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Los cambios en las técnicas de construcción durante la revolución industrial* La palabra “construcción” indica, a finales del siglo XVIII, una serie de aplicaciones técnicas: edificios públicos y privados, calles, puentes, canales, movimientos de tierras e instalaciones urbanas: acueductos y alcantarillado. Incluye, más o menos, toda manufact ura de gr an tamaño donde no sea pr edominante el as pecto mecánico. Anter ior men te a la revolució n industrial, el arte de con st ruir quinas estaba relacionado más directamente con el de edificar; las construcciones mecánicas, ahora que el progreso técnico las ha transformado de manera tan radical, van cayendo en manos de los especialistas, y la palabra “construcción”, sin epítetos, indica sustancialmente las actividades todavía unidas a los sistemas tradicionales y habitualmente asociadas al con cep to de “arquitectura”. Ape nas una de estas actividades se desarrolla por su cuenta, con cierta importancia, que se separa de las otr as, convirti énd ose en especialidad ind epe ndiente; as í por ejemplo, los ferrocarriles, hasta 1830-40, están incluidos en los manuales de construcción, pero más tarde desaparecen, dando lugar a una literatura independiente. La relativa continuidad de los sistemas tradicionales no impide, claro está, que el arte de construir suf ra transformaciones durante este per íod o, ni tampoco la aparición de nuevos problemas. Podemos resumir en tres puntos los principales cambios. Primero, la revolución industrial modifica la técnica constructiva, si bien de modo menos aparente que en otros sectores. Los materiales tradicionales, piedra, ladrillo, madera, son trabajados de manera más racional y distribuidos más libremente; a éstos se unen nuevos materiales como la fundición, el vid rio y, más tarde, el hormigón; los progresos de la ciencia permiten poner en práctica de modo más conveniente los materiales, y medir su resistencia; mejoran las instalaciones de las obras y se difunde el uso de la maquinaria para la construcción; el desarrollo de la geometría permite representar en dibujo, de forma más rigurosa y unívoca, todos los aspectos de la construcción; la fundación de escuelas especializadas provee a la sociedad de un gran número de profesionales preparados; la imprenta y los nuevos to dos de repr oducción gr áf ica permiten una rá pi da difusión de todos los adelantos. En segundo lugar, aumentan las cantidades puestas en juego; se construyen calles más anchas, canales más anchos y profundos, creciendo rápidamente el desarrollo de canales y carreteras; el aumento de la población y las migraciones de un lugar a otro exigen la construcción de nuevas viviendas, en número nunca visto hasta entonces; el cre cimiento de las ciudad es req uie re ins talac ion es cada vez s amplia s y cap aces; el crecimiento de las fun ciones púb licas requi ere edificios públicos mayores, mientra s que la multiplicación de las necesidades y el empuje de la especiali zació n requieren edificios de tipol ogía siempre nuev a. La econ omía industrial no podría concebirse sin una base de edificios e instalaciones nuevas - fábricas, almacenes, depósitos, puertos-, que deben construirse en tiempo s relativamente cortos, aprovec hando el tipo de int er és reducido, que per mite inmo vi lizar capital en grandes cantidades en servicios que da n fruto, únicamente , a largo plazo. Por último, los edificios y las instala cio nes eng lobados en la mutación de la economía capitalista, alcanzan un significado bastante distinto al que tenían en el pas ado . No se presentan ya como sis temati zac iones def init iva s, pro ducto del 1

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Los cambios en las técnicas de construccióndurante la revolución industrial*

La palabra “construcción” indica, a finales del siglo XVIII, una serie de aplicacionestécnicas: edificios públicos y privados, calles, puentes, canales, movimientos detierras e instalaciones urbanas: acueductos y alcantarillado. Incluye, más o menos,toda manufactura de gran tamaño donde no sea predominante el aspectomecánico.

Anteriormente a la revolución industrial, el arte de construir máquinas estabarelacionado más directamente con el de edificar; las construcciones mecánicas,ahora que el progreso técnico las ha transformado de manera tan radical, vancayendo en manos de los especialistas, y la palabra “construcción”, sin epítetos,indica sustancialmente las actividades todavía unidas a los sistemas tradicionales yhabitualmente asociadas al concepto de “arquitectura”. Apenas una de estasactividades se desarrolla por su cuenta, con cierta importancia, que se separa de

las otras, convirtiéndose en especialidad independiente; así por ejemplo, losferrocarriles, hasta 1830-40, están incluidos en los manuales de construcción, peromás tarde desaparecen, dando lugar a una literatura independiente.

La relativa continuidad de los sistemas tradicionales no impide, claro está, que elarte de construir sufra transformaciones durante este período, ni tampoco laaparición de nuevos problemas. Podemos resumir en tres puntos los principalescambios.

Primero, la revolución industrial modifica la técnica constructiva, si bien de modomenos aparente que en otros sectores. Los materiales tradicionales, piedra, ladrillo,madera, son trabajados de manera más racional y distribuidos más libremente; a

éstos se unen nuevos materiales como la fundición, el vidrio y, más tarde, elhormigón; los progresos de la ciencia permiten poner en práctica de modo másconveniente los materiales, y medir su resistencia; mejoran las instalaciones de lasobras y se difunde el uso de la maquinaria para la construcción; el desarrollo de lageometría permite representar en dibujo, de forma más rigurosa y unívoca, todoslos aspectos de la construcción; la fundación de escuelas especializadas provee a lasociedad de un gran número de profesionales preparados; la imprenta y los nuevosmétodos de reproducción gráfica permiten una rápida difusión de todos losadelantos.

En segundo lugar, aumentan las cantidades puestas en juego; se construyen callesmás anchas, canales más anchos y profundos, creciendo rápidamente el desarrollode canales y carreteras; el aumento de la población y las migraciones de un lugar aotro exigen la construcción de nuevas viviendas, en número nunca visto hastaentonces; el crecimiento de las ciudades requiere instalaciones cada vez másamplias y capaces; el crecimiento de las funciones públicas requiere edificiospúblicos mayores, mientras que la multiplicación de las necesidades y el empuje dela especialización requieren edificios de tipología siempre nueva. La economíaindustrial no podría concebirse sin una base de edificios e instalaciones nuevas -fábricas, almacenes, depósitos, puertos-, que deben construirse en tiemposrelativamente cortos, aprovechando el tipo de interés reducido, que permiteinmovilizar capital en grandes cantidades en servicios que darán fruto,únicamente , a largo plazo.

Por último, los edificios y las instalaciones englobados en la mutación de laeconomía capitalista, alcanzan un significado bastante distinto al que tenían en elpasado. No se presentan ya como sistematizaciones definitivas, producto del

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desembolso de un capital a fondo perdido, sino como inversiones paulatinamenteamortizables, igual que los otros medios de producción. Como observa Ashton, “unnuevo sentido del tiempo fue una de las características más notables de larevolución industrial”, antes, los objetos modificados muy lentamente podíanconsiderarse, de hecho, inmóviles, pero hoy las exigencias funcionales másconcretas y la costumbre de hacer previsiones económicas incluso a largo plazo nopermiten que se mantenga tal aproximación. La gente se acostumbra a percibir conagudeza las modificaciones de los valores, y pone atención antes en los aspectosdinámicos que en los estáticos.

Gran importancia tiene, a este respecto, la diferenciación entre edificio y suelo.Mientras un edificio era considerado como de duración indefinida y el solar quedabautilizado de modo estable, su valor quedaba, por así decir, incorporado al deledificio; pero si consideramos limitada la vida del edificio, el solar adquiere un valoreconómico independiente, variable según las circunstancias, y si la edificación sufrecambios lo bastante frecuentes nace un mercado del suelo.

 Justamente en esta época, por influencia de las teorías económicas liberales y por

exigencias del erario, al Estado y demás entes públicos enajenan casi por todaspartes sus patrimonios y el suelo de la ciudad pasa prácticamente a manosprivadas. Desaparece así todo impedimento a la libre compraventa de terrenos.

En el siguiente capítulo se apreciarán las consecuencias de estos hechos sobre elorganismo urbano; entre tanto, haremos notar que el valor potencial del solar, envistas a una posible transformación, se convierte en medio importantísimo para

  juzgar la conveniencia económica del edificio que lo ocupa, y como másrápidamente varíe el valor del solar, más breve será el ciclo económico y la vida delpropio edificio.

Hablaremos, en este capítulo, de los progresos en la técnica constructiva; los otrosdos puntos serán tratados a continuación, ya que las consecuencias de los cambios

cuantitativos y de la diferente velocidad de las transformaciones se harán evidentesy se presentarán en forma de problemas nuevos sólo a partir de 1813.

1. Los progresos científicos y la enseñanza

La ciencia de la construcción, tal como la entendemos hoy en día, estudia algunasconsecuencias particulares de las leyes de la mecánica, y nace, podemos decir,cuando se formulan por primera vez dichas leyes, en el siglo XVII; Galileo dedica, en1638, una parte de sus diálogos a discutir problemas de estabilidad.

R. Hooke formula en 1676 la célebre ley que lleva su nombre; entre fines del siglo

XVII y los primeros años del XVIII gran número de científicos, entre los que secuentan Leibniz, Mariotte y Bernouilli, estudian el problema de la tensión debida ala flexión, y Mariotte en 1684, introduce la noción de eje neutro (es decir, el lugarde las fibras que no están ni comprimidas ni extendidas, en un sólido expuesto aflexión), pero define equivocadamente su posición; es Parent quien, en 1713,encuentra la solución correcta.

Entre tanto, la difusión del espíritu científico y la aspiración de los arquitectos aalcanzar los límites de empleo de los materiales y de los sistemas constructivostradicionales estimulan diversos tipos de investigaciones experimentales.

En Roma se discute sobre las condiciones de estabilidad de la cúpula de San Pedro,y Benedicto XIV encarga al marqués de Poleni, físico y arqueólogo de la Universidad

de Padua, un estudio sobre el tema, publicado en 1748.

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En París se organiza un amplio debate en torno a los trabajos de la iglesia deSainte-Genevieve, proyectada en 1755 por Soufflot, con el intento de asignar acada elemento tradicional una función estática precisa y las mínimas dimensionescompatibles con tal función. En esta ocasión se determina el concepto decoeficiente de seguridad y se inventan mecanismos capaces de medir la resistenciade los materiales.

Prácticamente contemporáneos son los estudios de Coulomb sobre la torsión ysobre el empuje de tierras y bóvedas y el descubrimiento de una ecuación generalpara la determinación del eje neutro, siguiendo la teoría de Parent.

 Todos los resultados de estos estudios son coordinados y completados en lasprimeras décadas del siglo XIX por Louis-Marie H. Navier (1785-1836), consideradoel fundador de la moderna ciencia de la construcción; en 1816 se publicó el texto desus lecciones dadas en la Ecole Polytechnique de París.

La ciencia de la construcción, como dice Nervi “ha democratizado y popularizado elhecho estático”, posibilitando a muchos proyectistas afrontar correctamente, confórmulas que pueden disponer de antemano, algunos temas antiguamentereservados a una minoría de superdotados. Por otra parte, ha supuesto unaseparación entre teoría y práctica, contribuyendo a disgregar la unidad de la culturatradicional, pero también ha movilizado el repertorio de métodos y formasheredados de la antigüedad.

La investigación científica influye, por otra parte, en las técnicas de construcción,modificando los instrumentos de proyectar; también en esta ocasión las dosprincipales innovaciones tienen su origen en Francia: la invención de la geometríadescriptiva y la introducción del sistema métrico decimal.

Gaspar Monge (1746-1818) formula las reglas de la geometría descriptiva, entre losúltimos años de la Monarquía y los primeros de la Revolución. Generalizando los

métodos introducidos por los tratadistas del renacimiento, Monge expone de formarigurosa los varios sistemas de representación de un objeto tridimensional en lasdos dimensiones de una lámina; los proyectistas ponen así un procedimientouniversal para determinar unívocamente, a través de dibujos, cualquier disposiciónde los elementos constructivos, por complicada que sea, y los constructores tienenuna guía para interpretar unívocamente los gráficos elaborados.

El sistema métrico decimal es introducido por la Revolución Francesa, en suesfuerzo de cambiar absolutamente todas las instituciones de la vieja sociedadsiguiendo modelos racionales.

En 1790, Talleyrand presenta a la Asamblea Constituyente un informe deplorando lavariedad y confusión de las viejas unidades de medida, y propone que sea

adoptado un sistema unificado. Después de largas discusiones es nombrada unacomisión compuesta por C. Borda, A. Condorcet, J. L. Lagrange, P. S. Laplace y G.Monge para decidir qué unidad sea la más adecuada; se discute si se haráreferencia al péndulo (dado que su longitud, según la ley de Galileo, es proporcionalal tiempo de oscilación) o a una fracción determinada del ecuador o del meridiano,y se propone la 40 millonésima parte del meridiano terrestre. Los trabajos demedida, confiados a una comisión geodésica, duran hasta 1799, mientras otracomisión decide las reglas necesarias para determinar las restantes unidades,proponiendo en 1795 el sistema métrico decimal. El metro patrón, realizado enplatino de acuerdo con las medidas realizadas, se deposita en el museo de Artes yOficios de París el 4 de messidor del año VII (22 de junio de 1799), y el nuevosistema es implantado obligatoriamente en Francia en 1801.

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Napoleón no ve con buenos ojos esta innovación, revocándola en 1812, pero lasexigencias de uniformidad y exactitud que indujeron a los revolucionarios a instituiruna nueva unidad de medida se hacen más evidentes con el desarrollo de laindustria, y son muchos los Estados que se avienen al sistema métrico decimal:Italia en 1803, Bélgica y Holanda en 1820 y, a partir de 1930 los Estadossudamericanos; en 1840 se restablece el sistema en Francia. El patrón definitivo esconstruido en 1875, y el 20 de mayo del mismo año se ratifica la ConvenciónInternacional del Metro, a la que se van adhiriendo paulatinamente todos los países,salvo los anglosajones y algunos otros.

La adopción de un sistema unificado facilita la difusión de los conocimientos, losintercambios comerciales, y procura a las técnicas de construcción un instrumentogeneralizado, cuya precisión puede llegar hasta donde sea preciso, de acuerdo conlas exigencias cada vez más rigurosas de los nuevos procedimientos. Al mismotiempo, influye en el proyecto e “introduce una cierta desintegración en laarquitectura”, como decía Le Corbusier, porque se trata de una medidaconvencional, que no tiene en cuenta al hombre, mientras que las antiguas medidas-pies, codos, etc.-, hacían siempre cierta referencia a la estatura o medidashumanas.

Francia, que está a la vanguardia del progreso científico, sirve también de modeloen la organización didáctica.

La enseñanza de la arquitectura se imparte durante el ancien régime en laAcadémie d’Architecture, fundada en 1671. Esta institución goza de gran prestigio,y se preocupa de conservar la tradición clásica francesa y el grand gout , peromanteniéndose abierta a las nuevas experiencias y al progreso técnico, discute lasteorías racionalistas y participa con viveza de la vida cultural de su época.

Entre tanto, los encargos siguen aumentando en complejidad y extensión, lo quefuerza a la administración del Estado a formar personal técnico especializado: las

tradiciones humanísticas de la Academia y de su escuela no son las más adecuadaspara formar técnicos puros, por lo que en 1747 se inaugura la Ecole des Ponts etChaussées, para preparar el personal del Corps des Ponts et Chaussées, fundado en1716, y en 1748 se instituye la Ecole des Ingénieurs de Mézieres , de la que salenlos officiers de Genie. La enseñanza se fundamenta sobre una rigurosa basecientífica.

Por primera vez se establece la dualidad “ingeniero”, “arquitecto”; por el momento,el brillo de la Academia hace sombra a las prosaicas escuelas de caminos y puentesy de Mézieres, y los ingenieros parecen destinados a ocuparse de temassecundarios; sin embargo, el progreso de la ciencia actúa de tal modo que amplía elcampo de atribuciones de los ingenieros y restringe el de los arquitectos. La

Academia llega a un punto en el que comprende que las disputas sobre losrespectivos papeles de la razón y del sentimiento en el arte no son sólo discursosteóricos, sino signos de una irresistible revolución cultural y organizativa, llegando aencerrarse poco a poco en la defensa a ultranza del “arte” contra la “ciencia”.

La intervención de la Revolución cambia aún más la situación. La Academia dearquitectura, como la de pintura y escultura, es suprimida en 1793; la escuela esmantenida provisionalmente y, cuando en 1795 se forma el Institut para sustituir alas viejas academias, la escuela pasa a depender de la sección de arquitectura de lanueva corporación.

El control de los trabajos para la administración estatal pasa, sin embargo, alConseil des Batiments civils, que organiza una escuela propia “para los artistasencargados de dirigir las obras públicas”. Por otra parte, con la supresión de laAcademia, el título de arquitecto pierde todo valor discriminante; previo pago de

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una tasa, cualquier persona con deseos de dedicarse a la arquitectura puedehacerse llamar arquitecto, sin importar para nada los estudios realizados.

Estas disposiciones empobrecen el prestigio, ya escaso, de los arquitectos, altiempo que queda reforzada la postura de los ingenieros, al reunir todas lasenseñanzas especializadas en una organización única. Entre 1794 y 1795 se funda

la Ecole Polytechnique, utilizando en buena parte el personal de la escuela deMézieres; la escuela acoge a un número limitado de jóvenes, después de haberrealizado un severo examen y de haber demostrado su “inclinación hacia losprincipios republicanos”; estudian en común durante un bienio, luego pasan a lasescuelas de especialización: la Ecole des Ponts et Chaussées de París, la Ecolad’Application d’Artillerie et de Génie Militaire de Metz, la Ecole des Mines de París, laEcole du Génie maritime de Brest. El plan de estudios, basado en matemática y enla física, es fijado por Monge.

El ejemplo francés es seguido por muchos otros Estados continentales; en 1806 sefunda una escuela técnica superior en Praga, en 1815 en Viena, en 1825 enKarlsruhe. El plan de estudios -en estas como en otras escuelas que vendrán- se

adapta siempre al modelo parisiense.Es excepción Inglaterra, donde la enseñanza técnica sólo va a ser organizadaseriamente en el último decenio del siglo XIX. Los protagonistas de la Revoluciónindustrial son, en su mayoría, autodidactas -como George Stephenson, que noaprendió a leer y escribir hasta la edad de 18 años- o sale de las academiasfundadas por el celo de los inconformistas, como Boulton, Roebuck y Wilkinson,

 junto con Defoe y Malthus. La Institution of Civil Engineers, fundada en 1818, nocontó más que tres graduados de entre sus diez presidentes.

Por ésta razón y debido al carácter menos rígido de la sociedad inglesa, el contrasteentre ingenieros y arquitectos no llega a ser tan marcado como en el continente; losarquitectos son menos celosos de sus prerrogativas culturales, y unos y otros pasan

frecuentemente de un tipo a otro de proyectos. Th. Telford, antes de dedicarse a lospuentes y a las carreteras construye casas en Edimburgo, entre 1780 y 1790; JohnNash no desdeña diseñar un puente de hierro; Y. K. Brunel, el autor del célebrepuente colgante de Bristol, es también constructor de barcos de vapor y, más tarde,un tipo de arquitectura representativa como es el Cristal Palace, es encargado a un

 jardinero como J. Paxton.

De todas formas, también en Inglaterra los progresos de la técnica acaban porrestringir las atribuciones tradicionales del arquitecto, y hacen caer una partesiempre creciente de los encargos profesionales en manos de los técnicosespecializados; esto se hace evidente sobre todo a partir de 1830, cuando lasociedad transformada por la revolución industrial se va asentando en formas más

estables.

2. El perfeccionamiento de los sistemas constructivostradicionales.

Una de las principales preocupaciones de gobernantes y empresarios en el sigloXVIII, es la realización de nuevas y eficientes vías de comunicación: carreteras ycanales.

En Francia, la Monarquía dedica gran atención a la vialidad; los caminos reales, de

acuerdo con la reglamentación de Colbert, son con frecuencia muy anchos -de trecea veinte metros-, más por razones visuales que por exigencias del tráfico, y

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trazados con extrema regularidad, con frecuencia en línea recta de un centro aotro; una ordenanza del año 1720 recomienda que las carreteras sigan “la líneamás recta posible, por ejemplo de campanario a campanario”. No tan perfecta es sucalidad: el empedrado y el firme, realizados con métodos tradicionales, exigenreparaciones muy frecuentes que debe llevar a cabo la población del territorioatravesado, según el sistema de las corvées; representa una de las cargas másgravosas para las espaldas de los trabajadores franceses, ya que las prestacionesvarían de treinta a cincuenta jornadas anuales.

En Inglaterra, hasta mediados del siglo XVIII, la red viaria es casi impracticable;mejora a partir de 1745, cuando el Parlamento empieza a promulgar las Turnpike

 Acts, que permiten construir y mantener carreteras a los particulares, exigiendo alos usuarios el pago de un peaje. Así, los costes de este servicio público gravansobre los particulares interesados en mantener las carreteras en buen estado. LasTurnpike  Acts del último tercio del siglo XVIII son más de 450; los proyectistas sontodavía unos empíricos que siguen métodos tradicionales, y entre ellos destaca lafigura de John Metcalf (1717-1810), uno de los más extraordinarios entre losversátiles personajes de la época. Ciego desde los seis años, lo que no le impidepasar por varios oficios: músico ambulante, director de peleas de gallos,comerciante de caballos, sargento alistador, comerciante en telas de algodón,contrabandista de té y de aguardiente, piloto de diligencias, hasta que en 1765decide dedicarse a la construcción de carreteras y, personalmente, proyecta másde 180 millas. Una figura del mismo tipo es James Brindley (1716-1772), analfabeto,constructor de molinos que realiza en 1759 el primer canal navegable importantede Inglaterra, para el duque de Bridgewater.

Hacia finales de siglo, los ingenieros surgidos en el nuevo clima científico ocupan ellugar de estos proyectistas irregulares. En Francia P. M. J. Trésaguet (1716-1796),en Inglaterra Thomas Telford (1757-1834), y John Macadam (1756-1836),introducen mejoras técnicas decisivas. Trésaguet es funcionario de profesión en

Limoges; Telford, hijo de un pastor escocés, es una de las personalidades de mayorrelieve en la historia de la ingeniería y volveremos a encontrar su nombre al hablarde los puentes de hierro. Macadam es un comerciante, después oficial durante lasguerras napoleónicas, y únicamente en su madurez se dedica a la construcción decarreteras; es él quien da el paso técnicamente más importante, aboliendo loscimientos de piedras y sugiriendo el uso de un estrato superficial lo másimpermeable posible al agua, compactándolo con polvo de materiales calcáreos;esta innovación disminuye sobremanera el costo de las carreteras y el macadam-como todavía se llama a este método- se convierte en algo de uso corriente.

Mientras, los progresos de la geometría descriptiva logran dar una formasatisfactoria a los proyectos, que en principio tropezaban con dificultades de

representación insuperables, y debían ser definidos en la práctica, en el momentode la ejecución; se aprende a representar el terreno con curvas de nivel y, a finalesde 1791, Monge propone un método científico para calcular los transportes detierra.

La construcción de carreteras y canales se intensifica en los primeros años del XIX,mientras que los gobiernos se preocupan de modo especial de las carreteras, quecumplen, a la vez, funciones comerciales y estratégicas -es conocido el vastoprograma vial realizado por Napoleón- los canales son frecuentemente construidospor los particulares, por necesidades estrictamente económicas; son las principalesvías de transporte para las materias primas necesarias a la industria y para lasmercancías que salen de las fábricas.

Las nuevas construcciones viarias entre finales del siglo XVIII y principios del XIXrequieren una gran cantidad de nuevos puentes, con frecuencia de enorme luz. Este

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tema estimula, más que cualquier otro, el progreso de los métodos tradicionales deconstrucción en madera y en piedra tallada, y requiere el empleo de nuevosmateriales: el hierro y la fundición.

Los nuevos conocimientos científicos permiten utilizar los materiales al máximo desus posibilidades, y la experiencia así adquirida es aprovechada en gran número de

temas más propiamente de edificación.El uso de la madera en los puentes y en las grandes cubiertas tiene una tradiciónininterrumpida desde el Medioevo, y ha producido obras insignes y aparatosas que,sin embargo, no se apartan de los principios estáticos elementales: la viga., la vigaen celosía, la cercha, el arco. En 1500 Palladio formula una teoría de las vigasreticulares, pero son escasas las aplicaciones; ahora este concepto es usado denuevo por los constructores suizos, y permite a Johann U. Grubemann (1710-1783)llevar a cabo puentes de luz muy grande: el puente sobre el Rin, en Schaffhausen,con dos arcos de 59 metros de luz cada uno, y aquel otro sobre el Limmat deWettingen (1777-1778) con un solo arco de 119 metros; por desgracia, este últimofue destruido en 1799 por razones bélicas.

En América, en 1804, se construye un puente de 104 metros sobre el Schuylkill,cerca de Filadelfia; en este mismo año, Burr realiza el puente de Trenton, sobre elDelaware, con dos arcos de 59 y 61 metros. En 1809, Wiebeking -un ingenieroformado en Francia- realiza el puente sobre el Regniz en Bamberg, de 71 metros.

En Francia, mientras tanto, la construcción en fábrica de sillería alcanza el más altogrado de perfeccionamiento, y los constructores franceses sirven de ejemplo a todaEuropa, como en los tiempos del gótico. También en este campo la obra de losingenieros salidos de la Ecole des Ponts et Chaussées es determinante.

  Jean-Rod Perronet (1708-1794), director de la escuela parisiense desde sufundación (1747), renueva la técnica de los puentes de fábrica; es el autor del

puente de Neuilly (1768), del puente de la Concordie, acabado poco antes de laRevolución, al igual que de otros muchos en varias ciudades de Francia; él mismose ocupa también de trabajos varios, construye el canal de Bourgogne y parte delas alcantarillas de París. Muchas de las innovaciones introducidas por Perronet seencuentran todavía hoy en uso: el arco circular rebajado, la imposta más alta que elmáximo nivel de las crecidas y los pilares de reducidas dimensiones que soportanúnicamente cargas centradas; buscando aligerar las estructuras, descomponetambién -en el puente de Saint-Maxence- los pilares en grupos de comunas, yproyecta idéntica disposición para el puente de la Concordie, pero se ve obligado arenunciar a causa de la hostilidad de sus colegas. Tratando de aproximarse todo loposible al límite de resistencia de los sistemas constructivos, es objeto de críticasconstantes; las crónicas cuentan que un miembro de la Asamblea de carreteras y

puentes, en 1774, exclamó irritado: “¡Ah, maldita ligereza! ¿Será, pues, necesarioque se establezcan para siempre tu culto y tus altares en el seno de mi patria?”.

La ligereza de los puentes de Perronet se consigue cuidando al máximo el aparejo,las cimbras y los cimientos. En esa época Rondelet y otros dan forma científica a laestereotomía -“el arte de tallar las piedras según una forma dada”- fundada en losprincipios de la geometría descriptiva de Monge ; cualquier junta o combinación delos elementos de piedra puede ser representado exactamente y puesto en obra, porcomplicado que sea.

Las obras de Perronet -puentes y canales, con todas sus particularidadesconstructivas- se publican en 1782 en una serie espléndida de láminas; en 1788 sereimprime el volumen, al que se añaden otros proyectos y dos memorias sobre lascimbras y los movimientos de tierras. Durante la Revolución, el anciano constructorse dedica a estudios teóricos, publicando en 1793 una Memoria sobre la búsqueda

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de los medios necesarios para construir grandes arcos de piedra de doscientos,trescientos, cuatrocientos y hasta quinientos pies de luz.

3. Los nuevos materiales

Desde antiguo se ha venido usando el hierro y el vidrio en la construcción, pero sóloa partir de esta época los progresos técnicos permiten extender sus aplicaciones, alintroducir conceptos totalmente nuevos en la técnica constructiva.

El hierro es usado, en un principio, únicamente en funciones accesorias: cadenas,tirantes, y para unir entre sí los sillares, en la fábrica de sillería. Así, por ejemplo, enel pronaos del Pantheon de Soufflot, construido por Rondelet en 1770, la estabilidadde la cornisa está, en realidad, asegurada por una tupida red de barras metálicas,dispuestas racionalmente, de acuerdo con los diversos esfuerzos, casi como laarmadura de una obra moderna en hormigón armado.

En el mismo período llega a usarse también el hierro en algunas cubiertas poco

cargadas, como la del Theatre Francais de Burdeos, obra de Víctor Louis (1786). Sinembargo, estos sistemas se ven limitados forma insuperable por el escasodesarrollo de la industria siderúrgica. En Inglaterra tienen lugar los avancesdecisivos, que permiten, a fines del siglo, aumentar la producción de hierro hasta elnivel necesario para las nuevas exigencias.

Los minerales de hierro se fundían, tradicionalmente, con carbón vegetal; luego serefundía el producto y se colaba en los moldes, para obtener el hierro de fundición,o se forjaba para tener el hierro dulce. En una época imprecisa, en los primerosdecenios del siglo XVIII, Abraham Darby, de Coalbrookdale, reemplaza el carbónvegetal por el coque, y mantiene en secreto el procedimiento, confiándolo a susdescendientes. En 1740 Huntsmann, un relojero de Sheffield, logra fundir el aceroen pequeños crisoles, obteniendo un material muy superior al conocido hastaentonces.

Desde mediados del siglo, estos progresos son del dominio público, y la necesidadde armas para la guerra de los Siete Años favorece la creación de gran número denuevas instalaciones, entre las que se encuentra la de John Wilkinson (1728-1808)en Broseley. Wilkinson es la principal figura en la historia de las aplicacionestécnicas del hierro: él ayuda a Boulton y a Watt a perfeccionar la máquina de vapor,aplicando su patente para el taladrado de cañones al cilindro del nuevo aparato;introduce en Francia la primera máquina de vapor, y no deja nunca de estudiarsistemas nuevos para explotar industrialmente el hierro de fundición. Cuandomuere, en 1808, se le entierra e un ataúd de fundición y se le dedica un obeliscodel mismo material en Lindale.

A Wilkinson se debe, probablemente, la idea del primer puente de hierro, que seconstruye en 1777 y 1779 sobre el Severn, cerca de Coalbrookdale. El diseño espreparado por el arquitecto T. F. Pritchard de Sherwsbury, el arco, de medio puntode 100 pies de luz, está formado por la unión de dos semiarcos de una sola pieza,fundido en la cercana fábrica de los Darby.

En 1786, Tom Paine (1737-1809)-que más tarde se hará famoso como escritorpolítico- diseña un puente de fundición sobre el río Schuylkill, y va a Inglaterra apatentarlo y encargar la construcción de sus piezas en la Rotherham Ironworks. Lafundición de los elementos del puente se realiza en Paddington, y se exponen alpúblico, previo pago, pero al estallar la Revolución Francesa, Paine parte hacia París

y deja el puente en manos de los acreedores; las piezas son adquiridas por RowlandBurdon que construye sobre el río Wear en 1796 el puente de Sunderland, con laconsiderable luz de 236 pies. En el mismo año, Telford construye un segundo

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puente sobre el Severn, en Buildwas, con una longitud de 130 pies y un peso de173 toneladas, en lugar de las 378 del primer puente de Coalbrookdale.

Los puentes de Paine y de Telford se construyen según un sistema bastante distintoal de Wilkinson. Las arcadas se componen de un gran número de sillares defundición, aparejadas como los sillares de piedra; naturalmente, la mayor

resistencia del nuevo material permite luces mayores, menores pesos -los sillaresestán formados por armazones huecos- y una ejecución mucho más rápida porquelos diversos componentes vienen ya montados desde la fundición.

En 1801, Telford propone la sustitución del puente de Londres por un único arco defundición de 600 pies de longitud, el proyecto es abandonado, pero no porque sedude de su posibilidad técnica o de su conveniencia económica, sino por ladificultad que representa expropiar terrenos a ambos lados del puente.

En los primeros treinta años del siglo XIX, Telford adoptará la fundición para llevar acabo numerosos puentes, puentes-canales y puentes acueductos; trabajan con él J.Renie y J. Rastrick. También John Nash (1752-1835) se forma en la construcción deun puente para un cliente privado; se viene abajo apenas construido, pero el clienteno se da por vencido y le hace construir otro en 1797, que permanece en pie hasta1905. Se supone también que Nash tuvo parte en el proyecto del puente deSunderland.

Mientras tanto, se generaliza el uso de la fundición en la edificación; columnas yvigas de este material forman el esqueleto de muchos edificios industriales,permitiendo cubrir grandes espacios con estructuras relativamente ligeras y noatacables por el fuego. Es conocido el proyecto de la fábrica de hilados de algodónPhilip & Lee, en Manchester, construida por Boulton y Watt en el año 1801.

Un viajero francés, de paso por Inglaterra, escribe:

Sin el hierro y la fundición todas estas construcciones tan bien aireadas e iluminadas, tan

ligeras en apariencia, y que soportan, sin embargo, pesos enormes, como los almacenes deseis pisos del dock de Santa Catalina de Londres, serían gruesas y oscuras bastillas, conpesadas y feas vigas de madera, o con muros y contrafuertes de ladrillos.

 J. Nash usa la estructura de fundición para el pabellón real de Brigthon, en 1818; seemplean rejas, barandillas, verjas y adornos de fundición, cada vez con mayorfrecuencia, en construcciones corrientes y hasta en obras representativas, como enel zócalo de la Carlton House Terrace, en el año 1827. Los adornos en fundición deesta época -últimos decenios de 1700 y primeros de 1800- son, con frecuencia, demagnífica factura y bastante superiores a los que se comercializarán en el períodosiguiente. Son los mejores artistas, como Robert Adam, a veces, quienes realizanlos diseños.

 Todo este tipo de aplicaciones ha sido posible debido al extraordinario desarrollo dela industria siderúrgica inglesa. En las naciones del continente tal industria estodavía incipiente y a lo largo de todo el siglo XVIII las aplicaciones del hierro y de lafundición son limitadas; únicamente pueden contraponerse a los numerosos yatrevidos puentes ingleses algunos pocos puentes sin grandes pretensiones, comoel de Laasan, de 19 metros, construido en 1796 por el conde Von Burghaus, oalgunos puentes realizados en jardines franceses.

El régimen napoleónico alienta, en los primeros años de 1800, a la industriasiderúrgica francesa; desde 1789 a 1812, la producción de hierro crece de 115.000a 185.000 toneladas. Se posibilita, así, la realización en hierro de obras de granenvergadura: el Pont des Arts, llevado a cabo entre 1801 y 1803 por los ingenieros

De Cessart y Dillon y la cúpula de la sala circular de la Halle au Blé de París,construida por Francois J. Bélanger (1744-1818) en 1811. Tampoco Percier y

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Fontaine, como los arquitectos ingleses, desdeñan la oportunidad de emplear lafundición en multitud de aplicaciones secundarias y decorativas.

A partir de la Restauración se extiende en Francia, el uso del hierro aun grannúmero de edificios. En 1824, Vignon construye con hierro la cubierta del mercadode la Madeleine; en 1930, Lenoir realiza en París un bazar totalmente de hierro; en

1833 A. R. Polonceau (1778- 1847) hace el puente del Carrousel, en fundición; en1837, la cubierta de madera de la catedral de Chartres es sustituida por unaestructura de hierro revestida de cobre. En 1836 hace su aparición el Traité descontructions et poteries en fer , de Eck, y en 1837 Polonceau inventa la armaduraque lleva su nombre.

A finales del siglo XVIII toma cuerpo la idea de los puentes colgantes de cadenas dehierro, que se adaptan mejor que los de fundición a las grandes luces, y ofrecenuna mayor elasticidad frente a los esfuerzos dinámicos.

El primer ejemplo conocido es una pasarela peatonal, de 70 pies, sobre el río Tees(1741). Se pueden encontrar varios ejemplos en América, en el último decenio delsiglo XVIII. Telford, en 1801, tiene la idea de levantar un puente colgante sobre elestrecho de Menai, en Gales, pero las realizaciones no tienen lugar, en la práctica,hasta después de la crisis del bloqueo napoleónico. En 1813, Samuel Brown, capitánde la marina inglesa, construye un puente sobre el Tweed, de 110 metros,considerado como el prototipo de los puentes colgantes europeos; entre 1818 y1826, Telford lleva a cabo el puente sobre el Menai, de 176 metros, y, en el mismoaño, otro análogo, aunque de menos luz, sobre el Conway. En 1823, Navier, trasmuchas dificultades, construye el Pont des Invalides; en 1825 -con el puente de

  Tournon, sobre el Ródano- comienza su actividad Marc Séguin (1786- 1875),fundador de una empresa que lleva a cabo, en Francia, más de 80 puentescolgantes; en 1834 concluye la construcción del puente sobre el Sarine, enFriburgo, obra del francés Charley, que, con sus 273 metros de luz, es el más largo

de los realizados hasta entonces en Europa; en 1836 Isambard K. Brunel (1806-1859) construye el puente sobre el Avon, en Bristol, de 214 metros, consideradocomo la obra maestra de la ingeniería ochocentista.

La industria del vidrio hace grandes progresos técnicos en la segunda mitad delsiglo XVIII, y en 1806 está capacitada para producir hojas de vidrio hasta de 2,50 x1,70 metros. Sin embargo, en Inglaterra -que es el mayor productor- las exigenciasfiscales durante la guerra napoleónica ponen grandes trabas a las vidrierías, y tansolo después del tratado de paz la producción puede seguir su desarrollo.

El consumo inglés de hojas de vidrio pasa, entre 1816 y 1829, desde 10.000 a60.000 quintales, aproximadamente, al mismo tiempo que los precios disminuyen;se universaliza el uso del vidrio para los cerramientos y se empieza a experimentar

aplicaciones más ambiciosas, asociando el vidrio al hierro para obtener cubiertastraslúcidas.

Se usan grandes lucernarios de hierro y vidrio en numerosos edificios públicos, porejemplo en la Madeleine de Vignon; en 1829, Percier y Fontaine cubren con vidrio aGalerie d’Orleáns, de Palais Royal, prototipo de las galerías públicas ochocentistas.Se emplea el vidrio en la construcción de algunos grandes invernaderos: porRouhault, en el Jardin des Plantes de París en 1833; por Paxton en Chatsworth en1837; por Burton en los Kew Gardens en 1844. A veces, los viveros se convierten enlugares de paseo, como los Champs Elysées de París. Las primeras estaciones deferrocarril, que requieren grandes cubiertas de vidrio, y las nuevas tiendas, congrandes escaparates, acostumbran a los arquitectos a proyectar paredes

totalmente de dicho material.

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El Palacio de Cristal, de Paxton, en 1851, recoge todas estas experiencias einaugura la serie de los grandes pabellones acristalados para exposiciones, queseguirá en la segunda mitad del siglo XIX.

4. Los progresos técnicos en la construcción de edificioscomunes

Existe gran cantidad de información sobre las construcciones de gran envergadura,pero sin embargo, escasean datos suficientes para enjuiciar los cambios de latécnica constructiva en las edificaciones corrientes y viviendas que la revoluciónindustrial va amontonando en torno a las ciudades.

Corrientemente se tiene la idea de que los métodos constructivos han permanecidoinvariables (en la historia de la urbanística de Lavedan: “podemos encontrar unnúmero considerable de progresos técnicos en el origen de las transformacionesindustriales, pero ni uno, por así decir, tiene que ver con las viviendas: en el sigloXIX, se construye como en el XVIII o como en el Medievo”) e incluso se tiene la idea,partiendo de las denuncias realizadas por los higienistas y por los reformadoressociales del siglo XIX, de que la calidad de las viviendas ha empeorado comoconsecuencia de la prisa de las exigencias de la especulación. Probablemente,ambos tópicos sean ciertos.

El espíritu enciclopedista del XVIII orienta su curiosidad hacia todo tipo deaplicaciones técnicas, con independencia de la importancia que la culturatradicional asigne a cada una. Arquitectos célebres se ocupan de modestasinvenciones, como Boffrand que perfecciona la amasadora de cal, y Patte queinventa dispositivos para disminuir los riesgos de incendio. La Encyclopédie (1751-1772) publica, en extracto, los artículos relativos a la técnica constructiva corriente,con vistas a mejorar la preparación de los constructores.

Mientras tanto cambia, por diversos motivos, el empleo de los materialestradicionales. Se producen industrialmente ladrillos y madera para las obras, demejor calidad, y la red de canales permite transportarlos con poco gasto,deshaciendo así las diferencias de aprovisionamiento entre un sitio y otro.

Se generaliza en este período el uso del vidrio para las ventanas, en lugar del papel(a fines del siglo XVIII aún existían en Francia las corporaciones de los chassissiers,que se dedicaban a poner papel parafinado en las ventanas) y de la pizarra o arcillacocida para los tejados, en vez de la paja. Se usa en gran cantidad hierro yfundición, allí donde es posible hacerlo: en los accesorios de los cerramientos, enlas barandillas, en las verjas y , a veces, también en la estructura portante.

Los forjados de los edificios comunes están sostenidos, normalmente, por vigas demadera, dispuestas de varias maneras J. B. Rondelet (1743-1829), en su Traité de1802, compara el hierro dulce a la madera, afirmando que el primero puede usarsesustituyendo al segundo. De todas formas, el hierro en vigas, de secciónrectangular, no es apto, evidentemente, para sustituir a la madera, porque la mayorrigidez no compensa el mayor peso. Prosigue: “Para no tener que emplear gruesasbarras, se ha pensado en una serie de cuchillos o armaduras, que proporcionan alhierro mayor rigidez, aumentando su fuerza en proporción geométrica al peso” ydescribe un sistema ideado por M. Ango, formado por la asociación de las barras,una ligeramente arqueada y la otra tensa como una cuerda bajo la anterior.

Los comisarios nombrados por la Academia Real de Arquitectura para examinar un forjado

de 19 pies de largo por 16 de ancho, realizado según este método en Boulogne, cerca deParís, se expresan del siguiente modo con fecha 13 de julio de 1875: “Lo hemos encontradomuy sólido, sin grietas y estable ante cualquier presión que se haga saltando sobre él”.

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Pueden encontrarse los detalles en la Encyclopédie, buscando los artículos bóvedas y forjados de hierro. Su informe termina del siguiente modo: “Es de desear, por lo tanto, queel método de M. Ango sea llevado a la práctica por todos los constructores, a fin de que ungran número de ejemplos venga a confirmar la buena opinión que nos hemos formado en laprueba que relatamos”.

Rondelet confirma este parecer con sus cálculos y da el diseño de un forjado dehierro con relleno de ladrillos, de 20 pies de luz. “El resultado de estosexperimentos es que los cálculos que hemos expuesto pueden ser aplicados a todotipo de armadura, tanto para bóvedas como para forjados de hierro o cualquier otraobra del mismo tipo”.

En 1789, N. Goulet prueba un sistema análogo en una casa de la rue des Marais,especialmente con la idea de evitar los incendios: dispone,, entre las vigas dehierro, bovedillas de ladrillos huecos, y sustituye los tradicionales  parquets con unsolado cerámico. Recomienda también que se sustituya la madera de puertas yventanas con hierro o cobre.

Pero la crisis económica que sigue a la Revolución Francesa interrumpe estos

experimentos. No hay manera de encontrar metales, y en 1793 el arquitectoCointreaux envía una Memoria a la Convención, pidiendo que se prohíba el uso delhierro e la construcción, excepto en las cerraduras.

En el siglo XIX vuelven los intentos de usar el hierro e los forjados; pero sólo sellega a una solución satisfactoria en 1836, cuando las fábricas comienzan a producirindustrialmente las vigas de hierro de doble T. Desde este momento los forjadoscon vigas de hierro sustituyen paulatinamente a los antiguos tablados de madera.

Es preciso que tengamos también en cuenta la marcha de los precios. Losmateriales de construcción se abaratan casi en todas partes, una vez pasadas lasperturbaciones de las guerras napoleónicas; así, es posible usar en construccionespopulares los materiales anteriormente reservados a las construcciones para las

clases superiores. Los salarios de los trabajadores van, por el contrario, enconstante aumento; también este hecho contribuye al progreso técnico, puesto quelos contratistas reciben de buen grado cualquier invento que permita simplificar laejecución y ahorrar mano de obra, aunque sea aumentando, eventualmente, loscostos de los suministros.

En conjunto, las casas de la ciudad industrial son más higiénicas y confortables quelas que conoció la generación precedente; el descenso de la mortalidad infantil nodeja dudas al respecto. Naturalmente, existen grandes diferencias de lugar a lugary de época a época; como ha sucedido siempre, se construyen también tuguriosinhabitables, descritos con vivos colores por las encuestas inglesas y francesasentre 1830 y 1850.

Al valorar estas descripciones es preciso no perder de vista que, casi siempre, laspeores construcciones dependen de circunstancias excepcionales, como ocurre enInglaterra durante las guerras napoleónicas. Por otra parte, si las quejas por lasmalas viviendas son más frecuentes en esta época, no es tanto porque su calidadsea peor que antes, sino porque se las compara a un standard cada vez máselevado. El aumento de nivel de vida y la nueva mentalidad vuelven intolerablesinconvenientes aceptados como inevitables un siglo antes.

La garra de las encuestas de Chadwick o del conde de Melum está en la convicciónde que las miserias constatadas no son un destino inevitable, sino que puedeneliminarse usando los medios de que se dispone. Como indica Tocqueville, “el malque se toleraba pacientemente como inevitable, parece imposible de soportardesde el momento en que nos hacemos a la idea de que podemos escapar de él”.

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Para emitir juicio justo sobre las casas donde habitaron las primeras generacionesindustriales será necesario que distingamos la calidad del edificio aislado y elfuncionamiento del barrio y de la ciudad; la edificación paleoindustrial entra encrisis, sobre todo, desde su vertiente urbanística, como se verá en el capítulosiguiente.

5. Ingeniería y neoclasicismo

El período entre 1760 y 1830, que para los historiadores de la economía es la erade la revolución industrial, corresponde, en los libros de historia del arte, alneoclasicismo.

La relación entre ambos fenómenos requiere alguna otra explicación. Observamosque, justamente en este período, comienza la separación entre arquitectura yproblemas de la práctica constructiva; estos últimos van a parar a manos de unacategoría especial de personas, los ingenieros, mientras que los arquitectos,perdido todo contacto con las exigencias concretas de la sociedad, se refugian en

un mundo de formas abstractas. Es decir, ambos fenómenos tienen lugarparalelamente, pero sin encontrarse, sino que, más bien, se va separando poco apoco; se produce, como dice Giedion, “la ruptura entre la ciencia y su técnica, porun lado, y el arte por el otro, es decir, entre arquitectura y construcción”.

Pero la palabra “clasicismo” abarca una pluralidad de corrientes que entran enrelaciones diversas con el desarrollo de la técnica constructiva.

El espíritu de la Ilustración, al aplicarse al repertorio de la tradición renacentista,reconoce en aquellas formas dos motivos de validez: la correspondencia con losmodelos de la arquitectura antigua, griega y romana, y la racionalidad en laspropias formas, en el sentido de que los elementos arquitectónicos tradicionalespueden ser asimilados a elementos constructivos: las columnas a soportesverticales, los arquitrabes a vigas horizontales, las cornisas a los aleros de lostejados, los tímpanos al encuentro entre dos vertientes de la cubierta, etc.

El progreso de los estudios arqueológicos permite definir la primera comparacióncon la mayor exactitud posible: la antigüedad clásica ha dejado de ser una míticaedad de oro, situada en los confines del tiempo, para convertirse en un períodohistórico científicamente estudiado; así, es posible convertir en datos exactos, lasreglas elásticas y aproximadas legadas por la tradición. Pero el mismo espírituhistórico hace ver que la antigüedad grecorromana o es más que una etapa comocualquier otra, poniéndose en duda el valor normativo que se atribuye a susmodelos.

Análogamente, el progreso de la técnica permite afinar los razonamientosconstructivos y funcionales; la mayor atención acordada a estos hechos induce auna especie de rectificación y restricción de las reglas tradicionales; por ejemplo, lacolumna se justifica sólo si está aislada; el tímpano, únicamente si en realidad tieneun tejado detrás, etc. Frezier, en el “Mercure de France” de 1754, llega a mantenerque las cornisas usadas en el interior de las iglesias son perfectamente absurdas,porque deberían corresponder a canales en el alero del tejado y que hasta un“salvaje con sentido común” (personaje corriente en estas disputas del siglo XVIII)se daría cuenta, inmediatamente, de esta aberración: “él mostraría, sin duda, suspreferencias por la arquitectura gótica, pese a estar tan mal considerada, porque nohace alarde de una imitación tan desquiciada”.

El sistema de la arquitectura tradicional no está en situación de aguantar talescríticas, y la correspondencia aproximada entre elementos constructivos y formales,cosa que hasta este momento se daba por demostrada, no puede mantenerse

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frente a una verificación analítica; el carácter de necesidad que se atribuía, enconsecuencia, a los elementos clásicos no puede ser sostenido por más tiempo.

Por ambos caminos los títulos de legitimidad del antiguo repertorio son puestos adiscusión; la persistencia de las formas clásicas, de los órdenes, etc.; debe

 justificarse, pues, de otra forma, siendo los argumentos posibles los siguientes:

O se recurre a las supuestas leyes eternas de la belleza, que funcionan como unaforma de principio de legitimidad en arte (notemos, de paso, que cuando se recurrede manera explícita a tal principio, ya la opinión pública ha puesto en tela de juicioel tradicional estado de cosas); o se invocan razones de contenido, es decir, seconsidera que el arte debe inculcar las virtudes civiles y que usar las formasantiguas hace recordar los nobles ejemplos de la historia griega y romana; o bien,más simplemente, se atribuye al repertorio clásico una existencia de hecho, a causade la moda o de la costumbre.

La primera posición, sostenida por teóricos como Winckelmann y Milizia, es hechapropia por los más intransigentes miembros de la Academia, como Quatremere deQuincy, preocupados en poner a salvo la autonomía de la cultura artística, y marcala obra de algunos artistas, ligados más rigurosamente a la imitación de losantiguos: Canova, Thorwaldsen, L. P. Baltard. La segunda es característica de lageneración envuelta por la Revolución Francesa, de David y de Ledoux, que hacendel arte profesión de fe política, produciendo una particular distorsión expresiva,que puede encontrarse también en otros de sus contemporáneos, en Soane y enGilly. La tercera posición, que se base en las premisas de los racionalistas del XVIII,como Patte y Rondelet, es teorizada en las nuevas escuelas de ingeniería,especialmente por Durand y, sustancialmente, se apropian de ella los másafortunados proyectistas que trabajan en tiempos de la Restauración: Percier yFontaine en Francia, Nash en Inglaterra, Schinkel en Alemania, así como la granmasa de los ingenieros sin ambiciones artísticas.

Los primeros y los segundos constituyen una minoría culta y combativa, queatribuye al neoclasicismo un valor cultural unívoco: el suyo puede llamarseneoclasicismo ideológico.

Por el contrario, para los otros, es decir, para la mayor parte de los constructores, elneoclasicismo no deja de ser una simple convención, a la que no se atribuyeninguna significación especial, pero que permite dar por descontados y apartar losproblemas formales, para desarrollar de modo analítico, como requiere la culturatécnica de le época, los problemas prácticos constructivos y de distribución: lopodemos llamar neoclasicismo empírico.

Mientras los unos cargan las formas antiguas de significados simbólicos, y, por

encima de la realidad concreta, libran una batalla de ideologías, los otros usanidénticas formas, pero hablan lo menos posible de ellas y, al amparo de estaconvención, profundizan en las nuevas exigencias de la ciudad industrial.

La batalla entre las corrientes del neoclasicismo ideológico es el episodio másllamativo y, corrientemente, viene colocado en el primer plano de la perspectivahistórica, pero no es el más importante para nuestro relato. Quienes aparecen comoinnovadores más audaces, como los arquitectos “revolucionarios”, Etienne-LouisBoullée (1727-1799) y Claude Nicholas Ledoux (1736-1806), no escapan, enrealidad, de las convenciones académicas y no son el exponente más avanzado dela cultura de la época. El papel que se les ha querido atribuir de precursores delmovimiento moderno, está basado en comparaciones formales y no es válido segúncriterios históricos.

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Asimismo, puede explicarse con facilidad la escasa continuidad de sus experiencias.Las tesis del clasicismo ideológico, a pesar de sus elaboradas y rigurosas

  justificaciones, son, en realidad, poco duraderas, puesto que pueden sertrasladadas al mismo terreno filosófico y político de otras tesis y ser sustituidas poréstas. Así, como Boullée interpreta la antigüedad de acuerdo con los ideales laicos yprogresistas de la filosofía iluminista, Chateaubriand, que publica el Génie duChristianisme en 1802, interpreta el gótico de acuerdo con las tendencias delneocatolicismo, y lo revaloriza asociándolo al misticismo medieval; los éxitos de unoy otro estilo cambian, de este modo, siguiendo la popularidad alcanzada por susreferencias respectivas.

Por el contrario, la asociación de gusto clásico y práctica constructiva, aunquefundada en una aceptación convencional, se ha mostrado altamente tenaz ytodavía hoy tiene influencia, como demuestran las obras de algunos grandesconstructores como Perret, Nervi, Candela. Continúa siendo evidente el paralelismode los instrumentos mentales: de hecho, los métodos normales de cálculo de lasestructuras conducen a los ingenieros, hoy como entonces, hacia solucionessimétricas y dotadas de una especie de propensión hacia ciertos efectos típicos delneoclasicismo. Esta relación es explicable históricamente, ya que tanto lasensibilidad neoclásica como los métodos de cálculo derivan ambos, de maneradiversa, de la mentalidad analítica de este período, pero la parcial y relativacoincidencia entre los resultados científicos y los principios del estilo clásico esfácilmente cambiada por una especie de armonía preestablecida, necesaria y total.A través de todo el siglo XIX los ingenieros no se cansan de repetir, con Eiffel, que“las auténticas leyes de la fuerza se encuentran siempre en consonancia con lasleyes secretas de la armonía”.

Conviene captar los orígenes de esta postura en las escuelas de ingeniería, en lasque se forman, desde entonces, la mayor parte de los proyectistas. El curso dearquitectura de la Ecole Polytechnique de París está a cargo de J. L. N. Durand

(1760-1834), alumno de Boullée y espectador de las batallas doctrinales del períodorevolucionario; él utiliza esta compleja herencia, eminentemente teórica, paratransmitir a la generación siguiente un sistema de reglas razonable y práctico,adaptado a la amplitud de las tareas que se presentan.

Es tarea de la arquitectura, propugna él, “la utilidad pública y privada, laconservación, el bienestar de los individuos, de las familias y de la sociedad”. Losmedios a utilizar por la arquitectura son la conveniencia y la economía. Laconveniencia impone solidez, salubridad y comodidad del edificio; la economíarequiere la forma más simple, regular y simétrica posible.

La noción tradicional de los órdenes es criticada por Durand, quien refuta también

las teorías de Laugier y de los tratadistas que intentan dar a las órdenes unasupuesta universalidad, hacerlos derivar de la imitación de la cabaña primitiva, odel cuerpo humano: “hay que concluir, necesariamente, que los órdenes no forman,en modo alguno, la esencia de la arquitectura; que el gusto que se espera de suempleo y de la decoración resultante, no existe; que la propia decoración es unaquimera y los gastos que requiere, una auténtica locura”.

La arquitectura no es reducible, todavía, a un hecho técnico. La belleza derivanecesariamente de la coherencia, con que la arquitectura alcanza su fin utilitario, yla verdadera “decoración” resulta de la más conveniente y económica disposiciónde los elementos estructurales.

Hasta aquí, el programa de Durand (dejando aparte la identificación de la economía

con las formas simétricas) parece anticipar el funcionalismo moderno. Pero élentiende la “disposición” en sentido estrecho, como combinación de elementos

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dados. Su método comprende tres fases: en primer lugar, la descripción de loselementos; luego, los métodos generales para asociar los elementos con el fin deobtener las partes de los edificios y los edificios, por último, el estudio de los tiposde la construcción. Por “elementos” deben entenderse los materiales, con suspropiedades, y las formas y proporciones que éstos adopta al ser puestos en obra.

Las formas y las proporciones son de tres tipos: “las que se deben a la naturalezade los materiales y al uso de los objetos, en cuya construcción se han empleado; lasque la costumbre ha convertido, de algún modo, en necesarias, es decir, las formasy las proporciones imitadas de los edificios antiguos; las que, siendo más simples ydeterminadas, deben tener nuestra preferencia debido a la facilidad con que lascaptamos”.

Durand esboza, al igual que los tratadistas antiguos, una serie de consideracionesconstructivas de las que se deduce una descripción a grandes rasgos de los órdenesarquitectónicos; pero a diferencia de aquéllos, él es rigurosamente lógico, y se daperfecta cuenta de que las formas constructivas “no están tan fijadas en lanaturaleza de las cosas que no se pueda añadir o suprimir algo; por tanto, nada

impide que las determinemos recurriendo a las formas del segundo tipo, sacadas delos edificios antiguos”, justificadas únicamente por la costumbre; “y, puesto queéstas varían bastante en los edificios griegos imitados por los romanos y, a su vez,por los pueblos modernos europeos, tenemos libertad para escoger de entre ellas,las formas y proporciones que, siendo más simples, se adapten mejor a lasatisfacción de la vista y del espíritu, respetando la economía de los edificios”. Deesta manera, efectúa una especie de selección de las formas tradicionales,eligiendo las más simples y esquemáticas.

En conclusión, los proyectistas deberían valerse de las formas clásicas, peropreocuparse lo menos posible de ellas:

 Tampoco deberemos preocuparnos demasiado de las formas del primer tipo, derivadas de lautilidad, aunque sean las más importantes, dado que surgen naturalmente del uso de losobjetos y de la naturaleza de los materiales empleados para llevarlos a cabo; las formas delsegundo tipo las hemos de considerar como hechos puramente locales, destinados,únicamente, a no contrariar nuestras costumbres; así, si construimos en Persia, en China oen Japón, nos abstendremos de usarlas, pues de otro modo iríamos contra las costumbresdel país; se usarán las formas del tercer tipo porque favorecen en muchas circunstancias laeconomía, y facilitan, en todo momento, el estudio de la arquitectura. En fin, los proyectitasse dedicarán, sobre todo, a la disposición que, cuando es conveniente y económica,alcanzando el fin que se propone la arquitectura, se convierte en el origen de la agradablesensación que nos hacen experimentar los edificios.

¿Qué es entonces esa “arquitectura” que se enseña a los alumnos de la EcolePolytechnique, si la parte técnica ha sido absorbida por la ciencia, y la distribuciónde los elementos es sólo un dato de conveniencia exterior? Durand hace de ella unaespecie de teoría combinatoria, asociando entre sí, de todas las maneras posibles,los elementos dados, primero en abstracto, prescindiendo de su destino, luego,según las exigencias distributivas de los diversos temas.

Las figuras del tratado de Durand se reconocen por el grafismo, conforme al gustode la época, pero anuncian toda la producción de los ingenieros del siglo XIX.Aparecen ya claramente todos los caracteres: la manera de componer por adiciónmecánica, la independencia entre el conjunto estructural y el acabado de loselementos, la predilección por las cotas e números redondos y por las formaselementales, que reducen al mínimo el arbitrio del proyectista; los volveremos aencontrar en las obras de Paxton, Eiffel, Contamin, Le Baron Jenney, deHennebique.

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5/6/2018 Cambios en las tecnicas de construccion - Benevolo - slidepdf.com

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Hoy, revalorizada la obra de estos constructores como una de las bases delmovimiento moderno, y cuando la administración va a menudo, más allá de lonecesario, no hay que olvidar que la producción de los ingenieros tiene méritos ydefectos estrictamente dependientes entre sí y está ligada, en ambas direcciones,con la producción de los arquitectos-decoradores.

Unos y otros creen que en el proyecto deben darse por sabidos ciertos aspectos,para que la atención pueda concentrarse en otros, de igual modo que en loscálculos se atribuye un valor convencional a algunas incógnitas, para hallar otras.

* Texto extraído del libro:

Benévolo, Leonardo. Historia de la arquitectura moderna. Barcelona: GustavoGili.

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