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7/21/2019 Bloch - Introduccion a La Historia http://slidepdf.com/reader/full/bloch-introduccion-a-la-historia 1/161 INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA . Bloc BREVIARIOS Fondo de Cultura Económica t or pogr af o

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INTRODUCCIÓNA LA HISTORIA

. BlocBREVIARIOS

Fondo de C ultura Econ óm ica

t or pogr af o

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BREVIARIOSdel

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

6+

INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA

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INTRODUCCIÓN

a la Historiafor MARC BLOCH

/ » memcriamnutrís árnica*

FONDO E CULTUR ECONÓMICM E X I C O M A D R I D B U E N O S A I R E S

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Pr im era edición en francés, 1949Pr im era edición en espa ñol, 1952Prim era reimpresión 1957Seg und a reimpresión, 1963Te rcer a reimpresión, 1965C ua rta reimpresión , 1967Q uin ta reimpresión, 1970Sexta reim presión , 1974Sép tima reimpresión , 1975O ctav a reimpresión, 1978D écim a reimpresión, 1980Prim era reimpresión en Arge ntina, 1982

Traducción dePABLO GONZÁLEZ CASANOVA y MAX AUB

Título original:Ápologie pour l'Histoire ou Métier d'historien© 1949 Librairie Armand Colin, París

D. R. © 1952 FON DO DE CUL TUR A ECO NÓ MIC AAv. de la Universidad 975, México 12, D. F.

© FO ND O DE CULTURA ECON ÓM ICA, A rg e n t i n a

Suipacha 617, Buenos Aires, Argentina

ISBN 950.057.003.3

Queda hecho el depósito de Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

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A LUCIEN FEBVRE,A MANERA DE DEDICATORIA

este libro ha de. publicarse un día; si, de simple antídotoal que fido hoy un cierto equilibrio del alma —entre losfcores dolores y las feores ansiedades personales y colec-tivas— viene a ser un verdadero libro, ofrecido fara serleído, otro nombre distinto del de usted querido amigo,será entonces inscrito en la cubierta. Usted lo sabe, se

necesitaba ese nombre, en ese lugar: único recuerdo -per-mitido a una ternura demasiado -profunda y demasiado sa-grada para poder ex fresarla. ¿Y cómo me resignaría yoo no verle a usted aparecer también sino d azar de al-gunas referencias? Juntos hemos combatido largamentepor una historia más amplia y más humana. Sobre la ta-rea común, ahora cuando escribo, se ciernen muchas ame-nazas. No por nuestra culpa. Somos los vencidos provi-sionales de un injusto destiteo. Ya vendrá el tiempo,estoy seguro, en que nuestra colaboración podrá volver a serverdaderamente pública, como en el pasado, y, como en elpasado, Ubre. Mientras tanto continuara por mi parte enestas páginas, llenas de la presencia de usted. Aquí con-servará el ritmo, que fue siempre el suyo, de un acuerdojundamentd, vivificado, en la superjicie, por el provecho-so juego de nuestras afectuosas discusiones. Entre las ideasque me propongo sostener, más de una me llega, sin dudaalguna, directamente de usted. Respecto de muchas otrasyo no podría decidir, en buena conciencia, si son de us-ted, mías o de ambos. Me enorgullece pensar que muchasveces me aprobará usted. En ocasiones me criticará. Ytodo ello será entre nosotros un vinculo más.

Fougéres (Creuse),lo de mayo de 1941.

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INTRODUCCIÓN

"Papá, explícame para qué sirve la historia", pedía hacalgunos años a su padre, que era historiador, un muchachto allegado mío. Quisiera poder decir que este libro es mrespuesta. Porque no alcanzo a imaginar mayor halago paun escritor que saber hablar por igual a los doctos y a lescolares. Pero reconozco que tal sencillez sólo es privilgio de unos cuantos elegidos. Por lo menos conserva

aquí con mucho gusto, como epígrafe, esta pregunta dun niño cuya sed de saber acaso no haya logrado apagar de momento. Algunos pensarán, sin duda, que es ufórmula ingenua; a mí, por el contrario, me parece detodo pertinente.1 El problema que plantea, con la emba-razosa desenvoltura de esta edad implacable, es nada menque el de la legitimidad de la historia.

Ya tenemos, pues, al historiador obligado a rendircuentas. Pero no se aventurará a hacerlo sin sentir un ligetemblor interior: ¿qué artesano, envejecido en su oficino se h¿ preguntado alguna vez, con un ligero estremecimiento, si ha empleado juiciosamente su vida? Mas debate sobrepasa en mucho los pequeños escrúpulos de umoral corporativa, e interesa a toda nuestra civilización ocidental. Porque contra lo que ocurre con otros tipos dcultura, ha esperado siempre demasiado de su memoriTodo lo conducía a ello: la herencia cristiana como la hrencia clásica. Los griegos y los latinos —nuestros primros maestros— eran pueblos historiógrafos. El cristianises una religión de historiadores. Otros sistemas religioshan podido fundar sus creencias y sus ritos en una mitogía más o menos exterior al tiempo humano. Por librsagrados, tienen los cristianos libros de historia, y sus litgias conmemoran, con los episodios de la vida terrestre un Dios, los fastos de la Iglesia y de los santos. El cristnismo es además histórico en otro sentido, quizá más prfundo: colocado entre la Caída y el Juicio Final, el destide la humanidad representa, a sus ojos, una larga aventra, de la cual cada destino, cada "peregrinación" indiv

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10 INTRODUCCIÓNdual, ofrece, a su vez, el reflejo; en Ja duración y, por lotanto, en la historia, eje central de toda meditación cris

na, se desarrolla el gran drama del Pecado y de la Reden-ción. Nuestro arte, nuestros monumentos literarios, ellenos de los ecos del pasado; nuestros hombres de actienen constantemente en los labios sus lecciones, realimaginarias. Convendría, sin duda, señalar más de matiz en ¡a psicología de los grupos. Hace mucho tieque lo observó Cournot; eternamente inclinados a rec

truir el mundo sobre las líneas de la razón, los francen conjunto viven sus recuerdos colectivos con mucha nor intensidad que los alemanes, por ejemplo.2 Es tam-bién indudable que las civilizaciones pueden cambiarse concibe, como hecho en sí, que la nuestra no se apun día de la historia. Los historiadores deberán rexionar sobre ello. Porque es posible que si no nos poneen guardia, la llamada historia mal entendida acabe desacreditar a la historia mejor comprendida. Pero si gáramos: a eso alguna vez, sería a costa de una profunda tura con nuestras más constantes tradiciones intelectua

De momento en esta cuestión no hemos pasado todade la etapa del examen de conciencia. Cada vez que ntras estrictas sociedades, que se hal an en perpetua cde crecimiento, se ponen a dudar áe sí mismas, se laspreguntarse si han tenido razón al interrogar a su paso si lo han interrogado bien. Leed lo que se escribía ade la guerra, lo que todavía puede escribirse hoy: entreinquietudes difusas del tiempo presente oiréis, casi inblemente, la voz de esta inquietud mezclada con las oEn pleno drama me ha sido dado recoger el eco espontde ello. Era en junio de 1940, el mismo día, si mal

me acuerdo, de la entrada de los alemanes en París. Ejardín normando en que nuestro Estado Mayor, privde fuerzas, arrastraba su ocio, remachábamos sobre las sas del desastre: "¿Habrá que pensar que nos ha engañla historia?", murmuró uno de nosotros. Así la angudel hombre hecho y derecho se unía, con su acento mamargo, a la sencilla curiosidad del jovenzuelo. Hay responder a una y a otra.

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INTRODUCCIÓN IISin embargo, conviene saber qué quiere decir esa pa

labra "servir". Pero antes de examinarla quiero agreg

unas palabras de excusa. Las circunstancias de mi vida psente, la imposibilidad en que me encuentro de usar ugran biblioteca, la pérdida de mis propios libros, me obgan a fiarme demasiado de mis notas y de mis experienciCon demasiada frecuencia me están prohibidas las lectucomplementarias, las verificaciones a que me obligan las yes mismas del oficio del que me propongo describir lprácticas. ¿Podré, algún día , llenar estas lagunas? Temque nunca del todo. A este respecto, no puedo menos solicitar indulgencia del lector y, diría, "declararme cupable", si ello no implicara echar sobre mí más de lo qes justo, las faltas del destino.

Es verdad que, incluso si hubiera que considerar a lhistoria incapaz de otros servicios, por lo menos podrdecirse en su favor que distrae. O, para ser más exac—puesto que cada quien busca sus distracciones dondquiere—, que así se lo parece a gran número de personaPersonalmente, hasta donde pueden llegar mis recuerdosiempre me ha divertido mucho.. En ello no creo difereciarme de los demás historiadores que, si no es por ést¿por qué razón se han dedicado a la historia? Para quino sea un tonto de marca mayor, todas las ciencias sointeresantes. Pero cada sabio sólo encuentra una cuyo ctivo le divierte. Descubrirla para consagrarse a ella es prpiamente lo que se llama vocación.

Por sí mismo, por lo demás, este indiscutible atractivde la historia merece ya que nos detengamos a reflexionAnte todo, como germen y como aguijón, sn papel ha si

y sigue siendo capital. Antes que el deseo de conocimieto, el simple gusto; antes que la obra científica plenamenconsciente de sus fines, el instinto que conduce a ella: evolución de nuestro comportamiento intelectual abunen filiaciones de esta clase. Hasta en terrenos como el la física, los primeros pasos deben mucho a las "coleccionde curiosidades". Hemos visto, incluso, figurar a los pqueños goces de las antiguallas en la cuna de más de un

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12 INTRODUCCIÓNorientación de estudios, que poco a poco se ha cargadoseriedad. Ésa es la génesis de la arqueología y, más rectemente, del jolklore. Los lectores de Alejandro Dumasno son, quizás, sino historiadores en potencia, a los sólo falta la educación necesaria para darse un placer puro, y, a mi juicio, más agudo: el del color verdader

Si, por otra parte, este encanto está muy lejos dacabarse, en cuanto da principio la investigación metódcon sus necesarias austeridades; si, entonces, por el c

trario —como pueden testimoniar todos los verdaderos toriadores^— gana todavía en vivacidad y en plenitud, hay en ello que, en cierto sentido, no valga para cualqtrabajo del espíritu . La historia, sin embargo, tiene indablemente sus propios placeres estéticos, que no se para los de ninguna otra disciplina. Ello se debe a que elpectáculo de las actividades humanas, que forma su obparticular, está hecho, más que otro cualquiera, para sedla imaginación de los hombres. Sobre todo cuando, gra

- a su alejamiento en el tiempo o en el espacio, su desplise atavía con las sutiles seducciones de lo extraño. £1 Leibniz nos lo ha confesado: cuando pasaba de las absttas especulaciones de las matemáticas, o de la teodicedescifrar viejas cartas o viejas crónicas de la Alemaniaperial, sentía, como nosotros, esa "voluptuosidad de apder cosas singulares". Cuidémonos de quitar a nuestra ccia su parte de poesía. Cuidémonos, sobre todo, comodescubierto en el sentimiento de algunos, de sonrojarpor ello. Sería una formidable tontería pensar que tan poderoso atractivo sobre la sensibilidad, tiene quemenos capaz también de satisfacer a nuestra inteligen

Pero si esa historia a la que nos conduce un atractque siente todo el universo no tuviera más que tal attivo para justificarse; si no fuera, en suma, más que amable pasatiempo como el bridge o la pesca con anzuelo,¿merecería que hiciéramos tantos esfuerzos por escribiPor escribirla, según lo entiendo yo, honradamente, vdicamente, y yendo en la medida de lo posible hasta los

sortes más ocultos, es decir, difícilmente. El juego —

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INTRODUCCIÓN 13cribió André Gide— no nos está ya permitido hoy; nsiquiera el de la inteligencia, añadía. Esto se escribía

1938. En 1942 , año en que me ha tocado escribir, ¡elpropósito adquiere un sentido todavía más grave A buseguro, en un mundo que acaba de abordar la química dátomo, que comienza a sondear apenas el secreto de lespacios estelares, en nuestro pobre mundo que, justameorgulloso de su ciencia, no logra, sin embargo, crearse poco de felicidad, las largas minucias de la erudición htórica, harto capaces de devorar toda una vida, mereceríser condenadas como un absurdo derroche de energías ccriminal si no condujeran más que a revestir con un pode verdad uno de nuestros sentimientos. O será precidesaconsejar el cultivo de la historia a todos los espíritsusceptibles de emplear mejor su tiempo en otros terrenoo la historia tendrá que probar su legitimidad como concimiento.

Pero aquí se plantea, una nueva cuestión: ¿Qué es jutamente lo que legitima un esfuerzo intelectual?

Me imaginé que nadie se atrevería hoy a decir, con lopositivistas de estricta observancia, que el valor de una ivestigación se mide, en todo y por todo, según su aptitupara servir a la acción. La experiencia no nos ha enseñasolamente que es imposible decidir por adelantado si lespeculaciones aparentemente más desinteresadas no se velarán un día asombrosamente útiles a la práctica. Rehsar a la humanidad el derecho a investigar, a calmar su sintelectual sin preocuparse para nada del bienestar, equivdría a mutilarla en forma extraña. Aunque la historia fueeternamente indiferente al homo jaber o al homo foli-ticus, bastaría para su defensa que se reconociera su( necesi-

dad para el pleno desarrollo del homo sapiens. Sin em-bargo, aun limitada de ese modo, la cuestión dista muchde quedar fácilmente resuelta.

Porque la naturaleza de nuestro entendimiento lo inclina mucho menos a querer saber que a querer .compreder. De donde resulta que las únicas ciencias auténticason, según su voluntad, las que logran establecer relacion

explicativas entre los fenómenos. Lo demás no es, segú

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14 INTRODUCCIÓNla expresión de Malebranche, más que "polimatía". Abien, la polimatía puede muy bien pasar por distraccipor manía. Pero hoy menos que en tiempo de Malebche podría pasar por una de las buenas obras de la ingencia. Independientem ente incluso de toda eventual cación a la conducta, la historia no tendrá, pues, el derde reivindicar su lugar entre los conocimientos verdamente dignos de esfuerzo, sino en el caso de que, ende una simple enumeración, sin lazos y casi sin lím

nos prometa una clasificación racional y una inteligibiprogresiva.Es innegable, sin embargo, que siempre nos parec

que una ciencia tiene algo de- incompleto si no nos aytarde o temprano, a vivir mejor. ¿Y cómo no pensar aún más vivamente cuando nos referimos a la historia según se cree, está destinada a trabajar en provecho

hombre; ya que tiene como tema de estudio al hombsus actos? De hecho, una vieja tendencia a la quesupondrá por lo menos un valor instintivo, nos inclinpedir a la historia que guíe nuestra acción; por lo taa indignamos contra ella, como el soldado vencido ame he referido, si por casualidad parece manifestar supotencia para hacerlo así. El problema de la utilide la historia, en sentido estricto, en el sentido "pragtico" de la palabra útil, no se confunde con el de su letimidad, propiamente intelectual. Es un problema, adeque no puede plantearse sino en segundo término. Pobrar razonablemente, ¿no es necesario ante todo comder? Pero, so pena de no responder más que a medilas sugestiones más imperiosas del sentido común, aproblema no puede eludirse.

"Algunos de nuestros consejeros, o quienes quisieranlo, han respondido ya a estas cuestiones. Pero sólo lo hecho para amargar nuestras esperanzas. Los más indutes han dicho: la historia carece de provecho y de solOtros, con una severidad nada amiga de medias tinhan dicho: es perniciosa. "E l producto más peligroso

borado por la química del intelecto", ha dicho uno

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INTRODUCCIÓN 15ellos, y no de los menos notorios. Estas invectivas tienepeligroso atractivo: justifican por adelantado la ignorancPor fortuna, para lo que subsiste aún en nosotros de cursidad espiritual, esas censuras no carecen quizás de inter

Pero si el debate debe ser considerado de nuevo¿ enecesario que lo planteemos con datos más seguros.

Porque hay una precaución que los detractores corrietes de la historia no han tenido en cuenta. Su palabra carece ni de elocuencia ni de esfrit. Pero, por lo general,

han olvidado informarse con exactitud de lo que hablaLa imagen que tienen de nuestros estudios no parece hber surgido del taller. Huele más a oratoria académique a gabinete de trabajo. Sobre todo, ha prescrito. Dsuerte que incluso pudiera ocurrir que toda esa palabrese haya gastado en exorcizar a un fantasma. Nuestro esfueen este dominio debe ser harto distinto. Trataremos d

buscar el grado de certidumbre de los métodos que urealmente la investigación, hasta en el humilde y delicadetalle de sus técnicas. Nuestros problemas serán los mmos que impone cotidianamente al historiador su materEn una palabra, ante todo quisiéramos explicar cómo y pqué practica su oficio de historiador. Dejamos que el lecdecida a continuación si vale la pena ejercer éste oficio.

Pongamos atención, sin embargo. Así limitada y com' prendida, la tarea puede pasar por sencilla sólo en aparicia. Lo sería, quizás, si estuviéramos frente a una de eartes aplicadas "de las que se ha dicho todo cuando se henumerado, una tras otra, las manipulaciones consagrad

1 Pero la historia no es lo mismo que la relojería o la ebnistería. Es un esfuerzo para conocer mejor; por lo tantuna cosa en movimiento. Limitarse a describir una ciental como se hace será siempre traicionarla un poco. Es mcho más importante decir cómo espera lograr hacerse prgresivamente. Ahora bien, esfuerzo semejante exige de pte del analista forzosamente una dosis bastante amplia selección personal. En efecto, toda ciencia se halla, en cauna de sus etapas, atravesada constantemente por tendencdivergentes, que ho es posible separar sin una especie de

ticipación del porvenir. No nos proponemos retroced

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16 INTRODUCCIÓNaquí ante esta necesidad. En materia intelectual, más qen ninguna otra, el horror de las responsabilidades nes un sentimiento muy recomendable. Sin embargo, la hradez nos imponía advertir al lector.

Asimismo, las dificultades que se presentan inevitablmente cuando se hace un estudio de los métodos, varímucho según el punto que haya alcanzado momentánemente una disciplina en la curva, siempre un poco irreglar, de su desarrollo. Me imagino que hace cincuenta añ

cuando todavía reinaba Newton como maestro, era mucmás fácil que hoy construir con el rigor de un plano arqtectónico una exposición de la mecánica. Pero la histoes todavía una fase mucho más favorable a las certidumb

Porque la historia no es solamente una ciencia en macha. Es también una ciencia que se halla en la infanccomo todas las que tienen por objeto el espíritu humaneste recién llegado al campo del conocimiento racional. por mejor decir, vieja bajo la forma embrionaria del rlato, mucho tiempo envuelta en ficciones, mucho más tiepo todavía unida a los sucesos más inmediatamente capbles, es muy joven como empresa razonada de análisis. esfuerza por penetrar en fin por debajo de los hechos la superficie; por rechazar, después de las seduccionde la leyenda o de la ret'rica, los venenos, hoy más pegrosos, de la rutina erudita y del empirismo disfrazado sentido común. No ha superado aún, en algunos problemesenciales de su método, los primeros tanteos. Razón pla cual Fustel de Coulanges y, antes que él, Bayk no etaban, sin duda, totalmente equivocados cuando la llamban "la más difícil de todas las ciencias".,

¿Pero es esto una ilusión? Por incierta que siga sienen tantos puntos nuestra ruta, me parece que* estamos tualmente mejor situados que nuestros predecesores inmdiatos para ver con mayor claridad.

Las generaciones que han'precedido inmediatamentela nuestra, en las últimas décadas del siglo xix y hasta los primeros años del xx, han vivido como alucinadas una imagen demasiado rígida, una imagen verdaderam

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INTRODUCCIÓN 1Jte comtiana de las ciencias del mundo físico. Extendieal conjunto de las adquisiciones del espíritu este siste

prestigioso, consideraban que no puede haber conocimto auténtico que no pueda desembocar en certidumbformuladas bajo el aspecto de leyes imperiosamente uversales por medio de demostraciones irrefutables. Éstauna opinión casi unánime. Pero, aplicada a los estudhistóricos, dio Isgar a dos tendencias opuestas, en razón los distintos temperamentos.

Unos creyeron posible, en efecto, instituir una ciecia de la evolución humana conforme con este ideal cierto modo pan-científico, y trabajaron con afán pcrearla, sin perjuicio, por lo demás, de optar finalmepor dejar fuera de los efectos de este conocimiento los hombres muchas realidades muy humanas, pero queparecían desesperadamente rebeldes a un saber racio

Este residuo era lo que llamaban desdeñosamente el actecimiento; era también una parte de la vida más íntimmente individual. Tal fue, en suma, la posición de la cuela sociológica fundada por Durkheim. Por lo menono se consideran las sutilezas que con la primera rigide los principios trajeron poco a poco hombres demasiinteligentes para no sufrir, incluso a su pesar, la pres

de las cosas. A este gran esfuerzo deben mucho nutros, estudios. Nos ha enseñado a analizar con mayprofundidad, a enfocar más de cerca los problemas, a psar, me atrevo a decir, de manera menos barata. De esfuerzo no hablaremos aquí sino con un respeto y un adecimiento infinitos. Si hoy nos parece superado, ése eprecio que pagan por su fecundidad, tarde o temprano,

dos los movimientos intelectuales.Otros investigadores, sin embargo, adoptaron en emomento una actitud muy diferente. No logrando insela historia en los marcos del lcgalismo físico, particulmente preocupados, además -—a causa de su primera ecación—, por las dificultades, las dudas, el frecuente voa em pe'ar de la crítica documental, extrajeron de la

periencia, ante todo, una lección de humildad desengañLes pareció que la disciplina a que habían consagrado

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18 INTRODUCCIÓNinteligencia no podía ofrecer, a fin de cuentas, conclumuy seguras en el presente, ni muchas perspectivas d

greso en el futuro. Se inclinaron a ver en ella, más qconocimiento verdaderamente científico, una especijuego estético, o, por lo menos, de ejercicio higiénicvorable a la salud del espíritu. A menudo se les ha lla"historiadores historizantes", sobrenombre injurioso nuestra corporación, pues parece considerar la esenciahistoria en la propia negación de sus posibilidades. P

parte, yo les encontraría de buena gana una rúbrica mpresiva en el momento del pensamiento francés al qutenecen.

El amable y escurridizo Silvestre Bonnard es un annismo, si se atiene uno a las fechas en que el libro fiactividad, justamente como esos santos antiguos piningenuamente por los escritores de la Edad Media, ba

colores de su propio tiempo. Silvestre Bonnard (por que se atribuya, aunque sea por un instante, a esta soinventada, una existencia humana), el "verdadero" Stre Bonnard, nacido en el Primer Imperio —la generde los grandes historiadores románticos, le hubiera coentre los suyos—, habría compartido con ella los entusiemocionados y fecundos, la fe un poco candida en el

venir de la '.'filosofía" de la historia. Olvidemos la éa la que se dice que perteneció y situémosle en la qescribió su vida imaginaria: merecerá figurar como etrón, como el santo corporativo de todo un grupo detoriadores, que fueron más o menos los contemporintelectuales de su biógrafo: trabajadores profundamhonestos, pero de aliento un poco corto y de los que ría a veces que, como esos niños cuyos padres se han ddo mucho, llevaban en los huesos la fatiga de las grandgías históricas del romanticismo, dispuestos a empequeñante sus colegas del laboratorio, mas deseosos, en sumaconsejarnos prudencia más que empuje. ¿Sería dsiado malicioso querer buscar su divisa en la sorprenfrase que. se le escapó un día al hombre de inteligtan viva que fue mi querido maestro Charles Scign"Es muy útil hacerse preguntas, pero muy peligroso

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INTRODUCCIÓN 19ponderlas"? No es ése, a buen seguro, el propósito defanfarrón. Pero si los físicos no hubieran hecho más

fesión de intrepidez, ¿dónde estaría a este respectofísica?'Ahora bien, nuestra atmósfera mental no es ya la mi

La teoría cinética del gas, la mecánica einsteiniana, la ría de los quanta, han alterado profundamente la idea ayer todavía se formaba cada cual de la ciencia. No larebajado, pero la han suavizado. Han sustituido en mupuntos lo cierto por lo infinitamente probable; lo rigurmente mensurable por la noción de la eterna relativide la medida. Su acción se ha hecho sentir incluso slos -innumerables espíritus —entre los cuales debo contyo— a quienes las debilidades de su inteligencia o de educación les prohiben seguir esa metamorfosis en forma que no sea de muy lejos y por reflejo. Así, par

sucesivo, estamos mucho mejor dispuestos a admitir quconocimiento puede pretender el nombre de cientíaunque no se confiese capaz de realizar demostracionesclidianas o de leyes inmutables de repetición. Hoy atamos mucho más fácilmente hacer de la certidumbrdel universalismo una cuestión de grados. No sentimola obligación de tratar de imponer a todos los objetos

saber un modelo intelectual uniforme, tomado de las ccias de la naturaleza física, pues sabemos que en las prciencias físicas ese modelo no se aplica ya completo. no sabemos muy bien qué serán un día las ciencias hombre. Sabemos que para ser —obedeciendo siempresupuesto, a las leyes fundamentales de la razón— no drán necesidad de renunciar a su originalidad ni de a

gonzarse de ello.Me gustaría que entre los historiadores de profesilos jóvenes sobre todo, se habituaran a reflexionar sestas vacilaciones, sobre estos perpetuos "arrepentimiede nuestro oficio. Ésa será para ellos mismos la mejor nera de prepararse, por una elección deliberada, a condrazonablemente sus esfuerzos. Sobre todo me gustaría los acercarse, cada vez en número mayor, a esta historla vez ampliada y tratada con profundidad, cuyo dis

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2 0 INTRODUCCIÓNconcebimos varios —cada día menos raros—. Si mi puede ayudarlos tendré la impresión de que no habrá

absolutamente inútil. Tiene, lo reconozco, algo de grama.Pero yo no escribo únicamente, ni sobre todo, par

uso interior del taller. Tampoco me ha parecido que ra menester ocultar a los simples curiosos nada de las iluciones de nuestra ciencia. Estas irresoluciones son nexcusa. Mejor aún: a ellas se debe la frescura de nueestudios. N o sólo tenemos el derecho de reclamar a de la historia la indulgencia debida a todos los comieLo inacabado, si tiende perpetuamente a superarse, para todo espíritu un poco ardiente una seducción bien vale por la del éxito más cabal. Al buen labr—ha dicho, más o menos Péguy— le gustan las labola siembra tanto como la recolección.

Conviene que estas palabras introductorias terminenuna confesión personal. Considerada aisladamente, ciencia no representa nunca más que un fragmento movimiento universal hacia el conocimiento. Ya se mpresentado la ocasión de dar un ejemplo de ello más a

para entender y apreciar bien estos procedimientosinvestigación, aunque se trate de los más particulareapariencia, sería indispensable saberlos unir con un perfectamente seguro al conjunto de las tendencias qumanifiestan en el mismo momento en las demás clasedisciplina. Ahora bien, este estudio de los métodos cderados en sí mismos constituye, a su manera, una

cialidad, cuyos técnicos se llaman filósofos. Es éste utulo al que me está vedado aspirar. Por esta lagunami primera educación el presente ensayo perderá musin duda, en precisión de lenguaje como en amplituhorizonte. No puedo presentarlo sino como lo que ememento de un artesano al que siempre le ha gustameditar sobre su tarea cotidiana; el "carnet" de un

cial que ha manejado durante muchos años la toesa nivel, sin creerse por eso matemático.

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LA HISTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEMPO

I. LA ELECCIÓN DEL HISTORIADOR

La palabra historia es muy vieja, tan vieja que a vecesllegado a cansar. Cierto que muy rara vez se ha llegadquerer eliminarla del vocabulario. Incluso los sociólo

de la escuela durkheimiana la admiten. Pero sólo para legarla al último rincón de las ciencias del hombre: espde mazmorras, donde arrojan los hechos humanos, consrados a la vez los más superficiales y los más fortuitostiempo que reservan a la sociología todo aquello que parece susceptible de análisis racional.

A esa palabra, por el contrario, le conservaremos notros aquí su más amplia significación. No nos veda detemano ningún género de investigación, ya se proyectepreferencia hacia el individuo o hacia la sociedad, hala descripción de las crisis momentáneas o hacia la búsqde los elementos más durables; no encierra en sí misningún credo; no compromete a otra cosa, según su etilogía original, que a la "investigación". Sin duda deque apareció, hace más de dos milenios, en los labios dehombres, ha cambiado mucho de contenido. Ése esdestino, en el lenguaje, de todos los términos verdademente vivos. Si las ciencias tuvieran que buscarse un nbre nuevo cada vez que hacen una conquista, ¡cuánbautismos habría y cuánta pérdida de tiempo en el rede las academias

Pero por el hecho de que permanezca apaciblemenfiel a su glorioso nombre heleno, nuestra historia no sla misma que escribía Hecateo de Mileto, como la físde Lord Kelvin o de Langevin no es la de Aristótel¿Qué es entonces la historia?

No tendría interés alguno que encabezáramos este bro, centrado en torno a los problemas redes de la inves-tigación, exponiendo una larga y rígida definición. ¿Q

2 1 •'

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2 2 LA HISTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEMPOtrabajador serio se ha detenido nunca ante semejaartículos de fe? Su cuidadosa precisión no deja s

mente escapar lo mejor de todo impulso intelectual:tiéndase bien, lo que hay en él de simples veleidadeimpulso hacia un saber todavía mal determinado, detencia de extensión. Su peligro más grave consiste edefinir tan cuidadosamente sino con el único fin de mitar mejor: "Lo que sin duda puede reducir —dicGuardián del dios Término— es este tenia o esta ma

de tratarlo. Pero cuidado, ¡oh efebo : eso no es histo¿Somos, pues, veedores de los tiempos antiguos para ficar las tareas permitidas a las gentes del oficio, y, sin una vez cerrada la lista, para reservar el ejercicio de tareas a nuestros maestros patentados? 3 Los físicos y losquímicos son más discretos: que yo sepa jamás se levisto querellarse sobre los derechos respectivos de la f

de la química, de la quimicafísica o —suponiendo este término exista— de la fisicaquímica.No es menos cierto que frente a la inmensa y con

realidad, el historiador se ve necesariamente obligado ñalar el punto particular de aplicación de sus útilesconsecuencia, a hacer en ella una elección, elección quedentemente, no será la misma que, por ejemplo, la

biólogo: que será propiamente una elección de historiÉste es un auténtico problema de acción. Nos seguirálargo de nuestro estudio.

II . LA HISTORIA Y LOS HOMBRES

Se ha dicho alguna vez: "la Historia es la ciencia delsado". Me parece una forma impropia de hablar.

Porque, en primer lugar, es absurda la idea de quepasado, considerado como tal, pueda ser objeto de la cia. Porque ¿cómo puede ser objeto de un conocimiracional, sin una delimitación previa, una serie de fmenos que no tienen otro carácter común que el no

nuestros contemporáneos? ¿Cabe imaginar en formamejante una ciencia total del Universo en su estado actua

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LA HISTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEMPO 2}Sin duda, en los orígenes de la historiografía est

escrúpulos no embarazaban apenas a los viejos analis

Contaban confusamente acontecimientos sólo unidos esí por la circunstancia de haberse producido aproximamente en el mismo momento: los eclipses, las granizala aparición de sorprendentes meteoros, con las bátalas,tratados, la muerte de héroes y reyes. Pero en esta primmemoria de la humanidad, confusa como una percepcinfantil, un esfuerzo de análisis sostenido ha realizado po

poco la clasificación necesaria. Es cierto que el lenguaje,esencia tradicionalista, conserva voluntariamente el nomde historia a todo estudio de un cambio en la duracióLa costumbre carece de peligro, porque no engaña a naEn este sentido hay una historia del sistema solar, yi quelos astros que lo componen no han sido siempre como vemos. Esa historia incumbe a la astronomía. Hay u

historia de las erupciones volcánicas que seguramente tel mayor interés para la física del globo. Esa historia pertenece a la historia de los historiadores.

O, por lo menos, no le pertenece quizás más que enmedida en que se viera que sus observaciones, por alsesgo especial, se unen a las preocupaciones específicasnuestra historia de historiadores. ¿Entonces, cómo se

tablece en la práctica la repartición de las tareas? Un ejplo bastará para que lo comprendamos, mejor, sin duque muchos discursos.

En el siglo x de nuestra era había un golfo profundel Zwin, en la costa flamenca. Después se cegó. ¿"A rama del conocimiento cabe asignar el estudio de este

nómeno? Al pronto, todos responderán que a la geoloMecanismo de los aluviones, función de 'las corrientes rítimas, cambios tal vez en él nivel de los océanos. ¿Nosido creada y traída al mundo la geología para que trde todo eso? Sin duda. No bostante, cuando se examla cuestión más de cerca, descubrimos que Jas cosas no tan sencillas.

¿Se trata ante todo de escrutar los orígenes de ltransformación? H e aquí ya a nuestro geólogo obliga

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2 4 LA HISTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEM POa plantearse cuestiones que no son estrictamente de sucumbencia. Porque, sin duda, el colmataje fue cua

menos favorecido por la construcción de diques, podesviación de canales, por desecaciones: actos humanoscidos de necesidades colectivas y que sólo fueron posmerced a una estructura social determinada.

En el otro extremo de la cadena, nuevo problemade las consecuencias. A poca distancia del fondo del había una ciudad: Brujas, que se comunicaba con él

corto trecho de río. Por las aguas del Zwin recibía opedía la mayor parte de las mercancías que hacían de guardando todas las proporciones, el Londres o el NYork de aquel tiempo. El golfo se fue cegando, cadamás ostensiblemente. Buen trabajo tuvo Brujas, a meque se alejaba la superficie inundada, de adelantar cadmás sus antepuertos: fueron quedando paralizados sus

lles. Sin duda no fue ésa la única causa de su decaden¿Actúa alguna vez lo físico sobre lo social sin que su asea preparada, ayudada o permitida por otros factoresvienen ya del hombre? Pero en el movimiento de ondas causales, aquella causa cuenta al menos, sin dentre las más eficaces.

Ahora bien, la obra de una sociedad que modifica ssus necesidades el suelo en que vive es, como todos pbimos por instinto, un hecho eminentemente "históriAsimismo, las vicisitudes de un rico foco de intercbios; por un ejemplo harto característico de la topogradel saber, he ahí, pues, de una parte, un punto de insección en que la alianza de dos disciplinas se revindispensable para toda tentativa de explicación; de parte, un punto de tránsito, en que una vez que sedado cuenta de un fenómeno y que sólo sus efectos, lo demás, están en la balanza, es cedido en cierto mdefinitivamente por una disciplina a otra. ¿Qué ha rrido, cada vez, que haya parecido pedir imperiosamenintervención de la historia? Es que ha aparecido lo hum

En efecto, hace mucho que nuestros grandes antep

dos, un Michelet y un Fustel de Coulanges, nos habenseñado a reconocerlo: el objeto de la historia es esen

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LA HISTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEMPO 2Jmente el hombre.4 Mejor dicho: los hombres. Más queel singular, favorable a la abstracción, conviene a una ccia de lo diverso el plural, que es el modo gramatical la relatividad. Detrás de los rasgos sensibles del paisde las herramientas o de las máquinas, detrás de los critos aparentemente más fríos y de las instituciones arentemente más distanciadas de los que las han creadohistoria quiere aprehender a los hombres.15 Quien no lo lo-gre no pasará jamás, en el mejor de los casos, de ser obrero manual de la erudición. Allí donde huele la cahumana, sabe que está su presa.

Del carácter de la historia, en cuanto conocimiende los hombres, depende su posición particular frenteproblema de la expresión. ¿Es la historia una cienciaun arte? Hacia 1800 les gustaba a nuestros tatarabuediscernir gravemente sobre este punto. Más tarde, por años de 1890, bañados en una atmósfera de positivismotanto rudimentaria, se pudo ver cómo se indignaban especialistas del método porque en los trabajos históriel público daba importancia, según ellos excesiva, a lo se llamaba la "forma". ¡El arte contra la ciencia, la forcontra el fondo ¡Cuántas querellas que más vale manal archivo de la escolástica

No hay menos belleza en una exacta ecuación que una frase precisa. Pero cada ciencia tiene su propio lengestético. Los hechos humanos son esencialmente fenómemuy delicados y muchos de ellos escapan a la medida temática. Para traducirlos bien y, por lo tanto, para coprenderlos bien (¿acaso es posible comprender perfectamte lo que no se sabe decir?) se necesita gran finura lenguaje, un color adecuado en . el tono verbal. Allídonde es imposible calcular se impone sugerir. Entre expresión de las realidades del mundo físico y la epresión de las realidades del espíritu humano, el contraes, en suma, el mismo que entre la tarea del obrero qtrabaja con una fresadora y la tarea del violero: los dos bajan al milímetro, pero el primero usa instrumentmecánicos 'de precisión y el violero se guía, sobre to

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2 6 LA HISTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEMPOpor la sensibilidad del oído y de los dedos. No'serí

veniente que uno y otro trataran de imitarse respemente. ¿Habrá quien niegue que hay un tacto dpalabras como hay un tacto de la mano?

III . E L . TIEM PO HISTÓRICO •»

"Ciencia de los hombres", hemos dicho. • La frase es.' de-masiado vaga todavía. Hay que agregar: "de los hoen el tiem po". El historiador piensa no sólo lo "hunLa atmósfera en que su pensamiento respira naturales la categoría de la duración.

E* difícil, sin duda, imaginar que una ciencia, sque fuer-e, pueda hacer abstracción del tiempo. Sin

bargo, para muchas ciencias que, por convención, del tiempo en fragmentos artificialmente homogéneosapenas representa algo más que una medida. Por eltrario «1 tiempo de la historia, realidad concreta y vivaabandonada a su impulso irrevertible, es el plasma men que se bañan los fenómenos y algo así como el de su inteligibilidad. El número de segundos, de año

siglos que exige un cuerpo radiactivo para convertirotros cuerpos, es un dato fundamental de la atomíPero que esta o aquella de sus metamorfosis haya ochace mil años, ayer u hoy, o que deba producirse maes una consideración que interesa sin duda al geóporque la geología es a su manera una disciplina hismas deja al físico perfectamente impávido. En camningún historiador le bastará comprobar que César neocho años para conquistar la Galia; que Lutero netó quince años para que del novicio ortodoxo de Esaliera el reformador de Wittemberg. Le interesa mmás señalar el lugar exacto que ocupa la conquista Galia en la cronología de las vicisitudes de las socieeuropeas; y sin negar en modo alguno lo que haya pcontener de eterno una crisis del alma como la del heMartín, no creerá haber rendido cuenta exacta de ellque después de fijado con precisión su momento e

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LA HISTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEMPO 2 7curva de los destinos simultáneos del hombre que fuhéroe y de la civilización que tuvo por clima.

Ahora bien, este tiempo verdadero es, por su pronaturaleza, un continuo. Es también cambio perpetuola antítesis de estos dos atributos provienen los graproblemas de la investigación histórica. Éste, antes otro alguno, pues, pone en tela de juicio hasta la razónuestros trabajos. Consideremos dos períodos sucesivomarcados en el suceder ininterrumpido de'los tiempos.qué medida el lazo que establece entre ellos el flujola duración es mayor o menor que las diferencias nacde la propia duración? ¿Habrá que considerar el conmiento del período más antiguo como necesario o sufluo para el conocimiento del más reciente?

IV. E L ÍDOLO DE LOS ORÍGENES

Nunca es malo comenzar con un mea culpa. Naturalmentecara a los hombres que hacen del pasado el principal de investigación, la explicación de lo más próximo pomás lejano ha dominado a menudo nuestros estudios hla hipnosis. En su forma más característica, este ídde la tribu de los historiadores tiene un nombre: la osión de los orígenes. En el desarrollo del pensamientotórico esa obsesión ha tenido también su momento de fparticular.

Creo que fue Renán quien escribió un día (cito sde memoria y me temo que con inexactitud): "En todalas cosas humanas los orígenes merecen ser estudiados que nada." Y antes que él había dicho Sainte-Beuve: pío y noto con curiosidad lo que comienza." Es una muy propia de su tiempo, tan propia como la palabra genes. A los Orígenes del Cristianismo respondieron pocomás tarde los Orígenes de la Francia' Contemporánea, Sincontar los epígonos. Pero el térm ino es inquietante, poes equívoco.

¿Significa simplemente "los principios"? Eso semás o menos claro. Habrá, sin embargo, que hacer reserva: la noción misma de este punto inicial aplicad

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2 8 LA HISTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEM POla mayoría de las realidades históricas sigue siendo gu larm en te hu idiz a. Cue stión de definición sin du da . una de fin ició n qu e con dem asiada facilidad se olvida desgracia.

Cuando se habla de los orígenes ¿debemos entendpor el co nt ra rio , las causas? E n ese caso no ha brá dificultades de las que consta ntem en te (y m ás todasin duda, en las ciencias del hombre) son, por naturalinherentes a las investigaciones causales.

Pero con frecuencia se establece entre los dos sentuna contaminación tanto más temible cuanto que, en gral, no se percibe m uy cla ram en te. E n el vocabulario rrie nte los orígenes son un co m ien zo que explica. Paú n: que basta para explica r. A hí radica la am big üeahí está el peligro.

Sería una interesantísima investigación la que trade estudiar esta obsesión emhriogénica tan notoriacn tlas preocupaciones de los exégetas. "No comprendo vtra emoción -—confesaba Barres a un saceídote que hpe rd id o la fe — , ¿Q ué tiene n que ver con m i sensibillas discusiones de un puñado de sabios sobre unas pbras hebreas? Basta la atmósfera de las iglesias." Y Mrras, a su ve z: " ¿ Q u é me imp ortan los evangelios de cujudíos oscuros?" ("oscuros" quiere decir, me imagino, beyos; porque parece difícil no reconocer a Mateo, MarcLucas y Jua n cierta noto ried ad lit er ar ia ). Estos bromsólo quieren presumir, y seguramente ni Pascal ni Boshubieran hablado así. Es indudable que se puede concuna experiencia religiosa que no deba nada a la historiadeísta puro le basta una iluminación interior para cen Dios. N o para cree r en el D ios de los cristianos. que el cristianismo, como he recordado ya, es esencialmuna religión histórica: entiéndase bien, una religión cdogmas primordiales descansan sobre acontecimientos. ved a leer nuestro Credo: " C re o e n Jesuc risto. . . que fuecrucificado ba jo Ponc io P il a to s. . . y al terce r día resude en tr e los m ue rto s. " A hí los com ienzos de la fe son bién sus fundamentos.

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LA HISTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEMPO 20,Ahora bien, por un CQntagio sin duda inevitable, e

preocupaciones, que en un determinado análisis relig

podían tener su razón de ser, se extendieron a camposla investigación en que su legitimidad era mucho más cutible. Ahí también fue puesta al servicio de los valuna historia centrada en los nacimientos. ¿Qué se pponía Taine al escrutar los orígenes de la Francia detiempo, sino denunciar el error de una política surgsegún pensaba, de una falsa filosofía del hombre? Se

tara de las invasiones germánicas o de la conquista deglaterra por los normandos, el pasado no fue empleadoactivamente para explicar el presente más que con el dnio de justificarlo mejor o de condenarlo. De tal manque en muchos casos el demonip de los orígenes fue qusolamente un avatar de ese otro enemigo satánico deverdadera historia: la manía de enjuiciar.

Volvamos, sin embargo, a los estudios cristianos. Ucosa es, para la conciencia inquieta que se busca a sí miuna regla para fijar su actitud frente a la religión católtal y como se define cotidianamente en nuestras iglesiaotra es, para el historiador, explicar, como un hecho deservación, el catolicismo actual. Aunque sea indispens

por supuesto, para una inteligencia justa de los fenómreligiosos actuales, el conocimiento de sus comienzos, no basta a explicarlos. Con objeto de simplificar el proma, renunciemos incluso a preguntarnos hasta qué pubajo un nombre que no ha cambiado, ha permanecidofe realmente inmutable en su sustancia. Por intacta qusuponga a una tradición, habrá siempre que dar las ra

nes de su mantenimiento. Razones humanas, se entienla hipótesis de una acción providencial escaparía a la ccia. En una palabra, la cuestión no es saber si Jesús crucificado y luego resucitó. Lo que se trata de comprender es por qué tantos hombres creen en la Crucifixión yen la Resurrección. Ahora bien, la fidelidad a una crecia no es, evidentemente, más que uno de los aspectos dvida general del grupo en que ese carácter se manifieSe sitúa como un nudo en el que se mezclan una multi

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3 0 LA HISTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEM POde rasgos convergentes, sea de estructura social, se

mentalidad colectiva. En una palabra, plantea todoproblema de clima humano. El roble nace de la bePero sólo llega a ser roble y sigue siendo roble si enccondiciones ambientales, las cuales no pertenecen al po de la embriología.

Hemos citado la historia religiosa sólo a manera

ejem plo. Pero a todo estudio de la actividad humamenaza el mismo error: confundir una filiación conexplicación.

Se trata, en suma, de la ilusión de los viejos etimólque pensaban haber agotado el tema cuando, frente atido actual, ponían el sentido más antiguo conocido: chabían probado, supongo, que la palabra "bureau" d

naba primitivamente una tela, o qué la palabra "timdesignaba un tambor. Como si el verdadero problemconsistiera en saber cómo y por qué se produjo el demiento. Como si, sobre todo, cualquier palabra no tusu función fijada, en la lengua, por el estado conteráneo del vocabulario: la cual se halla determinada vez por las condiciones sociales del momento. "Bure

en "bureaux" de ministerio, quiere decir una burocrCuando yo pido "timbres" en una oficina de correos, empleo que hago del término ha exigido, para establejunto con la organización lentamente elaborada de unvicio postal, la transformación técnica decisiva para larición de los intercambios del pensamiento humano,sustituyó, en una época" determinada, la impresión d

sello por Ja aplicación de una viñeta engomada. Elloha sido posible porque, especializadas por oficios, lasrentes acepciones del antiguo nombre se han separado tal modo una de otra, que no hay peligro de que se funda el timbre que voy a pegar en mi sobre y, ejemplo, aquel cuya pureza en sus instrumentos megiará el vendedor de música.

Se habla de los "orígenes del régimen feudal". ¿Dde buscarlos? Unos han dicho que "en Roma", otros"en Germ ania" . Las razones de estos espejismos son

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LA HISTORIA,. IX » HOMBRES T EL TIEMPO 3 1dentes. Aquí y allí había efectivamente ciertos usos —re-laciones de clientela, compañerismo guerrero, posesiónfeudo como salario por los servicios— que las generaciposteriores, contemporáneas, en Europa, de las llamaépocas feudales, habrían de continuar. No, por lo demsin modificarlas mucho. En uno y otro lado se empleapalabras —"beneficio" (benejicium) entre los latinos, "feu-do" entre los germanos—, que iban a seguir siendo epleadas por esas generaciones dándoles poco a poco, advertirlo, un contenido casi enteramente nuevo. Porqpara desesperación de los historiadores, los hombres tienen el hábito de cambiar de vocabulario cada vez cambian de costumbres. Todas éstas son pruebas llenainterés. ¿Cabrá pensar que agotan el problema de causas? El feudalismo europeo, en sus instituciones caterísticas, no fue un tejido de supervivencias arcaicas. rante una fase determinada de nuestro pasado nació todo un ambiente social.

Seignobos ha escrito en alguna parte: "Creo que ideas revolucionarias del siglo xvm provienen de las idinglesas del siglo xvn ." ¿Trataba con ello de decir qhabiendo leído los escritos ingleses del siglo anteriorque habiendo sufrido indirectamente su influencia» publicistas franceses de la época de las luces adoptalos principios políticos de aquéllos? Podrá dársele la zón, suponiendo al menos que nuestros filósofos no puran verdaderamente nada suyo original en las fórmulas tranjeras, como sustancia intelectual, o como tonalidadsentimiento. Pero incluso reducida de ese modo, no cierta arbitrariedad, al hecho de haberlas tomado prestala historia de este movimiento de las ¡deas estará muyjos de haber quedado completamente esclarecida. Porsiempre subsistirá el problema de saber por qué ocurriótransmisión en la fecha indicada, ni más pronto ni mtarde. Todo contagio supone dos cosas: generaciones crobianas, y, en el instante en que prende el mal, "terreno".

En una palabra, un fenómeno histórico nunca pueser explicado en su totalidad fuera del estudio de su m

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3 2 LA HÍSTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEMPOmentó. Esto es cierto de todas las etapas de la evoDe la etapa en que vivimos como de todas las demlo dijo el proverbio árabe antes que nosotros: "Losbres se parecen más a su tiempo que a sus padresestudio del pasado se ha desacreditado en ocasionhaber olvidado esta muestra de la sabiduría oriental

V. LOS LÍMITES DE LO ACTUAL Y DE LO INACTUA

¿Hay que creer, sin embargo, que por no explicarel presente, es el pasado totalmente inútil para explLo curioso es que hoy pueda plantearse esta cuestión

En efecto, hasta hace muy poco tiempo, esa cuparecía a casi todo el mundo resuelta por adela"Quien quiera atenerse al presente, a lo actual, noprenderá lo actual", escribía Michelet en el siglo pala cabeza de su hermoso libro El fueblo, lleno sin em-bargo de las pasiones del momento. Y ya Leibniz entre los beneficios que esperaba de la historia "losnes de las cosas presentes descubiertos en las cosas pporque —agregaba— una realidad to se comprendemejor que por sus causas".6

Pero desde la época de Leibniz, desde la épocMichelet, ha ocurrido un hecho extraordinario: lasluciones sucesivas de las técnicas han aumentado crablemente el intervalo psicológico entre las generaNo sin cierta razón, quizá, el hombre de la edad electricidad o del avión se siente muy lejos de suspasados. De buena gana e imprudentemente concluyha dejado de estar determinado por elloí. Agregúesanterior la indicación modernista innata a toda mende ingeniero. Para echar a andar o para reparar unamo ¿es necesario conocer las ideas del viejo Volta el galvanismo? Por una analogía ciertamente falsaque se impone espontáneamente a más de una intelisometida a la máquina, se pensará igualmente que parprender los grandes problemas humanos de la hora py tratar de resolverlos, de nada sirve haber analizadantecedentes. Cogidos ellos también, sin darse cuenta

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LA HISTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEMPO 3 3ta de ello, en esta atmósfera modernista, ¿cómo no van atener los historiadores la sensación de que, asimismo en su

dominio, no se desplaza con movimiento menos cons-tante la frontera que separa lo reciente de lo antiguo? Elrégimen de la moneda estable y del patrón oro, que ayerfiguraba en todos los manuales de economía política comola norma misma de la actualidad, ¿es para el economista ac-tual todavía presente o historia considerablemente enmohe-cida? Tras estos paralogismos es fácil descubrir, por lotanto, un haz de ideas menos inconsistentes y cuya sim-plicidad, al menos aparente, ha seducido a ciertos espíritus

Créese que es posible poner aparte en el largo decursodel tiempo una fase de corta extensión. Relativamentepoco distante de nosotros en su punto de partida, esa fasecomprende en su última etapa los días en que vivimos. En

ella, ni los caracteres más sobresalientes del estado social político, ni el herramental material, ni la tonalidad generalde la civilización presentan, al parecer, profundas dife-rencias con el mundo en que tenemos nuestras costumbresParece estar afectada, en una palabra, en relación connosotros, por un coeficiente muy fuerte de contempora-neidad . De ahí el honor, o la tara, de que esa fase no

sea confundida con el pasado. A partir de 1830 ya no hayhistoria , nos decía un profesor del liceo que era muyviejo cuando yo era muy joven: hay política . Hoy yano se diría: desde 1830 -—las Tres Gloriosas, a su vezhan envejecido—, ni eso es política . Más bien, conun tono respetuoso: sociología ; o, con menos consideración: periodismo . Muchos, sin embargo, repetirían gus-

tosos:'desde 1914 ó 1940 ya no hay historia. Y ello sinentenderse bien sobre los motivos de este ostracismo.'Considerando algunos historiadores que los hechos más

cercanos a nosotros son por ello mismo rebeldes a todoestudio sereno, sólo desean evitar a la casta Clío contactodemasiado ardientes. Creo que así pensaba mi viejo maes-tro. Pero eso equivale a pensar que apenas tenemos un

débil dominio sobre nuestros nervios. Es también olvidarque desde el momento en que entran en juego las reso-

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3 4 LA HISTORIA, tOS HOMBRES Y EL TIEM POnancias sentimentales, el límite entre lo actual y ictual está muy lejos de poder regularse necesaria

por la medida matemática de un intervalo de tiEstaba tan equivocado el valiente director del liceguedociano que cuando yo hacía mis primeras armprofesor, me advertía con gruesa voz de capitán deñanza: "Aquí el siglo xix no es muy peligroso. Pero toque usted las guerras religiosas, sea muy prudenteverdad, quien, una vez en su mesa de trabajo, no ti

fuerza necesaria para sustraer su cerebro a los virumomento será muy capaz de dejar que se filtren sunas hasta en un comentario de la ¡liada-o del Ramayana.

Hay, por el contrario, otros sabios que piensanrazón, que el presente humano es perfectamente stible de conocimiento científico. Pero reservan sudio 3 disciplinas harto distintas de la que tiene por o

el pasado. Analizan, por ejemplo, y pretenden comder la economía contemporánea con ayuda de observlimitadas, en el tiempo, a unas cuantas décadas. En ulabra, consideran la época en que viven como separlas que la precedieron por contrastes demasiado vivono llevar en sí misma su propia explicación. Ésa es tla actitud instintiva de muchos simples curiosos. La h

de los períodos un ]>oco lejanos no les seduce mácomo un lujo inofensivo del espíritu. Así, encontpor una parte un puñado de anticuarios ocupados pdilección macabra en desfajar a los dioses muertos; otra a les sociólogos, a los economistas, a los publicisúnicos exploradores de lo viviente...

VI. CO M PRE ND ER E L PRESENTE POR E L PASADO

Visto de cerca, el privilegio de autointeligibilidad nocido así al presente se apoya en una serie de expostulados.

Supone.en primer lugar que las condiciones humhan sufrido en el intervalo de una o dos generacioncambio no sók> muy rápido, sino tambiéntot.il, como sininguna institución un poco antigua, ninguna mane

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LA HISTORIA; LOS HOMBRES Y EL TIEMPO 3Jdicional de actuar hubieran podido escapar a las revolucnes del laboratorio o de la fábrica. Eso es olvidar la fuerde inercia propia de tantas creaciones sociales.

El hombre se pasa la vida construyendo mecanismos dlos que se constituye en prisionero más o menos voluntar(A qué observador que haya recorrido nuestras tierras dNorte no le ha sorprendido la extraña configuración de lcampos? A pesar de las atenuaciones que las vicisitudes la propiedad han aportado, en el transcurso del tiempo, esquema primitivo, el espectáculo de esas sendas desmesradamente estrechas y alargadas que dividen el terreno arble en un número prodigioso de parcelas, conserva todvía muchos elementos con que confundir al agrónomo. derroche de esfuerzos que implica semejante disposiciólas molestias- que impone a quienes las trabajan son inngables. ¿Cómo explicarlo? Algunos publicistas demasiaimpacientes han respondido: por el Código Civil y suInevitables consecuencias. Modificad, pues — añadían—nuestras leyes sobre la herencia y suprimiréis completamete el mal. Pero si hubieran sabido mejor la historia, si hbieran interrogado mejor también a una mentalidad campesina formada por siglos de empirismo, habrían consideramenos fácil el remedio. En realidad, esa división de la tirra tiene orígenes tari antiguos que hasta ahora ningún sabha podido explicarla satisfactoriamente; y es porque prbablemente los roturadores de la época de los dólmentienen más que ver en este asunto que los legisladores dPrimer Imperio. Al prolongarse por aquí el error sobrla causa, como ocurre casi necesariamente,, a falta de terpéutica, la ignorancia del pasado no se limita a impedir conocimiento del presente, sino que compromete, en el prc-icnte, la misma acción.

Pero hay más. Para que una sociedad, cualquiera qusea, pueda ser determinada enteramente por el momeninmediatamente anterior al que vive, no le bastaría unestructura tan perfectamente adaptable al cambio que everdad carecería de osamenta; sería necesario que los cambios entre las generaciones ocurriesen sólo, si se me perm

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3 6 LA HISTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEM POhablar así, a manera de fila india: los hijos sin otrotacto con sus antepasados que por mediación de sus p

Pero eso no ocurre ni siquiera con las comunicacpuramente orales. Si volvemos la vista a nuestras adescubrimos que los niños son educados sobre todo pabuelos, porque las condiciones del trabajo hacen qpadre y la madre estén alejados casi todo el día del HAsí vemos cómo se da un paso atrás en cada nuevamación del espíritu, y cómo se unen los cerebros maleables a los más cristalizados, por encima de la ración que aporta los cambios. De ahí proviene ante no lo dudemos, el tradicionalismo inherente a tantas dades campesinas. El caso es particularmente claro,no único. Como el antagonismo natural de los grupoedad se ejerce principalmente entre grupos limítrofesde una juventud debe a las lecciones de los ancianolo menos tanto como a las de los hombres maduros.

Los escritos facilitan con más razón estas transferede pensamiento entre generaciones muy alejadas, trarencias que constituyen propiamente la continuidad dcivilización. Lutero, Calvino, Loyola: hombres de tiempo, sin duda, hombres del siglo xvi, a quienes etoriador que trata de comprenderlos y de hacer que scomprenda deberá, ante todo, volver a situar en su mbañados por la atmósfera mental de su tiempo, de cproblemas de conciencia que no son exactamente los tros. ¿Se osará decir, no obstante, que para la comprenjusta del mundo actual no importa más comprendeReforma protestante o la Reforma católica, separadanosotros por un espacio varias veces centenario, que prender muchos otros movimientos de ideas o de sendad que ciertamente se hallan más cerca de nosotros tiempo pero que son más efímeros?

A fin de cuentas el error es muy claro y para truirlo basta con formularlo. Hay quienes se represla ' corriente de la evolución humana como una seribreves y profundas sacudidas cada una de las cuales nosino el término de unas cuantas vidas. La observa

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LK HISTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEM PO 3 7prueba, por el contrario, que en este inmenso continuo grandes estremecimientos son perfectamente capaces de ppagarse desde las moléculas más lejanas a las más próxim¿Qué se diría de un geofísico que, contentándose coseñalar los miriámetros, considerara la acción de la lusobre nuestro globo más grande que la del sol? En la dración como en el cielo, la eficacia de una fuerza no mide exclusivamente por la distancia.

¿Habrá que tener, en fin, por inútil el conocimientoentre las cosas pasadas, de aquellas —creencias desaparedas sin dejar el menor rastro, formas sociales abortadas, tnicas muertas— que han dejado, al parecer, de dominar presente? Esto equivaldría a olvidar que no hay verdadconocimiento si no se tiene una escala de comparación.condición, claro está, de que se haga una aproximación tre realidades a la vez diversas y, por tanto, emparentadV nadie podría negar que es éste el caso de que hablam

Ciertamente, hoy no creemos que, como escribía Mquiavelo y como pensaban Hume o Bonald, en el tiemhaya, "por lo menos, algo inmutable: el hombre". Hmos aprendido que también el hombre ha cambiado mcho: en su espíritu y, sin duda, hasta en los más deli

cados mecanismos de su cuerpo. ¿Cómo había de ser otro modo? Su atmósfera mental se ha transformado pfundamente, y no menos su higiene, su alimentación. Pea pesar de todo, es menester que exista en la naturalehumana y en las sociedades humanas un fondo permanesin el cual ni aun las palabras "hombre" y "sociedad" qrrían decir nada. ¿Creeremos, pues, comprender a l

hombres si sólo los estudiamos en sus reacciones frentelas circunstancias particulares de un momento? La expericia será insuficiente incluso para comprender lo que sonesc momento. Muchas virtualidades que provisionalmeson poco aparentes, pero que a cada instante pueden desptar muchos motores más o menos inconscientes de las atudes individuales o colectivas, permanecerán en la somb

Una experiencia única, es siempre impotente para discminar sus propios factores y, por lo tanto, para suministsu propia interpretación.

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38 LA HISTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEMPO

V il. CO MP REN DER E L PASADO POR EL PRE SEN TEAsimismo, esta solidaridad de las edades tiene tal fque los lazos de inteligibilidad entre ellas tienen verramente doble sentido. La incomprensión del presentefatalmente de la ignorancia del pasado. Pero no es, qmenos vano esforzarse por comprender el pasado si

sabe nada del presente. En otro lugar he recordadoanécdota: en cierta ocasión acompañaba yo en EstocoHen ri P irenne. Apenas habíamos llegado cuando meguntó : "¿Qué vamos a ver primero? Parece que haayuntamiento completamente nuevo. Comencemos polo." V después añadió, como si quisiera evitar mi asom"Si yo fuera un anticuario sólo me gustaría ver las viejas. Pero soy un historiador y por eso amo la vEsta facultad de captar lo vivo es, en efecto, la cuadominante del historiador. No nos dejemos engañarcierta frialdad de estilo; los más grandes entre nosotroposeído esa cualidad: Fustel o Maitland a su maneraera más austera, no menos que Michelet. Quizá esta tad sea en su principio un don de las hadas, que nadietendería adquirir si no lo encontró en la cuna. Peropor eso es menos necesario ejercitarlo y desarrollarlo tantemente. ¿Cómo hacerlo sino del mismo modo deel propio Pirenne nos daba ejemplo en su contacto ptuo con la actualidad?

Porque el temblor de vida humana, que exigirá duro esfuerzo de imaginación para ser restituido a los textos, es aquí directamente perceptible a nuestros senYo había leído muchas veces y había contado a mehistorias de guerra y de batallas. ¿Pero conocía realmen el sentido pleno de la palabra conocer, conocía portro lo que significa para un ejército quedar cercadpara un pueblo la derrota, antes de experimentar yo mo esa náusea atroz? Antes de haber respirado yoalegría de la victoria, durante el verano y el otoño191.8 (y espero henchir de alegría por segunda vez pulmones, pero el perfume no será ¡ay el mism o),

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I,A HISTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEMPO 3 9bía yo realmente todo lo que encierra esa bella palabra

. En verdad, conscientemente o no, siempre tomamos nuestras experiencias cotidianas, matizadas, donde es pciso, con nuevos tintes, los elementos que nos sirven parreconstruir el pasado. ¿Qué sentido tendrían para nootros los nombres que usamos para caracterizar los estadde alma desaparecidos, las formas sociales desvanecidas,no hubiéramos visto antes vivir a los hombres? Es civeces preferible sustitutir esa impregnación instintiva puna observación voluntaria y controlada. Un gran mtemático no será menos grande, a mi ver, por haber atrvesado el mundo en que vive con los ojos cerrados. Peel erudito que no gusta de mirar en torno suyo, ni lohombres, ni las cosas, ni los acontecimientos, merece quicomo decía Pirenne, el nombre de un anticuario útiObrará sabiamente renunciando al de historiador.

Más aún, la educación de la sensibilidad histórica nes siempre el factor decisivo. Ocurre que en una línedeterminada, el conocimiento del presente es directamenmás importante todavía para la comprensión del pasad

Sería un grave error pensar que los historiadores deben adoptar en sus investigaciones un orden que estmodelado por el de los acontecimientos. Aunque acabrestituyendo a la hútoria su verdadero movimiento, mchas veces pueden obtener un gran provecho si comienza leerla, como decía Maitland, "al revés". Porque el cmino natural de toda investigación es el que va de Jmejor conocido o de lo menos mal conocido, a lo máoscuro. Sin duda alguna, la luz de los documentos nsiempre se hace progresivamente más viva a medida qse desciende por el hilo de las edades. Estamos comparblemente mucho peor informados sobre el siglo x de nuetra era, por ejemplo, que sobre la época de César ode Augusto. En la mayoría de los casos los períodos mpróximos coinciden con las zonas de relativa claridadAgregúese que de proceder mecánicamente de atrás adlante, se corre siempre el riesgo de perder el tiempo bucando los principios o las causas de fenómenos que la e

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4 0 LA HISTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEMPOperiencia revelará tal vez como imaginarios. Por

haber practicado un método prudentemente regresivo cdo y donde se imponía, los más ilustres de entre nootros se han abandonado a veces a extraños errores. Fude Coulanges se dedicó a buscar los "orígenes" de instituciones feudales, de las que no se formó, me tesino una imagen bastante confusa, y asimismo buscó lasprimicias de una servidumbre que, mal informado por

cripciones de segunda mano, concebía bajo colores de punto falsos.En forma menos excepcional de lo que se piensa ocu

que para encontrar la luz es necesario llegar hasta el sente. En algunos de sus caracteres fundamentales nupaisaje rural data de épocas muy lejanas, como hemoscho. Pero para interpretar los raros documentos que

permiten penetrar en esta brumosa génesis, para plancorrectamente los problemas, para tener idea de ellos, que cumplir una primera condición: observar, analizapaisaje de hoy. Porque sólo él daba las perspectivasconjunto de que era indispensable partir. No ciertamporque, inmovilizada de una vez para siempre esa imapueda tratarse de imponerla sin más en cada etapa del

sado, sucesivamente, de abajo arriba. Aquí, como en topartes, lo que el historiador quiere captar es un camPero en el film que considera, sólo está intacta la úlpelícula. Para reconstruir los trozos rotos de las demássido necesario pasar la cinta al revés de como se tomlas vistas.

No hay, pues, más que una ciencia de los hombres etiempo y esa ciencia tiene necesidad de unir el estudió los muertos con el de los vivos. ¿Cómo llamarla? Yadicho por qué el antiguo nombre de historia me pael más completo, el menos exclusivo; el más cargado bién de emocionantes recuerdos de un esfuerzo muchoque secular y, por tanto, el mejor. Al proponer extderlo al estudio del presente, contra ciertos prejuicios,lo demás mucho menos viejos que él, no se persi— ¿habrá necesidad de defenderse contra ello?— nin

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LA HISTORIA, LOS H OM BR ES Y KL TIE M PO 4.1

reivindicación de clase. La vida es demasiado breve y losconocimientos se adquieren lentamente. El mayor gen110 puede tener una experiencia total de la humanidad. mundo actual tendrá siempre sus especialistas, como la edde piedra o la egiptología. Pero lo único que se les puepedir a unos y a otros es que recuerden que las invesgaciones históricas no admiten la autarquía. Ninguno ellos comprenderá, si está aislado, ni siquiera a medias. comprenderá ni su propio campo de estudios. Y la únihistoria verdadera que no se puede hacer sino en colaboción es la historia universal.

Sin embargo, una ciencia no se define únicamente ptu objeto. Sus límites pueden ser fijados también por naturaleza propia de sus métodos. Queda por preguntte <¡ las técnicas de la investigación no son fundamentmente distintas según se aproxime uno o se aleje dmomento presente. Esto equivale a plantear el problemde la observación histórica.

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II

LA OBSERVACIÓN HIST ÓR ICA

I. CARACTERES GENERALES DE LA OBSERVACIÓN HISTÓ

Para comenzar coloquémonos resueltamente en el edel pasado.

Los caracteres más aparentes de la información histentendida en este sentido limitado y usual del términsido descritos muchas veces. El historiador se halla imposibilidad absoluta de comprobar por sí mismo lochos que estudia. Ningún egiptólogo ha visto a RaNingún especialista en las guerras napoleónicas ha oícañón de Austerlitz. Por lo taijto, no podemos hablar épocas que nos han precedido sino recurriendo a los monios. Estamos en la misma situación que un jueinstrucción que trata dé reconstruir un crimen al quha asistido; en la misma-situació'n del físico que, obligquedarse en cama por la gripe, no conoce los resultadsus experiencias sino por lo que de ellas le informa el del laboratorio. En una palabra, en contraste con el comiento del presente, el conocimiento del pasado será sariamente "indirecto".

Que haya en todas estas observaciones una parteverdad nadie se atreverá a discutirlo. Exigen, siri emgo, que las maticemos considerablemente.

Supongamos que un jefe de ejército acaba de obtuna victoria. Inmediatamente trata de escribir el rde ella. Él mismo ha concebido el plan de la batlíl la ha dirigido. Gracias a la pequeña extensión terreno (porque decididos a poner todos los triunfonuestro juego, nos imaginamos un encuentro de los pos pasados, concentrado en poco espacio) pudo ver se desarrollaba ante sus ojos el combate casi completotemos seguros, sin embargo, de que sobre más de un edio esencial tendrá que remitirse al informe de sus te

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LA OBSERVACIÓN HISTÓRICA 4 3tei. Así, tendrá que conformarse, como narrador, con segli misma conducta que observó unas horas antes en la ción. ¿Qué le será más útil, sus propias experiencias, recuerdos de lo que vio con su catalejo, o los informes le llevaron al galope sus correos o ayudantes de campo? conductor de hombres rara vez considera que su propio timonio es suficiente. Pero conservando nuestra hipótfavorable, ¿qué nos queda de esa famosa observación dita, pretendido privilegio del estudio del presente?

Y es que este privilegio en realidad no es casi nunmás que un señuelo, por lo menos en cuanto se amplíapoco el horizonte del observador. Toda información socosas vistas está hecha en buena parte de cosas vistas otro. Como economista, estudio el movimiento de los cabios este mes, esta semana: tengo que recurrir a estadticas que otros han formado. Como explorador de la ac

lidad inmediata trato de sondear la opinión pública solos grandes problemas del momento: hago preguntas, ancompruebo y enumero las respuestas. ¿Y qué obtengo sies ía imagen que mis interlocutores tienen de ío que crepensar o de lo que desean presentarme de su pensamienEllos son los sujetos de mi experiencia. Y mientras qun fisiólogo que diseca un conejillo de Indias percibe c

•us propios ojos la lesión o la anomalía que busca, yo conozco el estado de alma de mis "hombres de la calsino por medio de un cuadro que ellos mismos consienproporcionarme. Porque en el inmenso tejido de los actecimientos, de los gestos y de las palabras de que estácompuesto el destino de un grupo humano, el individno percibe jamás sino un pequeño rincón, estrechamen

limitado por sus sentidos y por su facultad de atencióAdemás, el individuo no posee jamás la conciencia inmdiata de nada que no sean sus propios estados mentaltodo conocimiento de la humanidad, sea de la naturaleque fuere, y apliqúese al tiempo que se aplicare, extraesiempre de los testimonios de otro una gran parte de sustancia. El investigador del presente no goza en es

cuestión de mayores privilegios que el historiador dpasado.

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44 LA OBSERVACIÓN HISTÓRICAPero hay más. ¿Es seguro que la observación del

sado, incluso de un pasado muy remoto, sea siempre a

punto "indirecta"?Si se piensa un poco se ve claramente por qué razla impresión de este alejamiento entre el objeto del cimiento y el investigador ha preocupado con tanta fa muchos teóricos de la historia. Es que ello» peban ante todo en una historia de hechos, de episoquiero decir en una historia que, con razón o sin ellano es tiempo de discutir esto), concede una extremadportancia al hecho de volver a registrar con exactituactos, las palabras o las actitudes de algunos personajesse hallan agrupados en una escena de duración relativte corta, en la que sé juntan, como en la tragedia cltodas las fuerzas críticas del momento: jornada recionaria, combate, entrevista diplomática. Se ha dichel 2 de septiembre de 1792 los revolucionarios paseacabeza de la princesa de Lamballe clavada en ¡a pununa pica bajo las ventanas de la familia real.. ¿Es esto c¿Es esto falso? M . Pierre Carón, que ha escrito un libadmirable probidad sobre las Massacres, no se ha atrevidoa pronunciarse sobre este punto. Pero si hubiera coplado el horrible cortejo desde una de las torres del ple, habría sabido seguramente a qué atenerse. Y auese caso cabría suponer que en esas circunstancias hconservado toda su sangre fría de sabio y que, desconde su memoria, hubiera tenido cuidado de anotar inmtamente sus observaciones. Sin duda en ese caso el riador se sentirá, frente a un buen testimonio de un presente, en una posición un poco humillante. Estaráen la cola de una columna en que los avisos se transdesde la cabeza, de fila en fila. Y sin duda no serun buen lugar para estar bien informado. Hace mtiempo, durante un relevo nocturno, vi pasar así, a lode la fila, la voz de "¡Atención Hoyos de obusesizquierda". El último hombre recibió el grito en est

ma: "Izquierda", dio un paso hacia la izquierda hundió.

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LA OBSERVACIÓN HISTÓRICA 4 5Hay otras eventualidades. En los muros de ciertas ci

dndelas sirias, construidas algunos milenios antes de Crilos arqueólogos han encontrado en nuestros días un bunúmero de vasijas llenas de esqueletos de niños. Comno es posible suponer que esos huesos han llegado allí pcasualidad, nos vemos obligados a reconocer que estarfrente a los restos de sacrificios humanos llevados a caen el momento de la construcción, y relacionados con éPara saber a qué creencias corresponden estos ritos nos snecesario remitirnos a los testimonios del tiempo, si lhay, o a proceder por analogía con ayuda de otros tesmonios. ¿Cómo com prender una fe que no compartirnlino por lo que se nos diga? Es el caso, repitámoslo, todos los fenómenos de conciencia que nos son extraños. cuanto al hecho mismo del sacrificio, nuestra posición es ferente. Ciertamente no lo aprehendemos de una maneabsolutamente inmediata, como el geólogo que no percla amonita en el fósil que descubre, como el físico qno percibe el movimiento molecular a pesar de descublili efectos en el movimiento browniano. Pero el simprazonamiento que excluye toda posibilidad de Una expcación diferente y nos permite pasar del objeto verdademente comprobado al hecho del que este objeto aporta prueba —este trabajo rudimentario de interpretación mpróximo a las operaciones mentales instintivas, sin las qninguna sensación llegaría a ser percepción— no exige Interposición de otro observador. Los especialistas del mtodo han entendido generalmente por conocimiento inrecto el que no alcanza al espíritu del historiador más qpor el canal de espíritus humanos diferentes. Quizá el tmino no ha sido bien escogido; se limita a indicar la ptenda de un intermediario; pero no se ve por qué lrelación, la cadena, tiene que ser necesariamente humaAceptemos, sin embargo, el uso común, sin disputar soblas palabras. En ese sentido nuestro conocimiento de inmolaciones murales en la antigua Siria no tiene nada indirecto.

Pues bien, hay muchos otros vestigios del pasado quno» ofrecen un acceso igualmente llano. Tal es el caso

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4 6 LA OBSERVACIÓN HISTÓRICAla mayor parte de la inmensa masa de testimonios notos, y también de buen número de testimonios escritlos teóricos más conocidos de nuestros métodos no ran manifestado una indiferencia tan sorprendente berbia por las técnicas propias de la arqueología, hubieran estado obsesos en el orden documental prelato y en el orden de los hechos por el acontecimsin duda habrían sido más cautos y no habrían cond

al historiador a una observación eternamente depenEn las tumbas reales de Ur, en Caldea, se han encocuentas de collares hechos de amazonita. Como losmientos más próximos de esta piedra se hallan situael corazón de la India o en los alrededores del lago ha sido necesario concluir que desde el tercer milenide nuestra era las ciudades del Bajo Eufrates manten

laciones de intercambio con tierras muy lejanas. La ción podrá parecer buena o frágil. Cualquiera que juicio que nos formemos de ella, debemos admitir trata de una inducción de tipo clásico; se funda en lprobación de un hecho y no interviene el testimonio persona distinta del investigador. Pero los documentteriales no son en modo alguno los únicos que poseprivilegio de poder ser captados así de primera mapedernal tallado por el artesano de la Edad de Pun rasgo del lenguaje, una regla <Je derecho incoda en un texto, un rito fijado por un libro de ceremorepresentado en una estela, son" otras- tantas realidadcaptamos y que explotamos con un esfuerzo de intelestrictamente personal. Para ello no necesitamos recningún intérprete, a ningún testigo.- Y volviendo a la com-paración que hacíamos arriba, cabe decir que no esque el historiador se vea obligado a no saber lo que en su laboratorio sino por las informaciones de un eEs verdad que nunca llega hasta después de terminexperiencia. Pero si las circunstancias lo favorecen, é

brá dejado residuos que no le será imposible percibsus propios ojos.

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LA OBSERVACIÓN HISTÓRICA 4 7

Por lo tanto, hay que definir las indiscutibles particu-

laridades de la observación histórica con otros términost la vez menos ambiguos y más amplios.La primera característica del conocimiento de los

hechos humanos del pasado y de la mayor parte de los depresente consiste en ser un. conocimiento por huellas, parusar la feliz expresión de Francpis Simiand. Trátese delos huesos enmurallados de Siria, de una palabra cuya for

ma o empleo revela una costumbre, de un relato escritopur el testigo de una escena antigua o reciente, ¿qué entendemos por documentos sino una "huella", es decir, lamarca que ha dejado un fenómeno, y que nuestros sentidopueden percibir? Poco importa que el objeto original seapor naturaleza inaccesible a la sensación, como la trayectoria del átomo, que sólo es visible en el tubo de CrookcsPoco importa que se haya vuelto inaccesible a la sensacióa causa del tiempo, como el helécho que, podrido hace millares de años, ha dejado su huella, sin embargo, en elWoqvic de hvnAa, o corno las sotarfinidadcs qvie han caíden desuso y que vemos pintadas y comentadas en los murode los templos egipcios. En ambos casos el procedimiento de reconstrucción es el mismo y todas las ciencias ofrecen múltiples ejemplos de él.

Pero el hecho de que gran número de investigadoresilc todas categorías se vean obligados a aprehender ciertofenómenos centrales sólo mediante otros fenómenos derivdos de ellos, en modo alguno quiere decir que haya enlódos'una perfecta igualdad de medios. Es posible que, comen el caso del físico, tengan el poder suficiente para pro

vocar la aparición de las huellas. Es también posible, poel contrario, que tengan que esperar- a que obre el caprichde fuerzas sobre las-que no tienen la menor influencia. Euno y otro caso su posición será muy distinta, como esevidente. ¿Qué ocurre con los observadores de los heckohumanos? Aquí las cuestiones de fecha vuelven a ocupaun primer plano.

Es evidente que todos los hechos humanos algo com-plejos escapan a la posibilidad de una reproducción, o d

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4 8 LA OBSERVACIÓN HISTÓRICA

una orientación voluntaria, y sobre esto hablaremostarde . Desde las medidas más elementales de la senhasta las pruebas más refinadas de la inteligencia y emotividad, existe una experimentación psicológica. esta experimentación no se aplica, en suma, sino al iduo. La psicología colectiva es casi por completo rebeella. No es posible — y nadie se atrevería a hacerlo niendo que fuera posible— suscitar deliberadamente unico o un movimiento de entusiasmo religioso. Sin ego, cuando los fenómenos estudiados pertenecen al preo al pasado inmediato, el observador —por incapacitase halle para forzar su repetición o para invertir voluntad el desarrollo— no se encuentra igualmentearmado frente a sus huellas. Puede, literalmente, hacealgunas de ellas vuelvan a existir. Me refiero a los mes de los testigos.

El 5 de diciembre de 1805 era tan imposible choy que se repitiera ¡a experiencia de Austerlitz. había hecho en la batalla tal o cual regimiento? A Nleón le habrían bastado dos palabras para hacer que ucial le informara sobre el asunto apenas unas horas dde la batalla. ¿Pero nunca se ha comprobado la excia de un informe de esta clase, público o privado? ¿se perdieron los que se escribieron? Si nosotros tratáde hacer las mismas preguntas que Napoleón habrídido hacer, nos quedaríamos eternamente sin respuestahistoriador no ha soñado, como Ulises, en alimentasombras con sangre a fin de interrogarlas? Pero losgros de la Nekuia ya no están de moda y no tenemos mmáquina para remontar el tiempo que nuestro cercon los materiales que <•. proporcionan las generacionsadas.

No habría que exagerar tampoco los privilegios qune el estudio del presente. Imaginemos por un momque todos los oficiales, que todos los hombres de unmiento han perecido; o, mejor, que entre todos los s

vivientes no se encuentra un solo testigo cuya memcuyas facultades, de atención sean dignas de créditoeste caso Napoleón no se encontraría en una situación

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LA OBSERVACIÓN HISTÓRICA 4 9que la nuestra. Todo aquel que ha tomado parte, aucuando sea en e papel más humilde, en una gran accisabe muy bien que al cabo de unas horas es a veces imsible precisar un episodio de capital importancia. Y a habría que agregar que no todas las huellas del pasado mediato se presentan con la misma docilidad a cualquevocación. Si las aduanas hubieran dejado de registdía a día la entrada y salida de las mercancías en el mde noviembre de 1942, me sería imposible saber en mes de diciembre el monto del comercio exterior del manterior. En una palabra, entre la encuesta de ¡os tiempretéritos y del pasado inmediato no hay más que una ferencia de grado, que en nada afecta al fondo de lmétodos empleados para estudiarlos. Pero ,no por ellodiferencia es de poca. importancia, y conviene deducir consecuencias de esto.

El pasado es, por definición, un dato que ya nada hbrá de modificar. Pero el conocimiento del pasado es aque está en constante progreso, que se transforma y se pfecciona sin cesar. A quien dudara de lo anterior bastarecordarle lo que ha ocurrido desde hace más de un sigpor la investigación han salido de las brumas inmenconglqmerados .humanos que antes eran ignorados; Egy Caldea se han sacudido sus sudarios; las ciudades mutas del Asia Central han revelado sus lenguas, que nasabía hablar ya, y sus religiones, extinguidas 'desde hamucho tiempo; en las orillas del Indo se ha levantado su tumba una civilización completamente ignorada. Pno es eso todo, y la ingeniosidad de los investigadores quehacen rebuscas en las bibliotecas y que excavan en viesuelos nuevas zanjas, no sirve sólo, ni quizás con la maeficacia, para enriquecer la imagen de los tiempos pasaHan surgido nuevos procedimientos de investigación anignorados. Sabemos mejor que nuestros antepasados inrrogar a las lenguas sobre las costumbres y a las herramiesobre los obreros. Hemos aprendido, sobre todo, a descder a más profundos niveles en el análisis de la realidadcial. El estudio de las creencias y de los ritos populares a

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5 0 LA OBSERVACIÓN HISTÓRICAnai desarrolla sus primeras perspectivas. La historia de economía —de la que Cournot, al enumerar los diversos pectos de la investigación histórica, ni siquiera tenía ideaacaba de comenzar a constituirse. Todo ello es cierto y nospermite alimentar las mayores esperanzas. No esperanzilimitadas, claro está, pues nos ha sido rehusado ese senmiento de progresión verdaderamente indefinida que duna ciencia como la química, capaz de crear hasta su propobjeto. Los exploradores del pasado no son hombres totmente libres. El pasado es su tirano, y les prohibe qusepan de él lo que él mismo no les entrega, científicmente o no. Nunca podremos establecer una estadística los precios en la época merovingia, porque ningún docmento registró esos precios suficientemente. Nos es impo-sible penetrar en la mentalidad de los hombres del siglo europeo, por ejemplo, como podemos hacerlo en la metalidad de los contemporáneos de Pascal o de VoltairDe aquéllos no tenemos cartas privadas ni confesiones; snos quedan, algunas malas biografías escritas en un estconvencional. A causa de esta laguna toda una parte dnuestra historia adquiere necesariamente el aliento, un poexangüe, de un mundo despoblado. Pero no nos quejmos demasiado. En esta estrecha sumisión a un inflexble destino —nosotros, pobres adeptos a menudo ridiculi-zados por las nuevas ciencias del hombre— nos tocó peparte que a muchos de. nuestros compañeros, dedicadosdisciplinas más antiguas y más seguras de sí. Tal es suerte común de todos los estudios cuya misión es ecrutar los fenómenos pasados. Y el prehistoriador, falde testimonios escritos, es más incapaz de reconstruir lliturgias de la Edad de Piedra que —pongo por caso— paleontólogo las glándulas de secreción interna del plessaurio, del que sólo subsiste el esqueleto. Siempre es dagradable decir: no sé , no lo puedo saber ; no hayque decirlo sino después de haber buscado enérgica, desperadamente. Pero hay momentos en que el más imperiodeber del sabio es, habiéndolo intentado todo, resignara la ignorancia y confesarlo honestamente.

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LA OBSERVACIÓN HISTÓRICA S I

II'. LOS TESTIMONIOS

"Herodoto de Turios expone aquí el resultado de su» quedas, para que las cosas hechas por los hombres nolviden con el tiempo y que las grandes y maravillosasciones llevadas a cabo tanto por los griegos como porbárbaros no pierdan su esplendor." Así empieza el antiguo libro de historia, no fragmentario, que en el m

do occidental haya llegado hasta nosotros. Pongamos lado, por ejemplo, una de esas guias de viaje al más que los egipcios del tiempo de los Faraones introduen las tumbas. Tendremos, frente a frente, los prototipolas dos grandes clase* en las que se reparte la masa insamente varia de los documentos puestos, por el pasaddisposición de los historiadores. Los testimonios del prgrupo son voluntarios. Los otros, no.

Cuando leemos, para informarnos, a Herodoto oFroissart, las Memorias del mariscal Joffre p los comunica-dos, por otra parte completamente contradictorios, que dan en estos días los periódicos alemanes y británicos sel ataque de un convoy en el Mediterráneo, ¿qué hace

sino conformarnos exactamente a lo que los autores de escritos esperaban de nosotros? Al contrario, las fórmulasde los papiros de los muertos sólo estaban destinadas arecitadas por el alma en peligro y oídas sólo por los ses; el hombre de los palafitos que echaba en el lago residuos de su comida — donde hoy los remueve el queólogo— no hacía sino limpiar su cocina, su vivie

la bula de exención pontificia, se guardaba con tanto cudo en los cofres del monasterio únicamente para podir trarla ante los ojos de un obispo importuno, en el mompreciso. Nada de ello tenía que ver con la preocupacde instruir a la opinión, ya fuera la de sus contemporáo la de futuros historiadores; y cuando el medievalistajea en los archivos, en el año de gracia de 1492, la cor

pondencia comercial de Jos Cedamos, de Lucca, cometeindiscreción que los Cedamos de nuestros días califica

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5 2 LA OBSERVACIÓN HISTÓRICAduramente si se tomaran las mismas libertades con sucopiador de cartas.

Sin embargo, las fuentes narrativas —expresión cograda— , es decir, los relatos deliberadamente dedica la información de los lectores, no han dejado nuncprestar una preciosa ayuda al investigador. Entre* ventajas, son ordinariamente las únicas que proporciun encuadre cronológico casi normal y seguido. ¿Qudaría un prehistoriador —o un historiador de la India—

por disponer de un Herodoto? No puede dudarse de es en la segunda categoría de testimonios, en los testigosaberlo, donde la investigación histórica, en el curso davance, ha puesto cada vez más su confianza. Compla historia romana, tal como la escribían Rollin, o el mo Niebuhr, con la de cualquier manual de nuestros la primera tomaba lo más claro de su sustancia de

Livio, Suetonio o Floro; la segunda se construye, engran parte, según Isa inscripciones, los papiros y las mdas. Trozos enteros del.pasado no han podido ser rectruidos sino así: toda la prehistoria, casi toda la histeconómica, casi toda la historia de las estructuras socialaun en el presente, ¿"quién de nosotros no preferiría, entre las manos, en vez de los periódicos de 1938 ó 1

algunos documentos secretos de las cancillerías o alginformes confidenciales de jefes militares?

No es que documentos de este tipo estén exentoserrores o de mentiras en mayor medida que los otrosfaltan falsas bulas, ni dicen verdad todas las cartas de cios y todos los informes de embajadores; pero ahí la

formación, suponiendo que exista, por lo menos no haconcebida especialmente para la posteridad. Ante todotos indicios que, sin premeditación, deja caer el pasadolargo de su ruta nos permiten suplir las narraciones, cuno las hay, o cont'astarUs si su veracidad es sospechosaservan a nuestros estudios de un peligro peor que la irancia o la inexactitud: el de una esclerosis irremedi

Efectivamente, sin su socorro veríamos inevitablemenhistoriador convertirse en seguida en prisionero de los

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LA OBSERVACIÓN HISTÓRICA 5 3juicios, de la falsa prudencia, de la miopía que sufrieron esas mismas generaciones desaparecidas sobre las qu

se inclina, y veríamos al medievalista, por ejemplo, ndar sino muy poca importancia al movimiento de las comunidades, a pretexto de que los escritores de la EdaMedia no suelen hablar de él, o desdeñar los grandes impulsos de la vida religiosa en razón de que ocupan en literatura narrativa de su tiempo mucho menos espacio qulas guerras de los Barones. En una palabra, veríamos a l

historia, para usar una antítesis cara a Michelet, dejar deser la exploradora cada vez más arrojada de las edadepasadas para venir a ser la eterna e inmóvil alumna de sucrónicas .

No sólo eso, sino que hasta en los testimonios mádecididamente voluntarios, lo que nos dice el texto ha djado expresamente de ser, hoy, el objeto preferido de

nuestra atención. Nos interesamos, por lo general, y comayor ardor, por lo que se nos deja entender sin habedeseado decirlo. ¿Qué descubrimos de más instructivo eSaint-Simón? ¿Sus informaciones, tantas veces controvetidas, sobre los acontecimientos de su tiempo, o la extraordinaria luz que las Memorias arrojan sobre la mentalidadde un gran señor de la corte del Rey Sol? Entre las vi

das de santos de la alta Edad Media, por lo menos las trecuartas partes son incapaces de enseñarnos algo sólido aceca de los piadosos personajes cuyo destino pretenden evocmas si, al contrario, las interrogamos acerca de las manerde vivir o de pensar correspondientes a las épocas en qufueron escritas —cosas todas ellas que la hagiografía ntenía el menor deseo de exponernos— las hallaremos d

un valor inestimable. En nuestra inevitable subordinación al pasado, condenados, como lo estamos, a conoceúnicamente por sus rastros, por lo menos hemos conseguisaber mucho más acerca de él que lo que tuvo a biendejarnos dicho. Bien mirado, es un gran desquite de linteligencia sobré los hechos.

Pero desde el momento en que ya no nos resigna-mos a registrar pura y sencillamente los dichos de nuestro

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5 4 LA OBSERVACIÓN HISTÓRICA

testigos, desde el momento en que nos proponemosgarles a hablar, aun contra su gusto, se impone un

tionario. Tal es, en efecto, la primera necesidad debúsqueda histórica bien llevada.Muchas personas, y aun al parecer ciertos autore

manuales, se forman una imagen asombrosamente cade la marcha de nuestro trabajo. En él principio, padecir, están los documentos. El historiador los reúnlee, se esfuerza en pesar su autenticidad y su verac

Tras ello, únicamente tras ello, deduce Sus consecueDesgraciadamente, nunca historiador alguno ha proasí, ni aun cuando por azar cree hacerlo.

Porque los textos, o los documentos arqueológicoslos más claros en apariencia y los más complacienthablan sino cuando se sabe interrogarlos. Antes de Bde Perthes abundaban las herramientas de pederna

igual que en nuestros días, en las tierras de aluvióSoma; pero no habiendo quien las interrogara, no prehistoria. Como viejo medievalista que soy, confieconocer lectura más atrayente que la de un cartuporque sé, más o menos, qué pedirle. Una compilaciinscripciones romanas, en cambio, me dice bien pocaLas leo mejor o peor, pero no me dicen nada. En

términos, toda investigación histórica presupone, desprimeros pasos, que la encuesta tenga ya una direcEn el principio está la inteligencia. Nunca, en ninciencia, la observación pasiva —aun suponiendo, poparte, que sea posible— ha producido nada fecundo

No nos engañemos. Sin duda, sucede a veces qucuestionario es puramente instintivo, peto existe. Siel trabajador tenga conciencia de ello, los artículos demo le son dictados por las afirmaciones o las dudas qexperiencias anteriores han inscrito oscuramente en rebro, por la tradición, por el sentido común, es decirmasiado a menudo, por los prejuicios comunes. No nunca tan receptivo como se cree. No se puede darconsejo a un principiante que el de que espere, en ade aparente sumisión, la inspiración del documento

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LA OBSERVACIÓN HISTÓRICA 5$ese camino más de una investigación hecha con buena luntad ha sido condenada al fracaso o a la insignificanc

La facultad de escoger es necesaria, pero tiene que sextremadamente flexible, susceptible de recoger, en medel camino, multitud de nuevos aspectos, abierta a todas sorpresas, de modo que pueda atraer desde el comienzo das las limaduras del documento, como un imán. Sábeque el itinerario establecido por un explorador antes dsu salida no será seguido punto por punto; pero, de n

tenerlo, se expondrá a errar eternamente a la venturaLa diversidad de los testimonios históricos es casi in

nita. Todo cuanto el hombre dice o escribe, todo cuanfabrica, cuanto toca puede y debe informarnos acerca de él.Es curioso darse cuenta de cómo las personas extrañas nuestro trabajo calibran imperfectamente la extensión d

esas posibilidades. Continúan atadas a una idea muy añede nuestra ciencia: la del tiempo en el que apenas si se sbía leer más que los testimonios voluntarios. Reprochandola historia tradicional el dejar en la sombra fenómenoconsiderables que, sin embargo, eran de mayores conscuencias y más capaces de modificar la vida próxima quetodos los acontecimientos políticos , Paul Valéry ponía co

ejemplo la conquista de la tierra por la electricidad. Enesto se le aplaudirá con gusto. Es, desgraciadamente, demsiado exacto que este inmenso tema no ha producido todavningún trabajo serio. Pero cuando, arrebatado en cierta manera por el exceso mismo de su severidad para justificala falta que acaba de denunciar, Paul Valéry añade queestos fenómenos escapan necesariamente al historiado

—porque, prosigue, ningún documento los menciona expresamente — la acusación, pasando del sabio a la ciencia, se equivoca de dirección. ¿Quién puede creer que lempresas de la industria eléctrica carezcan de archivos, destados de consumo, de mapas de extensión de sus redesLos historiadores, dirán, han descuidado hasta ahora consultar esos documentos; y es, sin duda, una falta; a meno

que la responsabilidad recaiga en guardianes tal vez demasido celosos de tantos hermosos tesoro*. Hay que tener p

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5 6 LA OBSERVACIÓN HISTÓRICAciencia. La historia no es todavía como debiera ser. no es una razón para cargar a la historia posible el peso de los errores que no pertenecen sino a la hismal comprendida.

De ese carácter maravillosamente dispar de nuesmateriales nace, sin embargo, una dificultad; desde llo suficientemente grave para contarse entre las tres otro grandes paradojas del oficio de historiador.

Sería una gran ilusión imaginarse que. cada problhistórico se vale de un tipo único de documentos, espezado en este empleo. Al contrario, cuanto más se esfueinvestigación por llegar a los hechos profundos, mle es permitido esperar la luz si no es por medio de convergentes de testimonios muy diversos en su natur¿Qué historiador de las religiones se contentaría cocompulsa de tratados de teología o colecciones de himÉl lo sabe: acerca de las creencias y las sensibilidades tas, las imágenes pintadas o esculpidas en las paredes dsantuarios, la disposición o el mobiliario de las tumbdicen, por lo menos, tanto como muchos escritos. Así,como del estudio de las crónicas o de las cartas puenuestro conocimiento de las invasiones germánicas dede la arqueología funeraria y de los estudios toponímA medida que se acerca uno a nuestro tiempo estas excias se hacen, sin duda, distintas; pero no por ello mimperiosas. Para comprender las sociedades de hoy, ¿cree que baste hundirse en la lectura de debates parlatarios o de oficios de cancillería? ¿No. habrá que interpretar el balance de un banco, texto, para el promás hermético que muchos jeroglíficos? El historiaduna época en la que reina la máquina, ¿deberá igncómo están constituidas y cómo se han modificadomáquinas?

Y si casi todo problema humano importante necel manejo de testimonios de tipos opuestos, es, al conde toda necesidad, que las técnicas eruditas se disti:gún los tipos de testimonio. El aprendizaje de cada

de ellas es largo, su posesión plena necesita una prácticlarga todavía y, por decirlo así, constante. Por ejem

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LA OBSERVACIÓN HISTÓRICA. 57sólo un número muy reducido de investigadores pued

vanagloriarse de hallarse bien preparados para leer y cticar una carta puebla medieval, para interpretar correcmente los nombres de lugares (que son, ante todo, heclingüísticos), para fijar sin errores la fecha de los vetigios de un habitat prehistórico, celta, galorromano; paraanalizar las asociaciones vegetales de un prado, de un bbecho, de un erial. Sin embargo, sin todo ello, ¿cóm

pretender escribir la historia de la ocupación del suelCreo que podas ciencias están obligadas a usar simultánmente tantas herramientas dispares. Y es que los hechhumanos son de los más complejas, y el hombre se colen el extremo de la naturaleza.

Es útil, a mi ver, es indispensable que el historiadposea, al menos, una noción de las principales técnicas

IU oficio. Aunque sólo sea para saber medir por adlantado la fuerza de la herramienta y las dificultades »u manejo. La lista de las "disciplinas auxiliares" que pponemos a nuestros principiantes es demasiado reduciA hombres que en la mitad de su tiempo no podrán alczar el objeto de sus estudios sino a través de las palab¿por qué absurdo paralogismo se les permite, entre ot

lagunas, ignorar las adquisiciones fundamentales de la güística?Aun así, y suponiendo una gran variedad de cono

mientos en los investigadores mejor provistos, éstos hallsiempre, y normalmente muy de prisa, sus límites. Entces no queda otro remedio que sustituir la multiplicidde aptitudes en un mismo hombre por una alianza de t

nicas practicadas por diferentes eruditos, pero dirigitodas ellas a la elucidación de un tema único. Este métsupone la aceptación del trabajo por equipos. Al mistiempo exige la definición previa, de común acuerdo, algunos grandes problemas dominantes. Se trata de logde los que todavía estamos muy lejos. Pero ellos influisin duda alguna, en el porvenir de nuestra ciencia.

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5 8 LA OBSERVACIÓN HISTÓRICA

II I. LA TRANSMISIÓN I>E LOS TESTIMONIOS

Una de las tareas más difíciles con las que se enfrehistoriador es la de reunir los documentos que crcesitar. No lo lograría sin la ayuda de-diversos guíventarios de archivos o de bibliotecas, catálogos de mrepertorios bibliográficos de toda índole. Vemos, mveces, eruditos a la violeta que se extrañan del tiempficado por auténticos eruditos en componer obras dtipo, y por todos los investigadores en conocer su exisy aprender su manejo; como si, gracias a las horas inven estos trabajos que, aunque no careacan de cierto edo atractivo, desde luego están faltos de brillo romántse ganara tiempo y se ahorrara mucha energía. Es imaginarse, si no se es especialista, la suma de esfestúpidamente inútiles que un apasionado por la histoculto de los santos se ahorra si conoce la Bibliothcca Ha-giografhica Latina de los Padres Bolandistas. Lo que hque sentir, en verdad, es que no podamos tener en tras bibliotecas una mayor cantidad de estos instrum(cuya enumeración, materia por materia, pertenece libros especiales de orientación) y que no sean todabastante numerosos, sobre todo para las épocas menjadas de nosotros; que su establecimiento, principaen Francia, no obedezca sino por excepción a un pconjunto racionalmente concebido; que su puesta al ddemasiadas veces abandonada a caprichos individualla parsimonia mal informada de algunas casas editortomo primero de las admirables Fuentes de la Historia deFrancia, de Émile Molinier, no ha sido reeditado desu primera aparición, en i g o i . Este sencillo hecho euna grave acusación. Evidentemente, la herramienhace la ciencia, pero una sociedad que pretende respciencia no debería desinteresarse de sus herramientacabe duda que sería prudente no confiar demasiadolograrlo, en las instituciones académicas, que por sclutamiento favorable a la preeminencia de la edpropicio a los buenos 'discípulos, suele carecer de e

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I,A OBSERVACIÓN HISTÓRICA 5 9de empresa. Nuestra Escuela de Guerra y nuestros E

tados Mayores no son los únicos, en nuestro país, quconservan en tiempos motorizados la mentalidad de la crreta de bueyes.

A pesar de lo bien hechos, de lo abundantes, que pudan ser esos, mojones, servirían de poco a un investigadque no tuviese, por adelantado, una idea del terreno explorar. En contra de lo que a veces suelen imaginarse

principiantes, no surgen los documentos, aquí y allá, pel solo efecto de no se sabe qué misterioso decreto de ldioses. Su presencia o su ausencia, en tales o cuales arcvos, en una u otra biblioteca, en el suelo, dependen dcausas humanas que no escapan al análisis, y los problemque plantea su transmisión, lejos de tener únicamente mero alcance de ejercicios técnicos, rozan lo más íntim

de la vida del pasado, porque lo que se encuentra apuesto en juego es nada menos que el paso del recuerdotravés de las generaciones. Al frente de obras históricserias el autor generalmente coloca una lista de siglas de archivos que ha compulsado, de los libros que le han sevido. Está bien, pero no es suficiente. Todo libro dehistoria digno de ese nombre debiera incluir un capítul

o, si se prefiere, insertar en los puntos cardinales del dearrollo del libro, una serie de párrafos que se intitularíapoco más o menos: "¿Cómo puedo saber lo que voy a dcir?" Estoy persuadido de que si conociesen estas confesiones, hasta los lectores que no fuesen del oficio hallarían eellas un verdadero placer intelectual. El espectáculo de investigación, con sus éxitos y fracasos, no es casi nun

aburrido. Lo acabado es lo que destila pesadez y tediA veces recibo la visita de investigadores que desea

escribir la^ historia de su pueblo. Por lo general, les diglo siguiente, que aquí simplifico un poco para evitar detlles eruditos que estarían fuera de lugar: "Las comuniddes campesinas no tuvieron sino rara vez y tardíament

archivos. Los señoríos, al contrario, eran empresas relatvamente bien organizadas, poseedoras de una continuidaque han conservado, por lo general y desde muy pront

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ÓO LA OBSERVACIÓN HISTÓRICAsus archivo». Para el período anterior a 1789 y, cialmente para épocas más antiguas, los principales mentos, de los que pueden esperar servirse son, puprocedencia señorial. De donde resulta que la prcuestión a, la que tendrán que contestar y de la quedependerá, será la siguiente: en 1789, ¿quién era eldel pueblo?" (En realidad no es imposible la existenmultánea de varios señores entre quienes haya sido tido el pueblo; pero, para simplificar, dejaré de ladsuposición.) "Pueden concebirse tres eventualidadeseñorío pudo haber pertenecido a una iglesia, a unemigrado durante la Revolución o a un laico no emiEl primer caso es, con mucho, el más favorable. Eeventualidad el archivo seguramente ha sido bien jado, y desde hace mucho tiempo; y fue seguramentefiscado a partir de 1790 al mismo tiempo que las tpor la aplicación de las leyes de secularización del clebieron llevarlo a algún depósito público y puede esperarse,razonablemente, que allí continúa hoy, más o menosto, a disposición de los eruditos. La hipótesis del emtodavía es bastante buena: en este caso debió de ser gada y transferido; a lo sumo,"el peligro de una deción voluntaria como vestigio de un régimen aborparecerá un poco de temer. Queda la última posibque sería sumamente desagradable; los antiguos ddesde el momento en que se quedaban en Francia, nobajo la férula de las leyes de salvación pública y nocían en sus bienes; perdían, sin duda, sus derechosriales, ya que éstos habían sido universalmente aby, por ende, sus legajos. No habiendo sido nunca redos por el Estado, los documentos que buscamos hando, sencillamente, la suerte común de todos los papefamilia durante los siglos xix y xx. Aun suponiendo se hayan perdido, que no hayan sido comidos por'lao dispersados al azar de las ventas y las herencias a de los desvanes de tres o cuatro casas de campo, nadadie podrá obligar a su actual poseedor a dároslos a co

Cito este ejemplo porque me parece perfectamenpico de las condiciones que con frecuencia determi

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LA OBSERVACIÓN HISTÓRICA 6 1limitan la documentación. No carecerá de interés anal

sus enseñanzas más detenidamente.El papel que acabamos de ver desempeñar a las con

caciones revolucionarias es el de una deidad muchas vpropicia al investigador: la catástrofe. Innumerables mcipios romanos se han transformado en vulgares pequeciudades italianas, en las que el arqueólogo penosameencuentra algunos vestigios de la Antigüedad: únicamte la erupción del Vesubio conservó a Pompeya.

Desde luego, la mayoría de los grandes desastres la humanidad han ido en contra de la historia. Montode manuscritos literarios e historiográficos, los inestimaexpedientes de la burocracia imperial romana se hundieen la marea de las Invasiones. Ante nuestros ojos, dos g

rras mundiales han asolado un suelo cubierto de gloria ydestruido monumentos y archivos. Nunca jamás podreya hojear las cartas de los viejos mercaderes de Ypresdurante la derrota he visto arder los cuadernos de órde-nes de un Ejército.

Sin embargo, la apacible continuidad de una vida scial, sin accesos de fiebre, es mucho meno?, favorable d

que a veces se cree a la transmisión del recuerdo. Sonrevoluciones las que fuerzan las puertas de las cajas futes y obligando a huir a los ministros no les dejan tiemde quemar sus notas secretas. En los antiguos archivos diciales encontramos documentos de quiebras de emprque, 's i . hubiesen seguido disfrutando de una existencfructuosa y honorable, hubiesen acabado por destruir

contenido de sus'legajos. Gracias a la admirable permancia de las instituciones monásticas, la abadía de Saint-Dconservaba todavía, en 1789, los diplomas otorgados cede mil años antes por los reyes merovingíos.' Podernos llos hoy en los archivos nacionales. Si la comunidad de monjes de Saint-Denis hubiese sobrevivido a la Revoluc¿quién nos asegura que nos permitiría hurgar en sus fres? Asimismo, tampoco la Compañía de Jesús da profano acceso a sus colecciones, por lo que tantos pblemas de la historia moderna permanecerán siempre d

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6 í LA OBSERVACIÓN HISTÓRICAespcradamente oscuros, y así el Banco de Francia no

vita a los especialistas en el Primer Imperio a compsus registros, aun los más polvorientos. Hasta tal punmentalidad del iniciado es inherente a todas las corpornes. Aquí el historiador del presente está en desventestá casi totalmente privado de confidencias involuntCierto es que, en compensación, dispone de las indiciones que le murmuran, al oído, sus amigos. Desgr

damente, el informe se distingue mal del chisme. Un cataclismo nos convendría mucho más.Así seguirá ocurriendo mientras las sociedades no

ganicen racionalmente, con su memoria, su conocimpropio, renunciando a dejar este cuidado a sus propiasgedias. No lo lograrán sino luchando cuerpo-a cuerpolos dos principales responsables del olvido y la ignoranc

negligencia, que extravía los documentos, y, más peligtodavía, la pasión del secreto —secreto diplomático, sede los negocios, secretos de las familias—, que los esco destruye. Es natural que el notario tenga el deber drevelar las operaciones de su cliente, pero no que spermita envolver en el mismo impenetrable misteriocontratos realizados por los bisabuelos de su cliente,

do, por otra parte, nada le impide dejarlos convertien polvo. Nuestras leyes, a este respecto, están absumente fuera de lugar. En cuanto a los motivos que impa la mayoría de las grandes empresas a negarse a haceblicas las estadísticas más indispensables para una sanaducta de la economía nacional, rara vez son dignos depeto. Nuestra civilización habrá realizado un inme

progreso el día en que el disimulo, erigido en métodacción y casi en virtud burguesa, ceda su lugar al gpor el informe, es decir, a los intercambios de noticias

Volvamos, sin embargo, al pueblo de nuestra hipóteLas circunstancias que, en este caso preciso, deciden dpérdida o de la conservación, de la accesibilidad o de la

accesibilidad de los testimonios, tienen su origen en fuhistóricas de carácter general. N o presentan ningún asque no sea perfectamente inteligible, pero están despr

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LA OBSERVACIÓN HISTÓRICA 6 3tas de toda relación lógica con el objeto de la encuecuyo resultado se encuentra, sin embargo, colocado bajdependencia. Porque, evidentemente, no se ve por questudio de una pequeña comunidad rural, en la Edad dia, sería más o menos instructivo por el hecho de qalgunos siglos más tarde, a su señor se le ocurriera idejar de ir a reunirse con los emigrados de CoblenEste desacuerdo es muy frecuente. Si conocemos inftamente mejor el Egipto romano que la Galia de la miépoca, no es que tengamos mayor interés por los egipque por los galorromanos, sino porque la sequía, las ary los ritos funerarios de la momificación preservaron los escritos que el clima de Occidente y sus usos condenpor el contrario, a una rápida destrucción. Entre las caque llevan al éxito o al fracaso en la búsqueda de domentos y los motivos que nos hacen deseables estos midocumentos no hay de ordinario nada en común: tal eelemento irracional, imposible de eliminar, que da a ntras investigaciones algo de la trágica intimidad en que tas obras del espíritu hallan tal vez, con sus límites, unlas razones secretas de su destrucción. Todavía, en el ejplo citado, la suerte de los documentos, pueblo por puees un hecho crucial conocido, casi previsto. Pero no siemocurre así. El resultado final depende a veces de tal núro de hechos encadenados, absolutamente independieunos de otros, que toda previsión viene a ser imposiblede cuatro incendios sucesivos y de un saqueo que devaron los archivos de la antigua abadía de San Benito Loira. ¿Cómo, enfrentándome con e] resto, puedo adivqué documentos se'salvaron? Lo que se ha llamado la gración de los manuscritos ofrece una materia digna estudio del mayor interés; los pasos de una obra literartravés de las bibliotecas, el hecho mismo de las copiascuidado o la negligencia de los bibliotecarios y de los pistas son otros tantos rasgos por los que se expresan, vivo, las vicisitudes de la cultura, y el variado juego sus grandes corrientes. ;Qué erudito, aun el mejor formado, hubiese podido anunciar, antes de su descumiento, que el único manuscrito de la Gemianía de Tácito

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64 LA OBSERVACIÓN HISTÓRICAhabía ido a parar, en el siglo xvi, al monasterio de feld? En una palabra, existe en el fondo de casibúsqueda documental un residuo de sorpresa y, porde aventura. Un investigador que conozco muy biecontó que en Dunkerque, mientras esperaba, sin dejtrever demasiada impaciencia, en 5a costa bombardeaincierto embarque, uno de sus camaradas le dijo, conextrañeza: "Es curioso, no parece usted aborrecer latura ." M i amigo hubiese podido contestar que, en del prejuicio corriente, ¡a costumbre de la investigno es de ninguna manera desfavorable a la aceptbastante normal, de una apuesta con el destino.

Nos preguntábamos antes si existe una oposición dnicas entre el conocimiento de pasado humano y presente. Acabamos de dar la contestación. Evidenteel explorador de lo actual y el de épocas lejanas macada uno a su manera, las herramientas de que dispsegún los casos, uno u otro tiene ventajas: el primerla vida de una manera inmediata, más sensible; el seen sus indagaciones, dispone de medios que, muchasle son negados a aquél. Así, la disección de un caque descubre al biólogo muchos secretos que el estuun ser vivo le hubiese ocultado, calla acerca de motros, de los que sólo el cuerpo vivo tiene la revelaPero cualquiera que sea la edad de la humanidad quevestigador estudie, los métodos de observación se casi con uniformidad, sobre rastros y son fundamentalmentelos mismos. Iguales son, como vamos a ver, las reglticas a las que ha de obedecer la observación parfecunda.

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III

L A C R Í T I C A

I . BO SQ UE JO DE UNA HISTORIA D EL MÉTO DO CRÍTIC O

Hasta ¡os más ingenuos policías saben que no debe creersin más a los testigos. Sin perjuicio, por otra parte, de

sacar siempre de este conocimiento teórico el partido necsario. D e la mism a mane ra, hace m uc ho que se está dacuerdo en no aceptar ciegamente todos los testimonios htóricos. Nos lo ha enseñado una experiencia casi tan viecomo la humanidad: más de un texto se da como pertenciente a una época y a un lugar distintos de los que realmte les corresponden; no todas las narraciones son verídicas

a su vez, las huellas materiales pueden ser falsificadas. la Edad Media, ante la abundancia de las fasificaciones, duda fue muchas veces un reflejo natural de defensa. "Ctinta, cualquiera puede escribir cualquier cosa", exclamaen el siglo xi, un hidalgo lorenés, en un litigio contrunos frailes que presentaban contra él pruebas documenles. La Donación de Constant ino —sorprendente elucubr

ción que un clérigo romano delsiglo vm atribuyó al primCésar cristiano— fue, tres siglos más tarde, puesta en dupor los que rodeaban al muy piadoso emperador Otón ¡Las falsas reliquias se han vendido desde que hubo reliqu

Sin embargo, el escepticismo, como principio, no una actitud intelectual más estimable ni más fecunda qla credulidad con la que, por otra parte, se combina fác

mente en muchos espíritus simplistas. Conocí, durante otra guerra, a un honrado veterinario que, desde luego, calguna apariencia de razón, se rehusaba sistemáticamea creer cualquier noticia dada por la prensa. P er o si compañero ocasional le contaba de viva voz cualquier espefaciente falsedad, mi homfcre la aceptaba como atículo de fe.

De la misma manera, la crítica basada únicamente el sentido común, que fue, durante mucho t iempo, la ú6 í

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66 LA CRÍTICAca practicada, y que todavía seduce a ciertos espíritupodía llevarnos muy lejos. ¿Qué es, en efecto, las málas veces, este pretendido sentido común? Nada másun compuesto de postulados no razonados y de experieapresuradamente generalizadas. ¿Trátase del mundo co? Se negaron los Antípodas, se niega el Universo teiniano. Se consideró fabulosa la narración de Herosegún la que, dándose vuelta al África, los navegantes un día el punto de salida del sol pasar de su derecha izquierda. ¿Trátase de actos humanos? Lo peor eslas observaciones que se elevan a lo eterno están formente tomadas, de prestado, a un momento cortísimla duración del tiempo: el nuestro. Ahí reside el prinvicio de la crítica volteriana, por otra parte tantas vpenetrante , No solamente las extravagancias individson de todos los tiempos; más de un estado de ánimomún en el pasado, nos parece extraño porque ya nsentimos. El "sentido común" parece prohibirnos acque el emperador Otón I haya podido suscribir, en fde los papas, concesiones territoriales inaplicables, quementían sus actos anteriores y que los que le siguierotomaron nunca en cuenta. Sin embargo, hay que cque no tenia el espíritu construido del todo como nosya que el privilegio es incontestablemente auténtico;que entonces existía entre el escrito y la acción unatancia cuya extensión nos sorprende hoy.

£1 verdadero progreso surgió el día en que la dudhizo "examinadora" —como decía Volney—; cuandoreglas objetivas, para decirlo en otros términos, elabopoco a poco la manera de escoger entre la mentira y ladad. £1 jesuita Papebroeck, a quien la lectura de las Vidasde Santos había inspirado una incoercible desconfianza cia la herencia de toda la Edad Media, tenía por fatodos los diplomas merovingios conservados en los mterios. No —le contestó en sustanci- Mabillon—, exincontestablemente, diplomas fabricados de h primera a laúltima letra, otros rehechos o interpolados, pero tamlos hay auténticos, y he aquí cómo es posible distinunes de otros. Aquel año — 1 6 8 1, el año de la publicación

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LA CftfriCA &7de De Rt DifUmatica, en verdad gran fecha en la histo-ria del espíritu humano— , fue definitivamente fundala crítica de los documentos de archivo.

Ése fue, por otra parte, de todas maneras, el momendecisivo en la historia del método crítico. El humanisde la edad precedente había tenido sus veleidades 7 intuiciones, pero no había ido más lejos; nada es más racterístico, á este respecto, que un trozo de los Etuayos,

en el que Montaigne justifica a Tácito por haber citalos prodigios. Cosa es — dijo— de teólogos y filósofosdiscutir las "creencias comunes"; los historiadores no nen más que "recita r" lo que. las fuentes ofrecen. "Qnos den la historia según la reciben y no según la estimEn otros términos, una crítica filosófica es perfectamelegítima si se apoya sobre cierta concepción del orden

tural o divino, y se sobrentiende desde luego que Mtaigne no acepta, por su parte, los milagros de Vespasnal igual que otros muchos. Pero no com prende, visiblemte, cómo sería posible el examen, específicamente histórde un testimonio tomado como tal. La doctrina de investigaciones se elaboró únicamente en el curso delglo xviii, siglo del que no se aprecia siempre la grand

tal como se debiera, y especialmente la de su segunda mLos hombres de ese tiempo tuvieron conciencia de eFue un lugar común, entre 1680 y 1690, denunciar couna moda pasajera el "pirronismo de la historia.". "Díc—escribe Michel Levassor, comentando este término— la rectitud del espíritu consiste en no creer a la ligeren saber dudar varias veces de lo mismo." La propia labra "crítica", que no había designado hasta entonces, lo general, sino un juicio del gusto, pasa entonces a adrir el sentido casi nuevo de prueba de veracidad. Nousa al principio sino con excusas, porque no correspopor completo a los distinguidos usos del tiempo y todatiene cierto sabor técnico. Sin embargo, va ganando rreno. Bossuet la tiene prudentem ente a distancia. Cudo habla de "nuestros autores críticos" se adivina ciealzamiento de hombros. Pero Richard Simón la incluye

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68 LA CRÍTICAel título de casi todas sus obras. Los más avisados nengañan. Lo que ese nombre anuncia es el descubrimde un método de aplicación casi universal. La crítica"especie de antorcha que nos ilumina y nos conducelas rutas oscuras de la Antigüedad, haciéndonos distinlo verdadero de lo falso", tal como escribe Ellies du Y Bayje, todavía con mayor claridad: " M . Simón haparcido en esa nueva Contestación varias reglas de crque pueden servir no solamente para entender las Escras, sino también para leer con aprovechamiento mucotras obras."

Confrontemos algunas fechas de nacimiento: Papebr(que si se equivocó acerca de las cartas de concesiónpor ello deja de tener un puesto de primera fila entrefundadores de la crítica aplicada a la historiografía), 1Mabillon, 1632; Richard Simón, cuyos trabajos domlos principios de la exégesis bíblica, 1638. Añádase, fde la cohorte de los eruditos propiamente dichos, a noza —el Spinoza del Tratado teológico-folítico, auténticaobra maestra de crítica filológica e histórica: una vez 1632. En el sentido más estricto: es una generación, cucontornos se dibujan, con sorprendente claridad, ante ntros ojos. Pero precisemos más: es exactamente la gención que ve la luz en el momento en que aparece el Dis-curso del Método

N o digamos: una generación de cartesianos. Mabilpara no hablar sino de él, era un devoto fraile, ortodcon simplicidad y que nos ha dejado, como último escun tratado acerca de La Muerte Cristiana, Puede dudarsede que haya conocido muy de cerca la nueva filosofíasospechosa por entonces para tanta gente piadosa; más si, por casualidad, tuvo de ella alguna idea, no es de suner que encontrara motivos para aprobarla. Por otra p—sugieran lo que parezcan sugerir algunas páginas, taldemasiado célebres, de Claude Bernard— las verdadesdentes, de carácter matemático —para las que la dudatódica tiene, en Descartes, la misión de desbrozar el cno—, presentan pocos rasgos comunes con las probabilidcada vez más certeras que la historia crítica, como

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LA CRÍTICA 6 9ciencias de laboratorio, se complace en poner en evidePero pan que una filosofía impregne toda una época nnecesario que obre exactamente según su letra, ni qumayoría de los espíritus sufran sus efectos más 'que una especie de osmosis, muchas veces semiconsciente. como la "ciencia" cartesiana, la crítica del testimonio tórico no hace caso de la creencia. Al igual que la ciecartesiana también, no procede a este implacable derde todos los viejos puntales sino para lograr nuevas cdumbres (o de grandes probabilidades), en lo sucesivobidamente experimentadas. En otros términos: la idea la inspira supone una vuelta casi total de los antiguos ceptos de la duda. Que sus mordeduras parecieran unfrimiento o que se hallara en ella, por el contrario, nosabe qué dulzura, lo cierto es que la duda no había considerada hasta aquel entonces sino como una actmental puramente negativa, como una sencilla ausenDesde entonces se estima que, racionalmente conducpuede llegar a ser un instrumento de conocimiento. una idea que se sitúa en un momento muy preciso dehistoria del pensamiento.

Desde entonces, las reglas esenciales del método tico estaban, al fin y al cabo, fijadas. Su alcance genera tan claro que, en el siglo xvm, entre los temas mfrecuentemente propuestos por la Universidad de Parílos concursos de agregación de los filósofos, se ve figursiguiente, de tono tan curiosamente moderno: "del temonio de los hombres acerca de los hechos históricos"es que las generaciones subsiguientes no hayan traído chos perfeccionamientos a la herramienta; ante todo segeneralizado su empleo y extendido considerablementesus aplicaciones.

Durante mucho tiempo las técnicas de la crítica se pticaron, de manera ininterrumpida, casi exclusivamenteun puñado de eruditos, exégetas y curiosos. Los escrres aficionados a componer obras históricas de cierta alno se preocupaban mucho por familiarizarse con esas rtas de laboratorio, a su modo de ver demasiado minucio

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JÜ LA CRÍTICAy apenas si consentían en tomar en cuenta sus result

Sin embargo, nunca es bueno —según Humboldt— ququímicos teman "mojarse los dedos". Para la historipeligro de un cisma entre la preparación y la obra doble aspecto. Primero atañe, y cruelmente, a los grandesensayos de interpretación. Éstos faltan al deber pridial de la veracidad pacientemente buscada y se privanmás, de esa perpetua renovación, de esa sorpresa siempr

novada que sólo procura la lucha con el documento, y imposible escapar a una oscilación sin tregua entrgunos de los temas estereotipados que impone la ruPero el mismo trabajo técnico no sufre menos por No estando guiado -desde arriba, se arriesga a aferindefinidamente a problemas insignificantes, mal plados. Que no hay peor dispendio que el de la erudic

cuando rueda en el vacío, ni soberbia peor colocadael orgullo de una herramienta cuando se toma por uen sí misma.

El concienzudo esfuerzo del siglo xix luchó valiemente contra estos peligros. La escuela alemana, RFustel de Couianges, devolvieron a la erudición su intelectual. El historiador fue traído de nuevo a su b

de artesano. Sin embargo, ¿se ha ganado la partida?necesitaría mucho optimismo para creerlo. Demasiadaces el trabajo de investigación continúa marchando ventura, sin escoger, razonablemente, sus puntos de cación. Ante todo, la necesidad crítica no ha consegtodavía conquistar plenamente la opinión de las "ghonradas" (en el viejo sentido del vocablo) cuyo as

miento es, sin duda, necesario a la higiene moral de ciencia, y particularmente indispensable a la nue¿Cómo, si el objeto de nuestro estudio son los hombéstos uo nos entienden, no tener el sentimiento de qucumplimos nuestra misión sino a medias?

Por otra parte, tal vez en realidad no lo hayamos

plido perfectamente. El esoterismo huraño en el quesisten en encerrarse, a veces, los mejores de los nuela preponderancia del triste manual tn nuestra produ

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LA CRTTICA 71de lectura corriente, en que la obsesión de una enseñ

mal concebida sustituye a la verdadera síntesis; el singpudor que parece prohibirnos poner bajo ¡os ojos deprofanos los nobles titubeos de nuestros métodos al del. taller: todas esas malas costumbres, nacidas de la mulación de prejuicios contradictorios, comprometen hermosa causa. Conspiran para entregar sin defensa la de los lectores a los falsos brillos de una pretendida h

ria, de la cual la ausencia de seriedad, el pintoresquismpacotilla y los prejuicios políticos, piensan redimirse coninmodesta seguridad: Maurras, Bainville o Plejanov afi«11 í donde Fustel de Coulanges o Pirenne hubiesen duEntre la encuesta histórica, tal como se hace o se aspihacer, y el público que la lee subsiste un malentendidocontestable. No por poner en juego ambas partes diver

equivocaciones, es el menos significativo de estos síntla gran querella de las notas.El margen inferior de las páginas ejerce, en m

chos eruditos, una atracción que ¡lega al vértigo. Es absHenar los blancos, como lo hacen, con notas bibliográque una lista puesta al principio del volumen, por ¡o neral hubiese hecho innecesarias; o, aun peor, relegar

por pura pereza, largos desarrollos cuyo sitio estaba indien el cuerpo mismo de la exposición, de manera que eveces, en el sótano donde hay que buscar lo más útil de eobras. Pero cuando algunos lectores se quejan de qumenor línea puesta bajo el texto les hace dar vueltas a lbeza, cuando ciertos editores pretenden que sus comdores, sin duda menos hipersensibles en realidad que

pintan, sufren el martirio.a la vista de cualquier págasí deshonrada, esos "delicados" prueban sencillamentimpermeabilidad a los preceptos más elementales de moral de la inteligencia. Porque, fuera de los libres juede la fantasía, una afirmación no tiene derecho a procirse sino a condición de poder ser comprobada. Y historiador, si emplea un documento, debe indicar, lo mis

brevemente posible, su procedencia, es decir, el mediodar con él, lo que equivale a someterse a una regla uversal de probidad. Nuestra opinión, emponzoñada de

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7 * LA CRÍTICAmas y de mitos —aun la más antigua de las luces—>

perdido hasta el gusto de la comprobación. El día en habiendo tenido ante todo el cuidado de no hacerla ocon una inútil pedantería, logremos persuadirla para mida'el valor de un conocimiento por su prisa en entarse de antemano a la refutación, entonces y sólo entlas fuerzas de la razón ganarán una de sus más esplénvictorias. En prepararla trabajan nuestras humildes n

nuestras pequeñas referencias, de las que se burlan hoyentenderlas, tantos brillantes ingenios.

Los documentos manejados por los primeros eruderan, la mayor parte de las veces, escritos que se prtaban o que eran presentados, tradicionalmente, comun autor o de un tiempo dado y que contaban delibe

mente tales o cuales acontecimientos. ¿Decían ver¿Eran de Moisés los libros calificados de mosaicos, devis los diplomas que llevaban su apellido? ¿Qué valíanarraciones del Éxodo o las de las Vidas de los Santos? Éseera el problema. Pero a medida que la historia ha llevada a hacer un empleo cada vez más frecuente dtestimonios involuntarios, dejó de poder limitarse a ca

las afirmaciones explícitas de los documentos. Fue nerio también sonsacarles los informes que al parecer ndían suministrar.

Y las reglas críticas, que habían servido en el mer caso, se mostraron igualmente eficaces en el sedo. Tengo a mano un lote de cartas de otorgamientola Edad M edia. Algunas están fechadas, otras no . D

figura la indicación será necesario comprobarla, porqexperiencia prueba que puede ser falsa. Si falta, loimporta es restablecerla. En ambos casos sirvirán losmos medios: por la escritura —si se trata de un ginal—, por el estado de la latinidad, por las instituca las que hace alusión y el aspecto general Jel disposSe puede suponer que un acta concuerda con los uso

tariales conocidos de las proximidades del año iooel documento se da como de la época merovingiafraude queda al descubierto. ¿Carece de fecha? Po

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LA CRÍTICA 7 3medios anteriores la hemos establecido aproximadameDe la misma manera, el arqueólogo, si se propone clficar por edades y por civilizaciones herramientas pretóricas o descubrir falsas antigüedades, examina, confta, distingue las formas o los procedimientos de fabricaopera según reglas absolutamente semejantes.

El historiador no es, o es cada vez menos, ese juezinstrucción, arisco y malhumorado, cuya imagen desadable nos impondrían ciertos manuales de iniciación a i]ue nos descuidáramos. No se ha vuelto, desde luego, ilulo. Sabe que sus testigos pueden equivocarse y mel'ero ante todo se esfuerza por hacerles hablar, por cprenderlos. Uno de los más hermosos rasgos del métcrítico es haber seguido guiando la investigación en unrreno cada vez más amplio sin modificar nada de sus pcipios.Sin embargo, no puede negarse que el falso testimofue el excitante que provocó los primeros esfuerzos detécnica dirigida hacia la verdad. Sigue siendo el pudesde el cual ésta debe necesariamente partir para desllar sus análisis.

Ií . LA PERSECUCIÓN DE LA MENTIRA Y E L ERROR

De todos los venenos capaces de viciar un testimonioimpostura es el más violento.

Ésta, a su vez, puede tomar dos formas. Primero eengañó acerca del autor y de la fecha: la falsedad, el se'ntido jurídico de la palabra. No todas las cartas pcadas con la firma de María Antonieta fueron escritasella; algunas fueron fabricadas en él;siglo Xix. VendidLouvre como antigüedad escito-griega del sig'lo m antenuestra era, la tiara conocida como de Saitafernes h«ido cincelada en Odessa en 1895. Viene luego el engnobre el fondo. César, en sus Comentarios, cuya paternidad

no puede serle discutida, deformó mucho a sabiendaomitió mucho. La estatua que se enseña en San Diontumo la de Felipe el Atrevido es la figura funeraria de

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7 + LA CRÍTICArey, tal como fue ejecutada después de su muerte, p

todo indica que el escultor se limitó a reproducir modelo convencional, que no tiene de retrato sfnonombre.

Esos dos aspectos de la mentira plantean problemas distintos, cuyas soluciones también lo son.

No hay duda de que la mayoría de los escritos dabajo un nombre supuesto mienten también por su conte

Los Protocolos de los Sabios de Sión, además de no ser delos Sabios de Sión, se apartan en su sustancia lo más pode la realidad. Si un sedicente diploma de Carlomatras su examen, se revela fabricado dos o tres siglos tarde, puede apostarse que las generosidades que en.éatribuyen al emperador han sido también inventadas.embargo, esto no puede admitirse de antemano, por

ciertas actas fueron rehechas con el solo fin de repdisposiciones de otras absolutamente auténticas que sebían perdido. Excepcionalmente, un documento falso de decir verdad.

Debiera ser superfluo recordar que, al revés, testinios insospechables en cuanto a su proveniencia no por necesidad, cestimonios verídicos. Pero antes de ac

un documento como auténtico, los eruditos se esfuetanto por pesarlo en sus balanzas que no siempre tieneestoicismo de criticar después sus afirmaciones. La dudcila ante escritos que se presentan al abrigo de garantíarídicas impresionantes: actas públicas o contratos privpor poco que estos últimos hayan sido solemnemente lidados. Sin embargo, ni los uno» ni los otros son digde mucho respeto. El 21 de abril de 1834., antes del ceso de las sociedades secretas, escribía TTiiers al predel Bajo Rin: "Le recomiendo el mayor cuidado enaportación de documentos para el gran proceso que vin st ru ir se.. . Lo que importa dejar bien claro es la copondencia de todos los anarquistas, la íntima conexiónlos acontecimientos de París, Lyon y Estrasburgo, en palabra, la existencia de una vasta conjuración que aba Francia en tera." H e aquí, incontestablemente, una cumentación oficial bien preparada. En cuanto al esp

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LA CRÍTICA 7 5mo de las cartas debidamente selladas, debidamente chadas, la menor experiencia del presente basta pdisiparlo. Nadie lo ignora: las actas notariales más relarmente establecidas están llenas de inexactitudes votarias, y recuerdo que hace mucho tiempo puse una fecanterior a la real, por orden, con mi firma, al pie deexpediente mandado hacer, por una de las grandes admtraciones del Estado. Evidentemente, nuestros padrestenían mayores escrúpulos. "D ado tal día , en tal lugléese al pie de los diplomas reales. Pero consúltense lastas de viaje de un soberano: se verá que más de una estaba en realidad, ese día, a varias leguas del lugar señaInnumerables actas de manumisión de siervos que nadieninguna manera, puede calificar de falsas, fueron concepor pura caridad cuando podemos suponer que fueron gadas por afán de libertad.

Pero no basta darse cuenta del engaño, hay que desbrir sus motivos, aunque sólo fuera, ante todo, para mdar con él; mientras subsista la menor duda acerca deorígenes sigue habiendo en él algo rebelde al análisispor ende, algo sólo probado a medias. Ante todo, tenga-n cuenta que una mentira, como tal, es a su maneratestimonio. Probar, ¡,in más, que el célebre diploma Carlomagno en favor de la iglesia de Aquisgrán noauténtico es simplemente ahorrarse un error, pero no adrir un conocimiento. Pero si, al contrario, logramos deminar que el fraude fue compuesto entre los que rodeabFederico Barbarroja, y que tuvo por motivo servir sus gdes sueños imperialistas, se abre un amplio panorama svastas perspectivas históricas. H e aquí a la crítica llev• buscar, detrás de.la impostura, al impostor; es decir, con-forme con la divisa misma de la historia, al hombre.

Sería pueril enumerar, en su infinita variedad, las zones que puede haber para mentir . Pero los historiares, naturalmente llevados a intelectualizar demasiado ahumanidad, harán muy bien recordando que todas erazones no son razonables. En ciertos seres, la mentira ,••ociada a un complejo de vanidad y de inferioridad, l

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7 6 LA CRÍTICAa ser —según la terminología de André Gidc— un gratu ito". El sabio alemán que se tomó tanto trabajo redactar en muy buen griego la historia oriental cuyaternidad atribuyó al ficticio Sanchoniaton, hubiese do adquirir con mucho menor esfuerzo una estimable tación de helenista. Frangois Lenormant, hijo de miembro del Instituto de Francia y llamado, él mismingresar más tarde en esa honorable compañía, entrla carrera a los 17 años, confundiendo a su propio pcon el falso descubrimiento de inscripciones en la cade San Eloy, que había fabricado con sus propias mya viejo y cargado de dignidades, su último golpe mafue, a lo que dicen, publicar como originales griegosgunas triviales antigüedades prehistóricas que había gido sin dificultad en la campiña francesa.

Lo mismo que individuos, hubo épocas mitómanas. fueron, hacia finales del siglo xvm y principios del las generaciones prerrománticas o románticas. Popseudo-célticos escritos bajo el nombre de Ossian; eyas y baladas que Chatterton creyó escribir e'n inglés arpoesías pretendidamente medievales, de Clotilde de ville; cantos bretones imaginados por Villemarque; cannes imaginariamente traducidas del croata por Mericanciones heroicas checas del manuscrito de Kravoli-Y basta de ejemplos; fue, de un confín a otro de Eurodurante algunas décadas, algo así como una vasta snía de fraudes. La Edad Media,.sobre todo del sigloal xii, presenta otro ejemplo de esta epidemia colecSin duda la mayoría de los falsos diplomas, de los fdecretos pontificios, de las falsas capitulares, entoncebricadas en tan gran número, lo fueron por interés.falsarios no se proponían otra cosa que asegurar a unasia un bien que le disputaban, o apoyar la autoridaP*oma, o defender a los monjes contra el obispo, a lospos contra los metropolitanos, al papa contra los soberanemperador contra el papa. Pero es un hecho caracterque estos engaños de personajes de una piedad y mveces de una virtud incontestables fueron hechos coayuda directa. A todas luces, no herían , ni poco ni m

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LA CRÍTICA 77la moralidad común. En cuanto al plagio, en ese tiemparecía ser, umversalmente, el acto más inocente del mdo: el analista, el hagiógrafo se apropiaban sin remdimiento trozos enteros de escritores más antiguos. embargo, nada menos "futurista" que esas dos sociedapor otra parte de tipo tan diferente. Para su fe, copara su derecho, la Edad Media no conocía otro funmento que la lección de sus antepasados. El romanticdeseaba beber en la fuente viva de lo primitivo y de lo

popular. Así, pues, los períodos más unidos a la tradifueron los que se tomaron más libertades con su herencomo si por una singular revancha de una irresistible nsidad de creación, a fuerza de venerar el pasado, fuenaturalmente llevados a inventarlo.

En el mes de julio de 1857, el matemático MichChasles puso en conocimiento de la Academia de Cienun lote de cartas inéditas de Pascal, que le habían svendidas por su proveedor, habitual, el ilustre falsario VrLucas. Según ellas, el autor de las Provinciales había for-mulado, antes que Newton, el principio de la atraccuniversal. No dejó de extrañarse un sabio inglés. ¿Cóexplicarse —dijo en sustancia— que estos textos recomedidas astronómicas llevadas a cabo muchos años desde la muerte de Pascal y que sólo conoció Newton ya pu-blicadas las primeras ediciones de su obra? Vrain-Lucaera hombre para apurarse por tari poco, puso de numano a la obra y pronto, rearmado por él, Chasles pudomostrar nuevos autógrafos. Ahora los firmaba Galileo yestaban dirigidos a Pascal. De esta manera se resolvíaenigma: el ilustre astrónomo había hecho las observaciy Pascal los cálculos. Todo ello, y por ambas partes, secre-tamente. Cierto es que Pascal no tenía sino 18 años amuerte de Galileo. Pero eso nada importaba; no era sotra razón que añadir para admirar la precocidad de geniol ^

Sin embargo, advirtió el infatigable objetante, exiuna nueva rareza: en una de esas cartas, fechada en 16Galileo se queja de no poder • escribir sino a costa de unagran fatiga de sus ojos, y ¿no sabemos que desde fines del

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78 LA CRÍTICAaño 1637 estaba completamente ciego? Perdóneme —ctestó poco después el buen Chasles—, estoy de acuerdque hasta ahora todos creíamos en esa ceguera; pero equivocamos, porque puedo introducir en los debates pieza decisiva: otro sabio italiano hizo saber a Pascal, de diciembre de 1641, que en esa fecha Gal ¡leo, cuya vis-ta se debilitaba desde hacía varios' años, acababa en momento de perderla por completo...

No todos los impostores han desplegado tanta fecdidad como Vrain-Lucas; ni todos los engañados, el cade su lamentable víctima. Pero que el insulto a la vesea un engranaje, que toda mentira acarree casi forzmente como secuela muchas otras, llamadas a prestarselo menos en apariencia, apoyo mutuo, es cosa que enla experiencia de la vida y confirma la de la historia. Erazón por la que tantos fraudes célebres se presentanracimos: falsos privilegios del sitio de Canterbury, faprivilegios del ducado de Austria —suscritos por tagrandes soberanos, de Julio C esar a Federico Barbarrofalsificaciones en forma de árbol genealógico, del Dreyfuss: crceríase (y no he querido citar sino alguejemplos) ver una multiplicación de colonias microbiEl fraude, por naturaleza, engendra el fraude.

Existe una forma más insidiosa del engañó; en vez dmentira brutal, completa y, si puede decirse, franca, el pado retoque: interpolaciones en cartas auténticas, o el bor-dado en las narraciones, sobre un fondo aproximadamverídico, de detalles inventados. Se interpola generalmte por interés, se borda muchas veces para adornar; los dque una estética falaz ejerció sobre la historiografía ano medieval han sido denunciados muchas veces. La pque les corresponde no es tal vez mucho menor que lapuede observarse en nuestra prensa. Aun a costa de laracidad, el más modesto cuentista forja voluntariamsus personajes según las convenciones de una retóricala edad no ha empañado en su prestigio, y en nuestrasdacciones, Aristóteles y Quintiliano cuentan con más cípulos de lo que se cree comúnmente.

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LA CRÍTICA 7 9Algunas condiciones técnicas parecen favorecer estas de-

formaciones. Cuando el espía Bolo fue condenado a muerteen 1917, un periódico publicó, a lo que dicen, el 6 deabril, los detalles de la ejecución que, primero fijada paraesta fecha, no tuvo lugar sino once días más tarde. £periodista había escrito su relato con anticipación, y persuadido de que el acontecimiento sucedería el día prevcreyó inútil comprobarlo. Ignoro lo que valga la anécdSin duda equivocaciones tan grandes son excepcionales, teniendo en cuenta que el original debe ser entregadtiempo, los reportajes de sucesos previstos son, a veces, prparados de antemano; suponer la repetición de hecparecidos no es inverosímil. Estamos convencidos de la urdimbre será modificada si se observa que se refierhechos importantes, pero puede dudarse que se retoqnotas accesorias si éstas se juzgan necesarias al color lcon la seguridad de que a nadie se le ocurrirá comprobaPor lo menos, es lo que un profano cree entrever. Seríadesear que un hombre del oficio aportase al tema lucsinceras. Desgraciadamente, los periódicos no han dadodavía con- su Mabillbn. Lo seguro es que la obediencun código un tanto pasado de moda, de conveniencia raria, el respeto a una psicología estereotipada, la pasiónlo pintoresco, no perderán muy pronto su sitio en la g

ría de los fabricantes de mentiras.

De la simulación pura y simple al error enterameninvoluntario existen muchos matices aunque sólo sea razón de la fácil metamorfosis con que el embuste más do y sincero se trueca, si la ocasión es propicia, en menhabitual. Inventar supone un esfuerzo, que repugna a lareza espiritual, común a~la mayoría de los hombres. ¿Nmás cómodo aceptar complacidamente una ilusión, esptánea en su origen, que halaga el interés del momento?

Véase el célebre episodio del "avión de NuremberA pesar de que el asunto nunca fue perfectamente acldo, parece ser que un avión comercial francés voló sola ciudad algunos días antes de la declaración de guees posible que- se le tomara por un avión militar. No

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8 0 LA CRÍTICAinverosímil suponer que en una población ya presa dfantasmas de una guerra próxima, cundiera la noticia

que había arrojado bombas. Sin embargo, es evidente queno fueron lanzadas, que los gobernantes del imperio a lemánposeían todos los medios para deshacer ese rumor y que,acogiéndolo sin comprobación, para transformarlo en mo-tivo de guerra, mintieron; pero tal vez sin haber teprimero una conciencia m uy clara de su impos tura. absurdo rumor fue creído porque era útil creerlo. De to-

dos los tipos de mentira, el que se crea a sí mismo no elos menos frecuentes, y la palabra "s in ce rid ad " rec ubconcepto poco claro que no debe manejarse sin conmuchos matices.

No es menos cierto que muchos testigos se equide buena fe. H e aqu í, pues, llegado el m om en to , phistoriador, de aprovechar los excelentes resultados qudesde hace algunas décadas, la observación in vivo y queha forjado una disciplina casi nueva: la psicología dtimonio. En h medida en que nos interesa, Jas ad qu isi-ciones esenciales parecen ser las que siguen.

Si se cree a Guillaume de Saint-Thier/y, su disc

y amigo, San Bernardo se extrañó mucho un día al que en la capilla en la que siendo un joven monje cotidianamente los oficios divinos, la parte alta delse abría en tres ventanas, y siempre se había imaginano existía m ás que una. Acerca d e ello, a su vez, traña„y admira el hagiógrafo. Semejante desprendimielas cosís de la tierra ¿no presagiaba a un perfecto s

de Dios? Sin du da , Bern ard o parece haber sido dedistracción poco común si es cierto que, tal como seta, le sucedió más tarde andar durante todo un día porillas de l lago L ehm an sin darse cuen ta de .ello. Perequivocarse tan groseramente acerca de las realidadnos debieran ser más conocidas parece que no se nser un prí nc ip e de Ja mística. Los alum nos del proClaparéde, en Ginebra, a resultas de unas célebres riencias, fueron tan incapaces de describir correctael vestíbulo de su Universidad, como el doctor "de

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LA CRÍTICA 8 Ibra de mie l" la iglesia de su monasterio. La verdad esen la mayoría de los cerebros, el mundo circundant

halla sino mediocres aparatos registradores. Añádase no siendo los testimonios en verdad sino la expresiórecuerdos, los errores primeros de la percepción se expsiempre a complicarse con errores de la memoria, labaladiza memoria que ya denunciaba uno de nuestrosjos juristas.

En algunos espíritus la inexactitud cobra aspectos

daderamente patológicos. ¿Sería demasiado irreverenteponer para esta psicosis la denominación de "enfermde Lamartine"? Como todos saben, estas mismas perno son de ordinario las menos prontas a afirmar. Peexisten testigos más o menos sospechosos y seguros, lperiencia prueba que no se encuentran otros cuyos dsean igualmente dignos de fe acerca de todos los tem

en todas circunstancias. En sentido absoluto, no exisbuen testigo; no hay más que buenos o malos testimoDos órdenes de causas, principalmente, alteran hasta hombre mejor dotado la veracidad de las imágenes brales. Unas dependen del estado momentáneo del ovador: la fatiga, por ejemplo, o la emoción; otras, del de su atención. Con pocas excepciones, no se ve, no sbien sino lo que se quiere percibir. Si un médico se aal lecho de un enfermo, es de creerle, con mayor sedad, acerca del aspecto de su paciente, que ha examidetenidamente, que sobre los muebles de ía alcoba, slos que probablemente no lanzó sino miradas distraAsí, a pesar de un prejuicio bastante común, los obmás familiares — como' para San Bernardo la capillaCister— cuentan ordinariamente entre los más difíde describir con precisión; porque la familiaridad llevasigo casi necesariamente la indiferencia.

Además, muchos acontecimientos históricos no handido ser observados sino en momentos de violenta coción emotiva, o por testigos cuya atención fuera solicilcmasiado tarde, si había sorpresa, o retenida por lasocupaciones de la acción inmediata, era incapaz de fi«uficientemente en aquellos rasgos a los que el histor

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8 2 LA CRÍTICAatribuiría hoy, y con sobrada razón, un interés preporante. Son célebres algunos casos. El primer disparo

se oyó el 25 d» febrero de 18+8, frente al Minisde Relaciones Exteriores, y que señaló el principiomotín del qxv debía, a su vez, salir la Revolución,, ¿fhecho por el ejército o por la multitud? Lo más bable es que no lo sepamos nunca. ¿Cómo, pues, porparte, tomar en serio los grandes trozos descriptivospinturas minuciosas de los trajes, de los gestos, de las

monias, de los episodios guerreros hechos por los cron¿Por qué rutina obstinada se puede conservar la milusión acerca de h veracidad de *odo ese baratillo del quse nutre la morralla de los historiadores románticos do, a nuestro alrededor, ni un solo testigo puede acorexactamente, en su integridad, de los detalles sobre lose ha interrogado tan ingenuamente a los viejos aut

A lo más, estos cuadros nos dan el decorado de las arctal como se las suponía en los tiempos del escritor. Emuy instructivo, pero no es el tipo de informes queaficionados a lo pintoresco piden generalmente a sus fu

Conviene -ver, sin embargo, qué conclusiones, talpesimistas, pero únicamente en apariencia, imponen sucesivo a nuestros estudios estas observaciones. No a la estructura elemental del pasado. El dicho de Bsigue siendo justo: "Nunca se objetará nada que valpena contra la verdad de que César venció a Pompesea cual sea el principio que se quiera discutir, no sellará, por mucho que se busque, cosa más inquebranque esta proposición: César y Pompeyo existieron y no fueron una simple modificación del alma de los que escribi'su vida." Es cierto, pero si no debieran subsistir como dad algunos hechos de este tipo, desprovistos de expciones, la historia se reduciría a una lista de burdas taciones, sin gran valor intelectual. Felizmente no esel caso. Las únicas causas que la psicología del testimestigmatiza por su frecuente incertidumbre son los andentes muy inmediatos. Un gran acontecimiento pcompararse a una explosión. ¿En qué exactas condicioprodujo el último choque molecular indispensable a l

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LA CRÍTICA 8 3plosión de los gases? Bueno será a menudo resignarnignorarlo. Eso es lamentable, ¡in duda. ¿Pero acaso losmicos están en mucho mejor situación? Lo que, sin emgo, no impide que la composición de la mezcla detonsea perfectamente susceptible de análisis. La revolució1848, que por una extraña aberración algunos historiadhan creído poder citar como el prototipo de «n aconmiento fortuito, fue claramente determinada por numsos factores, muy diversos y muy activos, y, desde el pmomento, un Tocqueville pudo entrever cuáles fueronque la habían preparado desde hacía mucho tiempo. fue el tiroteo del bulevar de las Capuchinas sino latima chispa necesaria?

Ya veremos cómo las causas próximas no se ocultan a la observación de nuestros interrogados, sino tambila nuestra. Ellas constituyen, en sí, la parte privilegde lo imprevisible — del azar— en la historia. Podeconsolarnos sin demasiada pena de que los achaques dtestimonios se disimulen generalmente a los más sutilnuestros instrumentos. Aunque fuesen mejor conocidoencuentro con las grandes cadenas causales de la evolrepresentaría el residuo de mentiras que nuestra cienclogrará jamás eliminar, ni tiene el derecho de prederlo. En cuanto a los resortes íntimos de los destihumanos, a las vicisitudes de la mentalidad o de la sbilidad, de las técnicas, de la estructura social o ecmica, los testigos que interroguemos no estarán sujetlas fragilidades de la percepción momentánea. Por unliz acuerdo —que ya' Voltaire había entrevisto—; lo que

hay en la historia de más profundo pudiera ser tamlo que hay de más seguro.

Eminentemente variable, de individuo a individuofacultad de observación no es, tampoco, una constantcial. Algunas épocas están más desprovistas de ella otras. Por mediocre que sea, por ejemplo, hoy y en

mayoría de los hombres, la apreciación de los númerono falta tan universalmentc como entre los cronistas dievales; nuestra percepción, como nuestra civilizació

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8 4 LA CRÍTICAha impregnado de matemáticas. Sin embargo, si losdel testimonio fueran determinados, en último a

sólo por las debilidades de los sentidos o de la atenhistoriador no tendría, en suma, más que abandonar dio al psicólogo. Pero más allá de estos pequeños accerebrales, de naturaleza bastante común, muchos errores se remontan a causas mucho más significatuna atmósfera social particular. Por esta razón adqa menudo, a su vez, como la mentira, un valor docu

En el mes de septiembre de .1917, el regimieninfantería al que yo pertenecía se encontraba en las tcheras del Camino de las Damas, al norte de la pciudad de Braisne. Como consecuencia de un gomano, hicimos un prisionero. Era un reservista, decomerciante, originario de Bremen, junto al Wesertiempo después nos llegó una curiosa historia de lguardia: "¡Q ué maravilloso es el espionaje alemánían a decir, poco más o menos, esos camaradainformados. Se ataca uno de sus pequeños puestoscorazón mismo de Francia. ¿Qué se encuentra? jmerciante establecido durante los años de paz akilómetros de, allí: en Braisne." El despropósito aparo.* Sin embargo, guardémonos de tomarlo demasiadligera. ¿Se tratará sin mas de un error del oído? de todas maneras, expresarse con bastante inexactituque, mejor que mal oído, el nombre verdadero habísin duda, mal comprendido: generalmente desconno llamaba la atención. Pero hay más. En este trabajo de interpretación se hallaba ya implicado otromente inconsciente. La imagen, muchas veces vede las astucias alemanas se había popularizado en irables narraciones y halagaba vivamente la sensibililletinesca de las masas. La sustitución de Breme por armonizaba a maravilla con esa obsesión y no podíde imponerse, en cierto modo, espontáneamente.

Tal es el caso de gran número de deformaciontestimonios. El error está casi siempre orientado d

* En francés Bréme (nombre france» de Bremen o Brema) jBraUne te pronuncian casi igual. [T.]

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LA CRÍTICA 8 ;mano. Sobre todo, no se esparce, no toma vida sino adición de estar de acuerdo con los prejuicios de la op

común; entonces se convierte en el espejo donde la ciencia colectiva contempla sus propios rasgos. Muchsas belgas tienen, en sus fachadas, aberturas estrechastinadas a facilitar a los pintores la colocación de andamjos; en 1914, los soldados alemanes jamás hubsoñado ver tantas troneras en esos inocentes artificioalbañil, confundiéndolos con puestos para los francdores, si su imaginación no hubiese estado alucinada, dmucho tiempo atrás, por el temor de las guerrillas. nubes no han cambiado de forma desde la Edad Msin embargo, ya no percibimos en ellas ni cruz ni esmilagrosas. La cola del cometa que observó el gran broise Paré no era evidentemente, muy distinta deque barren a veces nuestros cielos; sin embargo, creyócubrir en ella toda una panoplia de armas extrañasobediencia al prejuicio universal había triunfado de la tumbrada exactitud de su mirada, y su testimonio, ctantos otros, no nos informa de lo que vio en realidadde lo que, en su tiempo, se creía natural ver.

Sin embargo, para que el error de un testigo vengser el de muchos hombres, para que una observación vocada se metamorfosee en falso rumor, es necesarioel estado de la sociedad favorezca esa difusión. Todotipos sociales no le son, ni mucho menos, igualmentepicios. Acerca de ello los extraordinarios avatares de lacolectiva que nuestras generaciones han conocido conyen otras tantas admirablei experiencias. Las del momactual, a decir verdad, son demasiado cercanas para mitir todavía un análisis exacto. Pero la guerra de a 1918 permite otra perspectiva.

Todos sabemos que esos cuatro años fueron fecunen falsas noticias,. principalmente en tre los combatieComo tema a estudiar, es en la sociedad tan particula

las trincheras donde su formación parece más interesLos papeles de la propaganda y de la censura fuero¡u manera, considerable. Pero exactamente contrario

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8 6 LA CRÍTICAque de ellas esperaban los creadores de esas institucComo dijo muy bien un humorista: "Prevalecía la opde que todo podía ser verdad menos lo que se perim prim ir." No se creía lo que decían los periódicotampoco mucho lo que traían las cartas, ya que, sobrecon irregularidad, se las suponía muy vigiladas. De esulta un prodigioso renuevo de la tradición oral, madre de las leyendas y de los mitos. Por un golpe aque ningún experimentador hubiese osado soñar, lobiernos abolían los siglos pasados y retrotraían al sodel frente a los medios de información y ai estadespíritu de los viejos tiempos, anteriores al periódicoteriores a la hoja de noticias, anteriores al libro.

Por lo general, no era en la línea de ruego dondecían los rumores. Allí los pequeños grupos estaban

siado aislados entre sí. Al soldado no se le permitíaplazarse sin orden expresa; por otra parte, no hupodido hacerlo las más de las veces sino con peligro vida. En ciertos momentos, circulaban viajeros intermtes: agentes de enlace, telefonistas que reparaban suneas, observadores de artillería, pero esos importantessonajes tenían pocas relaciones con el soldado raso

embargo, existían comunicaciones periódicas, muchoimportantes, impuestas por la preocupación de la comiagora de ese pequeño mundo de refugios y cuestos dservación fueron las cocinas. Allí, una o dos veces al dabastecedores llegados de diversos puntos del sector contraban y charlaban entre sí o con los cocineros. Séstos muchas cosas, ya que tenían el privilegio —

cados en la encrucijada de varias unidades— de icambiar cotidianamente algunas palabras con los conductoresdel tren del regimiento, hombres afortunados que paen las cercanías de los estados mayores. Así, por unmento, se anudaban relaciones precarias, entre mediogularmente desemejantes, al amor de los fuegos al aireo de las calderas de las cocinas rodantes. Luego, los pos se ponían en marcha, por veredas o trincheras, y hasta la primera línea, con sus ollas, las informacionesdaderas o falsas, casi siempre, por lo menos, deforma

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LA CRÍTICA 8 7listas para sufrir allá una nueva elaboración. Sobre los pdirectivos, un poco detrás de los trazos enlazados que djaban las. posiciones de vanguardia, hubiese podido sbrearse un espacio continuo: la zona de formación deleyendas.

La historia ha conocido más de una sociedad regidagran escala por condiciones análogas, con la diferencique, en vez de ser el efecto pasajero de una crisis excepnal, representaban la trama normal de la vida. Allí tambla transmisión oral era casi la única eficaz. Allí tambiéntre elementos muy fragmentados, los enlaces se hacíanexclusivamente por intermediarios especializados, o en tos puntos de enlace precisos. Buhoneros, juglares, pgrinos, mendigos hacían la vez de los que iban y vepor las trincheras. Los encuentros regulares producíanslos mercados o con ocasión de las fiestas religiosas, tal sucedió, por ejemplo, durante la alta Edad Media. Rlizadas gracias a un conjunto de interrogatorios de gede paso que servían de informadores, las crónicas moncas se parecían mucho a los mementos que hubiesen pollevar nuestros cabos, si no les hubiese faltado gusto ello. Estas sociedades fueron siempre buen medio paracultivo de las falsas noticias. Las relaciones frecuentes los hombres hacen fácil la comparación entre diversolatos, excitan d sentido crítico; por el contrario, se crefervientemente al narrador que, a largos intervalos y difíciles caminos, trae rumores lejanos.

II I. ENSAYO DE UNA LÓGICA DEL MÉTODO CRÍTICO

La crítica del testimonio, que trabaja sobre realidades quicas, será siempre un arte lleno de sutilezas. Para no existe libro de recetas. Pero es también un arte cional que descansa en la práctica metódica de algunalas grandes operaciones del espíritu, l l e n e , en una pbra, su dialéctica propia, que conviene intentar desentr

Supongamos que, de una civilización desaparecida, sista un solo objeto y que, además, las condiciones d

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8 8 LA CRÍTICAdescubrimiento prohiban ponerlo en relación aun conllas extrañas al hombre, tales como ciertas sedimentacgeológicas (ya que, en esta rebusca de ligazones, la nleza inanimada puede tener su parte). Será absolutamimposible pronunciarse acerca de la fecha de origeneste único vestigio, ni acerca de su autenticidad, yano se restablece jamás una fecha, ni se comprueba, nsuma, se interpreta nunca un documento sino por su ición en una serie cronológica o en un conjunto sincróMabillon fundó la diplomática comparando los diplmerovingios, unas veces entre sí, otras con otros tedistintos por la época o la naturaleza. De la confroción de las narraciones evangélicas nació la exégesis. base de casi toda crítica se inscribe un trabajo de coración.

Pero los resultados de esta comparación nada tieneautomáticos. Acaba por hallar, necesariamente, a vecemejanzas, a veces diferencias. Sin embargo, según losos, el acuerdo de un testimonio con los testimonios vnos puede imponer conclusiones exactamente opuestas

Consideremos primero el caso elemental de la nación. En sus Memorias, que hicieron latir tantos corazo-nes jóvenes, Marbot cuenta, con gran abundancia de lles, un rasgo de valentía del que se presenta como hérose le cree, en la noche del 7 al 8 de mayo de 1809 vesó en una barca las agitadísimas aguas del Danubioentonces en plena crecida, para hacer en la otra orillgunos prisioneros austríacos. ¿Cómo comprobar la anéc

Acudiendo a otros testimonios. Poseemos las órdenescuadernos de ruta, los informes dados por los ejércitofrentados; atestiguan que, durante esa famosa nochefuerzas austríacas de las que Marbot pretende haber entrado los vivacs en la orilla izquierda, ocupaban todavribera opuesta. Además, puede leerse en la Corresfondenciade Napoleón que el 8 de mayo todavía no había empe

la crecida de las aguas. En fin, se ha dado con una petde ascenso hecha el 30 de junio de 1809 por el proMarbot, en la que no dice palabra de su supuesto hech

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LA CRÍTICA 8 9armas del mes anterior. De un lado, pues, las Memorias y

de otro todo un lote de textos que las invalidan. Conviexaminar estos testigos irreconciliables. ¿Qué alternativjuzga más verosímil? ¿Que, en el mismo momento, seyan equivocado los estados mayores y el propio empera— a menos que, ¡quién sabe por qué , hayan alteradosabiendas la realidad—; o que el propio Marbot de 18que deseaba ascender, pecara de loca modestia; o que,

cho más tarde, el viejo guerrero cuyas fanfarronadas por otra parte, notorias, le haya echado una nueva zancaa la verdad? Nadie dudará: las Memorias mintieron unavez más.

Aquí, pues, la comprobación de un desacuerdo arrnó uno de los testimonios opuestos. Se necesitaba que de ellos sucumbiera. Así lo exigía el más universal depostulados lógicos: que un acontecimiento pueda ser yser al mismo tiempo es cosa que prohibe inexorablemeel principio de contradicción. Por el mundo existen editos que se empeñan ingenuamente en buscar el térmmedio entre afirmaciones antagónicas: es como imitarniño que, interrogado acerca del cuadrado de 2, y couno de sus vecinos le soplara que 4 y otro que 8, creestar en lo justo contestando: 6.

Quedaba todavía por escoger entre el testimonio dechado y el que debía subsistir. Lo decidió un análipsicológico: del lado de los testigos se sopesaron, una otra, las razones presuntas de veracidad, de mentira o error. Hallamos, en este caso, que esta apreciación teun carácter de evidencia casi absoluta. En otras ocasiono dejará de mostrarse afectada de un coeficiente de certidumbre mucho más elevado. Las conclusiones quefundamentan en una delicada dosificación de motivos ponen, de lo infinitamente probable a lo estrictamente rosímil, una larga degradación.

Pero veamos ahora ejemplos de otro tipo.Una carta de donación que se dice del siglo xn apareescrita sobre papel cuando todos los originales de esa éphasta hoy hallados lo fueron en pergamino; la forma de

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9 0 LA CRÍTICAletras aparece muy distinta del dibujo que se observ

otros documentos de la misma fecha; el idioma aben palabras y giros estilísticos extraños al uso general. O Jatalla de una herramienta que se cree paleolítica revejacedimientos de fabricación empleados, según sabemotiempos mucho más recientes. Sacaremos la conclusique la carta y la herramienta son falsas. Igual que antel desacuerdo condena, mas por razones de un ordendistinto.La idea que ahora guía la argumentación es quela misma generación de una misma sociedad reinasimilitud de costumbres y de técnicas demasiado fuertpermitir que ningún individuo se aparte sensiblemenla práctica común. Tenemos por cierto que un francétiempo de Luis VII trazaba sus palotes más o menos sus contemporáneos; 7 que se expresaba poco más o menoen sus mismos términos; que se servía de los mismos riales. Que si un obrero de las tribus magdaleniensebiese podido disponer de una sierra mecánica para resus puntas de hueso, sus camaradas la hubiesen usamismo. En resumen, el postulado es aquí de orden slógico; confirmadas, sin lugar a duda, en su valor gepor una constante experiencia de la humanidad, las .nes de endósmosis colectiva, de presión del númerimperiosa imitación sobre la que descansa, se confual final con el concepto mismo de civilización.

Mas la semejanza no aebe ser excesiva, porque ent

dejaría de declarar en favor del testimonio. Al contpronunciaría su condena.Cualquiera que tomara parte en la batalla de Wat

supo que Napoleón la perdió. Un testigo — muy origique asegurara lo contrario sería tenido por falso tePor otra parte, consentimos en aceptar que no existefrancés, muchas maneras distintas de decirlo, si nos

mos a esta sencilla y burda comprobación. Pero dos gos, o sedicentes testigos, ¿describirían la batalla conmismas palabras? ¿O , aun a costa de cierta diversidaexpresión, exactamente con los mismos detalles? Se l

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LA CRÍTICA 9 1a la conclusión de que uno de ellos copió al otro o qubos copiaron un modelo común. En efecto, nuestra rehusa admitir que dos observadores colocados necemente en dos puntos distintos del espacio y dotados dcultades de atención desiguales hayan podido notar, por punto, los mismos episodios; al igual que no aceque dos escritores, trabajando independientemente eldel otro, hubieran fortuitamente escogido los mismominos, entre las innumerables palabras del idioma fray los hubiesen reunido de la misma manera para clas mismas cosas. Si las dos narraciones aseguran habasado directamente en la realidad, es necesario que pmenos una de ellas falte a la verdad.

Todavía más: considérese, en dos monumentos aguos, ambos esculpidos en piedra, dos escenas guerreras

refieren a campañas distintas; sin embargo, se represbajo rasgos casi idénticos. El arqueólogo dirá: "Semente uno de los dos artistas plagió al otro, a menosambos se hayan contentado con reproducir un mismodelo." No importa que en tre los combates sólo haya hdo un corto intervalo; que en ellos se hayan enfrental vez, adversarios de los mismos pueblos: egipcios chititas, Assur contra Elam . Nos sublevamos contra lade que en la inmensa variedad de las actitudes humdos acciones distintas, en momentos diversos, hayan prenovar exactamente los mismos gestos. Como testimde los fastos militares que simulan recordar, una de aimágenes, por lo menos —si no las dos—, es, sin dun fraude.

Así, la crítica se mueve entre estos dos extremossimilitud que justifica y la que desacredita. Porque ede los encuentros tiene sus límites y la armonía social estáhecha de mallas poco tirantes. En otros términos, esmos que existe en el universo y en la sociedad una ciente uniformidad para excluir la eventualidad de dgencias extremas. Pero esta uniformidad, tal como nrepresentamos, obedece a caracteres muy generales. Sne, pensamos, > de alguna manera englooa, tan pronto comse penetra en lo real, un número de combinaciones po

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9 2 LA CRÍTICAdemasiado cercanas al infinito para poder concebir

pontánea repetición: se necesita un acto voluntario dtación. En fin de cuentas, la crítica del testimonio seen una instintiva metafísica de lo igual y lo desigulo uno y lo múltiple.

Cuando la hipótesis de la copia se ha impuestoquedan por fijar las direcciones e influencias. ¿Bebambos documentos en una fuente común? Suponienduno de ellos, por el contrario, sea original, ¿cómo nocerle este título? A veces la contestación será dadcriterios exteriores, tales como, por ejemplo, las fechlativas, si es posible establecerlas. Sin esta ayuda, el apsicológico, ayudándose en los caracteres internos djeto o del texto, volverá por sus derechos.

Es evidente que no implica reglas mecánicas. ¿Hacreer, por ejemplo, y convertir en principio, como cen hacer algunos eruditos, que los plagiarios multiconstantemente nuevas invenciones, de manera que eto más sobrio y el menos inverosímil tendría siempposibilidad de ser el más antiguo? A veces, es ciertoinscripción en inscripción vemos multiplicarse desmdamente el número de enemigos caídos bajo los golpun rey asirio. Pero también sucede que la razón se rLa más fabulosa de las Pasiones de San Jorge es la primeracronológicamente; con el tiempo, los redactores suchan sacrificado primero tal hecho, luego tal otro, intemperante fantasía les chocaba en el viejo relato.muchas maneras distintas de imitar; varían según elviduo, a veces según las modas comunes a una generAl igual que cualquier otra actitud mental^ no debemosuponerlas alegando que nos parecían "naturales".

Felizmente los plagiarios se traicionan con frecupor sus errores. Cuando no comprenden su modelocontrasentidos denuncian el fraude. Si tratan de dis

sus fuentes los pierde la torpeza de sus estratagemas. cí un estudiante que durante un examen, fija la men el trabajo de su vecino, transcribía, con cuidado, las frases al revés, mudando los sujetos en atributos

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LA CRÍTICA 9 3activo en pasivo. No logró más que suministrar al proun excelente ejemplo de crítica histórica.

Desenmascarar una imitación no es sino reducir a solo lo que primero creíamos dos o varios testimonios.contemporáneos de Marbot, el conde de Segur y elneral Pelet, han dado del pretendido cruce del Danun relato análogo al suyo. Pero Segur venía tras PLo había leído. No hizo, en sustancia, más que cop

En cuanto a Pelet, no importa que haya escrito antesMarbot: era su amigo y, sin ninguna duda, le había muchas veces evocar sus proezas ficticias, porque el infble jactancioso se preparaba a gusto, engañando a sus tades, para mistificar a la posteridad. Marbot es, pues, ntro único fiador, ya que los que parecen responder él hablaron después de él. Cuando Tito Livio re

duce a Polibio, aun adornándole, nuestra única autoes Polibio. Cuando Eginhard , bajo el pretexto de pinos a Carlomagno, calca el retrato de Augusto por Snio, ya no hay, en sentido propio, testimonio que va

Sucede, para terminar, que tras el sedicente tesse esconde un apuntador que querría pasar inadvertidotudiando el proceso de los Templarios, Roberto Lea ovó que, cuando dos acusados pertenecían a dos casas dtas y eran interrogados por el mismo inquisidor, se les invariablemente, confesar las mismas atrocidades ymismas blasfemias. En cambio, si eran de la misma cles interrogaban distintos inquisidores, las confesioneno eran concordantes. La conclusión es evidente: el dictaba las respuestas. Es un rasgo del que creo se poencontrar otros ejemplos en los anales judiciales.

En ningún sitio, sin duda, el papel desempeñado el razonamiento crítico, por lo que podría llamarse el cipio de semejanza limitada, aparece a una luz más cuque con la aplicación de un método de los más nuela crítica estadística.

Pongamos por caso que yo estudio la historia de precios entre dos fechas determinadas, en una sociedad rente y recorrida por activas corrientes de intercai. bio.

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9 4 LA CRÍTICAde mí, un segundo investigador, y después un tercero

bajan en el mismo tema, pero con la ayuda de elemdistintos de los míos y distintos igualmente entre sí: libros de contabilidad, otros índices de precios. Cadapor nuestro lado, establecemos nuestros promedios annuestros números índices a partir de una base común, tras gráficas. Las tres curvas son parecidas. Y se sacconclusión de que cada una de ellas de una imagen

riamente exacta del movimiento. ¿Por qué?La razón no es tan sólo que en un medio económhomogéneo las grandes fluctuaciones de precios debecesariamente obedecer a ún ritmo sensiblemente unifEsta consideración bastaría, sin duda, para hacer sospsas curvas brutalmente divergentes; no para asegurque, entre todos los trazos posibles, el que las tres grácoinciden en dar sea, porque coinciden en ello, forzoste el verdadero. Pesar tres veces algo en balanzas igualdescompuestas adrede, dará la misma cifra, y esa cifrafalsa. Aquí todo el razonamiento descansa sobre el asis del mecanismo de los errores. De esos errores de dninguna de las tres listas de precios está libre. En mde estadística son casi inevitables. Podemos suponerminadas las equivocaciones personales del investigadohablar de equivocaciones más groseras: ¿quién de nose atreverá a asegurar no haberse equivocado nunca horrendo dédalo de las antiguas medidas?). Por marasamente atento que se imagine al erudito, siempre qrán las trampas tendidas por los mismos documentos: nos precios pudieron ser, por ligereza o mala fe, transinexactamente; otros serán excepcionales (precios "dego", por ejemplo, o, al revés, precios para bobos) y poreso mismo muy propios para equivocar los promediolistas de precios que registran los cursos medios, valeen los mercados, no siempre habrán sido calculadas perfección; pero, en gran número de precios, estos erse compensan; porque sería completamente inverosímisiempre se hubiesen desviado en el mismo sentido. Ala concordancia de los resultados, obtenidos con la ayudatos distintos, confirma los unos por los otros, es porque,

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X.A CRÍTICA 9 5en su base, la concordancia de las negligencias, los mdos engaños, las menudas complacencias, nos parece razón inconcebible. Cuanto había de irreductiblemediverso entre los testigos nos ha llevado a concluir quacuerdo final no puede proceder sino de una realidad unidad fundamental estaba, en este caso, fuera de d

Los reactivos de la prueba del testimonio no están chos para ser manejados brutalm ente. Casi todos los pcipios racionales, casi todas las experiencias que los gencuentran, por poco que se les examine a fondo, sumites en principios o experiencias contrarias. Como lógica que se respete, la crítica histórica tiene sus antmias, cuando menos aparentes.

Para que un testimonio sea reconocido como auté

co hemos visto que el método exige que presente una csimilitud con los testimonios vecinos. Sin embargo, saplicara este precepto al pie de la letra, ¿qué sería dedescubrimientos? Quien dice descubrimiento, dice presa, dice semejanza. La práctica de una,ciencia qulimitara a comprobar que todo sucede siempre tal como peraba no serviría para gran cosa ni sería divertida. H

ahora no se ha encontrado ninguna carta de donacióncrita en francés (en vez de serlo en latín como lo fuanteriormente) anterior al año 1204. Imaginémonos mañana un investigador hable de una carta francesa feda en 1180. ¿Resolveremos que el documento es falsque nuestros conocimientos eran insuficientes?

Por otra parte, la impresión de una contradicción tre un documento nuevo y otros conocidos puede no tenerotro fundamento que nuestra ignorancia. Pero puedeceder que el desacuerdo esté auténticamente entre las cLa uniformidad social no tiene bastante fuerza como que ciertos individuos o pequeños grupos puedan esca ella. A pretexto de que Pascal no escribía como Arno de que Cézanne no pintaba como Bouguereau, ¿nosgaremos a admitir las fechas reconocidas de las Provin-ciales o de la "M ontagne Sainte Victoire"? ¿Tendrempor falsas las más antiguas herramientas de bronce, po

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9 6 LA CRÍTICAhecho de que la mayoría de los yacimientos coetán

nos den más que herramientas de piedra?Estas falsas conclusiones no tienen nada de imria» y sería muy larga la lista de los hechos que de a primeras ha negado la rutina erudita porque eraprendentes: desde la zoolatría egipcia, de la que Vse reía tanto, hasta los vestigios romanos de la era tePero si lo vemos más de cerca, la paradoja metodo

no e9 sino superficial. El razonamiento de las semejapierde sus derechos. Sólo importa que un análisiexacto discierna los saltos posibles y los puntos de sinecesarios.

Toda originalidad individual tiene sus límites. tilo de Pascal es únicamente suyo; pero su gramáticvocabulario son de su tiem po. Aunque emplease un

gua inusitada, nuestra supuesta carta de donación d—por mucho que difiera de otras de esa fecha, hasconocidas-^—, para ser juzgada auténtica necesitaría francés se conformara, en líneas generales, al estalenguaje fijado en esa época en los textos literarque las instituciones mencionadas correspondiesen a la época.

La comparación crítica bien entendida no se satsólo con aproximar testimonios en un mismo plano ral. Un fenómeno humano es siempre una malla dserie que atraviesa las edades. El día en que un Vrain-Lucas pusiera sobre la mesa de la Academia ñado de autógrafos pretendiendo probarnos que Pasventó, antes que Einstein, la relatividad generalizaddríamos estar seguros, de antemano, de que todas laseran falsas. No es que Pascal fuera incapaz de haque no hallaron sus contemporáneos, sino que la teola relatividad tiene su punto de arranque en un largarrollo previo de especulaciones matemáticas. Por que fuera, ningún hombre podría, por la sola fuerza genio, suplir ese trabajo de generaciones. Por el crio, cuando se descubrieron las primeras pinturas plíticas, vimos a ciertos sabios negar su autenticidadfecha con el pretexto de que semejante arte no

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LA CRÍTICA 9 7podido florecer y luego desvanecerse; esos cscépticos rnaban mal: hay cadenas que se rompen y las civilizacioson mortales.

Cuando se lee, dice en resumen el padre Delehayque la Iglesia celebra el mismo dia el santo de dos de servidores, muertos ambos en Italia; que la conversión uno y del otro se debió a la lectura de la vida de santque cada uno de ellos fundó una orden religiosa bajomismo vocablo; que ambas órdenes fueron suprimidas dos papas homónimos, no hay nadie que no esté tentde decir que se ha inscrito én el martirologio- con nombres distintos a un solo individuo, desdoblado error. Y, sin embargo, es muy cierto que igualmente cquistados para la vida religiosa por el ejemplo de pbiografías, San Juan Colombini estableció la Orden los Jesuatos c Ignacio de Loyola la de los-Jesuitas; ambos murieron un 31 de julio, el primero cerca de Sna, en 1367 y el segundo en Roma en 15 561 que losJesuatos fueron disueltos por el papa Clemente IX yCompañía de Jesús por Clemente XIV. El ejemplo chocante, y, sin duda, no es único. Si por casualidad cataclismo no deja subsistir de la obra filosófica de eúltimos siglos sino algunos menguados lincamientos, ¿ctos escrúpulos de conciencia no preparan para los eruddel porvenir la existencia de dos pensadores, ingleses bos, llamados los dos Bacon y ambos de acuerdo en den sus doctrinas una gran importancia al conocimiento perimental? M . País ha condenado como legendarias

chas viejas tradiciones romanas por el solo hecho, o pumenos, de que en ellas aparecen los mismos nombres asodos a episodios bastante semejantes. Pese a la crítica plagio, cuya alma es la negación de repeticiones espontáde acontecimientos y de palabras, la coincidencia es unaesas extravagancias que no se dejan eliminar de la histo

Pero no sería suficiente reconocer, en general, la p

sibilidad de encuentros fortuitos. Reducida a esta senccomprobación, la crítica se equilibraría incesantemente tre el pro y el contra. Para que la duda venga a s

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9 8 LA CRÍTICAinstrumento de conocimiento es necesario que en cadparticular pueda pesarse con alguna exactitud el graverosimilitud de la combinación. Aquí, la investihistórica, como tantas otras disciplinas del espíritu,su ruta con el gran camino real de la teoría de las bilidades.

Valuar la probabilidad de un acontecimiento es las oportunidades que tiene de producirse. Sentado¿es legítimo hablar de la posibilidad de un hecho paEn ¡.entido absoluto, evidentemente, no. Sólo el porves aleatorio. El pasado es un dato que ya no deja llo posible. Antes de echar los dados, la probabilidaque apareciera cualquier faceta era de uno contra dievez vaciado el cubilete, el problema desaparece. Puedudemos, más tarde, si fue el tres o el cinco el queLa incertidumbre está entonces en nosotros, en nmemoria, o en la de nuestros testigos; no en las cos

Analizándolo bien, sin embargo, el uso que de lción de lo probable hace la investigación histórica nnada de contradictorio. ¿Qué hace, en efecto, el riador que se interroga acerca de la probabilidad acontecimiento pasado sino transportarse, por un audvimiento del espíritu, ante este mismo acontecimientmedir sus probabilidades tal como se presentaban lpera de que acaeciese? La probabilidad vive, pueel porvenir, pero la línea del presente ha sido, en manera, imaginariamente retirada hacia atrás, de talque es un porvenir de antaño construido con un frag

de lo que actualmente es, para nosotros, el pasado. hecho ha sucedido sin lugar a dudas, estas especulano tienen más valor que el de juegos metafísicos: era la probabilidad de que Napoleón naciera o deAdolfo Hitler, soldado en 1914, escapara con vida balas francesas? No está prohibido divertirse concuestiones, siempre que no se tomen por más de l

son: simples.artificios del lenguaje destinados a ponclaro, en la marcha de la humanidad, la parte de lo cogente y de lo imprevisible. Nada tienen que ver co

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LA CRÍTICA 9 9crítica del testimonio. ¿Pero y si, al contrario, pareciera

incierta la existencia misma del hecho? ¿Podemos dupor ejemplo, de que un autor, sin haber copiado un lato extranjero, pueda repetir espontáneamente muchosus episodios y muchas de sus palabras? ¿Es que la tolacasualidad', o no sé qué armonía divinamente preestabda, basta para explicar tan extraordinaria semejanza elos Protocolos de los Sabios de Sión y los panfletos de un

oscuro polemista del Segundo Imperio? Según quecoincidencia aparezca afectada por un mayor o menor cciente de probabilidades, antes de la composición dellato, admitiremos o no su verosimilitud.

Sin embargo, las matemáticas del azar descansan souna ficción. En todos los casos posibles postulan, desdprincipio, la imparcialidad de las condiciones; si exisuna causa particular que favoreciera por adelantado a n otro, vendría a ser como un cuerpo extraño en el cálo. El dado de los teóricos es un cubo perfectamente elibrado; si bajo una de sus facetas se introdujera un gde plomo, ¡a suerte de los jugadores dejaría de ser idtica. Pero en la crítica de los testimonios casi todosdados tienen trampa. Porque elementos humanos dedísimos intervienen constantemente para inclinar la balhacia una eventualidad privilegiada.

A decir verdad, es excepción una de las disciplihistóricas: la lingüística o, por lo menos, aquellas de ramas que se interesan por establecer el parentesco elos idiomas. Muy diferente por su alcance de las opciones propiamente criticas, esta investigación tiene muchas de ellas el rasgo, común de esforzarse en descfiliaciones. Pero las condiciones sobre las que razona eexcepcionalmente cercanas de la convención primordiaigualdad, familiar a la teoría del azar. Débese esta prrogativa a las particularidades mismas de los fenómdel lenguaje. En efecto, no sólo el número inmensocombinaciones posibles reduce a un valor ínfimo la babilidad de su abundante repetición fortuita en las tintas lenguas, sino que, cosa todavía más importadejando aparte algunas raras armonías imitativas, las

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1 00 tA CRÍTICAnificacionet atribuidas a esas combinaciones son comtamente arbitrarias. Ninguna ligazón previa de imágeimpone que las asociaciones muy próximas tu y tou (túpronunciado a la francesa o a la latina) sirvan para nar la segunda persona. Si se comprueba, pues, queempeñan este papel, al mismo tiempo, en francésitaliano, en español y en rumano; si se observa, al mtiempo, una multitud de otras correspondencias igualirracionales, la única explicación sensata será que elcés, el italiano, el español y el rumano tienen un orcomún. Porque siendo indiferentes las diversas posides, un cálculo de probabilidades casi puro impone lcisión.

Pero falta mucho para que esta sencillez sea lorriente.

Varios diplomas, de un soberano medieval, acercasuntos diferentes, reproducen las mismas palabras y lomos giros. Es, pues, afirman los fanáticos de la "cde estilos", que los redactó el mismo notario. Estaríamacuerdo si el solo azar jugara en este caso. Cadaciedad y, aun más, cada grupo profesional, tiene subitos lingüísticos. No bastaba, pues, enumerar los p

de similitud. Habría habido que distinguir, entre lo raro de lo usual. Únicamente las expresiones vderamente excepcionales pueden denunciar a un suponiendo, quede bien entendido, que las repeticionelo suficientemente numerosas. El error reside en ata todos los elementos del discurso un peso parejo, colos coeficientes variables de preferencia social, que^

a cada uno de ellos, no fueran granos de plomo quetrarían la equivalencia de las probabilidades.Toda una escuela de eruditos se ha interesado, d

principios del siglo xix, en el estudio de la transmisilos textos literarios. El principio es sencillo: existemanuscritos de la misma obra: B, C y D; se comprueba quelos tres presentan las mismas características, evidenteerróneas (es el método de los errores, el más antiguoLachinann); o, más generalmente, se encuentran enlas mismas características, buenas o malas, pero di

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LA CRÍTICA 1 0 1de las de la mayoría de los demás manuscritos (es el reto integral de las variantes, preconizado por Dom Qt in) . Se decidirá si están "emparentados". Es decir, slos casos, si fueron copiados unos de otros, conformun orden que queda por determinar, o si dependen tpor filiaciones particulares, de un modelo común. Esolutamente cierto, en efecto, que un encuentro tan tenido no puede ser fortuito. Sin embargo, dos obsernes han constreñido a la crítica textual, hace relativapoco tiempo, a abandonar mucho del rigor, casi mecáde sus primeras conclusiones.

Los copistas corregían, a veces, sus modelos; aunbajando independientemente unos de otros, ciertas tumbres comunes debieron, con bastante frecuencia, rirles conclusiones parecidas. Terencio emplea en

lugar la palabra raftio, que es muy rara; no entendiéndolados escribas la reemplazaron por rotio, lo que es un con-trasentido; pero la palabra les era familiar. ¿Tuviepara ello, que concertarse o imitarse? H e aquí, puegénero de errores en el que la "genealogía" de los mcritos es completamente impotente para enseñarnos Hay más. ¿Por qué no habría utilizado nunca el cosino un modelo único? No le estaba prohibido, cupodía hacerlo, confrontar varios ejemplares con taescoger, según su gusto, entre las variantes. Evidentemel caso debió de ser muy excepcional en la Edad Mcuyas bibliotecas eran pobres; mucho más frecuenteembargo, a lo que parece, en la Antigüedad. ¿Qué habrá que asignar a estos incestuosos productos de vtradiciones distintas, en los hermosos árboles de Jeftes costumbre poner en la primera página de las ediccríticas? En el juego de las coincidencias, la voluntaindividuo, al igual que la presión de las fuerzas colechace trampas con la casualidad.

Así, pues, tal como lo había ya visto, con Volneyfilosofía del siglo xvm, la mayoría de los problemacrítica histórica son, ante todo, problemas de probabipero de tal magnitud que el más sutil de los cálculosconfesarse incapaz de resolverlos. No se trata solam

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1 0 2 LA CRÍTICAde la extraordinaria complejidad de los datos, sino deademás, casi siempre son rebeldes a toda traduccióntemática. ¿Cómo cifrar c) favor particular concedidouna sociedad a una palabra o a un uso? No podemos cargar nuestras dificultades en el arte de Fcrmat, deplace o de Emilio Borel; nos contentaremos, pues, cualgo se coloque en el límite inaccesible de nuestra lógipedirle que nos ayude lo mejor que pueda a analizar tros razonamientos y a conducirlos de la mejor maposible.

Cuando no se ha tratado mucho a los eruditos, noda uno cuenta de cuánto les repugna de ordinario acla inocencia de una coincidencia. Porque dos expressemejantes se encuentran en la ley sálica y en un ede Clodoveo, ¿no se ha visto a un honorable sabio alafirmar que la ley debía ser de ese príncipe? Dejemotrivialidad de las palabras empleadas por unos y oUn simple barniz de teoría matemática hubiese bastaevitar el paso en falso. Cuando la casualidad juega lmente, la posibilidad de un encuentro único o de unmero pequeño de encuentros es rara vez del orden dimposible. No importa que nos parezcan extrañas; sorpresas del sentido común son muy pocas veces impnes de mucho valor.

Puede uno divertirse en calcular la probabilidad deazar aue, en dos años distintos, fija en el mismo díamismo mes la muerte de dos personajes completamentetintos. Es de : 2.* Admitamos ahora como cierto, a

365pesar de lo absurdo del postulado, que las fundacioneJuan Colombini e Ignacio de Loyola habían de ser primidas por la iglesia romana. El examen de las lpapales permite establecer que la probabilidad de la a

* Suponiendo que las posibilidades de mortalidad sean igualepara cada día del «ño, lo que no es exacto (existe una curva anude la mortalidad) ¡ pero podemos, sin inconveniente, postulalo aquí.

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LA CRÍTICA S 0 3

ción por dos papas del mismo nombre era de — .

probabilidad combinada de una misma fecha del ddel mes, para los muertos, y de dos papas homónimos, res de las condenaciones, es del orden entre y

J O3 106

Un jugador sin duda no se contentaría con ello. Per

ciencias de la naturaleza no consideran como próximasirrealizable, en la escala terrestre, mis que las posibilidel orden de 10/15 . Como se puede ver, estamos lejoello, y con razón, como se testimonia con el ejemplo, certificado, de los dos santos.

Sólo la probabilidad de las concordancias acumulllega a ser prácticamente insignificante: porque, en vde un teorema muy conocido, las probabilidades de elementales se multiplican entonces entre sí, para la probabilidad de la combinación, y, siendo fraccionesprobabilidades, su producto es, por definición, inferi

* Deide la muerte de Juan Coiombini hasta nuestros días hagobernado la iglesia (contando la doble y triple serie de la épo

del gran cisma) sesenta y cinco papas¡ treinta y ocho se han scedido después de la muerte de Ignacio . La primera lista ofrecincuenta y ocho homónimos con la segunda, donde esos mismnombres han -sido repetidos exactamente treinta y ocho vece(Como se sabe, los papas tienen la costumbre de 'ornar nombrya honrados por el uso.) La probabilidad de que los jesuítas fues

suprimidos por uno de esos papas homónimos era, pues, de —•6 j

¡ i _ 38de —i para los jesuítas llegaba a — o sea ¡ dicho de otra13 38

manera, era una certidumbre. V la probabilidad combinada es dII II I 1 11 II— X 1, o sea —• En fin, ó X — da ,13 13 365» 133,225 13 l-73«i9'*í

Io sea un poco más de . Para ser del todo exactos, ha-

«57.4+7bría que tener en cuenta la duración respectiva de los pontificadoPero la naturaleza de este divertimiento matemático, cuyo únicobjeto es poner en claro un orden de magnitud, me ha parecidautorizar la simplificación de los cálculos.

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104- 1A CRÍTICAsus componentes. Existe en lingüística un ejemplo

bre: el de la palabra bad, que en inglés y en persa quieredecir "malo", sin que el término inglés y el término tengan, en absoluto, un origen común. Quien pretenfundar una filiación sobre esta correspondencia úniccaría contra la ley tutelar de toda crítica de las coinccias, donde únicamente los grandes números tienen dede ciudadanía.

Las concordancias o discordancias de gran enverra están compuestas de una multitud de casos particudonde, a fin de cuentas, las influencias accidentaledestruyen. Al contrario, si consideramos cada elemendependientemente de los otros, la acción de esas varno puede ser eliminada; aunque los dados hayan sidparados de antemano, un tiro suelto será siempre m

fícil de prever que el resultado de la partida, y, por una vez realizado, está sujeto a una diversidad de exciones mucho mayor. Por esto, af medida que se pemás y más en los detalles, las verosimilitudes de la van degradándose. No hay en -la Orestiada, tal como laleemos hoy, casi ninguna palabra, si las tomamos uuna, que estemos seguros de leer como las escribió E

Sin embargo, no dudemos: en su conjunto, nuestra Ores-tiada es la de Esquilo. Hay mayor certidumbre en el que en sus partes.

Sin embargo, ¿en qué medida nos está permitidonunciar la gran palabra "certidumbre"? La crítica mática no podrá llegar a la certidumbre "metafíconfesaba ya Mabillon. No dejaba de tener razónúnicamente por simplificación por lo que, a veces, sumos un lenguaje de probabilidad por otro de evidencia«abemos hoy, mejor que en tiempo de Mabillon, quconvención no es exclusivamente nuestra. No es "impoen el sentido absoluto del término, que la Donación deConstantino sea auténtica, ni que la Germania de Tácito,según el antojo de algunos eruditos, sea un fraude. mismo sentido, tampoco es "imposible" que escribal azar en el teclado de una máquina, un mono puedtuitamente reconstruir, letra por letra, la Donación o la

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LA CRITICA lo ?Cermania. "El acontecimiento físicamente imposible —dicho Cournot— no es otra cosa que el acontecimientoprobabilidad es infinitamente pequefia." Limitándose sificar lo probable y lo improbable, la crítica históricse distingue de la mayoría de las demás ciencias de losino por un escalonamiento de grados, sin duda algunamatizado.

¿Se mide siempre con exactitud la inmensa ganarepresentada por la aparición de un método racionacrítica aplicado al testimonio humano? Entiendo la bra ganancia no solamente para el conocimiento histósino para el conocimiento en general.

En tiempos pasados, a menos que hubiera por adetado razones muy serias para sospechar de que fueran tirosos testigos o narradores, todo hecho afirmado ermayoría de las veces, un hecho aceptable. No digamode eso hace ya mucho tiempo. Lucien Febvre lo hamostrado excelentemente por lo que se refiere al Remiento; no se pensaba, no se actuaba de manera disen épocas bastante próximas a la nuestra para que sus maestras sean todavía para nosotros un alimento vNo digamos que tal era, naturalmente, la actitud de masa crédula, cuyo peso amenaza constantemente atrar nuestras frágiles civilizaciones hacia horrendos mos de ignorancia y de locura; no lo digamos porquesucede hasta en nuestros días y en esa similitud apamezclado, desgraciadamente, más de un semisabio. Eces las más firmes inteligencias no escapaban, no poescapar al prejuicio común. ¿Contábase que había cuna lluvia de sangre? Era, pues, que había lluvia de gre, ¿Leía M ontaigne, en sus queridos clásicos, tal o tontería acerca del país cuyos habitantes nacían sin cao algo acerca de la fuerza prodigiosa del pececito remora?Así lo inscribía, sin chistar, entre los argumentos dedialéctica. Tan capaz como era de desmontar ingenmente el mecanismo de un falso rumor, desconfiaba mmás de las ideas recibidas que de los hechos supuemente comprobados. Así reinaba, según el mito r

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IOÓ LA CRÍTICAlesiano, el viejo Üe-Oitias. Así sucedía tan to en el m u n -

do físico como en el mundo de los hombres, en aqtal vez todavía más que en éste, porque, instruidos una experiencia más directa, se dudaba más fácilmede un acontecimiento humano que de un meteoro o un pr ete nd ida accidente de la vida orgánica. ¿R epnaba vuestra filosofía a los milagros? \0 vuestra relig ióna los milagros de otras religiones? Tenían que esforzen descubrir, penosamente, aquellas sorprendentes mantaciones de causas supuestamente inteligibles que, de hese aceptaban como acciones demoníacas e influjos ocupara continuar adheridos a un sistema de ideas o de igenes completamente extrañas a lo que hoy llamaríapensa m iento científico . N egar la manifestación en sí audacia que no se le ocurría al esp íritu. Po m po na zz i, rifeo de esa escuela paduana tan.extraña a lo sobrenatcristiano, no creía que los reyes, así fuesen ungidos el crisma de la santa ampolla, pudiesen, porque fuereyes, curar a los enfermos con sólo tocarlos, y, sin embgo, no ponía en duda las curaciones: las explicaba por propiedad fisiológica, que creía hereditaria: lo glorioso d

función sacra era retrotraído a las virtudes curativas de saliva dinástica.Si nuestra imagen del universo ha podido ser hoy

rificada de tantos prodigios ficticios que habían sido firmados, al parecer, por el consenso de generaciones eras, se lo debemos, con seguridad y ante todo, a la nocde un orden natura l que obedece a leyes inmutables. Pesta misma noción no pudo establecerse tan sólidamentlas observaciones que parecían contradecirla n o p ud ieser eliminadas sino gracias al paciente trabajo de uexperiencia proseguida sobre el hombre mismo, considecomo testigo; ahora somos capaces de hallar y de excar las imperfeccione» del testim onio . H em os ad qu irel derecho de no creerlo siempre, porque sabemos, mque en el pasado, tuándo y por qué no debe ser creíEs así como las ciencias han conseguido librarse del lade muchos falsos problemas.

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LA ck'ÍTICA 10 7Pero el conocimiento puro tampoco aquí puede separ

de la conducta.Richard Simón, cuyo nombre en la generación de nutros fundadores ocupa un lugar de primera fila, ni> no

dejado únicamente admirables lecciones de exégesis: svio un día emplear la acuidad de su.inteligencia en saalgunos inocentes, perseguidos por la estúpida acusacióun crimen ritual. El encuentro no tenía nada de artrario. De ambas partes la necesidad de limpieza intelectera la misma y un--mismo instrumento permitía' safacerla. Obligada constantemente a guiarse según fas ciones de los demás, la acción no está menos interesque la investigación en pesar su exactitud, ni posee, plograrlo, medios distintos. Digámoslo m ejor: sus meson los que la erudición había ya forjado. En el artedirigir útilmente la vida, la práctica judicial no ha hesino seguir los pasos, y no sin retraso, de los bolandist ylos benedictinos. Y los propios psicólogos no hallaen el testimonio, directamente observado y provocado, unobjeto científico, sino mucho tiempo después de queturbia memoria del pasado hubo empezado a ser somea pruebas razonadas. En nuestra época, más que nunca

puesta a las toxinas de la mentira y de los falsos rumores,es vergonzoso que el método crítico no figure ni enmás pequeño rincón de los programas de enseñanza, pno ha dejado de ser sino el humilde auxiliar de algutrabajos de laboratorio. Sin embargo, ve abrirse antede aquí en adelante, horizontes mucho más vastos y la toria tiene el derecho de contar entre sus glorias más seg

el haber abierto así a los hombres, gracias a la elaborade la técnica de 1: crítica del testimonio, una nueva hacia la verdad y, por ende, hacia la justicia.

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IV

EL ANÁLISIS HISTÓRICO

I . ¿JUZGAR O COMPRENDER?

Es célebre la fórmula del viejo Ranke: el historiadose propone más que describir las cosas "tal como futete es eigentlich gewesen". Herodoto lo había dicho antes"contar lo que fue, ton eontd > . En otros términos, invitaral sabio, al historiador, a desaparecer ante los hechos. muchas máximas, tal vez ésta no debe su fortuna máa su ambigüedad. Puede leerse en ella, modestamentconsejo de probidad; tal era, sin duda, el sentido qudio Ranke. Pero también un consejo de pasividad.esta suerte se presentan aquí, a un tiempo, dos problél de la imparcialidad histórica y el de la historia tentativa de reproducción o como tentativa de análisis

¿Pero hay un problema de la imparcialidad? Éstse plantea sino porque la palabra, a su vez, es equí

Existen dos maneras de ser imparcial: la del sab

la del juez . Tienen una.ra íz común, que es la honsumisión a la verdad. El sabio registra, o, aun mprovoca la experiencia que tal vez arruine sus más teorías. Sea cual sea el secreto anhelo de su corazóbuen juez interroga a los testigos sin otra preocupaque la de conocer los hechos tal como fueron. Estde ambos lados, una obligación de conciencia que n

discute.Sin embargo, llega un momento en que ambos camse separan. Cuando el sabio ha observado y explicadtarea acaba. Al juez, en cambio, le falta todavía dsentencia. Imponiendo silencio a toda inclinación per¿la pronunciaría según la ley? Se creería imparcial será en efecto, según el sentido de los jueces, pero nel de los sabios. Porque no es posible condenar o absin tomar partido en-una tabla de valores que no dep

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EL ANÁLISIS HISTÓRICO IOO,de ninguna ciencia positiva. Que un hombre haya maa otro es un hecho eminentemente susceptible de pruPero castigar al matador supone que se tiene el crimpor culpable, lo que no es, en último término, más queopinión en la que no todas las civilizaciones están acuerdo.

Durante mucho tiempo el historiador pasó por ser especie de juez de los Infiernos, encargado de distri

elogios o censuras a los héroes muertos. Hay que cque esta actitud responde a un instinto poderosamearraigado. Porque todos los maestros que han tenido corregir trabajos de estudiantes saben hasta qué punto jóvenes difícilmente se dejan disuadir de que represendesde lo alto de sus pupitres, el papel de Minos o de OEs, más que nunca, la frase de Pascal: "Juzgando, todomundo hace de dios: esto es bueno o malo." Se olvque un juicio de valor no tiene razón de ser sino copreparación de un acto, y sólo posee sentido en relaccon un sistema de relaciones morales deliberadameaceptadas. En la vida cotidiana las necesidades de la ducta nos imponen esa clasificación, generalmente bassumaria. Pero allí donde nada podemos, allí donde ideales comunes difieren profundamente de los nuesya no queda más que un problema. Para separar, el conglomerado de nuestros padres, a los justos de condenados, ¿estamos tan seguros de nosotros mismos nuestro tiempo? Elevando a lo absoluto los criterios, cpletamente relativos, de un individuo, un partido o

generación, resulta una broma infligir esas normas amanera como Sila gobernó a Roma o Richelicu a los tados del Muy Cristiano Monarca. Como, por otra panada es más variable, por naturaleza, que tales sentensometidas a todas las fluctuaciones de la conciencia cotiva o del capricho personal, la historia, permitiendo demasiada frecuencia que el" cuadro de honor aventajcuaderno de experiencias, se ha dado vanamente el de ser la más incierta de las disciplinas: a vacías acusanes succ4cn otras tantas vanas rehabilitaciones. Robes

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1 1 0 EL ANÁLISIS HISTÓRICOrristas, antirrobespierristas, ¡os pedimos, por piedadnos. digáis sencillamente cómo fue Robespierre

Es más: si el juicio no hacía sino seguir a la expción, el lector podría saltarse la página; por desgrafuerza de juzgar, se acaba casi fatalmente por perderel gusto de explicar. Las pasiones del pasado, mezcsus reflejos a las banderías del presente, convierten ladad humana en un cuadro cuyos colores son únicameblanco y el negro. Ya Montaigne nos había adve"Cuando el juicio pende de un lado no podemos dedarle la vuelta y torcer la narración siguiendo ese biespara penetrar en una conciencia extraña, separada dotros por el intervalo de varias generaciones, hay qupojarse, casi, de su propio yo. Ahora bien, para echarleen cara lo que hizo basta seguir siendo uno lo que

esfuerzo es evidentemente mucho menor. ¡Cuántofácil no es escribir en pro o en contra de Lutero,escrutar su alma; creer al papa. Gregorio VII conemperador Enrique IV o a Enrique IV contra Grio VII que desentrañar las razones profundas de ulos mayores dramas de la civilización occidental Vfuera del plano individual, la cuestión de los bienes

nales. Rompiendo con la legislación anterior, el gobrevolucionario resolvió venderlos por parcelas y sibasta; era, sin duda posible, comprometer gravemenintereses del Tesoro. En nuestros días, ciertos erudhan levantado vehementemente contra esa política. valor si hubiesen osado hablar en ese tono en la Coción Lejos de la guillotina, divierte esa violencia s

ligro. Mejor sería averiguar qué se proponían realmlos hombres del año m. Deseaban, ante todo, favoreadquisición de la .tierra por los campesinos; al equdel presupuesto, prefirieron dar ventajas a los camppobres, garantizando su fidelidad al orden nuevo. nían o no razón? Acerca de ello, ¿qué me importardía decisión de un historiador? Sólo le pedíamsugestionarse con su propia «.lección hasta c punto deconcebir que entonces hubiera sido posible otra. Sibargo, la lección del desarrollo de la humanidad es

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EL ANÁLISIS HISTÓRICO I I Iclara: las ciencias se han mostrado tanto más fecundas por ende, tanto más serviciales según abandonaban mdeliberadamente el viejo antropocentrismo del bien y delmal. ¿Quién no se reiría hoy si un químico apartara a ulado un gas malo, como el cloro, y a otro, un gas buno, como el oxígeno? Si la química hubiese adoptado sus principios esa clasificación, muy difícil hubiera sisacarla de ahí, con gran daño para el conocimiento de los

cuerpos.Sin embargo, tengamos cuidado de no insistir dem

siado en la analogía. La nomenclatura de la ciencia de hombres tendrá siempre sus rasgos particulares. La delas ciencias del mundo físico excluye el finalismo. Las pa-labras: éxito o fracaso, habilidad o inhabilidad no llegaríana representar, en el mejor de los casos, más que el papel ficciones, siempre peligrosas. Pero pertenecen, por el con-trario, al vocabulario normal de la historia. Porque la his-toria está en relación con-seres capaces, por su propia natu-raleza, de fines conscientemente perseguidos.

Puede admitirse que el jefe de unos ejércitos queentabla una batalta hará lo posible por ganarla. Si la pier-de, y las fuerzas enfrentadas eran aproximadamente iguales,podrá decirse que maniobró mal. ¿Le sucedía eso muchasVeces? No se apartará uno del más escrupuloso juicio dehecho observando que sin duda no era un estratega de iJier orden. O figurémonos una mutación monetaria cobjeto era, supongamos, favorecer a los deudores a costa de\'¡\ acreedores. Calificarla de excelente o deplorable stomar partido en favor de uno de los dos grupos y, ende, transportar arbitrariamente al pasado una nocióncompletamente subjetiva del bien público. Pero imaginé-monos que, por casualidad —cosas más raras se han vis-to—, la operación destinada a aligerar el peso de las deu-das dé el resultado contrario. "Salió mal", diremos, sin irfon ello más allá de certificar honradamente una realidad.Kl acto fallido es uno ile los elementos esenciales deevolución humana. Como de toda psicología.

Hay más aún. ¿Por casualidad nuestro general cond

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1 1 2 EL ANÁLISIS HISTÓRICOvoluntariamente sus tropas a la derrota? No se duda

proclamar que ha traicionado, por la sencilla razón qse llama su gesto. Y habría, de parte de la historiadelicadeza un poco pedante al no aceptar el concurssencillo y claro léxico de uso común. Después, quedpor averiguar lo que la moral corriente de la época grupo pensaban de un acto de esta naturaleza. La trpuede ser, a su manera, un conformismo: testigos so

ello los condotieros de la vieja Italia.Una palabra domina e ilumina nuestros estudios: "prender". No digamos que el buen historiador estáencima de las pasiones; cuando menos tiene ésa. Notemos que es una palabra cargada de dificultades, también de esperanzas. Palabra, sobre todo, llena de tad. Hasta en la acción juzgamos demasiado. ¡Es tan

gritar: "Al paredón" No comprendemos nunca basQuien difiere de nosotros, sea extranjero o adversarilítico, pasa, casi necesariamente, por un ser de malotecedentes. Aun para conducir las luchas inevitablesnecesario un poco más de inteligencia en las almasmás razón para evitarlas, si se está a tiempo. A conde renunciar a sus falsos aires de arcángel, la historia

ayudarnos a salir de este mal pasó. Es una vasta riencia de las variedades humanas, un largo encuentrolos hombres. Tanto la vida como la ciencia, tienen eyor interés en que este encuentro sea fraterna .

II . D E LA DIVERSIDAD DE i.os HECHOS HUMANOS A L

UNIDAD DE LAS CONCIENCIASComprender no es una actitud pasiva. Para elaborar uciencia siempre se necesitarán dos cosas: una materiahom bre. La realidad humana, como la del mundo es enorme y abigarrada. Una sencilla fotografía, auponiendo que la idea de esta reproducción mecánicaintegral tuviera un sentido, sería ilegible. ¿Diremoentre el pasado y nosotros interponen ya los documentos unprimer filtro? Es verdad que sirven para eliminar, mveces de cualquier manera; pero, por el contrario, cas

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EL ANÁLISIS HISTÓRICO H Jca organizan nada conforme a las necesidades de un endimiento ávido de conocimiento. Como todo sabio, c

todo cerebro que no hace sino percibir, el historiadorcoge y entresaca. En primer lugar descubre los semejapara aproximarlos.

Tengo a la vista una inscripción funeraria roma; texto monolítico, establecido con un solo fin; sin emb

nada más variado que los testimonios a granel que esperan la varita mágica del erudito.¿Nos interesamos por el lenguaje? Las palabras,sintaxis nos dirán el estado del latín, tal y como se eszaban por escribirlo en ese tiempo y en ese lugar, ytravés de ese texto y de esa lengua, nos dejará entrever elhabla cotidiana. ¿Va, por el contrario, nuestra predilechacia el estudio de las creencias? Estamos en el centrolas esperanzas de ultratumba. ¿Preferimos el sistema pco? El nombre de un emperador, una fecha jurídica, llenarán de satisfacción. ¿Es la economía? Tal vezepitafio nos revelará un oficio desconocido. Y no lo todo. En vez de un documento suelto, consideremos ara, bien conocido por documentos múltiples y diversosmomento cualquiera en el desarrollo de una civilizacDe los hombres que entonces vivían no había ninguno no participara casi simultáneamente en las múltiples

i mostraciones de la vitalidad humana, que no hablara, i no se hiciera entender de sus vecinos, que no' tuvieradioses, que no fuera productor, traficante o simple csumidor; no había quien, a falta de tener un papel los acontecimientos políticos, no sufriera por lo menosconsecuencias. ¿Quién osará volver a trazar todas eactividades diferentes sin escoger ni reagrupar los domentos que: nos presentan el entrelazamiento de interde cada vida, individual o colectiva? Sería sacrificarclaridad, no al orden verdadero de lo real —que está cho de afinidades naturales y de ligaciones profundas—~,

pejo sí al orden puramente aparente de] sincronismo. cuaderno de experimentos de laboratorio llevado minutminuto no se confunde con el diario.

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114 E L ANÁLISIS HISTÓRICODe la misma manera, cuando, en el curso de la e

lución humana, creemos discernir entre ciertos fenómlo que llamamos un parentesco, ¿qué entendemos portino que cada tipo de institución, de creencias, de pticas o aun de acontecimientos nos parece expresar tendencia particular y hasta cierto punto estable del indi-viduo o de la sociedad? ¿Podrá negarse, por ejemplo, a través de todos los contrastes, existe algo común entremociones religiosas? De lo que necesariamente se prende que se comprenderá siempre mejor un hechomano, sea el que sea, si se poseen ya datos de ohechos de la misma índole. El uso que hizo de la mola primera edad feudal, como patrón de valores muchoque como medio de pago, difiere profundamente denormas fijadas por la economía occidental hacia 18los contrastes entre el régimen monetario de mediadossiglo xix y el nuestro no son menos fehacientes; perun erudito no hubiese dado con la moneda sino haciaño 1000; no creo que lograra fácilmente darse cuentlas originalidades propias de su empleo en esa fecha.lo que justifica algunas especializaciones, en cierta maverticales, en ti sentido, desde luego, infinitamente desto en el que las especializaciones pueden ser legíties decir, como remedio contra la falta de extensiónnuestro espíritu y contra la brevedad de nuestros destinos

Hay más. Si se olvidara ordenar racionalmente umateria que no» es entregada en bruto sólo se llegaríafin de cuentas, a negar el tiempo, y, por ende, la histmisma. ¿Sabríamos comprender cierta fase del latín

separáramos del desarrollo anterior del idioma? Detenada estructura de la propiedad, ciertas creencias, no con seguridad, hechos salidos de la nada. En la medidque su determinación tiene lugar de lo más antiguo más reciente, los fenómenos humanos se gobiernan, todo, por cadenas de fenómenos semejantes. Clasificpor géneros es, pues, poner de manifiesto líneas de fu

de una eficacia capital.Algunos dirán que las distinciones así establecidas, tando a través de ¡a vida misma, no existen sino en

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EL ANÁLISIS HISTÓRICO 11 ¡¡mente, pero no en • la realidad, donde todo se mezclaY surgirá la palabra "abstracción". De acuerdo. ¿Ppor qué temer a las palabras? Ninguna ciencia puprescindir de la abstracción, como tampoco, desde lueg¡a imaginación. Es significativo, dicho sea de paso, qumismos ingenios que pretenden desterrar la primera nifiesten generalmente hacia la segunda igual malhuEs, de ambas partes, el mismo positivismo mal compdido. No hay excepción acerca de ello en las cienchumanas. ¿En qué es más "real" la función clorofíen el sentido del más extremo realismo, que la funeconómica? Únicamente las clasificaciones que descanen falsas similitudes serían funestas. Es de la incumbdel historiador probar en todo momento las suyas parbrar mejor conciencia de sus fundamentos y, si hay lugello, revisarlas. En su común esfuerzo por poner cerco real, pueden partir de puntos de vista muy distintos.

He aquí, por ejemplo, la "historia del derecho". enseñanza y el manual, que son admirables instrumede esclerosis, han vulgarizado el nombre. Sin emba¿qué recubre? Una regla de derecho es una norma soexplícitamente imperativa; sancionada, además, por autoridad capaz de imponer el respeto que se le debela ayuda de un sistema preciso de coacciones y de pPrácticamente, tales preceptos pueden regir las activimás diversas; pero no son los únicos que las gobierobedecemos constantemente, en nuestra conducta dia códigos morales, profesionales,, mundanos, muchas más imperiosos que el Código a secas. Por otra partefronte'ras de éste oscilan sin cesar; y por estar o no comdida en él, una obligación socialmente reconocida precibir mayor o menor fuerza o claridad, pero evidentete, no cambia de naturaleza. En el sentido restricto dpalabra, el derecho es, pues, la envoltura de realidadesí mismas demasiado variadas para suministrar con pcho el objeto de un estudio único y no agota ning

de ellas. ¿Bastará alguna vez enumerar, unos tras olos artículos de cualquier derecho familiar para penauténticamente en la vida de la familia, trátese de la

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I 1 6 EL ANÁLISIS HISTÓRICOquena familia matrimonial de hoy, con sus perpetuastole y diástole, o del gran linaje medieval, esa colvidad cimentada por tan tenaz red de sentimientos yintereses? Parece que, a veces, se ha creído así; condecepcionantes resultados que aún hoy nos es imporehacer la evolución íntima de la familia francesa.

Hay, sin embargo, algo exacto en la noción del hejurídico, en cuanto distinto de los demás; y es porqumuchas sociedades la aplicación y en una gran partelaboración misma de las reglas de derecho, han sido de la incumbencia de un grupo de hombres relativamespecializado y en este papel (que sus miembros poddesde luego, combinar con otras funciones sociales) suftemente autónomo para poseer sus propias tradiciones ychas veces, hasta la práctica de un método de razonamparticular. En suma, la historia del derecho podría tener existencia aparte, como no fuera la historia dejuristas; lo que no es, para una rama de la ciencia humtan mala manera de existir. Comprendida así, lanza sfenómenos muy diversos, pero sometidos a una acciónmana común, luces muy reveladoras en su campo necriamente limitado.

Un género de división completamente distinto erepresentado por la disciplina que nos hemos acostumba llamar "geografía humana". Aquí, el ángulo de vino se le pide a la acción de una mentalidad de grucomo es el caso, muchas veces insospechado, de la hria del derecho. Tampoco se toma, como sucede encaso de 1a historia religiosa o de la historia económica

la naturaleza específica de un hecho humano; creencemociones, efusiones cordiales, esperanzas e inquietudesinspira la imagen de fuerzas trascendentales para la hunidad; esfuerzos para satisfacer y organizar las necesidmateriales. Aquí, la encuesta se centra sobre un tipovínculos comunes a un gran número de fenómenos soles. La "antropogeografía" estudia las sociedades en

relaciones con el medio físico: intercambios en doble tido, como es natural, en los que el hombre obra soblas cosas al mismo tiempo que éstas sobre él; en este c

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EL ANÁLISIS HISTÓRICO 1 1 7pues, no se tiene ni más ni menos que una perspectivcuya legitimidad se prueba por su fecundidad, pero otras perspectivas deberán completar. Tal es, en efey en todo orden de investigaciones, el papel del análLa ciencia no descompone lo real sino para mejor obvarlo, gracias a un juego de luces cruzadas, cuyos rasgoscombinan y se ¡nterpenetran constantemente. El pelempieza, únicamente, cuando cada proyector pretende lo todo él solo, cuando cada cantón del saber se cree patria.

Sin embargo, desconfiemos una vez más de postuno sé qué paralelismo falsamente geométrico entre las cias de la naturaleza y una ciencia humana. De lo veo desde mi ventana, cada sabio toma lo suyo, sin parse mucho del conjunto; el físico explica el azul cielo; el químico, el agua del regato; el botánico, la hiba. Dejan el cuidado de recomponer el paisaje, tal cse me aparece y emociona, al arte, si es que el pintoel poeta tienen a bien encargarse de ello. Y es quepaisaje, como unidad, existe únicamente en mi concieny lo propio del método científico, tal como estas fordel saber lo practican y por su éxito lo justifican, es a

donar deliberadamente al contemplador, para no quconocer sino los objetos contemplados. Los lazos que ntro espíritu teje entre las cosas les parecen arbitrarios;rompen adrede para establecer una diversidad que lesrece más auténtica. Ya, sin embargo, el mundo orgánpropone a sus analistas problemas singularmente más cados. El biólogo puede, para mayor comodidad, estud

aparte la respiración, la digestión y las funciones motono ignora que, por encima de todo ello, existe el indduo, del que debe dar cuenta. Pero las dificultades dehistoria son todavía de otro tipo, porque, en último curso, su materia, es precisamente las conciencias humanLas conexiones que se ligan a través de ellas, las contnaciones, hasta las confusiones de las cuales son la b

constituyen, a sus ojos, la realidad misma.Luego el homo religiosas, el homo oeconomicus, elhomo politicus, toda esa retahila de hombres en us, de la que

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1 1 8 EL ANÁLISIS HISTÓRICOte podría alargar la lista hasta el infinito, son cómfantasmas, y el peligro sería grave si los tomáramos pocosa. El único ser de carne y hueso es el hombre, sin que lo reúne a la vez todo.

Es evidente que las conciencias tienen sus separaciinteriores, que algunos de entre nosotros se muestran lísimos en forjar. Infatigablemente, Gustavo LenStrextrañaba de hallar tantos buenos padres de familia los terroristas. Aun si nuestros grandes revolucionariobiesen sido los auténticos bebedores de sangre humanapintura cosquilleaba tan agradablemente la concienciun público tan blandamente aburguesado, este estupoharía sino traicionar una psicología de cortos alca¿Cuántos hombres conllevan varias vidas, en tres o cplanos diferentes, que las desean distintas y que logr

veces que lo sean?Sin embargo, de ahí a negar la unidad fundamedel yo y las constantes interpretaciones de sus divactitudes hay mucho trecho. ¿Eran extraños entre Pascal matemático y el Pascal cristiano? ¿No cruzabamás sus caminos el docto médico Francpis Rabélais maestro Alcofribas, de pantagruélica memoria? Aun

do los papeles alternativamente interpretados por un único parecen_ oponerse tan brutalmente como los peje» estereotipados de un melodrama, puede que, bienrada esta antítesis, sea únicamente la máscara de solidaridad más profunda. Se ha ridiculizado no poelegiaco Florián que, a lo que parece, zurraba a sus ridas. Quién sabe si no esparcía tanta dulzura en sus

para consolarse de no haberla logrado en^su conducta. do el mercader medieval, después de haber violado, largo de todo el día, los mandamientos de la Iglesia ade la usura y el precio justo, iba a arrodillarse beatamante la imagen de Nuestra Señora y después, en el crepúscu-lo de la vida, acumulaba piadosas fundaciones limosncuando en los "tiempos difíciles" el gran fabricante

truía hospitales con el dinero ahorrado en los misersalarios de niños desarrapados, ¿buscaban únicamente otro, como suele decirse, la contratación de un vil s

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EL ANÁLISIS HISTÓRICO I I 9contra los rayos celestes, o la satisfacción, con esas explosde fe o de caridad, sin decírselo demasiado, de secretascesidades del corazón que la dura práctica cotidianahabía condenado a reprimir? Hay contradicciones quparecen mucho a evasiones.

¿Pasamos de los individuos a la sociedad? Como éconsidérese como se la considere, no puede ser, despuétodo, no digamos una suma (lo cual sería quedarse corsino por lo menos un producto de las conciencias indivles, nadie se extrañará de encontrar en ella el mismo jude perpetuas interacciones. Es un hecho cierto que, del siglo XII a la Reforma por lo menos, las comunidde tejedores fueron uno de los terrenos privilegiados dherejías. He aquí una hermosa materia para una fichahistoria de la religión. Coloquemos, pues, cuidadosamesta tarjeta en su fichero. En otros, vecinos, bajo el tíahora de "historia económica", dejemos constancia de segunda cosecha de notas. ¿Creeremos haber term inadcon las bulliciosas sociedades de artesanos de la lanzadTodavía tendremos que explicarlas, no por la coexistede lo religioso y lo económico, sino por su entrelazamto. Sorprendido por esa "especie de certeza, de seguridde tranquilidad moral" que parecían haber gozado alggeneraciones inmediatamente anteriores a la nuestra, den Febvre descubre, ante todo, dos razones: el impque ejerció sobre las inteligencias el sistema cosmolóde Laplace y la "anormal fijeza" del régimen monetaPocos hechos humanos hay de naturaleza en aparienciaopuesta que éstos. Sin embargo, contribuyeron a da *

la actitud mental de un grupo su tonalidad entre todasracterística.Sin dada, estas relaciones en escala colectiva no s

sencillas, como no lo son en el seno de cualquier cciencia personal. Nadie se atrevería ya a escribir hoy,más, que la literatura es "la expresión de la sociedad"; lo menos no lo es de ninguna manera en el sentido en

que un espejo "expresa" el objeto reflejado. Puede ducir reacciones de defensa al igual que un acuerdo. Atra, casi inevitablemente, gran número de temas hereda

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1 2 0 E l. ANÁLISIS HISTÓRICOde mecanismos formales aprendidos en la práctica dller, antiguas convenciones estéticas, que son otras causas de retraso. "En una misma fecha —escribe mente H. Focillon— lo político, lo artístico, lo econno ocupan [yo preferiría "no ocupan forzosamente"] misma posición en sus curvas respectivas." Pero es ddesajustes de los que, precisamente, saca la vida socritmo casi siempre descoyuntado. De la misma maneramayoría de los individuos, en las diversas almas —pablar el lenguaje pluralista de la antigua psicología— rara vez una edad idéntica. ¡Cuántos hombres maconservan todavía recovecos de su infancia

En 1837, Michelet explicaba a Sainte-Beuve: "Sno hubiera hecho entrar en la narración sino la historlítica, si no hubiese tenido en cuenta los elementos dide la historia (religión, derecho, geografía, literaturaetc.), mi conducta hubiese sido muy distinta. Pero senecesitaba un gran movimiento vital, forque todos eelementos diversos gravitan juntos en la unidad de larración." A su vez, en 1800, Fustel. de Coulanges da sus oyentes, en la Sorbona: "Suponed cien especirepartiéndose, en lotes, el pasado de Francia.. ¿Creéal fin hubieran hecho la historia de Francia? Lo mucho. Les faltaría, por lo menos; la vinculación dhechos, y esta vinculación es también una verdad históri"Movimiento vital", "vinculación": la oposición dimágenes es significativa. Michelet pensaba y sentíalas especies de lo orgánico, como hijo que era de unaen la que el universo newtoniano parecía el modelo ade la ciencia. Fustel recibía sus metáforas del espacacuerdo fundamental entre ellos ofrece, por esa razósonido más completo. Estos dos grandes historiadoredemasiado grandes para ignorar que, igual que un indila civilización no tiene nada de un rompecabezas mcamente ajustado; el conocimiento de los fragmentosdiados sucesivamente, cada uno de por sí, no dará

el del conjunto; no dará siquiera el de los fragmmismos.Pero el trabajo de recomposición no viene sino

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EL ANÁLISIS HISTÓRICO 1 21pues del análisis. Digámoslo mejor: no es sino la progación del análisis, su razón de ser. En la imagen pritiva, contemplada más que observada, ¿cómo discernirvínculos, cuando nada era distinto? Su delicada tramapodía aparecer sino después de haber clasificado los chos en agrupamientos específicos. Del mismo modo, seguirle siendo fiel a la vida en el constante entrecrmiento de sus acciones y sus reacciones, no es necespretender contemplarla entera, en un esfuerzo genemente demasiado vasto para las posibilidades de un sabio. Nada más legítim o, nada más saludable muchas ces que centrar el estudio de una sociedad en uno de aspectos particulares, o aun mejor, en uno de esos promas precisos que plantea tal o cual de estos aspectos: ccias, economía, estructura de las clases o de los grupcrisis políticas. . . Por ese razonado escoger los probleno serán sólo más firmemente planteados, sino que, pogeneral, habrá mayor claridad en los hechos de conty de intercambio o condición, tan sólo, de querer desculos. ¿Deseamos conocer de verdad, en su propia mercana esos grandes mercaderes de la Europa del Renacimivendedores de paños o especias, acaparadores de cobre, curio o alumbre, banqueros de emperadores y reyes? cordemos que se hacían retratar por Holbein, que lea Erasmo o a Lutero. Para comprender la actitud delsallo medieval hacia su señor tendremos que informatambién de su actitud hacia Dios. El historiador no nunca del tiempo, pero por una oscilación necesaria,

ya el debate sobre los orígenes nos ha hecho ver, consiunas veces las grandes ondas de fenómenos emparentque atraviesan la duración de parte a parte, y otras el mento humano en que estas corrientes se estrechan eintrincada maraña de las conciencias.

III. LA NOMENCLATURA

Sería muy poca cosa limitarse a discernir en un homben una sociedad los aspectos principales de su activiEn el interior de cada uno de esos grandes grupos de

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1 2 2 EL ANÁLISIS HISTÓRICOchos es necesario un nuevo y más delicado esfuer

análisis. Hay que distinguir las diversas institucionecomponen un sistema político, las diversas creenciaprácticas, las emociones de que está hecha una reEn cada uno de estos aspectos, y aun en los conjuntoque caracterizar los rasgos que unas veces acercan yseparan a las realidades de un mismo orden. . . Problclasificación inseparable, a la luz de la experienci

problema fundamental de la nomenclatura.Porque todo análisis requiere, de buenas a primcomo herramienta, un lenguaje apropiado; un lencapaz de dibujar con precisión el contorno de los hUn lenguaje, sobre todo, que aun conservando la flidad necesaria para adaptarse progresivamente a locubrimientos no tenga fluctuaciones ni equívocos. Ysamente ahí es donde nos duele a los historiadoresagudo escritor, que no nos quiere mucho, lo ha vistclaridad: "Este momento capital de las definicioneslas convenciones netas y especiales que acaban reempdo a las significaciones de origen confuso y estadístihs llegado todavía para la historia." Así habla Pauléry. Pero si es verdad que esa hora de la exactituha sonado todavía, ¿es imposible que llegue alguna¡Y, sobre todo, por qué tarda tanto?

La química se ha formado su material de signos ysus palabras: "gaz" es, si no me equivoco, uno de esovocablos auténticamente inventados que posee la lfrancesa; y es que la química tenía la gran ventajdirigirse a realidades incapaces, por su naturaleza, debrarse a sí mismas. El lenguaje de la percepción coque desechó, no era menos exterior a las cosas, y, 'esentido, menos arbitrario que el de la observación ccada y controlada con la que lo ha sustituido; dígastriolo o ácido sulfúrico, el cuerpo mismo no entra ahnada. Muy otro es el problema de una ciencia humPara dar nombres a sus actos, a sus creencias y a loversos aspectos de su vida de sociedad, los hombres nesperado a verlos convertirse en el objeto de una in

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EL ANÁLISIS HISTÓRICO , 1 2 3gación desinteresada. La historia, pues, recibe en su mpaite su vocabulario de la materia misma de su estuLo acepta ya desgastado y deformado por un dilatado es, además y por otra parte, ambiguo, como todo sistede expresión que no sabe de un esfuerzo severamente certado de los técnicos.

Lo peor es que estas prestaciones carecen de unidad. documentos tienden a imponer su nomenclatura: el hriador, si los escucha, escribe al dictado de una época vez diferente. Además, por otra parte, piensa segúncategorías de su propio tiempo y, por ende, con las palade éste. Cuando hablamos de patricios, un contemporádel viejo Catón nos hubiese comprendido, pero si el aevoca el papel de la "burguesía" en las crisis del impromano, ¿cómo traduciría en latín la palabra o la idAsí, dos orientaciones distintas dividen, casi necesariate, el lenguaje de la historia. Veámoslas una tra» otra.

Reproducir o calcar la terminología del pasado puparecer, de buenas a primeras, un camino bastante segSin embargo, tropieza en su aplicación con múltiples cultades.

Primero, porque el cambio de cosas está muy lejosproducir siempre cambios paralelos en los nombres. Tala condición natural del carácter tradicionalista inherentodo lenguaje, al igual que la falta de inventiva que decen la mayoría de los hombres.

La observación es valedera hasta para la maquina

tan sujeta, sin embargo, a modificaciones muchas vecedicales. Cuando mi vecino me dice: "Salgo en coch¿Debo entender que habla de un vehículo arrastrado un caballo o de un automóvil? Únicamente la experieque pueda tener de antemano acerca de su caballerizde su garage me nermitirá contestar. Árotrum designaba,en un principia, un instrumento de labranza sin ruecuruca, el que las tenía. ¿Cómo saber, si doy en un texcon la vieja palabra, aparecida antes que la segunda, no ha sido sencillamente mantenida para referirse a nuevo instrumento? Inversamente, Mathicu de Üomb

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124 E L ANÁLISIS HISTÓRICOllamó charrúa a un instrumento que había imaginado

que, aunque sin ruedas, era, en verdad, otra especiearado.Sin embargo, esa fidelidad al nombre heredado apa

todavía más fuerte desde el momento en que se consirealidades de orden menos material. Y es que las tformaciones, en ese caso, se operan casi siempre demalentamente para ser perceptibles a los hombres a quafectan. No sienten la necesidad de cambiar la etiqporque se les escapa el cambio del contenido. La palatina servus, que dio al francés serj, ha atravesado los si-glos, pero al precio de tantas alteraciones sucesivas que la condición, así designada, del servus de la antigua Romay el siervo de la Francia de San Luis existen muchasdiferencias que semejanzas. Tantas, que los historiaprefieren reservar la palabra "siervo" para referirla Edad Media. Si se trata de la Antigüedad hablan declavos". Dicho de otra manera: al calco prefieren, enocasión la equivalencia, no sin sacrificar a la exacintrínseca del lenguaje un poco de la armonía de sulores; porque el término que trasplantan así a un abiente romano no nació sino hacia el año IOOO, enmercados de carne humana donde los cautivos eslavorecían dar el modelo perfecto de la sumisión absolutcompletamente extraña a los siervos indígenas de dente. El artificio es cómodo, mientras se atenga unoextremos, pero en el intervalo, ¿dónde desaparece el efrente al siervo? Es el eterno sofisma del montóntrigo. De todas maneras, nos vemos, pues, obligados, hacer justicia a los hechos, a sustituir su lenguaje ponomenclatura, si no del todo inventada, cuando menotocada y desplazada.

Recíprocamente, sucede que los hombres varían, etiempo o en el espacio, con independencia de cualvariación en las cosas.

A veces son causas propias de la evolución del lenlas que producen la desaparición de la palabra, sin qningún modo varíe el objeto o el acto, porque los. hlingüísticos tienen su coeficiente propio de resistenc

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EL ANÁLISIS HISTÓRICO 1 2 5de ductilidad. Comprobando la desaparición, en las

guas romances, del verbo latino emere, y su sustitución porotros verbos de orígenes muy diferentes —acheter, "com-prar" , etc. . .— , hace tiempo, un erudito creyó podeducir de ello las conclusiones más amplias e ingenacerca de las transformaciones que habían afectado egimen de intercambios en las sociedades herederasRoma. ¿Por qué no se preguntó si ese hecho indiscu

podía ser tratado como un hecho aislado? Nada másmún, sin embargo, en los idiomas salidos del latín, qdesaparición de las palabras demasiado cortas; la ande las sílabas átonas las había hecho casi indistintasfenómeno es de orden estrictamente fonético y divel error de haber tomado una aventura de la pronunción por un rasgo de la civilización económica.

En otras partes son las condiciones sociales las quoponen al establecimiento o al mantenimiento de un vbulario uniforme. En sociedades muy divididas, comde nuestra Edad Media, era frecuente que instituciabsolutamente idénticas fuesen, según los lugares, desdas con términos muy distintos. En nuestros días, tolas hablas regionales se distancian mucho entre sí, hasla designación de los objetos más comunes y las costumás universales. En la provincia del centro donde esestas líneas, se llama village (aldea) a lo que en el nortesería denominado harnean (caserío) ; la aldea del norte esaquí un "burgo". Estas diferencias verbales presentansí misnras,. hechos muy dignos de ser atendidos. Si comara a esto su propia terminología, el historiador no prometería sólo la inteligibilidad de su discurso, sinoharía imposible hasta su trabajo de clasificación, que fentre sus primeros deberes.

Nuestra ciencia no dispone, como las matemáticas química, de un sistema de símbolos aparte de todo id

nacional. El historiador habla exclusivamente con palacon las palabras de su país. Si se encuentra con realidque sólo se expresan en una lengua extranjera tiene,fuerza, que traducir. Para ello no hay obstáculos s

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I2Ó EL ANÁLISIS HISTÓRICOmientras las palabras se refieren a cosas o acciones cotes: esa moneda corriente de los vocabularios se camfácilmente a la par. Al contrario, tan pronto como acen instituciones, creencias, costumbres que participanprofundamente de la vida propia de una sociedad, la tposición a otra lengua, hecha a semejanza de una socdiferente, se transforma en una empresa llena de peliya que escoger un equivalente es postular una semej

¿Nos resignaremos, pues, sin remedio, a conservatérmino original, sin perjuicio de explicarlo? Así habrhacerlo a veces. Cuando, en 1919, se vio en la Conción de Weimar que el Estado conservaba el viejo noalemán de Reich, no faltaron en Francia publicistas quexclamaran: "¡Extraña República que persiste en llamarseImferio " La verdad es que no solamente Reich no evocade por sí la idea de un emperador, sino que asociado imágenes de una historia política perpetuamente oscentre el particularismo y la unidad, esta palabra tiensentido tan específicamente alemán que no tolera la mtentativa de traducción en un idioma donde se reflejpasado nacional completamente distinto.

Sin embargo, ¿cómo generalizar esta reproduccióncánica, verdadera solución de menor esfuerzo? Aun ddo aparte toda preocupación de propiedad idiomátichay duda que sería molesto, confesémoslo, ver a los riadores empedrando sus frases de palabras extranjerimitación de esos autores de novelas campesinas que, aza de escribir en jerga, llegan a producir un lenguaje d

el campo no se reconoce mejor que la ciudad. Renunca todo intento de equivalencia, muchas veces se perjuría a la misma realidad. Un uso que viene, creo, deglo xviii, pretende que siervo en francés, o palabras de sen-tido parecido en otras lenguas occidentales, sean emplpara designar el chriefostnoi de la antigua Rusia zarista.Difícilmente podía hallarse una semejanza peor: allá, u

gimen de adscripción a la gleba poco a poco transformauna verdadera esclavitud; entre nosotros, una forma dpendencia personal que, a pesar de su rigor, estaba lejos de tratar al hombre como una cosa desprovista de

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EL ANÁLISIS HISTÓRICO 12Jlos derechos; la pretendida servidumbre rusa no tuvo

nada de común con nuestra servidumbre medieval; sinbargo, decir por las buenas chriepostnoi no nos serviría degran cosí. Porque existieron en Rumania, en HungríaPolonia y hasta en la Alemania occidental, tipos de depdencia campesina estrechamente emparentados con el se estableció en Rusia. ¿Habrá que hablar en cada casomano, húngaro, polaco, alemán o ruso? Una vez máescaparía lo esencial, que es restituir las relaciones prodas de los hechos expresándolos por medio de una noclatura apropiada.

En este caso, la etiqueta fue muy mal escogida. marbete común, sobre impuesto en consecuencia a los bres nacionales, en vez de copiarlos, no es menos necesUna vez más, la pasividad está prohibida.

Muchas sociedades han practicado lo que podría marse un bilingüismo jerárquico. Se enfrentaban dos guas: una popular y otra culta. Lo que se pensaba y loque se decía corrientemente en la primera se escribíaclusivamente o con preferencia en la segunda. Así, eAbisinia de los siglos xi al xvii se escribía el gheez y se

hablaba el amhirico. Así, los evangelios nos han conservaden griego, que era entonces la gran lengua de la culturOriente, dichos que hay que suponer intercambiados enmeo. Así, más cerca de nosotros, la Edad Media, duramucho tiempo, no se administró, no se relató a sí mimás que en latín. Heredados de civilizaciones muertas didos prestados a civilizaciones extranjeras, estos idiomletrados, de clérigos y de notarios debían, necesariamexpresar muchas realidades para las que no fueron creoriginalmente. No lo conseguían más que con la ayde todo un sistema de transposiciones de inevitable tor

Sin embargo, por esos escritos —dejando aparte testimonios materiales— conocemos a una sociedad. Esdente que donde triunfó tal dualismo de lenguaje lasciedades se nos aparecen, en muchos de sus rasgos pcipales, como a través de un velo de aproximacionesveces, hasta se interpone una pantalla suplementaria.

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1 2 8 E l . ANÁLISIS HISTÓRICOgran catastro de Inglaterra que hizo establecer Guilel Conquistador —el famoso "Libro del Juicio" (DomesdayBook)— fue obra de intelectuales normandos, y no descri-bieron solamente en latín instituciones específicamenglesas, sino que las repensaron primero en francés. Ctropieza con esas nomenclaturas por sustitución de térmno le queda más remedio al historiador que rehacer ebajo al revés. Si las correspondencias fueron escogidasmente, y ante todo aplicadas con constancia, la tarearelativamente fácil. No habrá mucha dificultad en recoa los condes reales tras de los "cónsules" de los cronistda, desgraciadamente, con casos menos favorables. ¿Qel colonus de nuestras cartas pueblas de los siglos xi y xEs una cuestión desprovista de sentido. La palabra, ento, no dejó heredero en la lengua vulgar porque ya no caba nada vivo y la palabra misma no representaba máun artificio de traducción empleado por los notarios designar, en un hermoso latín clásico, condiciones juro económicas muy distintas.

Esta oposición entre dos idiomas forzosamente drentes no representa, en verdad, más que el caso ext

de contrastes comunes a todas las sociedades. Hasta enaciones mis unificadas, como la f.ancesa, cada pequecolectividad profesional, cada grupo caracterizado pocultura o por ]a fortuna, posee su sistema de expresiónticular. Mas no todos los grupos escriben, o no escrtanto, o no tienen la misma posibilidad de hacer llsus escritos a la posteridad. Todo el mundo lo sab

muy raro que el acta de un interrogatorio judicial produzca literalmente las palabras pronunciadas; el stario, casi espontáneamente, ordena, aclara, restablecsintaxis, ennoblece las palabras que juzga demasiado vres. Las civilizaciones del pasado tienen también sus secrios: cronistas y ante todo juristas. La voz de esos secretares la que ha llegado hasta nosotros antes que ninguna

Tengamos mucho cuidado de no olvidar que las palaque usaban, que las clasificaciones que nos proponían enpalabras eran el resultado de una sabia elaboración, mveces exageradamente influida por la tradición. ¡Qué

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EL ANÁLISIS HISTÓRICO 1 2 9presa, tal vez, si en vez de quebrarnos la cabeza sobrenredada terminología (probablemente artificial) de censos y de las capitulares carolingias, pudiéramos panos por un pueblo de ese tiqmpo y escuchar a los camsinos .hablando entre sí de sus condiciones de vida o aseñores de las de sus subditos Sin duda, esta descción de la práctica cotidiana por sí misma no nos dtampoco toda la vida, porque las tentativas de expresió

por ende dé interpretación, que salen de los doctos olos hombres dé leyes, constituyen también fuerzas cretamente eficaces. Ahora bien, sería al menos alzar una fibra profunda. ¡Qué enseñanza, si pudiésellegar a sorprender en los labios de los humildes sus daderas plegarias, fuesen al dios de hoy o al de ayer poniendo, claro está, que ellos mismos supiesen trad

sin mutilarlos, los anhelos de su corazón.Porque ahí reside, en última instancia, el gran obstlo. Para un hombre, nada es más difícil que expresarse ca de sí mismo. Pero no hallamos menos dificultad dar nombres, exentos a la vez de ambigüedad y de rigor, que describan las fluidas realidades sociales queman la trama de nuestra existencia. Los términos másusuales no son nunca más que aproximaciones, aun lominos de ¡a fe que nos inclinaríamos a creer de sentidtricto. Mirando el mapa religioso de Francia, véase cuámatizadas distinciones está obligado a hacer un sabio Le Bras para sustituir la etiqueta demasiado simplist"católico". Hay ahí bastante materia para hacer reflexa los historiadores que desde lo alto de su credulidad (ces y más frecuentemente, tal- vez, de su incredulidad)tencian tajantemente acerca del catolicismo de un ErOtras realidades, muy vivas, no han hallado las palque necesitaban. En nuestros días un obrero habla facilidad de su conciencia de clase, por débil que éstaNo creo que este sentimiento de solidaridad razona yarmada se haya manifestado nunca con más fuerza niyor claridad que entre los jornaleros de las provincianorte, hacia el fin del Antiguo Régimen; diversas ciones, algunos cuadernos de 1789 nos han conservada

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1 3 0 EL ANÁLISIS HISTÓRICOangustiosos ecos de ellos. Ese sentimiento, sin embno podía entonces nombrarse, porque carecía todavnombre.

Resumiéndolo todo en una palabra: el vocabulario ddocumentos no es, a su manera, nada más que un tesnio. Precioso entre todos, sin duda, pero como todotestimonios imperfecto, es decir, sujeto a crítica. T

término importante, todo giro de estilo característicone a ser un verdadero elemento de conocimiento; únicamente tras haber sido confrontado con lo que ldea, vuelto a considerar en el uso de la época, del mo del autor; bien defendido, cuando ha sobrevivido dte mucho tiempo al peligro siempre presente del conttido por anacronismo. Fácilmente se consideraba la u

real, en el siglo xn, como sacramento, palabra llensignificación, pero desprovista en esa fecha del vsingularmente más fuerte que le atribuiría hoy una terígida en sus definiciones y, por ende, en su léxicoaparición del nombre es siempre un gran hecho, incuando la cosa en sí le había precedido, porque marca mento decisivo" de la toma de conciencia. ¡Qué paso adelante el día en que los adeptos de una fe nuevllamaron a sí mismos cristianos Algunos de nuestros res, como Fustel de Coulanges, nos han dado modelomirables de este estudio del sentido, de esta "semántictórica". Desde su época, los progresos de la lingüísticmejorado la herramienta. ¡Oj-alá los jóvenes investires po se cansen de manejarla, y, sobre todo, de emphasta en las épocas más cercanas a nosotros, que son, respecto, con mucho, las peor exploradas

Es verdad que,.por incompleta que generalmente sadherencia, los nombres se sujetan, a pesar de todo, realidades de un modo demasiado fuerte para permitinunca sea posible describir una sociedad sin un exempleo de sus palabras, debidamente explicadas e pretadas. N o imitaremos a los eternos traductores Edad Media. Hablaremos de condes cuando se trate dede» y de cónsules si se trata dé Roma. Se efectuó un

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EL ANÁLISIS HISTÓRICO 1 3 1progreso en la comprensión de las religiones heléncuando, en boca de los eruditos, Júpiter se vio detivamente destronado por Zeus. Pero todo esto se reante todo, al detalle de las instituciones, de las herramtas o de las creencias. Creer que la nomenclatura dedocumentos pueda bastar para fijar enteramente la nusería, en suma, admitir que nos traen al punto el anáEn este caso la historia no tendría mucho que hacer. F

mente, y para nuestra satisfacción, nada hay de eso.ello nos vemos obligados a buscar en otra parte nuegrandes líneas de clasificación.

Para obtenerlas se nos ofrece todo un léxico cuyaneralidad se pretende que es superior a las resonanciacualquier época particular. Elaborado, sin plan prees

cido, con retoques sucesivos de varias generaciones detoriadores, reúne elementos de fecha y procedencia diversas. "Feudal" y "feudalismo" son términos curialesacados del foro en el siglo xvm por Boulainvilliers y luegopor Montesquieu, han venido a ser etiquetas bastante guras de un tipo de estructura social bastante mal defa su vez. "Capital" es palabra de usurero y de contcuya significación extendieron pronto los economistaspitalista" es lejano residuo de la jerga de los especuladen las primeras bolsas europeas. Pero "capitalismo", qupa hoy, en nuestros clásicos, un lugar mucho más conrable, es palabra muy joven: lleva su desinencia commarca de origen (Kafitalismus)-. "Revolución" ha cambiadoen un sentido muy humano sus antiguas asociaciones lógicas; en el cielo era —y sigue siendo— un movimregular que sin cesar vuelve sobre sí mismo; en la no es sino una brusca crisis tendida por completo hadelante. "Prole tario" se viste a la antigua/com o los bres del 89, que, siguiendo a Rousseau, hicieron forpero Marx, después de Babeuf lo marcó para siempre«on su impronta. América ha dado "tó tem" y Oce"tabú": palabras tomadas de los etnógrafos, ante lastodavía duda el clasicismo de algunos historiadores. . .

Ni esta variedad de orígenes, ni estas desviacione

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1 3 2 EL ANÁLISIS HISTÓRICO

sentido llegan a molestar. Una palabra vale muchísimo

nos por su etimología que por el uso que se hace de Si "capitalismo", aun en sus aplicaciones más amplias,lejos de extenderse a todos los regímenes económicos de el capital de los prestamistas desempeñó su pape"feudal" sirve corrientemente para caracterizar socieden las que el feudo no fue el rasgo más significativohay ahí nada que contradiga la práctica universal de

las ciencias, obligadas —desde el momento en que ncontentan con puros símbolos algebraicos— a buscasuyo en el vocabulario confuso de la vida cotidiana. ¿Qse escandalizará porque el físico persista en denominarmo, es decir, indivisible, al objeto de sus más audacessecciones?

Mucho más peligrosos son los efluvios emotivos los que nos llegan cargadas tantas palabras. En el guaje, las potencias del sentimiento rara vez favoreceprecisión.

Entre los historiadores, el uso tiende a enmarañar,la manera más enojosa, las expresiones "régimen feuy "régim en señorial". Es asimilar arbitrariamente a lade lazos de dependencia característica de una aristocguerrera un tipo de sujeción campesina de muy distnaturaleza, que, adenás, existía desde mucho antes, mucho más y tuvo, en todo el muido, mucha mayor plitud.

La equivocación se remonta al siglo xvm . Por entces seguían existiendo el vasallaje y el feudo, pero csencillas formas jurídicas y desde hacía varios siglos vacías de sustancia. Nacido de este mismo pasado, eñorío, al contrario, continuaba vivo. En esa herencia, escritores políticos no supieron hacer distinciones. Nosólo que comprendiesen mal. La mayoría no lo considefríamente. Detestaban a la vez los arcaísmos y todavíalo que se obstinaba en contener fuerzas opresivas.

condenación común lo envolvía todo. Después, la Rlución abolió simultáneamente y bajo un nombre úncon las instituciones propiamente feudales, el señorío. Dno subsistió sino un recuerdo; pero tenaz y que la image

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EL ANÁLISIS HISTÓRICO 1 3 3las luchas inmediatas coloreaban con tintes vivos. Así,

lo sucesivo se había creado la confusión. Nacida de lsión, quedaba perfectamente dispuesta a extenderse bajo el efecto de nuevas pasiones. Aun hoy, cuando camos a trancas y barrancas las "feudalidades" industo bancarias, ¿lo hacemos con calma? Detrás queda sieun reflejo de la quema de los castillos durante el ardverano del año 89.

Ahora bien, éste es, desgraciadamente, el destinomuchas de nuestras palabras. Continúan viviendo a nulado la vida turbia de la plaza pública. No es un toriador el que nos intima hoy con sus parrafadas a idficar capitalismo y comunismo. Signos muchas veces bles, según los medios y los momentos, esos coeficienteafectividad no engendran sino más equívocos. Ante l

labra revolución, los ultramontanos de 1815 se velabfaz'. Los de 1940 se sirven de ella para camuflar su de Estado.

Supongamos, sin embargo, nuestro lenguaje ya dnitivamente cuajado. También las más intelectuales dlenguas tienen sus trampas. Sin duda, no deseamos aquninguna manera, reeditar las "chanzas nominalistas" dque a Francisco Simiand extrañaba antaño, con razónreservado "el singular privilegio" a las ciencias hunas. ¿Con qué derecho rehusar las facilidades del lenguindispensables a todo conocimiento racional? ¿Hablapor ejemplo, de maquinismo? De ninguna manera mos una entidad. Es, bajo un nombre expresivo, agrhechos concretos cuya similitud, que la palabra signcon rigor, es también una realidad. En sí mismas, rúbricas son legítimas. Su verdadero peligro nace dpropia comodidad. Mal escogido o aplicado demasiadocánicamente, el símbolo (que no está ahí sino para aya analizar) acaba por hacer innecesario el análisis. Dque fomente el anacronismo, el más imperdonable de los pecados con respecto a una ciencia del tiempo.

Las sociedades medievales distinguían dos grandes diciones humanas: los hombres libres y los que pasaban

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1J4 E L ANÁLISIS HISTÓRICOpor no serlo. Pero la noción de libertad es de las que cadaépoca retoca a su gusto. Algunos historiadores, pues, hanjuzgado en nuestros días que en el sentido pretendidate normal de la palabra —es decir, el suyo— los no-lde la Edad Media habían sido mal denominados. No dicen, sino "semi-libres". Esta palabra intrusa —invensin apoyo alguno en los textos— sería, cuando menosbarazosa. Desgraciadamente, no sólo eso. Por una co

cuencia casi inevitable, el falso rigor que daba al lengpareció hacer superflua toda investigación a fondo acde la frontera entre libertad y servidumbre, tal como civilizaciones las concebían: límite muchas veces into, variable según el sectarismo del momento o del po, pero uno de cuyos caracteres esenciales fue prsamente no haber sufrido nunca esa zona marginal

sugiere, con desafortunada insistencia, la palabra semitad. Una nomenclatura impuesta al pasado acabará siepor deformarlo, si tiene como fin, o únicamente cresultado, la reducción de sus categorías a las nuestrazadas hasta lo eterno para tal propósito. Frente; a etiquetas, no cabe más actitud razonable que elimina

Capitalismo fue una palabra útil. Volverá a serlo,duda, cuando logre desprenderse de todos los equívcon que a medida que pasaba a ser cada vez más decorriente, se iba cargando. Por el momento, transpda sin precaución a través de las civilizaciones, más dsas, acaba fatalmente por "enmascarar sus originalida¿"Capitalista", el régimen económico del xvi? PuedeConsidérese, sin embargo, esta especie de descubrimuniversal de la ganancia, filtrándose entonces de arribajo de la sociedad, llevándose por delante lo mismomercader o al notario de un pueblo que al gran banqde Augsburgo o de Lyon; véase la insistencia sobre el tamo o la especulación comercial mucho antes que bre la organización de la producción. En su contexhumana, ¡qué diferente ese "capitalismo" del Renacimto del sistema mucho más jerarquizado, del sistema fy del sistema sansimoniano de la era de la Revolucióndustrial Lo que, a su vez. . .

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ÉL ANÁLISIS HISTÓRICO 1 3 $Por eso, bastaría una observación muy sencilla para

nernos en guardia. ¿En qué fecha fijar la aparición depitalismo, no del de una época determinada, sino del talismo en sí, del capitalismo con una C mayúscula? ¿Italia del siglo xn? ¿En el Flandes del siglo xm? el tiempo de los Fúcar y de la bolsa de Amberes? ¿Esiglo XVHI, tal vez en el xix? Tenemos tantas actas de ncimiento como historiadores. Casi tan numerosos en vcomo los de esa burguesía cuya llegada al poder feslos manuales escolares, según los períodos sucesivamentpuestos a la meditación de nuestros niños, ya bajo el rdo de Felipe el Hermoso, ya en tiempos de Luis XImenos que sea en 1789 o en 1830. .. Tal vez, despuétodo, no se trate exactamente de la misma burguesía. mismo modo que no se trata del mismo capitalismo..

Y aquí me parece que tocamos el fondo de la cuesRecuerda uno la bonita frase de Fontenelle: "Leib—decía— sienta definiciones exactas, que le frwan de laagradable libertad de abusar de los términos en las ocanes." No sé si agradable libertad, pero ciertamente pelisa. Es una libertad que nos es muy familiar. El histor

define rara vez. Podría, en efecto, juzgarlo superfluse moviera entre palabras empleadas en sentido estrpero como no es ése el caso, no tiene, hasta en el emplde sus palabras fundamentales, otra guía que su inspersonal. Extiende, restringe, deforma despóticamentsignificaciones sin advertir al lector y sin darse cuentbal, muchas veces, ni él mismo. ¿Cuántos "feudalism

por el mundo, desde China hasta la Grecia de los aquhasta las bellas cnémidas? La mayor parte casi no se parY es que cada historiador comprende la palabra a sunera.

¿Definimos, sin embargo, por azar? La mayoría las veces lo hacemos para* nosotros mismos. Nada significativo que el caso de un analista de la econotan penetrante como John Maynard Keynes. Casi no uno de sus libros donde no se le vea, de buenas a primapropiarse de términos bastante fijados, por excepció

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I 3 6 EL ANÁLISIS HISTÓRICOasignarles sentidos completamente nuevos, que varían ces de obra en obra, y desde luego voluntariamente alde toda práctica común. ¡Curioso capricho de las ciehumanas que, después de haber figurado mucho tiemptre las "bellas letras", parecen conservar algo del imtente individualismo del arte ¿Concíbese a un quídiciendo: "Para formar una molécula de agua necesitcuerpos: del uno tomo dos átomos y del otro uno: en mivocabulario llamaré al primero oxígeno y al segundo hidró-geno?" Por Bien definidos que se les suponga, los idiode los historiadores alineados uno al lado de otro, no nunca el- idioma de la historia.

, A decir verdad, hubo esfuerzos para conseguirlo; tentaron, aquí y allá, grupos de especialistas a quienes relativa juventud de sus disciplinas parece resguardar peores rutinas corporativas (lingüistas, etnógrafos, gfos), y, para toda la historia, el Centro de Síntesis, siemdispuesto a prestar servicios y dar ejemplos. Puede espe-rarse mucho de ellos, pero menos quizá que de los prode una difusa buena voluntad. Indudablemente llegadía ¿n que una serie de acuerdos permitirán precisar menclatura y luego afinarla, de etapa en etapa. Autonces, la iniciativa del investigador conservará tradimente las articulaciones de su relato; por lo menos enque no se contente, convirtiéndose en puros analesdar traspiés de milésima en milésima.

Destruyéndose una a otra, las dominaciones de losblos conquistadores marcaban las grandes épocas. L

moria colectiva de la Edad Media vivió casi del todmito bíblico de los Cuatro Imperios: asirlo, persa, grromano. Molde incómodo si es que hubo alguno. Nconstreñía solamente, por sumisión al texto sagrado, longar hasta el presente el espejismo de una ficticia uromana. Por una extraña paradoja en una sociedacristianos —como debe serlo hoy a los ojos de cua

historiador—, h Pasión parecía, en la marcha de la humnidad, un hito menos notable que las victorias de ilasoladores de provincias. En cuanto a las divisiones más pe-

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EL ANÁLISIS HISTÓRICO 1 3 7quenas, la sucesión de los monarcas les asignaba sus lím ites

en cada nación.Estas costumbres han probado ser maravillosamentenaces. Fiel espejo de las escuelas francesas, en los alrededde 1900, la Historia de Francia adelanta todavía trope-zando de reinado en reinado; en cada muerte de príncontada> con todos los detalles de un gran acontecimienseñala un alto. ¿Ya no hay reyes? Por fortuna, los sist

de gobierno son también perecederos; las revolucionesvirán de jalones. Más cerca de nosotros, las "prepondcias nacionales" —equivalentes adulterados de los Impde antaño— sirven a una importante colección de manpara fragmentar a su gusto el curso de la historia modNecesario es decir que estas hegemonías —española, cesa, inglesa— tienen carácter diplomático y militar. Lodemás se ordena como puede.Sin embargo, hacía mucho tiempo que el siglo xhabía hecho oír su protesta. "Parece —escribía Voltaque desde hace mil cuatrocientos años no hubo en lasllas más que reyes, ministros y generales." Poco a ppues, aparecieron nuevas divisiones, extrañas a la obseimperialista o monárquica, que creían fundarse en nómenos más profundos. Ya hemos visto que "feudmo", como nombre de un período tanto como de un tema social y político, nace en ese tiempo. Pero entre son instructivos los destinos de la expresión "Edad M

Por su origen lejano era medieval. Pertenecía al vbulario de ese profetismo semiherético que, sobre desde el siglo xm , sedujo a tantas almas inquietas.

l Encarnación había puesto fin a la Antigua Ley; nobía establecido el Reino de Dios. Viviendo con laperanza de ese día bendito, el tiempo presente no más que una edad intermedia, un médium aeuvum. Des-pués, con los primeros humanistas, para quienes esta lenmística seguía siendo familiar, la imagen fue desviadcia realidades más profanas. En un sentido, el reinoEspíritu había llegado. Era esa "restauración" de las ly del pensamiento cuya conciencia se hacia por entonces

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EL ANÁLISIS HISTÓRICO IjO .nes: su rasgo distintivo era, al mismo tiempo, un jui"Europa, comprimida entre la tiranía sacerdotal y el des-potismo militar, espera entre sangre y lágrimas el momen-to en que nuevas luces le permitan renacer a la libea la humanidad y a las virtudes." Así describía Condorcla época a la que un unánime consenso iba pronto a sagrar con el nombre de Edad Media. Desde el momto en que ya no creemos en esa "noche", en que herenunciado a pintarla como un desierto uniformemestéril de siglos que, en el dominio de los inventos téc-nicos, artísticos, del sentimiento, de la reflexión religsa, fueron tan ricos, que vieron el primer empuje dexpansión económica europea, que nos dieron, en fin, tras patrias, ¿qué razón podría todavía subsistir para fundir bajo una rúbrica falazmente común la Galia dedoveo y la Francia de Felipe el Hermoso, Alcuino cSanto Tomás u Occam, el estilo animalista de las j"bárbaras" y las estatuas de, Chartres, las pequeñas burgusías amuralladas de los tiempos carolingios, y las brillantesburguesías de Genova, Brujas o Lübeck? En verdadEdad Media ya no vive sino una humilde vida pedagódiscutible comodidad de los programas y, ante todo, marbe-

te de técnicas eruditas cuyo campó, por otra parte, secuentra bastante mal delimitado por las fechas tradicioEl medievalista es un hombre que sabe leer viejas escricriticar una donación, comprender francés antiguo. es, sin duda; pero no lo suficiente para satisfacer, enbúsqueda de divisiones exactas, una ciencia de lo real.

En la confusión de nuestras clasificaciones cronolcas se ha deslizado una moda que creo bastante recienpor ello más ínvasora y, en iodo caso, muy poco razonDe buena gana contamos por siglos.

Durante mucho tiempo extraña a toda denominacde un número exacto de años, esta palabra tenía originmente también sus resonancias místicas; acentos de la ta Égloga o del Dies Irae. Tal vez no se hubieran amor-tiguado del todo en h época en que, sin gran preocupaciónde precisión numérica, la historia se entretenía com

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1 4 0 EL ANÁLISIS HISTÓRICOcida en "el siglo de Periclcs" o en el de "Luis XIPero nuestro idioma se ha tornado mucho más severammatemático. Ya no nombramos los siglos según sus héLos numeramos, uno tras otro, muy sensatamente, de en cien años, partiendo de una vez por todas del añode nuestra era: el arte del siglo xm, la filosofía del xel "estúpido siglo xix". Estas figuras, con máscara aritica, se encuentran en todas las páginas de nuestros li¿Quién se puede alabar de haber escapado siempre aseducciones de su aparente comodidad?

Desgraciadamente, ninguna ley de la historia impque los años cuya milésima acaba con el número uno cdan con los puntos críticos de la evolución humana. ahí extrañas contorsiones de sentido. Hace tiempo leque sigue en una tarea escolar: "Es bien sabido el siglo xvm empieza en 1715 y termina en 178¿Candor? ¿Malicia? N o lo sé. En todo caso era pondescubierto ciertas rarezas del uso. Pero, tratándose de losofía del siglo xvm, podría decirse con mayor exacque empezó mucho antes de 1701: la "Historia de losOráculos apareció en 1687 y el Dicciotporio de Bayle en1697. Lo peor es que el nombre, como siempre, arracon él la idea y esas falsas etiquetas acaban por engacerca de la mercancía. Los medievalistas hablan del nacimiento del siglo XII." Evidentemente fue un gran mo-vimiento intelectual, pero al inscribirlo bajo esta rúse olvida demasiado fácilmente que principió en reahacia 1060, y así se escapan ciertas" conexiones esencEn una palabra, parecemos distribuir, según un ritmo

dular, arbitrariamente escogido, realidades a las que regularidad es completamente extraña. Es una arbitrdad que, naturalmente, hace daño. Hay que buscar m

Mientras nos limitamos a estudiar, en el tiempo, cnas de fenómenos emparentados, el problema es, en ssencillo. Es a esos fenómenos mismos a quienes conpedir sus propios períodos. ¿Una historia religiosa denado de Felipe Augusto? ¿Una historia económicareinado de Luis XV? ¿Por qué no: "Diario de lo aue

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EL ANÁLISIS HISTÓRICO I 4 Ien mi laboratorio bajo la segunda presidencia de Grépor Louis Pasteur? ¿O, inversamente: "Historia apli

de Europa, desde Newton hasta Einstein"?Sin duda, se ve muy claro por qué han podido seducilas divisiones sacadas uniformemente de la sucesiónimperios, reyes o regímenes políticos. Tenían no sel prestigio que una larga tradición suele asignar al ecicio del poder, "a esas acciones —decía Maquiavelque tienen el aspecto de grandeza propio de los actosgobierno o del Estado". Un advenimiento, una revción tienen su sitio fijo, en el tiempo, un año, un antes o después; ahora bien, el erudito gusta, a lo dicen, de "fechar finamente". Encuentra en ello, conapaciguamiento de un instintivo horror a lo difuso, gran tranquilidad de conciencia. Desea haberlo leído thaberlo compulsado todo, en cuanto a su tema se ref¡Qué a gusto se encontraría si ante cada legajo de arcpudiese, con el calendario en la mano, hacer la distrción: antes, durante, después

Sin embargo, tengamos cuidado de no sacrificarlo tal ídolo de la falsa exactitud. El corte más exacto nforzosamente el que pretende conformarse con la más

queña unidad de tiempo —en cuyo caso habría que prrir el segundo al día, como el año a la década—, sinmejor adaptado a la naturaleza de las cosas. Pero cadade fenómeno tiene su medida particular y, por decirlo su decimal específica. Las transformaciones de la estrusocial, de la economía, de las creencias, del compomiento mental no podrían plegarse sin deformación acronometraje demasiado exacto. Cuando escribo que modificación muy profunda de la economía occidenmarcada a la vez por las primeras importaciones en masade trigos exóticos y por el primer gran desarrollo de lasindustrias alemana y norteamericana se produjo más onos entre 1875 y 1885, hago uso de la única aproximaciónque autoriza este tipo de hechos. Una fecha que pretenser más exacta traicionaría la verdad. De la misma maque una estadística de promedio decenal no es, en sí

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1 4 2 EL ANÁLISIS HISTÓRICOma, más grosera que una media anual o semanal, sinosencillamente, expresa otro aspecto de la realidad.

Por otra parte, de ninguna manera es imposible afrioñ, que en la experiencia se complementen las fnaturales de fenómenos de orden aparentemente muverso. ¿Es exacto que el advenimiento del Segundo perio introdujo un nuevo período en la economía cesa? ¿Tenía razón Sombart al identificar la expansiócapitalismo con la del espíritu protestante? ¿Está ejusto Thierry-Maulnier al descubrir en la democrla "expresión política" de ese mismo capitalismo (que, en realidad, no sea exactamente el mismo) ? Por muydudosas que puedan parecemos estas coincidencias, nnemos el derecho de rechazarlas porque sí; pero no recerán, en su caso, mñs que a condición de no habersido postuladas de antemano. Evidentemente, las mestán en relación con las lunaciones; para saberlo, sinbargo, hubo que determinar separadamente las épocaflujo y las de la luna.

¿Trátase, al contrario, de caracterizar las etapas ssivas de la evolución social considerada en su integr

Es un problema de nota dominante. Aquí no se puedesugerir las vías por las cuales deba establecerse, al pala clasificación. No olvidemos que la historia es touna ciencia que se está haciendo.

Los hombres nacidos en un mismo ambiente sociafechas vecinas, sufren necesariamente influencias anáen particular durante su período de formación. La

riencia prueba que su manera de comportarse prescon respecto a grupos sensiblemente más viejos o jóvenes, rasgos distintivos generalmente muy claros; hasta en sus desacuerdos, que pueden ser agudísimos.sionarse por un mismo debate, aunque sea en senopuestos, es todavía parecerse. Esta comunidad de hproveniente de una comunidad de edades forma un

neración.A decir verdad, una sociedad es rara vez uniformedescompone en medios diferentes. En cada uno de

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EL ANÁLISIS HISTÓRICO 1 4 3las generaciones no siempre se superponen: las fuerzasobran sobre un joven obrero ¿actúan con igual intenssobre un joven campesino? Añádase, aun en las civiciones más compactas, la lentitud con que se propagan tas corrientes.

Mi padre, nacido en Estrasburgo, en 1848, solía cirme: "Durante mi adolescencia se era romántico en vincias, cuando ya París había dejado de serlo." Muveces, como en este caso, la oposición se reduce, ante toa una falta de sincronización. Hablamos de tal o cualneración francesa —pongamos por ejemplo—, evocauna imagen compleja y no sin discordancias, pero dque, como es natural, retenemos ante todo los auténtielementos directores.

En cuanto a la periodicidad de las generaciones, es

dente que, a pesar de los sueños pitagóricos de alguautores, no tiene nada de regular. Según la cadencia mmenos viva del movimiento social, los límites se estreo se separan. En la historia hay generaciones larg-as y ge-neraciones cortas. Sólo la observación permite darse cude los puntos en los que la curva cambia de orientacPertenecí a una escuela donde las fechas de ingreso

litan las referencias. Pronto me di cuenta de que, dmuchos puntos de vista, me sentía yo más cercano apromociones que me habían precedido que a las quesiguieron casi inmediatam ente. Nos hallábamos, mismaradas y yo, en el punto extremo de lo que puede llamarse—así lo creo— la generación del caso Dreyfusexperiencia de la vida no ha desmentido esta impres

Sucede, en fin, que forzosamente se interpenetran generaciones, pues no siempre los individuos reaccionala misma manera íespecto de las mismas influencias. Enuestros hijos, desde hoy, nos es bastante fácil disceen general y según las edades, la generación de la gude la que vendrá a ser, únicamente, la de la postgrra. Con una reserva siempre: en las edades que no todavía la adolescencia casi madura y que, sin embahan pasado de la primera infancia, la sensibilidad respde los acontecimientos del presente varía mucho con

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144- EL ANÁLISIS HISTÓRICOtemperamentos personales; los más precoces serán vderamente "de la guerra" y los demás permanecerán

orilla opuesta.La idea de generación es, pues, muy flexible, ctodo concepto que se esfuerza por expresar, sin defolas, las cosas humanas. Pero responde también a realid•muy concretas para nosotros. Hace mucho que la vutilizada como instintivamente por disciplinas cuya nleza las llevaba a rechazar, ante cualesquiera otras, las divisiones por reinados o por gobiernos: así, la historipensamiento o la de las fuerzas artísticas. Parece desta dar, cada vez más, el primer jalonamiento a un anrazonado de las vicisitudes humanas.

Pero una generación no representa más que una relativamente corta. Las fases más largas se llaman czaciones.

Gracias a Luciert Febvre, conocemos bien la hisde la palabra, inseparable, sin duda, de la historia didea. No se desprendió sino lentamente del juicio dlor. Más exactamente, se produjo una disociación. davía hablamos (aunque con menos seguridad, ¡ay ,nuestros mayores) de la civilización en sí como un y de la difícil ascensión de la humanidad hacia sus ncualidades; pero también de civilizaciones, en pluralson sencillamente realidades. Admitimos ahora, si spermite hablar así, la existencia de civilizaciones dcivilizados. Es que hemos reconocido que en una socsea la que sea, todo se liga e interdetermina: la estru

política y social, la economía, las creencias, las maniciones más elementales lo mismo que las más sutiles mentalidad. ¿Cómo llamar a este complejo, "en el sencual —escribió ya Guizot— vienen a reunirse todoelementos de la vida de un pueblo, todas las fuerzas existencia" ? Creado por el siglo xvm para expresar bien absoluto, el nombre de civilización, a medida qu

ciencias humanas se hacían más relativistas, se plegóturalmente, sin perder su antiguo sentido, a este nsentido realista. De lo que fue, conserva únicamen

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EL ANÁLISIS HISTÓRICO 1 4 5significación única, una como resonancia de simpatíamana cuyo valor no es despreciable.

La oposición entre civilizaciones aparece claramdesde el momento en quej en el espacio, el contrasttiñe de exotismo: ¿se negará hoy que existe una civición china y que difiere en gran manera de la europPero en los mismos lugares el acento mayor del comsocial puede también modificarse, más o menos len

violentamente. Cuando se ha operado la transformadecimos que una civilización sucede a otra. A veces,una sacudida llegada del exterior que se acompaña, pgeneral, de la inserción de nuevos elementos humanosentre el Imperio Romano y las sociedades de la Alta Media. A veces, por el contrario, se trata de un sencambio interior: por ejemplo, la civilización del Ren

miento, de la que tanto hemos heredado y de la que,embargo, cualquiera estará de acuerdo en pensar queno es la nuestra. Estas tonalidades diversas son, sin ddifíciles de expresar. No .podrían serlo por marbetesmasiado elementales. La comodidad de las palabras adas en ismo (Typismus, Konventionalismus) arruinó el en-sayo de descripción evolutiva, tan inteligente, que in

antaño Karl Lamprecht en su Historia de Alemania. Era yael error de Taine, en quien tanto nos extraña hoy especie de realidad personal limitada a la "concepciónminante". Sin embargo, el que ciertos esfuerzos hapodido fracasar no justifica la renunciación. Compela investigación introducir en sus distinciones una exacy una finura cada vez mayores.

En resumen, el tiempo humano seguirá siendo siemrebelde tanto a la implacable uniformidad como al fcionamiento rígido del reloj. Necesita medidas concordescon la variabilidad de su ritmo y que acepten muchas vporque así lo quiere la realidad, no reconocer por límsino zonas marginales. Sólo al precio de esta flexibilpuede esperarse que la historia adapte sus clasificacionlas "líneas mismas de lo real", según dijo Bergson, loes propiamente el fin último de toda ciencia.

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V

En vano pretendió el positivismo eliminar de la ciela idea de causa. Quiéralo o no, todo físico, todo biópiensa en términos de preguntas o respuestas. Los hriadores no podrían escapar a esta ley común del espUnos, como Michelet, todo lo encadenan en un gr"movimiento vital" en vez de explicar en forma lóotros hacen gala de su aparato de inducciones e htesis; en todas'partes está presente el lazo genético. Pno porque el establecimiento de relaciones de causa a constituya una necesidad instintiva de nuestro entemiento se ha de suponer que su búsqueda puede ser donada al instinto. Si la metafísica de la causalidad aquí fuera de nuestro horizonte, el empleo de la relacausal como herramienta del conocimiento histórico incontestablemente conciencia crítica.

Supongamos que un hombre camina por el senderouna montaña, tropieza y cae en un precipicio. Se necpara que sucediera este accidente, la concurrencia de número de elementos determinantes. Entre otros, la

tencia de la fuerza de gravedad, la presencia de un nivel, resultado, a su vez, de largas vicisitudes geológel trazado de un camino, destinado, por ejemplo, a pen comunicación un pueblo con sus pastos de verSerá, pues, perfectamente legítimo decir que si las lde la mecánica celeste fuesen diferentes, si la evción de la Tierra hubiese sido otro, si la economía

pestre no se fundara en la trashumancia, no hubiese do caída. Sin embargo, si se preguntara cuál fue su ccualquiera contestaría: el tropezón. No es que este acedente, fuese más necesario al acontecimiento;» muotros lo eran en el mismo grado. Pero entre todos, édistingue por varios caracteres muy marcados: fue el mo, era el menos permanente, el más excepcional en

orden general del mundo; en fin, en razón misma degeneralidad menor, su intervención parece ser la que146

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INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA 1 4 7biera podido evitarse más fácilmente. Por estas razonnos parece ligado al efecto de una manera más directadificilmente escapamos al sentimiento de que él solo produjo. A los ojos del sentido común, que, hablando causa, rara vez se despoja de cierto antropomorfismo, ecomponente de última hora,, este componente particulainopinado, viene a parecerse al artista que da forma a materia plástica ya perfectamente preparada.

En su práctica corriente no procede de otra maneel razonamiento histórico. Los antecedentes más constay más generales, por necesarios que sean, quedan senllamente subentendidos. ¿Qué historiador militar pensen incluir entre las razones de una victoria la gravición, de la que dependen las trayectorias de los obuso las disposiciones fisiológicas del cuerpo humano, sin

que los proyectiles no herirían mortalmente? Los antedentes algo más particulares, pero dotados todavía de cta permanencia, forman lo que se ha convenido en llamlas condiciones. La más especial, la que en el haz de fuerzas generadoras representa, en cierta manera, el emento diferencial, recibe preferentemente el nombre causa. Se dirá, por ejemplo, que la inflación del tiem

de Law fue la causa del alza global de los precios. existencia de un medio económico francés ya homogéy bien ligado será únicamente una condición. Porque facilidades de circulación que, al prodigar los billetes todas partes, sólo permitieron el alza, habían precedido inflación y la sobrevivieron.

Nadie puede dudar que en esta discriminación rside un principio fecundo de investigación. ¿Para qué sistir sobre sus antecedentes casi universales? Son bomuo demasiados fenómenos para que merezcan figurar engenealogía de ninguno de ellos en particular. Demasisé, de antemano, que no habría incendios si el aire no ctuviera oxígeno; lo que me interesa, lo qué pide y justifun esfuerzo de investigación, es determinar cómo ha prdido el fuego. Las leyes de las trayectorias valen paraderrota y para la victoria; las explican las dos; son, pu

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14-8 INTRODUCCIÓN A LA HISTORIAinútiles para la explicación adecuada de la una o dotra.

Pero no se podría elevar a lo absoluto sin peligro clasificación jerárquica que no pasa de ser, en verdaduna comodidad del espíritu. La realidad nos presentacantidad casi infinita de líneas de fuerza que convetodas hacia un mismo fenómeno. La elección que hacentre ellas puede, en la práctica, fundarse en caracteresdignos de atención; no por ello deja de ser una elecExiste, por ende, mucho de arbitrario en la idea de causa por excelencia opuesta a las sencillas "condicioEl propio Simiand, tan riguroso y que intentó prim(creo que en balde) definiciones más estrictas, pahaber acabado p.or reconocer el carácter completamrelativo de esta distinción. "U na epidemia —escritendrá como causa, para el médico, la propagación dmicrobio y, como'condición, la suciedad y.la mala lud, engendradas por el pauperismo; para el socióloel filántropo, el pauperismo será la causa y los facbiológicos la condición." Es admitir de buena fe la sdinación de la perspectiva al ángulo propio de la aguación.

TengamoS cuidado, porque la superstición de la cúnica, en historia, es a menudo la forma insidiosa dbúsqueda del culpable; es decir, del juicio de valor. quién es la culpa o el méri to?", dice el juez. El sse contenta con preguntar: "¿"Por qué?", y acepta qucontestación no es tan sencilla. Prejuicio del sentidomún, postulado de lógico o tic de magistrado instruel monismo de la causa no sería más que un estopara la explicación histórica, que busca haces de ondassales y no se espanta de que sean múltiples, ya que la los muestra así.

Los hechos históricos son, por esencia, hechos pslógicos. Es, pues, en otros hechos psicológicos donde h

normalmente sus antecedentes. Sin duda los destinosmanos se insErtan en el mundo físico y sufren su pSin embargo, allí donde la intrusión de esas fuerzas

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INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA I 4 9riores parece más brutal, su acción sólo se ejerce orientapor el hombre y su espíritu. El virus de la peste negr

fue la causa de la despoblación de Europa, pero la epidmia sólo se propagó tan rápidamente por ciertas condiciosociales —es decir, en su naturaleza profunda, mentalesy sus efectos morales se explican únicamente por las pdisposiciones particulares de la sensibilidad colectiva.

Sin embargo, no sólo hay psicología de la concienciclara. Leyendo ciertos libros de historia se creería que

humanidad está compuesta únicamente de voluntades rgidas por la lógica, para quienes sus razones de obrar tuvieran jamás el menor secreto. Frente al estado actude las investigaciones acerca de la vida mental y sus oscras profundidades, hay una prueba más de la eterndificultad que experimentan las ciencias para seguir sienexactamente contemporáneas unas de otras. Es, igualmen

repetir y amplificar el error, sin embargo tantas vecedenunciado, de la vieja teoría económica. Su homo oeco-nomicus no era sólo una sombra vana porque se le suponíaocupado exclusivamente de sus intereses: la peor ilusiconsistía en imaginar que él pudiera adquirir una idea tclara de esos intereses. Napoleón decía ya: "No hay namás raro que un propósito." ¿Se creerá que la pesad

atmósfera moral en que estamos sumergidos en este mmento señala en nosotros únicamente al hombre de ldecisiones razonables? En historia, se falsearía gravemenel problema de las causas si se le redujera, siempre y etodas partes, a un problema de motivos.

Por otra parte, ¡qué curiosa antinomia en las actitudesucesivas de tantos historiadores ¿Se trata de asegurarde si tuvo verdaderamente lugar un acto humano? Nsaben cómo extremar los escrúpulos. Ahora bien, si pasa las razones que motivaron ese acto, se satisfacen con cuquier apariencia, fundada de ordinario en uno de esoapotegmas de psicología trivial, ni más ni menos ciertque sus contrarios.

Dos críticos de formación filosófica, Georg Simmeen Alemania y Francpis Simiand en Francia, se divirtier

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I 5 0 INTRODUCCIÓN A LA HISTORIAdesenmascarando algunas de esas peticiones de prinLos hebertistas, escribe un historiador alemán, prise pusieron de completo acuerdo con Robespierre porqdoblegaba a todos sus deseos; después se apartaron porque lo juzgaron demasiado poderoso. Es —observsustancia Simmel— sobrentender estas dos proposicuna ación bienhechora provoca el reconocimiento, y ngusta que nos dominen. Sin duda, estas dos proposicno son forzosamente falsas, ni forzosamente justas tamporque ¿no podría sostenerse con igual verosimilitud quna sumisión demasiado grande a las voluntades de untido exija en él más desprecio que gratitud por esa lidad? Y, por otra parte, ¿no se ha visto jamás adictador ahogar hasta la menor veleidad de. resistencidiante el temor que inspira su porler? De la autoridad

un escolástico que tiene "nariz de cera, que lo mismtuerce a la izquierda que a la derecha". Lo mismo sucon las pretendidas verdades psicológicas del sentido c

En el fondo, el error es análogo a aquel en queinspiraba el pseudodeterminismo geográfico, hoy devamente arruinado. Sea en presencia de un fenómenmundo físico o de un hecho social, las reacciones hum

nada tienen de movimiento de relojería, siempre orieen el mismo sentido. Pese a lo dicho por Renán, elsierto no es obligatoriamente "monoteísta", porque losblos que lo recorren no aportan todos la misma alma espectáculos. La escasez de aguadas ocasionaría, en quier lugar, el agrupamiento del habitat rural y su abun-dancia la dispersión, si fuese verdad que la principal

ocupación de los campesinos estuviera constituida pproximidad de fuentes, pozos o estanques. En realsucede que prefieren reunirse por motivos de seguridde ayuda mutua, o-por sencillo gusto gregario, en cuaparte donde haya una fuente; o inversamente (comociertas regiones de Cerdcña), cada quien establece suvienda en el centro de su pequeña propiedad, aceptaal precio de esa dispersión, que les viene de adentro, lcaminatas hacia el agua escasa. En la naturaleza, ¿no hombre la gran variable por excelencia?

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INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA I 5 ISin embargo, no nos engañemos. La equivocación

en este caso en la propia explicación; reside por entersu apriorismo. Aunque los ejemplos, hasta hoy, no parmuy frecuentes, es posible que en ciertas condicioneciales la repartición del agua decida, más que otra cosahabitat. Lo seguro es que no lo decide necesariamenNo es imposible que los hebertistas hayan auténticamobedecido a los motivos que les atribuía su historia

El mal fue considerar esta hipótesis como cierta por lantado. Había que probarlo. Y, una vez obtenida prueba —que no debe considerarse sectariamente imticable—, todavía había que preguntarse, ahondando en el análisis, por qué, entre todas las actitudes psicolóooncebibles, fueron éstas las que se impusieron al grPorque, dado que una reacción de la inteligencia y d

sensibilidad no es nunca independiente, exige, sí se duce, que se esfuerce uno en descubrir sus. razones. Pdecirlo todo en una palabra, las causas, en historia que en cualquier otra disciplina, no se postulan jamSe buscan...

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APÉNDICE

CÓMO APARECÍAN LOS MANUSCRITOS ESTA OBRA

Preparar para la publicación un manuscrito no terminado, al su autor no ha podido dar el último retoque y cuyas partes, quhabía dado a mecanografiar, habrían sido objeto seguramenteuna última revisión antes de ser enviadas a la imprenta, es tarea delicada y propia para suscitar muchos escrúpulos. ¡qué pueden pesar estos escrúpulos al lado de la satisfacciónprocura la revelación de una hermosa obra, aun mutilada? MBloch, como yo mismo, pensaba desde hace mucho poner ensus ideas acerca de la historia. Muchas veces me he dichoamargura que mientras todavía era tiempo debimos asociarnos dar a los jóvenes un Langlois et Seignobos que hubiera sido elmanifiesto' de otra generación y la traducción de un espíritu distinto. Es ya demasiado tarde. Al menos Marc Bloch , cuandacontecimientos le deiviaron de su ruta, intentó por su parte lizar un proyecto que habíamos discutido jun tos. En otra partcontado cómo, movilizado en un Estado Mayor en Alsacia, portando de mala gana la ociosidad de la drile de guerre, entróun día en la primera tienda que encontró, en Molsheim, yproveyó de un cuaderno escolar, semejante, sin duda, al que HPirenne, deportado en otro pueblo, muy en el interior de Alemutilizó para escribir la Historia de Europa. En la primera página ,

Bloch escribió un titulo:

HISTORIA DE LA SOCIEDAD FRANCESA EN EL MARCO CIVILIZACIÓN EUROPEA

Tras lo cual escribió la dedicatoria:

A LA MEMORIA DE HENRI PIRENNEQUE EN LA ÉPOCA EN QUE SU PAÍS COMBATÍA AL LAD

MÍO POR EL DERECHO Y LA CIVILIZACIÓNESCRIBIÓ EN EL CAUTIVERIO UNA HISTORIA DE EU

Después redactó, según su costumbre, una introducción:

REFLEXIONES PARA UN LECTOR INTERESADO EN EL MÉa la que siguieron cierto número de páginas que se conservan m

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APÉNDICE 153critas y que componen un capítulo titulado: Nacimiento de Franciay de Europa.

Los acontecimientos que Bloch relató en su Extraña Derrotainterrumpieron ese trabajo. Y cuando, de vuelta en Francia, después del trágico circuito Dunkerque-Londres-Bretaña, Bloch se pude nuevo a trabaj ar, fue para componer su Apología de la Historia.*¿Desde cuándo exactamente? N o puedo decirlo con precisión. Dpongo de una primera fecha: léese al pie de la conmovedora págique Bloch compuso en recuerdo mío . Fougiéres, Creuse, 10 mayo de 1941 .1 Y en una hoja suelta inserta en uno de loslegajos se lee lo que sigue:

Estado del trabajo: 11 de manto de 1942

1. Por escribir, para acabar IV, generalidades, civilizaciones y releerlo.

2. Pasar a V (cambio, experiencia).

10 de mayo, ri de marzo del 42: Mespués de esta fecha, Bloch tuvo'tiempo, en efecto, para acabar el capítulo IV y empezar el captulo V, al que nó dio título defini tivo. Y eso fue todo.

(Cóm o habría terminado Bloch su libro? Entre los papeles qume fueron remitidos no encontré ningún plan del libro proyectapuesto al día . O, mejor dicho, sí. Descubrí uno, pero anterior trabajo de realización y que difiere notablemente del plan finalmente

seguido por Marc Bloch . Se prevén en él siete capítulos, que intula respectivamente:

I. £1 conocimiento histórico: pasado y presente.II. La observación histórica.

III. £1 análisis histórico.IV. £1 tiempo y la historia.V. La experiencia histórica.

VI. La explicación en la historia.VII. El problema de la previsión.

Como conclusión, Bloch proyectaba escribir un Estudio acerca delPapel de la Historia en la Ciudad y en la Enseñanza. Y pensabaconsagrar un apéndice a la Enséñanos de la Historia.

Las diferencias que presenta este programa con el que finalmenejecutó el historiador no necesitan ser subrayadas. Si, en genera l, materia prevista para los cinco primeros capítulos se vuelve a en-

* Apologie de l Histoirc ou Mé/ier ¿ historien es el título fran-cés de esta obra, que hemos sustituido en nuestra versión por el Introducción a la Historia. [T. ]

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154 APÉNDICEcoatrar en loe cuatro primeros capítulos acabados de la Apología esevidente que Bloch debía tratar todavía del azar, del problem

individuo, del problema de los "actos y hechos determinantes" último, de ese problema de la "previsión" al que debía consagraun capítulo. En suma, podemos ver, según todos estos datosposeemos mis de las dos terceras partes de la obra que quedconclusa. T al vez no sea inútil transcribir aquí este fin de p rono ejecutado:

V I . JLA EXPLICACIÓN EN LA HISTORIA

A manera de introducción: la generación de los escéptieos {y cien-tíficos).i. La noción de causa. Destrucción de la causa y del motivo (el

inconsciente). El romanticismo y lo espontáneo.2. La noción del azar.3. El problema del indiv iduo y de su valo r diferencial. Acce

m ente , las épocas docu men talmente sin individuos. ¿Es la toria solam ente una ciencia de los hom bres en sociedad? historia-masa y las minorías.4. El problema de los actos o hechos "determinantes"*

V I I . EL PROBLEMA DE PREVISIÓN

1. La previsión, necesidad mental.2. Los errores ordinarios de la previsión: la con jetura econó mica,

la historia militar.

3. La antinomia de la previsión en materia hu m an a: la previsiónque se destruye por la previsión} papel de la toma de cciencia.

4. Previsión a breve plazo.5. Las regularidades.6. Esperanzas e incertidumbres.

Hay que lamentar profundamente la ausencia de notas más cisas y más detalladas de Bloch acerca de las últimas partes dlibro. Hub iesen sido on giria lísim as. Aunque yo conocía bien su samiento —que es el mío— - acerca de las cuestiones plantea daspor el capítulo vil, nunca hablamos, en cambio, me parece, ade ese problema de la previsión que con mucho sentido y orilidad Bloch se prometía tratar al final de su obra, y que tal hubiera sido lo más estrictamente personal de todo el conju

He tenido a la vista, para fijar el texto que se acaba de

impreso, tres gruesas carpetas, cada una de las cuales compreun ejempla r casi com pleto del texto que había de publicarse. ejemplares constan en gra n parte de ho jas m ecanografiadas entrcuales se insertan otras escritas de puño y letra de Marc Bl

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APÉNDICE 155las mas de las veces al dorso de un primer texto tachado por

Mi trabajo de preparador del original consistió esencialmente, componer, con estos tres ejemplares, uno básico y completo ctodas las correcciones manuscritas hechas por el propio Marc BloNingu na adición, ninguna corrección, ni siquiera: de pura forma, ha hecho al texto de Bloch; en este Cuaderno se hallará impresoel texto íntegro y puro.

La obra debía llevar referencias. N o hemos encontrado m ás qalgunas notas, de puño y letra de nuestro amigo. Se hallarán a cotinuación. No creímos deber Henar esta laguna. £1 trabajo, enormeün gran interés, hubiese presentado problemas insolublet a cadpaso.

Tengo que agregar que los tres ejemplares a que me he referidacaban todos de la misma manera y con la misma frase: Las cau-sas, en la historia más que en ninguna otra disciplina, no se potulan jamás. Se buscan...

No me incumbe estudiar el pensamiento de Bloch acerca de

historia —por las razones que expresa tan afectuosa y puedo deque tan excelentemente en la página que me dedicó al principio su libro—. No haré más que una observación: Ni una sola vesalvo error, aparece en el libro la palabra evolución.

Y, en fin, ya que se trata de dedicatoria, de píos recuerdos, npuedo menos de decir esto:

Hay alguien a quien Marc Bloch con toda seguridad hubiesdedicado, antes de desaparecer, una de las grandes obras que todavesperábamos de él: una mujer que rodeó a Marc Bloch y a suhijos de gran ternura y le sirvió como secretaria y auxiliar esus trabajos con extraordinaria abnegación. Sien to como una obgación a la q'ie nada •—ni tan siquiera ese sentimiento de pudsentimental que tan fuerte era en Marc Bloch— puede impedirmobedecer; siento como un deber la necesidad de escribir aquí el nobre de la señora Marc Bloch, muerta por la misma causa que smarido y en la misma fe francesa que él.

LUCIEN FEBVRE

[Marc Bloch nació en Lyon el 6 de julio de 1886. Murió posu patria, fusilado por los alemanes, el 16 de julio de 1944, en -.ICTJM al norte de Lyon.]

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ALGUNAS NOTAS MANUSCRITAS

DE MARC BLOCH1 En lo cual me opongo, desde el principio y sin habérmelo p

puesto, a la Introducción a los Estudios Históricos de Langlo is yScignobos. £1 pasaje que acaba de leerse estaba escrito desde haya mucho tiempo cuando hallé en la Advertencia de esa obra (pági-na xu ) una lista de Cuestiones ociosas . Sin duda, este problema es distinto de casi todos los que conciernen a la razón de ser de nutros actos y de nuestros pensamientos: los espíritus que por naturalles permanecen indiferentes — o que han decidido voluntariameserlo— comprenden siempre con dificultad que otros espíritus halen ellos el tema de reflexiones apasionadas. Sin embargo, ya queme ofrece la ocasión, creo que es mejor fijar desde ahora mi poción frente a un libro con razón notorio y al que el mío, escrito plo demás con otro plan y mucho menos desarrollado en algunas sus partes, no pretende reemplazar de ninguna manera. Fui discípude sus dos autores y especialmente de Seignobos. Me dieron, u

y otro, pruebas destacadas de su aprecio. Mi educación primera demucho a sus enseñanzas y a sus obras. Pero ambos no nos enseñasolamente que el historiador tiene como primer deber la sinceridsino que tampoco disimulaban que el progreso mismo de nuestrosestudios está hecho de la contradicción necesaria entre generacionede investigadores. Permaneceré, pues, fiel a sus lecciones, criticdoles allí donde lo juzgue útil, muy libremente; tal como deseo un día me critiquen mis alumnos a su vez.

2 £1 francés antihistoriador: Cournot, Recuerdos, p. 43 , acercade la ausencia de todo sentimiento realista a fines del Imperi

.. .Para la explicación del hecho singular que nos ocupa creo qtambién hay que tener en cuenta la escasa popularidad de nuestrhistoria y el débil desarrollo que tuvo entre nosotros en las clasinferiores el sentimiento de la tradición histórica a consecuencia causas que sería demasiado largo analizar.

3 Fragmento de esta nota sobre una hoja suelta. El principise ha perdido: [ t a l como lo demostró] Lucien Febvre, es la his-toria misma la que, interrogada sobre la línea que el desarrollo la humanidad no ha dejado de seguir, se encarga de darles el mflagrante mentís. N o sólo cada ciencia, considerada aparte, encuetra en los tránsfugas de los sectores vecinos los artesanos mejoresmenudo, de sus éxitos. Pasteur, que renovó la b iología , no era bió logo — y bien se lo hicieron ver durante su vida— , de la mismanera que Durkheim y Vidal de la Blache, que dejaron con sestudios históricos de principios del siglo xx una huella incomparabmente más profunda que la de cualquier especialista, eran: el prmero, un filósofo pasado a la sociología; el segundo, un geógray ni uno ni otro se contaban entre los historiadores patentados.

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APÉNDICE 157* Fustel de Coulanges, Lección de apertura de curso de 18

en la Revue de Synthesc historique, t. II , 19 01 , p. 243-, M ichelet,curso de la Escuela Normal, 1829, citado por G. Monod, La Yieet la Pensée de Jales Michelet, t . I, p. 12 7: "N os ocuparemos con-juntamente del estudio del hombre individual, lo que será filosofídel estudio del hombre social, lo que será historia." Conviene añque, más tarde, Fustel dijo, en una fórmula más ajustada y más na, cuyo desarrollo, que acaba de leerse, no hace en suma más dar un comentario: "La historia no es la acumulación de los acocimientos de todo orden que se han producido en el pasado. Es

ciencia de las sociedades humanas .»' Pe ro tal vez es reducir exceso la parte del individuo en la historia i el hombre en socie-dad y las sociedades no son dos nociones exactamente equivalen

5 " U na vez m ás, no el hom bre, nunca el hom bre. Las socdades humanas, los grupos organizados", Lucícn Febvrc, La Terreet l'Évolution húmame, p. 20 1.

B Prefacio a las Accessiones Historicae (1 70 0) , Opera, ed. Du-tens, t. IV, 2, p. 53: "Tria sunt quae expetimus in Historia: prmum, voluptatem nos cendi res singulares; deinde, utilia in privitae praecepta; ac denique origines praesentium a praeteritis retitas, cum omnia optime ex causis nos cantur."

7 En m¡ juventud oía a un muy ilustre erudito, que fue direcde l'École des Chartes, decirnos con bastante orgullo: "Con veinteaños de diferencia, fecho sin error la letra de un manuscrito." olvidaba sino una cosa: muchos hombres, muchos escribas, viven de cuarenta años, y, si a veces la letra se modifica SI envejecer, rvez es parar adaptarse a las nuevas escrituras amb ientes. Debió

ber, en los alrededores del año 1200, escribas sexagenarios que ebían to da ví a como se les había enseñ ado a hacerlo hacia 1 150 . realidad, la historia de la escritura está extrañamente atrasada crespecto a la del lenguaje. Espera su Diez o su M ei lle t.

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Í N D I C E

A Luden Febvre, a numera de dedicatoria 7Introducción 9

1. La historia, los hombres y el tiempo 21I. La elección del historiador 21

II. La historia y los hombres -. . 22III. El tiempo histórico 26IV. El ídolo de los orígenes 27V. Los límites de lo actual y de lo inactual. . . .

VI. Comprender el presente por el pasado . . . . 3VII. Comprender el pasado por el presente . . . . 3

II. La observación histórica 42I. Caracteres generales de la observación his-tórica 42

II. Los testimonios 51III. . La transmisión de los testimonios 58

III . La crítica 65I. Bosquejo de una historia de método crítico

II. La persecución de la mentira y del error. . . 7111..Ensayo de una lógica del método crítico . . .

IV. El análisis histórico 108I. ¿juzgar o comprender? 108

II. De la diversidad de los hechos humanos a launidad de las conciencias 112

III. La nomenclatura 121

V. 146APÉNDICE

Cómo aparecían los manuscritos de esta obra . . . 1Algunas notas manuscritas de Marc Bloch 15>59

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Este libro se terminó de imprimirel 22 de junio de 1982

en la Imprenta de los Buenos Ayres S.ARondeau 3274, Buenos Aires, Argentina

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Como el eminente historiador belga Henri Pirenne durante la mera Guerra Mundial, el notable medievalista francés Marc Bfue durante la segunda conflagración víctima del invasor de su paSólo que en este último caso la barbarie bélica alemana tuvo unsenlace funesto, pues Marc Bloch, prisionero de guerra, fue fusien 1944. Y del mismo modo que la prisión sirvió a Pirenne de sión para escribir, en condiciones extraordinariamente difícilesHistoria de Europa desde las invasiones hasta el siglo XVI, tambiénMarc Bloch aprovechó su reclusión para reflexionar sobre su proficio con lucidez y agudeza. Fruto de esa reflexión es su inacabApolopje pour l'Histoire ou Métier d'historien, que la mano amiga deLuden Febvre ha salvado para la posteridad.

La obra de Bloch constituye una verdadera Introducción a la histo-

ria y como tal preferimos ofrecerla al lector de expresión castellEn ella se tratan algunos de los problemas de mayor importanciara cuantos se preocupan por el tema, lo mismo filósofos que histdores o lectores atentos.

He aquí, pues, un sugestivo estímulo para el pensamiento y lección de rigor científico.