caldas una region nueva moderna y nacional

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Caldas: una región nueva,

moderna y nacional

LUIS JAVIER ORTIZ MESA

Profesor Titular

OSCAR ALMARIO GARCÍA

Profesor Asociado

Escuela de Historia

Facultad de Ciencias Humanas y Económicas

Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín

2007

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Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín

© Luis Javier Ortiz Mesa

© Oscar Almario García

Fotografía portada: Caña y palmeras (Astrocryum et Ceroxylon) en las Pavas

(Quindío). Grabado No. 224. Tomado de: Fabulous Colombia’s Geography.

Compiled and directed by Eduardo Acevedo Latorre. Sexta Edición. Litografía

Arco. Bogotá, Colombia. 1990.

ISBN: 978 958 8256 74-7

Primera Edición: Noviembre de 2007

Diseño, diagramación, impresión y encuadernación:

Centro de Publicaciones Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, sin permiso escrito de la Universidad Nacional de

Colombia Sede Medellín.

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Presentación

El presente trabajo sobre Caldas consta de una introducción y dos partes. La primera está

referida a imágenes y construcciones sobre la región en el siglo XX y a perspectivas

investigativas que arroja el balance bibliográfico realizado. Allí se sugieren tres períodos:

el primero comprende los años 1905-1935; el segundo se extiende hasta fines de la

década de 1960; y el tercero recoge las nuevas construcciones e imágenes regionales

entre 1970 y 1996. La segunda parte presenta una visión comprensiva del modo como se

construyó la región Caldense en el siglo XIX, a través de un panorama sobre territorios,

poblamientos y conflictos, y sobre la configuración de sus países, a saber: el país del

norte caldense o del sur Antioqueño: colonizaciones, poblados, orden y conflictos; el país

del centro: Antioquia vs. Cauca, colonizaciones blancas, mestizas y negras; el país del

oriente: un encuentro conservador entre Antioquia y Tolima con matices liberales en

zonas cálidas; el país del occidente, heterogeneidad cultural, sociedades indfgenas y

negras y conflictos por tierras: de Anserma por Quinchía hasta Marmato; el país del

Quindío: poblamientos, luchas, leyes y café.

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Agradecimientos

La realización delpresente trabajo es parte de la investigación ‘Poder y Cultura en el

occidente colombiano” elaborada entre 1994 y 1998 gracias al apoyo financiero de

Colciencias, la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Universidad Nacional

de Colombia, Sede Medellín, y el CINDEC de la misma Universidad; el ICFES apoyó un

Encuentro de investigadores de Antioquia y Cauca en 1995 y la edición mecanográfica de

sus memorias. El investigador principal del proyecto fue el profesor Oscar Almario García

y el co-investigador, el profesor Luis Javier Ortiz Mesa. Ambos docentes discutimos las

perspectivas historiográficas, metodológicas y temáticas del presente trabajo sobre

Caldas, el cual fue redactado finalmente por el profesor Luis Javier Ortiz Mesa, con

excepción de la introducción escrita por el profesor Oscar Almario García. Damos

nuestros agradecimientos a los archivos, bibliotecas y hemerotecas de Risaralda, Caldas

y Quindío por las valiosas fuentes que nos ofrecieron para la elaboración de la

investigación. Agradecemos, asimismo, al historiador Albeiro Valencia Llano de la

Universidad de Caldas por su hospitalidad y valiosas sugerencias para comprender

tópicos del Viejo Caldas. En Manizales, al investigador Alfredo Cardona y, en Supía, a

Jorge Eliécer Zapata Bonilla por su interés en compartir con los autores sus

conocimientos y afectos por las historias locales. Roberto Luis Jaramillo, historiador y

amigo fue siempre un interlocutor creativo y sugerente para avanzar en nuestro estudio.

Contamos siempre con el apoyo permanente y eficaz de nuestros asistentes de

investigación, Lina Marcela González Gómez y José Alfonso Cano Velásquez. Daniel

Restrepo Posada colaboró con dedicación y eficacia como corrector de pruebas para la

edición de la presente investigación.

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Índice

Presentación…..4

Agradecimientos…..5

Índice…..6

A manera de Introducción…..7

Las percepciones historiográficas de la colonización antioqueña”

Capítulo 1

IMÁGENES Y CONSTRUCCIONES SOBRE LA REGIÓN EN EL SIGLO XX…29

El primer período…..30

El segundo período…..32

El tercer período…..38

Perspectivas…..64

Capítulo II

CALDAS: UNA RÁPIDA CONSTRUCCIÓN REGIONAL EN EL SIGLO XIX…69

1. Una región antioqueña, caucana y tolimense: territorios, poblamientos y conflictos..69

2. Los Países…..83

2.1 El norte caldense o el sur de Antioquia: colonizaciones, poblados, orden y conflictos

2.2 El país del centro: Antioquia vs. Cauca, colonizaciones blancas, mestizas y negras.

2.3 El país del Oriente: un encuentro conservador entre Antioquia y Tolima con matices

liberales en zonas cálidas….104

2.4 El país del Occidente: heterogeneidad cultural, sociedades indígenas y negras y

conflictos por tierras: de Anserma por Quinchía hasta Marmato…..109

2.5 El país del Quindío: poblamientos, luchas, leyes y café…..123

Bibliografia…..131

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A manera de Introducción

LAS PERCEPCIONES HISTORIOGRÁFICAS

DE LA “COLONIZACIÓN ANTIOQUEÑA” *

Los autores, de común acuerdo, hemos querido utilizar el siguiente ensayo como

Introducción de este libro por las razones que se exponen a continuación.

Aunque fue escrito con un propósito académico específico por uno de nosotros, como se

explica enseguida, sus líneas de reflexión forman parte del trabajo colectivo realizado por

los autores en el contexto del proyecto de investigación Poder y cultura en el occidente

colombiano (1998), auspiciado por Colciencias y la Universidad Nacional de Colombia.

Sin duda, este ensayo sintetiza y profundiza discusiones y problemas tratados en dicha

investigación.

Durante el desarrollo de la misma, los investigadores experimentamos un inevitable,

renovado y retador encuentro con uno de los temas más referenciados y controvertidos de

la historiografía nacional, la llamada colonización antioqueña, que ha sido tratado con

amplitud tanto por propios como por extraños. Precisamente, el interrogarnos por cómo se

había configurado la región caldense a través de la acción de varias generaciones de

estudiosos sociales, nos permitió concluir algo central para entender su especificidad. En

efecto, ya se trate de describir e interpretar la dinámica socio-histórica de esta sociedad o

de identificar las maneras de representarla por parte de los distintos imaginarios

* Este ensayo se basa, en lo fundamental, en el concepto escrito que sobre el trabajo de grado del aspirante a Magíster en Historia Jaime

Eduardo Londoño Motta, titulado Los Procesos de frontera y de Colonización en el Norte del Suroccidente Colombiano. Un Modelo Alternativo

a la Colonización Antioqueña de James Parsons (213 páginas), presentó uno de nosotros, Oscar Almario G., como evaluador, ante el

programa de Maestría en Historia de la Universidad Industrial de Santander en noviembre de 2002.

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surgidos al hilo de los acontecimientos, incluidos los que construyeron las disciplinas

sociales en las últimas décadas, Caldas se presenta ante la historia de Colombia como

una región nueva y nacional.

No obstante, desde nuestra perspectiva, este reconocimiento no supone entender que

Caldas represente algo así como la pieza clave para armar el rompecabezas de un país

en transición a la modernidad y que como tal permitiría descifrar el complejo asunto de

nuestra singularidad histórica, la esquiva y dilatada construcción de la unidad nacional

colombiana, y mucho menos que ella pueda explicarse ahora como el resultado de un

tránsito “natural” desde regiones históricas como Cauca y Antioquia hacia regiones

nuevas como Caldas o el Valle del Cauca. Por el contrario, nuestro ejercicio de revisión

historiográfica en el caso de Caldas, muestra las múltiples dinámicas sociales, la

diversidad de sujetos colectivos y la variedad de conflictos que concurrieron en la

formación de esta región.

En esa perspectiva, de hacer más complejas y comprehensivas las relaciones región-

nación-Estado, conviene discutir de nuevo conceptos como colonización, frontera y región

a la luz de otros enfoques y énfasis, lo que facilita comprender mejor esta valiosa

experiencia histórica, así como su comparación con otras.

Tal es, pues, el propósito de esta Introducción, a manera de abrebocas de lo que el lector

encontrará en el conjunto del libro.

***

Este ensayo, surgió de la realización de una tarea académica, cuando se le encomendó a

uno de nosotros la delicada pero estimulante misión de evaluar el estudio de Jaime

Eduardo Londoño Motta, Los Procesos de frontera y de Colonización en el Norte del

Suroccidente Colombiano. Un Modelo Alternativo a la Colonización Antioqueña de

JamesParsons, la cual fue aprovechada para plantear una discusión que no se agota con

la ponderación de sus aportes pero tampoco con las observaciones acerca de sus

limitaciones, puesto que toca uno de los temas más importantes y delicados de la historia

de Colombia.

1. En sus aspectos formales el trabajo de Londoño Motta consta de cinco capítulos, que

implícitamente forman dos partes bien diferenciadas: la primera (caps. 1 y II ), ofrece el

panorama de la discusión conceptual y metodológica planteada por el autor acerca de la

obra del geógrafo norteamericano James J. Parsdns y su influencia sobre la historiografía

colombiana y latinoamericana en torno al tema de la colonización y la frontera; la segunda

parte (caps. 111,1V y y), presenta su pretendida base empírica y el contra- modelo en

relación con lo expuesto por Parsons. Igualmente, en las 213 páginas de este trabajo se

incluyen la introducción, conclusiones y bibliografía. Más los anexos: 13 cuadros y 9

mapas. Los cuadros y mapas no son originales del trabajo, se retoman de otras obras,

pero se han insertado adecuadamente para facilitar su lectura y comprensión. El trabajo

se atiene a las formas convencionales exigidas a este tipo de estudios, en cuanto a su

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presentación, referencias bibliográficas y manejo de anexos. Cabe decir también que en

términos generales el estudio está bien escrito, lo que permite su comprensión y el

seguimiento de los argumentos y de las hipótesis en juego.

2. En cuanto a sus aspectos de fondo, contenido y metodología de investigación, el

trabajo pretende varios y muy ambiciosos objetivos: a) demostrar que la influencia de

Parsons en la historiografía colombiana ha sido determinante en la manera cómo ésta ha

visto y abordado los problemas de frontera y colonización en el sur antioqueño o norte del

suroccidente colombiano o caucano; b) ofrecer un nuevo modelo, contrapuesto al de

Parsons, para el tratamiento de estos asuntos, que Londoño retorna de Richard Morse y

que denomina “patrón de archipiélagos”; c) mostrar la validez de tal modelo por medio de

la metodología desplegada en la investigación, consistente, en lo fundamental, en una

revisión bibliográfica de los materiales histonográficos que se ocupan de estas cuestiones

y finalmente con la construcción de una nueva síntesis.

3. Su argumento central o hipotético sostiene que el modelo de Parsons (que según el

autor proviene del historiador norteamericano F. J. Turner), quien construyó una imagen

idealizada de esta experiencia, primero fue apropiado de forma pasiva y después fue

aplicado mecánicamente por la historiografía colombiana. Con base en esta afirmación, la

historiografía al respecto queda reducida por completo a ser la prueba reina de esta

supuesta evidencia, a duras penas matizada por una tipología que diferencia entre

defensores-continuadores y críticos—continuadores del modelo de Parsons. La distinción

conceptual entre frontera y colonización se plantea como fundamental para la

metodología del estudio. Al tiempo que el modelo alternativo de Morse-Londoño, se

constataría a través de la categoría de válvula de seguridad, que pretende dar cuenta del

papel que habrían jugado los espacios vacíos o marginales del suroccidente colombiano

al actuar como receptores de la población excedente que se desplazó hacia ellos desde

los núcleos históricos de Antioquia. Esta hipótesis se complementa con el argumento de

la existencia de cinco factores de incidencia en estos desplazamientos: los baldíos, los

imaginarios de frontera, la economía cafetera de exportación, la construcción del

Ferrocarril del Pacífico y un marco imaginario de frontera que resulta de la imbricación de

dichos factores, de los cuales el trabajo se esfuerza por documentar y constatar

únicamente el primero de ellos, es decir, el de los baldíos.

Sin embargo, no acabamos de comprender del todo hasta dónde el autor es plenamente

consciente de la paradoja de su empresa. Porque el modelo que se cuestiona (el de

TurnerParsons) con el argumento de la supuesta carga de prejuicios que tenía el primero

en la valoración de las circunstancias históricas de Norteamérica hacia finales del siglo

XIX y principios del XX, y que el segundo extendió a la “colonización antioqueña” sin

contar con el suficiente soporte factual, y todo ello para alimentar el mito identitario

antioqueño, es justamente replicado desde otro horizonte conceptual, que también

presenta varios prejuicios, y con otro modelo (el de Morse-Londoño) que se intenta validar

con un balance bibliográfico sin duda limitado como veremos. No obstante estas

contradicciones, uno de los mayores méritos que hay que reconocerle al estudio

presentado por Jaime Londoño, consiste en haber retomado un problema fundamental

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para la historiografía nacional y para la propia constitución de nuestra nacionalidad: el

mismo que fue leído muchas veces como “colonización antioqueña” y que ahora debemos

interpretar como un fenómeno singular, en el que concurren varias colonizaciones,

actores sociales diversos, imaginarios distintos, procesos y conflictos variados.

4. En los capítulos iniciales de su trabajo, 1 y II, Londoño realiza una contextualización del

modelo Tuiner-Parsons y de la manera cómo, según él, fue acogido y aplicado por la

historiografía colombiana que estudia la conformación del espacio que dio origen a la

sociedad del Viejo Caldas como una prolongación del ethos antioqueño. El esfuerzo del

autor para reconstruir tanto los aportes de los norteamericanos como sus limitaciones son

notorios, sin embargo, obsesionado más por justificar su contra-modelo que en ser fiel a

un balance historiográfico, el autor pierde la objetividad y el control de la discusión, como

lo indican varios extravíos.

5. La relación que establece el autor entre Turner y Parsons es pertinente. Asimismo, es

procedente la discusión sobre las conexiones entre hallazgos historiográficos y formación

de identidad nacional en el contexto norteamericano y es válido que por vía comparativa

se intente precisar su incidencia en el caso antioqueño y colombiano en ambos campos.

Sin embargo, estas correlaciones son tan complejas como elusivas, tanto para el caso

norteamericano como para el colombiano, porque dependen de una relación igualmente

conflictiva, entre discurso histórico y representaciones colectivas. Pero Londoño, guiado

por un explicable celo disciplinar pero que lo conduce a lo unilateral, sólo se preocupa de

uno de los polos de dicho conflicto en torno a estos ordenes del discurso (el

historiográfico), descuidando el otro (el ideológico e imaginario), lo que tiene

consecuencias metodológicas problemáticas para su proyecto, como veremos.

En efecto, está fuera de toda discusión, que de los hallazgos del historiador

norteamericano F. J. Turner en torno a la frontera y la colonización del Oeste y su

consiguiente modelo, se derivaron un conjunto de problemas ideológicos y políticos que

tiene que ver con la construcción de la unidad nacional norteamericana y de su identidad

en aquella época. Pero lo que realmente resultó ser trascendental para la historiografia

norteamericana, una vez se superó el primer debate acerca del compromiso entre la visón

de la historia y la conciencia colectiva, es la discusión en torno a la peculiaridad de la

sociedad que se construyó bajo la experiencia de la expansión de la frontera

colonizadora, su incidencia en el llamado carácter nacional norteamericano y cómo

valorar el aporte particular de la frontera en la construcción de una unidad nacional que

debió partir de muchos fragmentos originales.

Tema que, por otra parte, resulta clave a la hora de tender un puente comparativo con el

caso concreto que nos ocupa, el de la frontera sur de Antioquia y norte del Cauca,

espacio en el que supuestamente se confirma el empuje de lo “antioqueño”, donde toma

forma la economía cafetera y con cuya configuración social se resuelve la pretendida y

tardía unidad nacional colombiana, al crearse un continuwn desde Rionegro hasta Nariño.

El célebre “triángulo de oro” de la nación colombiana (Bogotá, Medellín, Cali), se reforzó

entonces a partir de la configuración del Gran Caldas, con lo cual se habría superado

también la secular diferencia entre el Cauca aristocrático y esclavista y la Antioquía

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democrática y emprendedora. Sin embargo, la posibilidad de comparación entre el caso

norteamericano y el colombiano en buena medida se frustra, porque el autor reduce el

modelo de Turner y por extensión el de Parsons, a mera ideología e impertinencia

metodológica, con lo cual queda muy poco margen para una discusión relevante en torno

a los procesos vividos y la comprensión de los mismos por los historiadores y otros

pensadores sociales.

6 En efecto la comprension de la vision turnenana de la frontera cobra pleno sentido si la

entendemos como parte de una doble construcción: historiográfica, para explicar un

período de la historia americana, por un lado, e ideológica, respecto de la identidad

nacional, por el otro. Desde entonces y en adelante, en relación con ambas tradiciones, la

académica y la ideológica, entran en juego varios asuntos: la célebre cuestión del carácter

“excepcional” de la experiencia americana; la división de la historiografía en dos escuelas

con sus respectivas influencias en la conciencia colectiva, que giran en torno a las ideas

de consenso y conflicto; la valoración que en la actualidad se le da a la combinación de

tradiciones culturales y procesos de modernización así como a la heterogeneidad y

homogeneidad social e ideológica en la producción de la singularidad histórica de ese

país; en últimas, sobre el interrogante de cómo fueron posibles y coexistentes desde la

colonia y hasta el presente el universo religioso del puritano y el del yanqui surgido del

reto con los territorios de colonización temprana y después tardía.

Turner no sólo no desconoce el conflicto en el devenir norteamericano, sino que lo coloca

en el centro de sus hipótesis; pero lo que sí hace es que lo desplaza, al enfatizar que es la

frontera abierta y que mira hacia el Pacífico, la verdadera constructora del carácter

nacional por oposición al aporte histórico de la costa este o Atlántica. Sus obras claves

son el célebre artículo de 1893 sobre el significado de la frontera en la historía

norteamericana, que convirtió en libro en 1920 (Turner, 1920), y finalmente otra ¿bra suya

sobre la región en la historia nacional publicado en 1950 (Turner, 1950). Con la lectura

atenta de la magistral obra de Oscar Handlin (La verdad en la historia, 1979/1982), uno de

los más brillantes representantes de la nueva historiografía norteamericana, hubiera sido

suficiente para que Londoño se ubicara mejor en la importancia de esta discusión y en su

contexto preciso, pero desafortunadamente no parece haberla tenido en cuenta.

Según este historiador norteamericano, la migración ha sido la gran obsesión de la cultura

nacional de ese país, lo que por otra parte explica que las mismas preguntas sobre por

qué migraron los colonizadores de sus territorios originales, por qué llegaron a esa tierra

prometida y porqué siguieron avanzando sobre territorios baldíos u ocupados por los

grupos indígenas, se vuelvan a plantear una y otra vez desde distintos horizontes

historiográficos y políticos. Norteamérica, dividida entre dos regiones y culturas diferentes,

el Norte y el Sur, superará tarde el regionalismo y en la resolución de esta fractura social,

el Oeste parece entonces tener la clave para explicar y comprender la peculiaridad de su

unidad nacional. Aunque esta dinámica de fortalecimiento del proyecto nacional se

empieza a gestar entre 1815 y 1900 en medio de múltiplesycontradictorios procesos,

enrealidadcnstaliza después, en la primera mitad del siglo XX, según el estudio R. M.

Crunden (Introducción a la historia de ¡a cultura norteamericana, 1990/ 1994). Ahora bien,

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mientras que “Norte” y “Sur” designan realidades culturalmente reconocibles

(modernización / industrialismo vs. tradicionalismo / esclavismo), “Oeste” es un concepto

impreciso y ante todo promisorio, de futuro, y útil para el despliegue más de lo imaginario

que de lo real. La cultura nacional será entonces el resultado tardío de una síntesis de

estos imaginarios distintos, que se produce entre 1900-1941, después de que se

restañaron las heridas de la guerra civil de 1861-1863, se impusiera un ambiente

pragmático para resolver las diferencias y conflictos aplazados y se reconciliaran lo

urbano y lo rural al compás de la industrialización y de la modernización de la agricultura.

Por supuesto que quedaba pendiente el gran “dilema americano”, según el análisis de G.

Myrdal en 1944 y A. Rose en 1944 y como lo confirmarían los conflictos de las décadas

posteriores, es decir, la paradoja de una dinámica sociedad democrática pero incapaz de

integrar plenamente a los negros al proyecto nacional.

7. A nuestro juicio, este es el contexto adecuado para valorar la obra de Turner, y en esto

no hacemos más que seguir a Handlin, quien observa que fue la reducción de sus ideas a

los elementos ideológicos en torno a la frontera, operación que es de la entera

responsabilidad de los partidarios de una historia institucional y no de este historiador, lo

que obscureció los otros e importantes elementos de su obra y la de sus discípulos.

Según Handlin, Turner se apartaba de una visión institucional de la historia y tenía una

mirada más amplia que la de la mayoría de sus seguidores, era contrario a determinismos

geográficos y políticos, procuró mostrar las conexiones entre estos fenómenos y los

culturales y religiosos, y propugnaba por que estos fueran observados y apreciados en

una escala adecuada, lo que lo llevó a interrogarse sobre cómo es que ellos toman forma

en la dimensión regional. También parece evidente que Turner no fue del todo conciente

de la influencia e impacto de sus tesis académicas en el ambiente político e ideológico y

que en su caso se ha producido una suerte de injusticia historiográfica. En efecto, siempre

según Handlin, desde 1920 se fue imponiendo una nueva generación de

historiadores positivistas interesados en un nuevo relato histórico que se ocupaba más de

los fenómenos sociológicos (inmigrantes recientes, la clase obrera y la industrialización,

las mujeres, las minorías étnicas) que demandaban explicaciones a las ciencias sociales,

y fue sólo después de 1945 que se retornó, bajo nuevos parámetros, al antiguo paradigma

consensual para explicar la historia nacional y que se redescubrió, para manipularla, la

obra de Turner y sus ideas sobre la frontera y el Oeste. En esa misma vena se

encuentran las opiniones al respecto de otro experto en la historia norteamericana, quien

considera que fue después de la segunda guerra mundial, y por supuesto ya bajo la

influencia de la sociología parsomana (la referencia aquí es a T. S. Parsons, “el grande”),

que las tesis expuestas por Turner en un contexto muy distinto, se pusieron al servicio de

los ideales de una historiografía consensualista en los Estados Unidos, que para ese

entonces estaban ávidos de unidad mítica e ideológica para asumir el reto de actuar como

la gran potencia que emergió de entre las cenizas de la guerra y que se enfrentaba a un

poderoso enemigo externo, la Unión Soviética y el comunismo (Cf. Zunz, 1990:272-283).

8. No obstante, no se puede inferir con ligereza de lo dicho, que J. J. Parsons, “el

nuestro”, fuera un simple agente del modelo funcionalista del otro Parsons, cuyo

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pensamiento sociológico, dicho sea de paso, por su riqueza y complejidad, tampoco

puede ser reducido a mero sostén teórico del mundo capitalista surgido de la posguerra,

sino que incluye muchos otros aspectos que hoy se están retomando y revalorando por

las ciencias sociales bajo otros paradigmas, pero que no es del caso detallar aquí. En

Parsons, el geógrafo que estudió la “colonización antioqueña” en Colombia, se

entremezclan varias y muy valiosas tradiciones académicas, entre las que se destaca la

influencia de la geografía cultural de Carl O. Sauer, que se orienta por una perspectiva

compleja e integradora de fenómenos sociales diversos.

Pero lo significativo es que la más reciente historiografía norteamericana al respecto (Cf.

las obras citadas por Handlin y Zunz) ha terminado tanto por reconciliarse como por

superar la perspectiva de Turner, apuntando ahora sí a una síntesis de la historia

norteamericana, al identificar que el puritano y el yanqui, el colonizador originario y el

moderno, la comunidad socio-religiosa original y la construcción de modernidad y Estado,

son ocesos sin duda diferentes pero que lejos de haberse excluido se complementaron y

retroalimentaron para dar forma a la peculiaridad de la experiencia histórica de ese país.

No obstante, el hecho de que Londoño no identifique o reconozca estas tendencias y

luchas internas en la historiografía norteamericana y aun en el imaginario colectivo de sus

ciudadanos, hace que su alegato contra el modelo Turner-Parsons tenga un punto de

partida incompleto y que su consecuencia metodológica inevitable sea la de su sesgo

respecto del análisis del modelo de Parsons para analizar el caso de la “colonización

antioqueña”.

9. Por otra parte, la revisión bibliográfica asumida por Loiidoño, tiene toda la intención y el

diseño de seriedad requerida por el caso y por la propia investigación, no obstante varios

dvidos importantes que detallaré más adelante. Pero insisto, que tal vez z obsesionado

por un ajuste de cuentas historiográfico, es decir, por el esquema mental de trabajo de un

modelo al que hay que oponer un contra-modelo, su balance termina por negar o no ver

suficientes evidencias que indican que desde los años setenta hasta nuestros días, el

modelo de Parsons se fue superando, en forma sistemática y sin interrupciones, por los

trabajos de las nuevas generaciones de historiadores profesionales y aficionados. Se le

puede conceder a Londoño que se trata de una superación del modelo de Parsons más

bien acumulativa que intencional o consciente, realizada sin mucha convicción combativa,

pero no hay duda de que al fin y al cabo se trata de una superación del modelo y eso es lo

que importa.

En efecto, una mirada más atenta y menos sesgada sobre la historiografía que se inicia

desde la década del setenta, le habría ayudado a Londoño a matizar sus puntos de vista.

En concreto, lo hubiera puesto sobre aviso de que las relaciones entre los modelos y la

construcción de saberes históricos son mucho más complejas de lo que parecen, como

este caso lo pone de presente. En efecto, sin negar la importancia de discutir la influencia

del modelo de Parsons (y Turner), una cuestión de fondo que Londoño olvida es que la

construcción historiográfica del occidente colombiano fue tardía y que debemos admitir

que es en la medida en que se gana en la información y comprensión de procesos y

espacios contrastados, como finalmente se pueden trascender modelos como el de

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Parsons y cualquier otro. Más concretamente todavía, en lo personal soy de la idea de

que las figuras claves en la construcción académica del Occidente colombiano son

precisamente J. J. Parsons y G. Colmenares (nuestro estudio para Colciencias y la

Universidad Nacional de Colombia lo dedicamos al colombiano y al norteamericano,

fallecidos en 1990 y 1997, respectivamente), pero que no deja de ser una paradoja que la

tarea de correlacionar sus respectivos trabajos sea todavía una empresa en ciernes

(Almario y Ortiz, 1998).

Los aciertos y errores en el trabajo nuestro y los que veo ahora en el de Londoño me

confirman esta percepción. Echamos de menos también y lo lamentamos sinceramente,

que el trabajo que realizamos Luis Javier Ortiz y Oscar Almario, similar por la temática y la

metodología al de Londoño, le sea desconocido.

En nuestro caso, fue el reconocimiento de los avatares en la construcción historiográfica

del occidente colombiano, el que nos dio la clave para penetrar en la densa y al tiempo

desigual producción al respecto, en las últimas décadas en general, y a la que se refiere a

la construcción del Viejo Caldas en particular, como mostraré más adelante.

A propósito de lo que aquí se evalúa y discute, una pieza clave del rompecabezas se

encuentra en Colmenares. Mientras que en el primer libro de Colmenares (1973) sobre la

economía y sociedad colonial se había olvidado en buena parte el tratamiento del

occidente de la Nueva Granada, dicha debilidad se corrige con el siguiente libro suyo

sobre Cali (1975), en el que se pone de relieve la gran autonomía de las estructuras

provinciales frente al poder central colonial (Popayán o Santafé). Este ejercicio, además,

constataba la pertinencia de su ya enunciado proyecto de una historia regional como

alternativa a los modelos estériles que no estaban dispuestos a abordar con rigor la tarea

de la documentación histórica y su análisis.

Es importante traer a cuenta estos asuntos, porque en el trabajo de 1973, Colmenares

utiliza un horizonte conceptual acerca de la frontera y la colonización que no tiene nada

que ver con las ideas de Tumer-Parsons (y las confusiones anotadas) y sí con lo expuesto

por el historiador chileno Rolando Mellafe (1969), a propósito de la frontera agraria del

virreinato peruano en el siglo XVI. Lo que es una evidencia en contra del supuesto de

Londoño acerca de la influencia inapelable del modelo de Turner-Parsons en la

historiografía latinoamericana sobre el tema. Por supuesto que se trata de problemas

históricos distintos, es decir, en un caso la frontera colonial y en el otro la frontera

republicana. Pero lo que sí queremos subrayar aquí, es que ya desde principios de los

setenta, Colmenares proponía analizar la “frontera” colonial bajo unos parámetros

conflictivos y fluidos, como una relación social y de poder entre los núcleos urbanos y los

pueblos indios subordinados o potencialmente tales, como un asunto observable a la luz

del control social y político del espacio, en el que están presentes la resistencia indígena y

las rivalidades de centros urbanos por el control de su mano de obra. Si bien es cierto que

estos hallazgos y explicaciones se utilizan en Colmenares para dar cuenta de la

consolidación y los retos en el dominio colonial, son una evidencia historiográfica

innovadora que no se puede soslayar, precisamente porque con base en ellos se

definirían después, por el propio Colmenares y por nuevas

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generaciones de historiadores, buena parte del tratamiento de los asuntos espaciales y de

poblamiento en tiempos decimonónicos y contemporáneos.

No hay que olvidar, por otra parte, que mientras que la producción historiográfica del

mundo “paisa” sobre esta frontera es abundante, la reciente producción historiográfica

que se hace desde el mundo “caucano” es muy reducida y se concreta en unos cuantos

nombres (Zuluaga, Vélez, Valencia Llano, Atehortúa, Londoño,Betancur, A]mario, entre

otros). Llama la atención que Londoño olvide considerar uno de los pocos estudios que

tratan el tema de las fronteras del Gran Cauca, y más aun cuando la parte sustantiva de

su argumento es directamente polémica con la perspectiva de Londoño. En efecto,

Valencia Llano (1993b) estudió el tema de las relaciones entre el poblaniiento y la

modificación de las fronteras, un tema que no obstante su relevancia, en realidad había

sido .olvidado por la historiografía regional, lo que por otra parte confirma el precario

estado de los estudios de historia demográfica. El autor parte de un argumento central:

“Los bajos niveles poblacionales y lo extenso del territorio evidencian que el Cauca no

tenía población suficiente para ocupar los inmensos baldíos que lo conformaban”

(Valencia Llano, 1993b: 1). Sobre todo los de la frontera norte que lindaba con Antioquía y

que desde la segunda mitad del siglo XIX empezaron a ser ocupados por las avanzadas

de los colonizadores mestizos-blancos provenientes de dicha región competidora del Gran

Cauca. En contraste, las otras tres zonas fronterizas del Cauca estudiadas por Valencia

—la inexplorada región de vertiente que daba al Amazonas, la de los “baldíos” de la

amplia frontera del Pacífico asociada a las explotaciones mineras y las tierras de los

resguardos indígenas del sur andino, que eran de propiedad comunitaria—, presentaban,

en medio de diferencias notables, la característica común de ser, al tiempo, fronteras

económicas y culturales, por el hecho de estar ocupadas por grupos étnicos como los

indígenas y los negros, que no se correspondían con el ideal de mestizaje proclamado por

la República. Lo que sugerimos es que de cualquier manera, la débil migración caucana y

la más dinámica “antioqueña”, representan sin duda maginanos distintos pero de todas

formas étnicamente compatibles porque se trata de mestizo-blancos, es decir, que los que

se encuentran en esos espacios “vacíos” no son mayoritariamente indios ni negros. Pero

el autor descuida el tratamiento de estos aspectos.

Las otras piezas del rompecabezas son muy variadas y la ruta más confiable para

visualizarlas parece ser la de seguir en el tiempo esas construcciones historiográficas,

metocíología en la que coincidimos con Londoño. Sin embargo, los resultados de ambos

ejercicios son diferentes y hasta contradictorios.

10. Otra contradicción de Londoño parece residir en la cuestión de cómo se captan y

analizan fenómenos tendenciales en los procesos de frontera y colonización en los

espacios bajo estudio. En efecto, al poner el énfasis en que tales procesos ocurren en el

norte del suroccidente colombiano, Londoño parece sugerir que la tendencia social y

demográfica principal procede de sur a norte, es decir, que se orienta desde el Cauca

hacia Antioquia, y eso es algo que con base en información contrastada y aún con su

propia información y documentación no se puede concluir. En nuestro caso (Almario y

Ortiz, 1998, II: 197-384), preferimos definir a Caldas, como “una región nueva, moderna y

Sebastián Martínez Botero
Sebastián Martínez Botero

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nacional”, con lo cual sugerimos que si bien es el resultado de múltiples procesos de

frontera y colonización, finalmente se trata de una nueva región nacional, que cuenta con

identidad propia y que ya no se trata de una región que responda en lo fundamental a las

lógicas políticas y culturales decimonónicas y a las de sus antiguas “unidades”. Para

llegar a nuestras conclusiones, consultamos un total de 374 registros bibliográficos,

mientras que Londoño llega a ls suyas a través de 110 registros bibliográficos. Pero la

cuestión no alude en estricto sentido a lo cuantitativo, porque como suele ocurrir en

cualquier balance bibliográfico, siempre habrá criterios dispares a la hora de seleccionar

el material a evaluar. No obstante, en los balances bibliográficos hay que proceder con

suma cautela porque cualquier error puede desenfocar la labor. Por ejemplo, en nuestro

balance, decidimos incluir miradas sobre la región que trascienden la de los historiadores

pero que son portadoras de imaginarios históricos, como en la novela, el relato popular, la

geografía, la sociología histórica, entre otras; asimismo, ampliamos la revisión de

materiales hasta principios del siglo XX porque teníamos la percepción de que la

construcción de la región articulaba tanto esfuerzos de los intelectuales como de los

imaginarios colectivos. Pero lo más importante a tener en cuenta en este punto, es que la

conclusión del balance bibliográfico de Londoño se resume en que, no obstante matices e

intentos de superación, el modelo de Parsons se ha mantenido incólume hasta el

presente. Mientras que nuestro balance difiere en mucho de esa conclusión. Y respecto

de las explicaciones acerca de qué es lo que explica en último término los

desplazamientos hacia esos lugares “vacíos”, la hipótesis de la válvula de seguridad

parece haber funcionado sobre todo a favor de lo antioqueño antes que de lo caucano.

11. Buena parte de los problemas de Londoño en su balance bibliográfico, aparte de lo

parcial que resulta, se originan en que no alcanza a captar la riqueza historiográfica e

ideológica que gira en torno a la configuración de la región y que amenta diferenciar tres

períodos en cuanto a la construcción de las imágenes de ella: el primero comprende los

años 1905-1935; el segundo se extiende hasta fines de la década de 1960; y el tercero

recoge las nuevas construcciones e imágenes regionales a partir de 1970 hasta la fecha,

aproximadamente.1

El primer período cubre los años comprendidos entre 1905 y 1935, y revela un optimismo

social, económico, político y cultural, fruto de la “epopeya colonizadora”; del

fortalecimiento de valores identitanos; del auge del comercio y de la producción cafetera,

ganadera, minera, agrícola e industrial, jalonados por una sociedad trabajadora que puso

en acción medios de comunicación cada vez más modernos: cables aéreos, navegación a

vapor, ferrocarriles y carreteras para realizar intercambios con el resto del país y con el

exterior, basados en una nueva moneda: el café. La visión que predominó fue la

geográfica: Apuntes para la Historia de Manizales de José María Restrepo Maya (1914),

Geografía Médica y Nosológica del Departamento de Caldas de Emilio Robledo (1916) y

sobre todo, cuando como resultado de los programas liberales de Cultura Aldeana, se

publique La Geografía Económica de Caldas (1937) de Antonio García. Fueron

1 Las siguientes páginas con base en Almario y Ortiz, 1998, II: 197-384. En este estudio, la parte correspondiente a Caldas fue redactada por

Luis Javier Ortiz y aquí he tomado apartes textuales para los efectos del presente ensayo.

Sebastián Martínez Botero

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precisamente estas primeras imágenes las que impactarían a Parsons, cuando éste visitó

Colombia en la década del cuarenta, pero imágenes similares le fueron también

transmitidas de viva voz por sus informantes en aquella época.

En este contexto, el proyecto de las élites de Manizales fundado en los anteriores rasgos,

se impuso, no sin tropiezos, en la casi totalidad del Viejo Caldas. Dichas élites buscaron

hacer un departamento moderno e integrado económica, social y culturalmente, con un

peso significativo del conservatismo y de la Iglesia, altos niveles educativos y otros lazos

de cohesión social tales como: juegos florales, concursos literarios, publicaciones e

imprentas, periódicos, revistas y buena comunicación con los ejes de los mercados

nacional e internacional.

Con una bonanza económica significativa y con el liderazgo político y cultural de sus

élites, roto el cordón umbilical de Medellín, se vislumbraba ya una identidad cultural

caldense que necesitaba sustentarse en una historia documental y en una literatura

propias (De los Ríos, 1992). Dicha identidad fue jalonada por dirigentes regionales, desde

el eje de Manizales, con cobertura sobre un conjunto regional diverso que habría que

homogeneizar culturalmente hasta donde fuese posible, en medio de tensiones con

Pereira y Armenia.

El segundo período siguió teniendo una influencia geográfica bajo un registro apologético

de esta experiencia con obras como la de Antonio García y la publicación en español de

la de Parsons (1950). Pero se agregan miradas sobre las ciudades más importantes y

aparecen los trazos de los futuros ma1tices en las distintas zonas de colonización, tanto

con .respecto a Antioquia como con el Cauca, y una preocupación por el pasado

precolombino, entre otros temas. A fines de la década del 40, James Parsons abrió el

continente de la nueva reflexión sobre la colonización antioqueña en el occidente de

Colombia, en muchos de cuyos rasgos coincidió con los estudios de Antonio F. García.

Con un excelente estudio de geografía cultural, Parsons señaló peculiaridades de la

colonización, el importante carácter de la distribución de la tierra y la configuración de una

sociedad de pequeños y medianos propietarios campesinos, gentes de mentalidad

empresarial, que dieron lugar a una región sui gen eris, predominantemente

conservadora, católica, con un nivel de vida frugal, ycon altas tasas de natalidad. Según

Parsons, la colonización y las características de la minería colonial dejaron campo abierto

para que la propiedad se fragmentara, lo que recibió un refuerzo e intensificación con la

apertura de nuevas tierras desde mediados del siglo XVIII y durante el siglo XIX. Así, “en

las nuevas tierras volcánicas al sur y al oeste, la naturaleza profundamente quebrada de

la región, el orgullo de los cultivadores de café, y el espíritu de autonomía libre e

independiente se combinaron para producir este caso rarísimo de una sociedad

democrática de pequeños propietarios en un continente dominado por el latifundio latino

tradicional” (Parsons, 1950: 106; Jaramillo Uribe, 1982: 5). En buena medida sus estudios

avanzaban muchísimo con respecto a la imagen construida por los pioneros del Archivo

Historial de la primera y segunda época (1924-1934), y se constituirán en referente

obligado para los estudiosos de la colonizaci6n y de Caldas en particular.

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En resumen, las élites manizalitas lograron establecer símbolos, rituales, tradiciones

educativas, formas urbanísticas y arquitectónicas, estilos de vida y trabajo, y una historia

documentadaparallevaracaboyconsolidarunproyecto económico, político y social que hizo

de aquella, una región nacional de peso indiscutible dentro del país y en el exterior. Si

bien los líderes del proyecto trataron de independizarse totalmente de Antioquia en la

década de 1930, más en la literatura y en el pensamiento de las élites intelectuales, ello

tuvo obstáculos asociados a la violencia y a la competencia vial e industrial de las cuatro

ciudades más desarrolladas del país en las décadas de 1940 y 1950. Manizales tuvo así

mismo dos ciudades competidoras dentro de su propio espacio, Pereira y Armenia. No

obstante, el proyecto continuó vigente ya no sólo bajo las formas tradicionales sino

buscando incorporar en él, con más fuerza, al colono corriente y aún al pueblo bajo, eje

de la colonización y de la formación regional. En parte, la colonización comenzó a verse

ya en la década de 1960 como resultado del colono luchador contra el latifundio, aunque

la idea de un mundo igualitario de pequeños propietarios campesinos se fortaleció.

Esta última idea tuvo parte de su fuerza en una economía altamente parcelaria y de

pequeña y mediana propiedad, pero se manifestó más marcadamente en un proceso de

poblamiento que fue disperso en su primera fase cuando las colonias agrarias fueron más

apoyadas por la Iglesia, y luego se transformó en nucleado, cuando la formación de

pueblos vio aparecer al gobierno concediendo tierras y ordenando los centros urbanos

con el apoyo de juntas de pobladores. Todo ello estuvo representado en un cúmulo de

historias locales que difícilmente tiene parangón en otras regiones del país, y que revela

un significativo apego al territorio y a su herencia en un mundo rural.

Sin embargo, las élites manizalitas no pudieron controlar las nuevas realidades, con lo

que Caldas se dividió en tres departamentos, lo que coincidirá con nuevas perspectivas

de estudio y apertura a nuevos temas en la región.

Con las visiones y percepciones que hemos señalado sobre Caldas, producidas desde

diversas disciplinas, se han construido algunas imágenes básicas sobre la región que

pueden recogerse en los siguientes tópicos, los cuales están muy asociados a las

visiones de la sociedad antioqueña:

a) Se trata de una región nueva originada por un proceso de colonización antioqueña al

punto que según los estudios señalados, casi esta tendencia expansiva la fabricó. El

papel de otras regiones en la configuración caldense apenas se señaló pero aún no se

había estudiado.

b) Bajo esta mirada, las características del “pueblo paisa” se trasladaron al eje Abejorral—

Sonsón—Salamina—Manfzales— Pereira—Armenia, es decir, sus gentes, según esa

‘visión, tienen un carácter basado en las tradiciones antioqueñas y diferente al del resto

de los colombianos, explicable por su constitución racial y por el esfuerzo que realizaron

para superar las dificultades del medio; interesa la política en la forma pragmática de una

administración eficaz y barata, que haga caminos, funde escuelas y mantenga el orden; el

papel de la Iglesia es decisivo para el mantenimiento de las virtudes antioqueñas y para

que los grupos de analfabetos, zambos, negros e indios -que no participan de aquellas

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virtudes- acepten su situación y permitan que la sociedad sea guiada por las gentes de

bien (Melo, 1982). Además la política está caracterizada por el civismo, el respeto a la

legalidad, el reconocimiento de los derechos de la oposición, con excepciones; tales

ideales han sido compartidos por la mayoría del pueblo de tal manera que el consenso se

ha impuesto sobre el conflicto social. En síntesis, liberales y conservadores han depuesto

sus diferencias y han logrado consenso para impulsar el desarrollo de una región nueva,

dinámica, rica y nacional.

c) A estas percepciones se asociaron otras mas. De una parte unas tenues referencias al

pasado indigena en una sociedad mestiza y blanca predominantemente, e incrédula de

una posible relación entre una sociedad moderna y unas sociedades prehispánicas casi

totalmente extinguidas. Aunque algunos pioneros abrieron este campo de estudio, sus

desarrollos institucionales fueron pocos y su incidencia social casi ninguna.

El surgimiento del tema negro apenas se insinuó, más desde la novela y con referencia a

un pasado lejano colonial que había dejado “algún rezago” en el occidente caldense. El

eje de las reflexiones socio-raciales siempre fue la referencia a Antioquia y a ésta en su

relación con España, pero en cualquier caso, el tipo predominante del caldense era el

blanco descendiente de europeos y el mestizo en menor medida, sobrio, bien alimentado,

de costumbres puras, robusto, enérgico, trabajador, aficionado al lucro y al ahorro y tenaz

en sus empresas. El tercer período comprende los años 1970-1998 y en el mismo se

realizan estudios que muestran una región heterogénea y diversa, que se construye muy

rápidamente en el siglo XIX dentro de marcados conflictos pero con una significativa

distribución y apropiación de tierras donde predominé la pequeña y mediana propiedad;

una cultura más antioqueña que tolimense y caucana, y con un mayor reconocimiento de

nuevos actores de carne y hueso: negros, indios, hacendados y comerciantes,

principalmente. Señalemos entonces algunas de las características más significativas de

este período.

a) Los trabajos de los pioneros abrieron un nuevo panorama para el estudio de la

colonización de la región, por lo que sus tesis serán claves para posteriores estudios, bien

para afirmarse en ellas, tomar tópicos o debatirlas.

b) Por las décadas de 1960 y 1970 surge en Colombia una nueva generación de

estudiosos de las ciencias sociales y humanas, algunos formados en el exterior, y

adquieren peso estudios de extranjeros sobre el país, lo que permitirá abrir nuevos

campos de investigación, con nuevos enfoques y fuentes. No obstante, el caso caldense

ha sido abordado por pocos extranjeros, entre quienes sobresalen Keith Christie y

Catherine Legrand, pues James Parsons, Roger Brew y Frank Safford, lo referencian

asociado al caso antioqueño. Más recientemente, Nancy Appelbaum estudia el caso de

Guamal desde una perspectiva etnohistórica. Este hecho puede incidir en que aún la

región no posea estudios históricos comparados y predominen los estudios de sociedades

muy ruralizadas. El número de trabajos se multiplicará y el estudio histórico de la región

tomará fuerza donde el papel de los investigadores regionales y locales, especialmente

caldenses, será notorio y tendrá un predominio y mayor desarrollo en Manizales que en

Pereira y Armenia. Con ellos, surgirán también estudiosos que aportarán tesis de

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maestría y ensayos sobre temas regionales; se ampliará el número de publicaciones de

libros -donde la imprenta Departamental de Caldas siguió siendo pionera-, revistas y

folletos; así como eventos, congresos y encuentros; también son cada vez más las

instituciones que apoyan los desarrollos investigativos:

Gobernación de Caldas, Casas de la Cultura, Periódico La Patria, Instituto Caldense de

Cultura, Bibliotecas, centros de documentación regional como es el caso del Banco de la

República en Manizales, y las Universidades de Caldas, Tecnológica de Pereira y

Quindío.

c) Así, pioneros, nuevos investigadores y estructuras institucionales abrirán aún más los

tópicos del estudio regional, en el contexto de nuevas realidades culturales, sociales,

económicas y políticas del país y de los tres nuevos departamentos. Estos fenómenos

darán lugar a investigaciones tratadas con nuevos paradigmas de análisis (marxismo,

estructuralismo, funcionalismo, sociologías del conflicto, historia social y económica, etc.)

que coexistirán con un alto número de trabajos descriptivos, los que con excepciones

están basados en limitadas comprobaciones documentales y una gran ausencia de crítica

de fuentes. Surgirán visiones matizadas de la región y comenzará a comprenderse su

diversidad de poblamíentos en diferentes subregiones y las peculiaridades de sus grupos

sociales en el proceso de configuración local y regional; al tiempo, los tipos de conflicto y

formas de consenso. Si bien predominarán en los años setentas y ochentas los estudios

de historía económica, en clara reacción a una historia predominantemente académica

que se venia elaborando en el país y la región, más recientemente se empiezan a abrir

nuevos campos relativos a la vida cotidiana, la familia, los conflictos locales, la política

regional y en general temas de historia social. Así mismo es notoria la búsqueda por

elaborar nuevas visiones sobre cada subregión o país en el contexto de un “renacer de la

historia regional” en una sociedad cada vez mas globalizada y en el marco de una crisis

de la producción cafetera.

12. En este contexto se produjeron hechos historiográficos decisivos que el trabajo de

Londoño descuida sin explicación:

a) En la década de 1970, a partir del horizonte abierto por un trabajo global de Áivaro

López Toro (1970) sobre la economía antioqueña en los siglos XVIII y XIX, un conjunto de

trabajos con matices que no podemos detallar aquí, apuntó a la cuestión de las tensiones

y conflictos en los procesos de frontera y colonización: J. Villegas (1977), R. Brew (1977),

E Satford (1977), M. Arango (1977), A. Tirado (1979), K. Christie (1979).

b) Los estudios previamente mencionados fortalecieron el ingreso a la década de 1980,

en la cual se produjo un renacer de la historia regional caldense (Valencia Llano, 1993b).

Los factores que motivaron este renacimiento según Valencia fueron básicamente el

Seminario de Estudios Regionales en Colombia, el caso de Antioquia, organizado por el

FAES en el año de 1979, con su respectiva publicación (1982); el segundo concurso de

literatura caldense en 1981 que dio lugar a la publicación de 3 libros de historia regional

en 1983; el Premio Idea con la publicación del libro El Gran Caldas, portento del despertar

antioqueño (1989); y el seminario sobre colonización antioqueña realizado en Manizales

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en noviembre de 1987, que contó con la presencia del profesor James Parsons y un

conjunto de especialistas, y cuyos resultados fueron publicados como libro en 1989 (La

colonización antioqueña).

c) El balance de esta década tan productiva para la historiografía regional resultaría

dispendioso aquí, y además ya lo realizamos; lo pertinente para los efectos de la

discusión que traemos radica en que los nuevos temas, autores y obras, coronan la

demolición de las visones idealizadas de la historia regional, incluyendo el modelo de

Parsons.

d) En este marco, conviene destacar el esfuerzo de Ricardo de los Ríos Tobón (1986),

quien retomó este conjunto de aportes y los suyos propios, interpeló especialmente los

trabajos de C. Legrand (1984) y K. Christie (1986) y presentó una breve pero penetrante

síntesis acerca de la configuración de las subregiones caldenses durante el siglo XIX y

que dieron pie a la formación del departamento de Caldas entre 1905-1912. Su modelo,

que complementamos y matizamos, nos permitió concluir en la existencia de cinco países

en esta región, lo que se encuentra en la perspectiva del “patrón de archipiélagos”

propuesta ahora por Londoño. Tema que por su trascendencia vamos a retomar más

adelante y con el cual cerramos esta discusión.

e) Como ya se dijo, en noviembre de 1987 se realizó en Manizales el seminario sobre

colonización antioqueña, que contó con la presencia del profesor James Parsons y otros

especialistas, y produjo un libro que apareció publicado en 1989. El ambiente de este

evento reflejó las nuevas tendencias de la historia y los estudios regionales; valga

recordar que el propio Parsons, con sus “Reminiscencias de la Colonización Antioqueña”,

señalaba que en su búsqueda de lo positivo dentro del proceso colonizador antioqueño y

por darle mucho énfasis “tal vez he contribuido un poco a un mito o leyenda rosa en

relación con los antioqueñólogos”. Comentó que Jorge Villegas y otros habían mostrado

que eran algo románticas sus presunciones acerca de la sociedad democrática de

pequeños propietarios o colonos y de las virtudes sencillas de la vida campesina

tradicional, de la vida maicera en estas montañas. Por su parte, Jaime Jaramillo Uribe

afirmó que lo que parecía seguir siendo el punto de partida de una hipótesis plausible de

trabajo es que la colonización antioqueña del occidente colombiano y la sociedad global

producida por ella, constizuye por muchos aspectos un caso singular en la historia,.no

sólo de Colombia sino de América Latina. Señaló que es posible que su misma

singularidad dentro de la tradición hispano-colonial, haya llevado a sus primeros

exploradores a construir sobre ella una especie de leyenda rosa, pero para el sentido

crítico que debe animar la tarea del historiador ello no puede conducir a su sustitución por

una leyenda negra. Consideró que la historia está hecha de oro puro y escoria, de allí que

lo realmente importante era establecer el tipo de sociedad que se produjo en esta mezcla,

determinar el carácter, resultado y efectos transformadores en su propio seno y en la

estructura global de la sociedad colombiana. De todos modos, culminó diciendo que este

es uno de los hechos niás significativos de la historia nacional.

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13. En 1998, Almario y Ortiz presentaron el informe final a Colciencias y la Universidad

Nacional de Colombia de un proyecto de investigación que evaluó bibliográficamente la

configuración del Occidente colombiano del siglo XIX, de acuerdo con la historiografía de

las últimas tres décadas. El primer volumen se dedicó al Gran Cauca y el segundo a

Antioquia la Grande, en cuyo contexto observamos la configuración del Viejo Caldas.

Contrario a lo que piensa Londoño, nosotros concluimos que para la década de 1980 lay

suficientes evidencias que indican que estaba en plena evolución un modelo alternativo al

de Parsons para comprender la construcción de la región caldense en el siglo XIX, a

través de un panorama sobre territorios, poblamientos y conflictos, y sobre la

configuración de sus países, a saber, el país del norte caldense o del sur Antioqueño:

colonizaciones, poblados, orden y conflictos; el país del centro: Antioquia vs. Cauca,

colonizaciones blancas, mestizas y negras; el país del oriente: un encuentro conservador

entre Antioquia y Tolima con matices liberales en zonas cálidas; el país del occidente, de

Anserma por Quinchía hasta Marmato: heterogeneidad cultural, sociedades indígenas y

negras y conflictos por tierras; el país del Quindío: poblamientos, luchas, leyes y café.

El modelo propuesto por De los Ríos (1986) para distinguir cinco subregiones en la

configuración del departamento de Caldas es bastante sugerente, pero requiere ser

afinado desde dos perspectivas: de una parte, la región que se construye durante el siglo

XIX posee parte de su historia asociada a las viejas ciudades coloniales y a sus

respectivas jurisdicciones. Por tanto, las dinámicas de anexión, separación, segregación y

rivalidades, entre gobernaciones, provincias, localidades o aún estados o departamentos -

según los períodos- se les debe comprender en esa combinación de viejas jurisdicciones

y nuevos espacios republicanos. Esto es propio de un territorio disputado por las viejas

gobernaciones de Antioquía y Popayán, y por ciudades con jurisdicción colonial y aún

republicana como Mariquita, Remedios, Santa Fe de Antioquia, Arma, Anserma y

Cartago. Ello revela que si bien se trata de una región nueva durante el siglo XIX, su

composición reordenará viejos espacios coloniales que a su vez se proyectarán sobre la

república y otros espacios republicanos creados en ese siglo.

De otra parte, además de ser necesarias precisiones históricas en la configuración de los

diversos territorios, utilizamos la noción de países al referirnos a tales porciones del

territorio regional, haciendo explícitas sus características geohistóricas, económicas,

políticas y culturales, que hasta el momento permiten los estudios realizados.

En suma, con base en De los Ríos Tobón (1986) y nuestro propio trabajo (Almario y Ortiz,

1998: II), se pueden concluir dos asuntos sustanciales: primero, que el modelo de

Parsons parece funcionar básicamente para el sur antioqueño o norte caldense pero no

para el resto de los países que se configuran en la región; segundo, que el modelo de

subregiones o de países coincide en lo fundamental con lo propuesto por Londoño sobre

el patrón de archipiélago.

Veamos entonces de manera sintética, basados en la bibliografía existente en los últimos

años, dentro del proceso de formación regional caldense en el siglo XIX, los distintos

países que se configuraron, y que unificados administrativamente entre 1905 y 1912,

dieron lugar al departamento de Caldas en Colombia.

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a) El norte caldense o el sur de Antioquia: colonizaciones, poblados, orden y

conflictos. El país del sur antioqueño o norte caldense, fue construido por

pobladores de diversa condición, en zonas medias de montaña entre el oriente de

Antioquia y el páramo del Ruiz, hacia las vertientes occidentales de la cordillera

central cayendo al río Cauca y al Chinchiná. Este es un país nuevo formado entre

fines del siglo XVIII y mediados del siglo XIX, con la peculiaridad de que gran parte

de los globos de terreno existentes entre la Ceja del Tambo (oriente de Antioquia)

y el río Chinchiná, límite entre las gobernaciones de Antioquia y Popayán, estaban

en parte titulados a los españoles Felipe Villegas y José María Aranzazu, ambos

hombres influyentes y ricos comerciantes. Esta peculiaridad hizo muy conflictivo el

proceso de colonización, dado que la lucha de colonos pobres y medianos por

obtener tierras y formar colonias, con las dos concesionarias, fue larga y

conflictiva. A ello se agrega el hecho de que los, globos de terreno que decían

poseer la “concesión Villegas” y la ‘Aranzazu”, tenían zonas comprometidas con

las antiguas jurisdicciones coloniales de la ciudad de Arma, con particulares que a

cada paso alegaban propiedades o denuncios de baldíos no legalizados, y con los

títulos mismos que, en casos, estaban viciados procesaimente o habían sido

ampliados por sus sucesores.

El proceso de construcción del país del norte reviste especial importancia porque

incorpora al territorio nacional gentes y espacios de gran valor para el desarrollo

económico, social, político y cultural de Colombia. Reorgarnza y abre nuevas

comunicaciones entre Antioquia, el Cauca, el Tolima y el centro del país. Da lugar a la

formación de una sociedad donde, en medio del sistema de concesiones, logran tener

cabida pequeños y medianos propietarios que crean una cadena de poblados que

incidirán en la formación de la región. Manizales se constituirá en el eje de la misma y sus

elites jalonarán un proyecto regional que en lo económico se basó en el café, la

agricultura, las vías de comunicación, la ganadería y el comercio, y en lo político y

cultural, creó formas de cohesión desde el conservatismo en asocio con la Iglesia en el

contexto de la “epopeya colonizadora”.

El proceso de configuración del país del norte se produjo por el desplazamiento de

oleadas de gentes humildes, sectores medios y grandes propietarios y comerciantes,

sobre un espacio casi vacío y despoblado. Entre 1800 y 1849 las colonias de poblamiento

se asentaron desde Sonsón y Abejorral hasta Manizales, pasando por Aguadas, Pácora,

Neira y Salanuna. A pocos años, Aranzazu y Filadelfia completaron el mapa y

transformaron una selva en una sociedad de frontera agrícola y ganadera, de frontera

cultural y política (Parsons, 1950).

b) El país del centro: Antio quia versus Cauca, colonizaciones blancas, mestizas y negras.

El país del centro tuvo como ejes a Pereira, San Francisco (Chinchiná), Aldea de Santa

María, Santa Rosa, localidades cercanas y el valle bajo del río Risaralda y del Cañaveral

del Carmen.

Entre 1844 y 1863 se hizo el poblamiento que cubre la línea Santa Rosa, Aldea de María

y Pereira. La heterogeneidad de esta zona tiene que ver con varios factores: en primer

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lugar, Pereira se configura en el espacio de una concesión de tipo colonial, de la familia

Pereira Gamba. En segundo lugar la aldea de María, que finalmente es asociada a

Antioquia, pasa por conflictos muy significativos después de los años 50, en especial en

cuanto a la adscripción de tierras y titulación de las mismas para la población. En tercer

lugar, los poblamientos son dependientes de la movilización predominantemente de

antioqueños y gentes de la zona de Anserma y Riosucio hacia el territorio sur del

occidente. En cuarto lugar, fueron decisivos los conflictos en la zona del valle de

Risaralda, tanto en la Virginia como en Cañaveral del Carmen, entre hacendados y

pobladores negros. Y en quinto lugar, son excepcionales las peculiaridades de la zona

antioqueño-caldense asociadas a poblamientos indígenas y aún a poblamientos que se

comunican con la zona chocoana.

Este territorio es bastante heterogéneo, tiene un eje central en Pereira y está asociado por

el norte a Manizales a través de Santa Rosa y la Aldea de María; hacia el occidente antes

de pasar el río Cauca se encuentran Marsella y Palestina, y mucho más allá después del

Cauca, Risaralda, Belalcázar y Viterbo. Sin embargo su relación con el occidente más

lejano y con la zona que se encuentra bordeando el río Risaralda es bastante fuerte a

través de Balboa, La Celia, Apía, Santuario, Virginia, Belén de Umbría y Pueblo Rico.

Como puede percibirse es una región heterogénea que tiene un poblamiento colonizador

antioqueño que se disputa con el poblamiento caucano en la aldea de María, Pereira y

Santa Rosa. Mayoritariamente y casi hegemónicamente antioqueño en la zona cercana

occidental, con poblamientos negros en la Virginia en donde hubo confrontaciones entre

hacendados y comunidades negras, y con un peso importante de poblamiento indígena

asociado a colonizaciones antioqueñas en la zona que va desde Balboa hasta Pueblo

Rico, conectándose de esta manera con el occidente hacia Riosucio.

C).El país del oriente: un encuentro conservador entré Antioquía y Tolima con matices

liberales en zonas cálidas. El país del Oriente fue colonizado entre 1860 y 1900. A

comienzos del siglo XX hará parte decisiva del departamento de Caldas por sus

ganaderías extensivas sobre el Río Magdalena (La Dorada), sus poblamientos de tierras

templadas y cálidas asociados a la agricultura, minería y ganaderías pequeñas en sus

demás cuencas, y al comercio que cubría el occidente minero en el eje SupíaMarmato y

Antioquia. Por caminos, a través de Sonsón, Salanuna y Manizales, se unía con el río

Magdalena a través de Mariquita y Honda, hacia el centro de la república o el océano

Atlántico.

En este país se vieron comprometidas las jurisdicciones de Santa Fé de Antioquia y de

San Sebastián de Mariquita, pues sus límites se remontan al período colonial y fueron

objeto de una larga disputa durante el siglo XIX.

En 1757, Remedios fue segregada de Mariquita para agregarla a Antioquia. Dado que

Remedios estaba poblada por varios lugares, se entendía que su amplia jurisdicción del

río la Miel hacia el norte, sería para Antioquia. En 1852, Codazzi señaló los límites entre

las provincias de Córdoba (con capital en Rionegro) y Mariquita, los cuales fueron

desaprobados por el gobernador de la primera en 1853 quien consideró que: “desde

tiempo inmemorial la antigua provincia de Antioquia reconoció como parte integrante de

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su territorio el que se comprende por aquella parte por el río La Miel hasta su

desembocadura en el Magdalena y siguiéndose ésta hasta los límites con la provincia de

Mompox”. Ese mismo año de 1853 se presentó un conflicto cuando un grupo de

marmnillos fue amparado con títulos de minas en las Serranías; según ellos, tales minas

eran parte del distrito antioqueño de San Carlos. Meses después, las autoridades de

Mariquita mandaron levantar en ese sitio una población llamada Cocorná y “nombraron un

regidor que atropelló a los Marinillos a nombre de las autoridades de Honda” (Jaramillo,

1997: 14).

Al constituirse los estados soberanos en 1863, los conservadores de Antioquia y Tolima,

alegaban derechos antiquísimos sobre los territorios del actual oriente caldense, por lo

que debieron acudir a plenipotenciarios para dirimir el conflicto. Antioquia buscaba

extender sus fronteras hasta el río Magdalena y Tolima las suyas sobre el occidente

colombiano por las vías que la comunicaban con el sur de Antioquia, el norte Caucano y

el valle del Cauca hacia el Pacífico. Asimismo, estas tierras cálidas eran ricas en aguas,

maderas y oro, y con trabajo, adaptables para el levante de ganados mediante la siembra

de nuevos pastos. Antioquia logró con la presencia de colonos el sostenimiento de

maestros, curas y algunas autoridades en el oriente, y con alegatos jurídicos, el

reconocimiento de las cuencas de los ríos Samaná y La Miel, los que en buena parte

pertenecen hoy al oriente de Caldas. La larga disputa culminaría en 1907, cuando al

departamento de Caldas se agregaron zonas pobladas por antioqueños en territorios del

Tolima: Pensilvania, Marulanda, Manzanares, Marquetalia, Samaná, La Victoria y La

Dorada.

d) El país del occidente, de Anserma por Quinchía hasta Marmato: heterogeneidad

cultural, sociedades indígenas y negras y conflictos por tierras. El país del occidente

caldense está configurado por la vieja jurisdicción de la villa y luego ciudad de Anserma

desde el período de la Conquista, y está atravesado por una formación socio-racial

heterogénea de negros exesclavos y sus descendientes, entre la villa de Supía y el centro

minero de Marmato; así como de indígenas de resguardos coloniales, entre Anserma,

Riosucio y Supía; mestizos, mulatos y colonos antioqueños y caucanos quienes en busca

de tierras y minas se asentaron allí en el siglo XIX. Este es tal vez el país más

heterogéneo en la construcción regional, por su importancia minera, sus viejos nexos y

centro de rivalidades entre Antioquia y Cauca; sus particularidades étnicas dado el

predominio de negros e indígenas; su posición estratégica en el viejo camino colonial y en

las relaciones de sus principales ejes urbanos con el Chocó. Se trata pues de un país

antiguo, en cuanto mantiene tradiciones, viejas jurisdicciones coloniales y poblamientos

ancestrales; y nuevo, en cuanto se producirá en él un proceso de colonización del

suroeste y centro de Antioquia, que se superpondrá a poblamientos caucanos, y se

asociará a procesos de inversión de capitales británicos en la minería en el eje Marmato-

SupíaRiosucio.

Pues bien, este país se construyó en la margen izquierda del río Cauca, y en las hoyas de

los ríos Risaralda, San Rafael y Cañaveral principalmente, sobre la vertiente oriental de la

cordillera occidental, y en menor medida sobre la vertiente occidental de la misma en

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!

terrenos medios de montaña entre 18 y 22 grados de temperatura y entre 1300 y 1900

msnm. Con las excepciones de Marmato, Supía y Viterbo en zonas más cálidas (25°) y

Risaralda en terrenos bastante fríos (10°), predominan en las vertientes, las zonas

agrícolas y en menor medida ganaderas, y en las partes bajas, las zonas mineras ricas en

oro y plata principalmente (García, 1937).

Como señalamos, el eje colonial de este país, en el cual se encontraban asentadas

sociedades indígenas, fue la Vifia de Santa Ana, fundada en 1539 en las provincias de

Umbría en dominios del cacique Anserma. Santa Ana de los Caballeros de Anserma hizo

parte, en razón de la producción minera temprana, de ese circuito de ciudades y lugares

mineros del occidente colombiano, junto con Cartago, Arma, Caramanta y Antioquia.

Anserma, para mediados del siglo XVI, poseía las minas más ricas en oro del Nuevo

Reino. Aún hoy subsisten nombres de la toponimia de este país tales como Supía, Apía,

Umbría, Anserma, Caramanta, Cartama y Guarma (Abad, 1995; Jaramillo, 1997).

e) El país del Qumdío: poblamientos, luchas, leyes y café. El país del Quindío hunde sus

raíces en la jurisdicción de Cartago Nuevo, la cual se mantuvo viva aún hasta fines del

siglo XIX entre los ríos Chinchiná y la Vieja sobre la vertiente occidental de la cordillera

central hacia el río Cauca y hasta los altos de Barragán. Como ocurrió en la Provincia del

Sur de Antioquia, las tierras selváticas caucanas de Cartago no gozaban de

comunicaciones con el noroccidente, excepto por el viejo camino colonial que pasaba por

Anserma y se dirigía a Santa Fé de Antioquia o cruzaiido el Cauca hacia Rionegro y

Medellín. La apertura de este territorio será obra de colonos antioqueños provenientes del

sur y del oriente, y de caucanos principalmente, quienes modificarán radicalmente este

país que tuvo 13.000 habitantes en 1892 (Salento, Filandia, Circasia, Calarcá, Armenia y

Montenegro) y 60.712 en 1912. El nuevo país inicia también su proceso de construcción

asociado a la ampliación, mejoramiento y apertura del camino del Quindío, donde la

población de Boquía (1842) y más tarde de Nueva Salento (1865) cumplió un papel

decisivo en la formación de los nuevos poblados del sur.

Boquía surge en 1842 y Nueva Salento en 1865, en cuya jurisdicción se crearon en pocos

años y con más fuerza a fines del siglo, las colonias de Filandia (1878), Circasia (1884),

Calarcá (1886), Armenia (1889) y Montenegro (1890). Asimismo, dentro de la jurisdicción

de Cartago se creó una Empresa Colonizadora en 1884 de nombre Burila, que asoció a

ricos manizalitas con propietarios caucanos y dentro de la cual se produjeron ocupaciones

de colonos que lograron después de largas luchas legales y violentas, obtener parcelas y

fundar poblados tales como Pijao, Génova, Córdoba y Buenavista. En este proceso,

Calarcá se constituyó en el eje de la resistencia y reclamos de los colonos hasta que

lograron titulaciones en 1929, cuando el Quindío era ya el primer productor de café en

Colombia. Tal como se percibe, el proceso de formación del país quindiano no estuvo

exento de conflictos y en parte suya se repitieron, con sus debidos matices, los sucedidos

entre colonos y la Concesión Aranzazu, entre Sonsón y Manizales.

En términos político-administrativos, desde 1863 operó la municipalidad del Quindío, con

capital en Cartago; luego en 1886 se creó la Provincia del Quindío dentro del

departamento del Cauca, con la misma capital y con límites al norte en el río Chinchiná;

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más tarde, en 1896, la Provincia tenía 71.000 habitantes, en su mayoría antioqueños,

distribuidos en 9 distritos: María, San Francisco (Chinchiná), Santa Rosa de Cabal,

Pereira, Filandia, Salento, Victoria, La Unión y Toro (Peña, 1892). Para entonces, Pereira

era el centro principal con 10.000 habitantes, cuando el representante liberal Rafael Uribe

Uribe propuso la secesión de la Provincia del Quindío para crear la de Pereira, lo que no

se aprobó. Pereira tenía entonces una fuerte rivalidad con Manizales y con Cartago, eje

junsdiccional, hasta comenzar el siglo XX. Unos años después, vecinos influyentes de

Annenia desarrollaron un movimiento para separarse de la Provincia del Quindío pero una

asamblea constituyente decretó por la ley de abril 17 de 1905, el nacimiento del nuevo

departamento de Caldas con la oposición de antioqueños y caucanos. Solo lograron

ponerle el nombre del sabio Caldas ante el proyecto oficial que lo denominaba “de los

Andes’. Por su parte, los Antioqueños obtuvieron en compensación por la pérdida del sur,

la región de Urabá, un viejo anhelo pero bastante costoso.

Pues bien, el poblamiento del país quindiano tuvo cuatro ejes referidos al territorio

demarcado desde las tierras de Filandia al norte hasta Génova sobre la cordillera del

Barragán; la Tebaida, Montenegro y Quimbaya hasta el río la Vieja; y Salento hasta las

márgenes del eío Otún. Tales ejes se configuraron del siguiente modo:

1. Las oleadas de colonos provenientes de Antioqui predominantemente. Dentro de una

dinámica de rivalidades por el control territorial a través de la fundación de pueblos y la

consecución de tierras en zonas caucanas, entre antioqueños y gentes que ascendían del

valle geográfico del río Cauca, sobre todo de Cartago y localidades vecinas, se produjeron

oleadas de colonos antioqueños predominantemente. No faltó la presencia estatal en la

distribución de tierras a las colonias y en la fundación de Salento.

2. Este último se convirtió en eje decisivo en la construcción de la región y en la

consolidación del camino del Quindío.

3. Dicho camino fue decisivo para la apertura del nuevo país y para establecer

comunicación entre el Magdalena y el Cauca, Ibagué y Cartago, el centro y el occidente

del país.

4. Finalmente, el Quindio en su parte sur es ininteligible sin la presencia de la lucha entre

los colonos y la Empresa Burila (Cadena, 1988; Grisales, 1990; Sánchez, 1982).

No obstante las objeciones al trabajo de Londoño Motta, reconocemos en él un intento

serio, pero incompleto, para aportar nuevos elementos a uno de los temas más sensibles

de la historiografía nacional, por la calidad de los trabajos que se refieren a él y por la

trascendencia de esta experiencia en la configuración de la nacionalidad colombiana,

incluido el muy sutil tema de las identidades. Dimensión en la que, precisamente, este

trabajo se debate. Porque más allá de los explícitos y convencionales procedimientos

propios de la disciplina, en él está presente otra tensión que aunque latente por

pertenecer al mundo de lo imaginario, no deja de ser real: la evaluación de la influencia de

lo caucano versus lo antioqueño en la construcción de la nación.

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Agreguemos que no es frecuente que los historiadores reflexionemos sobre nuestros

propios productos, esto es, que intentemos penetrar en el potencial epistemológico de

nuestros hallazgos, haciéndolos explícitos a la comunidad disciplinar. La elección de tal

perspectiva es menos frecuente todavía en la tradición académica nacional, por lo cual

hay que subrayar que este es uno de los méritos del estudio en cuestión. Pero es muy

probable también, que los evidentes obstáculos que tuvo este investigador para resolver

la tarea que se uTLpuso, reflejen de cierta forma el estado de inmadurez de la disciplina y

de la propia formación de sus nuevos investigadores. La admisión de esta situación o

estado del arte de la disciplina histórica en este punto, no debe traducirse en términos de

una suerte de fatalismo, desencanto o escepticismo ‘respecto del discutido estatuto

cientffico de la historia, actitudes tan características de ciertas poses posmodemas muy

en boga en la actualidad, sino en la decisión de superar esta situación a través de

proponerse nuevos retos, personales y colectivos, subjetivos y disciplinares. Finalmente,

deseamos reconocer el esfuerzo de Londoño, y mencionar que el concepto del evaluador

del que, como se dijo, surgió este ensayo, fue aprobatorio.

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Capítulo 1

IMÁGENES Y CONSTRUCCIONES

SOBRE LA REGIÓN EN EL SIGLO XX

La región caldense se configuró durante el siglo XIX, disgregada en provincias a partir de

la independencia, en departamentos y provincias pertenecientes a Estados bajo la

federación (1863-1886), o a departamentos durante la regeneración (1886-1903).

Como uno de los resultados del federalismo, se mantuvieron en los inicios de la

regeneración, las divisiones territoriales de los Estados Soberanos. Mas, dentro de las

perspectivas regeneradoras, la quiebra de las viejas regiones para fortalecer el estado

central se hizo evidente. Por ello, entre 1888 y 1890 un proyecto de división territorial del

gobierno, liderado por Carlos Holguín a expensas de Rafael Nuñez, buscó crear nuevas

regiones sin éxito inmediato, con lo que ya Manizales como cabeza de un nuevo

departamento apareció en el panorama nacional. Para entonces, viajeros y propios

percibían el sur antioqueño y el norte caucano —y en menor medida el noroccidente

tolimense— como una posible región especialmente por sus pobladores

predominantemente antioqueños, por su relación intima con la geografía de media

montaña, por la creación de circuitos económicos y culturales centrados en una

agricultura de subsistencia, una creciente ganadería, vías de comunicación y una

excepcional producción cafetera; y por la cada vez más cohesionada élite manizalita con

Pero fueron Marceliano Arango en 1888 y Rafael Uribe Uribe en 1896, quienes

propusieron crear un nuevo departamento. Daniel Gutiérrez Arango y Aquilino Villegas

también lo impulsaron desde relaciones en Pereira y Armenia.

las columnas del “Correo del Sur”. El mismo, debió esperar hasta los años 1905-1912,

cuando finalmente obtuvo vida institucional.

Pero, ¿cómo han evolucionado hasta el presente las imágenes construidas sobre la

región, por estudiosos de diversas disciplinas durante el siglo XX? A nuestro modo de ver

existen hitos claves, contextos institucionales y de orden económico y socio-político que

han incidido en las modificaciones de percepciones y conocimientos sobre la región.

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El primer período

El primer período cubre los años comprendidos entre 1905 y 1935, y revela un optimismo

social, económico, político y cultural, f,ruto de la “epopeya colonizadora”; del

fortalecimiento de valores identitarios; del auge del comercio y de la producción cafetera,

ganadera, minera, agrícola e industrial, jalonados por una sociedad trabajadora que puso

en acción medios de comunicación cada vez más modernos: cables, navegación a vapor,

ferrocarriles y carreteras para realizar intercambios con el resto del país y con el exterior,

basados en una nueva moneda: el café.

En este contexto, el proyecto de las élites de Manizales fundado en los anteriores rasgos,

se impuso, no sin tropiezos, en la casi totalidad del Viejo Caldas. Dichas élites buscaron

hacer un departamento moderno e integrado económica, social y culturalmente, con un

peso significativo del conservatismo y de la Iglesia, altos niveles educativos y otros lazos

de cohesión social tales como: juegos florales, concursos literarios, publicaciones e

imprentas, periódicos, revistas y buena comunicación con los ejes de los mercados

nacional e internacional.

Con una bonanza económica significativa y con el liderazgo político y cultural de sus

élites, roto el cordón umbilical de Medellín, se vislumbraba ya una identidad cultural

caldense que necesitaba sustentarse en una historia documental y en una literatura

propias (De los Ríos, 1992). Dicha identidad fue jalonada por dirigentes regionales, desde

el eje de Manizales, con cobertura sobre un conjunto regional diverso que habría que

homogeneizar culturalmente hasta donde fuese posible, en medio de tensiones con

Pereira y Armenia.

En 1911 se fundó en la capital el Centro de Estudios Históricos de Manizales y de Caldas,

impulsado por Enrique Otero D’Costa, Emilio Robledo, José María Restrepo Maya y otros

intelectuales manizalitas, el cual tuvo la máxima expresión en su órganó de difusión, el

Archivo Historial. En su primera época (1918-1923) fue decisivo para tener una

comprensión inicial de aspectos de la historia regional. Escritores profesionales e

historiadores aficionados indagaron sobre los períodos de conquista y colonia en Caldas,

el reciente proceso de colonización antioqueña, las monografías locales, los fundadores,

la guaquería, los caminos de herradura, la arriería, las costumbres, las fiestas patrias,

próceres de la Independencia, genealogías y civismo. Con estos temas se dio principio a

la historiografía de tendencia académica.

Pero antes del Archivo Historial, se publicaron dos libros que marcarían radicalmente

pautas en la historia regional: Apuntes para la Historia de Manizales de José María

Restrepo Maya(1914) y Geografía Médica y Nosológica del Departamento de Caldas de

Emilio Robledo (1916). Al tiempo, Robledo como Gobernador del departamento y

humanista integral introdujo la maquinaria para la fundación de la Imprenta Departamental

de Caldas, hecho decisivo en el proceso de afirmación regional y eje de difusión de las

ideas de cohesión, trabajo y liderazgo regional.

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José María Restrepo Maya presentó una visión exaltaia de la colonización antioqueña

desde antes de la fundación de Manizales, primero hasta 1851 y luego hasta 1913.

Resaltó el papel de Fermín López y demás exploradores de la zona, el influjo de las

virtudes antioqueñas en la formación de la ciudad, los viajes al Ruiz y por el Páramo de

Ibagué y Lérida, la erección del distrito y su progreso desde 1850 por su ubicación

geográfica, sus conexiones comerciales con otras regiones y el exterior, y su peso dentro

de la región.

Por su parte, el Dr. Robledo dedicó la primera parte de su obra a la primera historia del

descubrimiento y colonización de Caldas bajo el gobierno español, aunque el tema había

sido tratado por Joaquín Acosta y Manuel Uribe Ángel, aportando nuevos documentos. En

segundo término, estudió la Geografía Médica, Fitogeografía y Zoografía de la región,

relacionando ciencias naturales y medicina. Pasó del conocimiento de animales y plantas

de la región a las costumbres y hábitos de sus gentes para deducir reglas de profilaxis y

sometimiento, útiles para el progreso de esa sociedad, para que la vida de los hombres se

mantuviera sana y longeva, y los animales y plantas pudieran ser utilizados y mejor

conservados en provecho del hombre mismo. Estos fenómenos fueron estudiados en el

contexto de los climas, orografía, hidrografía, temperaturas, aguas y enfermedades,

decisivos para comprender patologías. Luego recorrió las poblaciones caldenses desde

Manizales, su capital, describiendo su fisonomía climática y médica, su situación

geográfica y las geología, demografía y sociología de sus gentes y enfermedades.

Finalmente, presentó los principales géneros y especies zoológicos y de flora que se

encontraban en el departamento de Caldas; y un sumario donde se exponían las claves

de configuración del departamento.

Según Robledo, para 1915, Caldas posee 375000 habitantes en un área de 14.000 Kms2

con predominio de “raza blanca descendiente de europeos”, la mestiza, unos miles de

indios civilizados y “otros en estado semi-salvaje”; y escasos negros de “raza africana

ubicados en las regiones del río Cauca y del Arma, y en las minas de Marmato y Supía”.

El autor divide el departamento en regiones según condiciones climatéricas, siendo la de

clima templado entre los 600 y 2300 mts. de altura, con temperatura de 17 a 20 grados —

favorable al cafeto, la caña de azúcar y el plátano—, la de más prometedoras esperanzas,

pero al tiempo generadora de enfermedades tropicales. Finalmente, Robledo considera

que la alimentación de su pueblo es nutritiva —frijoles, maíz, carne, panela, plátano,

yucas, manteca y sal— y que las gentes trabajadoras son sobrias en cuanto a bebidas.

Su sobriedad y la alimentación “unidas a la pureza de costumbres, la variedad de los

climas y a la energía que da la lucha diaria con una naturaleza bravía, han hecho de

nuestro pueblo un tipo de gente robusta, enérgica, trabajadora, aficionada al lucro y al

ahorro, tenaz en sus empresas, dotada de inteligencia difundida entre las diversas clases

y comparable a una selva extensa de vigorosos árboles, aunque en ella no suelan

ofrecerse palmeras reales ni árboles gigantes” (Robledo, 1916:304).

Esta visión sobre la región y las peculiaridades de sus habitantes se mantendrá vigente

hasta 1937, cuando como resultado de los programas liberales de Cultura Aldeana, se

producirá por Antonio García, La Geografía Económica de Caldas.

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Después de la obra de Emilio Robledo se produjerón en las décadas del 20 y 30 diversas

obras tendientes a fortalecer el proceso de construcción regional: obras costumbristas,

sobre el ferrocarril, sobre las tres principales ciudades de Caldas:

Manizales (Pedro Fabo de María, 1926; Luis Londoño, 1936 y José Gaviria Toro, 1926);

Armenia (José Santos Forero, 1930); Pereira (Carlos Echeverry, 1921); un alto número de

monografías locales y de estudios genealógicos; etnográficos y arqueológicos sobre los

Quimbayas en busca de los orígenes indígenas (Restrepo Tirado, 1929); y las riquezas de

la guaquería (Arango Cano, 1924).

El segundo período

El segundo período de reflexión sobre Caldas, siguió teniendo como el anterior un eje

fundamental en las geografías. Antonio García elaboró una Geografía Económica de

Caldas en 1937 y el geógrafo cultural James Parsons dedicó parte de su obra (1950) al

territorio caldense. Pero fue Luis Eduardo Nieto Arteta quien halló “una fatalidad

geográfica” que dio un predominio a la producción cafetera, cambió los ejes de desarrollo

nacional y configuró una nueva economía (1941; 1949). En los años 40 se produce un

interesante contraste, mientras Gabriel Arango Mejía escribió sobre genealogías de

Antioquia y Caldas (1942), Hermann 1imborn (1949) y Luis Duque Gómez (1942-43) se

ocuparon de sociedades indígenas, para entonces casi extinguidas pero presentes en la

guaquería de la colonización quindiana (Arango, 1940; Buitrago, 1943).

Entre los 50s y 60s, las ciudades mas importantes de la colonización reciben atención

desde miradas románticas y liberales: Zapata Valencia se ocupa de Armenia (1955) y

Morales Bemtez de Manizales (1962). Por su parte Jaime Jaramillo Uribe (1963) nos

ofrece un excelente modelo de estudio local sobre Pereira que aún no ha sido superado, y

Juan Friede un bello estudio sobre el viejo eje minero de Cartago (1963). Los indígenas

sobrevivieron en los documentados ensayos de Luis Duque Gómez sobre los Quimbayas

(1963) y en monografías sobre otras sociedades (Abad, 1955), cuando pobladores negros

aparecieron con fuerza en la novela de Bernardo Arias ujillo (1959) sobre Risaralda.

Empero, entre biografías (Henao Mejía, 1953), vida cotidiana, memorias y diarios íntimos

(Jaramillo Vallejo, 1952; Jaramillo Montoya, 1963; Mejía M, 1960), la colonización

antioqueña sobre el Viejo Caldas y el Tolima siguió siendo un tema decisivo expuesto

ahora por Morales Benítez (1962) y Eduardo Santa (1961).

Antonio García realizó una cuidadosa revisión de archivos e informes, análisis e

interpretación estadísticos y trabajo de campo en las distintas localidades caldenses, al

punto que su obra se constituyó en la primera investigación directa sobre la colonización

antioqueña y sobre la conÍiguración de la región cafetera de Caldas.

García hizo un recorrido histórico desde las comunidades prehispánicas hasta el

presente, y conjugó, para dar lugar a un estudio interdisciplinario, geografía, historia,

geología, demografía, economía y sociología. Con ello dio cuenta del encuentro entre una

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poderosa corriente colonizadora y “el sistema de plantación comercial” que dio lugar a la

transformación de colonos trashumantes en empresarios agrícolas e hizo posible la

formación de un verdadero sector agrario exportador en la economía colombiana con

significación nacional. Con este encuentro, la economía cafetera operó como poderosa

fuerza de arrastre de la colonización antioqueña o como la fuerza de arraigo que

“vertebré” las comunidades de campesinos y generé una densa economía de fincas

familiares y poblados, siendo estos los núcleos del dinámico proceso. Esta colonización

de vertiente andina conibinó el cultivo comercial con una economía diversificada de

subsistencia y formas comunitarias de poblamiento (García, 1937). Este estudio pionero

marcará, aún hasta el presente, las reflexiones sobre el Viejo Caldas por su percepción

global, su análisis agudo e interdisciplinario y su fina prospección.

Según Antonio García, Caldas venia en ascenso en el contexto nacional, pero ingresó en

un período de crisis: “En el ciclo de la gran depresión de los años 30 las ciudades de

Manizales, Pereira y Armenia, participaron mínimamente en la primera fase de la

industrialización substitutiva al parecer por la orientación fisiográfica de la élite dirigente; y

después de la segunda guerra mundial las tres ciudades quedaron al margen de las

corrientes de industrialización básica, pues cuando sus nuevas generaciones

comprendieron el problema, ya en la década de los 5G se habían consolidado las áreas

metropolitanas de Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla” (García, 1978, p. Xl). A estos

aspectos se agregó la crisis consistente en que la economía del café no sirvió para

financiar la industrialización de la región y la diversificación de la agricultura, pues tales

ingresos se transformaron enmodernización de ciudades, expansión de aparatos de

intermediación y mejoramiento de niveles de bienestar y consumo, “mas no en

inversiones industriales capaces de promover una nueva dinámica de desarrollo regional

y de salvar las compuertas históricas de la colonización antioqueña”(García 1978, p.Xl).

Pero si esto sucedía en el campo económico, Ricardo de los Ríos (1992) señaló que en el

campo cultural las cosas tampoco iban bien. A este período, entre 1935 y 1960, lo

denominó “la decadencia en la era greco-latina”: “Es la época del esplendor greco-latino,

de la oratoria pomposa, del universalismo sin profundidad, del intencionado olvido de los

valores nativos y del abandono de la investigación reposada” (1992:8). En el contexto de

una región líder en producción de café, de ciudades equilibradas y pioneras en

alfabetismo en el orden nacional, Caldas comenzó a diferenciarse radicalmente de

Antioquia en lo cultural, con lo que la historia regional, según de los Ríos, zozobró en un

mar de literatura. Además, se generó un movimiento modernizante que aprovechando la

coyuntura de la reconstrucción del centro urbano, cambió la guadua de los ancestros por

el ladrillo y el cemento;, y la arquitectura de colonización por una arquitectura de estilos

renacentistas franceses e italianos.

Al tiempo la producción historiográfica de los años 40s fue menor, si la miramos

comparativamente con las décadas anteriores, aunque se produce un resurgimiento tenue

en los años 50. No obstante lo antenor, en 1943 comenzó a funcionar la Biblioteca de

Escritores Caldenses publicando muchos libros de calidad literaria, y aparecieron varias

editoriales y tipografías que pmdujeron guías de turismo, libros de historia, literatura,

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poesía y temas comerciales. En este contexto parecieron incidir en la baja productividad

de estas dos décadas, además de los aspectos señalados anteriormente, los efectos de la

violencia política.

A fines de la década del 40, James Parsons abrió el continente de la nueva reflexión

sobre la colonización antioqueña en el occidente de Colombia, en muchos de cuyos

rasgos coincidió con los estudios de Antonio García. Con un excelente estudio de

geografía cultural, Parsons señaló peculiaridades de la colonización, el importante

carácter de la distribución de la tierra y la configuración de una sociedad de pequeños y

medianos propietarios campesinos, gentes de mentalidad empresarial, que dieron lugar a

una región sui generis, predominantemente conservadora, católica, con un nivel de vida

frugal, y con altas tasas de natalidad. Según Parsons, la colonización y las características

de la minería colonial dejaron campo abierto para que la propiedad se fragmentara, lo que

recibió un refuerzo e intensificación con la apertura de nuevas tierras desde mediados del

siglo XVIII y durante el siglo XIX. Así,

“en las nuevas tierras volcánicas al sur y al oeste, la naturaleza profundamente quebrada de la región, el

orgullo de los cultivadores de café, y el espíritu de autonomía libre e independiente se combinaron para

producir este caso rarísimo de una sociedad democrática de pequeños propietarios en un continente

dominado por el latifundio latino tradicional” (Parsons, 1950: 106; Jaramillo Uribe, 1982:5).

En buena medida sus estudios avanzaban muchísimo con respecto a la imagen

construida por los pioneros del Archivo Historial de la primera y segunda época (1924-

1934), y se constituirán en referente obligado para los estudiosos de la colonización y de

Caldas en particular.

Por su parte, Gerardo Reichel Dolmatoff (1953), realizó estudios sobre mitos de los indios

Chamí, lo que tendría mas tarde eco en la concepción de una región con orígenes

indígenas, tal como también n su caso lo habían sugerido ‘flimbom (1945), Duque Gómez

(1942- 43), Restrepo Tirado (1929) y Emilio Robledo (1916). Entretanto, las historias

locales y regionales continuaron su ritmo, aportando información sobre biografías de

laicos y clérigos importantes, fechas de fundación, fundadores y descripciones variadas

sobre pueblos y pobladores, y alguna documentación primaria.

Entre 1950 y 1960 Caldas pierde importancia relativa entre las regiones nacionales.

Varios factores influyeron en este atraso y perdida de importancia: el depender del café

llegó a ser menos significativo en el país; la violencia política incidió mucho sobre la crisis

de Caldas; el centralismo se acentuó y cuatro grandes ciudades del país se alejaron de

las del Viejo Caldas y se convirtieron en ejes nacionales; las vías terrestres que llegaron a

ser la llave del desarrollo, en las duras montañas de Caldas no funcionaron

coherentemente; y el Valle del Cauca con eje en Cali, fortaleció su red vial y ferroviaria

asociando con mayor fuerza a Pereira y a Armenia con Buenaventura, y aislando a

Manizales. Con ello, el peso político de la región decayó. Evidentemente el complejo clima

de este proceso se producirá en el año de 1966 cuando Caldas se escindió para dar

origen a Risaralda y Quindío.

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Entretanto, en el actual territorio quindiano existió desde su anexión a Caldas en 1908,

una conciencia diferenciadora con respecto al Cauca y una voluntad de autonomía

(Sepúlveda, 1986). Así desde 1911 esta voluntad resurgió; en 1920 hubo protestas contra

los guardas de rentas departamentales; en 1924, manifestaciones contra el centralismo

manizalita apoyados por Pereira en 1928 hasta los años 30 cuando Armenia se convirtió

en centro comercial que disputaba a Manizales y Pereira su dominio económico. Así, el 14

de octubre de 1945 apareció en el periódico El Día, un mapa de lo que sería el

departamento, tal como fue también expuesto en el libro Quindío Histórico de Alfonso

Valencia Zapata (1955) sobre la fundación y desarrollo social de los municipios

quindianos. En 1951 hubo Junta bipartidista por el departamento; y en 1954 otra de

periodistas, profesionales, funcicsnarios, cafeteros y comerciantes. Caldas y el Valle

reaccionaron ante la posible segregación del Quindío aduciendo que debilitaría sus

economías. Pero una significativa respuesta mas que de Juntas Proautonomía, fue la

creación de la Diócesis de Armenia y Pereira en 1952, y la primera Asamblea Regional de

Cafeteros en Calarcá en 1953. La Diócesis no vio con buenos ojos la baja inversión

departamental en la región más productora de café; promovieron la autonomía regional en

prensa y radio; el mapa del futuro departamento del Quindío se repartió masivamente; se

propagó la idea de crear una Universidad propia (1962) y la necesidad de mejorar la

infraestructura vial; con ello unas élites ávidas de autonomía abrieron paso a la

conformación del departamento.

El regionalismo Quindiano y la violencia asociados a los factores señalados dieron lugar al

nuevo departamento, e incitaron a su vez la creación del departamento de Risaralda

(Sepúlveda, 1986)

En medio de los mencionados movimientos de autonomía, donde los políticos

risaraldenses y quindianos tuvieron papel decisivo, surgieron nuevas obras académicas

que en sentido estricto nada tenían que ver con el peso de las nuevas regiones político-

administrativas. En primer lugar cabe destacar la proliferación de historias locales y en

especial de algunas de las ciudades más significativas de la región. El estudio sobre

Pereira de Luis Duque Gómez, Juan Friede y Jaime Jaramillo Uribe (1963) mostró una

visión de larga duración desde los poblamientos indígenas Quimbayas, hasta la

configuración de la ciudad en 1863 y su posterior desarrollo durante el siglo XX. Este texto

sigue siendo uno de los trabajos pioneros y en especial la perspectiva de Jaime Jaramillo

Uribe y Friede como aperturas mas sólidas y documentadas del pasado indígena y de la

Conquista, la primera fase colonial, la catástrofe demográfica indígena y el eje minero

colonial de Cartago.

El estudio de Luis Duque G. es una reseña etno-histórica y arqueológica de los

Quinibayas, pobladores ancestrales del territorio caldense; su organización, relaciones

interétnicas, lengua, arqueología, cerámica, industriatextil, prácticas funerarias y contactos

interamericanos. Por su parte Friede, basado en documentos del Archivo Nacional de

Colombia, Archivos del Consejo Municipal y Notarial de Cartago, y General de Indias de

Sevilla, elabora una historia de la Antigua Ciudad de Cartago (1540-1691) donde hoy está

Pereira. Por su parte, Jwme Jaramillo Uribe estudia aspectos del desarrollo social de

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Pereira dentro del cambio de eje del país, de oriente a occidente (Nieto Arteta,

1941,1949), debido en parte al desarrollo del grupo antioqueño y de sus empresas

colonizadoras. Señala que la población que llegó a Pereira era “esencialmente

antioqueña”; que su poblamiento no fue conflictivo y las parcelas fueron donadas,

mostrando el diferente carácter de la Concesión Pereira Gamba si se la compara con la

González, Salazar y Cía. (Aranzazu). Analiza el poblamiento y medio geográfico de tierras

pródigas, con buenas aguas, maderas (guadua) y fauna, de una aldea que se convirtió en

“ciudad prodigio” entre 1863 y 1930, con predominio de la pequeña y mediana propiedad

y gentes liberales independientes, individualistas y pragmáticas. Este modelo de historia

local, está basado en archivos nacionales y locales, periódicos, anuarios y revistas.

Por estos años, aparecieron los estudios de Eduardo Santa, Arrieros y Fundadores,

Aspectos de la colonización Antioqueña (1961) y de Otto Morales Benítez: Testimonio de

un Pueblo (1962).

Santa (1961) afirmó que las migraciones colonizadoras antioqueñas “constituyen la más

grande aventura realizada en nuestro suelo durante el siglo XIX”. Arrieros y pueblo

constituyeron la república del café. Realiza así mismo, un estudio local sobre el Líbano

(Tolima) para observar las formas clásicas de la colonización antioqueña, usando fuentes

orales, archivos, periódicos y folletos. Por su parte, Otto Morales Benítez (1962), desde

una perspectiva romántica y liberal, delimitó su unidad de análisis en torno a una

interpretación económica y social de la colonización antioqueña en Caldas referida a

Manizales, el campesino y el café. Su interés por el proceso social y no por los héroes de

opereta lo llevaron a resaltar a “los colonos”, “el pueblo”, contra “los titulares de grandes

extensiones incultas”. Reconoce al Caldense como producto de la fusión de regiones

disímiles cercenadas a Antioquia, Cauca y ‘Iblima, aunque con predominio de la primera.

En resumen, las élites manizalitas lograron establecer símbolos, rituales, tradiciones

educativas, formas urbanísticas y arquitectónicas, estilos de vida y trabajo, y una historia

documentada para llevar a cabo y consolidar un proyecto económico, político y social que

hizo de aquella, una región nacional de peso indiscutible dentro del país y en el exterior.

Si bien los líderes del proyecto trataron de independizarse totalmente de Antioquia en los

30s, más en la literatura y en el pensamiento de las élites intelectuales, ello tuvo

obstáculos asociados a la violencia y a la competencia vial e industrial de las cuatro

ciudades mas desarrolladas del país en los años 40 y 50. Manizales tuvo así mismo dos

ciudades competidoras dentro de su propio espacio, Pereira y Armenia. No obstante el

proyecto continuó vigente ya no solo bajo las formas tradicionales sino buscando

incorporar en él con más fuerza, al colono corriente y aún al pueblo bajo, eje de la

colonización y de la formación regional. En parte, la colonización comenzó a verse ya en

los 60s como resultado del colono luchador contra el latifundio, aunque la idea de un

mundo igualitario de pequeños propietarios campesinos se fortaleció.

Esta última idea tuvo parte de su fuerza en una economía altamente parcelaria y de

pequeña y mediana propiedad, pero se manifestó con fuerza en un proceso de

poblanuento que fue disperso en su primera fase cuando las colonias agrarias fueron

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mas apoyadas por la Iglesia y luego se transformó en nucleado, cuando la formación de

pueblos vio aparecer al gobierno concediendo tierras y ordenando los centros urbanos

con el apoyo de juntas de pobladores. Todo ello estuvo representado en un cúmulo de

historias locales que difícilmente tiene parangón en otras iegiones del país, y que revela

un significativo apego al territorio y a su herencia en un mundo rural.

Sin embargo, las élites manizalitas no pudieron controlar las nuevas realidades, con lo

que Caldas se dividió en tres departamentos, lo que coincidirá con nuevas perspectivas

de estudio y apertura a nuevos temas en la región.

Con las visiones y percepciones que hemos señalado sobre Caldas en esta segunda

parte, por diversas disciplinas, se han construido algunas imágenes básicas sobre la

región que pueden recogerse en los siguientes tópicos, los cuales están muy asociados a

las visiones de la sociedad antioqueña:

1. Se trata de una región nueva creada por un proceso de colonización antioqueña al

punto que según los estudios señalados, casi esta tendencia expansiva la fabricó. El

papel de otras regiones en la configuración caldense apenas se señaló pero aún no se

había estudiado.

2. Bajo esta mirada, las características del “pueblo paisa” se trasladaron al eje Abejorral-

Sonsón-Salaniina-Manizales-PereiraAimema, es decir, sus gentes, según esa visión,

tienen un carácter basado en las tradiciones antioqueñas y diferente al del resto de los

colombianos, explicable por su constitución racial y por el esfuerzo que realizaron para

superar las dificultades del medio; interesa la política en la forma pragmática de una

administración eficaz y barata, que haga caminos, funde escuelas y mantenga el orden; el

papel de la Iglesia es decisivo para el mantenimiento de las virtudes antioqueñas y para

que los grupos de analfabetos, zambos, negros e indios —que no participan de aquellas

virtudes— acepten su situación y permitan que la sociedad sea guada por las gentes de

bien (Melo, 1982). Además la política está caracterizada por el civismo, el respeto a la

legalidad, el reconocimiento de los derechos de la oposición, con excepciones; tales

ideales han sido compartidos por la mayoría del pueblo de tal manera que el consenso se

ha impuesto sobre el conflicto social. En síntesis, liberales y conservadores han depuesto

sus diferencias y han logrado consenso para impulsar el desarrollo de una región nueva,

dinámica, rica y nacional.

3. A estas percepciones se asociaron otras más. De una parte, unas tenues referencias al

pasado indígena en una sociedad mestiza y blanca predominantemente, e incrédula de

una posible relación entre una sociedad moderna y unas sociedades prehispánicas casi

totalmente extinguidas. Aunque algunos pioneros abrieron este campo de estudio, sus

desarrollos institucionales fueron pocos y su incidencia social casi ninguna. El surgimiento

del tema negro apenas se insinuó, más desde la novela y con referencia a un pasado

lejano colonial que había dejado “algún rezago” en el occidente caldense. El eje de las

reflexiones socio-raciales siempre fue la referencia a Antioquia y de esta en su relación

con España, pero en cualquier caso, el tipo predominante del caldense era el blanco

descendiente de europeos y el mestizo en menor medida, sobrio, bien alimentado, de

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costumbres puras, robusto, enérgico, trabajador, aficionado al lucro y al ahorro y tenaz en

sus empresas.

El tercer período

El tercer período comprende los años 1970-1996 y en el mismo se realizan estudios que

muestran una región heterogénea y diversa, que se construye muy rápidamente en el

siglo XIX dentro de marcados conflictos pero con una significativa distribución y

apropiación de tierras donde predominó la pequeña y mediana propiedad; una cultura

mas antioqueña que tolimense y caucana, y con un mayor reconocimiento de nuevos

actores de carne y hueso, negros, indios, hacendados y comerciantes, principalmente.

Señalemos entonces algunas de las características mas significativas de este período:

1. Los trabajos de los pioneros abrieron un nuevo panorama para el estudio de la

colonización de la región, por lo que sus tesis serán claves para posteriores estudios, bien

para afirmarse en ellas, tomar tópicos o debatirías.

2. Por los años 60 y 70 surge en Colombia una nueva generación de estudiosos de las

ciencias sociales y humanas, algunos formados en el exterior, y adquieren peso estudios

de extranjeros sobre el país, lo que permitirá abrir nuevos campos de investigación, con

nuevos enfoques y fuentes. No obstante, el caso calçiense ha sido abordado por pocos

extranjeros, entre quienes sobresalen Keith Cbristie y Catherine Legrand, pues James

Parsons, Roger Brew y Frank Safford, lo referencian asociado al caso antioqueño. Mas

recientemente Nancy Appelbaum estudia el caso de Guamal desde una perspectiva

etnohistórica. Este hecho puede incidir en que aún la región no posea estudios históricos

comparados y predominen los estudios de sociedades muy ruralizadas. El número de

trabajos se multiplicará y tomará fuerza el estudio histórico de la región donde el papel de

los investigadores regionales y locales, especialmente caldenses, será notorio y tendrá un

predominio y mayor desarrollo en Manizales que en Pereira y Armenia. Con ellos, surgirán

también estudiosos que aportarán tesis de maestría y ensayos sobre temas regionales; se

ampliará el número de publicaciones de libros —donde la imprenta Departamental de

Caldas siguió siendo pionera—, revistas y folletos; así como eventos, congresos y

encuentros; también son cada vez más las instituciones que apoyan los desarrollos

investigativos: Gobernación de Caldas, Casas de la Cultura, Periódico La Patria, Instituto

Caldense de Cultura, Bibliotecas, centros de documentación regional como es el caso del

Banco de la República en Manizales, y las Universidades de Çaldas, Tecnológica de

Pereira y Quindío.

3. Así, pioneros, nuevos investigadores y estructuras institucionales abrirán aún más los

tópicos del estudio regional, en el contexto de nuevas realidades culturales, sociales,

económicas y políticas del país y de los tres nuevos departamentos. Estos fenómenos

darán lugar a investigaciones tratadas con nuevos paradigmas de análisis (marxismo,

estructuralismo, funcionalismo, sociologías del conflicto, historia social y económica...)

que coexistirán con un alto número de trabajos descriptivos, los que con excepciones

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están basados en limitadas comprobaciones documentales y una gran ausencia de crítica

de fuentes. Surgirán visiones matizadas de la región y comenzará a comprenderse su

diversidad de poblamientos en diferentes subregiones y las peculiaridades de sus grupos

sociales en el proceso de configuración local y regional; al tiempo, los tipos de conflicto y

formas de consenso. Si bien predominarán en los 70s y 80s los estudios de historia

económica, en clara reacción a una historia predommantemente académica que se venía

elaborando en el país y la región, más recientemente se empiezan a abrir nuevos campos

relativos a la vida cotidiana, la familia, los conflictos locales, la política regional y en

general temas de historia social. Así mismo es notoria la búsqueda por elaborar nuevas

visiones sobre cada subregión o país en el contexto de un “renacer de la historia regional”

en una sociedad cada vez mas globalizada y en el marco de una crisis de la producción

cafetera.

La primera mitad de la década de 1970 vio la aparición de la historia de Salainina del

Pbro. Guifiermo Duque Botero, un estudio documentado de la localidad. Pero además fue

muy productiva si se incorpora la visión de Alvaro López Toro (1970) quien haciendo uso

de modelos teóricos de desarrollo económico, ofreció una explicación global de la

sociedad antioqueña entre los siglos XVIII y XIX, contemplando factores económicos,

sociales y sicológicos. Consideró las modalidades “que adoptó el proceso de colonización,

la organización de la producción agrícola y minera durante el período colonial ylos

orígenes del grupo empresarial antioqueño” (Melo, 1996:35). Hizo explícitos los procesos

de extracción del oro por pequeños mineros predominantemente, y sus relaciones con los

comerciantes —que conformaron el núcleo empresarial posterior— y con los propietarios

de tierras; ello le permitió “ligar el proceso de colónización a las vicisitudes y

desequilibrios de la minería y la agricultura, y a la formación, como respuesta a las

presiones y oportunidades económicas existentes, de un grupo con virtudes

empresariales notables” (Melo, 1996: 35-36). Así, “el desarrollo desequilibrado” entre el

sector agrícola y el sector minero en Antioquia se resolvió en gran medida con la

expansión colonizadora del occidente colombiano (Jaramillo Uribe, 1982:12).

Más tarde, en la segunda mitad de la década del 70 se publicaron un número interesante

de trabajos entre los cuales destacaremos en primer lugar el de Jorge Villegas (1977)

sobre pleitos de tierras entre colonos y propietarios en la colonización antioqueña, donde

por primera vez se percibió la colonización como un proceso conflictivo y desigual entre

grandes concesiones y colonos medios y pobres. En la misma perspectiva se encuentra el

trabajo de Alvaro Tirado Mejía (1979) sobre aspectos de la colonización antioqueña y el

texto de Keith Christie aparecido en Hispanic American Historical Review sobre la

colonización antioqueña en el occidente de Colombia (1979), una síntesis en la cual el

autor ya anunciaba las lineas generales de su libro (1986), donde asoció el proceso

económico y social con los procesos políticos del gamonalismo y la violencia en la región,

particularmente del Quindío.

Para Jorge Villegas la colonización fue bastante desigual. Este autor mostró el peso de

las cuatro concesiones, entre la Ceja en Antioquia y el Alto de Barragán en el Tolima, es

decir, las concesiones Villegas, Aranzazu y Pereira Gamba, y la empresa Burila, todas

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ellas interesadas en valorizar tierras para vender a los colonos y en ponerlos como

cultivadores y luego expropiamos. Así el carácter conflictivo de la colonización fue

señalado con fuerza por Villegas. Por su parte, Tirado Mejía retomó los estudios de Roger

Brew para el caso antioqueño (1977), y Frank Safford (1977), señalando cómo la

colonización antioqueña había sido idealizada y sus logros en diferentes aspectos

ocultaron las duras realidades en que se basó. Utilizando también textos de Mariano

Arango (1977) señaló la iniquidad en la distribución de la propiedad y como la

colonización antioqueña contrariamente a lo que se había creído, no permitió

democratizar la propiedad de la tierra en Antioquia y Caldas. Basado así mismo en J.

Parsons, Alvaro López Toro y Alvaro Restrepo Eusse, consideró que la acción de los

colonos no fue tranquila y que se vio perturbada no solo por fieras, enfermedades o

inclemencias del clima, sino también y en grado importante por la acción de los

terratenientes qu poseían inmensas extensiones y acaparaban casi todo el territorio. De

allí que la historia de la colonización fue realmente un conjunto de actos de violencia y de

un sinnúmero de pleitos, al punto que si fuéramos a catalogar esta colonización a la luz de

los conceptos actuales y del código de policía, fue la acción de invasores idealizados hoy

como colonizadores (Tirado Mejía, 1979).

Por lo visto, los estudios de los años 70 comienzan a modificar el tipo inicial de

construcción regional. Ingresamos, paulatinamente en coexistencia con las percepciones

anteriores, al proceso de construcción de una región compleja y diversa cuyo punto de

partida se produjo entre la conflictiva búsqueda de mejores condiciones de vida por

muchos hombres y mujeres corrientes (seguridad, pequeña propiedad, tranquilidad), el

afán de grandes concesionarios por enriquecerse valorizando y vendiendo tierras, y el

papel del Estado, interviniendo para fortalecer núcleos de población mediante la entrega

de parcelas.

Así, a fines de los 70, aparecieron dos excelentes estudios realizados por Roger Brew

(1977) y por Marco Palacios (1979) donde la colonización fue vista como un proceso

desigual y como una fábula llena de conflictos, respectivamente.

Brew (1977), dedicó un capítulo de su obra a la colonización de la frontera y las

oportunidades económicas y sociales que ofreció, después de señalar los tipos de

colonización, espontánea y planeada. Al referirse a la colonización del sur del

departamento consideró que los conflictos agrarios fueron permanentes de tal manera

que al oriente del río Cauca, al sur del Arma y al norte de Chinchmá se presentaron

conflictos violentos y prolongados, ya que en el siglo XIX subsistían dos de las grandes

concesiones coloniales, la de la familia Villegas y la de los herederos de Aranzazu,

conocidos como González Salazar y compañía; y más al sur la compañía Pereira Gamba

y la empresa Burila.

MarcoPalacios ( 1979)considerólacolonizaciónantioqueñadel occidente como un episodio

decisivo en la historia contemporánea de Colombia. La sociedad que brotaría de los

flancos, breñas, vegas y valles entre la hoya del río Cauca y las cumbres de la cordillera

central, según Palacios, “encontrará desde comienzos del siglo XX la razón de ser de su

integración y progreso económico en el cultivo, procesamiento, empaque y transporte del

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café”. El café debió esperar a que se establecieran las sociedades de colonos con su

agricultura de subsistencia, y a que mejoraran los caminos para establecer circuitos

comerciales con los centros urbanos de Medellín o Bogotá. Palacios reconoció la

existencia de un ethos más igualitario en los hechos que conformaron la sociedad de la

colonización antioqueña, muy diferente al que predominó en los altiplanos y las

sociedades de la costa atlántica; un ethos del hacha, el esfuerzo y el logro. Pero al

tiempo, el autor enfatizó el acaparamiento de la tierra mediante métodos administrativos,

el papel del gamonalismo y la violencia cotidiana. Si bien esto es una reacción a la

leyenda rosa establecida para explicar el milagro antioqueño, el autor considera que no

debe servir de base para desvirtuar argumentos bien centrados sobre la mayor movilidad

social que prevaleció en este movimiento migratorio hacia nuevas tierras, y sobre el

carácter económicamente positivo de algunos fundadores como empresarios. Así este

autor dedicó dos capítulos de su libro a desentrañar el significado del nudo vital de este

proceso colonizador, es decir, los mecanismos de la apropiación privada de los baldíos y

su consecuencia de largo plazo en la estructura agraria. Para ello consideró que la

colonización no fue un proceso de migración y asentamiento socialmente selectivo sino el

resultado de la interacción de cuatro personajes históricos:

los colonizadores capitalistas, los terratenientes ausentistas, los colonos pobres

integrados a colonias de poblamiento y los colonos campesinos que no estuvieron

integrados a colonias de poblamiento o a las áreas de colonización oficial, a quienes

denominó colonos independientes (Palacios, 1979, 293-297).

El autor muestra que la colonización puede estudiarse siguiendo la naturaleza de los

conflictos y de los pactos entre estos cuatro agentes de la colonización, que versaron

principalmente sobre la posesión y explotación económica de la tierra. Después de

señalar los aspectos claves de la legislación acerca de baldíos, luego de la concesión y

adjudicación de éstos, dedica otro capítulo al tema de ganadores y perdedores en la

colonización del occidente. Allí, señala conflictos y alianzas entre colonizadores y

compañías dentro del proceso colonizador en algunas zonas y en ciertos casos: en la

zona de Manizales, Neira y Salamina con la compañía González y Salazar; el caso de

Villa María; el de la concesión Burila en el Quindío; Belalcázar y Manzanares; Armenia y

Calarcá. El autor concluye recogiendo la perspectiva de Alejandro López según la cual la

colonización fue una lucha entre el hacha y el papel sellado, lo que no fue una

característica circunscrita a la colonización antioqueña.

Los estudios previamente mencionados fortalecieron el ingreso a la década del 80, en la

cual se produjo un renacer de la historia regional caldense (Valencia, 1993). Los factores

que motivaron este renacimiento según Valencia (1993) fueron básicamente el Seminario

de Estudios Regionales en Colombia, el caso de Antioquia, organizado por el FAES en el

año de 1979, con su respectiva publicación(1982); el segundo concurso de literatura

caldense en 1981 que dio lugar a la publicación de tres libros de historia regional en 1983;

el Premio Idea con la publicación del libro El gran Caldas portento del despertar

antioqueño (1989); y el seminario sobre colonización antioqueña realizado en Manizales

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en noviembre de 1987, que contó con la presencia del profesor James Parsons y un

conjunto de especialistas, y cuyos resultados fueron publicados en un libro en 1989.

Al tiempo se desarrollaban encuentros de la palabra en Riosucio apareció la revista de

estudios históricos del Centro Occidente de Colombia “Registros de Historia” (1987-1990);

la Revista de la Universidad de Caldas dedicó varios números a la historia de la región

(1977, 1985, 1987); y surgió el Archivo Historial en su tercera época a partir de 1985 bajo

la dirección del Centro de Estudios Históricos de Manizales. Así mismo se publicaron

revistas universitarias con artículos históricos, sociales y literarios, y tesis de maestría en

la Universidad Nacional y en la Universidad de los Andes.

A su vez con la división del departamento del Caldas, los tres nuevos departamentos

dedicaron esfuerzos por parte de algunos especialistas de las ciencias sociales, a

estudiai: las nuevas entidades en sus orígenes y desarrollos, y en temas que tocaran las

peculiaridades de su formación, para diferenciarse de sus mas próximos. Por ello se

perciben esfuerzos en las capitales en esta dirección, mejor captados en Manizales por el

núcleo intelectual con tradiciones heredadas y asociadas a Otto Morales Benítez; por la

Imprenta Departamental, la Universidad de Caldas y especialistas regionales y locales

con una ya ganada tradición narrativa y un interés social por la historia, en especial

Albeiro Valencia Llano, Alfredo Cardona y Jorge Eliécer Zapata Bonilla. Sin embargo, si

se percibe en su conjunto, los años 80 abrieron un panorama diverso sobre la región.

Predominaron los estudios sobre la colonización, la población indígena, la política regional

quindiana y sus localidades en el centenario de la ciudad de Armenia (1889-1989).

Además surgieron temas nuevos tales como el del Empresariado Industrial (Rodríguez

Becerra, 1983), La Arriería (Ferro, 1985), la Arquitectura de la Colonización (Tobón,

1986); la familia (Valencia Llano, 1986) y unos pocos textos relativos a Pereira y Risaralda

(Jaramillo Montoya, 1987; Angel, 1983).

La colonización fue abordada por Catherine Legrand (1984, 1988) como un proceso

desigual en la distribución de baldíos, formador de una estratificación social excesiva,

conveniente más para comerciantes y grandes propietarios y conflictiva en su desarrollo.

Roberto Luis Jaramillo (1984, 1988) mostró “la otra cara de la colonización” fundado

igualmente en documentación primaria y señalando la lucha feroz por los territorios entre

concesiones, sociedades y colonos corrientes. Albeiro Valencia (1985) abordó el tema

mostrando desarrollos económicos y sociales del Gran Caldas en el siglo XIX, en especial

los tipos de colonización y los temas de mercados, monopolio de tierras, conflictos

agrarios y gran propiedad. El Quindío se convirtió en nuevo eje de reflexión. La

colonización del mismo fue objeto de estudio por Jaime Lopera (1986).

Por su parte Olga Cadena en su tesis de Maestría (1988) estudió la sociedad de Burila,

donde mostró su decisivo papel en la configuración del Quindío y el proceso conflictivo de

búsqueda de legalización de títulos por colonos durante más de 40 años. Ello la acercó a

un ensayo sobre Armenia en su centenario (1989). Al tiempo Jaime Sepúlveda se ocupó

de los factores que incidieron en la creación del departamento del Quincjío (1986); Keith

Christie (1986) abordó la política regional mostrando el peso de las familias tradicionales

en el manejo de cargos públicos en la vida local y regional y el numeroso grupo de

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colonos pobres no blancos en la desigual colonización quindiana. Carlos Miguel Ortiz

(1985) buscó puentes entre las modalidades de colonización regional y los procesos de

violencia en el siglo XX, cuando Albeiro Valencia (1989) concluyó la década con su

estudio sobre la guaquería en el Viejo Caldas, uno de los principales motivos de

colonización regional.

En 1982, Joel Darío Sánchez elaboró una tesis para magister en ciencias políticas en la

Universidad de los Andes, donde se refirió a la colonización quindiana y a su proceso

político e ideológico en la configuración del campesinado cafetero entre 1840 y 1920. Este

autor abrió un campo importante en tuanto se refiere a los procesos de poblamiento y a

las características de la economía y de la sociedad quindianas basado en fuentes de

archivo de excelente nivel local, regional y nacional. Se ocupó del conflictivo problema

agrario y la colonización antioqueña, de los puntos de penetración, direcciones de

expansión y proceso social en la ocupación territorial, y se adentró en la legitimación de

las relaciones de propiedad y de poder, la base agrícola, estructura de la propiedad y la

prácticas ideológicas de la colonización en la región del Quindío.

En 1983 Luisa Fernanda Giraldo dedicó su libro La colonización antioqueña yla fundación

de Manizales al estudio del proceso y etapas de la colonización en el sur de Antioquia

basada en bibliografía secundaria, desde una perspectiva de sociología histórica. La

autora cuestionó el espíritu democrático de la colonización antioqueña; consideró que fue

un proceso dirigido económica y políticamente por terratenientes y comerciantes con

cuyos capitales ampliaron el mercado de tierras y se convirtieron en grandes propietarios

territoriales. Los comerciantes con su peso político en el Estado agilizaron el traspaso de

tierras públicas a los colonos organizados, quienes obtuvieron estabilidad administrativa

en las nuevas fundaciones y alguños de ellos se convirtieron en las élites de las mismas.

Si bien el Estado buscó configurar una sociedad de pequeños propietarios impidiendo la

acumulación individual de tierras, tanto él como los comerciantes promovieron la

colonización colectiva; pero una vez instalados los primeros colonos, el Estado permitió la

colonización individual otorgándole privilegios a colonos particulares. Así mismo en este

proceso hubo conflictos entre terratenientes y colonos, lo que revela una falta de política

agraria seria por parte del Estado, según Giraldo. La especulación con tierras apareció

desde los inicios; algunos colonos influyentes controlaron el acceso a la tierra y

establecieron alianzas con los terratenientes pero éstos perpetuaron las grandes

concesiones. En síntesis el papel del capital comercial se convirtió en el ele del proceso

colonizador.

La autora sintetiza las modalidades de poblamiento en la colonización antioqueña en tres

grandes ejes. Primero, tierras baldías cedidas por el Estado de Antioquia para el

establecimiento de colonias, con un grado aceptable de organización que incluía la

obligación de fundar un poblado, es decir, se cedían lotes según el número de hijos de

familia. En segundo lugar, la ocupación de tierras selváticas sobre las que existían títulos

de propiedad colonial, o sea concesiones realengas; aquí fue donde se generaron

especialmente los pleitos con las concesiones Villegas, Aranzazu y Burila más al sur; fue

la lucha del hacha contra el papel sellado. En tercer lugar, la organización de colonias

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agrícolas por los comerciantes, quienes vendieron parte de las tierras adquiridas mediante

la compra de baldíos, tierras obtenidas mediante compra de bonos agrarios a generales y

militares, y de bonos territoriales por parte de los comerciantes. Por tanto la especulación

de tierras fue vital para el proceso acumulativo por parte de los comerciantes. Esta autora

después de exponer procesos de la colonización antioqueña de .vertiente, principales

fundaciones de la colonización en Caldas y alianzas y conflictos entre colonizadores y

compañías, dedica su texto a la fundación de Manizales, a sus fundadores y al desarrollo

propio de la ciudad.

Por su parte Ricardo De los Ríos Tobón escribió una Historia del Gran Caldas, orígenes y

colonización hasta 1850 (1983). El autor presentó un estudio histórico del proceso

colonizador dando preferencia a los factores geográficos, políticos, económicos y sociales

que iniciaron y modelaron dicho proceso. Puso más atención al movimiento de las masas

que colonizaron la región, que a la pequeña historia o a las fechas locales. Utilizó

creativamente una bibliografía secundaria y la entrecruzó, comparó y corroboró entre sí.

Para este autor hubo tres factores claves para cue el occidente se convirtiera en el líder

demográfico y económico del país durante el siglo XIX: la lucha contra los títulos de

latifundios, la creación de pequeños propietarios y la economía del café. Así, el occidente

se convirtió en el nuevo eje del país en el siglo XX.

Según De Los Ríos hubo tres oleadas colonizadoras con características diferentes. La

primera entre 1785 y 1810 donde .se produjo un avance desordenado de colonos muy

pobres que buscaban resolver su situación económica sin importarles las guerras de

independencia. La segunda entre 1820 y 1860 fue mas ordenada, con mas sentido

gremial para fundaciones y fundadores, lo que les permitió defenderse de propietarios

legales de tierras; en esta se logró incorporar algún capital al proceso y se caracterizó por

ser una migración muy conservadora, de pueblos godos de Marinilla hasta Manizales. A

partir de 1870 se produce una tercera oleada dirigida por capitales antioqueños y una

organización de explotaciones agropecuarias de gran envergadura; ésta tiene un tinte

más liberal de gentes de Rionegro y de Medellín que se quieren liberar del poder

conservador del gobierno de Pedro Justo Berrío. Así mismo la colonización conformó un

tipo de individuo con caracteres peculiares por su idioma, folclor, productividad, hábitos de

uso, y comercio con una gran base en la arriería; consideró al arriero como el motor del

comercio y a la fonda como el establecimiento básico de conquista; la guadua, clave en la

construcción; y el maíz, base alimenticia y aglutinante fisico y espiritual.

El sistema de comercio y la absoluta dependencia de la colonización con respecto al

centro de Antioquia hicieron que la construcción de caminos fuera tan importante como la

construcción de los poblados. En tales caminos surgió la fonda, centro de abastecimiento

y canje de productos, posada para viajeros y centro social para los pequeños

comerciantes y arrieros. Estos comercios fueron dinamizando centros urbanos. Manizales,

Pereira y Annenia asumieron la hegemonía regional y se fue produciendo un declive

paulatino de Salamina y Sonsón en la segunda mitad del siglo XIX.

Para De los Ríos, café, comercio y oro consolidaron el proceso colonizador, por lo que el

Gran Caldas para fines del XIX representó la nueva economía para el país. Señala este

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autor que la colonización es desencadenada por la crisis de Antioquia y que la respuesta

a dicha crisis fue la colonización. Finalmente describió tres oleadas geográficas en el

proceso colonizador y tres rutas del centro de Antioquia hacía el sur.

También las guerras civiles dinamizaron la colonización entre Cauca y Antioquia y

produjeron un traslado de la cultura paisa a nuevas zonas, con matices diversos; además

la religión católica se convirtió en parte importante de esa cultura y representó un

aglutinante social y un motor para el proceso colonizador. Este autor también toca otros

temas en su libro: el escenario o sea la geografía donde se desarrolla su historia; la

geohistoria de Caldas; sus primeros habitantes aborígenes; la primera colonización; los

españoles en Caldas; y el vacío histórico entre 1560 y 1800, casi dos siglos y medio,

desde cuando las ciudades mineras se extinguieron o se trasladaron y las tribus

aborígenes fueron exterminadas, excepto en el occidente. Finalmente, se refiere a la

segunda migración o los antioqueños en Caldas, donde en treinta años de conflicto

brotaron diez poblaciones.

Por su parte, Luis Eduardo Agudelo (1983-1989) logró una síntesis del Gran Caldas

desde las “raíces olvidadas” indígenas pasando por el “tormentoso siglo XVI”. Después

del paréntesis de los siglos XVII y XVIII, se centró en la colonización antioqueña y en el

Gran Caldas desde 1905. Para Agudelo, la creación del Departamento de Caldas fue la

culminación de un proceso migratorio y de cambio socio-económico gestado desde fines

de la colonia por gentes pujantes, cuando Antioquia salió de su pobreza.

Después de los tres libros ganadores del concurso caldense de 1981, en 1984, Catherine

Legrand escribió “de las tierras públicas a las propiedades privadas” para referirse al

acaparamiento de tierras y los conflictos agrarios en Colombia entre 1870 y 1936, un

articulo previo que recogía las ideas centrales de su excelente libro de 1988. La autora

reconoce que los estudios históricos sobre la expansión de la frontera agrícola en

Colombia se han centrado casi exclusivamente en la colonización antioqueña. Señala que

es una creencia común que este movimiento que pobló al sur de Antioquia y al Viejo

Caldas en el Siglo XIX produjo una próspera sociedad de familias campesinas, pero que

en años recientes la imagen democrática del asentamiento antioqueño ha sido

cuestionada por nuevos estudios que se refieren al papel central que jugaron las élites

dirigiendo el proceso y beneficiándose de él. Allí la autora utiliza desde el estudio de

Alvaro López Toro hasta el de Marco Palacios, pasando por Brew, Machado, Christie y

Mariano Arango. Sin embargo, cualquiera haya sido el impulso tras la colonización, es

innegable, según Catherine Legrand, que la región cafetera occidental está hoy marcada

por una distribución relativamente democrática en la tenencia de la tierra. Señala la autora

que entre 1850 y 1930 miles de hectáreas de tierras públicas fueron ocupadas y divididas

en propiedades privadas y que el país movió su centro de actividad económica de las

tierras altas hacia las de alturas medias y bajas, con lo que las tierras de frontera

adquirieron un nuevo valor.

En el proceso mencionado, colonos, empresarios y propietarios jugaron diferentes roles.

Durante el sigla que va de 1830 a 1930, el gobierno colombiano aprobó unas 5.500

concesiones de tierras públicas con un total de tres millones trescientas mil hectáreas. De

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ese monto, trescientas mil fueron entregadas a propiedades privadas en el Viejo Caldas.

El 80% estaba dividido en propiedades de mil o más hectáreas, y menos del 5% de los

títulos de tierras fueron a propiedades menores de cien hectáreas. Si bien esto reforzó el

predominio de la gran propiedad, no obstante la zona del Viejo Caldas se convirtió en un

caso relativamente peculiar. En general señala Catherine Legrand que: las condiciones de

los colonos en la mayor parte de los lugares del país no fueron las mejores y en gran

medida terminaron como campesinos arrendatarios; y se subordinó la economía

campesina a las nuevas haciendas en las regiones de frontera donde la distribución de la

tierra fue excesivamente alta. Con esa crítica situación en la distribución del ingreso y las

relaciones de clase en el campo colombiano, se agudizaron los conflictos sociales en las

regiones de frontera. Concluye la autora que para la comprensión de la expansión de la

frontera agrícola colombiana se debe mirar mas allá de la región de colonización

antioqueña. En segundo lugar, que aparte de las poblaciones antioqueñas en el sur, el

patrón de expansión de frontera no fue democrático y que en general la privatización de la

tierra pública conlievó a la formación de grandes propiedades. La mayor parte de estas

propiedades se concentran actualmente en las altitudes medias y en tierras bajas, zonas

que eran tierras públicas hacia finales de los 50 y que se convirtieron luego en el núcleo

del crecimiento económico. Durante este proceso, empresarios expropiaron a los colonos

de sus tierras y de su trabajo, por lo que la fuerza de trabajo arrendataria se configuró en

las regiones de frontera. Finalmente, este proceso dio lugar a tensiones sociales durante

el siglo XIX y a conflictos abiertos, los que se concentraron precisamente en las regiones

de desarrollo de la frontera agrícola.

Por estos años se produjo un valioso estudio de historia política y social que sigue siendo

decisivo para comprender patrones de vida y de comportamiento en el Viejo Caldas, con

especial énfasis en el Quindío. Keith Christie (1986) señaló que la colonización de la

frontera antioqueña siguió siendo una empresa ética pero algo distinta de lo que se

pensaba antes. Christie consideró que la colonización antioqueña, especialmente el

poblamiento del centro del Viejo Caldas fue un fenómeno complejo, de tal manera que las

iniciales desigualdades de oportunidades, riqueza e influencia política estuvieron muy

presentes en la frontera antioqueña. Algunas familias pobres que se aventuraron al sur

lograron alcanzar tierras, seguridad y hasta una prosperidad confortable en ciertos casos.

Pero las familias bien relacionadas obtuvieron mucho más. Señaló Christie el caso del

Quindío, en el cual, a pesar del origen relativamente humilde de sus fundadores, la

presencia de una oligarquía regional se hizo sentir en lo económico y político aunque

menos agudamente que en Manizales, e introdujo un tópico importante: no exagerar las

diferencias entre la colonización y el subsiguiente desarrollo del Quindío, comparados con

la situación del norte en general, o sea, el actual Caldas. Considera Christie que la

agricultura campesina fue también importante en el norte así como la oligarquía regional

siguió siendo importante en el sur, y que la mayor apertura del Quindío es solo una

diferencia de grado y nunca un marcado contraste con Manizales.

Christie analiza para el siglo XIX en Manizales y el norte caldense las conexiones

existentes entre familias y cargos públicos (alcaldes, prefectos, concejales) y encuentra

un alto peso de los miembros de cinco clanes: Gutiérrez, Jaramillo, Arango, Villegas y

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Londoño. Se acerca así mismo a las relaciones de estas y otras familias con factores

económicos (tierra, comercio, ganadería...) para comprender las relaciones ente poder

social y económico y los procesos de expansión de prestantes miembros de Manizales

hacia Risaralda y Quindío. Concluye que:

“las familias oligárquicas.., permanecieron activas e importantes en la frontera a lo largo del período

colonizador... familias pobres y modestas lograron sobrevivir en la frontera: algunas de ellas lograron

prosperar pese a la presencia de las mejores familias. No obstante aunque hubo alguna posibilidad de

movilidad social, las oportunidades frecuentemente estaban bastante circunscritas a la minoría. Las mejores

familias dominaron la vida social y política de la frontera” (Christie, 1980: 47).

Una breve síntesis de como fue configurado el departamento de Caldas entre 1905 y

1912, fue propuesta por De los Rícis (1986), así como la configuración de sus

subregiones en el siglo XIX, su heterogeneidad, organización interna y relaciones, con

todo lo cual, según el autor, se creó una región económica y política moderna y se impuso

un proyecto cultural de tradición antioqueña.

Caldas resultó de la anexión de territorios de los departamentos de Antioquia, Cauca y

Tolima, y de una población de la intendencia del Chocó, Pueblo Rico. Los tres habían sido

Estados Federales y Soberanos desde 1863 hasta 1886. Antioquia y Tolima fueron

entonces fortines del conservatismo cuando Cauca lo fue del liberalismo. Así, si bien

estos Estados tuvieron relaciones comerciales, no obstante sus adscripciones partidistas

los diferenciaron en especial en los años más difíciles de las periódicas guerras civiles del

siglo pasado. Estos conflictos llevaron incluso a que se formaran imágenes negativas

desde cada una de las partes. Los antioqueños veían en los caucanos generalmente

hombres sin principios, bárbaros y “negros” que “a su degradado estilo de vida” sumaban

la capacidad de pervertir a sus “castas vírgenes” o a sus “respetables esposos”; también

los percibieron como militares y liberales ateos. Por su parte, estos miraban a Antioquia

como la cuna de la religiosidad ultramontana tierra de curas y monjas, de un catolicismo

ortodoxo, dé costumbres conservadoras y excesivamente pacata.

En este contexto, debemos señalar que para la segunda mitad del siglo, el peso de

Antioquia en la economía nacional era decisivo, y que había logrado ser respetada por los

gobiernos liberales dada su fuerza política interna y su capacidad económica ascendente,

cuando el Cauca por su inestabilidad política y sus dificultades para comunicarse con el

exterior, decayó significativamente. A estos factores, podemos asociar dos definitivos en

las ventajas de los antioqueños sobre los caucanos en el proceso colonizador. Los

primeros lograron desarrollar un movimiento relativamente ordenado de norte a sur que

dio lugar a muchas fundaciones en la ruta que conduce al Cauca y que revela una

experiencia socia acumulada con componentes socio-económicos y político-culturales

bien definidos (García, 1978). Por su parte los caucanos buscaron darle a sus intentos de

poblamiento un sesgo político que no integraba elementos comerciales, económicos y

agrícolas, a la manera como si lograron realizarlo los antioqueños. Con ello los caucanos

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debieron replegarse sobre su propio espacio, el Valle del Cauca; los antioqueños coparon

con fuerza gran parte del territorio caucano, luego Manizales será hegemónica en la

región y más tarde, el Valle se beneficiará “de las condiciones de transporte, rompiendo

su aislamiento con el centro del país y el mundo antioqueño” (Almario, 1994: 132-133).

Desde el Consejo de Delegatarios en 1885, un sector político impulsó la división de los

viejos Estados para dar lugar a nuevos departamentos pero no logró que ello fuera

aprobado. En la perspectiva de debilitar las élites tradicionales regionales para buscar

procesos de unidad nacional con mayor distribución política y económica, el gobierno

Nuñez-Holguín impulsó un proyecto de división territorial en 1888 que debió ser archivado

por la presión de representantes antioqueños y caucanos preferentemente. Ya entonces

se proyectaba dividir a Antioquia en tres departamentos, uno con cabeza en Manizales,

otro teniendo a Medellín como eje y otro en la decadente Santa Fe de Antioquia. El tema

siguió vigente y Uribe Uribe presentó una nueva propuesta de creación de un

departamento en 1896 y mas tarde en 1903, hasta su aprobación en 1905. Para entonces

Rafael Reyes había llegado a la presidencia, previa aprobación del departamento de

Nariño en el Congreso de 1904, dispuesto a impulsar secciones que respondieran a

intereses generales en oposición a los departamentos con intereses particulares. Así

mismo incidió el temor a que se repitieran movimientos separatistas al estilo del de

Panamá, pues si una sección era menos grande, sus deseos separatistas serían

menores.

En este contexto, Caldas se creó segregando partes de tres departamentos. Caucay

Antioquía se encontraban al occidente en el río Arquía y al centro en el río Chinchiná.

Antioquia y Tolima se encontraban al oriente en el río Miel. Podría decirse que la región

fronteriza de los tres estados ya tenía colonizadores antioqueños que compartían el

territorio con caucanos o tolimenses en menor medida.

Así las cosas siguiendo el modelo de De los Ríos (1986), Caldas quedó configurado por

las siguientes subregiones:

A. La Provincia del Sur Antioqueño, al norte del actual Caldas, ubicada entre los Ríos

Arma y Chinchiná cuyo eje era Manizales (1849) y cuya formación venía desde 1787-

1808 cuando, Sonsón y Abejorral fueron fundadas.

B. La Provincia Caucana de Marmato ubicada al occidente de Caldas, entre el río

Arquía y Toro, cuyo eje era Risaralda, frontera Antioqueño-Caucana, con poblamientos

negros desde el período colonial y comunidades indígenas emparentadas con la región

chocoana.

C. La Provincia de Robledo, recién creada y con capital en Pereira, ahora libre de la

tutela de Cartago. Se componía de los pueblos caldenses del Centro entre el río

Chinchiná y el río La Vieja.

D. La Provincia del Quindio, con capital Cartago, que incluía el Quindío y los actuales

pueblos del norte del valle. Allí, Salento y luego Calarcá antes de Armenia fueron los ejes

administrativos y políticos. Calarcá fue el eje de lucha de los colonos contra Burila.

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E. El oriente Caldense era lugar de encuentro de Antioquia y Tolima. Estaba partido en

diagonal por el río La Miel siendo su parte norte antioqueña, asociada a través de

Pensilvania (1866) a la Provincia del Sur; y su parte baja mas ligada al Tolima, donde se

encontraban colonos antioqueños y tolimenses venidos de Honda. Esta zona esta

también asociada al río Magdalena a través de La Dorada.

Según De los Ríos, después de 1905-1912 siguieron 50 años de vida departamental en

donde hubo un continuo progreso económico y cultural y un gran desarrollo urbano. Esto

le dio gran influencia política a la región en el contexto nacional, siempre de la mano del

café. Pero lo que nunca pudo superar el departamento fueron las tensiones internas de su

formación. Señala este autor que las tensiones de su origen son las diferencias

geográficas, los recelos entre Manizales y Pereira, la herencia de antioqueños y

caucanos, las rivalidades entre los municipios a causa de su aislamieento original y la

zomficacián entre regiones rojas y azules. Todas esas tensiones por diversas razones no

fueron atenuadas; al contrario, siempre se conservaron y algunas como las fuertes

rivalidades entre las tres grandes ciudades, llegaron a verse como un factor de progreso.

Pero un día Caldas también se fracturó.

En 1987 se realizó un evento importante en Manizales, del cual resultó un libro sobre la

Colonización Antioqueña (1989) que marcó un hito en la comprensión de la región

caldense.

Luisa Fernanda Giraldo (1989) en su ensayo sobre la colonización antioqueña, después

de realizar un somero análisis acerca de los pioneros en estudiar este fenómeno desde el

siglo XIX hasta los años 70 del siglo XX, se refiere a los trabajos y conclusiones de los

caldenses sobre el conocimiento de la historia regional y local, y menciona

predominantemente los estudios de Otto Morales Benítez, José Fernando Ocampo,

Guillermo Duque Botero, Albeiro Valencia y Ricardo de los Ríos. Considera que estos

autores han iniciado una importante reflexión sobre la génesis de la sociedad caldense,

permitiendo desentrañar los conflictos entre propietarios y colonos, el carácter de las

fundaciones, los factores y aspectos que determinaron la fisonomía económica, social y

política de los nuevos poblados, la base económica de los primigenios asentamientos y su

vinculación al cultivo del café (1989:89). Señala la autora que desde posiciones

ideológicas disimiles, cada uno presenta una visión particular sobre el proceso

colonizador, donde se discute si la colonización permitió o no sentar las bases para el

surgimiento de una sociedad democrática de pequeños propietarios; y si surgió o no una

sociedad estratificada. Todo ello estaba dirigido a la comprensión y conocimiento de una

sociedad de frontera, donde la autora analiza la colonización antioqueña como proceso,

resalta el papel de los comerciantes —todavía sin rostros— para quienes la colonización

fue una manera de aumentar su poder y de ampliar su capital, mientras que para los

colonos —aún no aparecen de carne y hueso— fue la posibilidad de encontrar tierras

donde trabajar. Este hecho, considera la autora, imprimirá una forma contradictoria y

conflictiva al proceso colonizador, dado que moldeó la estructura social y la sucesiva

lucha por la posesión y apropiación de la tierra, recreando las relaciones sociales y de

poder, de las cuales partió. Así, los conflictos mas frecuentes, basada en Marco Palacios

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(1979), se produjeron entre colonos pobres y compañías, como en el caso de la compañía

Burila y los colonos de Calarcá, Armenia y Sevilla. En segundo lugar, hubo conflictos

entre colonos fundadores enriquecidos, como en el caso de las concesiones en el río la

Vieja y el pleito entre Villa María y la concesión Aranzazu; también entre colonias y dentro

de las mismas, como aconteció entre Calarcá, Fresno y Soledad. Por todo ello, arguye

Luisa Fernanda, el supuesto democrático de la colonización, está puesto en tela de juicio

sobre todo cuando se presupone un acceso igualitario a la tierra por parte de todos los

colonos que participaron en ella. Así, las desigualdades económicas y políticas marcaron

el origen y el desenlace de este fenómeno histórico. Es cierto que se creó la pequeña

propiedad campesina, cristalización de un proceso de lucha por la tierra, pero esto no fue

masivo ni permitió cambiar las jerarquías establecidas, o socavar los privilegios de

aquellos colonos que habían logrado consolidar su prestigio como grandes propietarios,

acota la autora.

Basada en los argumentos presentados, Luisa Fernanda sugiere unos rumbos para la

investigación histórica de Caldas que permitirán una mayor y mejor interpretación de los

efectos regionales del proceso colonizador. En primer lugar, el aporte étnico y cultural de

los grupos indígenas, de los cuales ya quedan muy pocos en todo el conjunto caldense,

pues fueron en gran medida diezmados y casi extinguidos durante el período colonial, y

los pocos que han quedado están siendo presionados o expulsados de sus tierras

comunales y resguardos. En segundo lugar, la necesidad de estudiar los grupos de

esclavos negros que contribuyeron con su trabajo al florecimiento de importantes centros

mineros en la época colonial y luego se fueron incorporando a la sociedad de frontera,

con lo que se mestizaron significativamente. En tercer lugar, la autora propone romper

con la falsa creencia de que la historia de Caldas es la historia de la colonización

antioqueña y de su correlativo “el paisa”, como único tipo humano y cultural en la

sociedad de frontera; por lo tanto, propone estudiar el aporte de otros grupos culturales

para poder explicar el fenómeno de interculturación. Añade a los anteriores temas los

estudios de conflictos y sus resoluciones entre colonos y propietarios; el estudio del papel

del gamonalismo, los organismos de poder local y la violencia como mecanismos de

apropiación de la tierra; el proceso de concentración de la propiedad territorial y la

conformación de grupos de poder y élites locales y regionales; la formación del

campesinado en Caldas y la lucha por la tierra. Finalmente considera que para avanzar en

el conocimiento de la historia regional, los archivos municipales deben ser explorados.

En el mismo evento (1987), James Parsons con sus Reminiscencias de la Colonización

Antioqueña, señalaba que en su búsqueda de lo positivo dentro del proceso colonizador

antioqueño y por darle mucho énfasis “tal vez he contribuido un poco a un mito o leyenda

rosa en relación con los antioqueñólogos”. Comentó que Jorge Villegas y otros habían

mostrado que eran algo románticas sus presunciones acerca de la sociedad democrática

de pequeños propietarios o colonos y de las virtudes sencillas de la vida campesina

tradicional, de la vida maicera en estas montañas.

Por su parte, Jaime Jaramillo Uribe afirmó que lo que parecía seguir siendo el punto de

partida de una hipótesis plausible de trabajo es que la colonización antioqueña del

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occidente colombiano y la sociedad global producida por ella, constituye por muchos

aspectos un caso singular en la historia, no solo de Colombia sino de América Latina.

Señaló que es posible que su misma singularidad dentro de la tradición hispano-colonial,

haya llevado a sus primeros exploradores a construir sobre ella una especie de leyenda

rosa, pero para el sentido crítico que debe animar la tarea del historiador ello no puede

conducir a su sustitución por una leyenda negra (1989:29). Consideró que la historia está

hecha de oro puro y escoria, de allí que lo realmente importante era establecer el tipo de

sociedad que se produjo en esta mezcla, determinar el carácter, resultado y efectos

transformadores en su propio seno y en la estructura global de la sociedad colombiana.

De todos modos, culminó diciendo que este es uno de los hechos más significativos de la

historia nacional.

Otto Morales Benítez, presentó el tema de la colonización antioqueña, como un aspecto

de la revolución económica de 1850; realizó un recuento general del proceso colonizador

y culminó su exposición señalando que realmente fueron los colonos los que en lucha

contra el gran latifundio lograron obtener una liberación económica con afán integrador

akededor de sus familias. Así mismo, y continuando la línea abierta por Marco Palacios en

el año 79 y, por Jorge Villegas en el año 77, Roberto Luis Jaramillo (1988) presentó una

visión dinámica y conflictiva de la colonización antioqueña con un muy buen nivel de

documentación. Jaramillo ampliaba así su visión inicial sobre la otra cara de la

colonl”zación (1984) y aún la extendía a otras regiones antioqueñas. Con un gran

conocimiento del tema, este autor presentó una visión desde la historia y la geografía

histórica que relacionaba pueblos de indios, grandes concesiones coloniales,

adjudicaciones republicanas de baldíos, y desplazamientos de población desde las

comarcas o países antioqueños de la segunda mitad del siglo XVIII. Amplié las razones

de las migraciones hacia tierras nuevas, expuso descarnadamente el papel cumplido por

los negociantes de tierras y por los labradores, y propuso tres períodos para el estudio de

la colonización: temprano, desde los inicios del siglo XVIII hasta sus últimas décadas;

medio, hasta casi cerrarse el siglo XIX, y moderno, que alcanza todo el siglo XX.

Por su parte Víctor Áivarez desarrolló el tema de la estructura interna de la colonización

con énfasis en el sur, señalando bases históricas de la misma a partir del desarrollo y

crisis de la región antioqueña, y los orígenes de la inmigración hacia los territorios del sur,

la necesidad de crear centros de aprovisionamiento, búsquedas de oro en sepulcros

indígenas y minas, salados y establecimientos de colonias agrícolas. Igualmente señaló

que a partir de 1840 la empresa colonizadora adquirió una gran dinámica en la cual se

produjo una importante fundación de pueblos. Luego, desde 1870, la frontera

colonizadora llegaba a su extremo sur en la reciente población de Salento (1843). Así,

desde 1870 hasta fines del XIX, en treinta años, durante la colonización se fundaron 18

poblaciones repartidas proporcionalmente en las zonas geográficas del oriente, el

occidente, el centro y el sur. También señaló, basado en documentos de archivo, la

creciente evolución demográfica en el departamento del sur, y las principales

producciones agrícolas y pecuarias; y se acercó a contradicciones sociales en el proceso

de colonización y a la familia como entidad económica decisiva en este proceso.

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En el mismo evento, Albeiro Valencia presentó un novedoso tema sobre la relación

existente entre fundación, desarrollo de pueblos y productos agrícolas alimenticios,

cuando José Fernando Ocampo dedicó un ensayo a Manizales, la colonización

antioqueña y las guerras civiles entre 1860 y 1876, para sugerir como la colonización

antioqueña de Manizales fue conservadora y por qué los terratenientes de Antioquia

convirtieron a Manizales en una muralla de contención contra el General Tomás Cipriano

de Mosquera. Así mismo, las razones por las cuales la tradición religiosa de Antioquia se

hizo firme en Manizales. Según Ocampo, a pesar del enfrentamiento de la Iglesia con el

Estado en el ámbito nacional, “los terratenientes herederos de la colonia” no lograron que

los nuevos pobladores renunciaran al partido conservador. Así, los nuevos terratenientes

surgidos de la colonización, parecen haber logrado neutralizar el descontento social

aprovechando el poder de la Iglesia, las contradicciones de los gobiernos radicales con

ella, y el sectarismo infundido por el clero en el pueblo católico de Manizales. El autor

señaló que con esta guerra casi religiosa, a pesar de la victoria militar de los liberales, el

triunfo político fue para los conservadores, quienes entregada la plaza de Manizales y

colocando como jefe civil y militar al general independiente Julián ‘Iujillo, abrieron el

camino de la Regeneración nuñista. Por ello, según Ocampo, los conservadores no se

equivocaron al lanzarse a la guerra.

Si bien, el tema de las guerras civiles ha sido poco estudiado en Caldas, una región que

especialmente en el sur (Risaralda y Quindío) sufrió tanto las violencias del siglo XIX y del

XX, y que Manizales se convirtió en fuerte militar y lugar estratégico de Antioquia en el

siglo XIX, el ensayo que ofreció Ocampo, no pasaba de usar una bibliografía secundaria

para sustentar una historia de lucha de clases. Un esquema similar, pero más nutrido de

teorías sociológicas, politología, economía y un paradigma marxista, utilizó el autor para

estudiar a Manizales (1972): el proceso de formación de su burguesía “aristocratizada”, su

triunfo al apoderarse del campo e imponer una explotación capitalista del café, que

expropia, desplaza y explota al campesino; su fracaso en el desarrollo de la ciudad, el

desespero por industrializarla, y sus vínculos con el capital financiero internacional con

sus efectos sobre sectores agrícolas e industriales.

Finalmente, Carlos Miguel Ortiz (1989) presentó un ensayo sobre la colonización

antioqueña de la hoya del Quindío en el contexto de la instauración de la República

centralista de 1886. Señala este autor el intervencionismo ejercido durante la

Regeneración por parte del Estado en la actividad bancaria y en la circulación de la

moneda, pero en mucho menor grado, en el campo tributario y muy tímido en el campo de

las inversiones, debido a su precariedad y falta de disponibilidad de recursos. En este

contexto, resalta el peso de los particulares, pues con excepción de Boquía, las

fundaciones no fueron impulsadas por el Estado sino por jefes naturales. La importancia

de las juntas pobladoras y la ausencia del Estado, fueron tópicos por él considerados.

Ortiz abrió un valioso camino de estudios en el Quindío, al vincular áreas de Ciencias

Sociales y dar lugar a trabajos sobre esta zona. Su texto Estado y subversión en

Colombia (1985), referido a la violencia en el Quindío, llamó la atención sobre las razones

y motivaciones de este fenómeno mirado desde la larga duración. También gentes

quindianas muy heterogéneas habían tenido un papel significativo en las guerras civiles al

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buscar allí lugares de refugio y desarrollarse conflictos por la lenta titulación de tierras por

parte del Estado contra la empresa Burila o por las cargas fiscales impuestas por

Manizales.

Después del mencionado evento de 1987, en el tránsito de la década del 80 hasta el

momento actual, los estudios históricos, sociológicos y antropológicos han avanzado

significativamente en el Viejo Caldas. A continuación, haremos un balance mas centrado

en órdenes temáticos que con textos específicos y autores, con lo que se podrá precisar

hacia qué tópicos se dirigen las investigaciones en la última década.

A fines de los 80s Olga Cadena (1988) hacía un valioso aporte sobre dos tópicos

quindianos: las motivaciones de las fundaciones de los pobladores (1988a) y los procesos

de colonización bajo la Empresa Burila(1988b) donde distinguió el poblamiento diverso de

la zona plana hacendana y de la zona montañosa de pequeña y mediana propiedad, eje

del conflicto con Burila. Dedicó a ésta su tesis de maestría, para mostrar la composición

de sus propietarios, los conflictos con los pobladores (1884-1929), la fundación de

poblados y el impacto de la compañía en la configuración regional.

Por su parte Albeiro Valencia continuaba con la yeta abierta por Juan Fiede sobre los

problemas indígenas. Elaboró un texto sobre evolución económica de las sociedades

indígenas de Caldas entre los siglos XVI y XIX basado fundamentalmente en bibliografía

secundaria y en cronistas. Así, los indígenas se convertían en un tema casi nuevo en la

historiografía caldense, junto con los estudios de Víctor Zuluaga sobre la comunidad

indígena Chanií (1988) y de Patiño sobre los resguardos indígenas de Cahamomo y

Lomaprieta (1993). Inés Lucia Abad publicó de nuevo un trabajo especializado sobre los

Anserma que había sido editado por primera vez en 1955; Aída Giraldo, sobre territorio y

medio ambiente entre los Embera de Risaralda (1995); un ensayo sobre reivindicaciones

indígenas de Riosucio por J. de J. Alvarez (1993) y los documentados estudios sobre

indígenas del occidente a través de historias locales y poblamientos, de Alfredo Cardona

(1988-1992).

Evidentemente las aproximaciones al tema indígena así como al de los pobladores negros

es todavía muy incipiente, y podrá avanzar documentalmente y desde una perspectiva

antropológica e histórica en zonas como el occidente, donde todavía sobreviven

comunidades, cada vez mas mestizadas y aculturadas. De lo dicho se desprende que el

tema ha sido poco estudiado, que las visiones de sociedades indias en relación con los

habitantes del presente no han tenido más que ecos coyunturales (Quimbayas orfebres,

resistencia de Calarcá...) y que las comunicaciones entre sociedades prehispánicas y

coloniales, son inexistentes para el caldense corriente y aún para las élites. La

arqueología, a pesar de la guaquería, ha podido decir más y elaborar estudios sobre

sociedades, precedencias, contactos, formas de vida y riqueza, pero todavía su papel no

es suficientemente reconocido aunque el nimero y calidad de los estudios ha crecido

significativamente entre 1986 y el presente (Integral, 1996; Herrera et al, 1989).

Con respecto a los pobladores negros conocemos el documentado estudio sobre Guamal,

Historia, identidad y comunidad de Nancy Appelbaum realizado en 1994. De Lyda Díaz,

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Antropología y economía del oro en Marmato (1982); además de La historia de Mannato

de Alberto Gallego (1984). Víctor Alvarez (1991a) y Otto Morales Benítez (1993) han

dedicado ensayos a Marmato. Es pedagógica y útil la cronología de Víctor Alvarez entre

1537 y 1957 y la historia compartida de Anserma, Marmato, Supia y Antioquia (1991b) en

torno a temas tales como el papel de las cuadrillas de negros esclavos en la configuración

local y regional.

Al tiempo que se desarrollaban estos temas, las historias locales, continuaron su rumbo

ascendente y ahora hasta en mayor medida pues en la sola década del 80 se produjeron

alrededor de diecinueve y en los seis años de la del 90, ya van dieciseis. Al parecer este

fenómeno sigue revelando un gran apego a la tierra, un avance cultural en las localidades

y regiones, y un mejoramiento del sistema educativo e institucional. Sin embargo, no todo

es positivo, y en un balance sobre el tema, Jorge Eliecer Zapata B, evalúa los pro y los

contra de dicho fenómeno (1989). Reconoce los aportes hechos por algunos autores, pero

señala el predominio de “repeticiones hostigantes de bibliografías”; contradicciones entre

historiadores frente a fechas o temas; “ausencia total de análisis de los hechos que

condujeron a la fundación y al desarrollo de la misma en cada ciudad”. Así mismo,

considera que “la crítica como explicación del hecho histórico [...] no ha existido”; y que la

escritura de un nuevo texto recoge los errores y exageraciones del publicado

anteriormente, hasta hacer aparecer el pueblo historiado “como dueño de una historia

excepcional y una cultura única” (1989:17).

Aunque Zapata Bonilla, reconoce que la gran mayoría de los historiadores locales “son

legos en la materia” y que ejercen una paciente labor para dejar un testimonio sobre el

pasado de sus pueblos, no obstante percibe que “las monografías cte los municipios de

toda la república se reducen a la lista de alcaldes y los párrocos, a la fundación y

funcionamiento de las escuelas y a la exaltación de los nombres de algunos ciudadanos,

generalmente políticos”, que han tenido significación local. En el caso caldense, anota,

estos aficionados no se detienen a transcribir de notarías y oficinas de registro, la

evolución de la propiedad o las luchas de las comunidades primigenias por la tenencia de

la tierra, o el papel de negros e indios en la historia municipal; mas bien convierten un

“expropiador violento” en benefactor de la comunidad y se refieren a “su ascendencia

presuntamente noble”. Sin embargo, opina que ante el deficiente estado de los archivos,

la inexistencia de una conciencia oficial para mantenerlos, protegerlos, ordenarlos y

ponerlos al servicio de la comunidad, es perdonable en gran parte lo que realizan los

aficionados, quienes a su vez junto con los archivistas politizados e ineficientes, no tienen

quien los capacite.

Zapata Bonilla señala también un rasgo clave de los estudiosos de comienzos de siglo, y

se refiere a ellos como quienes tuvieron mayor información sobre fuentes y visiones más

universales de los problemas, tales como Emilio Robledo, o casos posteriores como el

Pbro. Guillermo Duque Botero, James Parsons o Vicente Restrepo, los que además

exploraron archivos de gran valor. En contraste, la mayoría de los historiadores locales

carecen de rigor, fuentes bien tratadas y falta de estímulos. En este contexto, Zapata

BoniUa ve necesario “reescribir todas las monografías y darles a las mismas la justa

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orientación que merecen para no salirnos de madre y encontrar la concordancia que es

necesaria para la visión de conjunto que buscamos sea mas precisa” (1989:20)

Zapata Bonilla presenta un listado de obras sobre ciudades y pueblos con sus respectivos

autores para mostrarla alta producción sobre historias locales en Caldas, donde cada

población cuenta con uno o varios libros, algunos muy eruditos y la mayoría “con

elemental hondura” (1989:21).

Para 1989, Pensilvania y Pácora muestran cuatro y cmco libros respectivamente sobre su

pasado, cuando Vifiamaría y Neira no poseían uno solo. Algunos pueblos mas lejanos de

la capital conservaron su identidad y han tenido mas monografías, tales como Aguadas al

norte con seis, Pensilvania con cuatro y Supía al occidente con tres. Finalmente el autor

propone para Llenar los vacíos existentes en la investigación histórica, la creación de

centros de historia en los municipios y de revistas especializadas, la presentación y

polémica sobre los estudios y la coordinación de esfuerzos de la universidad y del

gobierno. Con ello también se podrá “sacar a flote lo que ha permanecido encubierto, por

ignorancia, por imposibilidad o por físico temor a herir” (1989: 22).

Después de los balances historiográficos realizados por Zapata Bonilla y Luisa Fernanda

Giraldo, ambos publicados en 1989, se ampliarán aún más las perspectivas de

investigación sobre nuevos temas de historia social relativos al proceso colonizador

(‘Ibvar, 1995; Jaramillo 1997; Valencia, 1989; 1990; 1994a); pobla.mientos, conflictos y

vida política (Cardona, 1988-1991; Sepúlveda, 1986; Zuluaga, 1994; Valencia, 1994a;

Appelbaum, 1994; Patino, 1990), iniciales replanteaniientos de las historias locales

(Morales, 1995; Cardona, 1989; Valencia, 1993), vida cotidiana (Valencia, 1996) caminos

(Zuluaga, 1995) y arriería (Ferro, 1985).

Miraremos a continuación que otros tópicos han sido investigados y que novedades más

recientes existen al respecto. En primer termino casi todos los autores consideran que no

hay una explicación simple para referirse al fenómeno colonizador y han procurado

relacionar con mayor o menor calidad los diferentes aspectos de la economía, la

sociedad, la política y la cultura e incluso la geografía, en la que se desarrolla este

proceso. Así mismo en casi todos los textos se encuentran referencias, a la necesidad de

ver en una perspectiva más amplia la región y ligarla con los procesos nacionales, pero

todavía esta perspectiva es limitada.

Siguiendo a Valencia Llano (1993), un primer aspecto sobre el cual se vienen haciendo

estudios es el del tipo de colono que llegó a la región caldense, el proceso de mestizaje,

sus efectos transformadores en la región y su contribución a la estructura de la sociedad

regional. Allí caben los diferentes tipos de colonos provenientes de Antioquia y de otras

regiones, vagos y malentretenidos, holgazanes, vagabundos, colonos pobres y de tipo

medio, y empresarios que acapararon tierras y se enfrentaron a los colonos. Otro tema

que esta iniciándose basado en archivos y literatura regional, es el de la vida cotidiana en

la colonización, en especial los estudios de Albeiro Valencia Llano:

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Colonización y vida cotidiana en el Gran Caldas(1996); familia y diferenciación social en la

colonización del Gran Caldas (1986) y productos agrícolas alimenticios en la fundación de

los pueblos de colonización (1987). El tema de la vida cotidiana toca con marchas para

llegar a lugares de colonización, enfrentamientos del colono al bosque, construcción del

rancho, actividades de socola, derriba y quema, y transformación de la parcela en finca

familiar. Con ello se han hecho estudios iniciales acerca de actividades que le imprimen

un sello característico a las parcelas y las convierten en fincas autárquicas: la roza, la

sementera, la huerta, el gallinero y el trapiche panelero. Valencia Llano se refiere también

a trabajos sobre modelos económicos que introduce el colono en su parcela para hacerla

más eficiente. En primer lugar al trapiche panelero:

“se corta la caña, del mismo tallo se saca la semilla, las hojas se destinan para la

alimentación de rumiantes, el tallo pasa al trapiche y se obtiene el jugo, el cual, se cocina

para elaborar la panela y un subproducto que es la cachaza; ésta se cocina en la última

paila y se obtiene el melote que sirve para alimentar cerdos. El bagazo se aprovecha

como combustible y como residuo queda la ceniza, la cual se riega en el cultivo como

fertilizante” (Valencia, 1993).

Un segundo modelo esta asociado a la cría de gallinas y el cultivo de yucas, lo que

permite ir configurando una finca integral sustentada en una familia generalmente

numerosa, bastante apegada a la tierra y con una perfecta distribución del trabajo en la

parcela. Otro tópico de importancia es el estudio del papel de la familia en la colonización,

la división del trabajo en la parcela y las dificultades para insertarse en las relaciones del

mercado, ligada a la fundación de pueblos y a las formas de movilidad social (Valencia,

1986, 1987, 1996).

Asociados a los temas anteriores, los caminos y arrieros fueron factores clave para el

desarrollo económico y social de Caldas, pues a través de las producciones locales y el

comercio unieron finca, fonda, aldea y pueblos, y a éstos con los centros de cada

subregión. Todo ello facilitó una integración de la región y de esta con el país y a su vez,

facilitó acumulaciones de capital y relaciones culturales entre los países que conformaron

a Caldas. Aquí los estudios de Germán Ferro (1985) y de Omar Morales Benítez (1985),

relativos a la arriería son centrales.

También los caminos, han sido objeto de estudio de Jaime José Grisales en su ensayo

sobre la conformación territorial de la región Quindiana, por el camino del Quindío a

Armenia (1990) y de Francisco Zuluaga en su ensayo sobre la montaña del Quindío

refiriéndose al camino real de Santa Fé hasta Quito (1995). Más recientemente, Roberto

Luis Jaramillo (1997) asesoró una exposición cartográfica en el Viejo Caldas de muy buen

nivel, pero aún necesitamos estudios más puntuales y documentados cartográficamente.

Se han desarrollado estudios sobre la guaquería y su relación con la colonización, donde

se ha llegado a conclusiones sobre su papel en la sedentarización de los aventureros,

fundación de pueblos y desarrollo del comercio. La fiebre del oro se constituyó en uno de

los puntales de la colonización quindiana, posteriormente la población que llegó, se

orientó hacia la apertura de montes y adquisición de tierras a través de la política de

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adjudicaciones de baldíos que tenia el gobierno, en la lucha contra la empresa Burila

preferentemente. La guaquería daba de todas maneras lugar a un ciclo que consistía en

que el colono pobre vendía el oro hallado en las guacas, adquiría herramientas de trabajo

y víveres; al tiempo que tumbaba bosque, sacaba la primera cosecha, mercadeaba los

artículos de su parcela y se asociaba a fondas y pueblos. Al estabilizarse la colonización

se consolidaron las ciudades de Armenia, Pereira y Manizales, donde surgieron

importantes comerciantes que compraron el oro de guacas; este fenómeno se convierte

en un factor de acumulación de capitales los cuales se invertían en café, haciendas

ganaderas y de caña de azúcar, e industrias, bancos y propiedades urbanas.

De otra parte, tal como puede verse en estudios de las distintas localidades y sobre los

centros más importantes de la región, Armenia, Pereira y Manizales, la colonización en las

distintas zonas tuvo sus peculiaridades. Manizales por ejemplo fue fundada en pleno auge

de la colonización antioqueña hacia el sur en 1849 y estuvo favorecida por la situación

geográfica en el filo de una montaña y por ser frontera con el Estado del Cauca. Estos

factores la convirtieron en cruce de caminos, plaza comercial y fortaleza militar durante las

guerras civiles. El tipo de desarrollo colonizador en Manizales le permitió crear un

ambiente favorable de atracción de colonos, empresarios de la colonización y

comerciantes, cosa diferente a lo ocurrido por ejemplo en dos casos de conflicto,

Salamina y Neira. En los trabajos de Luisa Fernanda Giraldo(1983), Albeiro

Valencia(1990), Guillermo Ceballos (1990), el Pbro. Gonzalo Sánchez (1988), Ernesto

Gutiérrez (1994) y Hernando Salazar Patiño, se recogen importantes tópicos dedicados a

la ciudad de Manizales después del camino abierto por el Pbro. Fabo de María (1926),

José María Restrepo Maya (1914) y mas tarde por Otto Morales Benítez(1962) y José

Fernando Ocampo (1972).

Por su parte el tipo de colonización en Armenia se produjo en un ambiente de menores

tensiones ya que la empresa Burila realmente actuó al sur de su territorio y allí se lograron

acuerdos entre propietarios de predios y colonos. Armenia ha sido estudiada

especialmente por Jesús Arango Cano (1957), Jaime Lopera (1986), Jaime Sepúlveda

(1986), Carlos Miguel Ortiz (1985-86), Olga Cadena y José Manuel Pérez (1989) y Keith

Christie (1986), en tópicos relacionados con colonización, violencia, separatismo

quindiano, poblamiento y caciquismo político. Asimismo, el libro tantas veces editado y

escrito por primera vez en 1955 de Alfonso Valencia Zapata, Quindío histórico, da cuenta

de rasgos de Armenia y de modo descriptivo, el autor expone las sociedades indígenas

previas al período de conquista y lleva a los lectores a conocer los diferentes períodos del

Quindío, su conquista y colonia, usos, costumbres, configuración de la provincia, camino

de Quindío y luego la fundación de los diferentes pueblos de la región, los fundadores y

su desarrollo en el siglo XX.

Pereira ha sido abordada por Hugo Ángel Jaramillo(1983) donde recoge aspectos de la

colonización y evolución de la aldea a la ciudad, sin embargo todavía el estudio de Jaime

Jaramillo Uribe sigue siendo central para la comprensión de la ciudad. Una peculiaridad

en esta zona es que la empresa Pereira Gamba generó muy bajo nivel de conflicto en la

distribución de tierras.

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Pero lo que si es notorio en el balance de estudios sobre las ciudades es el mejor nivel

comprensivo y documentado sobre Manizales y los limitados estudios sobre Pereira y

Armenia. En el primer caso se ha avanzado en el estudio del proceso demográfico y el

desarroilo urbano, en sus relaciones económicas (comercio, fortunas, café, industrias y

vías) aunque muy poco en la historia política y en el papel en las guerras civiles de 1860

en adelante con exploración de fuentes de archivo y notarías; periódicos y revistas,

fuentes impresas y entrevistas (Valencia, 1990).

También ha habido novedades en estudios sobre formación de fortunas, empresarios e

historia empresarial. El libro de Manuel Rodríguez Becerra, el empresariado industrial del

Viejo Caldas (1993) está basado en archivos municipales y notariales, historias locales y

libros autobiográficos, donde se perciben los tipos de inversión, formas de acumulación,

papel de las familias y formación de las élites locales.

Manuel Rodríguez Becerra produjo un excelente libro sobre el empresariado industrial del

Viejo Caldas (1993), basado en una investigación previa entre 1974 y 1979, donde

estudió la formación del mismo y su papel en la creación de la industria manufacturera de

Manizales y Pereira, entre 1950 y 1975. En los años 60, en el Viejo Caldas se produjo un

proceso de industrialización en un contexto proteccionista como una de las respuestas

dadas a la crisis cafetera por el bajo precio alcanzado por el grano en el mercado

internacional. Para realizar su estudio, el autor dedica su primer capítulo a mostrar de qué

modo las peculiaridades en los procesos formativos de las sociedades manizalita y

pereirana, y de sus economías, tuvieron especial incidencia en los desarrollos industriales

del siglo XX. les desarrollos fueron al parecer, lentos y tardíos con respecto a otros

centros urbanos del país en las tres primeras décadas del siglo, dada la preferencia del

inversionista caldense por las seguras ganancias en el café y el comercio; mas, fueron

relativamente crecientes, en especial en la industria manufacturera en el periodo 1945-

1973, con énfasis en los trece últimos años. En el segundo capítulo, el autor estudia los

fundadores de las empresas manufactureras de Manizales y Pereira, y encuentra que “las

familias de la oligarquía” manizalita, basado en Keith Christie (1986), jugaron un papel de

mayor significación en el frente industrial que sus contrapartes de Pereira; ésta última se

caracterizó como una sociedad más abierta en términos de movilidad social, en donde un

buen número de los fundadores empresariales son nacionales no nacidos ni en la ciudad,

ni en la región caldense y los propios, así como las organizciones fundadores se

distribuyen en seis miembros de la oljgarquía local más tres organizaciones fundadores

controladas por la misma, frente a trece fundadoras no pertenecientes a ella, siete de las

cuales proceden de familias de raigambre modesta y de recursos económicos escasos o

inexistentes. Si bien, los capítulos siguientes profundizan los dos casos señalados y

concentran su atención en las peculiaridades de empresarios, empresas y corporaciones,

es notorio que su autor, presenta una visión de larga duración y de permanencias entre

los procesos fundacionales regionales y las particularidades de los casos tratados,

“fundadores y gerentes actuales; familias, educaciónycomportamiento empresarial; estrato

socio-económico de origen de los gerentes basados en ocupaciones de sus padres,

educación recibida y carrera ocupacional previa de los gerentes”, pero a su vez está

atento a los cambios que imponen nuevos procesos de modernización en el siglo XX.

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Todo ello confirma que Pereira es una sociedad más abierta que Manizales, pues sus

gerentes empresariales “proceden en su mayor parte del estrato socio-económico bajo, en

contraste con los de Manizales originarios, en su casi totalidad de los estratos medio y

alto” (1993: 157).

En los estudios sobre formación de fortunas, los aspectos biográficos y las actividades

empresariales han sido importantes; en parte basados en tradición oral. En la formación

de fortunas se ha encontrado que empresarios del siglo pasado participaban al tiempo en

la creación de su propio capital, trabajaban parejo con sus peones, lo que favoreció el

surgimiento de relaciónes paternalistas que todavía se conservan en el campo. Por ello

muchos han sido considerados “como hacedores de fortunas y titanes de trabajo o

forjadores de la región”. Entre los empresarios investigados están los hermanos

Marulanda quienes fueron respaldados por el financista Lorenzo Jaramillo de Sonsón, e

incorporaron 25 mil hectáreas de tierra en Risaralda y Quindío a la economía nacional

donde desarrollaron el sector ganadero. Esta familia ha sido abordada por Ernesto

Gutiérrez en su libro Episodios Antioqueños (1991).

Francisco Jaramillo Ochoa, uno de los empresarios pioneros en el sur de Antioquia y

ganadero de la región, fue historiado por Bernardo Arias ‘flujillo en su novela Risaralda

(1959) y recientemente, por Gilberto Jaramillo Montoya en su libro Relatos de Gil (1987).

La exploración del valle de Risaralda por Francisco Jaramillo ha estado asociada al

enfrentamiento de un modo violento de empresarios con negros libertos y guerrilleros

anclados en Sopinga o en La Virginia y en el Cañaveral del Carmen, tal como también lo

ha descrito Albeiro Valencia en su libro sobre colonización, fundaciones y conflictos

(1994a). En diversas biografías y en apartes de obras se encuentran estudios sobre los

empresarios manizalitas y su papel como conductores de la comarca reemplazando al

Estado en su labor de orientadores de desarrollo. Estos empresarios buscando

desembotellar el sur de Antioquia para generar exportaciones salieron a través de tres

caminos de herradura, por el río Magdalena: el Ruíz, el Aguacatal o de la Elvira y el

Perrillo o la Moravia. Luego, asociados al gobierno egional, buscaron el Magdalena

mediante la construcción del cable aéreo a Mariquita y abrieron carreteras y el ferrocarril,

convirtiendo a Manizales en importante plaza exportadora de café. A principios del siglo

XX y con el ánimo de abaratar costos en la exportación cafetera se buscaron otras vías:

“la vía al Pacífico a través de los caminos Manizales-Pereira-La Virginia, y Manizales—

Anserma-Viterbo-la Virginia, este último por el valle del Risaralda. En recuas de mulas y

bueyes se transportaba el café por ambos caminos hasta el puerto de la Virginia en donde

se embarcaba en vapores por el río Cauca hasta Cali y luego en ferrocarril hacia

Buenaventura. Esta vía fue vislumbrada por dos cerebros financieros de principios de

siglo, Carlos E. Pinzón y Francisco Jaramillo Ochoa, los cuales encontraron una ruta para

exportar café por el Pacífico abriendo el comercio de Antioquia por el suroccidente”

(Valencia, 1994a).

Tal como hemos expuesto, cada vez se va construyendo una imagen más documentada y

diversa de la región y de las subregiones o países que la componen. Las características

nuevas que aparecen serían las siguientes: en primer lugar, se han producido más

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investigaciones acerca del actual departamento de Caldas y menos de los departamentos

de Risaralda y Quindío, en razón de dos factores: del núcleo de investigadores,

historiadores, sociólogos y profesionales de otras disciplinas que se encuentran en

Manizales y algunas poblaciones caldenses (Riosucio, Supía), con sus respectivos

apoyos institucionales y porque fue Manizales y la subregión del sur antioqueño la que

jalonó el proceso de desarrollo regional hasta los años 60, tratando de homogeneizar las

demás subregiones. Sin embargo, no fue posible incorporar a Pereira y Armenia, cabezas

de dos subrégiones predominantemente liberales en contraposición a un Manizales

conservador, al proyecto global de la primera mitad del siglo jalonado por la élite

manizalita.

En segundo lugar, después de los años 30s y 40s, tanto Armenia como Pereira se

convirtieron en un eje vial, económico y comercial que los llevó a buscar la separación de

Manizales y que los hizo mucho más dinámicos en términos económicos que Manizales;

con ellos también iniciaron, más el Quindío que Risaralda, un proceso de búsqueda de

raíces e identidades en su pasado indígena.

En tercer lugar, cada vez es más claro el estudio sobre fenómenos de conflicto; los

procesos de colonización y la configuración de la sociedad regional estuvieron

atravesados por conflictos de diverso orden, en especial entre colonos y hacendados,

entre colonos y concesionarias, de rivalidades entre poblaciones incluso con pesos

étnicos en las zonas de poblamiento negro, indio y blanco-mestizo.

En cuarto lugar, el surgimiento de dos grupos nuevos en la reflexión: indios y negros en la

zona de Risaralda donde los trabajos sobre los Chamí han avanzado significativamente, y

en parte sobre el poblamiento negro de la zona caldense de Supía, Marmato y Riosucio,

así como estudios sobre la Virginia y sus pobladores originales y sobre la zona occidental

de Guática, Belén de Umbría y Quinchía, con las respectivas expropiaciones de tierras y

formas de resistencia por la colonización del suroeste antioqueño. De otra parte los

estudios están mostrando las diversas actitudes de las empresas concesionarias en el

proceso colonizador en la búsqueda de valorizar sus tierras a toda costa. Las concesiones

Aranzazu y Burila fueron bastante conflictivas en los procesos de colonización con los

colonos; en menor medida lo fueron la concesión Villegas y la Pereira Gamba, ésta última

en el caso de Pereira.

Los estudios recientes sobre las diferentes localidades y subregiones caldenses así como

los estudios de tipo general (1979-1996) han llevado a construir una sub-regionalizacián

de la sociedad Caldense que permite aproximarse a su diversidad en cuanto a

poblamiento, estructura social, filiación partidista y conflictos sociales. Con ello, De los

Ríos (1986) insinuó la región heterogénea y diversa que es Caldas en el siglo XIX, cuando

aún era una “sociedad de fronteras” que a través del desplazamiento de oleadas humanas

buscó “ampliar la ciudadanía al mundo rural” y consolidarse mediante el nucleamiento de

sus poblaciones, la producción cafetera y de subsistencia, la creación de circuitos

comerciales dentro de un mercado cada vez más abierto al mundo nacional e

internacional, y la formación de élites políticas y modos de participación social. Asistimos

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entonces, a “la transición de una sociedad de frontera de subsistencia a una basada en la

economía del café”, lo que se producirá de manera rápida y desigual (Palacios, 1979).

Se trata de una región en construcción durante el siglo XIX, mediante un proceso

colonizador predominantemente antioqueño y secundariamente caucano y tolimense. Con

rasgos conflictivos en sus fronteras tradicionales y con tradiciones diferenciadas en

cuanto a poblamientos, geograflas, rivalidades, ecoñomías y características políticas y

espirituales. Según De los Ríos (1986), al momento de formación del departamento de

Caldas entre 1905 y 1912, la región no tenía unidad geográfica por lo que “nunca tuvo

unidad espiritual”, pero si poseía unidad de población y se encontraba cerca de una

unidad económica, factores clave para configurar su unidad política. Señala además que

es posible que las condiciones no estuvieran lo suficientemente maduras como para que

se creara el departamento pues “para Caldas no hubo presión popular” ya que su

creación fue mas asunto de “política nacional” y menos de políticos locales y de pueblos.

A pesar de lo señalado por De los Ríos, Caldas fue creado como una sumatoria de

pueblos y culturas heterogéneos que en poco tiempo bajo el liderazgo de la élite de

Manizales y de su proyecto regional logró cohesionar una región diversa. Durante casi 60

años de vida departamental, se caracterizó por su progreso económico y cultural, urbano

y vial, que le dieron gran influencia política en el país, siempre asociado al café. Sin

embargo, en medio de este proceso y bajo la dirección de Manizales no fue posible

superar las tensiones internas de su formación, que como aguas subterráneas fueron

horadando la unidad aparentemente construida.

En la década del 60, Caldas se fracturó y dio lugar a la creación de dos departamentos

más, Quindío y Risaralda, con lo que al parecer se resolvían las viejas y nuevas

aspiraciones de “otras regiones”, que, por los aportes de estudios recientes, tampoco eran

tan uniformes. Este fraccionamiento político-administrativo de Caldas fue mas el resultado

de las aspiraciones hegemónicas de las ciudades comerciales y de la presión interna de

las clientelas políticas (García, 1978, p. XI, XII), que una respuesta a las tradiciones

culturales heredadas y a la configuración histórica de los pueblos, tal vez en menor grado

para Risaralda que para el Quindío.

Al aproximamos al año de 1995, la investigación histórica sobre el Viejo Caldas presenta

un paisaje mucho más variado que antes, más desarrollos investigativos e interesados en

sus temas y problemas. Hermes Tovar (1995) con un excelente estudio obtuvo un premio

de Colcultura, en el cual centró su atención en los procesos de colonización en Antioquia,

Tolima y Santander durante el siglo XIX. Su título es bien diciente: Que nos tengan en

cuenta. Colonos, empresarios y aldeas: Colombia 1800-1900. Tovar, fundado en los

fondos de Baldíos del llamado Ministerio de Industria y Comercio, del Archivo Histórico de

Antioquia y del Archivo Histórico de Ibagué; en los fondos de miscelánea general de la

república, gobernaciones y el del Ministerio de Hacienda en el Archivo General de la

Nación; y en prensa nacional y regional, logra demostrar como se asociaron y entraron en

conflicto Estado, colonos y empresarios para hacer posible una economía de bienestar

para miles de gentes pobres y humildes, no exenta de litigios, expropiaciones y

apropiaciones de tierras. En el segundo capitulo, el autor estudia la colonización

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antioqueña, en la cual muestra sus dos vertientes: la espontánea y dispersa de

empresarios capitalistas que convirtieron la frontera en negocio y que se dirigió

especialmente hacia las vertientes de los grandes ríos Magdalena, Cauca, Nechí,

Riosucio y otros; y la colonización dirigida o en territorios de concesiones en el sur, las

cuales impulsaron la fundación de pueblos que valorizaron las tierras y controlaron la

caótica penetración de colonos. Tales pueblos, en las concesiones, “fueron espacios de

equilibrio jurídico y factores de legitimación de la propiedad de los grandes

concesionarios. Los colonos intentaron apoderarse del dominio político del municipio para

disputarle a estos empresarios el derecho a la tierra” (1995:80) Este juego benefició a

unos pocos pero consolidó económicamente una sociedad de campesinos que accedieron

a diferentes formas de tenencia (1995:2 17). En dicho proceso, según Tovar, el conflicto

por la propiedad de las tierras baldías se dirimió, generalmente, en los tribunales, pero

cuando estos con sus fallos no satisfacían alguna de las partes aparecía la fuerza. Al

parecer, el Estado garantizó los derechos a la tierra, aún con el uso de la fuerza, pues su

papel fue decisivo en el proceso de distribución y asignación de títulos.

Este autor señala también la necesidad de estudios regionales para comprender mejor las

modalidades de concesión y/o apropiación de baldíos. El caso del Tolima es ilustrativo,

allí no existieron grandes concesiones, “pues los colonos se organizaron en aldeas para

defender mancomunadamente sus derechos frente a las ambiciones de empresarios que

quisieron hacerse adjudicar sus tierras” (1995:14). El eje ordenador de la distribución de

tierras fueron las aldeas, las que a su vez “mantuvieron conflictos con otros entes que

pretendieron tierras y derechos contra ¿os intereses de la comunidad y, del mismo modo,

gracias a las comisiones agrarias, resolvieron disputar entre cultivadores en el momento

de efectuar los repartos” (1995: 14-15).

Al tiempo que Hermes Tovar investigó sobre colonizaciones regionales dentro de una

gran visión de la demografía y la sociedad colombianas del siglo XIX, la Universidad de

Caldas publicó el libro de Otto Morales B. (1995) sobre Teoría y aplicación de las historias

locales y regionales, prologado por Darío Fajardo Montaña. En él, su autor centra la

atención en las características básicas para la configuración y comprensión de historias

locales y de la construcción de formaciones sociales regionales. Basado en su larga y

vívida experiencia personal en el conocimiento de gentes y territorios, y en tradiciones

mentales de sus pobladores, Morales Benítez toma como laboratorio la realidad caldense,

desde las sociedades prehispánicas hasta el presente. Después de señalar la importancia

de las provincias en la historia nacional y el alcance de las historias regionales, dedica

algunos capítulos a Buga y Cartago, esta última tan asociada a los orígenes de la

Conquista y Colonia. Empero, es en la segunda parte del libro, donde muestra la

aplicabilidad de sus tesis, basado en estudios locales tales como “Quinchía mestizo” de

Alfredo Cardona T. (1989), Belén de Umbría de Julián Gil y Orlando Valencia, y los

poblados de Marmato y Riosucio. El autor señala múltiples elementos para abordar sus

estudios, pero sus principales ejes parecen ser los fenómenos de identidad colectiva

como claves de formación local, regional y nacional; la búsqueda de orígenes en pueblos

inmemoriales y su contribución -a pesar de los procesos de exclusión- al ser regional y

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nacional; y el interés por escribir “una historia de gentes” y “del común” llena de

sentimientos y explicaciones en oposición a historias de bronce.

Los estudios de Albeiro Valencia Llano iniciados a fines de los años 70, se han constituido

en obras novedosas por su visión de conjunto de la región, sus çstudios temáticos bien

documentados y sus logros comprensivos de las peculiaridades regionales de Caldas.

Sus libros, Colonización, fundaciones y conctos agrarios (Gran Caldas y norte del Valle)

(1994a) y Vida cotidiana y desarrollo regional en la colonización Antioqueña (1996),

constituyenufl aporte al conocimiento regional desde varios tópicos y perspectivas. El

primer texto basado en algunos documentos de los archivos General de la Nación

(Baldíos y poblaciones del Cauca), Histórico de Antioquia (Baldíos, visitas, curatos y

fundaciones); en mayor medida protocolos, libros capitulares de repartimientos de lotes y

escrituras de notarias de Manizales, Pácora, Toro y Anserma; unos pocos periódicos y

revistas; y una amplia bibliografía. Con dichas fuentes el autor realiza un recorrido por

diferentes subregiones de colonización para señalar en cada una de ellas particularidades

de sus procesos de poblamiento y sus conflictos. La primera parte la dedica al conflictivo

proceso entre colonos y concesiones en el sur antioqueño, por el control de la tierra,

siguiendo localidad por localidad, entre Arma y Manizales. La segunda parte se extiende

desde Manizales hasta el Valle del Risaralda, e incluye el camino del Quindío y sus

iniciales poblaciones. La tercera parte está dedicada a la colonización y los conflictos

entre la Empresa Burla y los colonos, en la cuchilla de Belalcázar, Filandia, el noreste

(Tolima) y en los resguardos indígenas del occidente caldense. Valencia resalta en su

estudio la naturaleza desigual de la frontera agrícola y reafirma los dos tradicionales

períodos de la colonización, según las posibilidades ofrecidas por las leyes de 1770 y de

1874, es decir, lo que se ha denominado la ruptura entre las colonizaciones colectivas y la

apropiación individual de la tierra. Considera con ello, que la colonización se desarrolló en

tierras realengas coloniales, en baldíos estatales para la fundación de poblaciones, en

tierras adquiridas con bonos territoriales, en resguardos indígenas y en territorios

ocupados por pobladores negros. Más que en sus acotaciones económicas, a veces

esquemáticas, la riqueza de los estudios de Valencia Llano está en demostrar la

diversidad de poblamientos y conflictos en las distintas subregiones que aborda, para

sugerir el modo propio de construcción regional de Caldas. Bien asentado en el

conocimiento de la bibliografía regional y local -lo que merecería una visión comparada

con otras sociedades- Valencia avanza en la comprensión de las peculiaridades de

poblados según subregiones; las formas de configuración de pueblos y el peso de fondas,

arrieros y caminos en su estructuración; y desarrolla mucho más el proceso conflictivo de

la colonización sobre todo en los casos de la Concesión Aranzazu, la Empresa Burla, el

nordeste, y la zona del río Risaralda y Cañaveral del Carmen.

Desde el libro en mención y artículos anteriores, se insinuaban tópicos que tendrán

desarrollos en su último texto, relativos a la vida cotidiana en la colonización. En él, su

autor busca recrear el mundo de la colonización desde el cuento, la novela y la tradición

oral, respaldado en las tradicionales fuentes documentales y bibliográficas de estudios

anteriores. En su primer capítulo se centra en los colonos viajeros y arriesgados en

bosques peligrosos pero derribables y transformables para dar lugar al establecimiento de

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parcelas productivas con modelos económicos múltiples y desiguales. En el segundo

capítulo, todo gira alrededor de la familia y la vida familiar bajo la tesis de que “la

colonización fue un fenómeno económico, social y cultural basado en la familia” (1996:6

1). A partir de allí se refiere entonces a la situación del hombre y la mujer en la

colonización, la religión, formación del niño, salida del hogar y formas de entretenimiento.

Con el tercer capítulo relativo al desarrollo de la región concluye el libro exponiendo

aspectos llamativos tales como: la imagen social del trabajador antioqueño, los sistemas

de producción en las fincas y el desarrollo de los mercados, la arriería, posadas y fondas,

la guaquería, los empresarios y formación de fortunas, y el cultivo del café —pioneros,

empresarios, trillas y comercio—.

Después de los sugerentes artículos de 1984 y 1988 relativos a la colonización, Roberto

Luis Jaramillo asesoró en el año 1997, una exposición cartográfica del viejo Caldas. Para

la misma elaboró un texto de apoyo, aun inédito, que a mi modo de ver introduce otras

miradas sobre el fenómeno colonizador del siglo XIX en Caldas. De una parte, Jaramillo

logra poner en comunicación las viejas jurisdicciones coloniales con los siglos XVIII y XIX.

De otra parte, con un lenguaje claro y directo, produce un ensayo que se acerca más a

una geohistoria donde el conjunto de factores explicativos se conjugan de modo creativo y

enriquecedor. De allí el uso amplio de su ensayo, en la elaboración de los países de

Caldas en el siglo XIX, en el presente trabajo. Jaramillo propone una visión de la región

basado en una excelente crítica de fuentes sobre documentos diversos del Archivo

Histórico de Antioquia, el General de la Nación y algunas municipalidades y parroquias,

folletos, periódicos, informes de todo tipo, memorias, biografías, autobiografías, y fuentes

novedosas relativas a sacerdotes y parroquias, una variada cartografía histórica y un

amplio conocimiento institucional. Con tales fuentes logra desentrañar procesos

desconocidos por la historiografía y sugerir nuevas perspectivas de investigación.

Perspectivas

Tal como hemos visto la indagación histórica de las dos últimas décadas ha tocado

problemas clave y otros apenas se están planteando. En este sentido Albeiro Valencia

(1993) sugiere estudios por realizar. Comienza señalando la importancia de estudiar la

“etnia negra” por su importante papel en la economía del oro en el occidente y su peso en

la vida política y social de la región. Si bien los ensayos de V. Áivarez, Otto Morales y

estudiosos locales sugieren posibles estudios sobre sociedades negras, éstas no han sido

abordadas desde archivos, cartografía e historia oral para los siglos XIX y XX. Los

estudios de familia, su demografía histórica, sus estructuras y tipologías, sus status y

funciones en sociedades predominantemente católicas y conservadoras al norte y

liberales más al sur, requieren ser abordados. El gamonalismo, los organismos de poder

local y su relación con la violencia habían sido ya señalados por Luisa Fernanda Giraldo.

A ello, Valencia agrega la necesidad de investigaciones sobre violencia política en

especial en una zona que tuvo tan variadas manifestaciones violentas en el siglo XX.

Igualmente la presencia del Estado en el proceso colonizador (con excepción de H. Tovar,

1995) no ha sido suficientemente estudiada, así como el desarrollo de la conciencia

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regional y su vinculación con la nación. La Iglesia, cuyo papel ha sido destacado en la

configuración de la región, y en la vida social, cultural y política es decisiva; aún no ha

sido estudiada, a pesar de su importancia para comprender fenómenos de mentalidad, en

parte por dificultad para el acceso a las fuentes, pero en parte también por el poco interés

sobre el tema. Sugiere finalmente un estudio sobre el período grecolatino para precisar

por qué en el momento en que el departamento había logrado su consolidación

económica, se había superado la era de los pioneros, se había formado una identidad y la

región era un departamento modelo, surgió una oratoria brillante con un universalismo sin

profundidad y un desenfrenado afán por diferenciarse de la cultura antioqueña.

Por su parte de los Ríos (1986) muestra el importante papel de las historias temáticas y

se refiere a aspectos por estudiar. El primero, sobre la investigación indígena. Reconoce

especialmente los estudios de Luis Duque Gómez sobre los Quimbayas y de Inés Lucía

Abad, sobre los Ansermas; y mas recientemente los trabajos de Alfredo Cardona y de

Víctor Zuluaga sobre los Chamí. Para De los Ríos la medicina muestra dos obras básicas,

la de Pereira de Jorge Grisales y la de Manizales de Rafael Henao Toro a las cuales

añade las historias médicas de Salamina de Jaime Mejía y la monografía Hospital Felipe

Suárez que es en la práctica una historia médica de Salamina de Hernando Alzate.

También la historia del periodismo ha sido abordada por Juan Antonio Díaz, Fernando

Salazar y Juan Bautista Jaramillo; y la historia política por Bonel Patiño sobre el

liberalismo caldense y por Hector Ocampo; y una biografía de Alzate Avendaño.

Sobre la historia eclesiástica se conocen predominantemente los libros de Guillermo

Duque, sobre el clero caldense, y de Adalberto Mesa sobre la Arquidiócesis de Manizales.

Rodrigo López realizó una biografía de monseñor González Arbeláez; el Pbro. Gonzalo

Sánchez algunas investigaciones sobre la Iglesia nacional y Uberto Restrepo, hizo

estudios sobre la religión en el pueblo.

En cuanto a temas especializados el autor señala un mosaico, así: la historia de la

sociedad de mejoras públicas de Manizales, la del grecolatinismo de Octavio Jaramillo, la

de arriería de Omar Morales, la crónica de los gobernadores caldenses dé Gerardo

Jiménez, los estudios genealógicos sobre la familia Angel del pacoreño hermano Daniel,

el catecismo caldense de Jorge Montoya y las historias político religiosas de Tulio Bayer.

Por su parte el tema cafetero ha tenido algunos estudios como los de José Chalarca y

Jaime Lopera (1986); y artículos de prensa y conferencias de Samuel Arango, Antonio

Áivarez, Fernando Londoño, Emilio Echeverri, Gustavo Gaviria, Hernán Jaramillo, Jesús

Arango y otros. El autor aporta una reflexión interesante en la relación literatura e historia

y se refiere a los cronistas caldenses que ocupan un lugar preponderante en el contexto

cultural de la región. Evidentemente los maestros en este campo han sido Adel López

Gómez y Rafael Arango Villegas. El primero pinta el paisaje caldense y la historia íntima

de las gentes; y el segundo de manera muy abierta, la tradición y cultura populares.

Considera De los líos que para la historiografía, el valor de la crónica es muy grande,

porque muchas veces una serie de ellas describe mejor un suceso o una época que un

erudito tratado de historia.

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Asimismo, considera el autor que existen un conjunto de novelas que definitivamente

aportan mucho a la historia y se refiere preferentemente a las de Victoriano Vélez: Del

socavón & Trapiche, de ámbito Manizalita; e Historia del viento en la cordillera de Ariel

Escobar sobre Riosucio. El río corre hacia atrás de Benjamin Baena, con un tema

Quindiano; Morrogacho de Samuel Jaramillo, una cruda radiografía de Manizales en los

años 50; y las críticas a la sociedad manizalita de Nestor Gustavo Díaz.

Finalmente debemos resaltar las publicaciones realizadas en el periódico La Patria en el

año de 1995 que constituyen un aporte significativo al conocimiento histórico y cultural de

la región, producidas en 26 fascículos que tocan temas relativos a la colonización, la

toponimia, fitommia, zoonimia, y antroponimia o sea a la naturaleza de los nombres de las

diferentes poblaciones; apodos y dichos, leyendas y mitos, cocina caldense, arqueología,

periodismo, papel de la Iglesia, literatura y escritura en Caldas, teatro, cine y música

popular; música culta y archivos; artes plásticas, artes menores, mobiliario y patrimonio

arquitectónico.

Es evidente la ampliación del contexto en el cual se desarrolla la historia, la literatura y en

general lo que podríamos decir de la producción académica en estas áreas en la región.

De una parte se encuentra la revista Supía histórico, un órgano del centro de estudios

sociales Simeón Santa Coloma de Supía dirigido por Jorge Eliecer Zapata Bonilla y en la

cual se vienen desarrollando temas relativos a la colonización e identidad regional, los

indígenas, crónicas de historia política, social, económica y cultural; reseñas y textos de

historias locales y en general tópicos de la vida de las gentes, no solamente de Supía sino

en general en Caldas; y alrededor de esta población se desarrollan, impulsados por la

misma, congresos de historia regional de Caldas.

Por su parte, el Archivo Historial volvió a tomar forma desde el año de 1985 después de

sus primeras dos épocas de 1918 al 23, y de 1924 al 34, y en él, se continúan

desarrollando temas similares a los de Supía histórico y una valiosa producción

documental. El Archivo Historial es el órgano del centro de estudios históricos de

Manizales y de Caldas, y en el mismo se desarrollan temas relativos a fundadores,

historia local, reminiscencias, documentos históricos, pioneros, y localidades. Asimismo,

Registros de Historia es la revista del centro de investigaciones históricas del centro y

occidente de Colombía, el cual está siendo dirigido actualmente por Alfredo Cardona

Tobón y Jorge Eliecer Zapata Bonilla. Es una revista que recoge temas históricos y

literarios relativos a personalidades, documentos, indígenas, colonización y en gran

medida está presentando muchos de los nuevos estudios acerca de pobladores negros e

indígenas en la región caldense y en especial de Risaralda.

Se continúan desarrollando encuentros de la palabra en Riosucio de importante valor

cultural cuyas publicaciones aportan mucho a la reflexión sobre la región. Por su parte, el

papel de la imprenta departamental de Caldas ha sido decisivo en la publicación de

múltiples obras tal como se reseña en su historia y vida de la imprenta entre 1914 y 1992,

y ha continuado produciendo importantes textos para el conocimiento de la región. Así

mismo la universidad de Caldas ha apoyado valiosas producciones historiográficás mas

recientemente referidas a los estudios de Otto Morales Benítez sobre teorías y aplicación

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de las historias locales y regionales (1995), y de Albeiro Valencia Llano sobre

colonización, fundaciones y conflictos en Caldas (1994a) y vida cotidiana en la

colonización (1996). Este proceso se ha consolidado más recientemente con la

Especialización en Historia Regional Caldense ofrecida por la misma universidad (1996-

1997), bajo la dirección de Albeiro Valencia Llano.

Por su parte, profesores de la Universidad del Quindío asociados a su facultad de

Educación avanzan en estudios de localidades yen balances sobre archivos históricos de

la región con el apoyo de la Universidad, centros culturales, el museo Quimbaya y

publicaciones regionales, —donde la Revista Polémicas ha tenido un valioso aporte—, y

se están abriendo nuevas perspectivas para los estudios históricos y sociales.

Finalmente, la Universidad Tecnológica de Pereira desde hace muy pocos años viene

publicando la revista de Ciencias Humanas en la cual aparece también una visión

interesante sobre temas históricos, literarios, poéticos y filosóficos relativos a la región o a

otros saberes universales. En ésta universidad, el profesor Víctor Zuluaga ha realizado

valiosos aportes sobre los indígenas Chamí y sobre la sociedad risaraldense. Otros

estudiosos han hecho aportes en historia política. Con lo dicho se muestra claramente un

ambiente que apoya el desarrollo cultural y fortalece el sentido de formación de una nueva

identidad regional en Caldas predominantemente en su zona norte.

Después del recorrido realizado, es posible precisar ausencias en la investigación sobre el

siglo XIX caldense y sugerir perspectivas futuras:

1. Jurisdicciones coloniales y sus relaciones de continuidad y ruptura con nuevos

territorios republicanos. Caldas es una región nueva qué no obstante su construcción

entre el siglo XIX y las prirheras décadas del siglo XX, posee territorios prehispánicos y

coloniales que inciden en su configuración. Para ello necesitamos conocer mejor estudios

político-administrativos, institucionales, así como procesos de continuidad y de cambio.

2. Historia local, regional y nacional deben estar articulads en la formación de una región

predominantemente republicana. Si Caldas se construyó como una región nacional en el

siglo XX que acercó el centro-oriente y la costa con el occidente, la dinámica relacional

entre vida municipal, departamental y nacional debe hacerse mas explícita, lo que implica

un nuevo enfoque histórico: historias locales a profundidad, desde la demografía,

geografía, sociedad, economía, cultura y vida política; historia regional contrastada y

comparada con otras regiones; rivalidades locales y formación regional. Para ello

necesitamos más trabajo de archivo, con mejor crítica de fuentes y con enfoques

conjugados de historia económica, social y cultural, en diálogos creativos con otras

disciplinas tales como economía, geografía, antropología, etnología, sociología y

lingüística.

3. Estudios de instituciones claves: Juntas Pobladoras, Conejos Municipales, Partidos

políticos e Iglesia. Estructura, papel y función de cada institución, según las dinámicas

colonizadoras y los períodos.

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4. Los patrones de poblamiento requieren estudios demográficos por localidad para

averiguar proveniencias de pobladores, estructuras familiares, pautas de asentamiento,

tipos de colonos, estructura política, social y económica. Con ello será posible precisar la

diversidad de pobladores de localidades antioqueñas en los diferentes “países” del siglo

XIX caldense; y los colonos provenientes del Cauca, el Tolima y otras regiones sobre todo

en los “países” del centro, el occidente, el oriente y el Quindío. Las fuentes parroquiales y

los censos por localidad deberán explorarse a profundidad para construir una demografía

histórica, básica para comprender procesos de la vida material y mentalidades colectivas.

5. Los estudios arqueológicos, antropológicos, geográficos e históricos deberán

articularse sobre todo para lograr investigaciones sobre sociedades prehispánicas, negras

y de colonización reciente. Las peculiaridades culturales han sido asimiladas a las

tradiciones antioqueñas por lo que aún está por investigarse los modos de adaptación a

condiciones nuevas de tales tradiciones y la incorporación de estilos nuevos. Por lo visto,

la diversidad de poblamientos y subregiones sugiere la necesidad de estudios más

particulares sobre grupos sociales y aún peculiaridades socio-raciales que inciden en

estilos de vida y formas de organización social.

6. Conflictos y formas de resistencia: procesos de formación regional tales como las

distribuciones de tierras a colonos y colonias de poblamiento, fundaciones políticas,

enfrentamientos de concesiones, colonos y poblaciones, luchas y rivalidades locales y

guerras civiles, son claves para comprender la configuración de la región. Así mismo los

conflictos y enfrentamientos ínter-regionales entre Cauca y Antioquia, y al tiempo los

elementos de conciliación y acuerdos entre las dos regiones. En este sentido,

necesitamos más trabajo sobre archivos notariales y judiciales.

7. La historia eclesiástica merece una investigación particular por el papel de los

sacerdotes, religiosos y religiosas, parroquias y formas asociativas (educación.

bneficencia..) en la formación de los pueblos y de la región en su conjunto. Al parecer los

procesos de cohesión social estuvieron muy asociados al papel de la Iglesia. Necesitamos

biografías de sacerdotes, estudios de parroquias y comunidades religiosas, instituciones

educativas de la Iglesia y su papel en entornos locales y regionales.

8. Los partidos políticos en el siglo XIX no han tenido aún un estudio puntual, para percibir

si se mantuvieron tradiciones heredadas de familias y localidades de proveniencias

anteriores o si, por el contrario se produjeron cambios; cómo fueron las formaciones de

las élites locales y sus adscripciones partidistas, cuáles las relaciones entre élites por

parentesco, tradición local e intereses económicos o sociales; y cuales las peculiaridades

en comportamientos políticos de esta región, con respecto al Cauca y a Antioquia, pues

en gran parte del siglo XIX, la política caldense fue mucho mas competitiva que en otros

departamentos de Colombia (Christie, 1986) y al parecer, dependió muchísimo de los

tipos de poblamiento del siglo XIX (proveniencias, tipo de migrantes, poblamientos

recientes o más antiguos y rivalidades).

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Capítulo II

CALDAS: UNA RÁPIDA CONSTRUCCIÓN

REGIONAL EN EL SIGLO XIX

1. Una región antioqueña caucana y tolimense:

territorios, poblamientos y conflictos.

Caldas fue una región en construcción durante el siglo XIX y se configuró como región

nueva, moderna y nacional en los albores del siglo XX.

Durante el siglo XIX, la acción humana transformó la geografía del centro-occidente

colombiano. Gentes de toda condición social, se desplazaron desde las montañas del

oriente y suroeste de Antioquia, el norte del Cauca y el noroccidente del Tolima. En un

siglo coparon la vertiente oriental de la cordiller occidental y las vertientes occidental y

oriental de la cqrdillera central con el río Cauca y sus afluentes como ejes de poblamiento.

Sus desplazamientos y fundaciones llegaron hasta el Chocó por el occidente, La Dorada y

Mariquita por el oriente sobre el río Magdalena, las montañas del Barragántolimense y las

tierras bajas del norte del Valle del Cauca. En estos espacios se configuraron, asociados

a los pocos previamente existentes (Anserma, Arma, Supía, Toro y Cartago, Marmato,

Mistrató y Guática) nuevos territorios con los que se creó una nueva sociedad (Peña,

1892; García, 1937; Parsons, 1950; Uribe Ángel, 1885).

Entre 1905 y 1912 fue creado el departamento de Caldas. El mismo, estuvo compuesto

por territorios pertenecientes a los departamentos de Antioquia, Cauca, ToIima y a la

Intendencia del Chocó. Decir Gran Caldas o Viejo Caldas significa identificar la región

cafetera por antonomasia de Colombia, y todavía, el territorio sobre el cual se produjo un

movimiento expansivo de hombres y mujeres de distinta condición que ha sido

denominado “la colonización antioqueña”, que a su vez incluyó pobladores caucanos y

tolimenses. Pues bien, el presente ensayo hará un balance de los procesos de formación

del territorio caldense y de los elementos que permiten demostrar su configuración

regional durante un siglo XIX secular, que llega hasta los comienzos del XX. Estos

desarrollos se basan en una revisión de la bibliografia existente sobre la región y buscan

proponer temas de investigación y sugerir perspectivas de análisis regional.

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Entre fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XX, se modificaron los ejes de desarrollo

nacional. El país se recostó sobre el eje occidental cuando el eje centro oriental y

costanero norte, después de su peso en la colonia, entró en crisis. Nuevos espacios

republicanos sustituyeron los viejos ejes coloniales. Entonces, el occidente tenía

desarrollos desiguales. La pobre y despoblada Antioquia ingresaba en un período

económico basado en el oro y el comercio que le produciría resultados positivos, hasta

consolidarse como una región en el siglo XIX bajo el eje de Medellín (Brew, 1977;

Villegas, 1977; Villegas, 1996).

Por su parte, la rica y aristocrática sociedad caucana sufría la crisis de su segundo ciclo

minero (1680-1800) asociado al Chocó, el Raposo, Barbacoas e Iscuandé, y se debatirá

durante el siglo XIX, entre una crónica inestabilidad política, el ascenso de sectores

subalternos, la falta de vías de comunicación, el aislamiento del centro del país y del

exterior, y un desarrollo desigual de sus subregiones que culminaría con su

desintegración y el surgimiento de una región moderna, el Valle del Cauca y otra región

nueva y tradicional, Nariño (Colmenares, 1979; Valencia, 1988).

Antioquia estaba separada del Cauca por montañas, ríos y selvas entre el río Arma y el

río La Vieja, cuando sus relaciones comerciales solo se daban por el viejo camino colonial

que ‘comunicaba a Santa Fé de Antioquia, Medellín y Rionegro con Arma, Caramanta,

Supía, Anserma, Cartago, Cali y Popayán. Por su parte, el Cauca no sólo estaba aislado

de Antioquia sino también del centro del país, con el cual solo se comunicaba mediante

una trocha en mal estado, denominada el camino del Quindío. Esta fue la vía de comercio

de ganado eutre Cauca (Buga, Cartago) e Ibagué y sus provincias aledafias, y del oro que

salía de las minas del Chocó hacia Cartago e Ibagué vía Santa Fé o España por el río

Magdalena. La cordillera central se convertía así en obstáculo para acercar mas el

fragmentado país de principios del siglo XIX (Almario, 1994; Zuluaga, 1995).

Pues bien, la apertura del sur antioqueño y de gran parte del norte caucano y el

noroccidente tolimense, a través de migrantes de toda condición y la correspondiente

formación de colonias de poblamiento, se constituirá en un hecho decisivo en el cambio

de ejes coloniales a ejes republicanos; romperá el aislamiento entre Antioquia, Cauca,

Tolima y Bogotá; se asociará por el río Magdalena con Honda hacia el Atlántico; y darán

lugar al eje Sonsón, Abejorral, Salamina, Manizales, centros de avanzada antioqueña

hacia el Cauca y el Tolima; y al remodelado camino caucano del Quindío, ambos factores

decisivos para acercar más el país y hacerlo más nacional.

Pero, ¿cómo se copó este espacio y de qué manera se fueron configurando un rosario de

colonias de poblamiento y una región con heterogeneidades, durante el siglo XIX?

Las cosas tuvieron sus inicios con la expulsión de gentes desde el Oriente, y en menor

medida del centro de Antioquia desde fines del siglo XVIII (Patiño, 1988; Villegas, 1977;

Tirado, 1979). Más tarde, pobladores del sur y suroeste antioqueño y del norte caucano y

tolimense, en menor número, coparon territorios o se superpusieron a poblamientos

existentes, tal como ocurrió en el occidente preferentemente indio, mulato, mestizo y

negro del actual territorio caldense (Mistrató, Quinchía, Guática, Arma, Supía y Marmato)

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y en donde se había desarrollado un eje minero colonial y un poblamiento indio bajo

formas de resguardos (Cardona, 1986,1989; Zapata B., 1990; Valencia, 1994a).

El oriente antioqueño olos “países” de la MarinillayRionegro oredominantemente. tuvieron

a fines del siglo XVIII y en los inicios del siglo XIX, altos índices demográficos en un

territorio cada vez más concentrado en menos propietarios, con un suelo empobrecido y

bajos niveles de productividad. Contmgenteshumanos debieron buscar donde sobrevivir,

donde adquirir una parcela para sí y

para los suyos, establecerse y vivir con tranquilidad (Tovar, 1995). Evidentemente, las

motivaciones para estos desplazamientos también se asociaron a atractivos tales como la

explotación de caucho y guacas, engorde de cerdos, refugio para perseguidos políticos,

muchas leguas de tierras “baldías” y fértiles al sur de Manizales, y el contrabando

(Jaramillo y., 1988).

Este proceso de expansión demográfica y apertura de la frontera agrícola estuvo

acompañado por políticas estatales que en casos sirvieron como mediadoras en los

conflictos por tierras, y en general favorecieron el establecimiento de colónias de

poblamiento y a su vez, el interés de los grandes propietarios por sistemas de concesión.

Los dueños de concesiones y otros propietarios particulares, buscaron a su vez valorizar

sus tierras mediante el impulso dado a las colonizaciones y la obténción de ganancias por

ventas, procesos en los cuales los conflictos estuvieron presentes. Los casos más

demostrativos fueron la concesión Aranzazu, más tarde González, Salazar y Compañía,

entre el río Pozo y el Chinchiná, y la Empresa Burla entre Calarcá y Bugalagrande

(Vifiegas, 1977).

Empero, los territorios colonizados habían sido habitados previamente, y sobre ellos y en

tensión con los todavía existentes, se construirán unos habitats nuevos. Así el territorio

construido por los pobladores antioqueños, caucanos y tolimenses durante el siglo XIX fue

cuna de cacicazgos indígenas prehispárncos que debido al impacto colonial casi

desaparecieron (Friede, 1978). Los últimos Quinibayas, la sociedad indígena más

desarrollada de entonces, desaparecieron a comienzos del siglo XVII, y los pocos

indígenas sobrevivientes se encuentran ubicados en tierras muy pobres entre Supía,

Riosucio y Pueblo Rico, colindantes con el Chocó. Ese mismo territorio albergó a

payaneses blancos con cuadrillas de esclavos cuando en el siglo XVI se fundaron

ciudades y villas con el objeto de controlar las explotaciones mineras y los asentimientos

indígenas. Santiago de Arma (1542), Santa Ana de los Caballeros de Anserma (1539),

San Jorge de Cartago(1540) y Victoria (1553) tuvieron su esplendor hasta que su

decadencia entre fines del siglo XVI y comienzos del siglo XVII fue patética kor la crisis

minera, la catástrofe demográfica y en los casos de Cartago y Victoria, también por los

permanentes ataques y saqueos de los pijaos. En el territorio de nuestro interés, Cartago

debió trasladarse a su lugar actual en 1691, Victoria desapareció en el mismo siglo XVI

después de tres traslados, Arma decayó desde 1580, y Anserma conservó unas pocas

explotaciones que sobrevivieron de modo tenue hasta fines del siglo XVIII en Riosucio,

Supía y Marmato. Sin embargo, ciudades y villas mantuvieron hasta muy entrado el siglo

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XIX, poderes jurisdiccionales que les fueron disputados por las nuevas soberanías

republicanas (Duque G., 1963; Friede, 1963; Jaramillo U., 1963; lhmborn, 1949).

Pues bien, ese mismo espacio de conquista y de una colonia, excesivamente rápida, por

la caída demográfica y minera, será copado después de casi dos siglos por migrantes

ajenos a las raíces prehispánicas de sus pobladores originarios, con las excepciones

señaladas anteriormente, aunque las viejas jurisdicciones coloniales de las principales

ciudades y villas siguieron operando en parte del siglo XIX.

Los puntos de encuentro entre tradiciones y contextos vitales de las gentes de los siglos

XVI y en menor medida de los siglos XVII y XVIII con pobladores del siglo XIX, han sido

bastante forzados en la historiografía regional. Algunos enunciados así lo muestran: de

las tumbas indígenas a los guaqueros antioqueños; la existencia de un mismo centro de

gravedad, el río Cauca, para sociedades indias y nuevas sociedades con economías de

frontera; ubicaciones de poblaciones en territorios similares (climas medios y zonas de

vertiente) trátese de Quimbayas o de colonos quindianos; “una misma selva”, antes

primaria y ahora repoblada en cuyos claros, el maíz y la guadua fueron decisivos en la

alimentación, en procesos de construcción de utensilios y hábitats, y en estilos de vida.

Sin embargo, es evidente que más que de una continuidad simplista, se trata de una

ruptura entre procesos diferentes y distantes en el tiempo. Por ello se hace necesario

mirar el proceso de construcción regional del siglo XIX como un fenómeno que

reinterpreta y reordena un territorio antiguo todavía asociado a viejas jurisdicciones, con

perspectivas nuevas.

Los factores estructurantes de la nueva sociedad fueron de diversa índole. Un espacio

casi deshabitado fue disputado, colonizado y repoblado por gentes de diversa condición y

grandes concesiones coloniales y republicanas en cuya dinámica de ocupación se

configuró, entre conflictos y acuerdos, un territorio nuevo. Basados en una economía

agrícola de frontera asociada a una amplia dinámica demográfica, los nuevos colonos

crearon, respaldados en legislaciones favorables, poblados cuyo ordenamiento casi en

cadena dio lugar a un nuevo tejido social que adaptó tradiciones económicas, políticas y

culturales de antioqueños, caucanos y tolimenses. De las colonias agrarias secundadas

por la ley y apoyadas por la Iglesia se transitó gradualmente hacia la configuración de

colonias de poblamiento y fundación de aldeas y pueblos, donde apareció con más fuerza

el ordenamiento estatal y el peso de los colonos independientes asociados a juntas

pobladoras o a familias de buen nivel económico. Con distribuciones territoriales diversas

donde predominó la pequeña y mediana propiedad, coexistiendo con grandes latifundios

en especial en las zonas bajas, se produjo iina estratificación social que si bien, no fue tan

desigual como en la costa Atlántica o en el centro del país, no obstante diferenció grupos

sociales y facilitó la conformación de nuevas élites.

La dinámica demográfica y la concentración urbana de los nuevos colonizadores estuvo

acompañada por una economía basada en la agricultura, la ganadería y el comercio.

Plátano, maíz y yuca se cultivaban para el consumo local, cuando la cría de cerdos era

uno de los negocios más lucrativos. Cacao, caucho y oro fueron los principales artículos

de comercio con las otras regiones del país entre 1850 y 1900. Esta economía incipiente

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permitió a un pequeño número de familias, crear o incrementar sus fortunas e invertir en

café, bancos, casas de comercio, vías de comunicación, tierras, haciendas ganaderas y

de caña de azúcar e industrias, desde fines del siglo XIX (Valencia, 1994a).

Los pobladores crearon nuevos ejes urbanos y nuevos caminos republicanos. Manizales

desde la década del 70 y más tarde Pereira y Armenia se convirtieron por el peso de sus

élites, sus desarrollos demográficos, urbanísticos y arquitectónicos, actividades

económicas, niveles educativos, guerras civiles, vías cje comunicación y posiciones

estratégicas, en los principales ejes urbanos de la región. En ello tuvo especial

importancia la sustitución del Viejo Camino colonial que de Medellín conducía a Popayán

por Arma, Anserma y Cartago, por el nuevo camino republicano a través de Manizales;

así como la adecuación y creación de nuevos caminos del sur y centro de la región hacia

el Chocó, Antioquia y el río Magdalena, en especial el camino del Quindío que asoció el

suroccidente con el centro del país y la Costa Atlántica. Tales comunicaciones serán aún

más fuertes y dinámicas con el auge de la producción cafetera y ganadera, la

construcción de ferrocarriles, carreteras y cables aéreos, y el desarrollo de la navegación

a vapor.

Evidentemente, en la segunda mitad del siglo XIX, Manizales se constituye en el eje

urbano-regional por excelencia, y sus grupos dirigentes logran configurar una red con los

distintos “países” que componen la región (Giraldo, 1983; Valencia, 1990). Mediante redes

políticas, económicas y culturales, las élites manizalitas se constituyen en un elemento

jerarquizador con gran capacidad de acuerdo con élites de Pereira y Armenia

principalmente, de Riosucio al occidente, Salamina al norte y Pensilvania - Manzanares al

oriente; y de relativa aceptación y gran capacidad de arrastre sobre sectores

subordinados.

No obstante lo anterior, a pocos años de constituirse Caldas como departamento se

produjo una resistencia de las élites asociadas y las subalternas de Pereira y Armenia

frente a las pretensiones hegemónicas y polarizantes de la élite supra local de Manizales,

por lo que tales tensiones debieron resolverse en los años 60 de este siglo, con la

creación de los departamentos del Quindío y del Risaralda (Angel, 1982; Sepúlveda,

1986).

Con todo, lo que nos interesa subrayar aquí es, como una élite dominante regional

(Palacios, 1979), logró establecer mediante los vasos comunicantes que hemos señalado,

un dominio social, económico y político para dar lugar a la formación de una región nueva,

que con la producción cafetera participó de modo significativo en la construcción del país

nacional.

La dinámica relacional y a veces contradictoria entre los grupos dirigentes y los sectores

subordinados tuvo expresiones culturales que cohesionaron el proyecto regional

caldense. Entre las fuerzas ordenadoras y jerarquizantes de esta sociedad cumplieron un

papel decisivo, la identidad general con respecto a “la epopeya colonizadora”, a sus

orígenes, hombies, tradiciones y ancestros; el papel ejercido por la Iglesia y el

conservatismo de raigambres antioqueñas, y el peso de una élite cuyo eje central fue

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Manizales. Si bien, como muestra el avance colonizador, las gradaciones sobre esta

visión son menores mientras más nos alejamos de Manizales hacia el sur, el oriente y el

occidente, no obstante, la aceptación de dicha construcción mental se popularizó

significativamente. Más difícil de aceptar fue la hegemonía política conservadora

propuesta desde el sur antioqueño y discutida por sectores liberales, aún en Salamina y

Manizales, parte de los cuales debieron engrosar las filas del liberalismo de Pereira y

Armenia, ejes de los “países” del centro y el sur de la región. No faltaron las cuñas

liberales al predominio conservador inicial: Dorada en el oriente, Quinchía y Marmato al

occidente, Virginia y Pereira al centro y los poblados liberales asociados con movimientos

masones en Circasia y Montenegro, para solo señalar los más representativos. De lo

anterior se desprende que si bien dicha hegemonía no logró implantarse, la totalidad de

los poblados conservadores al menos superaron a sus oponentes en el conjunto regional,

pero no parece que por diferencias excesivas. Con todo, y aunque la información electoral

para el siglo XIX aún no se ha estudiado, para el caso del siglo XX revela que la política

dependió de los tipos de poblamiento del siglo XIX: de los lugares de proveniencia de las

gentes, de las familias, los tipos de migrantes, los poblamientos recientes versus los

antiguos y las rivalidades ínter-locales (Christie, 1986).

En resultados electorales del siglo XX, se percibe que en Caldas, el partido mayoritario

rara vez recibía más del 55% de los votos a no ser cuando alguno de los dos partidos se

abstenía. Una mirada a la geografía electoral muestra que el Quindío en los 30s y 40s

votaba consistentemente a favor del liberalismo pues se trataba de la zona de

poblamiento más reciente y el área que recibió menos proporción de migrantes

conservadores antioqueños; por su parte el norte bajo el liderazgo de Manizales, y el

oriente (Pensilvania - Manzanares) bajo la influencia de Sonsón, fueron fuertemente

conservadores con excepción del fortín liberal de La Dorada. Los municipios del

occidente, cerca de los bosques húmedos y tropicales del Chocó, tuvieron algunos

pueblos çontrolados por los liberales pero los conservadores sobre todo de Riosucio y

Supía, fueron mayoría en una zona de fuertes disputas intermunicipales, peso de la

Iglesia y predominio de indígenas y negros relativamente mestizados.

En realidad, la construcción de esta región tuvo la tradicional organización administrativa

de la nación, de sus formas provinciales o estatales, cantonales y municipales o locales.

En el caso que nos ocupa esta organización estuvo atravesada por varios factores, lo que

le dio sus peculiares modos de poblami4nto y configuración territorial.

1. De una parte, se produjo un tipo de colonización predominante: la formación de

colonias de poblamiento en el contexto de sistemas de concesiones que le dieron un

ordenamiento al proceso colonizador (Tovar, 1995). Con ello, la colonización creó un

rosario de poblados, los que en un siglo fueron casi medio centenar hasta completar en

1912, 341.148 habitantes.

2. Los pleitos con sociedades o concesiones estimularon el avance de colonos hacia el

sur; igual cosa ocurrió con las entregas de baldíos de los gobiernos regionales y del

gobierno nacional. Este último, entre 1847 y 1914 hizo concesiones de tierras a 29 de las

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nuevas poblaciones y en especial a antiguos pobladores, por lo regular de 12.000

fanegadas a cada una (Parsons, 1950; Valencia, 1994a; Brew, 1977; Legrand, 1988).

3. En este proceso de copamiento del espacio jugaron papel decisivo las unidades

económicas, políticas y culturales de pequeña escala como lugares de identificación

social. Las fondas, aldeas y colonias en sociedades agrarias apegadas a la tierra y á la

propiedad fortalecieron los lazos colectivos y formas asóciativas, hasta convertirse en

aglutinantes y centros de transacciones y relaciones de todo tipo. Esta puede ser la raíz

histórica del poderoso espíritu municipal de Caldas (Santa, 1961; Morales, 1962). En

verdad, muchos colonos, debieron luchar contra el papel sellado y la presión de otros

particulares y de concesionarios con sus jueces, agrimensores y policías, para obtener un

pedazo de tierra. Con ello, sus sentimientos de apego a la tierra y su sentido de propiedad

y defensa de lo logrado, los hicieron echar raíces e idntificarse con sus terruños. ‘I.l vez de

alli provenga el localismo y particularismo, también asociado a rivalidades ínter- locales,

que se revela en el alto número de desiguales monografías locales (Zapata, 1989). En ello

también pudo incidir la formación de una sociedad donde las distancias raciales casi no

existieron y mas bien predominó una mayor hcmogeidad étnica y cultural en comparación

con otras sociedades de Colombia, donde los elementos indígenas y negros estuvieron

presentes de modo más acentuado (Christie, 1986).

4. La dinámica local no quedó ahogada en si misma pues se dirigió con fuerza a la

producción agrícola y sobre todo cafetera, eje fundamental para comprender el peso de la

región en el contexto nacional y la construcción de la misma, al tiempo que el Estado

impulsaba procesos de modernización económica e integración nacional. Para 1870,

“Caldas” producía la quinta parte del total de las exportaciones cafeteras colombianas;

para 1898, la mitad y para 1910, 1/3 de las mismas (García, 1937). Con ello las fluidas

sociedades locales fueron logrando avances importantes en su desarrollo urbanístico,

arquitectónico, educativo y administrativo, un activo movimiento comercial y una

significativa cohesión social. En este contexto, los procesos de crecimiento económico,

movilidad y movilización social y dinámica socio-política ‘fueron relevantes para la

construcción regional. Desde 1865- 1870 en el actual territorio caldense, se cultivó café.

Para los años 80 ya existían importantes fortunas en la región y a comienzos del siglo, el

café, la caña de azúcar y la ganadería desplazarían gradualmente a un segundo plano al

oro, el caucho y el cacao. Las mulas, los caminos de herradura y el río fueron

paulatinamente desplazados por cables aéreos, ferrocarriles y carreteras con los que las

tres principales ciudades se comunicaron con el Pacífico, con el río Magdalena hacia el

Atlántico, y con algunas localidades interioranas. Las vías de comunicación fueron el

resultado de una dinámica interna que presionó a su vez el desarrollo de centros

comerciales. Para los años 30, dadas sus localizaciones estratégicas, Pereira y Armenia

se consolidaron como centros comerciales, cuando Manizales perdió el predominio que le

dio su calidad de capital, eje administrativo y centro director de la política de construcción

de vías de la región desde 1905 (Valencia, 1994a; García, 1937).

5. En cuanto a factores de movilidad y movilización social, los pocos estudios existentes

muestran casos de ascenso social importantes a través del comercio de productos

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agrícolas, la arriería de mulas y bueyes, la guaquería, el remate de rentas públicas, y el

engorde y venta de cerdos. Hubo también casos de consolidación de fortunas mediante la

inversión y especulación con tierras, el montaje de haciendas ganaderas y agrícolas, de

café y caña de azúcar, la fundación de bancos y casas comerciales, construcción de

caminos, navegación a vapor, minería, trilla y comercio de café y de otros productos en

gran escala y la formación de pequeñas y medianas industrias. Como corolario de los

procesos anteriores y debido abs diversos ritmos de la colonización, poblados, ciudades y

campos albergaron colonos que trabajaron como aparceros asalariados y dependientes

en los distintos “países”. De todos modos durante el siglo XIX, los niveles de movilidad

social fueron significativos y las condiciones de vida más favorables en zonas donde

colonos y familias se establecieron y lograron consolidar modelos agrícolas asociados al

uso de la caña de azúcar, el gallinero, las huertas caseras, el trapiche panelero y el

engorde de cerdos (Valencia, 1996). En cuanto a la movilización de las gentes, el

desbordamiento de colonos adquirió topes dramáticos, tanto cuando hubo distribuciones

de tierras como cuando estas cesaron y debieron lanzarlos más al sur.

6. Acerca de la dinámica socio-política, podríamos tocar dos tópicos centrales. De una

parte, el papel significativo del modelo económico, político y cultural antioqueño en el

proceso de colonización y en la construcción de la región con especial énfasis en el norte

y el oriente caldenses. El mismo proyecto, aunque también tuvo peso en el centro y en el

sur (Pereira y Quindío), allí se vio atravesado por poblamientos y tradiciones sociales

caucanas, conformación de lugares de refugio - por guerras civiles o persecuciones

conservadoras- y un ambiente más propicio para el liberalismo. Por su parte, “‘el país

occidental” predominantemente indígena y negro se movió entre tradiciones caucanas e

influencias antioqueñas, a manera de una superposición dé culturas, sin embargo las

colonizaciones del suroeste antioqueño sobre los pueblos indios y el Valle del Risaralda,

el peso minero de antioqueños, ingleses y otros extranjeros en Marmato, Supía y

Riosucio, y las colonizaciones políticas, hicieron de estos pueblos unos híbridos culturales

que debieron inventar formas de vida para resistir a los colonos y conservar con

dificultades, sus culturas (Duque B., 1974; Zapata, 1989; Cardona, 1989; 1992; Zuluaga,

1988).

De otra parte, como hemos señalado el modelo antioqueño permeó gran parte del

territorio en mención mediante la expansión y extensión de una economía mercantil-

especulativa, un sistema político conservador y excluyente de sectores indios, negros y de

grupos de vagos, prostitutas y malentretenidos, y aún de liberales de las periferias

urbanas y rurales; y un ethos cultural donde el trípode Iglesia-familia ymujer moldeó un

estilo de vida (Uribe, 1989; Ortiz, 1993), que se traducía en hombres exitosos en los

negocios, dedicados al trabajo y a la búsqueda de independencia económica con espíritu

de empresa, respetuosos de la legalidad, poco fanáticos políticamente, católicos,

virtuosos y respetuosos con larguezas del matrimonio. Esta imagen construida sobre

elementos reales y míticos, dio lugar en Antioquia a la creación de una identidad regional

muy fuerte, lo que asociado a su relativo aislamiento hasta finales del siglo, incidió en “la

formación de una actitud especial en la élite antioqueña que trataba de autodefinirse como

un grupo con pectiliaridades específicas” (Melo, 1989: 229). Esta imagen se ektendiá

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desde el sur antioqueño y acompañó muchas visiones de la epopeya colonizadora y en

general se vio como positiva para un conjunto de zonas que necesitaban ante todo

colonos agricultores que transformaran los espacios vacíos en riquezas nacionales. En

este contexto la élite de Manizales debió apropiarse al máximo de los elementos básicos

de la epopeya colonizadora para producir factores de cohesión, fortalecer mentalidades

colectivas fundadas en dicha imagen e impulsar la acción transformadora de los colonos

para la construcción de una nueva regíón (Robledo, 1916; Fabo de María, 1926; Restrepo

Maya, 1914; Londoño, 1936; Gaviria, 1936). Así, factores históricos y míticos jugaron un

papel decisivo en la cohesión regional. De los primeros hemos señalado unos rasgos

básicos que se profundizarán al abordar los “países” que configuraron la región; los

segundos todavía llegan hasta nosotros: dicha epopeya extendida sobre un imaginario

popular, creyó deberse “a la fuerza de una raza”, “a la verraquera paisa” y a que “ricos y

pobres, ambos colonizadores, abrieron montaña con hacha y machete” hasta someterla y

construir espacios de supervivencia y de riqueza.

Pues bien, el copamiento del espacio tuvo sus hornog neidades pero a su vez sus

heterogeneidades. Los pobladores, predominantemente provenientes de Antioquia

reprodujeron sus tradicionales formas de vida asociadas a zonas medias de montaña. En

suelos de origen volcánico predominantemente y climas entre 17 y 21 grados centígrados

se establecieron el mayor número de fundaciones, donde los productos agrícolas de

subsistencia, ganado, cerdos y gallinas se adaptaban perfectamente. Se formaron

sociedades con economías de frontera de pequeña y mediana propiedad que se fueron

asentando y coexistiero4 en medio de expectativas y conflictos, con grandes latifundios y

concesiones. La dinámica demográfica y poblacional chocó con el peso de las

concesiones y aún de propietarios individuales con menor número de fanegadas

denunciadas o apropiadas, pero con sus consentimientos o sin ellos, lograron penetrar

selvas y montañas y atravesar ríos y quebradas para crear pueblos, circuitos de

comunicación e intercambio: fondas, aldeas, puentes, pasos de ríos en barcas, caminos,

alquerías, posadas y colonias. Inicialmente parecía tratarse solo de una dinámica interna

pero en realidad se estaban comunicando con mayor rapidez Antioquia y Cauca, por las

selvas antes primarías de indígenas prehispánicos, entre Abejorral, Sonsón y Manizales; y

se abría paso una comunicación más fluida de Popayán, Cali, Cartago, Chocó y el

Pacífico, con los nuevos territorios del Quindío, que llevarían a las fértiles tierras

tolimenses y por ellas a través del río Magdalena, al centro del país y a la costa Atlántica.

Aunque pareciera establecerse una región homogénea o al menos cultural, económica y

políticamente antioqueña, esta tuvo desde sus matices internos hasta sus diversidades en

los distintos “países” con los que ella se configuró. Mirada globalmeite la región, las

provincias de Cartago y Marmato pertenecían jurisdiccionalmente al Cauca; el país que de

Pensilvania se dirigía a La Dorada pertenecía al Tolima, por lo que la presencia caucana y

tolimense le dio un carácter más liberal al poblamiento del país central (Santa Rosa -

Pereira) y del sur en el Quindío. Además, en estos territorios la geomorfología fue

diferente a la de zonas montañosas del norte, entre Aguadas y Manizales. En el eje

Pereira-Quindío, los guadales implicaron más dificultades para el desbroce de las tierras y

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las hoyas de los ríos estuvieron más cercanas a las zonas de baja montaña (Jaramillo,

1997).

Para el caso que nos ocupa, dos movimientos migratorios de Antioquia nos interesa

resaltar (Tovar, 1995). El que partió de Rionegro y Marinilla para fundar a Sonsón (1800) y

Abejorral (1808), desplazarse al sur del río Arma por tierras de la Concesión Aranzazu

hasta alcanzar Salamina (1827), Neira (1843), Manizales (1849) y Pensilvania (1866).

Otro movimiento migratorio partió de los centros mineros caucanos de Marmato, Riosucio

y Supía, se vio reforzado por gentes del suroeste antioqueño, y reanimó la vida del

noroccidente Caucano, en especial de Anserma (1870), Quinchía (1842), Apía (1884),

Santuario (1886) y el valle del río Risaralda. Así mismo desde el norte Caucano y

tolimense se produjeron migraciones que matizaron el predominante poblamiento

antioqueño en la Provincia del Quindío con capital en Cartago (H. Peña, 1892) y en el

oriente caldense con Manzanares (1872), Marquetalia (1880), Marulanda (1877), Victoria

(1879) y Samaná (1878).

Estos movimientos de migrantes coparán buena parte del territorio titulado previamente a

grandes concesionarios y sociedades. La Concesión Villegas incluía parte de las actuales

municipios de la Ceja, Abejorral y Sonsón; la concesión Aranzazu, luego González,

Salazar y Cía., era propietaria de los terrenos comprendidos entre el Río Pozo y el

Chinchiná; la Concesión Pereira-Gamba estaba conformada por 2710 hectáreas; y la

Sociedad Burila poseía más de 200000 fanegadas de tierra desde Armenia hasta

Bugalagrande, a tal punto que en 1884 el juzgado de Zarzal le reconoció dominio sobre

129.126 has., lo que incluía terrenos del Quindío. (Vifiegas, 1977; Palacios, 1979;

Cadena, 1988; Jaramillo, 1988; De los Bios, 1983).

A esta sociedad de frontera del siglo XIX colombiano convergieron trabajadores y

tenedores, arrendatarios e invasores, “suscribiendo alegatos para dirimir sus derechos

bajo las normas jurídicas del Estado o con la moral de sus propias conveniencias” (Tovar,

1995).

Evidentemente, Antioquia tuvo ventajas comparativas con respecto al Cauca y al Tolima,

por una experiencia social acumulada representada en la adaptación de sus gentes a

terrenos montañosos de tipo medio, su rápido crecimiento demográfico, la importancia

económica de élites interesadas en jalonar la colonización para crear para sí mayor

riqueza (tierras, caminos, pueblos, mercados, minas, productos de exportación) y la

expansión de un ethos político y cultural predominantemente conservador y católico que

atajara el liberalismo caucano y sus secuelas. Por su parte, el Cauca tuvo bajas tasas de

crecimiento demográfico si se le compara con los extensos territorios que poseía en el

siglo XIX y una indecisión por colonizar tierras de montaña. Según K. Christie, entre fines

del siglo XVIII y 1835, el Cauca decayó demográficamente y entre 1843 y 1912, Bolívar y

Cauca triplicaron su población, cuando Antioquia la multiplicó por 5.7 (Melo, 1987). A su

vez las guerras civiles tuvieron más efectos negativos en el Cauca que en Antioquia; la

primera vivió un estancamiento secular, excepto en el Valle del Cauca, donde la amplia

disponibilidad de tierras fue importante, lo que condujo a la afirmación de su territorio

tradicional, el valle geográfico, mientras la colonización antioqueña penetraba en las

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cordilleras y reproducía sus actividades económicas: compra de tierras, construcción de

caminos, explotación de minas y guacas, comercio y bancos (Almario, 1994; Christie,

1986).

Pues bien, el territorio colonizado, inexistente a fines del siglo XVIII, ya poseía 17.418

habitantes en 1843 y logró tener 341.198 en 1912, cuando al departamento de Caldas se

le anexó en ese año, su última localidad, el municipio chocoano de Pueblo Rico. (García,

1937). Si se miran los años de fundación de las poblaciones y su número entre 1814

(Aguadas) y 1916 (La Tebaida), encontramos 44, más 4 poblados coloniales, Marmato,

Supía, Mistrató y Guática y una refundación, Anserma en 1870. Además, muchos

corregimientos se convertirán en municipios en los 50 años siguientes (1916-1966),

cuando para éste último año serán creados los departamentos de Risaralda y Quindío,

desprendidos de Caldas.

Los diversos colonos ocuparon una extensión territorial de 14.035 kilómetros cuadrados,

el 1.21% de la superficie de Colombia. Entre 1823 y 1913 se entregaron a Antioquia y el

Viejo Caldas 1’235.000 hectáreas de baldíos, de las cuales solo un 17% fue a las colonias

de poblamiento, y un 65% de ellas se concedió antes de la era del café. También entre

1827 y 1931 se adjudicaron baldíos en Antioquia y Caldas en número de 2.335 (1734 en

Caldas y 601 en Antioquia, sobre un total nacional de 5.904). En Caldas, el 16.7% de los

predios era menor a 10 hectáreas y el 47.1% tenían entre 10 y 50 hectáreas. De tal

manera que el 63.8% de los predios estuvo entre una y 50 hectáreas, lo que representa el

3.3% de las tierras públicas concedidas a particulares, mediante procedimientos legales

establecidos. Por su parte, las tierras públicas concedidas a los pobladores organizados

fueron cerca de 212000 has., es decir, un 5% de las entregadas a concesionarios

particulares (Palacios, 1979; Christie, 1986; Legrand, 1988). Como puede observarse, la

estructura de tenencia de la tierra fue desigual, amén de los conflictos que ello generó,

mas si se mira el caso caldense, la distribución de la propiedad alcanzó a una buena

cantidad de colonos, lo que se percibe en el alto número de medianas y pequeñas

parcelas. Así mismo, de las 1’235.000 has. registradas, unas 700.000 estuvieron

localizadas en las hoyas de los ríos Cauca, Magdalena, Nus y Porce, donde se produjo

una colonización capitalista de base ganadera y donde no existía una alta densidad

poblacional (Palacios, 1979). Con lo expuesto es notorio que en medio de encuentros y

desacuerdos, “toda la orilla oriental del río Cauca, desde Arma hasta el río Chinchiná y de

éste al río la Vieja, quedó en manos de una sociedad de medianos y p’equeños tenedores

que compartían sus parcelas con las tierras de las concesiones y con unos grandes

propietarios” (Tovar, 1995).

En realidad, los procesos de ocupación del espacio tuvieron similitudes en varios sentidos

en algunas zonas, y diferencias significativas y modalidades heterogéneas en otras. Por

ejemplo, la sociedad González y Salazar y Cía. y la Sociedad Burla tuvieron

comportamientos similares en cuanto a valorización de tierras y conflictos con colonos

pobres y medianos. Fueron también similares las concesiones de tierras a muchas

colonias de poblamiento por parte del Estado Central, las Provincias o los Estados

Federales, así como el número de fanegadas para las colonias. Sin embargo, dada la real

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heterogeneidad subregional en este territorio, la ocupación del espacio fue diferente

según se tratase de tierras pobladas por indios, zonas mineras con predominio negro o

lugares despoblados pero ya titulados. Hubo en estos casos, superposición de

territorialidades (Vargas, 1993; Jaramillo, 1997), expropiaciones forzosas y resistencias

(Zuluaga, 1988) formas de violencia y de fuerza, luchas jurídicas y presiones locales

(Valencia, 1994a; Villegas, 1977; Palacios, 1979; Legrand, 1988).

La hoya hidrográfica del río Cauca (8941Kms2) fue el eje prehispánico y de la conquista

por lo que indígenas, conquistadores y mas tarde colonos, crearon aldeas, ciudades y

colonias de poblamiento y focos económicos y sociales en las vertientes orientales de la

cordillera occidental y en las vertientes occidentales de la cordillera central. En tales

vertientes se asentaron el mayor número de colonos, en lugares ubicados entre los 1000

y 2000 m.s.n.m. y entre los 17 y los 24 grados centígrados, donde los productos

alimenticios tradicionales, maíz, caña de azúcar, fríjol, plátano, frutas, papas y legumbres,

así como cerdos, ganados y gallinas se desarrollaron en condiciones muy positivas. Los

colonos conocían antes territorios similares y se ocuparon de una agricultura de

subsistencia que era replicada en los nuevos espacios. Por su parte las otras dos hoyas

del sistema hidrográfico caldense tuvieron un papel diferente. La del río San Juan (1667

Kms2) comunicó a Caldas con el Chocó vía Pueblo Rico y San Antonio del Chamí

(Mistrató) dentro de un desarrollo económico y social diferente y tal vez más tenue ya que

los poblados indios asentados en el occidente mantuvieron producciones se subsistencia

y apoyo a zonas mineras, y algún interés por intercambios comerciales con el Atrato. La

hoya del río Magdalena (3427 Kms2) fue factor de comunicación entre el occidente y el

centro del país, entre el Tolima y los nuevos territorios colonizados por antioqueños y

caucanos, y centro de gravedad del sistema vial colombiano, por lo que tuvo una gran

importancia comercial y cultural.

Los colonos fueron copando las vertientes de la cordillera occidental y central, a través de

las montañas, nevados, páramos (del Ruiz, el Cisne, Santa Isabel y Barragán) valles

altos, depresiones (Calarcá, La Perdida, Herveo) y cerros (tamá), y las hoyas de los ríos

principales y de los afluentes, adaptándose a los distintos climas y a una vegetación mas

montañosa y selvática que paulatinamente fueron transformando entre Aguadas y Santa

Rosa de Cabal, y mas plana pero llena de guadales hacia el Quindío. Más de las 2/3

partes del territorio caldense está formado por las vertientes de la cordifiera central. Allí se

ubica el núcleo principal del poblaimento y su más poderosa red urbana, 21 pueblos en su

vertiente occidental desde Aguadas hasta Pijao; y’ 7 pueblos en su vertiente oriental

desde Pensilvania hasta La Dorada (García, 1937). El resto del territorio caldense (113)

está formado por las vertientes de la cordillera occidental donde se ubican 14 pueblos con

una menor densidad de población. De tal manera que en la cordillera occidental se

encuentra menos de uía cuarta parte de la poblacion caldense en tanto que en la central

se localizan más de las ¾ partes. Esto ha sido favorecido por un mejor acondicionamiento

geográfico y mayor cantidad de medios de transporte, por lo que son zonas donde

coincide una mayor densidad poblacional con una mayor actividad económica y mejores

condiciones sanitarias y sicológicas. Los colonos dieron sentido al espacio y por ende al

sistema de montañas que configuró la red de aguas y dividió el territorio en las principales

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hoyas hidrográficas, cuyo eje fue la del Cauca, la cual integró cerca de las ¾ partes del

territorio. Así mismo a cada hoya confluyen otros ríos que ocupados por pobladores

completan el territorio. A la hoya hidrográfica del Magdalena confluyen los ríos Guarinó

donde se sitúan cuatro municipios; dos en la Miel, uno en el Doña Juana, y La Dorada, en

la hoya propia del Magdalena. Fueron municipios de considerable extensión territorial,

débil movimiento agrícola y comercial —con excepción de La Dorada desde 1910—, y

embotellamiento económico por las difíciles vías y baja densidad poblacional. Por su

parte, a la hoya del Cauca confluyen por la ribera derecha, los ríos La Vieja, Otún, Campo

Alegre, Chinchiná, pias, Pozo, Pácora, Arma y otros. En los dos primeros se ubican nueve

municipios; en la hoya del Chinchiná, incluido Manizales, se encuentran 21 municipios y

más de la mitad de la población caldense. En la rivera izquierda se encuentran los ríos

Risaralda en cuya hoya se asientan ocho municipios, y en la propia del Cauca, cinco;

otros ríos son el Opiramá, el Tarda, el Sucio y el Arquía. Finalmente, a la hoya del río San

Juan llega el Tatamá, su principal afluente, donde se ubica una población de pocos

habitantes y representa el 11.87% de la superficie total del departamento. En síntesis, 34

municipios están localizados en la hoya del Cauca con el 64% de la extensión territorial y

el 90% de la población. Los municipios situados en la hoya del Magdalena tienen el 24%

de extensión territorial del departamento y los de la hoya del San Juan, el 12%, y entre

ambos, solo poseen el 10% de la población (García, 1937).

Por lo expuesto, el 93% de las poblaciones se ubican en temperaturas medias que oscilan

entre los 17 y los 24 grados, y los 1000 a 2000 m.s.n.m. —zona climatológica del café—,

el 2% en temperaturas de 14 a 16 grados centígrados; y el 5% entre 26 y 36 (150 a 600

m. s.n.m.). Por ello, en el clima templado se encuentran 31 poblaciones, en el cálido 9, en

el tropical 1 (La Dorada) y en el frío 1 (Marulanda).

Para 1905, en la zona cálida se ubicó el 18.05% de la población; en la templada, el

80.14% y en la zona fría el 1.81%, sin incluir La Dorada, municipio en 1923, perteneciente

a la zona de clima tropical. En la zona templada la población colonizadora abrió selvas,

construyó caseríos, caminos y fondas de tránsito, y fue configurando una sociedad de

frontera, preferentemente agrícola adaptando sus suelos, produciendo alimentos y dando

lugar a circuitos de comercio e intercambios económicos, culturales y sociales. Con

suelos de origen volcánico predominantemente ricos en cal y nitrógeno, con un grado de

acidez bajo y escasos en fósforo y potasio —proclives a la erosión y al deslave— las

gentes explotaron riquezas mineras, y desarrollaron cultivos de subsistencia, ganaderías

e intercambios. La sal se explotó en Riosucio, Quinchía y Chinchiná; el oro en Supía,

Marmato, Riosucio, Manzanares, Manizales, SalentoyPensilvama; la plata en Supía y

Echandía. También se explotó el plomo, zinc, manganeso y azufre. En cuanto a cultivos,

se centraron en plátanos, frijoles, algodón, papa, frutales, café, maíz, cacao, arroz, maní,

tabaco, cebolla, alfalfa y trigo. La ganadería (cría, ceba y cruzamiento de razas) se

desarrolló en el norte (Salamina, Manizales), el Quindío (Armenia, Calarcá, Tebaida,

Quimbaya, Montenegro y Pijao), el centro (Pereira, Santa Rosa), el occidente (Balboa,

Belalcázar y Risaralda) y el oriente (Marulanda, La Dorada). Y la cría y comercio de

cerdos y de gallinas fue una constante en todo el territorio caldense (Valencia, 1996). Lo

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expuesto revela una diversidad de explotaciones y ocupaciones, así como modalidades

de trabajo que requieren estudios particulares.

Los puntos de partida del movimiento colonizador fueron Abejorraly Sonsón al norte y

noroeste. Entre 1814 y 1840 se fundaron cuatro poblaciones: Aguadas (1814), Salamina

(1825), Pácora (1832) y Riosucio (1819). En el período 1840-1860 se establecieron 8

poblaciones. El norte caldense se fue estructurando además con Manizales (1849), Neira

(1842) y Aranzazu (1851). El centro inició su período de formación con Villamaría (1852),

Santa Rosa (1844), Chinchiná (1857) y Palestina (1855); y el Quindío surgió con la

fundación de la colonia penal de Boquía (1843). Pareciera darse un movimiento ordenado

de norte a sur al menos en los dos primeros casos; en el tercero se trató de políticas

estatales dirigidas al mejoramiento y ampliación del camino del Quindío (Grisales, 1990;

Valencia, 1994a; García, 1937).

Las poblaciones mineras de Marmato (1539) y Supía (1540) igual que las de predominio

indígena como Mistrató (1770) y el resguardo de Guática (1781) o Nazareth, fueron

fundadas en la Colonia y para entonces poseían un bajo número de habitantes. Por su

parte, Anserma contaba con 1347 habitantes en 1843 y sería refundada en 1870 en

buena medida por colonos provenientes del suroeste antioqueño (Álvarez, 1993; Zapata,

1989).

Entre 1860 y 1880 la colonización se dirige más al sur a través de la fundación de ocho

nuevas poblaciones; Filadelfia (1860) casi completa el mapa del sur antioqueño; el centro

toma fuerza con la fundación de Pereira (1863) y de Marsella (1865); el oriente crece

significativamente con las cabeceras de Pensilvania (1866) y Marulanda (1877), y las

localidades compartidas con el Tolima, Manzanares (1872) y Victoria (1879). El país

quindiano despega aún más con Nueva Salento (1865) en sustitución de Boquía, y

Filandia (1878).

Finalmente entre 1880 y 1905 se completa el mapa del norte con la fundación de La

Merced (1891); el del oriente con Marquetalia (1880), Samaná (1884) y La Dorada (1893);

el del Quindío, con Circasia (1884), Calarcá (1886), Armenia (1889), Montenegro (1890),

Génova (1904), Pijao (1905) y los corregimientos más tardíos de Quinibaya (1914), La

Tebaida (1916), Córdoba y Buenavista. Por su parte, en el occidente son fundados por

colonizadores antioqueños y los propios pobladores, donde los indígenas tienen el mayor

peso, los siguientes poblados: Apía (1884), Santuario (1886), el viejo resguardo de

Quinchía (1888), Belén de Umbría (1890), Pueblo Rico (1884), y más tarde Balboa (1907)

y La Celia (1914). El centro, después de Belalcázar (1888), debió esperar a Viterbo y

Risaralda (1908) para culminar su conformación. En este contexto, entre 1880 y 1905 se

formaron 16 poblaciones más, y vendrán ocho más tarde, hasta 1916.

En síntesis, después de las migraciones del oriente antioqueño que dieron lugar a

Abejorral y Sonsón entre 1800 y 1808, de 1814 a 1916 se fundaron 44 poblaciones y se

incorporaron

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cinco más, conformadas en el período colonial, para un total de 49 poblaciones en la

formación del Viejo Caldas.

2. Los Países

El modelo propuesto por De los Ríos (1986) para distinguir cinco subregiones en la

configuración del departamento. de Caldas es bastante sugerente, pero requiere ser

afinado desde dos perspectivas: De una parte, la región que se construye durante el siglo

XIX posee parte de su historia asociada a las viejas ciudades coloniales y a sus

respectivas jurisdicciones. Por tanto, las dinámicas de anexión, separación, segregación y

rivalidades, entre gobernaciones, provincias, localidades o aún estados o departamentos

—según los períodos— se les debe comprender en esa combinación de viejas

jurisdicciones y nuevos espacios republicanos. Esto es propio de un territorio disputado

por las viejas gobernaciones de Antioquia y Popayán, y por ciudades con jurisdicción

colonial y aún republicana como Mariquita, Remedios, Santa Fe de Antioquia, Arma,

Anserma y Cartago. Ello revela que si bien se trata de una región nueva durante el siglo

XIX, su composición reordenará viejos espacios coloniales que a su vez se proyectarán

sobre la república y otros espacios republicanos creados en ese siglo.

De otra parte, además de ser necesarias precisiones históricas en la configuración de los

diversos territorios, utilizaremos la noción de países al referirnos a tales porciones del

territorio regional, haciendo explícitas sus características geohistóricas, económicas,

políticas y culturales, que -hasta el momento permiten los estudios realizados.

Veamos entonces, basados en la bibliografía existente, en especial de los últimos treinta

años (1965-1995) dentro del proceso de formación regional caldense en el siglo XIX, los

distintos países cpie se configuraron, los que unificados administrativamente entre 1905 y

1912, dieron lugar al departamento de Caldas en Colombia.

2.1 El norte caldense o el sur de Antioquia:

colonizaciones, poblados, orden y conflictos

El país del sur antioqueño o norte caldense, fue construido por pobladores de diversa

condición, en zonas medias de montaña entre el oriente de Antioquia y el páramo del

Ruiz, hacia las vertientes occidentales de la cordillera central cayendo al río Cauca y al

Chinchiná. Este es un país nuevo formado entre fines del siglo XVIII y mediados del siglo

XIX, con la peculiaridad de que gran parte de los globos de terreno existentes entre la

Ceja del Tambo (oriente de Antioquia) y el río Chinchiná, límite entre las gobernaciones

de Antioquia y Popayán, estaban en parte titulados a los españoles Felipe Villegas y José

María Aranza2u, ambos hombres influyentes y ricos comerciantes. Esta peculiaridad hizo

muy conflictivo el proceso de colonización, dado que la lucha de colonos pobres y

medianos, por obtener tierras y formar colonias, con las dos concesionarias, fue larga y

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conflictiva. A ello se agrega el hecho de que los globos de terreno que decían poseer la

“concesión Villegas” y la ‘Aranzazu”, tenían zonas comprometidas con las antiguas

jurisdicciones coloniales de la ciudad de Arma, con particulares que a cada paso alegaban

propiedades o denuncios de baldíos no legalizados, y con los títulos mismos que, en

casos, estaban viciados procesalmente o habían sido ampliados por sus sucesores.

El proceso de construcción del país del norte reviste especial importancia porque

incorpora al territorio nacional gentes y espacios de gran valor para el desarrollo

económico, social, político y cultural de Colombia. Reorganiza y abre nuevas

comunicaciones entre Antioquia, el Cauca, el Tolima y el centro del país. Da lugar a la

formación de una sociedad donde, en medio del sistema de concesiones, logran tener

cabida pequeños y medianos propietarios que crean una cadena de poblados que

incidirán en la formación de la región. Manizales se constituirá en el eje de la misma y sus

elites jalonarán un proyecto regional que en lo económico se basó en el café, la

agricultura, las vías, la ganadería y el comercio, y en lo político y cultural, creó formas de

cohesión desde el conservatismo en asocio con la Iglesia en el contexto de la “epopeya

colonizadora”.

El proceso de configuración del país del norte se produjo por el desplazamiento de

oleadas de gentes humildes, sectores medios y grandes propietarios y comerciantes,

sobre un espacio casi vacío y despoblado. Entre 1800 y 1849 las colonias de poblamiento

se asentaron desde Sonsón y Abejorral hasta Manizales, pasando por Aguadas, Pácora,

Neira y Salamina. A pocos años, Aranzazu y Filadelfia completaron el mapa y

transformaron una selva en una sociedad de frontera agrícola y ganadera, de frontera

cultural y política (Parsons, 1950).

Según Roberto Luis Jaramillo (1997), en 1827 se creó el cantón de Sonsón cuya

parroquia más sureña era Salamina; ésta fue la primera manifestación político-

administrativa del sur. Para 1842 se denominó Cantón Salamina aunque la cabecera

continuó en Sonsón. Al ser dividida Antioquia en tres provincias en 1851, la de Córdoba

—con capital en Rionegro— tuvo entre sus cantones, el de Salamina con cabecera en

Sonsón y jurisdicción entre Abejorral y Neira. Para 1855 fueron creados 9 circuitos

municipales, entonces el de Salamina contenía los distritos de Abejorral, Sonsón,

Aguadas, Pácora, Salamina, Manizales y Sargento (Aranzazu). A partir de 1857 el Estado

de Antioquia fue dividido en 8 departamentos gobernados por prefectos; Salamina tuvo

entonces jurisdicción sobre Pácora, Salanima, Neira, Manizales y el corregimiento de

Aranzazu; se exceptuó Aguadas. A fines de ese año se suprimieron los departamentos de

Sonsón y Salamina y se creó el departamento del sur con cabecera enAbejorral. Una ley

de 1859 hizo de Manizales la cabecera “del departamento de Aranzazu” al suprimirse el

nombre del sur. Más tarde, antes de la Constituyente de Rionegro, el General Mosquera,

entonces presidente provisorio de los Estados Unidos de Colombia decretó la división de

Antioquia en municipios con jerarquías de ciudades, villas y aldeas; con ello, Salamina fue

ciudad capital favorecida por el liberalismo mosquerista y porque ella representaba con

Sonsón, centros políticos más tolerantes frente al liberalismo, que Abejorral y Manizales.

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Pácora y Manizales fueron villas y Aranzazu, Neira y Filadelfia, aldeas. Esta situación

duró 6 meses ya que después de la convención, el gobierno liberal

mantuvo a Salamina como municipio, convirtió las demás en distritos, suprimió a Filadelfia

y consideró a Arma como una aldea. Al llegar al poder los conservadores en 1864 con

Pedro Justo Berrío, restablecieron las prefecturas, el nombre del sur y la capitalidad en

Salamina. Así permanecieron las cosas hasta después de la guerra de 1876-1877,

cuando en este último año con 9 departamentos, el del sur antioqueño fue dirigido por

Manizales (Jaramillo, 1997). Desde allí y en lo porvenir, Manizales será el eje de dicho

país, aún durante el interregno liberal en Antioquía (1877-1885) y con más fuerza durante

el período regenerador, cuando más asociado a los nacionalistas se convertiría en la

capital del nuevo departamento en 1905 (Ortiz, 1987).

Esta mirada político-administrativa del país del norte muestra una dinámica interna que

por factores diversos hizo notoria una disputa por el eje regional entre Abejorral, Sonsón,

Salamina y Manizales. El peso demográfico, económico y político de cada uno de ellos

fue vanando en el tiempo hasta imponerse Manizales como eje del país también por su

posición estratégica en lo militar y comercial, y lugar de encuentro de caminos entre

Antioquia, Cauca, El Tolima y el centro de la república. Entre 1843 y 1864, el sur pasó de

8.378 habitantes a 37.922. Para 1870 fueron 42.959; 92.216 para 1905 y 126.518 para

1912; en los dos últimos no está incluida la población antioqueña de Pensilvania. La

dinámica económica fue muy vasta y se manifestó en caminos, comercio, ganadería,

agricultura y café. Al tiempo, la representación política del sur en el gobierno regional

antioqueño en los años 60 y 70 ocupó un segundo lugar después del centro; para los

años de la r,egeneración, el poder económico y político del sur se acrecentó, obtuvo

ministros de Estado, más gobernadores que en la federación y un peso significativo

dentro de los nacionalistas, lo que a su vez sirvió como catalizador del grupo de los

históricos en la región. Con ello, aprovecharon bien su cuarto de hora para segregarse de

Antioquia y dirigir la nueva entidad departamental de Caldas desde 1905 (García, 1936;

Valencia, 1994a; Palacios, 1979; Ortiz, 1987; Villegas, 1996).

El sur fue el resultado de una política definida sobre baldíos, aplicada en algunas zonas

antioqueñas desde 1812, según la cual se favorecía a colonos y pobladores. No fue así

en buena parte del resto del territorio antioqueño, donde primaron cesiones de baldíos de

gran tamaño en las hoyas de los ríos Magdalena, Cauca, Nechí y Riosucio (Tovar, 1995).

Sin embargo, el proceso colonizador dio lugar a enfrentamientos legales y violentos entre

acaparadores de baldíos y colonos independientes. En las concesiones mencionadas al

sur, los conflictos en Abejorral y Sonsón comenzaron a fines del siglo con la concesión

Vifiegas; los de Arma habían surgido desde mediados del siglo XVIII. Más tarde tocó el

turno a Neira, Salamina y Manizales, los que culminaron con un convenio en 1853, el cual

fayoreció a colonos y en parte a la compañía González-Salazar, cuando aqueUos ya

habían pasado el río Chinchiná, límite de las antiguas ciudades de Cartago y Arma o de

los gobiernos de Popayán y Antioquia (Villegas, 1977). Compitieron compañías y

concesiones amparadas en las leyes de 1754, que no fijaban límites

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en el tamaño de las mercedes de tierras realengas; y la de 1780 que miraba el desarrollo

de la agricultura pero era tan engorrosa en trámites de adjudicación que no favorecía a los

colonos pobres. Iles compañías movían sus limites ante los colonos que se adelantaban a

tumbar montañas, sembrar rozas de comunidad, abrir senderos, fundar colonias

agrícolas, hacer mercados y entablar sociedades” (Jaramillo, 1997).

Pero ¿qué hizo posible y motivó los procesos de migración antioqueña hacia el sur y a las

vertientes de la cordillera central y occidental? En parte, las difíciles condiciones

económicas y sociales al oriente de la región antioqueña y la necesidad de adquirir

seguridades y alternativas de subsistencia. Campesinos de Antioquia, venidos en su

mayoría de tierras frías se desplazaron a tierras similares en muchos casos y a zonas

calientes y húmedas a las que se fueron adaptando. De otra parte, esa frontera móvil que

se extendía hasta el Cauca se ampliaría aún más, motivada por otros atractivos:

“La frontera Caucana se mostraba muy atractiva también por la gran cantidad de selva

secular virgen, rica en buenas maderas para mercadear; por la versatilidad de la guadua

como material para construir viviendas, pesebreras y cercados; por la posibilidad de

extraer caucho nativo; por las condiciones topográfico-geográficas y calidad de los suelos,

muy favorables para labranzas y potreros de todos los climas; por la gran canridad de

aguas, algunas de ellas saladas y otras que arrastraban oro de aluvión; por una política

oficial de reparto de baldíos; por la riqueza de las guacas; por la facilidad para la cría de

cerdos; por la seguridad de un refugio para perseguidos políticos; y en fin, por lo lucrativo

del intercambio comercial —así fuera el de contrabando—, entre Cartago y Manizales, o

por el camino del Quindío, lo que incentivó el establecimiento de fondas camineras, de

tambos y de empresas de arriería de mulas y bueyes. Eso y mucho más, encontraron en

la hoya y llanuras del Quindío, en el Valle de la Vieja y, muchos años después, en el

temido valle del Risaralda. Hasta esos tiempos el horror a los climas malsanos había sido

determinante” (Jaramillo, 1997).

Con tales motivaciones, campesinos del oriente de Antioquia y de otros lugares del

centro, se dirigieron al sur, desde las últimas décadas del siglo XVIII hasta cerrarse el

siglo XIX, de manera casi espontánea y en el contexto de sistemas de concesiones que

parecían ordenar tales movimientos migratorios (Brew, 1977; Palacios, 1979; JaranLillo

1988; Tovar, 1995). Como ha sido demostrado, la colonización Antioqueña tuvo dos

modalidades, la espontánea y la planeada, pues hacia donde los campesinos pobres,

futuros colonos, se dirigían espontáneamente, hacia allí gentes de las élites habían

comprado terrenos para invertir en empresas lucrativas, o a veces, aquellas dirigieron a

tales lugares, a los colonos (Giraldo, 1983; De los Ríos Tobón, 1983; Brew, 1977).

Entre 1763 y 1768, el español Felipe Villegas adquirió un globo de tierras que hoy abarca

parte de los municipios de La Unión, el Retiro, Montebello y la totalidad de Abejorral y

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Sonsón. Este globo de tierras se conoce como “Concesión Villegas”, la cual, afrontó

varias demandas y vendió tierra a los colonos que se establecieron entre las vertientes de

los ríos la Miel y el Buey, después de salir de los hacinados valles de Rionegro. A Felipe

Villegas como al resto de la élite rionegrera, le preocupaba que sus bienes y actividades

estuviesen regidos por la decadente ciudad de Arma, por lo que después de pleitos y

atropellos, y apoyado por los gobernadores Silvestre y Lorenzana, en 1783 se decidió el

traslado de los títulos para la nueva ciudad de San Nicolás de Rionegro. Con ello, las

élites rionegreras pudieron controlar la jurisdicción entre Rionegro y el Chinchiná a través

de la Concesión Villegas y luego de la concesión Aranzazu, aunque los pleitos se

extenderían por jurisdicciones, tierras y poblados por cerca de 80 años. Por su parte,

muchos campesinos de los países de Rionegro y la Marinilla vieron la posibilidad de salir

de la pobreza, y convertirse en propietarios libres en tierras nuevas y más fértiles. Por

ello, desde 1787 se adentraron en las montañas más al sur de las colonias de la Miel y el

Buey, primero en la loma de Maitamac camino de Supía y luego —ante la reacción de los

armeños— exploraron las tierras frías de “los valles altos” de Sonsón en territorio de

Villegas y descubrieron el camino antiguo qu comunicaba con Mariquita. Pobres y

mestizos ofrecieron comprarlas, pero les fueron vendidas a un blanco de las élites de

Rionegro, don José Joaquín Ruiz y Zapata, quien ofreció el doble por ellas. Como juez

poblador adjudicó a sus familiares de Rionegro, Llanogrande y Medellín las mejores

tierras y repartió el resto a colonos pobres, con enfrentamientos por el desigual reparto, lo

que presionó desplazamientos más al oriente y al sur. Al oriente, camino al Samaná, con

el mismo juez poblador, se concedió a los colonos otro globo entre los ríos Samaná y la

Miel, vertientes al Magdalena lindando con posesiones que fueron de los Jesuitas. Para

1808, Sonsón fundado inicialmente en 1791 y definitivamente en 1800, ya contaba con

315 cabezas de familia y 2.143 pobladores con posesión, estancia, trapiche, ganado o

mina (Jaramillo, 1988; Duque, 1974; De los Ríos, 1983).

Al tiempo, que se producían colonizaciones espontáneas, el procurador y el cabildo de

Rionegro promovieron una colonización forzosa hacia el sur por las tierras calientes del

Buey y del Arma, con vagos y malentretenidos, para sembrar maíz, caña, plátano y cacao,

necesarios para el consumo de la ciudad. Así se formó una población en Sabanalarga,

camino de Herveo, donde más tarde se fundó Salamina en 1825 (Duque, 1974). Al morir

la esposa de Felipe Villegas en 1784, éste repartió, entre sus hijos varias propiedades y

en 1800, cuando este murió, las tierras donde fue demarcado Abejorral en 1808

correspondieron al maestro José Antonio Villegas, hijo de don Felipe. El grupo de vecinos

eran parientes, hijos y nietos de Villegas. Don José Antonio cedió el terreno en 1811 así:

200 solares de 5O varas cada uno para los vecinos, y los que quisieran edificar después

de estos 200, deberían comprar el terreno. Don José Antonio, como juez poblador tuvo

privileg&os políticos y territoriales, pues podía reservarse una cuarta parte de los

territorios que fueran otorgados en la demarcación de la población.

Viéndose estrechos y asociados con colonos de Sonsón, gentes de Abejorral siguieron

hacia Armaviejo y hacia una colonia que sería la futura población de Aguadas. Esta,

fomentada por el gobierno “para reunir a familias errantes por los montes (...) viviendo en

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idiotismo, sin ley y sin rey”, logró consolidarse, pues el gobierno republicano evitó la

expulsión de más de 200 colonos y nombró juez poblador (Jaramillo, 1997).

Muchos colonos siguieron al sur del río Arma pasando por enormes y fértiles tierras hasta

el río Chinchiná, las cuales en buena medida estaban tituladas a don José María

Aranzazu y eran apetecidas por las elites rionegreras. Por ello, los poblamientos en estos

globos de terreno estuvieron atravesados por conflictos donde se alegaron viejas

jurisdicciones coloniales por parte de Arma; títulos de particulares; rivalidades locales por

fundaciones que limitaban el radio de acción de otras; influencias políticas de élites con lo

que despojaron en casos, a colonos de sus labranzas y se apropiaron de terrenos que al

parecer no estaban tan legítimamente titulados (Tovar, 1995).

La concesión más conflictiva en el proceso de formación del norte caldense fue la de

Aranzazu (Villegas, 1977; De los Ríos, 1983; Jaramillo, 1988; Valencia, 1994a). En 1801,

José María Aranzazu recibió una concesión de tierras entre los ríos Pácora y Pozo, la cual

fue cada vez más ampliada por sus herederos y sucesores a medida que avanzaban los

colonos. Al tiempo, los campesinos pobres de la reciente colonia de Sonsán buscaban

abrir un camino hacia Mariquita a partir de una trocha antigua. Por su parte, los antiguos

habitantes de la ciudad de Arma, ahora decadente y trasladada, ejercían dominio

jurisdiccional sobre tierras concedidas a Aranzazu. Estas tierras eran pues ambicionadas

por unos y otros. Y si bien unos querían ser pequeños propietarios, otros defendían “lo

suyo” alegando propiedad sobre terrenos feraces y fértiles. Después de creada Aguadas

por los Villegas, se inició un pleito largo y violento entre los herederos de Aranzazu y los

colonos de Armaviejo, Sabanalarga y Salamina (López, 1944; Duque, 1974; Duque,

1959).

A pocos años surgieron otras colonias agrarias y pueblos que tuvieron también pleitos con

la empresa de tierras “González, Salazar y Cía”, sucesora de los intereses de José María

Aranzazu, a saber: Pácora, Salamina, Neira y Manizales. Los pleitos, acompañados de

violencia excepto en Pácora, culminaron el 18 de julio de 1853 con una transacción entre

el gobierno nacional, la compañía y los colonos. Con ello, Manizales recibió 12.000

fanegadas de tierra y a cada habitante le darían 10. Más de mil cabezas de familia las

pidieron. (Jaramillo, 1997; Valencia, 1994a). Por su parte, en 1829 a Salamina se le

habían donado 28.000 fanegadas de tierra, de las cuales se habían repartido 21.408 para

1833, con lo que allí la colonización fue iniciativa preferentemente de colonos pobres y

agricultores. A cada uno de los 112 vecinos, le entregaron 8 fanegadas. Empero, Pácora

(Armanuevo) fue un resultado de la desmembración de Armaviejo; Salamina se opuso a

su fundación alegando que entraba en sus terrenos y la despoblaría, con lo que no podría

sostener párroco ni culto. Igualmente, fundar a Aguadas iría en detrimento de Arma.

Finalmente muchas familias armeñas migraron a las riveras de la quebrada Paucura.

Suprimida Arma, anexada a Aguadas, ordenado su traslado a la zona de Paucura y en

medio de oleadas de colonos, Pácora se fundó en 1832. Entre diciembre de 1832 y 1846

fueron repartidos 375 lotes con sus respectivos títulos de propiedad; éste fue uno de los

repartos más democráticos del sur de Antioquia pues se dio posesión al colono partiendo

de la tierra desbrozada (Valencia, 1994a; Franco, 1981).

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Por su parte, Neira resultó de la presión de la compañía González-Salazar para

adelantarse a una fundación de los colonos. A cada poblador cabeza de familia, incluido

el cura, se le concedió un solar de 50 varas en el lugar de la población y 12 fanegadas de

tierra con las condiciones de que al año debía haber casa construida y cultivos durante 5

años. En 1843 hubo oposiciones, pues el reparto no cobijó a los colonos que ya habitaban

la zona y que habían trabajado parcelas entre el Chinchiná y el pias. Marcelino Palacio,

un hombre de la élite regional jugó un papel decisivo a favor de los colonos y contra la

Compañía entre 1843 y 1850, cuando la población fue trasladada para liberarle de las

intrigas de la compañía. En 1853 se le reconocieron nuevos terrenos como ya señalamos.

Entonces Manizales fue fundada por la expedición de los 20, recibió también 12.000

faneqadas según el convenio de 1853, aunque desde 1850 su cabildo legalizó parcelas

de colonos y adjudicó lotes en el marco de la plaza a fundadores y directores de la

colonización. Hasta el 4 de octubre de 1854, 1.154 personas vecinas recibieron parcelas o

títulos en Manizales. Otros terrenos de la Compañía González-Salazar fueron comprados

por la sociedad Moreno, Walker y Cía por 22.410 pesos, la que a su vez los vendió a

colonos, comerciantes y empresarios que llegaron masivamente a la nueva población.

Fundado Manizales, los colonos siguieron hacia el sur, cruzaron el Chinchiná y ocuparon

tierras caucanas. El gobierno del Cauca para detener la avanzada antioqueña fundó la

aldea de María en 1852 con tan mala suerte que sus terrenos quedaron incluidos en la

transacción de 1853 entre gobierno, compañía González-Salazar y poblados de Neira,

Salamina y Manizales. Además, ello estuvo inscrito en imprecisiones de la comisión

corográfica de Codazzi, donde se confundió con ligerezas el río Chinchiná con el río Claro

(Palacios, 1979; Jaramillo,1984, 1988; De los Ríos, 1983; Valencia, 1990).

En medio de conflictos por tierras, el peso de los cabildos y la construcción de los

pueblos, las élites del sur fueron decisivas en la configuración del futuro departamento de

Caldas por su visión económica, su peso político y su afán por expandir el modelo cultural

antioqueño. Comerciantes, propietarios de tierras, rematadores de rentas, educadores,

abogados, médicos, políticos, eclesiásticos, banqueros, mineros y empresarios, las élites

del sur, cuyo eje de desarrollo se sucedió entre Abejorral — Sonsón — Aguadas -

Salamina y Manizales, pusieron huevos en distintas canastas al mismo tiempo y lograron

para los años 60 establecer su centro en Salanuna y para después de la guerra civil del j6

en Manizales (Villegas, 1996; Valencia 1990; Duque, 1974). Al tiempo realizaron,

acompañados por oleadas colonizadores, parte de la colonización de los actuales

territorios de Risaralda y Quindío, y lograron una vasta presencia regional que produjo

positivos resultados para establecer su hegemonía en casi todo el territorio. Desde los

años 60 Manizales se fue transformando en forma escalonada en la más importante

ciudad del sur.

Las nuevas élites de la ciudad y del sur de Antioquia, aprovecharon el proceso

colonizador para obtener tierras, valorizarlas, venderlas y explotarlas en producciones

agrícolas y ganaderas. También se dedicaron al comercio, la apertura de vías para

ampliar los mercados, desembotellar la región y crear oportunidades de movilidad social.

El comercio de cacao, la minería, la formación de haciendas de ganado o caña, y aún las

guerras del 60 y 76, crearon condiciones para el desarrollo de circuitos comerciales más

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amplios y para el incremento y venta de productos agrícolas, que como el maíz, el

plátano, la panela y el fríjol, marcaron la vida cotidiana de las gentes de la región junto

con la producción de cerdos y gallinas (Valencia, 1996; Alvarez, 1989).

El viajero francés Brisson, decía del sur de Antioquia en 1890,que “la región está muy

poblada y los habitantes viven de poco y son sobrios. Todos producen maíz, que es la

clave de la alimentación de ellos; con esto, algunas vacas, una familia de marranos

negros que gruñen alrededor de cada choza en compañía del gallo y de la gallina tienen

lo necesario y no gastan casi nada para vivir” (1979).

Manizales se convirtió en la década del 80 en centro comercial entre los estados de

Antioquia, Cauca y Tolima. Desde allí salía el camino principal hacia Rionegro y Medellín;

otro, por el Páramo del Aguacatal (de la Elvira) se dirigía a Honda y Bogotá y por el Ruiz,

hacia Ambalema; al sur estaba la vía al Cauca por Santa Rosa de Cabal; y al occidente, el

camino que por Ansennaviejo se dirigía al Chocó. Por estas rutas, se exporté cacao de

Pereira y Cartago desde 1853 hacia Antioquia —en 1873 se importaron 10.000 sacos por

valor de 300.000 pesos—, se intercambió ganado por oro, previas cebas en Manizales; y

se vendieron productos agrícolas comunes, caña de azúcar, plátano, maíz, para obtener

oro útil para pagar las importaciones europeas en regiones agrícolas. Allí se

aprovisionaban los comerciantes de los pueblos menores situados entre Cartago por un

lado y Salamina y Marmato por el otro. Para mover productos (oro, café, cueros, caucho,

sal, cacao, cerdos y ganado) desde y hacia Cartago, Honda, Facatativá, Marmato y

Medellín, Manizales contó con numerosas recuas de mulas y bueyes. Por la producción y

exportación del café en los ochenta, el comercio, el sistema de transporte y la apertura de

caminos mejoraron notablemente. Así, los comerciantes del sur se independizaron en

buena medida del monopolio de artículos de importación que tenían los de Medellín. En

estas condiciones las élites manizalitas asociaron comercio, minería, ganadería, café, vías

de comunicación, explotaciones agrícolas y bancos, logrando con ello consolidarse

económicamente y dirigir política y socialmente la región.

Desde 1875 se fundaron bancos en Manizales (una sucursal del Banco de Antioquia) de

Sonsón, de Salamina y del Quindío en Pereira; el Banco Industrial de Manizales en 1881,

impulsor de actividades comerciales y agropecuarias, en lo que el Banco Prendario (1891)

lo acompañé; el Banco de depósitos fundado por Lorenzo Jaramillo en 1896, el de los

Andes (1901) y el Banco de Manizales (1901).

Enlos años 50 del sigloXIX, se puedenpercibirlas condiciones para la formación de

fortunas en la región y la acumulación de capitales en el comercio, la minería, la

especulación con tierras, la ganadería, caña de azúcar, tabaco y comercio de cacao y

condiciones de mercadeo donde coadyuvaron las guerras civiles. Más tarde, el cultivo de

café en forma empresarial fue el resultado de los procesos acumulativos del período

anterior (Rodríguez, 1983).

Desde los años 50, surgen compañías, sociedades y firmas que negocian con lotes y

comercian con diferentes productos dando lugar a grupos empresariales que conjugan a

la vez tales actividades con la minería —en 1888 Manizales tiene registradas 159 minas

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de oro y plata cuyos propietarios eran principalmente comerciantes— el mercado de

tierras, la construcción de caminos ,la ganadería y el café. En ellos, se confunden

fundadores, empresarios y colonizadores que consolidaron fortunas tempranamente.

Cuando el presupuesto de la ciudad para 1886 fue de 6.325 pesos con 50 centavos, las

20 personas más ricas poseían un capital que fluctuaba ente 10.000 y 70.000 pesos

(Valencia, 1996).

Si se miran varias biografias de estas personas, se encuentra que hubo herederos

directos de fortunas en haciendas de ganado, café y caña de azúcar, que además se

dedicaron a la apertura de caminos y puentes colgantes, al beneficio de minas de sal, a la

minería del oro, al cultivo y trilla de café; hubo hacendados ganaderos que cebaban reses

para vender en Antioquia central, que mejoraron y seleccionaron razas, pastos y

comenzaron a usar cercas con alambres de púas. Así la ganadería empezó en Manizales

y se extendió a Pereira, Cartago, Quindio y el Valle del Risaralda. Hubo también

prestamistas que financiaron a propietarios de tierras para abrir haciendas de ganado en

Manizales y los actuales Risaralda y Quindío (Lorenzo Jaramillo, Francisco Jaramillo

Ochoa). La ganadería de ceba avanzó significativamente tal como la formación de

haciendas de café y caña, la fundación de pueblos, la arriería basada en bueyes y mulas

y los vapores por el Magdalena (Jaramillo Montoya, 1987; Gutiérrez, 1991; Valencia,

1996).

Bajo muchas formas, las élites de empresarios, comerciantes y hacendados lograron

acumular experiencias económicas, incorporarse a múltiples actividades al mismo tiempo

y consolidar su poder económico, político y social. Con ello, la producción cafetera, la

banca y la incipiente industria se consolidaron entre 1880 y 1920. Con una agricultura

estable, abundante mano de obra y un cultivo como el café que se adaptaba con facilidad

a las condiciones de colonos y comerciantes, la economía regional se fortaleció y así se

produjeron los primeros intentos de industrialización desde 1880 (Valencia, 1990). Si bien

entre 1880 y 1930 se dio una “tímida industrialización” en Manizales, ello se debió a que

la evolución de los sistemas de transporte la dejó en una posición excéntrica y

desventajosa, y a que la prosperidad del café en tierras mas nuevas, accesibles y fértiles

que en Antioquia y con salida expedita del producto por la vía de Buenaventura y el Canal

de Panamá, relegaron a un segundo plano las actividades relacionadas con él (Ospina

Vázquez, 1979).

Las élites económicas del sur antioqueño y de Manizales específicamente hicieron una

buena red de relaciones entre ellas, con gentes formadas en el derecho, la educación y la

medicina, y líderes locales de diverso origen y grupo, para lograr una presencia política y

social fuerte en la región. Los contratos del gobierno del departamento o Provincia del sur

estuvieron en manos de gentes asociadas a tales grupos y militares casi

hegemónicamente del conservatismo. El peso político de esta región en el período federal

antioqueño fue decisivo, especialmente durante los gobiernos de Pedro Justo Berrío

(Villegas, 1996) y en el período regenerador, cuando los nacionalistas favorables a los

gobiernos de Nuñez, Caro, Holguín y Sanclemente fueron preponderantes en la región

(Ortiz, 1987). Al tiempo que la colonización hizo de Manizales el eje del sur antioqueño, la

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presencia en los órganos de decisión regional y nacional de sus representantes (a

legislatura del Estado o a la Asamblea Departamental) en secretarías de Estado, Cámara

y Senado, fue creciendo. A ello estuvo asociado un alto interés por la educación y la vías

de comunicación, elementos decisivos de modernización. Paulatinamente, estas élites

lograron mantener relaciones económicas con las de Medellín aunque se fueron

confirmando así mismas que era posible independizarse de la región antioqueña, a la cual

rendían importantes tributos.

Los circuitos comerciales, cargos piblicos, condiciones fiscales, nombramientos de jueces

y de educadores, y decciones podrían estar bajo el control de laé annque seguían siendo

decididos en Medellín. En este contexto avizorando un proceso de separacion de

Antioquia que tuvo su expresion el Congreso de la República por parte de Rafael Uribe

Uribe (1896) y representantes conservadores del sur. Algo similar sucedía con buena

parte de la Provincia del Quindío, cuando Pereira y otros pueblos se oponían a la

dependencia de Cartago, entonces su capital en 1892. Es evidente que dichas élites

habían logrado crear dentro de su territorio un clima de cohesión fundado también en la

educación, la epopeya colonizadora, la fundación de pueblos y el peso de la Iglesia en

ellos.

El sur se comunicó, desde sus tres principales cabeceras, Sonsón, Salamina y Manizales,

con el río Magdalena, dando lugar a poblados y a nuevos circuitos económicos y

culturales. El primero partía de Sonsón por Pensilvania al río Samaná y hacia La Dorada.

Buena parte de estas tierras fueron compradas por ricos de Sonsón quienes vendieron

porciones de selva para la colonia de Pensilvania (1866); y más al oriente, surgieron otras

colonias en las cuencas de los ríos La Miel, El Dulce, El Moro, Samaná, Guarinó, Santo

Domingo y otros. Más tarde ricos del sur, en especial de Sonsón, abrirán una colonización

empresarial para la ganadería extensiva en las tierras de La Dorada, expropiando

sociedades negras asentadas allí.

Otro eje de comunicación fue el camino de Salan-una a Mariquita y Honda por Herveo,

contratado en 1853, en cuyos trayectos se establecieron salamineños; de allí surgieron

Manzanares, Santo Domingo y Aguabonita, tenidas como dependencias del Tolima. Este

camino ligaba el comercio de Honda con las minas de Marmato a través de Salan-una y

luego, pasando el río Cauca en el paso de Bufú.

Por su parte, Manizales salió al río Magdalena por los caminos de El Ruiz, Aguacatal o la

Elvira y la Moravia. El de El Ruiz fue la primera vía al Magdalena. Iniciado en 1850,

conducía a Peladeros y Ambalema en la provincia de Mariquita por la vía de los termales,

y asociaba tierras cálidas con productos tales como el tabaco y el dulce para las

montañas del sur antioqueño. El del Aguacatal construido entre 1864 y 1872, era más

corto que el del Ruiz y se dirigía de Manizales hacia Honda, pasando por el sitio de La

Elvira, el Páramo del Aguacatal, el Paso de Yolumbal, El Cedral, El río Gualí, Santo

Domingo o Casabianca, Santana, Soledad y Mariquita. Con él se comunicaba a Manizales

con los centros comerciales del Tolima y Cundinamarca, con el río Magdalena y con el

mar. El camino de La Moravia o de El Perrillo, fue abierto por una sociedad de

empresarios que obtuvieron privilegios de las administraciones conservadoras de

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Antioquia y el Tolima. El mismo se inició en 1890 y se dirigía a Mariquita pasando por an

Pablo (Valencia, 1994a; Jaramillo, 1997).

En el trayecto comprendido entre el río Arma y el Chinchiná, se produjo un importante

número de colonias. Estas fueron más dinámicas y ricas cuando predominaron

rionegreros y medellinenses sobre marinillos y gentes de santa Fe de Antioquia. Los

terrenos concedidos a pobladores fueron desiguales en cuanto al tamaño de las parcelas

y aunque se distribuyeron pequeñas y medianas, debieron coexistir con grandes globos

de terrenos privados. Se organizaron poblados agrícolas dinámicos hasta convertirse en

Cantón de Sonsón y más tarde de Salamina. Sin pueblos de indios que les impidieran el

paso, suelos fértiles en la cordillera central, muy pronto abrieron comunicaciones

terrestres y comerciales, entre el occidente y el oriente. Al occidente, se llevaron

productos agrícolas a la zona minera de Marmato y Supía, y se hicieron tratos

comerciales con los caucanos en la vía a Popayán, y por Anserma Viejo hacia el Chocó y

el océano Pacífico. Hacia el oriente, la búsqueda de salidas al río Magdalena por la

vertiente oriental de la cordillera central, tuvo varías alternativas, a saber: la Línea, punto

divisorio entre los dos Estados, bajando por la Moravia hacia el caserío de Brasil y

subiendo la cordillçra hasta el corregimiento de Guarumo y luego a Fesno.

Estos caminos revelan buena parte del proceso de construcción regional. Con ellos, la

dinámica comercial dé productos inter-locales, inter-regionales y del exterior, se hizo

mayor e implicó un incremento de relaciones económicas, sociales, culturales y políticas.

Como se percibe, el sur fue una región clave para asociar centro, norte, sui y occidente de

Colombia. Con el sistema vial aún rudimentario se incrementó la arriería de mulas y

bueyes, se crearon fortunas, se impulsó el comercio, y Manizales se convirtió en centro

distribuidor, centro político y de predominio comercial y administrativo desde los años 60:

“termópilas” de Antioquia por su posición excepcional. Se creó una red de la finca con la

fonda y la aldea, de esta con los pueblos y de éstos con Manizales, es decir integró parte

del nuevo país; se produjeron intercambios cultura:Ies pues este proceso de

colonizaciones y caminos, se desarrolló en el escenario de una frontera natural entre

caucanos y antioqueños, chocoanos y antioqueños, y tolimenses y antioqueños.

(Valencia, 1994a; Jaramillo, 1997).

Según Jaramillo (1988), “si la selva virgen los separaba; el trabajo antioqueño los acercó y

contactó”. Así mismo, las relaciones políticas hicieron tensos los avances antioqueños

hacia el norte y el occidente liberal caucano y los facilitaron hacia el norte conservador

tolimense; no obstante, es revelador el matiz que introducen los lugares de procedencia

de los caminos en las tipologías de organización local y aún en las adscripciones

partidistas. Sonsón y Salamina poseen peculiaridades de mayor tolerancia de los

conservadores hacia los liberales, lo que a su vez se verá en los poblamientos impulsados

por ellos. No ocurre lo * mismo con el eje Abejorral-Manizales más radicalmente

conservador; al parecer, de este último debieron desplazarse en las guerras de los 60 y

70, liberales, hacia la nueva Pereira o hacia los más tardíos poblados del Quindío.

Los cruces culturales, aún poco estudiados, debieron tener un mayor peso en los actuales

departamentos de Risaralda y Quindío, y en la provincia tolimense de Manzanares.

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Pues bien, lo señalado alrededor de los caminos tiene sus ejes en procesos de

colonización que culminaron en colonias agrarias, luego urbanas, en poblamientos

nucleados y en la resolución de conifictos entre la compañía de González y Salazar (antes

Concesión Aranzazu) y los colonos de variada condición social en 1853.

Así, en pisos térmicos templados de 17 a 24 grados centígrados con alturas entre 1.000 y

2.000 metros sobre el nivel del mar se configuraron dentro de los terrenos alegados por

las concesiones, los poblados de Neira (1842), Pácora (1832), Salaniina (1825), Aranzazu

(1851), Filadelfia (1860) y Manizales (1848), entre 1825 y 1860; y en la fase inicial,

Aguadas (1808) y Sonsón (1800).

Con este poblamiento y superados en 1853 los conflictos que bajo formas legales y

violentas se presentaron entre colonos y compañías, la colonización se abrirá más al sur

donde se encontrarán colonos antioqueños, tolimenses y caucanos desde el Chinchiná

hasta la cordillera de Barragán y los ríos La Vieja y Quindío, y en las vertientes de las

cordilleras central y occidental.

Los conflictos fueron variados y persistentes. Se presentaron rivalidades locales que aún

subsisten donde curas, colonos, empresarios y políticos aportaron su grano de arena

alegando emolumentos, derechos parroquiales, perjuicios o propiedad sobre las tierras.

“Esa misma selva sirvió de teatro de enfrentamientos jurídicos, sociales, políticos y

regionales entre los mismos colonos y entre caucanos y antioqueños”(Jaramillo,

1988:194).

Los enfrentamientos se vieron reforzados por los repartos desiguales de baldíos entre

pobladores de nuevas colonias y fundadores de poblaciones, por Cámaras Provinciales.

Dentro de los mismos distritos se produjeron conflictos con las juntas repartidoras. Todo

ello, puso en acción abogados a todo nivel y parientes, mayordomos, agregados,

dependientes y clientes que actuaban movidos por pagos y contraprestaciones. De todos

modos y en medio de asentamientos y conflictos, el sur iba tomando forma y con

localidades robustas, cada vez mejor comunicadas y ordenadas por la Iglesia, los

gobiernos locales y los colonos con sus tradiciones, se erigía como uno de los focos de

poder claves de Antioquia y como uno de los “países” de mayor peso regional. Vendrá a

continuación su proceso. de expansión más al sur y sobre el Cauca, donde Villamaría,

Santa Rosa y Pereira se constituirán en centros de encuentro de las dos regiones y de

luchas por el predominio poblacional, político y económico de ambas.

La consolidación de Manizales como eje del país del sur, pasó también por el

fortalecimiento de sus elites económicas y políticas, del gobierno local y provincial en el

contexto regional, de su posición estratégica en lo comercial y militar, y de sus índices

educativos y demográficos, los más altos de Antioquia, junto con el centro, el oriente y el

suroeste. Según Von Schenck en su relación de 1883, “las casas de importación se

independizaron de las de Medellín hace 8 años, y atienden al sur de Antioquía hasta

Salamina y una gran parte del norte del estado del Cauca con mercancías europeas.

Grandes caravanas de bueyes se dirigen a Pereira y Cartago para traer el excelente

cacao del valle del Cauca y llevarlo a Medellín y Rionegro (...) Señaló también la

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presencia de unos 60.000 colonos antioqueños en el Cauca, entre el Chinchiná y La Vieja,

donde según su opinión, comienza la cálida y húmeda llanura del Cauca, muy calurosa

para los colonos antioqueños, quienes en vez de seguir al sur, “trepan y cruzan la

cordillera central” y se van a las montañas del Tolima.

En este contexto, el sur estaba consolidado por los años 80’s, bien comunicado con el

Cauca y el Tolima, y alrededor de 60.000 antioqueños vivían en él, y muchos más en la

municipalidad del Quindío en el Estado del Cauca (62.000) y en el departamento del norte

del Tolima (10.000). Su capital Manizales, contaba con una posición excepcional desde el

punto de vista estratégico, militar, comercial y vial:

“Sobre una ceja alta, al pie de la cordillera central, con la mesa de Herveo y el Nevado del

Ruiz, con dominio absoluto sobre la hoya del Chinchiná, a pocas cuadras del Estado rival,

con vista sobre la cuenca del Cauca y la cordillera Occidental; también era el punto ideal

para el cruce de caminos. Estas fueron ventajas para tener a Manizales como la población

de mayor crecimiento entre 1850 y 1890. El camino de Antioquia al Cauca, pasaba por

allí; y el de Bogotá, Cundinamarca y el Tolima, también cruzaba por Manizales y seguía a

Toro o Anserma la Vieja, de paso hacia el Chocó.

Con los años, los paisas de Manizales rivalizaron con los de Pereira, y empresarios de las

dos proyectaron empresas de tumba de bosques, venta de parcelas, cría de ganados y

siembra de café en su propia región y en la del Quindío”(Jaramillo, 1997:22).

Sí se miran atentamente y se comparan los mapas de José Manuel Restrepo de 1827 con

los de De Greiff (1857), Ponce de León (1865) y el viajero Federico Von Schenck (1885)

se puede percibir todo lo que había cambiado el espacio vacío entre el sur de Antioquia,

el norte del Cauca y el norte de Mariquita, y el significativo poblamiento del mismo en

menos de un siglo.

2.2 El país del centro: Antioquia vs. Cauca,

colonizaciones blancas, mestizas y negras.

El país del centro tuvo como ejes a Pereira, San Francisco (Chinchiná), Aldea de Santa

María, Santa Rosa, localidades ¿ercanas y el valle bajo del río Risaralda y del Cañaveral

del Carmen.

Entre 1844 y 1863 se hizo el poblaxmento que cubre la línea Santa Rosa, Aldea de María

y Pereira. La heterogeneidad de esta zona tiene que ver con varios factores: en primer

lugar, Pereira se configura en el espacio de una concesión de tipo colonial, de la familia

Pereira Gamba. En segundo lugar la aldea de María, que finalmente es asociada a

Antioquia, pasa por conflictos muy significativos después de los años 50, en especial en

cuanto a la adscripción de tierras y titulación de las mismas para la población. En tercer

lugar, los poblamientos son dependientes de la movilización predominantemente de

antioqueños y gentes de la zona de Anserma y Riosucio hacía el territorio sur del

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occidente. En cuarto lugar, fueron decisivos los conflictos en la zona del valle de

Risaralda, tanto en la Virginia como en Cañaveral del Carmen, entre hacendados y

pobladores negros. Y en quinto lugar, son excepcionales las peculiaridades de la zona

antioqueño-caldense asociadas a poblamientos indígenas y aún a poblamientos que se

comunican con la zona chocoana.

Este territorio es bastante heterogéneo, tiene un ej central en Pereira y está asociado por

el norte a Manizales a través de Santa Rosa y la Aldea de María; hacia el occidente antes

de pasar el río Cauca se encuentran Marsella y Palestina, y mucho más allá después del

Cauca, Risaralda, Belalcázar y Viterbo. Sin embargo su relación con el occidente más

lejano y con la zona que se encuentra bordeando el río Risaralda es bastante fuerte a

través de Balboa, La Celia, Apía, Santuario, Virginia, Belén de Umbría y Pueblo Rico.

Como puede percibirse es una región heterogénea que tiene un poblamiento colonizador

antioqueño que se disputa con el poblamiento caucano en la aldea de María, Pereira y

Santa Rosa. Mayoritariamente y casi hegemónicamente antioqueño en la zona cercana

occidental, con poblamientos negros en la Virginia en donde hubo confrontaciones entre

hacendados y comunidades negras, y con un peso importante de poblamiento indígena

asociado a colonizaciones antioqueñas en la zona que va desde Balboa hasta Pueblo

Rico, conectándose de esta manera con el occidente hacia Riosucio.

El gobierno liberal caucano autorizó la fundación de la aldea de María en el límite entre

los dos Estados y cerca de Manizales para frenar el desplazamiento de los conservadores

del sur antioqueño. Efectuada la fundación en 1852, al año siguiente ya había Iglesia

edificada y ejercían funciones autoridades civiles por cuenta del gobierno caucano. Al

tiempo, una plaza liberal cercana a Manizales no era bien vista por el gobierno antioqueño

e inquietaba a la Sociedad González, Salazar y Cía. que preparaba reclamaciones de los

terrenos baldíos limitados por el Chinchiná, sobre el supuesto de que los terrenos de la

Aldea habían sido incluidos en el deslinde de terrenos de Salamina, Neira y Manizales. El

pleito por los terrenos que corresponderían a la aldea, estuvo atravesado por intereses de

la González, Salazar y Cía. asociada con la Moreno, Walker y Cía., las que basados en

informes falsos al general Codazzi sobre ubicación de los ríos Chinchiná y Claro,

alegaban que aquellos estaban en el Estado de Antioquia y en el globo de sus

propiedades. El gobierno nacional se eriredó en el proceso y ante la presión de las

compañías permitió que el pleito se extendiera desde 1853 hasta 1870 cuando después

de pugnas entre las compañías y los colonos, y de concesiones de tierras hechas por el

poder ejecutivo a la aldea —7.680 hectáreas en 1855— y por la legislatura del Estado del

Cauca en 1866- 70.674 hectáreas para Santa Rosa, Aldea de María y Palestina- se logró

un acuerdo. El mismo, permitió legalizar las tierras ocupadas y repartidas a los colonos, y

en contraprestación el gobierno debió ceder en 1871, 12.800 hectáreas y 10.000 pesos en

efectivo a la sociedad González, Salazar y Cía., que aunque sin derechos legales sobre

tales tierras, logró buenos dividendos (Palacios, 1979; Jaramillo, 1988 y 1997; Valencia,

1994a).

Culminado este conflicto, el cual enemistó mucho a las regiones de Antioquia y Cauca, la

colonización siguió con fuerza hacia el sur, es decir hacia Chinchiná, Pereira y Santa

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Rosa, ya fundada en 1843 en un punto equidistante de Cartago (Cauca) y de Neira

(Antioquía), en terrenos fértiles con bosques fáciles de descuajar y óptimos para el cultivo

y la cría de ganados.

Santa Rosa de Cabal (1844) fue la segunda gran avanzada antioqueña en el estado del

Cauca. Entre 1844 y 1863 se le concedieron 48.000 fanegadas, la mitad por el gobierno

nacional y la otra mitad por la convención de Rionegro a instancias de caucanos. De ellas,

200 fanegadas se separaron para el área de la población, para Iglesia, plaza pública, casa

consistorial, escuela y cárcel y el resto para solares, casas y calles. A cada cabeza de

familia se le asignaron hasta 60 fanegadas según el númera de personas y de rozas. Para

entonces, Santa Rosa se convirtió en centro del comercio entre Antioquia y Cauca, y en

eje colonizador más al sur. En este contexto las autoridades caucanas se ocuparon del

camino del Quindío y de la riqueza de baldíos que tenía y crearon la colonia penal de

Boquía cuyos presos estaban destinados a la obra del camino. Con ello se dio origen a la

colonia y población de Salento en la década de los 60, pues ya para entonces había

importantes núcleos de colonos antioqueños en territorio caucano. Entre tanto, la corriente

migratoria en la ruta abierta por Fermín López llevó a la colonización y fundación de

Pereira en los baldíos del Dr. José Francisco Pereira Martínez quien los había comprado

en 1827 al Estado. El globo de tierras tenía alrededor de 10.000 hectáreas, anexo al

territorio indígena de Cerritos (ó Zerrillo) y de la pequeña aldea de Condina, y ubicado

entre los ríos Consota y Otún. Interesado en la fundación, el señor Pereira M., le propuso

a sus amigos caucanos, al padre Remigio Antonio Cañarte, don Fehx de la Abadía, don

Sebastián Montaño y otros, fundar una villa en su latifundio lo que se hizo después de su

muerte, cuando la colonia tenía ya 79 pobladores, no menos de 20 casas y algunos

Si bien los cartagueños fueron pocos, al lado de uñ mayor número de antioqueños, el

corregidor, notario, cura y maestro fueron nombrados por el gobierno caucano. Repartido

el latifundio. en hijuelas, a uno de los hijos, a Guillermo Pereira Gamba le correspondieron

los terrenos de Cartago Viejo entre los ríos Otún y Consota, en jurisdicción de Cartago en

el Estado del Cauca. Este señor hizo donación a los pobladores de una parte de aquellos

y mediante escritura otorgó tierras así: “a todo varón soltero se le adjudicarán 4

fanegadas; a los casados y sin familia 6; a los casados con no más de 3 hijos, nueve; a

los casados con más de tres hijos 9, más dos fanegadas por cada hijo que exceda esta

cifra” (Ángel Jaramillo, 1983). Basados en estas instrucciones, la junta de adjudicaciones

repartió en 1865,96 parcelas con un total de 761 fanegadas. El incremento de coloiws

requirió más tierras, las que se obtuvieron del gobierno por ley de mayo de 1871

sancionada por el presidente Salgar y su ministro de Hacienda y Fomento Salvador

Camacho Roldán. Las 12.000 hectáreas se distribuyeron a casados (32 hectáreas más 5

por hijo), solteros de más de 25 años, huérfanos de más de 15 años y viudas (parcelas de

32 hectáreas); a varones casados y viudas con familia se les dio un solar de 25 varas en

el área urbana. Los adjudicatarios debían construir casa, cultivar al menos 4 hectáreas y

no vender el lote antes de hacer lo dicho, ni tampoco venderlo a persona alguna que

tuviera más de 50 hectáreas (Jaramillo Uribe, 1963). En esta época, una hectárea valía

tres pesos oro, el mismo valor de un cerdo; un caballo costaba quince pesos oro y un

novillo diez pesos.

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Con estas medidas, el gobierno quiso formar una clase media de propietarios rurales y

evitar tanto el minifundio como el latifundio. Al tiempo Guillermo Pereira Gamba se opuso

a las solicitudes de los colonos en 1870 sobre la entrega de 12.000 fanegadas a la

población, pero no lo logró; más recibió de la nación, bonos territoriales por las hectáreas

cedidas en Pereira.

La Villa de Pereira fue fundada en 1863 en el lugar ocupado hasta 1691 por Cartago Viejo

(1540), cuando fue trasladado a su actual sitio cercano al río Quindío. El sitio estaba

rodeado por guaduales e incluso al fundarse Cartago, estos se extendían por más de 10

leguas (50 Kms.), entonces fue un territorio templado, en el cual llovía mucho en la

margen oriental de las riberas del río Cauca, entre la Virginia al norte y Obando al sur; a 3

leguas comenzaban unas sabanas en donde pastaban ganados y bestias de los vecinos.

Abandonada la ciudad por la crisis minera del siglo XVII, la catástrofe demográfica de la

población indígena de Quimbayas y Quíndos, y permanentemente sitiada y saqueada por

los Pijaos, fue trasladada a sus tierras ganaderas a orillas del río La Vieja. Con ello, se

garantizaba el abasto de carnes para el Chocó y el comercio con el resto del Valle del

Cauca por caminos más çómodos que los de los guaduales. La posición ventajosa de

Cartago, al pie de la montaña del Quindío, le permitía una corta y rápida comunicación

con Ibagué y el Valle delMagdalena. La trocha, en medio de bosques y montes espesos,

descubierta y abierta por dos españoles conquistadores de Ibagué fue usada hasta el

siglo XVII. Después de mediados del siglo XVIII, los virreyes ilustrados se ocuparon de

ella convencidos de que con buenos caminos se abarataba el costo de las mercancías. La

mejora y construcción del camino del Quindío que medía 20 leguas y 1.531 varas y que

unía a Ibagué con Cartago, generó rivalidades y peticiones çle los de Ibagué, Cartago,

Buga y Cali, hasta su concesión al español de Cartago don Pedro Cerezo y Otero,

apoyado por José María García y el Dr. Ignacio Durán, también de Cartago (Jaramillo,

1997).

En 1846 el inglés Guifiermo Edmon denunció un baldío de 616 fanegadas a orifias del río

Consota, cerca de su desembocadura en el río la Vieja, el cual costó 770 pesos. Sus

tierras quedaron vecinas a las del señor Pereira, entre los Cerritos y la ciudad de Cartago.

También Felix de Abadía, los Grice de Fancisco, los Sanz y gentes de Cartago,

compraron tierras baldías con bonos territoriales, entre Cartago, La Vieja y Pereira, en el

resto de la hoya del Quindío y los valles de la Vieja y Risaralda, y montaron haciendas

ganaderas. Otros lo hicieron de Pereira hacia Santa Rosa y en el actual Marsella

(Segovia). Ello muestra que aunque tímida, la presión desde Cartago hacia la zona de

influencia del camino del Quindío y hacia el río La Vieja fue efectiva. Así los pobladores de

Pereira obtuvieron baldíos nacionales; los vecinos de Cartago los compraron y ya para

1884, la presión de los cartagueños dio lugar a una significativa división de terrenos en las

riberas del río La Vieja.

Codazzi, en 1853, se refirió a pequeñas colonias, unas con pastales, otras con bosques

que ocupaban espacios desiertos, aunque en las montañas hacia Antioquia había ya en

medio de las selvas algunos pequeños poblados, que parecían escondidos en la espesura

de los bosques. Se trataba de la llamada, más tarde, municipalidad del Quindío (1863)

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cuya capital será Cartago; sus límites llegaban hasta el Chinchíná y poseía algunos

pequeños caseríos: los Cerritos, La Balsa, Santa Rosa de Cabal, Pereira, recién fundada,

y Condina —en extinción esta última—. En 1885, los pobladores antioqueños en el estado

del Cauca, cuyas mayorías estaban en la municipalidad de Quindio, eran cerca de 62.000.

Desde la fundación de la Villa de Freira en 1863 en las ruinas de Cartago la Vieja y entre

unas pocas labranzas, la rica salina yodífera de Consota en el cminn del Qiindío, tomó un

mayor aliento después de los gobierno de Herrán en 1843 para unir los centros de Ibagué

y Cartago, a través de la fundación de Boquía.

Después de tres años de fundada, Pereira tuvo 1.742 habitantes, sin contar las mujeres

casadas. Con ellas debió tener más de 2.000 habitantes, y aún era un poblado disperso.

El desarrollo de Pereira estuvo apoyado por un territorio que poseía buenas aguas. El

sistema hidrográfico del Cauca, La Vieja, Consota y Otún permitieron el desarrollo de sus

tres mayores fuentes de riqueza: La caña, la ganadería y el café; valiosas maderas y

guaduales decisivos en la formación de aldeas y casi “todo en la vida rural”; y una rica

fauna de animales de carne comestible.

La población de Pereira según el recuento de 1869 era casi toda agricultora. Todavía sus

rentas eran bajas (252 pesos en 1867), obtenidas del degüello de reses y cerdos (80

pesos) y contribución directa (100 pesos) principalmente, cuando los mayores pagos eran

el del maestro (10 pesos ) y el corregidor (6 pesos). Después de 1870 Pereira recibe una

nueva ola de inmigrantes procedentes sobre todo de Antioquia, comerciantes,

profesionales y financistas para el café, ganadería, haciendas de caña y caminos; al

tiempo cambia su fisonomía urbana (calles, plazas, servicios públicos, Iglesia de Nuestra

Señora de la Pobreza y casas de dos pisos) y su vida económica progresa rápidamente.

Un buen indicador de todo esto, es su dinámica demográfica y rentística; para 1905 ya

contaba con 19.036 habitantes y para 1913 el presupuesto municipal era de $17.255

(Jaramillo U., 1963; Valencia, 1996).

Con los cambios producidos en menos de dos décadas, “hacia 1880 la ciudad poseía

unos 15 almacenes de mercancías, un hotel de primera categoría, dos de segunda, 5

barberías, 12 tiendas de abarrotes, 3 cacharrerías, 8 cafés y cantinas, 3 farmacias, 10

agencias compradoras de café, en total 69 negocios que valían unos 18.000 pesos. La

fortuna personal más grande en 1883, era la de don Juan María Marulanda, representada

casi toda en propiedades rurales, alcanzaba la suma de 10.000 pesos, según el cálculo

que se hizo en dicho año para graduar la contribución directa” (Jaramillo U., 1963).

Como se dijo, desde 1870 y en especial como resultado de las guerras de 1876 y 1885 la

nueva oleada de inmigrantes produjo saltos en el desarrollo económico de la ciudad; se

trataba ya no solo de colonos descuajadores de selva sino ante todo de hombres de

negocios con mayores ambiciones y capacidades empresariales, algunos vinculados a

capitales antioqueños. En este grupo estaban los Marulanda —quienes abrieron grandes

haciendas ganaderas del occidente de Pereira y del Guindío—; Luis Jaramillo Walker

iniciador de la industria cafetera en Pereira; Julio Castro, Pedro Restrepo, Florencio

Echeverri.. y muchos más (Canos, Echeverri Uribe, Arangos, Boteros, Villegas,

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!

Gutiérrez..). Ante el agotamiento del oro, el caucho y el cacao, los nuevos colonizadores

impulsaron la industria del café, el establecimiento de trapiche de caña y de haciendas

ganaderas. Este nuevo ciclo incluyó mejoras en las comunicaciones con Cali y

Buenaventura, vapores fluviales y caminos que aumentaron el comercio y que con la

relativa estabilidad política hasta fines del siglo, dio lugar a un gran progreso regional. En

1883, 14 ciudadanos aparecían con patrimonios mayores de 2.000 pesos. Sólo Juan

María Marulanda tenía 10.000 pesos y la compañía de salinas Consota poseía 18.000

pesos de capital (Valencia, 1994a, 1996).

Más tarde, entre los ríos Chinchiná, Cauca y Otún, en tierras caucanas, se formó otra

colonia de ancestros marinillos, llamada Segovia, la cual tenía fértiles suelos, minas de

oro y ojos de sal. Fue dependiente de Pereira y por sus riquezas, hecha parroquia y

municipio en 1904, con el nombre de Marsella.

Por su parte, en 1892, la Provincia del Quindío teníá nueve distritos, muchos caseríos y

71.000 habitantes. Entonces de su capital, Cartago, dependían Pereira, Fílandia, Santa

Rosa, San Fíancisco, María, Salento, Victoria, La Unión y Toro (Peña, 1892). Cuatro años

después (1896) en la comarca qumdiana habitaban 80.000 paisas que tenían como

principal centro a Pereira y padecían una actitud hostil de los cartagueños. Entonces, el

representante liberal a la Cámara, Rafael Uribe Uribe propuso la secesión de la Provincia

del Quindío para crear la de Pereira con los distritos de Pereira, Santa Rosa, San ancisco

y María, más los caseríos de Palestina, Segovia (Marsella), la Paz y Gutiérrez. Con ello se

conformaría una administración excelente por un grupo humano que combinaba “la

libertad cau con los hábitos de trabajo y de economía antioqueños”. Los conservadores

nacionalistas con peso importante en la política manizalita se opusieron al proyecto hasta

llevarlo al fracaso. Era notoria entonces la rivalidad de Manizales con Pereira y la de ésta

con Cartago. Realmente, “Pereira era el centro de una importante oleada liberal de

muchos antioqueños y un grupo de caucanos que bien vivían del comercio del cacao y

otros productos, del transporte, del uso de la guadua, del guaqueo, de la saca de maderas

finas y del cultivo del maíz, del pará, del plátano, del fríjol, de la caña, y en fin del café”

(Jaramillo, 1997).

En 1893 una lista de sociedades e individuos dedicados en Pereira a actividades mixtas,

muestra la existencia de capitales entre 3.000 y 30.000 pesos cuando el presupuesto

anual del municipio era de 4.900 pesos. Por su parte Salento, cabeza de la colonización

quindiana había dado lugar junto con grandes avanzadas antioqueñas a Filandia,

Circasia, Calarcá y Armenia; estos tres últimos, corregimientos suyos. Al decir de

Heliodoro Peña (1892), en esta zona como en San Francisco, Palestina, Pereira, María y

Santa Rosa, pesaron más o casi totalmente los colonos antioqueños del sur.

Según Roberto Luis Jaramillo (1997), para 1903, después de la guerra, la fiebre

regionalista invadió al país, al punto que en los nueve departamentos existían 78

provincias. Por la ley 9 del 14 de septiembre de 1903 se segregaron las ocho poblaciones

solicitadas en 1896 por Uribe Uribe; así por fin, Pereira se independizó de Cartago y nació

a la vida política la Provincia de Robledo con capital en Pereira. Luego en 1905, esta

provincia hará parte de la nueva entidad departamental de Caldas. Como hemos

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señalado, el eje caucano Villa María, Santa Rosa y Pereira fue casi completamente

invadido por colonos antioqueños que debieron coexistir con propietarios medios y pobres

del norte caucano, como los ya mencionados. Culturalmente, este eje fue el más

combinado en sus poblamientos por antioqueños y caucanos, y en él pesaron tanto las

tradiciones caucanas como su militancia política asociada a gentes liberales de Antioquia

y a refugiados de las guerras civiles desde de 1860, cuando desde Manizales se desplazó

un número aún indeterminado de liberales. Así mismo, las gentes de este territorio

tuvieron en el comercio, un elemento decisivo de crecimiento y acumulación de capitales.

Su territorio con excesivos guaduales y zonas de montaña cada vez más bajas, con

climas un poco más cálidos que en el sur antioqueño, debió ser más difícil de adaptar

para las labores agrícolas por gentes venidas sobre todo de tierras frías y medias. Era

probable que las guacas, el comercio, las maderas finas y el cacao fuesen más rentables

que otros cultivos agrícolas y que la actividad ganadera.

De otra parte, como señalamos, Pereira recibió en los»años 70, un grupo de empresarios

y comerciantes de Manizales y del interior de Antioquia, los que junto con algunos de los

más importantes de su localidad, se dirigieron a colonizar y abrir tierras para la formación

de haciendas ganaderas en el Valle del río Risaralda y en el cañaveral del Carmen. Con

ellos también llegaron, como en toda colonización, vagos y malentretenidos que huían de

la policía antioqueña. Por ello, desde Manizales y aún desde Cartago, Pereira fue vejada

y se le llamó “guarida de bandidos” y a sus gentes, “rojos de Antioquia”; ambas

acepciones revelaban también rivalidades políticas y las incomodidades que producía el

surgimiento de un nuevo centro regional.

El caso de Belalcázar, fundado en 1888, es tratado por Marco Palacios (1979), Albeiro

Valencia (1994a) y Alfredo Cardona (1988). La cuchilla de Belalcázar a principios del siglo

XIX permanecía solitaria y aún no había sido colonizada. Pero entre 1874 y 1880

Rudesindo Ospina compró a la nación y denunció baldíos por 12.000 hectáreas. Don

Pedro Orozco de Sonsón, fundador de Támesis, compró los derechos de los indígenas de

Tabuyo y de chiguí, remató tierras en los distritos de occidente y compró baldíos a la

nación. Don Pedro y Don Jorge Orozco, desde Támesis y Jericó hicieron propaganda

para que los campesinos sin tierra se dirigieran hacia las partes altas de Riosucio y

específicamente hacia la cordillera de Belalcázar. Entretanto, Rudesindo Ospina vendió la

mayor parte de las tierras a don Pedro Orozco; para ello se abrieron caminos, se

montaron fondas y se fundaron poblaciones con un mercado y modesta capifia en el

punto de la Soledad. Así la familia Orozco cedió solares y pequeños predios y a fines del

año 88 empezó a gestarse la población de Belalcázar.

Sin embargo, das años más tarde una compañía Manizalita liderada por José María Mejía

reclamó los baldíos comprendidos entre el río Cauca y la parte alta de la sierra, lo que

contó con la oposición de siete colonos que hicieron constar que en el terreno que se

quería entregar, ellos tenían plantaciones de tiempo atrás. Sin embargo ya una Sociedad

de Manizales había denunciado parte de esos baldíos que quedaban en las

inmediaciones de la población. Por lo tanto Belalcázar nace con limitaciones de tierra,

ahogada entre la vertiente del río Risaralda por los títulos de los Orozco, y la vertiente del

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Cauca por las pretensiones de los Mejía. A pesar de las reacciones de los colonos, el

Estado no cedió los terrenos a la nueva población y los Mejía tomaron posesión de gran

parte de los terrenos disputados. Asi mismo, la guerra de los mil días fue aprovechada por

numerosos colonos provenientes de Antioquia que ocuparon las montañas de don Pedro

Orozco, quien había vendido lotes a los Correa y a otros inversionistas de Támesis,

muchos de los cuales procedieron a fraccionar los terrenos y venderlos, y otros a

cultivarlos y mejorarlos. De tal manera que los colonos originarios debieron salir de esas

tierras.

También las poblaciones de Apía y del Valle del Risaralda fueron desde fines del siglo XIX

propiedades denunciadas por Rudesindo Ospina y el sonsoneño Salvador Orozco. Un

caso de poblamiento con una alta rivalidad local es el de San Joaquín o Risaralda, ya que

Anserma se oponía a su fundación porque con ello se limitaban sus terrenos.

Las élites de Pereira percibieron la importancia de los territorios del Valle del Risaralda y

de sus espacios asociados al río Cauca. Con ello se comunicaron más rápidamente con el

Chocó por el occidente caldense y con Cali-Buenaventura, vía Cartago sobre el río

Cauca. Entretanto desde la nueva Villa de Salento y los poblados de su jurisdicción, se

ampliaba, mejoraba y construía el “nuevo camino del Quindío” para comunicar en mejores

condiciones el centro-occidente y suroccidente con el Valle del Magdalena hacía el

Atlántico, y con la capital de la república (Grisales, 1990).

En un terreno seco situado en la confluencia de los ríos Risaralda y Cauca a mediados del

siglo XIX, se asentaron execlavos negros del sur y del Chocó, mulatos y caucanos del sur

de Marmato y zambos antioqueños, perseguidos y pobres en búsqueda de refugio y

sustento. Surgió Negricia o Sopinga, defendida de los blancos por una barrera de

mosquitos y zancudos y por la resistencia de sus habitantes. Establecieron su propio

estilo de vida, cultivaron plátano, maíz, tabaco, frijol, cacao y elaboraron aguardiente de

contrabando. Este último era transportado en canoas al mercado de Cartago. De allí

regresaban con “sal, panela, mecha amarilla, zarazas y muselinas de vistosos colores y

poco precio, para el mujerío de Sopinga” (Arias, 1959: 3). Dentro de una economía de

subsistencia se asentaron en terrenos titulados a doña Hersilia Sánchez, quien los toleró.

La fundac»ón espontánea es del año de 1888 y se sabe que sus fundadores de diferentes

grupos sociales, especialmente de negros. Con sus costumbres y en ese “valle de

contento”, los negros eran felices, cuando al tiempo la élite blanca manizalita y

empresarios de Pereira, lo miraban como un recodo rebelde y peligroso. Con el avance

colonizador, algunos inmigrantes compraron pequeñas parcelas a la señora Sánchez y a

doña Tomasa Osorio poseedoras de títulos; aquellos organizaron posada, pesebrera,

bodega, peluquería y casa de asistencia, con lo que aparecieron nuevos pobladores y

entre ellos los empresarios de ganaderías extensivas. Don José Joaquín Hoyos fue el

principal contacto para la colonización empresarial de las familias manizalitas y algunas

pereiranas: Ángel, Ochoa, Robledo, Serrano, Arango, Zea, Jaramillo y Saavedra. Estos

llegaron con la mentalidad paisa de abm montañas y formar haciendas rompiendo la selva

a golpe de hacha y sembrando pastos para el engorde de ganados. Según los

empresarios, los negros no se someterían fácilmente al estilo de trabajo de las montañas

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tradicionales ni al “ritmo paisa”, con lo que necesitarían colonos de tierra antioqueña

(Jaramillo M., 1987).

Para los empresarios manizalitas y pereiranos, y los colonos paisas, se trataba de gente

belicosa, pendenciera y difícil de manejar; pues los sábados y domingos “hacen bailes

que degeneran en peleas con muertos y heridos; además [.. .1 no están muy a gusto con

los forasteros, detestan la blancamenta, y dicen que ser blanco y godo malo es la misma

cosa” (Jaramillo, 1987:203-204). Con la decisión de arrasar selvas y negros que se

opusieran a la formación de haciendas ganaderas, los empresarios engancharon negros

como peones —resignados a aceptar el nuevo orden social de los colonos venidos de

Antioquia y Cauca—, y otros se internaron en las selvas chocoanas . A su vez,

aprovisionados de quinina —aplicada en infusión con el nombre de cascarifia— pudieron

vencer lentamente la acción de mosquitos y zancudos.

Los hacendados cambiaron el nombre original por La Virginia ¿un nuevo oeste ya no tan

norteamericano?— pues consideraban a Sopinga como un nombre de notoria salvajía

sabor negroide y ninguna significación castellana (Arias. 1959:84). Jefes y gentes del

pueblito se revelaron e insolentaron en una poblada contra el gobierno, en cuya trifulca

hubo muertos y heridos, con lo que debieron partir o someterse.

En 1905, a partir del dominio sobre el negro enraizado en Sopinga, se inició la

colonización empresarial de la periferia hacia el centro, hasta organizar alrededor de 46

haciendas entre 1900 y 1930 (Jaramillo M, 1987). Con el dominio del valle de Risaralda se

dio también la colonización de las estribaciones de la cordillera occidental, donde se

fundaron Apía en 1883 y Santuario en 1886, y estaba en proceso de fundación Viterbo en

1911; además, la corriente migratoria había refundado a Anserma en 1870 y fundado las

poblaciones de Risaralda en 1885 y Belalcázar en 1888 en el centro (Valencia, 1994a;

Morales, 1995).

Así, estos poblados activaron el desarrollo económico a través de la producción cafetera,

agrícola y ganadera. Sopinga se convirtió en la Virginia, puerto fluvial de importante

movimiento de arrieros que se dirigían hacia diversos puntos con sus cargas de café y

cueros para enviarlos por el río Cauca hacia Cali, y luego por ferrocarril a Buenaventura; y

en viaje de regreso, las recuas cargaban mercancías del exterior, cacao y tabaco del

Valle. Los arrieros movían entonces café a lo largo del camino de la Virginia, Apía,

Santuario, la Celia y el Rey (Balboa). Se formaron así mismo un conjunto de compañías

de navegación y vapores como la Compañía Caucana, la compañía Antioqueña, los

Vapores Santander, Palmira, Cali, Manizales, Mercedes, Risaralda y otros, y entraron a

competir otras empresas navieras tales como Estrada hermanos, Hood y compañía, y la

de Carlos Pinzón. Con ello la región se desembotelló, se sometió o se hizo migrar a sus

pobladores originarios, se produjo un desarrollo económico predorninantemente

hacendatario y se profundizó la colonización (Valencia, 1994a).

Dentro de este mismo país se produjo también la colonización del cañaveral del Carmen o

del Carmen de dos Quebradas. Aquí se repitió exactamente la misma historia de Sopinga;

muchos pobladores negros ya habían construido allí su territorio, en caseríos como La

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Fresneda, Calabazas, Pueblo Duro y Bohíos; a su vez fueron entrando otros colonos y ya

para fines del siglo existían alrededor de 60 propiedades de 8 a 10 cuadras cada una, y

una población aproximada de 300 personas que fueron configurando el poblado de

Cañaveral del Carmen, entre el río Cañaveral y El Cauca. Pero la paz fue turbada por la

llegada de colonos empresarios tales como Félix Salazar e Hijos, Pacho Botero, Julio

Castro, Alfonso Jaramillo, Germán Vélez, Nepomuceno Vallejo, Rafael y Francisco

Jaramillo y Alfonso Jaramillo G. Así, al desaparecer la selva, se daba paso a extensas

praderas que multiplicaban la ganadería, se establecían ordeños y se producía leche que

se procesaba en alquerías, resultando el queso prensado que se vendía en los

numerosos pueblos que estaban surgiendo en esta zona (Valencia, 1994a).

Las haciendas se extendieron hasta tocar las mejoras de los pobladores negros, quienes

destruían los nuevos cercos de alambre de púas porque limitaban la expansión de sus

cultivos. Además los cerdos de los negros acostumbrados a una vida libre araban los

pastos recién sembrados en busca de lombrices y mojojoyes. La lucha entre estos grupos

sociales se hizo cada día mas tensa y peligrosa; de una parte los hacendados no

toleraban más los cerdos sueltos, las cercas destruidas y los novillos macheteados y

desjarretados, cuando los pobladores negros tampoco toleraban la matanza permanente

de cerdos por parte de los hacendados, ni la limitación de sus territorios a través de la

cerca y la ampliación abusiva de las haciendas. Todo fue resuelto finalmente cuando los

hacendados optaron por una forma de lucha más eficaz que consistía en instaurar un

pleito haciendo valer los viejos títulos de propiedad que los amparaban “amplia y

legalmente”, con lo cual fueron paulatinamente desalojando a los antiguos pobladores, y

al ‘mismo tiempo fueron liquidando las servidumbres. Todo culminó con la reducción a

cenizas de los últimos vestigios del Cañaveral del Carmen; se prendió fuego a las casas

de los pobladores negros en medio de tensiones, amparados los hacendados por la

policía que comandaba el Corregidor del Rey, una zona de la región. Y así, destruido el

pueblo de Cañaveral del Carmen, el valle de Risaralda quedó expedito para la

colonización empresarial dirigida desde Manizales. Con ello, la Virginia se convirtió en la

llave de oro para que Antioquía saliera al pacifico, por el río Cauca hasta Cali y de allí, por

ferrocarril a Buenaventura (Jaramillo, 1987; Valencia, 1994a).

2.3 El país del Oriente: un encuentro conservador entre

Antioquia y Tolima con matices liberales en zonas cálidas.

El país del Oriente fue colonizado entre 1860 y 1900. A comienzos del siglo XX hará parte

decisiva del departamento de Caldas por sus ganaderías extensivas sobre el río

Magdalena (La Dorada), sus poblamientos de tierras templadas y cálidas asociados a la

agricultura, minería y ganaderías pequeñas en sus demás cuencas, y al comercio que

cubría el occidente minero en el eje Supía-Marmato y Antioquia. Por caminos, a través de

Sonsón, Salamina y Manizales, se unía con el río Magdalena a través de Mariquita y

Honda, hacia el centro de la república o el océano Atlántico.

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En este país se vieron comprometidas las jurisdicciones de Santa Fé Antioquia y de San

Sebastián de Mariquita, pues sus límites se remontan al período colonial y fueron objeto

de una larga disputa durante el siglo XIX.

En 1757, Remedios fue segregada de Mariquita para agregarla a Antioquia. Dado que

Remedios estaba poblada por varios lugares, se entendía que su amplia jurisdicción del

río la Miel hacia el norte, sería para Antioquia. En 1852, Codazzi señaló los límites entre

las provincias de Córdoba (con capital en Rionegro) y Mariquita, los cuales fueron

desaprobados por el gobernador de la primera en 1853 quien consideró que: “desde

tiempo inmemorial la antigua provincia de Antioquia reconoció como parte integrante de

su territorio el que se comprende por aquella parte por el río La Miel hasta su

desembocadura en el Magdalena y siguiéndose ésta hasta los límites con la provincia de

Mompox”. Ese mismo año de 1853 se presentó un conflicto cuando un grupo de marimilos

fue amparado con títulos de minas en las Serranías; según ellos, tales minas eran parte

del distrito antioqueño de San Carlos. Meses después, las autoridades de Mariquita

mandaron levantar en ese sitio una población llamada Cocorná y “nombraron un regidor

que atropelló a los Marimilos a nombre de las autoridades de Honda” (Jaramillo, 1997:14).

Al constituirse los estados soberanos en 1863, los conservadores de Antioquía y Tolima,

alegaban derechos antiquísimos sobre los territorios del actual oriente caldense, por lo

que debieron acudir a plenipotenciarios para dirimir el conflicto. Antioquia buscaba

extender sus fronteras hasta el río Magdalena y Tolima las suyas sobre el occidente

colombiano por las vías que la comunicaban con el sur de Antioquia, el norte Caucano y

el valle del Cauca hacia el pacífico. Así mismo, estas tierras cálidas eran ricas en aguas,

maderas y oro, y con trabajo, adaptables para el levante de ganados mediante la siembra

de nuevos pastos. Antioquia logró con la presencia de colonos el sostenimiento de

maestros, curas y algunas autoridades en el oriente, y con alegatos jurídicos, el

reconocimiento de las cuencas de los ríos Samaná y La Miel, los que en buena parte

pertenecen hoy al oriente de Caldas. La larga disputa culminaría en 1907, cuando al

departamento de Caldas se agregaron zonas pobladas por antioqueños en territorios del

Tolima: Pensilvania, Marulanda, Manzanares, Marquetalia, Samaná, La Victoria y La

Dorada.

Tal como señalamos al referimos al país del sur antioqueño, las comunicaciones entre

éste y el norte del Tolima fueron muy fluidas en la segunda mitad del siglo XIX, al punto

que dos caminos fueron construidos y uno colonial fue refaccionado: de Sonsón a

Mariquita y Honda, y los de Salamina por el páramo de Herveo a Honda y de Manizales

por el pié del nevado del Ruiz a Lérida y Ambalema. Así mismo, el camino del Quindio

ampliado y concluido, comunicó a Ibagué con Cali por el Quindío. De ésta manera, 4

caminos cruzaban la cordillera central entrd los valles del Magdalena y el Cauca, donde el

Viejo Caldas tenía un lugar privilegiado y decisivo. Así, a fines del siglo XIX, el occidente

estaba asociado al centro, oriente y norte del país en mejores condiciones de

infraestructura vial y con alta capacidad para enfrentar el siglo XX.

Dentro del poblamiento del país del oriente, los caminos tuvieron un papel decisivo, así

como la búsquedade oro en las minas del Gancho, el Placer, la Diamantina, Risaralda y

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Tasajo; y de oro y plata en Victoria. Igualmente las guerras civiles con sus refugiados y

perseguidos condujeron al poblamiento, así como la Iglesia antioqueña y la tolimense;

ésta última logró para 1900 la creación de la diócesis de Ibagué; entonces la Parroquia de

Manzanares con su única parroquia Rísaralda (Marquetalia) perteneció a aquella.

Con la presencia de sacerdotes y el afán de tierras por parte de campesinos pobres y

gentes con afán de especular con ellas, los colonos de Manzanares y Pensilvania

mantuvieron disputas por el reparto de tierras de montaña. En la década del 70 se dieron

baldíos a antioqueños establecidos en el Tolima: 12.000 hectáreas a los de Manzanares,

Soledad y Santo Domingo; 19.000 a los de Murillo y 16.000 a los del Líbano (Jaramillo.

1997:18).

Desde 1856, los liberales tuvieron entre sus iniciativas la creación del Estado del Tolima,

el cual logró status en abril de 181. Sin embargo, duró poco el dominio liberal, pues el

estado fue controlado por los conservadores durante la federación, cuando con Antioquia

fueron los dos baluartes de ese partido en el contexto de estados liberales mayoritarios.

Esto permite explicar en parte las relaciones cercanas entre estas dos regiones en la

segunda mitad del siglo XIX y su búsqueda de comunicaciones inter-regionales para

hacer contrapeso al liberalismo radical en el resto de la nación tal como ocurrió con su

asociación durante la guerra de 1876 (Clavijo,1993; Jaramillo, 1997; Moreno, 1995).

Los ejes de poblamiento del país del oriente fueron Pensilvania y Manzanares. La primera

fundada en 1866 por sonsoneños principalmente, en un globo de terreno que se extendía

desde el páramo hasta el río Magdalena. La segunda nació en 1860; era una aldea del

departamento del norte en el Estado Soberano del Tolima y para comienzos del siglo XX

fue municipio de la provincia de Herveo en el departamento del Tolima. En 1907, el

presidente Reyes, decretó a Manzanares como nueva provincia y circuito judicial, con lo

que comprendía los municipios de Manzanares, Victoria, Marulanda —con su

corregimiento Buenavista—, Pensilvania —municipio antioqueño— y la provincia de Aures

con sus fracciones de San Agustín (Samaná), Fidrencia y Arboleda. Todas ellas fueron

segregadas del Tolima y de Antioquia y agregadas al nuevo departamento de Caldas.

Desde Salamina, Pensilvania y Sonsón, colonos exploraron tierras al noreste caldense, en

la parte alta del río la Miel hacia Mariquita y entre los ríos Guarinó y la Miel, y se dirigieron

hacia el Tolima por el camino del Aguacatal o de la Elvira que conducía de Manizales a

Mariquita, evitando el paso por el Nevado del Ruiz. En esa ruta se fundaron en el cruce de

antioqueños ytolimenses, entre 1853 y 1871, 4 poblaciones: Fresno (1853), Soledad

(1860>, Santo Domingo (1866) y Herveo (1871). Por su parte, Victoria fue fundada en

1879 entre los ríos Guarinó y La Miel, y la cuchilla noreste o sea Bellavista. Más tarde, en

el viejo camino del Ruiz, entre Manizales y Lérida se fundaron el Líbano (1860) y Murillo

cuando en la ruta a Herveo surgieron Manzanares (1872) y Marulanda (1877). Así, el sur

antioqueño quedó unido al oriente y por allí a Honda. A los pueblos anteriores se

agregaron Nuñez o Marquetalia y San Agustín (Samaná) (Valencia, 1994a; Vargas, 1987;

Loaiza, st; Florencio, 1967).

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En Pensilvania, el cabildo municipal de Sonsón distribuyó terrenos en 1866, así: a cada

hombre soltero con 21 años cumplidos se le entregaron entre 60 y 80 fanegadas; a los

casados hasta con 4 hijos bajo su dependencia de 100 a 125 fanegadas, y a los casados

con más de 4 hijos bajo su dependencia de 125 a 150 fanegadas. Los terrenos, propiedad

de tres hermanos de apellido Ramos fueron cedidos por estos y en los mismos se

fundaron las poblaciones de Pensilvania, Samaná y Florencia. Valorizadas las tierras

aledañas no faltaron como en 1869, presiones sobre la junta repartidora. Nuevas oleadas

de colonos descendieron hacia los ríos Dulce, Samaná, Tenerife, La Miel, dando lugar a

fundaciones de poblados. Samaná y Victoria se debieron a la búsqueda de oro en ríos y

quebradas, y de terrenos para la agricultura (Florencio, 1967; Loaiza, s.f.).

La colonización del Samaná fue muy atractiva porque los numerosos ríos y quebradas

poseían gran cantidad de oro y esto atrajo con gran fuerza a los colonos antioqueños. A

fines de los años 70, mineros de la familia de Miguel Murillo entraron en las montañas, las

encontraron apropiadas para la agricultura y derribaron bosque en la margen derecha de

la quebrada Sardina para después regresar a Pensilvania, con el fin de atraer nuevos

grupos de colonos. En estas condiciones, muchos mazamorreros y mineros optaron por

trabajar la tierra: organizaron rozas y cementeras y dieron lugar paulatinamente a la

población de San Agustín en 1878, la cual adquirió el nombre de Samaná, más tarde.

También hubo colonos que se movieron hacia la localidad de Victoria en la cuchflla

Bellavista, pero ante la falta de agua trasladaron la colonia en diciembre de 1879 al sitio

de los Planes ó Guadualito donde hoy se encuentra la población. En esta misma zona, las

tierras cálidas bañadas por los ríos Magdalena, Pontoná, Doña Juana, Guarinó y Gualí

tardaron en ser colonizadas por lo que el gobierno de Antioquia promulgó una resolución

para repartir baldíos en 1891 y ayudar al traslado de los colonos a la zona de Samaná, de

tal manera que con dicha resolución, el gobierno prometió otorgar títulos de propiedad a

los colonos que se quisieran trasladar con sus familias a los baldíos de la margen derecha

del río Samaná. El gobierno obsequiaba $12 mensuales a cada familia durante los

primeros seis meses de permanencia en la tierra y les entregaba herramientas para la

agricultura por un valor máximo de $25, lo cual sería fijado por la Junta auxiliadora de

colonos. Esas medidas del decreto fueron acogidas por 18 familias de, San Luis, Cocorná

y Mamila, las cuales se trasladaron hacia la zona de Samaná (Loaiza, s.f.; Valencia,

1994a; Vargas, 1987).

Como puede observarse, esta fue una colonización estimulada por el Estado interesado

en trazar una nueva ruta de colonización. En 1892 la Asamblea de Antioquia aprobó

subsidiar con $10.000 el proceso colonizador en las tierras cálidas de la orilla derecha del

río Samaná hacia el Magdalena, pero tuvo dificultades por los estragos que causaba el

paludismo entre los colonos. De todos modos estas avanzadas prepararon las

condiciones para la colonización en La Dorada, la cual estuvo asociada al ferrocarril

construido por la Empresa Inglesa The Colombian Railway a fines del siglo pasado; a la

explotación de leña para nutrir los barcos que transitaban por el río Magdalena y

utilizaban La Dorada como puerto; y a la apertura de grandes terrenos baldíos en zonas

bajas, predominantemente pantanosas y afectadas por la malaria debido precisamente a

los pantanos que se convertían en criaderos de mosquitos, zancudos y sanguijuelas. En

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primer término, el ferrocarril partía de Ambalema hacia el norte y después de pasar por

Beltrán, Armero, Mariquita y Honda, llegaba al lugar llamado Yeguas, 15 Kms., arriba de

lo que hoy es La Dorada. En 1893, el Gerente del ferrocarril en Honda, contrató con

Antonio Acosta, el primer colono de la región, la instalación de una red telefónica entre

Honda y Yeguas. Acosta penetró la selva con una cuadrilla de trabajadores por la brecha

abierta por la vía férrea e inició al tiempo la explotación de leña para los barcos pues

Yeguas era un sitio intermedio entre dos leñateos muy distantes entre sí. Acosta formó

entonces una empresa de leñateo y derribó con hacha gigantescos árboles. Rodeado de

plagas de mosquitos, fieras y alimañas, logró consolidar, a pesar de la diezma de la

población ribereña, un lugar de leñateo. Como resultado de la tumba de monte organizó

rozas y sementeras donde se sembró maíz, frijol, yica y plátano, a tal punto que en pocos

años se producían excedentes para vender en el mercado de Honda. Así, alrededor de la

empresa de leñateo y de la producción de alimentos surgió un pequeño caserío que

atrajo nuevos colonos. En el año de 1900 el ferrocarril llego a la María, actualmente

Dorada, y Acosta primer colono de la zona, con sus compañeros trasladó su empresa al

nuevo terminal. Desde allí los barcos llegaban cargados de mercancías, las que se

distribuían por el ferrocarril de Girardot, resolviéndose así el problema de comunicación

de la capital con la costa. El puerto de la María adquirió pues una importancia significativa

y fue elevado a la categoría de Inspección de policía con el nombre de La Dorada. El

puerto recibió barcos de numerosas empresas; cada vez tomaba mayor importancia y

atraía a empresarios y negociantes (Córdoba, 1979; Valencia, 1994a).

Para el año de 1916, ya se habían formado en la región varias haciendas entre las cuales

se destacan “El Japón, mortuoria de Manuel Alvarez; Santaelena, de Antonio Acosta, un

globo de tierra perteneciente a las minas adjudicadas a Adolfo Woolk y Cía, Guaimaral

que había pertenecido a Rudesindo Ospina y ahora a Laureano Ospina” (Valencia,

1994a:331). Las haciendas estaban rodeadas de cultivadores y colonos: muchos de ellos

tenían aserríos y sacaban maderas para vender tanto en la María como en Honda, sin

embargo los dueños o agraciados con terrenos baldíos en esta región, muchos de ellos

sin títulos originarios ni los requisitos que exigía la ley, mantenían constantemente en el

despacho de policía, querellas contra los colonos. Los hacendados y empresarios estaban

interesados en impedir que los inmigrantes tuviesen control sobre la tierra para obligarlos

a asalariarse, debido a la escasez de mano de obra en una tierra recientemente

colonizada. Para 1918, la zona poseía 120.000 hectáreas sin adjudicar en los baldíos

cruzados por los ríos Doña Juana y Pontoná. Así, a pesar de la existencia de esta

cantidad de tierras sin adjudicar, se dificultaba la formación de haciendas por los pocos

inmigrantes que se sometían al trabajo asalariado, pues otros preferían colonizar baldíos

y organizar sus propias parcelas. Fue tan grande la falta de trabajadores y la escasez de

mano de obra, que propietarios de la región ofrecieron terrenos para que se hiciesen

sembrados y paulatinamente se limpiaran aquellos, de tal modo que en un futuro se

ensanchara el campo de la ganadería. Así, los escasos colonos organizaban sus ranchos,

sembraban rosas y sementeras y al cabo de tres o cuatro cosechas, debían entregar la

tierra sembrada de pasto la cual se incorporaba a la producción ganadera. Por su parte,

los colonos se transformaron en trabajadores asalariados de las mismas empresas

ganaderas o se vieron obligados a emigrar (Valencia, 1994a).

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Este fue pues el método para lograr una importante ampliación de la propiedad territorial

concedida y para formar innfensas dehesas de ganado. Sin embargo, hubo un factor que

hizo especialmente difícil el proceso colonizador de la región, la malaria. Debió

desarrollarse una ardua lucha contra ella, pues producía estragos en la población; como

decíamos la zona estaba llena de pantanos que eran criaderos de mosquitos, zancudos y

sanguijuelas, debido al desnivel en el terreno, lo que dificultaba los trabajos de desagüe.

Se utilizó el petróleo crudo en la lucha contra el anofélex, mas si en una primera fase,

empresarios y colonos morían como moscas, finalmente se le ganó la batalla a la selva y

se controló el mosquito.

En síntesis, después de fundadas Marulanda (1877) y Victoria (1879), ylas primigenias,

Manzanares y Pensilvania, se desplazaron gentes hacia veredas más aisladas que

giraron en torno al eje minero mencionado atrás. Se formaron entonces veredas en las

jurisdicciones de Pensilvania, Samaná, Manzanares y Victoria tales como Risaralda

(luego Marquetalia), el Higuerón, Patio Bonito, La Florida, El Gancho, El Placer y El

Porvenir. En ellas se conjugaron pobladores venidos de Marinilla, Sonsón, Bionegro,

Guarne, Abejorral, Medellín y Salamina, con pobladores tolimenses. Al tiempo, la vertiente

oriental de la cordillera central se fue poblando desdé su derivación más importante en el

punto denominado “Valles Altos”, que en su curso divide las aguas de las hoyas

hidrográficas de los ríos Guannó y La Miel —afluentes del Magdalena— y culmina cerca

de la confluencia del río La Miel en el Magdalena. Sobre la vertiente oriental de esta

derivación se ubicaron las poblaciones de Marulanda, Manzanares y Marquetalia:

“Así, la vertiente oriental de la cordillera central que mira hacia la hoya del Magdalena se

compone de 7 poblaciones establecidas en dos zonas, una poblada, en las hoyas de los

ríos Guarinó y La Miel donde se sitúan seis poblaciones —Marulanda, Pensilvania,

Manzanares, Victoria, Samaná y Marquetalia— y otra despoblada donde está La Dorada,

en la propia hoya ardierte del Magdalena y de su tributario el río Samaná Sur” (García,

1937).

Si se mira globalmente el país del oriente posee una baja densidad poblacional en

relación con su extensión territorial debido a la existencia de zonas de selvas densas de

suelo húmedo y de vegetación perenne con alta insalubridad. La Dorada se encuentra a

177 metros de altura sobre el nivel del mar, con cultivos de caña de azúcar, cacao, una

extensa ganadería y una temperatura de 33 grados. Victoria lo estaba a 675 metros y 26

grados. En cambio, los climas medios agrícolas mineros y cafeteros serán de los

municipios entre los 17 y 20 grados, a saber: Samaná a 1420 m.s.n.m. y 20 grados;

Marquetalia a 1560 y 20 grados; Manzanares a 1871 y 18 grados; y Pensilvania a 2100 y

17 grados; Marulanda se encontraba en clima frío a casi tres mil metros y con trece

grados de temperatura; allí el ganado lanar, la lechería y la agricultura de subsistencia

fueron las producciones más significativas.

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2.4 El país del Occidente: heterogeneidad cultural, sociedades indígenas y negras y

conflictos por tierras: de Anserma por Quinchía hasta Marmato.

El país del occidente caldense está configurado por la vieja jurisdicción de la villa y luego

ciudad de Anserma desde el período de la conquista, y está atravesado por una formación

socio- racial heterogénea de negros exesclavos y sus descendientes, entre la villa de

Supía y el centro minero de Marmato; así como de indígenas de resguardos coloniales,

entre Anserma, Riosucio y Supía; mestizos, mulatos y colonos antioqueños y caucanos

quienes en busca de tierras y minas se asentaron allí en el siglo XIX, Este es tal vez el

país más heterogéneo en la construcción regional, por su importancia minera, sus viejos

nexos y centro de rivalidades entre Antioquia y Cauca; sus particularidades étnicas dado

el predominio de negros e indígenas; su posición estratégica en el viejo camino colonial y

en las relaciones de sus principales ejes urbanos con el Chocó. Se trata pues de un país

antiguo, en cuanto mantiene tradiciones, viejas jurisdicciones coloniales y poblamientos

ancestrales; y nuevo, en cuanto se producirá en él un proceso de colonización del

suroeste y centro de Antioquia, que se superpondrá a poblamientos caucanos, y se

asociará a procesos de inversión de capitales británicos en la minería en el eje Marmato-

Supía-Riosucio.

Pues bien, este país se construyó en la margen izquierda del río Cauca, y en las hoyas de

los ríos Risaralda, San Rafael y Cañaveral principalmente, sobre la vertiente oriental de la

cordillera occidental, y en menor medida sobre la vertiente occidental de la misma en

terrenos medios de montaña entre 18 y 22 grados de temperatura y entre 1.300 y 1.900

m.s.n.m. Con las excepciones de Marmato, Supía y Viterbo en zonas más cálidas (25°) y

Risaralda en terrenos bastante fríos (10°), predominan en las vertientes, las zonas

agrícolas y en menor medida ganaderas, y en las partes bajas, las zonas mineras ricas en

oro y plata principalmente (García, 1937).

Como señalamos, el eje colonial de este país, en el cual se encontraban asentadas

sociedades indígenas, fue la Villa de Santa Ana, fundada en 1539 en las provincias de

Umbría en dominios del cacique Anserma. Santa Ana de los Caballeros de Anserma hizo

parte, en razón de la producción minera temprana, de ese circuito de ciudades y lugares

mineros del occidente colombiano con Cartago, Arma, Caramanta y Antioquia. Anserma

para mediados del siglo XVI, poseía las minas del Nuevo Reino, más ricas en oro. Aún

hoy subsisten nombres de la toponimia de este país tales como Supía, Apía, Umbría,

Anserma, Caramanta, Cartama y Guarma (La Patria, 1995; Abad, 1955; Jaramillo, 1997).

Con las guerras de conquista, muchos indios murieron y otros fueron sometidos a

encomiendas que giraban en tomo a las ciudades mencionadas. En éstas, el poblamiento

español fracasó, después de un rápido auge minero y la catástrofe demográfica indígena,

a tal punto que Anserma, con una jurisdicción de 40 leguas estaba casi despoblada en

1559. La razón de dicha fundación había sido la riqueza de los cerros de Supía, Marmato,

Quiebralomo, Mapura y Pícara, cuyo oro era de excelente calidad.

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Dada su decadencia, jornaleros, mazamorreros y esclavos siguieron extrayendo oro de

los ríos Cauca, San Juan, Supía y Guacaica. Por su parte, los pocos indios sobrevivientes

fueron tasados en 1627 por el visitador Lesmes de Espinosa en Encomiendas tales como

las de Guacaica, Sopinga, La Montaña, Supía la alta, Supía la baja, Arquía y Pipintá. El

Oidor Lesmes de Espinosa en 1627 creó tres resguardos y tres reales de minas buscando

con ello concentrar la población aborigen para la recolección de tributos para el servicio

religioso y el abastecimiento a las zonas mineras. Los resguardos fueron los de Supía-

.Cañamomo (Supías y Pirsas de Bonafont), San Lorenzo (procedentes de Sonsón) y la

Montaña (Turzagas en el occidente de Riosucio). Por su parte, los reales de Minas eran

Quiebralomo en el área de Riosucio, Supía la baja y la alta (vereda Sevilla y Supía

actuales) y San Juan de Marmato (cerca del Marmato actual). Cerca de estos, Lesmes

fundó el resguardo indígena de Quinchía con Opiramaes, Mapuras y Quinchías; el pueblo

de Nuestra Señora de buya con los indios vecinos de Chapota, Apía la baja, Apia de Juan

Benítez, Sopinga, Andica, Cumbre, Guacaica, Curumbí, Provincia, Tbuya y Peñol con un

total de 166 tributarios más 16 asignados a Opirama en Quinchía. Estos tributarios habían

descendido a 53 a fines del siglo XVIII. A estos se sumó también el pueblo indígena de

chiguía en la hoy vereda Columbia del Municipio de Belén de Umbría, cerca al casco

urbano de Anserma. Más tarde, a fines del siglo XVII se producirá un nuevo auge minero

en Marmato, Quiebralomo y Vega de Supía, precedido de introducciones de esclavos

desde Popayán entre 1627 y 1660 (Jaramillo, 1997; Áivarez, 1991b).

Como en los casos de Arma y Cartago, Anserma tuvo su contraparte en Anserma Nueva

(1700-1715) cerca de Cartago Nuevo, con deseos de jurisdicción entre el río Idunque y

Sopinga. En la segunda mitad del siglo XVIII, asociados a las reformas borbónicas de

reordenamiento territorial y poblacional, se decretá la anexión de Anserma a Antioquia en

1759 con la debida oposición de Anserma Nuevo y la positiva actitud de los de la Vega de

Supía quienes buscaban el título de ciudad si se les agregaba a Antioquia, y se les

liberaba así del “gobierno despótico” del cabildo de Anserma. La Vega fue agregada a

Antioquia, pero Anserma no lo fue ni a Antioquia ni a Mariquita, con lo que conservó, en

medio de su decadencia, sus pnvilegios. Gran parte de este globo de tierras entre

Anserma Nuevo y Supía estaba despoblado, se trataba de un monte de 30 leguas donde

solo existían unos pequeños poblados de indios como Tachiguía —cerca al actual Belén

de Umbría— Quinchía y Guática. No muy lejos de este último estaban las ruinas de

Ansermavieja y más al norte, los pueblos naturales de Supía, San Lorenzo, Cañamomo y

la Montaña, dos reales de minas con pardos y negros libres y esclavos, y más al oriente,

las minas de Marmato; y Quiebralomo con negros libres y esclavos y numerosos

vagabundos y malentretenidos (Jaramillo, 1997).

Para entonces, era imposible para Anserma en el contexto de su crisis minera, de su débil

peso en su jurisdicción y de los nuevos procesos de independencia, mantenerse como eje

regional. - Así mismo, el dictador Juan del Corral proclamó la independencia absoluta de

España por parte de la República de Antioquia y en 1813 organizó una campaña al sur

para atajar una posible invasión realista. Hizo construir fuertes en la Vigía sobre el Atrato

y en los pasos del Cauca llamados de Caná y Bufú. En este contexto, y estando invadido

el Cauca, del Corral decretó la invasión provisional desde Antioquia, de Supía,

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Quiebralomo y Ansermavieja, y envió a un presbítero y botánico de apellido Céspedes al

Chocó, para que negociara la incorporación de la provincia de Citará a Antioquia. Al

tiempo, el gobierno de Antioquia buscó comunicarse con el valle del Cauca de modo más

expedito por dos caminos, interesado en los tabacos de Palmira, mejores y más baratos

que los de Ambalema, y en los mercados de Supía y Marmato. Uno, partía de Rionegro o

Medellín, pasaba por los ríos Buey y Arma, al paso de Bufá, atravesaba el Cauca y seguía

por el Arquía a la hacienda de Moraga, al pueblo minero de Marmato y la Vega de Supía.

El otro, conocido desde la conquista, era el de la Montaña de Caramanta, que por la

banda occidental del Río Cauca se dirigía a Marmato y Supía (Jaramillo, 1997: 6).

Como puede observarse, Supía y Marmato por razones de la producción minera se

convirtieron en la primera mitad del siglo XIX, en los nuevos ejes regionales en sustitución

de Anserma, un país que si bien estaba todavía poco habitado, no obstante se fue

incorporando durante el siglo XIX a una mayor dinámica comercial con la explotación y

exportación del oro, el incremento en el uso de mano de obra de esclavos negros,

mulatos, negros libres y colonos antioqueños y la expansión de mercados agrícolas y

ganaderos provenientes de Medellín y Rionegro a través del sur antioqueño,

principalmente de Sonsón y Salamina (Alvarez, 1990). Desde mediados del siglo XIX se

generó un proceso de colonización en el suroeste antioqueño, que curiosamente abriría

una agresiva presencia de colonos hacia el país del occidente y que haría de la población

caucana de 1:Uosucio, el nuevo eje regional para la segunda mitad del siglo (Tovar,

1995).

El ordenamiento territorial y el peso demográfico sagún el censo de 1843 en Nueva

Granada muestra como entre las provincias de Antioquia y Cauca, se encontraban tres

cantones vecinos, a saber: El Cantón Salamma con 25.000 habitantes en cinco

poblaciones; el Cantón Cartago con 14.287 habitantes en siete poblaciones, surgidas

antes de la independencia; y el Cantón Supía con cuatro pueblos y casi 8.000 habitantes,

casi todos negros e indios. Entre estos cantones existía ya un activo comercio en los años

50. Los caucanos comerciaban con los antioqueños mulas, cacao, caballos, tabaco, cera,

marranos, anís y ropa de Pasto que cambiaban por plata y algunas mercancías

extranjeras. Al tiempo, los campesinos antioqueños que migraban al sur tuvieron un

especial atractivo por las 100 leguas de baldíos existentes en el Cantón de Cartago, las 5

leguas disponibles en el cantón Supía y las 52 leguas libres de Anserma con unos pocos

indios y antioqueños establecidos en las orillas de los caminos, además de tierras llenas

de guaduales en un clima ardiente y enfermizo (Jaramillo, 1997).

La colonización desde el suroeste tuvo claras repercusiones en el occidente caldense.

Tres ricos comerciantes de Medellín, de apellidos Echeverri, Santamaría y Uribe,

compraron un globo de tierras al suroeste de Medellín, entre los ríos Arquía, San Juan y el

Cauca, en lo que se conoció con el nombre de Concesión Echeverri (Parsons, 1950). Esta

lindaba por el sur con el Cauca en tierras inmediatas a los minerales de Supía y Marmato,

a donde comerciantes de Medellín y Rionegro enviaban víveres. Don Gabriel Echeverri

construyó por privilegio, el camino de Çaramanta entre Fredoma y el Río Arquía; cerca a

este río, fundó el pueblo de Caramanta en 1838. Por su parte, los Santamaría fundaron a

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Jericó, y los Uribe a Támesis, y Valparaíso (Hatifio). Mas al suroeste, en tierras del señor

Echeverri se fundó Jardín en 1860 por colonos venidos de Amagá, Fredonia, Támesis,

Jericó y Marinilla. Desde allí, estos abrieron “el camino de los Rojas, que los comunicó

con Riosucio (o pueblo de la montaña)”. Así, Jardín se constituyó en “paso obligado del

comercio de Medellín con el nordeste del Estado del Cauca y parte del Chocó” (Jaramillo,

1997:12).

Por lo dicho, comerciantes de Medellín y del suroeste se interesaron por el país occidental

caldense porque les ampliaba sus circuitos comerciales hacia la zona minera, y les abría

comunicaciones con el Chocó en su zona platanífera de Tadó, por el camino de Bolívar al

Carmen de Atrato y por el de Andes hacia Bágadó. Con ello, la comunicación con el

océano Atlántico sria expedita. Por esto, cuando los pobladores de colonias del suroeste

pidieron reconocimientos oficiales alegaron tener trochas abiertas hacia el Chocó,

buscando comunicarse con minas de los ríos Atrato, Andágueda, San Juan Bravo, San

Juan del Cauca y Risaralda.

Además de minas y comercio, los territorios del occidente tenían algunos suelos fértiles y

comunidades indígenas que según los blancos y mestizos antioqueños serían fácilmente

explotables y expropiables. Con ello y con el apoyo de la Iglesia, a través de comunidades

religiosas, nacieron las colonias del Carmen del Atrato, el Oro (Riosucio), Mistrató, Pueblo

Rico, San Antonio del Chamí y otros lugares en territorios limítrofes de Antioquia y Cauca

(Chocó, parte de Caldas y Risaralda).

Como puede observarse la base indígena en esta frontera entre Antioquia y el

noroccidente caucano define peculiaridades culturales de sus territorios, asociados a la

cuenca del río Anserma y a Riosucio y Supía. Podría afirmarse que las poblaciones

coloniales y casi todos los distritos fundados en el siglo XIX en dicha jurisdicción y en la

cuenca del río Risaralda comunicados coñ las colonias indígenas penetradas por

antioqueños, configuran este variado país del occidente, donde el proyecto de las élites

de Manizales tuvo una desigual acogida, y resistencia de los tradicionales poblados

liberales (Cardona, 1988; 1991).

A la cuenca del río Risaralda están integrados cinco municipios del actual departamento

de Caldas, a saber: Anserma (1870 refundada), Belalcázar (1888), Riosucio (1819),

Risaralda (1885) y Viterbo (1911). Y ocho del actual departamento de Risaralda: Apía

(1874), Balboa (1907), Belén de Umbría (1890), Guática (1886) Mistrató, La Celia,

Santuario y la Virginia; esta última componente decisivo del país del centro cuyo eje fue

Pereira. A estos se agrega el viejo pueblo de indios de Quinchía (1540; 1886) (Carder,

1994).

Tal como señalamos atrás, la catástrofe demográfica indígena tuvo tales repercusiones,

que para fines del siglo XVIII (1793) la población ubicada en esta porción occidental del

Cauca, era muy poca: 217 indígenas en Supía, 182 en San Lorenzo, 66 en Cañamomo,

56 en Ansermaviejo, 348 en Guática, 82 en Tachiguía, 194 en Quinchía y 640 en la

Montaña. Es decir, un total de 1.785 indígenas en un cantón de 4.566 habitantes, donde

los libres eran 2.023, los esclavos 672 y los blancos 86, cuatro de ellos eclesiásticos

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(Valencia, 1983). Al comenzar la República, sobrevivirán pocos indígenas en el territorio

occidental del actual Caldas: el Resguardo de Tachiguía a orillas del río Risaralda; el de

Tabuyo en las lomas de Anserma; los de la Montaña, Cañamomo, San Lorenzo y

Lomaprieta en Riosucio y Supía; y otros con los mismos nombres de las poblaciones en

Quinchía, Guática y Arrayanal (Cardona, 1990).

Sobre estas “viejas aldeas de Riosucio”, Cardona (1990) dedica ensayos que han sacado

del anonimato a pobladores y poblaciones de muy antigua fundación, argumentando que

la “invasión” antioqueña y el proyecto de la “élite azucena de Manizales” tendió un manto

de olvido y excluyó en sus perspectivas a indios y caucanos. En otros términos, “I.a

creación del Departamento de Caldas fue el puntillazo final para la Provincia de Marmato”

al decir de Alfredo Cardona. Este autor realiza entonces un estudio para rescatar su

pasado, sobre el Real de Minas de Quiebralomo, los Resguardos de la Montaña y San

Lorenzo, Oraida y la Cuchifia de Mismís, la población del Rosario .y el fortín liberal de

Bonafonte. Mas, entre 1843 y 1912, el país del occidente evolucionó positivamente en

cuanto a mestizos, mulatos y blancos, no así en lo relativo a indígenas y negros.

Para 1912, el número de indígenas en Caldas fue de 3.797, lo que representaba el 2.3%

de su población total. Casi todos pertenecían a las localidades de Pueblo Rico, Riosucio,

(1885) y Viterbo (1911). Y ocho del actual departamento de Risaralda: Apía (1874),

Balboa (1907), Belén de Umbría (1890), Guática (1886) Mistrató, La Celia, Santuario y la

Virginia; esta última componente decisivo del país del centro cuyo eje fue Pereira. A estos

se agrega el viejo pueblo de indios de Quinchía (1540; 1886) (Carder, 1994).

Tal como señalamos atrás, la catástrofe demográiica indígena tuvo tales repercusiones,

que para fines del siglo XVIII (1793) la población ubicada en esta porción occidental del

Cauca, era muy poca: 217 indígenas en Supí a, 182 en San Lorenzo, 66 en Cañamomo,

56 en Ansermaviejo, 348 en Guática, 82 en Tachiguía, 194 en Quinchía y 640 en la

Montaña. Es decir, un total de 1.785 indígenas en un cantón de 4.566 habitantes, donde

los libres eran 2.023, los esclavos 672 y los blancos 86, cuatro de ellos eclesiásticos

(Valencia, 1983). Al comenzar la República, sobrevivirán pocos indígenas en el territorio

occidental del actual Caldas: el Resguardo de Tachiguía a orillas del río Risaralda; el de

Tabuyo en las lomas de Anserma; los de la Montaña, Cañamomo, San Lorenzo y

Lomaprieta en Riosucio y Supía; y otros con los mismos nombres de las poblaciones en

Quinchía, Guática y Arrayanal (Cardona, 1990).

Sobre estas “viejas aldeas de Riosucio”, Cardona (1990) dedica ensayos que han sacado

del anonimato a pobladores y poblaciones de muy antigua fundación, argumentando que

la “invasión” antioqueña y el proyecto de la “élite azucena de Manizales” tendió un manto

de olvido y excluyó en sus perspectivas a indios y caucanos. En otros términos, “La

creación del Departamento de Caldas fue el puntillazo final para la Provincia de Marmato”

al decir de Alfredo Cardona. Este autor realiza entonces un estudio para rescatar su

pasado, sobre el Real de Minas de Quiebralomo, los Resguardos de la Montaña y San

Lorenzo, Oraida y la Cuchilla de Mismís, la población del Rosario y el fortín liberal de

Bonafonte. Mas, entre 1843 y 1912, el país del occidente evolucionó positivamente en

cuanto a mestizos, mulatos y blancos, no así en lo relativo a indígenas y negros.

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Para 1912, el número de indígenas en Caldas fue de 3.797, lo que representaba el 2.3%

de su población total. Casi todos pertenecían a las localidades de Pueblo Rico, Riosucio,

Quinchía, Guática y Mistrató, donde eran agricultores inestables y cazadores nómadas.

Por su parte, los negros estaban en su mayoría en las márgenes del Cauca y en la hoya

del San Juan como peones y mineros. En Marmato, donde existía minería de yeta, los

negros fueron sedentarios y en el Río San Juan, donde subsistía el mazamorreo nómada,

aquellos fueron trashumantes (García, 1937).

Pues bien, sobre este territorio predommantemente de negros e indígenas se produjo una

colonización antioqueña feroz que obligó a muchos de estos a replegarse y perder sus

propiedades ancestrales. Por su parte, payaneses y antioqueños y gentes de Anserma se

desplazaron a Marmato y allí explotaron minas hasta que los británicos arrendaron más y

compraron otras para su explotación durante el siglo XIX. Al tiempo, gentes de

Ansermaviejo, ahora desplazada a Ansermanuevo, dada su decadencia económica,

demográfica y como eje vial, abrieron zonas ganaderas para comerciar con el Chocó vía

Nóvita, con los pueblos de la banda oriental de la cordillera occidental, bordeando el río

Cauca, y con Cartagonuevo que la comunicaba con Pereira.

Durante el siglo XIX se produjo entonces una reactivación de la minería en Riosucio,

Supía, Marmato y Anserma asociada a la presencia extranjera con nuevas tecnologías de

explotación y a la migración de antioqueños y caucanos sobre dichos territorios. Con ello

también las zonas de resguardos y los baldíos fueron presas de la colonización que se

desprendió del suroeste de Antioquía hacia Riosucio y el valle del río Risaralda. En buena

medida la presión de estos colonos unida a políticas caucanas de repartos (1873-4) y

alquileres (1852) de tierras de resguardos indígenas, llevaron a la pérdida de más de 2/3

de éstas, por sus dueños ancestrales, y a la fundación de pueblos republicanos. Algunos

se fundaron sobre antiguos pueblos de indios: Arrayanal sobre Mistrató; Nazareth o

Pueblo Nuevo o San Clemente sobre Guática, atravesados por rivalidades locales, luchas

partidistas y guerras civiles. Otros como la Celia fueron fundados por refugiados liberales

en la guerra de los mil días, y más tarde conservatizados desde Apia. Estas motivaciones

han sido demostradas por Alfredo Cardona a través de casos de colonizaciones políticas

que desestabilizaron la zona entre 1860 y 1903.

El país del occidente caldense fue clave debido a su heterogénea población, a sus

riquezas mineras y agrícolas, a su papel articulador entre Antioquia y el norte caucano

con el Chocó y la Costa Pacífica. A fines del siglo XVII, casi todos los EmberasChamí

fueron convertidos en tributarios de la Corona Española. En el territorio Chamí, rico en

oro, los corregidores de ihdios, los obligaron a pagar contribuciones con maíz y con

transporte de mercancías desde Anserma hacia el Chocó para sostener las cuadrillas de

esclavos. En dicho territorio los españoles fundaron a San Juan de Chamí —donde

desemboca el río Chamí al San Juan— y San Antonio de Tatamá en la confluencia del río

Tatamá al San Juan; con cura doctrinero, corregidor y cabildo, al resguardo se le asignó

un área que comprendía todo el actual municipio de Mistrató, la mitad de Pueblo Rico y

una parte de Bagadó. La ley de 1873 del gobierno de Popayán ordenó la repartición de

resguardos indígenas, la cual se aplicó en el resguardo Chamí en 1903 por el interés de

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notables de Riosucio, interesados en tierras por donde pasaría en un corto tiempo, el

principal camino del interior hacia la costa pacífica y se proyectaba la construcción de un

canal interoceánico en el Chocó (Valencia, 1994a; Zuluaga, 1988).

Desde comienzos del siglo XVII y durante el siglo XVIII, los pueblos de indios, contaron

cada vez con poblaciones menos numerosas. Al tiempo, es notorio el alto número de

pleitos entre estos pueblos por límites de resguardos. Pleitos entre los de Guática y

Quinchía, los de Chamí y la Montaña, y los de Chamí y 1chiguía. Estos conflictos

asociados a las inspecciones en cuanto a límites, debilitaron los pueblos. Todo ello facilitó

la ocupación de tierras por caucanos y antioqueños; además, la revisión de límites

acarreó la perdida de tierras que fueron cedidas a abogados y funcionarios encargados de

amojonar resguardos (Cardona, 1988; Zuluaga, 1988).

El proceso de desintegración de los resguardos tuvo algunas peculiaridades. Todo se

inicia a finales del siglo XVIII cuando a los tres pueblos de blancos, la Vega de Supía,

Quiebralomo y Anserma Viejo, penetran mineros, hacendados, mazamorreros y colonos,

por el empuje de la colonización antioqueña. Ello despierta en estos tres pueblos un fuerte

deseo por tierras pertenecientes a los ocho pueblos de indios de la región: San Lesmes

de Supía, San Lorenzo, Cañamomo, Guática, chiguía, Quinchía, Montaña y Tabuya. Es

notorio que la política expresada por alcaldes y algunos curas de estas poblaciones se

dirige hacia la reducción de los pueblos indígenas de ocho a tres; y en el contexto de la

colonización uno de sus objetivos será la descomposición de las comunidades indígenas.

A pesar de que estas comunidades reaccionan y acuden al cura doctrinero y al juez, se

logró impedir el traslado de pueblos para rematar las tierras de los resguardos sobrantes,

pero no se pudo frenar el proceso de descomposición de las comunidades indígenas por

presiones de los colonos empresarios, dueños de minas, hacendados y comerciantes, los

cuales utilizaron como táctica, alquilar tierras de las comunidades para producir artículos

de subsistencia, formar hatos y sacar madera para las necesidades de la minería. Así, al

poco tiempo, los expropiaron o diezmaron sus posesiones.

Desde fines del siglo XVIII el período está plagado de enfrentamientos armados entre

indígenas y colonos, y entre población blanca que habitaba Quiebralomo y se extendía

hasta el área donde posteriormente se iba a fundar Riosucio (1819) y los indígenas del

Resguardo de la Montaña que eran los poseedores del territorio invadido. También hubo

enfrentamientos desde principios del siglo XIX entre los indígenas de la parcialidad de

Cañamomo y Lomaprieta y los habitantes blancos de Quiebralomo y Bajo Sevilla,

poblaciones ubicadas dentro de la parcialidad. Al tiempo se estaban asentando a lo largo

y ancho de la vega del río Supía numerosos colonos. Ya a partir de 1850, la presencia de

inmigrantes en los resguardos indígenas se hizo estruendosa. Para 1865 los colonos

habían penetrado la selva occidental del resguardo indígena de La Montaña, incluso dos

pobladores del Carmen de Viboral fundaron la vereda del Oro perteneciente al municipio

de Riosucio, Gregorio Naranjo y Serafín Abad. Asimismo, una parte de la zona rural del

Jardín, un municipio de Antioquia colindante con Riosucio, tuvo su origen en la

penetración de colonos al resguardo de La Montaña. Fue tan fuerte la penetración de

aiitioqueños en este período y tan masiva, que ello produjo cambios demográficos

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significativos. En el censo de 1843 la población de los principales pueb’los era la

siguiente: El cantón de Cartago, inserto en Anserma Viejo ya tenía 1.347 habitantes; el

Cantón de Supía tenía 2.200 en Supía que era su cabecera, 1042 enla Montaña, 2.183 en

Quiebralomo y 1.057 en San Juan de Marmato. Estas cifras se aumentaran

significativamente a partir de la refundación en 1870 de la antigua ciudad colonial de

Anserma. En estos mismos años colonos procedentes de Sonsón, Salaniina y Manizales,

comenzaron a penetrar la población de Quiebralomo y se mezclaron con las coniunidades

indígenas especialmente de Quinchía y Mocatán. Estas políticas de desintegración de

resguardos tuvieron su manifestación más explícita en los años 1873 y 1874 cuando se

procedió a dividir los terrenos de los resguardos con el fin de entregar a cada familia un

lote y legalizar la propiedad de dichas tierras (Valencia, 1994a).

El 8 de Octubre de 1874 se produjo la desintegración formal del resguardo de Cañamomo

y Lomaprieta repartido entre los distritos de Supía, Marmato y las minas más importantes

de la región. Así, el resguardo se utilizó para favorecer la explotación minera y además los

distritos de Supía y Marmato acapararon tierra que luego sería vendida a los colonos,

comerciantes y dueños de minas. Con ello se evidencia la impresionante penetración de

la colonización antioqueña, en especial a los municipios de Riosucio, Supía, Quinchía y

Marmato, lo que constituye una modalidad peculiar en lo que a descomposición de

comunidades indígenas se refiere. Pero no sólo fueron estas políticas las que incidieron

en la repartición de los resguardos; el asunto se agravó porque los funcionarios

encargados de apoderar a los indígenas, los agrimensores y peritos avaluadores,

cobraban grandes sumas de dinero que los indígenas debieron cancelar con tierras de los

resguardos. Ciertamente el sistema de repartición y división de resguardos fue más

intenso en las comunidades de Guática, Tachiguía y buya, donde aparentemente hubo

menos oposición por parte de los indígenas y operó muy bien el afán monopolizador de

empresarios como Ramón E. Palau y Rudesindo Ospina desde el año de 1874 (Valencia,

1994a; Morales, 1995).

Así, la desintegración de los resguardos se llevó a cabo mediante la política de conversión

de los indígenas en propietarios de sus parcelas, lo que al tiempo animó económicamente

toda la región a costa de los indígenas, de tal manera que para mediados del XIX los

colonos que penetraron a la zona terminaron empleando nuevos sistemas para la

expulsión de los indígenas. Se les compraban mejoras y se utilizaba la compra directa de

parcelas a tal punto que un libro de escrituras de la oficina de instrumentos públicos de

Riosucio evidencia que entre 1859 y 1888, de un total de 108 escrituras, 56 corresponden

a transacciones de antioqueños en tierras de indígenas. En esa misma documentación se

muestra como las tierras fueron adquiridas a indígenas de comunidades y como las minas

estaban ubicadas en tierras de resguardo. Así mismo el promedio de tierra por parcela

comprada fue de 49 hectáreas, lo que significa que se trataba de colonos acomodados o

comerciantes. Coincide así mismo esta documentación de los años 74 a 75 con el período

en el cual se convierte a los indígenas en propietarios de sus parcelas, según la

legislación liberal sobre resguardos. Así, según una escritura de 1874 se convino en

repartir los terrenos de parcialidad estando presente la comunidad indígena de

Cañamomo y Lomaprieta. En dicho acto recibieron tierra 649 indígenas de la parcialidad,

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que demostraron ser descendientes de indígenas tributarios. Con ello, y como resultado

de este fenómeno, las tierras repartidas fueron pasando de manos de los indígenas a

hacendados, mineros y comerciantes, con lo cual continuó el auge de la minería de oro

hasta 1900 (Valencia, 1994a).

Por lo visto, el último cuarto del siglo XIX vio acelerar el proceso de descomposición de

las sociedades indígenas, a tal punto que en Julio de 1876 la parcialidad de Cañamomo

fue obligada a reconocer la propiedad territorial de Guamal a la comunidad negra que allí

habitaba desde principios del siglo XVIII, por ser de antigua adquisición (Appelbaum,

1994). Por la misma escritura pública de 1876, la parcialidad de Cañamomo perdió los

terrenos invadidos por haciendas ganaderas tales como Benítez, Peñol, Roldán, Arenal,

Aguacatal, Marmato, Cerro de Loaiza, Chaburquia y Moraga. Al parecer la Guerra de los

mil días significó un nuevo avance colonizador que desdibujó todavía más las

propiedades de los indígenas.

Así pues, el siglo XIX y los inicios del siglo XX presenciaron el ingreso de cuatro fuerzas

dinamizadoras y al tiempo deses-tructurantes de los tradicionales pueblos de indios: la

Iglesia con sus pclíticas de reducción y civilización de indígenas (Franciscanos y

Claretianos), los partidos políticos asociados a colonizaciones politicas, guerras civiles y

rivalidades locales; el gobierno seccional con políticas de defensa del indio micialmente y

luego con leyes de reparto de resguardos; y los colonos de diversa condición que

presionaron y expropiaron por la ley, la fuerza o la violencia directa a los indígenas, para

quitarles un buen número de tierras.

Ejemplos de lo antenor son los siguientes: en el sitio de Mismís se fundó Pueblo Nuevo

(hoy San Clemente). Este se convirtió en un fortín conservador que debilitó a los liberales

de Guática, ya que San Clemente fue designado sede del distrito de Naareth con

autoridad sobre Guática y Arrayanal (hoy Mistrató). Fueron innumerables los casos en los

cuales las comunidades religiosas tomaron posesión de tierras de resguardos,

“supuestamente” por donaciones que les hacían los indígenas, como en el caso de

algunos salados en Tabuya y Guática (Cardona, 1988).

En la guerra civil de 1859-62, un batallón caucano se asentó en territorio del resguardo

indígena de Tachiguía en Belén de Umbría y lo saqueó, por lo que la mayoría abandonó

el poblado, el cual debió ser de nuevo edificado más arriba en Tabuya, hoy San Pedro, en

el municipio de Anserma (Cardona, 1988).

Varios casos de apropiación, compra o posesión por litigio de tierras trae Víctor Zuluaga

en su obra. Los del Coronel Caucano Felipe Ortiz quien compró terrenos en Anserma,

heredé once lotes que fueron de la comunidad indígena de Tabuya; compró a los de

Tachiguía 2.521 hectáreas; era dueño de varios inmuebles en Anserma y demandó a una

indígena por 33 pesos por deuda de su esposo, por lo que debió entregarle su parcela.

Pedro Orozco compró extensos baldíos donde hoy se ubica Belalcázar, y tierras en los

resguardos de Tabuya y Tachiguía; compró otros terrenos a Don Juan Uribe a orillas del

río San Juan en Andes, Cauca y Arquía; y entre 1876 y 1882, compró siete propiedades

cerca a los ríos Cauca y Risaralda. Rudesindo Ospina había comprado y parcelado tierras

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en Filadelfia y Neira. Luego llegó al norte del Cauca en 1874, compró 2.000 hectáreas,

limitadas por el río Risaralda, la cuchilla de Belalcázar, la quebrada Arquía y el alto de

Guamo. En 1880 compró otras 10.000 has., de baldíos entre el río Risaralda y el alto del

Madroño, la cuchiila de Belalcázar, la quebrada Pital y el alto de Guamo. También compró

y revendió tierras indias, cuando Juan B. González y Francisco Jaramillo Ochoa realizaron

negocios similares (Zuluaga, 1994).

Colonos pobres ocuparon de hecho y de manera colectiva, tierras de propiedad de los

resguardos o de particulares dado que no tenían ni dinero ni influencias para acceder a

tierras baldías. Aquellos se ubicaron en terrenos de Pedro Orozco, donde en 1888 surgió

Belalcázar, en la aldea conservadora de Oraida, cerca de Riosucio en 1854; en el sitio del

Mismís (hoy corregimiento de San Clemente) y en el corregimiento liberal del Rosario a

partir de 1896, cercano a Riosucio y promovido por el caucano Rafael Tascón.

De otra parte, colonos antioqueños también se quedaron y fueron admitidos en

parcialidades indígenas en donde gozaron de cierto prestigio. Esto ocurrió en casos, en

nIchiguía, Tabuyo, Supía, Cañamomo y Guática.

Los procesos de colonización incidieron a su vez en una dinámica demográfica y

comercial, aunque afectaron negativamente las comunidades indígenas y sus estilos de

vida ancestral Al surgir nuevas poblaciones, se reactivó el comercio por lo que a Supía a

mediados del siglo llegaban pañuelos, tulas, pañolones y papel florentín de Rionegro;

ganado y cacao de Anserma; bayeta, ganado y sarasa de Sonsón; ceras, ponchos, tulas y

sarasa de Salamina; vino, mantas de lana, botones de concha, piedras de chispa,

cerraduras de baúl, pólvora y munición de Quibdó; cerdos de Toro; y velas, anís y cacao

de Cartago. Entre tanto en Marmato había 500 trabajadores de minería en 1850, cuando

Riosucio y Supía poseían 4.000 habitantes (Jaramillo, 1997).

Por su parte, los pueblos y resguardos indígenas se vieron atacados, atravesados y

desestructurados a pesar de algunos focos de resistencia, por las políticas caucanas de

1873 sobre división, titulaciones y repartos de tierras indias, por especuladores de tierras,

abogados, agrimensores y avaluadores, y por ventas y donaciones directas. Estos

fenómenos fueron visibles en Quinchía y Guática donde se perdieron tierras y salados en

la primera, con los señores Guillermo Martín y Ramón Palau; en Supía y Cañamomo,

parte se vendió a entables mineros y de lo demás solo quedó 1/3 para los indígenas y los

2/3 restantes para los distritos de Supía y Marmato, parte de las cuales irían a particulares

ricos; en Tachiguía y Tabuyo, en 1877 se vendió tierra a particulares y agrimensores, y se

realizó un reparto individual de lotes a las 36 familias censadas; en la Montaña, en 1874

se separaron las conflictivas tierras que pertenecían a los blancos de Quiebralomo, cuyos

ricos mineros querían las tierras de la parcialidad; el área restante se dividió en cuatro

partes, tres para los indígenas y uno para aumentar el distrito de Quiebralomo, ya

bautizado Riosucio.

Escriturados los lotes a los nativos se registraron muchísimas escrituras por venta de los

colonos. Tal fue el caso de los indígenas de la Montaña y de San Lorenzo.

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Así para el siglo XIX desaparecieron los resguardos de Tachiguía y Tabuya; a comienzos

del siglo los de Chamí perdieron 2/3 de sus tierras; y a mediados del siglo XX, se

extinguieron los de Quinchía y Guática; pero aún hoy, el 66% del territorio de Riosucio

pertenece a los resguardos, así el resto de las tierras no estén en manos de los

indígenas. A pesar de las hostilidades de gobiernos, terratenientes y colonos, existen

todavía hoy los resguardos de San Lorenzo, Cañamomo y La Montaña en el Municipio de

Riosucio (Caldas) y el de Chamí en territorios de Mistrató y Pueblo Rico (Risaralda).

Por su parte, Riosucio se convirtió en la segunda mitad del siglo XIX, en el eje del país

occidental y desde entonces tuvo gran importancia política en el Cauca por varias

razones: por su condición fronteriza, por las densas parcialidades de los resguardos

indígenas, por sus activos y beligerantes líderes, por la influencia de la Iglesia y por el

relativo peso de los radicales en el distrito. Asimismo, Riosucio tenía nexos comerciales

con Medellín y una presencia cada vez mayor de colonos antioqueños en sus

alrededores. Riosucio se conformó en su cabecera por las comunidades indígenas de la

Montaña y la de Quiebralomo. La Montaña era un pueblo de indios organizado por

Lesmes de Espinosa en 1627; por su parte Quiebralomo nació de la minería y de las

cuadrillas de indios mitayos recogidos por los encomenderos en la provincia de Anserma;

el resto del municipio de Riosucio estaba poblado por el pueblo de indios de San Lorenzo,

por gentes de la aldea de Oraida levantada por los antioqueños en 1845 y por ‘la

parcialidad de Bonafont, de ancestros pirsas y tapascos.

Al igual que Marmato y Supía, Riosucio fue minero, lo que atrajo europeos, capitalistas y

aventureros. Para 1862 Riosucio tenía cuatro mil doscientos habitantes y para 1873 era el

distrito más importante de Toro con 5.689 habitantes. Cuando Toro fue cabecera tenía

3.302 habitantes y Supía solo contaba con 3.200. Luego, en 1864, Riosucio fue cabecera

de Provincia y continuó así hasta la aparición del departamento de Caldas. Sus recursos y

su calidad de centro administrativo lo hicieron muy importante en el siglo XIX (Cardona,

1987).

En torno a otros tópicos de conflicto, en su estudio sobre las guerras civiles en Riosucio,

Alfredo Cardona Tobón señala las divergencias regionales que existieron entre Antioquia

y Cauca en el eje de Riosucio. Si bien Riosucio era caucano pór geografía y aún por

elementos socioraciales, a través de los años se había acercado a Medellín que

compraba el oro y le vendía telas y herramientas. El extremo norte Caucano giraba en

torno a Antioquia y sus líderes no ocultaban jamás sus simpatías y el deseo de pertenecer

a la Provincia del Norte. Como habíamos señalado, el extremo norte de la Provincia de

Popayán llegaba hasta el río Arquía y estaba cubierto por selvas inexplotadas y los

resguardos de chiguía, 1buya, Arrayanal, Guática, Quinchía, la Montaña, San Lorenzo,

CaÍiamomo y Supía. Una parte de esos territorios dependía de Anserma nuevo y el resto

de la población de Supía. Las aldeas de los resguardos eran caseríos muy pobres donde

vivían unas pocas familias. Entre estos hubo algunos problemas de linderos entre

Guatiqueños y Quinchieños y entre los de Cañamomo y la Montaña que gastaban miles

de folios en eternas disputas (Cardona, 1988,1989).

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Pues bien, Alfredo Cardona muestra el comportamiento de antioqueños y caucanos en las

distintas guerras civiles, pero lo que es notorio es el comportamiento conservador de la

élite riosuceña en la mayoría de ellas. Según Cardona, con las medidas tomadas por

Tomás Cipriano de Mosquera después de la guerra de 1860, las actividades subversivas

de los clérigos enardecieron a los liberales convencidos, y a partir de entonces las

parcialidades indígenas del extremo norte Caucano se fueron conservatizando más y

más. Ya no estaba sola la parcialidad conservadora de San Lorenzo, pues el presbítero

José Ignacio Velázquez natural de Santa Bárbara, además de las enseñanzas de la

Iglesia pregonó el amor por el conservatismo e hizo cambiar de ideología política a los

nativos de Guática y Arrayanal. En los resguardos de la Montaña y Cañamomo otros dos

sacerdotes, Hoyos y Velasco, hicieron un apostolado político-religioso y de allí salieron

centenares de adeptos para la Iglesia y el conservatismo en las guerras civiles. Cuando

todos los resguardos apoyaron a la Iglesia y se fueron contra el liberalismo, la excepción

fue Quinchía que motivada por sus líderes anticlericales quedó como una isla radical

rodeada de un mar de conservadores (Cardona, 1987).

Las guerras del 76, 85, y de los Mil Días, muestran que Riosucio fue un enclave

conservador aliado de los antioqueños y que logró el liderato absoluto en la región debido

a que sus causas fueron también las de Supía y las de Anserma Viejo. Se constituyó en

nervio y centro de la provincia de Marmato y cabecera del extenso municipio de Toro, a tal

punto que lo que sucediera en Riosucio tenía trascendencia en todo el Estado. Don

Rudesindo Ospina, un rico empresario que colonizó casi medio Caldas, decía en 1877

que los Riosuceños servían para todo lo que se quisiera: “son creyentes, laboriosos,

alegres y avispados en todo sentido, y agregaba que solo tenían el defecto de ser godos

en superlativo grado y de muy buena muñeca”. Por su parte en la guerra de los Mil Días,

Riosucio se convirtió en el centro de operaciones de las fuerzas conservadoras que

anegaron en llanto los campos de Quinchía y Mistrató (Cardona, 1987:15).

Finalmente, durante el siglo XIX Marmato es decisivo en el desarrollo regional, nacional,

yen los mercados internacionales del oro, dentro de la zona central minera de Marmato,

Quiebralomo y Supía. Para 1801 todavía en Marmato había más de 500 esclavos. Entre

1805 y 1809 el valle de Supía produjo 108.043 pesos fuertes y Marmato 163.979,

adquiridos porpocas cuadrillas de esclavos. Para entonces la región era mirada por

Humboldt, Caldas y Bossingault como de extremas riquezas a tal punto que para 1825 se

firma un empréstito con los banqueros ingleses A. B. Gold Mines y a estos se les entrega

en alquiler las minas de Marmato. Por su parte otros banqueros, Powels, Willingworth y

compañía, se apresuran a enviar al ingeniero Eduardo Walker para que comprara cuantas

minas encontrara en la región de Supía. Walker se encontró con Bossingault y en pocos

días compró todas las mejores minas de Marmato, Supía y Quiebralomo. En 1826

Bossingault introduce la amalgamación y el molino de arrastre con lo cual la pérdida de

metal se reduce del 80 al 25%. Llegan a Marmato el Ingeniero Inglés Tyrrel Moore, el

sueco Carlos Segismundo De Greiff y el inglés Eduardo Walker, zona en donde los

trabajadores son negros esclavos, negros libres, mulatos y mestizos y gentes sobrias,

sumisas y leales que se mantienen a respetuosa distancia de los

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150 obreros europeos, hombres turbulentos y aficionados al licor en su mayoría (Álvarez,

1991a, 1991b; Morales Benítez, 1995).

A partir de 1829 las minas de Marmato son explotadas por la compañía inglesa Wester

Andes Mining Company durante casi todo el resto del siglo. Marmato se convierte en un

mercado importante para los productos de las recientes colonias de Sonsón, Abejorral,

Pácora y Salamina y ruta obligada para el comercio con Popayán a partir de 1830.

Por los años 40 los pequeños campesinos de Aguadas, Pácora y Salamina compraban

cerdos flacos y los engordaban con maíz para luego venderlos en los prósperos mercados

de Supía, Marmato, Itaguí y Medellín. Por su parte Supía para mediados del siglo XIX es

un centro agrícola, ganadero, equino, minero y artesanal que exporta a Antioquia ganado

y marranos que vienen del Cauca e importa de Antioquia ropa y herramientas, produce

muy buena agricultura, manufacturas y minería, oro de yeta, plata, salinas, canteras, cal y

cobre en San Lorenzo y posee una ganadería significativa en vacunos, cabras, cerdos,

caballos, ovejas, mulas y burros.

En los años 80 Von Schenck (1953) afirma que las minas de oro de Marmato ya no son

rentables, en cambio las minas de plata del Pantano y Echandía han obtenido buenos

resultados. Por su parte considera que el pueblo de Marmato, de tanta importancia

recuerda más a las regiones californianas de oro en Norteamérica a mediados de nuestro

siglo que a Colombia; su población está compuesta de empleados ingleses y alemanes,

muchos negros y aventureros antioqueños que tuvieron que abandonar el territorio al otro

lado del Arquía por una u otra causa y que dan una impresión bastante atrevida y

temeraria. A fines del siglo XIX las minas de Marmato son entregadas al gobierno y al

parecer la Wester Mining Co., presenta pérdidas en el negocio. Luego, esta misma firma

arrienda las minas a Tulio y Pedro Nel Ospina durante ocho años hasta 1900. A fines del

siglo, en 1899, Tulio Ospina propone una licitación al ministro de hacienda para el

arrendamiento de las minas de Marmato, Supía y Riosucio; manifiesta estar asociado con

varios mineros pudientes y experimentados de Antioquia y propone al gobierno que

aclarados los asuntos relativos a derechos de minas y aguas de los particulares y de la

nación, pagará $ 6.000 mensuales por el arrendamiento de las minas de Marmato

(Alvarez, 1991a; 1991b).

Así, para 1905 cuando se crea el departamento de Caldas, la provincia de Marmato

estaba conformada por los municipios de Riosucio, Apía, Anserma Nuevo, Anserma Viejo,

San Clemente, Supía y Marmato. Para entonces la población de Riosucio era de 11.648

habitantes; San Juan de Marmato tenía 4.295 y Supía 4.255. En síntesis, Marmato fue

fundado en 1540 cuando se inició su explotación minera de oro y se convirtió en la

actividad más importante de la región. Para 1625 Marmato figura como un real de minas

con dos encomiendas pertenecientes a la jurisdicción de la provincia de Popayán. Más

tarde, a mediados del siglo XIX ya es una aldea adscrita al cantón de Supía, y en 1870

conformaba el distrito de San Juan de Marmato perteneciente al circulo de Toro del

Estado Soberano del Cauca. Para 1892 era cabecera municipal y formaba parte del

Estado del Cauca y desde 1905 se convierte en uno de los municipios del departamento

de Caldas (Gallego, 1984; Álvarez, 1991b; Morales, 1993).

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2.5 El país del Quindío: poblamientos, luchas,

leyes y café.

El país del Quindío hunde sus raíces en la jurisdicción de Cartago Nuevo, la cual se

mantuvo viva aún hasta fines del siglo XIX entre los ríos Chinchiná y la Vieja sobre la

vertieríte occidental de la cordillera central hacia el río Cauca y hasta los altos de

Barragán. Como ocurrió en la Provincia del Sur de Antioquia, las tierras selváticas

caucanas de Cartago no gozaban de comunicaciones con el noroccidente, excepto por el

viejo camino colonial que pasaba por Anserma y se dirigía a Santa Fé de Antioquia o

cruzando el Cauca hacia Rionegro y Medellín. La apertura de este territorio será obra de

colonos antioqueños provenientes del sur y del oriente, y de caucanos principalmente,

quienes modificarán radicalmente este país que tuvo 13.000 habitantes en 1892 (Salento,

Filandia, Circasia, Calarcá, Armenia y Montenegro) y 60.712 en 1912. El nuevo país inicia

también su proceso de construcción asociado a la ampliación, mejoramiento y apertura

del camino del Quindío, donde la población de Boquía (1842) y más tarde de Nueva

Salento (1865) cumplió un papel decisivo en la formación de los nuevos poblados del sur.

Boquía surge en 1842 y Nueva Salento en 1865, en cuya jurisdicción se crearon en pocos

años y con más fuerza a fines del siglo, las colonias de Filandia (1878), Circasia (1884),

Calarcá (1886), Armenia (1889) y Montenegro (1890). Asimismo, dentro de la jurisdicción

de Cartago, se creó una empresa colonizadora en 1884 de nombre Burila y que asoció a

ricos manizalitas con propietarios caucanos, dentro de la cual se produjeron ocupaciones

de colonos que lograron después de largas luchas legales y violentas, obtener parcelas y

fundar poblados tales como Pijao, Génova, Córdoba y Buenavista. En este proceso,

Calarcá se constituyó en el eje de la resistencia y reclamos de los colonos hasta que

lograron titulaciones en 1929, cuando el Quindío era ya el primer productor de café en

Colombia. Tal como se percibe, el proceso de formación del país quindiano no estuvo

exento de conflictos y en parte suya se repitieron, con su debidos matices, los sucedidos

entre colonos y la Concesión Aranzazu, entre Sonsón y Manizales.

En términos político-administrativos, desde 1863 operó la municipalidad del Quindío, con

capital en Cartago; luego en 1886 se creó la Provincia del Quindío dentro del

departamento del Cauca, con la misma capital y con límites al norte en el río Chinchiná;

más tarde en 1896, la Provincia tenía 71.000 habitantes en su mayoría antioqueños

distribuidos en nueve distritos: María, San Francisco (Chinchiná), Santa Rosa de Cabal,

Pereira, Filandia, Salento, Victoria, La Unión y Toro (Peña, 1892). Para entonces, Pereira

era el centro principal con 10.000 habitantes, cuando el reptesentante liberal Rafael Uribe

Uribe propuso la secesión de la Provincia del Quindio para crear la de Pereira, lo que no

se aprobó. Pereira tenía entonces una fuerte rivalidad con Manizales y con Cartago, eje

junsdiccional, hasta comenzar el siglo XX. Unos años después, vecinos influyentes de

Armenia desarrollaron un movimiento para separarse de la Provincia del Quindio pero una

asamblea constituyente decretó por la ley de abril 17 de 1905, el nacimiento del nuevo

departamento de Caldas con la oposición de antioqueños y caucanos. Solo lograron

ponerle el nombre del sabio Caldas ante el proyecto oficial que lo denominaba “de los

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Andes’. Por su parte los Antioqueños obtuvieron en compensación por la pérdida del sur,

la región de Urabá, un viejo anhelo pero bastante costoso.

Pues bien, el poblamiento del país quindiano tuvo cuatro ejes referidos al territorio

demarcado desde las tierras de Fi,Iandia al norte hasta Génova sobre la cordillera del

Barragán; la Tebaida, Montenegro y Quimbaya hasta el río la Vieja; y Salento hasta las

márgenes del Río Otún. Tales ejes se configuraron del siguiente modo: 1. Las oleadas de

colonos provenientes de Antioquia predominantemente. Dentro de una dinámica de

rivalidades por el control territorial a través de la fundación de pueblos y la consecución de

tierras en zonas caucanas, entre antioqueños y gentes que ascendían del valle geográfico

del río Cauca, sobre todo de Cartago y localidades vecinas, se produjeron oleadas de

colonos antioqueños predominantemente. No faltó la presencia estatal en la distribución

de tierras a las colonias y en la fundación de Salento. 2. Este último se convirtió en eje

decisivo en la construcción de la región y en la consolidación del camino del Quindío. 3.

Dicho camino fue decisivo para la apertura del nuevo país y para establecer comunicación

entre el Magdalena y el Cauca, Ibagué y Cartago, el centro y el occidente del país. 4.

Finalmente, el Quindío en su parte sur es ininteligible sin la presencia de la lucha entre los

colonos y la Empresa Burila (Cadena, 1988; Grisales, 1990; Sánchez, 1982).

Como ha sido señalado, al ser trasladada Cartago en 1691 de su sitio original, donde hoy

está Pereira, quedó asociada a la explotación ganadera a orillas del río la Vieja. Con ello

quedaba garantizado el comercio con el resto del Valle del Cauca y el abasto de carne

para el Chocó por cómodos caminos y no por guaduales como ocurrió en su sitio original.

Para mediados del siglo XVIII, el viejo camino del Quindío estaba tan abandonado que los

virreyes ilustrados acogieron solicitudes de los cabildos de Ibagué y Cartago para licitar la

reparación, apertura y manejo del camino, convencidos de que con buenos caminos se

abarataría el costo de las mercancías y se mejorarían las condiciones de vida de las

poblaciones de ambos lados de la cordillera central de los Andes. “Para entonces Cartago

se habrá revitalizado, por el comercio con el Chocó minero, y rivalizaba en ese mercado

tanto con Ibagué como con Buga y Cali” (Jaramillo, 1997:4).

Después de adelantos de la obra bajo el Virrey Flórez y de muchas rivalidades y

peticiones entre los de Ibagué y Cartago y entre los de ésta con los de Buga y Cali, se le

entregó la concesión al español don Pedro Cerezo y Otero, que incluía un proyecto de

colonización de la montaña del Quindío en las orillas del camino; éste “en asocio con José

M. García, abrió trocha y señaló el camino nuevo hasta antes del alto de los robles y

señaló el paso del río la Vieja por el punto de Piedra de Moler en vez de la ruta por el

camino viejo y el pueblo de los Cerritos [...1” (Jaramillo, 1997:5).

A fines del siglo XVIII, otro vecino de Cartago, don Sebastián Mar y Sancena obtuvo

permiso para fundar la colonia de San Sebastián de la Balsa (hoy Alcalá). Años después,

el camino llegaba al alto del Roble y allí giraba al sur y atravesaba el río Quindío en su

conflqencia con el Boquía donde se creó un lugar habitado por caucanos y antioqueños —

cargueros muchos de ellos— llegados de las fracasadas colonias de Buriticá y Obaldía o

Condina.

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Así para comienzos del siglo XIX, según mapas de la época sobre el camino del Quindío,

los únicos terrenos con un pequeño número de habitantes eran los de Consota y la Balsa,

pues entre las cuencas de los ríos Chinchiná, Otún y Quindío, solo habían espacios

vacíos. Al tiempo, eran famosas tres haciendas ganaderas en Cartago y otras pequeñas

estancias, con cabida para más de 30.000 reses, maíz y cerdos para surtir el Chocó. En

límites con Buga, se encontraba la hacienda la Paila con cerca de 20.000 cabezas de

ganado, administrada por una familia Caicedo, donde se explotaba un hilo de agua salada

conocido como Burla, donde se establecerá en 1884 la Sociedad de Tierras con dicho

nombre (Jaramillo, 1997; Cadena, 1988).

En el contexto señalado, entre tierras vacas, ganaderas y agrícolas, Cartago se tenía

como un eje decisivo por las vías de comunicación que la cruzaban pues por allí pasaban

las rutas de oriente a occidente y de norte a sur. Mas, establecida la república y abolids

las jerarquías coloniales, se produjeron reacomodos entre ciudades, departamentos,

provincias y cantones. Cartago siguió siendo el cruce central en la Provincia del Cauca,

por donde pasaban el camino del Chocó, dos caminos para Antioquia, dos para el Cauca,

y dos hacia el Roble, antes de caer a Boquía para iniciar el ascenso al Boquerón del

Quindío rumbo a Ibagué.

Ya entrados al siglo XIX, Simón Bolívar pensó en mejorar el camino del Quindío. Luego,

con una ley dictada en 1835, se buscó la apertura de un camino de herradura por éste a

cambio de 25000 fanegadas de baldíos por la cordillera propia. Pero fue Pedro Alcántara

Herrán quien decretó en 1842 la construcción de un camino nacional entre los valles del

Cauca y del Magdalena con el servicio de presidiarios; ofreció rebajas de penas, estimuló

a colonos con 20 fanegadas si levantaban casa y abrían una roza; e inició trabajos en

febrero de 1843. Además de presidiarios y empleados, vagos y jornaleros exploraban la

ruta, colonos abrían sementeras, y unos y otros, construían puentes, tambos, casas y

posadas (Jaramillo, 1997; Grisales, 1990).

Para 1851 entre Cartago Viejo y la quebrada de Boquía existía la aldea de Obaldía que

con el tiempo se llamó Condma y duró poco. Entre tanto en el camino del Quindio, a

orillas de esa quebrada se construyó un depósito, donde nació el sitio de Boquía en el

cual se establecieron colonos caucanos y antioqueños apoyados por un sacerdote.

A pocos años los colonos de Boquía, se asentaron cerca al lugar original, y le dieron el

nombre de Villa de Nueva Salento; allí caucanos de Buga y Cartago fueron los principales

habitantes. Allí comenzaba al ascenso del camino del Quindío hacia el boquerón, que se

ubicaba a tres leguas. Este tomó más fuerza después de fundada la Villa de Pereira en

1863. Entre tanto, a los colonos de la Nueva Villa de Salento se les concedieron 15.360

hectáreas, como pobladores de la orilla del camino nacional. Los viejos fundadores se

beneficiaron, pues ya tenían posesiones sobre esos baldíos en minas, salados y rocerías.

En este contexto, un territorio aparentemente pequeño, tuvo tres zonas de poblamiento

así:

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1.Al norte, un poblamiento impulsado por el Estado con presidiarios caucanos y

panameños que mejoraron y construyeron el camino del Quindío, y por colonos venidos

de Cartago, Cali y Pasto, el Tolima Grande (Ibagué y Neiva) y Cundinamarca. Los cuatro

grupos de propietarios existentes en 1878 en Salento habían recibido 15.360 hectáreas

del gobierno nacional, 200 de ellas para el área de la población (Macrísemo, 1985). Ello,

asociado a las guacas, atrajo después de la guerra de 1885, mineros, aventureros,

colonos, guaqueros, guerrilleros y delincuentes que le fueron dando nuevo color a la

región. Dentro de la jurisdicción de Salento surgió Filandia (Novilleros-1878); copada

rnicialmente por colonos provenientes de Salento, resultó que estaban asentados en

tierras del empresario colonizador de Manizales y de la aldea de María, Manuel María

Grisales, quien había obtenido unas 2.000 has. en 1877 y otras 5.000 has. en 1892 a

cambio de bonos territoriales. Ello implicó pleitos por violaciones de procedimientos y

diferencias de fondo (Palacios, 1979). Por su parte, Circasia (1884), se configuró con

gentes venidas de Salento, Filandia, Pereira y el sur de Antioquia. Entre 1903 y 1920

fueron presentadas 639 solicitudes de solares a la junta Agraria y Pobladora; se

concedieron el 92% y entre sus pobladores había gentes de Armenia, Calarcá, Pereira,

Manizales, Santa, Rosa de Cabal y Aldea de María. Entre 1902 y 1928 la población pasó

de 2.000 habitantes a 10.644 (Gutiérrez,s.f.).

2. Al occidente, la región plana comprendía las tierras de los valles del río La Vieja y el

curso medio del río Quindío donde la tierra estuvo más concentrada y fue utilizada para la

ganadería principalmente, y para el cacao, tabaco y caña de azúcar, con peones y

vínculos con Pereira y Manizales.

Aquí se fundaron Armenia (1889), Montenegro (1890), Tebaida (1916) y Quimbaya

(1914), y de allí saldría la élite regional Quindiana (Cadena y Pérez, 1989; Valencia Z,

1955; Sepúlveda, 1986).

Las poblaciones de Quimbaya en 1912 y La Tebaida en 1916, tuvieron su origen en la

necesidad de concentrar mano de obra necesaria en las haciendas caÍeteras, cañeras y

ganaderas, fuese individualmente, tal como los Arango Cano fundaron La Tebaida, o por

medio de una sociedad anónima de hacendados, como es el caso de Quimbaya, la cual

inicialmente se llamó Alejandría (Echeverry, 1970). Con respecto a La Tebaida sabemos

que don Luis Arango Cano adquirió los terrenos donde se encuentra hoy este municipio y

en ellos estableció sus mejoras de café. Allí tenía 60 familias agregadas para ayudar al

movimiento de la empresa. Un día resolvió en unión con don Pedro, su hermano, fundar

una ciudad y el día 14 de Agosto de 1916, la iniciaron. Lo primero que hicieron fue medir

el terreno con calles y carreras de 10 metros de ancho, y la plaza de 80; don Luis abrió en

venta los solares y del 14 al 20 del mismo mes vendió de su finca 30 solares, los que

medían 20 varas por 40. Los solares fueron vendidos al precio de $20 cada uno. Así el 16

de Septiembre del mismo año de su fundación se celebró el primer mercado en su plaza,

en el cual se pagaron derechos como si fuera una fonda (Cadena, 1988; Arango, 1924;

Cifuentes, 1993).

Por su parte Quimbaya fue el fruto del establecimiento de una sociedad anónima que

reunió un número suficiente de personas para comprar un lote de terreno en el paraje de

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La Soledad, jurisdicción de Filandia, el cual llevó inicialmente el nombre de Alejandría.

Convinieron someterse al reglamento 50 accionistas; no se admitían niños ni mujeres

como accionistas, sino hombres que fueran mayores de 18 años, de buenas costumbres,

honrados y amigos del trabajo (Cadena, 1988; Galvis, 1982; Alzate, 1985).

La colonización de doble vía, del Cauca hacia el norte y de Antíoquia hacia el sur

continuó, a tal punto que se hizo necesario abrir nuevos territorios, distribuir y comprar

bdíos,copar terrenos por colonos pobres y afectar las viejas jurisdicciones. Así, de la Villa

de Nueva Salento surgirán Filandia, Circasia, Calarcá, Armenia y Montenegro. Los

colonos tuvieron un especial atractivo por estas tierras por el alto número de baldíos

existentes, las guacas, minas de oro, lugares de refugio, riquezas en maderas y caucho,

levante de cerdos y suelos fértiles, que ya no mostraban una ondulación tan fuerte como

los situados entre el Arma y el Chinchiná.

Las concentraciones de propiedades de la región plana Quindiana fueron principalmente

las haciendas de Maravélez, Nápoles y San José, abiertas por Juan María y Valeriano

Marulanda; la de Orinoco en Montenegro; Britania con cerca de 5.000 has. en Quimbaya;

una de Luis Arango Cardona con 841 has. en La Tebaida; Manuel María Grisales poseía

una de 5000 has; Alejandro Suárez, una de 662 has. en el Diamante; el mismo Alejandro

y Jesús María Suárez tuvieron mas de 2.000 has. en la Zainera, el Porvenir y la Unión;

Gabriel Arango tuvo haciendas con 5.000 has. en Buenos Aires y Ceilán. Al tiempo que

propietarios de haciendas, estas personas eran guaqueros, comerciantes, prestamistas e

inversionistas de finca raíz, y más tarde conformarían la élite regional (Cadena, 1988;

Christie, 1986; Sánchez, 1982).

3. Al oriente, la región montañosa desde Calarcá, hasta Pijao y Génova, fue colonizada

por migrantes pobres a quienes correspondió el pleito con la sociedad Anónima Burila

durante 45 años, en el cual los colonos, cuyo eje fue Calarcá, utilizaron diferentes formas

de lucha para adquirir la titulación de las tierras que ocuparon: la vía jurídica, la fundación

de poblados, los enfrentamientos directos y aún los conflictos regionales, pues Calarcá

recibió del departamento del Cauca en 1907, más de 70.000 has. de tierra en zona del

litigio con la Burila, buscando ponerla de su lado ante la inminente división territorial

impulsada por el presidente Reyes. Estas luchas se libraron en medio de la mirada

indiferente de los habitantes de la zona plana hasta 1926, cuando amenazada -la

estabilidad de la región, Consejo y terratenientes armeínos pidieron al ministro de

Industria y Gobierno, resolver la petición de los colonos de “El Quindío” contra la Empresa

Burila “por los intereses nacionales, por el Quindío y por nuestros propios intereses”. Con

una situación en paz, las élites quindianas podrían convertir a Armenia en el eje de las

rutas que unían a Bogotá y Medellín con el pacífico por Buenaventura (Cadena, 1988;

1989) y valorizarían sus tierras (Ortiz, 1984).

Las fundaciones de esta zona fueron entonces Calarcá (1886), Pijao (1905), Córdoba

(1912), Barcelona (1914) y Génova (1903).

Veamos entonces el peso de la Empresa Burla en la configuración de la zona montañosa.

El caso de la empresa Burila es decisivo para comprender el poblamiento del país

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Qumdiano en la vertiente occidental de la cordillera central. Se trata del antiguo latifundio

de la Paila vinculado a fundaciones piadosas por su dueño, Juan Jacinto Palomino. En su

testamento encargó para la administración de su bienes a su amigo Juan de Caicedo

Salazar. En 1721 la hacienda poseía 17.000 reses, 1.400 yeguas, casas, esclavos y una

salina poco explotada en la parte alta de la montaña, llamada Burila, nombre de una

antigua tribu indígena. Despúés de que por ley de la república en 1824 se permitió vender

los bienes de obras pías, de que en los 40’s se fundaron cinco capellanías sobre la

hacienda y se redimieron en el tesoro nacional las “Santas Hipotecas”, al llegar las

reformas liberales, los Caicedo pasaron a ser propietarios de tales terrenos cuando la

guerras civiles y su mal manejo la arruinaron. Por los años 70, colonos antioqueños en

terrenos que creían baldíos comenzaron desmontes en la parte alta de la montaña, ante

lo cual dos hermanos de apellido Caicedo reaccionaron formando una sociedad agrícola

que fracasó rápidamente. Más tarde, en 1884 el Dr. Lisandro Caicedo Delgado presentó

una demanda de deslinde sobre la hacienda y los terrenos de Burila para disputar la

propiedad sobre los terrenos a los colonos ocupantes (Jaramillo, 1997).

Así, fines de 1884 los Caicedos aportaron 200.000 fanegadas a una compañía que se

denominó la Sociedad Anónima de Burila (empresa de fomento, colonización y

explotación de Burla), creada en Manizales para mercadear tierras. En ella se produjo un

combinado paisa y caucano (Jaramillo, 1997) que si bien produjo dividendos, finalmente

debió ceder gran parte de las tierras a los colonos y a las colonias fundadas, en su

mayoría, por ellos (Palacios, 1979; Valencia, 1994a).

En la Sociedad participaron autoridades políticas, comerciantes, banqueros y hacendados

de Cali, Popayán, Buga, Palmira y Manizales (Cadena, 1988). Estos últimos fueron claves

en su dirección ya que conocieron por experiencia propia lo ocurrido al norte con la

González Salazar y Cía. Y aún más, habían sido perseguidos por ésta. Sus objetivos eran

la explotación de minas, salinas y carboneras, y el fomento de la colonización mediante la

fundación de pueblos para valorizar la tierra. Sin embargo lo que se percibe es una lucha

entre colonos espontáneos interesados en fundar pueblos yuna Sociedad compitiendo

con ellos y defendiendo su propiedad con títulos. En 1903 Génova fue fundada por

colonos espontáneos, en cambio Caicedonia (en recuerdo de los Caicedos) fue planeada

por la Sociedad en un sitio donde se cruzaban tres caminos (del Tolima por Anaime; del

Valle del Cauca por la Paila; de Antioquia por Circasia) para valorizar terrenos. Los

colonos debían comprar la tierra, aceptar los planos para el poblado y reservar lotes para

la empresa. Desde el deslinde de tierras de 1884, los colonos asentados entraron en

pánico, máxime cuando los, límites de la Sociedad llegaron hasta la cordillera de los

Andes comprendiendo allí la sierra de los Pijaos (límite oriental), despojando al gobierno

de terrenos de la nación y presionando así a numerosos colonos (Valencia, 1994a).

Son notorias las reclamaciones jurídicas desde 1886 después de los deslindes hechos en

1884. Los colonos alegaban que tales terrenos, desde 1871, se reputaban como baldíos,

por tanto no eran de propiedad de la nación y que por ocupados, poseídos de buena fe y

cultivados y explotados, se adquiría la propiedad sobre ellos. Por tanto, según los

colonos, la Burla perturbaba la pacífica y antigua posesión de los cultivadores de los

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baldíos, se apropiaba de parte de los de la nación y peijudicaba la industria pecuaria,

agrícola y la explotación de salinas por la expectativa e inseguridad. en que colocaba a

los colonos. Ante tales perturbaciones, los colonos pidieron que se ampararan los

derechos de la nación y los de los cultivadores. Sin embargo, la Burila amparada en el

fallo de juzgados alegó que los campesinos invadieron terrenos suyos y no baldíos de la

nación, y que además no existían pruebas para demQstrar perturbaciones en la posesión

ni despojo contra cultivadores de terrenos baldíos. La Corte Suprema aprobó el deslinde

de terrenos de 1884, reconociendo los derechos de la Burila y los de la nación. Con ello,

la compañía inició una campaña de venta de títulos de propiedad a los colonos, lo que

inauguró un largo período de enfrentamientos y conflictos hasta 1930: de nuevo se

impuso la lucha del hacha contra el papel sellado, como lo señaló Alejandro López. La

compañía utilizó todo tipo de mecanismos de presión y violencia con mandos medios,

leguleyos y funcionarios (agrimensores, abogados, policías) para exigir la compra de

terrenos por los colonos o su salida de las parcelas. Por su parte los colonos utilizaron

medios jurídicos (abogados), memoriales al Ministro de Obras Públicas, protestas

públicas y asonadas. El Gobierno Nacional sin embargo, mantuvo su punto de vista, es

decir, el “respeto por los derechos de los terrenos”, lo que producía intranquilidad,

malestar y pánico entre los colonos. Además en 1912 el Ministro de Obras ordenó a los

gobernadores de Caldas y del Valle del Cauca asegurar los derechos de la Compañía, por

la fuerza si fuere necesario. No obstante estas medidas, la fundación de pueblos por

colonos siguió avanzando; se erigieron Génova (1903), Córdoba (1912), Pijao (1905),

Barcelona (1914), Quimbaya (1912), La Tebaida (1916) y Sevilla (1903). Esta última fue

fundada por Heraclio Uribe Uribe un viejo radical que resistió ante la Burila. Más tarde en

honor a los Caicedos se fundó Cuba Viejo (1903-1906) la que tomaría el nombre de

Calcedonia (Valencia, 1994a; Jaramillo, 1997; Cadena, 1988; Tovar, 1995).

Más tarde en 1917 y 1920 se produjeron leyes agrarias favorables a los colonos, quienes

debían establecerse en los baldíos para hacerlos producir. A pesar de la legislación, los

agentes de la compañía no renunciaron al acoso, la fuerza y expulsión de colonos que no

pagaran su parcela. El abogado de los colonos, Catarino Cardona, interpretando el

espíritu de la ley, pidió al Presidente de la República y al Ministro de Obras, la derogatoria

de la resolución que reconocía a la Burila como dueña única de los terrenos ocupados por

los colonos en el Quindío y parte del norte del Valle del Cauca. Hubo también memoriales

en igual sentido de los Consejos de algunos municipios.

En 1927 dado el problema social existente en la región de mayor producción cafetera, y

ante el afán de estabilizarla, el Consejo de Ministros determiné que los colonos y los

propietarios de Burila podían solicitar, de acuerdo al Código Fiscal, las adjudicaciones de

Baldíos “a que crean tener derecho”. Luego en 1930 por decreto presidencial, tales litigios

serían resueltos por una corte judicial que estudiaría caso por caso y no por ministerio

alguno. Con ello se abrió paso una solución favorable para los colonos. Empero, las

transacciones de la compañía cayeron, al punto que ésta abandonó la defensa de “sus

derechos”, con lo que se pasó en 1929 a la titulación definitiva de las tierras ocupadas por

los colonos, desde las tres últimas décadas del siglo XIX (Valencia, 1994a).

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En síntesis y para concluir, el patrón colonizador y poblador partiendo del eje Boquía-

Salento se estableció primero a lo largo del camino del Quindío, a la una y otra vera

desde la cordillera hasta la Balsa, después se extendió al noroccidente de Salento y al sur

de Filandia, extendiéndose rápidamente entre la banda derecha del río Quindío y el río la

Vieja, y entre la banda izquierda del río Quindío y la cordillera central hasta el páramo de

Barragán, en territorios disputados por los colonos a la Burila (Grisales, 1990).

Así, Filandia se constituyó en el segundo distrito del país quindiario en 1894 después de

Salento; luego en la zona meridional y en el sur de la región se erigieron como tercero y

cuarto distritos, Armenia y Calarcá. Este país configurado por Salento, Filandia, Circasia,

Calarcá, Armenia y Montenegro entre 1865 y 1890, pasó de tener 13 mil habitantes en

1892 a 60.717 en 1912, cuando ya se incrementó con nuevos poblados. Así mismo,

Armenia se convirtió en el centro dominante del país quindiano, cuando el comercio

empezaba a cimentarse en el café, cuando las vías de penetración carreteables y

ferroviarias ponían en comunicación este país con el resto de la nación y cuando ya el

camino del

Quindío había cumplido su cometido y entregaba como fruto al siglo XX un nuevo país y

una nueva ciudad, Armenia, centro del mismo.

En 1908 la región quindiana es anexada a Caldas. Muy pronto se abrió la carretera

Calarcá-Sevilla para unir a Cali, y se hizo la. explanación de la carretera Pereira-Armenia.

En 1914 con la apertura del canal de Panamá se celebró la construcción del ferrocarril del

Pacífico. El trazado inicial del tramo de vía férrea llegaba a Calarcá para continuar a

Ibagué, pero por los conflictos con Burila, y algún reparo moral por parte de los

Calarqueños se debió su construcción a Armenia, llegando el primer tren a ésta en 1927.

El hecho mencionado convirtió a Armenia en el punto principal del comercio del café yen

dinamizador del progreso de la ciudad. Para 1929 se concluyó el ramal férreo Armenia-

Nacederos, que conectó la ciudad al ferrocarril de Caldas quedando en el centro de las

vías Bogotá, Medellín y Cali. Por lo dicho, Armenia se colocó a la cabeza de los

municipios quindianos y se convirtió en el eje fundamental de la región. Así, al estar

situada en el eje de las vías nacionales, vinculada con relativa autonomía a Pereira y

Manizales, sin pleitos que atender y con una clase económica dirigente solvente, Armenia

jalonó el nuevo proceso de creación departamental en 1966.

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