blanco ni el orujo por josé antonio martín otín petón

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Un recorrido histórico de la mano de Miguel San Román, una las figuras más importantes del Atlético de Madrid.

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Blanco ni el orujo

Las cuatro vidas de San Román

José Antonio Martín Otín

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BLANCO NI EL ORUJOlas cuatro vidas de san román José Antonio Martín Otín, Petón

Miguel San Román es toda una leyenda del Atlético de Madrid. Fue porterotitular apenas una temporada de las doce que formó parte del equipo, sinembargo por su carácter, influencia y liderazgo está considerado entre losatléticos como uno de los grandes de la historia del club.

Todo el mundo tiene tres vidas, decía García Márquez: la pública, la privaday la secreta. San Román nos cuenta las tres y alguna más de la mano de otroatlético, Petón, que ha sabido escucharle como nadie y ha trasladado al papelsu estilo y gracia insuperables.

En las vidas de San Román aparecen figuras como Luis Aragonés, Gárate,Ufarte, Calleja o Adelardo, que sentaron cátedra entre el mítico Metropolitanoy el Vicente Calderón. Por aquí también desfilan Urtain, Carrasco y el granMuhammad Alí en los años que fue empresario de boxeo.

Están los tiempos de noche, entre el flamenco y el humo del tablaoCanasteros, donde una madrugada podías encontrarte a Roman Polanski oa Bobby Charlton. Están Di Stéfano, Adolfo Suárez, Gento, Perón… Y tambiénestán sus amores: los públicos, los privados y los secretos.

ACERCA DEL AUTORJosé antonio martín otín, Petón, es futbolista, representante de jugadores,periodista y escritor. Comentarista deportivo en radio y televisión, con el pro-grama El fútbol tiene música, de Radio Marca, exploró la otra historia deldeporte, episodios y personajes singulares que Córner recogió en un librocon el mismo título editado en 2011. También es autor de El hombre al queKipling dijo sí, La desesperación del té (27 veces Pepín Bello) y un estudiosobre el escritor Tomás Borrás, en colaboración con Javier Barreiro y MiguelPardeza, que introduce la reedición de sus Cuentos gnómicos.

ACERCA DE EL FÚTBOL TIENE MÚSICA«Petón habla y le sale fútbol. Pero cuando creías que la cosa terminaba enfuera de juego saca una historia como un desmarque y vuelves a empezar.Sucede así en su nuevo libro, El fútbol tiene música.»ANTONIO LUCAS, EN EL Mundo

«Martín Otín es Petón. […] Y, además, cuenta historias de fútbol como nadie:con una veta literaria que ensalza la desmesura y lo real: maravilloso.»ANTÓN CASTRO, EN EL HEraLdo dE aragón

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A mi madre, Angelita de Lerés, que se hizo del Atleti por amor.

Y a sus otros colchoneros: Pepe, Elena, Anucha y Sergio.

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LA PRIMERA VIDA DE SAN ROMÁN

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San Román nació con trece años la tarde en que su her-mano Emilio le dijo ponte el abrigo que nos vamos alMetropolitano. Los desmontes madrileños que iban dela casa familiar cercana a Moncloa hasta donde los Cua-tro Caminos se confunden con la Ciudad Universitariafueron un continuo preguntar: ¿Emilio, seguro quejuega Argila de portero? ¿Y Ben Barek, Emilio? ¿Y ha-brá mucha gente, Emilio, habrá mucha gente? Sesentamil hubo aquella tarde en el estadio. San Román naciócon olor a humo de puro; gritos sincopados: pipas, cara-melos, chicles; mucha gente al lado con un carnet libre-tilla de cartón cuero que llevaba una foto y sobre ella unescudo con un oso y un madroño; unos señores queamenizaban la espera yendo y viniendo por el campometidos en unas letras gigantes que sumadas dabanOKAL; una hermosa pradera verde brillante y un tinteen dos colores que desde ese día de su nacimiento lepintó el corazón de rojo y blanco con trazo indeleble.San Román nació con trece años el día en que el Atléticode Madrid y él se conocieron.

Miguel San Román Núñez nació a la edad de todo elmundo en Mombuey, provincia de Zamora, la prima-vera del 38; España en guerra. Su familia había llegadoal pueblo, comarca de La Carballeda, proveniente de Ga-licia con afán de quedarse, igual que los Caballeros de laOrden del Temple siglos atrás. Pero los templarios se

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fueron como se fueron, que en ese punto la Historia escruda, y la familia San Román también. Por etapas sefueron, Miguel el último. Así que no es de extrañar queapretado de nostalgia se tirara un año llorando por nooler el Prao Virón, no bañarse en el Arroyo Valchano yno ver en los amaneceres limpios la gemela imponenciadel Padornelo y La Canda. Y los amigos del pueblo,claro. Y la primera niña que le pellizcó por dentro en lamitad del pecho.

Sin reparar en añoranzas, Miguel fue matriculado abotepronto en las Escuelas Pías del barrio, las de SanFernando entre Gaztambide y Joaquín María López. Alos nuevos en el cole les pueden salvar tres cosas: caerlebien al malo de la clase, ser listo como un demonio o ju-gar bien al fútbol. El de Zamora paraba fenomenal, unabendición para él y para el equipo escolapio; solo hayalgo que se cotice tanto como un regateador a esas difí-ciles alturas de la vida: sí, un guardameta. Los porterosniños si son excepcionales tienen licencia para ser chu-litos. Incluso.

Ser portero le ayudó a llevar el trago madrileño.Pero el espigado y muy vivo palanquino (así los deMombuey) seguía llorando por las noches. El llanto sele quitó a batazos. Literalmente. Su calle arriba daba conel Campo de las Calaveras, donde se jugaba al fútbol, alrescate, a policías y ladrones, a dólar, al bote botero y acualquier disparate en movimiento que pudiera salir delas mentes infantiles. También era zona bélica, puedeque en su área de combate que incluía el Cerro del Pi-miento se dieran las dreas más salvajes que se han vistoen Madrid, pues a las piedras volanderas podía acompa-ñar perfectamente la tibia de un clérigo, el húmero deun brigadier o la pelvis de un ama de cría de la casa real.Aquel descampado donde iba a olvidar su melancolíaMiguel San Román, 13 años, guardameta y emigrante,era un baldío que sin embargo hubiera dado buena co-

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secha, algún hortelano listo lo supo en tiempos: ente-rraba restos que no habían trasladado de los cuatro ce-menterios que se alineaban en esa zona de Madrid,abono chamberilero: hasta Larra estuvo sepultado allí.Pero ahora era valle de juegos. Y los más pipis habíanincorporado el último que llegaba de América y que te-nía que triunfar seguro, igual que había triunfado elcine que venía del mismo sitio: el béisbol.

Una mañana llegó uno de los futbolistas con el palode madera, redondo, más flaco por la base que a mitadde cepa donde se volvía grueso; cualquiera que viera latranca tenía inmediatas ganas de darle a una bola conella. Esto se llama bate, y en lugar del partido de cadadía, aquella mañana hubo béisbol; alinearon el solar enforma de rombo y pusieron cuatro piedras en cada finalde ángulo: las piedras se llaman bases, dijo el del bate le-yendo un librillo que venía en el paquete con el madero,una bola de cuero y un guante rarísimo, regordete, al-mohadillado por dentro y de color marrón, que por lovisto servía para trincar la bola cuando el del bate acer-taba a darle. Tampoco era tan complicado. Conocidas lasreglas y robadas las mañanas de verano al fútbol quepasó a las tardes, poco a poco fueron llegando otrosguantes rudimentarios comprados en El Rastro, que noconoce lo imposible, elaborados por mano propia o di-rectamente sustituidos por dos guantes normales su-perpuestos. Todo valía para cazar la bola en vuelo.

En el negociado de Miguel lo mejor de todo era quepor ecuación matemática disminuían a la mitad los ra-tos de melancolía porque se multiplicaban por dos losdeportes a practicar. Al fútbol jugaba con el equipo cala-sancio en las competiciones del Frente de Juventudes,para el béisbol vino al pelo que la Gimnástica decidieraformar equipo con los chavales que jugaban en elCampo de las Calaveras, al pie de lo que sería poco des-pués el Estadio Vallehermoso. Al cabo, la Gimnástica era

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el equipo del barrio y de su solera polideportiva dabanidea los numerosos trofeos conquistados en fútbol añosatrás y el sobrenombre bien ganado: La Veterana; here-daba las glorias de la Real Sociedad Gimnástica Espa-ñola, que abandonó la primera línea del balompié por suoposición al profesionalismo, tesis en la que siempre es-tuvieron jugadores como René Petit, que despreciabansin recato a los que cobraban.

En la Gimnástica había militado como defensa donGregorio Marañón, otros dicen que en el Victoria, tantoda, que tras partirse una pierna desaconsejó la prácticaabusiva del deporte. Qué razón tenía y cómo me duelela espalda. En el campo de la Gimnástica próximo a laCárcel Modelo boxeó Luis Buñuel por el Campeonatode Castilla de los Pesados contra un Hernández Coro-nado. No se dieron ni media y el cronista del combate,Pepín Bello, que para la ocasión era el toallero aguadormánager preparador masajista representante y hombrede la esquina del fornido calandés, aseguró toda su vida,ciento tres años de memoria luminosa, que no descalifi-caron a ambos por falta de combatividad debido a quetras ese combate esperaba la final y uno de los dos debíapasar porque solo había inscritos cuatro Pesos Pesados.Como no había decisión, los jueces propusieron un alar-gue, ¿de cuánto? preguntaron a los dos pacifistas; uno odos más dijo Coronado; once, once rugió Buñuel, que deinmediato fue descalificado por insensato.

Con esos precedentes, desdén por el profesiona-lismo, cobijo de intelectuales, de la Gimnástica podía es-perarse una leva de paladines de la cultura pero nograndes empresas deportivas que para esas hace faltacaja. Y sí, de su equipo de béisbol saldría el escultor Da-mián Gironés (que empezó por esculpirse a sí mismo:fue uno de los primeros culturistas de Madrid) y Mi-guel San Román, un artista. Ellos dos y el resto de losautodidactas beisbolistas de la Gimnástica juvenil se pa-

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saron en bloque al Real Madrid con el que fueron Cam-peones de Castilla y tras la fase final en Barcelona, tam-bién de España. Miguel San Román, ese artista, eludecomentar tal parte de su historia en un alarde de modes-tia y la califica de irrelevante, insignificante e insípida.

Bueno, de algunas cosas me acuerdo: jugábamos encampos de fútbol, el de La Elipa no existía, y vencíamossiempre. El único que nos daba guerra era el Piratas queluego se hizo fuerte en el béisbol nacional. Yo no vi undiamante reglamentario con sus bases fijas hasta la finaldel Campeonato de España en Montjuic, que era unapreciosidad de instalación, hecha a conciencia. Mi posi-ción estaba entre la segunda y tercera base, shortstop oparador en corto se llaman los que juegan ahí. Se tratade frenar la bola cruzada que sale del bateador, pues casitodos son diestros y la mandan a esa zona por movi-miento natural. La verdad es que me salía: era mejor albéisbol que al fútbol; lo que sucedía es que del fútbol megustaban más dos cosas: la primera, todo; y la segunda,que al fútbol jugaba con mis colores y al béisbol con losde la contra.

Vamos, que prácticamente se me ha borrado del cale-tre y que de ese tiempo lo único que me viene a la me-moria es que mi hermano Emilio, no sé como lo hizo,Emilio, se las ingenió para llevarme a probar al Atleti,ahí, al Campo de la Federación que estaba detrás delMetropolitano, me preguntaron la edad, respondí 15,me dijeron pues entonces no que eres pequeño, tienesque tener 16 para jugar pero ya que estás, ponte. Mepuse y se les olvidó la edad, me ficharon de golpe. Gui-jarro, Pirulo, que era el entrenador, me chutó unos ba-lones después del partido y cuando salí del vestuario, mihermano me dijo, vamos a Barquillo. ¡A las oficinas delAtlético de Madrid! Como no había ni infantiles ni ca-detes ni nada para los chavalines, ahí que me quedé, ju-gando amistosos durante un año, menor que todos pero

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bien visto. Ya era del Atleti y no solo para animar. Ya seme había abierto la puerta de los sueños para agarrarloscomo balones.

Qué contento estaba Emilio.Está bien vivir entre olores agradables, deja un poso

confortable en la pituitaria que vuelve como vuelvenlas canciones que nos recuerdan un momento o unnombre, ni a la nariz ni al oído; a un lugar del pechovuelven los aromas familiares y desde ahí se nos expan-den por dentro. Jabón de Lavanda, Colonia Nenuco.También Lagarto, el muy eficaz. Norit, el borreguito.Los Sanromán tenían una tienda que repartía olorespara el mañana, una droguería perfumería en la calleTutor en la que trabajaban los padres, Miguel y Con-suelo, y colaboraban los hijos. El pequeño llevaba tarta-mudos los estudios, solo una vez aprobó el curso enteroy el matrimonio se sorprendió tanto que dejó a Angeli-nes, la única chica de los hermanos, a cargo del mostra-dor y cogieron la cuestecilla de Donoso Cortés para ra-tificar la terrible sospecha: este zangolotín ha falsificadolas notas.

¡Pero qué va! Ni falsas ni gaitas; no falsifiqué una ca-lificación ni hice pellas jamás. Había aprobado esa baza ypara hacerlo ni siquiera tuve que reclamar la ayuda delPadre Cirilo, que me llevaba enorme con él, lo que legustaba el fútbol a ese hombre, lo que le gustaba. La dejueves, que era el día que teníamos fiesta por la tarde,que me salvó para poder jugar con el equipo del cole. Yclaro, le dio mucha pena lo que pasó luego pero lo com-prendió. Los curas nos tenían en clase hasta las seis de latarde y eso no se lo saltaba ni el hijo del concejal del dis-trito. Imposible para mí si quería entrenar con el Atleti.Imposible para el Atleti si quería que yo jugara con suscolores. Lo comenté en casa y sí, sí, unas cuantas pegaspero al final claudicaron, me matriculé en una Academiay así terminé el Bachillerato. Un minuto después colgué

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los libros, en el mismo sitio deben estar: ya no agarréuno. Todo era entrenar y jugar. Sin un clavel por hacerlo,tan contento. Eso de ir al de la Federación, pero cam-biarte en el Metropolitano, ese paseíto de doscientos me-tros de nada para ducharte con agua caliente en el ves-tuario del estadio junto a la casa de Miguel Clares, esacamilla acolchada de mirar y no tocar, ese estar dentrodel Metropolitano y sentirlo tuyo. Cómo iba a cobrar sipor vivir aquello pagaría. La compensación era vestir lacamiseta, jugar en el Atlético de Madrid y el bocadillo delos desplazamientos. Cuando jugábamos fuera nos cita-ban en Barquillo, si éramos locales en el Campo de la Fe-deración hora y media antes. Nuestro equipo era muybueno y cada año mejor. Los otros no eran tontos, claro.Y no hablo del Madrid, del Rayo o del Plus, que teníanacreditado el historial; es que en el Getafe jugaba Luisrecién llegado de El Pinar, Luis Aragonés, o en la Ferro elcentral Mingorance, luego del Córdoba y del Español,con Joaquín Peiró delante, no te digo más. Todos queri-dos amigos desde entonces.

A nuestro entrenador Pirulo Guijarro le fichó elBurgos y entonces le sustituyó Juncosa que se acababade retirar; había sido once años titular del Atlético deMadrid, un delantero driblador, listísimo, goleador¡cómo le pegaba Juncosa, cómo le pegaba! Que entoncesno había entrenamientos específicos para los guardame-tas, bueno, ni para los demás, ni entrenador de porteros,ni preparador físico; vueltas al campo, la tabla y el par-tidillo. A veces, chuts de todos: a balón corrido, a balónparado, en combinación, colgando. En fin, eso era. Perocuando me disparaba Pepe Juncosa con su golpeo de pri-mera división bueno, y gol, y gol, y gol… cada día meacercaba un milímetro a pararla, hasta que empecé a de-tener más de las que entraban ¿Cuánto vale eso? ¿Cuálel precio de que un internacional te mejore cada díachutándote como solo pueden hacerlo unos pocos? Fue

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un año fenómeno para mí y el siguiente para todo elequipo. Vino al banquillo Germán, el medio centro cán-tabro en el Atleti que fue campeón de Liga por primeravez con las alas de Aviación sobre el escudo. Muy respe-tado, hombre cabal, tenía una tienda de deportes en mibarrio que con Cóndor quizás fueran las mejores de Ma-drid. Supo hilvanar un equipo cañón.

A principio de temporada había venido un niño deAntequera que se llamaba Antonio González Alvárez,Chuzo, uno de mis mejores amigos, inolvidable. Cuandole vimos con el balón por primera vez no lo podíamoscreer, el enano lo que jugaba. Todo bien. Le pegaba comoun profesional, entendía el fútbol como si en vez de serChuzo fuera don Antonio, un señor mayor. Y lo másasombroso: volaba. No es broma, no exagero: volaba: secolgaba del aire y desde ahí arriba, cuando caían los de-más, sobre ellos remataba. Una barbaridad. Quince añossin cumplir tenía pero a ese no le hicieron esperar unaño como a mí, directamente le falsificaron la ficha. Eradespierto, vivaracho, listo. Cuando fueron a inscribirle,pidieron la Partida de Nacimiento para corroborar losdatos; mientras se miraban unos a otros, el peque sacódel bolsillo el documento. Decía en él: Luis Almansa yFont de la Peña ¡había previsto todo y firmó la ficha conel nombre del amigo que le había dejado los papeles!Daba lo mismo si al final su nombre de verdad para elfútbol no era ni Antonio ni Luis, Chuzo y bien Chuzo.Con él como goleador, Peñalva que también los hacía,Oviedo, Burillo, el capi Boix, Mendiondo, en fin con unequipazo, llegamos a la final del Campeonato de Españade juveniles en el Bernabéu.

Ciento veinte mil en el campo, una tontería. Do-mingo, 24 de junio de 1956. Como si fuera ayer. De todome acuerdo: de cómo llegamos al vestuario, de nuestrosilencio, de los directivos entrando, saliendo y haciendotiempo porque después de hacerlo nosotros iban a jugar

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los mayores contra los de Bilbao; de las últimas palabrasdel míster, del ruido de los tacos mientras tableteába-mos sobre el pasillo que lleva al campo, de los gritos en-tre nosotros; de mi tranquilidad, de la completa certezade que aquella copa era nuestra, de la fe en el conjunto.Yo estaba jugando muy bien, para el entrenador era ti-tularísimo, mis compañeros se sentían tan respaldadosconmigo atrás que eliminaban cualquier duda o deseode replegarse para proteger el arco, todo eso aumentabami confianza y, amigo, un buen portero con confianza esun tesoro para el equipo. En ese estado salí yo a Cha-martín. Y mis diez compañeros, lo mismo. Se demostrósobre el césped desde el minuto uno, el Zaragoza erabueno pero dominamos todo el rato, un ciclón, toque rá-pido, preciso, fútbol bonito y eficaz, qué divertido. Cua-tro a cero fue. Nos dieron el trofeo, una medalla a cadauno y al bajar del palco nos topamos con los dos equiposque jugaban la final de los mayores a ras de campo, for-mados como haciéndonos un pasillo. Qué buen detallepensé, estos tíos, con un partido como el que tienenahora y nos esperan para felicitarnos y darnos el home-naje, sí señor. Unos fenómenos. Ya; cuando llegamosabajo nos echaron a un lado y abrieron paso a unos ti-pos vestidos con un chándal gris de cuello cerrado yunas letras de dos palmos en las que se leía Real Ma-drid. La Saeta y sus amigos. Acababan de quedar cam-peones de Europa y a alguien del Régimen se le ocurrióque lo mejor era aprovechar la final para que Franco pu-siera medallitas. Total que los del Madrid subieron, sellevaron lo suyo, las medallas, las fotos y el ringo rango.Normal. Seguramente.

Por ganar el Campeonato de España nos dieron unaspesetillas, creo. ¿Dónde estarán?

Con diecinueve pasé al Amateur que jugaba en la re-gional madrileña, lo que es ahora la primera preferente.En realidad, lo mío era un lío: entrenaba un par de días

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con el primer equipo, volvía al campo de la Federación ymuchas veces ni eso, me tiraba semanas enteras sin en-trenar con el Aficionado. Me iba un domingo y volvía alsiguiente, me ponía la camisa de portero y al arco. De loque sucedía tenía la culpa una idea de un periodista sa-lao como él solo que se llamaba Rafael Martínez Gandíay escribía columnas humorísticas en el Marca. Comovenían tan buenos futbolistas por abajo y los de arribatenían contrato, más un par de oportunidades que no sepodían dejar escapar como los húngaros Peter y Csoka,el Atleti se juntó con treinta y tantos jugadores sin sa-ber qué hacer con todos. Ahí llegó Martínez Gandía consu idea; Rafael era más atlético que el paseo de ReinaVictoria, qué hincha más grande, y fue al club con losuyo: hacemos un equipo volante que vaya de gira porEspaña, cobramos un dinerito por partido, se pagan lasfichas baratas, los tenemos activos y hacemos relacionescon los clubes de provincias. Y hecho. En un alarde deingenio al equipo volante se le llamó Equipo Volante.Nos citaban en Barquillo un lunes, nos metían en el óm-nibus, ni radio, ni cassete, un tío con una guitarra y paraser conductor de primera, acelera, acelera. Si la ruta eranorteña, al llegar a Burgos, comida en el Ojeda. Buenmomento. No existían los dietistas, gracias a Dios y elmíster tenía un saque democrático. Lo que zampabaTinte, Rafael García Repullo, antiguo jugador de la casacomo todos mis entrenadores, comíamos los demás. Laespecialidad del lugar eran las judías, anda que se las vasa poner de primero a los de ahora. Pero no unas judíascomunes, no, unas judías que hacían saltar las lágrimasde alegría: esos hungaritos, pobres muchachos, ese parque llevaba hambre arrastrada de cuando cruzaron elDanubio, había que verlos trasegando boliches; cuatroveces repitieron entre los olés de la afición. Una y otravez sacaba el pañuelo el presidente y vuelta a empezar.

El presidente de aquellos festejos inolvidables,

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Tinte, que estaba en esa frontera que cruzan los futbo-listas todo lo despacio que pueden, se había retirado unpar de años antes y aún tenía manchas de cal y verdínen las rodillas. No era un entrenador al uso sino másbien el jefe de una tropa de amigos que se iba de bolos.Un cachondo importante por entonces, luego en el pri-mer equipo sacó el carácter y era otra cosa. Pero el quecachondo nace, muere cachondo a pesar de que losbanquillos le vayan poniendo cara de palo y humor detaxidermista. Contaba otro histórico de la casa, el lan-zaroteño Lobito Hernández, que Tinte era el embroma-dor por excelencia de la plantilla aquella, dato que pusopor delante cuando le llamaron de la recepción del ho-tel de Lérida donde paraba el Atlético de Madrid: ni semovió de la silla. Ni cantearse. Le había hablado al oídoel recepcionista porque la cosa era para ser discretos,pero el Lobito la repitió a voces, quería compartirla conlos compañeros de partidita, Ben Barek, Silva y Escu-dero, y con las mesas restantes a ser posible: que sí, quesí, les dice a los señores de la Comisaría que me esperensentaditos que cualquier año de estos les atiendo, no tefastidia. El Tinte este que se cree que me la va a pegar,la semana pasada un periodista para hacerme un repor-taje estrella, hace un mes el secretario técnico del Bar-celona, si cree que a la tercera voy a picar después decomerme las otras dos va listo. Evaristoooo, que vaslisto. Y se reía solo.

No habían pasado tres minutos cuando le sacuden elhombro ¿José Hernández González? con el toquecito tí-pico del lascagaomacho. Era un inspector del Cuerpo queagitaba en la mano la hojilla de inscripción de obligato-rio relleno en todos los establecimientos hoteleros de lageografía patria, inviolable norma del franquismo muypartidario de la persecución de estraperlistas, buhoneros,bohemios sospechosos, sodomitas, adúlteros/as, amantesen general y clandestinos opositores de la política. Así

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que vagabundo, ejem, vagabundo, se declara usted vaga-bundo, y lo firma, además. Muy bonito, pero que muybonito. Al señor comisario le encantan estas cosas, meparece que va a tener con él una conversación muy di-vertida. El señor García Repullo de profesión catador devinos no estará por aquí, verdad, no importa luego ven-dré a por él, tengo muchísimo tiempo esta tarde. Efecti-vamente, el bandarra de Tinte había puesto esas profe-siones en las casillas de los dos. Vagabundo y Catador deVinos, así con mayúsculas iniciales. Al calabozo fueron asacarlo el delegado, el técnico Helenio Herrera y PérezPayá que con ser delantero centro también tenía pormala inclinación la de estudiar Derecho aventajada-mente. Helenio, que era de genio subido, a punto estuvode ir pa dentro con el vagabundo, antes mediocampista,Lobito Hernández, mientras un policía con muchotiempo aquella tarde rastreaba los pasos del presuntoGarcía Repullo por las orillas del Segre. Solo una lla-mada a Madrid para que el club, que no hacía mucho eraAtlético Aviación, moviera el hilo correspondiente, evitóque mandaran a galeras a media expedición por el carác-ter jocundo del cordobés Tinte. No es de extrañar que alos hungaritos les chungueara a modo: Judías de Burgoses lo primero que aprendieron a decir en español.

Csoka no estaba mal. Un goleador, rápido, muy rá-pido, tanto que Daucik le condenó por culpa de su velo-cidad. En un partido contra el Madrid le colocó de late-ral derecho para marcar a Gento. Don Fernando era untipo osado y se fió exclusivamente de la rapidez de Josef,que era mucha, para frenar a Paco. Pero es que ademásde ser una bala tenías que tener instinto defensivo yCsoka carecía de él absolutamente. Un desastre, pobre.Aquello le condenó, casi no jugó más. Pasó por un mon-tón de equipos españoles y en todos marcó goles.

Csoka no estaba mal; Peter, Peter Ilku, era muybueno. Pero muy bueno, un jugadorazo; flaco, largo,

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huesudo, al poquísimo estaba rompiéndola en el once ti-tular. En cuanto le dieron los papeles de la nacionaliza-ción, Daucik le puso. Le decías de medio, y de medio; loponías de lateral, lo ponías de delantero, y fenómeno encualquier sitio, qué elemento. El míster se inventó unamedia con Chuzo que aún era juvenil y él, 20 añitos,que devoraba centros del campo. Quedamos subcam-peones, Peter empezó a mitad de la primera vuelta, unaveintena de partidos y 6 goles. Al final del campeonato,una madrugada saliendo de la Venta de Manolo Manza-nilla en Torrejón junto al secretario de Puskas que eracompatriota, estrellaron el Gordini. Se rompió todo: elcráneo, costillas y la pierna desde el fémur al tobillo. Elsecretario que necesitaba solo la mano derecha para es-cribir, un rasguño. Ahí se acabó Peter, qué daño nos hizoaquello a todos. Le queríamos una barbaridad al flaco. Yqué daño le hizo la maldita derrapada al Atleti, no sepuede calcular. Pero sobre todo qué daño le hizo a mipobre amigo. Se casó en Barcelona y ahí se nos murióhace unos años. Yo imaginaba a Peter como a RafaelMujica, el canario que gobernaba la media en el Atléticode Madrid campeón de Helenio Herrera. Mis compañe-ros veteranos lo decían: como Rafael, igualito que Ra-fael: casi siempre jugaba bien, algún día regular, malnunca. Mujica, el Mariscal de Campo que escribió Ar-mas Marcelo, el par de Alfonso Silva, seda canaria parala camiseta del Atlético de Madrid. Como Mujica, Peter.Aquella media Chuzo-Peter se rompió de manera trá-gica; lo de Peter había sido en junio del 58, solo medioaño después viajó desde Málaga la familia de Chuzo aMadrid para verle porque andaba lesionado el hombre,se había fastidiado contra el Valencia. A la vuelta delviaje, pasando Córdoba, otra vez la carretera, en un ac-cidente perdieron la vida el padre, la madre, la herma-nita de Antonio y el amigo que conducía. Imagínate, con19 años que tenía Chuzo, solo de toda soledad en un mi-

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nuto. Se vino a vivir a mi casa y desde entonces tengoun hermano más que anda por la Costa del Sol, siemprebronceado el tío y triunfando en los negocios sin cesar.

Si el viaje era por el sur, parada en Talavera a comer.El martes partido en Cáceres, el miércoles en Badajoz yel jueves en Huelva. Después del partido, vuelta. Unelefante se balanceaba sobre la tela de una araña. Elviernes en casa y a echar la siesta. En esa relación conMorfeo de la que era tan partidario estaba cuando medespierta mi madre. Es peligrosísimo despertar a un serhumano en plena siesta, como es sabido; solo lo puedejustificar un hecho extraordinario. Lo era: hijo, que tellaman del club, que no se qué quieren pero que es ur-gente, ay, madre mía lo que habrás hecho, ay madremía.

—¿Sí? —¿San Román? —Sí, sí. —Que se ha lesionado Pazos.—Ah.—Y también Chércoles.—Coñó.—Eso digo yo. Y que tienes que coger las cosas y

presentarte en Barquillo a la carrera que viajas con elprimer equipo a Barcelona.

Hice el petate mientras calculaba las posibilidadesque tenía de jugar. A ver, lo suyo era que pusiera a Me-néndez, pero a veces los entrenadores fingen que arries-gan cuando lo ven todo perdido, hacen debutar a unchaval y así desvían la atención, quedan bien ante la cláy si palma el equipo siempre podrá decir que aquellopasó porque fui valiente y le eché un par alineando a laspromesas, otros no se hubieran atrevido, etc., etc. Podíadarse porque desde luego la cosa buena pinta no tenía, aver cómo le remontas al Barça de Kubala que te ha me-tido dos a cinco en casa. Total que el míster, Antonio Ba-

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rrios, puso a Menéndez y perdimos por la mínima, ochoa uno. Eulogio Martínez, mi pobre amigo, nos hizo sieteél solito. Evaristo, el delantero brasileño que estaba enla grada y veía por primera vez al equipo por el que aca-baba de fichar, comentó después de lo que esa tarde ha-bía hecho el paraguayo “no sé para qué me habrán fi-chado con ese monstruo ahí, será para barrer elvestuario”. Años después, Eulogio vendría a jugar connosotros, pero ya perdida su batalla contra el peso ycontra la suerte. No he visto a nadie hacer la rueda esaque inventa Ardiles en Evasión o victoria como a Eulo-gio. La prensaba entre las dos piernas y tac, la levantabapor encima del rival, dejaba al defensor con el molde,cara de panoli y dos metros detrás. Sin cumplir cin-cuenta años y casi arruinado, un coche se lo llevó pordelante en la carretera de Calella cuando arreglaba elsuyo. Pocas veces he visto una actuación individualcomo aquella del Kokito. A la vuelta, se curó Pazos yotra vez a rasparme en campo de tierra.

Con el nombre del club no te dejaban salir en catego-ría nacional, ni Atleti B ni Madrid B ni gaitas, solo podíael primer equipo. Por eso el Madrid o el Atleti conver-tían en filiales al Plus y al Rayo. El Plus Ultra era elpaso siguiente al Amateur del Madrid, salían del Aficio-nado y zas, al Plus. Ponían campo en Ciudad Lineal, unajoyita metida en un hoyo de Arturo Soria, una preciosi-dad; el club estaba patrocinado por la compañía asegura-dora y vinculado a Concha Espina por amistad con la fa-milia Borrachero desde siempre. Lo mismo nos pasaba anosotros con el Rayo. Al principio también el club valle-cano estaba vinculado al Real Madrid pero en 1949 dejóde ayudarle y se quedó colgado de la brocha. Con esasfueron a Barquillo 22, hablaron con Galíndez y sí, sí, hi-cimos de andamio. El Rayito se salvó ese día. La únicacondición que puso nuestra directiva para ayudarle fueque agregaran algo rojo al uniforme que siempre había

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sido blanco total. Y así nació la franja, con lo que elAtlético de Madrid le hizo dos favores impagables alRayo Vallecano: evitó su desaparición y le dio la pre-ciosa diagonal roja que embellece para los restos la ca-miseta del equipo. No es de extrañar que Santiago Ber-nabéu, en plena etapa de la colaboración que luegotuviera con el Rayo de Pedro Roiz, dijera: «No hay nadaque hacer; Vallecas es del Atleti».

Diez años después de aquello, 1959, salí por la bocade metro de Portazgo para jugar cedido en el Rayo quedefendía su plaza en la Segunda División. Me había ti-rado la temporada anterior como suplente de ManoloPazos, que tras lesionarse en la víspera del ocho a unoexperimentó un fortísimo ataque de salud y aguantótodo el año sin cantearse, yo detrás. Fue el curso en elque nos correspondió jugar la Copa de Europa pero enesos ni me sentaba en el banquillo porque, a diferenciade la competición nacional, solo entraban en el acta delárbitro los once que saltaban al campo. Para rematar misuplencia, a mitad de temporada llegó de Argentina elvasco Madinabeitia, mi gran amigo, y ya no me jalé máscolín que un partido contra el Levante. Ya había salidoun rato el año anterior en un amistoso contra el WienerSK supliendo a Vera que luego fue al Sporting. Jugué lasegunda parte y un austriaco que tampoco era Sindelaarnos montó un taco mediano, a mi me clavó el segundoque era el del empate. No era un lumbreras, pero lo pa-reció aquella tarde y le fichamos, me alegro porque eraun tío sensacional y congeniamos desde que llegó; Ho-llaus, buena gente. El partido del Levante se aprovechópara presentar a dos fenómenos recién fichados, Vavá yMendoza, y a otro que lo era prácticamente: yo. Enprincipio la idea es que de los tres jugara San Román,pero ya que estaban pues pareció prudente que el perso-nal los viera a ellos también.

Y eso, que salieron, salimos, tras el descanso. Vaya

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dos, Mendoza, 20 años, angoleño, llegado de Coruña, sehabía tragado un sable, jugaba así, recto, más eleganteque Petronio, un marqués romano muy bien puesto,venía el balón fintando aviones, caía del cielo y Jorgehacía con el pecho: plaf. Lo abombaba y la pelota se ledeslizaba mansa rodándole hasta el suelo, qué bárbaro.Ha sido el único futbolista al que he visto salir a hom-bros, fue una noche de Recopa contra el Dinamo de Za-greb, la agarró al borde del área propia y fue pasandoentre contrarios como los esquiadores entre las bande-rolas, así hasta el área, le cruza el central con el porteroa la salida, al central lo manda a la Cuesta de las Perdi-ces y al portero a Fuencarral pueblo ¡uno a cada ladocon un solo amago! Y al salir del quiebro da dos pasosy la emboca. ¡No se iba a tirar la gente! Y a mí porqueme sujetaron entre varios sino el que le sube a hom-bros soy yo. Jorge Alberto de Mendonça, Mendoza paratodos, luego llegarían sus hermanos Eliseo y Fernandoque no cuajaron, siempre con la rodillera y mira que ledecíamos: Negro, que eso es un cebo para centrales, quetodas te van a ir ahí… como si nada, él a lo suyo, y si elviento venía del Atlántico podía montarte un taco másque regular. Mi amigo a muerte, y un carácter suyopero suyo, lo mismo se mosqueaba y te daba la espantá,a las semanas volvía de Portugal y para él como si nohubiera pasado cosa alguna, qué tranquilidad. Cómo lostenía el Negro. Luego se lo vendimos al Barcelona, allíjugó poco, fue algo cascao ya aunque apenas tenía 29años. Por lo visto, Gostoso que era el mote, se dio con larodilla contra el pico de una cama huyendo de su ma-dre, allá en Luanda cuando era pequeño, él notaba quele dolía, no le iba a doler, se había roto el cartílago yaún con eso llegó a ser grandísimo, técnicamente de lomejor que he visto, con osteocondritis que te va co-miendo el rotuliano como si tuvieras un ratón mor-diéndote la rodilla. Y claro, aguantó lo que aguantó, y

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nosotros vacilándole con la rodillera de la derecha.Panda de inconscientes, pero bueno si éramos unosmuchachos, qué quieres. Jorge Mendoza se hizo en Ma-llorca testigo de Jehová, se puso a repartir biblias y lodejó. La última fue de las suyas, los futbolistas nos ca-gábamos casi siempre, dábamos por hecho que lo nues-tro aunque fuera nuestro, lo manejaban los directivos ysi nos lo negaban pues qué ibas a hacer más que aguan-tarte y maldecir, la retención y todo aquello. No tenía-mos casi derechos y si no te pagaban, a fastidiarse.Mendoza le puso un pleito al Mallorca y lo ganó. Luegollegó la AFE pero él fue por delante.

Mendoza había jugado de bien a muy bien con el De-por en segunda, pero lo de Vavá eran palabras muy ma-yores. Edvaldo Izidio Neto, Vavá, vino con 23 y ya era elcentro delantero de la selección brasileira campeona delMundo. Es decir, que tal como solía andar la caja de Bar-quillo que fallaba a la cuarta pregunta, esa que te hacíael juez cuando se interesaba por tus rentas, lo del fichajedel nueve de Brasil no se lo creía ni el que estaba escri-biendo la noticia para Marca que además añadía el inte-rés de la Roma por el crack. Pero sí, sí, un viernes deagosto llegó a Barajas; había dejado seis millones de pe-setas en la alcancía de Vasco de Gama y dos y medio ensu cuenta. Le esperaba a pie de avión Paco Urquijo.Francisco Urquijo de Federico era vicepresidente delbanco de su apellido y también del club y fue Paco Ur-quijo el que quiso hacer un regalo a la hinchada colcho-nera y sin soltar prenda, de su bolsillo pagó el traspaso.Ya tenía el Atleti su campeón del mundo.

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Índice

La primera vida de San Román .................................. 11La segunda vida de San Román .................................. 93La tercera vida de San Román .................................. 131La cuarta vida de San Román ................................... 155

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© José Antonio Martín Otín, 2015

Primera edición en este formato: marzo de 2015

© de esta edición: Roca Editorial de Libros, S. L.Av. Marquès de l’Argentera 17, pral.08003 [email protected]

ISBN: 978-84-15242-91-8

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