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ARTE POR DUPLICADO

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ARTE PORDUPLICADO

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El proyecto Mayores Magníficos, del Servicio Regional de Bienestar Social, Consejería de Fami-lia y Asuntos Sociales, de la Comunidad de Madrid, pretende resaltar, mediante distintas inicia-tivas, una serie de valores humanos representados por dos Mayores de Centros y Residencias.

Debido a su singular trayectoria vital, los Mayores Magníficos ofrecen, mediante su testimonio, una valiosa mirada sobre la vida y sobre los tiempos pasados que les tocó vivir, así como una reflexión sobre el presente, con proyección al futuro, construida desde la experiencia. Su relato trasciende la anécdota o la narración puramente cronológica para subrayar los valores huma-nos que su historia ofrece: singularidad, genialidad, ilusión, constancia, superación, sacrificio, bondad, amistad.

En este cuaderno biográfico el lector encontrará una aproximación a la vida de los hermanos gemelos D. Manuel Sánchez Algora y D. Vicente Sánchez Algora, reputados ceramistas y artis-tas polifacéticos que han destacado especialmente en pintura y dibujo. El texto, elaborado a partir de entrevistas realizadas a sus protagonistas y otras publicaciones biográficas o artísticas así como diversa documentación histórica, pretende narrar de manera amena y honesta la peripecia de los dos protagonistas, situando el devenir de sus vidas en el contexto histórico en que se produjeron y desarrollando los aspectos más significativos de su experiencia vital.

Se reproduce en esta publicación una selección de algunas de las obras artísticas realizadas por sus protagonistas a lo largo de su vida, así como fotografías actuales y de otras de épocas pasadas que pretenden ilustrar algunos pasajes del texto.

Dos vidas sin duda muy singulares: dos personas que, unidas literalmente desde antes de su na-cimiento, desarrollaron una interesantísima y atípica actividad profesional en la que obtuvieron un importante reconocimiento. Lo lograron, además, superando enormes dificultades gracias a un extraordinario empeño personal por lo que siempre fue su mayor pasión, el arte. Historias como la de los hermanos Sánchez Algora ofrecen hoy día un ejemplo que debe hacer reflexio-nar sobre algunos valores del mundo actual, y un aliento de inspiración que incita a perseguir los sueños e ilusiones propias, por inalcanzables que se antojen.

Este cuaderno biográfico constituye la parte central del proyecto que se completa con un video reportaje presentado en un acto público de homenaje a los dos Mayores Magníficos del año 2012.

La Comunidad de Madrid a través de este reconocimiento a D. Vicente y a D. Manuel, rinde homenaje a todos los mayores que han sabido construir un Madrid lleno de riqueza humana.

Servicio Regional de Bienestar SocialConsejería de Familia y Asuntos Sociales

Comunidad de Madrid

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M A Y O R E S M A G N Í F I C O SManuel y Vicente Sánchez Algora

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SÁNCHEZ A LGO RA

UnoLa historia sólo puede comenzar con un lienzo en blanco. Lo están mirando los ojos del pintor, en lo que constituye sin duda un momento especial para él, sentado en su estudio frente a la obra que está por empezar. Ese primer trazo, ese primer gara-bato, de alguna manera debe ya definir el cuadro que horas después -tal vez días, tal vez semanas, tal vez años o incluso puede que nunca- será concluido. El peso de la responsabilidad agarrota sus manos de experto dibujante.

Lo cierto es que ese primer movimiento inicial no tendría por qué ser tan compro-metido. Se trata simplemente de arrancar, el resto saldrá poco a poco. Además, siempre se podría empezar de nuevo si el arranque no fuera satisfactorio. Borrar el trazo, sepultarlo bajo un dibujo posterior, o incluso volver a pintar el lienzo de blanco.

Ayuda al pintor pensar que tiene claro cuál ha de ser el resultado: ha imaginado y hasta dibujado mentalmente la composición que pretende llevar a cabo cientos de veces. Son también muchas las ocasiones en que se ha embarcado en obras si-milares, y por fuerza esa experiencia ha de servirle ahora. Sabe bien que su destreza es grande, pese a que la edad no perdona y la vista y las manos ya no responden igual que antes; también sabe que dispone de la paciencia y el tiempo necesarios para dotar de vida, a través de los detalles, a los personajes que su mente ha ima-ginado.

Sin embargo, este pensamiento no disipa del todo su angustia ante la inexpugnable muralla pálida que tiene ante sí. Nunca ha logrado vencer el sentimiento de inse-guridad que siempre vuelve en momentos como éste. Observa obras anteriores, colgadas en su estudio, y siente que algo se le escapó siempre, que nunca logró plasmar lo que quería tal y como lo había imaginado. Tirando del hilo de este pen-samiento negativo, puede que piense que lo que muchos y hasta él mismo conside-ran estilo propio no sea sino la suma de sus enormes limitaciones, más que la de sus virtudes, como artista.

Al otro lado del lienzo

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Pero el pintor, al fin y al cabo, es el pintor, y es consciente de su propia identidad y naturaleza. Sabe que nada en el mundo le hará más feliz que embarcarse en este trabajo, y sabe que nadie sino él puede dejar constancia de eso que le anda ron-dando desde hace tiempo y que tiene que materializar utilizando las herramientas que domina: las de la pintura. Así que deja pasar unos segundos más, respira hondo, y lentamente toma el carboncillo y lo estrella contra la tela.

DosAl otro lado del lienzo en blanco, que está apoyado sobre un caballete parecido al anterior pero no igual, dentro de un estudio adornado con obras que se parecen en algo a las anteriores pero no son las mismas, tenemos a otro pintor tremendamente parecido al anterior, aunque no exactamente igual.

Este segundo pintor se encuentra aproximadamente en la misma situación que el anterior, aunque en su manera de enfrentarse al problema habrá algunas peque-ñas diferencias, pues se trata de un pintor distinto, esto ha de quedar claro, aunque de aspecto muy similar al primero.

Podemos suponer que por la mente de este segundo pintor pasan reflexiones casi iguales, aunque no del todo, a las que pasaban por la mente del primero. Lo ate-nazarán dudas muy similares, y también lo consolarán certezas muy parecidas, aunque no exactamente iguales. Y por supuesto, el segundo pintor tomará la mis-ma determinación que el primero, aunque puede que en este caso en vez de un carboncillo tome directamente el pincel y estampe una diestra mancha de color contra la pared blanca.

Y así ya están los dos pintores, físicamente casi iguales, trabajando al mismo tiempo, cada uno en su cuadro. Si esto fuera una película, mediante el montaje el director podría componer una escena en que veríamos a los dos de perfil, el primero a la iz-quierda y el segundo a la derecha de la pantalla, uno dibujando y el otro pintando, con el lienzo en el centro como si trabajaran efectivamente en un mismo cuadro que tiene dos lados.

Finalmente, mediante una elipsis temporal, el director resuelve la secuencia mos-trando las dos obras completas. Dos cuadros que, para redondear la idea, imagi-namos como totalmente diferentes: en uno prima el dibujo sobre el color y la figura sobre la abstracción, con personajes claramente definidos y una composición muy

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clásica; en el otro, el colorido, la composición y el tratamiento de las figuras nos remiten a tendencias contemporáneas o vanguardistas; el tema y la manera de representarlo son sin duda menos canónicos.

Sin embargo viendo las dos obras, aparentemente contrapuestas y en ambos ca-sos realizados con una exquisita técnica, percibimos en seguida que hay algo en ellas que las une. Sabíamos que habían sido realizadas por dos personas distintas (aunque muy parecidas), pero algo en las propias obras sugiere un vínculo espe-cial entre ellas, un nexo evidente que podríamos también haber descubierto aún contemplándolas por separado y en contextos totalmente distintos. Una conexión que sin embargo es imposible definir exactamente con palabras, pues las obras son tan distintas que nos veríamos obligados a decir que lo que las une no está en su parecido, sino precisamente en su diferencia. Podría tratarse, en fin, de una misma obra con dos caras. O de dos obras y una misma cara, la de los pintores, que es la misma (o casi).

Uno más unoExisten muchas creencias populares acerca de los hermanos gemelos monocigóti-cos, genéticamente iguales. La vieja leyenda del vínculo sensorial o hasta telepáti-co, según el cual lo que un hermano siente o piensa en determinados momentos lo puede sentir o pensar el otro. En este caso no hará falta recurrir a la mitología para contar la historia de los pintores gemelos. Sus dos historias no pueden sino ir unidas de principio a fin, aunque con pequeñas diferencias.

La historia arranca con un lienzo en blanco, que bien podría ser un trozo de papel que alguien dio a los gemelos Vicente y Manuel Sánchez Algora para que se en-tretuvieran allá por mil novecientos treinta y poco, cuando apenas tenían cuatro o cinco años, y acaba con el cuadro de dos caras, un par de vidas y ochenta años después, en el que los hermanos, cada uno en su estudio, continúan haciendo lo que siendo muy niños descubrieron que les hacía felices.

Lo curioso de esta historia es que entre medias de estas dos escenas tan parecidas (pero no iguales), la vida fue dibujando para los gemelos un cuadro distinto al que ellos habían imaginado, donde el arte (o el dedicarse totalmente a la creación ar-tista, es decir, el ser un “artista” según normalmente se suele entender la palabra) es una ilusión recurrente al alcance de la mano que nunca se logra agarrar de manera plena, o al menos no de la manera deseada.

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Los hermanos Sánchez Algora sostienen con firmeza que ellos nacieron para el arte, y más en concreto la pintura y el dibujo; nunca quisieron hacer nada distinto a eso, ni dedicarse a ninguna a otra cosa. Pero por el camino, aún teniendo siempre claro cuál era el objetivo final, la vida les llevó por derroteros que, realmente, podían ser parecidos, pero nunca exactamente iguales, a lo que ellos querían.

Crearon, empezando desde la nada más absoluta y pasando no pocas vicisitudes, la que fuera durante algún tiempo la empresa de porcelanas más conocida de Es-paña. Sus piezas, pequeñas obras de arte de producción a medias entre lo industrial y lo artesanal, destinadas a adornar los hogares, podrían ser hoy definidas como un icono olvidado de toda una época en España. Hubo un tiempo en que tener una porcelana Algora era tan habitual, o casi, como tener hoy una lámpara de Ikea.

Manuel y Vicente Sánchez Algora diseñaron y moldearon con sus manos una ico-nografía de España en miniatura que nunca fue ni será reconocida, empezando por ellos mismos, como verdadero arte. También dirigieron una empresa que llegó a alimentar a más de cincuenta familias, pero que de alguna manera funcionó siem-pre como un pequeño negocio donde el talento y la destreza de los gemelos dirigía una suerte de gran creación colectiva desde luego muy ligada al arte, aunque también sujeta a la problemática que afecta a una empresa de cualquier tipo, por muy especial que ésta sea.

Sus vidas, atrapadas por la actividad empresarial, no fueron las de dos pintores de vida bohemia ocupados exclusivamente en consideraciones artísticas, aunque nunca dejaran de producir obras artísticas personales que encontraron, también, su hueco en el panorama cultural madrileño y español. En todo caso hoy, trabajan-do aún frente al lienzo, como hicieron siempre, dan la impresión de haber logrado algo muy parecido a lo que soñaron. Aunque no sea exactamente lo mismo. Y, por supuesto, por partida doble.

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Los genes

“Debe ser eso que ahora llaman los genes”, explica con cierta ironía Manuel cuan-do se le pregunta por el origen de su afición artística, compartida por su hermano. “Desde muy pequeños nos han gustado el lapicero y los tebeos, ahí veíamos esos personajes y nos poníamos a dibujar…”.

Son los años 30 y los Sánchez Algora residen en la calle de Méndez Álvaro, en la zona sur de Madrid, “en una zona de casitas bajas unifamiliares enfrente de la esta-ción de Atocha”, explica Manuel. El barrio de Legazpi, donde se ubica esta calle, era entonces una zona muy humilde de la capital entre la orilla del río Manzanares y la estación del Mediodía, hoy Atocha. Desde principios del siglo XX se instalaron numerosas fábricas y almacenes en el barrio, convirtiéndose en una zona eminen-temente comercial. En los años 20, la apertura del Nuevo Matadero de Madrid (hoy reconvertido en un importante centro de arte) y, ya en 1935, la del Mercado Cen-tral de Frutas y Hortalizas en la plaza de Legazpi, hacen que el barrio sea conocido como la despensa de Madrid.

Los Algora son una familia numerosa: Gregorio y Ángeles, los padres, criaron seis hi-jos. La familia vive por entero del jornal que Gregorio, pintor industrial (como fuera su padre), trae a casa con menos regularidad de lo que quisiera. Manuel y Vicente no ven una conexión clara entre el trabajo de su padre y su temprana afición artística; prefieren destacar como inspiración la afición de su hermano Ángel, cinco años mayor que ellos, por el dibujo: “Empezamos a dibujar por nuestro hermano Ángel, que dibujaba muy bien por cierto; sin duda ha sido referencia para nosotros verle dibujar a él, nosotros le imitábamos, seguimos sus pasos”, explica Manuel.

Destacan, igualmente, los paseos con su padre por algunos lugares en los que em-pezaron a cultivar cierto gusto artístico. El paseo del Prado y el Retiro, muy cerca de la estación de Mediodía, eran lugares que frecuentaban: “Mi padre nos llevaba a algunos museos, sobre todo al museo del Prado, pero no siempre entrábamos, porque era caro”, explica Vicente.

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Los años del tebeoEn los años 30 todo cambió en España. El 13 de abril de 1931 el país “se acuesta monárquico y se levanta republicano”, según la frase del almirante Juan Bautista Aznar, presidente del gobierno que había nombrado en febrero Alfonso XVIII. El Rey de España se traslada a París el 14 de abril, día en que se proclama la Segunda República: “Me aparto de España, reconociéndola así como única señora de sus destinos”, escribe Alfonso XIII ya desde el exilio pocos días después.

En el campo cultural, había surgido más de una década antes uno de esos fenó-menos populares que acaban marcando una generación. En 1917 se imprime por primera vez en Barcelona una revista monocromática con una viñeta humorística en la portada, que continúa la estela de publicaciones anteriores como Dominguín, publicada semanalmente durante 1915 y 1916 y considerada precursora de las re-vistas de historietas en España. La nueva revista se vende a 5 céntimos y se dirige a un público infantil y juvenil, entre el que caló paulatinamente hasta lograr una tirada nacional y una enorme popularidad. Se trata de TBO.

Los dibujos mediante los cuales se narraban las historias de TBO y otras revistas simila-res calaron en los hermanos Algora, que como ya se ha dicho empezaron a dibujar personajes al estilo de las revistas que llegaban a sus manos: “Mi padre le compraba tebeos a Ángel, nuestro hermano mayor. Nosotros ni siquiera sabíamos leer. Recuer-do, además de TBO, la revista Mickey, un tebeo grande de estilo americano, con un formato como el que tienen los periódicos hoy. Los dibujos eran muy buenos. Aquí venían historietas de personajes parecidos a lo que luego hicieron algunos autores españoles, por ejemplo había historias de un personaje muy parecido a Carpanta, o historias de dos hermanos gemelos, como Zipi y Zape”, recuerda Manuel.

Además, en estas publicaciones solían incluirse también recortables y otros juegos para niños. Vicente y Manuel, siempre siguiendo los pasos de su hermano Ángel, se entretenían también fabricando sus propios recortables y haciendo juguetes artesa-nales para su hermano Gregorio, el pequeño de la familia. Con un trozo de madera y un poco de alambre, o con lo que buenamente pudieran conseguir, los gemelos se inventaban un nuevo juguete sobre la marcha para el pequeño. Durante los años de la guerra, su hermano Gregorio recibía estos inventos como regalo de Reyes y lograban así distraerle del miedo que le inspiraban los bombardeos.

En otro de los muchos paralelismos que ofrece esta historia, tenemos a Manuel Sán-chez Algora casi 80 años después ocupado en fabricar con cualquier cosa nuevos juguetes que en este caso regalará a su nieto, igual que entonces hacía para su

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hermano pequeño. La afición por estos pequeños trabajos es un ejemplo perfecto de la creatividad de los gemelos. Manuel no para de crear ni un instante, e incluso a veces se pone a esculpir una figura mientras come, con una miga de pan y unos palillos.

Sollana y Ocaña“No fuimos mucho al colegio porque nos pilló la guerra, con ocho años”. En verano de 1936 empieza la Guerra Civil, y la familia se ve obligada a separarse. Los geme-los, junto con sus dos hermanas, son enviados a Sollana, población no muy lejos de la ciudad de Valencia y situada junto a la Albufera. Se trata de un pequeño pueblo agrícola a orillas del lago valenciano inmortalizado en pinturas de Joaquín Soralla y en los textos del escritor Blasco Ibáñez, particularmente en su exitosa novela Cañas y Barro. El pueblo de Sollana vivía entonces, como todas las poblaciones a orillas de la Albufera, del cultivo de arroz en el marjal, esto es, tierras húmedas que anterior-mente estuvieron cubiertas por el lago y que se riegan mediante aguas del Júcar.

Los hermanos Sánchez Algora permanecieron unos dos años en Sollana. Habían via-jado allí, según cuenta Vicente, “con el colegio”. “Nos mandaron con la intención de ir como a unas colonias”, explica. Pero a medida que los acontecimientos se van complicando en Madrid y lo que parecía un conflicto de corta duración se alarga, los niños permanecerán en Sollana. “Si mi madre hubiera sabido que la guerra se iba a alargar, no nos hubiera dejado ir”, recuerda Vicente.

Manuel completa la explicación: “Mi padre estaba afiliado en algún partido o aso-ciación de obreros, como trabajador humilde que era. Las autoridades republica-nas, al empezar la guerra, pensaron que sería mejor sacar a los civiles fuera de la ciudad por los bombardeos. Igual que algunos fueron a Rusia, a nosotros nos man-daron a Valencia”.

En Sollana “repartieron” a los niños con varias familias de campesinos. Los padres, junto con el hermano mayor, Ángel, y el pequeño, Gregorio, permanecen en Ma-drid hasta que en 1938 su madre puede reunirse con ellos en Ocaña, provincia de Toledo. Para llegar a Ocaña, los hermanos Sánchez Algora tuvieron que realizar un complicado viaje en varios trenes, siempre viajando de noche y en vagones de transporte de chatarra o animales.

En Ocaña tenía Gregorio, el padre, algunos familiares que instalaron a la familia en una cueva típica de la localidad. De aquel año los gemelos recuerdan con nitidez los constantes bombardeos, y la dificultad para conseguir alimentos: para obtener

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un plato de comida se empleaban por ejemplo como friega platos de las tropas italianas allí destacadas, según recuerdan.

Finalmente, la guerra termina en 1939 y la familia puede volver a reunirse de manera estable en Madrid, en este caso en una nueva casa en la calle Francisco Navace-rrada, pues la de Méndez Álvaro quedó totalmente destruida por una bomba. “Le cayó un obús, lo que demostró que habían hecho bien en evacuarnos”, resume Manuel. Con 11 años y la situación de absoluta precariedad que el país vivió en la posguerra, Manuel y Vicente van a dejar atrás, de manera brusca, la infancia: la familia pronto no podrá permitirse que dos muchachos en edad de trabajar sigan en el colegio, en el que por otra parte solamente destacan por su destreza como dibujantes.

Tanto Vicente como Manuel hablan de sus experiencias durante la Guerra Civil sin darle mayor importancia: “Vivimos lo que cualquier persona de nuestra edad, ni más ni menos”.

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La familia Sánchez Algora ha vuelto a su ciudad, Madrid. Un Madrid que, tres años y una guerra después, ha quedado totalmente desfigurado por los efectos de la contienda. La vieja casa familiar, el hogar, destruido por un obús, puede funcio-nar como una metonimia donde el todo que sustituye la parte es su ciudad, que aunque se parece a la que conocieron, es ahora otra: la necesidad es el motor y la miseria el medio en que se mueven muchos de los habitantes del Madrid de posguerra.

En un principio los gemelos retoman sus estudios donde los habían dejado, pero sus perspectivas son ahora diferentes. “Hubo una época en que volvimos al colegio, pero era un aburrimiento”, recuerda Vicente. Lo que realmente interesa a los geme-los no estaba –aunque es de justicia decir que nunca lo estuvo, pues nunca fueron buenos estudiantes- en la escuela, sino en la calle, y de ello dejaban constancia en el bloc en el que dibujaban todos los días, y que Manuel sigue conservando en la actualidad como oro en paño. “Estábamos siempre pintando y dibujando, por las calles, y entonces era muy emotivo hacer apuntes”, recuerda Vicente. Los gemelos se pasaban las tardes recorriendo Madrid, aquel Madrid ruinoso y absolutamente empobrecido, dibujando cualquier cosa que les llamara la atención.

Desgraciadamente, el panorama que los gemelos plasmaban en sus dibujos era casi siempre desolador. Manuel, dejando de lado cualquier otro tipo de considera-ción, lo explica manera muy sencilla: “Dibujar por la calle es una fuente de apren-dizaje; se trata de dibujar lo que ves, para aprender. Tengo guardados dibujos que hacíamos en aquella época en Moratalaz, que aún era el campo: unos niños po-bres buscando en la basura, por ejemplo… Claro, no vas a ponerte a dibujar a un Consejo de Administración, dibujas lo que ves”.

Además de estos improvisados bocetos callejeros, los gemelos aprovechan cual-quier rato libre para ir al Casón del Buen Retiro: “Allí había esculturas, reproduccio-nes y otras cosas nuevas, y sobre todo te dejaban un caballete para pintar. Cuando podíamos, nos pasábamos el día allí”.

Las escuelas

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Pasitos en el caminoNo pasó mucho tiempo hasta que definitivamente Manuel y Vicente abandonan el colegio. En principio acuden a la Escuela de Cerámica que había en la calle Cartagena, casi esquina con López de Hoyos, pero no tanto por su interés por aquel tipo de arte, sino porque “nos dijeron que daban unas pesetas por apuntarse, una especie de beca, y nosotros queríamos llevar algo de dinero a casa”.

Se trata del primer contacto de los gemelos con la cerámica, disciplina a la que luego acabarían dedicándose. Sin embargo, aquella escuela no les pareció de-masiado interesante. El rumor de las pesetas resultó ser falso (se trataba en realidad de una beca exclusivamente para pagar el transporte a la escuela) y tampoco la enseñanza que allí se impartía era de gran utilidad, aunque según recuerda Vicente “nos sirvió para entrar en contacto con algunos profesores… fue un pasito más en el camino que habíamos elegido”.

De mayor interés resulta la Escuela de Artes y Oficios, donde reciben clases de dos maestros que son muy de su agrado. A esta escuela decide apuntarles su padre por las tardes, pero pronto tendrán que compaginar las lecciones con empleos algo más lucrativos, sobre todo a partir de la enfermedad de Ángel, el hermano mayor que, junto con el padre, sostenía con su trabajo a la familia.

Los gemelos tienen 13 años cuando entran como aprendices de carpintero (Ma-nuel) y tapicero (Vicente), con la promesa de que cuando cumplan 14 años, y co-nociendo ya el oficio, empezarán a ganar algo de dinero. Ya antes Vicente había trabajado sustituyendo a Ángel como pintor de carteleras cinematográficas, una ocupación que dejaba apenas seis pesetas al día y que después, curiosamente, conocerá en profundidad también su hermano Manuel.

Si algo tenían claro aquellos gemelos Algora, a sus 13 años, es que su futuro no debía pasar ni por la carpintería ni mucho menos por la tapicería. Por eso, cuando se pre-sentó la oportunidad de dejar aquello, explica Vicente, “no hubo ni que pensarlo”.

En la Escuela de Artes y Oficios, donde los gemelos seguían acudiendo cada tarde, cuenta Vicente que “fueron a preguntar por chavales que supieran dibujar. Así que me fui para la calle Velázquez, esquina con Hermosilla, donde había un palacio muy bonito en el que estaba la Fundación del Generalísimo Francisco Franco, y allí logré mi primer trabajo serio, en el equipo de dibujantes”. Sus diseños servirían para la fabricación de alfombras.

La institución, que posteriormente tomaría los nombres de Industrias Artísticas Agru-padas y Nueva Fundación de Gremios, fue fundada en 1941 y se dedicaba entre

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otras cosas a la restauración del Patrimonio Nacional. En 1995 cesó definitivamente su actividad. Vicente trabajó dos años en la Fundación, en la que posteriormente encontraría trabajo también su hermano Manuel. Pero antes, Manuel recibiría algu-nas clases magistrales sobre el arte, y sobre la vida, del que sería realmente su gran maestro. Aunque tal vez quien estaba destinado a recibirlas era Vicente.

El lazarilloEl pintor Fermín Sánchez Cantos trabaja decorando la cartelera de los cines Ideal, en la plaza de Jacinto Benavente, cuando un chico de unos catorce años se le acerca preguntando si necesita un ayudante. El pintor escudriña al muchacho y tras charlar un poco con él, le da su dirección para que por la mañana vaya a su casa para valorar la posibilidad de convertirlo en su aprendiz.

A la mañana siguiente, el mismo muchacho se presenta en su casa, y mientras sale a hacer algún recado el pintor le encarga que dibuje un bodegón, para mantener-lo entretenido. A su vuelta, Sánchez Cantos descubre sorprendido que aquel chico de catorce años tiene verdadero talento para el dibujo. Inmediatamente, lo toma como ayudante, hasta que poco a poco el chico se convierte en destinatario de sus reflexiones sobre la vida y el arte. El chico le sigue a todas partes; cuando termina la jornada laboral, recorren el Madrid de los Austrias dibujando personajes y esce-narios que allí encuentran. El muchacho se convierte en una especie de lazarillo de Tormes, aunque su maestro no sea ciego. Lo que no descubrió el pintor hasta bas-tante tiempo después, y no sin cierto disgusto, es que quien le pidió trabajo aquel día no fue el mismo chico que se presentó al día siguiente, sino su hermano gemelo.

Esta anécdota aparece siempre en los recuerdos de los Algora cuando se les pre-gunta por su formación artística, y especialmente en los de Manuel, que fue quien se convertiría en ayudante de aquel pintor al que su hermano Vicente, que por entonces ya estaba trabajando en la Fundación del Generalísimo Francisco Franco, pidió trabajo pensando en su hermano.

Fermín Sánchez Cantos “era un tipo estupendo”, sostiene Manuel. “Le habían juz-gado por sus ideas políticas y le habían mandado a Madrid, le habían exiliado. En aquel entonces, el exilio consistía en hacerte cambiar de capital de provincia. Como el tren tardaba mucho, en realidad era casi como si te hubieran exiliado para siempre. Él era un pintor realmente bueno, y su mujer era médico”.

Aquel pupilaje duró dos años, en los que Manuel Sánchez Algora siempre ha soste-nido que aprendió sobre todo a ensanchar sus miras y a entender la grandeza de la

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vida del artista más allá de las condiciones materiales en las que éste vive. Un gesto muy recordado por Manuel se produjo al poco de entrar a trabajar como ayudan-e entrar a trabajar como ayudan-te del pintor. Éste “quiso quedar un día con nuestro padre”, sin decirle a Manuel el motivo. “El pintor le dijo: ‘mire, su hijo vale mucho pero yo no puedo pagarle, si usted quiere, puede seguir viniendo conmigo, si no, puede volver con usted”.

Cuando su padre le preguntó qué deseaba hacer, Manuel no dudó un segundo: “Yo quiero quedarme con él”. Y así se hizo. “Hasta que un día mi hermano se puso pachucho, y fui a sustituirle en su puesto en la Fundación”. Pese a que la sustitución debía ser temporal y Manuel contaba con volver al lado del pintor, finalmente le ofrecieron un puesto de trabajo similar al de su hermano, una oferta demasiado atractiva para quien aún no había empezado a ganar un jornal.

Manuel y el pintor dejaron de verse, y no fue hasta un tiempo después de su despe-dida que Fermín Sánchez se enteró de que Manuel tenía un hermano gemelo llama-do Vicente que fue quien le había pedido trabajo aquella mañana pensando ya en que fuera su hermano quien se presentara al día siguiente. “Se cabreó mucho, decía que le habíamos engañado”.

No fue la única vez que los gemelos Sánchez Algora intercambiaron sus personalida-des, aunque Vicente opina que “en eso tenemos quizás algo de leyenda”. Parece ser que los gemelos utilizaban este arma secreta sólo en situaciones sumamente críticas: “Eso lo hacíamos sobre todo con las chavalas, porque mi hermano siempre fue más lanzado. Yo a veces no me atrevía a decirles nada por miedo a meter la pata, y mi hermano en cambio no tenía miramientos”.

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Del Círculo al taller

A Manuel le pareció un tema interesante eso de la porcelana, pero su hermano Vicente, en cambio, no estaba muy seguro de que aquello le gustara demasiado. En cualquier caso allí estaban, escuchando a los técnicos franceses contratados de la Fundación. Habían abierto un nuevo centro en la zona de El Pardo con el objetivo de revitalizar la producción nacional de porcelanas, y a los gemelos Algora les habían ofrecido un puesto. Como el salario era más elevado que en el taller de producción de alfombras, aceptaron probar aquella nueva experiencia. Vicente, en absoluto convencido de de que la porcelana fuera para él, decidió, tras probar unos días, volver a su puesto anterior como dibujante. Sin embargo Manuel le cogió enseguida el gusto a su nueva ocupación.

Pero lo que realmente llenaba la vida de los gemelos, una vez más, no era su su-puesta ocupación “principal”, por la que obtenían ya una interesante remunera-ción, sino la que desarrollan en su tiempo libre sin mayor incentivo que ver satisfe-chas sus necesidades creativas. Los gemelos sienten que es hora de desarrollar su propio estilo pictórico más allá de los consejos y enseñanzas de sus profesores, y tras dejar la Escuela de Artes y Oficios dedican todas las tardes a pintar en el Círculo de Bellas Artes.

La casa de los artistasEn abril de 1880 abre sus puertas en la calle Barquillo de Madrid una institución dedi-cada a la difusión del arte contemporáneo, fundada por artistas que consideraron que crear esta organización facilitaría la exposición y venta de sus obras. Se trata del Círculo de Bellas Artes, una sociedad que poco a poco fue ampliando su nú-mero de afiliados dentro y fuera de España, así como su importancia y visibilidad,

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llegando a esta dirigida por intelectuales de renombre mundial, entre ellos Jacinto Benavente, galardonado con el Premio Nobel.

En 1919 el arquitecto Antonio Palacios ganó el concurso convocado por el Círculo para construir su nueva sede, la Casa de las Bellas Artes. El edificio, situado entre las calles Alcalá y Gran Vía, aloja desde 1926 un importante centro de arte multidisci-plinar, donde además de exposiciones y muestras variadas se convocan habitual-mente concursos y se imparten clases. Por el Círculo han pasado en algún momento muchos de los grandes artistas españoles del siglo XX: Picasso, Rafael Alberti, Carlos Saura, Eduardo Chillida y un lardo etcétera.

Los hermanos Algora encajaron en seguida en el ambiente del Círculo, trabando amistad con muchos de los jóvenes que, como ellos, aspiraban a dedicarse ple-namente a lo que constituía su mayor pasión. A partir de entonces, empiezan a frecuentar también algunas tertulias de temática cultural y en general a moverse dentro del ambiente, del “mundo”, al que han elegido pertenecer.

En una de las últimas plantas del edificio hay varias salas con cristaleras, donde en la actualidad aún se imparten clases de pintura y donde se puede ir también por libre a dibujar. Se trata de un lugar bien conocido por cualquier estudiante de Bellas Artes o aficionado a la pintura, y es famoso también por sus inmejorables vistas de la Gran Vía. Hasta aquí subían perdiendo el resuello (entonces no funcionaban los ascensores) cada tarde los hermanos Algora para asistir a algunas clases o encon-trarse con sus compañeros frente al lienzo. Por las noches, en casa, continuaban di-bujando cuando el resto de la familia se iba a dormir: toman la cocina y despliegan allí sus bártulos para dedicar algunas horas más, robadas al sueño, a las obras que han dejado a medias.

La manera en que se acercaron por primera vez al Círculo de Bellas Artes no deja de ser divertida. Nos la cuenta Manuel: “Aún éramos medio adultos y medio niños… en realidad más bien medio tontos. El caso es que nos habían dicho que en el Círcu-lo había modelos al natural, y pensamos que igual podríamos ver así alguna tía… Y era verdad que posaban al natural. Antes habíamos dibujado esculturas de piedra en el Retiro o de escayola en Artes y Oficios, así que dibujar modelos al natural en el Círculo era un poco la continuación de nuestro aprendizaje. Recuerdo que podías elegir tres clases: modelo masculino, modelo femenino, y modelo en movimiento, que era más difícil porque el modelo cambiaba de posición a los pocos minutos y había que dibujar muy rápido”, recuerda.

En esta etapa en que los gemelos parece que han apostado definitivamente por la pintura, resolverán también gracias a un buen amigo un pequeño pero sin embargo muy importante problema técnico. ¿Qué clase de artista no tiene un estudio propio

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donde trabajar? Su amigo andaluz Rafael Canal resuelve rápidamente el asunto y les permite utilizar su taller, situado en la zona del Rastro, el mítico mercado madrile-ño que da nombre a un barrio con mucho sabor popular. En este espacio pintan los gemelos Algora sus primeros cuadros al óleo.

Parece que es en esta época cuando Manuel y Vicente están más cerca de alcan-zar la meta que se han marcado. Los lugares que frecuentan configuran un decora-do para sus vidas que no es solamente circunstancial: el Madrid histórico y evocador de los Austrias, que se entremezcla con el poso castizo, mestizo y buscavidas de las callejas del Rastro, pasando por la modernidad elegante, cosmopolita y a la vez puramente madrileña que representa la Gran Vía. A estos lugares llegan recorrien-do, arriba y abajo, día tras día, la siempre animada calle Alcalá, que representa la transición de la zona centro de Madrid a los barrios populares poblados por gentes de clase media-baja y emigrantes que en estos años de penuria llegan a la capital desde todos los rincones de España.

De aquellos años quedan recuerdos de amigos de los que también aprendieron mucho, muchachos algo mayores y con mayor destreza, algunos de los cuales fue-ron reconocidos artistas posteriormente. Manuel hace un rápido repaso de nombres según le vienen a la cabeza: “Pedro Mozos, Juan Ábalos, Pepe Uría, Somoza, Marín, Barjola…”.

Buscando colorPero por más que los hermanos puedan sentir que el ambiente en el que sus vidas se desarrolla está en consonancia con lo que sienten como propio, la realidad, o más bien la pura economía (que acaso sea no es otra cosa sino el aspecto numérico de lo real), les lleva por otros derroteros. La responsabilidad irrenunciable de llevar algo de dinero a casa, al fin y al cabo, es una fuerza tanto o más poderosa, pero desde luego menos etérea y más acuciante, que la voluntad.

En la Fundación se está moviendo algo. Un buen día, Manuel recibe por carta una oferta de trabajo para dejar el taller de El Pardo y unirse a un nuevo proyecto como ceramista. Descubre en seguida que, con cierto secretismo, algunos de sus supe-riores en la Fundación han decidido montar un nuevo taller de cerámica, lo que tomará el nombre de Industrias Cerámicas Artísticas (ICA). El sueldo que le ofrecen es mayor, así que Manuel se une al proyecto, en el que además existe la posibilidad de que entren a trabajar los otros dos hermanos “artistas”, Vicente por supuesto, y también Ángel, el hermano mayor. Vicente es el que más pegas le ve al asunto,

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pues como ya sabemos no es la cerámica la mayor de sus pasiones, pero la sustan-pasiones, pero la sustan-ciosa mejora en el sueldo acabará por decidir al gemelo reticente.

Ya con los tres en el ajo, la cosa no funciona tan bien como se esperaba, y surgen importantes diferencias sobre la manera de enfocar el trabajo. Los Algora han en-trado, se suponía, en calidad de socios, pero en la práctica las cosas no funciona-ban como habían supuesto o se les había prometido. Vicente lo explica con una frase muy artística: “No se veía color. Éramos socios, pero allí no se repartía nada, trabajábamos de sol a sol, eso sí, por ser socios, pero cobrábamos el sueldo normal. Así que le dije a mi hermano que no podíamos seguir trabajando allí”.

Finalmente deciden, junto con otros compañeros, iniciar otro proyecto distinto con un nuevo taller de cerámica, pero la idea tampoco acaba de funcionar, así que finalmente hay que tomar una decisión: seguir adelante por su cuenta.

“Nosotros hacíamos concursos y otras cosas de vez en cuando, y por ahí salió un cliente que se enteró de nuestra situación. Este cliente empezó a comprarnos la pro-ducción, todo lo que fabricábamos lo compraba. De esta manera se puede decir que empezó nuestro negocio”.

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Los secretos de la porcelana

En la vida de los gemelos son momentos de cambio, que coinciden con una trage-os gemelos son momentos de cambio, que coinciden con una trage-dia familiar inolvidable: la muerte de Ángel, con tan sólo 28 años. Enfermo del cora-zón durante toda su vida, Ángel empeoró drásticamente y el mayor de los Sánchez Algora, la primera influencia de los gemelos y referente hasta entonces en sus vidas, falleció.

Lo que sigue a este giro dramático es puro trabajo y empeño por sacar adelante el negocio propio. Y eso supone una renuncia, que ellos siempre concibieron como temporal, al mundo en el que parecían haber encajado. Adiós al Círculo de Bellas Artes, adiós al taller del Rastro y a las tertulias culturales, ahora el presente es duro y el futuro parece brillante, como la porcelana.

Las piezas Algora, que aún no son figuras sino más bien elementos decorativos o vajillas y están pintadas de manera totalmente artesanal, empiezan a cotizarse y a tener un recorrido de mercado. De momento, compras las piezas a otros talleres y ellos las decoran y luego las venden. De esta manera sus habilidades encuentran acomodo en este tipo de negocio.

A medida que su nombre va sonando y crecen las ventas, el siguiente paso a dar sería fabricar ellos mismos las piezas, controlando así todo el proceso. Los gemelos saben que el diseño y el modelado de las piezas no será un problema para ellos, pero resolver la parte técnica, científica si se quiere, del asunto, no es tan sencillo: el propio material es complicado de obtener, se requieren conocimientos químicos y, sobre todo, conocer la fórmula para elaborar la porcelana, una receta que tra-jo de cabeza durante siglos a ceramistas de toda Europa, y que aún sigue siendo un conocimiento poco extendido aún dentro de la profesión. La cocción es bien complicada, hay que lograr la temperatura adecuado y controlar bien los tiempos. Pero, para empezar, se necesita un horno muy potente. A salvar estas dificultades tendrán que dedicar mucho tiempo.

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La misteriosa “porcella” “La porcelana es una fusión de tierras y ha de tener en su composición caolín, fel-despato, calcio y todo ello bien mezclado con silicatos”, explica Manuel. No se trata aquí desde luego de ofrecer un tratado en la materia, pero para comprender bien el mundo de la porcelana, ese al que los hermanos Sánchez Algora han dedicado buenas parte de su vida, conviene dedicar algunos párrafos la curiosa historia del material.

Como tantas cosas, fueron los chinos unos 400 años a. d. C. quienes fabricaron este material conocido como porcelana blanda, distinta de la denominada dura, que se obtiene en Europa mucho después, en el siglo XVIII, y cuya base más moderna es una composición de 50 por ciento de caolín, 25 de feldespato y 25 de cuarzo; debe ser cocida entre 1.300 y 1.460 grados.

Europa conoció la porcelana hacia el año 1.300 y se atribuye su introducción a Mar-co Polo, que la llamó porcella, “cerdito” en español. Marco Polo le dio este nombre porque así se denominaba entonces una especie de molusco de concha blanca y traslúcida que en ciertas provincias de la remota China se usaba como monedas. Al no tener otras referencias y desconocer el proceso de elaboración, Marco Polo pensó que la porcelana se fabricaba con la concha de este molusco, pues su as-pecto era muy parecido.

Y es que la porcelana siempre ha sido un material envuelto en un cierto halo de misterio, lo que contribuyó a que se convirtiera en el más valioso del mundo. Se comprenderá así que las vasijas de porcelana traídas de oriente eran objetos abso-lutamente preciosos, tanto que la porcelana llegó a tener un valor superior al oro. Para poder hacerse con tales objetos, la aristocracia vendía sus bandejas de oro: era mucho más agradable comer en vajillas de porcelana que, además, podía conservar calientes los alimentos.

Con esos mimbres (alto valor y el misterio que ya hemos apuntado, secretismo tanto en lo que se refiere a la composición del material de partida como los procedimien-tos de manufactura y a su origen), no es extraño que en Italia fuese un alquimista, Antonio de Venecia, quien lograra fabricar con éxito algo parecido a la porcelana china hacia el año 1.400. Un siglo después, serán los Medicis de Florencia, tan sen-sibles siempre al arte y a la modernidad, quienes se emplearán a fondo hasta el punto de crear un estilo propio, cuya principal característica es un vidriado a base de plomo.

En el caso de España, no fue una excepción el aprecio por la porcelana espe-cialmente en los siglos XVIII y XIX, ni el gusto y el compromiso de la realeza. De ahí

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el traslado que Carlos III hizo de la fábrica de Capodimonte en Italia a los jardines del Buen Retiro en Madrid en cuanto ocupó el trono. La sala La China, en el Real Palacio de Aranjuez, fue el primer trabajo de aquella fábrica y hoy puede visitarse.

La Fábrica del Real Sitio de la Florida, también en Madrid, se construyó por orden de Fernando VII para continuar las actividades del Buen Retiro, cuyas instalaciones habían sido destruidas por el general británico Wellington en 1812. Por cierto que este episodio, que para algunos no fue sino una operación que pretendía dañar al invasor francés, fue para otros un claro intento de eliminar a la competencia en la fabricación y comercio de cerámica. Finalmente, entre los más notables ejemplos españoles, cabe citar la fábrica de Alcora, anterior a la del Buen Retiro y puesta en marcha por voluntad del IX Conde de Aranda, padre del que sería Secretario de Estado de Carlos IV.

Los iniciosA principios de los años 50 del siglo XX, la fabricación de porcelana es aún un gran reto en que se han empeñado los Algora. Tras hacer un intento fallido de fabricar piezas con un horno de gasoil en la zona de Ventas, los hermanos alquilan hacia 1950 un taller en la calle Francisco Navacerrada, donde se decoran las piezas. Será hacia 1960 cuando alquilen un nuevo horno en Carabanchel y se lancen a la coc-ción de piezas, que al principio logran a duras penas producir mediante método del autodidacta puro: el “ensayo-error”. “Las primeras piezas se caían, no teníamos ni idea de por qué. Pensábamos que solamente aplicándoles mucho calor lograría-mos un buen resultado, pero se nos fundían en las manos”, recuerda Vicente.

Ha de tenerse muy en cuenta que, en aquellos tiempo, la fórmula y procesos de fabricación de la porcelana aún seguía siendo un saber que pocos conocían. Es justo en estos años, a partir del trabajo de Algora y otras firmas, cuando este ma-terial dejará de ser exclusivo y se empezará a producir masivamente. Pero cuando los Algora empiezan a trabajar en su taller de Carabanchel, siguen encontrando algunas las dificultades que siglos atrás traían de cabeza a todo el que intentaba emular aquel arte oriental.

Para Vicente, lo más complicado de aquellos procesos era el propio material: “Con-seguir la pasta, que lleva caolín y cuarzo como elementos principales y algunos más, era lo más importante, y lo que aseguraba que hiciéramos piezas de calidad”. Aquellos primeros experimentos de los Algora se llevaron a cabo de forma cierta-mente precaria: “En Carabanchel cocíamos en un horno de leña, un horno de tipo árabe de fuego invertido, así se llamaba. No había otros medios: había que quemar

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leña para lograr una temperatura de más de 1.200 grados. Salían llamas de tres o cuatro metros y lo hacíamos por la noche, para no llamar tanto la atención. Las primeras veces hasta venían los bomberos”.

Finalmente no quedó más remedio que obtener los secretos del material de alguien que lo conocía de primera mano: “Nosotros no teníamos un químico, y finalmente buscando encontramos a alguien que conocía el material y estaba muy interesado en trabajar con nosotros. Le dimos algún dinero para que nos enseñara, y estuvo un par de años en la empresa, hasta que logramos aprender todos los procesos”.

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HS Algora: Porcelanas y cerámica artísticas

“El negocio funcionó. En aquella época éramos los mejores, lo digo sin ningún tipo de vanidad. Empezamos a la vez que por ejemplo Lladró, pero en aquella época nosotros íbamos por delante, aunque lo cierto es que nunca llegamos a competir realmente porque se trataba de dos empresas muy distintas, aunque muchos clien-tes compraran a ambos, y a otros”, explica Vicente.

En los años 50 se inicia la expansión del negocio de los gemelos, que ha mutado, desde sus más rústicos inicios, a una dimensión mucho mayor. Son años en que por fin España supera la interminable posguerra (en 1952 termina el racionamiento de alimentos) y se inicia un periodo de expansión económica que culminará, en los años 60 y parte de los 70, con la época del desarrollo económico. La empresa Al-gora, como tantas otras, se deja llevar por las aguas de la economía nacional y por tanto pasa por distintas fases, que coinciden a grandes rasgos en su cronología con las etapas que vive España durante la segunda mitad del siglo XX.

Una vez superadas las dificultades iniciales para embarcarse en la fabricación de piezas, el negocio experimenta un importante crecimiento en los años 60 y primeros 70 que culmina con la apertura de la fábrica Algora.

La fábricaEn la fachada de aquel edificio de ladrillo destacan las enormes letras del logotipo de la empresa: una a mayúscula de color blanco en cuyos huecos aparecen las letras hache y ese más oscuras, y también un fabuloso mural cerámico que capta la mirada del visitante. Se trata de la fábrica que Hermanos Algora, Porcelanas y Cerámicas Artísticas, han abierto en Móstoles, municipio situado en el cinturón sur de la ciudad de Madrid, a unos 20 kilómetros de la capital. La inauguración tuvo lugar en 1975.

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Es Móstoles una población histórica: en ella se redactó, el 2 de mayo de 1808 y tras la represión de una revuelta en el centro de Madrid, el famoso bando de los Alcaldes de Móstoles, una declaración de guerra contra los invasores franceses que da inicio a la guerra de Independencia. Sin embargo, hechos históricos a parte, fue Móstoles un pequeño pueblo a las afueras de capital que, a partir de los años 60, vivió una espectacular explosión demográfica y comercial. Muchas empresas madrileñas se establecieron en esta población en esa década y la siguiente, y Porcelanas Algora se contaba entre ellas.

Atrás ha quedado el viejo taller de Carabanchel, con su horno de leña; el creci-miento del negocio supone una mudanza que deja a los Algora en la primera divi-sión de las empresas madrileñas en su ámbito económico.

Un mural al temple decora el interior de la nave industrial: se recrean escenas de oficios tradicionales (herrería, carpintería, albañilería, etc.) mediante un musculado y sólido personaje dibujado mediante formas geométricas, seña de identidad del trazo de Manuel. Más de 50 empleados llegará a tener la fábrica en su momento ál-gido, pero no por ello se puede hablar estrictamente de producción industrial, pues las porcelanas Algora siempre mantuvieron un toque artesanal que fue, tal vez, la fuerza y a la vez la debilidad de la empresa.

“Para hacer el negocio rentable hay que hacer moldes de las piezas, pero tampo-co producíamos muchas de cada una porque se gastaban, no podíamos producir grandes cantidades mediante aquel sistema. Y desde luego hubo que automatizar algunos procesos, pero la pintura y el acabado, entre otras cosas, siempre la hicimos a mano, nunca hubo nada mecánico en esa parte del proceso”, explica Vicente.

Una empresa personalLa empresa de los Algora, por este y otros motivos, no fue nunca una fábrica indus-trial al uso, ni tampoco una empresa en la que obtener el máximo beneficio posible fuera el motor exclusivo de su actividad. Empezando por sus propietarios, siempre involucrados (puede que en muchas ocasiones a su pesar) en todo el proceso pro-ductivo, de principio a fin. La relación de los “jefes” con los trabajadores fue siempre de cercanía y a veces de amistad, una manera de entender las relaciones labora-les que hoy día parece totalmente extinguida en empresas de esta dimensión.

Cabe también destacar que no sólo los gemelos nunca perdieron el control de la producción ni se desentendieron del negocio pese a su éxito, sino que su manera

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de entender la empresa, pese a contar con una plantilla numerosa y tener que diversificar la producción, se puede calificar en todo momento como “personal”.

Realmente, Manuel y Vicente eran la empresa, ellos habían creado un método de trabajo, habían elegido una orientación comercial y habían estado involucrados hasta el tuétano en todos los procesos de fabricación de sus figuras. Tal vez esto pueda explicar por qué, pese a haber deseado en muchos momentos desenten-derse de todo aquel tinglado para poder dedicarse al arte puro y duro, y pese a haber podido tomar esa decisión cuando el éxito de la empresa les ofrecía una situación desahogada sobre todo en lo económico, nunca pudieron o supieron de-jarlo, decisión que a posteriori parece haberles pesado.

Se trata de un sector nuevo, que ha aparecido de la nada. La porcelana, material extraordinariamente valioso en el pasado, existe desde hace siglos, pero es ahora cuando se hace accesible a los hogares de la mayoría, y los diseños se adaptan también a un nuevo gusto popular que reclama variedad en las piezas. El nuevo sector está encabezado por los gemelos Algora, a los que todo el mundo conoce en el mundo de la cerámica, pero también en sectores empresariales relacionados con el hogar.

Sus figuras tienen un estilo propio y son sinónimo de calidad y elegancia. Son tiem-pos en que se ha vuelto habitual regalar una figura de porcelana a cualquier perso-na a la que se le quiera mostrar agradecimiento o aprecio. Durante algunos años, no hay en España quien no tenga porcelana en casa. Pueden ser bandejas, platos, lámparas… o las figuritas que protagonizan el grueso de la producción de los Al-gora, una vez que se han vencido las dudas sobre la posibilidad de lanzar nuevos diseños más arriesgados que los que ya vienen produciendo.

Manuel lo explica de esta manera: “Empezamos a partir de la escuela francesa y sajona haciendo angelotes que es lo que se llevaba entonces, pero nos daba miedo probar cosas más nuestras, e íbamos detrás de lo que se vendía. Pero llegó un momento en que se pierde la vergüenza, y empezamos a lanzar otro tipo de pie-zas”. Entonces, el imaginario de los Algora a la hora de moldear se volverá realmen-te variado y a veces sorprendente, sacando al mercado piezas con los más curiosos diseños y con un detallismo asombroso.

El crecimiento de la empresa la llevará más allá de las fronteras españolas. Los her-manos Algora no llegaron a montar una multinacional, pero sus piezas se vendieron en otros países y ellos mismos hicieron algunos viajes montando exposiciones de sus trabajos en el extranjero. En Europa se vendieron piezas Algora en Inglaterra, Fran-cia, Alemania e Italia. En estos dos últimos países expusieron los gemelos sus obras, siendo algunas compradas por museos locales.

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El mercado estadounidense fue otro de los explorados por la marca familiar, con éxito pero con consecuencias que resultaron muy negativas. “En Estados Unidos se vendieron muchas, gracias a un americano que llegó y compró mucha producción para venderlas allí. Pero luego, en vez de encargarnos más, copió algunos diseños y se los llevó a un taller en China”. Este duro golpe llega cuando, a finales de los años ochenta, las cosas se empezaban a torcer.

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Siempre fueron conscientes de que por dedicarse a la producción de cerámicas iban a pagar un precio personal. Es difícil valorar si en aquel tiempo entendieron hasta que punto iba a resultar frustrante no poder alcanzar el eterno sueño de dedi-carse al arte plenamente, de la misma manera que resulta complicado saber si esa frustración no proviene de la vieja máxima de que “uno siempre quiere lo que no tiene”. Sea como sea, el hecho es que los gemelos tomaron una decisión y, pese a que a menudo puedan aventurarse a divagar cómo hubieran sido las cosas de ha-ber escogido un camino distinto, fue la cerámica la que le ganó el pulso a la pintura.

Sin embargo, esto por supuesto no significa que el deseo de realizar obras perso-nales de manera más libre desapareciera; muy posiblemente se incrementó. Los Algora nunca podrían renunciar a aquella parte de sí mismos, y por ello dedicaron todo el tiempo que pudieron arañar a las obligaciones del negocio a su verdadera pasión.

Regreso al arteEl Círculo de Bellas Artes vuelve a ser escenario de sus andanzas pictóricas una vez que han constatado que algo importante falta en sus vidas. Las jornadas en la fábri-ca son maratonianas, pero aún así encuentran momentos para volver a la querida esquina de la calle Alcalá con la Gran Vía. En realidad, el negocio de la porcelana, que ya les está dando un nombre y un reconocimiento, les permite también aso-ciarlo a otro tipo de creaciones. Al fin y al cabo, no son actividades en absoluto excluyentes. Y esto pese a que ellos mismos separen, repasando su vida, de manera muy tajante dónde terminaba el trabajo y donde empezaba la verdadera pasión. Pero lo cierto es que los tres niveles de creación en que se movieron los Algora (más

Arte a tiempo parcial

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adelante analizaremos esta cuestión) están plenamente relacionados y contamina-dos unos por otros.

Los concursos de pintura o de diseño, de los cuales se enteraban en el Círculo, en la Fundación, a través de amigos… fueron siempre un incentivo para los gemelos, que se presentaron a muchos y ganaron buen número de ellos. Los diseños para sellos son una de sus especialidades en este sentido, contando los Algora en su haber creador con magníficos ejemplares, especialmente los dedicados a las colonias es-pañolas, también muy valiosos por su interés histórico y por su “exotismo”, podríamos decir, caso de los que diseñaron con motivos de Sidi Ifni (hoy Marruecos) o Guinea Ecuatorial.

En el terreno pictórico, realizan sin desatender las obligaciones de la fábrica nume-rosas pinturas y dibujos de temática y estilos diversos, todos ellos de una gran cali-dad técnica, y cada uno según su particular estilo y “obsesiones”. Han dado lugar a numerosas exposiciones a dúo o individuales. Una serie muy interesante y reciente de Manuel está centrada en los músicos, con una magnífica colección de pinturas, collages y bajorrelieves realizados en distintos estilos, de tema musical. Manuel ha expuesto sus obras en alguna ocasión también con su hijo Manuel, ceramista y pin-tor.

La ilustración de libros, láminas, carteles de publicidad o hasta de barajas de cartas (Vicente ha realizado numerosas barajas temáticas realmente curiosas) o la realiza-ción de carteles cinematográficos (Manuel está especialmente orgulloso del que realizó para la película Extramuros, dirigida por Miguel Picazo en 1985 y con Carmen Maura en el papel protagonista), serán otras de sus muchas ocupaciones.

Un conocido crítico de arte escribió que “En los hermanos Sánchez Algora hay un denominador común: el dibujante. Un dibujante sólidamente preparado que cono-ció y estudió los secretos de la cerámica. Ahora [se refiere el autor de estas líneas a una exposición en el Círculo de Bellas Artes de Madrid en la que había piezas cerámicas, dibujos y óleos] en estas muestras más libres donde la materia no exige tanto cúmulo de circunstancias físicas, estos artistas se muestran más como artistas. Ahora sí pueden diferenciar sus obras. Las de Manuel son más barrocas (…), las de Vicente son más goyescas”. El texto se publicó en el diario Arriba en 1967. Ha llovido desde aquella crítica, pero el artículo contiene algunas de las claves de su produc-ción artística.

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Murales y esculturasLa pintura o cerámica mural y la decoración de espacios arquitectónicos mediante varias técnicas, será otra de las especialidades Algora, que realizaron interesantísi-mos conjuntos trabajando a dúo o en solitario, especialmente Manuel. El magnífico mural de los oficios que presidía la fábrica Algora, ya mencionado, es un ejemplo, pero hay más. En uno de ellos desarrollaron la temática cinematográfica y teatral con un enorme mural pintado de 10 metros de anchura, y en otro la recurrente te-mática de los oficios, en este último caso en un comedor para trabajadores en el barrio de Aluche.

En Carabanchel realizaron la que sin duda es una de sus obras más espectaculares: la decoración del Altar Mayor de la parroquia de San Roque. Se trata de un impo-nente conjunto que representa la Última Cena de Jesús con los apóstoles. Cada una de las trece figuras está dibujada sobre una tabla de dos metros de altura. Para esta misma iglesia realizaron también un magnífico sagrario (recipiente en el que se guardan las Sagradas Especias) que es una de sus más celebradas obras escul-tóricas. Ni mucho menos la única: los gemelos trabajaron bastante el bronce con resultados de gran calidad e interés. Este trabajo de Carabanchel iba en principio destinado a decorar un comedor parroquial, pero a los responsables les gustó tanto el boceto que decidieron que debía presidir el Altar Mayor. “A mí me hacía más ilusión hacer un retablo”, explica Manuel.

A finales de los años 70 realizaron otro imponente mural, en este caso en el ayunta-miento de Móstoles, obra sin duda mayor que desgraciadamente tiene hoy para los Algora un poso agridulce, pues en los últimos años el ayuntamiento mostoleño de-cidió llevar a cabo una restauración que, según piensan Manuel y Vicente, podrían haber hecho ellos mismos. En cualquier caso es uno de los trabajos más interesantes de los Algora. De nuevo se representan profesiones y elementos icónicos de la loca-lidad mediante personajes arquetípicos, pero sobre todo resulta curioso porque, nos cuenta Manuel, “en ese mural se nota mucho el estilo de cada uno de nosotros. Hay personajes más rudos, con un poco más de geometría, que son los míos y otros más dibujados, más naturalistas, que es el estilo de mi hermano. Se nota la diferencia”. Para el ayuntamiento de Móstoles habían realizado antes un interesante mural ce-rámico, en la fachada del edificio, representando la figura del famoso alcalde que lanzó el bando contra los franceses.

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Tres nivelesRetomando al crítico de 1967 y teniendo en cuenta el sanbenito de arte menor que se suele aplicar a la cerámica, como si el impulso que mueve al artista y al artesano no fuera del mismo origen, se podría argumentar que a los Sánchez Algora la vida les ha puesto en una cierta dicotomía a nivel artístico. El diálogo de estos hermanos con el arte da lugar a su obra como ceramistas, pero también a una cierta perso-nalidad creativa dual que, no obstante, no anula las aportaciones de cada uno.

La porcelana Algora es pues una obra completa, de perfiles singulares, en la que los hermanos idean y ejecutan, y crean escuela incorporando en un esfuerzo colectivo a quienes cada día entregan su esfuerzo y su espíritu en el taller. Los grandes mura-les, entre otros muchos trabajos a dúo, son el ejemplo quizás más característico de la puesta en común de Manuel y Vicente, Vicente y Manuel, sacrificando algunas individualidades. La individualidad, por último, surge de su propia historia y su impul-so vital, cuando hacerse oír con voz propia. Se trata, podríamos decir, de tres niveles artísticos no excluyentes entre sí que explican en cierta medida los terrenos artísticos en que se movieron los gemelos.

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Haciendo una breve búsqueda en internet, rápidamente aparecen numerosos anuncios de particulares y establecimientos que disponen de porcelanas Algora y tratan de comerciar con tales piezas. Un Chico y un Zeppo Marx, de 34 X 9 X 67 centímetros, se ofrecen por 350 euros cada uno. Dos característicos angelotes con pañal de color azul, de 42 centímetros, se anuncian al precio de 275 euros cada uno. Un sitio web argentino dice disponer para la venta a quien pueda interesar de dos gallos de pelea (el símbolo por antonomasia de Algora), policromados, de 26 y 25 centímetros, al precio de 450 dólares la pareja.

El propio Manuel cuenta que, en sus paseos por el Rastro madrileño o por zonas comerciales similares, ha encontrado algunas de las piezas de Algora, a veces en buen estado y otras no tanto. Por supuesto, se las ha llevado a casa y las ha restau-rado cuando tal cosa ha sucedido. Son piezas en todo caso apreciadas después de los años, por su valor artístico, pero también, hoy día, histórico.

Testimonios de un tiempo distinto en el que poseer estos objetos de arte no era cosa de coleccionistas, sino un exponente de buen gusto y distinción al alcance de la mayoría, una época pretérita que nos lo parece más por la aceleración histórica que España ha experimentado en las últimas décadas, en la que era posible defen-der que en la actividad fabril, al menos en ésta, no era necesario articular agresivos planes de crecimiento y expansión, potentes campañas comerciales y de marke-ting para poder seguir existiendo.

Los hermanos Sánchez Algora, eran y son, sobre todas las cosas, artistas; no sólo les fue siempre ajeno e incómodo ese universo mercantilista, sino que llegaron a poner en pie la utopía de un esfuerzo personal y colectivo en el que la dimensión tenía que ver con la necesidad de no atentar nunca contra el carácter artesanal de la tarea. De ahí que, aún cuando gozaran del favor del público y consiguieran reunir a un ramillete de buenos profesionales que además (ellos y sus familias) tenían por propio el empeño empresarial, evitaran las grandes producciones que hubieran compro-metido el detalle y la calidad para elaborar piezas únicas o en series limitadas.

El fin de una estética

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El imaginario de los AlgoraUna vez vencido el miedo a ir más allá de los angelotes y otras piezas de venta segura, los gemelos fueron ideando y modelando piezas de todo tipo, algunas con-vencionales, otras realmente extrañas y que suponemos debían implicar un cierto riesgo comercial que posiblemente asumieran por el interés (artístico) que para ellos tendría realizar aquella pieza determinada.

A los populares angelotes se unieron pronto animales: perros de caza, toros, caba-llos, y unos gallos de pelea que se convertirá en uno de los iconos de la empresa. Tanto Vicente como Manuel conservan actualmente, en sus domicilios, reproduc-ciones de los populares gallos, entre otras muchas piezas. Aunque ambos coinciden en que desgraciadamente son pocas las que guardan por no haber ido guardan-do, en su momento, aquellos recuerdos.

La iconografía religiosa dio también mucho juego a los Algora, que modelaron buen número de personajes relacionados con el catolicismo, pero el mundo en miniatura de los gemelos está lleno de referencias de lo más variopintas y a veces muy sorprendentes: además de profesiones tradicionales (limpiabotas, labradores, pastores, vendedoras de flores), aparecen consultando un catálogo de la empre-sa soldados de la Primera Guerra Mundial, toreros, luchadores de esgrima, brujas formulando conjuros (una de las obsesiones personales de Vicente Algora, que ha realizado muchos dibujos de brujas populares), personajes del carnaval veneciano, extraños monstruos sacados de cuentos infantiles o de su propia imaginación, y has-ta una serie de shadus (ascetas) indios con turbante y fumando en pipa.

Una de las series más populares en la historia de la compañía fue la que realizar de personajes del cine clásico: figuras en blanco y negro de Charles Chaplin con su sombrero, sosteniendo un paraguas detrás de la espalda, Buster Keaton con su sombrero plano oteando el infinito, Groucho Marx, con las manos a la espalda y el habano en la boca, una sugerente Rita Hayworth caracterizada con Gilda, o Hum-phrey Bogart, cigarrillo en mano y vistiendo la eterna gabardina y el sombrero de Rick Blaine, protagonista de Casablanca.

En sus últimos tiempos, llaman la atención figuras que representaban actividades deportivas que se habían hecho populares en los últimos años: jóvenes practicando skateboarding o haciendo surf. Podríamos hasta fantasear pensando que si hoy día Porcelanas Algora siguiera a pleno rendimiento, podría haber, por qué no, una línea de figuras de adolescentes de estética Emo enviando un mensaje vía Facebook en su teléfono móvil.

Aquellas figuras que plasmaban actividades que estaban de actualidad en aquel momento quizás son las que mejor representan la disfunción que aquella estética

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(eso era, al fin y al cabo, lo que producía la fábrica) empezó a experimentar a partir de cierto momento. Las figuras de porcelana, no se sabe cómo ni por qué, de repente pasaron de moda. Lo que unos años atrás era un símbolo de elegancia y buen gusto, de pronto ya formaban parte de un pasado que rápidamente iba pareciendo remoto. El país había cambiado, pero las figuras de porcelana seguían igual de estáticas.

Un nuevo tiempoSe trató sin duda de cambio en las modas, pero motivado por diversos factores que no se resumen en una sola frase. España experimenta en los sesenta y los setenta una transformación social y cultural de tal naturaleza, que arrasa con la sociedad tal como estaba concebida. Como los tiempos, los gustos cambian. También se estandarizan, y la obra singular empieza a casar mal con los nuevos ritos del consu-mismo moderno.

El filósofo, poeta y ensayista colombiano Carlos Fajardo lo ha explicado con mucha precisión en numerosos escritos: hace fortuna lo que él llama “sensibilidades alfabe-tizadas en un gusto turístico”. Quien se enfrenta al objeto de arte y a la experiencia estética misma no contempla hoy día, sino que consume y rechaza. Ya no se mara-villa, raramente se sorprende; en la última hora casi prefiere lo virtual a la capacidad comunicativa de lo material.

Hoy sabemos hasta qué punto el mercado (los mercados) puede imponer criterios incluso a los estados. En los años en que comienza la decadencia para la porcelana de los Sánchez Algora, para cierto estilo estético en general, eso no era tan patente, no se disponía de la perspectiva del tiempo, pero el resultado fue que, efectivamen-te, el mercado impuso al arte un fin secular: volverse mercancía. “La gente dejó de comprarlo, simplemente. Era un producto que era asequible, querido, valorado… hoy sólo se cotiza como antigüedad”. Querido, valorado… y complicado de hacer.

La crisis económica de los noventa coincide con la preeminencia de los fenómenos que se acaban de describir, pero también con el consiguiente descenso de la dis-ponibilidad económica de la gente, y con la irrupción en España de la manufactura china y otras propuestas decorativas más económicas en general. El “valor” que se le da a la decoración del hogar se empieza a regir por otros parámetros. Sabemos muy bien y por propia experiencia que uno puede amueblar por completo su casa, decorarla y equiparla perfectamente por (relativamente) poco dinero. Además, y esto es lo interesante, uno puede hacerlo con cierta gracia y añadiéndole la im-

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pronta de una modernidad de aire minimalista se percibe al primer vistazo. El único problema es que seguramente se parecerá muchísimo a la casa del vecino.

Lo demás es cuestión sabida. El negocio de los hermanos Sánchez Algora no puede resistir el vendaval. Bajan las ventas y ya no es posible sostener los costes de fabrica-ción. Y la consecuencia final es dolorosa. Más allá del cierre de la empresa, lo que deja un sabor amargo es que las relaciones entre las personas, y su imbricación con la tarea en aquella nave de Móstoles en donde venían al mundo los Chico Marx, los angelotes y compañía, eran mucho más que una mera relación de empleados y empresarios. Era toda una vida y un modo de entenderla lo que echaba el telón.

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Villaviciosa de OdónLa luz de la tarde ilumina, a través de amplios ventanales, el estudio, al que se acce-de por una puerta que da a un apacible jardín adornado con curiosas esculturas. Se trata de una habitación de gran tamaño y techo atiborrada de cuadros acabados o por acabar, esculturas de distintos tamaños y moldeadas con distintos materiales, cuadros, dibujos y bocetos, colgados de las paredes o apilados en rincones. Las herramientas del artista: caballete, lienzo, lápiz, carboncillo, pinceles, pinturas, sobre una mesa. Y la inconfundible y extraña forma curvilínea de la paleta de color. En las estantería, libros de arte, carpetas llenas de láminas, catálogos de exposiciones o recortes de prensa, además de un sinfín de objetos de lo más dispar, entre los que hay por supuesto piezas de porcelana, pero también algunas antigüedades, cachi-vaches raros, sencillas esculturillas fabricadas con cualquier cosa.

Vicente“Siempre he dibujado para mí. Para mucha gente, también, pero ante todo para mí”.

GemelosEs evidente que hay una especie –aunque esto pueda parecer una contradicción- de personalidad dual en buena parte de la obra de los hermanos Sánchez Algora. Quizás podría decirse, si el mito de la telepatía entre gemelos puede ser utilizado para explicar la expresión artística, que una parte de esa obra es el resultado de intuiciones coincidentes, pulsiones estéticas paralelas.

Una doble visión del arte

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Puede que solo se trate de una especie de acuerdo intelectual que resulta de tanto dialogar entre sí. Pero parece que no es tan simple: “Siempre nos hemos compene-os compene-trado muy bien. Yo, cuando estoy con mi hermano, estoy creando continuamente… Siempre estamos hablando de arte, viendo arte… visitamos exposiciones, vemos la obra de otra gente, y realmente es tamos siempre de acuerdo”, dice Vicente.

La realidad que golpeaVicente construye el armazón de su particular expresividad artística sobre la poten-cia esencial de su dibujo. Y su mundo, su modelo, aquello que estimula el impulso creador es la realidad misma. Claro que la realidad misma no existe, así que tal vez es mejor hablar de una realidad potente y muchas veces negativa, que provoca, que duele y que incomoda. Brujas burlonas, cándidas jovencitas, escenas materna-les… producen en primera instancia desasosiego, una sensación incómoda que re-mueve. Aparece también en ciertos temas y personajes lo que podría ser una exal-tación de la inocencia y la delicadeza, una cierta candidez que confiere a algunas pinturas un toque naif, que contrasta al máximo con el golpe sórdido que provocan sus pinturas más retorcidas y siniestras, a veces inspiradas en temas de actualidad y que de alguna manera remiten a los crudos tiempos de guerra y posguerra que marcaron parte de la niñez de los gemelos.

Los críticos han resaltado muchas veces la influencia del Goya negro, o el de los Ca-prichos. Lo cual, por cierto, no es decir demasiado si se desea ir más allá de lo obvio pues, a la postre, ¿qué pintor moderno y en sus cabales no se reclamaría heredero en algo del sordo genial? Al propio Vicente, en su modestia, siempre le pareció una impostura reconocerse en tal comparación.

Lo que resulta claro es que Vicente Sánchez Algora no es un pintor de potencias celestiales ni de la introspección tortuosa de espíritus elevados. Lo suyo es la vida, la de la calle, la de la gente, la que está pidiendo ser reinterpretada a carboncillo o al óleo porque puede ser elevada a categoría y dejar de ser anécdota por obra y gracia de sus ojos y de sus manos. La que puede servir a la crítica de las conductas y las actitudes. Tal vez por esto último resulte tan inquietante.

Técnicamente, priman figuras blandas y algo lánguidas, con mucho detallismo y expresividad, frente a los personajes sólidos y macizos que caracterizan la pintura de su hermano. También la reducción de la paleta de color, predominando tonos

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ocres poco saturados, lo que confiere a sus ambientes una iluminación tenue que favorece la aparición de sombras y claroscuros.

Vicente se considera más dibujante que pintor: “Lo he practicado más y la pintura, el color, me cuesta. Yo no se si es que soy daltónico, pero me pongo a pintar y no veo a nadie con color por más que me esfuerzo. Desde luego no logro lo que yo quiero con la paleta, me falta mucho”.

Manuel“¿Si yo hubiera podido vivir de la pintura? Creo que sí. A mi manera. No sé si hubiera llegado a algo, si hubiera sido alguien… Pero las cosas hay que probarlas. Vosotros sois los que podéis juzgar si era o no interesante todo esto”.

RasgosEs cierto que físicamente, pese a compartir rasgos idénticos (y un rotundo bigote), sería imposible confundirles. Lo primero que llama la atención es que uno tiene la cabellera eléctrica, mientras que el otro peina pelo lacio. Y los ojos. En los ojos se ven, sin duda, paisajes diferentes y una distinta profundidad. Pero sobre todo la voz: el timbre, el tono, la manera de expresarse de cada uno de ellos, parece decirlo todo sobre su personalidad. Y sobre su obra. Es lo lógico. Todo lo dice todo.

Las pinturas o los dibujos también, o más que cualquier otra cosa, pues forman par-te de ese todo al que pertenecen la voz, los ojos, el peinado. A su manera, el arte respecto del artista que lo produce, mirado desde fuera, es también un rasgo físico que llama la atención, un recuerdo de lo que nos han contado, un juicio o prejuicio que uno se forma sobre la persona que los llevó a cabo y ayuda a la mente a tratar de comprenderla, explicarla, catalogarla o definirla.

Un cuadro que se puede mirar como se mira a una persona, buscado detalles que son pequeños fragmentos de artista. Un cuadro que a su vez encaja en un cuadro mayor, total, del que sólo vemos un trocito inacabado, pero que sin embargo nos sugiere ya algo muy concreto sobre el todo al que pertenece; pese a ser parte de un obra completa, cada cuadro contiene la obra total en sí misma, y contiene al artista en su totalidad.

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Vicente“Me arrepiento todos los días. Bueno, en realidad no es que me arrepienta exacta-a-mente… la cerámica nos dio buenas amistades y una categoría. Pero no he sido feliz. Por lo menos yo, pero creo que mi hermano lo siente igual. Entras en un tipo sociedad en la que hay que gastar, se adquieren compromisos, y un día ya no pue-des echarte atrás. Yo nunca he sido capaz de jugármela, me he vuelto loco por mi familia. Y siempre he querido disfrutar de lo que he podido disfrutar. Pero también estoy seguro de algo: yo hubiera vivido de la pintura. Sin ser posiblemente un gran artista, pues grandes artistas hay muy pocos: Velázquez, Goya, Rubens, Picasso… son genios. El resto estarán en la crónica. Yo hubiera sido uno más”.

Uno de ellosEl escritor Fidel Pérez Sánchez dice que “todo en el contenido de la obra de Manuel Sánchez Algora es formal, severo, grave, solemne”. Son calificativos que, en efecto, puede admitir cualquiera que observe la pintura de Manuel. Más aún, si los perso-najes y los escenarios de Vicente son a menudo oníricos y en ocasiones pueden antojársenos evanescentes, en el caso de de Manuel todo parece macizo hasta el punto de que si pudiéramos tomar en la palma de la mano sus motivos, tendríamos la sensación de que pesan más de lo que a simple vista parece, de que están he-chos de algún material extraordinariamente denso. ¿Será ese material la condición humana?

Manuel se confiesa un ecléctico: “Siempre me han impactado mucho todos los estilos; sigo lo que me gusta; tengo muchas influencias, pero no soy constante” ase-gura. “Pero creo que tengo un estilo propio; a mí me hace sentirme feliz y por eso tiene continuidad”. Su hermano abunda en ello: “Mi hermano siempre ha sido más avanzado, más revolucionario, más atrevido en su manera de pintar”.

Y desde luego que tiene un estilo propio. E inconfundible. Esos toreros, esos traba-jadores manuales, son un tanto hieráticos, herméticos en su tremenda expresividad por paradójico que parezca. Manuel está de su parte; es uno de ellos, como ellos, con su mono manchado de arcilla, de la pasta secreta y ancestral con la que se hace otro tipo de arte, ese que conocemos como cerámica, la porcelana, lo que los griegos llamaron keramos, es decir, lo que procede del fuego, el elemento pri-migenio.

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Su gusto por las formas toscas, donde muchas veces se subraya la geometría que contiene el cuerpo humano, le lleva a simplificar también la representación de la expresión, lo que curiosamente da a sus personajes una interesante expresividad. Ese tratamiento “macizo” de las figuras se podría relacionar con su gusto por el collage o el bajorrelieve, donde el dibujo y aún el color desaparece y se vuelve esquemático para integrarse con el propio material, jugando un papel importante también las texturas.

¿Es el mismo cuadro?Ya se ha dicho: en efecto, los hermanos Sánchez Algora dibujan desde que tienen memoria. También se ha dicho: recibieron formación, pero los dos son autodidac-tas, los dos aprendieron como quien hace camino al andar. “A mi dibujar me pro-duce mucho sufrimiento porque no consigo lo que quiero… querría que me saliera todo mucho más fluido”, afirma Vicente. Manuel cree, como ya se ha señalado, que “a dibujar se aprende en la calle”. Sus pinturas también sugieren que es ahí, en la calle, en donde la alegría, el dolor, la miseria, la grandeza de un gesto, la vida en definitiva se muestra de modo tal que puede ser observada con la mirada del artista a fin de convertirla en otra vida, ahora eterna y universal.

Un punto de amargura común, una cierta frustración sin embargo. Les pasa como a cualquier persona sensible que ha vivido mucho, sólo que el común de los mortales reflexiona en la intimidad de sí mismo sobre asuntos solo visibles para él y su entorno más cercano y el artista lo hace sobre la expresión de su arte y, por tanto, se expone públicamente. Quizás siente que no va a morir porque vivirá en su obra; quizás haya llegado a la conclusión de que ni siquiera el resultado de su trabajo es ya suyo y, como la obra escrita, siendo una para su autor, es tan distinta y tan personal como lectores tiene.

La pregunta recurrente: si miramos un cuadro o un dibujo, ¿vemos todos el mismo cuadro o el mismo dibujo? Podemos describir lo que estamos mirando, comentar la torsión imposible de unas raíces añosas, describir con asombro la luz que corona una figura… ¿Y eso es todo? El artista sabe que no, que eso no es todo ni mucho menos. Los dos quisieran haber dedicado más tiempo, más esfuerzos, más anhelos a la pintura. Pero la vida es como es y a menudo nos adelanta por la derecha o por la izquierda, por arriba o por abajo.

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Manuel“Cuando estoy modelando o dibujando sobre todo, y también cuando expongo, me siento pagado totalmente con lo que he hecho. Lo he hecho con tanto placer, que no hay nadie que lo pueda pagar, me tendrían que pagar una millonada”.

MoratalazEl caballete está en el centro de la habitación. Tras la ventana, altos edificios y ca-rreteras. Un boceto que va cobrando forma. A un lado del caballete, un artefacto de madera de invención propia, permite sujetar a distintas alturas un tiento, una es-pecie de palo de madera mediante donde apoyar el brazo para dibujar venciendo la imprecisión del pulso. Cuadros en las paredes (paisajes, retratos propios y ajenos, escenas de personajes extraños en posiciones retorcidas) y también apilados cara a la pared, como si el artista los hubiera castigado. Cajas y carpetas donde se guar-dan centenares de trabajos: sellos, barajas de cartas, crismas navideños, pósters publicitarios… con tanto material, lleva un rato encontrar lo que se buscaba. Al otro lado del pasillo, en el impoluto salón de la casa, las queridas figuras de porcelana, presididas por el imponente conjunto de dos gallos de pelea.

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