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Bicentenariode la independencialatinoamericanapor la Federación de repúblicas

Socialistas de américa latina

ediciones el SocialistaBatalla de Pichincha

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dos ensayos marxistas

Bicentenario: ¿de la independencia?Luis García, miembro deL comité de redacción de eL sociaLista

anexo: Hace 100 añosFeLipe piGna, historiador

revolución de independencia: una perspectiva histórica

césar Loayza VaLdés, proFesor uniVersitario

Ediciones El SocialistaJulio de 2010

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presentación

A propósito de los eventos que se están desarrollando en torno a la conmemoración del llamado oficialmente “Bi-centenario de la Independencia” están circulando numero-sos textos que pretenden interpretar las causas, los hechos y las consecuencias de la revolución independentista.

Con el objetivo de participar en la indispensable ta-rea de restablecer la verdad histórica, pero situándonos desde la perspectiva de los intereses de la clase obrera y los demás sectores oprimidos de la sociedad capitalista, el Partido Socialista de los Trabajadores, pone a considera-ción de los interesados dos textos elaborados por militan-tes de nuestro partido.

El primero, “Bicentenario: ¿de la independencia?”, de Luis García, tiene como objetivo fijar un marco teórico, analítico y político de la epopeya independentista. Para García es necesario revelar los intereses de clase e impe-rialistas que se ocultan detrás de la conmemoración del Bicentenario. Señala además, categóricamente, el carácter histórico del proceso como una revolución de alcance continental, cuyos protagonistas fueron las masas explo-tadas, esclavizadas, discriminadas y oprimidas por el im-perio español. Denuncia también el carácter subordinado a los intereses del capitalismo de la burguesía naciente que se puso a la cabeza del proceso, limitando sus alcan-ces y fracturando la unidad latinoamericana. Finalmente plantea cómo la situación actual de semicolonización de Latinoamérica a manos del imperialismo contemporáneo y en particular del yanqui, impone a la clase obrera mun-dial y latinoamericana la tarea de realizar una Segunda

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Independencia, que resuelva de una vez por todas las ta-reas que dejó pendiente la burguesía (liberación nacional, reforma agraria, amplias libertades democráticas) en un proceso indisoluble con la transformación socialista de la sociedad capitalista mundial. Sus tesis se inscriben en el marco conceptual de la teoría de la revolución perma-nente de León Trotsky, líder de la Revolución Rusa, de quien, también en 2010, conmemoramos los 70 años de su asesinato a manos del estalinismo.

El segundo texto, “Revolución de Independencia: una perspectiva histórica”, es un ensayo del profesor universi-tario César Loayza Valdés, incansable luchador sindical y militante socialista, quien, desde una perspectiva más aca-démica, nos ofrece un recuento pormenorizado de fechas destacadas, hechos claves y procesos regionales, al tiempo que señala la influencia del pensamiento de personajes sig-nificativos de la gesta de independencia. Vale la pena des-tacar el esfuerzo que hace para mostrar la interrelación del proceso latinoamericano con eventos históricos como la Revolución Francesa y la Estadounidense, así como desen-trañar los fundamentos teóricos de la revolución burguesa. Además de ello, se puede encontrar en el texto una postura crítica acerca del papel regresivo que cumplieron algunos personajes históricos y los sectores sociales que represen-taban, en las vicisitudes y fracaso parcial de la revolución.

Estamos seguros que estos textos contribuirán al de-bate en curso, en el que debemos participar no con el afán de la erudición académica, sino para aprender de nuestro pasado y evitar, como alertara Carlos Marx, desconocer la historia y, por lo tanto, estar condenados a repetirla.

Bogotá, 20 de julio de 2010

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introducción

En casi todos los países de América Latina se están desarrollando conmemoraciones y actos de distinta índo-le a propósito del bicentenario “de la independencia”. Por este tiempo se cumplen 200 años de las que son conside-radas fechas oficiales de constitución de estados indepen-dientes del dominio de la corona española.

Los gobiernos no están escatimando recursos para estas celebraciones. Los funcionarios viajan, con viáticos bien pagados en dólares; los presidentes ofrecen banque-tes y agasajos; los parlamento s aprueban leyes, en las cuales no faltan sus propios beneficios personales; se ela-boran páginas de internet, con la historia e interpretacio-nes de los hechos muchas veces tergiversadas.

Simultáneamente, en las escuelas y colegios se llevan a cabo toda clase de eventos “patrióticos”, en los cuales se exalta el sentimiento nacional, se insufla “amor por la patria” como el bien supremo de todos los jóvenes. Incluso se predispone para que, prestando sus servicios en las Fuerzas Armadas, los ciudadanos estén dispues-tos a morir por la gloria de la patria, envuelto el féretro

Bicentenario: ¿de la independencia?Luis García, miembro deL comité de redacción de eL sociaLista

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en la bandera nacional y enterrados bajo los acordes del respectivo himno.

Paralelamente, en el campo de los sectores popula-res las diversas organizaciones sociales y políticas pre-sentan sus interpretaciones sobre estos doscientos años de vida “independiente” de los pueblos del continente latinoamericano; sobre la validez o no –y bajo qué crite-rios– de participar en estos eventos y fiestas de la “inde-pendencia”. Algunas organizaciones incluso desarrollan conmemoraciones “alternativas”, intentando defender un punto de vista distinto al dominante, impuesto por los gobiernos a través de todos los grandes medios de comunicación.

Doscientos años después de la independencia política de España de la casi totalidad de pueblos de Latinoamé-rica, lo que está en discusión es cuál fue el resultado real de dicha independencia para los millones de pobladores del continente, cuál es la situación actual y cuál debe ser el futuro hacia el que nos encaminemos.

Es conveniente aprovechar la oportunidad de parti-cipar en los espacios de discusión y análisis que las con-memoraciones del “bicentenario de la independencia” permiten, presentando un punto de vista socialista revo-lucionario, desde una concepción de clase de los procesos sociales; a pesar de esta no ser una tarea de primordial importancia y urgencia.

Una profunda comprensión por parte de las nuevas generaciones de los procesos históricos de la sociedad en la cual les ha correspondido vivir, un entendimiento cabal del papel de las fuerzas sociales que actuaron en dichos procesos y de las transformaciones por las cuales lucha-

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ron son fundamentales para tener sólidas herramientas para el análisis de los hechos del presente. A la vez, son requisito para lograr que las orientaciones para las luchas que la realidad actual demanda vayan en el sentido co-rrecto y no terminen, en últimas, beneficiando a quienes se han beneficiado y usufructuado –sin méritos suficien-tes—las luchas anteriores.

El folleto que el lector tiene en sus manos intenta ayu-dar en este camino. La lectura crítica de él puede servir para interpretar –también críticamente, pensando a fa-vor de quién están y qué objetivos buscan– la inmensa cantidad de material y documentación que a propósito del “bicentenario” está actualmente circulando en toda América Latina.

La amplitud del tema nos obliga a concentrarnos en algunos aspectos, cuyo análisis nos ayudará a compren-der muchos otros del convulsionado periodo de lucha por la independencia del imperio español, los 200 años de existencia como estados “independientes”, el momen-to actual y las tareas que están planteadas en los años venideros.

Nos referiremos, por tanto: Primero: a la presenta-ción falsa que están haciendo todos los gobiernos lati-noamericanos respecto al bicentenario. Segundo: ¿Qué significado tuvo la conquista y colonización de América por los europeos? Tercero: ¿Qué sucedió realmente hace 200 años? Cuarto: Cuál fue el resultado de esa “indepen-dencia” y qué es lo que han vivido durante 200 años los pueblos de Latinoamérica. Quinto: ¿Cuál es la realidad actual? Sexto: ¿Cuáles son las tareas que están planteadas para lograr una real independencia?

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La forma como se hace la narración y la interpretación de los hechos históricos responde, en últimas, a los inte-reses políticos e ideológicos de quien lo hace. En los tex-tos oficiales del bicentenario, la descripción histórica se hace refiriéndose a “los hechos”, los “acontecimientos”, los “sucesos” que determinaron la independencia. La enorme mayoría de documentos oficiales de los gobiernos hablan exclusiva o fundamentalmente del bicentenario de la in-dependencia. Así, se actúa tramposamente con la historia y se esconde premeditadamente una verdad, verdad a la que le tienen pánico esos gobernantes actuales y no es su interés político “conmemorar”.

revolución y guerra continental¿Por qué se actúa tramposamente y se dice sólo una me-

dia verdad? Porque se esconde un hecho sustancial, decisi-vo, sin el cual esta “independencia” no hubiese sido posible. La independencia fue sólo una consecuencia, un resultado, un producto del hecho más importante y fenomenal que se produjo en ese entonces. La independencia fue resultado de una revolución, de un feroz enfrentamiento en lo que podríamos denominar una guerra continental contra los ejércitos del imperio que intentaron por todos los medios mantener el control y dominio sobre las colonias.

Se busca borrar de los textos, y por esa vía de la me-moria histórica y social la cruda realidad: Para liberarse del imperio español fueron necesarios alzamientos, amoti-namientos, manifestaciones y gigantescas movilizaciones,

i - las medias verdades: una mentira completa

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actividades conspirativas revolucionarias, guerras y bata-llas, fusilamientos, encarcelamientos y persecuciones. La “independencia” no fue un proceso diplomático, de diálogo y cordial entendimiento entre los opresores del imperio y la población oprimida de las colonias. Con la deformación histórica de no presentar la independencia como producto de una revolución y una guerra revolucionaria, se busca re-forzar la falsa conciencia de que las contradicciones socia-les son posibles de solucionar “dialogando”, “concertando”, “entendiéndonos los unos a los otros” cuando la verdad del desarrollo histórico muestra todo lo contrario. Las contra-dicciones sociales han generado siempre, y generarán en el futuro, profundas confrontaciones que sólo podrán des-atarse por medio de la lucha y la participación activa y ma-siva de miles y miles, exigiendo sus derechos.

Quienes tratan de torcerle el cuello a la historia, es-condiendo la realidad de la revolución y guerra de inde-pendencia tras la conmemoración de “la independencia”, deberían entonces señalar como fechas oficiales de dicha “independencia” el reconocimiento formal por parte de España de tal independencia, reconocimiento que para la mayoría de países sólo se produce varias décadas después de la derrota de sus ejércitos en las antiguas colonias.

Quienes actualmente detentan el poder en Latino-américa sienten pánico ante la sola palabra revolución porque ella conlleva, en sí misma, el enfrentamiento vio-lento entre los detentadores del poder y aquellos que in-tentan sacudirse del yugo a que están sometidos. Por eso, lo que más les asusta es que sectores de la población y las organizaciones obreras y populares lleguen al convenci-miento de que, en la situación actual, se impone una nue-

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va revolución que enfrente las políticas del imperio del cual hoy por hoy son sus socios y colaboradores.

Nuestra interpretación toma como referencia el de-sarrollo triunfante de una revolución anticolonial que culminó con el triunfo frente al imperio, que obtuvo la “in-dependencia” de estos países y abrió el proceso de confi-guración de naciones “independientes”, respondiendo a los intereses sociales, económicos y políticos de las clases do-minantes de la época. Abrió a la vez el proceso de dominio capitalista-imperialista tanto de Inglaterra como de Estados Unidos, dominio que es el que ha determinado el conjun-to del acontecer político y social del continente en los 200 años transcurridos desde la declaración de independencia.

Una revolución internacionalHay otro aspecto en el cual la documentación oficial del

bicentenario es engañosa. En cada país, dominantemente, se presenta al proceso como un proceso nacional, más o menos independiente de los demás; presentación que nada tiene que ver con la realidad que se produjo hace 200 años. La revolución y guerras de independencia fueron, en reali-dad, un conjunto casi simultáneo de alzamientos revolucio-narios en todos los países de América Latina. En términos del tiempo histórico decir simultáneos no significa el mis-mo día. Diferencias escasas de meses o pocos años, fueron las que se presentaron entre las declaraciones de indepen-dencia en Caracas, Bogotá, México y Buenos Aires.

No sólo fueron revoluciones simultáneas, fueron revo-luciones similares: Es decir, en todas ellas se expresaban las mismas ansias de los pobladores, el mismo odio y rencor contra el opresor imperial –el español, en ese entonces—

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exigencias políticas, económicas y sociales prácticamente iguales. Esta similitud de los procesos revolucionarios de independencia –similitud que también es ocultada o dis-torsionada conscientemente en las actuales conmemora-ciones oficiales—fue la que dio la base para el otro aspecto trascendental: la unidad, apoyo y solidaridad de la totali-dad de los pueblos latinoamericanos en la lucha contra el imperio español; un fenomenal hecho político que tampo-co se destaca en las conmemoraciones oficiales.

Producto del proceso de conquista y colonización a que habían sido sometidos, la profunda separación y di-ferenciación actual en América Latina era prácticamente inexistente. Ello se reflejó tanto en la conformación de los ejércitos revolucionarios independentistas en los cuales participaban gentes de los distintos territorios (venezo-lanos, colombianos, peruanos, ecuatorianos) en forma común y unificada; como en las posibilidades que se die-ron, posterior a la derrota de los españoles, de configu-rar grandes naciones o federaciones de repúblicas. Los intereses de las franjas más reaccionarias de quienes se convirtieron en los nuevos gobernantes fueron los que condujeron a la desmembración en varias decenas de Es-tados, buscando por este medio garantizar mejor el con-trol sobre la totalidad del pueblo latinoamericano.

La unidad e integración de América Latina que desde los gobiernos hoy algunos pregonan no pasan de ser fra-ses vacías, sin mayor contenido concreto. La unidad de los pueblos de América Latina, unidad que existió de he-cho en medio de la revolución y guerra de independencia contra el imperio español, sólo podrá reconquistarse al calor de una nueva revolución que levante en alto las ban-

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deras de lucha no sólo contra la opresión y explotación actual del moderno imperialismo sino contra sus agentes y colaboradores locales que se benefician de la dispersión y división en las luchas de estos pueblos.

la vocación de lacayos de los gobernantes actualesHay otro aspecto que se percibe nítidamente en la

llamada conmemoración del “bicentenario de la inde-pendencia” que realizan la mayoría de los actuales go-bernantes latinoamericanos. En forma abierta tratan de encubrir la brutal explotación y opresión a la que está siendo sometido el continente por las multinacionales, los modernos brazos económicos del imperialismo.

Durante la conquista y la colonia el imperio español saqueó en forma inmisericorde las riquezas naturales susceptibles de ser saqueadas en esa época. Los barcos repletos de toneladas de oro zarpaban de los puertos de América para Europa. Todavía se intenta rescatar algu-nos de estos millonarios tesoros de estos perdidos en el Atlántico debido a los naufragios.

En la época actual, el petróleo, el carbón, el gas natural, todos los minerales, las empresas de servicios, la salud, los servicios bancarios están controlados por las multinacio-nales imperialistas; muchas de ellas agentes del capital mo-derno español, incluso. Y llega a tales niveles el servilismo de los gobernantes que, como un ejemplo, en las páginas oficiales de la conmemoración del gobierno argentino se señala: “Las conmemoraciones comienzan en 2009 en Bo-livia y Ecuador, y continúan en 2010 en nuestro país, pero también en México, Venezuela, Colombia y Chile. El go-bierno español está participando de la organización de los

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festejos, a través de subsidios y apoyos de sus agencias de promoción internacional.”1 Esta es la síntesis de la actitud servil y lacayuna de las burguesías latinoamericanas en su conmemoración de la “independencia”.

Se acude al subsidio y el apoyo del opresor, de aquel que representa históricamente a los asesinos y opresores del pueblo latinoamericano, del exterminio de las tribus in-dígenas, del comercio y trata de esclavos, para conmemo-rar la “independencia” ocultando en esta forma la deuda no cancelada que tienen con los pueblos latinoamericanos originarios quienes durante varios siglos saquearon el con-tinente y derramaron la sangre de millones y millones.

Nosotros, que hablamos en términos de la conme-moración de una revolución y de su triunfo a partir del desarrollo de una guerra continental contra el imperio dominante, que vemos que la situación actual guarda enormes semejanzas con la que vivía el continente hace 200 años –mediando sólo las diferencias del tipo de im-perio que nos domina y la forma como lo hace—tenemos que llamar abiertamente a condenar esta actitud de laca-yos de los gobernantes del continente.

Desde nuestro punto de vista, la única conmemora-ción válida es aquella que, aprendiendo de las enseñanzas del pasado, enseñe a odiar toda opresión y toda explo-tación, señale abiertamente no sólo quiénes fueron los opresores y explotadores del pasado –contra quienes se hizo la revolución y guerra de independencia—sino cuá-les son los actuales y cuáles son sus aliados al interior de cada uno de los países.

1http://www.argentina.ar/_es/cultura/C1956 -comienza-el-ano-del-bicentenario.php

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ii - la conquista y la colonia: 300 años de explotación y opresión

España no fue ni “madre” ni “patria” para los habitan-tes americanos que al final del siglo XV e inicios del XVI se vieron invadidos por las hordas de brutales asesinos que fueron los conquistadores. La mayoría de ellos salidos de las cárceles, con perdón de sus delitos si se convertían en adalides de la conquista de territorios para el imperio, los peores ladrones y asaltantes vinieron a “coronarse de gloria” asesinando, robando y matando a millones de in-dígenas que más de una vez los recibieron pacíficamente.

Una colonización capitalistaRecubierta con el hábito de las órdenes religiosas de la

Iglesia Católica, justificada muchas veces con el argumento de traer la fe a nuevos territorios, la conquista de Améri-ca fue en realidad una de las más gigantescas empresas del capitalismo mercantil de la época. Tal como señala Nahuel Moreno: “La colonización española, portuguesa, inglesa, francesa y holandesa en América fue esencialmente capi-talista. Sus objetivos fueron capitalistas y no feudales: or-ganizar la producción y los descubrimientos para efectuar ganancias prodigiosas y para colocar mercancías en el mer-cado mundial. No inauguraron un sistema de producción capitalista porque no había en América un ejército de tra-bajadores libres en el mercado. Es así como los colonizado-res para poder explotar capitalísticamente a América se ven obligados a recurrir a relaciones de producción no capita-lista: la esclavitud o una semi-esclavitud de los indígenas.

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Producción y descubrimientos por objetivos capitalistas; relaciones esclavas o semi esclavas; formas y terminologías feudales (al igual que el capitalismo mediterráneo) son los tres pilares en que se asentó la colonización de América”2.

conquista: genocidio y esclavitudEn menos del primer siglo de dominio español en el

nuevo continente se calcula que, por una combinación in-fernal entre las masacres directas de la conquista, la mor-tandad producida por los agobiantes trabajos a que fueron sometidos y las epidemias ocasionadas por las enfermeda-des traídas por los europeos, más del 70% de la población nativa pereció. Si bien varían los estimativos, se puede con-siderar que para el inicio de la conquista de América (des-de el norte al sur) poblaban el continente 70 millones de indígenas. Los conquistadores y primeros colonizadores fueron entonces responsables directos de la muerte de casi 50 millones de personas. Fue ello lo que les permitió apo-derarse de toda la tierra de las tribus e imperios nativos.

Y cuando la población indígena, diezmada y debilita-da, atropellada su cultura y creencias, no fue suficiente para garantizar la extracción de las toneladas de oro y plata de las minas, surgió otro gigantesco negocio capi-talista: la captura de la población africana y su traída a América como esclavos.

Está más allá de las pretensiones de este folleto analizar detalladamente el proceso de conquista y colonia. Lo men-cionamos solamente por dos motivos: Primero, para resal-tar la unión indisoluble de esta conquista y colonización con el desarrollo del capitalismo europeo, al cual le brindó

2Cuatro tesis sobre la colonización española y portuguesa en América, Nahuel Moreno, en Para comprender la historia¸ George Novack, Editorial Pluma, Bogotá, 1977.

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riquezas gigantescas y le permitió obtener aceleradamente enormes tasas de acumulación primitiva de capital.

Segundo: para presentar un reconocimiento a las he-roicas luchas de resistencia adelantadas por los habitantes americanos contra los conquistadores y colonizadores. Reconocemos a la vez los alzamientos heroicos de los es-clavos. La historia de las luchas de resistencia de los indí-genas y de la población negra traída de África está aún por escribirse en su real dimensión y significado. Y, más que una historia, es una lucha que aún continúa en la exigencia de los pueblos indígenas de devolución de sus territorios ancestrales; territorios de los cuales, después de la “inde-pendencia” los latifundistas continuaron expulsándolos igual que habían hecho los españoles. Para la población negra del continente, descendiente de los esclavos africa-nos, también es una lucha que continúa expresándose en la defensa y recuperación de sus tierras, contra la discri-minación social y cultural, contra el profundo racismo que domina en la mayoría de países americanos.

Adelantándonos a las conclusiones de nuestro análisis sobre la “independencia” de América, tenemos que seña-lar que la “independencia” no significó siquiera, en su mo-mento, una disminución importante en las condiciones de opresión y explotación a las que estaba sometida la pobla-ción indígena y los esclavos negros. En la enorme mayo-ría de países de América Latina los indígenas continuaron siendo explotados inmisericordemente en las tierras de los latifundistas descendientes de españoles “blancos”. La escla-vitud fue abolida realmente sólo varias décadas después del triunfo de la independencia; continuándose la discrimina-ción, opresión, explotación y relegamiento a las peores con-diciones de sobrevivencia de la población afroamericana.

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iii - ¿Qué sucedió hace 200 años?

Las revoluciones no se presentan como un rayo en cie-lo sereno. Igual que en las erupciones volcánicas, antes de un estallido revolucionario se han ido acumulando en la sociedad todas las contradicciones y fuerzas que se ma-nifestarán violentamente durante la explosión. El análisis científico de los procesos sociales, y el análisis científico de las revoluciones del pasado, permite determinar con bas-tante precisión las fuerzas que están chocando, los distin-tos intereses antagónicos entre unas y otras, la tensión que se está acumulando en las grietas del volcán social.

En algún momento, a propósito de un hecho a veces trivial, —la negativa de alguien a prestar un florero para adornar una fiesta, por ejemplo— al cual la narración histórica superficial posterior le concederá trascenden-tal importancia, explotan todas esas contradicciones y la vida cotidiana se ve interrumpida por violentas sacudi-das. En ese sentido las revoluciones son similares a los terremotos o a las explosiones volcánicas. Las más sóli-das instituciones se derrumban o quedan completamen-te agrietadas; los personajes más destacados del pasado quedan sepultados bajo los escombros de las viejas edi-ficaciones y surgen héroes y representantes de la nueva estructura social que se levanta sobre las ruinas de la an-terior. Se inicia un nuevo ciclo histórico en otro nivel; se volverán a acumular contradicciones y tensiones, se vol-verán a producir luchas y enfrentamientos y los distintos protagonistas de los procesos sociales afianzarán sus res-pectivos roles.

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El análisis histórico científico, cuando no está al servi-cio de justificar la explotación y opresión que ejercen los poderosos en una determinada estructura social, tiene la obligación de señalar en primer lugar cuáles fueron las fuerzas y tensiones que se acumularon —a veces durante decenas de décadas— y que precipitaron el estallido social.

la españa de 1800: Un imperio en crisis y decadenciaEn las décadas inmediatamente anteriores a la revolu-

ción de independencia, España ya era un imperio en abso-luta y total decadencia. El desarrollo capitalista de Europa, fundamentalmente de Inglaterra, lo habían colocado en absoluta desventaja en el comercio mundial. Las inmensas riquezas en minerales preciosos (oro y plata) que extraía de las colonias americanas iban a parar casi inmediatamente al tesoro británico; bien por medio de los asaltos de los piratas que capturaban los barcos en los que eran transportados o bien como pago de mercancías que España tenía que com-prar a la naciente y dinámica industria inglesa.

Para solventar el lujo y el derroche de una monarquía corrupta, para pagar los gastos que le ocasionaron los en-frentamientos militares con Inglaterra y la defensa de los buques que transportaban el oro y la plata desde Améri-ca, la corona española tuvo que acudir a impuestos cada vez mayores a toda clase de bienes y productos en todo el territorio, muy especialmente en las colonias.

En 1736 se implantó en el Virreinato de la Nueva Granada el monopolio del aguardiente de caña. Luego se decretó el monopolio de la venta de tabaco. Hacia 1776, para atender los gastos de la guerra de siete años con In-glaterra dichos monopolios se reforzaron y se produjo un

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aumento significativo en los precios al consumidor de los productos. También fue aumentada muchísimo la alcaba-la –un impuesto similar al IVA de los gobiernos de hoy--.

los primeros alzamientos de protesta: los comunerosEsta cascada de impuestos empezó a ser rechazada

abiertamente. Como ejemplo, el 16 de marzo de 1781, en Socorro, Santander, Manuela Beltrán encabezó protestas de la población, rompiendo los edictos respecto a los nue-vos impuestos, a los gritos de “Viva el Rey, abajo el mal gobierno. No queremos pagar la Armada de Barlovento”.

El movimiento comenzó a ganar mucha fuerza entre las franjas más pobres de la población y se plegaron tam-bién comerciantes, carniceros y pequeños agricultores. Al pliego de demandas presentadas a las autoridades se agregó la devolución de las tierras tomadas a las comu-nidades indígenas; Ambrosio Pisco, un cacique indígena rico se había unido a la revuelta.

Dada la cantidad de habitantes de la zona en la época, la marcha que comenzaron a desarrollar hacia Santafé de Bogotá para defender sus exigencias ante las autoridades coloniales fue multitudinaria. Los historiadores calculan cerca de 20.000 personas.

En las negociaciones, denominadas las “Capitulacio-nes”, los insurrectos lograron que la gran mayoría de sus demandas fuesen aceptadas. Se firmó el acuerdo, con misa de por medio y juramento ante los evangelios, según las costumbres de la época. Para lograr que los levantados retornasen a sus hogares actuó como mediador el Arzo-bispo Caballero y Góngora, cumpliendo el mismo y ne-fasto papel que ahora cumple muchas veces la Iglesia, de

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apaciguar los ánimos para que el gobierno ganase tiempo. Pero, igual que ahora, 200 años después, los gobernantes están dispuestos a firmar lo que sea necesario siempre y cuando logren mantenerse en el poder. Luego, violarán y desconocerán todos los acuerdos firmados. Ni antes ni ahora su palabra es de fiar. La única garantía de haber mantenido el triunfo de los comuneros hubiese sido ha-ber derrocado a las autoridades coloniales de la época. Y el movimiento no tenía esa conciencia ni esa capacidad.

Las Capitulaciones fueron desconocidas por el Virrey Manuel Antonio Flórez quien envió sus regimientos a con-trolar la situación. Al intento de resistencia que se opuso, encabezado por José Antonio Galán, respondieron con la más feroz represión. Galán, Isidro Molina, Lorenzo Alcan-tuz y Manuel Ortiz fueron ahorcados y sus cabezas, ma-nos y pies expuestos, en Santafé y en las ciudades donde se organizó el movimiento, para escarmiento público. Sus descendientes fueron declarados infames, todos sus bienes confiscados y sus hogares destruidos y regados con sal. El cacique Ambrosio Pisco fue encarcelado en Cartagena y a pesar de haber sido luego indultado nunca pudo regresar al interior del país. Otros dirigentes fueron sentenciados a 200 latigazos, vergüenza pública y prisión en África.

La “benevolencia” y “piedad” de los sanguinarios repre-sores sólo se expresó con algunos pocos de los más ricos participantes del alzamiento comunero, quienes sólo fue-ron encarcelados un tiempo en Cartagena y luego indul-tándolos. Se mostraba así, igual que en otras circunstancias de la lucha de clases, el odio implacable contra las capas más pobres de la población que osan levantarse contra los poderes constituidos y la disposición a “negociar” y “lograr

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acuerdos” con las capas medias que, peligrosamente tam-bién, podían inclinarse hacia el proceso revolucionario.

En varias regiones de las colonias del imperio español se presentaron alzamientos más o menos similares a los de los Comuneros. Todos ellos tuvieron la misma suerte. Son, en rigor, luego de la masacre de la conquista y la colonia contra las tribus indígenas y del aniquilamiento de su heroica resis-tencia, los primeros albores de las revoluciones de indepen-dencia. En ellos se dio una combinación ya nueva y distinta. No se trataba única y exclusivamente de la resistencia indí-gena contra el conquistador o la defensa de sus territorios e independencia del colonizador. Tampoco era únicamente el alzamiento del grupo de esclavos, hecho de resistencia que también se presentó en diversas ocasiones. La revolu-ción de los Comuneros, derrotada y aniquilada con los más bárbaros métodos de represión, combinó en su desarrollo las exigencias de la nueva capa de comerciantes, agriculto-res pequeños y medianos, algunos pocos artesanos y gru-pos indígenas, hastiados de la opresión inmisericorde de las autoridades coloniales, de los impuestos exorbitantes sobre la poca producción y comercio, exigiendo sus derechos.

el imperio se derrumbaAl otro lado del océano, en el centro del imperio,

en Europa, gigantescos procesos sociales derrumbaban el castillo de naipes de los regímenes monárquicos que constreñían con sus lujosos ropajes y decenas de títulos y ceremonias el vertiginoso avance de la burguesía ya do-minante económicamente.

Hacia 1792, en medio de un fenomenal proceso re-volucionario, la monarquía francesa había sido derriba-da y guillotinada. Las fuerzas burguesas, expresadas en

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las tropas napoleónicas, se lanzaron a la titánica tarea de recorrer a Europa, buscando unificarla bajo el nuevo régimen político burgués, las repúblicas parlamentarias, más favorable para la nueva clase dominante. Para 1808 Napoleón invade a España y la monarquía se derrumba. Fernando VII, el rey de entonces, es obligado a abdicar.

Las tropas napoleónicas estuvieron antecedidas, en su avance sobre Europa, de la difusión de las ideas de liber-tad, igualdad y fraternidad, sintetizadas en los Derechos del Hombre, proclamados por la revolución. El nuevo “credo” de la clase dominante económicamente en la sociedad, im-poniendo sus ideas como ideas dominantes se había ex-tendido también a las colonias americanas de España. La Declaración de los Derechos del Hombre tuvo fue que ser difundida clandestinamente por varios de quienes en ese momento eran perseguidos, encarcelados y condenados como “subversivos”, “agentes del desorden”, “agitadores pro-fesionales” o similares por las autoridades monárquicas.

Con poca anterioridad, hacia 1776, ya las colonias inglesas en el norte del continente habían declarado su independencia de Inglaterra y en una guerra de corta duración la habían conquistado; conformándose una po-derosa nación que proclamaba los mismos valores bur-gueses de libertad, igualdad y fraternidad.

En 1804 en Haití, entonces colonia francesa, la enor-me mayoría de la población de esclavos negros encabezó un fenomenal alzamiento contra los dueños de las planta-ciones, derrotaron a los regimientos franceses que fueron lanzados en su contra y proclamaron la primera república negra independiente, proclamando y conquistando la li-bertad total de los esclavos. Vale la pena destacar cómo

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la “democracia” de Estados Unidos, usufructuaria de la explotación de miles de esclavos en su propio territorio, a pesar de proclamar formalmente los valores de “liber-tad, igualdad y fraternidad” se negó durante décadas al reconocimiento de la independencia de Haití; mostran-do tempranamente que el cacareado lema burgués de “libertad, igualdad, fraternidad” lo consideraban aplica-ble sólo a ellos mismos, a los burgueses y explotadores. Comportamiento bastante similar tuvieron muchas de las nacientes repúblicas que surgieron de la guerra de in-dependencia contra España, a pesar del apoyo prestado por el gobierno haitiano a dicha lucha.

Se genera una combinación excepcional de circunstan-cias para las colonias de España en América. Al descontento existente por los altos impuestos y el control absolutamen-te represivo de las autoridades coloniales sobre cualquier intento de autonomía o derechos de los criollos se agregó la crisis en el centro del imperio; determinada por la invasión napoleónica, la abdicación del rey Fernando VII y el interés estratégico del imperialismo dominante –el inglés—de que las colonias americanas de España se independizasen. Por este interés, el imperio inglés apoyó en forma “generosa” el proceso de independencia.

¡estallan las revoluciones!¡Se desata la guerra! ¡derrota a las tropas del imperio!

Estallaron entonces, hacia 1810, las revoluciones de independencia en Caracas, Buenos Aires, México y Bo-gotá. Un análisis detallado de todos los pormenores de dichas revoluciones, del papel de cada uno de los dirigen-tes, voceros políticos y caudillos militares, desborda las pretensiones de este escrito.

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Durante prácticamente las dos décadas siguientes se desarrolló en el conjunto del continente latinoamericano una de las guerras más intensas y profundas que hayamos conocido. Los ejércitos españoles fueron inicialmente de-rrotados. Se proclamaron repúblicas y se eligieron jun-tas de gobierno, algunas de ellas presididas incluso por personajes bastante cercanos a los realistas. Los criollos más poderosos, los dueños de haciendas, los hijos de co-merciantes ricos que se habían educado en Europa, que defendían las ideas de la revolución francesa, pasaron a controlar los puestos claves del nuevo poder que se in-tentó consolidar.

Los intereses económicos y políticos específicos de las distintas franjas de criollos se expresaron en las lu-chas intestinas que debilitaron muchísimo el proceso independentista, haciéndolo más costoso en vidas. La Corona española lanzó varias ofensivas de reconquista, triunfantes algunas de ellas durante varios años, im-poniendo un atroz régimen de terror y fusilamientos a quienes habían jugado papel predominante en los pri-meros alzamientos.

Las profundas diferencias de clase que ya existían al interior de la sociedad colonial se expresaron de diver-sas maneras en el proceso revolucionario. Se expresaron también en el carácter de diversos dirigentes, muchos que habiendo venido de capas pobres y muy oprimidas de la población jugaron un papel destacadísimo y heroico y alcanzaron a tener figuración en los primeros puestos de dirección del mismo proceso; aunque fueron posterior-mente relegados, discriminados o directamente perse-guidos por las capas de caudillos y líderes que expresaban

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a la clase social explotadora de los criollos, hacendados y comerciantes, que se lucraban de la explotación de la población indígena en sus latifundios y de la explotación de los esclavos en las minas.

Vale la pena señalar que las conquistas sociales a fa-vor de las capas más explotadas y oprimidas, los indí-genas y los esclavos, fueron mínimas por no decir que inexistentes. La prometida libertad de Bolívar a los es-clavos se tradujo solamente en la libertad de sus pro-pios esclavos y en la promesa de libertad posterior para quienes, al servicio de la guerra, se enrolasen en los ejércitos patriotas. Es decir, era un cálculo militar y en modo alguno un profundo convencimiento del derecho a la libertad. La mejor prueba de ello es que la libertad plena de la población esclava sólo se logra varias déca-das después, en 1852 en Colombia y Ecuador, en 1854 en Venezuela. En cada uno de los tres países mencio-nados, para los hacendados poseedores de esclavos la libertad de estos terminó siendo un buen negocio, pues fueron indemnizados generosamente por los Estados respectivos.

En el otro lado, las poblaciones indígenas originarias continuaron siendo perseguidas, se les continuó arreba-tando su territorio, atropellando su cultura y sus formas ancestrales de gobierno. Solo las luchas de las últimas dé-cadas del siglo XX les han permitido contener en algo la ofensiva de los empresarios y terratenientes. Las nuevas repúblicas, para ellos, no significaron un mejoramiento ni de su calidad de vida, ni de sus derechos ni el respeto a sus comunidades.

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iV - 200 años de vida “independiente”

Los doscientos años de vida “independiente” de Amé-rica Latina son doscientos años de miseria, masacres con-tra los indígenas y trabajadores, entrega completa de los recursos naturales a los empresarios extranjeros, dominio político y militar de las grandes potencias y sometimiento casi completo de las burguesías y gobiernos locales a los dictados e intereses del imperialismo.

En forma bastante rápida, debido a su propia deca-dencia, el imperio inglés, que ganó gran influencia en al-gunos países de la región, comenzó a ser desplazado por la influencia norteamericana.

En estos doscientos años ha habido decenas de inter-venciones militares directas de las tropas norteamericanas, con ocupación territorial durante varios años en algunos casos. El gobierno norteamericano, a través de todos sus funcionarios, agentes, asesores y espías en estos territorios han actuado constante y permanentemente en la repre-sión y persecución a los luchadores obreros y populares. De la mano de las burguesías locales y acompañando di-rectamente a las reaccionarias fuerzas armadas educadas y entrenadas en las escuelas del Ejército norteamericano fueron ejecutores directos de las masacres perpetradas por las más feroces dictaduras del continente. La lista de sus atrocidades sería interminable. Baste señalar el respal-do a la dictadura de los Duvalier en Haití, de los Somoza en Nicaragua, de Pinochet en Chile; o el acorralamiento, hostigamiento constante y bloqueo económico al cual fue sometida la revolución cubana luego de 1961.

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El incipiente y desigual desarrollo capitalista que se ha producido en el continente ha estado determinado también fundamentalmente por los intereses económi-cos de las transnacionales y del capitalismo norteameri-cano y el beneficio económico derivado de él nunca llegó a convertirse en beneficios para las amplias mayorías. La burguesía nacional, como socia menor, ha obtenido sus migajas pisoteando en forma cada vez más feroz a los trabajadores.

Las naciones “independientes” producto de la guerra de liberación con España se convirtieron casi inmedia-tamente después en países semi-coloniales; es decir, en países con una independencia formal en medio de un verdadero sometimiento y control político y militar por parte de una potencia imperialista a través tanto de los mecanismos del comercio mundial como de los pactos y acuerdos militares y políticos.

En contadas ocasiones ha habido episodios de resis-tencia por parte de sectores de las burguesías nativas a la dominación imperialista. En su análisis de las medidas de un gobierno burgués nacionalista, el de Lázaro Cárde-nas en México, en 1930, León Trotsky señaló con plena claridad las relaciones que se tejían entre la clase obrera, la burguesía nacional y la burguesía imperialista en estos países y cuál debería ser la actitud a adoptar por parte de los revolucionarios. “En los países industrialmente atra-sados el capital extranjero juego un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El gobierno gira entre el capital extran-jero y el nacional, entre la relativamente débil burguesía

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nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista “sui generis”, de índole peculiar. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capitalismo extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a ha-cerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta liberad en relación a los capitalistas ex-tranjeros…” (La industria nacionalizada y la administra-ción obrera, 12 de mayo, 1939). La historia de 200 años de dominio imperialista, incluidos los episodios de resis-tencia a ella en América Latina, ratifica hasta la saciedad la anterior interpretación.

Revolucion antiesclavista de Saint-Domingue, Haití.

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V - la realidad actual de américa latina

Con sus 580 millones de habitantes y enormes recur-sos naturales prácticamente inexplotados, América La-tina constituye una pieza fundamental del engranaje del capitalismo mundial. Sus riquezas, mercados y mano de obra son codiciadas por las distintas potencias im-perialistas, aunque controlada dominantemente por el imperialismo norteamericano; que durante los 200 años de independencia no cesó de extender su influencia en el continente, reclamándolo en últimas como su patio trasero.

Bastaría señalar el despojo a México de casi la mitad de su territorio, la intervención abierta para lograr la se-paración de Panamá de Colombia en 1903 y su dominio sobre el Istmo para controlar el Canal, la dominación du-rante décadas de Cuba, la anexión de Puerto Rico y las constantes invasiones a distintos países de América Lati-na, justificadas con los más variados argumentos.

Con contadas excepciones en algunos periodos, la enorme mayoría de los burgueses, latifundistas y comer-ciantes en cuyas manos terminó el poder luego del proce-so de independencia latinoamericana de España optaron por convertirse en socios menores del imperialismo nor-teamericano; asociándose a él en todas las empresas en las cuales eran aceptados como tales o cediendo, conce-diendo y entregando la explotación de los recursos natu-rales. Con los altibajos de la crisis económica mundial del capitalismo, cientos de millones de dólares son invertidos cada año en América Latina. Se lucran así los empresa-

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rios extranjeros y nacionales de los bajos salarios y del alto desempleo que posibilita unas condiciones extremas de explotación.

Paralelamente, el capital financiero internacional ob-tiene gigantescos dividendos con los “préstamos” para el mal llamado “desarrollo” de los países de la región. El mayor porcentaje de tales préstamos, a través del Ban-co Mundial, del Banco Interamericano de Desarrollo, del Fondo Monetario Internacional e infinidad de agencias al servicio de los gobiernos y empresarios extranjeros, ter-mina llenando los bolsillos de ellos mismos por la compra de productos o servicios. Otra parte sustancial engorda a los burgueses nacionales, a los políticos corruptos, a los militares que garantizan la “paz” y el “orden social”.

Como ejemplo, Colombia acumulaba una deuda ex-terna de 53.400 millones de dólares a febrero de 2010, que representa alrededor del 20% de su Producto Interno Bruto. Pero en América Latina hay países como Argen-tina, cuya deuda equivale al 51% de su PIB. Ante estos datos no queda la menor duda de que América Latina es un continente sometido económicamente al dominio del capital mundial.

Las agudas condiciones de explotación y opresión a que ha sido sometida la región han colocado por deba-jo de la línea de pobreza a más del 40% de la población. Según cálculos de la FAO, 71 millones de latinoamerica-nos estarían padeciendo hambre f ísica a finales del 2009 y una tercera parte de los niños (17 millones) se encuentran en estado de desnutrición.

Unido indisolublemente a la miseria, explotación y opresión, las multinacionales –que año tras año realizan

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millonarias inversiones en minería, proyectos agroindus-triales, comunicaciones, explotación de petróleo, nego-cios bancarios y de diversa índole– reportan utilidades gigantescas, las cuales son enviadas a sus países de origen.

Durante estos 200 años de vida “independiente” las masas obreras, del campesinado pobre, indígenas y afro-descendientes no han cesado de luchar, levantando las banderas de sus propias reivindicaciones, a veces en for-ma separada y otras veces logrando importantes formas de coordinación y centralización.

En algunos casos se han obtenido triunfos gigantes-cos, logrando la derrota de feroces dictaduras o de go-biernos y regímenes reaccionarios. Pero todas esas luchas y conquistas, incluso la gigantesca conquista de haber ex-propiado a la burguesía en Cuba tras haber derribado la dictadura de Batista han quedado a medio camino o han retrocedido debido a la ausencia de una estrategia para el impulso y desarrollo de una revolución continental.

Tal revolución, en ese sentido similar a la revolución de independencia de España, tiene que plantearse simul-táneamente en todos los países de la región las tareas de la liberación nacional del yugo imperialista, las tareas es-pecíficamente democráticas de distribución de la tierra entre el campesinado pobre y las tareas socialistas de ex-propiación de los medios de producción a burgueses ex-tranjeros y nativos dando inicio a la construcción de una sociedad socialista; enmarcada a su vez en el desarrollo de la revolución socialista mundial.

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En la sección del programa de Transición dedicada a los países atrasados, Trotsky insiste: “Las consignas de-mocráticas, las reivindicaciones transitorias y los pro-blemas de la revolución socialista no constituyen etapas históricas aisladas, sino que están íntimamente unidas. La tarea central en los países coloniales y semicoloniales es la revolución agraria […] y la independencia nacional, es decir, la liberación del yugo capitalista. Ambas tareas están íntimamente ligadas. […] No se trata de rechazar el programa democrático, sino de conseguir que, en su lucha, las masas lo desborden. Antes que nada, los obreros deben armarse de este programa democrático. Sólo ellos podrán organizar y unificar a los campesinos. Pero, sobre la base del programa democrático revolucionario, es necesario enfrentar a los obreros con la burguesía “nacional”.

Los gobiernos burgueses que actualmente en América Latina confrontan verbalmente al imperialismo, como el de Chávez o Evo Morales, no tienen ni la más mínima intención de acudir a movilización revolucionaria de las masas para realizar las tareas que la situación de mise-ria y explotación de América Latina demanda. Incluso su verborrea sobre un supuesto “socialismo del Siglo XXI” tiene sólo el objetivo de confundir y ocultar que ninguno de ellos se atreve a adoptar radicales medidas económi-cas o sociales contra burgueses y terratenientes. Sus más radicales medidas, las proclamadas “expropiaciones” a algunos empresarios, no pasan de ser vulgares compras

Vi - la lucha por la Segunda independencia y la Federación de repúblicas Socialistas de américa latina

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a precios razonables; todas ellas se desenvuelven en el marco de las leyes capitalistas del mercado y del respeto profundo a la propiedad privada. Todas ellas toman como punto de referencia central su propio estado nacional, su territorio y sus fronteras para defender y mantener sus propios privilegios negándose categóricamente a cual-quier medida de integración profunda de los pueblos de América Latina lo cual se convertiría en un peligro mor-tal para ellos mismos.

La nefasta posición asumida por la dirección de la revolución socialista cubana –en el marco del domi-nio y políticas impuestos por la reaccionaria burocra-cia soviética– cuando en 1979 se produjo el triunfo de la revolución nicaragüense contra la dictadura de So-moza, triunfo que planteó la posibilidad de una nueva revolución socialista en el continente, cuando el pro-pio Castro llamó a que Nicaragua no fuese una nueva Cuba en lugar de plantear la unidad socialista de ambos países, debe alertarnos estratégicamente sobre el peli-gro mortal de intentar mantener los avances y triunfos revolucionarios en el marco de las estrechas fronteras nacionales.

La tarea que tiene planteado el presente y el futuro de los pueblos de América Latina, la mejor enseñanza que po-demos extraer de una conmemoración de bicentenario de la “independencia” de España, es que sólo logrando la más férrea unidad entre las filas de los explotados por el capital, aliados indisolublemente con las masas campesinas pobres que luchan por su derecho a la tierra, con las comunida-des indígenas y afro-descendientes explotadas y oprimidas inmisericordemente por la sociedad capitalista actual, será

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posible dar pasos en el sentido de la nueva y necesaria re-volución de independencia que deberá ser una revolución socialista que dé respuesta a las tareas democráticas y de liberación nacional y que una en una sola federación de re-públicas socialistas de América Latina a todo el continente; en medio del proceso por la revolución socialista mundial

El comunero José Antonio Galán.

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La edición del 21 de octubre de 2007 del diario Clarín, de Buenos Aires, publica una interesante nota histórica de Felipe Pigna sobre las condiciones políticas y sociales en medio de las cuales transcurrieron las conmemoracio-nes del centenario de la independencia de Argentina. Por considerarla de interés, la reproducimos.

Un vistoso alarde de nacionalismo encubría la represión de los conflictos y protestas sociales

aquel primer centenario...Felipe pigna, Historiador

En mayo de 1910 la “espléndida” oligarquía argentina se preparaba para celebrar el centenario de la Revolución de Mayo.

Se organizaron grandes desfiles y una exposición uni-versal para demostrarle al mundo los progresos de la Pa-rís del Plata. Se cursaron invitaciones a todos los reyes y gobernantes del mundo occidental, pero sólo aceptó el convite la infanta Isabel de España, una “aristócrata” de segunda clase para la afrancesada “gente decente” de Bue-nos Aires, aquella clase dirigente que quería exhibir los avances del granero del mundo.

A los escritores orgánicos les dio un notable ataque de nacionalismo y reivindicaron al otrora “vago y mal en-tretenido” gaucho, con tal de diferenciarse de la oleada inmigratoria y sus “ideas disolventes”.

Hace 100 años…

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El movimiento obrero advirtió la gran trascendencia de los festejos y aprovechó su repercusión en la prensa internacional para dar a conocer la real situación de los habitantes del país. La Federación Obrera Regional Argentina (FORA), de ten-dencia anarquista, lanzó una huelga general para la sema-na de mayo y realizó una manifestación que reunió 70.000 personas frente a la penitenciaría de la calle Las Heras.

Pedían la libertad de los presos sociales, entre ellos, Simón Radowitzky, el joven anarquista ruso que ha-bía asesinado al coronel Ramón Lorenzo Falcón res-ponsable de la matanza de trabajadores que pasó a la historia como la “Semana Roja” de mayo de 1909. El gobierno del presidente Figueroa Alcorta decretó el estado de sitio y el Congreso sancionó la ley 7026, lla-mada “de Defensa Social”, que incluía la pena de muer-te para los activistas sindicales, limitaba seriamente la actividad gremial, prohibía explícitamente la pro-paganda anarquista y el ingreso de extranjeros que hubieran sufrido condenas por motivos políticos. Pese a la dura represión, los fastuosos festejos del Cente-nario se vieron afectados por numerosas huelgas y actos de sabotaje llevados adelante por el movimiento obrero que dejó sin luz a la ceremonia inaugural del festejo.

Mientras hablaba Figueroa Alcorta sonaron petardos y un anarquista se ató con cadenas a las rejas de la Socie-dad Rural. Hasta que lo desataron logró llamar la aten-ción de la prensa extranjera y contar que en la Argentina el pueblo se moría de hambre y que eso que ellos veían era un dramático decorado.

La respuesta no se hizo esperar. Grupos autodenomi-nados “nacionalistas” que actuaban con total impunidad atacaron locales y bibliotecas obreras y hasta incendiaron

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el circo de Frank Brown. El gran payaso inglés había ins-talado su carpa en Florida y Paraguay.

Los “pitucos” decían que afeaba la ciudad y llenaba esa zona elegante de gente indeseable porque Frank abría su circo a todas las clases sociales y no cobraba entrada a los niños pobres. El fuego “patriótico” arrasó también con la alegría infantil.

Cuenta un testigo de los hechos: “Se había alquilado un inmenso local para encerrar a los presos, precaución necesaria sin duda alguna, ya que las numerosas cárce-les que tiene Buenos Aires están siempre recargadas de detenidos. Mientras tanto, en la ciudad se organizaban columnas de patriotas, que al amparo del estado de sitio iban sembrando el terror por todas partes. Nada en ver-dad más alejado del sentimiento patriótico que aquellos malones organizados y dirigidos por la policía. Las turbas del 14 de mayo y días siguientes no estaban animadas de sentimientos patrióticos. Tuvo el propósito de aterrorizar a los trabajadores impidiendo que éstos, movidos a im-pulsos de la solidaridad, respondieran a los prisioneros y la declaración del estado de sitio con el paro general. Era preciso impedir a todo trance que hubiese huelga, para que las fiestas del Centenario se realizasen tranquilamen-te, con todo el brillo que era posible esperar de la presencia de la nieta del rey español destronado por la revolución que se conmemoraba. La autocracia, el autoritarismo, la cesación de las leyes constitucionales es lo que los republi-canos federales de la Argentina pusieron en vigencia para celebrar aquella revolución que proclamó la libertad, los derechos del hombre, la soberanía popular”1.

1. Eduardo Gilimón, Un anarquista en Buenos Aires, Buenos Aires, CEAL, 1971.

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Así festejaba la oligarquía a través del gobierno de Fi-gueroa Alcorta —aquel que el 28 de enero de 1908 había clausurado el Congreso Nacional— los “cien años de li-bertad”. Así conmemoraba el Centenario de la Revolución liderada por Mariano Moreno, aquel que los había senten-ciado con su frase premonitoria: “Es necesario destruir los abusos de la administración, desplegar una actividad que hasta ahora no se ha conocido, promover el remedio de los males que afligen al Estado, excitar y dirigir el espíritu pú-blico, educar al pueblo, destruir o contener a sus enemigos y dar nueva vida a las provincias. Si el gobierno huye el tra-bajo; si sigue las huellas de sus predecesores, conservando la alianza con la corrupción y el desorden, hará traición a las justas esperanzas del pueblo y llegará a ser indigno de los altos destinos que se han encomendado en sus manos”2.

Así fue aquel “maravilloso” centenario, con la prensa obrera incendiada y acallada, dos mil trabajadores deteni-dos, cien deportados y otros cien enterrados en el infierno del penal de Ushuaia.

Nos encaminamos hacia el segundo centenario de nuestra revolución fundacional. El mejor homenaje a aquellos padres fundadores no será seguramente un frío monumento o una placa de bronce destinada a ser robada y fundida, sino cumplir con aquellos puntos cardinales trazados por Belgrano y Moreno que anhelaban un país con industria, justicia, equidad y educación como lo de-jaron plasmado en sus notables escritos.

2. Mariano Moreno, “Discurso de asunción como secretario de la Junta, 25 de mayo de 1810”, en Ricardo Levene, La Revolución de Mayo y Mariano Moreno, Buenos Aires, Peuser, 1960.

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revolución de independencia: una perspectiva histórica

césar Loayza VaLdés, proFesor uniVersitario*

Al maestro León Trotsky, invaluable paladín del proletariado, en el septuagésimo

aniversario de su asesinato.

introducción

A partir de 1808 se desencadenaron en las colonias españolas de América movimientos que proclamaron su independencia de la metrópoli, lo que generó guerras de liberación que culminaron con el triunfo de los colonos. Es evidente que 200 años después, las colonias de antaño son víctimas de una nueva forma de coloniaje, indirec-to, pero no menos efectivo, el que el marxismo ha llama-do semi-colonialismo. Celebrar el bicentenario de aquel

*César Loayza Valdés nació en Pereira, en 1953, y a muy temprana edad fue llevado por sus padres a Sincelejo, donde cursó estudios primarios y secundarios. Terminados éstos, en forma sobresaliente, estudió en la Universidad Industrial de Santander, UIS, donde fue estudiante distinguido y obtuvo títulos de Ingeniero y de Especialista en docencia universi-taria. Desde 1972 reside en Santander.

Es profesor de Cálculo infinitesimal y temas afines, el que ha dictado en varias uni-versidades de Bucaramanga, y ha sido estudioso de la filosofía, la historia, la política y el ajedrez. Es casado y tiene dos hijos universitarios.

Desde cuando fue estudiante universitario ha participado en procesos de lucha po-lítica y de organización popular, destacándose su actividad en la Asociación Universitaria de Santander, AUDESA, en el decenio de los setenta; en la Asociación de Adjudicatarios de Vivienda, ASONAVI, en los ochenta; fundador de la Asociación de Profesores de Cátedra de la UIS, ASOCÁTEDRA, en 2001, y actualmente se desempeña como Secretario de la Seccional UIS, de la Asociación Sindical de Profesores Universitarios, ASPU-UIS.

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“grito de independencia”, lanzado en la Nueva Granada el 20 de Julio de 1810, debería significar la realización de un balance en el que se reflejen tanto las causas de tan lamentable resultado y las tareas pendientes de aquel propósito colectivo, como la desmitificación de las exa-geraciones con que las clases reaccionarias lo han revesti-do para magnificar un haber histórico inexistente, con el cual pretenden consolar un pueblo que se debate en de-pendencia semi-colonial y en la explotación de su trabajo, a manos de una burguesía insaciable y tramposa.

el entorno mundial de la revolución americanaEl entorno mundial en el que se desenvolvió la ges-

ta independentista pudo suplir carencias de la dirigencia criolla, la que se encontró parcialmente desprovista de un ideario del significado de la independencia misma, como de una organización adecuada a la dimensión de la tarea que tuvo que encarar. Durante los tres siglos, XVl, XVll y XVlll, el mundo vivió una época caracterizada por dos fenómenos inéditos, llamados a cambiar profundamente la fisonomía de la vida social. En la órbita económica, la creación y expansión del mercado mundial y el surgimien-to de relaciones nuevas en la forma de la producción de los bienes de consumo y de la distribución de las ganancias del producido social, es decir, el modo de producción ca-pitalista; en la esfera de las relaciones políticas, se daba el tránsito hacia la conformación de gobiernos basados en la soberanía popular y no en la de los monarcas, los que pre-tendían estar revestidos de una autoridad supuestamente divina, típicos de lo que se conoció como el ancien regime (antiguo régimen), y se constituyó el liberalismo.

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Los momentos decisivos de este proceso fueron la creación de una república en Holanda, en 1609, de inspi-ración protestante, y de fuertes partidos políticos republi-canos en Inglaterra y Escocia, y el triunfo de la revolución inglesa de 1689 que inauguró el parlamentarismo, crean-do una república liberal basada en la institucionalización y separación de tres poderes públicos, el ejecutivo, el le-gislativo y el judicial. Pero la Historia la hacen los hom-bres; la burguesía dirigió este proceso con una claridad de objetivos que fue ganando en extensión y profundidad. Se fue perfilando una teoría filosófica y política, cuyo punto más alto está representado por el pensamiento y la acción de un filósofo, político y comerciante inglés, una de las mentes más fecundas que ha existido, llamado John Loc-ke (1632–1704).

Apropiándose lo más avanzado de su tiempo, las teorías de Maquiavelo, Moro, Hobbes, que criticaron la concepción aristotélica de la Política basada en el escla-vismo, y a la vez polemizando con ellos, desde el exilio en Holanda, escribe “Segundo tratado sobre el gobierno civil”, que fundamentó la “Gloriosa revolución” inglesa, y posteriormente la “Carta sobre la tolerancia”, en los cuales sustenta su teoría de la soberanía popular, que niega el carácter divino de la autoridad de los monarcas; fundamenta la constitución de la sociedad civil, median-te la institución y separación de los poderes del Estado, y su disolución, mediante el derecho a la revocatoria de los funcionarios y a la rebelión contra la usurpación del poder político, a regressio ad bellum, al regreso al estado de guerra original. Argumentando el derecho a la pro-piedad privada y la libertad de comercio, sentó la teoría

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llamada a disolver las relaciones económicas basadas en la renta del suelo y en la prestación personal de servi-cios, es decir, las relaciones feudales.

No huelga señalar que el propio Locke, sin embargo, inmerso en un mundo híbrido y en transformación, tenía inversiones en el comercio de esclavos que los holandeses e ingleses realizaban en África. Al presentar excusas, Só-crates solía decir: “No hagáis como yo hago, haced como yo digo”; esta ruptura entre la teoría y la práctica, propia de todas las clases sociales explotadoras, sólo será supe-rada históricamente cuando ambas sean las de una clase social con propósitos humanistas, capaz de expresar, con su lucha y su realidad, la necesidad de eliminar toda for-ma de propiedad privada y toda forma de explotación del trabajo ajeno, lo cual es posible —como lo mostró Carlos Marx, corriendo el tiempo, en el “Manifiesto del partido comunista”—, si la clase obrera misma se constituye en partido político y realiza su hegemonía. Posteriormente y estudiando la experiencia de los bolcheviques y los espar-taquistas (los comunistas rusos y alemanes), el filósofo marxista Georg Lukács estableció las condiciones objeti-vas de esa posibilidad, en “Historia y consciencia de clase”, cuando urgía de la clase obrera la necesidad de conocer y transformar la totalidad de las condiciones de su existen-cia, incluida la suya propia, por lo cual el proletariado no puede ahorrarse ninguna autocrítica y, por lo tanto, debe garantizar en su entorno organizativo inmediato la más absoluta libertad de pensamiento y expresión.

No es oportuno profundizar en la dimensión revolu-cionaria de Locke como ideólogo de la burguesía, pero no sobra resaltar que, en el campo de la filosof ía, con-

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tinuó, genialmente, lo iniciado por Francis Bacon, para fundamentar teóricamente una corriente materialista del conocimiento, el empirismo, con su obra “Ensayo sobre el conocimiento humano”, de la cual se suscribió deudor un filósofo de la significación de Enmanuel Kant.

Al amparo de la monarquía constitucional resultante en Inglaterra y del “despotismo ilustrado” de otras mo-narquías, se fue gestando un poderoso imperio colonial que encabezó la creación y desarrollo del mercado mun-dial, con cimiento en la libertad de comercio, que había cobijado a Asia, África y América, ya en el llamado siglo de las luces, cuando se vivió un poderoso desarrollo de las Ciencias, especialmente la Mecánica y la Química, y del Cálculo infinitesimal, los que se desarrollaban paralela-mente con las nuevas teorías sociales y filosóficas.

Como expresión de la claridad de sus objetivos, la burguesía en ascenso se dotó de un instrumento de coor-dinación que alcanzó dimensión mundial durante el siglo XVlll, materializado en la creación de Logias masónicas, hermandades filantrópicas secretas, mediante las cuales estimulaba la ampliación del comercio y de la industria, así como la propagación de las teorías filosóficas y políti-cas, las que resultaron familiares a sus miembros.

De especial relevancia resultó la actividad febril de un eminente sabio, de una inteligencia práctica genial, na-cido en Boston, en una de las colonias inglesas en Amé-rica del Norte, llamado Benjamín Franklin (1706-1790). Aunque parcialmente autodidacta, desplegó una intensa actividad de publicista, estudioso de la Física y de la Fi-losof ía, y ya en 1743 fue nombrado presidente de la So-ciedad Filosófica Estadounidense. Viaja a Londres entre

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1757 y 1762, primero, y luego entre 1764 y 1775; durante esa estancia se pone en contacto con las teorías moder-nas y las estudia, principalmente de Newton y de Locke, e inventa el pararrayos.

En 1753 estalla la Guerra de Crimea, que sostuvo Rusia contra las fuerzas coaligadas de Inglaterra, Fran-cia, Turquía y Cerdeña, para terminar en 1756 con la de-rrota de Rusia, lo que desata guerras campesinas en ese país, e inaugurar lo que fue una primera guerra mundial en pequeño, conocida como la Guerra de los Siete Años (1756–1763), entre Inglaterra y Francia aliada a España, por la hegemonía marítima, por un lado, y entre Prusia y Austria, por la hegemonía continental, por el otro, con el resultado general de un gran debilitamiento de todas; In-glaterra, sin embargo, arrebató a Francia sus posesiones en Canadá y la India.

La consecuencia más inmediata de este desgaste co-lonial fue la necesidad de la metrópoli inglesa de incre-mentar la tributación de las colonias en América, lo que desencadena un proceso de enfrentamiento con los colo-nos, ya para entonces agricultores y empresarios, quienes comisionan a Franklin para negociar un acuerdo que se produce en 1766, sin que desaparezca la tensión, la que hizo crisis en 1773, con el “Motín de Boston”, en el que es echado al mar un cargamento de té. Reunidas las trece co-lonias, deliberan hasta constituirse, finalmente, en Con-greso, y el 4 de Julio de 1776 proclaman la independencia de Inglaterra, lo que genera una guerra de liberación que termina en 1783 con el triunfo de las colonias y la crea-ción de una república parlamentaria, los Estados Unidos de América. Otra revolución clásica, que sirvió como de-

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tonante general de un proceso mundial que transformó en el futuro subsiguiente el orden monárquico y colonial.

En este proceso descuella Benjamín Franklin como el ideólogo y precursor de los precursores de la revolu-ción continental. Expulsado de Londres en 1775, regre-sa a Filadelfia, donde promueve el segundo Congreso de las colonias y en 1776 es comisionado, junto a Jefferson y Adams, para redactar el Acta de Independencia; es en-viado entonces a Francia, donde consigue el reconoci-miento de la monarquía de Luis XVl a la independencia norteamericana, en 1778, y es nombrado embajador ple-nipotenciario de las Colonias en Francia y España, cargo que desempeñó hasta 1785.

En 1731 había ingresado a la masonería, en 1747 fue gran Maestre de Pennsylvania y en 1778, en París, par-ticipó en una Logia particularmente importante, llama-da “Nueve Hermanas”, que incluía entre sus miembros a prestantes enciclopedistas, entre ellos Voltaire, eminente filósofo. En 1780 organizó y pertrechó una expedición para participar en la guerra de liberación de las colonias norteamericanas, que incorporó a dos ilustres masones: el marqués de Lafayette, futuro Jefe de la Guardia Gene-ral durante la revolución francesa, y Francisco Miranda (1750–1816), un venezolano que conspiraba a favor de la independencia de las colonias españolas en América, y que obtuvo a la sazón el grado de Teniente Coronel, en 1781 Franklin fue signatario del Tratado de Paz con Gran Bretaña en 1783; en 1785 vuelve a América, en su octavo viaje a través del Atlántico, y en 1787 es inspirador y sig-natario de la Constitución de los Estados Unidos. Entre sus últimas ejecutorias, anciano ya, estimuló la creación

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de un Comité para la liberación de los esclavos en Améri-ca y murió en 1790, cuando apenas se desencadenaban en Francia los acontecimientos de 1789, que representaron la mayor transformación política, económica y cultural de la modernidad.

No es el lugar para dimensionar suficientemente el significado de la Revolución Francesa, la primera batalla franca de la burguesía contra las monarquías y el feudalis-mo, despojada ahora de apariencias religiosas, que procla-mó abiertamente la libertades de comercio, de propiedad y de pensamiento, separó las iglesias del Estado y, con los Códigos de Napoleón, implantó en Francia y aclimató en Europa el Estado de Derecho burgués moderno. Interesa principalmente para el objetivo de esta reseña ilustrar las repercusiones que tuvieron estas revoluciones, america-na y francesa, en el curso de los acontecimientos en el resto de América.

las guerras de liberación continentalResuenan los ecos de la primera de aquellas revolu-

ciones en los levantamientos indígenas del Perú, Chile y Argentina, en 1778, liderados por Tupac Amaru, y la re-belión de los Comuneros en la Nueva Granada, en 1781, protagonizados por José Antonio Galán, ambos ejecuta-dos por la Corona española, con lo que se extinguieron transitoriamente.

Resurge el influjo revolucionario con el triunfo de los esclavos negros, en Haití, en 1804, que conquista la inde-pendencia de Francia, instaurando una segunda repúbli-ca en América, con el liderazgo de Toussaint Louverture, quien había participado en la Guerra de los Siete Años, y

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continuada por Alejandro Petion, tras el martirio del pri-mero, para colocar ese triunfo al servicio de la indepen-dencia de las colonias españolas, inglesas y portuguesas en América.

Principalmente a partir del levantamiento de los Co-muneros, proliferaron en Europa los emigrados de las colonias que buscaban organizar la lucha por la indepen-dencia de éstas o simplemente participar de ella. Corres-pondió, entre los neo-granadinos, a Francisco Miranda, como precursor de ellos, una coordinación que incluyó a Antonio Nariño, Pedro Fermín de Vargas, Francisco An-tonio Zea, Luis de Rieux, Juan Bautista Picornell y otros; algunos de éstos, habían participado en ese extraordina-rio catalizador de nacionalidad que fue la “Expedición botánica”, impulsada por la Corona española. De manos de Miranda, se tradujeron los “Derechos del hombre y del ciudadano” que trató de hacer circular Nariño, en 1794, y divulgó ampliamente Picornell, en 1797, con el apoyo de Víctor Hugues, el gobernador de Guadalupe, inmor-talizado en “El siglo de las luces”, especie de manifiesto literario e histórico, de Alejo Carpentier, el poeta de la revolución cubana del siglo XX.

Miranda constituyó, en 1797, una Logia masónica, llamada “Los caballeros racionales”, logias que obedecían a una coordinación continental que se realizaba desde Londres y París. La agitación de los precursores regis-tró dos fallidos intentos militares con claros propósitos de independencia: Gual y España, en Caracas, en 1797, y Miranda, en 1806, en las costas venezolanas.

Tras la expansión de la revolución burguesa llevada a cabo por Napoleón, que envolvió en su vorágine a toda Eu-

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ropa e incluyó la invasión francesa de España y Portugal, en 1808, se desencadenó un movimiento continental que instala Juntas de Gobierno, la mayoría de las cuales ejer-cen sin mayor enfrentamiento con las tropas españolas, en Montevideo (Septiembre de 1808), Chuquisaca, actual Bo-livia (Mayo de 1809), La Paz (Julio de 1809), Quito (Agos-to de 1809), Caracas (Abril de 1810), Buenos Aires (Mayo de 1810), Santa Fe de Bogotá (Julio de 1810), Santiago de Chile y México (Septiembre de 1810), Cartagena de Indias (Noviembre de 1811) y se producen insurrecciones popu-lares en Centroamérica, con variada fortuna.

Si bien la mayoría de esas Juntas no estaban inspira-das en propósitos de independencia de la metrópoli, los acontecimientos fueron llevándolas por esa senda, lo que estuvo estimulado decisivamente por la voluntad de pa-triotas como José de San Martín, máximo libertador de América, Bernardo O’Higgins, Simón Bolívar, Antonio José de Sucre, Santiago Mariño, Andrés Bello, el cura Mi-guel Hidalgo y muchos otros, quienes fundaron, en Cá-diz, “la ciudad más liberal de Europa”, en 1811, la Logia “Lautaro” (en honor al caudillo indígena chileno, quien dirigió una rebelión contra los españoles, en 1553).

A pesar de que existieron planes de gobierno para la in-dustrialización, como los de Mariano Moreno, presidente de la Junta de Gobierno de Buenos Aires, o los de Pedro Fermín de Vargas, Antonio Nariño y José María del Castillo y Rada en la de Nueva Granada, los patriotas se enfrasca-ron en guerras civiles tempranas, instigadas por Inglaterra, que obstaculizaron el desarrollo económico y allanaron el camino de la reconquista española cuando fue restituido Fernando Vll en el trono de España, en 1815.

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Marginándose de esas disputas, José de San Martín, después de libertar las provincias del Río de la Plata, en coordinación con Gûemes y Belgrano, en 1816, rehúsa obedecer a la Junta de Gobierno de Buenos Aires, la que le ordenaba sofocar la rebelión de uno de esos instiga-dores de la guerra civil, José Gervasio Artigas, dirigente uruguayo, y organiza un ejército de 4.000 hombres con el que transmonta la cordillera de los Andes. Conjuntamen-te con Bernardo O’Higgins realizan una campaña que se-lla la independencia de Chile, en la batalla del llano de Maipú, en 1818, donde son derrotas las tropas realistas al mando de Osorio; se organiza una expedición marítima al Perú, ese mismo año, para terminar ocupándolo, tras el desalojo de las tropas españolas que se repliegan al Alto Perú (actual Bolivia), en 1821

Por el norte del sub-continente, después de la recon-quista llevada a cabo por Pablo Morillo y que diezmó la dirigencia criolla, en 1815, las tropas al mando de Bolívar, Santander y Anzoátegui se desplazan desde los llanos del Orinoco para ocupar el altiplano cundi-boyacense y, en sucesivas batallas en 1819, derrotan las tropas de Barrei-ro, el que no alcanzó a recibir los refuerzos de El Socorro debido al hostigamiento realizado por las guerrillas de Antonia Santos, quien sin embargo alcanza a ser fusilada por las tropas realistas. Bolívar pacta innecesariamente una tregua con Morillo y la guerra se prolonga hasta Ju-nio de 1821, cuando se libra la batalla naval de Carabobo, en Venezuela, que da el triunfo a los patriotas.

En México y Guatemala, en Febrero de 1821, se pro-duce el “Pacto de iguala” que declara la independencia de España entre las guerrillas de Vicente Guerrero (mexi-

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cano), por un lado, y las fuerzas realistas, por el otro, al mando de Agustín Iturbide (mexicano) y Gabino Gaínza (gobernador de la capitanía de Guatemala), quien había reprimido el levantamiento de Tupac Amaru; de este Pac-to no hicieron parte las guerrillas salvadoreñas, las que derrotaron a Gaínza y proclamaron la independencia de la Capitanía de Guatemala (actuales Costa Rica, Nicara-gua, Honduras, El Salvador y Guatemala).

En Julio de 1822, en Guayaquil (Ecuador), empalman el ejército de San Martín que barre desde el sur y el de Bolívar que marcha desde el norte. San Martín entrega el mando conjunto a Bolívar, quien dirige, acompañado por Sucre y Córdova, la derrota de los restos españoles en el Alto Perú, en la batalla de Ayacucho, en Diciembre de 1824, con lo cual prácticamente se extingue la presen-cia militar europea en América. Se había ido creando una poderosa fuerza militar continental, capaz de enfrentar exitosamente la segunda reconquista que intentaba la Corona española, la que fue frustrada con la revolución de Riego, el General encargado de llevarla a término y quien se negó a zarpar en 1820. A España le había queda-do una cabeza de playa representada por la posesión de Cuba, la que le fue arrebatada por el joven imperialismo norteamericano, en 1898.

el frustrado intento de culminar la revolución burguesaLas tareas de desmantelar las encomiendas y el lati-

fundio, de liberar a los esclavos y de desmontar el régimen fiscal de la colonia, éste que fue impuesto por España con el objetivo expreso de evitar la competencia económica de sus colonias, fueron obstruidas por los terratenientes,

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los esclavistas y muchos comerciantes, aliados a Inglate-rra, quienes ambicionaban un “Protectorado inglés”.

Particularmente lamentable fue el caso de Paraguay, donde la burguesía dirigía un proceso que, ya en 1830, había construido ferrocarriles, acerías, manufacturas, re-partido tierras entre los campesinos, negándose a alinear-se con Inglaterra; los Gobiernos de Brasil y Argentina, coaligados, desencadenaron una guerra en 1865, la que en cinco años devastó la economía y restauró el poder de los terratenientes y la iglesia Católica, el mayor de ellos. En Centroamérica, ya en 1823, las intrigas, rebeliones y guerras civiles habían tenido el resultado de producir tres repúblicas independientes: México, El Salvador y la Con-federación Unida (hoy, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Costa Rica), con una población que realmente es una misma nacionalidad .

En nuestra Capitanía de Venezuela (Guayana, Vene-zuela, Nueva Granada, Ecuador, Panamá), ese funesto papel de instigador de la guerra civil, como lo describe patéticamente Carlos Marx, lo asumió Simón Bolívar, el cual entregó a Miranda a los españoles, en 1812; debilitó, junto a Camilo Torres, el gobierno de Santa Fe, centra-lista, la que fue saqueada durante 48 horas, en 1814; si-tió a Cartagena, federalista, a pesar de la prohibición del Congreso, que le había encargado liberar a Santa Marta, levantando el cerco sólo para huir apresuradamente a las Antillas cuando se aproximaba Morillo con su expedición pacificadora, en 1815; prevalido de su astucia, abnega-ción y fortuna logró imponerse a sus rivales —entre los cuales fusiló a Manuel Piar, en 1817, el único que había derrotado a Morillo, con lo que había libertado la Guaya-

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na— y obtener el mando de las tropas que había alistado Santander en los Llanos del Orinoco, en 1818.

Todavía después del triunfo patriota, mientras sus protegidos, dirigidos por Rafael Urdaneta, organizaban el advenimiento del Príncipe de Orleans, fueron ejecuta-dos, al amparo de la dictadura bolivariana, los héroes José Prudencio Padilla (vencedor de Carabobo) y José María Córdova (vencedor de Ayacucho) y proscritas las logias masónicas. Solapadamente, se alineó a Inglaterra contra Estados Unidos, la vanguardia contra la reconquista eu-ropea, pretendiendo aislarla del resto de América, cuan-do la nación pionera bregaba por aposentar su industria, sin capacidad militar ni financiera para dominar a otros, como sí ocurrió mucho después, al devenir el capitalismo industrial en capitalismo financiero, en el decenio de los setenta del siglo XlX. Correspondió a José Antonio Páez y a José Hilario López derrocar la dictadura de Urdaneta, en 1831, después de la muerte de Bolívar, y sofocar sus coletazos esclavistas que se expresaron en la llamada “Re-volución de los Supremos”, en 1841

Las fuerzas de la revolución, en la Nueva Granada, lo-graron aclimatar la República y, en 1849, materializar la revolución económica, al eliminar el régimen fiscal de la colonia, legalizar la libertad de comercio y de producción, libertar a los esclavos, bajo la dirección de José Hilario López, y, en 1863, desmantelar los latifundios de la iglesia Católica, bajo la dirección de Tomás Cipriano de Mos-quera. Se había generado la posibilidad de desarrollar una poderosa economía, una tarea burguesa de la revolución, antes incluso de que fuera erradicada la esclavitud en Es-tados Unidos; pero posibilidad no es realidad, como tam-

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poco el hecho de que no se hubiera materializado antes de que se perdiera la conquistada independencia nacio-nal significa que la burguesía comercial, encarnada en el “Olimpo radical”, no hubiera desempeñado un papel re-volucionario.

Aquí no podemos aludir más que tangencialmente a algunos de esos intentos revolucionarios, como fueron los empeños patentes en la colonización de la vertiente occidental de la cordillera Central, que expandió la fron-tera agrícola y creó la industria cafetera, utilizando mano de obra de esclavos manumisos e indígenas (antiguos en-comendados), como se describe en el ensayo “El Café”, de Luis Eduardo Nieto Arteta, y en la novela “Risaralda”, de Bernardo Arias Trujillo. Otros intentos fueron fallidos, pero realizados, como el de industrializar la producción de tabaco, en el Nor-oriente, derrotado debido a “la ca-rencia de espíritu de asociación y de solidaridad de los santandereanos”, según balance de Aquileo Parra, uno de sus grandes dirigentes.

Mientras algunos comerciantes importaron maquina-ria de Europa y desarrollaron industrias, otros invirtieron en las tierras que fueron vendidas a particulares, y se de-lineó un cuadro en el que la burguesía dividió sus fuerzas, generando híbridos de esclavista, terrateniente e indus-trial, como el que se describe en la “María”, ese poema en prosa de Jorge Isaacs. Un sector fue ganado ideológica y políticamente por los terratenientes, los que desencade-naron varias guerras civiles a lo largo de la segunda mitad del siglo XlX.

Cuando los mercados del tabaco, la quina y el café, en Europa, cayeron en manos de grandes capitales finan-

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cieros, los que surtían el Viejo Continente con productos llevados de las colonias de Asia, empezaba a configurar-se, en la segunda mitad del decenio de los setenta, un fenómeno llamado a revolucionar la economía mundial y configuró una contradicción insalvable entre esos mo-nopolios y los mercados nacionales: habían aparecido los monopolios financieros, capaces de ganar, con sus em-brujos de metal, la voluntad política de gobernantes y de colocar naciones enteras en su órbita de explotación de mercados y de fuentes de materias primas; había surgi-do el imperialismo, es decir, la dominación económica de inmensas regiones por un puñado de capitalistas de la banca, la industria y el comercio, como se describe en “El imperialismo, fase superior del capitalismo”, de Lenin.

Los estertores revolucionarios se sintieron con la re-volución de 1885, perdida por la fracción revolucionaria de la burguesía y ganada por los terratenientes aliados a otra fracción de la burguesía, organizados en el Partido Nacional de Núñez y Caro, desenlace llamado a perdurar y que inicia el proceso de hipotecar la independencia na-cional al capital financiero imperialista norteamericano y de restaurar la propiedad latifundista, durante la llamada “Regeneración”.

construir una dirección proletaria para la segunda independenciaHasta el día de hoy, las burguesías del Continente

siguen sometiendo a los países latinoamericanos al do-minio imperialista. Los hechos demuestran que inclu-so detrás de los discursos independentistas de Chávez, Morales, Correa, y otros miembros del ALBA, se ocul-ta la subordinación de las burguesías “nacionales” a las

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multinacionales imperialistas y que lo que presentan como “socialismo” no es otra cosa que medidas pro-gresistas, incluso tibias, en el marco de la dominación burguesa e imperialista. En realidad, después de las experiencias de la Comuna de París, de la revolución bolchevique rusa y de las revoluciones obreras poste-riores a la segunda guerra mundial, las burguesías no monopolistas temen más a la clase obrera que al impe-rialismo y se contentan con migajas, convirtiéndose en cómplices de éste.

Queda a la clase obrera, acaudillando a los demás sectores populares, la tarea de producir una revolución permanente que, completando las tareas pendientes de la revolución burguesa, conquiste la segunda indepen-dencia, desmantele los latifundios, amplíe las libertades democráticas para el pueblo, y simultáneamente vaya so-cializando las fuentes de materias primas y los medios de producción, de distribución y de cambio, en colaboración con la clase obrera de otros países que persiga idénticos propósitos revolucionarios.

Para ello, resulta indispensable ganar la independen-cia política de la clase obrera, organizar sólidamente su fuerza y forjar un partido político mundial, auténtica-mente proletario, con secciones nacionales en todos los continentes, que garantice su unidad de pensamiento, de propósitos y de acción en esa dimensión planetaria. Al servicio de estos cometidos está la Liga Internacional de los Trabajadores (Cuarta Internacional), LIT-CI, y su sección colombiana, el Partido Socialista de los Traba-jadores, PST.

Bucaramanga, Julio de 2.010.

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más información y análisisPeriódico El Socialista, publicación mensual del Partido Socialista de los Trabajadores.La opinión socialista revolucionaria sobre los acontecimientos políticos de Colombia y el mundo.

Correo InternacionalRevista trimestral de la

Liga Internacional de los Trabajadores.

El análisis marxista de la lucha de clases mundial.

Marxismo VivoRevista teórica semestral de la Liga Internacional de los Trabajadores. Una contribución al desarrollo de la teoría marxista.

www.elsocialista.org

www.litci.org

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