chefias militares e sedução

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  • 7/24/2019 Chefias Militares e Seduo

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    ENTRE CONSENSOS Y SEDUCCIONES: JEFES MILITARES Y TROPASEN TUCUMN DURANTE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX

    Marisa Davio*

    El estudio de la militarizacin de la sociedad experimentada en Buenos Airescon las invasiones inglesas de 1806 y 1807 y el proceso revolucionario de 1810, ha sidoabordado hace algunas dcadas por Tulio Halperin Donghi, en cuanto a la movilizaciny politizacin de los sectores populares y su aparicin en el espacio pblico comosujetos activos a los cuales las lites debieron tener en cuenta para la consecucin desus fines polticos y militares1.

    Desde entonces, la historiografa argentina ha intentado responder al estudio delas experiencias de militarizacin y politizacin de los sectores populares en base a las

    propias perspectivas de estos actores: cmo vean los cambios producidos a lo largo dela primera mitad del siglo XIX, si estaban politizados, sus experiencias demilitarizacin, la relacin con las autoridades militares y polticas y las costumbres o

    prcticas sociales y culturales que se vieron afectadas a raz de dichastransformaciones2.

    En este sentido, se analizan los sectores populares y su relacin con lasjerarquas militares con el objeto de ampliar el espectro sobre el proceso deconstruccin de la nueva cultura poltica que fue forjndose tras la insercin de estossectores sociales en el proceso de militarizacin3.

    Partimos de la premisa que los sectores populares, pese a su heterogeneidad,compartieron un grado de subordinacin con respecto a las lites y recibieron diferentes

    *Becaria Posdoctoral. ISES. CONICET. Tucumn. Correo electrnico: [email protected] Donghi, Tulio,Revolucin y guerra. Formacin de una lite dirigente en la Argentina Criolla,Siglo XXI, Buenos Aires, 1972.2La historiografa argentina de los ltimos aos ha retomado el estudio de la cultura poltica popular en elproceso revolucionario desencadenado en Mayo de 1810. Se ha comenzado a recuperar el anlisis de losactores histricos ajenos al crculo de las lites, los canales de participacin y expresin que utilizaron

    para manifestarse

    y las formas de accin colectiva que comenzaron a difundirse a partir de las invasionesinglesas de 1806 y 1807 en Buenos Aires- y desde el proceso revolucionario en las dems provincias. Verentre otros, Di Meglio, Gabriel, Viva el bajo pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires entre laRevolucin y el rosismo. 1810-1829,Prometeo, Buenos Aires, 2006; Fradkin, Ral, Y el pueblo dndeest? Contribuciones para una historia poltica popular de la Revolucin de Independencia en el Ro dela Plata, Prometeo, Buenos Aires, 2008; Mata de Lpez, Sara, La guerra de Independencia en Salta y laemergencia de nuevas relaciones de poder, en Andes, N 13, Salta, 2002; Bragoni, Beatriz, Guerrerosvirtuosos, soldados a sueldo de reclutamiento militar durante el desarrollo de la guerra de independencia,enDimensin Antropolgica, N 35, Instituto Nacional de Antropologa e Historia, Mxico, 2005; Mata,Sara y Bragoni, Beatriz, Militarizacin e identidades polticas en la revolucin rioplatense, enAnuariode Estudios Americanos, 65, 1, Enero-Junio, Sevilla, 2007; Bragoni, Beatriz y Sara Mata (comps.), Entrela Colonia y la Repblica. Insurgencias, rebeliones y cultura poltica en Amrica del Sur, Prometeo,Buenos Aires, 2008.3

    La nueva situacin poltica originada con la Revolucin, contribuira a la aparicin de diversos sectoressociales que comenzaron a involucrarse a travs de su participacin en las milicias y el ejrcito de lnea,en manifestaciones y conmemoraciones pblicas o en movimientos conspirativos, motines o tumultos.

    mailto:[email protected]:[email protected]
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    denominaciones de acuerdo al tiempo y al espacio estudiado4. Adems, seconstituyeron en miembros activos de los cuerpos militares formados por los gobiernos

    locales y extra locales o por los lderes polticos y fueron convocados en momentosconflictivos en los que se hizo necesario incrementar el nmero de tropas.

    4 Segn los postulados de Luis Alberto Romero, nos estaramos refiriendo a sectores populares,reconociendo diferentes terminologas que para ellos han utilizado los actores contemporneos y quedenotan una condicin de subordinacin con respecto a las lites: plebe, bajo pueblo, vulgo.Gutirrez, Leandro y Luis Alberto Romero, Sectores populares, cultura y poltica, Sudamericana, BuenosAires, 1995, pp. 23-44.Las fuentes existentes en Tucumn, evidencian diferentes denominaciones utilizadas por las lites conuna clara connotacin negativa, para referirse a la poblacin ms baja dentro de la escala social. Entreellas es frecuente encontrar la denominacin de gente comn, plebe, bajo pueblo, populacho,vulgo. Sin embargo, para su anlisis debe considerarse el contexto histrico en que fueron enunciadas y

    a qu sectores se referan especficamente las mismas, al no tratarse de categoras abstractas o definidas.Adems del estado de subordinacin en el cual se encontraban, existan otros tipos de relacionesentabladas con los dems sectores sociales, especialmente con las lites que permitan, en ciertoscontextos, la confluencia de intereses, negociaciones, acuerdos, o espacios de convivencia quepropiciaban la conformacin de un universo cultural y simblico comn, pese a las diferencias de clase,como as tambin la posibilidad de algn tipo de movilidad social. Dentro del mbito militar,encontramos funciones que ocuparon la amplia mayora de estos sectores sociales: ser integrantes de lastropas ya sea dentro del ejrcito regular o en las milicias. Carentes en su mayora del uso del Donantepuesto a sus nombres, pertenecan en su mayora a los grupos ms bajos dentro de la jerarqua social.Las diferencias tnicas y sociales se traducan en la jerarqua militar, si bien ello no implic posiblesascensos de acuerdo a mritos propios y compromisos asumidos con la causa poltica. Durante el perodorevolucionario, estos sectores comenzaron a obtener concesiones e incentivos por su participacin en lasmilicias y el ejrcito de lnea, como los fueros militares, premios, licencias y condecoraciones, que les

    permitieron, en algunos casos, el acceso a espacios antes vedados y un cierto posicionamiento social quelos calificaba como hombres de bien. Davio, Marisa, Sectores populares militarizados en la culturapoltica tucumana. 1812-1854, Tesis doctoral indita, Universidad General Sarmiento-IDES, BuenosAires, 2010.Paula Parolo, al hablar de sectores populares en Tucumn, incluye a individuos que representaban unamplio sector de la sociedad que no estaban en una posicin dominante, se hallaban alejados del mundode los privilegios y tenan diversas ocupaciones y tradiciones culturales: eran tanto individuos de laciudad- comerciantes, mercaderes, pulperos, troperos, artesanos y personal del servicio domstico- comode la campaa -criadores, labradores, capataces y peones jornaleros. Parolo, Mara Paula, Ni splicas niruegos. Las estrategias de subsistencia de los sectores populares en la primera mitad del siglo XIX,Prohistoria, Rosario, 2009.

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    Para el caso de Tucumn, es posible observar que el proceso de militarizacin yparticipacin de los sectores populares dentro del mbito militar se experiment de

    forma ms sistemtica desde la Batalla de Tucumn de 1812 y el perodo deacantonamiento del Ejrcito Auxiliar del Per en la ciudad durante los aos 1816 a1819, pues toda la poblacin debi abastecer las necesidades materiales y monetarias deun ejrcito constituido por personas provenientes de diversos puntos del territoriorioplatense y hacerse cargo de todos los pormenores. Dichos contextos sealan laentrada de nuevos actores al espacio pblico y una reorientacin de las funciones de lasociedad local en funcin del abastecimiento del aparato militar5.

    La guerra revolucionaria en Tucumn culmin con la partida del EjrcitoAuxiliar del Per a las provincias del Litoral a principios de 1819. A partir de entonces,los recursos humanos y militares se orientaron a las necesidades de cada jefe poltico y

    militar. La dcada de 1820 constituy en Tucumn un perodo de constanteinestabilidad y luchas facciosas que llevaron a la implementacin de estrategias dereclutamiento y mecanismos de negociacin por parte de jefes milicianos o de lnea

    para lograr la adhesin de sus subordinados. Luego, los gobiernos de Alejandro Herediay Celedonio Gutirrez, concordantes en lneas generales con el gobierno de Rosasinstaurado en Buenos Aires desde 1829, llevaron a cabo un fortalecimiento del poderejecutivo, controlando la legislatura y los jueces provinciales en pos del unanimismo

    poltico. Una vez producido el triunfo de Urquiza sobre Rosas en la Batalla de Caserosen Febrero de 1852, la reorientacin de la fuerza militar existente en la provincia seconvirti en la piedra fundamental para la construccin del Estado Nacional- pese a queeste objetivo llevara un largo proceso de convivencia entre milicias provinciales yguardias nacionales- hasta la consolidacin definitiva del Estado Nacin en 18806.

    Durante el perodo de investigacin seleccionado, las relaciones entre jefes ytropas fueron modificndose de acuerdo con los contextos polticos diferentes por losque atraves la provincia y el espacio extra-local, aunque las mismas variaron deacuerdo a si se trataba de milicias locales o un ejrcito de lnea organizado a nivel localo centralizado- como ocurri durante la poca revolucionaria con el Ejrcito Auxiliardel Per y su acantonamiento en Tucumn por el espacio de tres aos. La constitucin yorganizacin de los regimientos y batallones milicianos y de lnea fue diferente deacuerdo al contexto y a las jerarquas sociales que establecan claras distinciones entre

    los integrantes de los cuerpos de lnea- integrados en su mayora por la gente comn-

    5El anlisis forma parte de una investigacin de mayor alcance, fruto de mi tesis doctoral. La mismaanaliza el proceso de institucionalizacin de la fuerza militar y el mbito interpersonal en los individuosque formaron parte de las milicias y el ejrcito regular durante la primera mitad del siglo XIX, conespecial nfasis en las repercusiones entre los sectores populares, en su mayora miembros de las tropas.Davio, Marisa, 2010, ob.cit.6 Davio, Marisa, 2010, ob. cit. La Guardia Nacional no slo se constituy en la institucin militarorganizada desde un poder central, sino que adems contribuy a la construccin de la ciudadana y laidentidad nacional, dejando atrs todo tipo de identidades locales o regionales. Con la constitucin de laGuardia Nacional en 1854, las milicias pautadas por lealtades locales fueron entrando en contradiccincon stas de alcance nacional, que otorgaba el ejercicio de la ciudadana a sus integrantes: el ciudadano

    armado. Macas, Flavia, Ciudadana armada, identidad nacional y Estado Provincial. Tucumn. 1854-1870, enLa vida poltica argentina del siglo XIX. Armas, votos y voces, Fondo de Cultura Econmica,Buenos Aires, 2003.

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    y los milicianos- los cuales, en teora, portaban su condicin de vecinos7. En estesentido, las tropas milicianas al menos conservaban la distincin con respecto a la

    gente comn, sometida a rigurosos castigos ante cualquier acto de insubordinacin.Es decir, exista una importante diferencia en el trato proporcionado a individuos

    pertenecientes a tropas milicianas y a los integrantes de las tropas de lnea. Una sancinefectuada a soldados milicianos en 1834 puede constatarnos esta afirmacin:

    [] Los soldados Paulino Daz y Sandalio Brandn, regresan enlibertad por haber acreditado su inculpabilidad. Quiera el Sr. Coronel[] tener presente la gran diferencia que hay entre las milicias y tropasujeta a rigurosa ordenanza, la que por la menor falta se hace acreedoradel ms severo castigo [] los soldados Paulino y Sandalio, seocupaban en esas circunstancias de correr guanacos y no fueron citados,

    de modo que nunca puede clasificarse por un formal desobedecimiento;y an en este caso debe levantarse una informacin sumaria para elcastigo de los naturales que se expresan []8

    El ejrcito de lnea y las milicias locales resultaron canales viables para elanlisis de la participacin de dichos sectores dentro del espacio pblico pues los roles,actitudes, creencias e identificaciones desempeados por los sectores populares comocontribuyentes de las bases de poder, resultaron esenciales para comprender lasestrategias empleadas por las lites, es decir, los mecanismos de negociacin yconsenso que debieron implementar para el manejo de la fuerza militar. En atencin ala guerra y a las respuestas obtenidas por parte de los sectores sociales involucrados, losgrupos de poder intentaron controlar las milicias y el ejrcito regular, ante la constantenecesidad de reclutamiento.

    El ejrcito de lnea, fue creciendo en la Amrica espaola a lo largo del sigloXVIII y estaba conformado por el ejrcito de dotacin- con unidades fijas- el deguarnicin, situado en las principales ciudades americanas- defensivo y de igualestructura que las unidades peninsulares-, un ejrcito de refuerzo o ejrcito deoperaciones de Indias- compuesto por unidades peninsulares formadas temporalmente,como refuerzo en caso de invasin- y por ltimo las milicias, conjunto de unidadesregladas de carcter territorial que englobaban el total de la poblacin masculina de

    cada jurisdiccin, entre los 15 y 45 aos. Los cuerpos milicianos constituan un ejrcitode reserva y rara vez eran movilizados, salvo en casos de ataques o peligros deinvasin9.

    7En situaciones excepcionales, como durante la poca revolucionaria y ante la acuciante necesidad dereclutamiento frente a la guerra con el espaol, numerosos sectores de diferentes condiciones socialesllegaron a formar parte de las milicias, situacin que luego derivara en numerosos conflictos y quejas delas autoridades por los privilegios concedidos- como los fueros militares- a personas no merecedoras detales prerrogativas. Davio, Marisa, 2010, ob.cit.8Archivo Histrico de Tucumn (en adelante, AHT), Seccin Administrativa (S.A.), 1834, Vol. 42, Fs.135.9Marchena Fernndez, Juan, Ejrcito y milicias en el mundo colonial americano, Mafre, Madrid, 1992, p.

    39. Las diferencias entre oficialidad y tropa no slo eran de rango o graduacin militar, sino que ademsconnotaban una diferenciacin social: la que separaba a las lites locales de los sectores populares. En elltimo tercio del siglo XVIII, el 85% de la tropa reglada del ejrcito regular estaba constituida por

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    En Tucumn, las milicias fueron instituidas desde el perodo colonial, aunque no

    generaron demasiadas adhesiones entre los vecinos. El deber de defender la ciudad erafrecuentemente excusado y traspasado a sectores ms bajos dentro de la sociedad, queno podan formalmente liberarse de tal obligacin. En general, los vecinos se mostraban

    poco preocupados por los servicios militares y enviaban en su lugar encomendados oasalariados. En las dcadas anteriores a la Revolucin, la temtica militar est

    prcticamente ausente en las fuentes administrativas locales10.

    Las milicias, constituidas en tropas auxiliares convocadas en momentos deurgencia, intervenan en la jurisdiccin provincial en ocasiones extraordinarias y debanauxiliar en la realizacin de obras pblicas, contribuir material o monetariamente encaso de ataques, aunque se les permita ciertas libertades, como el poder ejercer

    actividades fuera del mbito militar. No obstante, una vez iniciado el procesorevolucionario, las milicias se convirtieron en cuerpos de permanente reclutamiento,debido a la guerra contra el enemigo espaol en el frente norte del virreinato. Adems,las levas compulsivas y la utilizacin de la fuerza no habran resultado suficientes parael reclutamiento, razn que explicara la implementacin de toda serie de seducciones

    para convocar a las tropas, ya sea por parte de las autoridades oficiales o por faccionesopositoras.

    Desde la constitucin del Virreinato del Ro de la Plata, se promulgarondistintas reglamentaciones referentes a una reorganizacin de las milicias, paradefender las ciudades ante la creciente amenaza de pueblos indgenas en las fronteras yauxiliar a las deficientes tropas veteranas11. Sin embargo, fue el Real Reglamento de1801 el que intent regimentar a todas las provincias del Virreinato sobre laconstitucin, deberes y privilegios concedidos a los milicianos para promover unespritu de adhesin a la actividad militar entre vecinos y moradores. Durante lasdcadas posteriores a la independencia, se segua remitiendo a esta reglamentacin defines de la Colonia, para resolver querellas o conflictos judiciales en los que estuviesenimplicados milicianos12.

    Estudios de caso han comenzado a analizar las milicias en relacin con lasmodificaciones surgidas desde fines de la etapa colonial y la participacin y

    militarizacin de nuevos sujetos histricos a raz de los movimientos de independencia

    naturales de la misma ciudad donde estaban las guarniciones, con un porcentaje mayor de reclutasamericanos sobre los peninsulares, predominantes en los siglos anteriores. Marchena Fernndez, Juan,Sin temor del Rey ni de Dios. Violencia, corrupcin y crisis de autoridad en la Cartagena colonial, enKuelhe, Alan y Marchena Fernndez, Juan (eds.), Soldados del rey. El Ejrcito borbnico en AmricaColonial en vsperas de la independencia, Universidad de Jaume I, D. I., 2005, p. 39.10 To Vallejo, Gabriela, Antiguo Rgimen y Liberalismo. Tucumn. 1770-1830, en Cuadernos deHumanitas, N 62, Facultad de Filosofa y Letras, Universidad Nacional de Tucumn, Tucumn, 2001, p.95.11stos fueron los Planes de Milicias de 1764, 1772, 1791, aunque quedaron circunscriptos nicamente ala Gobernacin de Buenos Aires.12

    Alejandro Heredia, decret una reorganizacin de la milicia local, la cual se hizo efectiva en 1832 paralas milicias rurales y en 1836, para las existentes en el mbito urbano. Sin embargo, esta reorganizacinde la fuerza militar no estableca nuevas clusulas sobre la normativa penal militar.

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    en Espaa y en Amrica. Anlisis recientes advierten que a partir del proceso deindependencia se fueron construyendo identidades nacionales y que la lucha entre

    espaoles y americanos habraconstituido una guerra civil entre dos lealtades polticas,que dur ms de dos dcadas13.

    Para Roberto Schmit,

    el poder militar fue fundamental para la imposicin de los liderazgospolticos y se convirti en el principal canal que conect al Estado contodos los habitantes, acercando a los hombres de toda clase a losimaginarios construidos por los sectores dirigentes, en un proceso deinteraccin entre notables y masas rurales14.

    Las formas de reclutamiento implementadas por los diferentes gobiernos en estaprimera mitad del siglo, oscilaron entre la compulsin- traducida en las levas masivas yel reclutamiento forzoso-, los incentivos otorgados a las tropas para su permanenciadentro de los cuerpos militares y la seduccin- referida a la capacidad de jefesmilitares u oficiales disidentes para adherir gente con promesas materiales, monetariasy la difusin de ideales opuestos a los gobiernos de turno. As, las lites gobernantesintentaron sostener el poder poltico por medio del empleo de la fuerza fsica, aunquecombinada con mecanismos de negociacin y consenso que aseguraron la legitimidadde sus acciones, debido a la ausencia de un poder poltico suficientemente fuerte einstitucionalizado que pudiera generar cadenas de mando ms efectivas.

    Las fuentes utilizadas se encuentran en la seccin administrativa del ArchivoHistrico de Tucumn, las cuales contienen una valiosa informacin sobre partes deoficiales, decretos, notificaciones y sumarios militares, que se han complementado conmemorias de oficiales y tradicin oral expresada en cantares histricos. Las tcnicas aemplear son las cualitativas, basadas en el anlisis de los trminos empleados y en elcontenido de los discursos y sus significados de acuerdo al contexto histrico15.

    1. La relacin entre jefes y tropas

    Fruto de la militarizacin de la poblacin que durara hasta bien entrado el sigloXIX, la relacin establecida entre los jefes militares y sus subordinados permiti a losgobiernos de turno entablar una relacin ms directa con la gente comn, a fin deorientarla en sus intereses polticos y pretensiones personales. Los jefes militares y

    13Thibaud, Clement, Formas de guerra y mutacin del Ejrcito durante la guerra de independencia enColombia y Venezuela,en Rodrguez, Jaime (coord.), Revolucin, Independencia y las nuevas nacionesen Amrica, Fundacin Mapfre/Tavera, Madrid, 2005.14Schmit, Roberto,Ruina y resurreccin en tiempos de guerra. Sociedad, economa y poder en el Orienteentrerriano posrevolucionario. 1810-1852,Prometeo, Buenos Aires, 2004, pp. 171-73.15Pese a que dichas fuentes no contienen informacin cuantitativa acerca del nmero de seguidores de

    jefes y oficiales, el anlisis del contexto discursivo ha permitido acercarnos a la comprensin de lasrelaciones de mando y obediencia, a la capacidad de resistencia de los sectores sociales subordinados o, alquiebre de las cadenas de mando cuando la negociacin entre ambas partes no llegara a implementarse.

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    caudillos16, al igual que los curas rurales,lograron un acercamiento ms prximo hacialas tropas y actuaron como mediadores17entre los proyectos polticos hegemnicos y

    los sectores ms bajos dentro de la sociedad18.

    Este trabajo intenta una aproximacin a las relaciones de mando y obedienciaentabladas entre los jefes militares y sus subordinados milicianos y de lnea, paracomprender los mecanismos de negociacin y consenso establecidos a la hora decooptar gente para sus fines polticos y militares. En este sentido, la lealtad ysubordinacin reclamadas por los jefes y muchas veces quebrantada por las tropas, la

    proteccin de los jefes a sus subalternos o la concesin de recompensas quegarantizaran su seguimiento, sealan problemas centrados en el respeto y laobediencia19de los sectores populares hacia dichos jefes. Cuestiones como el honor, el

    prestigio o la dignidad, resultaron esenciales para la compresin de este tipo de

    relaciones20.

    16Fruto de una revisin y de nuevos enfoques surgidos en los aos 60 y 70, comenz a estudiarse latemtica del caudillismo referida no slo a las capacidades carismticas del lder y a su capacidad decoaccin, sino tambin a los mecanismos legales implementados para garantizar su legitimidad.Buchbinder, Pablo, Caudillos y caudillismo. Una perspectiva historiogrfica, en Goldman, Noem yRicardo Salvatore (comps.), Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo problema, Eudeba,Buenos Aires. 1999, pp. 31-50; Goldman, Noem, Los orgenes del federalismo rioplatense (1820-1831), en Goldman, Noem y Ricardo Salvatore (comps.), 1999, ob.cit., pp. 103-118; Fradkin, Ral yJorge Gelman (comps.), La construccin del orden rosista. Entre la coercin y el consenso, Prohistoria,Ao XII, N 12, Rosario, 2008.17

    Hasta las mismas autoridades reconocan la funcin de mediadores de las tropas que podan llegar atener los jefes militares de la campaa para conseguir ciertos favores o contribuciones. Carta del Ministroal gobernador Javier Lpez, sobre que se concrete el pedido de caballos por medio de la intermediacinde los jefes militares de la campaa. AHT, S.A., 1831, Vol. 37, Fs. 92-93.Los comandantes de armas, junto a los jueces de campaa y los curas, seran los articuladores entre lapoblacin de cada distrito y las pretensiones de cada jefe poltico y militar. To Vallejo, Gabriela, 2001,ob.cit. p. 320.18 Los mediadores colaboraron con los proyectos hegemnicos, pues conjugaban creencias con redessociales de tipo antiguo, y reforzaban un poder regional que afianzaba la alianza entre comunidades yguerrilleros. En los pases con fuerte presencia indgena, los gobiernos republicanos de las primerasdcadas independientes necesariamente debieron establecer alianzas y negociaciones con los lderes delas comunidades para alcanzar sus fines polticos. Demlas Bohy, Marie Danielle, Estado y actorescolectivos. El caso de los Andes, en Annino, Antonio, Castro Leiva, L., Guerra, F. X.,De los Imperios a

    las Naciones, Iberoamrica, Iberlaya, Zaragoza, 1994. pp. 301-326; Reina, Leticia, La reindizacion deAmrica, siglo XIX, Siglo XXI editores, Mxico, 1997.19El trmino obediencia, al igual que la accin de obedecer, indica el proceso que conduce de la escuchaatenta a la accin, que puede ser puramente pasiva o exterior o, por el contrario, provocar una profundaactitud interna de respuesta. Obedecer implica la subordinacin de la voluntad a una autoridad, elacatamiento de una orden o el cumplimiento de una demanda. La obediencia militar se refiere alacatamiento de instrucciones en el marco de un cdigo de vida y de conducta preparado para responder alos conflictos o crisis sociales o polticas y, en casos extremos, a la guerra. El respeto, por su parte,consiste en el reconocimiento de los intereses y sentimientos del otro en una relacin. Diccionario de laLengua Espaola,Real Academia Espaola, Tomo I, Vigsima primera edicin, Espasa, Madrid, 1992.20Segn Richard Sennet, en la sociedad existen diferentes aspectos que aseguran el respeto: el estatus, elprestigio, el reconocimiento, el honor y la dignidad. Si bien un estatus social alto asegura una posicin dejerarqua dentro de la sociedad, el prestigio se refiere a las emociones que el estatus produce en los otros.

    De tal modo, no siempre un estatus superior otorga un mayor prestigio. Por su parte, el reconocimiento yla reciprocidad representan las acciones que otorgan respeto por excelencia. Por ltimo, el honor proponecdigos de conducta y supone verse a s mismo a travs de los ojos de los dems. Sennet, Richard, El

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    Es necesario considerar que, pese a las relaciones de verticalidad establecidas

    entre jefes y subalternos, la reciprocidad como mecanismo de transferencia eintercambio de servicios, constituy uno de los ejes principales a travs del cual giraronlas nociones de obediencia, lealtad, subordinacin y seguimiento a una causa queconsideraban en cierta medida comn. Por otra parte, la cuestin del respeto hacia los

    jefes como garanta de obediencia, tambin constituy un elemento esencial paragarantizar el seguimiento y cumplimiento de las rdenes.

    En ocasiones, los miembros de las tropas- sobre todo en el caso de lasmilicianas- eran peones de los jefes militares u oficiales, situacin que generaba unacombinacin de decisiones arbitrarias, con una poltica de negociacin y concesiones21.As, las relaciones entre jefes y subordinados estuvieron marcadas por una relacin de

    negociacin que permita un ejercicio ms efectivo del poder de los jefes y oficiales. Enla sociedad tucumana, los jefes militares u oficiales se valieron de una serie deestrategias para contar con gente adicta a sus fines polticos y militares en una pocasignada por la inestabilidad poltica. Adems, estos jefes apelaron a otro tipo de gentecon las que consensuaban una relacin de tipo circunstancial, para llevar a cabo lasrebeliones, motines o conspiraciones contra los gobiernos. Consideramos que unfenmeno de este tipo, slo puede comprenderse desde el contexto y el objeto deinvestigacin planteado que, en nuestro caso, llevara a resaltar la relacin recprocaentre las partes como el cumplimiento de las promesas y concesiones propuestas por los

    jefes hacia sus subordinados y el consiguiente seguimiento de stos ltimos.

    Para identificar relaciones de consenso y negociacin entre los actores enestudio, hemos analizado casos emblemticos que pueden proporcionar posiblesrespuestas a la temtica general planteada.

    1. 1. Los mecanismos de negociacin y consenso entre jefes militares y tropa en elTucumn post-revolucionario

    1.1.1. La cuestin del respeto y la obediencia

    El servicio de armas se bas en la verticalidad de sus relaciones y en laestructura jerrquica de sus miembros, a fin de permitir el total seguimiento, lealtad yobediencia al superior. La violacin de uno de estos principios, significaba un crimende alta traicin y la imposicin de penas no slo como castigo, sino tambin comodispositivo ejemplar para el resto de los subordinados.

    respeto: sobre la dignidad del hombre en un mundo de desigualdades, Anagrama, Barcelona, 2003, pp.60-70. Para este autor, el respeto se construye desde el reconocimiento al otro y el respeto a s mismo.21Buena parte de la lite tucumana, posea grandes cantidades de tierras en la provincia, las cuales erantrabajadas por peones, jornaleros, dependientes o agregados, que reciban una paga en dinero o enespecies, incluyendo tambin, algunos beneficios para los dependientes, adems de los servicios

    personales prestados de acuerdo a los conciertos de trabajo. Lpez, Cristina, Los dueos de la tierra.Economa, sociedad y poder en Tucumn (1770-820), Facultad de Filosofa y Letras, UniversidadNacional de Tucumn, Proyecto CONICET 4979, Tucumn, 2003, pp. 303-307.

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    De acuerdo con ello, los jefes militares de las milicias y el ejrcito regular, deban

    necesariamente obedecer las disposiciones emanadas de sus superiores as como sussubalternos, las de ellos mismos.

    En la prctica, esta relacin de obediencia al superior no siempre pudo cumplirsey la reciprocidad y negociacin actuaron en su reemplazo para el logro de fines

    polticos de las lites. La inexistencia de un gobierno central formalmente constituido apartir de los aos 20, sumado a la falta de control exclusivo de la fuerza fsica poralgn grupo de poder en cada provincia22, provoc que las relaciones cara a cara fueranms frecuentes entre los integrantes del servicio de las armas y se elaboraran redes de

    poder entre las lites y los sectores populares que permitieran la realizacin de losobjetivos polticos. De esta manera, una insubordinacin o un desacato podan llegar a

    modificar los fines deseados.

    En aquellos perodos en los que el poder ejecutivo logr un control efectivo de lafuerza militar, al menos de carcter provincial o regional, fue logrndose unaestabilidad poltica que posibilit la construccin e institucionalizacin de lasrelaciones entre los miembros del ejrcito y de la sociedad en general. No obstante, laefectiva instauracin de un ejrcito profesional recin podra llevarse a cabo a partirde la segunda mitad del siglo XIX, a raz del proceso de construccin de un Estadoconsolidado a nivel nacional.

    A continuacin, se analizan casos de desacatos y desobediencias dentro de lajerarqua militar consumados por integrantes de las tropas hacia sus superiores comotambin insubordinaciones de los jefes hacia el gobernador de turno y abusos hacia sussubordinados en diferentes contextos polticos por los que atraves la provincia. De estaforma, las cuestiones del respeto y la obediencia dentro de la jerarqua militar, dejanentrever los intersticios en la construccin de un poder efectivo e institucionalizado.

    El seguimiento a un jefe resultaba efectivo si este lograba consenso y legitimidadentre la tropa. La atribucin del poder conferido por el gobierno a un jefe en particularera insuficiente si ste no lograba establecer un consenso entre sus miembrosdependientes23.

    Durante la poca revolucionaria, los jefes y oficiales debieron implementar todaserie de estrategias para convocar a las tropas al reclutamiento. Este conllev lanecesidad de instaurar smbolos patrios asociados a la nueva causa y difundir losideales revolucionarios en fiestas cvicas y religiosas sobre los sucesos acontecidos

    22La situacin de constante inestabilidad poltica que caracteriz sobre todo a la dcada de 1820 generen Tucumn, una lucha facciosa en la que cada jefe poltico -y a su vez militar- acceda al poder mediantelevantamientos militares que se apoyaban en las prcticas electorales, la convocatoria a cabildos abiertosy un suficiente nmero de tropas adictas, a fin de garantizar la legitimidad de sus acciones. To Vallejo,G., 2001, ob.cit., pp. 322-326.23

    Albano, Sergio, Michel Foucault. Glosario de aplicaciones, Quadrata, Buenos Aires, 2005, p. 77;Sobre legalidad y legitimidad: Weber, Max, Economa y Sociedad, Fondo de Cultura Econmica,Mxico, 1964.

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    desde la constitucin de la Junta en Buenos Aires, a fin de fundar en la memoria de losactores la suficiente conciencia e identificacin con la Patria a defender.

    Paralelamente, fue construyndose un discurso pronunciado en arengas y exhortacionesmilitares, destinado al conocimiento y argumentacin de los sucesos polticos, como alconvencimiento y persuasin sobre la participacin y contribucin a la causa, pormedio del reclutamiento o la contribucin monetaria y material.

    En cuanto a la cuestin del respeto y la obediencia que los jefes deban asumircon sus subordinados para hacer efectiva su convocatoria, observamos la percepcindel General Gregorio Aroz de La Madrid, sobre el manejo de las tropas del EjrcitoAuxiliar del Per por parte de los generales Jos Rondeau y Manuel Belgrano. Para LaMadrid, la autoridad y legitimidad alcanzada por un jefe militar, eran esenciales eimprescindibles para el mantenimiento del orden y como garanta para un buen

    seguimiento de la tropa. El General Rondeau haba asumido la jefatura del EjrcitoAuxiliar en 1814 para hacerse cargo de la guerra en el Alto Per. La Madrid loconsideraba un hombre bueno y decente pero de dbil carcter a la hora de imponer suautoridad, no slo entre la tropa sino tambin entre los dems jefes subalternos:

    Despus de formado el escuadrn de hsares y reconocido yo por elTeniente Coronel y Jefe de l, lleg el seor brigadier General Belgrano,de Buenos Aires, a recibirse del mando del ejrcito relevando al General

    Rondeau [...] El Seor Rondeau era por lo dems un excelente sujeto entodo sentido, no era respetado en el ejrcito por su excesiva tolerancia ybondad, por cuya relacin haba poca subordinacin a l, en la mayor

    parte de los jefes, as fue que casi todos, haban llevado una conductairregular mientras anduvieron en el Alto Per24.

    Como contraparte, realzaba la autoridad propia de Belgrano para relacionarsecon la tropa y lograr el establecimiento de una rigurosa disciplina25.

    En el momento de saberse en Trancas que el General Belgrano se habarecibido del mando del ejrcito y que pasaba a revistar los cuerpos allexistentes, hubo un zafarrancho general, y en el acto, no qued una solamujer en el ejrcito, todos salieron por caminos extraviados. Tal era la

    moral y disciplina que haba introducido en l cuando lo mand porprimera vez y tal el respeto con que todos lo miraban26.

    24Aroz de Lamadrid, Gregorio, Memorias, Campo de Mayo. Biblioteca del Suboficial, Buenos Aires,1947, p. 115.25 La disciplina y los continuos ejercicios militares exigidos por distintos jefes en todo el perodoestudiado apuntaban al control social de los subordinados para evitar cualquier tipo de insubordinacin,motn o movimiento conspirativo. Sin embargo, tambin se buscaba mediante este mecanismo, lograr elautocontrol de los propios subordinados para lograr un fin deseado por los jefes o autoridades. SegnMichel Foucault, dentro de un grupo, una clase o una sociedad, operan mallas de poder, donde cada uno

    posee una localizacin dentro de la red de poder, ejercindolo, conservndolo, e impactando con sus actossobre los dems. Foucault, Michel,Las redes del poder, Almagesta, Buenos Aires, 1993. p. 71.26Aroz de Lamadrid, Gregorio, 1947, ob. cit., p. 115.

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    Para el General Jos Mara Paz- que tambin actu como jefe militar en elEjrcito del Per- era Jos de San Martn el General que haba logrado incentivar a la

    tropa para evitar la desercin, a travs del pago riguroso y sin dejar de dar al soldadobuenas cuentas semanales, quesi no completaban su sueldo, le suministraban al menospara sus ms preciosos gastos27.

    Por el contrario, las rdenes emanadas del General Belgrano,

    [] adolecan a veces de una nimiedad suma y parecan dictadas msbien para pupilos que para hombres que estaban con las armas en lamano y que deban mandar otros hombres que les eran subordinados; seinteresaba demasiado en las relaciones privadas, sin dejar a la juventudla expansin necesaria para moverse y mostrarse, dentro de la rbita

    que marcan las leyes. Castigaba el desafo con una severidad ejemplar, yexiga una abnegacin, un desinters, un patriotismo tan sublime comoel que a l mismo lo animaba28.

    A pesar de demostrar una visin positiva sobre el carcter de Belgrano encuanto a la direccin del ejrcito, Paz consideraba su disciplina demasiado exigente yrigurosa hacia la tropa y a sus mismos oficiales subalternos. Esta actitud, derivada de suescaso conocimiento profesional de la disciplina, llevaba a Belgrano a preocuparse porasuntos que extralimitaban lo estrictamente militar, generando en ocasiones, muchasresistencias.

    Dos dcadas despus, las guerras civiles y el afianzamiento de la hegemonafederal de Rosas sobre la Confederacin Argentina permitieron, a nivel local, laasuncin del General Alejandro Heredia como gobernador29 y el comienzo de unapoca signada por una cierta estabilidad poltica e institucional y la organizacinmiliciana y de lnea en la provincia y en las regiones sometidas a su Protectorado,creado en 183630. En este contexto, tambin se han encontrado casos en los que se hizo

    presente la falta de autoridad en las resoluciones de los oficiales de diferentesregimientos. Esta situacin generaba conflictos en el cumplimiento de las rdenes

    27Paz, Jos Mara,Memorias pstumas, Emec Editores, Buenos Aires, 2000, p. 161.28

    Paz, Jos Mara, 2000, ob.cit., p.162.29 Alejandro Heredia, asumi la primera magistratura en el ao 1832 y su gobierno finaliz con suasesinato efectuado por sus opositores polticos en 1838. Su mandato se caracteriz por elreestablecimiento del orden en la provincia, la reorganizacin de las instituciones- las deliberaciones de laSala se hicieron regulares y peridicas a partir de 1833- la eleccin de nuevas autoridadesgubernamentales y judiciales que respondieran al rgimen federal y la promocin del comercio, laeducacin y el sistema de defensa. Pese a que la estabilidad lograda se ciment en la fuerza y en lalegalidad otorgada por medio del funcionamiento de las instituciones, el costo social parece haberresultado alto, pues debi sostener un aparato estatal que requera constantes reclutamientos eintervencin en el mbito militar para la defensa de la provincia y las vecinas que dependan de l.Heredia utiliz las milicias y las unidades regulares locales y regionales, apoyndose en las alianzasestablecidas con los gobernantes de las provincias vecinas.30El objetivo de Heredia consisti en controlar polticamente la regin del norte de la Confederacin, a

    travs de la creacin del Protectorado en 1836, quedando las provincias de Salta, Jujuy y Catamarca bajola hegemona del gobernador de Tucumn, garante de la estabilidad poltica regional y con derecho aintervenir en ellas si lo consideraba necesario.

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    emanadas por el gobernador. De esta manera, puede observarse de qu manera en eltrato cotidiano continuaba siendo necesario asegurar la obediencia y el respeto hacia la

    autoridad en general, a pesar de haberse logrado una estabilidad poltica y unainstitucionalizacin de las funciones pblicas.

    Una disposicin del gobernador ante las insubordinaciones e insultos cometidospor el oficial de Ro Chico al Alcalde, dispona que se debe respetar a la autoridadpblica as como esta est en la obligacin de respetar a los jefes militares, a quienesinsultndolos pierden su fuero llano y se sujetan a la jurisdiccin militar31.

    En otra causa, se acusaba a los oficiales del escuadrn de Lules que noobedecen ni son obedecidos, o la sancin de Heredia al coronel Mendivil delregimiento N 3 quien, a causa de no haber sido obedecido por un subalterno, dispuso

    que en lo sucesivo tuviera mayor firmeza en el mando32.

    De igual manera, en ocasiones eran los mismos jefes u oficiales que seinsubordinaban ante sus superiores, cometiendo arbitrariedades con sus subalternos. Enestos casos, no slo eran reprendidos hasta el riesgo de perder sus cargos, sino tambineran los mismos subordinados que acudan a la justicia para reclamar los malos tratos ysolicitar una reprimenda al acusado.

    Lorenzo Alzogaray, soldado de milicias de la segunda compaa de Monteros,fue herido gravemente por su capitn, Don Marcos Robles por haber desobedecido asus rdenes. Para la causa se citaron varios testigos, entre ellos los soldados JuanAsencio Guerrero y Cornelio Magalln, el sargento Joaqun Rodrguez y el alfrez DonJulin Ituarte, de la misma compaa de Monteros. En sus declaraciones, todoscoincidieron en la inculpabilidad del soldado y en que el capitn haba actuado consuma arbitrariedad, pues al llegar a la casa de Alzogaray con su partida a apresarlo y

    preguntar ste mismo sobre el motivo de su prisin, el capitn respondi que no tenanecesidad de drselo, y echando mano al trabuco le puso los puntos y no habiendodado juego a dicha arma, le ech mano a su sable acometiendo contra Alzogaray.Los testigos afirmaron tambin que el soldado no haba faltado en ningn momento elrespeto al capitn y no ofreci la mayor resistencia, sino que solo quera saber lacausa de su prisin. Luego se tom declaracin al mismo Alzogaray, quien explic

    que el da anterior haba ido un cabo a citarlo para prestar servicios, y l pidi que lodispensasen en razn de la labranza de su tabaco, pero si era muy preciso estabadispuesto a obedecer, que aunque pobre, era hombre de bien, nunca pens desobedecery que era costumbre cuando un hombre tena que hacer algo, y deca a su cabo queestaba ocupado, saban de entender.

    31AHT, S.A., 1832, Vol. 38, Fs. 289. Ante las constantes disputas judiciales entre los jueces o alcaldes ycomandantes militares de la campaa, sobre individuos que pertenecan a una u otra jurisdiccin, el

    gobernador Heredia decret la unificacin de los dos cargos en la misma persona. AHT, S.A., 1832, Vol.39, Fs. 169.32AHT, S.A., 1832, Vol. 38, Fs. 298 y 309.

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    Por ltimo, declar el mismo Capitn Robles reconociendo haber herido aLorenzo Alzogaray, pero que fue por orden del coronel Mendivil33.

    En la causa, vemos aparecer cuestiones relacionadas con la obediencia y elrespeto al superior dentro de la jerarqua militar. Los testigos convocados, pertenecantanto a la tropa como a la oficialidad y todos coincidieron en la inocencia del soldado al

    preguntar el motivo de su prisin. Sin embargo, cuando se le pregunt al capitn sobresu accionar, transfiri la responsabilidad a su superior, pues slo responda rdenes deste.

    El soldado Alzogaray reconoci su negativa pronunciada el da anterior al serconvocado por la milicia por estar ocupado en su labranza. No obstante, expres estardispuesto a obedecer si era preciso y que era usual concederles permiso ante tales

    situaciones.

    De aqu se desprende que haba obligaciones que cumplir entre los milicianos,sobre todo entre los ms pobres, pero que podan llegar a eludirse ante una causa

    justificada. No obstante, dicha causa no haba sido respetada por el capitn, que habaactuado arbitrariamente contra el soldado.

    La obediencia y el respeto a un superior constituan dos principios bsicosdentro de la jerarqua militar, siempre y cuando sus miembros respetaran algunosconsensos preestablecidos y los superiores lograran exigir obediencia partiendo desdeel respeto a s mismo y hacia los otros.

    El proceso ordenado por el gobierno de Heredia contra el capitn Berasaluce,comandante de la Guardia del batalln de boltjeros, por haber descuidado susfunciones de custodia a los presos incomunicados, demuestra que cuando se lograbanciertos consensos entre el jefe, sus pares y la tropa, podan establecerse acuerdos quedesembocaban en la defensa absoluta de la persona implicada. Para la causa, el mismogobernador Heredia mand convocar testigos, a quienes se les pregunt sobre la faltacometida por Berasaluce y si ste se haba puesto en comunicacin con los presos.Tanto los sargentos Zenn Rodrguez y Domingo Alarcn, como los cabos FranciscoCarabajal, Juan Len Ivire y los soldados Evaristo Rodrguez y Toms Altamiranda,

    declararon que no haban visto nada, que todo estaba tranquilo y que tampoco habanvisto al capitn embriagarse o jugar con los presos 34. En definitiva, las relacionespersonalizadas establecidas con este jefe, quizs derivadas de la concesin de favores,parentesco, amistad o simplemente el respeto y lealtad hacia su persona, llevaron anegar toda culpabilidad del capitn, apoyndolo en su accionar.

    En otra situacin, se denunciaba tambin a un capitn, Don Javier Riarte delregimiento N 2, por andar pblicamente borracho en los das de carnaval y haberherido ferozmente a un cabo, expresando que su conducta no corresponda al honor y

    33AHT, S.A, 1832, Vol. 39, Fs. 265-271.34AHT, S.A., 1835, Vol. 43, Fs. 286.

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    dignidad de un oficial. El gobernador delegado, exigi al coronel dedicho regimiento,levantar un sumario al capitn y que lo remita con un par de grillos35.

    Durante el gobierno de Gutirrez36 tambin se denunciaron arbitrariedades yfalta de autoridad ejercida por parte de comandantes, jefes u oficiales. Es decir, an encontextos caracterizados por la estabilidad y el orden, resultaba dificultoso disponer deuna fuerza fsica totalmente adicta a la autoridad.

    Hoy estar reunido parte del Regimiento sindome muy gravoso no decira Ve. El regimiento completo, pues de las compaas que se han reunido,resultan considerables fallas, mucho ms [] del Capitn Don DomingoCostilla, quien gobernando una compaa de ms de 130 hombres, meacaba de comunicar el comandante que slo se le han presentado 14,

    pues esto es lo que siempre resulta de este capitn, pues estoy bieninformado que nadie hace caso de l, porque no se hace respetar, nicastiga a ningn delincuente de los que no obedecen, y en ese estadoquedan burlados de l. []37

    El capitn Costilla no se haca respetary ello generaba la desobediencia de sussubordinados a las rdenes por l pronunciadas. Esta afirmacin nos permite constataruna vez ms la cuestin del respeto al superior, pues el mismo implicaba expectativas,generaba confianza y reconocimiento, a la vez que promova e incentivaba laobediencia.

    1. 1.2. Seductores y seducidos: entre promesas y lealtades

    Qu significaba concretamente la seduccin y hacia quines estaba dirigida?Cules eran las promesas ofrecidas por los jefes militares para garantizar suseguimiento? Qu tipo de estrategias y seducciones implementaron para tal fin ycules fueron las respuestas de los sectores populares presentes en las tropas?; Cmofuncion la reciprocidad en este intercambio de favores?

    El Diccionario de la Real Academia Espaola de 1739 defina la seduccin

    como el arte de engaar con maa y persuadir suavemente al mal38

    . Debido a laproximidad temporal del significado otorgado por este diccionario con la poca en

    35AHT, S.A., 1834, Vol. 42, Fs. 205.36Celedonio Gutirrez asumi el gobierno de Tucumn en el ao 1841, luego de la Batalla de MonteGrande, contra las fuerzas de la Coalicin del Norte. Su gobierno se caracteriz por una estabilidadpoltica, un reforzamiento de la relacin con el gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas y lapersecucin a los enemigos polticos, los unitarios. Su mandato finaliz en 1852, a raz de la derrota deRosas en Buenos Aires y a la incapacidad de lograr alianzas polticas con los nuevos mandatariospolticos, dentro del contexto de organizacin de un Estado nacional formalizado.37AHT, S.A., 1842, Vol. 58, Fs. 130.38Diccionario de la Lengua castellana en la que se explica el verdadero sentido de las voces, su

    naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios o refranes, y otras cosasconvenientes al uso de la lengua, Real Academia Espaola, Imprenta de Francisco de Hierro, Tomo V,Madrid, 1737.

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    estudio, entendemos que la seduccin empleada por los jefes militares a partir de ladcada de 1820, fue vista desde esta connotacin negativa y utilizada para inculpar a

    los jefes disidentes por promover acciones en contra de los gobiernos de turno y adherirgente a sus filas, con promesas y ddivas.

    A partir de la dcada de 1820, se hicieron cada vez ms frecuentes las denunciaspor seduccinde jefes para conseguir el seguimiento e incrementar el nmero de sustropas. Segn Ral Fradkin, las lites conceban los comportamientos sediciosos oconspirativos efectuados por parte de los sectores populares, como el resultado de unamanipulacin desde arriba mediante dinero, alucinacin o engao, la cual era posibledebido a la ignorancia e incomprensin popular de lo que realmente estabasucediendo39.

    En qu consistieron dichas promesas y cules fueron las reacciones de losseguidores ante su incumplimiento?

    Como primera consideracin, decimos que los seductores, eran en su mayorajefes militares u oficiales disidentes del gobierno que intentaban reunir gente paraprovocar sediciones o movimientos conspirativos y derrocar al poder establecido. Lapoltica facciosa instalada desde los aos 20, se expres por medio de estosmovimientos involucrando a gran parte de la poblacin en los mismos.

    Muchos jefes disidentes fueron acusados de seducir a las masas, a la gentecomn, como sola llamrsela, debido a la incapacidad de stas de actuar conraciocinio y discernimiento40.

    Ahora, cuando nos acercamos al uso del trmino y las exposiciones ofrecidaspor los seducidos, vemos que stos esperaban el cumplimiento de promesas que losjefes ofrecan para unirse a sus emprendimientos militares y exponer en muchassituaciones sus propias vidas.

    Los seductores ofrecan garantas y promesas para asegurar el seguimiento de latropa, convidando41a sta para llevar a cabo el movimiento.

    Durante el perodo revolucionario, no hemos encontrado demasiadas evidenciasde seduccin. Pese a ello, se registran casos de jefes militares o lderes polticosconvidando o fascinando a hombres a sus filas. En estas fascinaciones sehallaban implcitos los fundamentos msticos de la religin, que actuaban como ejesordenadores de la causa poltica a seguir. En una carta del General del ejrcito realista,

    39 Fradkin, Ral, Cultura poltica y accin colectiva en Buenos Aires (1806-1829): un ejercicio deexploracin, en Fradkin, Ral (ed.), Y el pueblo dnde est? Contribuciones para una historia popularde la revolucin de independencia en el Ro de la Plata, Prometeo, Buenos Aires, 2008, pp.62-63.40Cabe acotar que las denuncias por seduccin fueron siempre efectuadas a jefes militares o personasdisidentes del gobierno y no as a las autoridades, quienes lgicamente nunca seducan ni engaabanpara lograr su adhesin sino que efectuaban la lcita prctica del reclutamiento.41

    La mencin a las garantas y convites a la tropa las hemos encontrado, por ejemplo, en el intento dederrocamiento del gobernador Alejandro Heredia en 1835 por parte de los caudillos Don ngel y ManuelLpez desde Salta. AHT, S.A., 1835, Vol. 43, Fs. 43.

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    Goyeneche, a su primo Po Tristn, el primero comentaba la prisin de individuos delejrcito enemigo y como ellos mismos habindoles explicado la causa del Rey y la

    lucha por la Santa Religin, no slo se haban presentado voluntariamente aparticipar dentro de sus filas, sino que tambin se comprometan a llevar una cartadirigida a los habitantes de Tucumn, invitndolos adherirse a la causa del Rey:

    De los 18 prisioneros que Vs. me remiti hechos por las armas del Reyen la accin del 17 del mes anterior, despus de haberse atendido susubsistencia en este cuartel general, con toda la humanidad querecomienda Nuestra Santa Religin y las leyes de la guerra [] y sinembargo de habrsela ofrecido a los [prisioneros] [] despus devestidos para que con sus respectivos pasaportes y juramentados de noreincidir de tomar armas en contra del Rey pudieren dirigirse a su

    domicilio [] han preferido voluntariamente nueve de ellos el pedirmela incorporacin a las tropas del Rey, con que he condescendido []Cuartel General de Potos, Febrero 4 de 1812. Goyeneche. A PoTristn.42

    El General Paz, ya adverta en sus Memorias la poltica asumida por los realistasy el recurso utilizado para fascinar hombres a la causa del Rey y sobre todo defenderla Religin Catlica:

    Goyeneche, aprovechndose hbilmente de nuestras faltas, haba [...]fascinado a sus soldados en trminos que los que moran eran reputadospor mrtires de la religin, y como tal, volaban directamente al cielopara recibir los premios eternos. Adems de poltica, era religiosa laguerra que nos hacan [...]43

    Segn Paz, el mismo Belgrano para evitar el desprestigio de la causarevolucionaria y de la opinin del ejrcito, tuvo la certeza de nombrar Generala delEjrcito Patriota a la Virgen de la Merced, una vez logrado el triunfo en Tucumn en1812, al coincidir con el da de su devocin. As, se provea un tinte religioso a la causa

    perseguida y se lograba una mayor adhesin entre la poblacin local:

    [...] Como la batalla de Tucumn sucedi el 24 de Septiembre, da deNuestra Seora de las Mercedes, el General Belgrano, sea por devocin,sea por una piadosa galantera, la nombr e hizo reconocer porGenerala del Ejrcito [...] A la misa asisti el general y todos losoficiales del ejrcito [...] La devocin de Nuestra Seora de las

    Mercedes ya antes muy generalizada, y haba subido al ms alto grado

    42AGN, Sala X, Ejrcito Auxiliar del Per, 3-10-3.43Paz comentaba adems que, habindose pasado un soldado del enemigo a nuestras filas, se desertaba

    para volver al ejrcito real, cuando fue capturado. Juzgado y convencido de espa, fue sentenciado amuerte y, con una serenidad digna de hroe, dijo: Muero contento por mi religin y mi rey. Paz, JosMaria, 2000, ob.cit., p. 53.

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    con el suceso del 24. La concurrencia, pues, era numerosa, y ademsasisti la oficialidad y la tropa [...]44

    Con estos ejemplos, es posible observar la impronta de la religin catlica en lasociedad. La misma era asociada a las causas realista y revolucionaria, para lograr unconvencimiento en una poblacin identificada por la devocin a este culto. As, laasociacin entre religin y causa poltica, relacionaba el triunfo de una causa aldesignio divinoy a su vez, el destino apocalptico del bando contrario45.

    A partir de la dcada de 1820,encontramos que la alusin a la seduccin delos jefes se volvi an ms frecuente46.

    En 1821, se inici una causa al oficial ayudante mayor de dragones, Don

    Caetano Ardiles por haber pronunciado expresiones seductivas contra la paz ytranquilidad del pas denigrando el actual gobierno. Ardiles haba pronunciadoinsultos contra el nuevo gobernador Abraham Gonzlez, diciendo que ste no tenaautoridad y que los paisanos ignorantes haban hecho muy mal en colocarlo en el

    poder ejecutivo provincial47. De esta forma, la mencin a las expresiones seductivasquedaba asociada al intento de sedicin y oposicin del oficial Ardiles al gobierno deGonzlez.

    El pen Pablo Andrade declar no haber odo decir nada a Ardiles contra elactual gobierno, y que no hubo ningn motivo para sospechar que Ardiles fueseenemigo del gobierno, siendo falsas las acusaciones mencionadas.

    44Paz, Jos Mara, 2000, ob.cit., pp. 61-62.45Nuevas investigaciones sealan la similitud existente en los recursos por los jefes Belgrano y Joaqunde la Pezuela- pertenecientes a los bandos revolucionario y realista, respectivamente- Ambos jefeshabran adoptado el culto catlico como medio para atraer a las tropas al reclutamiento, en vista de laimpronta de esta religin en el espacio altoperuano y rioplatense. En este sentido, Pablo Ortemberg afirmaque ambos bandos utilizaron el culto mariano en la prctica guerrera de acuerdo a una larga tradicin delantiguo rgimen espaol. El nombramiento de Vrgenes Generalas de ejrcitos regulares y ya no patronasde regimientos constituy una novedad en la historia de la guerra en Amrica. En segundo trmino, esainstrumentalizacin consciente por parte de los generales tuvo diferentes nfasis y matices segn lasmaniobras del enemigo en el marco de una guerra de propaganda. Ortemberg, Pablo, Vrgenes generalas:

    accin guerrera y prctica religiosa en las campaas del Alto Per y el Ro de la Plata. (1810-1818), enBoletn del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, N 35, Buenos Aires,2do. semestre 2011. Para el caso mexicano, Brading afirma que el patriotismo tradicional se inspir en laidentificacin de la religin con el orgullo de pertenencia a una ciudad en donde la sagrada imagen de laVirgen de Guadalupe fue una bandera de identidad en sa sociedad. A pesar de las rupturas causadas porprocesos como la guerra de Independencia y la Revolucin Mexicana, la fe guadalupana permanecicomo una presencia fuerte, unificadora y continua a lo largo de los aos. Brading, David, Nuestra Seorade Guadalupe de Mxico. Idea Divina y Nuestra Madre, en Garca Ayluardo, Clara y Francisco J.Sales Heredia (eds.),Reflexiones en torno a los centenarios: Los tiempos de la independencia, Fundacin2010, Conmemoraciones, Centro de Estudios Sociales y de la opinin pblica, Mxico, 2008, pp.129-181.46 En todo el periodo analizado hemos encontrado 46 casos en los que est presente la intencin deseduccin por parte de jefes u oficiales, ya sea para la ejecucin de movimientos conspirativos,

    revoluciones en contra de los gobiernos de turno, motines dentro de un regimiento, como para atraer amiembros de la tropa o peones a sus intereses particulares.47AHT, A.J.C., 1821, Caja 18, Exp. 42.

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    Que estando Don Caetano Ardiles en casa del declarante [] le pidi un

    medio de aguardiente y un cuartillo de papel y dijo: este papel se lo pidopara que vea que yo s escribir [] que cuando l haba sido sargento,el Seor gobernador haba sido capitn, que muy mal haban hecho los

    paisanos en colocarlo, que eran unos ignorantes, que si el tuviera 400hombres, veran que hombre era l y que no estaba libre, y que en laguerra de Salta, teniendo el oficial General Don Josef Obit cienhombres, y l slo diez, no pudo hacer nada, y que slo con una traicinlo llevo a l y a su gente []

    El reo Ardiles tambin neg haber expresado palabras contra el gobierno deAbraham Gonzlez sino del anterior gobernador ya derrocado Bernab Aroz, y que

    al Seor Abraham Gonzlez no lo ha conocido. La resolucin del conflicto esinteresante, pues el juez Don Miguel Prez Padilla, decidi absolver al oficial Ardilesdejndolo libre, sirviendo este auto de suficiente mandamiento. Es decir, aqu no seelev al gobernador ni se pregunt a otros testigos para resolver el supuesto caso deseduccin, situacin diferente con el perodo de Celedonio Gutirrez, quien no dejara

    pasar ningn caso de sospecha de desobediencia o conspiracin contra su persona.Finalmente, esta causa seguida de oficio se resolvi absolviendo al oficial. Lasacciones seductivas de Ardiles no slo aludan a retribuciones materiales, sinotambin la pretensin del seductor de convencer o animar a los potencialesseguidores.

    En 1822, se denunci al regidor Don Pedro Gregorio Cobos por seducir gentepara aumentar la guarnicin del teniente coronel Don Diego Aroz y unos das despus,se acus al mismo Aroz por pretender seducir a la tropa de la guarnicin y prendera los jefes. Ante tales atrevimientos, en contra del entonces gobernador Don JavierLpez, se levantaron los respectivos sumarios para impedir este tipo deinsubordinaciones48.

    En 1828, el gobernador de Catamarca solicitaba encarecidamente al deTucumn, que tomara medidas con respecto al oficial Vasconcelos, quien con una

    partida de gente est continuamente haciendo sus incursiones [] con notable

    perjuicio pblico y continuamente trabaja por introducir la desunin, y alarma en losincautos de este territorio49.

    En un caso de desercin fechado en 1837, se pregunt a unos soldados comohaban hecho para abandonar la tropa y desertar y quien los haba incitado a taliniciativa. El primero, el soldado Jos Belmonte contest que no ha tenido msseductor que Mariano Lpez y el otro, Meliton lvarez, dijo

    haber salido despus de las oraciones solo y fue a casa del pulperoManuel Montero donde se encontr con seis mas de los desertores que

    48AHT, S.A., 1822, Vol. 28, Fs. 352 y 372.49AHT, S.A., 1828, Vol. 34, Fs. 2.

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    en el momento lo sacaron afuera y principiaron a seducirlo hasta que loconsiguieron de llevarlo [] dijo que los seductores eran Hiplito

    Aroz y Aparicio Aguirre50.

    Los actos de seduccin y el intercambio de favores solo eran posibles en elmarco de la falta de institucionalizacin de la relacin mando/obediencia y de unejrcito profesional. Esta situacin, impeda exigir una obediencia absoluta a causa dela escasez de recursos para la remuneracin de las tropas, en contrapartida con unejrcito profesional. Esa misma carencia impeda a quienes detentaban el poder, lograrsostenerse.

    Cmo funcion la reciprocidad en este intercambio de favores? Lasconcesiones de servicios y bienes intercambiados por estos actores garantizaron el

    funcionamiento de este tipo de relacin. Los jefes militares u oficiales otorgaban unaserie de concesiones de servicios y bienes intercambiados para garantizar elfuncionamiento de este tipo de relacin. Si alguno de ellos no cumpla con lo

    prometido, la relacin resultaba infructuosa e imposible de llevarse a cabo. La lealtad aljefe, per seno estaba garantizada y deba lograrse por medio de estas concesiones yprcticas de seduccin.

    Aquellos jefes que pretendan seducir gente para lograr su adhesin, ofrecanconcesiones que en la mayora de los casos se basaban en promesas materiales como

    pagos, caballos o alimentos. Sin embargo, tambin estaba implcita la intencin deatraer gente a una causa o ideal poltico generalmente contraria al gobernante de turno.En los casos encontrados, hemos podido analizar cmo estos jefes u oficiales intentabanseducir gente con intenciones polticas, difundiendo su posicin contraria al gobierno eintentando persuadir a la plebe ignorante y cmo solan dirigirse a los miembros de latropa y a los estratos ms bajos de la sociedad, de su seguimiento y conveniencia51.

    Por ltimo, durante el perodo de guerra contra la Confederacin Boliviana,liderada por el gobernador y General en Jefe del Ejrcito de Operaciones, AlejandroHeredia, hemos encontrado casos en los que se haca alusin a los intentos de seduccina la tropa por parte de oficiales, con la clara intencin de provocar sediciones y actuarcontra las rdenes de Heredia, entonces General en Jefe del Ejrcito. Dicha guerra

    50AHT, S.A, 1837, Vol. 48, Fs. 122-125.51La temtica de la seduccin y el ofrecimiento de garantas y promesas puestas en prctica por los jefespara asegurar el seguimiento de la tropa, ha sido planteada tambin para otros espacios provinciales. Paz,Gustavo, Liderazgos tnicos. Caudillismo y resistencia campesina en el norte argentino a mediados delsiglo XIX", en Goldman, Noem y Ricardo Salvatore, 1999, ob.cit., pp. 319-346; Fradkin, Ral,Historiade una montonera. Bandolerismo y caudillismo en Buenos Aires, 1826, Siglo XXI, Buenos Aires, 2006;Fradkin, Ral, La conspiracin de los sargentos. Tensiones polticas y sociales en la frontera de BuenosAires y Santa Fe en 1816, en Bragoni, Beatriz y Sara Mata (comps.), Entre la Colonia y la Repblica.Insurgencias, rebeliones y cultura poltica en Amrica del Sur, Prometeo, Buenos Aires, 2008; Mata deLpez, Sara, Tierra en armas: Salta en la Revolucin, en Persistencias y cambios: Salta y el NOA(1770-1840), Prohistoria,Universidad Nacional de Rosario, Rosario, 1999; Mata, Sara, Losgauchos de

    Gemes, Eudeba, Buenos Aires, 2007; De la Fuente, Ariel,Hijos de Facundo. Caudillos y montoneras enla provincia de La Rioja durante el proceso de formacin del Estado Nacional Argentino (1853-1870) ,Prometeo, Buenos Aires, 2007; Schmit, Roberto, 2004, ob.cit., entre otros.

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    provoc muchas resistencias y tensiones entre las tropas destinadas al combate con lasfuerzas de Santa Cruz, gobernante de la Confederacin Peruano- Boliviana y entre las

    provincias sujetas al Protectorado, que comenzaron a manifestar discrepancias con lapoltica de Heredia y sus seguidores polticos52. En este contexto, un alfrez de miliciasllamado Cecilio Lizrraga, fue denunciado por expresar habladuras en presencia de latropa en el hospital, debido a que sus miembros tenan tendencia a la movilizacin.Segn el cirujano del ejrcito, haba odo hablar a Lizrraga sobre seduccin, en

    presencia de los enfermos yque los enemigos tenan tres mil o cuatro mil hombres,mucha plata y bien vestidos53.

    1. 2. La participacin de sectores populares en conspiraciones y motines

    Participar dentro de movimientos conspirativos o motines que atentaran contrael orden y el gobierno establecidos, significaba un grave crimen que mereca loscastigos ms severos54.

    Las montoneras, revoluciones o movimientos conspirativos realizados contra losgobiernos55 eran considerados movimientos facciosos que tendan a desvirtuar losobjetivos polticos imperantes, sobre todo por la participacin de sectores socialesconsiderados peligrosos para el orden social instituido. Los motines, eran rebelionessurgidas dentro del mbito militar, a causa del incumplimiento del pago o malos tratosotorgados a algunos de los miembros de la jerarqua militar.

    En las fuentes hemos encontrado referencias a rebeliones y montonerasproducidas en territorios ajenos al espacio provincial56, en su mayora promovidos porlos mismos jefes u oficiales y no por miembros pertenecientes a las tropas. Dichos jefeshabran seducido a las tropas para intervenir en este tipo de levantamientos. Noobstante, concordando con la postura de James Scott, existen otros tipos deresistencias ocultas que recurren a formas indirectas de expresin, como el chisme, elrumor, los cuentos populares, el refunfuo, que conforman la infrapoltica,

    52Davio, Marisa, Entre tensiones y resistencias. La guerra contra la Confederacin Peruano-Boliviana(1837-1839), en Lorenz, Federico (comps.),Historia de la guerra en la Argentina(en prensa).53

    AHT, S.A., 1838, Vol. 51, Fs. 59.54Desde fines del siglo XVIII, Hispanoamrica experiment una cantidad significativa de levantamientoscolectivos, motines y revoluciones. En estas regiones, el reclamo por las mejoras econmicas y sociales,como la cuestin tnica constituyeron unas de las principales causas de los levantamientos, sobre todoentre los sectores ms bajos dentro de la escala social. La bibliografa sobre esta temtica es muy extensa,para citar algunos, Stern, Steve,Resistencia, rebelin y conciencia campesina en los Andes, siglos XVII alXX, IEP, 1990; Tutino, Jhon, De la insurreccin a la revolucin mexicana. Las bases sociales de laviolencia agraria 1750-1940, Era, 1990; Mallon, Florencia, Peasant and Nation. The making ofpostcolonial Mxico and Peru,University of California Press, Berkeley, 1995.55Sobre la temtica de las montoneras, motines y revoluciones en el espacio rioplatense, Fradkin, Ral,2006, ob.cit.; De la Fuente, Ariel, Gauchos, montoneros y montoneras, en Goldman, Noem yRicardo Salvatore, 1999, ob.cit.; De La Fuente, Ariel, 2007, ob.cit; Di Meglio, Gabriel, 2006, ob.cit.56Para el caso de movimientos conspirativos contra el gobierno tucumano, Paula Parolo registra en los

    expedientes judiciales quince casos desde el periodo 1799 a 1864, de los cuales uno se produjo durante ladcada revolucionaria, uno en 1832-42, tres durante 1843-53 y diez en la dcada de 1854 a 64. Parolo,Mara Paula, 2009, ob.cit.,p. 228.

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    responsable de construir los cimientos de las posteriores acciones polticas mscomplejas e institucionalizadas57. Por tal razn, rescatar las respuestas ofrecidas por

    parte de los miembros de la tropa, como las intenciones y objetivos de sus jefes resultasugestivo para el anlisis de su participacin e identificacin con los propsitos

    perseguidos, como de sus formas de resistencias ocultas, manifestadas implcitamenteen sus acciones y descontento con sus superiores58.

    Las formas de convocatoria impulsadas por los jefes y hacia quines estabandirigidas, como las reciprocidades establecidas con la tropa, permiten introducirnos enel mundo de estas sublevaciones y comprender sus mecanismos de funcionamiento.

    Qu razones explican concretamente el seguimiento de la tropa a estos lderesmilitares? A continuacin, nos detendremos en el anlisis de casos en los que

    encontramos la presencia de sectores populares en movimientos conspirativosorganizados contra el gobierno de turno y de motines dentro de la jerarqua militar.Ellos pertenecen a perodos histricos diferentes que coincidieron con situacionesconflictivas en las que las autoridades vigentes debieron hacer uso de su poder paraabatirlos.

    El primer caso, lo constituyen los tres intentos de revolucin realizados contra elentonces gobernador Alejandro Heredia. El primero estuvo organizado por Don ngelLpez, un joven abogado y representante de la legislatura provincial que, junto amiembros de la lite tucumana, intent en junio de 1834 realizar una revolucin quederrocara a Heredia del gobierno59. Comprometi a varios personajes de la lite- entreellos, los comandantes Calixto Prez, Sorroza de Monteros, a los Posse de LaReduccin- que junto a su gente60prepararon la revolucin. Sin embargo, sta prontosera descubierta por Heredia, quien ordenara a la Sala la iniciacin de un sumario atodos los cmplices, resultando prfugo ngel Lpez.

    57Scott, James, Los dominados y el arte de la resistencia, Era, Mxico, 2000, pp. 218-37.58 En otro trabajo, se ha analizado estas formas de resistencias ocultas, traducidas en rumores ydifamaciones que expresaban las formas de oposicin o descontento de las tropas hacia sus superiores. Lainformacin divulgada en lugares pblicos, permiti a los sectores sociales implicados proveerse de lainformacin necesaria para su adhesin a la causa perseguida por las lites polticas, como asimismo el

    seguimiento a sus lderes polticos y militares. en Davio, Marisa, Rumores, difamaciones y canales decomunicacin de los sectores populares durante el proceso de militarizacin en Tucumn (1812-1854),Vol. 15, Prohistoria, Rosario, 2011 [en linea]. [Consulta: 06/12/2010].59ngel Lpez naci en 1807 en el departamento de Trancas, Tucumn. Era hijo de Don Santos Lpez yDoa Mara Antonia Molina. En 1823 fue designado miembro de la Sala de Representantes de Tucumny en 1831, se gradu en Doctor en Jurisprudencia, en la Universidad de Buenos Aires. Dispuesto aderrocar el gobierno de Heredia, quien gobernaba Tucumn desde 1832, realiz tres intentos derevolucin, resultando finalmente fusilado por orden de Heredia en 1836. Cutolo, Vicente O., NuevoDiccionario Biogrfico Argentino. 1750-1930, Editorial Elche, Buenos Aires, 1975, p. 215.60El hecho de contar con recursos y gente para llevar a cabo se encuentra presente en las declaracionesde los diferentes implicados, como garanta de xito en toda empresa poltica, sea esta una eleccin o un

    movimiento sedicioso. Garca de Saltor, Irene, La construccin del espacio poltico. Tucumn en laprimera mitad del siglo XIX, Instituto de Historia y Pensamiento Argentino, Facultad de Filosofa yLetras, Universidad Nacional de Tucumn, Tucumn, 2003, p. 144.

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    En el sumario, se menciona a la gente necesaria para llevar a cabo la revolucin,pertenecientes a diferentes localidades de la provincia, como La Ramada, La

    Reduccin, la Banda, como as tambin la participacin de los cvicos y los criados.Segn la historiografa local, la propaganda de Lpez en la campaa haba sidoimprudente,pues en la peonada y la gente de servicio corra el rumor de que habrarevolucin61.

    En una declaracin se aluda a las garantas y promesas ofrecidas por los lderesde la revolucin. Por ejemplo, para los cvicos carniceros se les iba a rebajar dederecho que pagaban, y contaran con los peones del Colmenar y los cvicos delcomandante Sorroza. Es decir, se prometan retribuciones para la participacin en elmovimiento.

    Pese a su fracaso, en Septiembre del mismo ao ngel Lpez realiz un nuevointento de revolucin, ahora organizado desde Salta con el apoyo del gobernador PabloDe la Torre. Junto a Manuel Lpez, reunieron fuerzas para llegar a Tucumn y cumplirsu cometido. Sin embargo, los revolucionarios fueron descubiertos y debieron huirnuevamente. En este intento de conspiracin, tambin fue acusado el gobernador deSalta Pablo de la Torre. El sumario para el ms completo esclarecimiento de la parteactiva que tuvo el ex gobernador Pablo de la Torre en la incursin hecha al Tucumn,

    por el Don ngel y Manuel Lpez, fue iniciado a raz del nuevo intento derevolucin62. Para el mismo declararon diferentes individuos a los cuales se les

    pregunt sobre la forma en que haban sido convocados, quines los haban incitado ala revolucin, con qu recursos y armas se haban abastecido y qu les haban ofrecido

    para compensar el servicio. El primero en prestar declaracin fue el comandanteretirado Don Juan Luis Argello, jefe de la Guarnicin de la Plaza durante la

    permanencia del ex gobernador De la Torre. Se le pregunt si los Madriles- peonesconchabados por los Lpez para participar en la revolucin- se le presentaron y lo

    pusieron en conocimiento de que haban sido convocados por los Dres. Don ngel yManuel Lpez y Don Celedonio Cuestas para que tomen las armas, a efecto de larevolucin en Tucumn. ste respondi que Don Ignacio y Pedro Madrid se le

    presentaron, a los que se sum luego su hermano Nieva y otro ms con el objeto de serconchabados y que si sala bien les pagara ms. El declarante lo puso enconocimiento del gobernador delegado Don Graa y del propietario De la Torre, pero

    estos hicieron caso omiso de la actitud de los hermanos Madrid, dicindole que eramuy desconfiado y que los dejase ir. Luego, como a los veinte das supo que habanintentado una revolucin contra el gobernador de Tucumn, y decidi la prisin de losMadriles, que portaban armas. Sin embargo, luego de quince das fueron puestos enlibertad.

    Tambin repuso que los Madriles desconfiaban del conchabo, a que habanconvocados por Don ngel y Manuel Lpez y que si acaso resultaba mal la revolucin,lo ponan en conocimiento del gobierno.

    61Pez de la Torre, Carlos,Historia de Tucumn,Plus Ultra, Buenos Aires, 1987, p. 255.62AHT, S.A., 1834, Vol. 43, Fs. 42-52.

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    Los hermanos Ignacio, Pedro y Nieva Madrid fueron convocados por el juezpara declarar. Ignacio Madrid, expuso que haban sido conchabados por los Lpez y el

    Doctor Cuestas para que fuesen a hacer una revolucin en Tucumn, ofrecindoles sietepesos.Ante este hecho, el declarante haba dado parte al comandante Arguello y que elnico que haba ido con los Lpez fue su hermano Pedro. Tambin declar que no sabacon qu armas contaban los Lpez y que fue preso por el Comandante Argello. Por su

    parte, su hermano Pedro, tambin declar haber sido convocado por el Doctor Lpezquien haba ofrecido siete pesos para hacer una empresa en Tucumn, que despus loscondujo al declarante y a su hermano al principal, a los que les dijo que era cosasigilosa, y que aquel era el pastel que haba ofrecido al Gobernador Heredia. Luego,que en la laguna del Timb haba encontrado a Don ngel Lpez con un tal Pan yAgua, reunindose despus con doce hombres ms, los cuales caminaron armadoshasta Tucumn. Que ngel Lpez les asegur que los comandantes Medina y Pedro

    Miguel Heredia estaban con l con toda su gente, adems del gobernador De la Torre,y que los auxiliaran en caso de necesitarlo. Le haban ofrecido armas y que si salamal la empresa, les aseguraba un seguro retorno a Salta, pues haba dicho el Doctor

    Lpez que todos los derrotados se reuniesen en el Campo de las Lagunas y tomandouna razn se marchara para arriba, pues tena licencia del gobierno de Salta parabajarlo al General Lpez del Tucumn, que estaba en el Per63.

    El comandante Cuestas, neg haber participado en el intento de revolucin, yasegur haber aconsejado a ngel Lpez -segn el, incitado por el gobernador De laTorre- con estas palabras:

    T eres muy joven, recin has salido del colegio, no puedes tener unconocimiento exacto de las personas y de las cosas, y muy

    particularmente de los que hoy me supongo tratan de comprometerte;ellos te van a precipitar en un abismo, y cuando tu intento sea frustrado,ellos mismos te sacrificarn. No seas nio, tu ambicin o tu deseo insanote va a hacer llorar mucho tiempo, vas a perder tu Patria, y ancomprometer a tus mismos deudos.

    Por ltimo, compareci el comandante Don Julin Fuentes de la localidad de LaCandelaria en la frontera con Tucumn. Asegur haber sido convidado por el

    Comandante Don Manuel Lpez, vecino de la provincia de de Tucumn:

    que no tuvo noticias anticipadas de la entrada de la gente al Tucumn, niorden directa para auxiliar a nadie [] ni tampoco orden de embarazara nadie a dicha Provincia; que despus de haber tenido noticia de larevolucin [] y la noche de las Mercedes en un baile de Don MarianoSalas [] estuvo en l tambin Don ngel Lpez quien le cont que ibana hacer una revolucin [] y que iban protegidos por el gobernador LaTorre, quien le haba dado 20 moharras de lanzas, y que el Don Manuel

    Lpez, su to, marchaba con la gente que tena a efectuar la revolucin aTucumn.

    63Se refiere al General Javier Lpez, ex gobernador de Tucumn en la dcada de 1820.

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    Otro testigo, Ramn Jernimo Odas, conocido como el Gerona, dijo

    que Manuel Pan y Agua fue el que lo convid para marchar aTucumn para hacer una revolucin, que le ofreci cuatro reales diarios

    y veinticinco pesos el da que salieran de esta provincia para la delTucumn y que haban varios que haban sido conchabados por Don

    ngel Lpez.

    El ltimo intento de revolucin contra el gobierno de Heredia, fue organizado en1836 por Javier Lpez, ex gobernador de Tucumn y to de ngel Lpez. Juntos

    programaron una nueva invasin a Tucumn contando con el apoyo de personajescomo los coroneles Jos Segundo Roca, Celestino y Juan Balmaceda, Clemente

    Etchegaray y el comandante de Cafayate, Justo Pastor Sosa. Eran unos 175 hombresque penetraron en suelo tucumano, ocupando Monteros. Sin embargo en la localidad deMonte Grande- a los mrgenes del ro Famaill- fueron finalmente derrotados por lastropas de Heredia, que nuevamente haba sido advertido de esta hazaa64.

    Heredia, esta vez decidi la pena de muerte para todos los insurrectos, fusilandoprincipalmente a los cabecillas Javier y ngel Lpez.

    A los generales, jefes y oficiales que haban participado en la derrota definitivade los Lpez, se les concedi una medalla de oro y de plata respectivamente, a lossoldados un escudo de pao punz y un metal orlado de diamantes y todas con elmismo cordn, de lana para los soldados, de seda para los oficiales, de plata para los

    jefes y de oro para los generales65.

    Una glosa popular, conmemoraba la derrota de los Lpez y aluda tambin a susprincipales cabecillas como a la poca gente con que contaban para la incursin.

    A Lpez por aspirante,Le sali la cuenta errada,El da 21 de Enero

    A eso de la madrugada

    De Tupiza se venaCon una gente muy poca []Lpez pens adelantarseY grit Viva la Patria! []Sin advertir que al salir

    Del Monte Grande a La AguadaLos esper una emboscada []66

    64Pez de La Torre, Carlos, 1987, op. cit.p. 272.65Sesin del 20 de Abril de 1836. AHT, Sala de Representantes, Vol. II, 1836-52.66

    Segn Juan Alfonso Carrizo esta glosa era recitada an en el siglo XX en Catamarca y Tucumn, y serefiere a la derrota de los Lpez en Monte Grande, Tucumn, ocurrida el 23 de Enero de 1836. Fuedictada por la Carlota Mndez en la localidad de Yonopongo, Monteros (Tucumn), en Carrizo, Juan

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    En los tres intentos de revolucin en los que participaron distintos personajes de

    la lite tucumana y saltea liderados por ngel o Javier Lpez, hemos observado lanecesidad de contar con recursos y gente, como controlar espacios para llevar a cabosus fines polticos. Asimismo, el ofrecimiento de garantas y promesas para participaren los movimientos, no se habran limitado slo a sus pares sino tambin a los peones yla gente de los caudillos o comandantes. Al analizar el caso de la segunda incursinde Lpez en Septiembre de 1834, observamos que tanto a los peones conchabados- losMadriles- como al Comandante Fuentes y el oficial Odas, se les ofreci dinero, armasy garantas para participar en la revolucin que derrocara a Heredia en Tucumn. Delos peones, slo Pedro Madrid, reconoci llegar hasta Tucumn junto con otroshombres conchabados, para realizar la revolucin. No slo ngel y Manuel Lpezhaban ofrecido garantas en caso de ser derrotados, sino que tambin los haban

    incitado a participar hacindoles conocer el pastel que haba de ofrecer al GobernadorHeredia. Es decir, les habran informado sobre la situacin en Tucumn y la supuestatirana en que estaba sumida la provincia junto a su gobernador Heredia, con el fin deincitarlos a la revolucin.

    Otro caso, producido durante el gobierno de Celedonio Gutirrez, fuepropiciado otro intento de conspiracin liderado por el caudillo Crisstomo lvarezdesde Chile en el ao 1852. El mismo tambin ilustra la poltica aplicada por elgobierno hacia los insurrectos, las promesas y garantas para participar dentro delmovimiento y la actitud de los soldados del ejrcito ante tales ofrecimientos eidentificaciones con la causa perseguida por lvarez67.

    Acorde con los objetivos polticos y militares propuestos por el GeneralUrquiza, a partir de su pronunciamiento contra el poder de Rosas en 1851, lvarezquiso invadir la provincia y derrocar al gobernador Gutirrez. Para ello, organiz su

    plan desde su exilio en Chile, aunque debi primero asegurarse de contar con lasuficiente cantidad de recursos y gente en Tucumn. Por esta razn, sus seguidoresdifundieron en la provincia los planes de lvarez y la intencin de derrocar a Gutirreze incorporarse al General Urquiza, en pos de la definitiva organizacin nacional.

    Pronto, se corri la voz sobre la supuesta simpata que mostraban algunos

    soldados de la campaa tucumana con la causa perseguida por lvarez y las ansias porincorporarse a su ejrcito:

    En estos momentos tengo aviso por un chasqui que hace el Sr. Prez deMonteros al Sr. Cura Herrera, que ha odo que algunos soldados no venlas horas de que venga lvarez para pararse; el de esta noticia se llama

    Alfonso, Cancionero popular de Tucumn, Facultad de Filosofa y Letras, Universidad Nacional deTucumn, Tucumn, 1937, p. 429.67 A raz de esta invasin, Gutirrez puso a la provincia en asamblea y declar fuera de la ley a losinvasores. Paralelamente en Caseros, el 3 de Febrero de 1852, se derrumb definitivamente el podero de

    Rosas, pese a que lvarez se enter varias semanas despus y fuera desconocido por el propio Urquiza.Esto provoc su derrota y posterior fusilamiento a cargo de las tropas de Gutirrez, desde entonces fielesal General Urquiza.

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    Patrocinio Soria de la casa o pen de Venancio Delgado [] este mismome dice que un tal Benicio empleado que march con el Comandante

    Abrego con 300 hombres, para Taf ha sido tomado con toda su divisinpor lvarez y suelto el tal Benicio quien da esta noticia [] RafaelFernndez68.

    A fin de conocer los movimientos efectuados por las tropas de lvarez, losrecursos con que contaba y los espacios controlados para llevar a cabo la invasin a la

    provincia, Celedonio Gutirrez decidi iniciar un sumario a tres individuos tucumanosde la localidad de Naschi, a quienes indag acerca de los movimientos efectuados porlas tropas de Crisstomo lvarez69.

    Segn Don Eustaquio Mayrn:

    [] el salvaje lvarez recibi 5.000$ que reunieron los oros, y otrossujetos argentinos para que enganchen gente haciendo creer alintendente de aquel destino que contribuira a la pacificacin de lasconvulsiones que haba en aquel pas, por lo que consigui a dichointendente la exclusiva para la compra de caballos los que recibi en elnmero de 400 [] de los cuales hizo montar 200 hombres []

    pertenecientes a esta Repblica que los ms de ellos estabanacomodados en aquel destino. Contribuyendo este salvaje con suseduccin que hacen estos secuaces a sus patrones y que stos [] enlugar de contribuir a la pacificacin de aquel pas emprendi su marchacon los referidos 200 hombres armados [] el salvaje lvarez habarecibido de los contribuyentes de los $5000, 200 onzas de oro deenganche o gratificacin.

    Otro declarante, Don Manuel Jos Jurez expres que el salvaje lvarez:

    Haba enganchado o seducido 200 hombres argentinos que estabanocupados en los trabajos de aquel pas contribuyendo ste a losseducidos que an saqueasen a sus patrones que l responda por ellos yque para esta operacin haba recibido el mencionado lvarez 40 a

    $5000 de mano de unos tales oros y que lo vio el Intendente de Copiapal mencionado lvarez para que le ayudase o contribuyese a contenerlos grandes saqueos que haca la plebe, que con eso se present

    personalmente el expresado lvarez [] y que slo con esta amenazaqued tranquilo y clamaron los saqueos [] era voz comn y generalque este compr unos pocos caballos y despus el Intendente [] le diola exclusiva [] y se larg con 200 hombres al paso de la Cordillera[] de Antofagasta. []

    68

    Rafael Fernndez al gobernador Gutirrez sobre noticias de la campaa. AHT, S.A., 1852, Vol. 72, Fs.204.69AHT, S.A., 1852, Vol. 72, Fs. 206.

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    Das antes de la invasin, lvarez le escriba a Gutirrez sobre la necesidad dedelegar pacficamente el mando sostenido durante tantos aos y le comunicaba sobre

    los hombres y armas con que contaba, segn el, identificados con su causa:

    [] le ruego mi querido Gobernador que no haga padecer a miscompatriotas por el empeo de ser Gobernador siempre, recuerde que elbastn no es hereditario y deje libremente que el Pueblo nombre suGobierno [] su compatriotas no slo lo respetarn su persona eintereses sino tambin a todos sus amigos. He tomado en este pequeocombate a hombres prisioneros [] se me presentan de a dos y de aveinte hombres armados de lanza y yo generalmente los mando para suscasas porque tengo fuerzas suficientes para hacer respetar el pueblotucumano, tantos aos tiranizado por los tenientes del verdugo Rosas

    [] Crisstomo lvarez70.

    En otro sumario, iniciado luego de la invasin de lvarez a la provincia, sepregunt tambin a los sospechosos el teniente Don Toms Jimnez, Santiago Ovejeroy Francisco Antoln sobre la supuesta colaboracin que habran tenido para preparar

    para la entrada de lvarez a la provincia y tomar presos al gobernador Gutirrez y alcomandante de la localidad de Medinas, Don Ramn Rosa Jurez71. Segn los testigos,la escena se desarroll en la sombrerera de Antoln, en la cual el labrador SantiagoOvejero invit al teniente coronel Don Toms Jimnez para contarle que un tal BaltasarVico lleg a su casa, a invitarlo a una revolucin contra el gobierno:

    y le dijo [Vico] que vena ex profesamente a buscarlo, para decirle quevena Crisstomo lvarez y que contaba con el para que buscase algunoshombres de confianza, para cuando se fugase S.E. el Sr. Gobernador

    Don Celedonio Gutirrez, lo tomasen: que a esto le contest dichoOvejero que estaba con un estado muy pobre, por lo que Vico le dej queviniese al pueblo que aqu combinaran el modo de llevar adelante su

    plan; que en efecto vino a esta ciudad y no pudiendo arreglar nada, ledijo Vico que se regresase a combinar con el Comandante Surez, elmodo en cmo deban preparar la conspiracin [] y que regalndole10 pesos para cigarros, lo despach.

    Ovejero march a Naschi y all el Comandante Surez le garantiz contar conlos recursos necesarios para llevar a cabo el movimiento. Tambin, segn suexposicin, estuvo implicado de alguna manera el General La Madrid, pues si la accinno resultaba Ovejero deba regresar a Naschi y luego marchar a Buenos Aires donde sehallaba el citado General.

    En la declaracin del mismo Ovejero, Don Baltasar Vico, le haba dicho a steque Crisstomo lvarez venia de Chile y que indudablemente triunfara Urquiza, queera preciso ayudar a dicho lvarez y que deba haber en esta ciudad algunas

    70

    Crisstomo lvarez a Celedonio Gutirrez. Tapia, 10 de Febrero de 1852. AHT, S.A. 1852, Vol. 72,Fs. 213.71AHT, S.J.C., Caja 22, Exp. 25, Fs. 1-21.