carlos alberto sacheri: un martir de cristo rey- antonio caponnetto

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  • 8/10/2019 Carlos Alberto Sacheri: Un martir de Cristo Rey- Antonio Caponnetto

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    ANTONIO CAPONNETTO

    (COMPILADOR)

    C a r l o s l b e r t o S a c h e r i

    U n m r t i r d e r i s t o R e y

  • 8/10/2019 Carlos Alberto Sacheri: Un martir de Cristo Rey- Antonio Caponnetto

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    C o l a b o r a r o n p a r a la p r e s e n t e e d i c i n :

    ADALBERTO ZELMAR BARBOSA

    F R A N C I S C O B O S C H

    A N T O N I O C A P O N N E T T O

    ALBERTO CATURELLI

    BUENAVENTURA CAVIGLIA CMPORA

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    A N T O N I O C A P O N N E T T O

    (COMPILADOR)

    C R L O S L B E R T O S C H E R I

    U n m r t i r d e C r i s t o R e y

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    Hecho e l deps i to que o rdena la l ey .

    Buenos Ai res , agos to de 1998

    ( I m p r e s o e n l a A r g e n t i n a )

    I S B N : 9 8 7 - 9 8 4 2 6 - 0 - 1

    E d i t o r i a l R O C A V I V A

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    In t roducc in .

    Antonio Caponnetto 11

    Aclara cin sobre el contenido de este libro 17

    Carlos Alberto Sacheri, en su nombre la lucha contina.

    Verbo, marzo de 1975

    19

    Oracin por el hermano muerto por Dios y por la Patr ia .

    Abelardo Pithod

    21

    Las tinieblas se disipan y se distinguen los bandos.

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    Palabras de Monseor Tortolo.

    Mons. Adolfo Tortolo

    77

    Carlos Alberto Sacheri, mrtir de Cristo y de la Patr ia .

    Vctor Eduardo Ordez

    7 9

    Sacheri y nosotros.

    Federico Mihura Seeber 81

    Carlos Alberto Sacheri. 1974-1984.

    Bernardino Montejano (h)

    91

    Carlos Alberto Sacheri, testigo.

    Alberto Caturelli 9 3

    A 20 aos de su martir io.

    Hctor H. Hernndez

    103

    Tenemos que perdonar.

    Jos Mara Sacheri

    115

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    I n t r oduc c in

    Cuan do nos dispo nem os a escribir estas lneas, a lgo dramtico es-

    t ocurr iendo en nuestra patr ia , cuya protesta tal vez sea este el lu-

    gar adecuado para formular , y cuya primera denominacin bien po-

    dra ser la

    de la falsificacin de la memoria.

    Ella se ha vuelto generalizada, prepotente y cruel; y resultan tan

    hbiles cuan inescrupulosos quienes ofician de profesionales de la

    mentira , que no queda ya prcticamente un espacio sin arrebatar por

    este traicionero olvido.

    Se ha olvidado as, a sabiendas, la existencia del marxismo inter-

    nac iona l con su secue la cient f icamente demost rada de c ien mi-

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    A N T O N I O C A P O N N E T T O

    Pocas veces se vio tan claro aquello de que la guerra y la poltica se

    continan; y que si la pr imera no se acota a lo castrense, la segun-

    da no suele desentenderse de la contienda.

    La subversin creci as en la universidad y en la educacin sis-

    temtica, en el sindicalismo y en las agrupaciones obreras, en la par-

    tidocracia y en el rea aparentemente inabordable de la ciencia y la

    tcnica, en las manifestaciones ar tsticas y en la enseanza general.

    Tuvo y tiene su baluarte predilecto en los medios masivos, no omi-

    ti tampoco su cuota grande de insercin en las mismas Fuerzas Ar-

    madas , y l leg como un dolor punzante y amargo a l corazn

    mismo de la Iglesia . La subversin conquist gobiernos y poderes,

    y baj o sus tenebrosos amparos, las organizacio nes armadas que la

    cobijaron, tuvieron una libertad de accin irrestr icta e impune.

    La Argentina no fue la excepcin, sino por el contrar io, casi un

    caso piloto de la subversin y del terrorismo marxistas en Amrica.

    Cuesta decir lo hoy, y entre nosotros, cuando la susodicha falsif i-

    cacin de la memoria ha logrado imponer el mito del holocausto mi-

    litar ista contra los defensores de los derechos humanos, y no hay es-

    tulto que no repita la fbula de la represin sangrienta frente a ad-

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    INTRODUCCIN 13

    se privaron de escudarse en cr iaturas para propiciar sus fugas o sus

    entue r tos .

    As era la Argentina de los aos setenta; prefigurada ya en los l-

    timos del sesenta y si se quiere, una dcada atrs, cuando se hicie-

    ron oir los primeros escarceos de las clulas armadas.

    En esa nacin as sufr iente, as contrahecha e invadida, as de

    convulsa mur i un domingo de l ao '74 , en v spe ras de Navidad ,

    Carlos Alberto Sacheri. Pero no fue la suya la muerte natural que

    nos llega invariablemente por el paso de los tiempos, sino la muer-

    te heroica y mrtir del luchador y del testigo. Porque digmoslo una

    vez ms y con cr istiano orgullo:

    a Sacheri o matan las fuerzas com-

    binadas del terrorismo y de la subversin marxistas, ya que saban

    de un modo e xplcito que tenan en l a un contrincante formidable

    e irreductible.

    Lo a ses inan ca lcu ladamente casi podr amos e sc r i-

    bir r itualmente, a juzga r por las expresio nes poster iores del g rup s

    :

    J l l que se ad judic la au tor a ma te r ial de l c r ime n com o sea l de

    que su vida y su obra resultaban un desafo y una amenaza a la he-

    d iondez dominante .

    Vale la pena entonces hacerse esta pregunta: quin era Carlos

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    A N TO N I O CA P O N N ETTO

    por eso no estaba dispuesto a presenciar inactivo el complot de los

    heresiarcas y las ofensas de los prevaricadores. Y escribi ese libro

    es tupendo,

    La Iglesia Clandestina,

    que en man os de otro no hubie-

    se pasado del circunstancial panfleto de denuncia contra los males

    del progresismo, pero que en su inteligencia arquitectnica se con-

    vir ti en el manif iesto de la lucha y de la esperanza cr istiana, en la

    doble y necesaria fuerza para recordar la Palabra Verdadera y em-

    puar la tralla que expulsara a los mercaderes del templo.

    Era Sacheri un hombre del Derecho. Como lo entendan los ro-

    manos

    -prudentia inris

    y como pudo in te l ig i rlo un Toms Mo-

    ro o un San Alfonso Mara de Ligorio. Sin el Orden Sobrenatural no

    se sostiene el Orden Natural, y sin ste , vano es el ordenamiento de

    la ley e inevitable el derrumbe de la Ciudad. Iustitia est ad alterum,

    saba con el Aquinate. Y esa alter idad a la que era preciso restituir-

    le lo proporcionado, resultaba para l, tanto el hombre singular co-

    mo el municipio, la empresa o la aldea, la profesin o el Estado. Su

    preocupacin por el bien comn concepto sobre el que escribi

    pgin as llenas de exactitud e xpresab a este afn por lo justo que

    lo acompa desde sus d a s juveni le s .

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    INTRODUCCIN

    15

    gustar al Doctor Anglico, recrendolo antes que repitindolo, exten- .

    dindolo antes que anquilosndolo, aplicndolo en todo ms que re-

    ducindolo a un manojo de citas. o el Toms catalogado y viviseca-

    do de los

    CD

    para el

    persomfcomputer,

    sino el Santo Toms vivo y

    fresco, perenne y enorme , a quien se le apareci una tarde el buen Je-

    ss ofrecindole recompensas por sus empeos, mientras el balbucea-

    ra apenas:

    Seor, yo no quiero otra cosa ms que Vos mismo.

    Era al f in Sacheri, un militante deja Realeza Social de Nuestro

    Seor Jesucristo. Tena por programa el

    Para que El reine,

    por divi-

    sa l 'Oinia instaurare in Christo, por promesa el desafo paulino:

    es preciso que l reine hasta poner a todos sus enemigos bajo sus

    pies.

    Y Tena por arma la prctica de los Ejercicios Ignacianos, para

    no perder nunca de vista la agona crucial de las Dos Banderas.

    Mil i tan te de l Buen Comba te , no e specul jams con acomodos

    mundanos , co n a r r ib ismos ocas iona le s o con ca r re ra s promisor ia s

    en la poltica menuda, a expensas del testimonio limpio de la Ver-

    dad Crucif icada. Y puesto en la mira por su papel de avanzada en

    la lucha contrarrevolucionaria , conserv la sencillez y el estilo afa-

    ble, propio de los seores y de los elegidos. Humildad y vida sin

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    Aclaracin sobre el contenido de este libro

    El ar t culo

    "Carlos Alberto Sacheri. En su nombre la lucha conti-

    na"

    apareci como Edi tor ial de la Revista

    Verbo,

    n

    s

    150, Buenos

    Aires, marzo de 1975, p 5-6. No l leva f i rma, pero su director era en-

    tonces Miguel ngel I r ibarne. La

    Oracin por el hermano muerto

    por Dios y por la Patria,

    de Abelardo Pi thod, fue leda por el autor

    el 26 de diciembre de 1974, en el homenaje que le r indieran a Sa-

    cher i en aquel la fecha, la Facul tad de Humanidades y Ciencias de la

    Educacin de la UCA en Mendoza y el Ateneo de Cuyo. Fue publ i -

    cada en el nmero preci tado de

    Verbo,

    p. 7.

    Las tinieblas se disipan

    y se distinguen los bandos,

    es el t tu lo del discurso fnebre pronun-

    ciado en el per ist i lo de la Recoleta por Juan Car los Goyeneche, el

    23 de diciembre de 1974. Lo incluye asimismo el preci tado n

    a

    150

    de Verbo, p . 9-12. El sentido pleno de una muerte, es el texto del

    otro discurso fnebre que, en el mismo lugar y en la misma fecha,

    pronunciara Francisco Bosch. Junto con

    Sacheri: el mandato de una

    accin concertada,

    de Adalber to Zelmar Barbosa;

    Carlos Sacheri

    en la Repblica Oriental

    , de Buenaventura Caviglia Cmpora;

    An-

    te la muerte de Carlos Sacheri,

    de Pedro Jos Lara Pea y

    Carlos

    Alberto Sacheri y la virtud teologal de la esperanza

    de Juan Vallet

    de Goyt isolo, integran el susodicho nmero 150 de

    Verbo

    , p. 13-38

    respect ivamente.

    Carlos Alberto Sacheri, m rtir de la verdadera

    paz,

    de Juan Antonio Widow, fue publ icado en

    El Mercurio,

    d e San-

    t iago de Chi le, el 7 de enero de 1975. Lo reprodujo

    Verbo

    en el mis-

    mo nmero que venimos ci tando, p . 19-21.

    A veinte aos de su martirio,

    de Hctor Hernndez, es el texto

    del homenaje celebrado el 14 de agosto de 1994, en La Cumbre,

    Crdoba, durante el x Congreso del IPSA. Fue publ icado por

    Ver-

    bo,

    n

    9

    348-349, Buenos Aires, noviembre-diciembre de 1994, p . 7-

    17.

    Carlos Alberto Sacheri, mrtir de Cristo y de la Patria,

    de Vc-

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    tor Eduardo Ordez, apareci en

    Cabildo,

    ao n, n

    e

    21 , Buenos Ai-

    res, 10 de enero de 1975, p. 18-20. Sacheri y Nosotros, de Federico

    Mihura Seeber , en

    Cabildo,

    2da. poca, ao IV, n

    s

    30 , Buenos Ai-

    res, 27 de diciembre de 1979, p. 43-46.

    Carlos Alberto Sacheri, tes-

    tigo,

    de Alberto Caturelli , es el captulo XII de su libro

    La patria y

    el orden temporal,

    Buenos Aire s ,

    Gladius,

    1993, p303-315.

    Las pa-

    labras de Monseor Tor olo,

    son un fragmento de su prlogo a la

    segunda edicin de

    El Orden Natural,

    Bueno s Aires, IPSA , 1975, p.

    v i - v n . Carlos Alberto Sacheri. 1974-1984, de Berna rd ino Monte ja -

    no , fue publ icado como

    Carta al Lector

    po r

    Verbo,

    n

    Q

    249 , Buenos

    Aires, diciembre de 1984, p. 5-6. Tambin el testimonio de su pro-

    pio hijo mayor, e l Dr. Jos Mara Sacheri,

    Tenemos que perdonar,

    fue dado a conoce r en

    Nueva Lectura,

    n

    9

    32, Buenos Aires, octubre

    de 1996, p. 36-37, se incluyen en esta edicin.

    Por ltimo, se reproducen partes sustanciales de ar tculos que

    C.A.S. publicara en

    Verbo

    nmeros 82, 109 y 121/122. De sus li-

    bros

    La Iglesia Clandestina

    y la com unicaci n que presenta ra al

    Quin to Congreso de Lausana , convocado por e l Of f ice In te rna t iona l

    des Oeuvres de Formation Civique et action culturelle selon le droit

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    en

    Car los Alber to Sacher i ,

    su nombre la lucha cont inua

    Cuando, el 22 de diciembre pasado, fue asesinado Carlos Sacheri, se

    pudo dec i r caba lmente : ha ca do un so ldado de Cr is to Rey.

    Ese da , la Ciudad Catlica de la Argentina, perdi a su animador

    ms lcido y pleno y, a l propio tiempo, gan un poderoso intercesor

    en los Cielos.

    Nuestros amigos, sus alumnos, los sectores ms esclarecidos de la

    opinin argentina, e l la icado catlico dentro y fuera de los lmites na-

    cionales, saben del valor , de la pureza y de la fecundidad de su obra

    intelectual, de esa obra de la que "Verbo" fue privilegiado vehculo

    por ms de una dcada. Redundante, pues, es toda glosa de semejan-

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    2

    V E R B O N

    5

    1 5 0

    able, se derramaba luego en todos sus actos y relaciones, definidos

    por una transparencia infrecuente en esta sociedad y en este siglo.

    Tras lo cual, es imperativo revivir su sentido de la unidad. Dispo-

    sicin del nimo que no emerga de clculos estratgicos o tcticos,

    ni de una simple mentalidad apaciguadora, sino de la clara concien-

    cia que Carlos Sacheri tena de la sublimidad del Fin al que haba

    consagrado su vida. Enamorado de la Realeza Social de Cristo, saba

    distinguir lo esencial de lo accesorio, y no admita que discrepancias

    en tomo a lo instrumental, hicieran perder de vista la comunin en lo

    fundamental. Nunca se pudo contar con l para intr igas dialectizan-

    tes; le jos de ello, en los ltimos aos su persona se convir ti natural-

    mente en polo aglutinador de cuantos, en uno u otro frente, desde una

    u otra extraccin poltica o cultural, c ifraban las esperanzas naciona-

    les en la restauracin del Orden Natural y Cristiano.

    Permtase a la Ciudad Catlica enorgullecerse de que los valores

    que incansablemente ha sealado como bases de una ascesis del mi-

    litante, a lcanzaron tan bella expresin en la vida de Carlos Sacheri.

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    Oracin por e l hermano muerto

    por Dios y por la Patria

    Esta oracin fue leda en el homenaje que la Facultad de

    Humanidades y Ciencias de la Educacin de la Pontificia

    Universidad Catlica, Mendoza, y el Ateneo de Cuyo rindie-

    ron a Carlos Alberto Sacheri el 26 de diciembre de 1974,

    festividad de San Esteban Protomrtir.

    Carlos Alberto Sacheri, hermano predilecto, camarada

    Te a r r eba ta ron , he rmano, te a r r anca ron la v ida como nada .

    Te arrancaron la vida a borbotones

    y tu sangre que no para

    es como una fuente pura y ro ja ,

    inmaculada ,

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    2 2

    A B E L A R D O P I T H O D

    No no hay muerte repentina

    T la miraste venir con ojazos buenos

    que no saban mirar sino de frente,

    como de f r en te y hace mucho la mirabas .

    Fuis te t , lo sabemos. Pe regr ino , desde s iempre la e leg is te .

    Pero t, hermana muerte apresurada,

    te lo llevaste avariciosa como llevas

    las almas predestinadas.

    As , Ca r los Albe r to , he rmano, tuv is te la muer te merec ida ,

    la muerte repentina de los buenos.

    Ahora que ests donde queras,

    camarada hu id izo , e sp ranos .

    Hasta la muerte hermano,

    has ta tu muer te que no nos m erecemos.

    Abelardo Pithod

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    Las t in ieblas se d isipan

    y se dist inguen los bandos

    Palabras pronunciadas en el peristilo de la Recoleta el 23

    de diciembre de 1974 por Juan C. Goyeneche

    Amigos:

    Estamos reunidos aqu para despedir los restos de un hombre jo-

    ven 41 aos que fue ra aye r v i lmente a ses inado.

    Esa juventud no le impidi ser un brillante intelectual y de gozar

    de gran nombradla como profesor de f ilosofa tomista .

    Desde sus comienzos como estudiante en la Universidad de Laval

    en Qu ebec, dond e de d isc pulo de l eminente tomis ta Char le s de

    Konick pas, al egresar , a ser colaborador en la ctedra hasta su ac-

    tuacin en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Cat-

    lica, Sacheri no fue un mero repetidor sino que estableci vnculos de

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    2 4

    J U A N C A R L O S G O Y E N E C H E

    Y as, desde su primer ar tculo sobre Mamerto Esqui en la revis-

    ta

    Presenc ia

    en 1955; como luego en

    Verbo, Universitas, Premisa,

    Cabi ldo , Mikae l , se puede decir que no existe publicacin de pensa-

    miento catlico en el pas donde su seguro magister io no haya con-

    tr ibuido con importantes aportes.

    Las empresas superiores, como aquellas en las que se ve envuelto

    la defensa de la Patr ia o el santo nombre de Dios, requieren pureza

    en la accin y en el mpetu que la genera.

    Ms que un intelectual de vala , ms que un profesor de brillantes

    dotes, Carlos Alberto Sacheri era un verdadero apstol. Nosotros vi-

    vimos urgidos por el tiempo y la prisa con que acontecen los hechos

    de esta historia convulsa y confusa que nos tiene por sus protagonis-

    tas. Sacheri conoca muy bien las apremiantes exigencias del aposto-

    lado de hoy, tan lleno de Judas que traicionan lo ms sagrado y de Pi-

    latos que se lavan las manos.

    Saba que el apstol de hoy d ebe trabajar por lograr apstoles bien

    formados, intelectualmente claros, apstoles de vida profunda. Por

    eso en l, e l intelectual, e l hombre de pensamiento r ico no se agota-

    ba en fr as exposiciones escolsticas, sino que sus alumnos eran lle-

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    LAS TINIEBLAS SE DISIPAN Y SE DISTINGUEN LOS BANDOS 25

    jas, logreros y mediocres tiene hoy, gracias a la ceguera de los que

    matan por la espalda, en el e jemplo de f idelidad a sus ideales del

    P rofesor Jordn Bruno Genta aye r, y hoy en nues t ro en t r aable

    amigo Car los Albe r to Sache r i gu iones a los que seguir y co nduc ta s

    a imitar .

    f~ Nin gn joven, pues, tiene ya derecho a mirar con desespe ranza a

    su alrededor o a lamentarse de su soledad o de la falta de maestros.

    Porque ya los tiene, cubiertos de sangre.

    Maestros que supieron dar una impresionante leccin, su ltima y

    mejor leccin con sus muertes ejemplares.

    Por eso debe haber serena alegra en nuestros corazones tranqui-

    la paz, como hay gozo en el c ielo, porque las tinieblas se disipan y

    se distinguen los bandos: uno que agrupa a las sectas donde se des"-

    precia a la Patr ia , se niega nues tra tradicin y se odia a Dios. El otro,

    que un e a los que no temen el r iesgo ni se niegan al esfuerz o, si e llos

    son requeridos para dar un testimonio es decir , para ser mrtires

    por los ms altos ideales que pueda el hombre tener: la Patr ia donde

    vio la luz y D ios que le dio el ser .

    Como sospecho, con fundamento , que habr aqu ms de un en-

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    2 6 J U A N C A R L O S G O Y E N E C H E

    Cunto grande se podra decir de t , si reparsemos en tus actitu-

    des de ciudadano responsable y de argentino f iel a su patr ia . Pero me

    es dif cil seguir porque se me nubla la vista .

    Carlos Alberto Sacheri, cr istiano f iel, patr iota ejemplar , amigo sin

    doblez: descansa en paz. Y pdele a Dios para nosotros que nos prive

    del descanso, si no salimos de aqu resueltos a vivir a la altura de tu

    ext r aord ina rio e jemplo .

    Juan Carlos Goyeneche

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    El sentido pleno de una muerte

    El siguiente es el texto de las palabras pronunciadas por

    el

    Dr.

    Francisco Bosch, Decano de la Facultad de Derecho

    de la Universidad de Buenos Aires, en la Recoleta, el 23

    de diciembre de 1974.

    La Universidad de Buenos Aires me ha encomendado hablar en este

    entierro de Carlos Alberto Sachen, quien en vida fue amigo y maes-

    tro de muchos de nosotros, eximio profesor y Director del Instituto

    de Filosofa de la Facultad cuya intervencin ejerzo.

    Cuando la vida es la "vida buena", la muerte posee un sentido ple-

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    F R A N C I SC O M . B O S C H

    que creen satisfacer su vocacin por el mero estudio de las abstraccio-

    nes pero cuidando siempre de que tales abstracciones no lleguen a

    concretarse en frmulas peligrosas. Carlos Alberto Sacheri, sin apear-

    se de su condicin de intelectual, supo que en definitiva dicha condi-

    cin lo constrea a esgrimir la verdad como una bandera, o como una

    lanza cuando el caso lo haca necesario. Frente al marxismo, que se

    infiltraba solapadamente en el cuerpo de la Iglesia , no dud en de-

    nunciar sus procedimientos y a sus cmplices. Y otro tanto hizo con

    el marxismo que tentaba sentar sus reales en el cuerpo de la Patr ia al

    amparo de circunstancias polticas que, los eternos enemigos del ser

    nacional, creyeron favorables.

    Porque fue un maestro comprometido con su tierra y con su Fe, su vi-

    da fue tronchada por un asesino. Pero porq ue fue un maestro, en el ms

    cabal sentido de la palabra, su vida trasciende a su muerte y nos que-

    da a nosotros como ejemplo. Dios guarde tu alma, Carlos Alberto Sa-

    cheri; y a nosotro s nos d fuerzas para proseguir , sin mezquind ades ni

    grandilocuencias, la lucha que vida en orientaste y cuyo sentido se-

    llaste con tu muerte .

    Francisco M. Bosch

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    Sacheri: e l mandato

    de una accin concertada

    La muerte Unos creern que la necesitamos para estmu-

    lo. Otros creern que nos va a deprimir; ni lo uno, ni lo otro.

    La muerte es un acto se servicio.

    Jos Antonio

    Para todos los que hem os tenido el pr ivilegio de compartir la lucha con

    Car los Albe r to Sache r i , su humildad cons t i tu a pe rmanen te e jemplo

    de la accin. Humildad de entraa cr istiana que surga del convenci-

    miento de sentirse instrumento, servidor, soldado de la causa total de

    Cristo Rey. Sacheri no b uscaba la gloria en el obrar , sino que su obrar

    estaba orientado al servicio de la mayor gloria de Dios.

    La suprema instancia de su muerte no debe cambiar por tanto la

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    3 0 A D A L B E R T O Z E L M A R B A R B O S A

    as intenciones se ester ilizaban por el celo individualista de sus res-

    ponsables. Esa mentalidad de cenculo "circuito cerrado" de la ac-

    c in que tan ta s veces ha conduc ido a enf ren tamientos mezquinos

    entre las propias huestes de Cristo Rey.

    Y si esa actitud dialectizante ha impedido toda armnica labor,

    igualmente contrar ia a su espr itu resulta la tendencia a aglutinar en

    torno a un movimiento nico, monoltico, pero vulnerable tras la apa-

    r iencia de una slida validez cuantitativa.

    Sacheri combati tanto uno com o otro extremo de la accin. Su me-

    todologa, observada en la lcida visin de Jean Ousset, fue la

    con-

    certacin basada en la complementaridad de aquellas obras que "con-

    tr ibuyan dentro de sus lmites y mtodos propios a la instauracin de

    un orden econmico, social, poltico y cultural, respetuoso del dere-

    cho natural y cr istiano".

    Este fue el amplio campo en el que Sacheri despleg su militan-

    cia . Su aceptacin de la realidad por tomista , ni utpica ni resigna-

    da lo llev a contar con la natural diversidad de los grupos y de

    hombres, para su tarea de reconstitucin del te jido social. Accin so-

    brenatural por su objetivo, pero poltica en su desenvolvimiento. Ac-

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    SACHERI: EL MANDATO DE UNA ACCIN CONCERTADA

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    r iencia cotidiana y el aporte doctr inal. Terreno propio de la concerta-

    cin, de su mayor extensin depende la conjugacin fecunda de las

    obras com plementa r ia s .

    Por ltimo, Sacheri saba que para multiplicar esa labor de anima-

    cin cvica preciso era dotar a sus responsables de un bagaje doctr i-

    nal slido que comprendiera tanto lo contingente como lo sobrenatu-

    ral. Sin la visin total e integradora de los dos planos, jams se po-

    seera el espr itu de la Obra. Mal podra entonces responderse con

    justeza a sus mltiples exigencias. De ah su dedicacin a la forma-

    cin de los animadores: sus innumerables cursos, sus ciclos de con-

    ferencias, sus notas y escritos que se vieron frecuentemente poster-

    gados por la inmensa generosidad con que se prodigaba a quienes re-

    queran su presencia, su enseanza, su consejo. De ah tambin sus

    frecuentes recomendaciones para que el mayor nmero participara de

    los Ejercicios Espir ituales de San Ignacio, inigualable medio de con-

    certacin espir itual en tomo al Principio y Fundamento.

    Para ese nuevo estilo de la accin poco importan los rtulos y las

    ocasionales banderas. Sacheri desech en todo momentos los parti-

    cular ismos o el miniaturismo del obrar para convertirse en una inte-

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    A D A L B E R T O Z E L M A R B A R B O S A

    ba del acier to de su accin concertadora y para sus camaradas, un

    manda to ine ludib le .

    Que D ios le de la Paz al f in de su com bate y a nosotros no s niegu e

    el descanso hasta que sepamos estar a la altura del ejemplo heroico

    de su muerte .

    Adalberto Zelmar Barbosa

  • 8/10/2019 Carlos Alberto Sacheri: Un martir de Cristo Rey- Antonio Caponnetto

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    Car los Alber to Sachen,

    m r t i r ce la ve rd ade ra paz

    El domingo 22 de diciembre, en el barr io bonaerense de San Isidro,

    cuando volva de misa con su mujer y sus hijos, fue asesinado.

    El 7 de marzo de 1974, al redactar el estudio preliminar a unas

    obras del padre Julio Menvielle , su maestro muerto pocos meses an-

    tes escriba que "el retomo pleno al ideal cr istiano de la vida" es lo

    nico que puede devolvernos la paz, "la autntica y nica Paz, que

    anuncia el apstol San Pablo a quienes aceptan morir en Cristo, para

    resucitar con l".

    Saba que, en los ltimos meses, por hacer lo que haca arr iesgaba

    la vida. Y lo que haca era procurar para la Iglesia y para su Patria el

    recto orden fundado en la Redencin y en la ley natural. En esto tra-

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    J U A N A N T O N I O W I D O W

    La segunda caracter stica es tambin rara entre quienes trabajan

    por la misma causa por la que vivi y muri Carlos Sacheri: la perse-

    verancia. No era de los hombre s que actan al son de entusiasmos, si-

    no de los que, conociend o un f in y querindolo, se dir igen hacia l con

    serenidad, venciendo obstculos y comunicando ponderacin all

    donde la euforia o el desaliento circunstanciales de los otros desdibu-

    jan la objetividad de la tarea por hacer . Fue una de esas personas ex-

    cepcionales que nunca cedi a ese "cansancio y desercin de los bue-

    nos" de que tanto se lamentaba San Po X.

    Lo que ha dejado escrito es poco, si se lo compara con la huella

    que deja al morir en sus cuarenta aos de edad. Los ttulos dan una

    idea de sus principales preocupaciones: "Funcin del Estado en la

    economa social"; "Estado y educacin"; "La Iglesia y lo social";

    "Naturaleza humana y relativismo cultural"; "Naturaleza del Magis-

    ter io" y por ltimo, el libro en que denuncia, con profundo conoci-

    miento y mucha caridad, la erosin y autodemolicin de la Iglesia Ca-

    tlica, "La Iglesia clandestina", publicado en 1970.

    Cuarenta aos de edad, siete hijos, e l mayor de trece aos. Muerto

    de un tiro cuando volva de misa. Lo nico que puede dar sentido a

    esto, lo nico que puede impedir que brote, en los que fuimo s sus ami-

  • 8/10/2019 Carlos Alberto Sacheri: Un martir de Cristo Rey- Antonio Caponnetto

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    Carlos Sacheri en la Repbl ica Oriental

    Recuerdo y s mbolo

    Fue en la que result ser su ltima disertacin en Montevideo, que tu-

    vo lugar en la noche del 26 de noviembre de 1974, veintisis das an-

    tes de su inicuo asesinato.

    Luego de su conferencia de la tarde sobre "Esencia de la Civiliza-

    cin Occidental" y en otra sala habl, ante una concurrencia reduci-

    da, seleccionada en vir tud de lo delicado del tema: "Situacin polti-

    ca argentina".

    Su palabra, siempre clida y humana, haba ido separando con qui-

    rrgica precisin y dejando en descubierto, las diversas facetas de la

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    BU EN A V EN TU RA CA V I G LI A C MP O RA

    fectamente identif icado con orientales como nosotros y, en cambio,

    nada lo poda unir a los integrantes del "ER P" por ms argentinos que

    sean legalmente.

    Evocamos esta observacin de Sacheri porque ella nos parece muy

    exacta y un smbolo de su actuacin en nuestro pas. Nuestra expe-

    r iencia nos indica que en los aos en que visit asiduamente Monte-

    video, nunca recordamos a su respecto la diferencia de nacionalidad.

    Cierto es que entre argentinos y orientales existe gran hermandad, pe-

    ro an as puede haber matices diferenciales, que en el caso concre-

    to no los advertimos porque no existan o porque quedaron sumergi-

    dos en la r iqueza de la misma doctr ina, de los mismos planteos te-

    r icos y prcticos, de los mismos ideales, de la misma prdica. Es que

    las grandes verdades no tienen fronteras y valen para la humanidad

    entera.

    Valores intelectuales

    Lueg o de este recuerdo que destaca un aspecto interesante de la ac-

    tuacin de Sacheri en el Uruguay, el haber sido para nosotros no un

    extranjero sino uno de los nuestros, debemos evocar su personalidad

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    CARLOS SACHERI EN LA REPBLICA ORIENTAL 3 7

    tada debido a su alta calidad hum ana: su modestia , su sencillez, su bon-

    dad, su cordialidad, frutos todos de una autntica caridad sobrenatu-

    ral que hacan doblemente ef icaz su prdica pues ella caa en nimos

    preparados por las simpata .

    Sin embargo, su semblanza no quedara completa si no se mencio-

    naran su f irmeza de carcter y de convicciones, su constancia y sus

    destacadas dotes de prudencia y de consejo. Su sentido religioso y su

    piedad lo convertan en un verdadero caballero cr istiano.

    En resumen, podemos decir que la extensin e intensidad de su

    gravitacin e inf luencia se debieron a la calidad y autenticidad de sus

    valores intelectuales, morales y sobrenaturales.

    La razn de su vida

    Las circunstancias de la muerte de Sacheri revisten un simbolismo

    especial, pues fue asesinado en ocasin del cumplimiento de sus de-

    beres religiosos, del precepto dominical de la Misa.

    Su muerte tuvo cier to aspecto de asesinato r itual, cometido, dir a-

    se, por sectas de inspiracin satnica que quisieron f irmar su cr imen,

    dejar su impronta de odio a Dios y a la Religin de Cristo.

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    3 8 BU EN A V EN TU RA CA V I G LI A C MP O RA

    Y a esa situacin conv ulsa no se le encuentra la salida qu e evite caer

    en la e sc lav i tud comunis ta , porque e l mun do mod erno , tan progres is -

    ta en las ciencias experimentales y en lo tecnolgico, adolece por el

    contrar io de un inmovilismo total, de un total conservadurismo res-

    pecto a las ciencias humanas y sociales. Porque sucede que ese mun-

    do moderno , con un increble espr itu inmovilista , conservadurista , per-

    man ece aferrado a la caduca y fracasada ideologa dieciochesca en ba-

    se a la cual se deline. Ideologa que, en sus doscientos aos de anti-

    gedad, pudo exteriorizar todas sus potencialidades dainas. Las uto-

    pas que constituyen esa ideologa desembocan f inalmente en el mar-

    x ismo y e l comunismo porque s tos no cons t i tuyen s ino una e tapa

    ms en la misma ruta utpica; son las consecuencias f inales de las

    premisas erradas a las que no se quiere renunciar .

    Por tanto, mientras el mundo, las sociedades modernas con ese

    conservadurismo, con ese inmovilismo increble , se sigan aferrando

    a las mismas bases ideolgicas caducas, no podrn adoptar el sano re-

    formism o que curando r ea lmente los profundos ma les mora le s , in te -

    lectuales y sociales, termine de una vez con el peligro de la cada en

    e l marxi - comunismo, de o t ro modo inevi tab le .

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    t inacional respecto a la importancia de lo doctr inario, no es compar-

    tida por la Contrainsurgencia, que ve con indiferencia cmo les arre-

    batan a hombres de la jerarqua de Sacheri o similares.

    Lo que la contrainsurgencia ignora

    Los tratados militares sobre guerra subversiva ensean que ella es

    ideolgica y poltica. Sin embargo, los conductores responsables de

    estudiar esa guerra y de comandar la Contrainsurgencia no profundi-

    zan en esos caracteres ni sacan todas las obligadas consecuencias in-

    herentes a los mismos.

    Porque si la subversin se apoya en la ideologa marxista que ins-

    pira la estrategia de su agresin psicopoltica, en qu bases ideol-

    g icas se apoya r la Contra insurgenc ia e insp i r a r su e s t r a teg ia?

    La Contra insurgenc ia sabe mejor d icho , debe r a sabe r que

    nuestras sociedades estn basadas en la ideologa liberal que consis-

    te tan slo en la "neutralidad ideolgica", en el respeto de todas las

    ideologas por igual, incluso de la marxista: en la absoluta

    "esterili-

    dad doctrinaria". No atiende ms que a cier tos aspectos formales

    que de ninguna manera cierran el paso al comunismo y a su conquis-

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    sidad imp eriosa que tien e de l para lograr el tr iunfo de su causa. Por

    eso no los escucha, no los utiliza, no los apoya, no los defiende y los

    deja asesinar pese a que tales especialistas escasean y frecuentemen-

    te son insustituibles.

    Por eso, si la Contrainsurgencia espontneamente y por s misma

    no ha logrado captar toda la vital importancia de ese servicio de apo-

    yo doctr inario, que caiga en la cuenta de esa importancia al observar

    cm o el enemi go se preocupa de quitar le a ella la mera po sibilidad de

    aprovechar en el futuro, lo que hasta ahora desperdici.

    El trgico desinters de los conductores responsables de la C ontrain-

    surgencia por el problema ideolgico y por los pocos expertos dispo-

    nibles, demuestra la gravedad de la cr isis intelectual en que est su-

    mido el mundo moderno. Porque lo real es que ni an los supuesta-

    mente defensores del orden contra la agresin subversiva, si bien no

    dejan de reconocer tericamente el carcter ideolgico que ella revis-

    te , ni aun ellos perciben la necesidad del arma doctr inaria y les pare-

    ce secundaria la lucha en el campo intelectual.

    Tales defensores del orden y conductores de la Contrainsurgencia

    estn anclados en Clausewitz cuando los acontecimientos histricos

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    CARLOS SACHERI EN LA REPBLICA ORIENTAL

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    sino para ser arrojada y pisada de los hombres" (S. Mateo, 5, 13) .

    Sacheri, sin arrogarse prerrogativas que no le correspondan, cum-

    pliendo simplemente sus deberes de catlico bautizado y confirma-

    do, y basado en las enseanzas y advertencias pontif icias y en s au-

    toridad de f ilsofo cr istiano, luch como bueno contra el "conglome-

    rado de todas la s he re j a s" que e s e l neomodernismo-progres is ta .

    Que aprendan de l y que se corr ijan mientras estn a tiempo de

    salvarse, aquellos a quien por boca de Isaas (56,10), Dios anatema-

    tiz tratndolos de "perros mudos", que no ladran para aler tar contra

    el enemigo .

    Su sangre no quedar estril

    El asesinato de Sacheri es algo monstruoso e inaceptable m oralmen-

    te hablando, pero si Dios lo permiti por algo ser.

    En primer lugar , ya tuvo por efecto conmover a aquellos ms pr-

    ximos y hacerlos meditar acerca de si para la Gran Causa daban co-

    mo l, e l mximo posible . Y tambin, en aquellas personas slo peri-

    fr icamente vinculadas a Sacheri, cre una ola de interrogantes hacin-

    doles pensar qu importancia trascendental tendra su prediccin y

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    Ante la muerte de Carlos Sacheri

    Escribo estas lneas frente a un retrato de Carlos Sacheri, que tengo

    sobre mi escritor io, donde aparece l sentado junto a Mara Marta y

    seis de sus hijos. La foto con las diferentes poses y piruetas de los chi-

    cos est toda llena de alegra , de vida y de calor fam iliar . . .

    Hoy sirve para recordarme, adems de la admiracin y del afecto

    hacia el amigo ya ido, el sentido trgico de la presente vida y el va-

    lor del sacrif icio heroico de aquellos que se constituyen en soldados

    de Cristo en este Mundo.

    Conoc a Carlos Sacheri en Buenos Aires, en un Congreso del IP-

    SA, all por los aos de la dcada del sesenta. En las sesiones del

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    4 4 P E D R O J O S L A R A P E A

    Estaban de moda para ese entonces en Caracas, las tesis ideolgi-

    cas del discutido jesuta Teilhard de Chardin. En los medios del pro-

    gresismo catlico hacan furia .

    La expos ic in que h izo Sache r i fue magis t r a l . En dos confe ren-

    cias contradictorias desbarat las tesis errneas de Teilhard espe-

    c ia lmente sobre la grac ia y la v ida sobrena tura l , y jus t i f ic e l Mo -

    nitum de Juan XXIII , que calif icaba de errneas las tesis de Teilhard

    y prohib a su d i fus in en los Semina r ios y en los medios de educa -

    cin catlica.

    La conferencia que dict sobre Santo Toms fue singularmente lu-

    min osa. Casi podra decir que rehabilit en nuestro medio la f igura del

    Doctor Anglico a la que las corr ientes progresistas haban desacre-

    ditado un tanto, haciendo que se tuviera al vocablo "escolstico" co-

    mo s innimo de an t icuado y de inse rv ib le .

    Escuchar la fundamentada reivindicacin de las tesis tomistas, en

    boca de un hombre poseedor de una juventud radiante y de una loza-

    na intelectual esplendorosa, era cosa que sin duda alguna impresio-

    naba. Y afectaba a muchos viejos que se las queran dar de modernos,

    esgrimiendo tesis antiescolsticas ya superadas por la cr tica f ilos-

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    ANTE LA MUERTE DE CARLOS SACHERI

    4 5

    un mentiroso si dijera que slo sentimientos de paz, de resignacin,

    de conformidad cristiana se me vienen a la mente. Tal cosa sera ha-

    cer gala de una elevacin muy superior a mi desarrollo espir itual.

    La conformidad con el hecho irreversible de la muerte , la impo-

    ne la fe en Dios y hasta la fuerza misma de las cosas. Pero esa con-

    formidad no puede se r una conformidad pas iva ; una r e s ignac in pre -

    ada slo de abulia; que muchas veces bajo la fementida capa de re-

    signacin cr istiana, slo incuba una posicin de comodidad y de in-

    diferencia. . .

    La muerte de Sacheri, es una muerte que no puede producir slo

    un sentimiento de ausencia o de dolor por la prdida del amigo que

    se va, o del valor intelectual que desaparece en la causa en que mili-

    tamos. En la muerte de Sacheri hay algo ms.. . La forma de su muer-

    te es impactante. Hay en ella algo que remueve las entraas, que con-

    mociona las f ibras ms ntimas del alma.

    Ins t in t ivamente , e spontneamente , humanamente ocur re a l a lma

    el sentimiento de venganza merecida. . . Pero tambin ocurre al a lma,

    la conviccin de que la venganza nos est prohibida a nosotros por

    nuestra fe . Eso es cier to. Ese es un camino vedado por una barrera

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    l l

    Carlos Alberto Sacheri y la virtud

    teologal de la esperanza

    Conoc a Car los Alber to Sacher i en Lausanne, siendo l profesor de

    Fi losof a de la Universidad Laval del Canad, cuando con esta inves-

    t idura y como Delegado de la Ciudad Catl ica de Buenos Aires pre-

    sidi durante el V Congreso de "Off ice Internat ional" el 6 de abr i l

    de 1968, la conferencia del i lust re escr i tor Marcel Clment : "Quie-

    ro agradecer tambin dijo en su salutacin al equipo direct ivo

    del Off ice Internat ional , que ha tenido a bien invi tarme a presidir es-

    ta sesin, quer iendo sin duda subrayar , ms al l de mi persona, el es-

    fuerzo complementar io de las frmulas de accin tan diversas como

    las de la Ciudad Catl ica de Buenos Aires, plenamente consagrada

    a la accin doctrinal y a la animacin cvica, y a esa otra de la Uni-

    versidad Laval , en Quebec, que ha venido real izando desde hace

    treinta aos una verdadera renovacin de la F i losof a ms actual en

    tanto ms t radicional" .

    En "Verbo" espaol 126-127, de junio- jul io-agosto 1974, tuvimos

    el honor de publ icar su comunicacin al Congreso Tomista de G no-

    va de la Asociacin Internacional Fel ipe n , "La just icia conmutat iva

    y la reciprocidad de cambios".

    Por l t ima vez, siendo l profesor t i tu lar de Metodologa Cient f i -

    ca y Fi losof a Social de la Universidad Catl ica Argent ina, profesor

    t i tular de Fi losof a e Histor ia de las Ideas Fi losf icas en la Facul tad

    de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, nos vimos y conver -

    samos, almorzando juntos, en Buenos Aires hace poco ms de un ao.

    Recuerdo bien los comensales ramos seis y retengo bastante lo

    que al l hablamos.

    Car los Alber to Sacher i , acendradamente bueno, catl ico fervien-

    te, i r radiando fe, esperanza y car idad, joven an, era ya un sabio,

    aunque con su modest ia t rataba siempre de que pasara inadver t ido.

    Conocedor r iguroso y pro fundo de las obras de Santo Toms de Aqui-

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    B U E N A V E N T U R A C A V IG L IA C M PO R A

    no su l t imo ar t culo monogrf ico, publ icado en Mikael N

    6

    5 , fue:

    "Santo Toms y el orden social" se hal laba completamente al da

    en el conocimiento y cr t ica de las nuevas tendencias f i losf icas y so-

    ciales.

    En estos momentos, en el recuerdo que guardamos de l predomi-

    na la resonancia del contenido profundo de las palabras que en Lau-

    sanne, en la primavera de 1968, dedic a la virtud teologal de la es-

    peranza, que inici formulando estas preguntas: "por qu se ar reme-

    te con tal encarnizamiento a la pet i te f il ie esprance, como le gus -

    taba l lamar la a Peguy? Qu t iene esta vi r tud sobrenatural que tan vi-

    vamente choca con el espr i tu de la Revolucin Moderna?"

    En lugar de hablar de l , prefer imos esc uchar le a l mismo. A di-

    ferencia de la car idad, recordaba Car los Alber to , " la esperanza con-

    templa al hombre en su propia condicin, que es la de un ser inaca-

    bado

    ho m o v i a to r

    it inerante, siempre en t rance de esperar su

    f in, siempre p reocupado por su f in" . Su objeto propio "sobrepa sa al

    hombre y siempre lo sobrepasar", pues ese objeto es Dios mismo, cap-

    tado en el ref lejo de nuestro acto de fe como soberano nuestro y nu es-

    t ra eterna beat i tud. San Pablo lo expres: "Tenemos una esperanza

    que nos hace penetrar hasta el interior del velo. En la maravillosa ar-

    qui tectura de la vida sobrenatural , las t res vi r tudes infusas se ordenan

    una a las ot ras, de tal modo que la fe est al pr incipio de la espe ran-

    za (ya que no es posible esperar pod er contemplar un da a Dios, tal

    cual Es, si no creemos previamente en l y en su palabra) e igual-

    mente la esperanza se ha l la en el pr incipio de la car idad (pues, c-

    mo amar ese Dios inf ini to sin conf iar en su socor ro?: Mi gracia te

    basta)" .

    Sacher i ha alcanzado sin duda la meta de esta esperanza, pues es-

    per en el la y vivi conforme a el la.

    No le pas lo que deca de los filsofos modernos, que "han ca-

    do, unos t ras ot ros, en los pecados contra la esperanza que Santo To-

    ms descr ibe en su Summ a Teolgica: el pr imero es la presuncin, el

    segundo es la desesperacin. La presuncin, que es uno de los peca-

    dos contra el Espr i tu Santo, consiste en que el hombre se apoya en

    los poderes dimanantes de Dios para encontrar lo que el contradiga,

    o simplemen te en el hecho de exagerar nuestro propio valor personal .

    Comporta, pues, la aversin al Bien inmutable y una conversin al bien

    perecedero. En cambio, la desesperacin proviene de que el hombre

    CARLOS SACHERI EN LA REPBLICA ORIENTAL

    49

    no espera par t icipar en s de la divina per feccin de Dios. Precisa-

    mente. Qu hal lamos cu ando examinamos c on esa luz las cor rientes

    modernas de la filosofa? Las ms acabadas variantes de la presuncin

    y del orgul lo . Cm o si no cal i f icar la tentat iva car tesiana y posi t ivis-

    ta de conocer lo todo por el nuevo mtodo universal? Y la ereccin

    del deber kant iano en nica norma moral? Cmo designar el Es-

    pr i tu Absoluto de Hegel , que hace real a toda cosa po r el solo hecho

    de pensar la? Feuerbach designa su propia doctr ina como un antro-

    potesmo. Marx declara: El hombre es el ser absoluto para el hom-

    bre", mientras Nietzsche dice: Si hubiera dioses, cmo aceptar a yo

    no ser Dios? Por lo tanto, Dios no existe. Y Teilhard, que nos ins-

    tala gratui tamente en el confor table t ranva de la evolucin pleromi-

    zante y nos conduce en l nea recta al En-Adelante?. . . Con toda razn

    el histor iador Emest Cassi rer ha dicho que, a par t i r del Renacimien-

    to , la f i losof a moderna no ha hecho sino at r ibuir al hombre todas las

    per fecciones que la teologa cr ist iana at r ibua a Dios".

    "Si por ot ra par te aada volvemos la mirada hacia las for -

    mas del pe simismo, cmo cal i f icar a los f i lsofos relat ivistas, h isto-

    ricistas, al psicoanlisis freudiano, a los filsofos del devenir y de los

    valores, la t ica de la si tuacin, que niegan al hombre toda posibi l i -

    dad de acceso a las verdades abs olutas. Y nuestro caro Jean-Paul

    Sar t re, que def ine al hombre co mo una pasin int i l? (digamos de

    pasada que si es int i l , porqu poner tanta pasin respecto a l?) .

    stas son las f i losof as de la desesperacin, del absurdo y, por consi-

    guiente, de la nada".

    Pero en estos pensadores, el orgul lo o la desesperacin no es sino

    y dev uelvo hasta el f inal la palabra a Car los Alber to Sacher i "la

    negacin de la esperanza cr ist iana", que es " tan vieja com o el mismo

    Adn". N o signif icaba otra cosa Peguy cuando deca que "el ms vie-

    jo er ror de la humanidad" era la creencia de que nunca haba habido

    nad tan bueno, tan bel lo , como lo alcanzado en nuestros das. Su bo-

    bada que lo es consiste en no saber ver que todo esto , que bus-

    can ciega y desesperadamen te, nos lo haba prometido Cr isto ya ha-

    ce mucho t iempo. Pues, que "sobrepasar" es super ior al logro de la

    visin de Dios cara a cara? Qu "desar rol lo" ms elevado puede ha-

    ber que el logro desd e aqu de la par t icipacin en la vida divina por

    la gracia? La ciencia del bien y del mal no es sino la sabidur a de

    Cr isto . Qu dicha es super ior a la vida vir tuosa? Qu orden social

  • 8/10/2019 Carlos Alberto Sacheri: Un martir de Cristo Rey- Antonio Caponnetto

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    5 0

    JU A N V A LLET D E G O Y TI S O LO

    es ms armonioso que el de la Ciudad cristiana respetuosa de Dios y

    de la ley natural?"

    "A todas aquellas divagaciones la conciencia cr istiana opone un

    n o simple y radical. Rechazamos los landemains qui chantent, pues

    se convierten en rechinar de dientes, rechazamos la sociedad sin cla-

    ses que no es sino una mquina del despotismo totalitar io y tecnocr-

    tico, y por encima de todo rechaza mos q ue la Iglesia deba intentar sal-

    va r se convir t indose a l Mundo , pues to que com o aprendimos en e l

    humilde catecismo de nuestra niez solamente la Iglesia ha recibi-

    do la promesa de la vida eterna, y siempre respond eremos a este mu n-

    do sin brjula , con estas palabras de Bernanos: No son nuestra an-

    gustia ni nuestro temor lo que nos hace aborrecer al mundo moder-

    no; lo aborrecemos con toda nuestra esperanza".

    "El cr istiano, animado por la esperanza sobrenatural, se halla ms

    all del pesimismo y del optimismo. Sabemos que nuestra vida es una

    mezcla de Pasin y de Resurreccin, y en este ao de nuestra fe (que

    tambin es el de nuestra esperanza) , con Job (pues Job y el Apocalip-

    sis son las lecturas para los tiempos de las grandes pruebas) , repeti-

    mos en alta voz: S que mi Redentor vive y, por eso, que resucitar

  • 8/10/2019 Carlos Alberto Sacheri: Un martir de Cristo Rey- Antonio Caponnetto

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    Civi l izacin y Culturas

    Ofrecemos a continuacin el texto de la comunicacin pre-

    sentada por Carlos Sachen al Quinto Congreso de Lausan-

    ne, convocado por el Office International des oeuvres de

    formation civique et action culturelle selon le droit naturel

    el chretien para tratar el tema Cultura

    y

    Revoluc in , rea-

    lizado los das 5 y 7 de abril de 1969. Esta exposicin refle-

    ja apretadamente puntos esenciales del pensamiento de nues-

    tro amigo cado frente a la contempornea crisis de la civi-

    lizacin y constituye, indudablemente, una segura orientacin

    en el combate cultural de nuestro tiempo. Este texto ya fue

    publicado en elN

    s

    127 de "Verbo", bajo el ttulo de "Natu-

    raleza humana y relativismo cultural".

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    5 2

    CA RL O S A L BE RT O S A CH E RI

    do de "el desarrollo de ciertas facultades del espritu por medio de ejer-

    cicios intelectuales apropiados" (Cf . Paul Rober t ,

    Dictionnaire alp-

    habtique et analogique de la langue fi-ancaise.

    P.U.F., Pars, 1953)

    Esta l t ima impostacin expresa el contenido t radicional de la pa-

    labra cul tura (Cf . Mathew Arnold,

    Culture and anarchy,

    1869), tal co-

    mo se lo reencuentra en el lenguaje cor r iente contemporneo. Como

    sinnimo de una cier ta per feccin intelectual se habla, por ejem-

    plo, de un "hombre cu l t ivado" hunde sus races en la paideia gr ie-

    ga, en la humani tas ciceroniana y en las ar tes l iberales.

    En cambio, la palabra cul tura, segn se la usa en sociologa y en

    antropologa, indica un sistema o un conjunto de t ipos de compor ta-

    miento que se expresan socialmente por medio de smbolos (Cf : Kroe-

    ber and Kluckon,

    Culture, a critical review ofConcepts and Defini-

    tions, Peabody Museum of Harvard Universi ty , Cambr idge, Mass. ,

    1952) . Esto se debe a la adopcin del trmino alemn

    kultur,

    el cual

    sin excluir en manera alguna la idea de per feccin intelectual (mejor

    t raducida por la palabra

    bildung),

    l lega a incluir todas las manifesta-

    ciones o act ividades humanas, tanto personales como sociales. Cier -

    tos histor iadores alemanes han aumentado la confusin reinante, sea

    concibiendo la civi l izacin como el ocaso o la esclerosis de la cul tu-

    ra (Cf: O. Spengler,

    Der Untergang des Abendlandes,

    Beck, Munich,

    1920, Vol I, p. 154), sea, al contrario, ampliando el sentido de civili-

    zacin para des ignar el vr t ice o la ms al ta expresin de los valores

    espirituales, religiosos, artsticos, filosficos, dejando a la palabra cul-

    tura la funcin de aludir a las real izaciones menos per fectas de la

    coeiades med ias (Alf red Weber ,

    Ideen zur Staats-und Kultursoziolo-

    gie,

    K ar lsruhe, 1927, ps. 5-6) .

    Est imo que la causa de tal mul t ipl icacin de acepciones diversas,

    y an opuestas, es, por una parte, la relativa novedad de los dos tr-

    minos y, por ot ra, el hecho de que uno y otro no designan real idades

    estables y def ini t ivas, sino realidades al tamente dinmicas, movimien-

    tos o procesos en constante interaccin, simple manifestacin de su

    vi tal idad (CF: Arnold Toynbee,

    A Study ofHistory,

    Oxford Univer -

    sity Press, London, 1936, vol. n, p. 176 y vol. El, p. 383).

    En resumen, y a pesar de la diversidad de sent idos que reciben,

    cul tura y civi l izacin aparecen como sinnimos que expresan un es-

    t i lo de vida comn a cier tos pueblos, fundado sobre los valores de

    una t radicin social que se manif iesta y que vivif ica sus inst i tuciones,

    CIVILIZACIN Y CULTURAS

    5 3

    sus l i teraturas y sus ar tes. La nica dist incin fundamental que creo

    leg t ima entre estas dos palabras es la siguiente: la cul tura se def ine

    sobre todo en la perspectiva de la inteligencia y de los hbitos que la

    rect i f ican ( las ciencias y las ar tes) ; mientras que civi l izacin se ref ie-

    re par t icularmente a las cual idades huma nas o hbi tos que rect i f ican

    al civis, el ciudadano, por ejemplo: las vi r tudes morales y , entre s-

    tas, las que se ref ieren ms d irectamente a la vida social y si rven de

    fundam ento a la convivencia: la for taleza, la just icia y la prudencia.

    En el contexto d e las ref lexiones siguientes, y sin olvidar el mat iz

    que acabo de enunciar , he de reservar la palabra civi l izacin para sig-

    nif icar el reconocimiento colect ivo de una jerarqua de valores socia-

    les fundamentale s, mientras que cul tura expresar el conjunto de ma-

    nifestaciones o expresiones de la vida humana en un pueblo determi-

    nado. La pr imera revest i r, pues, cier ta universal idad, en tanto que

    cul tura aludir pr imordialmente a las manifestacione s diversas y muy

    circunstanciadas de cada pueblo o nacin, segn las di ferencias geo-

    grf icas, l ingst icas, sus costumbres y t radiciones, sus incl inaciones

    par t iculares, etctera.

    Habiend o ya precisado el sent ido de las palabras, resta la del icada

    tarea de intentar responder a la siguiente cuestin: es o no posible for-

    mular un juicio de valor sobre la per feccin de una cul tura par t icular

    o de un perodo cultural en relacin a otros?

    Diversidad cul tural y relativ ismo cul tural

    La respuesta de los antroplogos y socilogos contemp orneos es,

    la mayor par te de las veces, negat iva. Herederos inconscientes de un

    nominal ism o f i losfico cuyo alcance ignora, esas discipl inas han de-

    sar rol lado con f recuencia una act i tud profundamente relat ivista, so

    pretexto de "r igor cient f ico" y de "neutral idad valorat iva". Dentro

    de ese contexto, cada cul tura no es considerada ms q ue como un sis-

    tema social que ha determina do sus propios valores, sus propios ele-

    mentos const i tut ivos y sus propias inst i tuciones y smbolos, de suer -

    te que ser a utpico y no cient f ico pretender determinar , ms al l de

    la extrema diversidad de las manifestaciones cul turales, una jerarqua

    objet iva de valores. Un solo texto bastar para ejempli f icar esta act i -

    tud: Bronislaw Malinowsk i af i rma, en su obraFreedom and Civiliza-

    tion,

    que la l iber tad no puede ser objeto de discusin fuera del mar-

    co preciso de una cul tura dada: "El conc epto de l iber tad no puede ser

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    52 CA RL O S A L BE RT O S A CH E RI

    def inido sino en referencia a seres humanos organizados y dotados de

    motivos cul turales, de t i les y de valores, lo que implica ipso facto la

    existencia de la ley, de un sistema econmico y de u na organizacin

    pol t ica en una palabra, de un sistema cul tural ( . . . ). Descubr imos en

    todo esto que la libertad no es sino un regalo de la cultura" (op. cit.,

    New York, 1944, ps. 25 y 29) . S in negar , evidentemente, que las m o-

    dal idades de expresin de la l iber tad var an considerablemen te y son

    condicionadas por el grupo social , el lo no impide que la nocin uni-

    versal de un acto l ibre debe ser acentuada, no slo por el la misma, si -

    no tambin para rendir cuenta ms apropiadamente de tal diversidad

    y condicionamiento. Para un nm ero considerable de autores, la cul-

    tura reviste los caracteres de un todo superorgnico (Spencer ) , que

    determina la conducta individual sea por va de la coaccin (Durkheim)

    o de inconsciente colect ivo ( Jung, Gza Ro heim) , o de relaciones de

    produccin (Marx) , o de imitacin (Tarde) o de herencia social (Boas,

    Malinowski) . . . Clark Wissler lo ha expresado claramente: "El hom-

    bre elabora la cul tura porque no puede actuar de otro modo; hay una

    tendencia (

    d r i v e

    ) en su protoplasma que lo empuja adelante, an con-

    t ra su voluntad.. . De al l que todo punto de vista que descuide la ba-

    se biolgica de la cul tura y , en par t icular , la respuesta ref leja, se re-

    velar inadecuado"

    {Man and his Culture,

    New York, 1923, ps. 265 y

    278).

    Existen, sin embargo, algunas fel ices excepciones a estos enfoques

    estrechamente posi t ivistas del hombre y de la cul tura. As , por ejem-

    plo, David Bidney af i rma que: "El carcter cul tural de la personal i -

    dad presupone la naturaleza humana como su necesar ia condicin.

    As , la naturaleza humana debe ser enfocada

    sub specie aeternitatis

    como integrando el orden natural , y

    sub specie temporis

    en tanto pro-

    ducto de la exper iencia cul tural . Los dos ngulos son complementa-

    r ios y ambos esenciales para una real comprensin del hombre en so-

    ciedad"

    {Theorethical Anthropology,

    Columbia Universi ty Press, New

    York, 1960, p . 9) . Es precisamente a este doble pu nto de vista que se

    ref iere la dist incin que planteamos entre civi l izacin y cul tura.

    Relativ ismo moral y posi tiv ismo jurdico

    Impor ta examinar breveme nte las causas de las act i tudes posi t ivis-

    tas y relat ivistas, tanto ms cuanto que el las se han difundido rpida-

    mente fuera de los c rculos erudi tos, al punto de const i tui r uno de los

    CIVILIZACIN Y CULTURAS

    54

    sof ismas ms profundamente enraizados en el hombre de nuestro

    t iempo. Me l imitar a enumerar las causas que me parecen pr incipa-

    les, para detenerme luego en la consideracin de la ltima de ellas. En

    primer lugar, tal relativismo se explica por la transformacin excesi-

    vamente rpida de las condiciones actuales de vida; el progreso tc-

    nico se desar rol la hoy a un r i tmo tal y alcanza tales per fecciones que

    uno se siente espontneamente l levado a creer que todo en el pasado

    ha sido infer ior (confusin del progreso tcnico y el progreso mo ral) ;

    ese progreso tcnico nos ha imp uesto lo que C. S . Lewis l lama, en

    De

    Descriptione Temporum,

    una nueva imagen arquet pica: la imagen de

    las viejas mquinas que van siendo desplazadas por nuevas y mejo-

    res. Pues en el mundo de las mquinas lo que es nuevo es la mayor

    par te de las veces realmente mejo r y lo que es pr imit ivo es realmen-

    te inadecuado (Cf :

    They Askedfor a Paper,

    London, 1962, p. 21). En

    segundo lugar, el progreso de las ciencias histricas y sociales en el

    conocimiento de las condiciones de vida de ant iguas cul turas ha pues-

    to en relieve su gran diversidad, lo que tiende a debilitar la conviccin

    de la existencia de normas morales universales, de una ley natural ,y

    el resto. Tenemos lue go el hecho de que la evolucin de la filosofa

    moderna ha engendrado, desde el f in de la aventura ideal ista, una cr i -

    sis de i r racional ismo que ha conmovido las cer tezas ms fundamen-

    tales y los valores ms universales, sumergiendo a la humanidad en

    un profundo desasosiego, fu ente del relat ivismo ter ico y de subjet i -

    vismo moral . En cua r to lugar , se constata que, a pesar del desar rol lo

    alcanzado por las ciencias exper imentales, con la sola excepcin de

    la fisicomatemtica, los principi os bsicos del mtod o cientf ico no

    han sido an def inidos adecuadam ente; sobre todo en las ciencias l la-

    madas "humanas". A tal punto que los prejuicios "ant ivalorat ivos"

    condenan i r remisiblemente toda referencia a una jerarqua objet iva

    de valores, so pretexto de estar construida con enunciados no cient -

    f icos. En quinto lugar , se observa igualmente, que las cor r ientes ideo-

    lgicas modernas, nos presentan una concepcin del hombre tan par -

    cial y muti lada ("El hombre es una pasin int i l" , d ice Sar t re; "el

    hombre es lo que come", dice Feuerbach) que no permite esclarecer

    ningn problema social o pol t ico, y nos hunde ms an en la confu-

    sin. F inalmente, el relat ivismo moderno se funda sobre una conc ep-

    cin totalmente er rnea de la ciencia moral de la ley natural .

    La impor tancia de esta l t ima causa es tal , que exige cier tas pre-

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    CA RL O S A L BE RT O S A CH E RI

    cisiones. Bajo la inf luencia del racional ismo, la ciencia moral ha su-

    f r ido la t ransformacin ms radical en cuanto a la naturaleza de sus

    pr incipios y a su mtodo propio.

    Concepcin racional ista de la moral

    En la filosofa griega y medieval, la moral era considerada como

    una discipl ina prct ica, cuyos propios pr incipios se fundan en la ex-

    per iencia de las acciones human as. Por otra par te, el obrar humano

    objeto de la moral compor ta una cont ingencia y var iabi l idad tan

    grandes, que fuera de algunos pr incipios universales de la ley natu-

    ral , captados inmediatamente por la razn, los dems enunciados pier -

    den su universal idad absoluta y slo son apl icables en la mayor a de

    los casos (

    ut in pluribus).

    Estas l imitaciones propias de la ciencia mo-

    ral exigen como com plemen to el ejercicio del juicio prudencial , a f in

    de descubr i r en cada caso par t icular cul es la mejor decisin a tomar .

    Ahora bien, el racional ismo car tesiano completado por Spinoza

    concibe la moral como un saber puramente deductivo, en el cual la apli-

    cacin de un mtodo "geomtr ico" (Cf :

    Ethica more geomtrico de-

    mnstrate

    de Spinoza) permite concluir con cer teza absoluta y por

    medio de una cadena de si logismo s demostrat ivos, lo que debe hacer -

    se en cada ci rcunstancia. Esta m ental idad, unida a la i r rupcin de la

    teologa moral protestante en una Cr ist iandad dividida, se di fundi en

    los medios catl icos y tuvo por consecuencia la elaboracin de una

    nueva moral hecha de pr incipios absolutamente universales y caren-

    tes de excepciones, al tamente racionales y dicho sea de paso in-

    capaces de desper tar el at ract ivo que todo ideal moral verdadero pue-

    de engendrar en el espr i tu del hombre.

    En real idad, una al teracin tan profund a haba tenido por or igen la

    f i losof a nominal ista de Duns Scot y de Ockham, desde com ienzos del

    siglo XIV. Desconociendo la doctr ina t radicional del Bien, causa f i -

    nal del obrar , el nominal ismo desar rol l una tendencia voluntar ista que

    se prolonga a t ravs del racional ismo y culmina con Kan t en una t i -

    ca del deber por el deber mismo , un menosprecio de la afect ividad y

    de lo sensible en general , la negacin del bien y de la fel icidad como

    ideal moral , la concepcin de la vi r tud como puro "es fuerzo" y no co-

    mo espontaneidad u per feccin del obrar conforme a la razn, la re-

    duccin de la prudencia a una simple "astucia" , etctera. En Kant

    conf luyen dos cor r ientes, el racional ismo y el piet ismo protestante, los

    CIVILIZACIN Y CULTURAS

    5 7

    cuales invadirn por su intermedio los ambientes occidentales, inclu-

    sive los catl icos. Cmo sorprenderse entonces de ver que nuestra

    concepcin cor r iente de la moral sea la de una ser ie de l imitaciones,

    de " luces rojas" , impl icando cier to "empobrecimiento" de lo huma-

    no, una moral del sexto y noveno mandamientos en la cual las mis-

    mas palabras prudencia y vir tud se asocian no con la idea de per fec-

    cin sino con la de pusi lanimidad o de debi l idad. . .? Ante semejante

    "ideal" , preconizado durante siglo y medio, cmo asombrarse de que

    un buen nmero de hombres se rebele y rechace visin tan inspida y

    desalentadora de la moral idad? Es cier to que este rechazo, por la ce-

    guera que lo caracter iza, no const i tuye una solucin, ni siquiera una

    respuesta vl ida al problema. Pero debe reconocerse que no le fal tan

    ser ias razones.

    La doctr ina relat iva a la ley natural ha suf r ido una suer te anloga.

    Desarrollada a lo largo de toda la filosofa griega, la nocin de ley na-

    tural convir t ise en el fundamento de las inst i tuciones en el Imper io

    Romano y const i tuy luego el fundamento mismo de la civi l izacin

    cr ist iana. La idea de un orden universal establecido por Dios, inscr i -

    to en el corazn de los hombres y que deba servir de base y pr inci-

    pio para toda ley humana, estaba ya claramente expresada en la

    An-

    tgona

    de Sfocles. Desar rol lada por P latn y Ar istteles, pasa a Ro-

    ma ba jo la inf luencia de Cicern y los jur istas romanos. En su

    De Le-

    gibus, C icern la enuncia con mucha ni t idez: "Pero para fundar el de-

    recho, tomemos por or igen esta Ley suprema que, comn a todos los

    siglos, ha nacido antes que exist iera ninguna ley escr i ta o que se hu-

    biese const i tuido Estado alguno" ( I , VI , 19) . "Haba, pues, una razn

    emanada de la naturaleza universal que empujaba a los hombres a

    obrar segn el deber y a apar tarse de las acciones culpables; ha co-

    menza do a ser ley, no el da en que fu e escr i ta, sino desde su or igen,

    y su origen coincide con la aparicin de la inteligencia divina: resul-

    ta, pues, que la Ley verdadera y pr imera, referente tanto a los manda-

    tos como a las prohibiciones, es la recta razn del Dios supremo" ( I I ,

    V, 11) . Y el autor lat ino extraer a de tales af i rmaciones las lgicas

    consecuencias: "S i la naturaleza no viene a consol idar el derecho, de-

    saparecer an entonces todas las vi rtudes: dnde encontrar an su lu-

    gar la generosidad, el amor a la patria, el afecto, el deseo de servir a

    otro o de expresar le grat i tud?.. . S i el derecho se fun dara sobre la vo-

    luntad de los pueblos, sobre los decretos d e los jefes o la sentencia de

  • 8/10/2019 Carlos Alberto Sacheri: Un martir de Cristo Rey- Antonio Caponnetto

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    5 8

    C A R L O S A L B E R T O S A C H E R I

    los jueces , en tonces se tendr a de recho a conve r t i r se en ma lhech or ,

    cometer adulter io o falsif icar testamentos siempre que tales actos ob-

    tuviesen el acuerdo de los votos o las resoluciones de la masa. Pe-

    ro si la opinin o la voluntad de gentes insensatas goza de tal poder

    que pueden con sus votos subvertir e l orden de la naturaleza, por

    qu no dec iden que lo que e s ma lo o daino se tendr en ade lan te

    por bueno y saludable? Ya que la ley puede crear el derecho a par-

    tir de lo injusto, no podra crear el bien a partir del mal?" (I , XV-

    43; XVI , 44) . As , pues , los paganos , h is tr icamente co locados a l

    margen de la s ve rdades r eve ladas y de l acontec imiento de la Enc a r -

    nac in de Cr is to , ten an un sent ido muy pro fundo de l orden na tura l

    y de sus exigencias propias en la organizacin de las ciudades, va-

    le decir , de la civilizacin.

    Esta doctr in a de la ley natural se desarroll a travs de la Edad Me -

    dia , desde San Agust n has ta Toms de Aquino , s iempre ms r ica ,

    siempre ms neta y matizada. Pero a partir del siglo XIV comienza a

    oscurecerse progresivamente ba jo la inf luencia del nominalismo. D uns

    Scot empieza "modestamente" por af irmar que la voluntad divina (po-

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    lado, todos los valores humanos quedarn reducidos a reacciones sub-

    jetivas de placer: es el relativismo moral; por otro, ya no habr ms

    que una ley, la que emana del poder poltico: es el positivismo jurdi-

    co. Los cimientos del Estado totalitar io del siglo XX ya estn colo-

    cados (Cf : P o XI I , Alocuc in de l 13 de se t iembre de 1949) .

    Est en la lgica interna de los errores precedentes concluir en la

    imposibilidad radical de formular un juicio de valor objetivamente

    fundado respecto de una cultura en relacin con otras. El hombre de

    nuestro tiem po (sobre tod o el f ilsofo) no cree ya en la posibilidad de

    alcanzar la verdad por medio d e la razn y descono ce la existencia de

    todo orden objetivo de valores. Se hunde as en la barbarie descrita

    por Cicern.

    Ley Natural y Civilizacin

    Ahora bien : un estudio profundizado de la doctr ina tradicional con -

    cerniente a la ley natural permite descubrir las lneas maestras de to-

    da civilizacin propiamente humana. En efecto, la nica posibilidad

    que tenemos de funda r obje t ivamente un ju ic io de va lor sobre los

    hombres o las culturas, es precisamente la de hacerlo sobre la natu-

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    mitir dar cuenta de datos aparentemente contrar ios: 1) la af irmacin

    de cier tos valores como absolutos, por el hecho de estar ligados a la

    esencia del hombre; 2) la contingencia y la diversidad de las expre-

    siones culturales a travs del tiempo y del espacio.

    Santo Toms distingue un doble orden de preceptos de la ley na-

    tural. sta se halla , en efecto, compuesta de todos los enunciados

    prcticos que puedan ser extrados de un anlisis del ser humano y de

    sus tendencias fundamentales. Pero, en el seno de esta pluralidad de

    principios, unos son ms universales, ms estable e inmutables que

    otros . Es tos l t imos no son captados e spontnea e inmedia tamente

    por la razn , s ino que demandan u na r e f lex in , ms o menos pro lon-

    gada a partir del conocim iento de los primeros. As, por ejemplo, "h ay

    que hacer el bien y evitar el mal", o "no se debe hacer dao a otro",

    son verdades primeras de la ley natural inmediatamente captables. La

    sola comprensin de los trminos basta para engendrar en nosotros la

    evidencia y una adhesin interna imborrable. Mientras que el derecho

    de propiedad e s a menudo presentado por Santo Toms como un pre -

    cepto secundario, pues no es captado inmediatamente, sino que debe

    derivarse del derecho a la conservacin de la vida individual, del cual

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    su carcter absoluto y le afecta la contingencia propia de todo el or-

    den prctico. Quiere decir e llo que no hay ms valores, e tctera? Ab-

    solutamente no. Pero la verdad de su contenido comportar ms ex-

    cepciones; slo los primeros principios de la ley natural no sufren ex-

    cepciones. Esta doctr ina, ta l cual acabo de resumirla un poco brutal-

    mente ,

    brevitatis causa,

    permite respetar la extrema complejidad del

    obrar humano, tanto personal como social, sin caer por ello en un re-

    lativismo simplista , que cier tos antroplogos han propuesto, y que

    muchos telogos acaban de comprar a un precio demasiado elevado

    para las almas que les siguen. Cuando se ha comprendido la gran par-

    te de la contingencia que afecta al conocimiento moral en su conjun-

    to, se ve mejor porque la Iglesia ha insistido siempre (hoy ms que

    nunca) en la formacin de la recta conciencia. El juicio de concien-

    cia ilumina nuestras decisiones sobre tal accin singular , a la luz de

    los principios de la ley natural; es necesaria la educacin de la con-

    ciencia personal para habituar a nuestra razn a juzgar si ta l pr inci-

    pio moral debe o no ser aplicado en tal caso preciso, teniendo en cuen-

    ta el margen de contingencia propio de la mayora de las normas mo-

    rales.

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    man a, de todo orden jurdico positivo . Y esto vale para la civilizacin.

    Teniendo en cuenta las distinciones formuladas al comienzo de esta

    exposicin, podemos af irmar que no existe verdadera civilizacin que

    no se funde en la ley natural. Y, prolongando nuestra ref lexin, debe-

    mos decir que toda cultura digna del hombre deber necesariamente

    respetar los principios del orden natural, independientemente de las

    circunstancias de tiempo, de clima, de costumbres, e tctera. En la me-

    dida en que una cultura particular se desarrolle en esta f idelidad fun-

    damental, m s oportunidades tendr de ex pandirse y fecundar a las cul-

    turas circundantes por la ir radiacin de su vitalidad y perfeccin pro-

    pias. Aparte del r iesgo de sucumbir bajo el peso de un ataque exterior

    de pueblos brbaros antiguos o modernos, e l respeto del orden natu-

    ral se constituye en la garanta suprema del f lorecimiento cultural. Es

    en esta perspectiva que los autores antiguos oponan el c iudadano al

    brbaro, siendo este ltimo el que no vive bajo las leyes,

    "sine lege et

    justitia",

    segn Santo Toms ( /

    I Politicorum,

    lect. 1, n. 41). A lo lar-

    go de un camino social fundado en la ley natural, e l hombre se orien-

    ta hacia la vida vir tuosa mientras es regu lado por leyes justas. El br-

    baro, en cambio, no estando constreido por ningn principio, no es

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    aadir a los aspectos o formalidades precedentes un cuarto, a saber:

    lo que corresponde al hombre en tanto ser divino, imago Dei, hijo de

    Dios llamado a la visin divina por toda la eternidad.

    Partiendo de las cuatro formalidade s que acabamos de enunciar , po-

    demos establecer una analoga con cuatro funciones esenciales que se

    encuentran en todas las culturas. A la formalida d de ser o cosa corres-

    ponde la actividad econmica de ejecucin, teniendo por objeto los

    bienes materiales necesarios para la conservacin de la vida. El ejem-

    plo de esta funcin es el trabajador manual. A la formalidad animal

    correspon de otra actividad, la de la econom a de direccin, la cual no

    se ordena directamente a la produccin de bienes materiales, sino que

    asegura la direccin de la actividad manual y la red de servicios pro-

    fesionales concurrentes a la misma. El tipo representativo es el jefe

    de empresa. Con la formalidad racional se relaciona la actividad po-

    ltica, enderezada a asegurar, ms all de los bienes particulares, el bien

    comn de la sociedad poltica. Y, f inalmente, con la formalidad divi-

    na o sobrenatural se relacion a la actividad religiosa, que tiene por ob-

    jeto a Dios en cuanto f in ltimo y beatitud suprema de las cr iaturas.

    No es intil apuntar , a propsito, que la formalidad religiosa no

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    C A R L O S A L B E R T O S A C H E R I

    cin poltica, del mismo modo que el bien particular est subordina-

    do al bien comn, que es el bien ms perfecto en el orden temporal.

    A su vez, la actividad poltica se ordena a la funcin religiosa, ya que

    el bien comn de la sociedad poltica no basta , por s mismo, para

    asegurar el f in ltimo del hombre, el cual no es otro que Dios mismo,

    principio y f in de todo el Universo creado.

    Civilizacin Crist iana

    Tal es, pues, la jerarqua qu e surge espontnea mente d el anlisis de

    los valores humanos esencia les, segn el orden expresado en la ley na-

    tural, del com n al propio, del menos perfecto al ms perfecto, del ma -

    terial al espiritual. Tal es, tambin, la estructura de toda civilizacin au-

    tntica, la cual se manifestar a travs de la extrema diversidad y com -

    plejidad de modalidades propias a cada cultura particular .

    Cuando se observan de cerca las diferentes culturas, se constata

    que esas cuatro funciones estn siempre presentes, pero no siempre

    con la misma jerarqua interna. Ello no carece de consecuencias. Pa-

    ra ilustrar este tema nos limitaremos a considerar muy rpidamente

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    gido, al ar tista al que inspiraba, al juez investido por ella de una es-

    pecie de delegacin, al soldado cuyo juramento haba recibido. Del

    cargo ms alto al ltimo de los oficios honrado por el patrocinio de

    los santos, no haba derecho ni deber demasiado humilde para que

    e l la de an temano no lo hubiese bendec ido"

    (La grande peur des bien-

    pensants, Ed. Grasset, Pars, 1952, p. 449).

    A la luz de este caso histrico particular , podemos percibir mejor

    cul es la esencia de esta civilizacin cr istiana. N o es otra cosa que la

    plenitud armoniosa de los valores humanos y cr istianos socialmente

    aceptados, que informan todas las instituciones y todas las activida-

    des, materiales y espir ituales, morales e intelectuales, tcnicas y ar-

    tsticas. Ella se funda sobre el consenso que la comunidad humana pres-

    ta a esos valores y traduce ef icazmente en la vida cotidiana. Su fun-

    damento no es otro que la ley natural y el Evangelio, de acuerdo al

    pr inc ip io

    "gratia non tollit naturam sed perficit eam"

    . La plenitu d de

    lo humano es completada por la luz del orden sobrenatural, expresa-

    da en las verdades de la Fe y en los sacramentos de la Salvacin.

    Si la Iglesia ha expresado siempre un juicio favorable de la Edad

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    CA RL O S A L BE RT O S A CH E RI

    Esta res tauracin permanente de un orden cr is t iano de vida debe

    hacerse en el respeto de la Ley Natural , pr incipio de todo orden so-

    cial verdadero, en la subordinacin a los valores y funciones socia-

    les fundamentales a los que ya he hecho referencia. Subordinacin

    de la economa de ejecucin a la economa de direccin; del orden

    econm ico al orden pol t ico y de s te a los valores rel igiosos . Como

    lo ha dicho el his tor iador ingls Chris topher Dawson, la rel igin es

    la gran fuerza creadora en una cultura, y toda realizacin cultural re-

    levante ha s ido inspirada por una gra n rel igin. Toynbee, por su p ar-

    te, recalca, en cuanto his tor iador de las culturas , que el apogeo de s-

    tas s iempre ha coincidido con la m ayor ir radiacin de sus propios va-

    lores rel igiosos .

    La secularizacin de la Cultura Occidental

    Si consideramos ahora la evolucin seguida por la cultura occi-

    dental desde el renacimiento a nuestros das , constatamos que duran-

    te los lt imos s iglos se ha ope rado una total subvers in en la jerarqua

    de las funciones culturales . En efecto, ya a comienzos del s iglo XIV

    la revuelta de Felipe el Hermoso contra el Papa Bo nifacio VIH cons-

    t i tuy la pr imera manifes tacin de una nueva acti tud. El poder rel i-

    gioso fue desconocido en su papel de rbitro "internacional", so pre-

    texto de que el rey era dueo absoluto del orden temporal . Es ta acti-

    tud subvers iva del poder pol t ico respecto del poder rel igioso se de-

    sarroll a travs del renacimiento y la reforma protes tante, consti tu-

    yendo as la pr imera al teracin en la jerarqua de los valores civil iza-

    dores . Las teor as pol t icas de Machiavelo y de Althusius , y la apari-

    cin de las monarquas absolutas desconocidas en la Edad Media

    , son otros tantos signos de tal subversin.

    La Cris t iandad dividida se debil i ta ms y ms bajo la inf luencia de

    las doctrinas filosficas citadas y de la creciente crisis moral. La po-

    l t ica, er igida en valor absoluto tendenc ia propia de todo valor des-

    quiciado ceder su lugar , a travs del segundo gran giro de Occi-

    dente, la Revolucin Francesa, a la burguesa ascendente, representa-

    t iva de la economa de direccin ahora tambin emancipada. No hay

    de que extraarse entonces , s i a par t ir de ese momento y h as ta el pre-

    sente, el sector f inanciero se volvi d ueo del poder pol t ico y lo so-

    meti a su control . No hay de que extraarse, s i las diversas fomias

    de la democracia surgida de la Revolucin se hunden en nu estros das

    CIVILIZACIN Y CULTURAS

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    en un desconcier to tan profundo.

    La aplicacin r igurosa de los mitos del l iberalismo pol t ico y eco-

    nmico dio naci