casares quiroga un presidente ignorado

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  • "Casares Quiroga, un presidente ignorado"1

    NGELES HIJANO PREZ

    Profesora titular de Historia Contempornea

    Universidad Autnoma de Madrid.

    La experiencia de la guerra es nenarrable y solo puede ser

    entendida si el que escucha su relacin la ha vivido.

    Mara Casares

    (Residente privilegiada)

    Esta comunicacin, fruto de la casualidad, pretende reivindicar la figura de uno de los

    protagonistas de la Guerra Civil espaola de 1936 a 1939 y, sobre todo, cuestionar las

    razones por las que ha quedado ignorado en la historiografa espaola sobre el perodo. Se

    intenta, con ella, recuperar la memoria histrica sobre uno de los presidentes del gobierno

    espaol en las pocas ms cercanas al estallido del alzamiento y de la Guerra Civil.

    Los estudios sobre la Guerra Civil padecen an de los olvidos propios de una materia

    de la que quedan algunos implicados y cuyas familias siguen divididas en dos bandos, bien

    para pedir explicaciones sobre el acontecimiento o para seguir exigiendo el olvido del mismo.

    Aunque han transcurrido sesenta y ocho aos desde su inicio, contina siendo un campo que

    no se acomete con tranquilidad. Una de las razones para que esto ocurra puede ser la que

    planteaba uno de los historiadores ms preocupados por el devenir de la historia

    Contempornea. Pierre Nora sealaba que la historia contempornea es una historia sin

    historiadores, debido a que la funcin del historiador le haba sido arrebatada por los

    periodistas y los antroplogos. Cmo podramos investigar en esa historia, si nos hemos

    convertido en unos cronistas de la actualidad2. El caso se complica an ms, si lo que se

    quiere investigar es una materia tan relacionada con la sensibilidad de un grupo amplio de

    personas que, de un modo u otro, se vieron reflejados en la crueldad de los acontecimientos.

    1 Este texto tiene su origen en una biografa de Santiago Casares Quiroga, encargada por la Real Academia de la Historia para el futuro Diccionario biogrfico espaol.

  • El asunto es muy peligroso porque siempre se tiene la posibilidad de hacer dao. Esa cuestin

    ha conducido a una espontnea censura, por la cual, es ms conveniente provocar la amnesia,

    hacer que los protagonistas desaparezcan y seguir reivindicando aperturas de archivos para

    sanear los recuerdos. Seguramente, en relacin con la Guerra Civil de 1936, nos est

    ocurriendo lo que preconizaban los investigadores de la Sorbona cuando desaconsejaban a los

    especialistas en historia contempornea, investigar ms all de 1914. Es un problema trufado

    con demasiadas complicaciones para que pueda resolverse de manera adecuada.

    Algunos de los protagonistas de la Guerra Civil han sido objeto de lo que se ha

    llamado "una mala suerte historiogrfica", en la medida que apenas se ha escrito nada sobre

    ellos. Este podra ser el caso de Niceto Alcal Zamora, del que siempre se dijo que haba sido

    olvidado por la historia, pero el caso de Casares Quiroga es todava ms exagerado3. Cuando

    me planteo buscar las razones por las que Casares Quiroga ha desaparecido de la historia de

    Espaa, se me ocurren algunas, muy deshilvanadas, pero que, tomadas en conjunto, podran

    dar una justificacin slida.

    En principio, se puede valorar su alejamiento del mundo nada ms producirse el inicio

    de la guerra. Ese exilio, en principio voluntario, puede ser una de las razones por las que dej

    de estar presente en el escenario del conflicto y, por tanto, inhibirse de su desarrollo.

    No dej nada escrito sobre su persona, ni sobre su vida, ni sobre el entorno vivido,

    por lo que no sabemos nada de lo que poda pensar sobre el asunto. La ausencia de memorias

    personales hace que los historiadores, por el hecho de carecer de informacin, nos olvidemos

    de la existencia de un individuo que no enriquecera para nada nuestro trabajo. En su caso, los

    nicos textos que dej escritos son algunos papeles en forma de carta y la autobiografa de su

    hija que puede ser considerada como la autora del libro de memorias que su padre no

    escribi.

    El hecho de que fuera un enfermo crnico, desde su nacimiento, puede hacer que se

    tenga una actitud ante la vida de indolencia o de despego, lo cual podra haber sido otra de las

    razones. No se puede olvidar que el propio Azaa, durante el asunto de Casas Viejas, tuvo

    que defender a su gobierno ante las Cortes en repetidas ocasiones y la razn alegada fue que

    el entonces ministro de Gobernacin, Casares Quiroga, estaba enfermo y no poda defenderse

    2 NORA, Pierre, "Presente", en LE GOFF, Jacques (dir), La nueva historia, Bilbao, Mensajero, 1988, pp. 531-537. 3 Es curioso que los dos personajes del gobierno de la repblica que peor se llevaban entre s, hayan coincidido en el olvido de la historia. Se podr argumentar que Casares no escribi ningn libro de memorias, pero Alcal Zamora si las escribi y, no por ello, tuvo mayores presencias en los escritos sobre el tema. Vid., ALCAL ZAMORA, Niceto, Memorias, Barcelona, Planeta, 1978.

  • l mismo4. El estado de enfermedad permanente pudo ser otra razn para olvidarse de su

    existencia.

    Su alejamiento de los individuos que formaron parte del gobierno del exilio, puede ser

    otra razn por la que no aparece en ningn acto relevante, en ningn acontecimiento

    llamativo, en definitiva, en nada5.

    Si sumamos a todo esto, una actitud, en cierto modo perezosa, nos encontramos ante

    el retrato de alguien que no est entre los papeles de la historia, pero probablemente porque

    nunca tuvo la intencin personal de ocupar un papel en ella6.

    Pese a este cmulo de razones, todava su nombre aparece entre los libros de algunos

    historiadores como un ser incapaz, un inepto o como el causante de diversos problemas

    polticos para la izquierda y, por ltimo, como el desencadenante para el estallido de la

    Guerra. Afirmacin esta ltima, descabellada, sin duda, pero que suele dar mucho juego

    cuando el afectado no se defiende, no tiene ninguna gana de defenderse y, adems, parece

    que a nadie le importe el papel que se le ha adjudicado.

    Cuando ya han pasado tantos aos de la Guerra Civil espaola, seguimos sin saber, de

    forma concreta, la respuesta a la pregunta ms importante. Quin fue el responsable? Parece

    que la respuesta necesitar de un tiempo, porque, entre otras cosas, todava no se ha cumplido

    el calendario que algunos investigadores prestigiosos lanzaron en su da para conocer la

    explicacin de algunos acontecimientos histricos que podran producir tantos sinsabores

    como ste7.

    Probablemente no existe ningn dato objetivo que permita desmontar todas las

    interpretaciones elaboradas sobre su actuacin, pero de todos modos no est de ms retomar

    4 Vid., MALEFAKIS, Edward, Reforma agraria y revolucin campesina en la Espaa

    del siglo XX, Barcelona, 1971, p. 303. El autor, en su explicacin de la revuelta

    anarcosindicalista de Casas Viejas, se plantea que esa fue una de las causas primordiales de la

    derrota de las elecciones de abril de 1933, de la cada del gobierno de Azaa y de la

    descomposicin de la coligacin de partidos liderados por l. 5 Su hija Mara Casares en los escasos comentarios sobre esta cuestin que hace en su libro de memorias, indica que la casa donde pas su padre cuatro aos de doble exilio (entre Pars y Londres), era un palacete campestre alquilado en Sarry (Dormers) por Juan Negrn, tambin ex-presidente del gobierno de la Repblica. Vid. CASARES, Mara, Residente privilegiada, Barcelona, Argos Vergara, 1981, p. 254. 6 De nuevo, su hija haca una frase para explicar el aislamiento de su padre: [E]s como cuando basndose en diversos informes, se consigue trazar detalle por detalle, la imagen robot de un bandido perseguido; terminado el retrato, aparece una cara, pero el hombre no est ah . Id., Ibid., p. 111. 7 NORA, Pierre, opus. cit., p. 536.

  • su presencia en la historia espaola, aunque slo fuera como un recuerdo nostlgico que

    superara su exilio.

    Estado de la cuestin

    Como se ha visto, el personaje que da ttulo a estas pginas ha sido objeto de una

    memoria en negativo, hasta el punto de haber quedado casi como un personaje inexistente.

    No obstante, sabemos que desde el 13 de mayo de 1936 hasta el 18 de julio de 1936 ocup

    varios puestos en el gobierno del Frente Popular. En la fecha del inicio de la guerra era

    Presidente del Consejo de ministros y ministro de Guerra, as como interino en dos

    ministerios, el de Estado y el de Gobernacin, hasta que se incorporara su titular. Esa

    amplitud de cargos podra haber dado mucho juego, pero parece que la direccin de cada uno

    de esos ministerios en esta etapa del Frente Popular no consigui logros importantes.

    Las razones por las que un presidente de gobierno, haya desaparecido, casi por completo, de

    los manuales, diccionarios y libros especializados de historia de Espaa, deben ser objeto de

    indagacin, aunque probablemente slo se consigan reflexiones muy personales, relacionadas

    con ese sndrome de Estocolmo que padecemos casi todos los historiadores al biografiar a

    un individuo. Es por eso que este congreso puede utilizarse para reivindicar su figura y

    devolverle su presencia en la historia, aunque yo no plantee la verdad exacta de quin tuvo la

    responsabilidad ltima.

    Casares Quiroga no fue una vctima torturada, presa o fusilada, sino que su persona

    sali ilesa fsicamente del conflicto, aunque sufri el deterioro moral que infringe un exilio.

    En estas pginas no se pretende hacer un recuento biogrfico de su persona que, aunque

    escaso, tiene ya algunos resultados8, sino de comprender las razones que han provocado el

    menoscabo de una figura tan importante del conflicto. Se intentar explicar cmo la represin

    franquista utiliz todos los medios a su alcance para cumplir el objetivo del olvido, marcando

    as las intenciones perversas que trataron de expulsarle de la historia.

    El ninguneo que le ha hecho la historiografa ms oficialista ha sido contundente, pues

    sus datos biogrficos apenas aparecen en los ejemplares clsicos de diccionarios y

    enciclopedias de Historia de Espaa. Por ejemplo, no aparece en el Diccionario de Historia

    de Espaa, dirigido por German Bleiberg y publicado en 1952, con posteriores reediciones en

    1968. El apndice cronolgico de este diccionario que, inicialmente finalizaba en la poca del

  • reinado de Alfonso XIII, se ampla en los Anales de 1931 a 1968, donde, en la parte dedicada

    a 1936 se le menciona al hablar de las elecciones generales del 16 de febrero de 1936 que

    supusieron el triunfo del Frente Popular, el gobierno de Azaa que sustituira a Alcal

    Zamora en la Presidencia de la Repblica el 10 de abril de 1936 y del gobierno de Casares

    Quiroga. Esas son todas las menciones a su persona, incluyendo, adems que aparece en el

    ndice alfabtico de personas citadas en esos anales. En la Enciclopedia de Historia de

    Espaa, dirigida por Miguel Artola en 1991, el tomo 4, dedicado a Diccionario biogrfico

    omite su nombre.

    En el Gran Larousse Universal, Barcelona, 1988, volumen 17, se dedica uno de sus

    artculos a la Segunda Repblica, para indicar que la destitucin de Alcal Zamora como

    presidente de la Repblica por las Cortes el 7 de abril de 1936 y su sustitucin por Azaa el

    10 de mayo propici que Casares Quiroga presidiera un nuevo gobierno formado por

    miembros de partidos republicanos. En el recorrido por las principales figuras de la Segunda

    Repblica, se dedican unas lneas a nuestro protagonista para decir que fue un "abogado y

    poltico (La Corua 1884-Pars 1950). Republicano autonomista, fue el lder de la

    Organizacin Regional Gallega Autnoma. Su poltica se mantuvo muy cercana a Azaa,

    cuya reforma militar aplic en la marina de guerra. Varias veces ministro, muri en el exilio".

    Hay excepciones, como el libro de Hugh Thomas, La guerra civil espaola, Madrid,

    1979. Este libro le dedica media pgina y hace una pequea biografa en una columna lateral.

    Aunque no se le da gran importancia, s se hace un comentario sobre sus caractersticas

    personales que, quiz, pudieron ser la causa de su aptitud ante el conflicto. Se le acusa de

    tener un optimismo irnico, que seguramente era un sntoma de la tuberculosis que

    padeca. Igualmente se le hace responsable de desor todas las informaciones que le avisaban

    del anunciado alzamiento para actuar con una tica personal que no siempre fue la ms

    adecuada. Las pequeas lneas sobre Casares aluden a su enfrentamiento constante con Gil

    Robles en la Cmara, donde deca de l que era un hombre dbil y resentido, un dcil

    instrumento del marxismo revolucionario. Lo poco que se conoce de su actividad nos obliga a

    tener que abundar en una de las ideas del texto de Thomas, se enfrent a circunstancias por

    las que se vio radicalmente desbordado. Seguramente la historiografa, en general, ni los

    historiadores, en particular, han sido responsables de esa ocultacin, sino que hay, como

    suele ocurrir siempre, una multitud de coincidencias que han provocado esa situacin.

    8 FERNNDEZ SANTANDER, Carlos, Casares Quiroga, una pasin republicana, A Corua, Edicios do Castro, 2000.

  • En el volumen XII de la Historia del Mundo Moderno, se menciona a Casares

    Quiroga, aportando de su persona ms informacin que otros diccionarios espaoles. Este

    diccionario dedica a Espaa un captulo del Tomo XII, el XXVI, con el ttulo "Espaa en la

    primera mitad del siglo XX". En el apartado IV, titulado "La Guerra Civil" hace una mencin

    expresa a Casares Quiroga. Le coloca en el momento del levantamiento militar, cuando ya era

    presidente del gobierno, desde que Azaa ocupara la jefatura del Estado. Se indica que el

    alzamiento le cogi por sorpresa, tanto como a sus propios autores, los militares, que no se

    esperaban la resistencia con que el pueblo y las fuerzas leales a la repblica les frustraron un

    triunfo inmediato. En la descripcin de los momentos iniciales del conflicto se dice que el

    equipo gobernante no estuvo a la altura de la situacin creada porque haba minusvalorado en

    los primeros momentos la importancia y amplitud del pronunciamiento militar. Vuelve a

    mencionarse a Casares para indicar que tuvo que dimitir. Su sucesor Martnez Barrio tuvo

    que hacer lo mismo al fracasar sus intentos de negociacin con los militares y al negarse a

    armar a las organizaciones obreras que, insistentemente y desde un principio pedan armas

    para defender a la repblica. La interpretacin que hace este diccionario es una de las ms

    recurrentes porque seala que la negativa de los dirigentes republicanos de armar a los

    obreros en los primeros das fue una medida negativa y, en consecuencia, reflejo de una

    psima actuacin de dichos gobernantes republicanos. Hasta aqu, la interpretacin de este

    texto coincide con la de buena parte de los historiadores, pues no resuelve la pregunta que se

    sigue haciendo en el siglo XXI, sobre quin fue el responsable? La negativa a entregar las

    armas se justificaba por el temor de los dirigentes de que los obreros iniciasen la revolucin

    social que llevaban preparando desde haca tiempo. Ese temor parece que estaba justificado

    porque amplias regiones de la Espaa republicana conocieron avances y cambios econmico-

    sociales ms profundos de los que nunca se haban conocido en Espaa. Al menos en este

    texto no se dice que Casares fue el responsable de la guerra, una de las razones que podran

    haber justificado su obligada ignorancia.

    El Diccionario de la Real Academia de la Historia dedica a Casares Quiroga un

    espacio mnimo y de ah su inters en que el poltico republicano forme parte de su nuevo

    Diccionario Biogrfico Espaol. Pero, curiosamente, en esa nueva edicin su vida debe

    resumirse en 4 o 5 folios, frente a los 7 u 8 encargados para otros presidentes. Seguramente,

    el tiempo tan escaso de su presidencia no dara para ms.

    Siguiendo con la bsqueda de publicaciones que pudieran hacer una lectura, ms o

    menos amplia, del papel de Casares Quiroga en la Guerra Civil, es preciso enumerar algunas

    que dan una muestra bastante clara de esa ausencia comentada sobre su persona. Algunos

  • historiadores han escrito acerca de Casares Quiroga para comentar su actitud ante los

    problemas que tena el gobierno del Frente Popular, pero sin cuestionar su papel en el inicio

    de la Guerra Civil. Sera el caso de algunos autores que han escrito libros de historia

    contempornea de Espaa y por ello han tenido que escribir sobre el acontecimiento ms

    importante del siglo XX espaol, la Guerra Civil y en funcin de ello, han hablado de l, casi

    por obligacin. Sera el caso, entre otros, de Cuenca Toribio, autor de un libro sobre

    relaciones entre Iglesia y Estado en el momento de la Guerra, lo cual le permite hacer alguna

    valoracin sobre Casares. Para este autor, su papel es el de un poltico del Frente Popular que,

    siguiendo las tesis de Azaa, intent obtener rditos polticos, fomentando la separacin entre

    ambos poderes y permitiendo que algunos municipios se incautaran de establecimientos

    regidos por religiosos Cuenca no considera que Casares Quiroga fuera el poltico que activ

    el conflicto, porque, segn l, la cuestin religiosa no tuvo ningn calado en el estallido de la

    Guerra Civil9.

    Algo similar ocurrira con los manuales oficiales de Historia Contempornea, en los

    que la situacin tampoco es muy boyante. Uno de los ms conocidos es el libro de Ramn

    Tamames10, que le dedica varios apartados, pues le menciona como integrante de la ORGA y

    presente en la formacin, por parte de Azaa. de un nuevo partido, Izquierda Republicana,

    que sera la base de los contactos para la creacin del Frente Popular. Tambin se le concede

    protagonismo cuando dirigi la ORGA, Organizacin Regional Gallega Autnoma, un

    partido dirigido por Santiago Casares Quiroga que se mostr como el representante del

    autonomismo gallego, aunque fuera de menor importancia que el cataln o el vasco. Las

    intenciones de ese partido eran ms de carcter estatal, como muestra que su mximo

    dirigente, fuera Ministro de Marina durante el Gobierno Provisional y del de Gobernacin,

    durante el resto del primer bienio republicano. Ya era mucha aparicin en los libros de

    historia, pero, aunque slo fuera por seguir su rastro ser mencionado de nuevo cuando en las

    elecciones de febrero de 1936, la derrota del Frente Nacional Contrarrevolucionario, haga que

    Azaa pase de jefe de gobierno a presidente de la Repblica y que Casares Quiroga pase a

    presidir el Consejo de Ministros. Se le menciona en su etapa del ltimo gobierno de la

    Repblica, desde 19 de febrero de 1936 a 18 de julio de 1936, fechas en las que tuvo gran

    importancia la reforma agraria. La ltima mencin que se hace de su figura es en el momento

    9 Vid. CUENCA TORIBIO, Jos Manuel, Relaciones Iglesia-Estado en la Espaa Contempornea, Mxico, Alambra, p. 45-46. 10 TAMAMES, Ramn, La Repblica. La Era de Franco, en Historia de Espaa Alfaguara VII, dirigida por Miguel Artola, Madrid, Alianza Editorial, Alfaguara, 1976.

  • en que Casares Quiroga se niega a dar crdito a las acusaciones de alzamiento formuladas

    contra Mola, por Indalecio Prieto en un discurso de Cuenca y confirmadas por Mallol que era

    el director general de seguridad. En este asunto, Tamames, al menos, no le hace responsable

    del estallido del conflicto, sino que en el escaso espacio que permite un manual, slo indica

    que se neg a hacer caso e incluso desminti esos rumores, en la clara intencin de no

    herir.

    Tamames no es el nico historiador que se dedic a escribir en pginas resumidas el

    inicio de la Guerra Civil y no todos fueron tan permisivos con Casares Quiroga. Sera el caso

    de Javier Tusell, autor tambin de un manual de Historia de Espaa11que es ms crtico con

    su persona. Se le menciona, por primera vez, en el apartado del Frente Popular en el gobierno

    y lo hace de forma contundente. El prrafo no tiene desperdicio: A quien le correspondi

    entonces la jefatura del Gobierno fue a Santiago Casares Quiroga, ntimo de Azaa y persona

    manifiestamente por debajo de la altura a la que obligaban las circunstancias a las que debi

    hacer frente. En realidad, su gestin fue una peculiar mezcla de "inconcebible pasividad" y

    "explosiones de clera" peridicas que ocultaban su autentica debilidad. Hasta aqu Tusell

    no hace ms que reproducir las opiniones vertidas por Martnez Barrio en su autobiografa12,

    pero en el resto del apartado ataca directamente a Casares, indicando que fue inconsciente en

    sus afirmaciones, de manera que le hicieron perder apoyos potenciales del republicanismo.

    Tambin critica que el gobierno era mucho ms dbil de lo que el presidente anunciaba. Por

    ltimo, aunque prometi someter a la derecha fue incapaz de conseguir el apoyo de los

    ministros de Azaa y se neg a controlar a sus propias masas. Tusell considera que, en cierta

    medida, Casares Quiroga fue el responsable del inicio de la guerra porque no pudo llevar

    adelante un plan, el del propio Azaa, que prevea que una sublevacin derechista fuera

    vencida, para as reafirmarse despus en el poder. Tusell indica: Al mantener esa pasividad,

    Casares, que no era Azaa, demostr, adems, una ignorancia radical de la situacin

    espaola, as como de los medios con los que podra encauzarla. Su error era tan manifiesto

    que fueron muy numerosos los polticos del Frente Popular que a lo largo de las ltimas

    semanas de la Repblica le denunciaron la existencia de una conspiracin; luego, cuando la

    magnitud de la misma le sorprendi, se gan los juicios condenatorios generales. Tusell, de

    todos modos, le da una cierta permisividad a su actitud, porque considera que cometi un

    error en el diagnstico de la situacin espaola, pero es tambin cierto que tom muchas

    11 TUSELL, Javier, Historia de Espaa en el siglo XX. II. La crisis de los aos treinta: Repblica y Guerra Civil, Madrid, Taurus, 1998. 12 MARTNEZ BARRIO, Diego, Memorias, Barcelona, Planeta, 1983.

  • medidas para evitar que el movimiento se ampliase. Tenemos una opinin contraria a la

    postura de Casares, pero todava no hemos ledo a ningn historiador actual que le haya

    hecho culpable del conflicto. Tampoco se le ocurre a nadie que hubiera un complot

    perfectamente articulado por la derecha para el inicio de la Guerra Civil.

    He indagado en la literatura al respecto, para poder asegurarme de que lo que era una

    apreciacin general, se acaba convirtiendo en una realidad contrastable. Consultando los

    libros sobre la Guerra Civil, recientemente publicados, el panorama es tambin desolador.

    Una especialista en la materia, Paloma Aguilar Fernndez, ha publicado un libro13 que, como

    otros muchos de la autora14no se detiene en estudios prosoprogrficos ni en un relato de

    acontecimiento, sino que tiene un carcter mucho ms profundo, interpretando cuestiones tan

    importantes, en el mbito social, como el asunto de la memoria, el olvido, el

    envilecimiento de los vencidos15. El nombre de Casares Quiroga no aparece en ningn

    momento en el libro, pues la autora trata de desentraar, ms que la culpabilidad de los

    protagonistas o su responsabilidad en el estallido de la guerra, cules fueron sus

    consecuencias para la poblacin. Para la autora la guerra gener un colectivo, el de los

    vencidos, a los que no se les tuvo en cuenta. No se construy ningn lugar mtico de culto, no

    se les inaugur ninguna placa en las calles, para recordar su cada en el bando republicano y

    pasaron de ser envilecidos primero, para ser ignorados despus16. Segn plantea este libro, los

    vencidos de la Guerra Civil espaola, a diferencia de lo ocurrido en otros conflictos europeos,

    como los derivados de la 2 guerra mundial, como en Alemania o en Francia, no fueron

    honrados peridicamente, quedando el ejrcito vencido espaol como algo litigioso y

    agresivo, nunca considerado como vctima. En Espaa, con esa estrategia del olvido, se

    consider a los vencidos como gente de buena fe que fue vilmente engaada, pero siempre

    como personas que tomaron una opcin errnea17. En Espaa los vencidos fueron

    represaliados y castigados por el bando vencedor que impidi que tuvieran los mismos

    derechos y prerrogativas que los del otro bando.

    13 AGUILAR FERNNDEZ, Paloma, Memoria y olvido de la guerra civil espaola, Madrid, Alianza, 1996. 14 AGUILAR FERNNDEZ, Paloma, La memoria histrica de la guerra civil espaola (1936-1939): Un proceso de aprendizaje poltico, Madrid, Instituto Juan March de Estudios e Investigaciones, Centro de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales, 1995. 15 AGUILAR FERNNDEZ, Paloma, Memoria y olvido de la guerra civil espaola, Madrid, Alianza, 1996, p. 135. 16 Id., Ibid., op. cit., p. 136. 17 Id., Ibid., op. cit., p. 137.

  • Muchos de los libros publicados sobre la Guerra Civil plantean un escenario similar.

    As ocurre con un libro de Alexandra Barahona18, donde se incluye un captulo sobre Espaa,

    elaborado tambin por Paloma Aguilar19, donde no se plantea la posibilidad de traer a la

    memoria a figuras olvidadas, sino que se ocupa de explicar las anomalas del caso espaol, el

    conocimiento sobre si se tomaron medidas de justicia poltica (la creacin de comisiones de

    la verdad, depuraciones, o juicios), cmo se pudo sustituir la legalidad anterior por la nueva

    y, por ltimo, los intentos de rehabilitacin moral y material del represaliado, viendo los que

    se realizaron y los que no pudieron salir adelante.

    La nica manera de salir del atolladero, era impedir la obligacin de reconocer

    culpabilidades.

    En ese sentido, la Ley de Amnista de 1977 eximi de responsabilidad a los

    responsables de abusos y torturas sufridos en los primeros aos del franquismo. La falta de

    depuracin, unida a lo anterior, permiti que no se pusiera en prctica una medida de justicia

    poltica, similar a la Comisin de la verdad de Argentina y ello ha permitido que el

    Congreso siga sin pedir perdn a la poblacin espaola por los daos causados por el rgimen

    franquista20.

    Obviamente, la figura de Casares Quiroga no puede tener aqu ninguna mencin, pues

    no fue directamente represaliado, ni tampoco fue la vctima de un encarcelamiento,

    mutilacin o tortura. Slo desapareci del pas y, por ese motivo, nadie ha tenido que

    responder, ni responsabilizarse de su olvido. En este sentido, es bueno recordar que aunque

    no entr en la crcel despus del alzamiento, Casares saba lo que supona estar en la

    crcel, pues no fue capaz de parar la sublevacin de Jaca en diciembre de 1930, por lo que

    tuvo que entregarse, para ser conducido a la crcel de Huesca. Fue trasladado a Madrid para

    ingresar en la crcel Modelo y someterse a un Consejo de Guerra en el que fue defendido por

    Luis Jimnez de Asa. La sentencia final fij seis meses y un da de prisin para los

    18 BARAHONA DE BRITO, Alexandra, AGUILAR FERNNDEZ, Paloma y GONZLEZ ENRQUEZ, Carmen (eds.), Las polticas hacia el pasado, juicios, depuraciones, perdn y olvido en las nuevas democracias, Madrid, Istmo, 2002, p. 184. 19 AGUILAR FERNNDEZ, Paloma, "III. Justicia, Poltica y Memoria: Los legados del franquismo en la transicin espaola", en BARAHONA DE BRITO, Alexandra, AGUILAR FERNNDEZ, Paloma y GONZLEZ ENRQUEZ, Carmen (eds.), Las polticas hacia el pasado, juicios, depuraciones, perdn y olvido en las nuevas democracias, Madrid, Istmo, 2002, p. 135-193. 20 Id., Ibid., p. 184.

  • miembros del comit revolucionario, como autores de un delito de excitacin a la rebelda

    militar, aplicndoles los beneficios de la libertad condicional aprobada por una ley de 192921.

    Historia y represin franquista

    Este congreso no es el lugar para exigir una revisin del modelo de estado espaol

    actual, aunque tampoco puede ser otro momento de apoyo a un rgimen poltico que debe

    seguir conservando la memoria de dnde sali y cmo lo hizo. Aqu es donde debe quedar

    plenamente justificada la queja de que el franquismo permitiera y hasta propiciara que un

    Presidente de gobierno de la II Repblica haya sido ignorado por la historiografa. Olvidarse

    de su existencia, permite que los lectores no se hagan preguntas, admitiendo que se glorifique

    el golpe militar y la dictadura que se impuso despus. Para los defensores del dictador haba

    un culpable de la Guerra Civil y era Casares Quiroga. La intencin ahora es convencer a los

    lectores de que este individuo no fue el culpable de nada, ms que de ser una persona dbil al

    que se coloc el "san benito".

    Buscando material para justificar las afirmaciones anteriores, eleg un magnfico libro

    que me produca cierta credibilidad, pues trataba sobre la ideologa y las formas de represin

    despus de finalizada la Guerra Civil, aunque lo que finalmente analiza es la idea de la

    autosuficiencia o de la autarqua. No es extrao, por tanto, que no se mencione para nada a la

    persona de Casares Quiroga, pues no pertenece a ninguno de los elementos estudiados por el

    autor. No obstante, es bueno abundar en alguna de las frases ms contundentes del libro sobre

    la represin franquista, [l]a legitimidad del dictador se afirm fundamentalmente a travs de

    la violencia y de la continua amenaza de violencia 22.

    Lo cierto es que la poltica represiva del franquismo trat de hacer desaparecer, en

    nombre del presente, a una persona del pasado. Fernando Savater clarifica de forma decisiva

    esa represin franquista, cuando dice: [E]l franquismo lo haca siempre. Se prohiba

    mencionar los nombres de determinados escritores, cineastas o artistas adversos al rgimen.

    Stalin tambin haca borrar de las fotografas oficiales a Trotski o a cualquiera de los

    enemigos que iban cayendo en desgracia. Este intento permanente de transformar el pasado,

    de cambiar las cosas, la realidad que no queremos aceptar, acaba en la supresin por

    21 Vid., FERNNDEZ SANTANDER, Carlos, Casares Quiroga, una pasin republicana, A Corua, Edicios do Castro, 2000, pp. 90-100. En estas pginas el propio Casares Quiroga escribe sus experiencias de la crcel, siendo, probablemente, el momento en que escribi ms textos de memoria personal. 22 RICHARDS, Michael, Un tiempo de silencio. La guerra civil y la cultura de la represin en la Espaa de Franco, 1936-1939, Barcelona, Crtica, 1998, p. 192.

  • decreto23. Ese intento de seguir falseando la realidad sigue vivo en la Espaa actual, como

    demuestra la publicacin de algunos artculos periodsticos. Recientemente Vicen Navarro,

    catedrtico de Ciencias Polticas en la Universidad Pompeu Fabra, ha publicado un artculo

    en el diario El Pas, justificando su repudio a la monarqua, entre otras cosas, por la relacin

    intrnseca que mantuvo con la dictadura franquista. Segn Navarro es inadmisible que el 18

    de julio de 1978, la Casa del Rey publicara una especie de bando para conmemorar el

    aniversario del Alzamiento Nacional que haba dado a Espaa la victoria contra el odio, la

    miseria y la anarqua. Textos de esa naturaleza son los que hacen olvidar a la poblacin que la

    regeneracin de que hablan los defensores del franquismo [c]ondujo a 192.684 ejecuciones

    y asesinatos, incluyendo 30.000 que continan desaparecidos (sin que la Monarqua o los

    gobiernos democrticos hayan ayudado a los familiares de tales desaparecidos a encontrar a

    sus seres queridos), y al gran retraso econmico, social y cultural del pas, como demuestra

    que cuando el dictador muri, Espaa tena el porcentaje ms elevado de Europa (84%) de

    personas con escasa educacin... No existe hoy en Espaa conocimiento por parte de la

    juventud de lo que fue la II Repblica, la etapa ms progresista de Espaa en la primera mitad

    del siglo XX, de lo que fue el golpe fascista militar, de lo que fue la dictadura, de lo que

    signific una transicin inmodlica24. Su exigencia final radica en eso que se viene pidiendo

    desde hace tiempo, pero que nunca se cumple, aludiendo a la juventud de la democracia

    espaola, la peticin de perdn a la poblacin espaola, por parte de las instituciones, como

    la Iglesia, la Monarqua o las fuerzas armadas, por apoyar a la dictadura. Sin duda, el perdn

    se puede pedir en cualquier momento, cuanto antes mejor.

    En este apartado de la represin que el presidente del Gobierno no sufri en carne

    propia, es oportuno mencionar la reprobacin que el franquismo ejerci sobre su familia.

    Mara, la hija ms pequea, abandon Espaa, junto a su madre, al inicio de la guerra, siendo

    vctima del destierro que, probablemente, es una represin tan vergonzante como otras, pero

    al menos pudo mantener su integridad fsica. No ocurri lo mismo con la otra hija de Casares,

    la que permaneci en Espaa. Su otra hija, Esther Casares, era la mayor y haba nacido

    cuando l se encontraba estudiando en Madrid. Esta hija convivi con el resto de la familia y

    se cas con un capitn de Caballera, Enrique Varela Castro, que era hijo de un general

    monrquico y reaccionario. La relacin familiar que haba sido tensa al comienzo, acab

    23 SAVATER, Fernando, Los diez mandamientos en el siglo XXI. Tradicin y actualidad del legado de Moiss, Barcelona, Debate, 2004, p. 147. Comparto la afirmacin de Savater, pues Franco es quizs el responsable ms directo de que Casares Quiroga haya sido ignorado. 24 NAVARRO, Vicen, "Por qu no soy monrquico", El Pas, sbado 29 de mayo de 2004. Slo he reseado una parte mnima de un artculo que revela cuestiones fundamentales, que deberan recordarse.

  • suavizndose, hasta el punto de convertirse en ayudante personal de su padre. Su marido

    pudo escapar y huir a la zona republicana, pero Esther decidi presentarse ante la Guardia

    Civil de Mio a finales de agosto de 1936, cuando pens que su marido estara seguro.

    Inmediatamente fue detenida e ingresada en el Hospital Naval del Ferrol, para curarse de la

    tuberculosis crnica que tambin padeca, y estar all hasta otoo de 1938. Fue enviada a la

    crcel de La Corua, donde permaneci incomunicada hasta el verano de 1939, momento en

    que fue puesta en libertad provisional, marchando con su hija Cuca a La Corua para vivir

    all una situacin calamitosa. En Capitana General de La Corua le comunicaron que se

    encontraba en situacin de libertad vigilada y que deba presentarse todos los das para

    ensear un diario de todo lo que haba hecho el da anterior, con el nico objetivo de que no

    pudiera ponerse en contacto con su padre. La vida de las dos mujeres fue la de autnticas

    apestadas, slo por ser hija y nieta de Santiago Casares. Despus de la segunda guerra

    mundial le devolvieron el pasaporte para volver a requisrselo y, por fin, el 15 de agosto de

    1955, Esther y su hija llegaron a Mjico25. Este sera la parte de la biografa de Santiago

    Casares ms vinculada a la represin directa del franquismo y demuestra, tambin, la

    injusticia de cuantos maltrataron a los actores del conflicto en sus sucesores que no haban

    cometido ms delito que ser familiares de Casares.

    La defensa del presidente del Consejo

    Frente a los autores que han hecho una interpretacin de la Guerra Civil,

    culpabilizando a Casares Quiroga, o ignorndole, nos encontramos a un historiador que

    ofrece una lectura bien distinta a la mayoritaria, acerca del papel del presidente en el

    desarrollo del conflicto. Alberto Reig Tapia ha publicado varios libros y artculos ofreciendo

    una interpretacin diferente a la que trataba de dejar inclume la memoria del dictador26. El

    autor aporta muchos datos recogidos por el Centro de Investigaciones Sociolgicas en

    diciembre de 1994, segn los cuales, el 53,6% de la poblacin consideraba que el rgimen de

    Franco haba sido muy negativo o bastante negativo para Espaa, frente al 22,8% que lo

    25 Vid., FERNNDEZ SANTANDER, Carlos, Casares Quiroga, una pasin republicana, A Coru, Edicios do Castro, 2000, pp. 293-298. Este relato es una muestra certera de cmo se padeca la represin franquista despus de la guerra, sobre personas que no haban tenido nada que ver. 26 REIG TAPIA, Alberto, Franco Caudillo: mito y realidad, Madrid, Tecnos, 1995.

  • consideraba muy positivo o bastante positivo. Estos datos, como muy bien aclara Reig Tapia

    son el reflejo de una opinin pblica, con contenidos de carcter sociolgico, pero no de

    verdad cientfica27 y han supuesto que las percepciones personales de aqullos que no

    estuvieron relacionados directamente con el acontecimiento, hayan podido ser vctimas de esa

    manipulacin machacona que ha intentado conseguir, muchas veces con xito, que Franco

    haba sido slo un poltico y que no haba actuado como un criminal y un dictador. Esa

    lectura de defensores y atacantes del franquismo sigue vigente en la actualidad, como puede

    apreciarse en las publicaciones ya comentadas de algunos autores28. En el libro de Jos M

    Gil Robles, se indica que Franco le haba enviado una carta a Casares para informarle del

    xito de la sublevacin en Marruecos, y de la intencin de trasladarse a Madrid, para luchar

    en la defensa de la Repblica29. La interpretacin sesgada de esta carta hara pensar que

    Franco se sublevara a favor de la repblica, cuando su pretensin era acabar con el gobierno

    del Frente Popular, con su presidente y con la constitucin de 193130. Esa manipulacin

    podra funcionar si no fuera porque todo eso ocurra, antes del triunfo de la izquierda en las

    elecciones ganadas por el Frente Popular.

    Con esta interpretacin se vislumbra ya una idea de existencia de un complot para

    conseguir tapar la verdad y se explica tambin que cuanto menos se investigara sobre

    Casares, mejor, porque as no podra existir ningn testigo para contradecir esas afirmaciones

    que, el paso del tiempo, ha demostrado que eran falsas.

    Este ataque al franquismo no ha sido el nico realizado por Reig Tapia a lo largo de

    su obra, sino que he podido constatar que es el primer autor, de los consultados, que intenta

    desmontar las consignas de algunos historiadores defensores del fascismo, como Ricardo de

    la Cierva, otorgando a Casares Quiroga un protagonismo que no aparece en otros trabajos31.

    En este libro hace algunos comentarios sobre Casares Quiroga, bien distintos a los que ha

    sido habitual leer sobre su persona. Hace una crtica a las opiniones que Ricardo de la Cierva

    27 Id., Ibid., p. 13. 28 Po Moa, por ejemplo, es uno de los defensores ms recalcitrantes del alzamiento nacional en pleno siglo XXI. Su libro ms conocido es El derrumbe de la Segunda Repblica y de la Guerra Civil, Madrid, Encuentro, 2001. Ha publicado muchos libros, pero no voy a dar ms publicidad a un publicista que es, adems, uno de los mayores apologistas del golpe militar y de la dictadura que implant. 29 GIL ROBLES, Jos Mara, No fue posible la paz, Barcelona, Ariel, 1968, p. 75. En este libro se intenta exonerar de toda culpabilidad a Franco, basndose en una carta que nunca apareci y refirindose a Franco como el Csar superlativo. 30 Id., Ibid., p. 156. Se vuelve a mencionar a Casares, cuando se indica que las fuerzas econmicas y sociales que formaban la coalicin franquista apuntaban al gobierno republicano como el gobierno de la revolucin y sealaban a Casares Quiroga como el Kerenski espaol. 31 REIG TAPIA, Alberto, Ideologa e historia: Sobre la represin franquista y la guerra civil, Madrid, Akal, 1984.

  • verti en un conocido artculo "La mentira final"32. En un intento abstruso de modificar la

    realidad, para Ricardo de la Cierva haba tres cuestiones bsicas: 1 El papel de las derechas

    en la primavera trgica no fue de agitacin sino de denuncia, 2 Se minimiz el crimen de

    Estado que acab con la vida de Calvo Sotelo y 3 Se neg, entre la ignorancia y el

    cinismo, que el asesinato de Calvo Sotelo determinase el estallido de la Guerra Civil. Con

    estas afirmaciones se mantena la defensa sempiterna a una serie de cuestiones que ya no

    podan admitirse.

    Reig Tapia responde individualmente a cada una de las afirmaciones planteadas por

    de la Cierva. El autor dice textualmente: Con respecto a la primera afirmacin, indica que en

    la primavera de 1936 la derecha no slo atacaba al gobierno de Casares, sino que se mostraba

    en contra de la propia esencia del rgimen republicano que para ese sector era la causa de

    todos los males que sufra el pas. Para seguir su argumentacin, indica que el

    mantenimiento del orden pblico haba sido una cuestin complicada ya en la etapa de la

    Restauracin. La interpretacin desmonta, por completo, el texto de Ricardo de la Cierva,

    porque indica que en aquellas fechas no se produjo ningn ataque ni a la Restauracin ni a

    Alfonso XIII. Era evidente que con los problemas generados por el orden pblico se

    pretenda acabar con un rgimen democrtico que era lo nico que persegua la derecha. Al

    hacer una comparacin entre las dos etapas cronolgicas, demuestra que el nmero de

    atentados y muertos era igual o mayor que durante el gobierno de Casares Quiroga y, no por

    ello, haban atacado a los gobiernos de la monarqua.

    Explica su certeza de que durante la primavera de 1936 las derechas atacaban

    abiertamente no ya al gobierno de Casares Quiroga por su debilidad en el mantenimiento del

    orden pblico, sino a la propia esencia del rgimen republicano, causa y efecto de todos

    los males que aquejaban al pas, segn parece. La propaganda de la derecha presentaba la

    situacin -sin duda difcil y conflictiva- como desesperada ocultando adrede que en los aos

    20, proporcionalmente, la situacin del orden pblico era mucho ms grave bajo gobiernos

    conservadores y no por ello las fuerzas polticas y sociales que tan vehemente atacaban

    entonces a Casares Quiroga y el rgimen republicano, ponan en cuestin las esencias del

    rgimen de la Restauracin o la figura de Alfonso XIII. Simplemente, la derecha se

    aprovechaba de cualquier disturbio como justificacin ideolgica de su declarado propsito

    de ruptura violenta del sistema poltico democrtico entonces vigente33.

    32 DE LA CIERVA, Ricardo, " La mentira final", diario Ya, 14/IX/1983. 33 Para desmontar que todo se debi a la mala gestin del orden pblico, indica que [e]n 1920, con una poblacin laboral netamente inferior, hubo 424 huelgas parciales (sin contar varias decenas de huelgas

  • Respecto a la segunda pregunta, se cuestionan si slo eran mera denuncia los planes

    conspirativos ya en marcha, los pactos, las compras de armamento, los atentados terroristas.

    Por ltimo, tambin se pregunta si no fueron ms que una denuncia las palabras que

    Jos Calvo Sotelo haba pronunciado ya en enero de 193634.

    La estrategia seguida por el historiador para desmantelar las preguntas capciosas que

    se haban formulado, consisti en desmontar, una por una, todas las afirmaciones echas en el

    artculo, demostrando, al menos en el papel, que no haba ninguna prueba procesal de las

    afirmaciones hechas sobre el asesinato de Calvo Sotelo, pues para Reig Tapia, ste fue fruto

    de la casualidad y no de un montaje preparado para que se iniciara la guerra, como defienden

    aquellos que, por inters propio, defendieron que el asesinato de Calvo Sotelo haba sido un

    crimen de estado. Esa interpretacin permita que se buscara en el mismo un elemento

    justificativo ms para la rebelin del 18 de julio de 1936. Como dice el autor, puede justificar

    con hechos todas sus aseveraciones , con hechos incontrovertibles, no con opiniones35.

    Hay otro texto interpretado por Reig Tapia, muy conocido para los estudiosos de la

    Guerra Civil, que es notorio, pues ha permitido obtener de l versiones distintas, incluso

    contradictorias. sta es la base de una de las teoras de Adam Schaff acerca del trabajo

    histrico. Plantear interpretaciones distintas de un mismo suceso, de un mismo discurso o de

    un mismo texto es, en cierto modo, la esencia de la historia, porque, segn Schaff [L]os

    historiadores "en la medida en que difieren" no tienen la misma visin del proceso histrico;

    dan imgenes distintas, y a veces contradictorias, del mismo y nico hecho. Por qu?36.

    Es lo que ocurri con el debate parlamentario del 16 de junio de 1936, un debate con

    el que se consigui inculpar a Casares en el estallido de la guerra. Buena parte de los

    historiadores consideraron que en ese debate Casares pecaba de confiado, de indolente y de

    generales), con prdidas de ms de siete millones de jornadas de trabajo (en base a los datos muy incompletos del Instituto de Reformas Sociales, superados por la mera informacin que proporcionaban los gobernadores civiles). Tampoco se cuentan los frecuentes lock-outs de la poca. Ese mismo ao, solamente en Barcelona hubo 47 asesinatos poltico-sociales. En 1921, 228 personas fueron muertas en la calle. Todo esto en tiempos de la Monarqua y con gobiernos conservadores. Vid. REIG TAPIA, Alberto, Ideologa e historia: Sobre la represin franquista y la guerra civil, Madrid, Akal, 1984, p. 38. 34 Pronunciadas el 12/1/1936 en el curso de un banquete que la Agrupacin Regional Independiente de Santander ofreca en un hotel madrileo a las minoras monrquicas, mucho antes de las elecciones y de la tan mentada primavera trgica No contribua acaso al mantenimiento de esa primavera y de aquel verano de 1936 palabras como las pronunciadas por Calvo Sotelo en dicho banquete? All dijo encontrarse en posesin de la verdad totalitaria y que como faltaba la legalidad, sobraba la obediencia y se impona la desobediencia. All invoc la fuerza como salida y, especficamente, al Ejrcito, diciendo que prefera ser militarista que masn, marxista, separatista e incluso progresista, arrancando una fuerte ovacin de su auditorio. Rechaz la supremaca del poder civil y en medio de la indescriptible emocin de su auditorio termin expresando el deseo de que las inminentes elecciones fuesen las ltimas. Vid., REIG TAPIA, Alberto, opus. cit., p. 40. 35 Id., Ibid., p. 44. 36 SCHAFF, Adam, Historia y verdad, Barcelona, Crtica, Grupo editorial Grijalbo, 1976.

  • incapaz. Se dijo que no haba querido admitir la verdad de los datos que le estaba facilitando

    Gil Robles y que era incapaz de admitir las verdades que se le comunicaban. Pensando en la

    dualidad originada por ese debate, hay que hablar de los autores que, en funcin de ese texto,

    culparon a Casares de ser el causante de la guerra. En ese debate parlamentario intervinieron

    representantes no slo de la derecha, como Gil Robles y Calvo Sotelo, sino tambin de la

    izquierda, como Pasionaria, Pabn, Ventosa, Cid y Maurn37. Este ltimo es el caso de un

    diputado por Barcelona, en la candidatura de Front d'Esquerres, cuya participacin en el

    debate de ese da ha dado pie para que algunos historiadores se planteen que Casares (sera el

    caso de Tusell) no haba sido capaz de satisfacer los deseos de los dems firmantes del pacto

    para la creacin del Frente Popular. El diputado increp a Casares por presidir un gobierno

    slo de republicanos que no era capaz de darse cuenta del crecimiento del fascismo. Para

    Maurn no se haba ejecutado ninguna de las obligaciones asumidas para que el pacto

    funcionara. Enumerando de forma ordenada las exigencias, stas se centraban en que el

    Parlamento no haba concedido la amnista prometida, no se haba resarcido de su dolor a

    todos los represaliados , se viva en una situacin de falta de garantas permanente, no se

    haban puesto en prctica una serie de leyes represivas contra los jueces que dictaran

    sentencias favorables al fascismo. Para este partido el pas se encontraba en una situacin

    prefascista de la que Casares no quera darse cuenta. La manera de resolver la multitud de

    conflictos era sencilla; para liberar la democracia, ms democracia.

    Esta interpretacin, segn Tapia, le era muy favorable a la propia derecha, pues as su

    levantamiento tendra plena justificacin. Avalando esos contenidos, se podra insistir en que

    el conjunto de cuestiones que provocaron el alzamiento no tena ninguna relacin con el

    caos en el mantenimiento del orden pblico, sino que se trataba de una campaa articulada

    previamente, que tena la pretensin de convencer a la opinin de la necesidad del mismo. En

    esa tesitura los responsables no seran ya los problemas del Consejo de Ministros, por su

    incapacidad para controlar el desorden, ni tampoco el caos del Congreso de los diputados que

    eran incapaces de consensuar nada. La sentencia de Reig Tapia es concluyente , pues el

    asunto base era la campaa orquestada por las derechas, en la que se intentaba establecer "la

    equivalencia de Repblica (es decir, rgimen democrtico) igual a caos"38. Alimentando

    esos argumentos se le haca creer a la poblacin que su rebelin era realmente legtima y,

    37 Se trata de un debate reproducido hasta la saciedad, por lo que sera innecesario comentarlo aqu de nuevo. Cfr. Diario de Sesiones de Cortes, nms. 45-60, tomo III, Congreso de los Diputados, Madrid 1936, p. 1384 y s.s. 38 Vid. REIG TAPIA, Alberto, Ideologa e historia: Sobre la represin franquista y la guerra civil, Madrid, Akal, 1984, p. 220.

  • en consecuencia, la figura de Casares era la de un individuo que no se haba dado cuenta de

    nada, que haba sido engaado en funcin de sus escasas capacidades intelectuales. Esa

    afirmacin era falsa por completo porque de lo nico que podra presumir Casares, en

    relacin con sus compaeros del Parlamento, era de ser mucho ms culto que ellos. Hay una

    certeza en todo su razonamiento, Los sublevados de julio de 1936 pretendan, simplemente,

    terminar con la democracia parlamentaria por la va de una dictadura militar39. Por fin! se le

    hace un poco de justicia al presidente del Consejo de ministros de 1936.

    La subjetividad u objetividad con que el historiador analiza un documento, provoca,

    casi siempre, soluciones divergentes. Es, por tanto, muy curioso que un mismo texto, el

    Diario de Sesiones de 16 de junio de 1936, haya servido para obtener resultados tan distintos

    para obtener la verdad histrica40.

    Adems de este historiador que considero el ms acertado en la defensa de Casares,

    hubo otra defensora de gran importancia. Se trataba de su propia hija, Mara Casares que

    rechaza las causas utilizadas para hacerle responsable de la guerra: Pap ya no formaba

    parte del gobierno de aqulla Repblica en la que haba dejado sus energas, todo su fervor,

    su juventud y la mejor parte de s mismo. Porque quera armar al pueblo en las primeras horas

    del levantamiento militar, se vio forzado a dimitir; y por razones de Estado, a causa de su

    amistad con Azaa y tambin por circunstancias que prohiban toda escisin entre las que

    deba defender las libertades en Espaa, se vio reducido al silencio y a aceptar a representar

    para siempre la capitulacin o la incapacidad.

    Sin embargo, poco tiempo despus de su pretendida dimisin, el pueblo invadi los

    arsenales de Madrid para armarse por s slo. Demasiado tarde quiz, en pleno desorden, y

    mal. Su frase est llena de rabia y de pena.

    Mara Casares, en su libro de memorias reproduce el texto de una de las noticias de un

    peridico gallego, en el que el mismo gobernador Civil haba escrito lo siguiente:

    Siendo indigno de figurar en el Registro oficial de nacimientos que se lleva en el

    juzgado municipal instituido para seres humanos y no para alimaas, el nombre de Santiago

    Casares Quiroga, someto a su consideracin la procedencia de que se cursen las rdenes

    oportunas para que el folio oprobioso del Registro Municipal de esta ciudad en que se halla

    39 Id., Ibid., pp. 228-229. 40 Cfr. SCHAFF, Adam, Historia y verdad, Barcelona, Crtica, Grupo editorial Grijalbo, 1976, 331. vemos mejor la historia con la perspectiva del tiempo, cuando los efectos de los acontecimientos se han revelado y permiten emitir juicios ms ntegros y ms profundos; y a que lo ms difcil es escribir la historia reciente, la historia contempornea en particular: debido no slo a la dificultad de ser objetivo. sino tambin a la dificultad de comprender el sentido de los acontecimientos contemporneos

  • inscrito su nacimiento, se haga desaparecer, y a este sentido espero me comunicar V.E. la

    prestacin de ese obligado homenaje a la Espaa una, grande y libre de Franco.

    En el acta del Colegio de Abogados y en cuantos libros figure el nombre repugnante

    de Casares Quiroga, deber procederse, as mismo, a borrarlo en forma que las generaciones

    futuras no encuentren ms vestigio suyo que su ficha antropomtrica de forajido.

    Dios guarde a V.E. muchos aos.

    La Corua

    26 de noviembre de 1937

    Segundo ao triunfal

    El gobernador civil

    Jos Mara de Arellano41

    Lo cierto, es que estas perlas salidas de la boca de un fascista lo nico que producen

    es rechazo y estimulan a que se recupere la memoria de un individuo al que no fue justo tratar

    de tal modo. As se entiende mucho mejor porqu se quiso hacer desaparecer del mapa a

    Casares Quiroga o cul fue la razn de ser ignorado.

    El inters por hacer justicia

    Quizs fuera Manuel Tun de Lara el primero de los historiadores espaoles que

    manifest inters en recuperar la figura de Santiago Casares Quiroga. Eso es lo que afirma su

    bigrafo ms autorizado, hasta el momento presente, que en sus libros llama la atencin sobre

    la falta de inters que produca el personaje. En la introduccin de su obra sobre Casares,

    haca un recuerdo especial de la figura de Manuel Tun de Lara, quien se reuni con un

    grupo de historiadores en un seminario organizado por la Universidad Menndez Pelayo, y

    se plante que empezaba a ser necesario que se hiciera una nueva lectura de la persona de

    Casares Quiroga42. Recordando la escasa proyeccin que haba tenido el estudio del

    personaje, mencionaba las obras de scar Ares43, de Parrilla44, as como las ocasiones en que

    41 CASARES, Mara, Residente privilegiada, Barcelona, Argos Vergara, 1981, pp. 253-254. Este texto aparece tambin en FERNNDEZ SANTANDER, Carlos, Casares Quiroga, una pasin republicana, A Corua, Edicios do Castro, 2000, pp. 251-252. 42 FERNNDEZ SANTANDER, Carlos, opus. cit., pp. 7-9. 43 ARES BOTANA, scar, Casares Quiroga, La Corua, Va Lctea, 1996. 44 PARRILLA, Jos Antonio, Casares Quiroga y la Corua de su poca (1900-1936), La Corua, Gramela, 1995.

  • haba aparecido en los diccionarios, enciclopedias y apartados de memorias de algunos

    presidentes de la poca, como Azaa45, y Portela Valladares46.

    En este momento no me queda ms remedio que solidarizarme con las opiniones

    vertidas por su bigrafo y hacer causa comn con l. Las imprevisiones de una persona no

    pueden ser entendidas como razn suficiente para achacarle ms culpabilidades de las que

    probablemente tuvo.

    Siguiendo esa misma tnica se public un libro que recoga los textos del IV Coloquio

    de Segovia sobre Historia Contempornea de Espaa, que fue dirigido por Manuel Tun de

    Lara, autor del que ya hemos comentado su inters por la recuperacin de ciertos personajes

    de la Guerra Civil espaola. Uno de los autores, Alberto Reig Tapia, ya nos es conocido por

    su defensa de Casares y realiza un captulo titulado "La justificacin ideolgica del

    alzamiento de 1936" , donde el personaje de Santiago Casares Quiroga adquiere cierto

    protagonismo, en comparacin con lo que ya hemos visto que han hecho otros autores para el

    mismo perodo. En ese libro recopilatorio de las comunicaciones del congreso, slo este

    artculo menciona la actividad de Casares Quiroga y, desde luego, no es para achacarle la

    responsabilidad de haber sido el causante de la Guerra Civil. El apartado dedicado a la

    cuestin del orden pblico, es el que le sirve al autor para desmontar esa teora por la cual

    Casares haba sido perezoso a la hora de controlar el orden pblico. En el debate

    parlamentario del 16 de junio de 1936, Jos Mara Gil Robles present una lista de hechos

    que, bien justificados con datos estadsticos, presentaban un panorama imposible de

    controlar. La respuesta que dio en ese momento el presidente del Consejo de Ministros fue la

    afirmacin de que sus colaboradores no le haban informado de ello y que no crea en los

    datos expresados por Gil Robles, entre otras cosas porque no se haban producido. Reig Tapia

    argumenta que lo que se estaba produciendo en la Cmara no era ms que un intento de

    provocar la alteracin del pueblo que justificara un alzamiento contra la Repblica. La

    crtica de la oposicin parlamentaria y extraparlamentaria al gobierno de Casares Quiroga ,

    desde los sectores favorables al golpe, no se circunscriba a su debilidad en el mantenimiento

    del orden pblico, sino a la propia esencia y fundamentos del rgimen republicano, causa y

    45 AZAA DAZ, Manuel, Obras Completas (Coord. de Juan Marichal), Mxico D.F., Oasis, 1968 [4 vols.]; Memorias polticas y de guerra, Barcelona, Crtica, 1978 [dos vols.]; Diarios (1932-33 (Los cuadernos robados), Barcelona, Crtica, 1978. 46 PORTELA VALLADARES, Manuel, Dietario de dos guerras, La Corua, Do Castro, 1988; Memorias, Madrid, Alianza, 1989.

  • efecto, al parecer, de todos los males que aquejaban al pas47. Parece que ya no es tan

    necesaria la defensa de Casares Quiroga, ahora sabemos ya que las lecturas vertidas sobre su

    papel eran realmente unvocas y, en consecuencia, con ciertos visos de irrealidad. Sin duda,

    es cierto que el bloque de derechas intentaba justificar el golpe de estado que se avecinaba,

    seguramente sin tener conciencia todava de su desarrollo, para luego hacer responsables a

    otros. En este caso concreto, haran responsable a Casares Quiroga, el individuo ms frgil, lo

    cual puede entenderse como una de las razones por las que se intent que desapareciera de la

    historia de Espaa, evitando as que diera una informacin distinta. Jugaron tambin con la

    ventaja de que el personaje haba asumido su exilio y no tena salud como para ponerse a

    defender algo que el consideraba innecesario justificar.

    Pese al reconocimiento que le ha hecho esa completa biografa, es fcil comprobar

    que su valoracin histrica contina siendo mnima. Sirva como ejemplo la publicacin del

    monogrfico de la revista Ayer, dedicado a La Guerra Civil 48 que tiene el mrito de reunir a

    buena parte de las plumas ms brillantes en la historia de la materia. Los historiadores se han

    decantado por hacer estudios de alto calado sobre la guerra y en sus artculos se menciona a

    Azaa a Martnez Barrio, pero no al presidente Casares. Creo que hablar de los ataques

    morales que se hicieron a su persona ya no tiene sentido, aunque siempre se podr seguir

    investigando en ello. Se me ocurre ahora, despus de leer el ejemplar de Ayer que una de las

    razones para quedar ignorado fue no haber escrito nada de su interpretacin del conflicto, no

    ser autor de ningn texto de memorias que parece ser es lo que convierte a los personajes en

    materia de investigacin histrica.

    La poltica municipal

    Para finalizar esta comunicacin querra dar valor a una carrera poltica poco

    convencional en la historia de Espaa, pues lleg a ser presidente del gobierno, partiendo de

    puestos en la esfera de la administracin local, una situacin casi desconocida, pues no es

    habitual que los cargos ocupados en gobiernos municipales, permitieran el salto hacia puestos

    47 REIG TAPIA, Alberto, "La justificacin ideolgica del alzamiento de 1936", en GARCA DELGADO, J. L., (ed.), La II Repblica espaola. Bienio rectificador y Frente Popular, 1934-1936, V Coloquio de Segovia sobre Historia Contempornea de Espaa, dirigido por Manuel Tun de Lara, Madrid, Siglo XXI, 1988, pp. 211-237. Se trata de un artculo que reproduce en cierto modo algunos de los contenidos ya comentados sobre cmo la derecha utiliz y manipul los datos para justificar el alzamiento. 48 MORADIELLOS, Enrique (ed.), "La Guerra Civil", Ayer, Madrid, n 50, 2003. En este Dossier publican artculos. Enrique Moradiellos, Gabriel Cardona, Ismael Saz, Julio Arstegui, Santiago de Pablo y Enric

  • superiores de la jerarqua poltica. La conexin entre el poder local y el nacional, es una de

    las peculiaridades que ofrece la carrera poltica de Santiago Casares Quiroga. En este asunto

    concreto se puede hacer una comparacin sencilla, Casares Quiroga fue un presidente

    ignorado por la historiografa, igual que las polticas municipales y la historia de la

    administracin local son ignoradas por la historiografa espaola desde hace tambin una

    buena cantidad de aos.

    En este asunto, el de la administracin local y su participacin en esa actividad

    durante el perodo republicano, volvemos a encontrarnos en una situacin sin argumentos

    para revalorizar nada de su participacin en la vida poltica del pas durante la etapa del

    gobierno del Frente Popular. Esto se debe a que la poltica dedicada a reformas

    administrativas durante el perodo republicano no tuvo apenas desarrollo. En el pacto para

    crear el Frente Popular haba una consigna bsica, nacionalizar las tierras, los ferrocarriles,

    las minas, las bancas, etc., pero no se pudo hacer nada. El pas, se encontraba despus de

    haber ganado las elecciones el 16 de febrero en una situacin de suspensin de garantas

    constitucionales, lo cual impeda que se pusieran en funcionamiento los acuerdos pactados.

    Los parlamentarios se quejaban del peligro fascista y de la inexistencia de medidas para dar

    ms democracia. Lo que se ha podido comprobar es que en la etapa republicana,

    probablemente por esa lucha latente entre republicanos y fascistas, apenas se pudo innovar en

    casi nada.

    La etapa republicana se inicio con una normativa de carcter local que segua

    respetando la legislacin maurista y el Estatuto de Calvo Sotelo de 8 de marzo de 1824. En

    esta etapa no se elabor ningn texto que hubiera podido permitir un avance en la normativa

    local y provincial, hasta tal punto que Franco utiliz la ley de Maura para hacer el desarrollo

    de su legislacin municipal. Cuando mencionaba que no es habitual ascender desde puestos

    de la administracin local a puestos superiores en la jerarqua poltica, no haca una

    exageracin, sino plasmar una realidad. El ltimo de los polticos reformistas de la

    administracin local de que se tiene noticia histrica a comienzos del siglo XX, es Jos Calvo

    Sotelo49. Aun hay ms, los textos de Maura y de Calvo Sotelo son las nicas obras conocidas

    como materia de investigacin en el terreno de la administracin local. Probablemente ello se

    deba a la urgencia y rapidez con que debi gobernar la repblica, pero an as han dejado un

    Ucelay-Da Cal. Como mencionaba, algunas de las plumas ms brillantes, pero an as, todava queda mucho por investigar de la historia de la guerra civil espaola. 49 Recientemente se ha publicado una biografa suya, donde aparece como un individuo con intereses reformistas. Vid. BULLN DE MENDOZA Y GMEZ DE VALUGERA, Alfonso, Jos Calvo Sotelo, Madrid, Ariel, 2004.

  • gran vaco para poder realizar una investigacin de carcter local. A Casares Quiroga,

    individuo que proceda de gobiernos municipalistas no se le dio oportunidad de descollar para

    el futuro por un proyecto de reforma administrativa de carcter provincial o municipal y, en

    consecuencia, se ha perdido otra oportunidad de ensalzar su figura.

    S se puede mencionar que en la firma del pacto del Frente Popular para asistir a las

    elecciones, uno de los puntos, el 5, mencionaba la obligacin de promulgar las leyes

    orgnicas de la constitucin, y especialmente la provincial y la municipal. Ese pacto,

    obviamente, no se pudo poner en funcionamiento, pues su objetivo era ganar las elecciones

    generales, despus de haber conseguido una unidad entre los partidos republicanos y los

    marxistas. Como se recoge en un estudio sobre la administracin local espaola, es necesario

    considerar que, salvo los procesos de autonoma catalanista, se hizo muy poco en la II

    Repblica por reformar los proyectos elaborados en la etapa del regeneracionismo. Parece

    que hubo muchos problemas para que se conciliaran entre s las leyes elaboradas en Madrid y

    su aplicacin al resto de los municipios espaoles50.

    Casares Quiroga, muy vinculado, al poder municipal pudo hacer muy poco para

    reformar esa materia. Es evidente que la Constitucin de la II Repblica espaola de 9 de

    diciembre de 1931 trataba de regular el rgimen local de forma muy diferente a la que

    plantaba el Estatuto Municipal de 1824, que era el texto vigente entonces. La II Repblica

    intent hacer innovaciones. Su Ley Municipal era el Decreto de 21 de noviembre de 1935,

    que desarrollaba, a su vez, la Ley de Bases de 10 de julio de 1935. Esta Ley se basaba en el

    Estatuto Municipal y por eso sealaba en su artculo 2 que el municipio era una asociacin

    nacional de carcter pblico, de personas y bienes, constituidos por necesarias relaciones de

    vecindad, y domicilio dentro de un territorio determinado. Con ese inicio se pretenda que el

    Ayuntamiento fuera el rgano supremo de la Administracin municipal y, en consecuencia,

    su gobierno y representacin legal. La eleccin de los concejales, se realizaba por sufragio

    universal libre, directo y secreto, con participacin de las mujeres. Se segua manteniendo

    tambin una Comisin Municipal Permanente, formada por el alcalde y los tenientes de

    alcalde, de la que ese alcalde sera el presidente. El alcalde presidira tambin el

    ayuntamiento y sera el delegado del gobierno en su localidad. Sera elegido en una eleccin,

    distinta a la de los concejales, por los vecinos del pueblo.

    Las alteraciones del Estatuto sern mnimas y tendrn que ver, sobre todo, con las

    competencias, siendo fundamental el reconocimiento en la ley republicana, de la autonoma

  • de los municipios. Los municipios podrn recurrir ante los Tribunales cualquier disposicin

    que vulnerara su autonoma. Ese punto ya era un logro ms que suficiente para que fuera

    considerado como un xito para la vida municipal, pero las necesidades de la guerra

    impidieron un desarrollo amplio, y , por ejemplo, esa ley no regulaba las Haciendas Locales,

    aunque s hizo mucho para fijar la estructura administrativa del funcionariado de los

    municipios. En estas fechas se aprobaron las leyes regionales catalanas de 14 de agosto de

    1933 y de 16 de julio de 1934, textos que supusieron un gran avance en el cdigo normativo

    municipal. La obra de la Repblica en el plano municipal, aunque no muy mencionada, fue

    saltada por la dictadura franquista que en su nueva legislacin permiti el Estatuto municipal

    y provincial de 1924, antes de poner en funcionamiento la Ley de Bases de Rgimen Local

    de 1945, en la que se anula cualquier tendencia progresista de la normativa republicana. Los

    alcaldes, en consecuencia, ya no sern de eleccin popular, sino que sern de nombramiento

    directo de la autoridad administrativa.

    Los problemas de la administracin local espaola en la poca de la II Repblica eran

    derivados del caciquismo imperante en los municipios, algo que el sistema no fue capaz de

    eliminar. Adems de las carencias que podran tener los textos a debatir en la poca de la

    repblica, no se puede olvidar que la ley municipal de la Repblica no aport nada especial al

    factor de la autonoma de los municipios y, en consecuencia, el texto republicano pudo seguir

    inspirando la vida municipal espaola incluso hasta el da de antes del fallecimiento del Jefe

    del Estado don Francisco Franco51. Realmente muy poco o casi nada se haba modificado en

    esa etapa.

    Probablemente, la vinculacin a las materias municipales pueda ser otra causa ms de

    haber sido ignorado por la historiografa. Este ltimo apartado explica bastante bien, el por

    qu de la ignorancia sobre su trabajo. El personaje siempre se haba dedicado a la poltica

    municipal y esa materia, incluso en la poca actual es una de las que se olvidan ms

    fcilmente.

    Bibliografa: AGUILAR FERNNDEZ, Paloma, La memoria histrica de la Guerra

    civil espaola (1936-1939): Un proceso de aprendizaje poltico, Madrid, Instituto Juan

    50 TUSELL GMEZ, Javier y CHACN ORTIZ, Diego, La reforma de la administracin local en Espaa (1900-1936), Madrid, Instituto de Estudios Administrativos, 1973, pp. 215-223. 51 COSCULLUELA MONTANER, Luis y ORDUA REBOLLO, Enrique, Legislacin sobre Administracin Local 1900-1975, Madrid, Instituto de Estudios de Administracin Local (I.E.A.L.), 2 tomos, 1981, pp. XLVI, Tomo II.

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