caminopropio nº 17
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Edición DigitalTRANSCRIPT
Corriente Causa Popular En la senda de Manuel Ugarte, Arturo Jauretche,
Jorge Abelardo Ramos y Juan Domingo Perón
mbre de 2009
Caminopropio Nº 17 Edición Digital
Sumario:
Alberto Methol Ferré: El Hegel de la calle Brecha
Por Julio Fernández Baraibar
Uruguay: La liga Federal de 1950 (fragmento)
por Alberto Methol Ferré
El reingreso a la Historia
por Enrique Lacolla
Asignación Universal por Hijo – Una medida Progresista
por Norberto Alayón
El Himno de Obligado
por José Luis Muñoz Azpiri (h)
Noticias en Caminopropio:
Primer Encuentro Internacional sobre Medios y Democracia en América
Latina
Carta de la Corriente Causa Popular sobre Elisa Carrió a Embajadas
Plenarios de la Corriente Causa Popular de la Pcia. de Buenos Aires
o Sábado 5/12 Norte PBA en Zárate
o Sábado 12/12 Centro y Sur PBA en Necochea
Temas del Bicentenario: Encuentro de Historiadores Argentinos y Ecua-
torianos en la Biblioteca Nacional
CORRIENTE CAUSA POPULAR En la senda de Manuel Ugarte, Arturo Jauretche, Jorge Abelardo Ramos y Juan Domingo Perón
20/11/2009
Murió Alberto Methol Ferré El Hegel de la calle Brecha Por Julio Fernández Baraibar
La hermosa tarde de este domingo se ha sacudido con una
noticia infausta. Ha muerto Alberto Methol Ferré. Se nos ha
ido el hombre que desde el Uruguay, desde la antigua Ban-
da Oriental, iluminaba con su potente pensamiento la polí-
tica del Plata.
Conocí a Alberto Methol Ferré en el año 1971, gracias a su
amistad de hierro con Jorge Abelardo Ramos. El viejo Partido Socialista de la
Izquierda Nacional hacía su congreso en el Hotel Rama de Río Ceballos,
Córdoba, y Ramos lo invitó a hablar en una de sus sesiones. Todos nosotros
habíamos leído ya su libro fundamental, El Uruguay como problema, y conoc-
íamos, obviamente, su revelador artículo sobre la Izquierda Nacional en la
Argentina.
Ese mismo año, habíamos hecho conocer sus reflexiones sobre la reunión del
Episcopado Latinoamericano en Medellín, cuyas conclusiones sacudieron el
polvoriento edificio de la iglesia católica de este continente. Con un grupo de
amigos -Juan Carlos Bertinci, Luis María Cabral, Juan Carlos Ursi, entre otros-
habíamos creado en la Facultad de Derecho de la muy reaccionaria Universi-
dad Católica Argentina, la Agrupación Estudiantil Nacional y Social (AENYS) y
el folleto de Methol fue nuestro bautismo de fuego.
Alberto Methol Ferré, el Tucho, fue un hombre singular. Nacido en Montevi-
deo en un hogar de clase media, tuvo de compañero en la universidad al pro-
pio Jorge Batlle, lo que no impidió que sus convicciones políticas lo acercasen
al partido Nacional, a los blancos y, dentro de ellos, al ala liderada por quien
fuera el último caudillo de ese partido, don Luis Alberto de Herrera.
Al mismo tiempo, se convirtió al catolicismo y comenzó a desarrollar su admi-
ración -que lo acompañó hasta hoy mismo- por el entonces presidente de la
Argentina, el general Juan Domingo Perón. Él mismo ha contado el impacto
que le produjo la publicación en Montevideo del célebre discurso de Perón
ante los oficiales del alto mando del Ejército, el 11 de noviembre de 1953, en
el que expone su concepción del Nuevo ABC. Por primera vez en la región, un
presidente argentino, contra todas las teorías de los estados mayores, pro-
ponía una alianza estratégica con el Brasil y con Chile, como paso necesario
para la integración del continente.
A partir de ello, el pensamiento político de Methol Ferré estuvo dedicado a
consolidar, profundizar y extender en toda su arquitectura, la propuesta de
Perón. Sus incursiones en la historia española y latinoamericana, sus análisis
sobre el Uruguay y su historia, su abordaje a la Geopolítica, su frecuentación
a Hegel y a Ratzer no tuvieron otra finalidad que abarcar en toda su exten-
sión e implicancias la potencialidad que se encerraba en esta alianza estraté-
gica.
En un país signado por un origen vinculado a las intrigas de Lord Ponsomby y
a la irreductible estolidez rivadaviana, caracterizado por un laicismo raro en
la región y en el que el imperio inglés permitió una suave democracia urbana
y una fuerte miseria rural, Alberto Methol Ferré fue católico, federal, artiguis-
ta y blanco. Encontró en la prédica de Herrera contra el establecimiento de
bases norteamericanas, en la década del 50, una vinculación entre las viejas
banderas de Oribe de los tiempos del sitio de Montevideo y las nuevas tareas
patrióticas exigidas por el reemplazo definitivo de aquel Lord Ponsomby por
el nuevo Mr. Ponsomby, como, con gracia, definía la aparición del nuevo im-
perialismo norteamericano en las playas de Pocitos. Junto al viejo caudillo
blanco, participó Methol Ferré de la campaña electoral que permitió el triunfo
de Herrera junto a quien fundara el movimiento ruralista, Benito Nardote,
conocido por su seudónimo radial ―Chicotazo‖. De esos años es el libro que
publicara en nuestro país don Arturo Peña Lillo en la memorable colección La
Siringa, ―La crisis del Uruguay y el imperio británico‖, de lectura aún hoy re-
veladora del Uruguay profundo, más allá del Cerro de Montevideo.
Compartió con Washington Reyes Abadie y Roberto Ares Pons la creación de
la revista Nexo, en 1958. Desde ella comenzó a desarrollar aquellas tesis
aprendidas del general argentino derrocado en 1955 y a concebir la función
de su pequeño país, alguna vez Banda Oriental y alguna otra Provincia Cis-
platina, como el nexo y la clave capaz de articular la unidad de la Cuenca del
Plata. Justamente con este concepto dará inicio a la más trascendente y lu-
minosa reflexión que se haya escrito sobre el papel histórico y el destino del
Uruguay, su admirable ―Uruguay como problema‖. Así comienza el libro: ―El
Uruguay es la llave de la Cuenca del Plata y el Atlántico Sur, y la incertidum-
bre de su destino afecta y contamina, de modo inexorable y radical, al siste-
ma de relaciones establecido entre Argentina, Brasil, Paraguay y Bolivia‖.
Alberto Methol Ferré estaba dotado de una prodigiosa capacidad para la re-
flexión filosófica e histórica. En su cabeza los países, las naciones y los conti-
nentes eran protagonistas de una marcha contradictoria y agónica hacia la
realización de su ser. Al modo de un Hegel contemporáneo, desde su mirador
de la calle Brecha oteaba el horizonte americano, a la vez que prometía a su
interlocutor que su misión en esa calle, llamada así porque fue por donde en-
traron los invasores ingleses de 1806 abriendo una brecha en el muro del
fuerte, era impedir que, ya no los ingleses, sino los angloamericanos volvie-
ran a ocupar la ciudad platina. Su poderosa mirada atravesaba las décadas,
los siglos y las distancias. Era capaz de descubrir en el papel jugado por la
isla de Cuba durante la colonia española, la importancia y el peso que la
misma lograra en términos de geopolítica a partir de la Revolución. Frente a
sus ojos se extendía un gigantesco mapa de nuestro continente que le per-
mitía reflexionar sobre la necesidad del Brasil de sostener la revolución boli-
variana de Chávez a efectos de impedir que la frontera de los EE.UU. se
acerque peligrosamente a la Amazonia.
Al modo de Demóstenes, el orador paradigmático de la antigüedad, Alberto
Methol Ferré había logrado una admirable capacidad de comunicación verbal
que superaba por lejos la contumaz tartamudez que lo aquejaba desde la in-
fancia. A poco de comenzar y después de su habitual chiste de ser un orador
que se interrumpe a sí mismo, sus interlocutores quedaban hipnotizados por
el prodigioso despliegue conceptual, la abrumadora capacidad de asociacio-
nes y una erudición que se ocultaba en un lenguaje popular y llano.
A partir de la instauración de la dictadura en su país, perdió su alto cargo en
la administración del puerto de Montevideo y se convirtió en uno de los más
importantes intelectuales laicos del Episcopado Latinoamericano. Esa tarea le
permitió recorrer nuestro continente en toda su extensión, conocer de cerca
las distintas realidades de nuestros pueblos e investigar en su historia política
y económica.
Lentamente su pensamiento comenzó a abrirse paso en el Uruguay, en la
otrora llamada ―Suiza del Plata‖. A medida que bienestar de la semicolonia
inglesa comenzaba a desaparecer y miles y miles de uruguayos emigraban a
Europa y a Australia, cuando el país no podía ofrecerles un lugar bajo el sol,
la prédica de Alberto Methol Ferré, su intransigente continentalismo, su des-
precio a la ―argentinidad‖, a la ―uruguayidad‖, a la ―chilenidad‖, comenzaron
a demostrar su valor y trascendencia. Fundador del Frente Amplio uruguayo,
antes de la dictadura, la hegemonía que durante mucho tiempo ejercen el
partido Comunista y los sectores liberales, lo alejan del mismo recluyéndose
en su identidad blanca. La aparición de Pepe Mujica como caudillo del Frente
y su candidatura presidencial lo acercaron nuevamente a aquellas filas y son
muchos los comentarios acerca de sus reuniones con Pepe, hablando de lo
que más sabía: la unidad continental, el Mercosur, la Unasur y el futuro de la
Patria Grande.
Tuvo con la Argentina una relación más que fraternal. En el fondo Tucho Met-
hol Ferré se consideraba un argentino oriental, como aquellos a los que esta-
ba dirigido el llamamiento del general Lavalleja: ―Argentinos Orientales: las
Provincias hermanas sólo esperan vuestro pronunciamiento para protegeros
en la heroica empresa de reconquistar vuestros derechos. La gran nación ar-
gentina, de que sois parte, tiene gran interés de que seáis libres, y el Con-
greso que rige sus destinos no trepidará en asegurar los vuestros‖. Cultivó la
amistad con grandes argentinos, como Arturo Jauretche, Jorge Abelardo Ra-
mos o Fermín Chávez. Cuando sus viejos amigos se fueron retirando, mantu-
vo una activa y generosa relación con quienes formábamos parte de una ge-
neración más joven. Y hasta los últimos días mantuvo una enorme capacidad
de trabajo y una incansable voluntad de transmitir sus conocimientos y sus
reflexiones.
Los viajes a Montevideo no tendrán ya ese hálito de visitar la ciudad santa de
Qom que tenían cuando aún vivía Alberto Methol Ferré. No volveremos a re-
cordar con respeto a los monjes escoceses que inventaron esa exquisita agua
de vida a la que llamaron, en su abstruso idioma, whisky. No volveremos a
homenajear a la vida como lo hacíamos cada vez que terminábamos la vela-
da. Ni volveremos de Montevideo con la cabeza llena de ideas, de luminosas
metáforas, de las inesperadas asociaciones con que Methol nos devolvía a un
Buenos Aires, que ha comenzado a extrañarlo.
Pero quienes lo hemos sobrevivido tenemos el compromiso de que ese sueño
de unidad y justicia por el que luchó toda su vida pueda ser realizado en el
espacio de una generación. Su inteligencia preclara y su lealtad nunca abju-
rada a esa causa nos dieron algunos de los instrumentos más preciosos para
lograrlo.
Buenos Aires, 15 de noviembre de 2009
Ahora que acaba de fallecer, Alberto Methol Ferré está definitivamente afincado en su fenome-
nal obra ensayística, historiográfica y periodística. Ya no existe nada que pueda separarlo de allí;
ni de la memoria de quienes descubrimos o confirmamos el drama de la desintegración iberoa-
mericana en alguno de sus escritos.
A continuación, reproducimos fragmentos de la obra La crisis del Uruguay y el imperio británico
que publicó la editorial Peña Lillo, en 1959, para su colección “La Siringa”.
Aquí, Methol Ferré analiza las causas del movimiento rural que desembocó en la creación, en
1950, de la Liga Federal de Acción Ruralista, liderada por Benito Nardone, surgida al margen de
los partidos políticos y destinada a organizar a los pequeños y medianos productores.
URUGUAY: LA LIGA FEDERAL DE 1950 por Alberto Methol Ferré
Las masas rurales se han caracteri-
zado por su acti-
tud refleja, de re-
acción, ante acon-tecimientos que
les "llegan" y no
"hacen". Son el colmo del "estar".
Muchos factores se congregaron pa-
ra dar razón de tal hecho. La dificul-
tad de una acción colectiva es esen-cial. Produce una serie de movi-
mientos locales, nunca globales. De
ahí lo indirecto de su presión entre
los poderes públicos, que residen y están amurallados en las ciudades.
(...) La acción campesina es silen-
ciosa, cavilosa. Sus reacciones son lentas, de difícil coordinación.
Además, los recuerdos y fidelidades
le traban la percepción despejada
del futuro. El campo ha sufrido en la
historia moderna de un perpetuo anacronismo; va siempre un paso
atrás de los hechos. A lo más, se ha
logrado ―empujarle‖ en coyunturas
críticas, como ha ocurrido en varias revoluciones sociales de este siglo.
En nuestro país, la poca intensidad
de la sociabilidad rural, la índole de actividades agropecuarias, facilita la
soledad, la parquedad, la primacía
de la memoria. Se tiene tiempo para sopesar cosas dichas y oídas, pues-
to que las relaciones dejan un natu-
ral intervalo a solas, sin el bombar-
deo ininterrumpido de palabras que implica la vida urbana.
El diálogo campesino va al tranco,
pausado, venciendo el silencio; el ciudadano tiene que recortarse, re-
cogerse, de la habladuría perma-
nente para alcanzar la intimidad. La propaganda tiene que ser estriden-
te, dominar y destacarse entre el
ruido; en el campo tiene que colarse
con suavidad, madurar sin perturbar los silencios, tener la paciencia del
turno de cada estación, sin la uni-
formidad y la impaciencia de las máquinas que si no se mueven
siempre al máximo fracasan.
El descanso de las máquinas y las ciudades es fatal, o diversión. El
descanso en el campo sólo por acci-
dente es diversión y se confunde
con esperas necesarias. Su desajus-te con la "actualidad", la falta de
información, su dispersión, le empu-
jaban al paladeo del recuerdo, como en los payadores y los viejos narra-
dores. El ámbito histórico de los
campesinos —a pesar de sus des-
gracias— tenía algo de fantasmal y añejo, de acogedor, pues hay una
magia propia de las ausencias reto-
madas, contadas. Hay una poesía inherente a la me-
moria. De ahí el arraigo y la espon-
taneidad de lo "blanco" y lo "colora-do", que constituyen el fondo épico
de nuestra historia. Es que la me-
moria fundamental de los pueblos
es épica. Sin épica propia no hay
pueblo original. Por eso el campesi-nado es fuente "nacional" por exce-
lencia de los pueblos, la vida enrai-
zada en las tradiciones vividas, el
gran asimilador. (...) La economía agropecuaria no
es puramente lucrativa, porque si
bien el tipo de empresa capitalista se realiza, se cumple bastante bien
en los terratenientes, que no en va-
no se adelantaron y fundaron hace varias décadas la Federación Rural,
y hace una década proliferan en so-
ciedades anónimas.
(...) Lo decisivo es que la explota-ción agropecuaria tiene un ritmo
que no es maleable a voluntad. Po-
demos acelerar la construcción de un edificio de manera apreciable,
pero no podemos comprimir el
tiempo para obtener el trigo. Los factores naturales juegan un rol
más importante que en la ciudad.
Las lluvias, sequías, plagas, etc.,
son irracionales que asaltan de im-proviso e introducen un aleas mu-
cho mayor que en cualquier indus-
tria. En suma, la estructura misma de la
producción agropecuaria es difícil de
racionalizar, y por ende hay una irremediable imprecisión contable.
En su conjunto, los costos agrope-
cuarios terminan en el misterio, da-
da la variabilidad e incertidumbre de los factores (incluso la gran hetero-
geneidad de los suelos uruguayos
desde el punto de vista físico). El margen de lo que escapa al do-
minio del hombre es mayor que en
las industrias urbanas. Esta situa-
ción económica hace que el campe-sino no esté integrado completa-
mente al capitalismo, a su psicolog-
ía. Que conserve con tenacidad memorias del viejo mundo semifeu-
dal de la estancia cimarrona o las
emociones de las divisas tradiciona-les, y toda una constelación de valo-
res que no cejan al impacto de lo
calculable.
Sin embargo, hoy estamos frente al
más sorprendente fenómeno rural. Algo que no tiene precedentes en
nuestra historia. Ese fenómeno se
objetiviza y documenta a través del
surgimiento público de la Liga Fede-ral.
Las notas singulares que la caracte-
rizan significan una verdadera revo-lución psicológica en nuestra cam-
paña. En efecto, es por medio de
esta institución que las clases me-dias rurales han iniciado una nueva
etapa de su vida, han iniciado el
tránsito hacia otras formas sociales
y políticas. En vez de limitarse a reivindicaciones inmediatas, avan-
zan sobre el terreno nacional, en
búsqueda de una futura reestructu-ración general del país.
A primera vista no puede menos
que sorprender ese "futurismo" ru-ral. No hay política auténtica, políti-
ca que quiere adelantarse a los
acontecimientos, sin un proyecto —
que cabalga sobre esos mismos acontecimientos— que abra el futu-
ro. ¿Cómo es esto posible si el cam-
po es naturalmente tradicional; si tiene una propensión a la inercia, a
"estar"?
A esta pregunta fundamental para entender lo que ocurre hoy de im-
portancia en el Uruguay es que de-
bemos responder. Y para hacerlo es
necesario comprender la significa-ción profunda de la Liga Federal y
del hombre representativo que en-
carna esta nueva situación, Benito Nardone.
(...) ¿Cuál es el rasgo primero, más
visible, de la Liga Federal? El de
realizar una movilización permanen-te, continua. El de un dinamismo
incansable. Hace ya una década, en
todos los rincones de nuestra cam-paña, el mundo rural se congrega,
se asocia, se conoce, entra en com-
bustión y acelera su sociabilidad, multiplica sus contactos.
Es que el ruralismo sólo puede to-
mar conciencia de sí, moviéndose.
Los hombres de cada pago han
abandonado su natural fijeza (el viejo nomadismo gaucho murió en
los alambrados), se desplazan. Han
caminado de un departamento a
otro, de un pueblo a otro, atrave-sando y descubriendo el país en to-
das direcciones, han trabado rela-
ción, se han dado confianza mutua y, lo que es más importante, se han
"visto" a sí mismos como multitud,
como unidad. Por consiguiente, se saben ya, y por
primera vez, "fuerza social". No lo
sabían antes, cuando sus vidas
transcurrían en el límite de su pago, y sus salidas eran rumbo a Montevi-
deo, donde se encontraban inhibi-
dos, desorientados, en una densidad humana extraña: "pajuerano". Aho-
ra también se conocen como densi-
dad humana específica. Para formar el nuevo ruralismo, las
clases medias han debido vencer al
enemigo primordial: la distancia, el
espacio. Para que el ruralismo se constituyera, tenía que vencer los
"lugares", la fijeza espontánea del
campesino. Para unirlos había que comunicarlos, para comunicarlos
había que moverlos.
El movimiento es esencial a la Liga Federal, sin él no habría ruralismo
posible. En la ciudad, la comunica-
ción es hasta forzada, es una situa-
ción natural. En el campo no, hay que producirla, crearla en cada
momento. La Liga Federal es esto,
la producción incesante de la socia-bilidad global de nuestra campaña.
(...) Y como la Liga Federal es el
centro de esa creación de sociabili-
dad rural, la adhesión que suscita no es ante todo ―ideológica‖, es algo
más profundo, se confunde con el
símbolo y la expresión del nuevo "hombre social" que va descubrien-
do y haciendo nuestro paisano.
Mercado y traslación de renta
Si el rasgo del campesinado es la
dispersión, ¿dónde encontrar su
unidad? ¿Cómo se le podía mostrar para que se movilizara? La respues-
ta es clara: la unidad está en el te-
rreno económico, en el mercado, en
los precios. La acción de Nardone, centrada
desde sus comienzos en la ―claridad
del mercado‖, nos pone en la pista. La lucha de Nardone bajo el signo
de la transparencia del mercado, su
rol de información veraz, es la pie-dra de toque del nuevo ruralismo.
La avaluación de los productos, de
cualquier bien, se hace en la eco-
nomía capitalista, en esta compleja sociedad de la división extrema del
trabajo, a través del mercado. Al
mercado podemos considerarlo co-mo el ―espacio económico‖ (ya no
es más lugar) para cualquier bien o
servicio, por el conjunto de ofertas y demandas que conciernen a tales
o cuales bienes.
(...) Y justamente, en la unidad
común del precio, en la generalidad de los precios, es que encontramos
la ―unidad de interés‖ del mundo
agropecuario. El ruralismo se unifica en la universalidad de los precios.
El productor lanero de Cerro Largo
se ―identifica‖ con el de Salto en la identidad del precio y así sucesiva-
mente en los diversos renglones y
sus respectivos grupos sociales. Los
rurales se reencuentran, se unen y comunican en la comunidad de in-
terés que es objetivamente "comu-
nidad de precios". La información debe estar sincronizada, para que
haya una acción sincronizada, si-
multánea.
Todo esto da la impresión de algo elemental, obvio. Sin embargo, en
una sociedad de intercambios tan
complejos, el mundo rural tenía no-ciones vagas, oscuras, incluso des-
preocupadas de la realidad del mer-
cado. Jamás tuvo una comprensión clara de sus mecanismos y formas,
de los modos de determinación de
los precios, del juego de poder de
las empresas y países. Para el campesino los precios parec-
ían ajenos a toda humanidad, daban
la sensación de moverse por sí
mismos, eran como una fatalidad, hoy acogedora, mañana desventu-
rada. La verdad es que el campesi-
nado nunca se había incorporado plenamente al mundo capitalista, a
su psicología y exigencias.
Como es lógico, fueron los terrate-nientes los primeros en tener en
cuenta la situación, pero los verda-
deros usufructuarios eran los barra-
queros y exportadores, filiales de trusts internacionales.
Por eso el choque primero del nuevo
ruralismo fue con la Cámara Mer-cantil, donde aparecieron los prime-
ros perjudicados de esa prédica de
esclarecimiento, que terminó con la confianza ingenua e ignorante del
productor medio con el ―intermedia-
rio‖, vinculado en un país depen-
diente a los grandes intereses de los centros manufactureros.
La lucha por la claridad del mercado
fue un modo lateral de "antimperia-lismo", más efectivo que declama-
ciones abstractas, en un país que
depende íntegramente de la defensa de los precios agropecuarios.
La paulatina "clarificación de los
mercados" —hoy cualquier paisano
sabe de Boston, Sydney, Bradford, Roubaix, etc.— significa el descu-
brimiento de la unidad antes oculta,
es el primer paso para configurar un poder consciente de las clases me-
dias rurales, que sabe ahora que los
precios salen del "regateo", que el
"cambio" es "lucha de precios", de grupos sociales y de países.
A través del mercado, el ruralismo
encuentra que los precios son en realidad una transacción entre pro-
babilidades de lucha, de presión so-
cial. ( www.contexthistorizar.blogspot.com – Revista
Contexto )
La Corriente Causa Popular de la Argentina adhiere al luto provocado por la desaparición del gran
compañero oriental, Alberto Methol Ferré.
Methol Ferré fue, junto con Jorge Abelardo Ramos, Arturo Jauretche, Juan
Domingo Perón y Vivian Trías, forjador del pensamiento latinoamericano en el Río de
la Plata. Su amplia visión continental, su singular lectura sobre el papel que a su tie-
rra, el Uruguay, le tocaba jugar en ese apasionante proceso, su inteligencia y erudi-
ción han dejado como herencia a las nuevas generaciones la misión de consolidar esa
unidad suramericana que se gesta en el Mercosur, en la Unasur y en el nuevo soplo
popular que recorre nuestro continente.
Los argentinos hemos perdido a un gran amigo, a un hermano rioplatense que
amó a nuestro país y cuyos libros, conferencias y artículos eran recibidos con admi-
ración de discípulos por los militantes del movimiento nacional y popular.
La Corriente Causa Popular, como parte de la Izquierda Nacional argentina, ha
perdido a uno de sus más preclaros pensadores.
A su familia le enviamos nuestras condolencias y a sus innumerables amigos
nuestro compromiso en la tarea a la que le dedicó la vida: la construcción de la Patria
Grande.
CORRIENTE CAUSA POPULAR Mesa Nacional: Luis Gargiulo (Necochea), Ricardo Bernal (GBA), Roberto Ferrero (Córdoba), Julio Fernán-
dez Baraibar (Cap Fed), Eduardo Fossati (Cap Fed), Federico Bernal (GBA), Juan Osorio (GBA), Cacho Lezca-
no (GBA), Marta Gorsky (Gral Roca), Rafael Bernal Castro (GBA),Luis Jaimovich (Tucumán), Ricardo Fran-
chini (Córdoba), Liliana Chourrout (GBA), Eduardo Rotundo (Cap Fed), Oscar Alvarado (Azul); Ricardo Va-
llejos (Cap Fed), Elio Salcedo (San Juan), Alfredo Cafferata (Mendoza), Rolando Mermet (Cap Fed) y Hora-
cio Cesarini (GBA).
Interior: José Zarza (Resistencia); Mauricio Meyer (Paraná); Guillermo Lotto, Victor Repetto (Rosario) Chili
Pérez, Ismael Daona (Tucumán); Raúl Dargoltz, Tuti Pereyra, Nelly Andrade, Sonia Suarez y Alberto Andra-
de (Sgo. del Estero); José Rocenhek (Catamarca); Luis Yubel (San Juan); Juan Melis (Mendoza); Eduardo
González y Emilce Terusi (Córdoba); Juan Luis Gardes (Neuquén); Ricardo Duce (Salta); Patricia Laura Zole-
cio y Pablo Ramón Silva (Sta. Rosa-La Pampa); Alejandro Gorsky (Gral. Roca); Adolfo Ruggiero (La Plata);
Omar Staltari (Bahía Blanca); Gabriel Moretti (Baradero); Alicia Schmutz y Walter Gramajo (Miramar);
Liliana Lanzetti (San Cayetano); Natalia Gargiulo y Betina Burgos (Lobería); Jorge H. Disanto (Mar del Pla-
ta); Juan Carlos Obregón y Mirta Bianco (Quequén); Raúl Ratti, Néstor Alvarez, Sergio Pérez, Viviana Alva-
rez, Martín Arrizabalaga y Héctor “Cacho” Fernández (Necochea); Daniel Bruno, Omar López, Francisco
Bruno y Tomás Bruno (Chacabuco); Oscar Vallejos, Chango Lamberti (Zárate); Raúl Etchepare, Carlos Al-
berto Acosta y Juan P. Manrique (Azul); Ariel Burraco y Elena Ardizzone (Cacharí); Juan Rosso y Pedro
“Pepo” Sanzano (Tandil)
Capital Federal y GBA: Daniel Parcero (Lomas de Zamora); Ilda Edith Prosperi (Ituzaingó); María Isabel
“Guigue” Imperiale (Caseros); Laura Rubio, Mauro Burraco, Mónica Correa, Pablo Malizzia, Marina Eva
Posadas, Natalia Fossati, Patricio Burraco, Andrea Alberti (Cap. Fed.)
El reingreso a la Historia Por Enrique Lacolla
Contrariamente a lo que se supuso al principio, la caída
del Muro de Berlín no implicó “el fin de la Historia” sino un
retorno brutal a esta.
El pasado lunes se celebró el vigésimo aniversario de la caída del Muro
de Berlín. Los diarios y los medios regurgitaron de nuevo un optimismo bea-
to, una satisfacción dulce y un poco nauseante ante el recuerdo de tan mag-
no acontecimiento que abrió una brecha en el dique comunista y permitió que
la vida de los países del Este fluyera con libertad. Pocos se plantearon las
consecuencias concretas de ese ―glorioso‖ amanecer. Y menos todavía fueron
los que se interrogaron sobre el trastorno brutal en la vida de cientos de mi-
llones de seres que se produjo como consecuencia de la liquidación del blo-
que del socialismo real y del aprovechamiento por Estados Unidos del desqui-
cio producido por ese hecho.
Sí, es verdad, las conmociones históricas acarrean sangre, sudor y
lágrimas, y las devastaciones producidas después de las revoluciones rusa y
china –acontecimientos que según la Vulgata liberal eran refutados por el de-
rrumbe del comunismo- no fueron menores. Pero convendrá distinguir aquí
entre los estragos producidos por esos fenómenos, que respondían en altísi-
ma medida a la necesidad de defenderse del ataque implacable de parte de
las potencias imperialistas, y el carácter ofensivo y constrictor de una neoli-
beralización económica y de un activismo fragmentador y desquiciante que
no perseguían otro objetivo que la restauración capitalista allí donde había
habido sistemas que, originalmente, no proponían otra cosa que la justicia
social y la liberación del yugo de la necesidad para millones de personas.
Por ese entonces, 1989, intelectuales acomodaticios y periodistas más
acomodaticios todavía proclamaban el entierro de las ideologías, la derrota de
las Utopías y hasta el fin de la Historia. En ese momento hacía falta cierto
coraje intelectual para pensar por cuenta propia, pero para algunos se nos
hacía evidente que las coordenadas que guiaban al mundo moderno no iban a
alterarse como por arte de magia y que, si el socialismo había caído, el capi-
talismo no había resuelto ninguno de sus problemas. Esos mismos problemas
que, de catástrofe en catástrofe, habían motivado la eclosión del socialismo
como instancia superadora. Instancia que, como consecuencia de la agresión
externa y los problemas doctrinarios y de la exigüidad de las bases sociales
sobre las que se había asentado, había degenerado y perdido la tonicidad vi-
tal que era indispensable para convertirse en la fuerza dinámica que debía
cambiar al mundo. Aun así, a pesar de sus errores y de sus crímenes, la ex-
periencia soviética había jugado un papel determinante y positivo en el dise-
ño del siglo XX. Fue su amenaza, fue la evidencia de que podía construirse un
modelo social y productivo diferente del capitalista y provisto de la fuerza
suficiente como para soportar las más brutales agresiones externas, lo que
indujo al mundo occidental a una serie de graduales reformas que paliaron
las necesidades de las grandes masas en las sociedades metropolitanas, a la
vez que abrían horizontes de independencia nacional y superación social en
los países de la periferia colonial y semicolonial.
Desde el New Deal rooseveltiano a la sociedad de bienestar generada
durante las ―tres décadas doradas‖, posteriores a la segunda guerra mundial,
era la presencia del comunismo como entidad configurada en Estado y capaz
de concitar el interés y eventualmente la adhesión de las masas occidentales
–esto último en el caso de que continuasen los fenómenos de sobreexplota-
ción capitalista y anomia social a los cuales esas masas habían sido someti-
das-, lo que se erigía en una amenaza para el sistema capitalista y lo obliga-
ba a moderar sus apetitos. Las sucesivas crisis y la contracción de la econom-
ía en Occidente, así como su estancamiento en Oriente, dieron lugar, alrede-
dor de 1975, a la ―revolución conservadora‖, contrarrevolución a todos sus
efectos, que se corporizó en una carrera armamentista que apuntó a sofocar
a la precaria economía soviética para forzar el abandono, por la URSS, a su
pretensión de seguir jugando el papel de segunda superpotencia mundial y
de referente de un sistema económico no atado a las reglas del mercado. Es-
ta presión, sumada a la incomodidad y el aburrimiento en que la grisalla del
socialismo real había sumido a unas poblaciones hartas de una mediocridad
sin aventura, fue determinante en la implosión del bloque del Este. Este de-
rrumbe fue preparado en parte por el despliegue de los bienes de una socie-
dad de consumo que perforaba la muralla de Berlín a través de los mass me-
dia, seduciendo a una juventud que, por su lado, no encontraba en su propio
mundo las motivaciones ideales que podían distraerla de ceder a esa atrac-
ción banal y fácil.i
Ahora bien, apenas verificada la caída del Muro y la disolución del blo-
que del Este como contrapeso militar, el imperialismo se sacó el bozal. El
avance sobre las conquistas sociales ganadas durante los ―30 dorados‖, la
desregulación laboral, la globalización económica pautada de acuerdo a los
intereses de la ―Trilateral Commision‖ y el rediseño del mapa mundial con-
forme al proyecto geoestratégico laborado durante años por el Pentágono y
los ―brain trust‖ del Departamento de Estado y del Consejo Nacional de Segu-
ridad, se precipitaron sobre el mundo con la velocidad del huracán. Ya en
años anteriores los ―reaganomics‖ habían preparado el terreno y habían de-
vastado a muchos países -los de América latina, en especial-, pero cuando se
hundió la URSS y sus países satélites de Europa oriental recuperaron su au-
tonomía, la redefinición del tablero mundial cobró un ímpetu imparable.
La directriz marcada por Washington apuntaba a crear sociedades de
mercado en los países del ex bloque socialista, incluyendo Rusia y, de forma
menos explícita pero aun más contundente, a desarticular los Estados, no
sólo los pertenecientes a ese bloque, sino a las sociedades y los Estados en
general, como parte de una política de fragmentación de toda entidad que
pudiera erigirse en un factor resistente contra la globalización capitalista.
Acompañando a este esquema aparecieron los expedientes para fogonear las
antinomias (fuesen reales o superficiales) entre grupos étnicos o confesiona-
les, que comenzaron a manifestarse en el desgarramiento de Yugoslavia. Es-
tados Unidos y la Unión Europea hacían pie de esta manera en los Balcanes y
realizaban en ensayo de laboratorio de los procesos que casi enseguida se
iban a lanzar sobre los países de la ex URSS y en muchos otros rincones del
mundo. Ningún recurso fue prohibido para lograr estos fines. La intriga di-
plomática, la sinfonía mediática, la política de sobornos crediticios y, lo último
pero no lo menos importante, el recurso a la guerra civil como expediente
para precipitar las fragmentaciones, pasaron a integrar el orden del día. Yu-
goslavia, trabajosa pero felizmente integrada por Tito, se desintegró al conju-
ro del choque entre bosnios musulmanes y bosnios cristianos, entre los croa-
tas católicos y los serbios ortodoxos, entre estos y los albaneses kosovares
de religión musulmana…
Abriendo el juego hacia metas aun más ambiciosas, contemporánea-
mente a estos acontecimientos se fue delineando una reversión del papel de
la Otan que, nacida como escudo contra la amenaza de las divisiones blinda-
das soviéticas que acampaban detrás de la Cortina de Hierro, atrajo a los ex
satélites de la URSS, alentó con éxito la independencia de los países bálticos
y de Ucrania y promovió los nacionalismos caucásicos. Sin tapujos, con una
sinceridad aplastante, Zbygniew Brzezinsky proclamó en El gran tablero
mundial la necesidad de irrumpir en Eurasia concibiéndola como los nuevos
Balcanes del siglo XXI. Para Brzezinsky la misión de Estados Unidos es doble:
por un lado perpetuar su propia posición dominante durante una o más gene-
raciones para de esa manera “crear un marco geopolítico capaz de absorber
los choques y las presiones inherentes al cambio geopolítico, avanzando al
mismo tiempo en la constitución de un núcleo geopolítico de responsabilidad
compartida encargado de la gestión pacífica del planeta… Una cooperación
cada vez más extendida durante una etapa prolongada con algunos socios
euroasiáticos clave, estimulados por Estados Unidos y sometidos a su arbitra-
je”.ii En algún momento de esa construcción Estados Unidos resignaría su pa-
pel de Príncipe Regente de esta causa y, bueno, la estabilidad y la paz mun-
diales continuarían caminando libres de andadores.
De esta manera, pues, Estados Unidos enseñaría al resto del mundo a
andar en bicicleta. Sólo que las teorizaciones ideales se dan de patadas con la
realidad de los hechos. ¿Se conoce el caso de algún poder tan benevolente
como para resignar de motu propio su voluntad de dominio? Suena demasia-
do bello para ser cierto, en especial considerando que el núcleo dinámico de
ese proceso de dominación está dado por el capitalismo, fuerza ciega si las
hay y preocupada con exclusividad en el fomento y la maximización de la ga-
nancia. Todos los movimientos del Imperio después de la caída del Muro
apuntan a una exacerbación de sus rasgos más rapaces. No sólo en el plano
económico sino también el militar. Los atentados del 11/S suministraron el
pretexto ideal (¿demasiado ideal, quizá?) para desatar una fuerza bélica lar-
gamente retenida: las invasiones a Irak y Afganistán, la desestabilización de
áreas claves como los países del Asia central para sustraerlos del influjo ruso,
la agitación en el Tibet, los oscuros manejos en Pakistán, los síntomas de una
reactivación de las ingerencias norteamericanas en América latina, parecen
estar dirigidos al sostén de un poder global más allá de cualquiera de sus
propias problemas internos y a cercar y si es necesario destruir a los adver-
sarios que pueden disputarle el control de las reservas naturales del planeta,
factor determinante para la consolidación o la precarización de un poder
hegemónico.
Pero frente a esta voluntad de poder global, aparecen ahora múltiples
factores que pueden trabarla y que, en la época de vigencia del Muro, no
podían siquiera imaginarse. La virtual independencia respecto de sus gobier-
nos con que suelen actuar los servicios de inteligencia, y la privatización de
los medios de destrucción, determinada tanto por las acciones de los grupos
terroristas como por el accionar de los ―contratistas‖ que las grandes poten-
cias ponen en escena para aliviarlas del trabajo sucio, supone que el mono-
polio de la fuerza se ha eclipsado. Los Estados, que antes eran los detentores
naturales de esta, por un lado la delegan ahora en sociedades anónimas co-
mo la empresa Blackwater y por otro temen ser víctimas de la practicada por
células de activistas que se nutren de la existencia de grandes colectividades
que se sienten desamparadas, hambreadas y culturalmente agredidas en sus
valores tradicionales por efecto de una modernización que las reduce a la
anomia. Ahora es posible no sólo que los grandes poderes del mundo inten-
ten moldearlo a su imagen y semejanza, sino que de las profundidades de
este surjan insurrectos armados de un poder de interferencia comunicacional
–el sabotaje electrónico- y de la posibilidad del arma nuclear, capaces de li-
mitar esa aspiración hegemónica sometiéndola al asedio de una anarquía cre-
ciente.
Ninguna de las dos opciones es tranquilizadora. Frente a ellas puede
levantarse, esperemos, una alternativa mejor. La ―globalocalización‖, neolo-
gismo de pronunciación dificultosa pero de gran sugerencia, es una tendencia
que de alguna manera está tendiendo a contrarrestar el imperio del caos que
nos propone el Centro del mundo. Consiste en la conformación de unidades
regionales unidas por un imperativo geoestratégico básico y una base cultural
común. Su articulación es muy difícil y no va a contar con el visto bueno de la
superpotencia, pero es quizá la única opción para escapar a la morsa con la
que el imperialismo está intentando reeditar el mundo sometido a servidum-
bre que fue característico de los años, por ejemplo, de la pax britannica, una
época añorada por los europeos porque precedió al cataclísmico siglo XX, pe-
ro que para los países de la periferia no tuvo nada de pacífico y se distinguió,
por el contrario, por el saqueo implacable de los recursos coloniales y por ar-
duas luchas nacionales dirigidas a rescatar la voluntad autónoma de grandes
masas alienadas de su propio ser.
Aparte de la Unión Europea, que es un fenómeno de ―globalocalización‖
generado en el seno mismo del universo eurocéntrico, la primera y más ori-
ginal aproximación al problema desde los países marginales pertenece a
América latina. El Mercosur significó la apertura de esta región hacia un es-
calón más alto que podría estar significado por la Unasur (Unión de Naciones
de Suramérica), a poco que esta cobre cuerpo y autoconciencia. Bastarnos a
nosotros mismos configurando nuevas y más amplias unidades sociales asen-
tadas en cierta comunidad de origen y cierta pertenencia regional, más allá
de las singularidades étnicas o los nacionalismos de campanario, es el único
camino que se nos ofrece para escapar al diktat imperial de la era posmoder-
na.
Si el derrumbe del Muro de Berlín significó el derrame sin cortapisas
del neoimperialismo capitalista por el mundo entero, la construcción de di-
ques que intenten contener ese tsunami y proveer a las regiones relegadas
del mundo de tiempo y espacio para crecer de acuerdo a sus propias necesi-
dades, se presenta a su vez como una necesidad absoluta. No se tratará de
erigir paredes para perpetuar nuevamente una pax soviética gris en los paí-
ses donde ella existía, sino de protegerse del dinamismo imperialista para
generar, a nuestra vez, otras dinámicas que podamos llamar propias. Des-
pués de todo, el mismo sistema-mundo que nos gobierna se precave detrás
de sus propias murallas. ¿O acaso las barreras en la frontera mexicano-
estadounidense, el muro que circunda a Gaza o el rechazo de los emigrantes
desesperados que huyen de África hacia Europa y se ahogan a millares en el
mar, no son Cortinas de Acero a la inversa?
Veamos entonces al Muro de Berlín en perspectiva. Fue un punto de in-
flexión en la historia del planeta, pero no por los untuosos motivos que se
aducen, sino porque supuso la ruptura de un relativo estancamiento y el re-
ingreso a los tiempos violentos de la historia, que caracterizaron a la mayor
parte del siglo XX.
i- En 1983, estando en Berlín, quien esto escribe se enteró del caso de dos jóvenes desertores del ejército de la RDA que se habían
pasado al Occidente porque, dijeron, “de este lado hay unas motos tan maravillosas…” ii- Zbygniew Brzezinski: El gran tablero mundial, Paidós, pág. 217, Barcelona 2001.
ASIGNACIÓN UNIVERSAL POR HIJO Una medida progresista Por Norberto Alayón (*)
Por sobre las particularidades de la propuesta, la reciente decisión de establecer en Argentina una asignación univer-
sal por hijo se trata de una medida absolutamente progre-
sista, que debe ser bien valorada y apoyada. ¿Y por qué es progresista la medida y por qué debe
ser reconocida como valiosa? Porque tiende a la reparación
de una injusticia y porque, a la vez (y esto es lo estratégi-camente significativo) apunta a la construcción y efectivización de la noción
de derechos y por ende de la noción de ciudadanía.
Recibir por derecho, no es lo mismo que recibir por asistencia, a pesar
de que la asistencia también es un derecho de la gente. Tal vez sería ocioso volver a enfatizar la importancia, en la línea de la
prevención, que adquieren las medidas dirigidas a mejorar la calidad de vida
de la infancia y la adolescencia. Alimentar, preservar la salud y educar a to-dos los niños y adolescentes, son las cuestiones básicas que hay que garanti-
zar para contribuir a la consolidación de una sociedad más justa y democráti-
ca, y para prevenir también nocivas consecuencias futuras, de difícil o hasta a veces imposible resolución.
Dicha asignación constituye una forma de distribución secundaria de la rique-
za, dirigida a los hijos de los trabajadores informales y a los hijos de los des-
ocupados. Y en nuestras sociedades, donde la obscenidad de la polarización entre ricos y pobres es más que evidente, toda acción que tienda a disminuir
esa miserable brecha debe ser bienvenida. Toda medida que apunte siquiera
a mejorar la distribución de la riqueza, debe ser apoyada. En consecuencia, es necesario reafirmar la pertinencia de esta política, aun-
que asimismo habrá que bregar para que se garantice la más eficiente y
equitativa implementación de la norma, como así también la permanente ac-tualización del monto.
Casi como axioma, deberíamos acordar que en nuestras injustas socie-
dades, todo lo que se transfiere (y mucho más lo que se garantiza como de-
recho) a los sectores previamente empobrecidos y vulnerados, es siempre inferior a lo que les corresponde. (*) Profesor Titular Regular de la
Carrera de Trabajo Social-UBA.
Ex Vicedecano Facultad Ciencias Sociales-UBA
“El Himno de Obligado” Por José Luis Muñoz Azpiri (h)
Cuando sonó el primer cañonazo enemigo, Mansilla bajó el brazo derecho
y cerró de un golpe el catalejo. Todo estaba consumado. El crimen era un
hecho. La cuarta guerra exterior del país comenzaba. El héroe alzó el brazo
de nuevo, dio la señal convenida y el Himno Nacional Argentino estalló en la
barranca. La primera bala francesa dio en el corazón de la patria.
La segunda bala francesa cayó sobre el Himno. El canto nacía indeciso en
el fondo de las trincheras excavadas entre los talas, trepaba resuelto por los
merlones de tierra, se deslizaba ágil por las explanadas de las baterías, corría animoso por los claros de grama esmaltados de verbenas, se animaba con
furia animal en el monte de espinillos, y ascendía estentóreo y salvaje, en el
aire de oro de la mañana de estío. Allí, hecho viento, transformado en ráfaga heroica, ganaba la pampa, el mar, la selva, el desierto, la estepa y la cordille-
ra y uniendo de un extremo al otro del país la voz de júbilo con la de protes-
ta, la de la imprecación con la del entusiasmo cívico, creaba un clamor de
alegría y borrasca, incomparable y único.
La voz clara y sonora de Mansilla acaudillaba los ritmos heroicos. El eco pasaba de una garganta a la otra; partía de los pechos de acero que amura-
llaban la patria y se confundía y entrechocaba sobre los muros de las bater-
ías. Las notas prorrumpían de los bronces y tambores majestuosamente, con corrección inigualable, como en un día de parada. La banda del Batallón 1º
de Patricios de Buenos Aires, que ejecutaba el himno al frente del regimiento
inmortal, solo encontraba extraño en esta formación de tropas que, en vez de
ser un jefe, fuese la Muerte quien pasara revista. Lo demás era lo acostum-brado desde los tiempos de Saavedra y la trenza con cintas. La hueste asistía
impecable a la inspección, en tanto la metralla francesa e inglesa llovía sobre
las filas sonoras y abría claros en la música y el verso.
Los huecos se cubrían con premura y renacía la estrofa, redoblada y heroica. Cada voz sustituta centuplicaba la fuerza del canto. La oda se había
constituido en una marejada incontenible de estruendo y de furia.
Toda la barranca ardía en delirio con las voces. Cantaban los artilleros,
los infantes, los marineros, los jinetes, los jefes, los oficiales y los soldados,
los veteranos de cien encuentros y los novicios que por primera vez, olían la sangre y la muerte. La misma tierra quería hendirse para cantar. Parecía pe-
dir la voz de todos los pájaros para acompañar en el canto a quienes la am-
paraban hasta morir abrazados sobre ella, crucificados sobre su amor, dándo-le a beber generosamente de su propia sangre. Cantaban allí los camaradas
de aquellos que custodiaba en su seno, y que murieron defendiendo su pure-
za criolla en los campos, sobre los ríos y las montañas, en los páramos frígi-dos y a la sombra de los montes de naranjos donde dormían cálidamente,
bajo la lluvia votiva del azahar.
Los viejos patricios de Buenos Aires, los capitanes que cruzaron la cordi-
llera con el Intendente de Cuyo y libertaron los países que se recuestan sobre
un mar donde se pone el sol, los oficiales que habían combatido contra el
Imperio del Brasil, destrozando a lanzazos los cuadros terribles de la infan-tería mercenaria austríaca, los marineros de camiseta rayada, cubiertos de
cicatrices, que habían cañoneado y abordado naves temibles al mando del
Almirante, en el río y en el mar, luchando en proporción de uno a veinte con
la mecha o el sable en el puño, todos los que habían hecho la patria y no de-seaban vida que no se dedicase a sostenerla, se hallaban allí y cantaban reli-
giosamente, con la mirada arrasada y el corazón desbordante de ternura por
los recuerdos, la canción que hablaba de cadenas rotas, de un país que se conturba por gritos de venganza, de guerra y furor, de fieras que quieren de-
vorar pueblos limpios, de pechos decididos que oponen fuerte muro a tigres
sedientos de sangre, de hijos que renovaban luchando el antiguo esplendor de la patria y de un consenso de la libertad que decía al pueblo argentino :
¡Salud! La canción era seguida por juramentos de morir con gloria y el deseo
que fueran eternos los laureles conseguidos.
Jamás resonó canción como aquella. Los que habían conseguido los lau-
reles pedían frente a la muerte que fueran eternos, los que vivían coronados por la gloria adquirida luchando con el fusil, el sable o el cañón, a pie, a caba-
llo o sobre el puente de una nave, en defensa de su Nación, juraban morir
gloriosamente si la vida debía comprarse al precio del decoro y el valor.
Los proyectiles franceses e ingleses caían ahora sobre la protesta, el de-safío o la muerte, el orgullo y la voluntad. La voz, engrosada y magnificada
por el eco, había recorrido de una frontera a otra de la tierra invadida, y re-
tornaba al lugar de su nacimiento para recobrar vigor y lanzarse esta vez
hacia el frente, en procura de los agresores. Descendía presurosa por la ba-rranca, corría sobre la playa de arena, alcanzaba la orilla del río, volaba sobre
el espejo del agua y se lanzaba al abordaje sobre los invasores, repitiendo un
asalto sorpresivo y desenfrenado. Trepaba por las cuadernas de las quillas, se encaramaba por las bordas, hacía esfuerzos desesperados por amordazar
los cañones de 80 milímetros, de 64, de 32, las cien bocas que vomitaban
fuego sobre las baterías de menor alcance, lograba poner el pie en las cubier-tas, brincaba a los puentes donde se hallaban, condecorados y magníficos,
Tréhouart, el capitán de la Real Marina Francesa y el Honorable Hothan, de la
armada de Su Majestad, con uniformes de gala, cubiertos de entorchados,
dirigiendo con el catalejo el bombardeo implacable e impune; ascendía por los obenques a las gavias y las cofas y giraba sobre las arboladuras lanzando
un grito recio y retumbante. Luego descendía sobre el río y soplaba en el
mar, y a través de las olas, cabalgando sobre el agua y la espuma, pisaba la tierra desde donde las naves habían partido y se retorcía en remolinos brio-
sos y épicos en busca de oídos para requerir, demostrar, probar, retar y
herir.
La canción aludía a los derechos sagrados del hombre y el ciudadano, a
los principios de igualdad política y social, al respeto por la propiedad ajena, a la soberanía de la Nación, a la obligación de cada ciudadano de respetar la
ley, a la libre expresión de la voluntad popular, al respeto de las opiniones y
creencias ajenas, a la abolición de los obstáculos que impiden la libertad y la igualdad de los derechos. La voz hablaba de la injusticia de la metralla, y
ésta, tal como si hubiera interpretado la protesta del canto, hería ahora el
seno de la voz, en acto obstinado, buscando rabiosamente el corazón de la
canción.
Los defensores eran ya los árbitros de la batalla. El enemigo había en-tendido la voz y comprendía que el triunfo pertenecía, por derecho propio, al
atacado, cualquiera fuera el desenlace de la acción. Ya no significaba nada
vencer en el encuentro y cobrar el botín de la conquista para conducirlo a la
tierra donde estallarían aclamaciones y vítores junto a los arcos de triunfo. El adversario cantaba estoico frente a la muerte; cantaba vivamente, alegre-
mente, enhiesto e impasible, sin responder al fuego, como queriendo demos-
trar que era más importante terminar con aquel canto, antes que defender la vida y resguardar la defensa del paso. Los cañones de 80 golpeaban el vacío,
asesinaban la nada; las granadas explosivas no acallaban la música ni podían
matar la poesía. La lucha era imposible: ¡Si al menos los defensores hubieran
dejado de cantar!...
Cuando la voz dejó de escucharse hasta en su último eco, Mansilla reco-gió de nuevo el catalejo, tomó la espada, y alzando el brazo nuevamente, dio
orden de iniciar el fuego contra las naves. La barranca ardió en llamas y co-
menzó el cañoneo que se sostendría por espacio de ocho horas…Pero la hazaña principal estaba cumplida, con el Himno entonado frente al adversario
y que escucharían después los siglos. La música de los cañones sólo compon-
ía el acompañamiento de este canto. El héroe había legado a la patria su te-soro más puro de heroísmo, de exaltación emocional y de pasión patriótica:
el Himno ganaba de paso, igualmente, la batalla de la Vuelta de Obligado.
Primer Encuentro Internacional sobre Medios y Democracia en América Latina
Hugo Barcia es el presidente de Faro de la Comunicación, agrupación nacional de comunicadores
y periodistas que impulsa, junto a otros compañeros peronistas y kirchneristas, la Corriente Cau-
sa Popular. Con la activa participación del compañero Julio Fernández Baraibar, Faro de la Co-
municación convocó al Primer Encuentro Internacional sobre Medios y Democracia en América
Latina, que se realizó el pasado lunes 9 de noviembre, en la sede de la Federación Argentina de
Trabajadores de Prensa (FATPREN). La convocatoria, a la que se sumaron más de 35 organiza-
ciones de la comunicación y políticas, constituyó un verdadero éxito político, con una concurren-
cia, durante toda la jornada, de cerca de 1000 compañeros y la participación de representantes
de Argentina, Colombia, Paraguay, Brasil, Uruguay y Venezuela. El Encuentro se convirtió, de
hecho, en una reunión alternativa a la Asamblea Anual de la SIP, que se realizó en el hotel Hilton
de Buenos Aires, con la finalidad de desprestigiar la nueva Ley de Servicios de Comunicación Au-
diovisual. El Encuentro, por su parte, expuso la situación de los monopolios mediáticos en Améri-
ca Latina y la amenaza que significan para la consolidación de la democracia y la soberanía en la
región.
Al finalizar, se convocó para un Segundo Encuentro Internacional para el mes de abril del 2010,
con la presencia de figuras internacionales, como Ernesto Laclau, Roberto Hernández Montoya
de Venezuela y Eduardo Galeano de Uruguay.
Este es el reportaje aparecido en Buenos Aires Económico a Hugo Barcia, presidente de FARO de
la Comunicación.
16/11/2009 BAE - Nota - Política - Pág.22 HUGO BARCIA
“Hay que formar cuadros políticocomunicacionales desde
la ética”
>El titular de Faro de la Comunicación asegura que la SIP cometió una “irres-
ponsable injerencia” en los asuntos internos de la Argentina con sus críticas a la
nueva ley de servicios audiovisuales. “Se viene una batalla político-cultural muy
importante”, sostuvo el dirigente
DORIS ELISA BUSTAMANTE A pocos días de que la Sociedad Interamericana de Prensa haya levado anclas, el debate sobre la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual sigue. El
presidente de Faro de la Comunicación, Hugo Barcia, hizo un balance de la visita de la SIP y de la alternativa que plantean. –El nuevo presidente de la SIP se fue diciendo que trabajaría para que el Gobier-no modifique la nueva ley. ¿Qué opina? –La SIP ha cometido un acto irresponsable de injerencia en los asuntos internos de la Argentina. Representa a los medios concentrados, no tie-ne la más mínima autoridad para opinar sobre una ley sancionada por un Con-greso democrático en un país soberano. Esto tiene un carácter institucional muy
grave, porque la SIP no es la ONU, es una cámara empresaria. Es un insulto a la institucionalidad argentina. –¿Qué plantean entonces ustedes de aquí en adelante? –Faro de la Comunica-ción la integran cuatro organizaciones: el Grupo de Periodistas y Profesionales de la Comunicación Los 100, la Federación Argentina de Trabajadores de Prensa -Fatpren-, la Comisión de Medios Audiovisuales, Nicolás Casullo de Carta Abierta y el Movimiento Peronista Bloguero. Y nosotros tenemos la idea de que con la sanción de la ley, el asunto no termina. Se viene una batalla político-cultural muy importante. Tuvimos que soportar veinte años de medios concentrados, y con ellos una masa de comunicadores que se dedicaron a embrutecer al gran público. –Entonces, ¿el objetivo de Faro está unido al desarrollo de la ley? –Sí. La idea es formar profesionales con suficiente capacidad de análisis político para saber en qué contexto se deben mover y cuál es la mejor manera de comunicar en medios
democráticos. –¿Ustedes creen que hay falencias en los trabajadores de prensa de los actuales medios? –Absolutamente. Los diarios, y por lo general la prensa, no cumplen con el objetivo básico de transmitir lo nuevo. Desde que se transformaron en facto-res de poder en sí mismos en los ’90, los medios lo único que han hecho es con-vertirse en un deplorable campo de marte donde lo único que se hace es extor-sionar a los gobiernos de turno. Eso es acomodarse a los intereses de facto que ellos representan. Eso no es el
periodismo. –Hay muchas voces que aclaran que los medios no son lo mismo que sus perio-distas. –Por supuesto que hay que diferenciar. Está el que trabaja en Clarín porque quiso trabajar en Clarín y se embandera con sus intereses, y está el que no le queda más remedio que trabajar allí. Pero el que cree que está bien trabajar en Clarín es alguien deformado culturalmente. En los últimos tiempos es muy difícil encontrar una crónica que no tenga opinión. Y para eso hay columnas de opinión. Es una batalla permanente, una crónica debe contar lo nuevo. El hecho en sí. –Pero siempre hay una visión particular que se transmite al contar el hecho.
–Siempre hay líneas editoriales y lo que propende la nueva ley es que haya mu-chas líneas editoriales y que un solo grupo no imponga su línea editorial al resto. –Y ¿cómo pretenden enfrentar este monopolio editorial? –Cuando se implemente la ley, los medios se democraticen y haya más, se derrumbará la teoría de que se van a perder puestos de trabajo; al contrario, se van a multiplicar. Nuestra idea es formar los profesionales que puedan ocupar esos puestos de trabajo. Faro intenta ser una escuela de formación de cuadros políticos comuni-cacionales desde la ética. Yo no creo en el periodismo independiente, si es el
periodismo de Marcelo Bonelli, por ejemplo. Yo creo en el ejemplo de Rodolfo Walsh, de Raúl Scalabrini Ortiz. La palabra periodismo independiente me suena a protagonismo personal y yo creo en las causas colectivas. –El encuentro internacional que organizaron el lunes pasado fue calificado de kirchnerista y se habló del patrocinio del gobierno venezolano de Hugo Chávez… –No negamos nuestra identidad, ni nuestras intenciones. Tenemos la dignidad de decir quiénes somos y qué queremos, que es que se desarme el monopolio por-que atenta contra la calidad democrática; trabajamos para un proyecto nacional. La SIP, la oposición y el monopolio ocultan sus verdaderos intereses. Por el en-cuentro nos llegaron a llamar ―patoteros kirchneristas‖ financiados por los pe-trodólares de Chávez y que fue organizado con Kirchner como una contracumbre contra la SIP. Ninguna de estas cosas es verdadera. Acudimos a la embajada de Venezuela y a otras organizaciones internacionales para que nos ayudaran en la convocatoria. La ayuda que tuvimos fue de militan-
cia de otras agrupaciones políticas. No recibimos un peso de nadie. Este no fue ningún acto de gobierno. ¿Somos kirchneristas? Sí, lo somos, pero no hemos recibido ayuda del Gobierno nacional, ni de la Secretaría de Cultura, ni de Venezuela. –¿Cuál fue el objetivo del seminario? –Celebrar que el 9 se cumplía un mes de la sanción de la ley. Y lo otro es que no podemos dejar el espacio vacante y que los únicos que digan algo acerca del periodismo y la comunicación sea la SIP. Por eso decidimos demostrar que hay otra masa crítica, en este caso conformada
por trabajadores de prensa, periodistas, comunicadores que opinamos distinto. Ellos son la patronal. –¿Llegaron a alguna conclusión conjunta? –La gran coincidencia entre los colegas latinoamericanos fue considerar el caso argentino como ejemplar, y que esta batalla por la democratización de los medios debe ser una batalla común.
PERFIL DESDE LA PRIMERA HORA Hugo Barcia es Presidente de Faro de la Comunicación, que reúne a periodistas, comunicadores, medios alternativos, profesores y estudiantes de comunicación, lanzada en agosto de este año. Militante de primera hora, participó desde su
origen, en 2004, en la redacción de los 21 puntos por una Radiodifusión De-mocrática desde la Agrupación de Periodistas Los 100, de la cual es su Secretario General.
Hugo Barcia en la columna de FARO en la movilización al Congreso Nacional el 27 de Agosto pasado
CARTA DE LA CORRIENTE CAUSA POPU-LAR SOBRE ELISA CARRIO A EMBAJADAS
Ante el incoherente borrador de un documento que Elisa Carrió enviaría a Embajadas extranjeras en Argentina y que ha tenido gene-
rosa difusión en las grandes corporaciones mediáticas, la Corriente
Causa Popular remitió sendas cartas a los Embajadores de Brasil, Chi-
le, Perú, Uruguay, México, Cuba, Ecuador, Venezuela, Bolivia, Para-guay, Colombia, España, Francia, Estados Unidos, Comunidad Europea,
Canadá e Italia con el texto que adjuntamos a continuación.
La oposición seguirá atacando al gobierno nacional y popular de
las más insólitas y burdas maneras.
Estamos preparados para darles batalla.
Secretaría de Prensa - Corriente Causa Popular
Corriente Causa Popular de la Provincia de Buenos Aires
o Sábado - 5 de Diciembre – 10:00 hs
Plenario Región Norte en Zárate
o Sábado - 12 de Diciembre – 10:00 hs
Plenario Región CENTRO - SUR en Necochea
Informes e inscripción:
[email protected] [email protected]
LA EMBAJADA DEL ECUADOR EN ARGENTINA
Tiene el agrado de invitar a usted al encuentro de Historiado-
res argentinos y ecuatorianos a la disertación sobre temas
relacionados con el Bicentenario de la Independencia de
nuestros países y las historias de San Martín y Bolívar.
PARTICIPAN:
Dr. Juan Paz y Miño –Secr. del Comité Presidencial del Ecuador para el Bicentenario
Dra. Ana Luz Borrero Vega
Dr. Federico Bernal
Dr. Hugo Chumbita
Dr. Norberto Galasso
Coordinación: Sr. Julio Fernández Baraibar
Martes 24 de noviembre del 2009 - 19:00 hrs
DIRECCIÓN: Biblioteca Nacional, Sala “Augusto R. Cortázar”
Agüero Nº 2502 - Capital Federal