capítulo 80 de cómo el rey lisuarte envió a por oriana ... · quedad señora que yo me vuelvo a...

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Capítulo 80 - De cómo el rey Lisuarte envió a por Oriana para la entregar a los romanos. Oído habéis cómo Oriana estaba en Miraflores y la reina Sardamira con ella y que por mandado del rey Lisuarte la fue а ver para le contar las grandezas de Roma, y el mando tan crecido que con aquel casamiento del emperador se le aparejaba. Ahora sabed que teniéndola ya prometida el rey su padre a los romanos, acordó de enviar por ella para dar orden cómo la llevasen, y mandó a Guiontes su sobrino, y que tomase consigo otros caballeros y algunos sirvientes y la trajesen, y no consintiese que ningún caballero con ella hablase. Guiontes tomó a Gangel de Sadoca, y a Lasanor y otros servidores, y fuese donde Oriana estaba, y tomándola en unas andas, que de otra manera venir no podía, según estaba desmayada del mucho llorar, y sus doncellas y la reina Sardamira con su compaña partieron de Miraflores, y venían camino de Tagades donde el rey estaba; y al segundo día acaeció lo que ahora oiréis, que cerca del camino, debajo unos árboles cabe una fuente estaba un caballero en un buen caballo pagado, y él muy bien armado, y sobre su lóriga una sobreseñal verde, que de una parte y de otra se abrochaba con cuerdas verdes y ojales de oro, así que les pareció en gran manera hermoso, y tomó un escudo y echole al cuello, у tomó una lanza con un pendón verde, y emblandeciola un poco y dijo a su escudero: -Ve y di aquellos aguardadores de Oriana que les ruego yo que me den lugar cómo yo la hable, que no será daño dellos ni della, y si lo hicieren que se lo agradeceré si no que me pesará, porque seré esforzado de probar lo que puedo. El escudero llegó a ellos y díjoles el mensaje, y cuando les dijo que haría su poder por la hablar, riéronse dello y dijéronle: -Decid a vuestro señor que no la dejaremos ver, y que cuando su poder probare no habrá hecho nada. Mas Oriana que lo oyó dijo: -¿Qué os hace a vosotros que el caballero me hable?, quizá me trae algunas nuevas de mi placer. -Señora -dijo Guiontes-, el rey vuestro padre nos mandó que no consintiésemos que ninguno se llegase a os hablar. El escudero se fue con esta respuesta. Guiontes se aparejó para la batalla, y como el caballero de las armas Verdes la oyó fue luego, contra él, y diéronse grandes encuentros en los escudos, así que las lanzas fueron en piezas; mas el caballo de Guiontes con la gran fuerza del encuentro hubo la pierna salida de su lugar y cayó con su señor, y tomándole él un pie debajo con la estribera donde le tenía no se pudo levantar. El caballero de las armas Verdes pasó por el hermoso cabalgante, y tornó luego y dijo: -Caballero, ruégoos que me dejéis hablar con Oriana. Él dijo: -Ya por mi defensa no lo perderéis, aunque mi caballo ha la culpa. [el caballero de las armas Verdes] Entonces tomó una carta que traía fuese contra donde Oriana en sus andas estaba, y ella que así lo vio vencer aquellos tres caballeros tan buenos en armas cuidó que era Amadís, y estremeciósele el corazón; mas el caballero llegó а ella con mucha humildad, y tendió la carta y dijo: -Señora, Agrajes y don Florestán vos envían esta carta, en la cual hallaréis tales nuevas que os darán placer, y adiós quedad señora que yo me vuelvo a aquellos que a vos me enviaron, que se cierto que me habrán bien menester aunque sea de poco valor. -Al contrario deso me parece a mí -dijo Oriana-, según lo que he visto, y ruégoos que me digáis vuestro nombre que tanto afán pasastes por me dar placer. -Señora -dijo él-, yo soy Gavarte de Val Temeroso, a quien mucho pesa de lo que el rey vuestro padre con vos hace; mas yo fio en Dios que muy duro le será de acabar, que antes morirán tantos de vuestros naturales y de otros que por todo el mundo será sabido. -¡Ay don Gavarte, mi buen amigo! a Dios plega por la su merced de me llegar a tiempo que esta vuestra gran lealtad de mi os sea galardonada. -Señora -dijo él-, siempre fue mi deseo de os servir en todas las cosas como a mi señora natural y en esta mucho más conociendo la gran sinrazón que os hacen, y yo seré en vuestro socorro con aquellos que seguir me quisieren. -Mi buen amigo -dijo ella-, ruégoos mucho que así corazonéis donde os habíades. -Así lo haré -dijo él-, pues que con lealtad hacer lo puedo. Entonces se despidió della, y Oriana se fue a Mabilia que estaba con la reina Sardamira, y la reina le dijo: -Paresme, mi señora, que iguales hemos sido en nuestros aguardadores; no sé si lo ha hecho su flaqueza o la desdicha deste camino, que aquí donde los vuestros, los míos fueron también vencidos y mal trechos.

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  • Capítulo 80 - De cómo el rey Lisuarte envió a por Oriana para la entregar a los romanos.

    Oído habéis cómo Oriana estaba en Miraflores y la reina Sardamira con ella y que por mandado del rey Lisuarte la

    fue а ver para le contar las grandezas de Roma, y el mando tan crecido que con aquel casamiento del emperador se le

    aparejaba. Ahora sabed que teniéndola ya prometida el rey su padre a los romanos, acordó de enviar por ella para dar

    orden cómo la llevasen, y mandó a Guiontes su sobrino, y que tomase consigo otros caballeros y algunos sirvientes y la

    trajesen, y no consintiese que ningún caballero con ella hablase. Guiontes tomó a Gangel de Sadoca, y a Lasanor y otros

    servidores, y fuese donde Oriana estaba, y tomándola en unas andas, que de otra manera venir no podía, según estaba

    desmayada del mucho llorar, y sus doncellas y la reina Sardamira con su compaña partieron de Miraflores, y venían

    camino de Tagades donde el rey estaba; y al segundo día acaeció lo que ahora oiréis, que cerca del camino, debajo unos

    árboles cabe una fuente estaba un caballero en un buen caballo pagado, y él muy bien armado, y sobre su lóriga una

    sobreseñal verde, que de una parte y de otra se abrochaba con cuerdas verdes y ojales de oro, así que les pareció en gran

    manera hermoso, y tomó un escudo y echole al cuello, у tomó una lanza con un pendón verde, y emblandeciola un poco

    y dijo a su escudero:

    -Ve y di aquellos aguardadores de Oriana que les ruego yo que me den lugar cómo yo la hable, que no será daño

    dellos ni della, y si lo hicieren que se lo agradeceré si no que me pesará, porque seré esforzado de probar lo que puedo.

    El escudero llegó a ellos y díjoles el mensaje, y cuando les dijo que haría su poder por la hablar, riéronse dello y

    dijéronle:

    -Decid a vuestro señor que no la dejaremos ver, y que cuando su poder probare no habrá hecho nada.

    Mas Oriana que lo oyó dijo:

    -¿Qué os hace a vosotros que el caballero me hable?, quizá me trae algunas nuevas de mi placer.

    -Señora -dijo Guiontes-, el rey vuestro padre nos mandó que no consintiésemos que ninguno se llegase a os hablar.

    El escudero se fue con esta respuesta. Guiontes se aparejó para la batalla, y como el caballero de las armas Verdes la

    oyó fue luego, contra él, y diéronse grandes encuentros en los escudos, así que las lanzas fueron en piezas; mas el caballo

    de Guiontes con la gran fuerza del encuentro hubo la pierna salida de su lugar y cayó con su señor, y tomándole él un

    pie debajo con la estribera donde le tenía no se pudo levantar. El caballero de las armas Verdes pasó por el hermoso

    cabalgante, y tornó luego y dijo:

    -Caballero, ruégoos que me dejéis hablar con Oriana.

    Él dijo:

    -Ya por mi defensa no lo perderéis, aunque mi caballo ha la culpa.

    […el caballero de las armas Verdes] Entonces tomó una carta que traía fuese contra donde Oriana en sus andas

    estaba, y ella que así lo vio vencer aquellos tres caballeros tan buenos en armas cuidó que era Amadís, y estremeciósele

    el corazón; mas el caballero llegó а ella con mucha humildad, y tendió la carta y dijo:

    -Señora, Agrajes y don Florestán vos envían esta carta, en la cual hallaréis tales nuevas que os darán placer, y adiós

    quedad señora que yo me vuelvo a aquellos que a vos me enviaron, que se cierto que me habrán bien menester aunque

    sea de poco valor.

    -Al contrario deso me parece a mí -dijo Oriana-, según lo que he visto, y ruégoos que me digáis vuestro nombre que

    tanto afán pasastes por me dar placer.

    -Señora -dijo él-, yo soy Gavarte de Val Temeroso, a quien mucho pesa de lo que el rey vuestro padre con vos hace;

    mas yo fio en Dios que muy duro le será de acabar, que antes morirán tantos de vuestros naturales y de otros que por

    todo el mundo será sabido.

    -¡Ay don Gavarte, mi buen amigo! a Dios plega por la su merced de me llegar a tiempo que esta vuestra gran lealtad

    de mi os sea galardonada.

    -Señora -dijo él-, siempre fue mi deseo de os servir en todas las cosas como a mi señora natural y en esta mucho más

    conociendo la gran sinrazón que os hacen, y yo seré en vuestro socorro con aquellos que seguir me quisieren.

    -Mi buen amigo -dijo ella-, ruégoos mucho que así corazonéis donde os habíades.

    -Así lo haré -dijo él-, pues que con lealtad hacer lo puedo.

    Entonces se despidió della, y Oriana se fue a Mabilia que estaba con la reina Sardamira, y la reina le dijo:

    -Paresme, mi señora, que iguales hemos sido en nuestros aguardadores; no sé si lo ha hecho su flaqueza o la desdicha

    deste camino, que aquí donde los vuestros, los míos fueron también vencidos y mal trechos.

  • Desto que la reina dijo rieron todos mucho, mas los caballeros estaban avergonzados y corridos que no osaban parecer

    ante ellas. Oriana estuvo allí una pieza en tanto que los caballeros se remediaban, que el caballo que llevaba Lasanor no

    le pudo volver hasta gran pieza, y apartose con Mabilia y la leyeron la carta, en la cual hallaron cómo Agrajes y don

    Florestán y don Gandales la hacían saber cómo era ya en la Ínsula Firme Gandalín y Ardián el enano, y que en esos

    ocho días sería con ellos Amadís, y cómo por ellos les enviaba a decir que tuviesen una gran flota aparejada que la había

    menester para ir a un lugar muy señalado, y así la tenían ellos; que hubiesen placer y tuviese esperanza que Dios sería

    por ella. Mucho fueron alegres de aquellas nuevas sin comparación, como quien por ellas esperaban vivir, que por

    muertas se tenían si aquel casamiento pasase, y Mabilia confortaba a Oriana y rogábale que comiese, que ella hasta allí

    con la gran tristeza no quería ni podía comer, ni ahora con la mucha alegría. Así fueron su camino hasta que llegaron a

    la villa donde el rey era; pero antes salió el rey y los romanos a las recibir y otras muchas gentes. Cuando Oriana los vio

    comenzó a llorar fuertemente, e hízose descender de las andas, y todas sus doncellas con ella, y como la veían hacer

    aquel llanto tan dolorido lloraban ellas y mesaban sus cabellos, y besábanle las manos y los vestidos como si muerta

    ante sí la tuviesen, así que a todos ponían en gran dolor.

    El rey que así las vio pesole mucho, y dijo al rey Arbán de Norgales:

    -Id a Oriana y decidle que siento el mayor pesar del mundo en aquello que hace, y que la envío a mandar que se acoja

    a sus andas y sus doncellas, y haga mejor semblante y se vaya a su madre, que yo le diré tales nuevas y será alegre.

    El rey Arbán se lo dijo como le fue mandado, mas Oriana respondió:

    -¡Oh rey de Norgales, mi buen primo! pues que mi gran desventura me ha sido tan cruel que vos y aquellos que por

    socorrer las tristes y cuitadas doncellas muchas habéis pasado, no me podáis con las armas socorrer, acorred me siquiera

    con vuestras palabras aconsejando al rey mi padre que no me haga tanto mal, y no quiera tentar a Dios, porque las sus

    buenas venturas que hasta aquí le ha dado al contrario no se las torne; y trabajad vos, mi primo, como aquí presto sea

    llegado y vengan el conde Argamón y don Grumedán, que en ninguna guisa de aquí partiré hasta que esto se haga.

    El rey Arbán en todo esto no hacía sino llorar muy fuertemente, y no le pudiendo responder se tornó al rey y diole el

    mandado de Oriana. Mas a él se le hacía grave ponerse con ella en la plaza en aquella afrenta, porque mientras más sus

    dolores y angustias a todos fuesen notorias, más la culpa dél era creída. El conde Argamón viéndole dudar rogóselo

    mucho que lo hiciese, y tanto le ahincó que venido don Grumedán el rey con ellos tres se fue a su hija, y cuando ella le

    vio fue contra él así de rodillas como estaba, y sus doncellas con ella; pero el rey se apeó luego, y alzándola por la mano

    la abrazó y ella le dijo:

    -Mi padre y mi señor, habed piedad desta hija que en fuerte punto de vos fue engendrada, y oídme ante estos hombres

    buenos.

    -Hija -dijo el rey-, decid lo que os pluguiere que con el amor, de padre que os debo os oiré.

    Ella se dejó caer en tierra por le besar los pies, y él se tiró afuera y levantola suso. Ella dijo:

    -Mi señor, vuestra voluntad es de me enviar al emperador de Roma y partirme de vos y de la reina mi madre, y desta

    tierra donde Dios natural me hizo; y porque desta ida yo no espero sino la muerte, que ella me venga o yo misma me la

    dé, así que por ninguna guisa se puede cumplir vuestro querer de lo que a vos se sigue gran pecado en dos maneras, la

    una ser yo a vuestro cargo desobediente, y la otra morir a causa vuestra; y porque todo esto sea escusado y Dios sea de

    nosotros servido, yo quiero ponerme en orden y allí vivir, dejándoos libre para que de vuestros reinos y señoríos

    dispongáis a vuestra voluntad, y yo renunciaré todo el derecho que Dios me dio en ellos a Leonoreta mi hermana o a

    vos, el cual vos más quisieres; y señor, mejor seréis servido del que con ella casare que de los romanos, que por cansa

    mía allá me teniendo luego vuestros enemigos serán; así que por esta vía que los ganar cuidáis, por esta misma no

    solamente los perderéis, mas como dije los hacéis enemigos mortales vuestros, que nunca en ál pensarán si no en cómo

    habrán esta tierra.

    -Mi hija -dijo el rey-, bien entiendo lo que decís, y yo os daré la respuesta ante vuestra madre; acogeos a vuestras

    andas e idvos para allá.

    Entonces aquellos señores la pusieron en las andas y la llevaron a la reina su madre, y allá llegada recibiola con

    mucho amor pero llorando, que mucho contra su voluntad se hacía aquel casamiento. Mas ni ella ni todos los grandes

    del reino ni menores nunca pudieron mudar al rey de su propósito, y esto causó que ya la fortuna enojada y cansada de

    le haber puesto en tan gran alteza y buenas venturas, por causa de las cuales mucho más que solía de la ira y de la

    soberbia se iba haciendo sujeto; y quiso más por reparo de su ánima que de su honra mudársele al contrario, como en el

    cuarto libro desta grande historia vos será contado, porque ahí se declarará más largamente. Mas la reina con mucha

    piedad que tenía consolaba a su hija con muchas lágrimas y mucha humildad; hincando las rodillas le demandaba

    misericordia diciendo, que pues ella señalada en el mundo fuese para consolar las mujeres tristes, para buscar el remedio

    a las atribuladas, ¿que cuál que ella ni tanto en todo el mundo hallar se podría? En esto y otras cosas de gran piedad a

    quien las veía estuvieron abrazadas la madre y la hija, mezclando con los grandes deleites pasados las angustias y

    grandes dolores que muchas veces a las personas les sobrevienen, sin que ninguno por grande ni por discreto que sea

  • los puede huir. Y el conde Argamón, y el rey Arbán de Norgales, y don Grumedán apartaron al rey debajo de unos

    árboles, y el conde le dijo:

    -Señor, por dicho me tendría de vos no hablar más en este caso, porque siendo vuestra gran discreción tan estremada

    entre todo, conociendo mejor lo bueno y lo contrario, bien y honestamente me podría escusar; pero como yo sea de

    vuestra sangre y vuestro vasallo, no me contento ni satisfago con lo dicho, porque veo que así, señor, como los cuerdos

    muchas veces aciertan, así cuando una yerran es mayor que de ningún loco, porque ateniéndose a su saber, no tomando

    consejo, cegándoles amor, desamor, codicia o soberbia, caen donde muy a duro levantar se pueden. Catad, señor, que

    hacéis gran crueza y pecado, y muy presto podríades haber tal azote del señor muy alto que la vuestra gran claridad y

    gloria en mucha oscuridad puesta fuese: acogeos a consejo esta vez, considerando cuantos cuerdos desechando los suyos,

    doblando sus voluntades los vuestros y las vuestras siguieron, porque si dello más os viniere, dellos más que de vos

    quejar os podáis, que este es gran remedio y descanso de los errados.

    -Buen tío -dijo el rey-, bien tengo en la memoria todo lo que a mí me habéis dicho, mas yo no puedo más hacer sino

    cumplir lo que a estos tengo prometido.

    -Pues señor -dijo el conde-, demándoos licencia para que a mi tierra me vaya.

    -Adiós vais -dijo el rey.

    Así se partieron de aquella habla y el rey se fue a comer, y los manteles alzados mandó llamar a Brondajel de Roca

    у díjole:

    -Mi amigo, ya veis cuanto contra la voluntad de mi hija y de todos mis vasallos que la mucho aman se hace este

    casamiento; pero yo conociendo darla a hombre tan honrado y provecho entre vosotros, no me quitaré de lo que he

    prometido; por ende aparejad las fustas que dentro en tercero día os entregaré a Oriana con todas sus dueñas y doncellas,

    y poned en ella recaudo que no os salga de una cámara porque no acaezca algún desastre.

    Brondajel dijo:

    -Todo se hará, señor, como lo mandáis, y aunque ahora se le haga grave a la emperatriz mi señora salir de su tierra

    donde a todos conoce, viendo las grandezas de Roma y el su gran señorío, cómo los reyes y príncipes ante ella para la

    servir se humillaren, no pasará mucho tiempo que su voluntad con mucho contentamiento será satisfecha; y tales nuevas

    antes de mucho tiempo os serán señor escritas, que mucho os contentarán.

    El rey lo abrazó riendo y díjole:

    -Si Dios me salve, Brondajel mi amigo, yo creo que tales sois vosotros que muy bien sabréis hacer cómo ella sea en

    su alegría cobrada.

    Y Salustanquidio que ya se levantaba le pidió por merced que mandase ir con su hija a Olinda; y él la prometió, que

    siendo el rey como el emperador se lo prometiera en llegando con Oriana, él la tomaría por su mujer. Al rey plugo dello

    y estúvosela loando mucho, diciendo que según su discreción, honestidad y gran hermosura que bien merecía ser reina

    y señora de gran tierra. Así como oís pasaron aquella noche, y otro día pusieron en las barcas todo lo que habían de

    llevar.

    […]

    …la doncella que con ellos viniera llegó al rey y dijo:

    -Mi señor, oídme a poridad, si vos pluguiere antes que me vaya.

    El rey hizo apartar a todos y díjole:

    -Ahora decid lo que os pluguiere.

    -Señor -dijo ella-, vos fuistes hasta aquí el más preciado rey de los cristianos, y siempre vuestro buen prez llevaste

    adelante; y entre las vuestras buenas maneras tuvistes siempre en la memoria el hecho de las doncellas, haciéndolas

    mercedes y cumpliéndolas de derecho, siendo muy cruel contra aquellos que tuerto les hacían, y ahora perdida aquella

    grande esperanza que en vos tenían, tiénense todas por desamparadas de vos viendo lo que contra vuestra hija Oriana

    hacéis, queriéndola tan sin causa ni razón desheredar de aquello que Dios heredera la hizo. Mucho son espavoridas y

    espantadas cómo aquella vuestra noble condición así es tan al contrario en este caso tornada, que muy poca fucia tendrán

    en sus remedios cuando así contra Dios y contra vuestra hija, y de todos vuestros naturales usáis de tanta crueza, siendo

    más que otro ninguno obligado, no como rey que a todos derechos ha de guardar, mas como padre, que aunque de todo

    el mundo ella fuese desamparada, de vos había con mucho amor de ser acogida, y consolada; y no solamente al mundo

    es mal ejemplo, mas ante Dios sus llantos y sus lágrimas reclamarán; miradlo, señor, y conformad el fin de vuestros días

    con el principio dellos, pues que más gloria y fama vos han dado que a ninguno de los que viven; y mi señor, a Dios

    seáis encomendado que me voy a aquellos caballeros que me atienden.

    -Adiós vais -dijo el rey-, que si Dios me salve yo vos tengo por buena y de buen entendimiento.

  • Y ella se fue para sus aguardadores. Y tomándola entre sí se fueron a la galera, que el tiempo les hacía enderezado

    para su viaje; pues luego movieron del puerto, y como sabían que el rey Lisuarte había de entregar su hija Oriana a los

    romanos y qué había de ser, cuitáronse mucho de andar, porque lo supiese el caballero Griego. Así en dos días y dos

    noches le alcanzaron porque él los iba esperando. Mucho bien se recibieron y con gran placer por así haber acabado

    aquellas aventuras tanto a su honra. La doncella les contó cómo la batalla pasara, y cómo se había hecho en ayuda de

    don Grumedán, y la necesidad tan grande que tenía por falta de compañeros, y el placer que con ella hubo, y las gracias

    que enviaba al caballero Griego por tal socorro, todo lo contó que no faltó nada. Grasinda le dijo:

    -¿Supiste a lo que el rey ordena de hacer con su hija?

    -Si señora -dijo la doncella-, que en cuatro días después que de allí partistes la han de meter en la mar en poder de

    los romanos para que la lleven. Mas ver, señora, los llantos que ella y sus doncellas hacen y todos los del reino, no hay

    persona que lo pueda cantar.

    A Grasinda la vinieron las lágrimas a los ojos, y rogaba a Dios que mostrando su misericordia en esta gran sinrazón

    le enviase algún remedio. Mas el caballero Griego fue muy alegre de aquellas nuevas, porque ya tenía él en su corazón

    de la tomar, y no veía la hora de estar envuelto con los romanos; y que esto hecho gozaría de su señora con descanso de

    su triste corazón, que por otra guisa no la podía haber, que lo del rey Lisuarte ni lo del emperador no lo tenía en mucho,

    que bien pensaba de les dar harto que hacer; y lo que más a su ánimo alegría daba era pensar que sin causa de su señora

    esto se hacía.

    […]

    Pues habiendo todos con gran placer comido, y levantados los manteles Amadís les rogó que ninguno de su lugar se

    moviese que les quería hablar, y ellos lo hicieron así. Viendo pues Amadís sosegados a aquellos caballeros que a las

    mesas estaban atendiendo lo que él diría, habloles en esta guisa:

    -Después que me no vistes, mis buenos señores, muchas tierras estrañas he andado y grandes venturas han pasado

    por mí que largas serían de contar; pero las que más me ocuparon y las que mayores peligros me atrajeron fue socorrer

    dueñas y doncellas en muchos tuertos y agravios que les hacían, porque así como estas nacieron para obedecer con

    flacos ánimos, y las más fuertes armas suyas sean lágrimas y suspiros, así los de fuertes corazones estremadamente entre

    las otras cosas las suyas deben tomar amparándolas, defendiéndolas de aquellos que con poca virtud las maltratan y

    deshonran, como los griegos y los romanos en los tiempos antiguos lo hicieron pasando los mares, destruyendo las

    tierras, venciendo batallas, matando reyes y de sus reinos los echando, solamente por satisfacer las fuerzas e injurias a

    ellas hechas, por donde tanta fama y gloria dellos en sus historias ha quedado y quedará en cuanto el mundo durare;

    pues en lo que en nuestros tiempos pasa, ¿quién mejor que vosotros, mis buenos señores, lo sabe, que sois testigos por

    quien muchas afrentas y peligros por esta causa cada día pasaron? No vos hago tan luenga habla poniéndoos delante los

    ejemplos antiguos verdaderos pensando con ellos esforzar vuestros corazones, que ellos son en sí tan fuertes, que si lo

    que les sobra por el mundo repartir se pudiese, ningún cobarde en él quedaría; mas porque las buenas hazañas pasadas

    recordadas en las memorias con mayor cuidado, con mayor deseo las presentes se procuran y toman. Pues viniendo al

    caso, yo he sabido después que a esta tierra vine el gran tuerto y agravio que el rey Lisuarte a su hija Oriana hacer quiere,

    que siendo ella la legítima sucesora de sus reinos, él contra todo derecho desechándola dello al emperador de Roma la

    envía, y según me dicen mucho contra la voluntad de todos sus naturales y más della, que con grandes llantos, grandes

    querellas, a Dios y al mundo reclamando, de tan gran fuerza se queja. Pues si es verdad que este rey Lisuarte sin temor

    de Dios ni de las gentes tal crueza hace, digo vos que en fuerte punto acá nacimos si por nosotros remediada no fuese,

    pues que dejándola pasar se pasaban y ponían en olvido los peligros y trabajos que por ganar honra y prez hasta aquí

    tomado habemos. Ahora diga cada uno su parecer que el mío ya es manifestado.

    Luego respondió Agrajes por ruego de todos aquellos caballeros y dijo:

    -Aunque vuestra presencia, mi buen primo y señor, nuestras fuerzas dobladas haya, y las cosas que antes dudábamos

    con ella livianas y de poca sustancia parezcan, nosotros con poca esperanza de vuestra venida, habiendo sabido esto que

    el rey Lisuarte hacer quiere, determinados éramos al remedio y socorro dello, no dejando un gran fuerza pasar, antes o

    ellos a nosotros ser pasades de la vida a la muerte; y pues que en la voluntad conformes somos seámoslo en las obras, y

    tan presto que aquella gloria que deseamos alcanzar se pueda sin que por nuestra negligencia se pierda.

    Oída por aquellos caballeros la respuesta de Agrajes todos a una voz, teniéndola por buena dijeron que el socorro de

    Oriana se debía hacer y que no se tardase, que si era verdad que no por muchas cosas livianas sus vidas aventuraban,

    con más voluntad lo debían hacer en esta tan señalada, que perpetua gloria en este mundo les darían. Como Grasinda

    vio el concierto, abrazando a Amadís le dijo:

    -¡Ay Amadís, mi señor! ahora parece bien el vuestro gran valor y el de vuestros amigos y parientes en hacer el mejor

    socorro que nunca caballeros hicieron, que no solamente esta tan buena señora, mas a todas las dueñas y doncellas del

    mundo se hace, porque los buenos y esforzados caballeros de otras tierras tomando ejemplo en esto, con mayor cuidado

    y osadía se pondrán en lo que con razón por ellas deben hacer; y los desmesurados sin virtud, habiendo temor de ser

  • duramente constreñidos, refrenarse han de les hacer tuertos y agravios; y mi señor, id con la bendición de Dios y Él vos

    guie y enderece, y yo vos atenderé aquí hasta ver el cabo, y después haré lo que mandades.

    Amadís se lo agradeció mucho y dejola en guarda de Ysanjo, el gobernador de la Ínsula, que la hiciese servir y le

    mostrase todas las cosas sabrosas que por la Ínsula eran, e hiciese mucha honra al su muy grande amigo el maestro

    Elisabat. Mas el maestro le dijo:

    -Buen señor, si yo en algo os puedo servir no es sino en semejantes cosas que estas a que vais, que con las armas

    según mi hábito escusado me habréis, así que por ninguna guisa quedaré; antes quiero ser en socorro vuestro con esto

    que Dios me dio, si a vos señor pluguiere, que bien sé según la gran locura de los romanos y la porfía de vosotros que

    seréis de mí bien servidos y ayudados.

    Amadís lo abrazó y dijo:

    -¡Ay maestro, mi verdadero amigo! A Dios plega por la su merced que lo que por mí habéis hecho y hacéis de mí os

    sea galardonado, y pues vos place de ir entremos luego en la mar con la ayuda de Dios.

    Como la flota aparejada estuviese de todo lo necesario al viaje y la gente apercibida, a la prima noche, mandando

    Amadís que todos los caminos se tomasen, porque nuevas de algunos dellos no fuesen sabidas, entraron todos en la

    flota, y sin hacer ruido ni bullicio comenzaron a navegar contra aquella parte que los romanos habían de acudir, según

    el camino que les pertenecía llevar para que en la delantera los hallasen.

    Capítulo 81 - De cómo el rey Lisuarte entregó su hija muy contra su gana, y del socorro que Amadís con todos los

    otros caballeros de la Ínsula Firme hicieron a la muy hermosa Oriana.

    Como determinado estuviese el rey Lisuarte de entregar su hija Oriana a los romanos, y el pensamiento tan firme en

    ello que ninguna cosa de las que habéis oído le pudo remover; llegado el plazo por él prometido habló con ella tentando

    muchas maneras para la atraer, que por su voluntad entrase aquel camino que a él tanto le agradaba, mas por ninguna

    guisa pudo sus llantos y dolores amansar. Así que yendo muy sañudo se apartó della y se fue a la reina diciéndole que

    amansase a su hija, pues que poco le aprovechaba lo que hacía que no se podía escusar aquello que él prometiera. La

    reina que muchas veces con él hablara sobre ello pensando hallar algún estorbo, y siempre en su propósito le halló sin

    le poder ninguna cosa mudar, no quiso decirle otra cosa sino hacer su mandado, aunque tanta angustia su corazón sintiese

    que más ser no podía, y mandó a todas las infantas y otras doncellas que con Oriana habían de ir que luego a las barcas

    se acogiesen; solamente dejó con ella a Mabilia y Olinda y la doncella de Dinamarca, y mandó llevar a las naves todos

    los paños y atavíos ricos que ella le daba.

    Mas Oriana cuando vio a su madre y a su hermana fuese para ellas haciendo muy gran duelo, y trabando de la mano

    a su madre comenzósela a besar, y ella le dijo:

    -Buena hija, ruégoos ahora que seáis alegre en esto que os el rey manda, que fío en la merced de Dios que será por

    vuestro bien, y no querrá desamparar a vos y a mí.

    Oriana le dijo:

    -Señora, yo creo que este apartamiento de vos y de mí será para siempre, porque la mi muerte es muy cerca.

    Y diciendo esto cayó amortecida, y la reina otrosí, así que no sabía de sí parte. Mas el rey que luego allí sobrevino

    hizo tomar a Oriana así como estaba y que la llevasen a las naos, y Olinda con ella; la cual hincando las rodillas le pedía

    por merced con muchas lágrimas que la dejase ir a casa de su padre y no la mandase ir a Roma; pero él era tan sañudo

    que no la quiso oír, e hízola llevar luego tras Oriana, y mandó a Mabilia y a la doncella de Dinamarca que asimismo se

    fuesen luego. Pues todas recogidas a la mar y los romanos como oídes, el rey Lisuarte cabalgó y fuese al puerto donde

    la flota estaba, y allí consolaba a su hija con piedad de padre, mas no de forma que esperanza le pusiese de ser su

    propósito mudado; y como vio que esta no tenía tanta fuerza que a su pasión algún descanso diese, hubo en alguna

    manera piedad, así que las lágrimas le vinieron a los ojos, y partiéndose della habló con Salustanquidio y con Brondajel

    de Roca, y el arzobispo de Talancia, encomendándosela que la guardasen y sirviesen, que allí se la entregaba como lo

    prometiera; y volviose a su palacio dejando en las naves los mayores, llantos y cuitas en las dueñas y doncellas cuando

    ir lo vieron, y que ni escribir ni contar la podrían.

    Salustanquidio y Brondajel de Roca, teniendo en su poder a Oriana y a todas sus doncellas metidas en las naves,

    acordaron de la poner en una cámara que para ella muy ricamente ataviada estaba, y la pusieron allí, y con ella a Mabilia,

    que sabían ser esto, la doncella del mundo que ella más amaba. Cerraron la puerta con fuertes candados, y dejaron, en

    la nave a la reina Sardamira con su compaña y otras muchas, dueñas y doncellas de Oriana. Y Salustanquidio que moría

    por los amores de Olinda, la hizo llevar a su nave con otra pieza de doncellas, no sin grandes llantos, por se ver así

    apartar de su señora Oriana; la cual oyendo, en la cámara donde estaba lo que ellas hacían, y cómo se llegaban a la

    puerta de la cámara abrazándola y llamándola a ella que las socorriese, muchas veces se amortecía en los brazos de

    Mabilia.

  • Pues así todo enderezado, dieron las velas al viento y movieron su vía con gran placer por haber acabado aquella que

    el emperador su señor tanto deseaba, e hicieron poner una muy gran seña del emperador encima del mástil de la nao

    donde Oriana iba, y todas las otras naves en derredor della guardándola. Y yendo así muy lozanos y alegres, miraron a

    su diestra y vieron la flota de Amadís que mucho se les llegaba en la delantera, entrando entre ellos y la tierra donde

    quería; y así era ello que Agrajes y don Cuadragante, y Dragonís, y Listorán de la Torre tanta pusieron entre sí, que

    antes que Amadís llegase ellos se envolviesen con los romanos y pugnasen de socorrer a Oriana, y por eso se metían

    entre su flota, y la tierra, mas don Florestán y el bueno de don Gavarte de Val Temeroso, y Orlando, e Ymosil de

    Borgoña otrosí habían puesto con sus amigos y vasallos de ser los primeros en el socorro, e iban a más andar, metidos

    entre la flota de los romanos у la nave de Agrajes; y Amadís con sus naves muy acompañado de gente así de sus amigos

    como de los de la Ínsula Firme venía a más andar, porque el primero que el socorro hiciese fuese él.

    Dígoos de los romanos que cuando la flota de lejos vieron, pensaron que alguna gente de paz sería que por la mar de

    un cabo a otro pasaban; mas viendo que en tres partes se partían, y que las dos les tomaban la delantera a la parte de la

    tierra y la otra los seguía fueron mucho espantados, y luego fue entre ellos hecho gran ruido diciendo a altas voces:

    -Armas, armas, que estraña gente viene.

    Y luego se armaron muy presto, y pusieron los ballesteros que muy buenos los traían donde habían de estar, y la otra

    gente y Brondajel de Roca con muchos y muy buenos caballeros de la corte del emperador en la nave donde Oriana era,

    y donde pusieron la seña que ya oístes del emperador. A esta sazón se juntaron los unos y los otros, y Agrajes y don

    Cuadragante se juntaron a la nave de Salustanquidio donde la hermosa Olinda llevaban, y comenzáronse de herir muy

    bravamente; y don Florestán y Gavarte de Val Temeroso que por medio de la flota entraron hiriendo en las naves que

    iban el duque de Dancona y el arzobispo de Talancia, que gran gente tenían de sus vasallos que muy armados y recios

    eran, así que la batalla era fuerte entre ellos; y Amadís hizo enderezar su flota a la que la seña del emperador llevaba, y

    mandó a los suyos que lo aguardasen, y poniendo la mano en el hombro de Angriote le dijo así:

    -Señor Angriote mi buen amigo, miémbreseos la gran lealtad que siempre hubisteis y tenéis a vuestros amigos;

    pugnad de me ayudar esforzadamente en este hecho, y si Dios quisiere que yo con bien lo acabe, aquí acabaré toda mi

    honra y toda mi buena ventura cumplidamente, y no os partáis de mí en tanto que pudieres.

    Él le dijo:

    -Mi señor, no puedo más hacer sino perder la vida por vuestro favor y ayuda porque vuestra honra sea guardada, y

    Dios sea por vos.

    Luego fueron juntas las naves; grande era allí el herir de saetas, y piedras, y lanzas de la una y de la otra parte, que

    no parecía sino que llovía, tan espesas andaban; y Amadís no entendía con los suyos en ál sino en juntar su fusta con la

    de los contrarios, mas no podían, que ellos aunque muchos más eran no se osaban allegar viendo cuán denodadamente

    eran acometidos; y descendíanse con grandes garfios de hierro, y otras armas muchas y de diversas suertes. Entonces

    Tantales de Sobradisa, mayordomo de la reina Briolanja que en el castillo estaba, como vio que la voluntad de Amadís

    no podía haber efecto, mandó traer un áncora muy gruesa y pesada trabada a una fuerte cadena, y desde el castillo la

    lanzaron en la nave de los enemigos, y así él como otros muchos que le ayudaron tiraron tan fuerte por ella, que por

    gran fuerza hicieran juntar las naves una con otra, así que no se podían partir en ninguna manera si la cadena no quebrase.

    Cuando Amadís esto vio pasó por toda la gente con gran afán, que estaban muy apretados; y por la vía que él entraba

    iban tras él Angriote y don Bruneo, y como llegó en los delanteros puso el un pie en el borde de su nave y saltó en la

    otra, que nunca los contrarios quitar ni estorbar le pudieron; y como el salto era grande y él iba con gran furia cayó de

    rodillas, y allí le dieron muchos golpes; pero él se levantó a mal grado de los que le herían tan malamente, y poniendo

    mano a la su ardiente espada, vio como Angriote y don Bruneo habían con él entrado, y herían a los enemigos de muy

    fuertes y duros, golpes, diciendo a grandes voces: «Gaula, Gaula, que aquí es Amadís», que así se lo rogara él que lo

    dijesen si la nave pudiese tomar.

    Mabilia que en la cámara con Oriana encerrada estaba, cuando el ruido y estas voces oyó, tomó a Oriana en sus

    brazos, que más muerta que viva estaba, y díjole:

    -Esforzad señora, que socorrida sois de aquel esforzado y bienaventurado caballero, vuestro vasallo y leal amigo.

    Y ella se levantó en pie preguntando que sería aquello, que del llorar estaba desvanecida, que no oía cosa ninguna y

    la vista tenía casi perdida. Y después que Amadís se levantó y puso mano a su espada, y vio las maravillas que Angriote

    y don Bruneo hacían, y cómo los otros de su nave se metían de rondón con ellos, fue con su espada en la mano contra

    Brondajel de Roca que delante sí halló, y diole por encima del yelmo tan fuerte golpe que dio con él tendido a sus pies,

    y si el yelmo tal no fuera, hiciera la cabeza dos partes, y no pasó adelante porque vio que los contrarios eran rendidos y

    demandaban merced; y como vio armas tan ricas que Brondajel traía, bien creyó que aquel era el que los otros

    aguardaban, y quitándole el yelmo de la cabeza dábale con la manzana de la espada en el rostro preguntándole donde

    estaba Oriana, y él le mostró la cámara de los candados diciendo que allí la hallaría.

  • Amadís se fue a prisa contra ella, y llamó a Angriote y a don Bruneo, y con la gran fuerza que de consuno pusieron,

    derribaron la puerta y entraron dentro, y vieron a Oriana y a Mabilia, y Amadís fue a hincar las rodillas ante ella por le

    besar las manos, mas ella lo abrazó, y tomole por la manga de la lóriga que toda era llena de sangre de los enemigos.

    -¡Ay, Amadís! -dijo ella-, lumbre de todas las cuitadas, ahora parece vuestra gran bondad en haber socorrido a mí y

    a estas infantas, que en tanta amargura y tribulación puestas éramos, y por todas las tierras del mundo sea sabido y

    ensalzado vuestro loor.

    Mabilia estaba hincada de rodillas ante él y teníale por la falda de la lóriga, que teniendo él los ojos en su señora no

    la había bien visto; mas como él la vio en aquel momento la levantó, y abrazándola con mucho amor le dijo:

    -Mi señora y mi prima, mucho vos he deseado.

    Y quísose partir dellas por ver lo que se hacía, mas Oriana le tomó por la mano y dijo:

    -Por Dios, señor, no me desamparéis.

    -Señora -dijo él-, no temáis que dentro desta fusta está Angriote, don Bruneo y don Gandales con treinta caballeros

    que os aguardan, y yo iré a acorrer a los nuestros que muy gran batalla han.

    Entonces salió Amadís de la cámara y vio a Landín de Tajarque que había combatido los que en el castillo estaban y

    se le habían dado, y mandó que pues a prisión se daban que no matasen ninguno; y luego se pasó a una muy hermosa

    galera en que estaban Enil y Gandalín con hasta mil caballeros de la Ínsula Firme, y mandola guiar contra aquella parte

    que oyó el apellido de Agrajes, que se combatía con los de la nave de Salustanquidio; y cuando él llegó vio que ya la

    habían entrado, y llegose con su galera hasta el borde por entrar en la nao, y el que le ayudó fue don Cuadragante que

    ya dentro estaba, y la prisa y el ruido era muy grande, que Agrajes y los de su compaña los andaban hiriendo y matando

    muy fieramente. Mas desque a Amadís vieron los romanos saltaban en los bateles, y otros en el agua, y dellos morían y

    otros se pasaban a las otras naves que aún no eran perdidas. Mas Amadís iba todavía adelante por entre la gente

    preguntando por Agrajes su primo, y hallolo y vio que tenía a sus pies a Salustanquidio, que le diera una gran herida en

    el brazo y pedíale merced; mas Agrajes que de antes sabía cómo amaba a Olinda no dejaba de lo herir y allegarlo a la

    muerte como aquel que mucho lo desamaba, y don Cuadragante le decía que no lo matase que buen preso tendría en él.

    Mas Amadís le dijo riendo:

    -Señor don Cuadragante, dejad a Agrajes que cumpla su voluntad, que si dende lo partimos todos somos muertos

    cuantos de nos hallare, que no dejará hombre a vida.

    Pero en estas razones la cabeza de Salustanquidio fue cortada, y la nave libre de todos, y los pendones de Agrajes y

    de don Cuadragante puestos encima de los castillos, y ambos muy bien guardados de buenos caballeros y esforzados.

    Esto hecho Agrajes se fue luego a la cámara donde le dijeron que estaba Olinda su señora que demandaba por él; y

    Amadís, don Cuadragante, y Landín, y Listorán de la Torre Blanca, todos juntos fueron a ver cómo le iba a don Florestán

    y a los que le aguardaban, y luego entraron en la galera que allí Amadís trajera, y encontraron otra de las de don Florestán

    en que venía un caballero su pariente de parte de su madre que había nombre Isanes, y díjoles:

    -Señores, don Florestán y Gavarte de Val Temeroso vos hacen saber cómo han muerto y preso todos los de aquellas

    fustas, y tienen al duque de Ancona y al arzobispo de Talancia.

    Amadís que dello mucho placer hubo envioles a decir que juntasen su galera con la que él había tomado donde estaba

    Oriana, y que allí habrían consejo de lo que hiciesen. Entonces miraron a todas partes y vieron que toda la flota de los

    romanos era destrozada, que ninguno dellos se pudo salvar aunque lo probaron en algunos bateles; mas luego fueron

    alzados y tomados de forma que no quedó quién la nueva pudiese llevar, y fuéronse derechamente a la nave de Oriana,

    y allí era preso Brondajel de Roca. Entrados dentro desarmáronse las cabezas y las manos, y laváronse de la sangre y

    sudor, y Amadís preguntó por don Florestán que no le veía allí. Landín de Tajarque le dijo:

    -Está con la reina Sardamira en su cámara, que a altas voces demandaba por él diciendo que se lo llamasen

    prestamente que él sería su ayudador; y ella está ante los pies de Oriana pidiéndole merced que no la dejase matar ni

    deshonrar.

    Amadís se fue allá y preguntó por la reina Sardamira, y Mabilia se la mostró que estaba con ella abrazada, y don

    Florestán la tenía por la mano, y fue ante ella muy humildoso y quísole besar las manos, y ella las tiró así y díjole:

    -Buena señora, no temáis nada, que teniendo a vuestro servicio y mandado a don Florestán, a quien todos aguardamos

    y le seguimos, todo se hará a vuestra voluntad dejando aparte nuestro deseo, que es servir y honrar a todas las mujeres

    y a cada una según su merecimiento; y como vos, mi buena señora, muy señalada y estremada entre todas seáis, así

    estremadamente es razón que mucho se mire en vuestro contentamiento.

    La reina dijo contra don Florestán:

    -Decidme, buen señor, ¿quién es este caballero tan mesurado y tan vuestro amigo?

  • -Señora -dijo él-, es Amadís mi señor y mi hermano con quien aquí todos son en este socorro de Oriana.

    Cuando ella esto oyó levantose a él con gran placer y dijo:

    -Buen señor Amadís, si vos no recibí como debía no me culpéis, que el no tener conocimiento de vos fue la causa, y

    mucho agradezco a Dios que en esta tanta tribulación me haya puesto en la vuestra mesura y en la guarda y amparo de

    don Florestán.

    Amadís la tomó por la otra mano y lleváronla a el estrado de Oriana, y allí la hicieron sentar, y él se asentó con

    Mabilia su prima, que mucho deseo tenía de la hablar; mas en todo esto la reina Sardamira, como quiera que supiese ser

    la flota de los romanos vencida y destrozada, y la gente muchos muertos y otros presos, aún no había venido a su noticia

    la muerte del príncipe Salustanquidio a quien ella de bueno y leal amor amaba mucho, y teníale por el más principal y

    grande de todos los del señorío de Roma, ni lo supo en gran pieza.

    […]

    A esta sazón eran allí todos juntos los más honrados caballeros de aquella compaña, los cuales a un cabo de la nao

    se apartaron por hablar qué consejo tomarían, y Oriana llamó a Amadís a un cabo del estrado y muy paso le dijo:

    -Mi verdadero amigo, yo vos ruego y mando por aquel verdadero amor que me tenéis que ahora más que nunca se

    guarde el secreto de nuestros amores, y no habléis conmigo apartadamente sino ante todos, y lo que vos pluguiere

    decirme secreto habladlo con Mabilia, y pugnad como de aquí nos llevéis a la Ínsula Firme, porque estando en lugar

    seguro Dios proveerá en mis cosas como él sabe que tengo la justicia.

    -Señora -dijo Amadís-, yo no vivo sino en esperanza de vos servir, y si esta me faltase, faltarme ha ya la vida, y como

    lo mandáis así se hará; y en esta ida de la Ínsula bien será que con Mabilia lo enviéis a decir a estos caballeros porque

    parezca que más de vuestra gana y voluntad que de la mía procede.

    -Así lo haré -dijo ella-, y bien me parece; ahora vos id -dijo- a aquellos caballeros.

    Amadís así lo hizo, y hablaron en lo que adelante se debía hacer. Mas como eran muchos los acuerdos eran diversos,

    que a los unos parecía que debían llevar a Oriana a la Ínsula Firme, otros a Gaula y otros a Escocia, a la tierra de Agrajes,

    así que no se acordaban. En esto llegó la infanta Mabilia y cuatro doncellas con ella. Todos la recibieron muy bien y la

    pusieron entre sí, y ella les dijo:

    -Señores, Oriana os ruega por vuestras bondades y por el amor que en este socorro la habéis mostrado que la llevéis

    a la Ínsula Firme, que allí quiere estar hasta que sea en el amor de su padre y madre, y ruégaos señores que a tan buen

    comienzo deis el cabo, mirando su gran fortuna y fuerza que se le hace, y hagáis por ella lo que por las otras doncellas

    hacer sabéis que no son de tan alta guisa.

    -Mi buena señora -dijo don Cuadragante-, el bueno y muy esforzado Amadís y todos los caballeros que en su socorro

    hemos sido estamos de voluntad de la servir hasta la muerte, así con nuestras personas como con las de nuestros parientes

    y amigos, que mucho pueden y muchos serán, y todos seremos juntos en su defensa contra su padre y contra el emperador

    de Roma, si a esta razón y justicia no se allegaren con ella; y decidle que si Dios quisiere que así como dicho tengo se

    hará sin falta, y así lo tenga por firme en su pensamiento, y ayudándonos Dios por nosotros no faltará; y si con

    deliberación y esfuerzo este servicio se le ha hecho, que así con otro mayor acuerdo será por nos sostenido hasta que su

    seguridad y nuestras honras satisfechas sean.

    Todos aquellos caballeros tuvieron por bien aquello que don Cuadragante respondió, y con mucho esfuerzo otorgaron

    que desta demanda nunca serían partidos hasta que Oriana en su libertad y señorío restituida fuese, siendo cierta y segura

    de los haber si ella más que su padre y madre la vida poseyese.

    La infanta Mabilia se despidió dellos y se fue a Oriana, y por ella sabida la respuesta y recaudo que de su mensaje le

    traía, fue muy consolada, creyendo que la permisión del justo juez lo guiara de forma que la fin fuese la que ella deseaba.

    Con este acuerdo se fueron aquellos caballeros a sus naves por mandar poner reparo en los presos y despojos, que

    muchos eran; y dejaron con Oriana todas sus dueñas y doncellas, y a la reina Sardamira con las suyas; y a don Bruneo

    de Bonamar, y Landín de Tajarque, y a don Gordán, hermano de Angriote de Estraváus, y a Sarquiles su sobrino, y

    Orlandín, hijo del conde Irlanda, y a Enil que andaba llagado de tres llagas, las cuales él encubría como aquel que era

    muy esforzado y sufridor de todo afán. A estos caballeros fue encomendada la guarda de Oriana y de aquellas señoras

    de gran guisa que con ella eran, y no se partiesen della hasta que en la Ínsula Firme fuesen puestas, donde tenían acordada

    de las llevar.

    Capítulo 84 - De cómo Amadís hizo juntar a aquellos señores, y el razonamiento que les hizo, y lo que sobre ello

    acordaron.

    Amadís, como quiera que gran esfuerzo mostrase como él lo tenía, mucho pensaba en la salida que deste gran negocio

    podía ocurrir, como aquel sobre quien todo cargaba, aunque allí estuviesen muchos príncipes y grandes señores y

  • caballeros de alta guisa, y tenía ya su vida condenada a muerte o salir con aquella grande empresa que a su honra

    amenazaba y en gran cuidado ponía; y cuando todos dormían él velaba pensando en el remedio que poner se debía; y

    con este cuidado, con acuerdo y consejo de don Cuadragante y de su primo Agrajes, hizo llamar a todos aquellos señores

    que en la posada de don Cuadragante se juntasen en una gran sala que en ella había, que de las ricas de toda la Ínsula

    era.

    Y allí, venidos todos que ninguno faltó, Amadís se levantó en pie teniendo por la mano al maestro Elisabat a quien

    él siempre mucha honra hacía, y habloles en esta guisa:

    -Nobles príncipes y caballeros, yo os hice aquí juntar por traer a vuestra memoria cómo por todas las partes del

    mundo por donde vuestra fama corre saben los grandes linajes y estados de donde vosotros venís, y que cada uno de vos

    en su tierra podía vivir con muchos vicios y placeres, teniendo muchos servidores; con otros grandes aparejos que para

    recreación de la vida viciosa y holgándose suelen proveer y tener, allegando riquezas a riquezas; pero vosotros

    considerando haber tan gran diferencia en el seguir de las armas o en los vicios, y ganar los bienes temporales como es

    entre el juicio de los hombres y las animalias bravas, habéis desechado aquello que muchos codician y tras que muchos

    se pierden, queriendo pasar grandes fortunas por dejar fama loada, siguiendo este oficio militar de las armas que desde

    el principio del mundo hasta este nuestro tiempo, ninguna buena ventura de estas de las terrenales al vencimiento y

    gloria suya se pudo igualar, por donde aquí otros intereses ni señoríos habéis cobrado, sino poner vuestras personas

    llenas de muchas heridas en grandes trabajos y peligros, hasta las llegar mil veces al punto y estrecho de la muerte,

    esperando y deseando más la gloria y fama que otra alguna ganancia que dello venir pudiese, en galardón de lo cual si

    conocer queréis la próspera y favorable fortuna vuestra, ha querido traer a vuestras manos una tan gran victoria como al

    presente tenéis; y esto no lo digo por el vencimiento hecho a los romanos, que según la diferencia de vuestra virtud a la

    suya no se debe tener en mucho, mas por ser por vosotros socorrida y remediada esta tan alta princesa y de tanta bondad,

    que no se recibiese el mayor desaguisado y tuerto que ha grandes tiempos que persona de tan gran guisa recibió, por

    causa de los cuales después de haber mucho acrecentamiento en vuestras famas, habéis hecho gran servicio a Dios

    usando de aquello para que nacistes, que es socorrer a los corridos quitando los agravios y ofensas que les son hechas;

    y lo que más se debe tener y más contentamiento nos debe dar, es haber descontentado y enojado a dos tan altos y

    poderosos príncipes como es el emperador de Roma y el rey Lisuarte, con los cuales si a la justicia y razón llegar

    quisieren, nos convendrá tener grandes combates y guerras. Pues de aquí, nobles señores, ¿qué se puede esperar? Por

    cierto otra cosa no, salvo como aquellos que la razón y verdad mantienen en mengua y menoscabo suyo, de los que la

    desechan y menosprecian ganar nosotros muy grandes victorias que por todo el mundo suenen; y si de su grandeza algo

    se puede temer, no estamos tan despojados de otros muchos y grandes señores, parientes y amigos que ligeramente no

    podamos henchir estos campos de caballeros y gentes en tan gran número, que ningunos contrarios por muchos que sean

    puedan ver con una jornada la Ínsula Firme. Así que buenos señores, sobre esto cada uno diga su parecer, que mucho

    mejor que yo conoceréis lo que conviene hacer para sostener esto y lo llevar adelante con aquel esfuerzo y discreción

    que se debe.

    Con mucha voluntad aquella graciosa y esforzada habla que por Amadís se hizo de todos aquellos señores fue oída,

    los cuales considerando haber entre ellos tantos que muy bien según su gran discreción y esfuerzo responder sabrían,

    estuvieron por una pieza callando, convidándose los unos a los otros que hablasen. Entonces don Cuadragante dijo:

    -Mis buenos señores, si por bien lo tuvieres, pues todos calláis, diré lo que mi juicio a conocer y responder me da.

    Agrajes le dijo:

    -Señor don Cuadragante, todos os lo rogamos que así lo hagáis, porque según quien vos sois y las grandes cosas que

    por vos han pasado, y con tanta honra al fin dellas llegastes, a vos más que a ninguno de nosotros conviene la respuesta.

    Don Cuadragante agradeció la honra que le daba y dijo contra Amadís:

    -Noble caballero, vuestra discreción y buen comedimiento ha tanto contentado nuestras voluntades, y así habéis

    dicho lo que hacer se debe, que haber de responder replicando a todo sería cosa de gran prolijidad y enojo a quien lo

    oyese; y solamente será por mi dicho lo que al presente remediar se debe, lo cual es; que pues vuestra voluntad en lo

    pasado no ha sido proseguir pasión ni enemistad, sino solamente por servir a Dios y guardar lo que como caballero

    tenéis jurado, que es quitar las fuerzas, especialmente de dueñas y doncellas que fuerza ni reparo tienen sino de Dios y

    vuestro, que sea esto por vuestros mensajeros manifestado al rey Lisuarte, y de vuestra parte sea requerido haya

    conocimiento del yerro pasado, y se ponga en justicia y razón con esta infanta su hija desatando la gran fuerza de por él

    se le hacer, dando tales seguridades que con mucha causa y certinidad no ser nuestras honras menoscabadas se la

    podamos y debamos restituir; y de lo que dél a nosotros toca no se le hacer mención alguna, porque esto acabado si

    acabar se puede, yo fío tanto en vuestra virtud y esfuerzo grande que aún él nos demandará la paz, y se tendrá por muy

    contento si por vos le fuere otorgada y entregada; entre tanto que la embajada va, por cuanto no sabemos cómo las cosas

    sucederán, y quien demandar nos quisiere nos halle, no como caballeros andantes, mas como príncipes y grandes

    señores, sería bien que nuestros amigos parientes, que muchos son, por nosotros sean requeridos, para que cuando llamar

    se convenga pueda venir a tiempo que su trabajo haya aquel efecto que debe.

  • Capítulo 85 - De cómo todos los caballeros fueron muy contentos de todo lo que don Cuadragante propuso.

    De la respuesta de don Cuadragante fueron muy contentos aquellos caballeros porque en su parecer no quedaba nada

    que decir. Y luego fue acordado que Amadís lo hiciese saber al rey Perión su padre pidiendo a él toda ayuda y favor, así

    dél y de los suyos como de los otros que sus amigos y servidores fuesen, para cuando fuesen llamados. Asimismo lo

    enviase a todos los otros que sabía que le podrían y querían acudir, que muchos eran, por los cuales grandes cosas en su

    honra y provecho hiciera con gran peligro de su persona; y que Agrajes fuese o enviase al rey de Escocia su padre a lo

    mismo; y a Branfil su hermano que con toda diligencia aparejase toda la más gente que haber pudiese, y no partiese de

    allí hasta saber su mandado; y que así lo hiciesen todos los otros caballeros que allí estaban que estados y amigos tenían.

    Capítulo 95 - De cómo el rey Lisuarte demandó consejo al rey Arbán de Norgales, y a don Grumedán, y a Guilán el

    cuidador, y lo que le respondieron.

    Después que aquellos caballeros del rey Lisuarte se partieron, mandó llamar al rey Arbán de Norgales, a don

    Grumedán y a Guilán el cuidador, y díjoles:

    -Amigos, ya sabéis en lo que estoy puesto con estos caballeros de la Ínsula Firme, y la gran mengua que dellos he

    recibido; y ciertamente, si yo no tomase la enmienda de manera que aquel gran orgullo que tienen sea quebrantado, no

    me tendría por rey ni pensaría que por tal ninguno me tuviese; y por dar aquella cuenta de mí que los cuerdos deben dar,

    que es hacer sus cosas con gran consejo y mucha deliberación, quiero que como os hube dicho me digáis vuestro parecer,

    porque sobre ello yo tome lo que más a mi servicio cumple.

    El rey Arbán, que era buen caballero y muy cuerdo, y que mucho deseaba la honra del rey le dijo:

    -Señor, estos caballeros y yo hemos mucho pensado y hablado como nos lo mandastes por vos dar el mejor consejo

    que nuestros juicios alcanzaren; y fallamos, que pues vuestra voluntad es de no venir en ninguna concordia con aquellos

    caballeros, que con mucha diligencia y gran discreción se debe buscar el aparejo para que sean apremiados y su locura

    refrenada, que nosotros señor de una parte vemos que los caballeros que en la Ínsula Firme están son muchos y muy

    poderosos en armas como vos lo sabéis, que ya por la bondad de Dios todos ellos fueron mucho tiempo en vuestro

    servicio; y demás de lo que ellos pueden y valen, certificados somos que han enviado a muchas partes por grandes

    ayudas, las cuales creemos que hallarán, porque son de gran linaje, así como hijos y hermanos de reyes, y de otros

    grandes hombres, y por sus personas han ganado otros muchos amigos; y cuando así vienen gentes de muchas partes

    prestamente se allega gran hueste; y de la otra parte señor vemos vuestra casa y corte muy despojada de caballeros, más

    que en ningún tiempo que en la memoria tengamos, y la grandeza de vuestro estado ha traído en vos poner en muchas

    enemistades que ahora mostrarán las malas voluntades que contra vos tienen, que muchas dolencias destas acostumbran

    a descubrir las necesidades que con las bonanzas están suspensas y calladas; y así por estas causas como por otras

    muchas que decir se podrían, sería bien que vuestros servidores y amigos sean requeridos, y se sepa lo que en ellos

    tenéis; en especial al emperador de Roma, a quien ya más que a vos toca esto, como la reina vos dijo; y visto el poder

    que se vos apareja, así señor podréis tomar el rigor o el partido que se vos ofrece.

    El rey se tuvo por bien aconsejado y dijo que así lo quería hacer, y mandó a don Guilán que él tomase cargo de ser

    el mensajero para el emperador que a tal caballero como él convenía tal embajada, y él le respondió:

    -Señor, para eso y para mucho más está mi voluntad presta a vos servir; y a Dios plega por la su merced que así como

    lo yo deseo se cumpla, en acrecentamiento de vuestra honra y gran estado, y el despacho sea presto, que vuestro

    mandamiento será puesto en ejecución.

    El rey le dijo:

    -Con vos no será menester sino creencia, y esta es que digáis al emperador como él de su voluntad me envió a

    Salustanquidio y a Brondajel de Roca, su mayordomo mayor, con otros asaz caballeros que con ellos vinieron a

    demandar a mi hija Oriana para se casar con ella, que yo por le contentar y le tomar en mi deudo contra la voluntad de

    todos mis naturales, teniendo a esta por señora después de mis días me dispuse a se la enviar, como quiera que con

    mucha piedad mía, y mucho dolor y angustia de su madre, por la ver apartar de nosotros en tierras tan estrañas; y que

    recibida por los suyos con sus dueñas y doncellas, y entrados en la mar fuera de los términos de mis reinos, que Amadís

    de Gaula con otros caballeros sus amigos salieron con otra flota de la Ínsula Firme, y que desbaratados los suyos y

    muerto Salustanquidio, fue tomada por ellos mi hija con todos los que vivos quedaron, y llevada a la misma Ínsula donde

    la tienen, y que han enviado sus mensajeros por los cuales me profieren algunos partidos; pero yo conociendo que a él

    más que a mí toca este negocio, no he querido venir con ellos en ninguna contratación hasta le hacer sabidor que sepa

    que con lo que yo más satisfecho sería, es que allí donde ellos la tienen por nosotros cercados fuesen, de tal suerte que

    diésemos a todo el mundo a conocer, que ellos como ladrones y salteadores, y nosotros como grandes príncipes habíamos

    castigado este insulto tan grande que tanto nos toca. Y vos decid en caso lo que os pareciere allende desto, y si en esto

    acuerda que se ponga luego en ejecución, porque las injurias siempre crecen con la dilación de la enmienda que dellas

    se debe tomar.

  • Don Guilán le dijo:

    -Señor, todo se hará como lo mandáis, y a Dios plega que mi viaje haya aquel efecto que en mi voluntad está de vos

    servir.

    Y tomando una carta por do creído fuese, se partió a entrar en la mar, y lo que hizo la historia lo contará adelante.

    Esto hecho mandó el rey llamar a Brandoibás, y mandó que fuese a la Ínsula de Monganza a don Galvanes, que luego

    con toda la gente de la Ínsula para él se viniese, y dende se pasasen en Irlanda al rey Cildadán y le dijese otro tanto, y

    trabajase con él cómo con el aparejo de guerra mayor que haber pudiese viniese a él donde supiese que estaba; y

    asimismo mandó a Filispinel que fuese a Gasquilán, rey de Suesa, y le dijese en lo que estaba; pues que era caballero

    tan famoso y tanto le agradaba y procuraba hazañas, que ahora tendría tiempo de mostrar la virtud y ardimiento de su

    corazón; y así envió a otros muchos sus amigos y aliados y servidores, y a todo su reino que estuviesen apercibidos para

    cuando estos mensajeros tornasen; y mandó buscar muchos caballos y armas por todas partes para hacer la más gente

    de caballo que pudiese.

    Capítulo 106 - De cómo el rey Perión movió la gente del real contra sus enemigos, y cómo repartió las haces para la

    batalla.

    Dice la historia que este rey Perión como fuese un caballero muy cuerdo y de gran esfuerzo, y hasta allí siempre la

    fortuna lo había ensalzado en lo guardar y defender su honra, y se viese en una tan señalada afrenta en que su persona e

    hijos y todo lo más de su linaje se había de poner, y conociese al rey Lisuarte por tan esforzado y vengador de sus

    injurias, que al emperador y su gente no lo preciaba tanto como nada en saber su condición, que siempre estaba pensando

    en lo que menester era, porque bien se tendría por dicho, que si la fortuna contraria les fuese que aquel rey como can

    rabioso no daría a su voluntad contentamiento con el vencimiento primero; antes con mucha diligencia y rigor, no

    teniendo en nada ningún trabajo, los buscaría donde quiera que fuesen, como él lo tenía pensado siendo vencedor de lo

    hacer; y a vueltas de las otras cosas que eran necesarias de proveer, tenía siempre personas en tales partes de quien

    supiese lo que sus enemigos hacían, de los cuales fue luego avisado de cómo la gente venía ya contra ellos, y en qué

    ordenanza.

    Pues sabido esto luego, otro día de mañana se levantó y mandó llamar todos los capitanes y caballeros de gran linaje,

    y díjoselo, y cómo su parecer era que el real se levantase, y la gente en aquellos prados se hiciese repartimiento de las

    haces, porque todos supiesen a qué capitán y seña habían de acudir, y que hecho esto moviesen contra sus enemigos con

    gran esfuerzo y mucha esperanza de los vencer con la justa demanda que llevaban. Todos lo tuvieron por bien, y con

    mucha afición le rogaron que así por su dignidad real y gran esfuerzo y discreción tomase a su cargo de los regir y

    gobernar en aquella jornada, y que todos le serían obedientes. Él lo otorgó, que bien conoció que pedían lo justo y no se

    podía escusar dello.

    Pues mandándolo poner en obra, el real fue levantado y la gente toda armada y a caballo puesta en aquella gran vega.

    El buen rey se puso en medio de todos en un caballo muy hermoso y muy grande, y armado de muy ricas armas, y tres

    escuderos que las armas le llevaban, y diez pajes en diez caballos, todos de una divisa, que por la batalla anduviesen y

    socorriesen a los caballeros que los menester hubiesen; y como él era de tanta edad que lo más de la barba y la cabeza

    la tuviese blanca, y el rostro encendido con el calor de las armas y de la orgulleza del corazón; como todos sabían su

    gran esfuerzo parecía tan bien, y tanto esfuerzo dio a la gente que lo estaba mirando que les hacía perder todo pavor,

    que bien cuidaban que después de Dios aquel caudillo sería causa de les dar la gloria de la batalla; y así estando miró a

    don Cuadragante y díjole:

    -Esforzado caballero, a vos encomiendo la delantera; y tú, mi hijo Amadís, y Angriote de Estraváus, y don Gavarte

    de Val Temeroso, y Enil, y Baláis de Carsante, y Landín que le hagáis compañía con los quinientos caballeros de Irlanda,

    y mil y quinientos de los que yo traje. Y vos mi buen sobrino Agrajes tomad la sañuda haz, y vayan con vos don Bruneo

    de Bonamar y Branfil su hermano con la gente suya y con la vuestra, en que seréis mil y seiscientos caballeros. Y vos

    honrado caballero Grasandor que toméis la tercera. Y a mi hijo don Florestán, y Landín de Tajarque, Dragonís, y Elián

    el Lozano con la gente de vuestro padre el rey, y Trion con la gente de la reina Briolanja, que seréis dos mil y setecientos

    caballeros, le haced compañía -y dijo a don Brian de Monjaste-: Y vos honrado caballero mi sobrino habed la cuarta haz

    con vuestra gente y con tres mil caballeros del emperador de Constantinopla, que llevaréis cinco mil caballeros, y vayan

    con vos Mandacil de la Puente de Plata, y Sardamón, y Orlandín, hijo del conde Orlán.

    Y mandó a don Gandales que tomase mil caballeros de los suyos y socorriese a las mayores prisas. Y el rey tomó

    consigo a Gastiles con la gente que del emperador le quedaba, y púsose debajo de su seña, y rogó a todos que así mirasen

    por ella, como si el mismo emperador allí en persona estuviese.

    Concertadas las haces como habéis oído, movieron todos sus ordenanzas por el campo, tocando muchas trompetas y

    otros instrumentos de guerra. Oriana, las reinas, las infantas, las dueñas y las doncellas estábanlos mirando y rogando a

    Dios de corazón les ayudase, y si su voluntad fuese los pusiese en paz.

  • Capítulo 112 - Cómo sabido por el santo ermitaño Nasciano, que a Esplandián el hermoso doncel crio, esta gran rotura

    destos reyes, se dispuso a los poner en paz, y de lo que en ello hizo.

    La historia cuenta que aquel santo ermitaño Nasciano, que a Esplandián criara, como la tercera parte desta historia

    lo cuenta, estando en su ermita en aquella gran floresta que ya oístes, más había cuarenta años, que según era el lugar

    de esquivo y apartado pocas veces iba ninguno, que él siempre tenía sus provisiones para gran tiempo; y no se sabe si

    por gracia de Dios o por las nuevas que dello pudo oír, supo cómo estos reyes y grandes señores estaban en tanto peligro

    y afrenta, así de sus personas como de todos aquellos que en su servicio iban, de lo cual mucho, y porque a la sazón

    estaba tan doliente que andar ni se levantar podía, siempre rogaba a Dios que le diese salud y esfuerzo para que él

    pudiese ser reparo destos que eran en su santa ley; porque como él hubiese confesado a Oriana y della supiese todo el

    secreto de Amadís, y ser Esplandián su hijo, bien conoció el gran peligro que se aventuraba en haberla de casar con otro;

    y por aquí pensó, que pues Oriana estaba en tal parte donde la ira de su padre no podía temer, que sería bien, aunque él

    viejo y cansado fuese, de se poner en camino y llegar a la Ínsula Firme, porque con su licencia della, que de otra manera

    no podía ser, pudiese desengañar al rey Lisuarte de lo que no sabía, y tuviese tal manera, que poniendo la paz y concordia

    allegase el casamiento de Amadís y della.

    Con este pensamiento y deseo, cuando un poco aliviado se sintió, tomó consigo dos hombres de aquel lugar a do su

    hermana vivía, que era la madre de Sargil, el que andaba con Esplandián, y encima de su asno se metió al camino;

    aunque con mucha flaqueza y pequeñas jornadas, y mucho trabajo, anduvo tanto que llegó a la Ínsula Firme al tiempo

    que el rey Perión y toda la gente era ya partida para la batalla, de lo cual mucho placer hubo. Pues allí llegado hizo saber

    a Oriana su venida, y como ella lo supo fue muy alegre por dos cosas; la primera porque este santo ermitaño había criado

    y dado después de Dios la vida a su hijo Esplandián, y la otra por tomar consejo con él de lo que a su alma y buena

    conciencia se requería; y luego mandó a la doncella de Dinamarca que saliese a él, y lo trajese donde estaba, y así lo

    hizo.

    Cuando Oriana lo vio entrar por la puerta, ella se fue para él e hincó las rodillas ante él y comenzó de llorar muy

    reciamente y díjole:

    -¡Oh santo hombre! dadme vuestra bendición a esta mujer malaventurada y muy pecadora, que por su mala ventura

    y la de otros muchos fue nacida en este mundo.

    Al santo ermitaño le vinieron las lágrimas a los ojos de la piedad que della hubo, y alzó la mano y bendíjola, y díjole:

    -Aquel Señor que es reparador y poderoso en todas las cosas os bendiga, y sea la guarda y reparo en todas vuestras

    cosas -entonces la tomó de los brazos y la levantó del suelo, y díjole-: Mi buena señora y amada hija, con mucha fatiga

    y gran trabajo soy venido por vos hablar, y cuando a vos pluguiere mandadme oír, porque yo no me puedo mucho

    detener, ni el estilo de mi vivir ni hábito me da licencia para ello.

    Oriana así llorando como estaba le tomó por la mano sin ninguna cosa le responder, que los grandes sollozos no le

    daban lugar, y se metieron en su cámara con él, y mandó que allí solos los dejasen, y así fue hecho.

    Cuando el ermitaño vio que sin recelo podía decir lo que quisiese dijo:

    -Mi buena señora, yo estando en aquella ermita donde ha tanto tiempo que he demandado a Dios nuestro señor que

    haya piedad de mi ánima, poniendo en olvido todo lo mundanal, por no recibir algún intervalo en mi propósito, fui

    sabidor como el rey vuestro padre y el emperador de Roma con muchas gentes son venidas contra Amadís de Gaula, y

    asimismo él con su padre y otros muchos príncipes y caballeros de gran estado van a les dar batalla. Lo que de allí se

    puede seguir quien quiera lo conocerá, que según la muchedumbre de las gentes, y el gran rigor con que se demandan y

    buscan no puede aquí redundar sino en mucha perdición dellos y en gran ofensa de Dios nuestro señor; y porque la causa

    según me dicen es el casamiento que vuestro padre quiere juntar de vos y del emperador de Roma, yo señora me dispuse

    hacer este camino que veis como persona que sabe el secreto de cómo vuestra conciencia en este caso está, y el gran

    peligro de vuestra persona y fama, si lo que el rey vuestro padre quiere hubiese efecto; y porque de vos mi buena hija,

    en confesión lo supe, no he tenido licencia de poner en ello aquel remedio que a tan gran daño como aparejado está

    conviene. Ahora que veo el estado en que las cosas están, será más pecado callarlo que decirlo. Vengo a vos, amada

    hija, hayáis por mejor que vuestro padre sepa lo pasado, y que no vos pueda dar otro marido si no el que tenéis; que no

    lo sabiendo, pensando que lo que él quiere justamente se puede cumplir, su porfía será tal que con gran destrucción de

    los unos y de los otros siguiese su propósito, y al cabo sea publicado así como el Evangelio lo dice, que ninguna cosa

    puede oculta ser que sabida no sea.

    Oriana que algún tanto más el espíritu reposado tenía, lo tomó por las manos y se las besó muchas veces contra su

    voluntad dél, y díjole:

    -¡Oh muy santo hombre y siervo de Dios! en vuestro querer y voluntad pongo y dejo todos mis trabajos y angustias

    para que hagáis aquello que más al bien de mi alma cumple; y aquel Señor a quien vos servís, y yo tengo tanto ofendido,

    le plega por su santa piedad de lo guiar, no como yo muy pecadora lo merezco, mas como él por su infinita bondad lo

    suele hacer con aquellos que mucho lo han errado, si de todo corazón como yo ahora le hago merced le piden.

  • El hombre bueno con mucho placer le respondió:

    -Pues amada hija, en este Señor que decís que a ninguno faltó en las grandes necesidades si con verdadero corazón

    y contrición le llaman, tened mucha esperanza, y a mí conviene como aquel que con más honestidad lo puede y debe

    hacer, poner aquel remedio que su servicio sea, y vuestra honra sea guardada con aquella seguridad que a la conciencia

    de vuestra ánima se requiere; y porque de la dilación mucho daño se puede seguir, conviene que luego por vos, mi buena

    señora, me sea dada licencia, porque el trabajo de mi persona (si ser pudiere) alcance algo del fruto que yo deseo.

    Oriana le dijo:

    -Mi señor Nasciano, aquel doncel que después de Dios distes la vida os encomiendo que le roguéis por él, y si acá

    tornares haced por le traer con vos, y a Dios vais encomendado que os guíe, de manera que vuestro deseo se cumpla a

    su santo servicio.

    Así el santo ermitaño se despidió, y con mucha fatiga de su espíritu, y con grande esperanza de cumplir su buena

    voluntad, entró por el camino por do supo que la gente iba; pero como él fuese tan viejo como la historia lo cuenta, y no

    pudiese andar sino en su asno, su caminar fue tan vagaroso que no pudo llegar hasta que las dos batallas ya dadas eran,

    como dicho es; así que estando las dos huestes en tregua y soterrando los muertos y curando los heridos, llegó este santo

    hombre al real del rey Lisuarte, y como vio tantas gentes muertas y otros muchos heridos de diversas y terribles heridas,

    por las cuales muy grandes llantos a todas partes hacían, fue mucho espantado, y alzó las manos al cielo llorando con

    mucha piedad, y dijo:

    -¡Oh Señor del mundo! a ti plega por tu pasión que por nosotros pecadores pasaste, que no mirando a nuestros grandes

    yerros y pecados, me des gracia cómo yo pueda quitar tan grande mal y daño como el que entre estos tus siervos

    aparejado está.

    Pues entrando en el real preguntó por las tiendas del rey Lisuarte y a las cuales sin otra parte reposar se fue, y como

    allí llegó descabalgó de su asnillo, y entró donde el rey estaba. Cuando el rey lo vio conociolo luego, y fue mucho

    maravillado de su venida, porque según su edad grande, bien tenía creído que aun de la ermita no pudiera salir, y luego

    sospechó que tal hombre como aquél tan pesado y de vida tan santa que no venía sin alguna causa, y como a él llegó

    hincó las rodillas y dijo:

    -Padre Nasciano y siervo de Jesucristo, dadme vuestra bendición.

    El ermitaño alzó la mano y dijo:

    -Aquel Señor a quien yo sirvo y todo el mundo es obligado a servir vos guarde, y de tal conocimiento, que no teniendo

    en mucho las cosas perecederas del mundo, antes las despreciando, hagáis tales obras, por donde vuestra ánima haya y

    alcance aquella gloria y reposo para que fue criada, si por vuestra culpa no lo pierde.

    Entonces le dio la bendición y alzó por las manos, y él hincó las rodillas para se las besar, mas el rey lo abrazó y no

    lo consintió, y tomándole por la mano le hizo asentar cabe sí, y mandó que luego le trajesen de comer, y así fue hecho;

    y desque hubo comido apartose con él en un retraimiento de la tienda, y preguntole la causa de su venida, diciéndole

    que se maravillaba mucho según su edad y gran retraimiento poder venir en aquellas partes tan lejos de su morada. El

    ermitaño le respondió y dijo:

    -Señor, con mucha razón se debe creer, todo lo que decís, que por cierto según mi gran vejez, así del cuerpo como

    de la voluntad y condición, no estoy para más sino para salir de mi celda al altar; pero conviene a los que quieren servir

    a nuestro señor Jesucristo, y desean seguir sus santas doctrinas y carreras, que en ninguna sazón de su edad por trabajos

    ni fatigas que les vengan hayan de aflojar solamente un momento dellos, que acordándose de cómo siendo Dios

    verdadero criador de todas las cosas, sin a ello ninguna cosa le constreñir sino solamente su santa piedad y misericordia,

    quiso venir por nos dar el paraíso que cerrado teníamos en este mundo, donde con tantas injurias y deshonras de tan

    deshonrada gente recibió muerte y tan cruda pasión. ¿Qué podemos hacer nosotros por mucho que le sirvamos que

    pueda llegar a la correa de su zapato, como aquel su grande amigo y servidor lo dijo? Y esto considerando, pospuesto

    el temor y el peligro de mi poca vida, pensando que aquí más que en la parte donde estaba podía seguir su servicio, me

    dispuse con mucho trabajo de mi persona y gran voluntad de mi deseo de hacer este camino, en el cual a Él plega de me

    guiar, y a vos señor de recibir mi embajada, quitada y apartada toda saña y pasión, y sobre todo la malvada soberbia,

    enemiga de toda virtud y conciencia, para que siguiendo su servicio se olviden aquellas cosas que en este mundo al

    parecer de muchos valen algo, y en el otro que es el más verdadero son aborrecidas. Y viniendo mi señor al caso digo,

    que estando en aquella ermita donde la ventura vos guio, metido en aquella espesa y áspera montaña donde conmigo

    hablastes todas las cosas que tocaban aquel muy hermoso y bien criado doncel Esplandián, supe desta muy grande

    afrenta y cruda guerra donde vos hallo, y también la razón y causa porque se mueve; y porque yo sé muy cierto que lo

    que vos mi buen señor queríades, es casar vuestra hija con el emperador de Roma, por quien tanto mal y daño es venido,

    no se podía hacer; no solamente por lo que muchos grandes y otros menores de vuestro reino muchas veces vos dijeron,

    diciendo ser esta infanta vuestra legítima heredera y sucesora después de la fin de vuestros días, que era y es muy

    legítima causa, para que con mucha razón y buena conciencia se debría desviar, mas por otra que a vos y a otros es

  • oculta y a mí manifiesta, que con más fuerza según la divina y humana lo desvía, por donde en ninguna manera se puede

    hacer; y esto es, porque vuestra hija es junta en matrimonio con el marido que nuestro Señor tuvo por bien y es su

    servicio que sea casada.

    El rey cuando esto oyó pensó que como este hombre bueno era ya de muy gran edad, que el seso y la discreción se

    le turbaba, o que alguno le había informado muy bien de aquello que había dicho, y respondiole y dijo:

    -Nasciano mi buen amigo, mi hija Oriana nunca tuvo marido ni ahora lo tiene, salvo aquel grande emperador de

    Roma que le yo había dado por marido por ser señor tan poderoso y tan principal; porque con él, aunque de mis reinos

    apartada fuese, en mucha mayor honra y más estado la ponía, y Dios, es testigo que mi voluntad nunca fue de la

    desheredar por heredar a la otra hija, como algunos lo dicen, sino porque hacía cuenta que este mi reino junto en tanto

    amor con el imperio de Roma, la su santa fe católica podía ser mucho ensalzada; que si yo supiera o pensara en las

    grandes cosas que desto han redundado, con muy poca premia volviera mi querer y voluntad en tomar otro consejo; pero

    pues que mi intención fue justa y buena, entiendo que lo pasado y porvenir no se puede ni debe imputar a mi cargo.

    El buen hombre le dijo:

    -Mi señor, y aun por eso os dije que lo que a vos os era oculto a mí me es manifiesto; y dejando aparte lo que me

    decís de vuestra sana y noble voluntad, que según vuestra gran discreción y la honra tan alta en que Dios os ha puesto,

    así se debe y puede creer, quiero que sepáis de mí lo que muy a duro de otro saber podríades; y digo que el día que por

    vuestro mandado llegué a las tiendas en la floresta donde la reina y su hija Oriana con muchas dueñas y doncellas, y vos

    con muchos caballeros estábades, cuando llevé conmigo aquel bienaventurado doncel Esplandián, que a la leona por la

    traílla llevaba, a quien el Señor tiene tanto bien prometido, como vos mi buen señor lo habéis oído decir, la reina y

    Oriana hablaron conmigo todo el secreto de sus conciencias, para que en nombre de aquel que las crio y las ha de salvar

    les diese la penitencia que a la salud de sus ánimas convenía; y supe de vuestra hija Oriana como desde el día que

    Amadís de Gaula la quitó a Arcaláus el encantador y a los cuatro caballeros que con él la llevaban presa, al tiempo que

    vos fuistes encantado por la doncella que de Londres os sacó por el don que la prometistes, y fuisteis vos preso y en

    gran peligro de perder vuestro cuerpo y todo vuestro gran señorío, de lo cual su hermano don Galaor os libró con gran

    peligro de su vida; que así por aquel gran servicio que hizo, como aún más por el que su hermano os hizo a vos, que en

    galardón dello ella prometió casamiento aquel noble caballero reparador de muchos cuitados, flor y espejo de todos los

    caballeros del mundo, así en linaje como en esfuerzo y en todas las buenas maneras que caballero debe tener, de donde

    se siguió que por gracia y voluntad de Dios fuese engendrado aquel Esplandián que tan estremado y señalado le quiso

    hacer sobre cuantos viven, que con verdad podemos decir ser muchos y grandes tiempos pasados, y en los porvenir

    pasarán, que por hombres no se supo que persona mortal fuese con tan maravilloso milagro criado; pues lo que de sus

    hechos públicamente demuestra aquella gran salidora Urganda la desconocida, vos señor muy mejor que yo lo sabéis.

    Así que podemos decir que aunque aquello por accidente fue hecho según en lo que parece, no fue sino misterio de

    nuestro Señor que le plugo que así pasase; y pues que a Él tanto agrada, a vos mi buen señor no debe pesar; antes

    considerando ser esta su voluntad y la nobleza y gran valor deste caballero, habed por bien de lo tomar con todo su gran

    linaje por servidor e hijo, dando orden como dar se pueda que vuestra honra guardada sea aparte el presente peligro, y

    en lo porvenir se tenga tal forma, que personas de buena conciencia determinen lo que sea servicio de aquel Señor, para

    servicio del cual en este mundo nacimos, y vuestro, que después dél sois su ministro en lo temporal; y ahora gran rey

    Lisuarte quiero ver si en vos es bien empleada aquella gran discreción de que Dios os ha querido guarnecer, y el crecido

    y gran estado en que más por su infinita bondad que por vuestros merecimientos os ha puesto; y pues él ha hecho con

    vos más de lo que merecéis, no es mucho seguir algo de lo que sus santas doctrinas os enseñan.

    Cuando esto oído fue por el rey mucho fue maravillado, y dijo:

    -¡Oh padre Nasciano! ¿es verdad que mi hija es casada con Amadís?

    -Por cierto, verdad es -dijo él-, que él es marido de vuestra hija, y el doncel Esplandián es vuestro nieto.

    -¡Oh Santa María! val -dijo el rey-, qué mal recaudo tenermelo tanto tiempo secreto, que si lo yo supiera o pensara

    no fueran muertos ni perdidos tantos cuitados como sin lo merecer lo han sido; y quisiera que vos mi buen amigo en

    tiempo que remediar se pudiera me lo hiciérades saber.

    -Eso no pudo ser -dijo el hombre bueno-, porque lo que en confesión se dice no debe ser descubierto; y si ahora lo

    fue ha sido con licencia de aquella infanta, de la cual yo ahora vengo, que le plugo que se dijese; y yo fio en aquel

    Salvador del mundo, que si en lo presente se da tal remedio que su servicio sea, que con poca penitencia lo pasado

    perdonará; pues que más la obra que la intención parece ser dañada.

    El rey estuvo una gran pieza pensando sin ninguna cosa decir, donde a la memoria le ocurrió el gran valor de Amadís,

    y cómo merecía ser señor de grandes tierras así como lo era, y ser marido de persona que señora del mundo fuese, y

    asimismo el grande amor que él a Oriana había, y cómo usaría de virtud y buena conciencia en la dejar por heredera,

    pues de derecho le venía; y el amor que tenía a don Galaor y los servicios que él y todo su linaje le hicieron, y cuántas

    veces después de Dios fue por ellos socorrido en tiempo que otra cosa sino la muerte y destrucción de todo su estado

    esperaba; y sobre todo ser su nieto aquel muy hermoso doncel Esplandián en quien tanta esperanza tenía, que si Dios le

  • guardase y llegase a ser caballero, según lo que Urganda le escribió, no tendría par de bondad en el mundo; y asimismo

    cómo en la misma carta le escribió que este doncel pondría paz entre él y Amadís; y también le vino a la memoria ser

    muerto el emperador de Roma, y que si él con su deudo ganaba honra, que mucho más con el deudo de Amadís la

    tendría, así como por la esperiencia muchas veces lo había visto. Y con esto, demás de recibir descanso, así en su persona

    como en su reino, crecería en tanta honra, que ninguno en el mundo su igual fuese; y después que de su cuidado acordó

    dijo:

    -Padre Nasciano, amigo de Dios, como quiera que mi corazón y voluntad de la soberbia sojuzgado estuviese, y no

    desease otra cosa sino recibir la muerte o darla a otros muchos, porque mi honra fuese satisfecha, vuestras santas palabras

    han sido de tanta virtud, que yo determino de retraer mi querer en tal manera, que si la paz y concordia no viene en

    efecto, seáis vos testigo ante Dios no ser a mi culpa ni cargo; por ende no dejéis de hablar con Amadís, y no le

    descubriendo nada de mi propósito, tomad su parecer de lo que en este caso quiere, y aquello me decid, y si es tal que

    con el mío se conforme, poderse ha dar orden como lo presente y porvenir se ataje en aquella manera que a provecho y

    a honra de ambas partes conviene.

    Nasciano hincó los hinojos llorando ante él del gran placer que hubo, y dijo:

    -¡Oh bienaventurado rey! aquel Señor que nos vino a salvar vos agradezca esto que me decís, pues que yo no puedo.

    El rey se levantó y dijo:

    -Padre, esto que vos he dicho tengo determinado sin haber en ello otra cosa.

    -Pues conviene -dijo el buen hombre-, partirme luego, y antes que la tregua salga trabajar como en esto en que tanto

    en que nuestro Señor será servido se dé conclusión.

    Así salieron el rey y el hombre bueno a la gran tienda donde muchos caballeros y otras gentes estaban, y queriendo

    el ermitaño despedirse del rey, entró por la puerta aquel hermoso doncel su criado Esplandián y Sargil con él, que la

    reina Brisena le enviaba por saber nuevas del rey su señor. Cuando el buen hombre le vio tan crecido entrando ya en

    talle de hombre, ¿quién vos podría contar la mucha alegría que hubo? por cierto sería imposible. Pues así como estaban

    con el rey se fue contra él lo más a prisa que él pudo a lo abrazar.

    El doncel, aunque había muy gran tiempo que visto no le había conociolo luego, y fue a hincar las rodillas delante

    dél, y comenzole a besar las manos, y el hombre santo le tomó entre sus brazos, y besole muchas veces con tan

    grandísima alegría, que casi del todo le tenía fuera de sentido; y así desta manera lo tuvo gran rato que no se podía

    apartar dél, diciéndole desta manera:

    -¡Oh mi buen hijo! bendita sea la hora en que tú naciste, y bendito y alabado sea aquel Señor que por tan grande

    milagro te quiso dar la vida y llegarte a tal estado como mis ojos ahora te ven.

    Y cuando en esto estaba todos estaban mirando lo que el hombre bueno hacía y decía, y el grande placer que le daba

    la vista de aquel su criado, y los corazones se les movía a piedad en ver tanto amor. Mas sobre todos, aunque no lo

    mostró, fue muy mayor el placer que el rey Lisuarte hubo, que aunque de antes en mucho lo tuviese y le amase, por lo

    que dél esperaba y por su gran hermosura, no era nada en comparación de saber cierto que su nieto fuese; y no podía

    partir los ojos dél, que tan grande fue el amor que de repente le vino, que toda cuanta pasión y enojo que hasta allí de

    las cosas pasadas tenía, así fue del partido y tornado al revés, como en el tiempo que más amor a Amadís tuvo. Y

    entonces conoció ser verdad lo que Urganda la desconocida le había escrito, que este pondría paz entre él y Amadís, y

    así creyó verdaderamente que sería cierto todo lo demás.

    Después que el hombre bueno con tanto amor lo tuvo abrazado, soltole los brazos con que lo tenía, y el doncel fue a

    hincar los hinojos ante el rey Lisuarte, y diole una carta de la reina, por la cual le suplicaba mucho la paz y concordia si

    a su honra hacerse pudiese, y otras muchas cosas que no es necesario decirlas. El hombre bueno dijo al rey:

    -Mi buen señor, mucha merced recibiré, y a gran consolación de mi espíritu, que deis licencia a Esplandián que me

    haga compañía mientras por aquí anduviere, porque tenga espacio de lo mirar y hablar con él.

    -Así se haga -dijo el rey-, y yo le mando que de vos no se parta en cuanto vuestra voluntad fuere.

    El hombre bueno se lo agradeció mucho, y dijo:

    -Mi buen hijo bienaventurado, id vos conmigo pues que el rey lo manda.

    El doncel le dijo:

    -Mi buen señor y verdadero padre, muy contento soy dello, que gran tiempo ha que vos desecaba ver.

    Así salió de la tienda con aquellos dos donceles Esplandián y Sargil su sobrino, y cabalgó en su asnillo, y ellos en

    sus palafrenes, y fue su camino donde Amadís tenía su real, hablando con él muchas cosas en que había sabor, y rogando

    siempre a Dios que le diese gracia cómo pudiese dar cabo en aquello sobre que iba, tal que fuese su santo servicio.