cantar mio cid composición poesía Épica const interna

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r 276 EL «CANTAR DEL MIO CID» En suma, puede decirse que el Cantar, como la literatura histó rica de todas las épocas, mantiene unas relaciones complejas con los sucesos que le sirven de base. 20 Para la explicación de las mism.i pueden tenerse en cuenta diversos factores, ya apuntados, pero so bre los que volveré luego: las fuentes de información orales o escri tas que el poeta pudiera emplear, la posible existencia de composi ciones literarias previas sobre el mismo héroe, la propia inventiv.i del poeta y su deseo de construir una historia coherente y apasio nante. Todo ello puede y debe tenerse en consideración, pero ante todo, al acercarse a una obra como el Cantar de mió Cid hay que re- cordar algo que se deduce de lo antedicho, pero que no siempre se ha tenido en cuenta: que no se trata de un documento histórico, ni siquiera de una biografía más o menos fantaseada, sino de un texto plenamente literario, de un poema épico de primera magnitud, y como tal hay que entenderlo y, sobre todo, disfrutarlo. AUTORÍA Y LOCALIZACIÓN Como ha quedado claro, el Cantar se basa muy libremente en la parte final de la vida de Rodrigo Díaz de Vivar. Las peripecias na rradas en el mismo se refieren a sucesos acaecidos tras el destierro de don Rodrigo por Alfonso VI en 1081, pero no constituyen 1111 relato fiel de los hechos históricos, sino una visión literaria de los mismos, a veces alterados o fingidos para satisfacer los fines poéti eos del relato (véanse, como ejemplo, las notas 1085-1169 o y 1620-1799 o ). E n cuanto al texto que ha llegado hasta nosotros, se conserva en un único manuscrito del siglo XIV, custodiado en la Biblioteca Nacional de Madrid y del que me ocuparé en detalle más tarde, en el § 4. Según su colofón, este códice es copia de otro de 1207, realizado por cierto Per Abbat (nota 3731-3733°). Respecto de la creación del poema allí transcrito, los dos aspectos fundamentales de discusión han sido su datación y su proceso de elaboración, cuestiones ambas que la crítica posiblemente ha vin pecto de los personajes cuyos vínculos reales se trastocan o se omiten, véanse ade- más de varias de las citadas, las notas 1372 o (visión de conjunto), 2042 o (Alvar Díaz) y 3004 o (don Fruela). 20 Para las relaciones entre el argumento del Cantar y los sucesos históricos, pueden verse Spitzer [1948], Russell [1958], Rubio [1972], Smith [1972:22-36, 1983:67-97 y 1990], Chalón [1976], Yon Richthofen [1982] y Webber [1982]. COMPOSICIÓN 277 111 lado entre sí más de lo debido. En relación con ellas se sitúa la posible identificación y, sobre todo, la caracterización de su autor y el lugar o la zona de composición del Cantar. Sobre estas cues- tiones, las dos posturas más alejadas vienen representadas por R a - món Menéndez Pidal [1911] y por Colin Smith [198,3]. El prime- fo consideraba que el Cantar es obra de un juglar de Medinaceli (localidad soriana entonces cercana a la frontera con los reinos musulmanes), realizada en estilo tradicional, de tipo básicamente popular, muy fiel a los hechos históricos y compuesta hacia 1140, 1 nonos de medio siglo después de la muerte del Cid. Más tarde, I «asándose en algunos aspectos estilísticos y en datos que, a su jui- 1 i4 parecían corresponder a dos épocas distintas, M. Pidal [1963] nostuvo la hipótesis de una obra compuesta por dos juglares. El primero, ligado a San Esteban de Gormaz (una localidad cercana .1 la anterior), habría escrito en torno a 1110 y sería el responsable tli- los elementos más históricos del poema; el segundo, vinculado ,1 Medinaceli, habría amplificado el poema con los elementos más novelescos, hacia 1140. En el otro polo se sitúa la interpretación de Colin Smith, quien defendía que el colofón del manuscrito del < '(intar transmitía tanto su fecha de composición, 1207, como el nombre de su autor, Per Abbat, al que identificó con un abogado l'iirgalés en ejercicio a principios del siglo XIII (nota 3731-3733 Su autor sería, pues, un culto jurisperito, que conocería la vida del < id a través de documentos de archivo y cuya obra no sólo no tlobería nada al estilo tradicional, sino que sería el primer poema ¿pico castellano, una innovación literaria inspirada en las chansons ih geste francesas y en fuentes latinas clásicas y medievales. En sus iiítiníosTfábajos, Smith [1994a y b] matizó algo estas posturas, re- t onociendo que Per Abbat era probablemente el copista y no el autor del poema, el cual sería, de todos modos, un hombre culto V entendido en leyes, que compuso su obra hacia 1207 y que po- siblemente no inventó el género épico castellano, aunque sí lo re- novó profundamente. Entre estos dos polos, los estudiosos han adoptado distintas posturas intermedias. Dado que el complejo pioblema de la datación exige tratamiento específico, abordaré primero la cuestión del autor y de su posible localización, dejañ- ilo el problema de la fecha para una sección aparte. La consideración como autor del Cantar de quien suscribe el < ódice (o, para ser exactos, el modelo del manuscrito conservado) parece a primera vista lógica, dado que tal suscripción está en ver-

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De la edición de Ed.Gutemberg, apuntes sobre composición del poema, sobre poesía épica castellana y sobre la estructura del mencionado cantar.

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  • r 2 7 6 E L C A N T A R D E L M I O C I D

    En suma, puede decirse que el Cantar, como la literatura hist rica de todas las pocas, mantiene unas relaciones complejas con los sucesos que le sirven de base.20 Para la explicacin de las mism.i pueden tenerse en cuenta diversos factores, ya apuntados, pero so bre los que volver luego: las fuentes de informacin orales o escri tas que el poeta pudiera emplear, la posible existencia de composi ciones literarias previas sobre el mismo hroe, la propia inventiv.i del poeta y su deseo de construir una historia coherente y apasio nante. Todo ello puede y debe tenerse en consideracin, pero ante todo, al acercarse a una obra como el Cantar de mi Cid hay que re-cordar algo que se deduce de lo antedicho, pero que no siempre se ha tenido en cuenta: que no se trata de un documento histrico, ni siquiera de una biografa ms o menos fantaseada, sino de un texto plenamente literario, de un poema pico de primera magnitud, y como tal hay que entenderlo y, sobre todo, disfrutarlo.

    A U T O R A Y L O C A L I Z A C I N

    Como ha quedado claro, el Cantar se basa muy libremente en la parte final de la vida de Rodrigo Daz de Vivar. Las peripecias na rradas en el mismo se refieren a sucesos acaecidos tras el destierro de don Rodrigo por Alfonso VI en 1081, pero no constituyen 1111 relato fiel de los hechos histricos, sino una visin literaria de los mismos, a veces alterados o fingidos para satisfacer los fines poti eos del relato (vanse, como ejemplo, las notas 1085-1169o y 1620-1799o). E n cuanto al texto que ha llegado hasta nosotros, se conserva en un nico manuscrito del siglo XIV, custodiado en la Biblioteca Nacional de Madrid y del que me ocupar en detalle ms tarde, en el 4. Segn su colofn, este cdice es copia de otro de 1207, realizado por cierto Per Abbat (nota 3731-3733). Respecto de la creacin del poema all transcrito, los dos aspectos fundamentales de discusin han sido su datacin y su proceso de elaboracin, cuestiones ambas que la crtica posiblemente ha vin

    pecto de los personajes cuyos vnculos reales se trastocan o se omiten, vanse ade-ms de varias de las citadas, las notas 1372o (visin de conjunto), 2042o (Alvar Daz) y 3004o (don Fruela).

    20 Para las relaciones entre el argumento del Cantar y los sucesos histricos, pueden verse Spitzer [1948], Russell [1958], Rubio [1972], Smith [1972:22-36, 1983:67-97 y 1990], Chaln [1976], Yon Richthofen [1982] y Webber [1982].

    C O M P O S I C I N 2 7 7

    111 lado entre s ms de lo debido. En relacin con ellas se sita la posible identificacin y, sobre todo, la caracterizacin de su autor y el lugar o la zona de composicin del Cantar. Sobre estas cues-tiones, las dos posturas ms alejadas vienen representadas por R a -mn Menndez Pidal [ 19 1 1 ] y por Colin Smith [198,3]. El prime-fo consideraba que el Cantar es obra de un juglar de Medinaceli (localidad soriana entonces cercana a la frontera con los reinos musulmanes), realizada en estilo tradicional, de tipo bsicamente popular, muy fiel a los hechos histricos y compuesta hacia 1140, 1 nonos de medio siglo despus de la muerte del Cid. Ms tarde, I asndose en algunos aspectos estilsticos y en datos que, a su jui-1 i4 parecan corresponder a dos pocas distintas, M. Pidal [1963] nostuvo la hiptesis de una obra compuesta por dos juglares. El primero, ligado a San Esteban de Gormaz (una localidad cercana .1 la anterior), habra escrito en torno a 1 1 1 0 y sera el responsable tli- los elementos ms histricos del poema; el segundo, vinculado ,1 Medinaceli, habra amplificado el poema con los elementos ms novelescos, hacia 1140. En el otro polo se sita la interpretacin de Colin Smith, quien defenda que el colofn del manuscrito del < '(intar transmita tanto su fecha de composicin, 1207, como el nombre de su autor, Per Abbat, al que identific con un abogado l'iirgals en ejercicio a principios del siglo XIII (nota 3731-3733 Su autor sera, pues, un culto jurisperito, que conocera la vida del < id a travs de documentos de archivo y cuya obra no slo no tlobera nada al estilo tradicional, sino que sera el primer poema pico castellano, una innovacin literaria inspirada en las chansons ih geste francesas y en fuentes latinas clsicas y medievales. En sus iitinosTfbajos, Smith [1994a y b] matiz algo estas posturas, re-t onociendo que Per Abbat era probablemente el copista y no el autor del poema, el cual sera, de todos modos, un hombre culto V entendido en leyes, que compuso su obra hacia 1207 y que po-siblemente no invent el gnero pico castellano, aunque s lo re-nov profundamente. Entre estos dos polos, los estudiosos han adoptado distintas posturas intermedias. Dado que el complejo pioblema de la datacin exige tratamiento especfico, abordar primero la cuestin del autor y de su posible localizacin, deja-ilo el problema de la fecha para una seccin aparte.

    La consideracin como autor del Cantar de quien suscribe el < dice (o, para ser exactos, el modelo del manuscrito conservado) parece a primera vista lgica, dado que tal suscripcin est en ver-

  • 28o EL C A N T A R D E L M I O C I D

    so y hace constar que Per Abbat escrivi este libro. Esto asegurara l.i identificacin del poeta firmante del colofn con el propio creador del poema. Esta opinin fue planteada antes de Smith por Ubietu [ J957 y 1973:189-190], pero no propuso a nadie en particular, si bien, frente a la mayora de los estudiosos, lo supuso aragons y no castellano. S realiz una propuesta concreta otro temprano defen-sor de tal equiparacin, Riao, quien, primero en solitario [1971 y 2000] y ms tarde en colaboracin con Gutirrez [1976:217-218, 1998:11, 301-316 y III, 25-32, y 2001], ha defendido que el fu mante del cdice de 1207 y, por consiguiente, autor del poema era cierto clrigo de la localidad soriana de Fresno de Caracena llama do Pedro Abat. La conjetura tena a su favor la fecha, 1220, y la lo calizacin geogrfica del personaje en una zona que el poeta del Cantar parece conocer bastante bien, aunque paradjicamente res pecto de tal conjetura, nunca nombre dicha localidad, lo que le hubiese sido relativamente sencillo, dado que se halla en las cerca nas de Gormaz, que el poema cita en el verso 2843. Por otra par-te, la data crnica del documento, que segn dichos autores es anno Domini M C C X X o , tercio nonas ianuarii, ha de leerse en realidad anno Domini M C C L X X tercio, nonas ianuarii, es decir, el 5 de enero de 1274 (por estar fechado segn el estilo de la Encarnacin), lo cual se corresponde adems con el tipo de letra y los usos institucionales reflejados en el documento (Fernndez Flrez, 2000 y 2001; Ruiz Asencio, 2000:252a-b), de modo que la hiptesis se queda sin base. Finalmente, Hernndez [1994:464-467], aunque lo considera fundamentalmente un copista, sosla-yando consideraciones sobre la creatividad que pueda haberse ejer-cido en el trasvase de formas orales a formas escritas, propone identificarlo con un cannigo toledano homnimo, en activo en-tre 1204 y 1 2 1 1 . La propuesta tiene a su favor la posible vincula-cin toledana del Cantar, sobre la que volver luego, pero en la prctica carece de respaldo alguno, pues de toda la cadena de hi-ptesis necesaria para ligar el poema y el cannigo (que el Cantar se vincule de algn modo a las cortes de Toledo de 1207, que se recitase en ellas, que el repostero real encargase una copia para la cmara regia y que el cannigo toledano perteneciese a la cancille-ra real, encargada de hacer dicha copia) ni uno solo de los eslabo-nes est demostrado (cf. nota 3129o y ahora Bayo, 2002:20).

    Volviendo a nth [1977 y 1983], propone identificar al sus-criptor del cdice con cierto Pedro Abad que figura, con sus hijos

    C O M P O S I C I N 3

    |uan y Pedro, en el sumario en un pleito de 1223 sobre la propie-J.id del monasterio de Santa Eugenia de Cordovilla, conducido inte el rey Fernando III en Carrin, y en el que fallaron sues car-

    I.il que traa Petro abbad falsas.21 La principal de esas cartas o do-1 limen tos es el Apcrifo del abad Lecenio, una supuesta donacin por Alfonso VI del citado monasterio al mencionado abad, fecha-II.1 en 1075, gracias a la intercesin de su pariente domno Rode-rico Diaz Campeatori, junto al cual confirman el diploma varios personajes cuya vinculacin con el Cid consta nica o principal-mente por el Cantar (Smith, 1977:26-28; Montaner, 2006). Smith 1 onsider que los dos Pedros citados eran el mismo y que se tra-taba"3eT~Bogd de Santa Eugenia, el cual habra actuado al mis-mo tiempo como falsificador del diploma y, en tanto que cono-cedor de la leyenda cidiana, como autor del propio Cantar. Sin cinfrrgo, el que pareca ser el nico Pedro Abad relacionado con l.i leyenda cidiana (cf. Michael, 1975:301, y Bayo, 2002:20), resul-1.1 110 ser tal, pues el Pedro de las cartas falsas es el propio abad de Santa Eugenia, mientras que el papel del segundo es posiblemen-te el de fiador de la parte contraria (Montaner, en prensa). Por lo dems, todas las hiptesis sobre Per Abbat se desentienden de la verdadera naturaleza de su suscripcin, que no es en absoluto la fir-ma de un autor, sino el tpico colofn de un copista (Schaffer, 1989; Michael, 1991; Montaner, 1999:95-96), mientras que la pro-pia abundancia del nombre hace imposible cualquier identifica-

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    21 Becerro Mayor de Aguilar de Campoo (AHN, Cd. 994B), f. 64V.0, ed. Rodrguez de Diego [2004: doc. yb], cf. M. Pidal [1929:848] y Smith [1977:29].

    22 El mismo Hernndez recoge otros cinco homnimos en los cartularios de Toledo [1994: 465, n. 48] y otro ms en el de Santa Mara de Aguilar [2009: 270-27i|. Ya M. Pidal [ 191 1 : 12- 18] haba documentado diez Per Abbat entre 1222 y 1175; Michael [1991] un total de veinticinco entre ca. 1158 y 1350, y Fernndez l lrez [2000:51 y 55-56] dieciocho, slo en la documentacin del monasterio de S.ilugn, entre 1160 y 1286, mientras que en la base de datos del LELMAL cons-l.in diecisiete entre 1 181 y 1230. Adanse los dos siguientes (anteriores a 1327): Don Per Abbad, de Tmara, yaze entre la puerta del parlatorio e del refitorio. I ste don Per Abbad compr por su aniversario el molino que dizen de Gran ... IVi Abbad, de Orbaneja de Picos, non yaze aqu, mas dionos por su aniversario en la dicha Orbaneja una tierra que es en Pradiellos (Memorias y aniversarios de < 'arilea, Hispanic Society, ms. H O N S 7 / 1 , ff. 14 y 25V.0, apud Faulhaber, 1983:1, 910) . Al segundo atribuye la copia Zaderenko [2008 y 2009]. Vanse otros casos en Montaner [en prensa a].

  • 28o EL C A N T A R D E L M I O C I D

    Si hoy existe un gran consenso crtico en cuanto a la anonima del Cantar, no puede decirse lo mismo respecto de su localizacin La opinin ms extendida, a partir de M. Pidal [ 191 1 ] y en la que reinciden, con variantes, Riao [1971], Cataln [1985 y 2001:468-71], Duggan [1989], Marcos Marn [1997] y Riao y Gutirrez [1998], es que el poema se compuso en la extremadura soriana, en un rea elptica con focos en San Esteban de Gormaz y Medinace-li. Como ya he avanzado, Ubieto [1957, 1973 y 1981] sostuvo que el autor era aragons, basndose en su conocimiento de las cuencas del Jaln y del Jiloca, as como en la presencia de diversos aragone-sismos. Esta hiptesis, apoyada por Pellen [1976] y dubitativamente por Prez Lasheras [2003:96-98], ha sido refutada por Lapesa [1980:13-31] y, con argumentos de desigual alcance, por Riao y Gutirrez [1992 y 1998:11, 139-185]. Por su parte, Smith [1977:81-82 y 1983: 1 10-1 13] , aun sin argir que el Per Abbat al que atribua el poema pareca vinculado a Aguilar de Campoo, en la dicesis burgalesa, situ la creacin del poema en Burgos mismo, pues le pareca un marco ms apropiado para el tipo de autor que imagina-ba (un jurista culto, conocedor del latn y del francs), pero esto, l-gicamente, no es sino apilar una conjetura sobre otra. Con todo, la localizacin burgalesa ha sido apoyada, con otros argumentos, por scar Martn [2005], que hace hincapi en la presencia que Burgos, Vivar y Cardea presentan en el Cantar, frente al silencio de la ma-teria cidiana previa. El planteamiento es sugerente, pero cabra de-cir lo mismo de la zona soriana y sobre todo del regnum Toletannm, donde la funcin sociopoltica que busca Martn resulta mucho ms obvia, como se ver despus. Tampoco las razones para una com-posicin en Cardea que da Zaderenko [2007] resultan concluyen-tes (cf. nota 290o). Finalmente, se decantan tambin por un origen burgals, por razones lingsticas, Torreblanca [1995] y Penny [2002], pero ninguno aporta pruebas de peso. En este sentido, el documento de Alczar, alegado por varios defensores de la localiza-cin soriana (Riao, 1971; Marcos Marn, 1997 y Riao y Guti-rrez, 1998), aunque posiblemente no corresponda a la fecha del ne-gocio jurdico que contiene, c. 1 156 (para la cual el mejor anlisis es el de Canellas, 1972), sino que sea un romanceamiento de princi-pios del siglo XIII (cf. Fernndez Flrez, 2001:251-252), indica que la situacin lingstica de la extremadura soriana en la poca de composicin del Cantar no era la que suponen los defensores de la localizacin burgalesa. Por otro lado, al carecerse de una compara-

    C O M P O S I C I N 281

    nn con otras variedades del castellano, en especial las de la Tran-licrra, la base de la argumentacin no resulta completa ni sta, por Unto, concluyente. En tal sentido, ha de sealarse que Frago [2000] aprecia varios rasgos que apuntan a las hablas castellano-manche-.is, en particular la evolucin seseo-ceceosa en quifab (v. 2500),

    iivicio (vv. 69 y 1535) y San alvador (v. 2924), y si bien su anlisis rst lastrado por varios errores de apreciacin paleogrfica y ecdti-1.1, abre una va que resulta indispensable explorar.

    En suma, no resultan vlidos ninguno de los argumentos de identificacin concreta del autor propuestos hasta ahora ni la ma-yora de los razonamientos de localizacin, pues, como ya seal Kscolar [1982:20], estos conocimientos geogrficos de una zona concreta, en contra de la opinin de Menndez Pidal y de otros in-vestigadores, no demuestran que naciera en ella el poeta, sin que l is otras razones aducidas hasta ahora puedan considerarse probato-1 tas. Por otro lado, para ofrecer una caracterizacin ms general del nitor y de su posible entorno, es necesario abordar cuestiones 1 omplementarias, de modo que la dejo en suspenso hasta poder ha-cer balance en el ltimo apartado de esta seccin.

    L A C U E S T I N C R O N O L G I C A

    I ,os datos que enmarcan las fechas extremas para la composicin del Cantar son su base biogrfica y el antgrafo o modelo del ma-nuscrito conservado. Por un lado, su fundamento histrico pro-porciona el terminus post quem o fecha ms antigua posible para su elaboracin, la muerte del hroe, aludida en los versos 3726-3727 y acaecida en mayo de 1099, mientras que el colofn copiado de su modelo por el cdice nico suministra el terminus ante quem o fe-i ha ms moderna posible para la misma, mayo de 1207 (cf. C. Al-var y Luca, 2002:921). Dentro de ese arco cronolgico, la alusin en el v. 3003 al buen enperador, es decir, Alfonso VII, plantea otro hito histrico seguro, puesto que dicho monarca accedi al irono castellano-leons en 1126, aunque su coronacin imperial slo tuvo lugar en Len en 1 135 , como refiere la Chronica Ade-lonsi Imperatoris (en adelante CAI), 1, 69-70. Hasta aqu, los estu-diosos del Cantar estn bsicamente de acuerdo, pero, como ya he ivanzado, hay una notable discusin para situarlo de un modo ms preciso en el margen de dos tercios de siglo que quedan entre

  • 28o EL C A N T A R D E L M I O C I D

    la entronizacin del Emperador y la perdida copia de Per Abbat. Segn se ha visto, Menndez Pidal postul una fecha temprang en la primera mitad dersiglo XII. Primeramente [1911 : 19-28, 32-33 y 73 -76 j, consider que el poema era de los aledaos de 1140. Ba-saba esta datacin en tres argumentos: el uso elusivo de et buen em-perador para designar a Alfonso VII ( 1 126- 1 157) sin necesidad de llamarlo por su nombre, lo que implicara que el poema era coe-tneo suyo (vase la nota 3003o); la indicacin Oy los reyes d'Es paa sos parientes son (v. 3724), que cobrara especial significa-do en relacin con los esponsales de Blanca de Navarra y el futuro Sancho III de Castilla, que sellaron la paz entre ambos reinos en 1 140 (nota 3724o) y, por ltimo, la alusin del Prefatio o Poema de Almera a lo que se cantaba sobre el Cid. El Poema es una compo-sicin latina que celebra la campaa de Alfonso VII contra dicha plaza andalus en 1147.2 3 All, al hablar de Alvar Rodrguez de

    23 Al Poema de Almera se le ha asignado normalmente la misma fecha que a la obra a la que sirve de eplogo, la CAI, datada entre la campaa de Almera de 1147 y la muerte de Alfonso VII en 1157, considerndoselo anterior a la muerte de la emperatriz Berenguela en 1149 (Maya, 1990:115; Barton y Fletcher, 2000:157). No obstante, Linehan [1992] ha planteado la hiptesis de que el texto de la crni-ca haya sido interpolado a fines del reinado de Alfonso VIII (m. 1214) por un fer-viente defensor de Toledo, a quien se debera igualmente el poema que cierra la crnica, aunque no desarrolla suficientemente su argumentacin como para poder evaluarla y al menos en un punto se basa en un razonamiento que implica una pe-ticin de principio de signo contrario a la habitual: puesto que el Poema de Almera alude al Cantar y ste es de c. 1200, aqul tiene que ser posterior. Por otro lado, la fuerte vinculacin toledana de la CM/puede exigir una nueva hiptesis sobre su lu-gar de redaccin (como postula Hernndez, 1994:454-455), pero no justifica la existencia de interpolaciones. En relacin con esta propuesta sobre la fecha, Barton y Fletcher [2000:156] comentan que recientemente han surgido importantes dudas a este respecto, pero sin profundizar en la cuestin, lo mismo que Michael [2002:153]. Carecemos, pues, de argumentos de peso para rechazarla datacin tra-dicional, tampoco contradicha por la mencin de Sancho III como rey de Castilla en CAI, I, 29: dedit eam filio suo regi domino Sanctio Castellano, puesto que sus-cribe diplomas como Sancius rex, a veces con la apostilla filius imperatoris, al menos desde 1148 (vase Fernndez Catn, 1990: docs. 1458, 1470 y 1474), si bien la idea de que la emperatriz Berenguela segua con vida en el momento de redac-cin de la obra es una mera suposicin, que carece de apoyos positivos. As las co-sas, y dado que el autor declara paladinamente escribir de odas: sicut ab illis qui vi-derunt didici et audivi (CAI, I, Prefatio) y se refiere constantemente al Emperador en pasado (el v. 8 del Poema de Almera, si complacet Imperatorio, se refiere al Christus mperans, como el Rex del v. 1), cabra pensar ms bien en una obra com-puesta tras la muerte de Alfonso VII y durante el corto reinado de su hijo Sancho III (1157-1158), lo que, de todos modos, no implica un cambio drstico de cronologa.

    C O M P O S I C I N 283

    ( .isiro, nieto de Alvar Fez (cf. nota H), se introduce un elo-gio de su abuelo en el que se trae a colacin al Cid:

    pfi Tempore Roldani, si tertius Alvarus esset Post Oliverum, fateor sine crimine verum,

    A i Sub iuga Francorum fuerat gens Agarenoruni Nec socii cari iacuissent morte perempti.

    i|T Nullaque sube celo melior fuit hasta sereno. Ipse Rodericus, Meo Cidi sepe vocatus, De quo cantatur quod ab hostibus haud superatur, Qui domuit Mauros, comits domuit quoque nostros, Hunc extollebat, se laude minore ferebat. Sed fateor verum, quod tollet nulla dierum: Meo Cidi primus fuit Alvarus atque secundus. Morte Roderici Valenta plangit amici Nec valuit Christi famulis ea plus retineri.24

    111 uto a estos elementos, M. Pidal dio tambin gran importancia al 111 tor lingstico, pues el arcasmo del Cantar resultaba, a su pare-1 ci, ms acorde con una fecha de mediados del siglo XII. En las nlii iones de [ 191 1 ; ed. 1946:1167-1170] subraya de nuevo la vali-. Ii / de estos argumentos, de los que incrementa la importancia del elemento lingstico, y aade dos ms: el primero es la fidelidad I' I poema a los acontecimientos histricos, sobre todo en detalles nimios, como los nombres de diversos personajes que acompaa-mi 1 al Campeador en el destierro, nombres que la historiografa del .i|[lo XII desconoce y que en el Cantar slo podran provenir de IIII.I gran cercana temporal a los hechos narrados, antes de que di-i los nombres cayesen en el olvido. El segundo es la mencin de la guerra que el emperador almorvide libraba en los Montes Claros,

    24 'Si en tiempos de Roldn, Alvaro hubiese sido el tercero / tras Oliveros, os 1 .mi leso una verdad sin falta, / que el linaje de los agarenos habra sido puesto I 10 el yugo de los francos / y que los queridos compaeros no yaceran aniqui-Ijilm por la muerte. / No hubo una lanza mejor bajo el claro cielo. / El mism- 11110 Rodrigo, llamado normalmente mi Cid, / de quien se canta que no fue vencido por los enemigos, / que dome a los moros y dome tambin a nues-llus rondes, / ensalzaba a ste, se diriga a s mismo menores elogios; / pero yo n confieso una verdad que el tiempo no alterar: / mi Cid fue el primero y Al-v .iro el segundo. / Valencia llora la muerte del amigo Rodrigo, / pues no les fue I ">nilile retenerla a los siervos de Cristo' (w. 228-240; cf. Snchez Belda, 1950:198; H.S. Martnez, 1975:39 y Prez Gonzlez, 1977: 138-139).

  • 28o EL C A N T A R D E L M I O C I D

    es decir, los enfrentamientos contra los insurgentes almohades en la cordillera del Atlas, acaecidos hacia 1140 (vase la nota 1182o).

    Esta datacin fue generalmente admitida durante cerca de me-dio siglo, salvo que Mateu [1947] sugiri adelantarla a finales del reinado de Alfonso VI (m. 1109), basndose en la mencin del di-nero malo (v. 165), que dicho autor identificaba con las acuacio-nes de baja ley del dinero de velln (moneda de plata y cobre) re-alizadas en dicha poca, y con la ausencia de mencin de los ms modernos maravedes (moneda de oro; vase la nota 165o). En cambio, a partir de 1950 empezaron a surgir algunas voces discre-pantes que abogaban por una fecha ms moderna, cercana a 1200, como ya haba propuesto Bello [1881]. La primera de tales voces, que tuvo entonces escaso eco, fue la de Russell [1952], quien aduca que los usos cancillerescos y diplomticos presentados en el Cantar slo se documentaban en el ltimo cuarto del siglo XII (notas 24o y 3546o), mientras que el arcasmo lingstico era un re-curso literario propio de la pica.25 Le sigui la de Gicovate [1956], que se basaba en una interpretacin diferente del verso 3724 y en el influjo de la poesa pica francesa, tal y como se de-sarrolla a lo largo del siglo XII. Por ltimo, Ubieto [1957] procu-r refutar los argumentos pidalianos sobre el uso de el buen empe-rador, demostrando que esa designacin se haba empleado de igual modo tras su muerte; sobre la referencia a la guerra de los Montes Claros, alegando que su mencin implica slo la poste-rioridad del Cantar a la misma, no necesariamente su coetaneidad, y sobre el verso 3724 sealando que, si se entiende en un sentido ms estricto, obliga a retrotraer la fecha hasta 1201. Apoy adems esta datacin en otros datos, como el empleo de Navarra para referirse a todo el reino de Pamplona (nota 1187o) y Ia mencin de Cetina, repoblada hacia 1 150 (nota 547o). M. Pidal [1963: i 975- i 98 i ] contest a parte de estas objeciones (al parecer, no lle-g a conocer las de Russell), reafirmando sus conclusiones sobre la lengua del poema y restando validez a los argumentos de Ubieto. Acept en cambio la propuesta de Mateu [1947]. A partir de esa cronologa y del alto grado de historicidad que apreciaba en algu-nas partes del Cantar, en [1963:117-164] postul que haba sido obra de dos autores, uno primitivo ms apegado a la realidad his-

    25 Sobre la coyuntura de redaccin y el influjo de dicho artculo vanse el propio Russell [2002] y Deyermond [2002].

    C O M P O S I C I N 284

    Unica, que habra compuesto una primera versin hacia 1 1 1 0 , y mi refundidor posterior, ms dado a fantasear o novelizar, que se-111 el responsable de la versin conservada, que datara de 1140. finia ltima fecha se basaba en los datos ya empleados en [ 19 1 1 ] y 1 n la mencin de Portugal (nota 2978o).

    lin contraste con la reafirmacin pidaliana en sus posturas, Ho-rrcnt [1973:243-311] acept algunas de las objeciones de Ubieto, lo que le llev a un intento de conciliar esa postura con la de M. Pi-dal suponiendo una serie de refundiciones desde 1 1 20 hasta 1207. lili aquel mismo ao, Ubieto [1973] desarroll con ms detalle su planteamiento [1957], corroborando con nuevos datos los argu-mentos que le haba refutado M. Pidal [1963], acogiendo los de Kussell [1952] sobre la diplomtica y aadiendo otros, por ejem-plo, la designacin de Valencia como la mayor para diferenciarla de Vil en ca de donjun, que adopt este nombre en 1189 (nota 105o), o el empleo de tcticas introducidas en la Pennsula a partir il< la batalla de Alarcos, en 1 195 (nota 625-851). Ms concreta-mente, defenda como fecha de composicin 1207, ao consigna- In en el xplicit del cdice nico. Posteriormente, Ubieto 11981:224-230] resumi su argumentacin e incorpor las aporta-1 iones deJ.M.a Lacarra [1975], quien haba demostrado la datacin urda de dos trminos del Cantar que corresponden a la situacin ociopoltica de finales del siglo XII: Jijodalgo, documentado por puniera vez en 1 177 , y rico omne, cuya primera ocurrencia data de 1 07 (en realidad, hacia 1194; notas 210o y 3546o). En esta misma linea se han situado otros investigadores actuales, que aceptan estos ilaios y aaden otros para justificar una datacin a finales del si-y,lo XII o principios del siglo XIII. Tales argumentos han sido pre-ponderantemente histricos, basados en la presencia en el poema ilr objetos, castumbres, instituciones jurdicas o alusiones a sucesos que slo pueden fecharse por esa poca (Smith, 1977; Lacarra, n;8o). A este respecto, Smith [1977:35-62] ha mostrado que la ip.iricin en el Cantar de personajes histricos a menudo no se co-rresponda con la actuacin real de los mismos.2'1 Tambin se han iducido criterios lingsticos, relacionados especialmente con la lormacin de palabras (Pattison, 1967 y 1985) y con la cronologa

    "' Sobre este punto, vanse las remisiones a las notas complementarias en la nota 19 de este prlogo. Para el tipo de mentalidad histrica que esto conlleva, vanse las notas 237o y 733o.

  • 28o E L C A N T A R D E L M I O C I D

    del lxico empleado (Pellen, de 1980 a 1983). Por ltimo, se han alegado razones literarias, como la citada influencia de la pica francesa del siglo XII (Smith, 1977:125-159 y 1983), y la oportuni dad del mensaje ideolgico del Cantar en el contexto social del trnsito de dicha centuria a la siguiente (Fradejas, 1962:53-66, 1982:270-277 y 2000; Duggan, 1989:58-107; nota 1187o). Ms re cientemente, Zaderenko [1998a) ha sealado que el procedimien to legal del riepto entre hidalgos, al que se sujeta el desenlace del Cantar, no puede datarse antes de las disposiciones de las Cortes (ms exactamente, la Curia) de Njera de 1185.

    Frente a estos autores, otros han asumido la defensa de las tesis pidalianas o, al menos, han expresado sus reservas a algunas de las propuestas anteriores. As, Fletcher [1976] examina de nuevo la cuestin suscitada por Russell [1952] y muestra que, para las cues-tiones diplomticas, las fechas podran adelantarse hasta 1 153 . En dos detallados artculos, Lapesa [1980 y 1982] desestima los argu-mentos lingsticos de Pattison [1967] en favor de la datacin fin secular y buena parte de los histricos de Ubieto [1973], aunque no todos. En 1985 aparecieron tres aportaciones que apoyaban, desde distintas perspectivas, la datacin a mediados del siglo XII. Cataln [1985 y luego en 2001 y 2002] considera que el contexto social e ideolgico en que se inscribe el Cantar se liga a las revueltas urba-nas de 1 1 1 6 (nota 1213o) y que la coyuntura en la que se compuso el poema es la concertacin de la paz entre Castilla y Navarra, pero no en torno a los esponsales de 1140, sino con ocasin de las bodas cTe Urraca (bastarda de Alfonso VII) y Garca IV de Navarra, nieto de Rodrigo Daz, en 1144 (nota 3724o). Marcos Marn [19851 acepta este planteamiento y pone adems el nfasis en criterios lin-gsticos, subrayando de nuevo el arcasmo del Cantar, que juzga incompatible con una fecha finisecular, planteamiento que reitera en [1997] y que es apoyado por Gonzlez Oll [2006], debido al uso de casada en el Cantar, trmino al que, sin embargo, da una acepcin errnea (nota 1802o). Por otro lado, Rico [1985/)] vuelve a estudiar la alusin del Poema de Almera a lo que se cantaba sobre el Cid. En su opinin, la manera en que Roldn y Oliveros se sit-an ah en el mismo mbito que Alvar Fez y el Cid implica que el carmen latino aluda a un poema pico vernculo en el que los h-roes espaoles actuaban emparejados, lo que, a juzgar por la estabi-lidad del Cantar que en el siglo XIII revelan las prosificaciones cro-nsticas, postulara otro tanto para la gesta del siglo XII y remitira

    C O M P O S I C I N 287

    directamente a un Cantar en su mayor parte igual al conservado, lia cambio, Gicovate [1956: 421-422], Ubieto [1973:29-30], Ho-ncnt [1973:263-266], Smith [1983:83-86], Deyermond [1987:21], Wright [1990:28] y Hernndez [1994:454] consideran, con distin-tos matices, que el Poema de Almera se refiere a un perdido cantar 1 iiliano que se situara entre las fuentes del poema conocido, pero que no sera igual a l.27

    i Contra este planteamiento, Marcos Marn[ 1997:39-40 y 47] y, .obre todo, Cataln [2001 : 15 1 - 153 , 446 y 483-486] vuelven a ilrfender el valor crQ'iolgn.o de la alusin del Poema de Almera. i\ juicio de ambos estudiosos, del pasaje citado se desprende que hybo un cantar (v. 234: de quo cantatur) en el cual se llamaba mi Cid a Rodrigo Daz (v. 233: Meo Cidi sepe vocatus), quien ilerrotaba all a los moros y a los condes cristianos (v. 235: qui domuit Mauros, comits domuit quoque nostros), contando t 01110 lugarteniente a Alvar Fez (v. 238: Meo Cidi primus fuit, Alvarus atque secundus), con el que formaba una pareja pica se-mejante a la de Roldn y Oliveros (vv. 228-229: Tempore Rol -il.ini si tertius Alvarus esset / post Oliveros...). Sus conclusiones pueden sintetizarse con las palabras de Marcos Marn [1997:40]: I I Poema de Almera, con esa mencin, apunta expresamente a la

    existencia del Cantar de Mi Cid, un cantar en el que se dice que venci a los moros y a los condes catalanes. N o se trata de otro poema o cantar distinto, luego el Cantar de Mi Cid exista, como muy tarde, antes de febrero de 1149.

    Una interpretacin completamente distinta del alcance de los versos 233-234 del Poema de Almera fue sugerida ya por Lomax I '977:77]> al sealar que en la Edad Media esa expresin poda ser solo una metfora de la fama. Este planteamiento ha sido desarro-llado por Montaner y Escobar [2001:104-106], quienes ratifican iliclia interpretacin, basndose en Curtius [1948:233-235], y se-nalan que el significado estricto del pasaje, sin la interferencia del < ,'antar, es que hubo un gran guerrero, Alvar Fez, capaz de li.iber salido victorioso de Roncesvalles si hubiese acompaado a Roldn y a Oliveros. Este caballero fue tan famoso en su poca que

    27 Segn H.S. Martnez [1975:344-395], el Poema de Almera dara cuenta de un cantar sobre Alvar Fez (w. 223-232) y de otro sobre el Cid (w. 233-235), I"TO parece considerar que el emparejamiento de ambos hroes (v. 238) se debe-111 .il propio autor del carmen latino, aunque no acaba de dejarlo claro.

  • mmm.

    28o EL C A N T A R D E L M I O C I D

    lo pona por delante de s el mismsimo Rodrigo Daz, usualmenic llamado el Cid y de quien es fama que no fue superado por sus ad versarios, el cual dome tanto a los moros como a los condes cristianos. No obstante aade por su cuenta el poeta, hay que poner las cosas en su sitio: Rodrigo (conquistador de Valen-cia) fue el primer caballero de su tiempo y Alvaro fue slo el se gundo (pero no 'su segundo', como vierte Cataln, 2000:106). A ju ic io de estos autores, extraer de aqu consecuencias no slo sobre el contenido, sino sobre la misma existencia de un supues to cantar cidiano es ms que aventurado.28

    Como puede apreciarse, la cuestin de la fecha del Cantar li,i originado una larga polmica y una buena parte de las razones aducidas por ambas partes han ido siendo descalificadas. Sin em-bargo, haciendo balance, tanto Lomax [1977] como Deyermond [1987:20-22] han opinado que los principales argumentos para una fecha tarda no han sido rebatidos, mientras que Martn Zo-rraquino [1987:8-11], en un ponderado repaso de la caracteriza cin lingstica, aprecia que sta no es en realidad incompatible con una datacin finisecular. El mismo Marcos Marn [1997:99!, que la rechaza, reconoce que es cierto que la lengua del CMC coincide con la lengua de mediados del siglo XII, pero no es me nos cierto ... que esos rasgos pueden encontrarse durante la se gunda mitad del siglo. A una conclusin semejante llega Frago [2000], mientras que Franchim [2004:333-336] deja en el aire cual-quier conclusin diatpica o diacrnica al respecto.

    En rigor, el nico argumento hoy de cierto peso que permite pensar en los alrededores de 1140 es la alusin del Poema de Almera. Ahora bien, aun admitindola sentido y la cronologa deTa obra favorables a la hiptesis de un poema pico coetneo, ello slo im-plicara que antes de 1158 exista un cantar de gesta sobre el Cid. Este podr identificarse razonablemente con el conservado siempre que en este ltimo no se hallen datos que exijan una datacin pos-terior o que, de darse, sean claramente aislables como interpolacio-

    Comprese en la misma lnea Morros [1997:35-36]. Aunque no se pro-nuncia sobre el fondo de la cuestin, Prez Gonzlez [1997:139] hace una perti-nente observacin sobre Meo Cidi: expresin proveniente de la lengua cotidiana o vulgar, que, al igual que en el caso de Rodlanus, no exige la existencia de un po-ema castellano sobre Rodrigo Daz de Vivar, entre otras razones porque dicha expresin fue un ttulo honorfico aplicado a numerosos personajes de la poca.

    CUJc-C; I

    C O M P O S I C I N 288

    o modificaciones sufridas en el proceso de transmisin. Pero si ftin 110 es as, es decir, si los elementos que evidencian una data fNinlerior forman parte inextricable de la composicin, entonces lo Mico que cabra deducir del Poema de Almera (siempre en la hip-|ru\ de que su interpretacin y cronologa sean efectivamente sas) Di que se refiere a un texto que trataba del mismo tema, el cual, ve-m itnilmente, cabra considerar un modelo o fuente del Cantar 1 ni nervado, pero al que no podra identificarse con l (como, en Un. /:'/ alcalde de Zalamea de Caldern no puede confundirse con la 1 'I 'i 1 homnima de Lope que le sirve de base). El caso es que, como le ver con detalle en el 2, hay abundantes aspectos que sitan | composicin del Cantar a finales_dd siglo XII: la recepcin de la nueva cultura caballeresca del ltimo cuarto de siglo, que se refleja 111 numerosos aspectos del poema, tanto en su dimensin material 1111110 ideolgica (notas 41o , 562o, 606-609, 707o, 1508-1509, I5870, 1618-1802, 1802o, 2375o); e l estado de las instituciones ju-lidicas, como revela la coincidencia de sus planteamientos con los 1 digos surgidos de la importante renovacin del derecho castella-no en torno a 1190, en aspectos tan importantes en el poema como el botn, el acceso a la caballera villana o el reto entre hidalgos (no-cs 210, 442o, 492, 5II0 , 807o, 895o, 917o, 1213o , I236-13O70, 1154o, 1472o, 1798o, 2535-27620, 3546o y 3533-3707); la adecua-1 ion de las disposiciones regias a la nueva estructura diplomtica de lab mismas en la cancillera de Alfonso VIII (nota 1364-13650); la 1 orrespondencia de la corte potica con la organizacin e integran-tes de la curia y casa regias bajo el mismo monarca (notas 1360o y 1 380o), y, en fin, la actitud del Cantar hacia los andaluses sometidos ni Castejn, Alcocer o Valencia, que concuerda con la recupera- ion bajo Alfonso VIII del estatuto de mudjar (nota 518o). En suma, no se trata de algunos elementos aislados que pudieran de-berse a una intercalacin o a una reelaboracin parcial, sino de un i mulo de aspectos consustanciales al Cantar en todos sus niveles y que, al margen de posibles antecedentes en forma potica, condu= cen a fecharlo sin apenas dudas en las cercanas de 1200/''

    29 Para otros muchos aspectos con repercusiones cronolgicas, que apuntan en la misma direccin, vanse las notas 24o, 109o, 130o, 303o, 527o, 547o, 61 Io , 625-861, 766o, 954-1086, 1 105o , " 8 7 o , 1 1 9 1 o , 1217 o , 1290-1291, 1345o, 1375-1376 1382-1383, 1464 I4720, 1956o, I976-I9770, 2763-2984, 2985-3532o, 3005o, 3129 y 3223.

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    U N I D A D , V A R I E D A D , M U L T I P L I C I D A D

    Segn ha podido advertirse, la cuestin cronolgica est ntima mente ligada al establecimiento del modo de composicin del Cati tar y en varias propuestas se admiten diversas fechas, que correspon deran a sucesivas refundiciones o recreaciones poticas. La visin d e M . Pidal [i95i:XLV-XL, 1956a, 1957:323-330y 457y 1992:97-166] era que un poema pico naca usualmente al calor de los he chos mismos, a partir de un canto noticiero que la tradicin se en-cargaba de ir amplificando y novelizando. Como se ha dicho, tal planteamiento le llev en [1963:1 15-174 y 1966]^ postular la exis tencia de dos autores para la versin conocida, como ya antes (en 1898a y 191 1 : 124-136) le haba conducido a considerar una refun-dicin posterior el texto prosificado en la Primera Crnica General (en adelante PCG) y en otras crnicas emparentadas con ella (sobre lo cual vase abajo, 4). En una lnea similar, pero con unos postu-lados genticos ms complejos, Von Richthofen [1968, 1970:136 146, 1981 : 15- 17 y 34-37, y 1982:360-363] considera que el ncleo original, compuesto antes de 1100, lo constituye el cantar segundo hasta el perdn real (w. 1085-2051), al que en una nueva refundi-cin, en torno a dicho ao, se habra aadido el cantar primero (w. 1-1084); P o r fin, e n u n a tercera reelaboracin, entre 1 140 y 1160, se habra agregado todo lo que afecta a la segunda parte de la trama (las bodas con los infantes y todo el cantar tercero, w . 2052-373) Y algunos episodios del cantar primero. Horrent [1973:243-3 1 1 ] ha rechazado esta explicacin, en la creencia de que el Cantar posee una estructura y elaboracin claramente unitarias. Sin embar-go, al considerar vlidos parte de los argumentos cronolgicos de M. Pidal y parte de los de sus contradictores, opina que el Cantar conocido conserva indicios de sucesivas fases de produccin, que fecha en torno a 1 120 para el poema original, entre 1 140 y 1 150 para una primera refundicin, y despus de 1160 para una tercera, que sera la reproducida con alguna leve variacin en el manuscrito de 1207. En una lnea mixta se sita H.S. Martnez [1975:375-387], que emplea una explicacin gentica similar a la de Von Richtho-fen con una cronologa como la de Horrent. Se refieren a cadenas de refundiciones, sin precisar ms, Aguirre [1968], desde la pers-pectiva oralista de que toda recitacin es una recreacin (en virtud de lo cual niega toda relevancia a la cuestin de la fecha), y Orduna

    C O M P O S I C I N 291

    |)

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    planteamiento es que esto viene determinado por la diferente orientacin de cada uno de los ncleos argumntales del Cantar v no por diferencias de composicin. Finalmente Hernando [20051, advirtiendo una diferente actitud hacia la victimizacin, aceptada en la trama referente al destierro y rechazada en la relativa a la afrenta de Corpes, considera que esta doble perspectiva respecto de la violencia sugiere una multiplicidad de instancias autoriales para el Poema. Sin embargo, tal perspectiva doble no existe, lo que hay son dos actitudes complementarias respecto de la violencia le gtima: cul se puede ejercer contra el enemigo externo y cul es aceptable contra el enemigo interno, todo lo cual responde sin fi suras a la realidad institucional y a las prcticas habituales de la so ciedad de frontera en la poca de fijacin de los fueros de extrema dura (vase en general Powers, 1988, y abajo el 2).

    En conjunto, puede decirse que si la biparticin argumental no tiene por qu deberse a un hbrido potico, tampoco presenta el aspecto de una mera yuxtaposicin, pues, como se ver ms ade-lante (3), ambas secciones de la trama estn profundamente im bricadas. En ste y en los dems casos, las apelaciones a una auto ra mltiple parten sin excepcin de una peticin de principio jams demostrada, que las diferencias internas aducidas implican la intervencin de ms de un redactor. En este sentido, uno de los hallazgos esenciales de Myers [1977], no afectado por los reparos de Geary [1983], es que las distintas partes del Cantar no presen-tan mayores diferencias entre s que las que se encuentran en las divisiones internas de otras obras medievales o renacentistas, lo que sigue permitiendo invalidar las opiniones de quienes defien-den la autora mltiple con argumentos estilsticos. Adems, tales hiptesis obligan a suponer que la refundicin literaria se hace por aluvin mecnico, en que cada capa se superpone sin ms a la an-terior, permitiendo luego separarlas ntidamente con el escalpelo crtico. Sin duda, esto puede darse en casos de interpolaciones muy concretas o de refundiciones parciales, pero no puede erigir-se en principio general. Por el contrario, cabe suponer que en la mayora de los casos, el nuevo producto es un todo orgnico que, aun conservando elementos de sus antecedentes, los funde en una unidad de sentido superior, como sucede en casos posteriores que podemos documentar perfectamente, como ejemplifica, sin salir de la materia cidiana, la sucesin gentica del romancero cidiano, Las mocedades del Cid de Guilln de Castro, Le Cid de Corneille y

    C O M P O S I C I N 293

    lil honrador de su padre de Juan Bautista Diamante. N o hay razn ninguna para suponer que en la Edad Media la creacin literaria, 111.indo hablamos de verdaderas recreaciones y no de simples re-toques, haya funcionado de otra manera (Montaner y Montaner, lyijN). Por otro lado, todas estas hiptesis dejan sin explicacin el fihimeno contrario: la obvia cohesin interna del Cantar en sus dNintos niveles, sobre la que insiste ahora Cataln [2001:442-447]. 1 "ino sintetiza Deyermond [1987:20],

    lliiy en efecto diferencias entre la primera mitad del poema y la segun-da (diferencias en la distribucin de rimas asonantes, por ejemplo), pero ||k constantes importan ms, y las diferencias se explican como una evolucin tcnica en el transcurso de la composicin. El poeta pudo lliiiy bien haberse valido de varias fuentes poticas, cronsticas o folcl-ficas, pero el empleo de varias fuentes es muy distinto de una multipli-1 lil.id de poetas.

    Bita es la postura mantenida por la mayor parte de la crtica, que Considera el Cantar como una unidad de creacin, incluso quie-

    ' lies aceptan que se basa en materiales anteriores. Desde este pun-i de vista, si el acento se pone en la estructura artstica del poe-ma, hablar de refundiciones previas al texto conservado resulta innecesario, dada su esencial unidad orgnica (sobre la cual vase bajo, 3), pues, aunque admite diversidad de tonos y registros (en dependencia de los sucesos tratados), no presenta fisuras, in-1 olierencias o muestras evidentes de distintas etapas de redaccin que lleven a suponer la existencia de versiones precedentes.30

    I r * L A M A T E R I A C I D I A N A E N EL S I G L O X I I

    r . Y L A S F U E N T E S D E L C A N T A R

    ('tro aspecto importante respecto de la composicin del poema ci-iliano es el de las posibles fuentes sobre la vida de Rodrigo Daz de las que pudo valerse el autor un siglo despus de la muerte del Cid. Ante todo, ha de tenerse en cuenta que el Cantar no es, en el as-pecto temtico, un texto aislado, sino que forma parte de un con-

    "' Knudson [1966] realiza consideraciones parejas sobre el Roland, pues cues-111)114 que la versin del ms. de Oxford haya sido construida por adiciones y re-

  • 28o EL C A N T A R D E L M I O C I D

    junto de obras que abordan y hacen cristalizar la materia cidi.in i durante el siglo XII. En realidad, las composiciones ms antigua*, poticas e historiogrficas, sobre el Campeador son coetneas drl mismo, pero se escribieron en rabe, y guardan relacin con !i conquista y dominacin de Valencia.31 Aunque una parte de esl.n obras tuvo su importancia en la evolucin posterior de la materia cidiana, al fundirse con el Cantar en las versiones cronsticas alfofl ses (como se ver en el 4), resultan completamente ajenas a 11 elaboracin del poema. En cambio, parece que pueden establecei se ciertos vnculos, unos ms directos que otros, con los textos cris tianos que, en latn o en romance, refieren las hazaas del hroe castellano. El que hasta ahora se tena por ms antiguo es el Carmen Campidoctoris, un panegrico latino en estrofas sficas que enuniei 1 las principales batallas del hroe. La datacin ms temprana es ).i propuesta por Wright [1979], quien lo considera compuesto en Ripoll (de donde procede el nico manuscrito conocido, de fines del siglo XII, custodiado hoy en la Bibliothque Nationale de Fran ce) y lo fecha hacia 1083, adelantando as la datacin de 1093-109,1 propuesta por Horrent [1973:91-122] y Ubieto [1973:169-170]. En cambio, el mismo Ubieto [1981:77] se inclin ms tarde por una fecha posterior, a mediados del siglo XII, cuando la leyenda cidiana estaba ms desarrollada. En la misma lnea,Smith.[1983:79-80 y 19866] aboga por retrasar la composicin del Carmen, basndose en que las evidentes relaciones entre ste y HR no van en esa direc cin, sino en la inversa, y que, por tanto, el poema ha de ser poste rior a la crnica jo que apoya tambin con otros argumentos. Por ltimo, se ha de consignar que Ubieto [ 1973: 163-169 y 1981:74 77] considera, por divenas apreciaciones paleogrficas e histricas, que el Carmen no es de origen cataln, sino aragons, en concreto de la catedral de Roda. Retomando algunas de estas propuestas, Montaner y Escobar [2001 y 2002] postulan que el Carmen es, en efecto, un himno inspirado en HR, como muestran las coinciden-cias temticas y fraseolgicas; que es, por tanto, de fines del si-

    modelaciones sucesivas y separadas y considera que es preciso intentar descubrir en l todo lo que puede advertirse de unidad arquitectnica (p. 130), conclu-yendo que el hecho de que su autor haya sido el ltimo refundidor es posible. Lo que yo sostendra es que nos permite olvidarnos de los restantes (p. 131).

    31 Viguera [2002] ofrece una excelente visin de conjunto, que puede com-plementarse con la antologa de Epalza y Guellouz [1983] y con las apreciaciones de Benaboud [2002].

    C O M P O S I C I N 294

    glu XII, y que posiblemente se ligue geogrficamente al resto de la Bmluccin cidiana, el centro del tercio norte peninsular. Poste-Hni mente, Wright [2005] se ha reafirmado en sus planteamientos, lln ofrecer datos nuevos, mientras que Martin [2007] lo considera 1 un ulado a la corte cidiana de Valencia, lo que deja sin resolver as-Bi'i los como el marcado desplazamiento cronolgico de la batalla

    H i (labra, poco comprensible de dimanar el poema del propio en-lomo del Campeador, o como los posibles ecos de la Historia Scho-lihin'a (c. 1 1 7 3 - 1 1 7 9 ) de Pedro Comstor (Montaner y Escobar, iii 11: 161- 163) , en particular la coincidencia literal entre la frase in i|n.i pictus erat draco = 'en la que estaba pintado un dragn' (IV,

    p#f; en PL, vol. C X C V I I I , col. 1 124) y el verso 1 1 5 del Carmen: in u o depictus ferus erat draco = 'en el que haba pintado un fiero

    lliagn' (vase Montaner, 2001C42-43). I a siguiente obra segn la cronologa habitualmente aceptada se-

    rla la propia HR, concebida como una biografa compuesta en la /ma oriental de la Pennsula por un miembro del squito cidiano al

    [ foco de su muerte, a partir de su propia memoria y de documenta-' 11)11 diplomtica de primera mano,32 duplicidad de fuentes difcil de explicar, dado que tras la muerte del Cid el archivo privado cidia-no luibo de viajar con doa Jimena a la zona de Burgos (en cuyo museo catedralicio se conserva su carta de arras), mientras que el t'i lesistico lo llev don Jernimo a su nueva sede salmantina (1 I Montaner, 2006 y en prensa b, quien demuestra que todos los supuestos documentos contenidos en HR son ficciones historiogr-ficas). Frente a esta datacin temprana, otros autores propusieron

    B t r a la citada biografa latina una fecha gn torno a I L44-IJ so. aun-quc manteniendo la localizacin oriental,33 salvo_Smith [1982:99-103, 1983:75-78 y 19866:99-103], quien defendi una procedencia salmantina, precisamente del crculo de don Jernimo. En realidad, 1I1 versas circunstancias relativas a sus fuentes, a su constitucin inter-na, a determinados datos materiales e institucionales y a su transmi-t 1 textual hacen mucho ms probable que se compusiera en el

    11 lugulo comprendido entre Burgos, Pamplona y I ogro o, posi-blemente en Njera^a partir de materiales recogidos de la historia

    M. Pidal [1929:906-920], Epalza y Guellouz [1983:36-37], Fletcher [1989: j j | -28], Cataln [2001:861-864 y 2002:277-280].

    " Ubieto [1973:170-178; 1981:30-32 y 155-164], Horrent [1973:127-135]. Wright 11979:229], Pavlovic y Walker [19826 y 1989:13-14].

  • 296 EL C A N T A R D E L M I O C I D

    oral en torno a En consecuencia, aun siendo (hasi .1 donde es posible comprobar) una fuente de informacin fndame talmente exacta, no est exenta de algunas lagunas e incoherencias, amn de cierta estilizacin propia de la transmisin tradicional.-15

    Intimamente ligada a HR se halla otra obra latina, la Crnica N,i jerense, poco posterior (hacia 1190-1194) y de la misma proceden cia, con la que adems ha compartido transmisin manuscrii.i (pues ambas estn contenidas en los dos cdices que las conservan), Basada parcialmente en la biografa latina, la Najerense se ocupa slo de la juventud de Rodrigo, dando cabida a componentes de tono ms legendario sobre su participacin en la batalla de Golpe-jera y en el cerco de Zamora (Montaner y Escobar, 2001:93-100; Montaner, 2005; Bautista, 2009; cf. Estvez, 1995). Muy poco des pus se compondra la primera obra en romance, el Linage de Ro-dric Daz, un breve texto navarro (propiamente una seccin del Li ber Regum) que hacia 1200 (Bautista, 2010a) ofrece una genealoga del hroe y un resumen biogrfico basado en HR y en la Najeren-se (Martin, 1992:46-82; Montaner y Escobar, 2001:15). Ciertas ex-presiones de esta obra y su empleo del dictado mi Cid, frente .1 Campidoctus, latinizacin de Campeador empleada por las dos cr-nicas citadas, podran hacer pensar que el Linage conoca el Cantar (Rico, 1983:12), pero las aparentes coincidencias lxicas resultan ser triviales, mientras que el uso de dicho sobrenombre posible-mente derive, como la fecha de la muerte del Cid, de las tradicio nes de Cardea (Montaner, 20006:357-360).

    A este respecto, Barcel [1968] ha sealado que a lo largo del si glo XII conviven dos tradiciones historiogrficas sobre Rodrigo Daz, una que prefiere la designacin de Campeador (como el Car-

    34 Montaner y Escobar [2001:83, 85-86, 1 1 3 - 1 1 5 y 119]. Para el lugar y la fe-cha, vanse adems, respectivamente, Martin [1992:89-91] y Zaderenko [1998a]. Una datacin najerense, pero en poca de Alfonso I el Batallador, defiende aho-ra Bautista [2010b], contestado (en lo cronolgico) por Montaner [en prensa 6]. Ofrecen caracterizaciones de conjunto de HR, revisables a la luz de las nuevas teoras sobre su gnesis y alcance, Horrent [1973:123-143], Powell [1983:15-17!, Falque [1990:2-25] y Martnez Diez [19996]. Nuevos aportes contienen O. Mar-tin [2010] y el monogrfico Rodericus Campidoctor [2010].

    35 Como seal M. Pidal [1929:909]: La tradicin simplifica y concentra el inters en pocas personas, aunque, paradjicamente, usa ese argumento para ne-gar que HR (tan parca en nombres propios) proceda de la historia oral, conside-rndola obra de un coetneo de Rodrigo.

    C O M P O S I C I N 297

    1tu Campidoctoris y HR) y otra que escoge la de Cid (representada Siii el Poema de Almera, w . 233-240, y por las tradiciones carde-ttiscs que irn formando la Leyenda del Cid, para desembocar en Id citoria del Cid, ya en el siglo XIII; cf. nota 209o). A su juicio, am-

    M l comentes confluyen en la segunda mitad del siglo XII en el Li-de Rodric Daz, que l fechaba entre 1 150 y 1195. En este texto

    los dos apodos conviven, pero an de forma diferenciada. En cam-bio. el Lber Regum I ( 1 194- 121 1 ) conocera ya la aglutinacin mi

    -t!it el Campiador, lo que lleva a Barcel [1968] a pensar que el Ukntar, que emplea la misma combinacin de los dos sobrenombres (Ir Kodrigo Daz,_es defnales del siglo XII. La situacin es en reali- 1.111 algo ms compleja, como ha subrayado Martin [1992:73-81], lies el Linage s presenta tal combinacin de sobrenombres, no slo I nio varia lectio de los manuscritos M, C, Py S para el 1 (donde piulria ser una adicin del subarquetipo X", ms tardo), sino en el Irxio comn del 3. No obstante, es cierto que, salvo en ese pasa-je, por ms que las dos denominaciones se conjuguen, no se mez-II ni una con otra; alternan por segmentos textuales (Martin, 11)92:79). Justamente, los apartados en que aparece Mon / Meo Cid

    | ( 2 1 - 2 3) s o n l s que el Linage aade a la informacin procedente ile / IR y la Najerense, y en las que se advierte la influencia de las no-lii i.IS cidianas de presumible origen cardeense.36

    I ' Los 1-2 del Linage son originales y tienen misin introductora; el resto priva mayoritariamente de HR (con las siguientes correspondencias: Linage 3-10 = I //>' I, 2; 1 1 - 12 = I, 3-4; 14-15 y 17 = I, 5; 18 = I, 1 1 ; 20 = IV, 40-41 y 23 = I, 6);

    [ In 13 y 16 proceden de la Crnica Najerense,-III, 30 y 43, y los 21-23, aun-que basados en HR, son adems probables deudores de las tradiciones de Carde-lla i n torno al Cid (notas 2337o y 3727)- Para indicios en pro de una primitiva i'l.iboracin navarra nutrida directa o indirectamente de observaciones presen-, i.ilcs de la biografa histrico-legendaria del Cid, vase Martin [1993], cuyos l'l niteamientos me parecen en buena parte compatibles con los mos, aunque mollificando algo su hiptesis (por lo dems muy bien documentada) sobre la di-liiin del sobrenombre de Mi Cid, cuyo origen navarro no posee, a mi juicio, pruebas determinantes. Ante todo, es muy poco probable que el sobrenombre t'.i una ocurrencia navarra, siendo, sin duda, su ttulo oficioso en Valencia (cf. ( Hiriente, 1999:2896; nota B) y que viajase con sus restos a Cardea, en boca de

  • 28o E L C A N T A R D E L M I O C I D

    Se ha de advertir, no obstante, que aunque dicho monasterio tu# sin duda un lugar privilegiado para la difusin de determinados rel.i tos, ms o menos verdicos, sobre el Campeador, no parece haber desempeado inicialmente un papel especialmente notable en el surgimiento de la materia cidiana, ni en lo relativo a su desarrollo li gendario ni a su conformacin literaria. En efecto, ninguno de lu testimonios tempranos de la misma, incluidas las falsificaciones do cumentales de principios del siglo XIII, se ligan al cenobio burg.ili (Montaner, 2006 y en prensa a), donde el llamado 'culto cidiano' no parece haberse activado hasta mediados y sobre todo finales de diclu centuria.37 Por lo tanto, las noticias de all dimanadas se inscriben ms bien en el mbito de la memoria colectiva o fama pblica, .1 la que parece aludir el Poema de Almera, gracias a la cual se transmiten determinados sucesos sin ningn tipo de elaboracin formal y, pin lo tanto, con mucha mayor inestabilidad en su construccin discui siva, aunque no necesariamente en su contenido, constituyendo lo que la historiografa actual ha denominado 'historia oral'.38 Lo qui

    pervivencia de Meo Cidi fue seguramente burgalesa y de ah irradi por una p.11 te a Navarra y por otra al resto de la corona castellana. En todo caso, el Linage < parece demostrar que el ttulo, convertido ya en apodo, tuvo una aceptacin, lia mmosle oficial, ms temprana en Navarra que en Castilla, por las razones de li gitimacin bien establecidas por Martin y desarrolladas por Pea Prez [2001; |

    37 Smith [1976:525-27 y 1997:427 y 431-32]. Henriet [2002] atribuye un 1111 portante carcter testimonial al captulo de la Crnica de Castilla, ff. 2i7v.-22

  • 3 0 0 EL C A N T A R D E L M I O C I D

    existe el menor testimonio (Higashi, 1996; Cataln, 20011445-4 I'1. ! Montaner y Escobar 2001:107-110).

    As las cosas, es difcil determinar con precisin qu fuentes Ir proporcionaron al autor del Cantar la informacin empleada, lia sicamente, la crtica ha apuntado en las siguientes direcciones I uno o ms poemas picos preexistentes sobre el Cid, que arratii .1 ran de su misma poca y partiran de la observacin directa de sin hazaas; documentos histricos relativos al mismo (como los que hoy se conservan en la Catedral de Burgos y en el Museo Dioce I sano de Salamanca) y, en fin, la propia biografa latina. Como y.i j se ha visto, la primera opcin resulta muy dudosa y directamentr descartable por lo que hace a los cantos noticieros, a falta de los cuales cabra pensar que el propio Cantar se hubiera formado poi I la evolucin de un poema primitivo ms cercano a los hecho:., j pero, como ya se ha visto, el texto conservado no apoya esa I11 | ptesis. La segunda posibilidad plantea un problema distinto, pues j los diplomas conservados y, en general, la documentacin medie- 1 val carecen del tipo de datos necesarios para elaborar el argumen-to de un poema pico, sin contar con el anacrnico planteamien to que implica la idea de un poeta pico medieval yendo a un archivo para documentarse sobre su hroe. No obstante, la inclu sin como personajes de algunas figuras histricas coetneas del Cid, pero que nada tuvieron que ver con ste, s permite sospe char que, al menos como fuente secundaria, el poeta se vali de fuentes diplomticas, pero no como resultado de una pesquisa histrica, sino como reminiscencia de datos que conoca por ha ber manejado, sin duda a otro fin, ese tipo de materiales.40

    La tercera alternativa resulta mucho ms viable y, de hecho, hay notables coincidencias entre HR y el Cantar, sobre todo en l.i parte relativa al domino del Levante hispnico, desde la batalla de

    40 Vase la nota 733o. Sobre el mecanismo de la reminiscencia, frente a la imi -tacin directa, comprese Prez Gonzlez [1997:122]. La idea de Zaderenko [1993] de que el autor del Cantar se bas en la carta de arras de Rodrigo y Jime-na (sobre la cual vase la nota 239o) slo tiene a su favor que el poema y el di-ploma conocen el parentesco del Campeador y Alvar Fez, dato que sin duda lleg al primero por la historia oral ligada a dicho personaje (comprese la nota H). A cambio, el Cantar desconoce el parentesco de Alvar Alvarez y presenta como enemigos irreconciliables del Cid a Garc Ordez y a la familia de Pedro Ansrez, que precisamente actan como garantes de la carta de arras y, por lo tan-to, como personas de toda confianza del Cid, lo que invalida dicha pretensin.

    C O M P O S I C I N 301

    Vvar hasta la librada contra Ycef, con detalles que revelan un casi tudable conocimiento de la biografa latina por parte del poeta.41

    I a principal objecin a esta hiptesis es el completo silencio del I tintar sobre el perodo que el Cid pasa a las rdenes de los reyes muros de Zaragoza, que, en cambio, es tratado en detalle por HR. Aliora bien, sucede lo mismo en otros dos textos ya citados que se lias,n tambin en ella, el Carmen Campidoctoris y el Linage, los cua-

    K seleccionan de modo parecido la informacin que toman de la Husma. Dado que estas dos composiciones datan de fechas cercanas (hac ia 1094), todo apunta a que en la ltima dcada del siglo XII se tonsagra la visin del Cid como un hroe siempre opuesto a los

    Musulmanes, lo que lleva a las tres obras a omitir cualquier refe-frliria a los servicios prestados en la taifa de Zaragoza, aunque no ir tenga el menor empacho en presentar sus enfrentamientos con 1 ii ros caudillos cristianos. De este modo, adems de invalidarse la principal objecin contra el presumible influjo de HR en el Can-il 11. se advierte especialmente la coherencia interna que, en obras independientes entre s, alcanza la materia cidiana, en torno a una determinada visin de su hroe en el perodo finisecular.

    I'or otra parte, como se ha visto, algunas noticias orales sobre la poca de Rodrigo fueron an recogidas por los colaboradores de Alfonso X el Sabio cuando reunan los materiales para su Esto-fil de Espaa en torno a 1270. Con ms razn, el autor del Cantar hubo de conocer, casi un siglo antes, diversos datos y ancdotas |MII dicha va, lo mismo que su auditorio, para el que sin duda era MI personaje suficientemente conocido (comprese la nota A). I'OI supuesto, a ello hay que aadir la libre invencin del poeta, que opera tanto sobre el conjunto como sobre los detalles. En mina, el poeta pico se bas seguramente en HR y en otros datos ile diversa procedencia, sobre todo de la historia oral, as como posiblemente en documentos (pero no cidianos) y quiz en algn uitar de gesta anterior sobre el mismo hroe; materiales que re-rlabor libremente y complet con su propia inventiva. Pueden ilustrar esta forma de operar algunos ejemplos, junto a los ya vis-tos al tratar de la relacin del Cantar con la biografa histrica del ampeador. As, la primera campaa que el Cid desarrolla al salir le Castilla tiene como escenario el reino moro de Toledo y, en

    41 Smith [1985], Montaner [i993ay 2000d], Zaderenko [1994, 1995 y 1998a], Montaner y Boix [2005].

  • 302 E L C A N T A R D E L M I O C I D

    particular, la cuenca del ro Henares (nota 412-546). se lili', aproximadamente, el escenario de la operacin blica no autoi 1 zada que ocasion el exilio histrico de Rodrigo Daz. Parece, pues, que el poeta ha trasladado unos sucesos reales a un momento posterior. Con ello obtena dos ventajas: dejar como nica caus.i del destierro las calumnias vertidas contra su hroe y volver a su favor unos sucesos que en la prctica le haban peijudicado. M.n adelante, cuando el Cid desarrolla la campaa del Jiloca, acampa en un montculo al que, por dicha causa El Poyo de mo Cid asT dirn por carta (v. 904). Seguramente tal denominacin (histricamente documentada) no debe nada a las andanzas del hroe, pero el poeta (o quiz las tradiciones locales en las que se bas) no podan dejar de relacionar el nombre de dicho monie con el del clebre guerrero castellano.

    O R A L I D A D Y E S C R I T U R A

    Una ltima cuestin planteada sobre la gnesis del Cantar es el problema de su tipo de autora o de elaboracin. Al tratar de este tema, la crtica se ha polarizado en general en torno a dos postu ras antitticas: por un lado, la que postula un autor popular, anal fabeto, que empleaba las tcnicas de la composicin oral y, segu-ramente, lo haca improvisando, al modo de los modernos guslar yugoslavos;42 por otro, la que propugna que el autor era una per-sona culta, letrada y que elabor su texto por escrito, influido por modelos retricos.43 En general, los defensores de esta segunda opcin admiten que el Cantar se bas, como se ha visto, en ma-terial preexistente, de ndole parcialmente tradicional y oral, pero consideran que el autor lo reelabor de una forma enteramente

    42 Lord [1960:127 y 206] se limit a sealar algunos paralelismos con el mate rial que l analizaba, pero varios hispanistas han defendido que el Cantar se produ j o como una repentizacin pica (as opinan, por ejemplo, Webber, 1965, 1973, 1975, 1982, 1983, 1986a y 19866; Aguirre, 1968, 1979 y 1981, y Duggan, 1974 y 1989:124-142, aunque en 2005 se muestra ms proclive a aceptar el papel de la memoria). Para el argumento de la proporcin de frmulas, usado en la discusin del carcter oral de la obra, vase abajo el 3.

    43 La defienden, entre otros, Russell [1952], Garci-Gmez [1975], Rubio [1976], Smith [1976, 1977, 1979, 1983 y 1985], Lacarra [1980 y 19836], Burke [1989] y Friedman [1990].

    C O M P O S I C I N 303

    (tonal y con marcado influjo erudito (vase, por ejemplo, Jplli. 1:983:67; Lacarra, 1983/1:259 y Burke, 1989:8 y 36-39). En Mli misma lnea, pero acentuando ms la dependencia del sustra-|M nal y folclrico, se encuentran Montgomery [1977b] y Mile-Htli |u;8i, 1986 y 1987]. El propio M . Pidal [1945:80] adopt a r e s esta ltima postura, al definir al creador del Cantar como un inglar docto y altsimo poeta.44

    | I 11 realidad, la importancia de dilucidar esta cuestin es menor de In que parece, si se tienen en cuenta dos aspectos. Primera-nii ntc, que algunos de los rasgos ms llamativos de los que se atri-lm \ 1 n a la oralidad (sobre todo su carcter de improvisacin) se ((lien a una extrapolacin bsicamente infundada de lo que se ha

    ||tlei vado en el caso yugoslavo, lo cual no puede adjudicarse sin HM1 1 las obras medievales.45 En segundo lugar, que el hiato esta- 1 ido entre la composicin oral y la escrita no es tan marcado

    a veces se ha supuesto y que las obras destinadas a su ejecu-cin pblica pertenecen por lo general a un mbito comn o mix-i" el de la vocalidad o predominio de la voz memorizada, impro->1 eli o leda (Zumthor, 1987:23), en el que muchas diferencias di iparecen (Miletich, 1981 y 1986, Montaner, 1989, Bayo, 2005). A este propsito, es significativo que un elemento como la abun-d niela de recursos eufnicos (rima interna, aliteracin, armona Vi 11 ilica acentual, etc.) sea considerado a veces indicio de compo-lli ion escrita (Garci-Gmez, 1975:266-272; Smith, 1976b) y otras, ilumina de produccin oral (Adams, 1980a; Webber, 1983).

    I 11 este terreno, muchas atribuciones de un determinado com-ponente estilstico o estructural a un mbito o al otro se basan en pie,unciones indemostradas, lo que slo consigue confundir ms pl panorama. Ante esta situacin, parece claro que puede llegarse t una indeterminacin entre texto oral (especialmente si es de

    " El mismo M. Pidal [1957:87] se refiere con expresin parecida al juglar que 'li.na en una ocasin el Libro de Alexandre, 232: Un joglar de grant guisa sa-la 1 bien su mester, / orne bien razonado que sabi bien leer / su viola tanien-1I11 vino al rey veer; / el rey, cuando lo vio, escuchl' volenter. El testimonio

    | Mrree confirmar esa posibilidad, aunque da la impresin de ser un retrato ideali-zado (comprese Musgrave, 1976:134).

    1 I sta objecin se ha realizado desde perspectivas crticas tan alejadas entre s 11*1110 las de Delbouille [1966], Knudson [1966], M. Pidal [1966], De Chasca Il07], Smith [1987], Zumthor [1987:18-19 y 231-235], Miletich [1988] y Cata-tan 12001:383-389].

  • 28o EL C A N T A R D E L M I O C I D

    composicin memorstica, no repentizado) y texto escrito par.i ni ejecucin pblica, lo que puede hacer de la labor de adscripcin a determinado sector una tarea infructuosa y, en ltimo trmino impertinente (comprese Zumthor, 1987:24 y 27). En cuanto (I componente culto, hay diversos indicios que invitan a conclun que, aunque el poema cidiano, como toda la poesa pica medie val, estuviese destinado a un pblico amplio y a una difusin oral que implicaba escenarios variados y aun contrapuestos, no es un producto meramente 'tradicional' o 'folclrico' y mucho menoi 'popular', si se entiende por ello la masa de la poblacin consti tuida por campesinos en situacin de dependencia seorial o I pequeo artesanado urbanoM Jor su constitucin literaria se lira sin duda, a modelos tradicicfiales y folclricos, y presenta un 1 constitucin formular claramente vinculada al mbito de la orali dad (pero posiblemente ms desde el plano de la difusin que del de la composicin, como se ver en el 3), pero a la vez admite recursos ajenos a dicho mbito e influjos que parece necesario re lacionar con estratos ms elevados de cultura, al menos desde la propia percepcin medieval de la cuestin.

    L A G N E S I S D E L C A N T A R : B A L A N C E Y P R O P U E S T A

    Dentro del amplio espectro en que se ha situado al annimo poe ta, que va del juglar errante y analfabeto al docto letrado que tra baja en su escritorio con documentos de archivo, probablemente la realidad est en un punto intermedio. Sin duda, su formada ca pacidad potica (sobre la que incide ahora Cataln, 2001:447-450) mueve con fuerza a pensar en un juglar, un profesional de la lite ratura, si bien uno con un cierto nivel de conocimientos jurdicos y un vocabulario con ecos del latn de la iglesia y de los tribuna les, lo que quiz tampoco debera extraar. En este caso, lo ms probable es que, siguiendo las tcnicas tradicionales del oficio, hubiese compuesto el texto de memoria, para recitarlo despus en voz alta, aunque no pueda rechazarse una composicin escrita. Lo que parece totalmente excluido es que estemos ante una impro -visacin juglaresca copiada al dictado, como extrapolando el comportamiento de determinados guslar serbocroatas moder nos han supuesto algunos oralistas. Por otro lado, la manera en

    C O M P O S I C I N 305

    l | ( el desarrollo narrativo del Cantar responde minuciosamente a In. planteamientos jurdicos coetneos lleva a pensar en un sabidor,

    pito de los nuevos jurisconsultos surgidos en el mbito de la re-levacin del derecho a finales del siglo XII,4,1 un hombre de cier-I* i ultura (quiz incluso conocedor de algn florilegio escolar de Hincos latinos y posiblemente de la Historia Rodena),*7 con una tunada vocacin potica, aunque sin la preparacin cultural ni flica de, por ejemplo, el autor del Libro de Alexandre. Lo ms Whtiable es que un individuo de esta ndole careciera de la capa-cidad de componer memorsticamente un texto tan extenso,, lo jfllic liara ms fuerza a la posible existencia de un original realiza-do por escrito. Con los datos disponibles, es imposible decantarse p"i una u otra opcin, pero s hay que tener presente que ambas drlien entenderse slo en virtud del mayor o menor nfasis pues-to en el ^specto potico o en el jurdico, puesto que parece inne-Hil'lc que, de un modo u otro, el autor del Cantar conjugaba, y IIMHistralmente, ambas facetas. En definitiva, su perfil corresponde al de un mediador entre las dos vertientes de la cultura medieval, la > - r ita y la oral, la latina y la verncula, al cual cabra aplicar el dic- d o coetneo de quasi litteratus (sobre el cual comprense H. Mar-tin. 1998:318-319 y Zotz, 2002:213).

    I Esta posibilidad (que como tal expongo) nace de la importancia de los con-I cpios y procedimientos legales en la constitucin del Cantar, tanto en su dimen-Inti ideolgica como esttica, algo que no se da slo en la seccin final del mis-IIIh. donde es obvia, sino que afecta al conjunto del texto. De hecho, el conflicto lu' mi reviste ya la forma de un caso jurdico, pues el Cid es desterrado de acuer-ilu 1 mi la figura medieval de la ira regs y su comportamiento al respecto respon-di en general a lo previsto para el caso en el Fuero Viejo, como se ver en el apar-liiilu siguiente. Quienes, como Bustos [1983:29], Webber [1986(1:85], Harney |i';N 193], Duggan [1989:63-67] o Walsh [1990:3-4], arguyen que en el marco 1I1 1 ley consuetudinaria el conocimiento del derecho era del dominio pblico, fUponen sin fundamento una situacin ad hoc que concuerde con su concepto del mil ni, la cual queda contradicha por la existencia de especialistas jurdicos locales, uni los foreros y sabidores, sin contar con el hecho de que el Cantar no se atie-iM il ius vetus, sino justamente al renovado derecho finisecular. Lo mismo vale |Mi.i la objecin de Marcos Marn [1997:482] cuando alega que su terminologa r simplemente un conocimiento de odas, de persona que se mueve en ciertos 1111 ulos, pues una cosa es poseer una mera competencia pasiva para entender se-lliin qu trminos y emplearlos de manera ms o menos laxa, y otra la compe-lan ia activa indispensable para describir con rigor y precisin los procesos refe-

    ililii, como sucede en el Cantar (vase la nota 3005o). 47 Influjo que, en rigor, tampoco excluye la autora juglaresca.

  • 28o EL C A N T A R D E L M I O C I D

    Estas circunstancias, pese a lo que ha venido sosteniendo h crtica, enlazan slo secundariamente con el problema de la d i tacin y del lugar de composicin del Cantar. Respecto de la lo calizacin, ninguna de las propuestas realizadas hasta ahora pu see fundamentos slidos. El colofn del cdice nico es, camtl queda dicho, una tpica suscripcin de copista, no de autor, con otros muchos ejemplos medievales parecidos. Por lo tanto, ie sulta infundado considerar a Per Abbat como el creador del les to y ocioso pretender identificarlo, mientras que la fecha de ni copia (mayo de 1207) slo sirve como lmite ms reciente par la redaccin del Cantar. En cuanto a las teoras de M. Pidal, Ri.i o o Cataln, se basan en la creencia de que el inters localim 1 en las reas de San Esteban de Gormaz y de Medinaceh (en la actual provincia de Soria) se debe a la procedencia del autoi, que mostrara as tanto su mejor conocimiento de la zona coiim su amor hacia su tierra. Sin embargo, esto no es necesariamente exacto, puesto que un autor de otro origen podra haber eni pleado igual grado de detalle por consideraciones literarias o de otra ndole. A cambio, el poema ofrece igual grado de exactitud toponmica en otras reas, por ejemplo la comarca de Calatayud o la cuenca deljiloca, lo que contradice tales conclusiones, pero tampoco obliga a buscar en dicha zona al poeta, como pretenda Ubieto.

    Lo nico que apunta en una direccin concreta a este respec to es la sujecin de diversos aspectos importantes del Cantar a los

    fueros de extremadura o leyes de la frontera, en particular el Fuero de Cuenca (como se ver con ms detalle en el 2). Ello hace pens.u en un autor procedente de la linde sudeste de Castilla, que en es.i poca se extenda aproximadamente desde Cuenca a Toledo.'"

    48 Es lo que la CAI designa como Extremadura: habitabant Trans Serram el in tota Extrematura = 'habitaban la Transierra y toda Extremadura' (II, 20/11 s), imperator fecit eum principem Toletane militie et dominum totius Extrematu re = 'el Emperador lo nombr prncipe de la milicia toledana y seor de toda Extremadura' (II, 24/119), ut populus Toleti haberet munitionem contra facietu Aurelie, ubi erant multi Moabites et Agareni, qui faciebant magnum bellum 111 trra Toleti et in tota Extrematura = 'de modo que la poblacin de Toledo es tuviese proveda frente a Oreja, donde haba muchos moabitas (= 'almohades'| y agarenos [= 'andaluses'j que hacan gran guerra en el territorio de Toledo y en toda Extremadura' (II, 35/130), vanse tambin I, 29; II, 34/129; II, 42/143; II. 50/145; II, 61/156 y II, 63/158.

    C O M P O S I C I N 306

    ||l particular, la relevancia de Alvar Fez en el Cantar apunta ha-flj el sector de la Transierra oriental o zona de Alcarria-Cuenca H b r c la cual, comprese Iradiel, Moreta y Sarasa, 1989:162). Es l u s a m e n t e en la comarca de La Alcarria (en la actual provincia (uadalajara) donde se asienta la localidad de Zorita de los Ca- , de la que Minaya fue gobernador entre 1097 y 1 1 1 7 , como r e c u e r d a anacrnicamente en el verso 735 del poema, la cual se p en la zona de influencia de los fueros de extremadura. Esa i r t e de la Transierra, que era conocida todava a mediados del si-g|i 1 X11 como 'tierra de Alvar Fez' y cuya toponimia tambin es

    ( o g i d a con detalle en el Cantar, es el escenario de la primera lliipaa del Cid al salir del destierro, la cual parece basarse en una

    pedic in histrica, como ya se ha visto. Ahora bien, mientras el ^ r o c toma Castejn, la incursin que llega ms al sur la dirige : |h 11 is.miente Alvar Fez; unos sucesos ficticios que, no obstante, [Muiran hacerse eco del papel realmente desempeado por dicho

    glMnsoiiaje en esa zona, sin vinculacin alguna con los hechos del t id. en dependencia de las tradiciones locales al respecto, que I N algunos casos han llegado hasta la actualidad (nota H). Esta

    l l e v a propuesta (que, como tal, queda abierta a la discusin), si Ineu tampoco posee pruebas concluyentes, resulta, a mi entender,

    I i mas coherente con el marco sociohistrico en que se inscribe

    el ( antar. I 11 cuanto a la batallona cuestin de la fecha, asunto que ha

    i'ivido"ris de bandern de enganche de banderas filolgicas que tema de estudio relacionado con una mejor comprensin del

    piuhlcma, hay que reconocer que la discusin se mueve en un f i o cronolgico tan estrecho (medio seglo^ariba o abajo) que Mo su condicin de emblema faccioso puede hacer comprender II apasionamiento y los prejuicios con los que, por ambas partes, .i lia tratado la cuestin. N o obstante y de cara a un anlisis ob-jetivo de la misma, hay que declarar paladinamente que la fecha n id 1 tiene que ver con el modo de creacin y difusin del Can-

    IL | 1 , - . h 11, que tan letrado o tan lego pudo ser su autor a mediados como 1 luales del siglo XII, ya lo compusiera por escrito, ya oralmente. A 1 ambio, el marco cronolgico s resulta determinante para

    prender, por un lado, la constitucin interna del Cantar (en II111 unos tanto de funcin o anlisis externo como de funciona-miento o anlisis interno) y, por otro, la relacin que mantiene lii composicin primitiva con el antgrafo (mediato o inmediato)

  • 308 EL C A N T A R D E L M I O C I D

    del cdice nico, la copia suscrita por Per Abbat en mayo d| 1207, por lo que resulta imprescindible dilucidar la cuestin Bien es cierto que, al ritmo habitual de las transformaciones ni ciales y culturales en la Edad Media, medio siglo tampoco atei 11 en lo fundamental a los procesos de duracin media. Sin embargo, justamente el reinado de Alfonso VIII ( 1 158-1214) es el marco >lt> una serie de cambios sociopolticos y culturales de gran impon .111 cia, de modo que posiblemente la sociedad castellana experimcn t una mutacin ms marcada en el ltimo cuarto del siglo MI que en los tres anteriores (cf. Iradiel, Moreta y Sarasa, 1989:174-1 y 187, Valden, 2002:146-147 y 177, y Villacaa, 2006:499-51^, para lo cultural, vase Arizaleta, 2010). Ante esta situacin, es fuei za reconocer que los numerosos factores de datacin finiseculut imbricados en el meollo mismo de la arquitectura potica se apo yan mutuamente y, lo que es ms importante, reflejan de consuno un clima intelectual y material que slo puede corresponder (ha bida cuenta del terminus ante quem de 1207) a la segunda mitad de dicho reinado, por lo que tales elementos, tomados en junto, nu pueden significar otra cosa que una composicin del Cantar en el ltimo lustro del siglo XII o quiz el primero del siglo XIII.49

    En cuanto a la existencia de sucesivas refundiciones o reelabo raciones del texto, tal postura supone la paulatina evolucin de l.i obra desde una versin primitiva ms corta y cercana a los hechos hasta la redaccin transmitida por el cdice nico, de lo que no hay ninguna prueba fehaciente. A cambio, el poema conservado no da la impresin de un texto de aluvin, formado por la adicin

    49 Advirtase a este respecto que, sin el terminus ante quem de 1207, cabra in-cluso plantearse una fecha posterior, toda vez que los cdigos jurdicos con los que concuerda el Cantar, aunque ligados a la labor de Alfonso VIII, son ya de principios del siglo xm: Es ya tras la victoria de las Navas de Tolosa (1212), cuando Alfonso VIII promete a los concejos confirmar sus fueros a travs de la otorganza que recoge el prlogo del Fuero Viejo y cuando se realizan todas las re fundiciones para presentar a confirmacin real los textos elaborados y copiados por los concejos, los prcticos o los juristas locales, quienes amplan, refunden, eliminan contradicciones o aaden explicaciones, para ms tarde llegar a clasificar toda la materia jurdica en ttulos, captulos y libros. De ah que el libro del fue ro [de Cuenca] que se conserve sea del siglo xm (Escutia, 2003:25), mientras que el riepto entre hidalgos no est regulado en la forma que aparece en el poema has ta las Partidas (c. 1272-1275) de Alfonso X. Por tanto, pese a lo que cree Cataln [2001:491-492], para establecer la datacin del poema hacia 1200 ya estamos apli cando la teora del estado latente.

    EL P O E M A P I C O 309

    H w sucesivas partes o por la agrupacin ms o menos habilidosa de lirios textos preexistentes. Antes bien, el Cantar posee una esen-

    itui homogeneidad de argumento, de estilo y de propsito que no B||ioya dicha hiptesis. En suma, todo apunta a una unidad de crea-

    ilnn por parte de un solo autor, que dominaba sin duda el estilo tf Ijflro tradicional, pero tambin conoca el de la pica francesa del

    momento, un poeta que posea, adems, un buen conocimiento de las leyes coetneas y, al menos, cierta cultura latina.

    2 . E L P O E M A P I C O Y S U C O N T E X T O

    M O D A L I D A D E S P I C A S

    I I Cantar de mi Cid es un poema pico o, en trminos coet-neos, una fabla o cantar de gesta (cf. nota 1085o). E s t a adscripcin genrica, como cualquier otra, implica, por un lado, una serie de posibles contenidos, por otro, una serie de tcnicas discursivas l'iiya conjuncin, establecida por el sistema literario vigente en lina poca dada, constituye un canon o cdigo, tanto de compo-I. ion como de lectura o recepcin (Segre, 1985:294). En el caso

    del gnero pico medieval, se trata de un conjunto de recursos es-tilsticos y estructurales (fabla, cantar) interrelacionado con un re-pertorio temtico amplio pero no aleatorio (degesta). Gracias a su I ombinacin, es posible hablar en la Edad Media de una pica en sentido estricto, es decir, una poesa, habitualmente cantada, II impuesta en versos largos con cesura que se agrupan en tiradas inonorrimas de longitud variable, desarrollada mediante un deter-minado corpus formular y estructurada usualmente en torno a los polos de agravio y desagravio, que desarrolla un tema heroico, entendiendo por tal las hazaas individuales o, ms rara vez, co-lectivas, realizadas en torno a la venganza o a la guerra, ya sea con-II.1 pueblos vecinos o intestina. Los elementos que afectan a la 1 'institucin interna del Cantar (plasmacin de unos temas me-diante determinados procedimientos literarios) se analizarn ms ahajo ( 3); ahora interesa aclarar, ms en general, ese referente que implica h gesta y del que depende en buena parte la contex-tualizacin de la obra. Segn el tratadista francs Jean de Grouchy, en su De msica (h. 1290):

  • 334 EL C A N T A R D E L M I O C I D

    Cantum vero gestualem dicimus in quo gesta heroum et antiquoruill 1 patrum opera recitantur, sicuti vita et martyna sanctorum et proelu >i 1 adversitates quas antiqui viri pro fide et veritate passi sunt, sicuti vita lu 1 j ati Stephani protomartyris et historia regis Karoli.5

    _ '"* Como se ve, el eje central de la gesta es el herosmo, sea religioso, 1 sea guerrero. Esto explica la facilidad con la que ambos modelo*

    ^ , se influyeron entre s, permitiendo, por ejemplo, que la biografa I cidiana fuese adoptando rasgos de las vidas de santos ya en III' (West, 1983") que otros hroes picos posean rasgos hagiogrfu o I (Baos, 1993) o que Berceo hiciese en San Milln y Santo Doniin j go una epopeya 'a lo divino' (Dutton, 1967). Por supuesto, ello 110 permite confundir sin ms pica y hagiografa, pero impide esi.i blecer una rgida barrera entre ambas, como hacen Hupp [i97'i| y Pickering [1977], dndose ms bien un complejo y cambiante I juego de relaciones, exploradas por Boutet [1993:44-64]. A este < 1 respecto, se ha de subrayar que el modelo heroico cidiano carei e 1 de algunos de los rasgos que parecen ms relacionados con las vil tudes del santo, pues el Campeador no est en permanente con ! tacto con la divinidad (frente a hroes como Carlomagno o Fei nn Gonzlez) ni propugna, como ellos, un neto ideal de cruzada (notas 406o y 1 191 o ) . As pues, por cercanas que puedan estar ani 1 bas modalidades genricas, es necesario distinguirlas en sincroni.i. si no se quiere anular la operatividad del concepto mismo de pi ca en tanto que poesa heroica, es decir, aquella que canta las proe zas blicas o cinegticas de una figura dotada de extraordinario valor o de un grupo de ellas: los hroes.

    Sin embargo, no toda poesa heroica del perodo, aunque sea I narrativa, entra en lo que aqul comnmente abarca. En efecto, { la concepcin del gnero en la Edad Media implica varios deter-minantes, uno de los cuales es el herosmo guerrero, pero no el nico. Otras obras, como las de Chrtien de Troyes y sus segu dores, cantan tambin las proezas de los caballeros, pero lo hacen

    * 50 'L!aji!amos_cgnta_dcstA-a aquel en el que se recitan las hazaas de los h-roes y las obras de los antepasados, como la vida y martirio de los santos y las gue rras y adversidades que por la verdad y la fe han padecido los hombres de antao, como la vida de San Esteban protomrtir y la historia del rey Carlos [= Carlo-magno]' (p. 50/22; sobre este pasaje, comprese Zumthor, 1 9 8 7 : 4 4 ; Rossell, : 1 9 9 1 ; Page, I997:cap. xix, y Fernndez y Del Bro, 2 0 0 4 : 3 - 4 y 2 6 - 2 7 ) .

    EL P O E M A P I C O 3 1 1

    (linio a un concepto nuevo, la cortesa, que slo de modo espor-dico se atisba en los cantares de gesta, y con un mvil bsico, el lliior, que tambin suele estar ausente de ellas. Adems, esas (Venturas se cantan en versos cortos, octoslabos, frente al amplio tr io (dodecaslabo o alejandrino) de la pica, o bien, algo ms linde, se redactan en prosa. En el primer caso tenemos los romans mrloises o poemas narrativos corteses; en el segundo, los libros dr 1 aballera. Por otro lado, el siglo XIV ve nacer una nueva mo-dalidad, la crnica rimada o historiografa en verso, referida so-Pfe todo a sucesos del pasado inmediato, que pretende narrar los hechos en forma menos legendaria que la pica y con otros mol-drs formales, como en el Poema de Alfonso Onceno. Adems, en la produccin hispnica, las leyendas picas en prosa comparten co-1 laneamente los temas, pero no la forma, de los poco numerosos 1 Hitares de gesta (que fueron ms que los conservados, en todo foso), no siendo siempre fcil diferenciarlos en la prctica, dado

    l i e , como es bien sabido, la mayor parte de la pica hispana se I1.1 preservado en prosificaciones cronsticas y no en su forma ori-ginal versificada. Todo esto no supone la existencia de compar-timentos estancos, pues a lo largo de su historia, todas estas mo-dalidades se influyen entre s y tienden a confluir en las extensas ii lundiciones tardas en prosa, a veces so capa de crnicas hist-in as; pero s implica que lo que entendemos por pica medieval lesponde a unos patrones ms estrictos que los de la mera suge-

    rencia temtica de la gesta. No obstante, tampoco la pica en sentido estricto es un gne-

    10 monoltico, sino que conoce diversas modalidades o subgne-ros (Montaner, 2004). A grandes rasgos, puede diferenciarse una pica del interior y otra del exterior. La primera se ocupa de los con-llictos internos de una sociedad dada, refiriendo, normalmente, 1111,1 venganza personal o familiar y recurriendo a veces como protagonista a un hroe que se opone al poder establecido, el va-rillo rebelde (cf. Flori, 1998:240). En cambio, en la pica del ex-terior los conflictos no enfrentan al hroe con los miembros de su misma sociedad, sino que lo oponen a los otros, a los de fuera. I n la Edad Media, ese enemigo externo es por antonomasia el infiel, el pagano, que se identifica fundamentalmente con el ene-migo musulmn, aunque en el oriente europeo puedan ser las uihus no cristianizadas procedentes de las estepas asiticas (como los polovtsianos o los trtaros, en el caso de la poesa pica rusa).

  • 334 EL C A N T A R D E L M I O C I D

    Cuando el enfrentamiento con ese oponente externo se hace 111 trminos de guerra santa, para derrotar al enemigo de la fe y e \ terminarlo o, en el mejor de los casos, obligarlo a elegir entre la conversin o la muerte, se adopta la modalidad de pica de crui .1 da, a la que corresponde buena parte de la francesa, empezando por el Roland. Sin embargo, este enfrentamiento no es siempre radical y a veces se plantea en trminos de una lucha ms cir cunstancial, que admite cierto grado de comprensin y aun de admiracin por el enemigo. Es lo que ocurre en la pica de fronte ra, propia de los territorios limtrofes entre la Cristiandad y el ls lam en ambos extremos del Mediterrneo: las pennsulas Ibrn .1 y Anatlica. Como ha sealado Barrero [1993:69], ciertamente las condiciones de vida en regiones de frontera dan lugar a un ai formas de organizacin y convivencia y generan unas normai que, transcendiendo las coordenadas espaciales, ofrecen cierta si militud. Por las mismas razones, aunque no pueda admitirse la simplificacin practicada desde determinadas corrientes de la so-ciologa de la literatura, que ven las obras literarias como meros reflejos directos del entorno (de los acontecimientos o de la ideo-loga vigente), cabe esperar de estas similitudes de las sociedades fronterizas determinadas semejanzas en sus producciones litera rias (sobre lo cual remito a las juiciosas reflexiones de Hook, 1993 y 2007). As, resulta claro que la actitud ms o menos con-temporizadora de los vigilantes de la frontera, compartida en ambos extremos del Mediterrneo, comparece en sus respecti vas manifestaciones del subgnero pico citado. De este modo en el caso especfico d