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CABALLOS DE PLATA Por MARÍA TERESA ARTZAGA Santa María de Lezama (Vizcaya) Lema: Bastían Baltasar Bux INTERVIENEN POR ORDEN DE APARICIÓN: DOÑA OLALLA: Esposa de Don Pello y madre de Iñigo; noble dama, algo melancólica. KALEN: Nodriza de Iñigo. IÑIGO: Muchacho de unos quince años, hijo del noble señor vasco don Pello. - 1 -

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Page 1: Caballos de plata - Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

CABALLOS DE PLATA

Por MARÍA TERESA ARTZAGA

Santa María de Lezama (Vizcaya)

Lema: Bastían Baltasar Bux

INTERVIENEN POR ORDEN DE APARICIÓN:

DOÑA OLALLA: Esposa de Don Pello y madre de Iñigo; noble dama, algo melancólica.

KALEN: Nodriza de Iñigo.

IÑIGO: Muchacho de unos quince años, hijo del noble señor vasco don Pello.

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MATXIN Antiguo escudero de Don Pello, ahora dedicado a convertir a Iñigo en guerrero hecho y derecho.

DOCTOR MERLYN: Extraño personaje llegado del futuro,

DON PELLO: Señor, guerrero de aspecto bastante feroz; viste coraza de pieles; cabello y barba, selváticos.

HAMED: Joven príncipe musulmán, miembro de las huestes que desde Al-Andalus van invadiendo la Península. Algunos guerreros del séquito de Don Pello.

(El decorado, único para los dos actos, representa el interior de una casa-torre- vasca, hace exactamente mil años: muebles rústicos y severos, objetos de barro y cobre; algunas armas, colgadas en los muros de piedra, dan fe del carácter guerrero del señor de la morada. En el centro, un hogar ilumina ¡a escena con su resplandor rojizo.

Al iniciarse la acción, Doña Olalla y ¡Calen, sentadas cerca de la lumibre, se ocupan en labores de hilado o tejido, que, de cuando en cuando, interrumpe un bostezo. La actitud de ambas denota profundo aburrimiento.

Se abre un pesado portón, a través del cual pueden atisbarse ¡os espesos bosques que rodean la casa-torre, y aparecen Iñigo y Matxin; éste muy enojado).

MATXIN:

IÑIGO:

MATXIN:

IÑIGO:

MATXIN:

IÑIGO:

(Arrojando con furia el arco y ¡as ñechas que traía en la mano). ¡Mentira ya párese! ¡Que a tus años no seas capaz de matar un triste jabalí tan siquiera!...

¿Y qué culpa tienen los pobres jabalíes de que tú quieras enseñarme a disparar?

¡Qué vergüensa... qué vergüensa! ¿Cómo le voy a contar a tu padre, cuando vuelva, la calamidá de hijo que tiene?

Mira, Matxin: Mientras mi padre, Don Pello, señor de esta torre y las tierras que la rodean, tenga enfrente a su querido enemigo el moro Almanzor, seguramente estará demasiado ocupado con sus batallitas para acordarse siquiera de que tiene un hijo.

(En el colmo del enfado). ¡Deslenguau... criatura del demonio! ¡Pero qué joventú ésta, Señor... qué joventú! ¡Ni respeto, ni vergüensa siquiera tiene! ¡Yo no sé dónde vamos a ir a parar!.

Querido y viejo Matxin, ya sé que desde la primera

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juventud de mi padre fuiste su escudero, que sólo los achaques de la edad han podido alejarte de su lado en las batallas para resignarte a ser mi instructor en las artes guerreras; conozco la lealtad a toda prueba que profesas a tu señor; pero no me negarás que un hombre a quien su familia sólo ve cuando, molido en el combate necesita tomarse un breve respiro, puede ser magnífico jefe guerrero, quizá; pero, como padre, deja bastante que desear. Desde que mi memoria alcanza, le he visto aparecer por aquí dos docenas de veces; devorar como un león, dormir dos días seguidos, contarme su batallita, y emprender de inmediato los preparativos para la siguien­te... Eso sí; cada una de esas ocasiones, he tenido la impresión de que, al mirarme, sólo estaba comprobando si yo daba ya la talla de un guerrero. ¿No crees que me gustaría un padre menos aguerrido, y más pendiente de su familia?

MATXIN: (Dudando). Hombre, pues.., Algo, algo de razón, no diré que no tengas; pero...

IÑIGO: Mira a mi madre, encerrada desde el día de su boda entre estos sombríos muros, como es natural en una dama honesta. Pregúntale sí le gusta pasarse la vida hilando y tejiendo para engañar el aburrimiento.

MATXIN: Yo, la verdá, mucho no entiendo,..

KALEN: ¡Qué vas a entender tú, "sinsorgo"! ¡Lo único que sabes es llevarte por ahí al chiquillo, con lo que está lloviendo, pa que coja un catarro!. (Levantándose se acerca a Iñigo, y con un lienzo o toalla le seca cabeza y hombros). ¿Ves qué te digo? ¡Hecho una sopa está el pobre!. Ven, hijo, ven; siéntate aquí, cerquita del fuego, con tu madre y conmigo. Te contaré alguna de esas historias que tanto te gustan... La de la lamia Lore, que cerca de la fuente peina día tras día sus cabellos rubios, y, si algún caminante la ve, hechizado por su belleza sobrenatural olvida su nombre y su pueblo, no deseando ya otra cosa sino seguirla al misterioso palacio subterráneo donde ella habita. Recuerda siempre, Iñigo, mis consejos, y, cuando pases cerca de algún manantial, no dejes de repetir el conjuro que yo te enseñé, por si acaso alguna lamia estuviese al acecho.

IÑIGO: (Impaciente).jYdL lo sé, nodriza! ¡Mil veces te he oído ese mismo cuento!.

KALEN: Pues te hablaré, si quieres, del rey Carlomagno, cuyos bravos caballeros murieron de triste manera entre las rocas de Roncesvalles... Así verás como les luce el pelo a los guerreros, por muy valientes que sean.

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IÑIGO: (Pensativo). Muchas noches me has robado el sueño, contándome las desventuras del valeroso Roldan...

KALEN: También sé otras historias, no menos interesantes: como la del moro Mohamed, que, allá por tierras de Asturias, se enamoró de una bella cristiana, para conquistar cuyo corazón partió hacia Córdoba, dispuesto a retar nada menos que al mismísimo y terrible moro Almanzor...

MATXIN: (Dando muestras de viva impaciencia). ¿Alguna vez ya callarás, "sinsustansia"? ¡No sé cómo mi señora Doña Olalla puede aguantarte todo el día, si a mí, sólo en este rato, ya me has dau dolor de cabesa!. (La dama sonríe, algo distraída, pero no interviene).

MATXIN: ¡Y tú, Iñigo, en vez de permitir que esta vieja chocha te arrope por las noches entre sabanitas perfumadas, mientras te llena de cuentos y "sinsorgadas" la cabesa, mejor harías en dormir con los caballos!.

KALEN: (A Matxin, amenazándole).¿Con los caballos? ¡Con el cerdo sí que vas a dormir tú, "ganorabako"! ¡A escobazos te voy a echar ahora mismo!.

DOÑA OLALLA: (Conciliadora). Kalen, Matxin... Más que servidores, sois los únicos amigos con que mi hijo y yo contamos, durante las largas ausencias de mi esposo. No riñáis, os lo ruego. Sé que tú, Kalen, hablas llena de cariño que como nodriza siempre has tenido a Iñigo, mi hijo. Y tú, Maxtin, tienes razón: en este tiempo nuestro, cercano ya al milenio de la Era Cristiana, un joven noble debe forzosamente ser guerrero,

MATXIN: ¡Así es, mi señora Doña Olalla!.

KALEN: ¡Pero, mi señora! ¿Y si a él no le gusta luchar?

DOÑA OLALLA: Comprenderás que a mí tampoco me agrada ese futuro para mi hijo. En un tiempo, pensé que acaso podría hacerse clérigo, y, cuando cierto fraile que peregrinaba a Compostela se detuvo en nuestra torre, le pedí que se quedara con nosotros y enseñase latín a Iñigo. Pero mi señor esposo, apareciendo de improviso a los pocos días, puso en fuga al aterrorizado fraile, y arrojó al fuego el único libro que en la torre había,

MATXIN: (Riendo). ¡Ya me acuerdo, ya! ¡Menudas risas hisimos!.

DOÑA OLALLA: Así, pues, me he resignado: ¿Cómo podría yo cambiar el destino?

Se oyen unos golpes.

KELEN: (Con cierta alarma). ¿Quién llamará a estas horas?

MATXIN: ¡A lo mejor es mi señor Don Pello!.

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DONA OLALLA:

MATXIN:

KALEN:

DOCTOR MERLYN:

DR. MERLYN:

DR. MERLYN:

IÑIGO:

DR. MERLYN:

IÑIGO:

DR. MERLYN:

IÑIGO:

DR. MERLYN:

IÑIGO:

DR. MERLYN:

No creo: él siempre se anuncia haciendo sonar su trompa guerrera; además, hubiésemos oído el galope de los caballos... Será, seguramente, algún peregrino. Abre, Kalen.

(Aparte). ¿Peregrino? ¡A latines me huele eso! ¡Mejor será que vaya preparando una buena vara de avellano, por si hay que espantar a éste también!.

(Kalen, entre tanto, abre la puerta)

(Gritando horrorizada). ¡Un brujo, un brujo!.

(Montado todavía en su bicicleta, y sosteniendo un paraguas abierto, aparece en el umbral el Doctor Merlyn, personaje de canosa cabellera y aire de sabio despistado; viste a usanza actual, es decir, pantalones, chaqueta y corbata. Bajándose de la bicicleta, cierra el paraguas, mientras todos, paralizados por la sorpresa, le observan).

¡Caramba, vaya tiempecito! ¿eh?

(Entra. Se agacha para mirar detenidamente la bicicleta)

¡Qué barbaridad! ¿Habéis visto alguna vez una bicicleta más sucia? La catalina... el piñón... ¡todo perdido de barro!.

(Se acerca Iñigo, y, tímidamente, le tiende el lienzo con que antes Kalen le ha secado a él).

(Mientras se seca). Gracias, muchacho. A pesar del paraguas, me he empapado. Se ve que el clima de este país no cambia: llueve tanto ahora como dentro de mil años.

(Con recelo). ¿Sois, pues, un mago capaz de predecir el futuro? ¡Qué disparate! ¡Soy John Merlyn, Doctor en Física Nuclear por la Universidad de Princeton, Estados Unidos de América!.

¿Y eso está muy lejos?

Bastante: unos mil años hacia el futuro.

Entonces, ¿cómo habéis llegado hasta aquí?

Te diré francamente que no sé: yo me dirigía a la corte del Rey Arturo, unos quinientos años antes de este tiempo vuestro. Algún error en mis cálculos ha debido detenerme aquí.

(Cada vez menos receloso): Me refería, señor, a cómo podéis viajar a través del tiempo, y cruzar los siglos como quien salta un arroyo.

(Con aire modesto). Bueno... Una vez entendido el

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IÑIGO:

DR. MERLYN:

IÑIGO:

DR. MERLYN:

IÑIGO:

DR. MERLYN:

IÑIGO:

DR. MERLYN:

IÑIGO:

DR. MERLYN:

IÑIGO:

DR. MERLYN:

IÑIGO:

DR. MERLYN:

IÑIGO:

DOÑA OLALLA:

DR. MERLYN:

DOÑA OLALLA:

principio, es bastante sencillo: ¿acaso tiempo y distancia no son meros accidentes de la materia?

Si vos lo decís...

Entonces, si podemos desplazarnos en el espacio, ¿por qué habría de ser imposible ir y venir a través del tiempo? Partiendo de este simple razonamiento, descubrí un elemento transuránico, altamente radiactivo, al que di el nombre de merlynita.

(Con aire enterado). ¡Ah!

Este elemento provoca la difusión inelástica hiperbólica de los átomos sometidos a su foco de acción...

Claro, claro.,.

(Sorprendido). ¡Caramba!. Al parecer, esta época tuya no está tan atrasada como yo creía. ¿De veras comprendes mis explicaciones?

No, señor, ni palabra. Pero mi nodriza Kalen me ha recomendado siempre no discutir ni llevar la contraria a ningún mago, brujo, hechicero o cosa parecida.

¡Qué barbaridad!. En fin, como os decía, he viajado sin tropiezo a distintos puntos del pasado y del futuro. Mi merlynita respondía a la perfección, hasta hoy. Franca­mente, esta desviación parabólica de mi trayectoria en el espacio-tiempo me preocupa bastante. Tendré que dedi­carme a rehacer mis cálculos, y, para ello, necesito tranquilidad. ¿Podríais indicarme algún buen hotel, cerca de aquí?

Supongo que os referís a alguna posada.

Si así lo llamáis...

A unas siete leguas, bosque adentro, está el albergue donde los buenos frailes acogen a los peregrinos de Santiago.

No creo que eso me sirva... ¿Qué más?

Pues... nada.

¿Cómo que nada? ¿Y dónde se hospeda la gente cuando viaja?

Los caballeros, en casa de otro caballero. Los guerreros, en sus campamentos. Y la gente de a pie... donde puede.

Señor caminante, permitidme que en ausencia de mi esposo os ofrezca la hospitalidad de nuestra torre.

Gracias, señora; no quisiera abusar...

Os lo ruego, quedaos. Decís ser un sabio, y, si no es

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mucha vuestra prisa, tal vez pudierais deteneros aquí una temporada, reparar con calma vuestro vehículo, y, de paso, ocuparos un poco de la instrucción de mi hijo. ¡Me gustaría tanto que llegase a dominar el latín!.

DR. MERLYN: Siendo así, acepto agradecido, señora. Estudiaré esta época, y pagaré vuestra gentil hospitalidad haciendo que este muchacho domine pronto la hermosa lengua de Virgilio.

MATXIN: (AparteJ.¿Qué desía yo? ¡Latines habemus! ¡Ahora mismo voy a cortar una vara de avellano.., o, mejor, dos, por si mi señor me deja ayudarle!.(Sale)

(Dejando en un rincón bicicleta y paraguas, el Doctor se acomoda cerca del fuego, junto a Doña Olalla e Iñigo, Kalen permanece respetuosamente de pie).

IÑIGO:

DR. MERLYN:

IÑIGO:

KALEN:

DR. MERLYN:

IÑIGO:

DONA OLALLA:

KALEN:

Me gustaría mucho, señor sabio, que nos hablaseis de algunas de las muchas maravillas que vuestro tiempo debe ofrecer. Al menos, eso nos permitiría descansar de los cuentos de Kalen...

Habrá ocasión para ello, muchacho, Antes, puesto que voy a encargarme de tu educación, me gustaría ver si ésta es la que corresponde a tu edad. ¿Sabes, por ejemplo, extraer una raíz cuadrada?

(Asombrado). No conozco ninguna planta que tenga raíces cuadradas, señor.

¡En eso tiene razón el chico! Si queréis salir a la huerta, ya os arrancaré unas cuantas berzas, nabos y coliflores, y veréis que ni uno tiene la raíz cuadrada!. Eso será, a lo mejor, cosa de vuestro tiempo... a menos que se trate de magia.

Vaya... Al parecer, tendré que prepararte un programa de estudios bastante apretado. Veamos: ¿dónde está la biblioteca?

Nunca he oído mencionar siquiera ese país, señor. Será alguno de los que hay más allá del mar, donde, los hombres tienen una sola pierna y cabeza de perro. O puede ser la tierra del Preste Juan, de quien se dice que en su palacio de oro y piedras preciosas tiene doscientas esclavas, dedicadas sólo a abanicarle.

(Mientras el Doctor hace gestos de asombro, llega, del exterior, el sonido de un cuerno de caza o trompa guerrera, así como galopar de varios caballos).

(Poniéndose en pie). ¡Llega Don Pello, mi esposo!.

¡Mi señor Don Pello!.

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(Corre hacia la puerta, pero, antes de llegar a ella, se abre, desde fuera, con violencia, y armado de pies a cabeza hace su entrada el señor de la torre. Un grupo de desastrados guerreros le sigue. Matón dando muestras de intensa alegría, aparece también).

DON PELLO: (Con voz tonante). ¡Esposa, hijo mío, a mis brazos!. (Los abraza con fuerza). ¡Y tú, mi vieja Kalen! ¡Por las barbas de Almanzor, no sabéis que ganas tenía de estar otra vez en casa!.

(Matxin le desciñe la espada. Don Pello se sienta. Al fondo, Kalen acomoda a los guerreros acompañantes).

DON PELLO: ¡Iñigo, amadísimo hijo, acércate, que te vea bien!. (El muchacho obedece). ¡Pero si estás hecho todo un hombre... sí, señor, un perfecto guerrero! ¡Buen trabajo, Matxin!.

MATXIN: Yo, lo que he podido, he hecho. Aunque algunos ya andan por ahí, enredando. (Señala con un gesto, al Dr. Merlyn, que se había mantenido algo apartado). .

DON PELLO: ¡Por las barbas de Almanzor! ¿Qué especie de bicho es ése?

DOÑA OLALLA: Es sólo un viajero perdido en el bosque, esposo. Com­prenderás que no podíamos dejarlo a merced de los lobos.

DON PELLO: (Riendo a carcajadas). ¿Lobos? ¡Seguro estoy de que todos ellos echarían a correr, espantados, ante presencia tan estrafalaria!. Decidme, señor caminante: ¿Por ventura sois fraile de alguna orden que ha hecho el voto de vestir de adefesio como castigo a sus pecados?

IÑIGO: (Evitando que el Doctor conteste). Padre: ¿habéis logrado, por fin, que los sarracenos retrocedan?

DON PELLO: (Mientras se sirve y come las abundantes vituallas que su esposa va presentándole). ¡Eso es algo muy difícil de responder, hijo mío! A veces, cabalgas dias y días sin tropezar con un solo turbante, mientras que, otras, te das de narices con ellos aquí mismo, en nuestros propios montes vascos. Ese condenado Almanzor, listo como un zorro y valiente como un oso resulta un adversario en verdad formidable... ¡Digno de ver va a ser el día en que, por fin, me encuentre con él cara a cara!. (Hace una pausa para beber).

DR. MERLYN; (Mientras toma apuntes en una libreta). Por favor, señor: ¿querríais describirme con detalle el armamento de vuestros contrincantes? Los historiadores de mi época os quedarán agradecidos.

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DON PELLO:

DR. MERLYN:

DON PELLO:

DR. MERLYN:

MATXIN:

DR. MERLYN:

MATXIN:

DON PELLO:

MATXIN:

DON PELLO:

DOÑA OLALLA

DON PELLO:

DOÑA OLALLA:

DON PELLO:

MATXIN:

KALEN:

DON PELLO:

(Poniéndose en pie de un salto). ¡Por las mismísimas barbas del abuelo de Almanzor! ¿Puede saberse qué hacéis, escribiendo en una casa honrada?

Veréis, señor: tengo entendido que el Califato de Córdoba es, por ahora, el mayor centro cultural del mundo, y...

(Furioso). ¡Espía sarraceno!.

Os equivocáis, señor mío: soy Doctor en Física Nuclear, y simplemente aficionado a la Historia.

(Dirigiéndose a Don Pello). Y, de paso, un sinvergüensa, y un liante.

(Ofendido). ¿Puede saberse por qué me insultáis?

(Siempre dirigiéndose a su señor). ¡Pues porque está dispuesto a llenarle la cabesa de latines al chico!.

(En el colmo de la ira). ¡¿Latines, a mi hijo?!.

Y si los cachivaches con que ha aparesido (señala bicicleta y paraguas) no son cosa de magia, es que yo uso turbante.

(En el mismo tono colérico). ¿Magia... magia, en mi casa? ¿Y latines? ¡Pronto, Matxin, mi espada!.

(Interponiéndose). ¡Detente, esposo, que es nuestro hués­ped!.

Centellas, es verdad: no puedo hacer caer eterno baldón sobre mi estirpe, acuchillando a un huésped bajo mi propio techo.

Ni puedes tampoco echarle, pues eso también mancharía tu hospitalidad...

Así es, por desgracia. (Se sienta, bebe largamente, y parece reflexionar). En cambio, sí puedo salvar a mi hijo de tan nefasta influencia: mañana, al amanecer, saldré nuevamenmte en expedición guerrera. Iñigo me acom­pañará, y tú también, Matxin.

(Alborozado). ¡Así se hase!

(Haciendo pucheros). ¿Pero vais a llevaros al niño?

¡No es ya ningún niño, por mil turbantes sarracenos! ¡Hora es de que muestre en el campo de batalla la fuerza de su brazo!... Hijo, prepárate. No pensaba volver tan pronto al combate, pero en vista de las... circunstancias (lanza al Doctor una mirada asesina), nos pondremos en marcha tan pronto amanezca. Con eso, mis fieles guerreros tendrán suficiente para reponer fuerzas. ¿No es cierto, amigos míos, que preferís la emoción de la lucha ál descanso y la molicie?

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(No responden los guerreros, pero es evidente su desgana cuando, uno a uno, van levantándose y saliendo).

DON PELLO: (Ai Doctor). En cuanto a vos, señor huésped enredador, tened buen cuidado de no tropezar conmigo donde no os proteja la sagrada ley de la hospitalidad,

DR. MERLYN (Con ofendida frialdad). Podéis estar tranquilo, señor: yo también seguiré mi camino tan pronto pueda, Nada se me ha perdido en esta bárbara época vuestra.

DON PELLO: Hijo mío, dispon tus armas, y retírate en seguida a descansar, como yo voy á hacer ahora mismo: la jornada de mañana será dura,

IÑIGO: Sí, padre.

(Sale Don Pello).

(Doña Olalla y Kalen, acercándose a Iñigo, le abrazan, llorando).

DR. MERLYN: Lo siento, muchacho; al parecer, no voy a tener oportunidad de contarte las maravillas de mi tiempo, como tú querías, ni de dar a tu instrucción el repaso que necesita,

IÑIGO: ¿No volveremos a vernos, señor mago?

DR. MERLYN: Quizá sí: No me fío mucho de esa dichosa merlynita, después de la jugarreta que me ha gastado enviándome aquí sin yo quererlo; por si, a partir de ahora, repite la gracia, voy a confiarte este aparato,

(De uno de sus abultados bolsillos, saca un objeto pequeño y misterioso, que entrega a Iñigo, quien lo recibe con evidente temor)..

IÑIGO: ¿Qué es esto?

DR. MERLYN: Oh, se trata de un simple activador catalítico núcleo-helicoidal, para controlar la acción de la merlynita.

IÑIGO: ¿Queréis decir... algo así como un cofre mágico?

DR. MERLYN: (Riendo). Llámalo como quieras. Oprimiendo este botón, harás que yo regrese desde donde me encuentre. Es sólo una precaución, por sí cayese en algún punto poco grato de la historia. Cuando vuelvas de tu expedición guerrera, ¿querrás hacerlo?

IÑIGO: Sí, señor. Aunque espero que el hada Merlynita, vuestra amiga, os sirva en lo sucesivo dócilmente.

DR. MERLYN: Agradezco tu buen deseo. Y, ahora, dejaré que hagas tus preparativos... Adiós, muchacho; hasta la vista,

DOÑA OLALLA: Kalen, conduce a nuestro huésped a un aposento donde pueda descansar.

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DONA OLALLA:

IÑIGO:

(Tras inclinarse ceremoniosamente ante Doña Olalla, sale el Doctor, seguido por Kalen, que todavía suspira com­pungida).

(Abrazando nuevamente a Iñigo). Hijo mío, creo haber hecho cuanto podía para evitar este momento tan doloroso; pero, ya que debemos afrontarlo, recuerda lo que tantas veces te he repetido: el valor es importante; la piedad lo es más. Cuando te enfrentes a tu enemigo, piensa que yo anhelo verte volver sano y salvo; pero no olvides que también su madre desea lo mismo.

Sí, madre, Así lo haré.

(Salen ambos, abrazados).

II ACTO

II

(Mismo escenario. Apenas algunos detalles del mobiliario han cambiado. En escena, sentadas, Doña Olalla y Kalen, hilando, como al principio. Lo mismo que entonces, dejan escapar algún bostezo de puro aburrimiento).

KALEN: ¡Ay, señora! Dos meses hace que se fue nuestro querido

Iñigo...

DOÑA OLALLA: No menos que tú he contado los días, amiga Kalen.

KALEN: ¿Qué sacarán los hombres, con esa manía de hacerse la guerra?

DOÑA OLALLA: (Moviendo la cabeza con triste expresión). Tendría que ser alguien mucho más inteligente que yo quien respon­diera a esa pregunta.

KALEN: ¡Toda la vida a porrazo limpio unos con otros, seguramente sin acordarse siquiera del motivo!. Estos invaden a aquéllos, los otros a los de más allá, y, cada vez que se encuentran, ¡hala, a zurrarse la badana!. Bonita manera de arreglar el mundo, ¿no es así, mi señora?

DOÑA OLALLA: Desde luego. Hasta yo, simple mujer, entiendo que de la violencia jamás podrá nacer la paz.

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KALEN: Pues, ya veis: tanto llamarnos tontas a las mujeres, y a ellos, tan listos, no les entra en la cabezota esa idea ni siquiera con los golpes que se sacuden. ¿Ya espabilarán algún día?

DOÑA OLALLA: Con el tiempo,., quién sabe. Dentro de muchos años, puede que los hombres aprendan a arreglar sus diferen­cias sin recurrir a las armas.

KAREN: ¡Ay! ¡Ya podía ocurrir eso ahora mismo, para que nos

devolvieran sano y salvo a nuestro niño!.

(Suenan, en la puerta, unos golpes de llamada).

DOÑA OLALLA: (Sobresaltada).iCal\a\ ¿No has oído? ¡Llaman a la puerta.!

KALEN: (Se levanta, dejando caer la labor en que trabajaba, y corre a abrir). ¡Puede que sean noticias de nuestro Iñigo!.

DOÑA OLALLA: (Angustiada). ¡Abre, de prisa!,

(Al franquear Kalen la entrada, aparece Iñigo, y, tras él, Hamed, joven príncipe musulmán. Ambos usan todavía casco y coraza, puesto que proceden directamente del campo de batalla. Iñigo ciñe espada; Hamed, un curvado alfanje sarraceno).

(Dudando entre alegría y espanto). ¡Ay, mi señora... mirad quiénes están aquí!...

(Abrazando a Kalen). ¿Cómo estás, querida Kalen? ¡No sabes cuánto he echado de menos tus cuentos y regañi­nas!.

(Corre hacia su madre, que, emocionada, sólo ha acertado a ponerse en pie, y ¡a abraza también largamente, en silencio).

(Todavía asustada). Señora... Mi señora... Nunca he visto a ninguno, pero "esto" (señala a Hamed) ¿no será, por casualidad, un moro9

Madre, Kalen, este es mi amigo Hamed, príncipe en las lejanas tierras de Al-Andalus.

(El moro se inclina en cortés zalema).

Sed bienvenido, joven señor. Tomad asiento, y disponed de esta casa, que es vuestra.

(Escandalizada). ¡Pero, señora mía! ¡Que es un moro!.

Si mi hijo le ha llamado su amigo, ¿puedo yo darle otro nombre? Espero que ellos nos explicarán el origen de esta amistad, tan poco habitual... Pero, ante todo, Iñigo, dime por qué regresáis solos. ¿Dónde está tu padre y sus guerreros?

KALEN:

IÑIGO:

KALEN:

IÑIGO:

DOÑA OLALLA:

KALEN:

DOÑA OLALLA:

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IÑIGO;

KALEN:

IÑIGO:

HAMED.

KALEN:

HAMED:

IÑIGO:

HAMED

IÑIGO:

HAMED:

IÑIGO:

DOÑA OLALLA:

HAMED:

IÑIGO:

HAMED:

No sé decirte, madre, si en estos momentos mi padre y sus hombres persiguen a los de Hamed, o acaso ellos son los perseguidos; pero entregados a tal juego les dejamos.

¿Y tú, dónde has encontrado al... al... a tu amigo?

Nos encontramos mutuamente, en plena batalla. Era lejos de aquí, hacia el sur, cuando, cruzando una llanura, tropezamos ambos bandos; se entabló el combate, en cuyo curso Hamed y yo vinimos a quedar frente a frente. Vi que luchaba con valor, oponiendo a mi espada de recio hierro vasco un alfange ligerísimo, que, como por extraño prodigio, resistía sin romperse todos mis golpes...

(Interrumpiéndole). ¡Y los devolvía, multiplicados!.

¡Huy! ¡Pero si sabe hablar y todo, el monto!.

(A Iñigo). ¿Es o no es verdad, devorador de puercos, que mi alfange y yo te hicimos pasar malísimos ratos?

¡Verdad es, cara de dátil! ¡Tan verdad como que, si yo no llego a evitarlo, al rodar tu caballo por el precipicio te hubiera arrastrado con él!.

(Repentinamente melancólico). Mi amigo cristiano tiene razón: mucho tiempo llevávamos luchando, o, al menos, a nosotros nos parecía ya terriblemente largo, A nuestro alrededor tan pronto favorable a unos como a otros, proseguía la batalla; pero ninguna atención le prestábamos, ocupados sólo en detener los golpes que mutuamente nos dirigíamos, La espada de Iñigo, alcanzándome de refilón, me había llenado de dolorosas contusiones...

Pues no negaré que tu alfange me iba arrancando, junto con buena parte de la ropa, más de una tira de mi propia piel.

¡Deja de interrumpirme, perro infiel!.

¡Estás en mi casa, y hablarás cuando yo te lo permita, sabandija del desierto!.

(Sonriendo). Dime, Hamed: ¿es cierto que mi hijo te salvó de morir arrastrado por tu caballo?

(Con acento triste)Lo es, gentil señora; siempre lamentaré la muerte de Aldebarán, mi fiel corcel. Habituado a la arena dorada del desierto y a las vegas risueñas de Al-Andalus, estos ásperos montes le hicieron resbalar y precipitarse al abismo.

¡Nada se os había perdido en nuestros montes, ni a él, ni a ti!

(Triste)SL. Eso es cierto.

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IÑIGO: ¿Me das la razón, sin insultarme siquiera? Mucho debías querer a tu caballo. No te preocupes: allí donde pensamos ir, los caballos son escuálidos, como esqueletos de plata

DOÑA OLALLA .(AsombradaJ.Pero, hijo, ¿qué dices?

IÑIGO: Terminaré la historia de nuestra amistad, contándoos que, aún después del accidente del caballo, continuamos luchando, a pie, hasta el completo agotamiento de nuestras fuerzas. Sólo entonces hubimos de dejarnos caer a tierra, y, así, juntos, como dos camaradas, nos sorprendió el sueño.

HAMED: Fui yo el primero en despertar; mi enemigo dormía confiadamente, junto a mí; me hubiera sido muy fácil matarle... Pero ¿qué interés podía yo tener en quitar la vida a quien había salvado la mía?

IÑIGO: Lo que hizo fue zarandearme sin contemplaciones, y decirme que, como estábamos en mi país, a mí me correspondía buscar algo para el desayuno.

HAMED: ¡Tuvimos que ordeñar a una cabra!.

IÑIGO: ¡Y esa sí que fue toda una batalla! ¿Te acuerdas, como se

resistía y corneaba?

HAMED. Claro; si al menos tuvieseis unos buenos datileros...

IÑIGO ¡Quita, hombre, quita! ¡Para desayunar, lo mejor son unas lonchitas de jamón bien curado!.

HAMED: ¡Mahoma, nuestro profeta, prohibe ese inmundo alimento! IÑIGO: ¿Inmundo? ¡Si tu Mahoma llega a probar las morcillas y

chorizos que hace Kalen, no creo que hubiera tenido el valor de prohibirlos!

HAMED: ('FuriosoJ.¡Miserable cristiano, devorador de puercos!.

IÑIGO: ¡Eso ya lo has dicho antes, moro revoltoso, así que cállate y déjame terminar!... El caso es que ninguno de nosotros sentía ya el menor deseo de matar al otro, ni de verle prisionero. Nos apoderamos, pues, de un par de caballos que en la batalla habían perdido a sus jinetes, y escapamos.

DOÑA OLALLA; ¿Nadie notó vuestra ausencia? ¿Tu padre, o los camaradas de tu amigo, no hicieron nada por encontraros?

IÑIGO: Seguramente sí; pero la confusión era todavía inmensa a nuestro alrededor.

HAMED: Además, los dos compredíamos que, quien tuviera la suerte de encontrar a los suyos, nada podría hacer para salvar al otro,..

IÑIGO: ... De manera que nos encaminamos hacia aquí, a toda prisa...

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HAMED:

DOÑA OLALLA:

KALEN

IÑIGO:

DOÑA OLALLA:

IÑIGO:

HAMED:

DOÑA OLALLA:

IÑIGO:

DOÑA OLALLA:

KALEN:

IÑIGO:

KALEN: DOÑA OLALLA:

KALEN. DR. MERLYN:

IÑIGO:

...¡Y aquí estamos!.

¿Has pensado, Iñigo, en lo que sucederá cuando tu padre regrese? ¡No creo que esta vez le contenga la ley de la hospitalidad!.

¡Ni el turbante va a quedar del monto, si cae en manos de Matxin!.

Lo sé, madre; pero es que no vamos a quedarnos.

¿Y dónde iréis?

A un lugar donde, sin duda, los hombres saben vivir en perfecta armonía.

Sí: allí donde un moro y un cristiano puedan ser amigos, y vivir libres de temor.

(Dudando).¿De veras creéis que existe un lugar así?

¡Sí, madre! ¿Has olvidado al extraño viajero que, provo­cando involuntariamente las iras de mi padre, motivó nuestra marcha?

¿Aquél que afirmaba viajar a través del tiempo?

(Con terror). ¡El brujo!.

Me dejó su cofrecillo mágico, con el que puedo hacerle regresar aquí. Le pediré, entonces, que nos envíe al siglo de donde él procedía. Estoy seguro de que, en un tiempo capaz de tales prodigios, la paz reina entre todos los pueblos: ¿Acaso no es, esa, la más importante enseñanza que los hombres deben aprender, antes de consagrarse al progreso de la ciencia?

(Lloriqueando). ¿Otra vez quieres abandonarnos, ingrato?

Silencio, Kalen: lo que estos muchachos desean hacer es demasiado hermoso para que nuestro cariño se lo estorbe. Adelante, hijo. Iñigo saca de un arcón el aparato que el Dr. Merlyn le entregó antes de despedirse. Manipula brevemente en él. Se oye un zumbido de intensidad creciente, y un resplandor repentino ilumina la escena, acompañando a la aparición del Doctor. Este ya no se presenta con sus ropas del siglo XX, sino vistiendo una larga túnica negra sembrada de estrellas y signos cabalísticos. En la cabeza, un alto cucurucho, y, sobre el hombro, una lechuza.

¡Qué! ¿Y, ahora, qué me decís? ¿Es brujo, o no es brujo?

¡Qué alegría verte de nuevo, Iñigo! ¡Mi merlynita funciona a la perfección!.

Tal vez nuestra poderosa amiga, el hada Merlynita, nos concediera una gracia.

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DR. MERLYN: ¿Que te hace gracia mi aspecto? Bueno, así se espera que vista el mago oficial del Rey Arturo. Por cierto, hoy mismo es la coronación, y no quisiera perdérmela, después de lo que me ha costado conseguir que el pobre muchacho llegue a rey Figuraos que su primo Mordred aspiraba también al trono, y como el muy sinvergüenza está casado con un hada...

KALEN: ¡Hala! ¡Otra hada! ¡En seguida saldrá el ogro, y los duendes, y la Dama de Amboto montada en su nube! ¡Luego dirán que mis cuentos son fantásticos!.

DR. MERLYN: Bueno, eso de que es hada lo dice ella; pero a mí no me achica con sus trucos de prestidigitador barato. Lo que más trabajo me dio fue el asunto de la espada...

IÑIGO: ¿Excalibur?

DR. MERLYN: ¿De manera que sabes su nombre?

IÑIGO: Desde hace años: por aquí pasan, a veces, juglares que conocen las maravillosas historias del Rey Arturo y sus caballeros. Por ellos, sé que el Rey debía demostrar que lo era arrancando de una roca la espada mágica, que resistía los intentos de todos los demás.

DR. MERLYN: Y ese era el problema, con las pocas chichas que tiene Arturo, y lo oxidada que la espada debía estar, luego de años y años a la intemperie, en aquel clima, que se parece bastante al de aquí. No tuve más remedio que ayudar un poco: arranqué la espada, ahuequé la roca, y dentro de ella escondí un electroimán,

IÑIGO:

DR. MERLYN:

HAMED:

DR. MERLYN:

IÑIGO:

¿Arrancasteis la espada? ¡Entonces, vos sois el verdadero Rey!

¡Caramba!. No lo había pensado... Aunque, como hice un poco de trampa, y el papel de mago es más divertido que el de rey, dejaremos las cosas como están. Además, si no, ¡menudo lío! ¿Alguien ha oído hablar del Rey Merlín y sus valientes caballeros?

¿Y qué hizo vuestro amigo, el genio Electroimán?

Lo que yo quería: mantener la espada anclada a la roca mientras todos los aspirantes forcejeaban y sudaban desesperados; en cambio, apenas la tocó a Arturo, yo desactivé mi artilugio, cesó la corriente eléctrica que lo transformaba en poderoso imán... ¡y la espada salió casi sola! Os aseguro que fue un momento muy emocionante; incluso para mí, que estaba en el secreto. Si hubieseis visto la cara de despiste que puso el pobre Arturo...

<¡Y cómo se lo tomó el hada?

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DR. MERLYN:

IÑIGO:

DR. MERLYN:

IÑIGO:

DR. MERLYN:

IÑIGO y HAMED:

DR. MERLYN:

HAMED:

DR. MERLYN:

IÑIGO:

DR. MERLYN:

¿Te refieres a la señora Mordred? Ni ella ni su marido tienen el menor sentido del humor, aunque sea británico, y están que trinan. Veremos qué jugarretas se les ocurren... es decir, se les ocurrieron hace quinientos años; pero el caso es que yo no las conozco, porque ese lejano pasado es, todavía, mi futuro. Esto de viajar por el tiempo despista un poco: hace apenas diez minutos, yo estaba presenciando lo ocurrido, en realidad, hace quinientos años; pero, si ahora decidiese no regresar, ¿cómo podría hacer lo que hice, es decir, haré, en la corte del Rey Arturo? ¿Quién sería, entonces, el mago Merlín?... Así me llaman, con muy poco respeto para mis títulos académicos.

¡Concedednos un momento de atención, mago Merlín, antes de regresar a vuestra corte y a vuestra magia! ¿Querríais ordenar al hada Merlynita que nos envíe al tiempo de donde vos procedíais?

¿Tanta curiosidad os inspira?

No es eso, señor: mi amigo y yo buscamos sólo la paz que entonces debe reinar entre todos los hombres. (Contristado).¿Qué os hace pensar que mi época natal sea de unión y felicidad entre los pueblos de la tierra?

(Con temor). ¿No es así?

Siento vergüenza al confesaros que mis contemporáneos dedican sus mayores afanes, no a hacer la vida más hermosa para todos, sino a conseguir armas cada vez más terribles, con que destruirse y atemorizarse mutuamente. No, muchachos: mi tiempo no es mejor que este vuestro. Señor: nosotros dos estábamos destinados a combatirnos; pero la amistad nos une ahora. ¿Qué podemos hacer? ¿Renunciar a ella, y volver a la lucha, para darnos muerte mutuamente? ¡Eso no! ¡Defended, como un tesoro, vuestra amistad!.

Bien quisiéramos. Pero, si mi padre regresa, Hamed irá a parar a una mazmorra. Y los suyos no serían más amables conmigo, si llegara a caer en sus manos. Conque, si vos o vuestra poderosa amiga no nos ayudáis..,

Sí que es difícil el problema; pero mi experiencia me dice que no hay problema sin solución.,. ¡Dejadme pensar!. (Se sienta y medita profundamente, apoyando en la frente un dedo; luego, levantándose de pronto, da unos rápidos paseos por el escenario. Se detiene, por fin, y su expresión pensativa se ilumina de alegría). ¡Eureka!... Mi amigo Arquímedes afirma solemnemente no haber dicho tal bobada en su vida; pero lo que quiero daros a entender es que ya tengo la respuesta: ¡Os regalo mi activador catalítico núcleo-helicoidal!.

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(Iñigo y Hamed intercambian un gesto de perplejidad).

DR. MERLIN:

IÑIGO:

DR. MERLYN:

IÑIGO.

DR. MERLYN:

IÑIGO:

DR. MERLYN:

DR. MERLYN:

DR. MERLYN:

¿Qué pasa, no sabéis a qué me refiero? ¡Ese aparatito que me ha hecho regresar hasta aquí!.

¡Ah, el cofre mágico! ¿Creéis, pues, que el hada Merlynita será bastante poderosa como para defendemos?

En cierto modo: mi merlynita os permitirá vagar a través del tiempo, como yo he venido haciendo. No sé si, en el pasado o en el futuro, podréis encontrar alguna época feliz cuyos habitantes convivan en paz. Pero, sin duda, a todos quienes conozcan la historia de vuestra amistad, les ayudaréis a acercarse un poco más a esa soñada meta. También vosotros seréis como los caballeros de la Mesa Redonda, que el Rey Arturo fundó... es decir, fundará dentro de poco, si yo estoy allí para sugerirle la idea; como ellos, os convertiréis en caballeros andantes: paladines de la amistad.

(Hamed habla al oído de Iñigo, y éste asiente).

Señor, dice mi amigo que mal podemos ser caballeros sin corcel, y, ya que él perdió el suyo, si no llevaríais vuestra bondad hasta proporcionarnos dos caballos de plata.

('Asom¿)rado>).¿Caballos de plata?

El que hasta aquí os trajo debía ser yegua, puesto que la llamabais Bicicleta.

(Riendo). ¡Qué ocurrencia, caballeros andantes en bici­cleta!... Aunque, bien pensado, ¿por qué no? Esperad un momento, y os traeré, desde mi tiempo, un par de ellas.

(Manipula su misterioso aparato, y, como al aparecer él, se produce un resplandor, en medio del cual surgen dos flamantes bicicletas). (Las expresiones de todos ¡os presentes van del asombro al terror).

¡Aquí tenéis vuestros caballos de plata, valientes guerreros de la paz! ¡Estoy seguro de que ellos os conducirán hacia hermosas aventuras!.

(Montándose en las bicicletas, Iñigo y Hamed se disponen a partir, mientras Doña Olalla yKalen agitan, en despedida, sus pañuelos).

¡Eh, esperadme, que la corte de Arturo debe estar ya en pleno banquete de la coronación!.

(Hace aparecer una tercera bicicleta, y, montándose en ella, sigue a los otros dos. Así, salen del escenario, mientras cae el

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TELON