bloque 2. la edad media: tres culturas y un mapa … · legitimidad de su dinastía -los omeyas-...

23
Bloque 2. La Edad Media: Tres culturas y un mapa político en constante cambio (711-1474). 1. Al Ándalus: a. La conquista musulmana de la península b. Evolución política de Al Ándalus c. Revitalización económica y urbana: estructura social d. Religión, cultura y arte. e. Evolución y pervivencia del mundo musulmán en Andalucía: El Califato de Córdoba, modelo de estado y sociedad. 2. Los reinos cristianos hasta el siglo XIII: a. Evolución política b. El proceso de reconquista y repoblación c. Del estancamiento a la expansión económica d. El régimen señorial y la sociedad estamental e. El nacimiento de las Cortes f. El Camino de Santiago g. Una cultura plural: i. Cristianos, musulmanes y judíos ii. Las manifestaciones artísticas. 3. Los reinos cristianos en la Baja Edad Media (siglos XIV y XV): a. Crisis agraria y demográfica b. Las tensiones sociales c. La diferente evolución y organización política de las Coronas de Castilla, Aragón y Navarra. d. El reino nazarí de Granada y el mundo de frontera. 1. Al Ándalus: a. La conquista musulmana de la península El proceso de ocupación militar (711-714) La presencia de los musulmanes en la península Ibérica se debió a la confluencia de dos procesos simultáneos: la crisis interna de la monarquía visigoda y el movimiento expansivo del Islam. La monarquía visigoda adolecía de una gran debilidad, tanto por el excesivo poder de la Iglesia y la nobleza, como por el carácter electivo de la corona. En este marco, por tanto, eran frecuentes las intrigas políticas y las rivalidades entre bandos. A la muerte del rey Witiza (en el 710 o 711), el duque de la Bética, Roderico (don Rodrigo), encabezó una revuelta y ocupó el trono, lo que desencadenó una nueva guerra civil entre grupos nobiliarios rivales. Entretanto, los musulmanes, en su expansión por el norte de África, habían llegado hasta el Atlántico. Musa, el gobernador de la región, aprovechó las disputas internas de los visigodos para emprender la conquista de la península Ibérica. En el 711 envió una expedición dirigida por Tariq, quien trasladó hasta Gibraltar (Gabal Tariq, 'monte de Tariq') a unos siete mil hombres, en su mayoría bereberes, a los que poco tiempo después seguirían otros cinco mil. El enfrentamiento decisivo se produjo en la batalla de Guadalete (711), donde fue derrotado el ejército de Roderico. En el 712 Musa cruzó el estrecho con un nuevo ejército y se unió en Toledo con las tropas de Tariq. En poco tiempo (712-714) se consumó la conquista de casi toda la Península en campañas de sur a norte. Fue prácticamente un paseo militar con escasas resistencias, debido al desinterés de la mayoría de la población por defender una monarquía con la que no se identificaba. Un factor importante de la rápida expansión de los musulmanes fue su tolerancia y respeto hacia los cristianos y los judíos, a los que consideraban sus protegidos por ser también gentes del Libro. En cuanto a la ocupación de los territorios conquistados, se efectuó mediante dos sistemas, según el grado de resistencia de sus pobladores:

Upload: trinhquynh

Post on 02-Oct-2018

224 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Bloque 2. La Edad Media:

Tres culturas y un mapa político en constante cambio (711-1474).

1. Al Ándalus: a. La conquista musulmana de la península b. Evolución política de Al Ándalus c. Revitalización económica y urbana: estructura social d. Religión, cultura y arte. e. Evolución y pervivencia del mundo musulmán en Andalucía: El Califato de Córdoba, modelo de

estado y sociedad. 2. Los reinos cristianos hasta el siglo XIII:

a. Evolución política b. El proceso de reconquista y repoblación c. Del estancamiento a la expansión económica d. El régimen señorial y la sociedad estamental e. El nacimiento de las Cortes f. El Camino de Santiago g. Una cultura plural:

i. Cristianos, musulmanes y judíos ii. Las manifestaciones artísticas.

3. Los reinos cristianos en la Baja Edad Media (siglos XIV y XV): a. Crisis agraria y demográfica b. Las tensiones sociales c. La diferente evolución y organización política de las Coronas de Castilla, Aragón y Navarra. d. El reino nazarí de Granada y el mundo de frontera.

1. Al Ándalus: a. La conquista musulmana de la península

El proceso de ocupación militar (711-714)

La presencia de los musulmanes en la península Ibérica se debió a la confluencia de dos procesos simultáneos: la crisis interna de la monarquía visigoda y el movimiento expansivo del Islam. La monarquía visigoda adolecía de una gran debilidad, tanto por el excesivo poder de la Iglesia y la nobleza, como por el carácter electivo de la corona. En este marco, por tanto, eran frecuentes las intrigas políticas y las rivalidades entre bandos.

A la muerte del rey Witiza (en el 710 o 711), el duque de la Bética, Roderico (don Rodrigo), encabezó una revuelta y ocupó el trono, lo que desencadenó una nueva guerra civil entre grupos nobiliarios rivales.

Entretanto, los musulmanes, en su expansión por el norte de África, habían llegado hasta el Atlántico. Musa, el gobernador de la región, aprovechó las disputas internas de los visigodos para emprender la conquista de la península Ibérica. En el 711 envió una expedición dirigida por Tariq, quien trasladó hasta Gibraltar (Gabal Tariq, 'monte de Tariq') a unos siete mil hombres, en su mayoría bereberes, a los que poco tiempo después seguirían otros cinco mil. El enfrentamiento decisivo se produjo en la batalla de Guadalete (711), donde fue derrotado el ejército de Roderico.

En el 712 Musa cruzó el estrecho con un nuevo ejército y se unió en Toledo con las tropas de Tariq. En poco tiempo (712-714) se consumó la conquista de casi toda la Península en campañas de sur a norte. Fue prácticamente un paseo militar con escasas resistencias, debido al desinterés de la mayoría de la población por defender una monarquía con la que no se identificaba.

Un factor importante de la rápida expansión de los musulmanes fue su tolerancia y respeto hacia los cristianos y los judíos, a los que consideraban sus protegidos por ser también gentes del Libro.

En cuanto a la ocupación de los territorios conquistados, se efectuó mediante dos sistemas, según el grado de resistencia de sus pobladores:

a) La rendición incondicional. Los que opusieron resistencia y fueron sometidos por las armas perdieron todos sus derechos, y sus tierras se repartieron entre los conquistadores.

b) La rendición pactada o capitulación. A los que se sometieron voluntariamente a los musulmanes se les respetaron sus derechos y sus tierras a cambio del pago de los tributos correspondientes. Este fue probablemente el procedimiento más habitual.

Las rivalidades entre los musulmanes establecidos en la Península

Los musulmanes que se establecieron inicialmente en Al Ándalus pertenecían a dos grupos étnicos distintos: los árabes y los bereberes.

Los árabes procedían de la península Arábiga, la cuna del Islam. Las tribus árabes se asentaron en las tierras más fértiles, como los valles del Guadalquivir y del Ebro. Aunque establecieron su residencia en las ciudades, su principal fuente de riqueza eran las rentas que obtenían de los latifundios de su propiedad.

Los bereberes, en cambio, eran originarios del norte de África, territorio conquistado y después islamizado por los árabes. Fueron instalados en las altas tierras de la meseta y en los flancos de las sierras, donde se dedicaron al pastoreo, que era su propio medio de vida en África. Como consecuencia de este desigual reparto de tierras y del trato discriminatorio de que eran víctimas por parte de la aristocracia árabe, los bereberes se rebelaron en el año 741 y muchos de ellos abandonaron sus tierras del norte de la meseta para dirigirse en actitud amenazadora hacia el sur.

Para sofocar la rebelión, penetraron en la Península tropas árabes sirias que estaban presentes en ese momento en el norte de África. Estos nuevos grupos árabes sirios se establecieron con carácter definitivo en Al Ándalus y, desde entonces, litigaron por el control de las mejores tierras con los árabes establecidos previamente.

1.b LA EVOLUCIÓN POLÍTICA DE AL ÁNDALUS

El valiato o emirato dependiente (714-756)

Durante este período de asentamiento inicial, la península Ibérica fue una provincia más del califato de Damasco, gobernada por un valí o emir (jefe superior) que actuaba como delegado del califa.

Fueron años de gran inestabilidad política y de fuertes enfrentamientos entre los propios grupos musulmanes, como la mencionada rebelión bereber del 741. Sin embargo, no cesaron las campañas militares, aunque algunas concluyeron en derrotas que marcaron los límites del avance islámico hacia el norte:

a. La derrota en la batalla de Covadonga (722), sin demasiada trascendencia para los musulmanes, pero magnificada por la tradición cristiana, garantizó la independencia del pequeño núcleo cristiano de Asturias.

b. La derrota ante los francos en la batalla de Poitiers (732) frustró los intentos de expansión al otro lado de los Pirineos.

El emirato independiente (756-929)

En el año 750 se desencadenó en Oriente Medio una sublevación encabezada por grupos persas, que expulsaron al califa de Damasco y asesinaron a los miembros de su familia, los Omeyas. Con el nuevo califa, Abul-Abbas, se inició una nueva dinastía (la de los Abbasíes), que trasladó la capital del califato a Bagdad y sustituyó la primacía árabe por la persa en la cabeza del poder islámico.

Abd al-Rahman I (756-788), miembro de los Omeyas superviviente de la matanza, consiguió llegar a la Península, donde se hizo con el poder en 756 y se proclamó emir independiente. Pero esta independencia de Al Ándalus respecto al califato se limitó solo al ámbito político, ya que en el religioso se siguió reconociendo la supremacía espiritual del califa de Bagdad.

Se puede considerar al emirato independiente como una etapa de consolidación y reorganización del poder musulmán en Al Ándalus, aunque tampoco faltaron las tensiones sociales, no solo entre los grupos musulmanes, sino también con la población cristiana o judía.

El califato de Córdoba (929-1031)

Abd al-Rahman III (912-961) dio el paso definitivo para la independencia de Al Ándalus en el 929 al autoproclamarse califa, es decir, independiente no solo en el ámbito político, sino también en el espiritual. Reivindicaba así la

legitimidad de su dinastía -los Omeyas- frente a la usurpación cometida contra su familia en la rebelión abbasí del 750.

La crisis que atravesaba en ese momento el califato de Bagdad incitó a Abd al-Rahmán III a adoptar esta medida. Pero también pretendía hacer una demostración de fuerza frente al avance amenazador de los fatimíes por el norte de África, con sus doctrinas igualitarias y sus intenciones de unificar el Islam bajo su mando. En cualquier caso, el periodo del califato de Córdoba constituyó el momento culminante del poder político musulmán en España. Así mismo, fue el periodo de máximo esplendor cultural y artístico de Al Ándalus, en especial durante el reinado Al-Hakam II (961-976), hijo y sucesor de Abd al-Rahman III.

En el terreno militar la figura más destacada fue Almanzor (976-1002), quien ejerció el poder efectivo en nombre del califa Hisham II (976-1009). El califato se convirtió bajo su mando en una dictadura militar, que se mantenía gracias a las victorias de su poderoso ejército. Emprendió numerosas campañas contra los núcleos cristianos del norte, con efectos devastadores sobre ciudades de especial significación: Barcelona (985), Coimbra (987), Santiago de Compostela (997), entre otras muchas. No fueron campañas de ocupación, sino simples razias cuyo objetivo era la destrucción y la rapiña.

Muerto Almanzor (1002), las turbulencias políticas y las luchas entre bandos rivales caracterizaron la fase final del califato, que acabó desintegrándose en numerosos reinos de taifas.

Siglos XI-XII, disgregación política y pérdidas territoriales

Los reinos de taifas (1031-1090)

Desde comienzos de siglo XI, algunos territorios habían comenzado ya a independizarse del califato, aprovechando su crisis y debilidad. Finalmente, en el año 1031 una rebelión en Córdoba depuso al califa Hisham III, y con él desapareció el último símbolo de la unidad de Al-Andalus, que se fragmentó en una multiplicidad de reinos de taifas, algunos realmente minúsculos. El nuevo mapa político era el resultado, y al mismo tiempo la demostración más clara, de las profundas divergencias que existían en el seno de la población islámica dirigente.

La compleja historia de esta etapa se podría resumir en algunos rasgos esenciales:

a. Fueron muy frecuentes las disputas entre los diferentes reinos de taifas. b. Su elevado número inicial se fue reduciendo, sobre todo por la incorporación de los más pequeños en otros

mayores. El reino de Sevilla, por ejemplo, se anexionó una decena de taifas (Algeciras, Arcos, Carmona, Córdoba, Huelva, etc.).

c. Frente a la superioridad militar de los reinos cristianos, la supervivencia de los reinos de taifas dependía con frecuencia del pago de parias.

d. Su debilidad política no se tradujo, sin embargo, ni en crisis económica, pues seguían siendo territorios ricos y prósperos, ni en decadencia cultural; las cortes de algunos de estos reinos fueron famosas por su labor de mecenazgo y el prestigio de sus intelectuales y artistas.

A finales del siglo XI, ante el avance militar y la fuerza creciente de los reinos cristianos, que se encontraban en plena fase de expansión, los reinos de taifas comprendieron la necesidad de colaborar entre ellos y solicitar ayuda exterior.

La unificación almorávide (1090-1145)

Tras la conquista cristiana de Toledo (1085), fundamental enclave estratégico, los reyes de Sevilla, Granada y Badajoz reclamaron el apoyo de los almorávides, musulmanes ultraortodoxos que habían creado un gran imperio en el norte de África. Su máximo dirigente, Yusuf ibn Tashfin, desembarcó en la Península en 1086 y venció de forma contundente a las tropas de Alfonso VI en la batalla de Sagrajas (Badajoz), tras la cual regresó al norte de África. Cuatro años después (1090) retornó a la Península, ya con el objetivo de incorporar al imperio almorávide los reinos de taifas hispanos, que fueron cayendo uno a uno en su poder.

Sin embargo, el poder de los almorávides no llegó a consolidarse del todo y la unificación de Al Ándalus bajo su mando tuvo una breve duración, por varias razones:

a. La pérdida de ciertos territorios, como Zaragoza, o la incapacidad de recuperar otros, como Toledo, contribuyeron al desprestigio militar de los almorávides entre la población hispanomusulmana.

b. Su fanatismo religioso provocaba el descontento no solo de cristianos y judíos, sino de amplios sectores de población musulmana, que añoraban la tolerancia y la libertad de pensamiento que habían caracterizado tradicionalmente a Al Ándalus.

c. En el norte de África, a mediados del siglo xXII, un nuevo movimiento político-religioso, el almohade, se estaba erigiendo sobre las ruinas del decadente imperio almorávide.

Hacia 1145, la descomposición del poder almorávide había propiciado en Al Ándalus un retorno a la fragmentación política, los segundos reinos de taifas, y se vivía de nuevo una situación de aguda inestabilidad.

La unificación almohade (1146-1232)

Los almohades fueron los protagonistas de un segundo intento de reunificación de las taifas de Al Ándalus. Habían constituido un nuevo imperio en el norte de África y desde allí, con el objetivo entre otros de destruir los últimos resquicios del poder almorávide, cruzaron a la península Ibérica, donde fueron incorporando a sus dominios, a veces con grandes dificultades, los nuevos reinos de taifas surgidos tras los almorávides.

La completa unificación de Al Ándalus se alcanzó en 1172, y Sevilla se convirtió en la capital del imperio almohade hispano.

Los últimos años del siglo XII representaron su momento de máximo esplendor, con victorias sobre los reinos cristianos tan importantes como la de Alarcos (1195). Pero estos reaccionaron unificando sus fuerzas y derrotaron a las tropas almohades en la decisiva batalla de las Navas de Tolosa (1212), con la que comenzó el declive almohade en la Península y un nuevo impulso reconquistador de los reinos cristianos. Aunque existen similitudes entre la evolución política de Al Ándalus con los almorávides y con los almohades, las diferencias son también considerables:

a. Los almohades no llegaron a Al Ándalus reclamados por los reinos de taifas ni como libertadores frente a la amenaza cristiana, sino con el afán de destruir de forma definitiva lo que quedaba del imperio almorávide.

b. No gozaron del apoyo de la población hispana, reacia ya a las intervenciones bereberes tras la experiencia almorávide.

c. Ante la falta de apoyo social el único soporte del imperio almohade fue su fuerza militar, por lo que, cuando esta quedó maltrecha tras la batalla de las Navas de Tolosa, el imperio empezó a desmoronarse.

El debilitamiento del poder almohade supuso el surgimiento de los terceros reinos de taifas. Pero, ante el avance cristiano, fueron sucumbiendo todos, excepto el de Granada, que consiguió sobrevivir, aunque sometido al vasallaje de Castilla.

1.C. Revitalización económica y urbana: estructura social

Las mejoras de la agricultura

La base económica de Al Ándalus siguió siendo la agricultura, pero con notables mejoras respecto a la época visigoda:

a. Se perfeccionaron las técnicas del regadío y se generalizó el uso de acequias y norias. b. Se introdujeron nuevos cultivos, como el arroz, los agrios, la caña de azúcar, el azafrán, la morera o el

algodón.

La estructura de la propiedad no se modificó en lo esencial y predominaron los latifundios, aunque, como es lógico, muchos de ellos cambiaron de dueño tras la conquista musulmana.

Sin embargo, los grandes terratenientes prefirieron residir en las ciudades, donde llevaban una vida de lujo con las rentas que recibían de la explotación de sus propiedades rurales. De este modo se rompió la tendencia a la ruralización iniciada en el Bajo Imperio romano y acentuada con los visigodos.

La importancia económica de las ciudades

Con los musulmanes las ciudades se revitalizaron y desempeñaron un papel económico fundamental, como grandes centros de consumo que estimulaban la producción industrial y el comercio. Ciudades como la Córdoba califal, la Sevilla almohade o la Granada nazarí destacaron por su riqueza y su carácter cosmopolita.

Pero la ciudad islámica no era un centro básico de la organización política, como en el Imperio romano, sino una simple concentración humana en torno a la mezquita y el mercado. Esa doble función, religiosa y comercial, determinaba su estructura:

a. El núcleo fundamental era la medina, donde se encontraba la mezquita mayor. b. Un primer cinturón lo formaban la alcaicería, conjunto de callejuelas dedicadas al comercio de lujo (sedas,

joyas, etc.), y las alhóndigas -al-funduk, de donde deriva la palabra fonda, que servían al mismo tiempo como depósitos de mercancías y como lugares de alojamiento de los mercaderes que llegaban a la ciudad.

c. Un segundo cinturón albergaba los barrios residenciales. d. En las afueras se distribuían los arrabales -ar-rabad significa barrio de las afueras-, pegados a la muralla o

extramuros. e. Por último, el zoco era un amplio espacio libre dedicado a mercado permanente o periódico, cuyo

emplazamiento variaba de unas ciudades a otras.

La artesanía

La artesanía, en especial la de artículos de lujo, alcanzó un gran desarrollo ante la creciente demanda de una población urbana refinada y con alto poder adquisitivo.

El sector más importante fue el textil, en el que gozaron de gran fama los brocados de seda -la industria de la seda fue introducida por los árabes, asociada al cultivo de la morera, y los tejidos de lana, algodón y lino. También eran renombrados los trabajos en pieles y cuero (cordobanes y guadamecíes).

Otros sectores importantes fueron la cerámica artística y el vidrio. Una mención especial merece el papel -invento chino introducido por los árabes en Europa-, cuya fabricación resultaba más abundante y barata que la del pergamino, por lo que los libros se abarataron y tuvieron un amplio mercado en el mundo islámico.

El comercio exterior y la circulación monetaria

Aunque Al-Andalus mantuvo relaciones comerciales con los territorios cristianos, se integró sobre todo en el amplio circuito económico del mundo islámico, beneficiándose de su intensa actividad y riqueza:

a. El dominio que los musulmanes ejercían sobre la vertiente meridional y oriental del Mediterráneo potenció el comercio exterior andalusí, cuyo principal artículo de exportación era el aceite.

b. El control de los musulmanes sobre el oro sudanés permitió una abundante circulación monetaria y dinamizó los intercambios comerciales en todo el ámbito islámico.

En definitiva, los musulmanes impusieron un cambio de rumbo en los territorios que ocuparon -renacimiento urbano, activo comercio, abundante circulación monetaria-, cuya pujanza contrastaba con la situación heredada de los visigodos y, al menos hasta el siglo XI, con la de los núcleos cristianos contemporáneos.

La estructura social

La estructura social de Al-Andalus estaba determinada por criterios religiosos, que establecían una división básica entre dos grandes categorías: musulmanes y no musulmanes. No obstante, por encima de esas dos categorías y a pesar de las pretensiones igualitarias del Islam, existían notables diferencias sociales según el origen étnico, la riqueza o el poder. Y de ello queda constancia en los textos de la época, que hablan de una rica aristocracia de terratenientes y altos funcionarios, de una precaria población urbana de artesanos y jornaleros, de colonos vinculados a terratenientes, o de campesinos adscritos a la tierra.

Los musulmanes

En los primeros tiempos de la conquista se podían distinguir tres grupos principales entre la población musulmana:

a. La aristocracia de origen árabe, a la que se añadieron los árabes sirios que llegaron tras la rebelión bereber del año 741, era un grupo reducido de familias, que se asentaron en las tierras más fértiles (Andalucía, Levante y valle del Ebro). Las tensiones entre los primitivos árabes y los sirios, e incluso entre linajes rivales, fueron constantes.

b. Los bereberes o neomusulmanes, así denominados por haber sido convertidos al Islam por los árabes en su expansión por el norte de África, representaban un rango inferior. Tras la conquista de la Península fueron establecidos en tierras más pobres (la meseta y las laderas de las montañas), donde se dedicaron al pastoreo. Su rivalidad con la aristocracia árabe fue motivo frecuente de tensiones y conflictos.

c. Los muladíes, eran los hispanos convertidos al Islam. Tales conversiones fueron muy frecuentes en los primeros tiempos, ya que, según el Corán, todos los musulmanes son iguales, por lo que abrazar la nueva religión facilitaba una mayor integración social y eximía de los tributos especiales exigidos a la población no musulmana.

Las minorías no musulmanas

Fuera de la comunidad de los «creyentes», como se autodenominaban los musulmanes, había dos grupos importantes:

a. Los judíos gozaron bajo el Islam de una política de tolerancia que contrastaba con la hostilidad mantenida hacia ellos por la monarquía visigoda. Por esa razón su colaboración con los musulmanes en el inicial proceso de conquista fue notable.

b. Los mozárabes, o cristianos residentes en territorio musulmán, fueron disminuyendo en número, tanto por las conversiones al Islam como por la emigración hacia los reinos cristianos con el avance de la Reconquista. Por otra parte, las relaciones entre mozárabes y musulmanes empeoraron con el rigorismo religioso de almorávides y almohades.

Como ya se ha dicho, el Islam, respetaba a las gentes del Libro, por lo que a judíos y mozárabes se les permitían sus prácticas religiosas y sus costumbres. Incluso, como vivían generalmente en comunidades diferenciadas, pudieron mantener sus propias leyes y autoridades. Sin embargo, debían pagar unos tributos especiales, tanto por persona como por las tierras que disfrutaban.

Los esclavos

Como categoría diferenciada, al margen de criterios religiosos y en la base de la estructura social, estaban los esclavos, entre los cuales se distinguían dos grupos:

a. Los eslavos o esclavones, que eran prisioneros de origen europeo. Muchos de ellos, tras su manumisión, se incorporaron a los ejércitos califales. Algunos, incluso, aprovecharon su jefatura militar para erigirse en reyes de taifas a la caída del califato.

b. Los negros, de origen sudanés la mayoría, que se solían emplear en el servicio doméstico.

Sin embargo, la esclavitud en el mundo islámico no constituía una pieza clave de la economía, como lo había sido en la Antigüedad clásica.

1.D. Religión, cultura y arte.

La religión islámica

Islam significa 'sumisión' y todo creyente es un muslim o musulmán (`el que se somete a Dios').

La religión islámica es monoteísta y, según la tradición, fue revelada directamente por el arcángel Gabriel a Mahoma (570¬632). El libro que recoge de forma literal esa revelación divina es el Corán “lectura” aunque su redacción definitiva se realizó bastante tiempo después de la muerte de Mahoma. Su contenido es un conjunto de dogmas y preceptos, junto con narraciones del Antiguo y del Nuevo Testamento, por lo que la religión islámica está fuertemente relacionada con el judaísmo y el cristianismo, religiones de los pueblos vecinos de Arabia, la cuna del Islam.

Según la visión del mundo que se desprende del Corán, Alá (Dios) es el centro absoluto del universo y en torno a él debe girar tanto el comportamiento individual como la organización de la sociedad. Todo musulmán debe vivir para obedecer y adorar a Dios, lo cual implica el cumplimiento de cinco deberes fundamentales, conocidos como los cinco pilares del Islam:

1. La profesión de fe, o manifestación pública de que no hay más dios que Alá y que Mahoma es su mensajero (profeta).

2. La oración cinco veces al día -al amanecer, a mediodía, por la tarde, a la puesta del sol y por la noche-, en dirección a La Meca.

3. La práctica de la limosna, que obligaba a los que excedían un determinado nivel de riqueza a dar una parte de ella, una vez al año, a los más pobres de su comunidad.

4. El ayuno durante el mes de Ramadán, desde la salida a la puesta del sol. 5. La peregrinación, al menos una vez en la vida, a la ciudad santa de La Meca, en cuya mezquita mayor se

encuentra la Kaaba.

Al igual que el individuo, la sociedad debe regirse también por los mandatos divinos, plasmados en la ley islámica o sharia, que establece lo que Dios ha mandado, lo que ha prohibido, lo que ha recomendado y lo que considera indiferente. Por tanto, la voluntad divina se convierte en la base del Derecho, cuyas fuentes principales son el Corán

y la sunna (`senda'), que era la norma de vida establecida por Mahoma con sus palabras y sus actos, y transmitida por la tradición.

Esta fusión entre lo religioso y lo social explica también que la máxima autoridad política se identificara con la religiosa en la figura del califa, diputado y sucesor del Profeta (Mahoma).

Sin embargo, a pesar de esta doctrina común a todo el ámbito musulmán, la interpretación de los preceptos coránicos y la aplicación de la ley islámica no tuvieron el mismo rigor ni en todos los territorios ni en todas las épocas. Así, en Al Ándalus, el periodo del califato de Córdoba y de los primeros reinos de taifas se caracterizó por la tolerancia religiosa e intelectual, que finalizó con el rigorismo de los almorávides y los almohades.

CULTURA

Creación literaria y pensamiento

Al Ándalus fue la vía de transmisión a Occidente de la ciencia griega y de gran parte de la India, que habían sido recuperadas y desarrolladas por los árabes. Un ejemplo muy significativo de las aportaciones científicas de Al Ándalus fue la difusión al mundo cristiano del actual sistema de numeración, de origen indio y basado en el valor posicional de la cifra y la utilización del cero, mucho más simple y operativo que el romano.

Desde finales del siglo VIII se impuso en Al Ándalus la doctrina malequí, caracterizada por su rigidez en la interpretación del Corán y por su actitud intransigente ante cualquier desviación de la ortodoxia. Esta circunstancia limitó en parte el desarrollo del pensamiento especulativo en los comienzos de la España musulmana.

Sin embargo, desde mediados del siglo IX y durante el siglo X (época del califato) Al Ándalus conoció un esplendor cultural en consonancia con el político y económico. El clima de libertad intelectual, propiciado por califas como Abd al-Rahmán III y, sobre todo, Al-Hakam II, convirtió a Córdoba en un centro cultural de primer orden, con un gran desarrollo de las más variadas disciplinas científicas (matemáticas, astronomía, botánica, medicina, historia, geografía), así como de la literatura y en especial de la poesía, tanto clásica como popular.

Desde el siglo XI, con la caída del califato, el declive político de los reinos de taifas no provocó en absoluto su decadencia cultural, sino todo lo contrario: las principales cortes compitieron en la práctica del mecenazgo y el fomento de las artes y las ciencias,

Sevilla fue famosa por sus poetas, empezando por su rey Almotamid; Zaragoza, por sus astrónomos; Toledo, por sus científicos. Es precisamente en este período cuando Ibn Hazm escribió El collar de la paloma, sin duda uno de los mejores tratados sobre el amor de la literatura universal.

Los almorávides y los almohades, en cambio, con su rigorismo e intolerancia religiosa impusieron una seria limitación al pensamiento.

No obstante, en el siglo XII surgieron en Al Ándalus tres grandes figuras tanto de la medicina como de la filosofía y el pensamiento en general: los musulmanes Abentofail (Ibn Tufayl) y Averroes (Ibn Rusd), y el judío Maimónides.

Los tres pretendían conciliar el pensamiento aristotélico con sus respectivas concepciones religiosas, y sus escritos ejercieron una gran influencia en el Occidente cristiano, en especial los libros sobre medicina de Maimónides y los comentarios de Averroes sobre Aristóteles, que difundieron en Europa gran parte del pensamiento del filósofo griego.

Por último, el reino nazarita de Granada fue escenario también de una gran actividad cultural, en el campo científico (matemáticas, astronomía y medicina, principalmente) y en el literario, con la figura sobresaliente de Ibn Zamrak, cuyos poemas decoran los muros de la Alhambra.

El arte hispanomusulmán

El arte, como todos los aspectos de la civilización islámica, estaba marcado profundamente por la doctrina religiosa. Esta prohibía, como en el judaísmo, la representación de imágenes en los edificios religiosos, por lo que el rasgo más acusado del arte islámico es el gusto por la decoración abstracta. En consecuencia, la pintura y la escultura tuvieron un desarrollo escaso y limitado dentro de la arquitectura, que es sin duda la principal manifestación artística, con dos tipos principales de edificio: la mezquita y el palacio.

Entre las características generales de la arquitectura, no solo en Al Ándalus, sino en todo el ámbito islámico, se podrían señalar las siguientes:

a) El empleo de materiales pobres, como el mampuesto y el ladrillo, recubiertos de yeso. b) La abundante decoración en yeso o mosaico, pero sin imágenes: elementos vegetales (atauriques), motivos

geométricos (lacerías) e inscripciones epigráficas, generalmente textos coránicos. c) Un mayor interés por los interiores que por el exterior del edificio.

El arte hispanomusulmán se suele dividir en cuatro grandes periodos, coincidentes a grandes rasgos, con las etapas políticas que atravesó Al Ándalus: cordobés o califal, de los reinos de taifas, de las dinastías africanas (almorávides y almohades) y granadino o nazarí.

El arte cordobés o califal (siglos VIII-X) nos ha dejado, como obra más representativa, la mezquita de Córdoba, que se levanta sobre la que fuera basílica visigoda de San Vicente, compartida en un principio por cristianos y musulmanes, y después comprada a los cristianos para realizar una mezquita más grande. Presenta las partes esenciales de toda mezquita mayor: el patio al aire libre (sahn), delimitado por arquerías, con la fuente de abluciones y el minarete (alminar) desde el que se llama a la oración; y la sala de oración cubierta (haram), dividida en naves. En el interior de la sala de oración se encuentra la quibla o muro orientado a La Meca (en la mezquita de Córdoba está orientado al sur) con un mihrab o nicho equivalente al ábside de las iglesias cristianas. Además, la mezquita de Córdoba tenía un espacio reservado al califa o sus dignatarios, la maxura, situada delante del mihrab.

La construcción de la mezquita de Córdoba se inició con Abd al-Rahman I en 785, pero el crecimiento de la población obligó a tres ampliaciones sucesivas en los siglos IX y X.

El arte de los reinos de taifas (siglo XI) acentuó la tendencia decorativa, en parte para ocultar la pobreza de los materiales empleados. La obra más representativa de esta época es el palacio de la Aljafería de Zaragoza.

El arte de almorávides y almohades (siglos XII y XII), debido a los planteamientos rigoristas de estos, supuso una reacción contra el excesivo decorativismo anterior. Del arte almorávide apenas se conservan muestras en España. En cambio, de los almohades se pueden apreciar en Sevilla, la que fuera su capital en Al Ándalus, dos magníficos ejemplos: la Torre del Oro y la Giralda, esta última era el minarete de la mezquita, que ocupaba el solar de la catedral actual.

Por último, el arte nazarí de Granada (siglos XIV y XV) nos ha legado otra magnífica obra: el palacio de la Alhambra, el mejor y más antiguo de los palacios islámicos conservados, una fantástica decoración, cubre por completo techos y muros, con motivos vegetales, geométricos y epigráficos.

La Alhambra en realidad son dos palacios unidos: uno en torno al patio de los Arrayanes y el otro en torno al patio de los Leones. En ella la arquitectura se funde con la naturaleza, ya que las fuentes y la vegetación envuelven los edificios o los invaden. El palacio se transforma así en un oasis de sombra y frescor, auténtico paraíso que refleja los anhelos de una civilización originaria de una región desierta (Arabia), castigada por el sol y la aridez. Estas características son aún más evidentes en la residencia veraniega del Generalife, situado frente la Alhambra.

1.e) Evolución y pervivencia del mundo musulmán en Andalucía: El Califato de Córdoba, modelo de estado y sociedad.

AI-Andalus organizó, sobre todo en el Califato, una poderosa administración que controlaba todo el territorio. La corte de Córdoba (o de la ciudad palacio de Medina Azahara) centralizó la administración, en la que figuraban un primer ministro (hachib; el más famoso fue al-Mansur) y grandes funcionarios de la Cancillería y el Tesoro. AI-Andalus estaba dividido en coras o provincias a cuyo frente figuraba un gobernador, normalmente miembro de la nobleza árabe local.

Las ciudades eran parte esencial de la organización política, económica y social de AI-Andalus. Constituían el núcleo de una economía basada en el mercado, y eran el centro del poder religioso y político. Distintos funcionarios atendían y supervisaban las actividades económicas, como el cuidado del mercado (almotacén), el orden público (zalmedina) y el ejercicio de la justicia (cadí).

El cobro de impuestos permitía mantener el aparato estatal. El Corán establecía tan solo dos tipos: para los musulmanes, el diezmo o limosna, mientras que sobre la población cristiana se acumulaba un impuesto territorial (jarach) y un impuesto personal (chizya).

Por último, el mantenimiento de un potente ejército, tanto en Córdoba como en las provincias de la frontera, les garantizaba la defensa. Estaba formado principalmente por mercenarios bereberes o eslavos; al-Mansur lo convirtió en una perfecta máquina de guerra.

2. Los reinos cristianos hasta el siglo XIII: a. Evolución política

Los primitivos núcleos de resistencia (siglos VIII-X)

La franja cantábrica y los Pirineos eran las zonas más atrasadas, y su pobreza en recursos, su clima y las dificultades de acceso resultaban poco atractivos para los musulmanes. Estas circunstancias facilitaron el surgimiento de los cuatro primeros focos de resistencia frente a la invasión islámica, embriones de los futuros reinos cristianos.

El Reino astur-leonés

En la zona cantábrica habitada por los astures -pueblo con formas de vida aún muy primitivas-, se refugiaron algunos nobles visigodos y se organizó el foco de resistencia más antiguo.

El origen del Reino astur-leonés se puede establecer a comienzos del siglo VII, cuando se proclamó rey a Pelayo -probablemente uno de aquellos nobles visigodos-, quien dirigió la lucha contra los musulmanes en la batalla de Covadonga (722). Aunque tal vez fue solo una escaramuza, las crónicas posteriores le otorgaron un carácter épico lleno de connotaciones religiosas.

La mayor expansión territorial del reino fue obra de Alfonso III (866-910), que lo extendió hasta alcanzar el Duero y estableció la capital en León. El pequeño reino astur se transformó así en el Reino de León, que abarcaba todo el noroeste peninsular.

En cambio, el siglo X fue un periodo de crisis. Fernán González (927-970) aprovechó un momento de debilidad de la monarquía para reunir bajo su autoridad los territorios de varios condados dispersos y formar el condado de Castilla.

El Reino de Pamplona

El Reino de Pamplona, embrión del futuro Reino de Navarra, se constituyó en el siglo IX. Integrado por población fundamentalmente vascona, sus orígenes son confusos por la escasez de fuentes.

El núcleo inicial se fue ampliando con la incorporación de tierras de La Rioja y el condado de Aragón, y alcanzó su máximo poder y prestigio en el reinado de Sancho III el Mayor (1000-1035), que anexionó nuevos territorios, entre ellos Castilla (1029) tras el asesinato de su conde.

El condado de Aragón

El núcleo primitivo de este condado, habitado por una población escasa de montañeses ganaderos, surgió en torno a Jaca a comienzos del siglo ix.

El enlace matrimonial entre la hija del conde de Aragón y el rey de Pamplona posibilitó la vinculación de ambos territorios a partir del año 970.

Los condados catalanes

Los musulmanes, en su avance por el noreste de la Península, habían ocupado toda la costa y el valle bajo del Ebro, quedando al margen los territorios pirenaicos.

Desde finales del siglo VIII, Carlornagno pretendió crear un territorio que sirviera de barrera entre el Islam y el reino franco. Para ello emprendió diversas campañas militares que arrebataron a los musulmanes algunas plazas catalanas de importancia, como Gerona (785) o Barcelona (801).

Surgió así un conjunto de condados, al amparo de la monarquía carolingia, encabezados por el hegemónico condado de Barcelona.

La estructuración de los reinos cristianos (siglos XI-XIII)

A comienzos del siglo XI los territorios cristianos representaban aproximadamente un tercio de la Península y estaban distribuidos en tres grandes bloques políticos: el Reino de Pamplona, que bajo Sancho III el Mayor (1000-1035) ejercía una supremacía indiscutible; el Reino de León, al oeste; y los condados pirenaicos, al este.

Pero entre los siglos XI y XII experimentaron profundas transformaciones, debido principalmente a tres factores:

a. El avance reconquistador, que se tradujo en una espectacular expansión territorial de los reducidos núcleos iniciales, salvo el de Pamplona.

b. Las disputas entre los diferentes territorios cristianos, que provocaron también constantes modificaciones de fronteras.

c. La concepción patrimonialista de la monarquía, que alteró con relativa frecuencia el mapa político de estos siglos. La tendencia de algunos monarcas a considerar los territorios de su reino como patrimonio particular generó dos situaciones de signo opuesto: por un lado, la unificación de diferentes territorios, sobre todo como consecuencia de enlaces matrimoniales; por otro, la división de un reino en varios, generalmente por reparto entre herederos.

Los hechos más significativos de esta etapa (siglos XI-XII) fueron los siguientes:

a. El nacimiento de los reinos de Castilla y de Aragón (siglo XI). A la muerte de Sancho III el Mayor en 1035, sus territorios fueron repartidos entre sus hijos: el Reino de Pamplona le correspondió a García; Aragón, a Ramiro; Castilla, a Fernando; y los condados de Sobrarbe y Ribagorza, a Gonzalo. De este modo, Aragón y Castilla se transformaron en reinos independientes. El pequeño Reino de Navarra acabó orientando su política hacia Francia, ya que Aragón y Castilla lo envolvían por el sur y le cerraban el camino a la expansión territorial de la Reconquista.

b. La unión de Aragón y Cataluña (siglo XII). El rey de Aragón Ramiro II el Monje (1134-1137) tuvo que abandonar su vida monástica y ocupar el trono a la muerte de su hermano, pero dedicó el tiempo justo, antes de retirarse de nuevo a la vida monacal, para contraer matrimonio, tener una hija -Petronila- y casarla a los dos años de edad (1137) con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, a quien encomendó en su nombre el gobierno de Aragón.

c. La independencia del Reino de Portugal (siglo XII). Portugal era un condado perteneciente al Reino de León, pero su segundo conde, Alfonso Enríquez, se proclamó rey en 1143 y, desde entonces, Portugal fue un reino independiente.

d. La unidad definitiva de los reinos de Castilla y León (siglo XIII). Castilla y León protagonizaron un proceso de uniones y separaciones que culminó en la unión definitiva de ambos reinos en 1230 bajo la corona de Fernando III el Santo.

Al finalizar el siglo XIII, los territorios cristianos abarcaban ya toda la Península, excepto el reino musulmán de Granada, y presentaban una división política que se mantendría sin cambios hasta el final de la Edad Media: Corona de Castilla (Castilla y León), Corona de Aragón (Aragón, Cataluña, Valencia y Baleares), Reino de Portugal y Reino de Navarra.

b. El proceso de reconquista y repoblación

Por Reconquista se entiende el proceso de ocupación militar de los territorios musulmanes de la península Ibérica, protagonizado por los cristianos entre los siglos VIII y XV

Principales etapas de la Reconquista

Siglos VIII-X

En esta etapa la superioridad de Al-Andalus era incuestionable, en especial durante el siglo x, época de esplendor del califato de Córdoba y de las campañas de Almanzor. Pero la ocupación efectiva de los musulmanes no abarcaba toda la Península, ya que fuera de su control quedaban los territorios situados al norte del Sistema Central y del valle del Ebro. En el sector occidental de la Península, entre el Sistema Central y el núcleo de resistencia asturiano existía una tierra de nadie, la cuenca del Duero, escasamente poblada durante el siglo VIII, que los cristianos pudieron ocupar sin dificultad.

El siglo XI marca el verdadero comienzo de la Reconquista, ya que se produjo un cambio radical en la correlación de fuerzas entre cristianos y musulmanes: el Califato entraba en una profunda crisis política y se desmembraba en reinos de taifas, al mismo tiempo que los territorios cristianos del norte se recuperaban y tomaban la iniciativa militar.

Estos últimos aprovecharon la debilidad inicial de los reinos de taifas para someterlos al pago de parias a cambio de protección y de paz, lo que no impidió el considerable avance de la Reconquista, cuyos hechos más significativos fueron los siguientes:

1. Alfonso VI (1065-1109), rey de Castilla y León, conquistó en 1085 el Reino de Toledo, de enorme valor estratégico y simbólico, ya que Toledo había sido la capital del reino visigodo.

2. Los reyes musulmanes, alarmados por la pérdida de Toledo, reclamaron la intervención de los almorávides, cuya presencia en la Península frenó el avance de Castilla con rotundas victorias (Sagrajas, 1086; Consuegra, 1097; Uclés, 1108) que empañaron el prestigio militar de Alfonso VI al final de su reinado.

3. Mención especial merecen las campañas de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, en tierras de Valencia (1088-1099). El Cid actuó unas veces por cuenta de Alfonso VI de Castilla y León, y otras por cuenta propia, según las circunstancias políticas de cada momento y su relación personal con el rey. En cualquier caso, aunque conquistó y gobernó Valencia, esta cayó en poder de los almorávides poco después de su muerte.

4. Por su parte, los reyes de Aragón, incluso en pleno apogeo de los almorávides, se extendieron hasta el valle medio del Ebro (Huesca, 1096; Zaragoza, 1118).

5. A mediados del siglo XII, coincidiendo con la decadencia almorávide, comenzó la gran ofensiva que culminó la conquista del valle del Tajo (Lisboa, 1147) y del valle del Ebro (Tortosa, 1148).

La segunda mitad del siglo XII, fue el periodo de apogeo de los almohades, que llegaron a unificar bajo su mando todos los territorios andalusíes. Esto, unido a las disputas entre los propios reinos cristianos, supuso un freno al avance reconquistador. Pero al margen de las ocupaciones territoriales, en esta etapa se produjeron dos novedades:

1. La creación y protagonismo de las Órdenes Militares. Las primeras fundaciones específicamente hispanas -con anterioridad se habían establecido conventos de las órdenes europeas- fueron la Orden de Calatrava (1157), la de Santiago (1171) y la de Alcántara (1176), todas ellas en Castilla y León (la primera orden militar de la Corona de Aragón, la de Montesa, no se creó hasta 1317, como heredera del patrimonio de la abolida Orden de los Templarios). Integradas por soldados permanentes (caballeros), formaban cuerpos de ejército autónomos a los que los monarcas solían encomendar la defensa de las zonas más vulnerables.

2. La firma de tratados entre los dos grandes poderes cristianos, Castilla y León y la Corona de Aragón “Aragón y Cataluña”, para delimitar los territorios que correspondían a cada uno en las conquistas futuras.

Siglo XII

Ante el creciente poder de los almohades, la reacción de los reinos cristianos consistió en finalizar sus disputas y aunar sus esfuerzos frente al peligroso enemigo común. También contribuyó a ello el espíritu de guerra santa que animaba a los almohades, al que respondieron los cristianos llamando a la cruzada.

El resultado fue la formación de un numeroso ejército dirigido por los reyes de Castilla (Alfonso VIII), Aragón (Pedro II) y Navarra (Sancho VII), con la participación de las Órdenes Militares, de numerosos cruzados extranjeros y de particulares de todos los reinos hispanos. El encuentro se produjo en la batalla de las Navas de Tolosa (1212), cerca del puerto de Despeñaperros en Sierra Morena. La rotunda victoria de las tropas cristianas supuso el comienzo del declive almohade y despejó el camino hacia el valle del Guadalquivir. Tras unos años de dificultades económicas por malas cosechas, la Reconquista cobró un nuevo impulso en todos los frentes hasta su culminación en 1266.

Portugal fue el primer reino en concluir su reconquista. La Corona de Aragón fue la que efectuó un avance más rápido al mando de Jaime I el Conquistador, con la anexión de Mallorca e Ibiza (Menorca quedó sometida a vasallaje hasta su anexión definitiva en 1287), y posteriormente del reino de Valencia hasta los límites fijados con Castilla. Castilla, durante el reinado de Fernando III, mantuvo un avance continuo hacia el sur: primero incorporó Extremadura y después el valle del Guadalquivir. Por último, Alfonso X el Sabio, hijo y sucesor de Fernando III, culminó la conquista de Andalucía e incorporó definitivamente el reino de Murcia.

A finales del siglo XIII, por tanto, toda la Península y las Islas Baleares estaban bajo dominio cristiano, con la excepción del reino nazarita de Granada.

Siglos XIV y XV: el dominio del Estrecho de Gibraltar

Durante la Baja Edad Media, el avance reconquistador no se detuvo del todo, aunque fue muy escaso. El objetivo más importante consistió en arrebatar a Granada la estratégica zona del Estrecho, que era la vía de penetración

tradicional de todas las invasiones musulmanas y la cabeza de puente de posibles refuerzos norteafricanos en ayuda del reino nazarita. Esta empresa se prolongó desde 1292 (conquista de Tarifa) hasta 1462, en que Enrique IV completó el control de la zona tras la conquista definitiva de Gibraltar. Entre ambas fechas fueron numerosas las ocupaciones, pérdidas y recuperaciones de plazas.

Los sistemas de repoblación

Tras la ocupación militar de los territorios musulmanes era necesario repoblarlos para afianzar las conquistas. Con este objetivo se aplicaron diferentes sistemas de repoblación en el curso de los siglos VIII al XIII.

El resultado final fue una estructura de propiedad de la tierra mantenida hasta nuestros días prácticamente sin modificaciones, con el río Tajo como línea de división entre una España latifundista al sur y una España de medianas y pequeñas propiedades al norte.

La repoblación por presura (siglos VIII- X)

La repoblación por presura se aplicó en las tierras situadas al norte del Duero y en el Piedemonte pirenaico. Esta primera fase repobladora fue impulsada por la presión demográfica existente en los reducidos núcleos cristianos iniciales, y tuvo a su favor que los territorios ocupados estaban prácticamente despoblados, por lo que no requerían una conquista previa.

El sistema de presura consistía en la simple ocupación de tierras sin dueño, ya que, según el Derecho romano, la puesta en cultivo de un terreno despoblado otorgaba al que lo hiciera la propiedad sobre el mismo. Este procedimiento se realizó por iniciativa de grupos de campesinos o por iniciativa de nobles y monasterios. El resultado fue el predominio de la pequeña y mediana propiedad de tierras.

La repoblación concejil (siglos XI y XII)

La repoblación concejil se aplicó a las tierras situadas entre el Duero y los Montes de Toledo, en el sector occidental, y en el valle del Ebro, en el oriental. Esta segunda fase repobladora se vio favorecida por el crecimiento demográfico de los núcleos cristianos, que habían iniciado una fase de recuperación y expansión.

El territorio era dividido en concejos con grandes términos o alfoces, regidos por una ciudad o villa cabecera, en la que se instalaba un representante del rey y un grupo de caballeros para su defensa. Una vez constituido el concejo, el rey otorgaba un Fuero, Carta de población o Carta Puebla -conjunto de normas que regulaban todos los aspectos de la vida municipal-.

A los nuevos pobladores se les concedía un solar para levantar su casa y tierras de cultivo, que al cabo de unos años pasaban a ser de su propiedad; también se les permitía disfrutar de las tierras y bienes comunales (bosques, zonas de pastos, etc.). La población musulmana en estas zonas era numerosa y, en general, se le respetaron sus propiedades.

La estructura resultante de la aplicación de este sistema se caracterizó por el predominio de la propiedad mediana libre y la abundancia de tierras comunales.

La repoblación de las Órdenes Militares (primera mitad del siglo XIII)

Las zonas afectadas por esta repoblación fueron el valle del Guadiana (La Mancha y Extremadura), en el sector occidental, y la provincia de Teruel y el norte de Castellón, en el oriental.

Se trataba de zonas extensas y poco pobladas, en cuya conquista habían destacado las Órdenes Militares. Estas recibieron grandes extensiones de tierra que dividieron en encomiendas (Alcántara y Santiago, en Extremadura; Calatrava, en La Mancha), al frente de las cuales situaban a un caballero de la Orden con cargo de comendador.

La estructura de propiedad predominante fueron los latifundios, dedicados a la explotación ganadera, la solución más idónea para zonas extensas y con escasa población.

La repoblación por repartimientos (segunda mitad del siglo XIII)

El sistema de repartimientos se aplicó al valle del Guadalquivir y al litoral levantino de Castellón a Murcia, últimas zonas reconquistadas.

Tras la ocupación de una ciudad con sus territorios circundantes, los oficiales reales hacían inventario de los bienes obtenidos y los repartían entre quienes habían participado en la conquista, dividiéndolos en lotes (donadíos) cuyo

tamaño y valor estaban en función del rango social de quien los recibía. A los numerosos pobladores musulmanes de estas zonas se les permitió permanecer como colonos, pero muchos prefirieron huir a Granada o África.

El resultado fue la creación de grandes latifundios en poder de la nobleza, las Órdenes Militares y la Iglesia.

c. Del estancamiento a la expansión económica

La fase de estancamiento (siglos VIII-X)

Durante los siglos VIII al X los focos cristianos de resistencia del norte peninsular vivieron una fase de estancamiento económico, que contrastaba con la prosperidad del califato de Córdoba. En general, se mantuvieron las tendencias de la época visigoda -ruralización y economía cerrada-, pero acentuadas por las difíciles condiciones geográficas y políticas en que se desenvolvieron estos primitivos núcleos: la base económica era una agricultura y ganadería de subsistencia, con poca actividad mercantil y escasa circulación monetaria.

La fase expansiva (siglos XI – XII)

A partir del siglo XI, se inició una fase de recuperación demográfica y económica, favorecida por la desintegración del califato de Córdoba y la expansión de los territorios cristianos.

El desarrollo de la agricultura y ganadería

Con el avance de la Reconquista y la incorporación de nuevas tierras de vid, olivo y huerta, la agricultura se diversificó y aumentó la producción. La comercialización de los excedentes agrarios permitió salir de la economía cerrada de autoconsumo, predominante en la fase anterior.

Por otra parte, la ganadería experimentó en Castilla un gran desarrollo, en especial la oveja merina, cuya lana de enorme calidad era codiciada dentro y fuera de la Península. Pero la escasez de pastos hizo necesaria la trashumancia, que provocó constantes conflictos entre ganaderos y agricultores, a causa de los daños producidos en los campos por el paso del ganado.

Los propietarios castellanos de rebaños, para defender sus intereses, fundaron en el siglo XIII el Honrado Concejo de la Mesta, que obtuvo de la monarquía grandes privilegios en perjuicio de los intereses de los agricultores. La inclinación de la monarquía en favor de los ganaderos se debió sobre todo a dos razones: el poder de los grandes propietarios de ganado trashumante (nobles e instituciones eclesiásticas, fundamentalmente) y los elevados ingresos obtenidos por la monarquía por el cobro de impuestos sobre el comercio de la lana. Surgió así una rivalidad entre agricultores y ganaderos que fue constante hasta el siglo XVIII.

La revitalización del comercio y de las ciudades

El crecimiento demográfico y el aumento de la producción también reactivaron el comercio interior y exterior. Así mismo, las ciudades se revitalizaron con la celebración en ellas de mercados fijos, itinerantes o periódicos, y la organización de ferias anuales de carácter internacional.

Por otra parte, el oro recibido de los musulmanes en concepto de parias propició la circulación monetaria, la actividad comercial, el desarrollo de la banca y el crédito, controlados sobre todo por judíos, ya que la Iglesia condenaba como usura el préstamo de dinero con interés.

La artesanía, en cambio, tuvo un progreso más lento y solo fue adquiriendo verdadera importancia a partir del siglo XIII, en especial el sector textil lanero.

d. El régimen señorial y la sociedad estamental

La aparición y el desarrollo del régimen señorial

Los señoríos eran territorios concedidos por el rey a un particular o a una institución (un monasterio, por ejemplo), en ocasiones como pago por algún servicio prestado.

En los comienzos de la Reconquista apareció el primer tipo de señoríos, los denominados señoríos territoriales o solariegos, cuyas tierras carecían de dueño previo, por lo que el nuevo señor adquiría la propiedad de las mismas. Esto fue frecuente hasta el siglo XII, sobre todo en las zonas de repoblación por presura.

Pero a menudo, y en especial en las zonas ya pobladas, el monarca no transfería la totalidad de las propiedades del lugar, sino solo aquellos bienes y derechos que hasta entonces habían correspondido a la corona (las tierras sin dueño, los bosques, los montes, ciertas rentas, etc.), sin modificar las propiedades de los vecinos.

A partir del siglo XII, y de forma progresiva, los monarcas empezaron a otorgar a los beneficiarios de estas donaciones el privilegio de la inmunidad, es decir, la garantía de que en esos territorios no intervendrían los agentes del rey. De este modo, tales lugares se convirtieron en señoríos jurisdiccionales y sus pobladores en vasallos del nuevo señor, que asumía sobre ellos las funciones propias del monarca. Así pues, el régimen señorial, característico de la península Ibérica, no se diferenciaba en lo esencial del feudalismo europeo:

1. En el plano jurídico, implicaba un traspaso de competencias del rey (gobierno, justicia, cobro de tributos, etc.) a los titulares del señorío.

2. En el plano político, el poder efectivo del monarca se limitaba a las tierras de realengo, es decir, las que estaban bajo su dominio directo, o lo que es lo mismo, las que no formaban parte de los señoríos de la nobleza o el clero.

La sociedad estamental

La división social en el Medievo cristiano fue consecuencia de dos factores fundamentales: la importancia de la fuerza militar en una sociedad en guerra casi permanente, y la influencia de la Iglesia en el terreno ideológico. Surgió así una estructura tripartita, definida por la función esencial que cada grupo social o estamento desempeñaba para el conjunto de la comunidad: la nobleza (los «defensores»), cuyo cometido era la defensa de la comunidad; el clero (los «oradores»), encargado de rezar y velar por la salvación de las almas; y el estado llano (los «labradores» o trabajadores), al que correspondía trabajar para el mantenimiento de todos. Este reparto de funciones se justificaba en los textos medievales como plasmación en este mundo de la voluntad divina de armonía social.

Pero al margen de las justificaciones ideológicas, la sociedad estamental presentaba las siguientes características generales:

1. La división social era muy rígida, ya que todo individuo estaba encuadrado en alguno de los tres estamentos (también llamados estados u órdenes) de que se componía la sociedad: nobleza, clero o estado llano.

2. Cada estamento se regía por normas diferentes. La nobleza y el clero gozaban de privilegios reconocidos legalmente, mientras que el estado llano carecía por completo de ellos.

3. La movilidad vertical -posibilidad de ascender o descender en la escala social- era muy escasa. Si era difícil para alguien del estado llano convertirse en noble, lo contrario era prácticamente imposible.

4. El único estamento abierto era el clero, ya que se nutría tanto de miembros de la nobleza, como del estado llano, aunque con una clara delimitación de cargos para unos y otros.

La nobleza

El ascenso al estamento privilegiado de la nobleza solo lo podía conceder el rey, normalmente por servicios prestados a su persona, ya fuera con las armas, en la casa real o en la administración de algún territorio. A partir de ese momento la nobleza del primer titular se transmitía por linaje a sus descendientes. Pero no todos los miembros del estamento nobiliario gozaban de igual prestigio y fortuna, sino que existía una jerarquía interna:

1. La alta nobleza (duques, condes, marqueses) que disponía de grandes riquezas y extensos señoríos. 2. La nobleza media, formada por los caballeros, con cierto nivel de fortuna y a veces también con

señoríos. 3. La baja nobleza, integrada por los denominados hidalgos -en la Corona de Castilla- o infanzones -en la

Corona de Aragón-, cuya riqueza no era generalmente excesiva.

Todos ellos, sin embargo, gozaban de privilegios legales de todo tipo, entre ellos los jurídicos, como disponer de tribunales propios y un tratamiento de favor ante igualdad de delitos, y los fiscales, como el de estar exentos de pagar tributos.

Además, los titulares de señoríos disfrutaban en ellos también de una serie de derechos específicos, que variaban de unos casos a otros:

1. Derechos territoriales, como el cobro de rentas (en dinero o en especie) a los campesinos que explotaban las tierras señoriales, o la exigencia de pago por la utilización de los pastos para el rebaño, entre otros muchos.

2. Derechos de carácter personal, como el de ser hospedado en las casas de sus vasallos o, más raramente, el derecho a movilizar a estos para alguna prestación.

3. Derechos sobre monopolios, como el de molino (los vasallos debían moler su trigo obligatoriamente en el molino del señor y pagar por ello), o el cobro de peaje por atravesar una puerta (portazgo) o por cruzar un puente (pontazgo).

4. Derechos jurisdiccionales, como el de nombrar a las autoridades municipales del señorío, o administrar justicia y cobrar multas (penas de cámara).

Con el tiempo se extendió entre los principales linajes nobiliarios la práctica de constituir mayorazgos, instrumento fundamental que garantizaba la conservación del patrimonio familiar y su transmisión íntegra a los futuros herederos.

El clero

Igual que la nobleza, los eclesiásticos gozaban de privilegios, como el de tener tribunales propios o estar exentos de pagar impuestos.

También en el estamento eclesiástico existía una jerarquía interna, con grandes diferencias de rentas y posición social entre el alto clero (obispos, abades, etc.) y el bajo clero (párrocos, curas rurales, etc.).

Así mismo, la Iglesia poseía señoríos con sus privilegios específicos; en estos casos, el titular era una institución eclesiástica (una abadía, una catedral, etc.) y el que estaba a la cabeza de la misma (el abad, el obispo, etc.) ejercía como señor sobre las tierras y vasallos del señorío.

Pero, a diferencia de la nobleza, el estamento eclesiástico no era un estamento cerrado, sino que a él tenían acceso tanto los nobles como los miembros del estado llano, aunque los primeros acaparaban las altas dignidades eclesiásticas (alto clero), mientras que los segundos ocupaban los cargos inferiores (bajo clero).

El estado llano

Todos los que no pertenecían ni a la nobleza ni al clero formaban parte del estado llano, también denominado estado general o plebeyo.

Era el estamento más numeroso y heterogéneo, y el único en que había trabajadores y pecheros (los que pagaban pechos o tributos). Entre los integrantes del estado llano existían grandes diferencias no solo en cuanto a rentas o posición social, sino también en cuanto a su actividad económica. Lo componían tres grupos principales:

1. Los campesinos, libres o sometidos a sus señores, eran la inmensa mayoría, debido a la base agrícola de la economía.

2. Los artesanos de las ciudades representaban una minoría importante y en aumento desde el renacimiento comercial y urbano iniciado en el siglo XI.

3. Los mercaderes y hombres de negocios eran también escasos, sobre todo en Castilla y León, donde estos oficios solían considerarse, en la mentalidad social dominante, trabajos poco dignos y propios de los judíos.

e. El nacimiento de las Cortes

El organismo más importante de la administración estatal era la Curia Real, consejo integrado por magnates del clero y la nobleza cuyo cometido era asesorar al rey, aunque a menudo trataban de controlarlo.

Desde 1188 en el Reino de León y durante el siglo XIII en el resto de los reinos, los monarcas convocaron a la Curia también a burgueses, en representación de las ciudades más importantes: así nacieron las Cortes.

Las de Castilla y León se fusionaron tras la unión de ambos reinos en el siglo XIII, pero en la Corona de Aragón se mantuvieron separadas las Cortes de Aragón, Cataluña y Valencia (el Reino de Mallorca nunca tuvo Cortes propias).

Las Cortes medievales eran convocadas por el rey y reproducían la estructura estamental de la sociedad, ya que estaban compuestas de tres brazos -en representación de la nobleza, el clero y las ciudades-, que deliberaban por separado. En las Cortes del Reino de Aragón los brazos eran cuatro, pues la nobleza contaba con dos: uno de ricos hombres y otro de caballeros e infanzones. Aunque existían diferencias entre unos reinos y otros, parece que en todos los territorios las funciones de las Cortes eran esencialmente dos:

1. Atender las consultas del rey en asuntos de especial importancia. 2. Sobre todo, votar los subsidios o impuestos de carácter extraordinario, lo que cada vez fue más frecuente,

ya que los ingresos fiscales ordinarios a menudo eran insuficientes para atender los gastos de la monarquía.

No obstante, se ha considerado tradicionalmente que las Cortes de la Corona de Aragón y las de Navarra tuvieron mayor protagonismo político que las de Castilla, con un papel de relativa importancia en la propuesta o aprobación de leyes. Pero una lectura crítica de la documentación medieval hace pensar que ese mayor protagonismo no se debió a una distinta naturaleza jurídica de las Cortes de esa Corona, sino más bien a circunstancias históricas concretas que obligaron a sus reyes a depender en mayor grado de unas Cortes muy atentas en la defensa de los intereses de sus respectivos territorios.

En cualquier caso, ni la composición ni las funciones de estas primitivas Cortes estamentales son equiparables a las de las actuales Cortes o Parlamentos constitucionales: no eran representativas de la voluntad general de la población, no tenían poder legislativo y no disponían de instrumentos legales para controlar el poder del monarca. Más bien al contrario, cumplían con las dos obligaciones básicas que en la sociedad feudal tenía todo vasallo hacia su señor: asistirle con el consejo (consilium) y prestarle ayuda (auxilium), en este caso de tipo económico.

f. El Camino de Santiago

Según algunas fuentes y tradiciones cristianas, el apóstol Santiago había predicado en España y, tras su muerte en Jerusalén, su cuerpo había sido trasladado milagrosamente a Galicia, donde sería enterrado finalmente en un lugar boscoso. Mucho tiempo después, en la primera mitad del siglo IX, una serie de prodigios celestes -de donde para algunos derivaría el nombre de Compostela: de campus stellae o campo de la estrella, señalaron a un ermitaño el emplazamiento de la tumba, y sobre ese lugar el entonces rey de Asturias, Alfonso II el Casto, ordenó la construcción de una iglesia.

En el contexto de la Reconquista, el apóstol se convirtió en Santiago «matamoros» -espada en mano y a caballo- y en símbolo de la cruzada contra el Islam en suelo hispano, atribuyéndosele diversas participaciones directas en el campo de batalla.

La afluencia de peregrinos para visitar la tumba del apóstol fue creciendo y en el siglo XI se fijaron definitivamente las etapas que jalonaban la ruta principal, conocida como Camino de Santiago o Camino francés, pues en él confluían las rutas procedentes del otro lado de los Pirineos. Surgieron así en esta ruta nuevas ciudades, albergues, hospitales, iglesias y monasterios, en muchos casos por iniciativa de los reyes. En la promoción de la peregrinación compostelana desempeñó un gran papel la poderosa Orden de Cluny, que estableció más de treinta monasterios en España.

En el siglo XII Santiago de Compostela era ya el centro de peregrinación más importante de la cristiandad, por delante de Roma y Jerusalén. La afluencia de gente era tan masiva que apareció incluso una guía para peregrinos: el Codex Calixtinus o Liber Sancti Iacobi, obra del francés Américo Picaud. En consecuencia, el Camino de Santiago, con sus ramificaciones europeas, se convirtió en una de las vías de intercambios económicos, culturales y artísticos más importantes de la Edad Media, ya que atravesaba todos los territorios cristianos occidentales de la Península y los ponía en contacto con el resto de Europa.

g. Una cultura plural. a. Cristianos, musulmanes y judíos.

Un rasgo sobresaliente del panorama cultural de la península Ibérica durante la Edad Media fue su carácter plural: la existencia de mudéjares en los territorios cristianos y de mozárabes en los musulmanes, así como de judíos en unos y otros, propició el contacto frecuente y el intercambio de conocimientos entre las tres culturas, más allá de las diferencias religiosas o las rivalidades políticas y militares.

La Escuela de traductores de Toledo

Ya se ha mencionado en la unidad anterior la importancia de Al Ándalus como vía de trasmisión a Occidente del pensamiento científico antiguo y oriental, recuperado por los árabes y enriquecido con sus propias aportaciones.

El puente cultural entre el mundo islámico y la cristiandad fueron los centros de traducción del árabe que surgieron de forma espontánea en diferentes ciudades, especialmente en Italia y en la península Ibérica.

En el siglo XII, tras la reconquista del valle del Ebro y el Reino de Toledo, zonas densamente pobladas de musulmanes, la actividad traductora fue intensa en ciudades como Tudela (Navarra), Tarazona (Zaragoza), Zaragoza, Barcelona y, sobre todo, Toledo, donde el arzobispo Raimundo dio un gran impulso a las traducciones del árabe al facilitar a los estudiosos el acceso a los ricos fondos bibliográficos de la ciudad. A Toledo acudieron eruditos y traductores de las más diversas procedencias, como el inglés Adelardo de Bath o el italiano Gerardo de Cremona.

En el siglo XII el prestigio de Toledo como centro de traducción, se incrementó aún más bajo el mecenazgo de Alfonso X el Sabio (1252-1284). Este monarca alentó además la utilización de las lenguas vulgares, como el gallego y sobre todo el castellano, al cual se tradujeron del árabe numerosas obras científicas, filosóficas y literarias. El procedimiento más común consistía en traducir las obras del árabe al castellano y después del castellano al latín.

De este modo se difundió por el Occidente cristiano gran parte del conocimiento perdido de la Antigüedad griega y de la ciencia del mundo islámico.

b. Las manifestaciones artísticas.

UNA CULTURA PLURAL Y UN ARTE EN CONSTANTE EVOLUCIÓN

De las escuelas monacales a las primeras universidades

Tras la caída del Imperio romano, en la Europa cristiana medieval fue la Iglesia (los monasterios en particular) la que asumió el papel de preservar y transmitir la cultura, principalmente por medio de la copia y la conservación de libros. Sin embargo, la mayoría de los nuevos libros eran de carácter religioso y destinados al clero, que los necesitaba para la liturgia o para su propia formación. Fuera del clero solo algunos nobles o altos funcionarios sabían leer y escribir, y tenían algún libro. La situación, por tanto, era muy diferente a la de la España islámica.

Hasta el siglo XI los únicos centros de instrucción elemental eran algunas escuelas monacales. En los monasterios más importantes un maestro solía impartir una enseñanza básica (leer y escribir, canto y cálculo elemental) a grupos de niños destinados en su mayoría a convertirse en monjes. En este sentido, gozó de reconocida fama el monasterio de Ripoll (Gerona) o el de Sahagún (León).

A partir del siglo XII, con el renacimiento de la vida urbana, adquirieron una gran importancia las catedrales, atendidas por una corporación de canónigos (el cabildo) al servicio del obispo. Surgieron así escuelas catedralicias que impartían una instrucción también elemental dirigida a los hijos de la burguesía y de la pequeña nobleza urbana, e incluso al clero, cuya ignorancia preocupaba en primer lugar a la propia Iglesia. En algunas catedrales importantes (Santiago, Toledo, Segovia o Palencia) se crearon también escuelas superiores en las que se enseñaba teología y artes liberales.

En el siglo XIII aparecieron las Universidades o Estudios Generales, nuevas instituciones docentes que agrupaban a estudiantes y profesores, y cuyo precedente europeo estaba en las de París y Bolonia. Fueron fundaciones regias, aunque algunas surgieron a partir de escuelas catedralicias. Sin embargo, para gozar de un auténtico reconocimiento en todo el ámbito de la cristiandad, requerían la autorización del Papa. Además de la facultad de Artes, cuyos estudios tenían cierto carácter preparatorio, estas primeras universidades tenían generalmente otras tres facultades: Derecho (civil y canónico), Filosofía y más raramente Medicina.

La primera fundación universitaria peninsular fue la de Palencia (entre 1208 y 1214), de existencia breve y precaria, a la que siguieron, Salamanca (hacia 1218), Valladolid (hacia mediados de siglo), Lérida (1279) y Lisboa (1288).

Del arte asturiano al gótico y el mudéjar

Desde el siglo VIII hasta el XV el arte de los territorios cristianos experimentó grandes cambios que se pueden clasificar en cinco grandes estilos: asturiano, mozárabe o de repoblación, románico, gótico y mudéjar.

El arte asturiano tuvo su momento de máximo esplendor a mediados del siglo IV y sorprende por su calidad en un territorio tan aislado y carente de tradición artística. Nos ofrece una arquitectura inspirada en el mundo clásico, que se anticipaba al arte románico en algunas soluciones, como la utilización de la bóveda de medio cañón, reforzada al interior con arcos fajones y al exterior con contrafuertes. Una obra cumbre de este estilo es Santa María del Naranco (Oviedo), inicial palacio de Ramiro I (842-850), que fue convertido después en iglesia.

El arte mozárabe o de repoblación se dio sobre todo en el siglo X, momento en que los reinos cristianos, tras la repoblación del norte del valle del Duero y el Piedemonte pirenaico, permitieron instalarse y fundar monasterios en estas zonas a mozárabes que huían de los territorios musulmanes. El arte mozárabe introdujo en edificios de culto cristiano algunos elementos propios del arte islámico, como el arco de herradura de tipo árabe. Un buen ejemplo es la iglesia de San Miguel de la Escalada (León), situada en la región al norte del Duero, primera zona de repoblación cristiana, donde una comunidad de monjes expulsados de Córdoba fundó un monasterio del que solo se conserva esta iglesia. También son interesantes las miniaturas que ilustraban los códices de tema religioso, de vivo colorido y gran expresividad.

Durante los siglos XI y XII se desarrolló el arte románico, que es el primer gran estilo europeo tras la caída de Roma. Su manifestación más importante fue la arquitectura religiosa -iglesias y monasterios-, a la que quedaron supeditadas en gran medida la escultura y la pintura. Ante la afluencia masiva de peregrinos, que acudían a visitar las reliquias de ciertas iglesias -en especial las del Camino de Santiago-, surgieron las denominadas iglesias de peregrinación, cuyas naves laterales se prolongan por detrás de la capilla mayor, creando un deambulatorio o girola, al que comunican pequeñas capillas semicirculares. De este modo los peregrinos podían recorrer la iglesia por las naves laterales y la girola sin interferir los oficios litúrgicos.

Desde un punto de vista técnico, la gran aspiración de la arquitectura románica era construir edificios sólidos y duraderos, que evitaran en lo posible el riesgo de incendios, demasiado frecuentes por los rayos o por las antorchas usadas para la iluminación interior. La solución consistió en sustituir las tradicionales cubiertas de madera por estructuras de piedra abovedadas: en la nave central, más ancha y más alta, se usaba la bóveda de medio cañón reforzada por arcos fajones; y en las naves laterales, la bóveda de arista. Pero el enorme peso de la cubierta exigía utilizar robustos sistemas de soporte (gruesos muros reforzados por contrafuertes exteriores, pilares y columnas interiores de gran anchura), lo que explica la escasez de vanos (puertas y ventanas) para no debilitar el muro. La iluminación, por tanto, era pobre y la oscuridad del ambiente invitaba al recogimiento espiritual. Como excepcional botón de muestra del románico español, rico tanto en la cantidad como en la calidad de sus obras, baste citar la catedral de Santiago de Compostela, iniciada en 1075, en sustitución de la anterior, destruida por Almanzor.

En cuanto a la escultura, la más importante era la que estaba vinculada a los edificios religiosos (relieves de portadas, capiteles, etc.). Se caracteriza por el tratamiento antinatural de los motivos y la simplificación de escenas y figuras, ya que se trataba de transmitir la idea esencial de las cosas, y no de imitar su apariencia real. Sin embargo, desde mediados del siglo XII, se aprecia un cambio de sensibilidad que anunciaba la nueva visión del arte gótico: frente a la simplicidad del románico, algunas figuras muestran una mayor naturalidad y detalle, con actitudes más humanas y formas más correctas y proporcionadas. El Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago, obra del Maestro Mateo, ilustra perfectamente esta evolución.

Por último, dentro de la pintura destaca sobre todo la pintura mural de las iglesias, ya que las grandes superficies de muros y bóvedas ofrecían un amplio espacio, ideal para la representación de temas religiosos. Como en la escultura, las representaciones son simples y antinaturales, y los colores se aplican en tonos uniformes delimitados por trazos negros que definen los elementos del motivo. Son obras representativas las pinturas del Panteón Real de San Isidoro en León, o las de los ábsides de las iglesias de San Clemente y Santa María en Tahull (Lérida).

El arte gótico (siglos XII- XIV) fue la manifestación de una nueva visión del mundo más optimista y de un nuevo espíritu religioso más amable, con un creciente interés por la naturaleza y el hombre como creaciones bellas de Dios. La arquitectura gótica en sus comienzos no supuso una ruptura radical con el románico, sino una evolución lógica del mismo, a partir de la incorporación de un nuevo elemento: el arco apuntado, del que surgió la bóveda de crucería. El arco apuntado permitía elevar la altura del edificio, y la bóveda de crucería dirigía los empujes de la cubierta hacia puntos concretos, desde donde eran desviados, por medio de arbotantes, a los contrafuertes exteriores, rematados en pináculos. De este modo se acabó modificando toda la estructura del edificio. El muro ya no tenía por qué ser tan sólido como en el románico y se podían abrir amplios ventanales. Estos propiciaron el desarrollo de grandes vidrieras policromadas que inundaban los interiores de una abundante luz irreal. En el siglo XIII, destacaron las construcciones de la Corona de Castilla, con las magníficas catedrales de Burgos, Toledo y León; en esta última son de especial interés sus vidrieras. En el siglo XIV, en cambio, la actividad constructora más interesante se produjo en la Corona de Aragón, con catedrales como la Barcelona, Gerona y Palma de Mallorca.

En la escultura las figuras se hicieron más naturales y humanizaron sus gestos y actitudes (Virgen Blanca de la catedral de León). En cuanto a la pintura mural, tendió a desaparecer en las iglesias en favor de la vidriera, en la misma medida en que el muro fue sustituido por los grandes ventanales. En cambio, experimentó un notable desarrollo la pintura sobre tabla, que en su versión monumental produjo la aparición de los retablos, colocados tras el altar. Y como en la escultura, la representación se ajustaba cada vez más a la apariencia real de los motivos y figuras.

Por último, es necesario referirse al arte mudéjar, genuinamente hispano, que se limitó a la arquitectura y a algunas artes menores desde finales del siglo XII hasta el siglo XVI, contemporáneo por tanto del románico y el gótico. En él se combinan estructuras arquitectónicas esencialmente románicas o góticas con materiales o elementos propios del arte islámico: el empleo de ladrillo como material fundamental, las cubiertas con armadura de madera, arcos de tipo islámico (de herradura, polilobulados), abundante decoración de carácter geométrico, etc. Como obras representativas se podrían citar la iglesia de San Tirso (Sahagún, León), la iglesia de Santiago del Arrabal (Toledo), la catedral de Teruel o los Alcázares Reales de Sevilla.

3. Los reinos cristianos en la Baja Edad Media (siglos XIV y XV):

Las guerras civiles y las tensiones políticas de la Baja Edad Media (siglos XIV y XV)

En la Baja Edad Media se inició el proceso de fortalecimiento del poder real que conduciría a las monarquías absolutas de la Edad Moderna. Pero este camino estuvo salpicado de dificultades y resistencias, en especial por parte de la nobleza y el clero, cuyos intereses chocaban con las pretensiones autoritarias y centralizadoras de los monarcas.

La guerra civil en Castilla (1366-1369): la nueva dinastía Trastámara

Pedro I el Cruel (1350-1369) estaba firmemente decidido a fortalecer el poder del rey frente a la nobleza, por lo que gobernó desentendiéndose de ella. Esta actitud propició una fuerte oposición nobiliaria que se organizó en torno a sus hermanastros, los hijos bastardos de Alfonso XI. Uno de ellos, Enrique de Trastámara, encabezó la rebelión con el objeto de arrebatar a Pedro I el trono.

La contienda civil finalizó en 1369 con el asesinato de Pedro I y el triunfo de su hermanastro, que accedió al trono como Enrique II. Se entronizaba así en Castilla la nueva dinastía Trastámara, lo que supuso también el triunfo de la nobleza frente a las inclinaciones autoritarias de Pedro I.

La contienda civil finalizó en 1369 con el asesinato de Pedro I y el triunfo de su hermanastro, que accedió al trono como Enrique II. Se entronizaba así en Castilla la nueva dinastía Trastámara, lo que supuso también el triunfo de la nobleza frente a las inclinaciones autoritarias de Pedro I.

El Compromiso de Caspe (1412) la instauración de los Trastámara en la Corona de Aragón

Muerto sin descendencia Martín I el Humano (1396-1410), se planteó el problema de la sucesión al trono. Aunque existían seis aspirantes con diversos derechos, las candidaturas finales se redujeron a dos de ellos: Fernando de Trastámara (entonces regente de la Corona de Castilla por la minoría de edad del rey, su sobrino) y el conde de Urgel.

La cuestión sucesoria se solventó en el Compromiso de Caspe (1412), en el que nueve compromisarios -tres por cada uno de los territorios de Aragón, Cataluña y Valencia-, eligieron a Fernando I de Trastámara. Se resolvió así de forma ejemplar una situación de vacío de poder que en aquellos tiempos era casi siempre una ocasión propicia para el desencadenamiento de una guerra civil entre los aspirantes al trono. Desde entonces, tanto en la Corona de Castilla como en la de Aragón reinaba la misma dinastía, aunque con miembros de distintas ramas.

La guerra civil en Navarra (1451-1461)

El Reino de Navarra durante los siglos XIV y XV estuvo más orientado hacia Francia que hacia los reinos hispánicos (de hecho, desde 1274 hasta 1328 formó parte de la monarquía francesa).

La verdadera crisis política de Navarra se desencadenó en el siglo xv, cuando, tras la muerte de la reina doña Blanca, se disputaron el trono su esposo, el futuro Juan II de Aragón, y el hijo de ambos, Carlos, príncipe de Viana. El enfrentamiento entre padre e hijo se convirtió en guerra civil desde 1451 hasta la muerte en extrañas circunstancias de Carlos en 1461, y fue un prólogo de la guerra civil en Cataluña.

La guerra civil en Cataluña (1462-1472)

La guerra civil catalana fue el resultado final de una suma de conflictos de intereses que se arrastraban desde mucho tiempo atrás (enfrentamiento entre la oligarquía catalana y la monarquía, de pretensiones autoritarias; entre campesinos y señores feudales; e incluso entre artesanos y comerciantes de Barcelona).

La guerra estalló durante el reinado de Juan II (1458-1479), de firmes convicciones absolutistas, y la cadena de acontecimientos que condujeron a ella se originó en la guerra civil de Navarra.

Finalmente, el conflicto concluyó con la rendición de Barcelona (1472) y la firma de la Capitulación de Pedralbes, en la que el rey adoptó una actitud conciliadora con los vencidos. Pero Cataluña quedó arruinada.

a. Crisis agraria y demográfica

La crisis agraria y demográfica de la Baja Edad Media (siglos XIV y XV)

Los dos últimos siglos del Medievo coincidieron con un periodo de crisis general en toda Europa. Se pasó así de la anterior fase expansiva a otra marcada por el hambre, la peste, la guerra y los conflictos sociales.

Las crisis agrarias de la primera mitad del siglo XIV

La primera mitad del siglo XIV registró numerosos ciclos de malas cosechas en toda Europa, debido fundamentalmente a condiciones meteorológicas adversas como registran numerosas fuentes de la época -los «veranos podridos» de diversas regiones europeas entre 1314 y 1316, o los «malos años» de Castilla entre 1343 y 1346.

Cada vez que esto ocurría, se rompía el precario equilibrio entre población y recursos, y se desencadenaba una crisis de subsistencias, cuyo proceso era siempre el mismo: las malas condiciones climáticas arruinaban las cosechas; la escasez de trigo provocaba su encarecimiento y aparecía la amenaza del hambre; y la población, debilitada por el hambre, era entonces más propensa a contraer enfermedades y a morir.

Los efectos demográficos y económicos de la peste negra (1348)

La peste negra era una enfermedad propia de los roedores, trasmitida al hombre a través de la pulga de la rata. Una vez contagiado el hombre, se extendía por medio de los parásitos humanos -pulgas y piojos- o directamente por vía pulmonar. Esta terrible epidemia se originó en Asia y llegó al Mar Negro, desde donde se difundió a toda Europa y a las riberas del Mediterráneo.

A España llegó en 1348 y se extendió rápidamente desde las Islas Baleares y las localidades de la costa levantina hacia el interior peninsular. Aunque esta primera oleada -la más amplia y virulenta- se había extinguido en la Península hacia 1350, surgieron otros brotes de peste más localizados durante toda la segunda mitad del siglo y gran parte de la centuria siguiente.

Las explicaciones de los contemporáneos eran muy variadas: un castigo divino por los pecados humanos, una nefasta conjunción planetaria o la corrupción del aire -la explicación más generalizada entre los médicos-, pero también se divulgó el rumor de que eran los judíos quienes envenenaban las aguas y el aire. Una práctica habitual, sobre todo entre los más pudientes, fue la huida temprana de los lugares infectados y el retorno cuando todo había pasado.

Los efectos de la peste negra se multiplicaron al actuar sobre poblaciones muy debilitadas tras años de carencias alimentarias. Es lógico, por tanto, que su incidencia fuera mayor entre las capas sociales más bajas.

Sin embargo, no quedaron a salvo ni los reyes, como ocurrió con Alfonso XI de Castilla, que murió a consecuencia de ella en 1350. También afectó más a las zonas litorales que a las regiones interiores; y dentro de ellas, más a las ciudades que al campo.

En cualquier caso, las consecuencias demográficas fueron de gran magnitud y, además de la elevada mortalidad, se pueden destacar otras dos en particular:

b. Los grandes movimientos de población del campo a la ciudad, ya que esta ofrecía psicológicamente más amparo, aunque propiciaba el contagio por la mayor concentración de habitantes.

c. Los despoblamientos de numerosos lugares («despoblados» castellanos, «villages désertes» de Francia, «lost villages» de Inglaterra), tanto por fallecimiento de sus pobladores como por simple abandono para acudir a la ciudad o a tierras mejores que hubieran quedado vacías.

En cuanto a las consecuencias económicas, la más notable fue el espectacular aumento de los precios -por la caída de la producción en general- y de los salarios -por la escasez de mano de obra derivada de la gran mortandad. No menor fue el impacto psicológico. Las reacciones ante la muerte fueron diversas y contradictorias, desde los que adoptaban actitudes ascéticas, hasta los que se entregaban a todo tipo de excesos y placeres en un afán frenético de disfrutar de la brevedad de la vida.

La evolución de las Coronas de Castilla y Aragón en la Baja Edad Media

Aunque la crisis de la Baja Edad Media fue general en toda Europa, sus efectos no afectaron al mismo tiempo a todas las regiones. Ejemplo de ello es la diferente evolución que experimentaron en la península Ibérica las Coronas de Castilla y de Aragón.

En la Corona de Castilla se pueden distinguir dos fases:

1 La crisis del siglo XIV, que se manifestó en las crisis agrarias de la primera mitad del siglo y la peste negra, a las que siguieron los efectos de la guerra civil entre Pedro I y Enrique de Trastámara (1366-1369) y los conflictos sociales.

2 La recuperación demográfica y económica del siglo XV, a pesar de la pervivencia de conflictos sociales y del estallido de una segunda guerra civil (1474-1479) con la que se inició el reinado de Isabel la Católica.

En la Corona de Aragón, a pesar de que muchos de los factores de la crisis son los mismos que en Castilla, la evolución fue diferente y se pueden distinguir tres fases:

1. Una fase de fuerte crecimiento económico durante la primera mitad del siglo XIV, basado en la expansión política y comercial por el Mediterráneo desde finales del siglo XIII.

2. Una profunda crisis durante la segunda mitad del siglo XIV, cuyas causas fueron la peste negra, las tensiones sociales y las dificultades económicas, que afectaron a Cataluña más que a ningún otro territorio de la Corona.

3. Una lenta recuperación a partir del siglo XV, excepto en Cataluña, cuya crisis se agudizó aún más por los conflictos sociales y la guerra civil (1462-1472).

b. Las tensiones sociales.

La reacción de los señores ante la crisis

La crisis de la Baja Edad Media no solo afectó a los más pobres, sino también a los señores de la nobleza o del clero, por diferentes causas:

a) La mortandad provocada por la peste negra y los movimientos de población -a las ciudades o a tierras mejores- supusieron para los señores una disminución de vasallos y de rentas.

b) El aumento general de los precios, y en particular los de las manufacturas, afectaron sobre todo a la nobleza y al clero, que eran los principales clientes de este tipo de productos.

En conclusión, ante las dificultades económicas los señores reaccionaron tratando de recuperar sus pérdidas por diversos medios, a costa de la monarquía y de los campesinos:

a) A la monarquía le usurparon tierras y prerrogativas -esencialmente tributos-, aprovechando sus momentos de debilidad, como las guerras civiles o las minorías de edad de los reyes.

b) Respecto a los campesinos, endurecieron sus condiciones y adoptaron diversas estrategias, según la zona:

. En la Corona de Castilla, se extendió la práctica del arrendamiento de tierras por plazos cortos, para poder revisar al alza las rentas que les cobraban.

En Cataluña, en cambio, para evitar la huida de los campesinos, los adscribían a la tierra como siervos y solo se les permitía abandonarla mediante la compra de su libertad (eran los payeses de remensa o campesinos de redención).

Las rebeliones campesinas de carácter antiseñorial

El descontento generalizado de la población campesina se manifestó en el estallido de numerosos conflictos. En general, y a diferencia de algunos movimientos europeos coetáneos, las rebeliones campesinas en España no fueron ni anticlericales ni revolucionarias, sino que solo pretendían frenar los crecientes abusos de los señores y volver a las prácticas tradicionales.

La mayoría de ellas tuvo una duración y alcance muy limitados (Paredes de Nava en 1371, Sepúlveda en 1394, Benavente en 1400, Salamanca en 1453), con algunas excepciones como la rebelión de los forans en Mallorca (1450-1452), la segunda guerra hermandiña en Galicia (1467-1469), o sobre todo el movimiento de los payeses de remensa en Cataluña (1380-1486).

Los payeses de remensa catalanes eran campesinos adscritos a la tierra de forma hereditaria, en una situación similar a la de los siervos de la gleba de algunas regiones europeas. Su principal diferencia respecto a estos era que podían romper dicha adscripción mediante el pago de una cantidad de dinero (la remensa). Pero además de la remensa los señores de sus tierras les habían impuesto otras cinco obligaciones o condiciones abusivas, que en conjunto se conocían como malos usos.

Desde 1348, los señores, ante la caída de la producción y la reducción del número de sus vasallos por los efectos de la peste negra, endurecieron las condiciones de los payeses de remensa e, incluso, trataron de extender su

situación jurídica a otros campesinos. La respuesta fue un movimiento disperso e intermitente de agitación campesina, sobre todo a partir de los años ochenta del siglo XIV, que se prolongó durante más de cien años (desde 1380 a 1486).

Las rebeliones contra los judíos

Amplios sectores del pueblo llano odiaban a los judíos por su prosperidad económica en tiempos de crisis y por su relación con el impopular mundo de los préstamos y el dinero. A ello se añadió la acusación de haber provocado la peste negra, corrompiendo el aire y las aguas, lo que originó los asaltos a las juderías catalanas en 1348.

Pero el movimiento antisemita más importante se desencadenó en 1391: los ataques se iniciaron en Sevilla y se extendieron a toda Andalucía, Levante, Cataluña y parte de Castilla, durante más de dos meses. Muchos judíos murieron y otros muchos optaron por convertirse al cristianismo; surgió de este modo la figura del converso, siempre bajo sospecha de su falta de sinceridad religiosa.

d. La diferente evolución y organización política de las Coronas de Castilla, Aragón y Navarra.

La Corona de Castilla: hacia la monarquía absoluta

En la Corona de Castilla la autoridad de la monarquía se fortaleció de modo considerable en la Baja Edad Media (siglos xiv y xv). A ello contribuyó en gran medida la difusión de teorías políticas que, basadas en el Derecho romano, defendían la supremacía absoluta del rey, cuyo poder se consideraba de origen divino. De este modo, frente al concepto feudal del rey como señor de vasallos -lo que implicaba una reciprocidad de compromisos y obligaciones entre uno y otros-, se fue imponiendo en Castilla la doctrina del rey como soberano de súbditos, según la cual el reino debía estar subordinado a la autoridad ilimitada e independiente del monarca, que solo era responsable de sus actos ante Dios.

En el ámbito estatal la organización política de la Corona de Castilla se fue consolidando a lo largo de la Edad Media con la creación de nuevas instituciones en respuesta a las necesidades de un Estado cada vez más complejo:

a) El Consejo Real. Creado en 1385, era el heredero de la antigua Curia Real, pero a diferencia de esta -de carácter restringido y feudal-, en seguida se convirtió en un organismo de carácter técnico, integrado en su mayor parte por legistas que asesoraban al rey en todo tipo de decisiones.

b) Las Cortes. Tras la unión definitiva de los reinos de Castilla y de León, se produjo también la fusión definitiva de sus Cortes, que pasaron a ser únicas para toda la Corona.

c) La Audiencia. Nació en 1371 como órgano supremo de la justicia, solo supeditado al rey. En principio era itinerante, pero en el siglo xv fijó su sede en Valladolid con el nombre de Chancillería.

La Corona de Aragón: la doctrina pactista

La Corona de Aragón, a diferencia de la de Castilla, era una confederación de territorios, cada uno de ellos con leyes e instituciones propias, y notables diferencias entre sí.

En cuanto al concepto de monarquía, también difería del de Castilla. En los territorios de la Corona de Aragón, la relación entre gobernante y gobernados se mantuvo dentro del concepto feudal de pacto entre el señor y sus vasallos, entendiéndose por vasallos en este caso solo los grupos sociales dirigentes (la nobleza, el clero y el patriciado urbano).

En el ámbito estatal las instituciones aragonesas reflejaban las peculiaridades tanto de la confederación en su conjunto, como de cada uno de sus territorios. Las más importantes surgieron o se consolidaron a lo largo de la Baja Edad Media:

a) Los virreyes. En una estructura política tan descentralizada como la aragonesa, la autoridad real en los territorios en que no residía el monarca estaba representada por lugartenientes o virreyes, que actuaban en su nombre y que con frecuencia eran miembros de la propia familia real.

b) Las Cortes. El papel de contrapeso a la autoridad del rey lo desempeñaban las Cortes, que defendían los intereses específicos de los grupos sociales dirigentes de sus respectivos reinos (la nobleza, el clero y la alta burguesía). Existían Cortes independientes en Aragón, Cataluña y Valencia, y nunca llegaron a unirse como ocurrió con las de Castilla y León, aunque a veces se convocaban juntas como Cortes Generales.

c) Las Diputaciones. Cuando las Cortes concedían algún subsidio al monarca, se creaba una comisión para organizar y controlar su recaudación, y una vez concluida su labor, se disolvía. Con el tiempo esas comisiones temporales de las Cortes se transformaron en diputaciones permanentes de los distintos territorios y adquirieron también determinadas funciones políticas: la Diputación del General de Cataluña o Generalitat (en 1359); la Diputación del Reino de Aragón (en 1412); y la Diputación del Reino de Valencia (en 1419). Esta última, a diferencia de la catalana o la aragonesa, nunca adquirió competencias políticas importantes.

d) El Justicia de Aragón. Fue un cargo específico del reino de Aragón, cuyo origen no está claro. Lo desempeñaba un miembro de la nobleza designado por las Cortes y su función primordial consistía en la interpretación y defensa de los fueros propios de Aragón, en especial frente a posibles pretensiones autoritarias de la monarquía.

El Reino de Navarra

En Navarra, como en la Corona de Aragón, prevaleció la doctrina pactista, y las prerrogativas de las Cortes impidieron el fortalecimiento del poder de la monarquía.

En cuanto a las instituciones las principales eran las siguientes:

a) El Consejo Real, que era el órgano asesor del rey.

b) Las Cortes, ante las cuales el rey debía jurar los fueros del reino, y en cuyas reuniones se promulgaron leyes de gran importancia.

c) La Diputación de los Tres Estados, creada a mediados del siglo xv para gestionar la recaudación de los subsidios votados en las Cortes.

d. El reino nazarí de Granada y el mundo de frontera. (1237-1492)

El reino nazarí de Granada fue fundado por Muhammad I, del linaje árabe de los Nasrí o Nazaríes, que se rebeló contra los almohades y se proclamó sultán en 1232 en su pueblo de origen, Arjona. Tras ser reconocida su autoridad por varias localidades, entró en Granada en 1237.

El reino de Granada abarcaba un territorio mayor que el de la actual provincia del mismo nombre, y estaba dividido en tres grandes circunscripciones o coras: Elvira, con capital en Granada; Rayya, con capital en Málaga; y Pechina, con capital en Almería.

En sus dos siglos y medio de existencia, fue escenario de disputas internas casi constantes. Además, la presión exterior ejercida por Castilla obligó a los reyes granadinos a practicar una política que basculaba entre la guerra y la paz; esta última a cambio del pago de parias y el reconocimiento de vasallaje al rey de Castilla.

Finalmente, los Reyes Católicos emprendieron una guerra de conquista de diez años de duración (1482-1492), que concluyó con la incorporación definitiva del reino de Granada a la Corona de Castilla. De este modo despareció el último estado musulmán de la Península, ocho siglos después de las primeras expediciones de Tariq y Musa.