al
atacar un
fenómeno n tur l no co
nf rontaban
la
t•nza comouna formación históric
qu
e
ubicaba
políticamente a sus
93
~ u j e t o ~
Y ~ ~ e simu táneamente limitaba y fortalecía su propia
nHc proceso, la "s
up
erficialidad" del viajero y del escritor de
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 46/66
mveshgacwn ~ a ~ ; 1 9 ~ 1 : 3 Ocasionalmente, pudo vislum
b r ~ r esta posicwn: por eJemplo,
en
la introducción de Evans
P n t : ~ a r d
a
Los r:uer
(1940
);
pero no formaba parte del cuerpo
explicito, del habitus profesional del trabajador de campo.
. Como contraste, los escritores de viaje repararon con frecuen-
Cia en el color y hablaron desde una posición racializada.
Por
supuesto, _no
er a
n necesariamente críticos de
las
relaciones
qu
e
ello supoma, ¡a menudo, todo
lo
contrario El asunto no es celebrar
una
o ~ c i e n c i a r ~ l ~ t i v ~ m e n t e
mayor
de la
raza
y
el gén
ro
en
la escntura de VIaJe, smo mostrar cómo, por cont raste el habitus
del etnógrafo mitig.aba estas determ
in
aciones t ó r i c ~ s .
Por mu
y
marcada que estuviera porel género, la raza, la casta o el
pri
vilegio
de clase, l.a etnografía neces
itaba
trascender tales ubicaciones a
fin .de a r ~ I C un e
nten
dimi
ento
má s profundo, cultural Es ta
articulación ?asaba en técnicas potentes, incluyendo por
lo
m e n ~ l
as
e n t e s : co-r
esid
encia
exte
nsa; ob
serva
ción sis
temahca Y reg¡stro de datos; in terlocución efectiva en, por lo
una
.l
engua
local; u
na
mez
cl
a específica de alianza, com
p l ~ ~ a d a d
coerción y tolerancia irónicaqueconduce
al
rapport
;.
una
he
rmené
utica a
es t
ructuras
y significados
profundos oImpllCltos:Estas técnicas
esta
ban dest
inadas
a producir
(y a menudo, ~ r ~ d u J e r o n dentro de los horizontes que estoy
tratando
de de
limitar),
entendimientos
má
s contextuales, menos
r e d u c t o r ~ s de los modos de vida locales, que los logr ado s por las
observaciOnes de paso del viajero.
A l g u ~ o escritores que podrían clasificarse como viaj eros
pe
rm
anecieron
u r a n t
largos períodos en el t r ~ n j e r o hablaron
locales y tuvieron complejas perspectivas de la vida
md igena (así como también de la criolla/colonial). Algunos cl
as
ifi
cados como etnógra
fo
s
perman
ecieron por tiempos re lati
va
ment e
?reves.' hablaron mal las lenguas y no interactuaron de modo
La
v ~ r i e ? a d
de l
as
relaciones social
es
co
nc r
e
ta
s,
la
s
tecmcas c a t i v a ~ y las prác ticas espaciales desplegadas
ent re los polos del trabaJo de campo y el viaje es
un
continuo no
un
a
frontera
es tricta. Ha exist ido un a considerable superpo;ición.17
P
er
oa pesar de, o
má
s bien debido a, esta complejidad de fronteras
líneas
discursi
vas/in
stitucionales debieron
trazarse
con
Esto exigi? sostenidas que, a lo largo del tiempo,
r e
um
eron expenenci
as
empíricas
más
cercanas a
lo
s dos polos.
94
11
q1 • HC opuso a la "profundidad" del trabajador
de
campo. Pero
1 hi n se podría d
ecir
, provocativame
nt
e,
qu
e la "promiscuidad"
¡
le
1primero fue disciplinada en favor de los "valores de familia",
\
11\' \dos a me
nudo
en los prefacios et
no
gr áficos: el tr abajo de
1111p0 como un proceso de convivencia con otros, de adopción,
l
ttll••ttción y aprendizaje de normas locales (
muy
parecido al
apr
en
dt ,,
jo
de
un
niño).
habitus del tr
aba
jo de campo moderno, definido en oposi
•
1111
ni del viaje,
ha
proscripto modos interactivos asociados
du
t l
ltll.(
•
muchotiempoconla expe
ri
encia deviaje.
Tal
vez el tabú
má
s
tdttwlu tamente vigente sea el que rige las re laciones
sex
ua les. Los
lt llhujadores de campo podían amar pero no desear a los "objetos"
tlt
l
HU
ate
nción.
En
el continuo de l
as
relaciones posibles, los
1 ,,,•
pelos
sexuales se definían como peligrosos, de
ma
siado cercanos.
1.
observación
participant
e,
un
manejo delicado de
la
di
stanc
ia y
1
1 woximidad, no debía incluir complicaciones que hicieran tam-
lt
ltlt•nr la ca
pa
ci
dad
de manten
er
la perspecti
va
. Las re laciones
wx uales
no
podían considerarse fuentes del conocimiento de
lttV Sligación. Como tampoco podía ocurrir con el caer en
tranc
e o
un
H
umir
alucinógenos, a
unqu
e en
este
caso el ta
bú
ha
sido
un
poco
lllt•
no
s es tricto: a veces, en nombre de la observación participante,
w ha justificado cierta dosis de "experim
entac
ión". La exp
er i-
ntación sexual
er a
, en cambio, totalmente inaceptable.
Un
t'
ll
tll"po disciplinado, de observación participante, "acompañó" se
lnt'livame
nt
e la vida indígena.
En
su comienzo, s
in
embargo, el tabú impuesto al sexo
pu
ede
hubcrse dado menos
contra el
hecho de "vol
verse
nativo" o perder
tlil;tancia crítica que contra el de "irse de viaje", violan
do
un
l
l lb
itus profesiona l.
En
l
as pr
ácticas y textos de viaje,
era
común
lt•ncr re laciones de sexo con la gen te del lugar, fueran ell
as
lwtcro
sexua
les u homosexuales. De hecho, en ciertos circuitos de
vi{ie,
tales
como el voyage
n
Orient del siglo
XIX,
era
cuasi
oh ligatorio.IS
Un
escritor popular como Pi
erre
Loti consagró su
pl
uma
y logró el acceso al misterioso y feminizado Otro, a través
ti •historias de encuentros sexuales.
En
los informes de trabajo de
t·nmpo,
sin embargo, estas
histo
rias han s
id
o virtualmente inexis
l.cntes. Sólo en tiempos recie
nt
es, y a
un
así en contados casos, se
ha roto el
tabú
(Ra
bin
ow, 1977; Cesara, 1982). ¿Por qué ha de
se
r
menos apropiado compartir la cama que compartir la comida, como
95
fuente
de conocimiento para el trabajo de campo? Pueden exist
ir
,
por supuesto,
mucha
s ra zones
prácticas
para la restricción
sexua
l
t.nves
timenta
habría de
convertirse
en sólo uno entre
muchos
1
h•nl 'ntos en
una taxonomía de
observaciones que
realizaron
los
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 47/66
en el campo, así como cie
rtos
lugares y
actividades
pueden
estar
fuera
de los
límite
s p
ara
el viajero con
tacto
(y loca
lm
ente dep
en
diente). Pero
esto no
se da en todo tiempo y lu
ga
r. Las limitaciones
prácticas,
qu
e varían ampliame
nte,
no pu eden dar
cuenta del
tabú
disciplinario que pesa so
br
e el
sex
o en el tr abajo
de
campo.19
Se
ha dicho b
asta
nte,
tal
vez,
para
dej
ar en cl
aro el
punto
central: la formación de un habitus disciplinario en to
rno de
la
ac
ti
v
idad
corporizada del
tr
abajo de campo; es dec
ir
,
un
sujeto
sin
gé
ne
ro
, sin raza,
sex
ualmente inactivo, interactúa in tensam
ente
(en ni
ve
les científico/hermenéutico s, por lo menos) con sus inter
locutores .
Si
bien
la
s
ex
periencias
concretas
en el campo han
divergido de la norma, s i a veces
se rompieron
los tabúes, y
si
el
habitu
s
di
sci
plinario se cuestiona
hoy
públicamente
, su pod
er
normativo se mantiene.
Otra
pr
áctica
de
viaje
común
antes de 1900, el
cruzamiento
en la
forma de
ves t
ir
se, se s
uprimió
o canalizó al di
sciplin
arse del
"cuerpo" prof
esional
del trabajo
de
campo
modern
o. Este
es un
tema
de
vasto alcance, y debo limitarme sólo a observaciones
preliminar
es.
Dani
el
Defert
(1984) escribió s
uge
s
tiv
ame
nte
s
obr
e
la
histori
a del "ves
ti r
"
segú
n códigos de observación del viaje
europeo anteriores al siglo
XIX.
Alguna vez
se
es tableció
un
víncu
lo su
stancial
, in tegral , entre
la
p
erso
na y su apariencia
ex
ter ior,
habitus, según
el
uso premoder no que le da Defert . 2o En un
se
ntido profundo,
se
sobree
nt
e
ndía qu
e "la
ropa
h ace
al hombr
e"
("El hábito hace al monje"). Las interp retac
ion
es d
el
habitus, qu e
no
debe
confundirse
con el
habits
(ropa) o con el concepto má s
t
ar
dío
de
cultura, eran un a parte n
ecesar
ia de las
interaccione
s
del viaje. E
st
o
incluí
a
la
manipulaci
ón
comun
ic
at
i
va
de l
as
apa
ri
encias: lo que
podrí
a
ll
amarse, de un modo
un
poco anacróni
co, cruce vestimentario cultural. En el siglo XIX,
seg
ún la visión de
Def
er t, el
h bitus
ya había sido reducido a los
habits,
a los a dor
nos y coberturas
de
la superficie; el vestido costume) había apa
recido
co
mo
un
a deformación del
término
más amplio
coustume
(un
término que combinaba
las ideas
de costume
y
custom/
[costumbre]).
96
11
\ ltii'OS científicos, componentes de una nueva explicación cultu-
,
,¡ 1
fe
rt
percibe esta
transición
en el consejo científico de
1
u 1nndo a los viajeros y exploradores,
publica
do en 1800. A
1111
1
1\tldO es
ribió- los exploradores se han
limit
ado a desc
ribi
r
¡
1
_
r•opas de los pueblos
indígen
as. Deberían avanzar más le
jo
s Y
JII IIJi
trn
tar por
qué
(o
por
qu
é no) estarían
dispue
stos a
cambiar
1
1t1ndicional
forma de ve
stir
por
la nuestra y cómo conciben su
1
w
n (Defe
r t
, 1984:39).
Aquí
la
red interpretativa
del
habitus
es
1
1"
'p l
azada (y convertida en superficial)
por una
concepción má s
¡uut'unda de la identidad y la diferencia. Las relaciones de viaje
111111'0 organizadas
durante mucho tiempo
por
protocolos comple-
111
y altamente codificados, la
se
miótica "de s u p e r f i c i ~ Y la s
11
1
, r\ Ha cc
iones. La
in t
erp r
etac
ión y
manipulación
de
la vestimenta,
lm• l( 'stos y la
apariencia formaban
parte integral
de
s t ~
prácti
, ,,,. , Visto como el
re
sultado de
esta
tradición, el cruce vestimenta
' 11 t•
ultural
del sigloXIX era algo más
que
una forma
de vestirse.
Se
l rll tnba de un juego serio, comunicativo, con las apariencias, Yde
Htio
de
cruce,
por
lo cual
articulaba una
noción
de la
diferencia
,nos absoluta o ese
ncial que
la instituida
por
las nociones
1
d Li
vistas
de
cultura
con
sus
conceptos
de
lo
nativo inscripto
s
en
, 1 lenguaje, la
tradición
, el lugar, la ecología y - más o menos
p
lícitamente- la
raza. Las
experiencias
de un Richard Burton
una Isa
bell
e Eberh a
rdt
h aciéndose pasar
por
ori
en
tales , e
lnl'luso la forma
de
vestir más
esca
nd
alo
sa
mente
te
atr al de
Fl
au
hn
rL
en
Egipto
o
de
Loti como m
ar
inero en
ti
e
rr
a, forman parte de
1
u1n
co
mpl
eja
tradición
de
práctica
s de viaj e
qu
e una et
nogr
afía
1110dcrnizante
ha mant
enido a dis
tancia
prudente.
21
Vista des
de
la
persp
ectiva del
trabajo de
campo (intensivo,
Lcr
ac t
ivo
basado
en el
aprendizaje de la
le
ngua),
el cruce
voHLiment;rio
podría
apa recer sólo como una manera superficial
dt
vestir se,
una
especie de vis
ita
turística
a los barrios bajos .
1) •sde
es
t a ó
ptic
a, las
prácticas de
un
etnógraf
o como Frank
ll umi
lton Cushing, quien
adoptó la vestimenta zuni (e incluso,
l'
omo
se
ha
sugerido
, produjo a
rt
efactos
indíg
enas
auténticos
"
),
podrían resultar un t a
nto
embarazosa s. Su investigación in tensi
v
11 interactiva no
pa
rt i
c
ipaba ba
stante del "
tr
abajo de campo
Un
sentido
similar d e incomodidad
experim
entan
ho
y
rnuchos
espectadores
de la película de Timothy Asche an
97
CalledBee [Un
hombre
llamad o Abeja],
dedicada
a la investigación
lun es
en
niveles
más
profundos y
herm
enéuticos,
entendimientos
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 48/66
de Napoleón
Chagnon
entre los
yanomami. Pienso
sobre todo
en
la
escena inicial
de
la película, que acerca lentamente la cámara a
una figura pintada, apenas vestida,
en una pose de
lucha
y
que
a la larga resulta ser el antropólogo. Sea
cual fuere
la intención
de
este
comienzo,
satírico
o no (no es del todo claro
), queda la
impresión de que
este no
es
un modo profesional
de presentarse.
Se
percibe cierto exceso,
ta
l vez
demasiado
fácilmente
descartado
como egol
atría.
El libro
de
Liza Dalby Geisha (1983),
que
incluye
fotografías
de
la
antropóloga
transformada
por el
maquillaje
y
vestida
con
atavío
compl
eto de geisha, es más
aceptable,
por
cuanto
la adopción
de
un habitus
de geisha
(en el viejo
sentido
de
Defert:
un
modo
de ser, manifestado en la vestimenta,
los gestos
y la
apariencia)
es un tema centr al en
su
observación partici
pante
y
en su etnografía
escrita.
Sin
embargo,
las
fotografías de
Dalby
en
las
que aparece
casi
exactamente
como
una geisha
real
rompen
co n l
as
convenciones etnográficas
estab
lecidas.
En
otro extremo, están las fotografías
publ
i
cadas por
Mali
nowski (en
Coral Gardens
and
Their Magic
1935) [Los jardines
de
coral y
su magia
] donde
se
lo
ve en
el campo.
Está
vestido
completamentede
blanco, rodeado
de
cuerpos negros,
de
los cuales
se
diferencia
nítidamente por su postura
y
actitud.
Este no es,
en modo alguno, un
hombre que
esté a pu
nto de transformarse en
na t
ivo .
Ta
l
presentación tiene afinidad
con los gestos
de
los
europeos coloniales
que se vestían formalmente
para
cenar
en
climas abrasadores, a fin de no tener la
sensación
de traspasar el
límite . (Los cuellos
mi
l
agrosamente
al
midonados de
l
tenedor de
libros que describe
Conrad
en l
corazón de las tinieblas
son
un
caso
paradigmático en
la literatura co l
onia
l. )
e ~ o
los etnógrafos
no han sido,
por
lo
general,
tan formales y yo sugeriría que el
habitu
s
para su trabajo
de
campo
estaba más
cerca
de
una
formación
intermedia,
ma
nifestada en
la actitud de no
sobresalir
teatra
l
mente
en
la
vida
local
(a
l no
afirmar
su
difer
enc
ia o
autoridad
con
el
uso de un iformes
mi
litares, cascos de ceremonia
o cosas
por
el
esti
lo), . al tiempo
que
permanecían claramente
marcados por la pie
l blanca,
la
proximidad
de
l
as cámaras
fotográ
ficas, los an
otadores
y otros utensili os no
nativos
.
22
La mayoría
de
los
trabajadore
s
de
campo
prof
esionales
no
trataron
de
desapare
cer en
el campo
mediante
el uso
de prácticas
superficiales de
viaje, como el disfraz.
Su
distinción corporizada
sugería
cone-
98
llu
:jndos a
través
del lenguaje, la co-residencia y el conocimiento
' ural.
En su libro Tristes trópicos (1973), Lévi-Str auss proporciona
lllt;unas percepciones
reveladoras
sobre
el
habitus del antropó
lolfo,
s
uperpuesto
y
distinto
del
habitus
del viajero.
En
se
pt iembre
,1,
1 1950
-escri
e ll
egué
a una
aldea
mogh
en
las colinas
de
1 1
t,t,agong .
Despué
s de
varios
días, asciende
al
templo local, cuyo
¡¡wlg ha marcado sus
días, junto con el sonido
de
las voces
nf
i1nWes
que
entonan
el
alfabeto
birmano
.
Todo es inocencia y
ltt
'd
•n.
Nos
habíamos quitado
los
zapatos para subir la loma
y
u• tlt,íamos la blandura de la arcilla fina, húmeda, bajo nuestros
¡thiH
descalzos
.
A
la
entrada del bello y
simple
templo, construido
utllt'c pilotes como las
casas de
la aldea, los visitantes
realizan las
•thluciones
prescriptas
,
que
luego
de
la subida por el
fango
lllll cen bastante naturales y desprovistas
de cualquier
significa
do t
·c
ligioso .
Una atmósfera pacífica, como
de gra
nero,
penetraba
el
lugar
y en el aire
flotaba el olor a heno.
El ambiente
si
mp
le y espacioso,
que era
como
un
pajar vacío; el compor tamiento cordial de los dos sacerdotes de pie unto
a s us camas con colchones de paja, el cuidado conmovedor con el
que
habían reunido
ofabricado los
inst
rumentos del culto:
todas estas
cosas
me ayudaron a acercarme mucho más de lo que nunca había hecho a la
idea de cómo debía
ser un
santuario. Usted no necesita
hacer
lo que
hago yo ,
me
dijo mi compañero al p
ost
rarse
cuatro
veces
en
el suelo,
a
nte
el
altar,
y yo seguí
su
consejo.
Sin
embargo,
actué así
menos
por
autoconciencia que por discreción: él
sabía
que yo no compartía sus
creencias, y
temía qu
e, si
imitaba sus
gestos
ri tuales,
pensara
qu
e los
es
t
aba
desvalorizando como meras convenciones; pero,
por una
vez,
realizar esos gestos no me hubiera causado
ningún
embarazo. Entre
esta
forma de religiónyyo, no
había
posibilidadesde malentendidos. No
e
ra
cuestión
de hacer
reverencias
frente
a ídolos o
de adora
r
un
orden
supuestamente sobrenatural, sino sólo
de rendir
hom enaje a la sabi
duría decisiva
qu
e
un
p
ensador
, o la sociedad creadora de
su
leyenda,
había desarrollado veinticinco siglos
antes,
y a la
cua
l mi civilización
sólo podía contribuir confirmándola. (410-411)
El hecho de
ir de
scalzo mal
podía
ser un gesto cas ual para
l.t vi-
Strauss;
pero
aquí,
junto con la limpieza ritual
previa al
lljp Cso en
el
santuario,
parece sencillamente
natural. Todo lo
99
lleva a
la simpatía
y a
la particip
ación. Pe
ro marca una línea frente
ltcorient ndo el c mpo
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 49/66
al acto físico
de
la postración. La línea expresa una discreción
específica, la de un visitante que
mira más
allá de l
as
meras
convenciones o
acepta
las
apariencias
con un
respeto
más profun
do basado en el conocimiento hi stórico y la comprensión cultural.
La auténtica
rever
e
ncia
del antropólogo ante el budismo es
de
índole mental.
Lévi-Strauss
se
ve
tentado, retrospectivament
e
al
menos, a
postrarse
en el
templo de la
co l
ina. Otro
antropólogo
bien podría
haberlo hecho. Mi intención, al subrayar esta
lí
nea
entre
los actos
físicos y hermenéuticos
de
conexión, no es afirmar
qu
e Lévi
Strauss
la traza en un ugar típico
de
los antropólogos. No pretendo
sugeri r, sin embargo,
que una
línea similar
será
trazada
en algún
lado, alguna vez, para el mantenimiento
de
l h abitus
de
un t
raba
jador de
campo profesional.
Lévi-Stra
uss no es,
clarament
e, uno de
esos viajeros espirituales
de
Occidente
que
resi
den en
templos
budistas
,
afeitando
sus cabezas y
usando túnica
s
de
color
azafrán
.
Y
en esto
representa la norma etnográficatradicional. Uno
podría
,
por supues
to
, imaginar a un antropólogo budista volviéndo
se
casi
ind
i
stinguib
le de
otros
adeptos, tanto en la
práctica
como en la
apar
i
enc
ia,
durante
un
período de
trabajo
de campo
en un temp
l
o.
Y
este
sería un caso
límite para la
discipl
ina. Se
lo t r
ataría
con
desconfianza, en au
senc
ia
de
otros signos claramente visibles de
discreción profes
ional
(etimológicamente:
separac
ión).
23
Hoy
, en
muchos
lugares, los i
ndígenas,
los etnógrafos y los
t u
rista
s
usan
por igual remeras y shorts. En otros, l
as
diferencias
de
vestimenta son visibles. En las montañas
de
Guatemala
pued
e
ser
una
necesidad de decoro, un signo de respeto osolidaridad, usar
una
falda larga o
una cami
sa
bordada en
público. Pero esto no llega
a represe
ntar
un cruce vestimentario.
¿P
uede, debiera, un antropó
logo usa r turbante , yarmulke jallabeyya huipil o
ve
lo? Las con
venciones locales varían. Pero
cualesqu
iera sean las
tácti
cas
qu
e
se adopten, se l
as
emplea desde una posición supuesta de discre
ción cultural.
Además,
a
medi
da
qu
e los etnógrafos trabajan cada
vez más en
sus
propias. sociedades, las cuestiones que he estado
analizando
en un marco exotizante
se vue
l
ven
confusas y las lín
ea
s
de separación,
menos
autoevidentes. Marcadas por género, ra za,
localizaciones
se x
u
al
i
zadas
y cruces, formas
de autopresentación
,
y estructura s reguladas de acceso, partida y
retorno
, las prácticas
profesionales
de
l campo
se replantean.
100
He t r
atado de id
e
ntificaralgunas
de las prác ticas ya
sedim
en
lll
das a través de las cuales (y contra las cuales) los
nu
evos y
tliv rsos proyectos etnográficos luchan
para
conseguir un recono-
l'l
.niento dentro de la antropología. Las prácticas
establecid
as se
vnn s
ometidas
a tensiones, a
medida
que se
multiplican
los sit ios
I JII pueden tratarse
etnográficamente
(la frontera académica con
loH es
tud
ios
culturales
) y a
medida
que
es t
udiosos
de di f
e
rentes
poHciones,
co mpr
ometidos políticame
nt
e, ingresan en el campo (el
de
una antropología poscolonial ). Es te
úl tim
o
desa
rr ollo
111ne imp licancias de largo alcance para la reinvención de la
tii
Hc
iplina. El trabajo
de
campo, definido
por
las
prácticas
es
pac
ia
lt iH ele viaje y r esidencia , por las interacciones disciplinadas,
l'orporizadas,
de
la observación part ic
ipan
te, está
reorient
ándose
1
rnc ias a los es tudiosqs
indíg
enas , poscoloniales , diaspóricos ,
< fro
ntera , de minorías ,
act
i
vistas
y
comunitario
s . Los
lt
lf'minos se superponen, designando
ámbi t
os complejos de identi-
1
l'ttción, no
identidades
diferenciadas.
Kirin
Narayan
(1993) cuestiona la oposición entre antropó
lnlfO n
at
ivo y
no
na tivo, de adentro y de
afuera.
Ella sost i
ene
que
t in te rp retación binaria surge
de
un a estruc tura colonial
jt lt
'nr:quica
desacreditada.
Inspirá
ndos
e en
su
propia
etnografía
en
diferentes
partes de la India, donde
experim
enta
di ve rsos
grados
de afiliación y
di
stancia, Narayan muestra
de
qué
nwdo los inves tigadores n ativos
se ubican
en
forma
compleja y
ttlldtiple fr
en
te a sus lu
gares
de
trabajo
y a sus in
terlocutor
es . Las
hlontificaciones
se
cruzan,
compl
eme
ntan y perturban en tr e sí.
l.oH
ant
ropólogos n
at
ivos - como todos los
antropó
logos, según
Nnrayan- pertenecen simultáneamente a varias
comun
ida des
(11ntre las
qu
e
ocupan
un lugar importante
la
comunidad
en
que
ci mosy la comunidad profesional académica)
(Narayan
1993:24).
1 n
vez
que la
oposición estructuran e ent re antropólogo na tivo
v de afuera se desplaza , las relaciones entre
el
interior y el
••xLcrior cultu
ral,
ent re el hogar y el ex tranjero, lo igual y lo
tld'orente, que han organizado las prácticas es
pacia
les del trabajo
tl
campo, deben
repensarse.
¿De qué modo el
mandato
disciplina
' lo de que el
trabajo de
campo s
upon
e algún tipo de viaje una
p ' IÍctica
de
d
esplazamie
nto físico que define un sitio u obje
to de
10
1
investigación i
ntensiva-
limita
la gama
de p
rácticas ab
i
erta por
Narayan y otros?
' I
Hmpo profesional,
reelaborar
el "campo"
ti
e
ne que
significar la
llttdtiplicación
de
l espectro de rutas y
práctica
s aceptables.
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 50/66
En
el análisis
de
Narayan, el tr abajo de campo empieza y
termina con
el desp
lazamiento, llevado a la práctica
mediante
el
cruce de fronteras
constit
utivas: or illas henchidas, apas ionadas.
No hay
un
a posición nativa simple, indivisa. Una vez
que
se
reconoce esto, sin embargo, la hibridez
que
adopta r
equiere
espe
cificaciones: ¿cuáles son sus
lí
mites y co
nd
icio
nes
de movimien to?
Uno puede ser más o menos híbrido, nativo o "diaspórico" (un
término que, ta l vez, capte mejor las propias ub icaciones complejas
de Narayan ) p
or
d
ete
r
mi
nadas razones hist
ór
icas. En re
al i
dad, el
rótulo
de
antropólogo "nativo" o "indígena
podría
reservarse para
designar
a una
persona
cuyo viaje
de
investigación la conduce
fuera del h ogar y la regresa a él, ente
ndi
énd ose por "viaje" un
desvío a
través de un
a u ni
versida
d u otro
si t
io q
ue
provea
perspec
tivas
analíticas o co
mp
arativas sobre el lugar de residencia/
investigación. Aquí se inver t ir ía la espac ialización usual del hogar
y el extranjero. Además, para
muc
h os
tr a
baj
adores
de
ca
mpo, ni
la
universidad ni
el
campo proveen una base es table; más
bien
,
ambos si
rve
n como si tios yu
xtap
uestos en un proyecto comparati
vo móvil. Un
contin
uo, no
una
oposición,
separa
l
as
exploraciones,
desvíos y
regresos
del es t
udi
oso nativo o indígena, con respecto a
los de
su
co l
ega
diaspórico o poscolonial.
24
Así, el r
eq
uisito de que
el
trabajo
de
cam
po
antropo
lógico
incluya algún
tipo de viaje no
necesita ma rginar a aq
uell
os an tes
ll
am ados "nativos". Las raíces
y las ru tas, las
va r
iedades del "viaje", deben
en
t e
nd
erse de modo
más amplio.
El
traba
jo recien
te
de
Ma
ry Helms (
19
88), Dctvid Scott (1989),
Am
i
tav Gh
osh (1992), Epe
li
Hau'ofa
et
a l. (1993), Te r
esia
Teaiwa
(1993), Ben Finney (1994) y Aihwa Ong (1995), entre otros, ha
reforzado un a conciencia
cada
vez
ma y
or de las ru
tas de
viaje
di
screpan
es : t rad iciones de movi
miento
e interconexi
ón
no defini
tivamente orientadas por
el "Occidente", y
un
si
stema mundial
económico y c ultura l en
ex
pansión . Estas ru
tas
siguen senderos
tradicionales" y modernos", dentro y a través
de
circu
itos
tran
s
nacionales e
interregio
nal
es
contemporáneos . Un reconocimiento
de estos send eros deja lugar para el viaje (y el trabajo de campo)
que no se
origina en las metrópol
is de
Europa y
Estados Un
idos o
sus
avanzadas.
Si, como es probable, cier ta forma del viaje o del
d
esplazamiento
si
gue
siendo un elem
en t
o c
onst
itutivo del
trabajo
102
Presta r atención a las variedades del "viaje" ayuda también
' ul'lnrar
de qué
modo, en
el pasado
, los espacios despejados del
u ~ o científico se constituyeron sobre la base de
una supr
es ión
dt• lm;
exper
iencias cosmopolitas, especial
mente
las
de
las pers
o-
1111
11
<s
tudiadas.
En
términos
generales, la localización de los
llt
lt.ivos" significó
que la
investigación
intensiva
e i
nteractiva
se
,, ,,
,¡i
zara en campos
espacialmente
delimitados y
no
,
por
ejemplo,
r "
hoteles o ciudades capitales, barcos, escuelas de misioneros o
tltllvorsidades, cocinas y fáb r icas, campos
de refugia
dos,
barrios
tl
lu
fl
póricos, autobuses de peregrinos u otros lugares
de
encuentro
tllllll.iculturai.25
En
tanto
práctica de
viaje occidental, el
trabajo de
t ltltlpO estaba
basado
en
u
na
visión
histórica
(lo
que Ga
y
atri
lptvn k llama
una mund
ialización") en
la cual
una parte de
la
lturnnnidadera inquieta y expansiva, y la otra arraigada e inm óvil.
1
<xpertos
indíge
n
as
estaban
reduc
idos a
informantes na
tivos.
l¡lt marginación de las
prácticas
de viaje, las
de
los
investigador
es
tlfitriones,
co
ntr ibuyó a una domestic ción del trabajo
de
t ll lllpo, un
ideal de res
idencia
interactiva
que,
por temporaria
que
I
II
PH
<'
,
no
podía ve
r
se
como
un
mero atravesar. El
hecho
de qu
e los
r l o u t o r e s
de
la
antropo
logía a
menudo vieran las
cos
as
en
lnt 11\tl diferente no
pertur
bó, hasta tiempos recientes, la
autoim
a-
1
1 11 de la disci
plina
.
26
Las formas alternativas de viaje/trabajo de campo, ya sean
udígc
nas
o diaspóricas,
tienen que vérselas
con muchos proble
' ' ' ' Hmilares a los de la investigación convencional: problem
as de
, l.ntñamiento, pr ivilegio, malentendidos, uso
de
estereotipos y
tll•
HOc
iación política del encuentro.
Ghosh
es
muy
tajante en lo que
1
1 \e a los
malentendidos
y estereotipos potencialmente viole
nto
s
lt ltt•rentes a su investigación como
un doktor al indi
en
tr
e
lllltHd
manes. Epel
i Hau'ofa ha bla a favor
de
una Oceanía" in te
r-
1
iiH
'cLada, pero lo hace como
un
tonga que vive
en
Fiji,
una
tthi<•nción que
no
ol
vi
dan
sus diversas audiencias
de
isleñ
os. Al
llti tlmo tiempo, las rutas y encuentros
de
etnógraf os como Ghosh o
11 , ,,•
a son diferentes de las r utas y
encuentro
s
de
los transeún tes
1
lld
icionales
de
l t rabajo
de
campo. Sus comparaciones culturales
1111
necesitan
presuponer
un
hogar
universitario/occidental ,
un
ltt¡(nr "central"
de
acumulación teórica. Y si
bien
sus e
ncuentro
s de
l
tt
v
os
Ligación
pueden ncluir
relaciones erárquicas, no
presuponen
103
privilegios "blancos . Su trabajo puede o no depender fundamen-
talmente de los circuitos de información, acceso y poder coloniales
'
'
l.ud
io
so de la Diáspora, el "regreso" puede
ser
a un lugar nunca
ronocido personalmente pero al cual ella o él, de un modo ambi-
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 51/66
y neocoloniales. Por ejempl
o,
Hau'ofa publica en Tonga y Fiji y
quiere articul
ar una
"Oceanía" vieja/nueva. En esto se diferen-
cia de Ghosh, que publica, sobre todo pero no en forma exclusiva,
en Occidente. La(s) lengua(s) que
usa
la etnografía, las audiencias
a las que se dirige, los circuitos de prestigio académico/medios a
los que apela, pueden discrepar, aunque es
muy
raro que estén
desconectados, de las estructuras comunicativas de la economía
política global.
Un
caso: A New Oceanía Una nueva Oceanía
,
de
Hau'ofa et al., me fue entregado en mano.
27
Publicado en Suva el
libro no me habría llegado a través de mis redes de material de
lectura regulares.
¿Puede un trabajo
centrado y enviado
en
esta
forma intervenir en los contextos antropológicos euronorteamer i-
canos? ¿Cuál
es
son las barreras institucionales? El poder
para
determinar audiencias, publicaciones y traducciones está distri-
buido
en
forma muy desparej a, comoTalal Asad nos lo ha recorda-
do a menudo (Asad, 1986).
El término incongruente "antropólogo indígena", acuñado en
los comienzos del
recentramiento
actual poscolonial/neocolonial
de
la
disciplina,
ya
no es adecuado
para
caracterizar
a
una
amplia
lista de investigadores que
están estudiando
en sus sociedades de
origen. Surgen cuestiones difíciles. ¿De qué modo se definirá con
exactitud el concepto de "origen"? Si, como yo creo, no
pued
e
otorgarse ninguna autoridad inherente a las etnografías e histo-
rias "nativas", ¿qué es lo que constituye su autoridad
diferencial?
¿En qué forma suplementan y critican perspectivas hace tiempo
establecidas? ¿Y bajo qué condiciones el conocimi,ento local enun-
ciado por los individuos locales se reconocerá como "conocimiento
antropológico"? ¿Qué tipos de desplazamiento, comparación o
toma de "distancia"
se
requieren
para que el centro disciplinar
io
reconozca el conocimiento familiar y la historia popular como
etnografía
seria
o
teoría
cultural?
La antropología incluye potencialmente
una
serie de diversos
viajeros y residentes, cuyo desplazamiento o viaje en el "trabajo
de campo" difiere de la práctica espacial tradicio nal del campo. El
propio Occidente se convierte en un objeto de estudiodesde lugares
variadamente
distantes
y enmarañados. "Ir"
al
campo hoy signifi-
ca, a veces, "volver", en tanto la etnografía se transforma en un
"cuaderno de notas del regreso a la tierra natal". En el caso dol
104
VI
tlonte, "pertenecen". Volver a
un
campo no
será
lo mismo que
r
11 un campo. Están en
ju
ego diferentes distancias y afiliaciones
1
11h
jctivas.
Durante las décadas recientes, una conciencia creciente de
ntll.ns diferencias ha surgido dentro de la antropología euronortea-
lllllricana. En un importante análisis, David Scott enunció algunas
tl11 lus ubicaciones históricas que limitan una "poscolonialidad"
Pllll'
rgente en la antropología.
Al
plantear
de diversos modos el problema del "lugar" y del antropólogo
no occidental,
tanto
Tala Asad (1982) como
Aljun
Appadurai (1988b)
han seña
lado que,
para
socavar
la
asi metría en la
prác
tica antropológi-
ca, debería
ser
mucho mayor el número de antropólogos que estudiaran
las sociedades occidentales. Este sería sin
duda
un paso en la dirección
co
rrecta, en la
medida en
que
subvierte
la noción predominan
te de que
el sujeto no occidental
pu
ede
ha blar
sólo
dentro de
los
términ
os
de su
propia cultura. Además, privilegia en algún grado la posibilidad de
poner
en
relación diversos espacios
cultu
r
ales
. Al mismo tiempo, pare-
ce
ría fijar
y repetir
las
fronteras t
erritor
ia
le
s
esta
blec
id
as
en la
época
colonial, dentro de las cuales se da impulso al movimiento de lo
poscolonial: centro/periferia (de un modo especial, el ce
ntro
del gobierno
neocolonial y la p
er
if
eria
del origen). Los antropólogos europeos y
norteamericanos siguen yendo adonde les place, mientras que el posco-
lo
nial se
queda
en
casa
o bien va al Occidente. Uno se pregunta si no
podría
existir
una problemática
más in
teresante en
el
caso
de que
el
intelectual poscolonial de Papúa
Nueva Guinea,
en
lu
gar de ir
a
l.i'ilade lfia, se dirigiera a Bombay o a Kingston o a Acera. (Scott, 1989:80)
Sa
lir del campo de fuerzas
históricamente
pol
arizador
de
k cidente" no es tarea fácil, tal como lo pone en evidencia el
11111 lisis que posteriormente hace Scott de Ghosh. Pero Scott
1
11mbién planteaque el "cruce" in tercultural de los antropólogos no
dnbicra reducirse a movimientos
entre
centros y periferias en un
II
IH
ma mundial. La etnografía contemporánea, incluyendo la del
wopio Scott desde Jamaica (vía Nueva York) hasta Sri Lanka
1
II
J)r
csenta el "viaje a Occidente" (Ghosh, citado
por
Scott , 82).
' l
1
11mbién está viajando en y contra, a través del Occiden
te
.
La
etnografía
ya
no
es una práctica normativa
de
persona
s de
111 ora que visitan/estudian a las de adentro sino, con palabras
105
de Narayan, una práctica para prestar atención a las
id
entidades
cambiantes en relación con la gente y l
as
temáticas que
un
lrH·orpór
ea,
y
no
como una norma eme rgente. No hay formas
1111 rra
tivas ni
modos
de
escr
ibir aprop
iados en sí mismos para
una
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 52/66
antropólogo
busca
repre
senta
r
(Naraya
n, 1993:30).
El
modo como
se negocian las identidades a través
de
relaciones, en determina
dos co
ntexto
s
hi
stóricos, es
pues
un proceso
que constituye
tanto
a los sujetos como a los objetos de la etnografía. Una
bu
ena par te
de los trabajos que se
están
produciendo han vuelto explícitos
estos
complejos procesos relaciona les. Paula Ebron (1994, 1996),
por
e
jemplo
, realiza una investigación sobre los cantantes de alaban
zas
mandinka tanto enMrica
Occidental comoen E
st a
dos Unidos,
donde encuentran audiencias que los aprecian.
Su
etnografía tiene
una localización
múltiple
y - como e
lla
o demues tra clar amente-
está enredada con los circuitos de cultura viajera vinculados con la
mús
ica y el
turismo mundi
ales.
También tr
aba
ja
en
un
a his
tori
a
de l
as
invenciones occidentales sobre Mrica ita a Mudimbe
(1988 y de las proyecciones afronor
teamer
ican
as
más o menos
romantizadas, formadas
como reacción a las hi
storias de
racismo.
Ebron se mueve ent re estos contextos
inter
sectados. Mrica no
puede ser mantenida afuera .
Es una
parte problemáti
ca
y forta
lecedora de su propia tradición afronorteamericana,
así
como
también
una
pa
rada
- no
un origen-
en
una
co
nt
inu
a
hi
s
tori
a
diaspórica de tránsitos y regresos (véase el
ca
p. 10).
Esta
hi
sto
ria
embrolla
su
etnografía académica, cuyo
lugar
es la negociación de
relaciones
de
sujetos
en
di fer encia , un espacio donde los ca n
tante
s de alaba
nz a
s, los turista s y los a
ntropó
logos reclaman y
replantea n significados cultu
rale
s .Su campo
inclu
ye los
aeropu
er
tos dond e se cruzan estos viajeros.
Los rótulos
indí
gena , poscolonial , di
aspór
ico o
minori
tario están con frecuencia en dis
pu t
a cuando negocian los
campos antropológicos. Investigadores como Ro
sa
ldo (1989),
Kondo (1990), Behar (1993) y Limón (1994), para citar sólo a unos
pocos, definen las prácticas espaciales de su
traba
jo de campo en
términos
de
un
a política de ubic
acion
es,
de adentros
y de
afuera
s,
de afiliaciones y
di
stancias tácticamente
cambiantes.
Su
di
st an
cia
antropo
lógica es de continuo
desafia
da, borrada, reconstruida
en
términos
de relaciones . A
menudo
, ellos expresan sus cono
cimientos complej am
ente
sit uados por medio de
es t
ra tegias tex
tu ales en las que tiene preminencia el pa pel del inves ti
gad
or/
teórico na
rrador
, encarnado, viajero. Pero
esta
opción debería
verse
como un a intervención crítica contra la autoridad neutral,
106
po lítica
de
localiz ación.
Otro
s
que
trabajan dentro y
en
contra de
t
tt
lll antropología aún
pr
edominan temente occiden
ta
l pueden optar
por
un
a r
etó
rica más impersonal, desmitificadora, incluso objeti
' 11 . David Scott y Talal Asad son ejemplos importantes .
Sus
sin embargo, aparecen con claridad como los de invest i-
1
11dores políticamente comprometidos, ubicados, no como los de
neutra
le
s. Una muy amplia
gama de retóricas
y
tll
ll'l'a
tivas
-persona
l
es
e
imp
ersonales, obj
et
i
vas
y subj
et
i
vas,
l'lll'porizadas y no corporizada
s
están a disposición del viajero
Inves tigador localizado. La
únic
a
táctica
excluida, como
ha
dicho
1 on na Haraway, es la Trampa de Dios (Haraway, 1988).
Muchos
de
los antropólogos citados en la sección
precedent
e
h11
n hecho algo
semejanteal trabajo de
campo tradiciona
l:
es tudiar
In que está afuera o abajo .Esto ha contribuido a su
su
perviven-
1111, y por cierto a su éxito, den tr o del ámbito
aca
démico,
inclu
so
111n
ndo t
rabaj
an p
ara
criticarlo o h
acer
lo accesible.
La
función de
l1n nciatura que cumple el h ab
er
hecho trabajo de campo real
intensivo y alejado de la un i
versid
a d sigue siendo
firm
e. En
, tl tlidad, la etnografía
qu
e se ubica den t
ro
de afiliaciones dias-
¡ul 'icas puede aceptarse con mayor facilidad que la inves tigación
llt,YOS ·component es son indígenas on t vos,
por
más amb iva lentes
111< se an. (Recordar que es
ta
s localizaciones se
dan
en
un
continuo
111 pcrpues to,
no
a cada lado de un a oposición binaria.) Las
ltloHlocalizaciones diaspóricas comprenden en sí mism
as
el viaje
v1
distancia,
incluyen
do
por
lo
genera
l espacios metropolitanos.
1 1 1 (re)loca
li
zaciones
nati
vas, si
bi
en incluyen el viaje, se hallan
tradas
de
un
mod
o que conviertea la m
et
rópoliy la
univ
ers
idad
,,.. el
emento
s pe
ri f
éricos.
He
sugerido
qu
e el d
espla
za
mi
ento,
la
pttt•
sta
en relación de Scott
entre
di
ve
rsos espacios cult
ur
ales,
i n u siendo un r
asg
o constitutivo del trabajo de campo
an t
ropológi
IU . ¿Puede exte
nd
er se es te desplazamiento
para
incluir el viaje
ltncia y a
través
de la
univer
s
idad?
¿P
ued
e la
univ
ers
id
ad
mi
sma
v tii '
HO
como una suerte de espacio de campo: un lugar
de
y
ux t
a
p o t - ~ i c i ó
cultural,
extr
añamie
nto
,
rito
de
pa
saje, un
lu
gar de
lt•
\
nsi o y
aprendizaje?
MaryJ ohn (1989) ab
re
t al posibilidad en su
107
aná
lisis premonitorio de una antropología al revés emergente,
comprometida, para las feminist as poscolonia les:
un
viaje forzado y
1
tl
iz.ac
ión. Mantiene una distinción estilística en tr e escribir para
111
di
sciplina y escribir como intervención política y como ficción
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 53/66
deseadohacia Occidente y una coexi
ste
ncia
in
estable de roles: el de
la
antropóloga y el del (la)
in
formante nat ivos. ¿De qué mo do el viaje
a través de la universidad reubica el lugar nat ivo , donde la
antropólo
ga
mantiene
co
nexiones de residencia,parentesco o afiliación
política que exceden las visitas, por más in tensivas que estas sean?
Angie Chab
ram
explora esta reubicación en su provocativo esbozo de
una
etnografía de oposición chicana (Chabram, 1990). Aquí, las
trayectorias minoritarias y nativas pued
en
superponerse: enrai
zadas
en la
comu
ni
dad (no impo
rta
cómo se la defina) y encauzadas
a través de la academia.
Cuando la etnografía ha servido primariamen
te
a los inte re-
ses de la memoria comunitaria y la movilización, y sólo en forma
secu
ndaria
a l
as
necesidades de un conocimiento o ciencia compa
ra tivos, se ha tendid o a relegarla a las categorías menos prestigio
sas de antropología aplicada , histo
ri
a oral ,
fo
lklore , perio
dismo político o historia
local . Pero a medid a que el campo de
trabajo se arraiga de un modo diferente y se encauza en alguna
de l
as di recciones
que he rastreado , puede q
ue
much os
investigadores
muestren
un
inte
r
és
renovado en l a investigación
aplicada, la histor ia
ora
l y el fo lklore, despo
ja d
os ahora
de
sus
tradiciones a veces paternalistas. El
trab
ajo de movilización oral
de la
hi
storia de la comunidad en el Proyecto El Ba
rr i
o r
ea
lizado
por el Centro de
Est
udios Puertorriqueños de Nueva Yo rk es un
ejemplo citado con frecuencia (véanse Benmayor 1991· Gordon
1993). El l ibro de Dara C
ulhane
Speck, n Error
in
Judgement
[Un error de
ju
icio] (1987), fusiona cuidadosamente la memoria
comuni
taria,
la
invest
igación
hi
stó rica y la reivindicación política
actual. La
su t
il ar ticulación de los márgenes que realiza Esther
Newton, en tanto l
ea
lparticipante-observadora lesbiana, personaje
de afuera/de adentro en una comunidad predominantemente
masculi
na
gay, produce
una
fusión ejemp
lar
de
histor
ia local y
crítica cultura l (Newton, 1993a). La
in
ves
ti
gación de Epeli Hau'ofa
en Tonga es otro ejemplo (en tanto se diferencia de su trabajo
exotista en T
ri
nidad o de sus es tudi os en Papúa N ueva G
uin
ea,
donde él era un tipo diferente de extranjero del Pacífico ). De
regreso a su Tonga na
tiva
para hacer
in
vestigación, Hau'ofa
escribe en
más
de
una
lengua y estilo tanto para analizar como
para ejercer
in
fluencia en l
as respu
estas locales a la occiden-
108
mtl.frica (Hau'ofa, 1982). Pero los discursos están claramente
lt tJ\Cctados en su
punto
de vista, y otros podrían verse
más
inclina
do ¡ ¡ que él a desdi
bujad
os.
Para hacer antropología profesional , uno debe mantener
rwlcxiones con los centros universitarios y con sus circuitos de
pub licación y sociabilidad. ¿Hasta qué punto han de ser estrechas
t•11L
HS conexiones? ¿H
asta
qué
pun
to centrales? ¿Cuá
nd
o comienza
1
10
a
perder dentidad disciplinaria
en
os márgenes?
Estas
preguntas
' ' sido siempre acuciantes para los académicos que trabajaron
JU
II
'U gobiernos, corporaciones, organizaciones soc iales activistas y
I'Omunidades locales. Y hoy continúan pertur
ba n
do y disciplinando
,,¡
Lrabajo de los antropólogos diversamente localizados que
he
1
11111
1 zado. Además la universidad misma no esun si io único. A pesar
tlt
1quepuede tener raíces occidentales,estáhibridaday transculturada
11ugares nooccidentales. Susvínculos con la nación, el desarrollo ,
lu
I
Cgión, las políticas post-, neoy anticoloniales pueden h acer de ella
111111 base significativamente diferente de operaciones antropológicas,
1111
como
lo pone en evidencia la colección pionera de Hussein Fahim,
i
genous Anthropology
in Non
Western Countries
[Antropología
ltHiígena en países no occidentales] (1982). En principio, por lo
1111
nos, l
as
universidades son lu
ga
r
es
de teoría comparativa, de
ro
municación y discusiones críticas
entre
investigadores. Las
l l l ~ O
p r e t a c i o etnográficas o etnohistóricas de autoridades no
tt1livetsitarias rara vez se reconocen como discurso plenamente
11n1démico; más bien existela tendencia a considerarlas conocimien-
1
o
oca
l,amate
ur
.
En
a antropología, la investigación que produce tal
conocimiento, por más intensivo einteractivo que sea,nose considera
1
mbajo
de
campo
.
El Otro disciplinario que
ta
l vez resume mejor la frontera
rutuí analizada es la figura del historiador local. Este cronista
1
1
1
uestamente
pa
r cial y conservador de los archivos comunitarios
IIH
incluso más difícil de
integrar al
t rabajo de campo convencional
lt l
iC
la nueva figura del investigador diaspórico poscolonial, la
11\ inoría que se opone o incluso el nativo viajero. Teñido por una
tnrpuesta inmovilidad y por presunciones de amateurismo y pro-
11\0C
ión, el hi
stor
iador local, tanto como el activista o el t rabajador
c•uiLural, carece de
la
distancia profesional
requerida
. Como
hornos visto, esta distancia se
ha
aclimatado en las prácticas
109
espacia
l
es
del "campo", un lu
ga
r circunscripto en el
que uno
entra
y d
el
cual se va. El movimiento hacia adentro y hacia afuera se ha
'Pdores) y
raza/cu
ltura (los occidentales modernos, sin raíces,
, III'HUS los "nativos" tradicionales, arraigados).
El
mandato del
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 54/66
considerado ese
ncial para
el proceso
interpretativo, la admini
s
tración
de
la
profundidad
y la discreción, la
ab
sorción y la "visión
desde lejos" (Lévi-Strauss, 1985).
La
frontera
disciplinaria que mantiene a las
autoridades
con
base local
en
la posición de informantes se está reestructurando,
sin embargo.
Queda por verse
dónde y cómo se
vue
lve a trazar esta
frontera ,
qué
prácticas espaciales se
rán
acomodadas por la tradición
evol
utiv
a del
tr a
bajo
de
campo
an t
ropológi
co
y
cuá
l
es
se excluirán.
Pero
en este contexto puede se r útil
pre
gun tar se de
qué
modo el
legado del
trabajo
de campo-como-viaje
ayuda
a
dar cuenta
de
un
a
cuestión planteada durante las recientes sesiones presidencia
le
s
sobre la diversidad,
en
la Asociación Antropológica Nor tea merica
na: el hec
ho de
que las
minorí
as
norteamericana
s es tén ingresando
en el campo
en
número re la tivamente pequeño. La antropología
tiene dificultades para reconcili
ar
os objetivos
de
dis tancia
analíti
ca
con las aspiraciones
de
los "
intelectuales
or
gá
nicos" gramscianos.
¿La disciplina
ha
e
nf r
en
tado
en forma
adecuada
el p
ro
bl
ema
de
efectuar trabajo de
campo "real ", sancionado, en una comunidad
que uno
no
quiere abandon
ar? Partir,
tomar distancia han
sido
fundamenta
les durante mucho tiempo para la
práctica
espacial
del t rabajo
de
campo. ¿De qué modo puede la disciplin a abrir
un
espacio para una investigación
qu
e
tiene que ver
fundam
ental
mente con el regreso, la
re t
erritorialización, la pert enencia: lazos
que
van
más allá de lograr
el
rapport
como
estrategia
de investi
gación?
RobertAlvarez
(1994) ofrece un anális.is reve
lador de
estas
cuestiones,
mo
s
trando
de
qu
é modo la
disciplina
va lori
za
y desva
loriza diversos tipos de co
mpromi
so comun
itario
el transcurso
de la inves tigac ión, por caminos que tienden a reproducir
un
a
heg
e
monía blanca.
La definición de "hogar" está en la base de este
an á
lisis. En
s
itu
aciones locales/global
es
donde el des
plazamient
o
aparece cada
vez más como la
norma,
¿de qué modo se mantiene y se reinventa
la residencia
colectiva?. (Véase
Bammer
, 1992.) L
as
oposicion
es
bin
arias entre el hogar y el exterior, entre
qu
eda rse y mudarse,
exigen
un
cuestionamiento
profundo (
Kaplan,
1994). Estas oposi
ciones
han
sido a
menudo encaminadas segú
n líneas de género
(espacio femenino, doméstico, versus v iaj e ma sculino), cla se (la
burguesía
ac tiva ,
alienada,
versus los pobr
es
estancados, conmo-
110
1
de
campo,
de
ir a otro lado,
construye
el "
hogar
como un
ult io de origen, de semejanza. La teo
ría
feminista y los
estudios
¡¡ny/lcsbianos han mos tr ado, de modo quizá más incisivo, al
hogar
rno un sitio de
di f
erencias no pacíficas . Además, frente a las
t
li' rzas global
es
que res tri ngen el d
esp
l
azamiento
y
el
viaje,
t¡tu•darse en el hogar oconstruirlo
puede constit
uirun acto político,
tt•l n forma
de
resistencia.
El hogar no
es,
en cualquier
caso, un sitio
dn inmovilidad.
Esta
s po
cas
indicaciones, de l
as cuales
podría
dnt'i rse mucho más, debieran se r suficientes
para
cuestionar las
ptt'Hunciones antropológicas del tr abajo
de
campo como viaje, la
l on
de
irse en bu
sca de la
diferencia.
En cierto grado, estas
pt'
PH
unciones
continúan aplicán
dose en
la
s
pr
ácticas del
trabajo
de
t•umpo repatriado" (Marcus y Fisch
er,
1986) y
de
es tudio" (Na
dn•
,
1972).
El
campo sigue estando en otro lugar aunque
esté
dt•türo d
el
propio contexto nacional o lingüístico.
Un
aná
lisi
s
perturb
a
dor
del "hog
ar
" con r
eferencia
a
la prác
-
1
w
antropológica
es el
que ofrece
Kamela Visweswaran
(1994).
~ 4 o g ella, la etnografía feminista, parte
de
una lucha continuada
pura descolonizar la antropología, necesi
ta
reco
no
cer el fracaso"
ti\'V ab lemen
te
ligado al proyecto de
traducción del
cruce cultural
' ''' si
tuac
iones preñadas
de
poder.
Pr
e
cisamen
te en "esos momen
loHen que un
pro
yecto se enfrenta con su p
ro
p
ia
imposibilidad"
( )
8), la
etnografía pued
e
luchar por
su r
esponsab
ilidad,
por
el
1 ntido de su
propia
posición. Apoyándose en la formulación de
( 1\yatri Spivak de "las
ignorancias
sancionada s"
propias de
todo
político/cultural,
Visweswaran
plantea que, al
confrontar
bicrtamente el fracaso, la etnografía
feminista descubre
tanto
limite s como posibilidades . Entre estas
últimas, se
e
ncu
entran los
.novimientos críticos "hac ia casa". En una sección titulada"
Traba
lo
del ho
gar, no
trabajo de campo",
de
s
arrolla
un concepto de
l l
abajo
etn
o
grá
fico
qu
e no
está basado en
la
dicot
omía hogar
/
t•n mpo. El tr abajo del hogar no se define
co
mo lo opuesto al
t.t·abajo
de cam
po exoti
sta;
no se t
ra t
a de
quedarse
li tera lmente en
hogar o
de
es t
ud iar la
pr
opia comunidad. El
ho
ga r'', pa ra
Vi sweswa
ran, es la
localización de
una
p
ersona en
discursos e
ins tituciones determinantes y atraviesa localizaciones de raza,
clase,
sexualidad
,
cultura. El traba
jo
de
l
hogar
"
es una
t'onfrontación crítica con los procesos a
menudo
invisibles
de
111
aprendizaje (
la palabra
francesa
formación resulta
apropiada
aquí) que nos plasman como sujetos. Jugando con los sentidos
nes
cambiantes sólo presupondría que
las
fronteras que se nego
cian y se cruzan son primordiales para
un
proyecto co-construido
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 55/66
pedagógicos del término, Visweswaran propone el trabajo del
hogar como una disciplina a
la
vez de des-aprendizaje y de
aprendizaje. El hogar es un
locus
de lucha crítica que fortalece y
limita
a un tiempo,
al
sujeto que lleva a cabo
una
investigación
formal.
Al
desconstruir la oposición hogar/campo, Visweswaran
abre el espacio
para as
rutas no ortodoxas y los e
nraizam
ientos del
trabajo etnográfico.
Siguiendo
una
veta
relacionada,
aunque
no idéntica,
Gupta
y Ferguson (1997) reclaman una antropología concentrada en
localizaciones cambiantes
más que en
campos delimitados .
El
suyo es
un
proyecto reformista,
antes
que desconstructivo. Si
bien rechazan la tradición de una investigación restringida espa
cialmente,
pr
eservan ciertas prácticas asociadas durante mu-
cho tiempo al trabajo de campo. La antropología todavía estudia
a los Otros intensiva e interactivamente. Provee, nos recuerdan
los autores, uno de los ámbitos académicos occidentales donde se
considera seriamente a los pueblos desconocidos y marginados.
La
absorción de largo plazo, el interés en el conocimiento informal y
las
pr
ácticas corporizadas,
así
como el
mandato
de escucha
r
son
todos elementos de
la
tradición del trabajo de campo que ellos
valoran y desearían preservar. Es más, la noción de
localizaciones
cambiantes
de
Gupta
y Ferguson sugiere que (a
un
cuando el
etnógrafo está ubicado como algui en de aden tro, como nativo de
su comunidad) la investigación, el análisis y
la
escritura exigirán
alguna toma de distancia y traducción de diferencias. N adie puede
ser parte de todos los sectores de una comunidad. qué modo se
manejan
las localizaciones cambiantes, cómo
se
so
stienen la
afi
liación, la diferencia y las perspectivas críticas: estos han sido y
seguirán
siendo
temas
de improvisación táctica
tanto
como de
metodología formal. Por lo tanto, al margen de lo que en el futuro
llegue a reconocer se como
trabajo
de campo reformado ,
este deberá
tomar en cuenta la relación entre espacios cultural es de David
Scott, aunque no necesaria oúnicamente siguiendo ejes coloniales
o neocoloniales de centro y periferia.
Además, no es preciso que los desplazamien tos constitutivos
se produzcan entre espacios culturales ,
al
menos no del modo
como se define convencionalmente dicho concepto, es decir en
términos espaciales. Una etnografía concentrada en
localizacio-
112
en una zona de contacto específica (Pratt, 1992). Esto no signifi
ca
ría
que
las
fronteras
en
cuestión hayan sido
inventadas
o
irreales, sino sólo que no serían absolutas y que podrían ser
ntravesa
das
por
otras
fronteras o afiliaciones
también
potencial
mente relevantes para el proyecto. Esas otras localizaciones cons
t i tu i
vas
podrían resultar primordiales
en
coyunturashistóricas y
políticas diferentes o en un proyecto con distint o enfoque. No es
po
sible
representar en
profundidad todas
la
s notorias diferen
cias y afinidades. Por ejemplo,
un
investigador de clase media que
r·caliza un estudio
entre
obreros puede considerar que la clase es
una localización crítica, incluso si su tópico de
in
vestigación
gira
•specíficamente en torno de otro aspecto, por ejemplo, las rela
ciones de género
en las
escuelas secundarias. En
este
caso,
la
raza
pod
ría ser o no un sitio de diferencia o afinidad crucial.
Un ·proyecto siempre tendrá éxito según ciertos ejes y
fr
acasará (en el sentido constitutivo de Visweswaran) según
ot,ros.
Por
ende, no debiéramos confundir una estrategia de inves
tigación más o menos consciente de
localizaciones cambiantes
con
•1 star localizado
(a
menudo antagonísticamente)
en
el encuentro
etnográfico.
Para
un
hindú
que
trabaja
en Egipto, la religiónpuede
imponerse como un factor principal de diferenciación, afir mando
U importancia
para un
proyecto de investigación sobre técnicas
ngrícolas, a pesar de los deseos del autor (Ghosh, 1992). Además,
olproyecto no tiene por qué ser antagónico. Alguien que estudia su
propia comunidad puede ubicarse, firme y amorosamente, como
familia , imponiendo así restricciones reales con respecto a lo que
puede expl
orarse
y revelarse. Un etnógrafo gay o
una
etnógrafa
lesbiana pueden verse limitados/as en lo que hace a subrayar o
pasar por alto la ubicación sexual,
según
el contexto político de la
inves tigación. O bien, un antropólogo del Perú puede sorprenderse
negociando
una
frontera
nacional cuando
traba
ja
en
Méxi
co
y, en
cambio, una frontera racial si lo hace en los Estados Unidos. Los
ejemplos podrían multiplicarse.
Ninguna
de
estas
localizaciones
es
optativa.
Ellas
son im
puestas por circunstancias históricas y políticas. Y dado qu e las
localizaciones son múltiples, coyunturales y cruzadas, no ha y
garantía posible de una perspectiva, experiencia o solidaridad
compartidas. Me apoyo aquí sobre una crítica que no
descarta
la
113
política de identidad y que ha sido expuesta convincente
ment
e por
June
Jordan
(1985) y desarrollada por muchos otros (por ejemplo,
Estos son sólo algunos de los dile
ma
s que enfrenta la et
nografía antropológica a medida que sus raíces y rutas, sus
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 56/66
Reagon, 1983;
Mo
hanty, 1987). En et
no
grafía, lo
que
an tes se
e
nt
endía en términos de rapport una suerte de am i
st a
d,
parentesco y empatía lo
grados- aparece
ahora como algo m
ás
cercano a la
construcción de un alianza.
La pregunta relevante no
es tanto ¿qué es lo que fundame
ntalmente
nos
une
o nos separa?
sino ¿
qué
podemos hacer el uno por el otro en la presente
coyuntura? ¿Qué podemos
anudar
, conectar, art icular, a partir de
nu
es
tras
s
imilitude
s y diferencias? (Véanse Hall, 1986; 52-55;
Haraway, 1992: 306-315.) Y cuando la identificación se vuelve
demasiado
in t
ensa, ¿de qué modo puede gestionarse
una
d
esa
rtic
ulación de propósitos, en el contexto de la
alianza, sin
apelar a los
reclamos de distancia objetiva y tácticas de una partida definí iva?
(Para
un
informe sensible de
estas
cues tiones
en
el contexto de la
etnografía lesbiana, véase Lewin , 1995.)
Al enfatizar las localizaciones cambi
antes
y
la
s afiliaciones
táctic
as,
se reconocen en forma explícita las dimensiones polít icas
de la etnografía, dimensiones que pueden
esta
r ocultas por l
as
pre
sunciones de neut ralidad científica y de vínculo humano. Pero
¿ políticas en qué sentido? No existen posiciones garantizadas o
moralm
ente
in
ex
pugn
a
bl
es.
En
el
prese
nte
contexto -
un
cambio
que
va del vínculo a la ali
anza,
de la
representación
a la articu
lación- tienden a aparecer algunas prescripciones rígidas de
reivindicación. Puede simplemente
invertir
se
una
política más
antigua de neutralidad, con su objetivo de liberación final: una
binaridad
muy
evidente
en
la yuxtaposición de los elocuentes y
opuestos ensayos de Roy d'Andrade y
Nancy
Schepper-Hughes,
presentados en un foro de
Current A
nthropo o¡
y
en 1995. El
espacio
para una
política de
es
cepticismo y crítica - que no debe
confundirse con falta de pasió n o conneutralidad- con respecto a
una deslealtad comprometida o a lo que Richard
Handler
(1985,
siguiendo a Sapir) llama análisis destructivo
parece
ha
llarse
en peligro.
Un
modelo de alianza deja poco espacio
para
trabajar
en una situación politizadaque no
sea
del gusto de ninguno de los
participantes . No estoy sugiriendo
que
tal investigación sea sup e
rior y más objetiva. También ella es parcial y localizada. Y no
debiera
ser excluida de la variedad de
práctica
s de investigación
localizadas que hoy se disputan el nombre de antropología .
114
e u t u r
diferentes
de afiliación y desplazamiento, vuelven a
olaborarse en
lo
s contextos de fines del siglo xx. ¿Qué qu
eda
del
trabajo de campo? ¿Qué queda, si queda algo, del imperativo de
viajar, salir de casa, i
ngr
esar en el campo, residir, interactuar con
lr)te
nsidad en un
contexto (relativamen te) no familiar?
Un
a prác
t,ica de inves tigación definida por localizaciones cambiantes , sin
11na prescripción de despl
aza
miento físico, de un amplio encuen
t.r
o
ca
ra
a
cara,
podría, d
es
pu
és
de todo, describir
la
tarea,
hoy fre
e•
uente, de un crítico li terario atento como muchos lo están hoy
on día a los contextos políticos y culturales de diferen tes lecturas
1 xtuales. Obien, una vez libera
do
de la noción de un campo como
ámbito espacializado de investigación, ¿
podría
un an tropól
ogo
Investigar l
as
locali
za
ciones cambiantes de su propia vida? ¿Po
dda
el
t
r abajo en el
hogar
cons
tituir una
autobiografía?
Aquí cruzamos
un
a fronte
ra
confusa que la disciplina está
l.ratan
do
de definir. La autobiografía puede, por s
upue
sto ,
ser
hns
tant
e s
oc
iológica ;
puede
moverse
siste
máticamente entre la
xperiencia
pe r
sonal y l
as
preocupaciones gene
ra l
es. Hoy se acep
ln a
mpliamente
cierto gr ado de autobiografía, considerándola
r•olevante para los proyectos auto críticas de análisis
cultura
l. Pero
1
n qué medida? ¿Dónde se traza la línea? ¿C uándo se des
carta
el
uuLoa
nálisis como mera autobiografía? (A veces, uno oye decir
que ciert as dosis
más
bien modestas de revelación personal
en
las
ntnografías son solipsismo o contemplación del propio ombli
go .
)
lr:Hcribir una etnografía del propio espacio subjetivo como
una
1liCrte de comunidad compleja, un sitio de localizaciones
cambian
o ~ : ~ podría defenderse como una contribución válida al trabajo
1
1nLropo
lógico.
Sin
embargo, no creo que en general
pudiera
recono-
1( rse esa actividad como total o típicamente
antropológica
ta
l como
1odavía
lo
es el tr abajo
en un campo
exteriorizado.
Sería
imposible
r•
oc
ibir
un
doctorado, o enco
ntrar
un trabajo
en
una
facultad de
Antropolog
ía
, por
una
investigación autobiográfica. La herencia
d l campo en la antropología
requi
ere,
por
lo menos,
que
la in
ves
t
tfac
ión de primera mano incluya
in
teracciones exten
sas
cara a
(
li
ra
co
n miembros de
una
comunidad. L
as
prácticas de desplaza
mi ento y encuentro todavía desempeñan una función definitoria.
Hin
ellas, lo que se somete a análisis no son
nu
evas versiones del
·abajo de campo sino una serie de prácticas bastante diferentes .
115
: Ho nsuyo, he tratado
de
mostrar cómo las
prácticas
i t t l definidas, las estructuras de residencia y viaje, han
cons
lituido
el
trabajo de
campo en la
antropo
lo
gía
. He sostenido
los), no es un accidente
que el
campo haya sido llamado muchas
voces el laboratorio de la antropología. Los medios académicos y
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
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que el disciplinamiento del trabajo de campo, de
sus
emplazamien-
tos, rutas,
temporalidades
y
prácticas
corporizadas, ha sido funda-
mental para mantener la identidad
de
la antropología sociocultu -
ral.
Generalmente
cuestionado y sometido a renegociación, el
trabajo
de campo
sigue
siendo una marca
de
distinción disciplinar
ia. Los elementos
más
discutidos del trabajo de campo
trad
icional
son,
ta
l vez,
su imperativo
de
dejar
el
hogar
y
su
inscripción
dentro
de relaciones de viaje dependientes de definiciones coloniales
(basadas
en la
raza,
la cl
ase
y el género) del
centro
y la periferia,
lo cosmopolita y lo local. El requisito
de
que el trabajo de campo
antropológico
debe ser
intenso
e interactivo es menos controver
tido, a
pesar
de
que los criterios para medir la profun
did
ad son
hoy más discutibles que nunca. ¿Por qué no
purgar
simplemente
a la disciplina
del
legado del viaje exotista, sin dejar de apoyar el
estilo intensivo/interactivo de investigación?De un modo utópico,
podría defenderse
tal solución, y en rea
lidad,
las cosas parecen
encaminarse
en
esta dirección general. Deborah D'Amico-Sa
muels
impulsa un
ritmo
extremo en un
ensayo que an t
icipa
muchas de las críticas que acabo
de
mencionar. Ella
cuestiona
las
definiciones tradicionales
espaciales
y metodológicas del cam
po , concluyendo en forma rigurosa
que
el campo está en
todas
partes (1991:83) . Pero si el campo está en
to
d
as
partes, no
está
en
ninguna.
No debería
sor
prend
ernos que
las
tradiciones
e in tere
ses institucionales res istan disoluciones
tan
radicales del tr abajo
de
campo. Por
ende, es
probable
que
algunas forll1as
de
viaje,
de
desplazamiento disciplinado dentro y fuera
de
la propia comu
nidad
(rara vez
un
espacio único,
de
todos modos) sigan siendo la
norma.
Y este viaje disciplinario requerirá,
por
lo menos, una
estadía seria en la
universidad.
Concluyo, provocativamente, en
este
azaroso
tiempo
futuro.
El viaje, redefinido y ampliado, seguirá siendo
parte
constitu
tiva
del
trabajo
de campo, al menos en el fu
turo
cercano. Ello será
n
ecesar
ioporrazones institucionalesy materiales. La
antropo
lo
gía
debe preservar no sólo su
identidad
disciplinaria sino también su
credibilidad
frente
a las instituciones científicas y las
fuentes de
financiación.
Teniendo en
cuenta su
genealogía
compartida con
otras prácticas
de investigación de las ci
encias
naturales (y socia-
116
Jf
ubernamentales que
controlan los recursos
suelen
sostener crite
rio
s de objetividad asociados con una perspectiva distanciada y
t•onstruida
desde afuera.
Por ello, sin
duda,
la antropología socio
ntltural seguirá viéndose apremiada
para
certificar las creden
t•ia les científicas de
una
metodología
interactiva, intersubjetiva.
1os investigadores se verán obligados a mantener cierta
di
stan-
t•ia
co
n respecto a las
comunidades que
estudien. Por
supuesto
, la
di
s
tancia
crítica
pu
ede defe
nderse sin ape
l
ar
a los
fundamentos
Limos
de la autoridaden objetividad científica. Lo que
se
discute
o de qué modo se
manifiesta
la
di
stancia en las
prácticas
de
1
v
estigación.
En
el pasado, dejar físicamente el campo para
escribir los
resultados
de la investigación
en el
ámbito
presu-
miblemente más crítico, objetivo o por lo menos comparativo
de
la
nive
rsidad
se cons
id
eraba
un
a garantía
importante de indepen-
dencia académica. Como
hemos
visto,
esta
espacialización de las
localizaciones de adentro y afuera
ya
no goza de la credibilidad
que tenía entonces. ¿Encontrará la
antropo
logía modos de adoptar
tl •riamente nuevas formas de investigación de campo que difie
··nn
de
los
anteriores
modelos del viaje
centrado
en la universid
ad,
In discontinuid
ad
espacia
l y la desvinculación final?
A
medida que
la
antropo
logía se mueve, con
vacil
aciones,
en
direcciones posexotistas, poscoloniales, comienza a producirse
t.na diversificación de las normas profesionales.
El
proceso, acele
··ndo
por críticas
políticas e intel
ect
uales, se ve reforzado
por
limitaciones materiales. En muchos contextos, habida cuenta de
los niveles
cada
vez más bajos de financiación, el trabajo
de
campo
HOc iocultural
tendrá
que
ser
realizado cada vez más a lo barato .
1
ara
los estudiantes
graduados,
las estadías
de
largo plazo en
el
1
xlranjero, relativamente costosas, re s
ultan
sencillamente im
po
sibles, e incluso un año de investigación de
tiempo
completo
en
na
comunidad
norteamericana pu
ede
se
r
muy
costoso.
Si bien
el
t
·abajo de campo tradicional
mantendrá si
n duda
su
pres tigio, la
disciplina
podrá alcanzar
paulatinamente un gran parecido con
ln
s antropologías nacionales de muchos países europeos y no
occidentales, cuya
norma
son las
visitas breves
y
repetidas
y
es
1ara la investigación totalmente
financiada
de muchos años. Es
importante recordar que
el
trabajo de
campo profesional en el
modelo
malinowskiano dependía
materialmente de la moviliza-
117
ción de fondos para una nueva práctica científica (Stockin
g,
1984a
).
La etnografía del metro , como
la
de
Karen
McCarthy
Brown (analizada más arriba), será cada vez más común. Pero aun
vnl oso en l
as
tradiciones vinculadas/distintivas del viaje y la
1no
grafía.
El trabajo
de campo intensivo no
garantiza
compren
Ili
ones privilegiadas o completas. Tampoco lo hace el conocimiento
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cuando a medida que
las
visitas y
la
frecuentación profunda
reemplacen la co-residencia extensa y el modelo de carpa en la
aldea, los legados del trabajo de campo exotista influyen
en
el
habitus profesional del cam
po
, concebido ahora menos como un
lugar diferente y separado que como un conjunto de prácticas de
investigación corporizadas, de
pautas
de separación, de distancia
profesional, de
ir
y venir.
He
ubicado el trabajo de campo
en una larga
tradición,
cada
vez más cuestionada, de prácticas de viaje occidentales. También
he indicado que
otras
tradiciones de viaje y
otras
rutas diaspóricas
pueden ayudar a renovar las metodologías del despl azamiento,
produciendo metamorfosis del campo . El viaje denota prácticas
más o menos voluntarias de abandono del terreno familiar en
busca de la diferencia, la
sab
iduría, el poder, la
aventura
o una
perspectiva modificada. Estas experiencias y deseos no pueden
limitarse a hombres occidentales privilegiados, aunque esa elite
haya definido en gran parte los términos del viaje que
orientan
a
la antropología moderna. Es necesario repensarel viaje en diferen
tes tradiciones y circunstancias históric
as
. Además,
al
criticar los
legados específicos del viaje, sería bueno no descansar en un
localismo no crítico, rev erso de lo exótico. Es válido el lugar común
de el viaje
ensanc
h a .
28
Por
supuesto, la experiencia no ofrece
resultados garantizados . Pero, a menudo, sa lir del
lu
gar habitual
permite que se produzcan cosas inesperadas , incontrolables (Tsing,
1994).
Una
amiga antropóloga,Joan Larcom, me dijo una vez, con
pesar
y agradecimiento: El trabajo de campo
mehrindó
algunas
experiencias que
yo
no creía merecer . Recuerdo haber pensado
que una disciplina capaz de dar esto a quienes la practican ha de
tener
sentido. ¿Es posible validar
tales
experiencias de desplaza
miento
sin
hacer
referencia a
un
rito de pasaje profesional,
desconcertante?
Vivir en otro lado, aprender una lengua, ponerse en sit ua
ciones
extrañas
y tratar de resolverlas puede ser
un
buen modo de
aprender algo nuevo, sobre uno mismo y, simultáneamente, sobre
la
gente y los lugares que uno visita. Esta verdad común estimuló
por mucho tiempo a la gente a entrar en contacto con culturas
diferentes de la propia. Enfatiza lo que aún parece ser lo má s
118
t•ttllural de los expertos indígenas, de los
qu
e viven adentro .
I:Htamos situados de diversos modos, como residentes y como
r o s
en
nuestros campos despejados de conocimiento. ¿Es
t
Ln
multiplicidad de localizaciones un mero síntoma
más
de la
1 1 1\gmentación posmoderna? ¿Puede ser transformada colectiva
H
t1t
e
en
algo más sustancial? ¿Puede
la
antropología ser reinven-
1
nda como
un
foro
que
dé cabida a trabajos de campo
diversamente
orientados: un sitio donde diferentes conocimientos contextuales
rtoHengan un diálogo crítico y una polémica respetuosa? ¿Puede la
ttrllropología alentar una crítica de la dominación
cultura
l que
ulmrque
sus
propios protocolos de investigación? La respuesta no
,, clara: siguen existiendo fuerzas poderosas, dotadas de una
1,ueva flexibilidad, centralizadoras. Los legados del campo
tienen
vll(or en la disciplina y son profunda,
ta
l vez productivamente,
1unbiguos. Me he concentrado en
algunas
prácticas espaciales
d1
1finitorias que deben desviarse hacia nuevos objetivos, si es que
hu de surgir una antropología con centros múltiples.
119
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
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con
una parada
hacia Sheridan Square). Empujó
una
pe
sada
puerta
giratoria y subió
para salir
al ''Village".
IMn con
gran
cantidad de municiones y dos o tr es docenas de
lr
·nmpas. Para
construir cabañas,
reparar botes y hacer
frente
a
ut.r·as exigencias, disponemos
de
hachas, martillos, sierras y otras
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
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Subimos
la cuesta con dificultad, pasando
por
el Salón Star
dust,
la
peluquería
Micky
-P
l
anchado
en
calient
e y
en
frío , el Salón
Harlem Bop, el Café Dream, la barbería Freedom y la cigarrería
Optimo, que en aquellos
años parecía
ser el decorado de
toda
s las
esquinas importantes. Allí esta
ba
la
ca
sa de comidas
de
la tía May,
la
tienda de ropa para mujeres
y niños
de
Sadie. Estaba
el
Bar de
Chop
Suey
de
Lum
y
la
Iglesia
de
la
Misión
Bauti
s
ta
de
Shiloh
pintada
de blanco con coloridas ventanas
en
la fachada, la dis
quería con su gran
radio encadenada
afuera poniendo un
ritmo
a
la tibia acera matinal. Y en la esquina de la Séptima Avenida,
mientras
esperábamos
la
luz verde
tomadas
del
brazo,
el
olor
ligeroy sugestivamente mi
ster
ioso que salía de la fresca oscuridad
tras las puertas vaivén del
Salón
Noon.**
En
Greenwich Village, descubrió la
música
folk, y la
Izqui
er
da. Estaba el Gerde's
Folk
City y el Village Gate.
Había
muchos
discos rayados de Woody Guthrie, Leadbelly y Pete Seeger, graba
ciones vanguardistas de Odetta, J
oan
Baez. En la
librería de la
calle
8:
Genet, Sartre, Pirandello,Brecht, Beckett,Albee: el teatro
del absurdo". Y todos los domingos
desenfundaba
un banjo
de
la rgo
puente en la fuente
de Washington Square:
"This
Little
Light of
Mine", "Will
the
Circle Be Unbroken?" "Ain 't Gonna Study
War
No
More". Era un enamorado
de
la
música
folk.
Primero (un
oscuro
secreto) estaba el Trío Kingston ,
lu
ego
Joan
Baez y los Weavers.
Un arreglo
de Seegers
(Pet, Peggy, Penny y
Mik
e), lo condujo a la
música countryde otros tiempos e, inexorablemente, según parece,
al
bluegrass
Subió al me
tro en
la
ca
lle 116 y viajó, un
as
cien calles
más al sur , hacia Kentucky.
Tenemos raciones
que
consideramos
suficientes
para
diez
meses; pues
es
peramos,
cuando
venga el
in
vierno y el río
se
llene
de
hielo,
de
scansar en algún lado has ta
que
llegue la
primavera;
de
modo que llevamos abundante provisión de ropa. Contamos tam-
Audre
Lorde,
Zami:ANew Spelling o MyName
[Una
nu
eva escritura
de mi nombre],
Truman
s
bur
g
NY:
Cross
in
g
Pr
ess, 1992. Todas
la
s próximas
citas tomadas de es
ta
fuente aparecerán
marcada
s con un doble asteris
co.
122
hl ' tTa
mientas
así como
también de
clavos y tornillos. Para el
lr·nbajo científico,
tenemo
s dos sextantes,
cuatro
cronómetros,
vnrios barómetros, termómetros, compases y
otros in
s
trumento
s.*
Hablamos de abandonar Nueva York, de establecer un hogar
algún sitio
del Oeste
donde
una
mujer negra y
una
mujer
blanca
pudieran vivir
juntas
en
paz.
El sueño
de
Muriel
era
vivir
en una
wun
ja y
la idea
me
gustaba. Saqué unos
folletos de la biblioteca y
I'Hcribimos a
todas
las oficinas gubernamentales
apropia
da s para
nvoriguar si
todavía quedaba alguna
tierra
disponible
para
es
lnblecerse en algún lugar
de
los
Estados
Unidos
continentales.
**
De camino a su
hogar desde
Greenwich Village (y a menudo,
ti •Hde la escuela), pasaba por la estación
de
la calle 96, plataforma
dirección Norte. Aquí los trenes locales y expresos de
la Séptima
\ve
nida
divergían. El
tren
local continuaba
hasta
la parada
de
la
1 niversidad de
Columbia en
Morningside Heights. El expreso
lomaba otra ruta. Los turistas que
vie
n
en
desde el
centro
reciben
n
a adve
rtencia:
si usted comete un error, saldrá a la superficie en
"calle 116 equivocada". A él
siempre
le había perturbado la
rtx is tencia
de
otra
estación con el mismo número, del otro lado
de
Morningside Park, ubicada en ese
mundo
peligroso y fuera
de
los
limites al que nunca había visto,
llamado
Harlem. Se acordaba
de
que una vez (¿o fue
una
fantasía?) había olvidado
abandonar
el
ll'cn expreso
en
la 96 y había bajado en un lu
ga
r donde
toda
s las
pl•r
s
ona
s y todas las cosas, incluyendo el número "116" en los
nzu lejos de los
pilares (exactamente
como en nuestra
parada ),
le
pnrecieron
extraños.
Con los ojos bajos, se dirigió rápidamente
hn sta la
plataforma opuest
a y esperó, expuesto en su
blancura
, a
que
llegara
el
tren de regre
s
o.
Tiempo d
es
pué
s,
reconoció
la
calle
1)()
en
la
película Brother from Another Planet [Hermano de otro
pla
net
a]. El metro entra
en
una estación y un
niño
blanco anuncia
ni ex
traterrestre negro
que
va
a realizar un truco de magia. ¡Voy
hacer que
toda la gente blanca de
saparezca " La s puertas se
b ren y todos los blancos se apean, incluso el mago que dice adiós
mi
entras se cierran las puertas del expreso de
Harlem.
123
El
racismo norteamericano era una realidad nueva y abruma-
dora que mis padres
habían
tenido que
enfrentar
cada día de sus
vidas desde que llegaron a este pa ís. Lo manejaban como si fuera
El río es muy profundo, el cañón
muy
angosto y además
está
ultHLruido, de modo que no hay un flujo firme de la corriente; pero
luHnguas ruedan se agitan bullen y apenas estamos en condi-
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
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un infortunio privado. Mi madre y mi padre creían que para
proteger mejor a sus hijos de
las realidades
raciales
en
los
Estados
Unidos, del hecho del racismo norteamericano,
lo
mejor
era
no
mencionarlo nunca ni mucho menos disc
utir su naturaleza.
Se nos
decía que amás debíamos confiaren los blancos, pero nunca se nos
explicabaporqué ni tampoco se nos explicaba
la
índole de su mala
voluntad. Como
ocurría en mi
infancia con
otras
piezas vitales de
información, se suponía que
yo
debía saber sin que me lo dijeran.**
En los días de semana cuandoya
era
suficientemente grande,
tomaba
el
metro
o el
autobús
de la
avenida Amsterdam
para
ir
a
la escuela en el centro. Disfrutaba de su independencia; y al volver
a casa, solía demora rse con su mejor amigo, Chung, haciendo una
parada en
Broadway
para comer
una
porción de pizza. Pero
siempre caminaba rápidamente las dos cuadras que lo separaban
de la escuela, Amsterdam y la calle 94. En primave
ra
y en otoño se
veía a la gente en las ventanas abiertas de los edificios, o afuera en
las escalinatas, hablando, riendo, discutiendo: mirándolo. Había
un
olor
acre
a
basura
y a cocina.
En
invierno,
las aceras eran
traicioneras.
Tenía
que cuidarse de las bolas
de
nieve. Las voces en
español: ¡Mira ¡Mira (El esc ucha ba "Meeda Meeda " .. y no
levantaba la vista.) Su único deseo era atravesar esas dos cuadras
sin llamar la atención. ¿Le estaban hablando a él? ¿Oía la música
caribeña que más tarde
habría
de parecerle tan interesante? No
esc
uchaba
ninguna música.
Cada mañana
las puertas de la
escuela se cerraban tras él; adentro todo estaba tranquilo. Leía en
viejas
mesa
s, rodeado de
plantas en
macetas de bronce.
Me senté
en
el piso con la espalda apoyada en un aparato de
radio de
mad
e
ra
con el libro
The
l
ue Fairy ook
[El libro
azu
l
de l
as
hadas] en mi regazo. Me gustaba lee r y escuchar la radio a
la vez, sintiendo las vibraciones del sonido en mi
espalda
como
un
telón de fondo activador de las imágenes que fluían en mi cabeza
naci
da
s de
lo
s cuentos de hadas. Leva
nt
é la vista,
por un o m n t ~
confundida y desorientada, como solía ocurrirme cuando deja ba de
leer repentinamente. ¿Los gnomos habían atacado realmente un
puerto donde estaba enterrado
un
tesoro de perlas?
**
124
1 u cs de determinar hacia dónde podemos ir. Ahora la embar
IIII ÍÓn vira a la derecha,
tal
vez cerca del muro; luego, se dispara
luu·ia la corriente y tal vez es arrastrada al lado opuesto, donde,
td rnpada en un remolino, gira sin cesar. No podemos desembarcar
11 nvanzar como nos plazca. Los botes son
totalmente inmane-
ju
hlcs;no es posible
mantener
ningún orden en su carrera; ora uno,
oLo ll
eva
la
delantera mientras cada
tripulación
se esfuerza
por garantizar su propia preservación.*
De niño,
siempre
quería viajar en el primer vagón. Allí, podía
prctarse contra el vidrio de la puer ta delantera apoyando sus
11111nos a cada lado del rostro
para
bloquear la luz reflejada desde
11 interior del t ren. Esto le permitía ver las vías como si fuera el
l'llllductor (a quien podía oír moviéndose tras
la puerta
cerrada a
1
11
derecha). A medida que el metro se apresuraba en la oscuridad,
1111recían excitantes atisbos de escaleras y pasadizos. ¿Quiénes
1hnn allí? Y ocasionalmente, tocando la bocina y haciendo ruido
t'tlll las ruedas
pasaban
al lado de cuadrillas de trabajadores
t•prctados contra
la pared
o apoyados
tranquilamente en sus
hMramienta s .. casi rozando el mortal tercer riel. A veces, una luz
1
njn los detenía
durant
e largos
minutos
en la oscuridad. Entonces,
r•pnrecía de nuevo la energía. Se encendían lámparas sucias y el
0Lro ·se balanceaba ruido
samente
sobre s
us
rieles. Cuando se
IIJ)I'Oximaba una estación (el anillo brillante de luces que corría a
11 1encuentro) él temía por un instante que el conductor se hubiera
ulvidado de frenar, o hubiera
muerto
entre dos estaciones. Apre
lnba su cuerpo contra el vidrio con un sentimiento mezcla de
t
iXC
itación y miedo.
En
esa
colocación, llegamos a otro rápi do.
Do
s de los botes
se
deslizan forzosamente. Uno logra detenerse pero no hay tierra fir
modesde la cual acarreado y es empujado de nuevo a la corriente.
l
:n
el próximo minuto,
una gran
ola de reflujo llena el comparti
miento abierto; el bote está anegado y va de un lado a otro, inma
llcjable. Las ol
as
giran sobre él hasta que
una lo
hace
zo
zobrar. Los
tripulantes son despedidos, pero se aferr an al bote y este avanza
(
Ícrta distancia, al costado de nosotros y podemos
atraparlo.
*
125
A medida que seguía moliendo el condimento, parecía es
tablecerse una conexión vital entre los músculos de mis dedos
fuertemente encorvados alrededor de la suave mano del mortero
II
Hhijos que pusieran un pie en cualquier comercio de golosinas .
N
se nos
permitía
siquiera comprar gomas de
mascar
de
un
l'tu tav o en las máquinas del metro. Además de ser una forma de
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
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en su
in
siste
nt
e movimientohacia abajo, y la esencia fundida de mi
cuerpo, cuya fuente emanaba de
un
a
nueva plenitud
madura justo
bajo la boca de mi estómago. Ese hilo invisible, tenso y sensible
como
un
clítoris expuesto,
se
es tiraba por mis encorvados dedos
hacia ar riba ,
su
biendo desde mi redondo brazo moreno hasta la
realidad húmeda de mis axilas, cuyo olor tibio y
pu
nzan te con una
extraña
nueva capa
se mezclaba con los olores a ajo en sazón
qu
e
ven
ían
del mortero y los aromas generales de la pesada trans
piración del pleno verano.**
Su
pase
del metro le brindaba la
libertad
de moverse
en
la
ciudad. Podía subirse y cabalgar .. Tres r u
tas
básicas: una de
exploración, una de ansiedad cotidiana, una prohibida .
La
prime
ra, hacia el centro , estaba definida por la línea IRT de la Séptima
Avenida. (Ciertas paradas: la lib
ertad
del metro es la facultad de
za
mbullir
se
por
debajo de ciertos lugares desagradables .) Por lo
general, el té rmino del viaje era el Village. En los días de semana,
seguía
el
segun
do
itinerario:
iba a su escu
ela
en un bar rio en vías
de cambio .
Esta
ruta
era
segura
y familiar, a
pesar
de
estar
teñi
da de ansiedad en l
as
dos cua
dras entre
Broadway y Co
lu
mbus.
(Esto ocurría en
lo
s años cincuenta, cuando un a tercera
ol
eada
la mayor- de inmigración
pu
ertorriqu
eña
transformó al
guna
s
zonas de la ciudad.)
Su
terce
ra
ru ta estaba marcada
por
el truco de
magia que pudiera tener lugar en la plataforma del tren hacia
afuera en la calle 96: era el
tr e
n expreso a Harlem, que
nunc
a
tomó. Su libertad, su ciudad . Rutas y raíces. ,'
Pero no
había
olmos negros en Harlem, no había hojas de roble
negro
en
la ciudad de Nuev a York. Ma-Mariah, su abuela
matern
a
que
sa
bía de raíces, le había
enseña
do bi
en
bajo los árboles de
Noel's Hill en Grenville, Grenada, que
miraba
al mar. La tía Anni
y Ma-Liz, la madre de .Linda,
habían
continuado la tarea. Pero
ahora nohabía dem anda de este conocimiento; y a su esposo Byron
no le gustaba hablar del terruño porque se ponía tr iste, y eso
debilitaba su resolución de construir un reino propio en este nuevo
mundo ..
Ella
gnoraba si las hi stori
as
sobre los esclavistas blancos
que leía en el
Daily
ews
eran
ciertas o no, pero sab ía prohibir a
126
lgas tar el precioso dinero,
las máquina
s
tenían
ranuras y por
111 de
eran demoníacas o, por lo menos, sospechosas de estar
IOncc
tadas
con la esclavitud blanca (del tipo más vicioso, hab
ía
tl
lc
ho
ella
ominosamente)
.
**
Su tío, que h a
bía
sido
un vaga
bundo,
rasgueab
a
la
guitarra y
1
n a
ba
MountainDew o
Mama
Don't Allow N o
Guitar
Pla
y
in
.
H
pa
dre , profesor de literatura inglesa,
cantaba sentim
enta les
ludadas de vaqueros. Había sido educado con Verdi y con Gilbert
v Bullivan.
Durante
los viajes al centro que hacía los fines de
1wma
na
, se convirtió e n fanático de los Weavers. La voz melodiosa
do Pete Seeger y, en especial, su
ban
jo gangoso, lo excitaban .
Aprendió a tocar y a cantar como Pete. Los Weavers toc
aban
nli sceláneas: Songs around the World . Una melodía irl
an
desa
pn
ra violín, una d
anza
de Virginia, un cántico africano,
un
negro
npirit
ual
una
hora
israelí, una canciónjaponesa sobre la bomba de
11
roshima. Todas las canciones y tradiciones eran accesibles,
nobles, progresistas. Toda música folk .
Fue
en la ciudad de México,
durante
esas primeras semanas ,
t·uando empecé a quebrar el hábito de
mirarm
e los pies al caminar
por
la
calle.
Había
siempre tanto que ver y tantas
caras in
ter e
HHntes y abiertas para leer, que practic aba cómo
mantener
a
lt
a mi
·ubeza al cami
nar,
y el sol
se
dejaba sentir caluroso y bueno en
rn
rostro. Dondequiera que fuese, había rostros morenos de todos
los matices encontránd ose con el mío, y ver mi propio color refle
jado en
la
s call
es en tal
cantidadconstituíapara
mí
una
afirma
ción
de que todo lo que veía era nuevo y
muy
excitante. Nunca me había
Hc
ntido visible
hasta
entonces,
ni siquiera había
sabido que
es
o me
f n
ltaba.
**
En la ciudad, estaba rodeado de ritmos negros y blues , música
gospel y soul música caribeña, rock'n'roll. Aprendió a bailar con
esos
ritmo
s
más
tarde, en la un iv
er
sidad. Entró en el
metr
o en la
Universidad de Columbia, y salió a la superficie a un as cien
cua
dras
más al s
ur, en un
village global.
La
música folk incluía a
lo
do tipo de gente y cultura, mientras no se hubieran comercia-
127
lizado . ( A todos,
en
todo el mundo, tiendo mi mano. Estrecho su
mano .)En
su
village no h abía antagonismos incómodos. ( Tiene
todo el mundo en sus manos. )
La
ra za significaba que la supe-
t1
1\
bajadoras, usábamos pantalones sueltos y llenábamos con
1
om
d
a
nuestras
portaviandas con tapa de metal y
nos atá
bamos
1 11\uclos rojos a la garganta. Subíamos y bajábamos por la Quinta
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
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raríamos; la clase, solidarida d para siempre; el género, significaba
amor oh amor sin cuidado; ¿la sexualidad...? Mostró su desaproba
ción cuando Bob Dyl
an
se vendió al tocar una guitarra eléétrica .
Chuck Berry y Little Richard eran seres extraterrestres.
La
fi
s
ura
es angosta y
yo
trato de trepar al banco, que está
aproximadamente
doce m
et
ros m
ás arriba.
Tengo
un
barómetro
sobre mi espalda, que más bien impide mi subida. Los muros de la
fisura son de una piedra caliza suave, que no ofrece ningún apoyo
al pie ni a la mano. De modo que me sostengo presionando mi
espalda contra una pared y mis rodillas contra la
otra
y, de este
modo,
ha
go que
mi
cuerpo
suba
con dificultad, unos pocos cen
tímetros por vez,
hast
a que quizá recorro unos ocho metros de la
distancia, cuando la
grieta
se ensancha un poco, y ya no puedo
presionar mis rodillas contra la roca que está enfrente con sufi
ciente fuerza para darme apoyo en la subida de mi cuerpo y, por
eso, trato de volver.
Esto
no puedo hacerlo
sin
caer.*
Tenía una
pe
sa
dilla
recurr
e
nt
e sobre la ciudad. Estaba oscuro
y él corría a toda carrera alrededor de la manzana de su casa ..
perseguido por pan
dillas . Ellos teníannavaja s y anchos c
inturon
es
con hebillas puntiagudas. El sueño solía terminar con él buscando
frenéticamente
las
llaves
en
la
puerta
de su edificio. Los miembros
de la pandilla llevaban cazadoras de
cu
ero negro. Los vigilantes, en
el Village, usaban el negro. L
as
chicas blancas de cabello largo que
salían del
metro
en Sheridan
Square
llevab
an pantalon
es ajusta
dos y jerseys de cuello alto negros. (El usaba vaqueros y camisa a
cuadros.)
¿Q
ué signific
aba
el negro? A él le
hubiera
gustado nacer
con cabello oscuro, como
un
verdadero neoyorquino (¿quería decir
judí
o?).
Le
hubi
e
ra
gustado p
einar hacia
atrás su
cabello oscuro con
un
largo peine guardado en el bolsillo trasero del pantalón (¿quería
decir Elvis?) . El o c k n ~ o era para los que vestían de cuero negro.
¿Qué significaba el negro
para
él? Hubiera des ea
do
tocar mejor su
guitarra
par
a blues (pero nunca se decidió a aprender.)
Ese verano toda NuevaYork,incluyendo sus museos yparques
y avenidas, era nuestro patio tr asero .. Cuando deci
dí
amos se r
1
28
\
vl'
nida en
lo
s viejos
autobuses
abiertos de doble piso, grita ndo y
l'fl lltando canciones sindicales a todo pulmón .. Cuando decidía
IIIOH
hacer picardías nos poníamos faldas apretadasy tacones altos
l(ll l' dolían, y seguíamos a los tipos con pinta de abogados, buenos
y con aspecto respetable,
por
la Quinta Avenida y Park,
lt lt(·icndo en voz al
ta lo
que nosotras considerábamos comentarios
1
11t1ndanos
la
scivos so
br
e sus an
atomías
.. Cuando
éra
mos afri
l l lllas, nos envolvíamos la cabeza con faldas de
esta
mpados al
e-
I ' IIH y hablábamos nues tro propio lenguaje en el metro mientras
ll utmos al Village. Cuando
éra
mos mexicanas, llevábamos faldas
ll t•tp lias y blusas de campesinay huaraches y comíamos tacos, que
1
prábamos en un pequeño pu
es
to
frente
a
lo
de Fred Leighton,
11
In
calle MacDouga l.
Una
vez cambiamos la palabra fuck
er
por
111other en una conversación de un día entero, y el airado
tllllductor nos
ob
li
gó
a b
ajar
del autobús número 5.**
Sus padres, nacidos y criados en Evansville, Indiana , se
uwdaron a Nueva York cuando él tenía
tres
meses. Su padre pasó
111 111
vez varios
añ
os en Arizona, enseñando en
una
escuela-r
anc
ho
11\ niños; allí ap rendió a hacer girar
una
cuerda y a sa
lt
ar sobre
11
. Su sombrero olía a s
udor
y era increíblemente pesado.
Una
\
t
•i
cerca de Tucson, as í se contaba la historia , su p adr e trepó la
t HCt Encantada, con espe
lu
znante riesgo, ya que se columpiaba
tohrc
escar
pados riscos.
En
Evansville, sus abuelos eran consi
tl lwndos pilares de la comunidad, gente de iglesia, fundadores del
t ol<'g
io
del lugar. Formaban p
arte,
junto con otros, de
un
club de
nhHcmios, los Pink Poppers, que organizaba picnics los domin-
1oHpor la
tarde
en los bancos de
arena
del río Ohio. (La lín
ea
de
lt•
t'I'Ocarr
iles Mason-Dixon corría a
lo
la r
go
del río en ese lugar .)
N
Ca
cr
uzaron a Ke
ntucky
,
sa
lvo
en
oc
as
ión de
un
viaje a
M mmoth Cave.
Su
nieto
entró
en el metro de la Séptima Avenida
11
la calle 116 y regresó a casa canta ndo música del otro lado del
11o,
la
misma mú
sica rústica que los hacía ap
aga
r sus radios
• l
tt
ndo la escuchaban.
En las tardes de sábad
o,
a veces, cuando mi madre terminaba
tl•• limpiar la casa, sa líamos en
bu
sca de algún
parque
donde
129
sentarnos
y mirar los árboles. A veces, íbamos a
la
orilla del río
Harlem en la calle 142 paracontemplar el agua. Otras, tomábamos
el tren D e íbamos
al
mar. Siempre que estábamos cerca del
agua
,
I
ICcía, el
hogar
seguía siendo aquel dulce sitio que quedaba
en
otro
Indo
y que nadie había logrado
captar
aún sobre el papel.... '''*
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
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mi madre se tranquilizaba y se volvía dulce y distraída. Luego nos
contaba historias maravillosas sobre Carriacou, donde había na
cido, en medio del pesado
aroma
de
las lima
s. Nos contaba histo
rias sobre plantas que curaban y plantas que provocaban la locura,
y ninguna de ellas
tenía
mucho sentido para nosotros, los niños,
porque nunca habíamos visto ninguna de esas plantas.**
Su abuela disponía de un cuarto en el departamento de ellos,
en Nueva York, cuando contaba
más
de ochenta años y él tenía
cinco. Había ido allí a morir. Con el pelo blanco y casi ciega,
caminaba con un bastón; él era sus ojos, cuando cruzaban
la
calle
en
su caminata
diaria.
Ella
le
hablaba
como
si fuera
un adulto,
sobre la Guerra de Corea (era pacifista) y sobre el fantástico viaje
que
habí
a hecho alrededor del mundo. Cuando
tenía
veinte años,
había acompañado a una amiga del colegio, hija de
un
diplomático
famoso,
en
una misión semioficial a Europa, Egipto,
la
India y
China.
Su
habitación
en
el
departamento
era
di ferente
de las
demás, estaba amueblada con sus antigüedades favoritas, que
había
traído desde
Indiana. Había
una
cama
gra
nde con
cuatr
o
columnas, donde entretenía a
sus
nietos contándoles cuentos a la
mañana temprano. Había un alfombra oriental, una cómoda ma
ciza y
lustra
da, una
me
sa
pa r
a esc
ribir
con muchos casilleros, un
globo terráqueo, y un baúl que con tenía papeles grandes foto
grafías marrones: l
as
pirámides, el Ganges, el TaJ
Maha
l. En el
cuarto de su abuela, él vio
una
lámina del Monte Everest. (Ella
I
CI
contó cómo había visto que l
as
nubes se e v n ~ b n milagrosa
mente
para descubrir la cumbre.) Y un ladrillo gigante de
la Gr
an
Muralla China.
Carriacou
no figuraba en el índice del
Goode s School Atlas ni
en la
Junior
múicana
World Gazette,
ni aparecía en
ningún
mapa que me fuera posible encontrar y, por eso, cuando buscaba <
sitio mágico dura
nte lá
clase de geografía o
en
el tiempo libre de lu
biblioteca, nunca pude hallarlo y llegué a creer que la geografí.a d1 1
mi madre era una
fantasía
o una locura, o
al
menos demasiado
pasada de moda, y en realidad es posible que estuvi
era
hablan
do del lugar que otra gente ll
amaba
Curac;ao, una posesión ho
land
esa
del otro lado de l
as
Antillas. Pero, con todo,
mientra
s yo
130
Los muros, ahora, tienen más de un kilómetroy medio de alto,
11 na distancia vertical difícil de apreciar .Ubíquese en los escalones
1 ur
del edificio del Tesoro en Washington, y mire
hacia
abajo por
In Avenida Pennsylvania hacia el Capitol Park, y mida esta
diHt
ancia sobre su cabeza, e imagine que los acantilados
se
ex-
l'nden a esta altura, y comprenderá lo que quiero decir; o bien
tab
(quese
en Canal
Street en
Nueva
York y
mire por
Broadway
ltw;
t,a Grace Church, y tendrá aprox
imadamente esa dist
ancia; o
hi <• n ubíquese en el puente de Lake Street en Chicago y mire para
rt
bn
jo hacia
el Depósito
Central
y la tendrá bajo sus ojos
otra
vez.*
Su
abuela despreciaba a
la
familia
Carter,
a los
Flatt
y los
Hr
ruggs, a Bill Monroe. Eran gente de clase baja, música de
l sura-blanca que venía del otro lado del río. El
sentía
lo mismo
l tcia Elvis. Pero el bluegrass, con sus raíces en la música c
ount
ry
lr•ndicional, lo emocionaba. (Más tarde, descubriría que el
blu
11/
<;s
nunca
provino simplemente del otro lado del río, del coun
l•.v . Prosperaba con fuerza en centros industriales como Gary o
1 otroit, y era llevada a los proletarios desplazados, no por los
lumjos acústicos y las mandolinas, sino por las ondas de radio. ) El
11t11ndo en el que él creció
estaba
construido sobre la oposición
t•nmpo-c
iud
ad: escuela en Nueva York, largos meses de verano en
Vormont. Allí, sus compañeros de juegos eran hijos de granjeros.
Hn suponía que el campo
era
distinto de la ciudad; había que
'I
•Hca
parse de Nueva York en el verano. (Pero tenía otros amigos
Ve
rmont que también
eran hijos de veraneantes ,
en su
tll llyoría ex comunistas del Village.) El viajaba al campo en la
1 rdad y viceversa.
El
río
Co
lorado
nunca es
una
corriente
clara
pero
en
lo
s
ltimos tres o
cuatro
días estuvo lloviendo
la
mayor pa rte del
l 11npo y los diluvios que caen sobre los muros arrastraron grandes
tll ntidades de barro, por lo que
ahora está
excesi
vamente
turbio.
1 1pequeño afluente, que descubrimos aquí, es un riachuelo claro
vhe lio, o un río, como
se
lo habría denominado
en
esta región del
donde las corrientes no abundan. Hemos dado nombre a una
t
ur
·ricnte, mucho
más
arriba,
en
honor del
gran
jefe de los Bad
131
Angels (Angeles malvados) y, puesto que esta contrasta bella
mente con aquella, decidimos
nombrarla Bright
Angel (Angel
brillante ).'''
wnnito; pero,
al
ll
egar
a
este
punto, abajo sólo puedo
ver
un
lnl1erinto de hondas garga
nt
as.*
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
http://slidepdf.com/reader/full/clifford-itinerarios-transculturales 65/66
Pearl Primus, la bailarina afronorteamericana , vino un día a
mi escuela secundaria y habló después de clase sobre las mujeres
africanas y sobre la belleza y naturalidad de sus cabellos, cuando
se ensortij
aban
al sol, y
mientras
yo estaba
sentada
allí escuchan
do
(una de
las
catorce niñas negras en la Escuela Secundaria de
Hunter
)
pens
é:
así
debe de
haber
sido la
madr
e de Dios y yo
tambi
én
quiero ser
as í
, ayúdame, Dios.
En
esos días,
yo
encontraba
natural el peinado de esas mujeres y seguía llamándolo natural
aun
cuando todos los de
más
lo consideraran extravagante. Fue un
trabajo estrictamente casero que realizaba un musulmán sufí de
la calle
125,
cortado con tijeras de oficina y bastante desprolijo.
Cuando ese día
vo
lví del co legio a
casa
, mi madre me pegó en el
trasero y lloró durante una semana.**
Rodeado de la cultura latina y negra,viajaba al Village, donde
descubría una
mús
ica blanca pura. (Mucho
más
tarde leyó acerca
de las in terconexiones entre el bluegra
ss
y la cantoría negra .) A su
a
lr
ededor, Nueva York
estaba
cambiando,
era un
lugar
de
raíc
es
cruzadas. La música rock -blanca, negra y l
at
ina- s
ur
gía por
todas partes. En torno de él, la ciudad se caribeñizaba . Pero 61
apenas distinguía a Barbados oJamaica de Haití. Y
Puerto
Rico
significaba sólo
una
pandilla de delincuentes juveniles en
W
/
id
e
tor
y
Leyó sobre todo esto
más
tarde.
Me trepo
tan
alto que los hombres y los botes se pie
rden
abajo
en las negras profundidades, y el brioso río es
un
arroyuelo
ondulante; y aún
qu
eda
más
cañón arriba que
aba
jo. Todo lo qu(l
me rodea son interesantes registros geológicos. El
libr
o es t u
abierto y puedo leerlo
mientras
s
ub
o.
Todo a
mi
alrededor son
grandiosas
vistas
,
pues
las nubes están
jugando
de nuevo
en
laH
gargantas. Pero, de algún modo, pienso en las r aciones paranu
cw
días, y en el río ma ligno, y
en
la lección de las rocas, y sólo veo u
medias la gloria de la escena. Empujo hacia
un
ángulo, desde ol
cual espero obtener una vistadel campo a
la
distancia, para ver qu11
posibilidades tenemos de atravesar pronto esta meseta, o por lo
menos, de hallar al
gún
cambio geológico que nos
permita
salir d(d
132
Tirado en la cama, escuchaba los ruidos del patio. Podía
¡wnas oír cómo su m
adre
hablaba por teléfono del otro lado del
111
rrcdor,
mientras qu
e el dis
co
de 78 de
Burl
Yves
giraba en una
hubitación cercana. El patio .. el patio era un acumulador de
IH
Ili.dos
u
rba
nos,
una gra
n caracola fuera de su dormi
tor
io
en
el
uxto piso. A través de la ventana semiabierta oía fragmentos de
111
1lv
ersaciones,
una puerta
que
se
cerraba,
sirenas
,
un
avión, jazz,
11
1,
ncendido de un coche, no tas de bajo, un ruido chirriante risas
ullfOque chocaba,produciendoun eco sobre el pavimento,
aba
jo.Su
nido adormecido coleccionaba todos esos fragmentos separados de
111 complejo zumbido que nunca cesaba, ni de día ni de noche.
1 unocidas y desconocidas Nueva Yorks.
Cuando m
ás tarde
bajamos de la azotea, caímos en
la
media
lltll'he sofocante de un verano en el oeste de Harlem, con música
vAs
ada
en l
as
calles y gemidos d
esagra
dables de niños
hi
percan-
o
s e hiperacalorados. En las cercanías, mad res y padres esta
luln sent ados en l
as
escal
inatas
o en los canastos p
ara
leche y en
l
ll
ns de
jardín
rayadas abanicándose de
un
modo
distraído
o bien
ll
hlando o p
ensan
do sobre el trabajo que los esperaba, como
•u•mpre, al día sigui
ente
y sin
haber
dormido
bastante
.. No fue en
lt iH
pálidas
arenas
de Whyd
ah
, ni en las playas de Winneba o
\ nn amabu, con cocoteros que
se
golpeaban suave
ment
e y grillos
1111 marcaban el compás al latido de un mar alquitranado, trai
tlonero, bello. Fue en l a calle 113 donde descendimos después de
IIIIOBtro encuentro bajo la
lun
a del pleno verano, y l
as
madres y los
p11 dres nos sonreían
mientras
caminábamos bajando hacia la
l l¡•tuva Avenida
co
n l
as
manos en trelazadas.
**
Blanche: él reco
rdaba
una
piel
muy negra
, anteojos y
un
a voz.
1h
·ante mucho tiempo, cuando él tenía cinco o seis años, iba a su
llnpnrtamento dos veces por semana hacía
la
limpieza y lavaba la
¡ n.
Era distante circunspecta,
un
poco intimidante. (Mucho
dnHpués, le
pa r
eció reconocer a Blanche en un ensayo de Paule
sobre
las
mujeres de Barbados
que
vinieron a Nu
eva
\ •trk en los años de entl'eguerras: mujeres que trabajaban duro
1 'A est ablec
er un
hogar en
este pa í
s de hombres ,
sin perd
er
1
33
cierta distancia . Su
manera
de
hablar
, el espeso inglés caribeño ,
lo fastidiaba. Blanche era vieja. Recordaba
su
delantal gastado,
planchado, sus medias marrones floj as, sus
an t
eojos (¿sin arm a·
zón?) y sus fuertes pero delgados brazos y dedos negros . El perro
lttl tiHlS (como los ladridos prolongados del perro) que Blanche
1 11n vinculadas con su color. En esas ocasiones, se indignaba y los
11
111\0neaba
por su mal compor tamiento.
8/19/2019 Clifford - Itinerarios Transculturales
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ladra
ba
y
ladraba
cada vez que ella aparecía en la puer
ta
do
entrada. Se dirigía
pre
suro
sa
hacia un rincón privado de
In
despensa, donde colgaba su abrigo y se cambiaba pa ra trabajar.
Nues
tras
r aciones siguen echándose a perder : el tocino estn
en
tan
ma
las
condiciones que nos vemos obli
ga
dos a tirarlo.Debido
a un accidente que ocurrió esta
mañ
a
na,
el bicarbon
at
o se perdió
por la borda . Ahora sólo tenemos harina rancia suficiente p
ara
dici'.
días ,
un a
s pocas ma
nzanas
secas, pero mucho café. DebemoH
apresurarnos lo
má
s posible. Si tropezamos con dificultades, como
nos sucedió
en
el cañón de más arriba, podríamos vernos obligadoH
a abandonar la expedición, y a tr
ata
r de alcanzar los estable·
cimientos mormones del norte.
Nuestra
es
pe r
anza se r educe
u
pen
sa
r que
ya han pasa
do los peores lug
ar
es, pero
nuestroH
barómetros están todos tan maltrechos que ya son
inút
iles,
dt
l
modo
qu
e hemos perdido
nuestro
registro en altura y no sabemoH
cuánto le queda aún al río por descender.*
Llegó de Barbados, pasando por Canadá, y vivió sola en algún
lugar de Harlem. Más tarde, él supo
otra
s cosas, por su madre, qu 1
admiraba a
Bl
anche y lamentaba no haber hecho más que pagar
l l
el salario habitual mínimo y enviar regularmente s us contribu
ciones al seguro social. ( Se pasó toda la vida limpiando las ca
saH
sucias de otra gente. Y cuando se ubiló y volvió a Barbados, estabn
orgullosa de h aber ahorrado lo suficiente
para
pagar su entierro.
Eso es
tan
importante para la ge
nt
e como ella. ) Blanche ay
ud
ó
1\
su madre , quien se esforz
aba
por organizar una familia numerosa,
aconsejándola sobre l
as tareas
domésticas. Se lleva
ba
bien
co
n su
a
bu
ela.
Tenían
casi la misma e
dad
y
co
mp
a
rt í
an
un
a cor
tes
ía un
poco
pasada
de moda y
un
a
act
itud cristiana. Su abuela si
empr
o
había tenido ayuda de color , cuando vivía en Evansville. Blanc ht'
pedía respeto y lo obtenía de esta dama de cabellos blancos. (Tal
vez compa
rt i
eran, también,
un
sentimie
nt
o de marginalidad en
ol
departamento de Nueva York, el hecho de venir de otro tiempo y
de otro lugar .)
No
podía dec
ir
se lo mismo de los niños. El y su
hermana le faltaban a menudo el respeto, eran incluso crueles, en
134
Y recuerdo aAfrikete, que se me aparecía en un sueño, siempre
(111 1 1< y real como los cabellos de fuego debajo de :i ombligo. M_e
,, tt f
l
cosas vivas de los arbustos y de su granja, ublcada
en
medw
rocos
y
mandioca,
esos frutos mágicos que Kitty compraba en los
1rcados de la
India
occidental ubicados en la
Av
enida Lenox a la
tll
11ra de la calle 140 o en l
as
bode
gas
puer
torriqueñas,
den
tro
del
111
tll ic oso mercado de Park Avenue ycalle 116, bajo
la
s estru
cturas
,¡,
11 • crrocarril Central.**
Blanche trabajaba l
enta
mente en el d
epartamento.
A veces,
lwblaba consigo misma. Y pedía simplemente una cosa especial:
111
110r siempre un almuerzo caliente, con carne:
una
hamburgue
sa,
bl
an
co , pastel de pollo, algo. Sólo después de ver su c ~ ~ r t o
lt•• lndo con
un
a sola
horn
alla, la
madre
de él comprend10 la
'
tpor
tancia
que Blanche les daba a estos almuerzos como
~ c n t e Hizo el viaje a Harlem sólo una vez, cuando Blanche se
111ormó y estuvo en cama. ¿Tom ó el expre so en la 96 o fue en el
tlltLobús que cruza la ciudad de oeste a este por la calle 125?_Su
u111dre no podía recordar
dem
as iado el viaje
sa
lvo las calles sucias,
edificio escuálido y la pequeña vivienda limpia de Blanche.
Las paredes del cañón, durante ochocientos o novecientos
lli
OLros, son muy r egulares, se levantan casi perpendicularmente,
ptii'O
aquí y allá
está
n
dispu
estas en escalones estrechos y, oca-
II IOnalmente, podemos ver los acantilados distantes, sobre la
¡¡nc
ha te
rraza.*
135