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CERVANTES Y SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ. CONSIDERACIONES SOBRE LA SITUACIÓN DE LA MUJER EN EL SIGLO DE ORO A LA LUZ DE LAS NOVELAS EJEMPLARES Y OCHO COMEDIAS Y OCHO ENTREMESES NUEVOS, NUNCA REPRESENTADOS. María Luz Blanco-Camblor Universidad de Valladolid Con la reciente canonización de Sor Juana Inés de la Cruz en la quinta visita a nuestro país de Su Santidad Juan Pablo II, el mayor "Peregrino de la Paz," en toda la Historia de la cristiandad, como ha sido denominado en algunas ocasiones, ha vuelto a po- nerse de actualidad la obra literaria de Sor Juana Inés de la Cruz, en la cual encontramos una humilde, pero firme, acusación a la situación de la mujer en su época, acusación que emerge de su tri- ple condición de escritora-poetisa, de religiosa y de mujer. (Una situación, por otra parte, que no ha cambiado tanto como podría esperarse teniendo en cuenta los siglos transcurridos desde enton- ces). Cervantes, a su vez, como escritor sensible a los problemas de su tiempo, y habiendo él mismo sufrido las muchas injus- ticicias sociales que todos conocemos, no podía pasar por alto la situación de la mujer en el contexto social de la época, y en sus escritos se pueden encontrar personajes que con su forma de ac- tuar, o sus manifestaciones, revelan, explícita o implícitamente, la situación de la mujer en una sociedad donde el hombre dirige los destinos femeninos, así como el deseo de la mujer de liberarse de esta situación. Aunque considerado bajo un punto de vista estrictamente cro- nológico Cervantes (1547-1616) y Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695) no son coetáneos, 1 puesto que cuando nace la Santa ya han transcurrido 35 años desde la muerte del insigne escritor, mediando, por lo tanto, entre ellos poco más de una generación; ACTAS V - ACTAS CERVANTISTAS. María Luz BLANCO-CAMBLOR. Cervantes y Sor Juana In..

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CERVANTES Y SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ. CONSIDERACIONES SOBRE LA SITUACIÓN DE LA

M U J E R EN EL SIGLO DE ORO A LA LUZ DE LAS NOVELAS EJEMPLARES Y OCHO COMEDIAS Y OCHO ENTREMESES NUEVOS, NUNCA REPRESENTADOS.

Mar ía Luz Blanco-Camblor Universidad de Valladolid

Con la reciente canonización de Sor Juana Inés de la Cruz en la quinta visita a nuestro país de Su Santidad Juan Pablo II, el mayor "Peregrino de la Paz," en toda la Historia de la cristiandad, como ha sido denominado en algunas ocasiones, ha vuelto a po­nerse de actualidad la obra literaria de Sor Juana Inés de la Cruz, en la cual encontramos una humilde, pero firme, acusación a la situación de la mujer en su época, acusación que emerge de su tri­ple condición de escritora-poetisa, de religiosa y de mujer. (Una situación, por otra parte, que no ha cambiado tanto como podría esperarse teniendo en cuenta los siglos transcurridos desde enton­ces).

Cervantes, a su vez, como escritor sensible a los problemas de su tiempo, y habiendo él mismo sufrido las muchas injus-ticicias sociales que todos conocemos, no podía pasar por alto la situación de la mujer en el contexto social de la época, y en sus escritos se pueden encontrar personajes que con su forma de ac­tuar, o sus manifestaciones, revelan, explícita o implícitamente, la situación de la mujer en una sociedad donde el hombre dirige los destinos femeninos, así como el deseo de la mujer de liberarse de esta situación.

Aunque considerado bajo un punto de vista estrictamente cro­nológico Cervantes (1547-1616) y Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695) no son coetáneos, 1 puesto que cuando nace la Santa ya han transcurrido 35 años desde la muerte del insigne escritor, mediando, por lo tanto, entre ellos poco más de una generación;

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no obstante, si tenemos en cuenta lo expresado por Julián Marías en las consideraciones que hace sobre el autor en su «Cervantes y las generaciones»", a los dos se les puede considerar como escri­tores del siglo XVII, y por ello, próximos, dado que «la actividad literara de Cervantes es en rigor [...] históricamente postuma». 3 Y ello es así porque Cervantes «hace su vida literaria, su vida de es­critor, después de su tiempo. (...) La hace después de que ha pasa­do el tiempo que le correspondía para ser un escritor del siglo XVI». 4 Según Julián Marías de no haber sido por la excepcional longevidad de Cervantes - e n aquella época la esperanza de vida para los varones rondaba los sesenta años-, la parte más impor­tante de su obra no existiría, ya que cuando vuelve a España des­pués de estar cautivo y comienza a escribir sus primeras obras, los escritores que marcaban la pauta en la actividad literaria era aún la generación anterior a la suya, y cuando vuelve a reiniciar su labor creativa después de sus diversas actuaciones como recau­dador de alcabalas y requisador de vino, trigo y aceite para los navios de la Armada Invencible que se preparaban para ir a Ingla­terra, ya escribe la generación siguiente a la que él, en principio, pertenecía. Así, pues, continúa señalando Julián Marías, «Entre ser soldado, cautivo, alcabalero y requisador de víveres se le han pasado los treinta años de vigencia activa (1571-1601) que se le habían dado al hombre de la generación de 1541 [...]. Por un azar venturoso, Miguel de Cervantes tuvo un plus, un epílogo al tiem­po de su vigencia histórica, una superviciencia en el tiempo de la generación siguiente, que aprovechó sencillamente para escribir su obra, para poner en ella la realidad acumulada en su extraña vida». 5

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Este «plus», concedido del Cielo para gloria y deleite de los lectores de Cervantes, constituye el fructífero período en el cual el autor plasmó en su obra las experiencias de una realidad vivida en sus once aflos en el extranjero y de sus muchas, variadas e intensas vivencias, no siempre afortunadas, en su país; «había co­nocido la soldadesca en su ocio y su heroísmo, la humanidad terrible y despiadada de Argel, la picaresca de Madrid, la frivola y turbia de los corrales, la hipocresía cortesana y, finalmente, la honrada y vanidosa gente de los hidalgos pobres de Esquivias, con más hidalguía que terrón» 6 antes de completar su bagaje vivencial por tierras andaluzas que le depararían nuevas oportu­nidades para conocer y sufrir nuevamente las muchas mezquin­dades que, en su camino, pueden acechar al ser humano. Ese «plus» que le convertiría en un escritor del siglo XVII, un «ade­lantado» que con su forma de ver y plasmar la realidad, vivida unas veces, e intuida otras, de su entorno, le dio el suficiente material para convertirlo en el escritor que señalaría nuevos hori­zontes a los narradores de siglos venideros y le otorgaría a él el apelativo de "padre de la novela moderna".

Este anticiparse a los tiempos es una característica que com­parten los dos autores. Si Cervantes fue moderno e innovador en las técnicas literarias abriendo sendas por donde caminarían fu­turos escritores, Sor Juana Inés marcó también un hito como ade­lantada de su tiempo, pues la llamada «Décima Musa» desde que en 1689 se publicara el primer volumen de los tres 7 que origi­nariamente componían su obra, aparece, también, como algo nue­vo en el horizonte, tanto literario como social, del Nuevo Mundo. Así lo reconocen y manifiestan los estudiosos de su obra. Uno de ellos, Raquel Asún, escribe:

Tanto en los versos como en la obra, Juana de Asbaje deja trans­parentar el decidido talante de quién quiere saber, y, casi al modo platónico, asocia conocimiento a plenitud -esa riqueza interior-, ha­ciendo de ambos el paradigma e índice de su realización como perso­na, intelectual y mujer. Incluso en sus textos más circunstanciales aparece el tono de la que quiere razonar sobre todo, ordenar lo con­tradictorio, serenar los ánimos contrapuestos. Se trata a la vez de un deseo de armonía al modo de la tradición cultural renacentista, de una búsqueda de identidad renovada y de una deliberada reafirmación.8

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La actitud de Sor Juana, tan alejada de fáciles maniqueísmos, es de una absoluta modernidad y la defensa del derecho de la mujer a ser ella es, sencillamente, un aspecto más de su defensa de la Cultura. Esa voz antidogmática, razonadora, libre, no podía menos de sub­rayar -hasta con indignación, si resultaba preciso-, los convencio­nalismos, de evidenciar (...) las tesis insostenibles. Eran los demás, ya fueran obispos, cortesanos o los mismos mecanismos sociales, quienes planteaban el reto. Ella, que los aceptó casi todos, respondía con orgullo y sin separar nunca su inteligencia y su femineidad. No existían razones, ni las tenía en sí, ni en la historia, ni en la vida cotidiana, donde sí abundaba la ignorancia, aunque por fortuna, no podría ser adjetivada ni sexuada. No obstante supo bien (...) que ella, mujer, no sólo podía discurrir y razonar, sino que además tenía que demostrar aquello que a los hombres se les daba por añadidura: la autoridad previa para estudiar, pensar, hablar. Esa es la diferencia en la que cobra valor el gesto altivo de Juana de Asbaje sintiendo y demostrando con sus búsquedas y sus obras, la dignidad de ser mu-

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jer».

La opinión sobre la gran valía de esta singular mujer, expues­ta, en este caso, por otra mujer, es compartida por la mayoría de los hombres que se acercan a su obra, y de lo escrito por los que han dejado su parecer impreso, citamos aquí dos ejemplos:

En la «presentación editorial» de la reimpresión que en 1972 se hace de la obra de Juan León Mera, José Ignacio Burbano se­ñala lo siguiente:

Volviendo a Sor Juana Inés de la Cruz (...) ¿tendremos que decir que es la más humana de nuestras poetisas y que no le encontramos semejante, menos rival, en todo el panorama del parnaso castellano? Ninguna hay más mujer, pese a sus hábitos monjiles; ninguna canta con voz más pura y mejor timbrada, y la tonalidad -mejor dicho- las tonalidades que adopta, nunca han sido más adecuadas a la naturaleza de los sentimientos que nos quiere transmitir, y cuando son los de su pasión de amor, ningún acento como el suyo tiene la virtud de pene­trar tan en lo íntimo del corazón humano.

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Es la Sapho española, la ninfa egeria de toda la poesía femenina de la lengua. Se alza como un modelo insuperable, pero muestra el verdadero camino: el de la sinceridad profunda, el de la verdad om­nisciente, el de la técnica poética depurada de toda vana hojarasca, la única comparable acaso en las letras modernas a la de la musa griega. 1 0

Juan M. Galaviz, quien denomina a la autora «heroína del en­tendimiento», se refiere a ella en los siguientes términos:

Si hay una mujer que seduce poderosamente y campea entre las figuras más notables del XVII novohispano, ésa es Sor Juana Inés de la Cruz (...).

Mujer excepcional desde todos los puntos de vista, Sor Juana Inés de la Cruz sigue ejerciendo sobre los que tienen la suerte de conocerla, un fuerte atractivo cuyo imán está más allá de su encanto de niña prodigio, más allá de su belleza indiscutible y más allá de las incógnitas que se entrelazan tenazmente con su poemas de amor.

Sor Juana no es simplemente una poetisa, ni simplemente una monja; no es tan sólo una mujer sabia y un ejemplo raro de agudeza intelectual.

Sor Juana Inés encarna el heroísmo de todas las luchas que a lo largo de la historia se han emprendido a favor de la libre deter­minación de los individuos. Su vida es un testimonio de los derechos del entendimiento y un apasionado yo acuso a quienes han pretendido mantener a la mujer en un sometimiento restrictivo de su valor intrín­seco y de sus prerrogativas frente a la sociedad.

Ninguna voz es más clara y precisa que la de Sor Juana Inés en el mundo hispánico de su tiempo, cuando defiende la dignidad de la mujer, el imperativo de su acceso al saber y sus funciones insus­tituibles en la educación de los pueblos. En este sentido Sor Juana es la primera aportación de México a la cultura universal11

¿Quién fue, realmente, esta excepcional mujer? Lo que en la actualidad se sabe de ella es información obtenida, primordial­mente, de dos fuentes: la primera es la polémica epístola autobio­gráfica conocida como «Respuesta a Sor Filotea de la Cruz» y que ella misma envió al obispo de Puebla el I o de marzo de 1691, es decir, cuatro años antes de su muerte. La segunda niente pro­cede de un esbozo biográfico escrito por el Padre Diego Calleja, jesuíta, en 1698, complementando su Aprobación al volumen Fa-

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may obras postumas..., recopilado en 1698 y publicado, como se ha indicado, en Madrid en 1700. 1 2

Del mencionado "esbozo" extraemos algunos datos que nos parecen relevantes para nuestros objetivos: 1 3 Su relativa corta existencia, pues vivió «cuarenta y cuatro años, cinco meses, cinco días y cinco horas» comenzó a las once de la noche de un viernes, 12 de noviembre de 1651, en una alquería conocida como San Miguel de Neplanta, propiedad de su madre, situada a doce le­guas de la capital de Méjico y en un aposento, dentro de la misma alquería, llamado «la celda». 1 4 Este hecho lo describe el padre Calleja como «casualidad que, con el primer aliento, la enamoró de la vida monástica y la enseñó a que eso era vivir, respirar aires de clausura». 1 5 (!!) Fueron sus padres Pedro Manuel de Asbaje y Vargas Machuna, natural de Vergara, en Guipúzcoa, e Isabel Ramírez de Santillana, nacida en la Nueva España, cuyo matri­monio parece ser que nunca se celebró. 1 6 Hasta qué punto estas circunstancias afectaron a Sor Juana es difícil de determinar, pero sí fue objeto de alguna crítica insolente a lo que ella responde con un epigrama «Que dan el colirio merecido a un Soberbio»:

El no ser de padre honrado fuera defecto, a mi ver, si como recibí el ser de él, se lo hubiera yo dado. Más piadosa fue tu madre. Que hizo que a muchos sucedas; Para que, entre tantos, puedas Tomar el que más te cuadre.

Pudiera ser que las circunstancias de su nacimiento y el de sus hermanos fueran el origen de uno de sus más conocidos poe­mas, aunque no el mejor bajo el punto de vista literario, en el cual defiende a la mujer frente a la preponderante e injusta posición de los hombres de la sociedad del siglo XVII, «que en las mujeres acusan lo que causan», pero que, como ya hemos mencionado, sería aplicable a otras épocas, sin excluir la actual:

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Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis; si con ansia sin igual solicitáis su desdén, ¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal? Combatís su resistencia y luego, con gravedad, decís que fue liviandad lo que hizo la diligencia. Parecer quiere el denuedo de vuestro parecer loco, al niño que pone el coco y luego le tiene miedo. Queréis, con presunción necia, hallar a la que buscáis, para pretendida, Thais, y en la posesión, Lucrecia. ¿Qué humor puede ser más raro que el que, falto de consejo, el mismo empaña el espejo, y siente que no esté claro? Con el favor y el desdén tenéis condición igual, quejándoos, si os tratan mal, burlándoos, si os tratan bien. Opinión, ninguna gana; pues la que más se recata, si no os admite, es ingrata, y si os admite, es liviana. Siempre tan necios andáis que, con desigual nivel, a una culpáis por cruel y a otra por fácil culpáis. ¿Pues cómo ha de estar templada la que vuestro amor pretende, si la que es ingrata, ofende, y la que es fácil, enfada? Mas, entre el enfado y pena que vuestro gusto refiere,

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bien haya la que no os quiere y quejaos en hora buena. Dan vuestras amantes penas a sus libertades alas, y después de hacerlas malas las queréis hallar muy buenas. ¿Cuál mayor culpa ha tenido en una pasión errada; la que cae de rogada, o el que ruega de caído? ¿O cuál es más de culpar, aunque cualquiera mal haga; la que peca por la paga, o el que paga por pecar? Pues ¿para qué os espantáis de la culpa que tenéis? Queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis. Dejad de solicitar, y después, con más razón, acusaréis la afición de la que os fuere a rogar. Bien con muchas armas fundo que lidia vuestra arrogancia, pues en promesa e instancia juntáis diablo, carne y mundo». 1 7

No sólo en este poema, sino en el resto de su obra deja cons­tancia de la defensa que hace de la mujer, de señalar y condenar las injusticias que sufre, a la vez que reclama el derecho que ésta tiene a acceder a la cultura. ("¿Por qué reprenden a las que priva­damente estudian?" -diría a los que la perseguían a ella por ha­cerlo). De su inclinación a las letras debía justificarse y defender­se como si de una actividad punible se tratara. Véanse, si no, al­gunos de los argumentos expuestos en su conocida «Respuesta a Sor Filotea de la Cruz», citados por Juan Carlos Mena: «Yo no estudio para escribir, ni menos para enseñar..., sino sólo por ver si con estudiar ignoro menos»; «Lo que sí es verdad, que no negaré, que desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas

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reprensiones..., ni propias reflejas..., han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí»"; El fin a que aspiraba era el estudio de la Sagrada Teología, «pareciéndome preciso, para llegar a ella, subir por los escalones de las ciencias y artes humanas»; He tenido muchas dificultades: unas «sólo han sido estorbos obligatorios y casuales»; pero otros «han tirado a estorbar y prohibir el ejercicio (de las letras»); Consiguieron su objeto a través de una prelada del Convento «que me mandó que no estudiase. Yo la obedecí..»; pero no totalmente, «porque aun­que no estudiaba en los libros, estudiaba en todas las cosas que Dios crió, sirviéndome ellas de letras, y de libro toda esta máqui­na universal». 1 8

La «Respuesta a Sor Filotea de la Cruz», que pertenece a la obra en prosa de la autora, tiene fecha del I o de marzo de 1691, y al referirse a ella Juan Carlos Merlo señala:

A la distancia se pierden a los ojos del lector las motivaciones autobiográficas que le dieron origen, y sólo se distinguen en ella los dos perfiles más netos que la definen como obra literaria y como do­cumento único en la historia de la cultura hispánica: en cuanto confe­sión íntima y humana de una vida orientada hacía la sabiduría, es uno de los más valiosos documentos autobiográficos nacidos de un alma de mujer; en cuanto alegato en defensa de los derechos de la mujer a la educación y a la cultura, es una obra única, a la que no podrá en­contrársele parangón, ni en América ni en Europa, hasta pasado un siglo y medio.18

Cervantes, en su gran humanidad, también fue consciente de la injusta situación a la que estaba sometida la mujer en la socie­dad de su tiempo, especialmente en lo referente a la costumbre ejercida por los padres de imponerles el matrimonio sin consul­tarles su parecer, y así lo refleja en muchas de sus obras. Precisa­mente en la obra que tenemos como tema primordial de debate en este V Congreso, el Persiles, el portugués Manuel de Sousa Coutiño se enamora de su hermosa vecina, Leonora, «con una esperanza más dudosa que cierta de que podría ser viniese a ser mi esposa». Para salir de dudas no se dirige a ella, como sería lo natural, sino que consulta a los padres de la joven. El casamiento no llega a realizarse y la bella Leonora termina, finalmente, to-

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mando los hábitos de monja porque en su mente nunca había albergado otra idea que la de tomar como esposo a Jesucristo. Coutiño dice: «Vine casi a perder el juicio, y ahora, por la misma causa, vengo a perder la vida». 2 0

También en ellas muestra algunos casos en los que pone de relieve que la mujer no siempre es culpable cuando su actuación no es acorde con los códigos de la moral cristiana. Así lo inter­preta Américo Castro cuando señala: «Obsérvese que en los adul­terios que Cervantes presenta en sus obras, los maridos llevan el peso principal de la responsabilidad (Celoso extremeño, el polaco en Persiles, etc.»21

De su extensa obra hemos acotado como objeto de estudio para nuestra ponencia las Novelas Ejemplares y Ocho Comedias y ocho entremeses nuevos, nunca representados por dos razones: en lo que concierne a las primeras, porque creemos que Cervantes era muy consciente del fenómeno al que Riley se refiere cuando señala: «Las doctrinas poéticas aristotélicas dieron origen (...) a una preocupación crítica por los fines y los medios, que surgió al darse cuenta de que en esta nueva era de la imprenta y de las con­vulsiones religiosas en Europa, la literatura era, para bien o para mal, una fuerza social poderosa»," y Cervantes se sirve de ese medio de comunicación para que sus lectores tomen conciencia de la situación en que se encontraban las mujeres, al tener que aceptar unas normas de conducta establecidas, a todas luces injus­tas. Aparte de que buscar ejemplos en toda su obra sería una labor que excedería los objetivos de mi investigación, creemos que Las Novelas ejemplares se prestan más a esa finalidad, por ser de me­nor extensión que otras obras y al hecho de ser de más fácil lectu­ra por contener menos referencias a obras de autores clásicos, a la mitología, etc, teniendo, consecuentemente, su «mensaje» una mayor divulgación.. Además, en la mayoría de ellas la acción se sitúa en un plano muy real, con lo que sus lectores podían sin di­ficultad sentirse identificados. Tan real, que su estilo originaría un cambio en la concepción de la novela, pues como se constata con su lectura y así lo reconocen los críficos:«[Cervantes] hace desfilar por sus novelas [...] la sociedad de su momento», 2 3

evidenciándose, especialmente en la novelas que hemos seleccio­nado, como ha sido puesto de relieve por otros: «Cervantes, en

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las Novelas ejemplares (...) presenta una muestra, un pedazo de vida». 2 4

En cuanto a su obra dramática, porque el auge que en las últimas décadas del siglo XVI había alcanzado el teatro, llegando a su máximo esplendor entre los años 1575 y 1587 con la popula­rización de los corrales y la nacionalización de las compañías, sería otro medio eficaz y directo de poner de relieve la stiuación de la mujer. Ya que aunque hay diversidad de opiniones sobre si realmente el teatro se había convertido en espectáculo popular, Ricardo García Cárcel cita a a Maravall y a Diez Borque quienes -según él-, «han venido insistiendo en que se trataba de un espec­táculo de masas, dirigido con criterios rígidamente conserva­dores, para la plebe de las grandes ciudades.»" 5 Este fenómeno, sin embargo, no se había dado sólo en España, como muestra lo señalado por J. P. Desaive:

Hoy nos cuesta trabajo imaginar el impacto del teatro sobre las sociedades de otros tiempos, tanto en la ciudad como en el campo. A ambos lados del Canal de la Mancha es entretenimiento por exce­lencia "para todos los públicos", pues todo el mundo va al teatro, y el teatro, en compñias ambulantes, va a todas partes. De donde la viru­lencia de las polémicas acerca de su papel, que los sostenedores del orden establecido consideraban mucho más nocivo que el de los ma­los libros, reservados ante todo (aunque no exclusivamente) a quienes saben leer. En Inglaterra, a partir de los años 1580-90, se libra una lucha implacable, entre una middle class cada vez más imbuida de ideales puritanos y los aficionados al teatro.2 6

Pero el puritanismo no era un hecho aislado en Inglaterra. Lo mismo sucedía en nuestro país, como testifican algunos de los textos, que, como el siguiente, encontramos a principios de siglo XVII:

¿A DONDE está el encogimiento honestísimo que tenían las doncellas, arrinconadas hasta el día de su desposorio, cuando apenas tenían noticia de ellas sus cercanos deudos? ¿Dónde la llaneza, en­cerramiento y virtudes de las mujeres, cuando no era gallardía como ahora hacer ventana con desenvoltura? Ahora, empero, todo es burle­ría, el manto al hombro, frecuencia de visitas; no hay recato; saben tanto del mundo que espantan a quien las oyen sus liviandades, y las

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ajenas, y las saben, y traen de memoria, y aun (sic) los nombres de cuantas damas hay, y galanes en el lugar, y aun (sic) las licencias que los padres les dan para ir a las comedias, y oírlas les hace más hábiles de lo que es ncesario en ruindades y malicias. 2 7

Estas libertades constituían para algunos un peligro contra la virtud y la relajación de las buenas costumbres, pues ¿qué ejem­plo podían tomar de las actrices que allí actuaban, a la vista de la opinión que de ellas tenían algunos contemporáneos de Cervan­tes? Véase, si no, la consideración que les merecía al Padre Riva-deneyra, cuya valoración las sitúa casi en el mismo plano que a «mujeres de la vida»:

pues las mujerillas que representan comunmente son hermosas, lasci­vas y que han vendido su honestidad, y con los meneos y gestos de todo el cuerpo y con la voz blanca y suave, con el vestido y gala, a manera de sirenas encantan y transforman los hombres en bestias. 2 8

A pesar de todas estas críticas, el teatro se había convertido, como ha quedado señalado, en un espectáculo visitado por un pú­blico muy numeroso del cual las mujeres constituían una parte muy considerable. 2 9

El teatro se convierte, así pues, en el marco complementario adecuado para la defensa de la mujer: por una parte denunciar ante el público masculino la situación de absoluta sumisión de ésta a los varones, sean éstos padres, maridos o hermanos, inter­calando algunas notables excepciones que sí reconocen el dere­cho de la mujer a su independencia en la toma de decisiones en lo que respecta a su futuro, a ser dueña de su persona, y por otra, intenta alentar a la mujer y animarla a reaccionar contra la situa­ción de dependencia, brindándole ejemplos como el de Preciosa, que es todo un grito de reivindicación de la libertad femenina.

Como complemento a las comedias, Cervantes nos brinda los entremeses, compuestos, como se sabe, de escenas muy cortas, y que tenían la función bien de calmar o divertir al público, bien de desviar su atención por algunos momentos, de temas más subli­mes. Como pequeños cuadros de costumbres, escritos «de un ti­rón» y con mucha libertad, se prestan a reflejar la realidad cir­cundante en términos burlescos y jocosos, a veces casi groseros 3 0

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para dar así más vivacidad a los comicidad de los diálogos, donde el autor muestra así el ingenio que la carencia de trama de éstos le impide manifestar de otra forma. Se prestan por ello a una critica muy directa, pero, al igual que sucede con las comedias, Cervan­tes reconoce en el prólogo de las Ocho comedias y ocho entre­meses nuevos, nunca representados, que su efecto puede ser efí­mero, o a destiempo, por lo que decide publicarlas: «darlas stam-pa, para que se vea de espacio lo que pasa priesa y se disimula, o no se entiende, cuando las representan. Y las comedias tienen sus sazones y tiempos, como los autores». 3 1

Hemos seleccionado los siguientes textos ilustrativos de lo anteriormente expuesto:

Un tema recurrente en las obras estudiadas es la falta de libertad de las mujeres para escoger marido, teniendo éstas que aceptar el im­puesto por sus padres, o la persona de más autoridad en su entorno. Por ejemplo, en El licenciado Vidriera, encontramos «la doncella dis­creta y bien entendida, [que] por acudir a la voluntad de sus padres, dio el sí de casarse con un viejo todo cano» 3 2

Otro ejemplo lo vemos en El Juez de los divorcios, donde Doña Giomar, desesperada, acude al juez pidiéndole «¡divorcio, divorcio, y más divorcio, y otras mil veces divorcio!» de su ma­rido (.. .). «Vuesa merced, señor juez, me descase si no quiere que me ahorque; mire, mire los surcos que tengo por este rostro, de las lágrimas que derramo cada día por verme casada con esta ano-tomía (sic). (...) Digo, en fin, señor mío, que a mí me casaron con este hombre, ( . . . )» . 3 3

En Pedro de Urdemalas Maldonado, el conde de los gitanos, se cree, asimismo, con derecho a poder hacer uso de su posición como jefe tribal, y promete la bellísima gitanilla Bélica a Pedro de Urdemalas: «Ezta, Pedro, cera tuya, / aunque máz el yugo huya, / que rinde la libertad, / cuando de nueztra amiztad, / lo acordado ze concluya.

En el entremés El Viejo celoso, Doña.Lorenza se queja a una amiga de su desgracia por estar malcasada: «Que este es el prime­ro día, después que me casé con él, que hablo con persona de fue­ra de casa: que fuera le vea yo de esta vida a él y a quien con él me casó, ¿de qué me sirve a mí todo aquesto, si en mitad de la

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riqueza estoy pobre, y en medio de la abundancia con hambre?» Su sobrina interviene, confirmándola en sus lamentos: «En ver­dad, señora tía, que tienes razón, que más quisiera yo andar con un trapo atrás y otro adelante, y tener un marido mozo, que verme casada y enlodada con ese viejo podrido que tomaste por espo­so.» A lo que doña Lorenza replica: «Yo le tomé, sobrina? A la fe, diómele quién pudo; y yo, como muchacha, fui más presta al obe­decer que al contradecir, pero si yo tuviera tanta experiencia des-tas cosas, antes me tarazara la lengua con los dientes que pronun­ciar aquel si, que se pronuncia con dos letras y da que llorar dos mil años; pero yo imagino que no fue otra cosa sino que había de ser ésta, y que, las que han de suceder forzosamente, no hay prevención ni diligencia humana que las prevenga».35

Nuevamente nos encontramos con otro casamiento impuesto a una muchacha "más presta a obedecer que a contradecir", aunque fuera en una cuestión tan importante como su matri­monio. Pero aquí aparece, además, un sentimiento de aceptación de los hechos, de resignación del destino que tiene marcado cada uno, que en caso de ser mujer, es el de la obedicencia y acata­miento, primero a los padres y luego al marido. Pero se observa aquí, creemos, una pequeña ironía del autor al hacer extensible ese sino, o providencia, a «las que han de suceder forzosamente, no hay prevención ni diligencia humana que las prevenga», teniendo en cuenta lo que se trama.

Otro ejemplo de la muchacha que está "más presta a obedecer que a contradecir" lo encontramos en el entremés La guarda cui­dadosa. En él se ve, asimismo, al hombre que considera a la mujer «objeto para ser gozado». El personaje en cuestión, que aparece dnominado como «soldado» -y no con un nombre propio que lo singularice, sino con uno colectivo, lo que podría inter­pretarse como una generalización-, se queja de Cristina, la mujer a la que desea conquistar, en respuesta a una pregunta formulada por otro pretendiente, en los siguientes términos:

Sacristán: «Y de que manera ha correspondido Cristina a la infi­nidad de tantos servicios como le has hecho?»

Soldado: «Con no verme, con no hablarme, con maldecirme cuando me encuentra por la calle, con derramar sobre mí las lavazas

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cuando jabona el agua de fregar cuando friega; y esto es cada dia, porque todos los dias estoy en esta calle y a su puerta; porque soy su guarda cuidadosa; soy, en fin, el perro del hortelano, &c. Yo no la gozo, ni ha de gozarla ninguno mientras yo viviere; por eso, vayase de aquí el señor sotasacristán; que, por haber tenido y tener respeto a las órdenes que tiene, no le tengo ya rompidos los cascos» (... ) ' 6 .

Cuando más tarde los amos de Cristina le preguntan a ésta si desea casarse, ella contesta afirmativamente, pero dice sentir ver­güenza de escoger entre los dos pretendientes. Cervantes vuelve a expresar su parecer en las palabras del ama: «Pues no la tengas: porque el comer y el casar ha de ser a gusto propio, y no a voluntad ajena.» A lo que Cristina responde: «Vuesas mercedes, que me han criado, me darán marido como me convenga; aunque todavía quisiera escoger.» Finalmente, Cristina no se casa con el soldado fanfarrón, sino con el sacristán, que, parco en palabras, y poniendo por testigos «a su corazón, su entendimiento, su volun­tad y su memoria», aclara que bajo las palabras "quiero bien a Cristina Parreces" debía entenderse que «se incluye todo aquello que ella quisiere que yo haga por ella; porque quien da la volun­tad, lo da todo». 3 7

Véase, nuevamente, cómo Cervantes vuelve a expresar su manera de pensar acerca del matrimonio, pero manteniéndose en un plano de aceptación de las normas establecidas. Cristina, por otra parte, es firme en su deseo de escoger ella misma al futuro marido, pero respetuosa y agradecida con sus amos.

Después de este último ejemplo en el que hay una especie de «transición», al pedirle la opinión a la interesada, mostramos otros en los que Cervantes expone el derecho de la mujer a tomar decisiones como corresponde a una persona libre, igualándola a un hombre, y lo hace por medio de dos personajes importantes, como para incitar a la gente más popular a seguir el ejemplo:

En el Laberinto del Amor, el duque Anastasio le pregunta a su criado:

«Di: No puede acontecer / sin admiración que asombre, I Que una mujer busque a un hombre, / como un hombre a una

mujer? »n

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Por su parte, también Dagoberto, duque de Utrino, en la carta que le escribe al padre de su amada Rosamira defiende el derecho de la mujer a elegir al hombre con el que quiere casarse:

La presta resolución que tomaste de entregar a Manfredo por esposa a tu hija Rosamira me forzó a usar de la industria de acu-salla, por evitar por entonces el peligro de perdella. La mejor se­ñal que te podré dar de que es buena es el haberla yo escogido por mi legítima mujer. Considera, señor, antes de que del todo me culpes, que soy tan bueno como Manfredo, y que tu hija escogió lo que quizás tú no le dieras casándola contra su voluntad. Si con ella usare[s] término de piadoso padre, usaré yo contigo el de obediente hijo; aunque de cualquier manera que me trates lo ha­bré de ser hasta la muerte. 3 9

En El amante Liberal la diferencia de los personajes con el público no está en la clase social, sino en la ubicación de los sucesos narrados, lejos del lugar de representación, como si Cervantes quisiera demostrar que en cualquier lugar puede haber hombres que reconozcan los derechos de la mujer:

Ves aquí, ¡Oh Cornelio!, te entrego la prenda que tú debes de estimar sobre todas las cosas que son dignas de estimarse; y ves aquí tú, ¡hermosa Eloísa! Te doy al que tú siempre has tenido en la memoria. (...) Vélame Dios, y cómo los apretados trabajos turban los entendimientos! Yo, señores, con el deseo que tengo de hacer bien, no he mirado lo que he dicho, porque no es posible que nadie pueda demostrarse liberal de lo ajeno: ¿qué jurisdicción tengo yo en Leonisa para darla a otro? O ¿cómo puedo ofrecer lo que está tan lejos de ser mió? Leonisa es suya, y tan suya, que, a faltarle sus padres, que felices años vivan, ningún opósito tuviera a su voluntad; y si se pudieran poner las obligaciones que como discreta debe de pensar que me tiene, desde aquí las borro, las cancelo y doy por ningunas (...) sólo confirmo la manda de mi hacienda hecha a Leonisa, sin querer otra recompensa sino que tenga por verdaderos mis honestos pensamientos, y que crea dellos que nunca se encaminaron ni miraron a otro punto que el que pide su incomparable honestidad, su grande valor e infinita hermosura. (...).

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Leonisa asegura a Ricardo que si alguna vez hizo algún favor a su rival Cornelio, siempre había sido honesto y porque sus padres se lo habían pedido.

«Esto te digo, por darte a entender que siempre fui mía, sin estar sujeta a otro que a mis padres, a quien ahora humildemente, como es razón, suplicoque me den licencia y libertad para disponer [de] la que tu mucha valentía me has dado».

Concedida ésta por los padres de Leonisa, ésta añade:

<Pues con esa licencia (...) quiero que no se me haga de mal mostrarme desenvuelta, a trueque de no mostrarme desagradecida; y así, ¡oh valiente Ricardo!, mi voluntad, hasta aquí recatada, perpleja y dudosa, se declara a favor tuyo, porque sepan ¡os hombres que no todas las mujeres son ingratas, mostrándome yo siquiera agradecida.*0

Por último, en los ejemplos siguientes Cervantes muestra mujeres fuertes, que no aceptan el doblegar su voluntad ante ningún varón:

En La gran sultana doña Catalina de Oviedo, la orgullosa asturiana -que no quiere admitir el sobrenombre de "Sultana", por no renunciar al suyo que es "de Oviedo"-, asombra al Gran Turco por su valentía y su talante independiente y liberal, tradicionalmente asociado a los varones, haciéndole a éste exclamar: «Tus libertades me asombran, / que son más que de

4 1

mujer»..

Y más adelante, ante la insistencia de ella de permanecer cristiana y la observación hecha por el eunuco Mamí por el «caso extraño y peregrino» de tener una cristiana por sultana, el Gran Turco vuelve a poner de relieve su gran valía diciéndole:

Puedes dar leyes al mundo y guardar la que quisieres: no eres mía, tuya eres, y a tu valor sin segundo

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se le debe adoración, no sólo humano respeto; y así de guardar prometo las sombras de tu intención. 4 2

Finalmente, el cautivo Madrigal, puede proclamar:

Hoy Catalina es sultana, hoy reina, hoy vive y hoy vemos que del león otomano pisa el indomable cuello; hoy le rinde y avasalla, y, con no vistos extremos, hace bien a los cristianos. Y esto sé desde suceso. 4 3

En un entorno distinto, más cercano al público de los corrales, se desarrolla la trama de La Entretenida, donde encontramos a Cristina, la fregona, personaje desinhibido e independiente, que no se deja someter por ninguno de sus pretendientes:

¿Soy, por ventura, mujer que he de avasallarme a un paje? O vengo yo de linaje de tan bajo proceder? ¿No soy yo la que en mi flor?, por no querer ofendella, presumo más de doncella, que no el Cid Campeador? No soy yo de los Capoches de Oviedo? ¿Hay más que mostrar? 4 4

Pero el personaje que sin duda alguna se lleva la palma como abanderada de la libertad es Preciosa, la gitanilla que da título a una de las novelas ejemplares de Cervantes más conocidas. Como se sabe, Preciosa, aunque de origen noble crece, feliz, entre gitanos. 4 5 Su forma de pensar y su proceder se diferencia de los

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de su grupo y familia adoptiva. Su belleza corre pareja con su honestidad, a las que acompañan una gran responsabilidad y sentido de la libertad:

Yo, señor caballero, aunque soy gitana pobre y humildemente nacida, tengo un cierto espiritillo fantástico acá dentro, que a grandes cosas me lleva. A mí ni me mueven promesas, ni me desmoronan dávidas, ni me inclinan sumisiones, ni me espantan finezas enamoradas; y aunque de quince años (...), soy ya vieja en los pensamientos y alcanzo más de aquello que mi edad promete, más por mi buen natural que por la experiencia 4 6

Pero como principales virtudes, destacamos en ella el sentido de la justicia, el de la independencia, y el de la libertad, que se manifiestan en las frases siguientes:

Eso no, señor Galán -respondió Preciosa-: sepa que conmigo ha de andar siempre la libertad desenfadada, sin que la ahogue ni turbe la pesadumbre de los celos; y entienda que no la tomaré tan demasiada, que no se eche de ver desde bien lejos que llega mi honestidad a mi desenvoltura; y con el primero cargo en que quiero estaros es en el de la confianza que habéis de hacer de mí.'1

La condición que impone a su enamorado da una prueba de su cordura y liberalidad:

Dos años te doy de tiempo para que tantees y ponderes lo que será bien que escojas o será justo que deseches; que la prenda que una vez comprada, nadie se puede deshacer della sino con la muerte, bien es que halla tiempo, y mucho, para mirarla y remirarla, y ver en ella las faltas y virtudes que tiene; que yo no me rijo por la bárbara e insolente licencia que estos mis parientes se han tomado de dejar las mujeres, o castigarlas, cuando se les antoja; y, como yo no pienso hacer cosa que llame al castigo, no quiero tomar compañía que por su gusto me deseche48.

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Hemos intentado exponer algunos ejemplos para demostrar que Cervantes era consciente de la injusta situación de la mujer en la sociedad del siglo XVII, una situación que él expone en su obra y que, sin duda, condena; una situación que se repetía "allende los mares" y que también Sor Juana Inés de la Cruz condenó enérgicamente, habiendo ella misma padecido sus consecuencias. Ambos coinciden en utilizar la literatura también en esa dimensión de crítica social que le añade un nuevo valor muy digno de tener en cuenta.

BIBLIOGRAFÍA: ASÚN, RAQUEL (ed.): Sor Juana Inés de la Cruz: Lírica.

Parets del Valles (Barcelona): Bruguera , 1983. CABEZAS, JUAN ANTONIO: Cervantes. Del mito al

hombre. Madrid: Biblioteca Nueva, 1967. CASTRO, AMÉRICO: El pensamiento de Cervantes.

Barcelona: Noguer, 1980 CERVANTES, MIGUEL DE: Obras Completas. Edición de

Florencio Sevilla Arroyo. Madrid: Castalia, 1999. CERVANTES, MIGUEL DE: Novelas ejemplare. Edición,

de José Ibáñez Campos. Esplugues de Llobregat (Barcelona), Edicomunicación, 1994.

DIEZ BORQUE, JOSÉ MARÍA: Sociedad y Theatro en la España de Lope de Vega. Barcelona: Bosch, 1978.

DUBY, G.l M. PERR.OT (eds..): Historia de las Mujeres. 3. Del Renacimiento a la Edad Moderna. Madrid: Taurus, 2000.

GALAVIZ, JUAN M.: Sor Juana Inés de la Cruz. Madrid: historia 16. Quorum, 1987.

GARCÍA CÁRCEL, RICARDO: Las Culturas del Siglo de Oro. Madrid: Historia 16.

MARÍAS, JULIÁN: Literatura y Generaciones. Madrid: Austral, 1975.

MENÉNDEZ PIDAL, RAMÓN,et al..: El siglo del Quijote 1580-1680 (Vol. II. Las Letras. Las Artes. Madrid: Espasa Calpe, 1996.

MERA, JUAN LEÓN (de.): Sor Juana Inés de la Cruz. Biografía y selecciones. Puebla (Méjico), Editora José M. Cajica,

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1972 Año de Juárez, p. 15. ( I a edición: Quito, Imprenta Nacional, 1873).

MERLO, JUAN CARLOS: Sor Juana Inés de la Cruz. Obras escogidas. Madrid: Bruguera, 1979.

RILEY, E. C: Cervantes' Theory of the Novel. Madrid, Taurus, 1989.

N O T A S

1 Aunque no se conoce con exactitud la fecha del nacimiento de Sor Juana Inés de la Cruz, sus primeros biógrafos coinciden en situarlo el 12 de noviembre de 1651.

2 Cfr. Julián Marías: Literatura y Generaciones. Madrid: Austral, 1975, pp. 9-24.

3 Ibidem, p. 23. 4 Ibídem. 5 Ibidem, pp. 23-24. 6 Juan Antonio Cabezas: Cervantes. Del mito al hombre. Madrid: Bi­

blioteca Nueva, 1967, p. 262. 7 El Tomo I, Inundación Castálida, Madrid, 1689, editado también

con el titulo de Poemas, Madrid 1690; Barcelona, 1691; Valencia, 1709 (2 ediciones); Madrid, 1714 y 1725 (2 ediciones). El Tomo II, Segundo Volumen..., Sevilla, 1692; con el titulo de Segundo tomo, en Barcelona, 1693 (3 ediciones ), con el de Obras Poéticas en Madrid, 1715 y 1725. El Tomo III, titulado Fama y obras postumas, en Madrid, 1700; Barce­lona, 1701; Lisboa 1701 y Madrid, 1714 y 1725. Cfr. Raquel Asún (edit.): Sor Juana Inés de la Cruz. Lírica. Parets del Valles (Barcelona): Brugue­ra , 1983, p. XIV.

8 Ibidem, pp. XXIV-XXV. 9 Ibidem, pp. XXXI y XXXII. 1 0 Juan León Mera (edit): Sor Juana Inés de la Cruz. Puebla (Méjico),

Editora José M. Cajica, 1972 Año de Juárez, p. 15. ( I a edición: Quito, Imprenta Nacional, 1873).

1 1 Juan M. Galaviz: Sor Juana Inés de la Cruz. Madrid: historia 16. Quorum, 1987, p. 5.

1 2 Cfr. Juan Carlos Merlo (edit.): Sor Juana Inés de la Cruz. Obras escogidas. Madrid: Bruguera, 1979, p. 13.

1 3 Para más información sobre su vida pueden consultarse alguna de las muchas biografías que sobre ella se han escrito.

1 4 Cfr. Ibidem. p. 542. 15 Ibidem.

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1 6 Hay diversidad de opiniones a este respecto. Según Raquel Asún, Isabel Ramírez de Santillana era soltera y tuvo seis hijos naturales, tres habidos con Pedro Manuel de Asbaje y Vargas Machuca, el padre de Sor Juana, y otros tres con el capitán Diego Ruiz Lozano y Centeno. Pese a algunas referencias (entre las que se encuentran los documentos que des­cubre E. A. Cervantes en los que figura en 1669 la referencia a Isabel Ra­mírez como "viuda de don Pedro de Asbaje y Vargas, mi esposo" que otorga a "Juana Ramírez de Asbaje, mi hija legítima y del dicho mío es­poso), que debieron dictar las exigencias sociales, el testamento de Isabel Ramírez confirma que era "mujer de estado soltera". Cfr. Raquel Asún: op. cit. pp. X y XI.

1 7 Cfr. Raquel Asún: op. cit. pp. 237-38. 1 8 Cfr. Juan Carlos Mena: op. cit, pp. 486-87. 19 Ibídem, p. 488. 2 0 Cit. por Américo Castro en: El pensamiento de Cervantes. Barcelo­

na: Noguer, 1980, p. 131. 21 Ibídem, p. 129. 2 2 E. C. Riley: Cervantes' Theory of the Novel. Citamos por la traduc­

ción de Carlos Sahagún. Madrid, Taurus, 1989, p. 17. 2 3 Ramón Menéndez Pidal et al.: El siglo del Quijote 1580-1680

(Vol. II. Las Letras. Las Artes), p. 491 2 4 B. W: Ife: Reading und Fiction in Golden-Age Spain. A platonist

critique and some picaresque replies. Citamos por la traducción de Jordi Ainaud. Barcelona: crítica, 1992

2 5 Ricardo García Cárcel: Las Culturas del Siglo de Oro. Madrid: Historia 16, 1999, pp. 46-47.

2 6 J. P. Desaive: «Las ambigüedades del discurso literario», en: G. Duby y M. Perrot (eds.): Historia de las Mujeres. 3. Del Renacimiento a la Edad Moderna. (Título original: Storia delle donne). Citamos por la traducción de Marco Aurelio Galmarim. Madrid: Taurus, 2000, p. 290.

2 7 F. Luque Fajardo: Desengaño contra la ociosidad y los juegos, Madrid, 1603. Cit por Ricardo García Cárcel, en Las Culturas del Siglo de Oro. Madrid: Historia 16, p. 216.

2 8 P. de Rivadeneyra: Tratado de tribulación. Madrid: 1589. Citado por José María Diez Borque en: Ibídem, p. 82.

"9 Cfr. José María Diez Borque: Sociedad y Theatro en la España de Lope de Vega. Barcelona: Bosch, 1978, pp. 143 y ss.

Según señala Diez Borque, «Hay un testimonio muy importante (...) sobre la afición de las mujeres, de todos los niveles sociales, al teatro: Je­rónimo de Velázques dio, en 1586, una función por la mañana para mujeres, solamente, y se reunieron más de 760, aunque después el Conse­jo de Castilla prohibiría la representación y confiscaría las ganancias. Es­tas ocupaban un lugar estrictamente reservado para ellas, la cazuela, en la

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que no existía ninguna ordenación jerárquica, puesto que desde allí con­templaban la representación todas las mujeres que asistían a él, excep­tuando las damas de la nobleza que ocupabn los aposentos, rejas y celo­sías. Las mujeres tenían rigurosamente prohibido comunicarse desde la cazuela con los hombres que asistían a la representación desde el patio, motivado por una «rigidez moralizante que, por otra parte, no impedía la obscena zarabanda, pero influía también -opina el autor-, un deseo de atenuar el peso del "vulgo fiero" sobre la repreentación y disminuir, en lo posible, el tumulto que, por separado, caracterizaba tanto al patio como a la cazuela>. (Ibídem,p. 144)

Las normas eran muy estrictas y su incumplimiento podía conducir a los infractores a la cárcel. En Reglamentos de Teatro (1608) se establece «Que no se consienta que hombre alguno entre y esté en las gradas y tarima de mugeres, ni muger alguna entre por la puerta de los hombres [...] y si alguno lo hiciere los alguaziles le pongan en la cárcel.» «Que no se consienta que en los aposentos señalados para mugeres entre con ellas hombre alguno, si no fuera sabiendo notoriamente ser marido, padre o hijo o hermano. » Cfr. Ibidem.

3 0 Excepto en los de Cervantes, pues, como él mismo escribe en el «prólogo al lecton> de sus Ocho comedias, y ocho entremese, defendién­dose de las críticas, «querría que fueran las mejores del mundo, o, a lo menos, las más razonables; tú lo verás, lector mío, y si hallares que tienen alguna cosa buena, en topando a aquel mi maldiciente autor, dile que se enmiende, pues yo no ofendo a nadie, y que advierta que no tienen nece­dades patentes y descubiertas». O.C. p. 878

3 1 O .C.p . 1218. 3 2 Cervantes. Novelas ejemplare. Vol. I. Edic. de José Ibáñez Cam­

pos. Esplugues de Llobregat (Barcelona), Edicomunicación, 1994, pp. 277-78.

" O . C . pp. 1123-24. 3 4 O. C. p. 1098. 3 5 Cfr .O. C.p. 1157. 3 6 O. C , p.. 1137. La cursiva es nuestra. 3 7 Cfr.O. C , pp. 1137^1. La cursiva es nuestra. 3 8 O. C. p. 1042. 3 9 O. C. p. 1059. La cursiva es nuestra. 4 0 Cervantes: Novelas ejemplares. Vol. I. Edición citada, pp. 167-68.

La cursiva es nuestra. 4 1 O. C. p. 1013. La cursiva es nuestra. 4 2 O. C. p. 1014. La cursiva es nuestra. 4 3 O. C. p. 1024. 4 4 O. C.p. 1062.

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Un grupo social mal considerado en nuestro país y el cual a prin­cipios del siglo XVII era más conocido por su forma de vivir que por su número, dado que en 1783, cuando se realiza el primer censo, éste no agrupa ni a 10.000 en toda España. Cfr.: Juan Ignacio Gutiérrez Nieto: «Inquisición y Culturas marginadas: conversos, moriscos y gitanos», en: Ramón Menéndez Pidal: El siglo del QuijoteJ580-1680. (Vol. I). Madrid: Espasa Calpe, 1996, p. 991 y ss.

4 6 Cervantes: Novelas ejemplares.... p. 69. 47 Ibidem. p. 71. La cursiva es nuestra. 48 Ibidem, p. 528. La cursiva es nuestra.

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